La Sociología Histórica. Revista de Ciencias Sociales

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    Revista trimestralpublicadapor laOrganizacin de lasNaciones Unidaspara laEducacin, laCienciay laCulturacon lacolaboracinde laComisin Espaolade Cooperacincon la U N E S C Oy delCentreU N E S C O deCatalunya.Vol. XLIV, nm. 3, 1992Condicionesde abonoen contraportada inerior.Director: Ali KazancigilRedactor jefe: David MakinsonMaquetista: Jacques CarrascoIlustraciones: Florence BonjeanRealizacin: J a u m e H u c hCorresponsalesBangkok: YogeshAtalBeijing:Li XuekunBelgrado:BalsaSpadijerBerln:Oscar VogelBudapest: Gyrgy EnyediBuenos Aires:Norberto RodrguezBustamanteCanberra: Geoffroy CaldwellCaracas:Gonzalo Abad-OrtizColonia:AlphonsSilbermannDakar: T . NgakoutouDelhi: Andr BteilleEstadosUnidos de Amrica: Gene M . LyonsFlorencia:Francesco MargiottaBroglioHarare: Chen ChimutengwendeHong Kong: PeterChenLondres: Chris CaswillMadrid: JosE . Rodrguez-IbezMxico: PabloGonzalez CasanovaMosc: Marien GapotchkaNigeria:AkinsolaAkiwowoOttawa: Paul LamySel: ChangDal-joongSingapur:S. H . AlatasTokyo: HiroshiOhtaTnez: A . BouhdibaT e m a s de los prximos n m e r o sAmrica: 1492-1992L a innovacinilustraciones:Portada: O n T o u c h ofNature M a k e s the WholeWorld Kin, cuadro de N . R . Omell, 1867. ( D R . .coleccin particular).A laderecha: Guillermo de Normandia (a laizquierda)agradecea Harold de Inglaterra losservicios prestados y le da lasarmas que leconvertirn en su vasallo. Detalle del tapiz dela reina Matilde, Bayeux. ( D . R . )

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    REVISTA INTERNACIONAL D E CIENCIAS SOCIALESSeptiembre 1992

    L a sociologa histrica 13 3Bertrand BadieCharles TillyG u y HermetPhilip McMichael

    Michael Hechter

    Pierre BirnbaumS . N . EisenstadtJean Leca

    EditorialAnlisis comparado y sociologa histricaPrisioneros del EstadoSobre la obstinacin histricaRepensar el anlisiscomparado en un contextoposdesarrollistaL a teora de la opcin racional y la sociologahistrica

    Nacionalismos: la comparacinFrancia-AlemaniaEl marco de las grandes revoluciones:cultura,estructura social, historiae intervencin h u m a n aEplogo: la sociologa histrica /regresa a la

    339341351367375391399411

    infancia? O cuando la sociologa claudica antela historia 429

    Paul Ghils

    Li Peilin

    Tribuna LibreL a sociedad civilinternacional:las organizaciones internacionalesnogubernamentales en el sistema internacionalChina en un perodo de transformacin social

    4 4 34 5 9

    Servicios profesionales yd o c u m e n t a l e sCalendario de reuniones internacionalesLibros recibidosPublicaciones recientesde la U N E S C ON m e r o aparecidos

    4714 7 54 7 74 7 9

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    Editorial

    H a c e alrededor deveinticinco aos, la sociologa y las ciencias polticas redescubrieron lahistoria, recuperando as una de las mayorestradiciones de su pasado, aquella querecrearon antao M a x W e b e r y Otto Hintze. Anteriormente, bajo la influencia del funcionalism o y del behaviorismo, esas disciplinas haban desatendido su vocacinm s importante:analizar el cambio social y la transformacinhistricade las sociedades. Georges Balandier,en Francia, o Robert Nisbet, en Estados U n i dos, fueron de los primeros en llamar la atencin sobre el empobrecimiento terico inducid o por tal ahistoricidad. Paulatinamente, diferentes corrientes de la sociologa y de lasciencias polticas, desde los partidarios delfuncionalismo c o m o S . N . Eisenstadt, hasta losneomarxistas c o m o B . M o o r e , P. Anderson,M . Hechter, T. Skocpol e I. Wallerstein, pasando por los weberianos y durkhemianosc o m o R. Bendix y C h . Tilly, restituyeron lahistoriaa unlugardehonor en el m a r c o de susrespectivos mbitostericos.

