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TOMO 5 - Capítulo 12: Roma Arcaica

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La sociedad romana

La riqueza, el privilegio y el poder son tres claves básicas en cualquier sistema social, pero en el mundo romano estas tres categorías constituían tres niveles

bien diferenciados en la escala de valores de la sociedad romana tradicional. Si a nivel provincial las diferencias entre elites y entre regiones fueron limándose mediante la progresiva romanización de los provinciales, a nivel global la so-

ciedad romana imperial tendió claramente hacia la polarización en dos grupos sociales que, a falta de una terminología, se ha convenido en identificar como

grupos superiores e inferiores.

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Polémica entre paganismo ...

Claramente, el privilegio diferencia-ba a los ciudadanos, sean de cual-quier condición, de los que aún no lo eran, cualquiera fuera su estatuto jurídico. Mientras, la riqueza tenía, al menos, una connotación como va-lor en sí mismo, con independencia de su naturaleza o de su forma de conseguirla, y otra como valor vin-culado estrechamente con la digni-tas, la honra y otras virtudes cívicas. Entonces, el poder político venía a ser la consecuencia de la pertenencia a los niveles anteriores, pero restrin-gido solamente para las elites de la ciudadanía privilegiada y rica. Por otra parte, como la dedicación a la política era considerada una forma de ocio, los miembros de las clases dirigentes, sean a nivel imperial, provincial o municipal, eran gene-ralmente sólo los grandes propieta-rios y no simplemente los ricos. Esto hizo que el poder político entonces fuera controlado por un reducido número de familias romanas, itálicas o provinciales que no se amplió, sino que progresivamente se restringió a medida que avanzaba el Imperio. Por ejemplo, durante la época de la dinastía de los Antoninos, entre el 138 y el 180, todos los senadores conocidos e hijos o nietos de ex cónsules llegaron a desempeñar el cargo de manera casi hereditaria como miembros de la nobilitas, es decir, que constaban entre sus antepasados a algún miembro de rango consular.

La sociedad romana en general y, particularmente, la sociedad imperial, podría re-presentarse mediante una estructura piramidal compuesta por estratos ordenados según diversos criterios, pero en la que, en todos los casos, el emperador y la familia imperial ocuparían siempre el vértice. Tampoco parece discutible que a la clase sena-torial, reconocida jurídica y socialmente, le corresponderían asimismo los primeros estratos atendiendo tanto a su carácter minoritario como a su condición tradicional de elite dirigente del Imperio.

No obstante, como dentro del orden senatorial había grados que distinguían claramente a un simple senador de los que ostentaban rango pretorio o consular, el criterio de orde-namiento social resultaba insuficiente, puesto que el sistema político romano imperial per-mitía que, en ocasiones, un ciudadano de una clase social más baja pudiera desempeñar cargos políticos generalmente reservados para los miembros de las clases más altas y, en consecuencia, el sistema de promoción social dejaba abierta la posibilidad de que cualquier ciudadano pudiera aspirar a ocupar la cima de la escala social.

Rostro de una mujer de la antigua Roma.

Como la dedicación a la política era considerada una forma de ocio, los miembros de las clases dirigentes, sean a nivel imperial, provincial o

municipal, eran general-mente sólo los grandes

propietarios y no simple-mente los ricos.

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Las mismas posibilidades se abrían para aquellos ciudadanos que, sin pertenecer a los es-tamentos privilegiados, sin embargo, por su excepcional riqueza o experiencia, lograban el apoyo o favor de la aristocracia romana. No obstante, quien verdaderamente rompe la estructura piramidal en estratos es el orden ecuestre, que experimentó un desarrollo tal que en el siglo III acabaría ocupando los puestos de responsabilidad política hasta entonces monopolizados por los miembros de la clase senatorial. Este desplazamiento político se tradujo en una progresión evidente en el interior de la escala social, a tal punto de que se demostró que no era preciso ser senador para ocupar incluso el trono imperial.

Así, sean senadores o ecuestres los que ocupen la cima del poder, ambos reprodujeron el modelo social que habían heredado de sus predecesores, caracterizado por la aplicación del principio aristocrático al sistema de organización social y por la jerarquización en térmi-nos de poder, riqueza y privilegio. En cualquier caso, los estratos inferiores corresponderían a los ciudadanos cuyo único privilegio aparente era la civitas frente a aquellos que aún no lo poseían. Aunque este criterio pueda parecer obvio tratándose de la sociedad romana, se debe tener en consideración que los cives romani formaban todavía una privilegiada minoría en el 212, cuando el emperador Caracalla decidió extender la ciudadanía roma-na a todos los habitantes de condición libre de las ciudades del Imperio, generando una medida de gran repercusión política y social. Por lo tanto, al menos hasta esa fecha, esta división entre ciudadanos y no ciudadanos era clara, ocupando estos últimos los estratos más bajos de la pirámide social, correspondientes a un grupo social heterogéneo formado por extranjeros, libertos y esclavos.

Hierapolis, Antigua ciudad Romana hoy en ruinas.

Sean senadores o ecues-tres los que ocupen la cima del poder, ambos

reprodujeron el mo-delo social que habían heredado de sus prede-cesores, caracterizado por la aplicación del

principio aristocrático al sistema de organiza-

ción social.

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Ahora bien, este grupo no siempre fue tan numeroso como se supone, por lo que su ubica-ción espacial en la base de la pirámide social puede ser cuestionada al menos en términos cuantitativos como aparente mayoría social, que con seguridad no lo fue si se excluyen del mismo otros miembros de la sociedad no incluidos expresamente en ninguna de los es-tratos anteriores, como es el caso de las mujeres y los niños, cuya condición social apenas se adscribe a los grupos y clases constitutivos de la acusada jerarquización social romana.

La mujer romanaLa consideración social de la mujer en el mundo romano se ha analizado generalmen-te desde la perspectiva jurídica, pero actualmente el interés historiográfico ha aporta-do nuevas visiones, en su mayoría enriquecidas con elementos de carácter ideológico, económico y social extraídos de la variada documentación literaria y epigráfica y, en menor medida, de la arqueológica.

Sin lugar a dudas, desde la pers-pectiva jurídica, la imagen de la mujer romana oscilaba entre una condición negativa como elemen-to dependiente de la potestad masculina, sea la del paterfamilias, del marido o del tutor, y su condi-ción posterior, de comienzos de la época imperial, como sujeto de de-recho aún en el marco de la estruc-tura familiar. Aunque la estructura patriarcal de la sociedad romana no reconocía jurídicamente la do-ble naturaleza originaria de la base económica familiar, ya a mediados del siglo I d. C. algunos textos jurí-dicos, en su mayoría bastantes dis-cutidos, permiten especular en una cierta autonomía económica de la mujer, que le permitía disponer libremente de su patrimonio per-sonal o impedir al marido disponer de éste sin su consentimiento.

Estatua romana.

Antigua fuente romana.