La Semilla Republicana

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A LGDGADU SFU RespLogSimbJosé Martí No. 34 LA SEMILLA REPUBLICANA Hasta la abdicación de Bayona, el mito aglutinador de lo hispano era la monarquía. Las Cortes de Cádiz, a pesar de la reivindicación del Deseado, que resultaba inevitable pero que devino funesta, descubre la existencia de la Nación, y la superioridad de la nación sobre el rey. Tras proclamar en el artículo primero de la Constitución del 19 de marzo de 1812 que la Nación española es la reunión de todos los españoles de ambos hemisferios, las proclamaciones de los dos artículos siguientes son verdaderamente revolucionarias pues, de un lado, se dice que la Nación española es libre e independiente y no es, ni puede ser, patrimonio de ninguna familia ni persona; y, de otro, que la soberanía reside esencialmente en la Nación y por lo mismo pertenece a ésta el derecho de establecer sus leyes fundamentales. En la Constitución de Cádiz confluyen la Ilustración que, como he dicho al principio, durante el siglo XVIII había llamado al descubrimiento por parte de las élites de la mayoría de edad del Hombre y los frutos de la Revolución Francesa de 1789 sobre los que se asienta el redescubrimiento de su dignidad. Perdida la tradición humanista de Grecia y de Roma, los cimientos de nuestra civilización europea actual, borrado del recuerdo cualquier atisbo de respeto por la mujer, por ejemplo, la historia europea del siglo XIX se escribirá sobre la recuperación de cuanto

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A LGDGADU

SFU

RespLogSimbJosé Martí No. 34

LA SEMILLA REPUBLICANA

Hasta la abdicación de Bayona, el mito aglutinador de lo hispano era la monarquía. Las Cortes de Cádiz, a pesar de la reivindicación del Deseado, que resultaba inevitable pero que devino funesta, descubre la existencia de la Nación, y la superioridad de la nación sobre el rey.

Tras proclamar en el artículo primero de la Constitución del 19 de marzo de 1812 que la Nación española es la reunión de todos los españoles de ambos hemisferios, las proclamaciones de los dos artículos siguientes son verdaderamente revolucionarias pues, de un lado, se dice que la Nación española es libre e independiente y no es, ni puede ser, patrimonio de ninguna familia ni persona; y, de otro, que la soberanía reside esencialmente en la Nación y por lo mismo pertenece a ésta el derecho de establecer sus leyes fundamentales.

En la Constitución de Cádiz confluyen la Ilustración que, como he dicho al principio, durante el siglo XVIII había llamado al descubrimiento por parte de las élites de la mayoría de edad del Hombre y los frutos de la Revolución Francesa de 1789 sobre los que se asienta el redescubrimiento de su dignidad.

Perdida la tradición humanista de Grecia y de Roma, los cimientos de nuestra civilización europea actual, borrado del recuerdo cualquier atisbo de respeto por la mujer, por ejemplo, la historia europea del siglo XIX se escribirá sobre la recuperación de cuanto ya se había sabido muchos siglos atrás y los mil años de la Edad Media habían porfiado en eliminar de la faz de la tierra.

Cádiz supondrá el propósito de substituir las leyes viejas de la teocracia por las que llamará leyes sabias y justas que, en realidad, eran más antiguas en lo que se refiere al respeto del Derecho que las que pretendían serlo sólo bajo la engañosa denominación de viejas.

Entonces, como hoy, el enfrentamiento entre el antiguo régimen y el nuevo régimen ha de conceder ventaja al segundo al desenmascarar la falsa pátina de quienes se disimulan tras una tradición inventada al servicio de los intereses de los poderosos.

La Constitución de Cádiz, y su precedente de Bayona sólo cuatro años antes, se cubren por banderas distintas, pero apelan en gran medida a los mismos conocimientos. Ambos instrumentos

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jurídicos nacen de la afirmación de la autonomía del pueblo para autogobernarse, aunque todavía no bajo un régimen democrático.

Bayona y Cádiz son constituciones liberales, es decir, mecanismos de protección contra los abusos del poder y, desde esta perspectiva, apelan a la nación, no tanto como un sujeto histórico, sino como el manto protector de la emancipación individual.

Hasta entonces, desde la caída de Roma, el individuo había perdido su identidad, convertido en vasallo, súbdito, doméstico o esclavo. A partir de entonces, los individuos (en el seno de los ayuntamientos justamente llamados constitucionales) van a recuperar poco a poco fuerza y vigor y van a convertirse, ellos sí, en el verdadero sujeto de la Historia.

La Constitución de Cádiz sustituye el arbitrio del Rey por la libertad de la nación, lo que significa el inicio del camino hacia la ciudadanía. Hasta la Religión, que mantiene su carácter de única, queda sometida a las leyes nacionales, lo que abrirá la puerta a la desaparición de la Inquisición, a la desamortización y a la imposición de límites al omnímodo poder romano.