    Este n m e r o de la RICS, si bien quisierasubrayar la importancia del reencuentro entrelas aproximaciones histricay comparada, nopretende presentar la situacin pormenorizada, ni un balance deesta cuestin. E n cambio,quiere esbozar las grandes lneas de un debatesobre el m t o d o de la sociologa histrica, loque nos parece necesario para que esadisciplina, despus de veinticinco aos de madurez yhabiendo aportado investigaciones de gran valor, pueda dotarse de los medios para progresar hacia una m a y o r operatividad yestablecersus reglas metodolgicas; de esta manera, reducir la distanciaentreel anlisisde procesosconcretos, protagonista de las investigacionesfundamentales de la historia,y el anlisis c o m parado, que pretende poner de relieve las proposiciones generales.

    Este n m e r o de la RICS tiene su origen enuna sesin sobre La sociologa comparada:teora, m t o d o y contenido, organizada porquien firma esteeditorial, en el m a r c o del XIICongreso Mundial de Sociologa, que tuvo lugar en julio de 1990, en Madrid. BertrandBadie, en la comunicacin que present en elCongreso, y que ha sido reproducida en prim e r lugar de este v o l u m e n de la RICS, sindejar de subrayar que la perspectiva sociohis-trica nopuede ser sustituidaen el c a m p o delas ciencias sociales, plante el problema de ladebilidad metodolgica de la disciplina y lam e n t la ausencia, con algunas excepciones,de una reflexin en profundidad sobre estacuestin. En aquella ocasin, acept la propuesta de la RICS de dedicar un n m e r o a lacuestin y envi su texto a algunos de losprincipales representantesde la sociologa histrica, con el fin de suscitar sus respuestasycomprometerles as a un debate sobre m e t o d o loga. P. Birnbaum, S . N . Eisenstadt, M . H e c h ter, G. H e r m e t , Ph. M c M i c h a e l y C h . Tillyaceptaron la propuesta y vertieron sus reflexiones en los artculosque publicamosacontinuacin. Finalmente, Jean Leca tuvo la a m a bilidad de redactar, en el corto espacio detiempo entre la recepcin de los trabajos y lasexigencias del calendario de edicin, uneplogo en donde comenta estos textosy nos ofrecesus propias reflexiones.

    L a Redaccin de la RICS da las gracias atodos los autores que tuvieron a bienparticipar en este n m e r o , e m p e z a n d o por BertrandBadie, cuyas reflexiones metodolgicas hansido el origen de este n m e r o y que tambinha participado activamente en su preparacin.F o r m u l a m o s votos para que el debate iniciadoaqu encuentre ecoentre los especialistasde lasociologa histricay questos lo continen.

    A . K .

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    Anlisis comparadoy sociologa histrica

    Bertrand BadieEl hecho de que las ciencias sociales en general, y la ciencia polticaenparticular, vuelvana descubrir lahistoriaes ya en s una paradoja:puede sorprender la exclusin de la duracinen unaciencia q u e , por definicin, reflexionasobre el cambio social. Porello, d e b e m o s tratar dedistinguirlas ideologas que hasta hacepoco justificaban tal exclusin. Estas puedenclasificarse en tres categoras que ponen demanifiesto la ambigedad y la conciencia pocotranquila de los socilogosque arremetencontra Clo.

    L a primera de esasideologas pertenece a loque se ha dado en llamarc o m n m e n t e el historicis-m o : la historiaqueda m a r ginada en n o m b r e de laHistoria. C o m o esta ltim a tiene un sentido c o n o cidodeantemanoyqueescapa al control de los h o m bres y al efecto de sus prcticas sociales, el historiador notiene gran cosaqueensearle al socilogo ypuede incluso extraviarlo en el conocimientode lo detallado y lo accesorio q u e , en su opinin, no pueden m s quecrear interferenciasmolestas. Esta es la actitud de un socilogomarxista, en su versin ms rudimentaria,pero tambin la comparten los paradigmasevolucionistas y desarrollistas: conocido deantemano, el polo de la modernidad orienta ladinmica de las estructuras sociales ypolticas, pero tambin de las culturas y las creencias. E n este caso, la historiano introduce unefecto de interferencia, sino que designa, de

    Betrand Badie es profesoren el Instituto de Estudios Polticos, 27 rue Saint-Guillaume, 75341 Pars Cedex 07,Francia, y autor de variasobras sobrepolticacomparada, entreellas Sociologie de l'Etat (con P. Birnbaum, 1979),Cultureet politique (1986), Les deuxEtats ( 1987) y Politique compare (conG u y Hermet, 1990).

    hecho, unas supervivencias tradicionales destinadas a desaparecer. Paradjicamente,estaconstruccin aparece tambin en las sociologas hiperculturalistas, en las quecada cultura es portadora deuna historia,que tambinse conoce de antemano y escapa al control delos h o m b r e s : la representacin islamista de lahistoriao, en general, la que se desprendedetodo mesianismo, supone a priori unarealizacin cuya nica incgnita es la determinacin de su advenimiento.L a segunda de esas

    ideologas de exclusina s u m e la postura contraria: la sociologa y la historia ocupan mbitos distintos y estn separadas porfronteras perfectamentedelimitadas. La funcindel socilogo es asimilablea la del fotgrafo quefija u n orden social en unm o m e n t o determinado deltiempo que, por consiguiente, queda excluido ensu propia dinmica. Laideologa subyacente es claramente identifica-ble y corresponde a un supuesto ya aplicadopor los crticosdel behaviorismo: es legtimoanalizar el orden tal c o m o es y, por lo tanto,mostrar su capacidad de persistencia yreducirsus posibilidades dedescomposicin conflicti-va y de transformacin.

    L a tercera de esas ideologas es de facturam s recientey parecem s desconcertante an,ya que proclama sencillamente el finalde lahistoria'.El contexto deestosltimosaos, enparticular las transformaciones ocurridas en

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    342 Bertrand BadieEuropa oriental, ha contribuido a reactivar elmito de una cultura occidental portadora deuniversalidad y, por ende, productora de unm o d e l o de sociedad, de sistema poltico, desistemafilosficoy de esttica extensibles alresto del m u n d o . La realizacin completa deeste proceso supondra elfinalde la historia,om s precisamente el triunfo de una historiadestinada a unlversalizarse. E n talescondiciones, el conocimiento de las historiasn o rebasara el mbito del folklore y de las supervivencias. El anlisis comparativo no sacara delconocimiento histrico sino la evidencia detrayectorias muertas o moribundas. La postura es a todas luces ideolgica: justifica, bajo elpretexto del universalismo y la razn, la pretensin hegemnica del m o d e l o occidental ylegitima las estructuras de dependencia qued o m i n a n el sistema internacional.

    E n los ltimos aos, esas tres posturas sehan i m p u g n a d o enrgicamente. El redescubrimiento de la historiase inici afinalesde losaos sesenta, a raz de las crticas formuladascontra el desarrollismo, cuyo fracaso era yaimputable a los efectos nefastos de un universalismo ingenuo. Robert Nisbet fue quient o m la iniciativacuando exhort apreferirelestudio de lo concreto singular a la especulacin sobre lo universal abstracto2). S u planteamiento, por cierto, haba sido anunciado yprecedido por el de varios socilogos, c o m oBalandier, que instaban, desde los aos cincuenta, a elaborar una sociologa de la diferencia3). Sin e m b a r g o , lo que m s llama la atencin es la reclasificacin quem a r c el mbitode la sociologa poltica comparada cuandopor entonces ascenda el posdesarrollismo. Enefecto, el recurso a la historia interes tanto alos defensores de un desarrollismo de inspiracin funcionalista (Einsenstadt, Apter) c o m o alos herederos m s o m e n o s directos de D u r k -he im o W e b e r (Tilly, Bendix), de Parsons( c o m o S. R o k k a n ) o c o m o a una escuela, quedevino as neomarxista, a la que pertenecenBarrington M o o r e , Perry Anderson, MichaelHechter o T h e d a Skocpol").