Pero, sobre todo, empieza a definirse una organización política de la sociedad que tenderá a desarrollar a la sociedad, precisamente, en detrimento de los poderes hasta entonces reinantes. Esta incipiente autonomía de la esfera pública comportará la inquina del absolutismo y la persecución de los liberales, mártires de una España que se resistía a ser un país libre.

La Constitución, coherentemente, tiende a la configuración de una Hacienda Pública, que ya no es la Hacienda del Rey, al servicio de una nación que se sorprende al descubrirse a sí misma y que tendrá grandes dificultades para dibujar su futuro.

No obstante, los constituyentes gaditanos, avanzados a su tiempo, intuirán ya cuáles debían ser las columnas del futuro, lo que incluyó las dimensiones presupuestaria y tributaria. Entre ellos, José Canga Argüelles, ovetense de pro, como tantos liberales, Ministro de Hacienda de la Regencia y al inicio del trienio liberal, autor de una obra clásica, Elementos de Ciencia de la Hacienda.

Aquel proyecto de nación de Cádiz era, sobre todo, un llamamiento a la emancipación de los españoles para que se arrancaran, como propone simbólicamente la Francmasonería, las cadenas de la ignorancia y de la superstición, aunque muchos se empeñaran en aquel grito terrible que explica tantas de nuestras desgracias, ¡vivan las caenas!

Cádiz quiere romper las ataduras mediante una estructura política financiada con impuestos y destinada al servicio del pueblo. No ha llegado la hora de la democracia, pero sí la de reducir la influencia de la monocracia coronada y eclesial.

Las cosas se moverán lentamente, dejando demasiados muertos en las cunetas, pero a lo largo de dos siglos los valores de Cádiz irán poco a poco haciéndose un hueco hasta verse coronados, como acabo de evocar, en la vigente Constitución de 1978.

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Uno de nuestros mártires, cuya evocación me sirve hoy para enlazar estas reflexiones, lleva nombre de mujer. Mariana de Pineda, conviene insistir en ello, fue ajusticiada en Granada por haberse atrevido a bordar una bandera con las palabras Libertad-Igualdad-Ley.

Subió al cadalso sin permitir que se le cayeran las medias y hoy lleva su nombre la entrada oficial del hemiciclo en Estrasburgo del Parlamento Europeo. Aquella trilogía sigue hoy siendo válida, aunque podría completarse con otra, como sugeriré más adelante.

Conviene recordar que el inmovilismo de finales del XVIII y principios del XIX era un hecho negativo para el progreso. El régimen político basado en la aceptación no discutida de la monarquía absoluta y las reformas de escasa importancia y eco limitado mantenidas por el llamado movimiento ilustrado no permitían hablar de modificaciones esenciales desde arriba y desde los sectores intelectuales con mayor responsabilidad. Todo lo contrario de la convicción, prudencia y firmeza de los integrantes de las Cortes de Cádiz, a lo que había que añadir su interés por conocer la opinión de las personas autorizadas en las materias que se discutían. Esto explica los múltiples puentes que se tienden entre el Estatuto de Bayona y la Constitución de Cádiz.

No es menos cierto que las Cortes de Cádiz se convocaron y se celebraron en una situación de decadencia económica y política muy importante. De la lectura del Discurso Preliminar y del Diario de Sesiones se deduce, en mi opinión, que los constituyentes estuvieron muy por encima de la situación y que probablemente éste fue un revulsivo que sacó a la luz lo mejor de ellos, que era mucho.

Por ejemplo, si se analizan los aspectos financieros que deben tratar las Cortes de Cádiz, hay que traer a colación, a la vista de la Memoria presentada por José Canga Argüelles, que la falta de fondos se había agravado por el retraso en la recaudación y también por las necesidades derivadas de la guerra. Era una situación límite por el agotamiento del crédito público.

Ahora bien, si la situación de la Hacienda medida en términos presupuestarios (ingresos y gastos) era lamentable y de muy difícil solución, dada la rigidez del sistema y la falta de una Administración fiscal mínimamente eficaz, era más grave aún la falta de un sistema y de unos principios políticos, en lo general, y financieros, en lo particular.

La Constitución de 1812 va a suponer un cambio radical en el planteamiento político y jurídico, plasmado en sendas decisiones de las Cortes, que se incorporan al texto constitucional, al estar necesariamente vinculadas unas con otras.

LA PRIMERA, su ideología liberal, que supone la declaración del principio de igualdad y, por ello, la desaparición de los privilegios, como ya he descrito anteriormente. LA SEGUNDA, atribuir la

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soberanía a las Cortes y, en consecuencia, la aprobación de las leyes, el establecimiento de tributos y la aprobación del Presupuesto, como manifestaciones importantes de aquélla. Las Cortes son la reunión de todos los diputados que representan a la nación, nombrados de un modo u otro por el ciudadano. y LA TERCERA, establecer de forma clara y categórica el deber de contribuir de todos los españoles a los gastos del Estado y, además, hacerlo en proporción a sus haberes.

Se planta en Cádiz una semilla que dará frutos mucho más adelante y que se resumen en una sola palabra: república

Johann Estuardo Melchor Toledo AM

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