    N o hay tradicin sociolgica que se hayamantenido apartada de esta obra de reconciliacin de la historia y de la comparacin yque no haya intentado acabar con esta ignorancia recproca. Esta convergencia podraconsiderarse, de entrada, c o m o una primeraprueba de la necesidad de semejante empresa.

    Por desgracia, su punto dbil es su incapacidad de producir una epistemologa capaz deorganizar, al m e n o s en forma m n i m a , la investigacin que inspira. A pesar de algunasobras demasiado escasas sobre esta cuestin,sobre todo las de T. Skocpol y C. Tilly, elm t o d o sociohistrico parece carecer por a h o ra de definicin: se sabe que la empresa esnecesaria, pero al m i s m o tiempo se piensa, sinconfesarlo, que an no se ha conseguido sufuncionalidad. Esto no es sorprendente. L a sociologa histrica comparada adolece de dospuntos dbiles: lo singular es, por esencia, reacio al anlisisy sobre todo a la comparacin;el desorden macrosociolgico es demasiadopronunciado para poder reconciliarlo con lasreglasdel m t o d o .

    I. Lab s q u e d a de la singularidadL a historia se presta mal a la comparacinporque es singular por naturaleza. Esta singularidad resisteal anlisisde dos maneras, porlo m e n o s : en primer lugar, la historiaescultura, o sea, es indisociablede la concepcin de laduracin propia de cada universo cultural; ensegundo lugar, las historiasson incomparablespor esencia ya que cada una de ellasproducesu propio sistema conceptual y sus variablessignificativas.1. Lapluralidad de las duraciones y de lostiempos histricos vuelve delicada la utilizacin de la sociologa histricaenanlisis c o m parativo. C a d a cultura es portadora, antetodo, de su representacin del tiempo que , porellom i s m o , afecta a su propia cienciapoltica.Resulta evidente que el desarrollismo proviene directamente de la concepcin lineal deltiempo, sustentada por la cultura occidental yya realizadaa travs de los diferentes paradigm a s del evolucionismo. Se podra aplicar lam i s m a observacin a las distintas sociologasde influencia organicista que se inspiran enuna problemtica del crecimiento y desatienden, por ello, los fenmenos de ruptura y losprocesos de cambio cclico. H a y algo m s significativotodava: las sociologas de la movilizacin y de la revolucin se hanreconstituidosistemticamente, en las ciencias socialesoccidentales, sobre la base del postulado de laevolucin unilineal. As, H o b s b a w m postulauna evolucin en los m o d o s de impugnacin y

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    Anlisis comparado y sociologa histrica 343

    B u e n o s Aires celebra la victoria con la C o p a del m u n d o de ftbol. Jorge del Pedregai/imapress

    asimila la revuelta del siglo X I X a una prehistoria de una forma m s acabada e institucionalizada de impugnacin5. El propio Obers-chall, en su e m p e o comparativo, elabora sutipologa de los movimientos sociales apartirde la hiptesis de una transformacin de lasestructurascomunitarias enestructurasasociadas y distingue incluso una evolucin en losm o d o s de impugnacin que lleva al tipo Cencontrado frecuentemente en las sociedadesoccidentales6. En cuanto a M a r x , su concepcin de la revolucin se deriva de un a concepcin igualmente lineal de la evolucin de lassociedades, segn la cual la evolucin de lasfuerzas productivas crea las condiciones de suincompatibilidad con las relacionessociales deproduccin.Esta concepcinde la duracin n o sepuedereducir en absoluto a la que prevalece enotrasculturas: se opone categricamente al tiempocclicoque se suele encontrar en las sociologasinscritas en la cultura islmica, c o m o lo demuestra la concepcin de la comunidad polti

    ca sustentada por Frbi, que se centra en lahiptesis de la entropa (fitna), o la de laasablyya de Ibn Khaldun que describe ciclosen los quealternan el poder de las solidaridades comunitarias y su descomposicin7. Asim i s m o , se sabeque la palabra desarrollo, en sutraduccin en lenguasextraoccidentales c o m oel swahili, remite a significados totalmente diferentes de los de progreso y evolucin8. Si sehace el balance de las interpretaciones socio-histricasde las trayectorias correspondientesal m u n d o m u s u l m n , seadvierte precisamentequ e la duracin remite a paradigmas enteramente originales, c o m o por ejemplo, la p e r m a nencia de la tensin entre el O r d e n de lo segmentario y el O r d e n de la comunidad polticaen Gellner9.

    Esta diversidad de las representaciones deltiempo vuelve particularmente delicada laidentificacin de las rupturas. D e s d e Tonniesy D u r k h e i m , al m e n o s , el paso de la tradicina la modernidad entraa la conversin de lassolidaridades comunitarias en solidaridades

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    344 Bertrand Badiesocietalesy de las solidaridades mecnicas ensolidaridades orgnicas. A d e m s , se ha simplificado excesivamente la tensin entre c o m u n i dad y sociedad, aunque al m i s m o tiempo se hapropiciado, porcierto, unmejorconocimientode las condiciones de edificacin de las sociedades occidentales modernas y de las crisisque dichas condiciones podan suscitar, c o m olo demuestran elocuentemente los trabajos deKornhauser sobre la sociedad de m a s a s , deLederer o de N e u m a n sobre el fascismo y deDeutsch o de Lerner sobre las crisisde desarrollo10.Transpuesta aotrasculturas, estaruptura pierde su sentido: las obras recientes sobre el Oriente M e d i o , el Africa del Norte, elAfrica Negra o el Lejano Oriente rechazantotalmente esta doble idea de paso y de ruptura eventualmente dramtica que lo a c o m p a a :las solidaridades comunitarias se reconstituy en en vez de deshacerse y el tiempo no equivale ya a una evolucin de una forma a otra,sino a una recomposicin o reorganizacin".Postular una concepcin nica de la duracinequivale entonces a interpretarstos f e n m e n o s c o m o supervivencias o retrasos. A d e m s ,la ruptura en una historia puede no serloenotra: la historia del paso al individuo tienesentido en la trayectoria poltica occidental,pero probablemente no en otras.

    El socilogo podra superar probablementeestas dificultades si las sociedades extraoccidentales - c o m o sociedades dependientes- noestuviesen marcadas por la superposicin dedos historiasy, a d e m s , de dos construccionesdel tiempo: la suya y la del m u n d o occidental.L a dinmica social de las sociedades dependientes est profundamente marcada por esadualidad: la importacin de prcticasy m o d e los polticos, econmicos y sociales equivale,al m i s m o tiempo, a la importacin de otrahistoria y tambin conduce a la coexistenciade doshistorias. E c o n o m a informal y economa organizada no corresponden a la m i s m aconcepcin de la duracin y m e n o s an delcambio o de la ruptura. Laeconoma deasignacin experimenta, asimismo, un m o d o deestructuracin y un ritmo decambio qu e difieren de los de la agricultura comercial quecoexiste dentro de la m i s m a sociedad12. Se podran formular las m i s m a s observaciones conrespectoa la poltica:la competencia devariossectorespolticoscorresponde ahistoriasy ritm o s diferentes, lo cual vuelve especialmente

    delicada la conceptualizacin de una sola trayectoria histrica de desarrollo propia de lassociedades dependientes.El problema secomplica cuando se tiene encuenta la lgica de la apropiacin de los m o d e los exgenos importados porpartede laslitesde la sociedad receptora. Es indudable, enprim e r lugar, que los modelos y las prcticasendgenas y los de ndole exgena nocorresponden a la m i s m a concepcin de la duracin:hay unaclara diferencia entre las frmulas delegitimacin que parten de la tradicin y que,por ellom i s m o , pertenecen a unahistorialarga ycasi inmemorial y las frmulas ajenas quepertenecen, por ello, a la historiabreve, incluso voluble y quepueden sufrir transformaciones bruscas. A d e m s , las lgicasde la apropiacin son, a su vez, complejas y remiten aestrategiasde actor que distan m u c h o de seruniformes. Esos mecanismos de apropiacinsem o d u l a n conarregloa las utilidadesdecadaquien yproducen, as, unapluralidad de duraciones en los m o d o s de construccin del Orden poltico:el Estadoextraoccidental incluyediferentes componentes que corresponden aritmos de apropiacin deliberadamentedistintos. El derecho, lo simblico, lo personal, laspolticas pblicas, los m o d o s de articulacinentre gobernantes y gobernados no remiten ala m i s m a concepcin de la duracin y se encuentran en situacin de desincronizacin.D e s d e este punto de vista, el ejemplo de losacontecimientos del otoo de 1988 en Argeliaresultam u y significativo: la manera en que lasautoridades les hicieron frente revela una capacidad de accin y de transformacin acortoplazo limitada a las estructuras polticas msexgenas, es decir, a las institucionesconstitucionales modificadas de inmediato por refer n d u m .

    E n realidad, esta desmultiplicacin de laslgicasde la apropiacin, aunada a esapluralidad de las duraciones en el interiorm i s m o delas sociedades, reduce al m e r o estado de ilusin las visiones extremadamente ideolgicasque proclaman el finalde la historia. Estaspueden, a lo s u m o , aplicarse a los fenmenossuperficialesy a la impresin deoccidentaliza-cin que se desprende de algunos procesos deimportacin. Bajo este barniz, se disimula enrealidad un juegocomplejo de importaciones yde apropiaciones, aunque tambin de resurgimientos de antiqusimos m o d o s populares de

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    Anlisis comparado y sociologa histrica 345accin polticay de cultura que el comparatis-ta debe tener encuenta: las trayectorias china,india o japonesa estn hechas en igual m e d i d ade simples transposiciones, de apropiacionesmesuradas y de actualizaciones de tradicionesculturales milenarias. A s pues, el comparatis-ta se encuentra frente a unadoble dificultad:su objeto se inscribe en un a pluralidad de d u raciones y stas nocorresponden -tratndosed e problemas aparentemente idnticos- a lam i s m a concepcin de la duracin que la queprevalece en las sociedades occidentales. C o n siderar el Estado argelino -entre otros ejemplos posibles- c o m o la realizacin paulatinade una concepcin de lo universal racionalequivale a transponer al actor argelino -profesional de la polticao n o - u n a concepcin queseguramente le es completamente ajena.2 . Algunas de esasdificultades podransuperarse porpoco que el socilogo comparatistalas analice detenidamente. A h o r a bien, la m a y or parte de los trabajos que invocan la sociologa histrica omiten este anlisis. T h e d aSkocpol, enparticular, le presta pocaatencinen su estudio c o m p a r a d o de las revoluciones,cuando es evidente que la Revolucin Francesa, la Revolucin R u s a y la Revolucin Chinan o corresponden a la m i s m a concepcin de laduracin, aunque slo fuera, entre otrascosas,porque la primera, m u y anterior, p u d o serviralas otras dos de m o d e l o acabado. La m i s m acrticapodra hacerse a Barrington M o o r e , yaque la duracin de la invencin democrticaen Francia no es comparable en absoluto a lade Inglaterra. E n c a m b i o , resulta m u c h o m sdifcil resolver otra dificultad planteada, unavez ms , por aquellaepistemologade lasingularidad: si las historias son comparables, enqu nivel lo son? Si lahistoriaesun a aventura,n o se corre el peligro dedestruir su identidadreducindola a un juego de variables c o m u nes? Las trayectorias histricas estn realm e n t e destinadas a mostrar los sucesivos ava-taresde unm i s m o f e n m e n o social universal?Es su propsito alimentar ytrivializarel anlisis multivariado?

    T o d o s estos interrogantes tropiezan con loesencial: las variables explicativas sonacasoindependientes de las culturas a las qu e pertenecen los objetos sometidos al anlisis? Lam a y o r parte de los trabajos de sociologa histrica h an respondido, demasiado apresuradam e n t e , en forma afirmativa, cuando tales va

    riablespertenecen tambin a un a historia, un acultura y una aventura. Someter a todas lashistoriasa unm i s m o juego de variables explicativas equivale a traducir las otrashistoriassegn el cdigo deun a historiaelegida. Polan-yi n os haba advertido del riesgo que secorraal erigir la variable econmica en categorauniversal de pensamiento de accin y, porende, de explicacin13. C o m p a r a r unas trayectoriasexplicando las diferencias con referenciaa este tipo de variable plantea, de entrada, unproblema. A s i m i s m o , conviene desconfiar delas numerosas ilusiones de universalidad: alexplicar las trayectorias revolucionarias conreferencia al Estado agrario, T h e d a Skocpolpostula que el Estado absolutista francs, 6elEstado imperial ruso y el Estado imperialchino comparten suficientemente la m i s m aidentidad sociopolticapara reproducir, por sucolusin con las litesagrarias dominantes, lam i s m a potencialidad revolucionaria14. Porm s atractiva que sea, esta explicacin niegatriplemente los principios de la sociologa histrica: al postular un a idea universal del Estad o (ahorabien, en qu se parecan el e m p e r a do r Tsing y el Rey de Francia?), una ideauniversal deliteagraria y una idea universalde articulacin de lo polticocon lo social. Lam i s m a ambigedad seencuentra en Perry A n derson quebasa su explicacin de la gnesisdel Estado en la crisisde la sociedad feudal,sin haber evidenciado previamente la singularidad histrica de la variable explicativa y dela variable por explicar15. En el m o m e n t o deelaborar su m a p a conceptual deEuropa, SteinR o k k a n no tiene m s remedio que admitir apriori que la variable religiosa, la variable poltico-territorialy la variable econmica tienenel mismo efecto en el conjunto de las sociedades del continente europeo16.

    A s el comparatistatiene que elegir: obienrecurre a la historia para explicar, c o m o lopropone T . Skocpol en Visionand Method inHistorical Sociology11, y se arriesga entonces areconstruir implcitamente un sentido universal de la Historia, obien respeta rigurosamente la irreductiblesingularidad de las historiasyn o puede entonces concebir la sociologa histrica m s q u e c o m o instrumentointerpretativo. En esecaso, el conocimiento de las trayectoriashistricasremite, en efecto, a la descripcin de un m o d o de transformacin y alintento de comprender en qu consiste su es-

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    346 Bertrand Badiepecificidad y de interpretarel comportamiento y la estrategia de los actores sociales. E sa esla actitud de unGeertz o de unBendix y, porlo tanto, la orientacinde trabajos c on pretensiones explicativas m s modestas que , en vezde construir u n a variable explicativa, asignanen realidad a la sociologa histrica una funcindescriptiva por yuxtaposicin de sistemasde significados distintos.II. L os efectos del d e s o r d e nmacrosociolgicoEl recurso sociolgico a la historia tiene c o m oefecto singularizar, pero tambin globalizar, locual suscita un desorden en el anlisis cuyasconsecuencias n o seh an m e d i d o bientodava.L a historia singulariza, porque r o m p e con louniversal y distingue entre varios m o d o s dedesarrollo, pero globaliza al sugerir la existencia de trayectorias, por lo tanto de identidadesduraderas, y tambin al destacar la formacinsocial c on respecto a la accin social, por c o n siguiente al preferir un enfoque estructuro-funcionalista a unenfoque accionalista.

    1. El anlisis en trminos de trayectoriaaparece enprcticamente todos los trabajos desociologahistrica, a u n si su paternidad p u e de atribuirse a Perry Anderson en su obraLineages of the Absolutist State: si los m o d o sde desarrollo son plurales, esto se debe a quecada u n o deellospertenece a unahistoria; silas sociedades no estn sometidas a una leyuniversal de la evolucin y del progreso, sonen c a m b i o dependientes de suhistoriapasada.El postulado es m u y m a n i d o : ya Tocquevillevea en la centralizacin estatalu n a caracterstica permanente de la historia de la sociedadfrancesa; Anderson explica la expansin de unEstado fuerte y centralizadopor losantecedentes feudales; A . B r o w n y J. G r a y diferencian alos Estados comunistas segn sus respectivospasados: el m a r x i s m o no se aplic del m i s m om o d o en la Rusia zaristay en la China i m p e rial18. E n semjate contexto, la rupturaes forzosamente accesoria, marginal yperifrica: sesupone queFrancia nopodr romper con sutradicin estatal y que le resultar imposibleinstaurar la regionalizacin; que el Estadosiempre ser dbil en G r a n Bretaa; que elsistema poltico ruso o sovitico siempre secaracterizar por un autoritarismo polticoy

    u n a sociedadcivilescasamente a u t n o m a ; quelas sociedades del m u n d o m u s u l m n vivirnen perpetua tensin entre el m o n i s m o islmicoy la adopcin ilegtima de modelos extranjeros.Resulta evidente, ante todo, que el postulad o n o puede desmantelarse porcompleto. R e nunciar a la ideade las trayectorias especficassignificara reducir a nada la sociologa histrica,quitndole n o slo todo valor explicativosino tambin todo valor interpretativo. En elmejor de los casos, este m t o d o permitiraesclarecer parcialmente el objeto social, perosin que esta parte pueda articularse con lasd e m s : de ese m o d o , el discurso del historiador saldra nuevamente del mbito del socilogo y se restablecera la separacin entre a m bas disciplinas.Por consiguiente, es inevitable el uso hipotticodel conceptode trayectoria y del m t o d oresultante. N o obstante,ninguno de los partidarios de la sociologa histrica ha sabidocombinarlo con la t o m a en consideracin delas rupturas. C m o se podra combinar, porejemplo, la construccin de la trayectoria britnica, caracterizada por la debilidad del Estad o , con la expansin en ese pas del welfareStated L a dificultades tanto m a y o r cuanto queel socilogo est supeditado a su eleccin epistemolgica: o bien opta por una sociologahistrica deductiva, y entonces se ve inevitablemente obligado a recalcar la ndole falsamente estatal del welfareStatebritnico, o seatodo lo que lo distingue del Estado ideal yprototpico; o bien, por el contrario, opta poru n a actitud emprica y utiliza los datos de laobservacin c o m o fuente de ruptura con respecto a la representacinque se haba formad o inicialmente de la trayectoria de desarrolloy rechaza, porende, la pertinencia sociolgicade los datos de lahistoria.

    A d e m s , la idea de trayectoria presuponede m a n e r a m s o m e n o s marcada la ndoleendgena del c a m b i o social: c o m o el pasadoesportador de futuro, el desarrollo o la transform a c i n de las sociedades slo pueden explicarse recurriendoa supropiopasado. Esta postura es insostenible en uncontexto que m u e s tra que lo interno y lo externo son indisocia-bles y que la estrategias de reactivacin delpasado se c o m b i n a n con las importaciones-deliberadasoderivadas- de bienes y modelospolticos exgenos. La trayectoria inglesa de

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    L a maternidad: relacin biolgica, co ndu c t a social. Abigail Heyman/Rapho.

    desarrollo se vio afectada por la importacin-desigual segn las coyunturas- de tradicionesestatalesfrancesas. Por su parte, la trayectoriafrancesa ha recibido constantes influjos demodelos importados de G r a n Bretaa y de losEstados Unidos. Las sociedades de Europaoriental viven, en la actualidad, unacrisisdetransformacin alimentada por una interaccin s u m a m e n t e complejaentre su trayectoriapropia y la imitacin de los modeloseuropeosoccidentales. El fenmeno es an m s amplioal tratarse de sociedades dependientes en lasque la adopcin de los modelos es algo impuesto y, a la vez, activamente deseado porlitesquehacen deellasu sellodistintivo. As,la disociacin de lo endgeno y lo exgeno sepierde en arenas cada vez m s movedizas. Subsqueda activa no puede sino convertirse enu n mal mtodo que implica la insercin delconceptodetrayectoriaen unasociologa de laaccin que permita designar claramente lasestrategias de importacin y de exportacin ymostrar c m o se organizan, c m o llevan adis

    tintosm o d o s de apropiacin de los bienes y delos modelos importados. El desplazamiento dela idea de trayectoria colectiva hacia la deestrategias individuales resulta algo ms queu n correctivo: es la condicin de una verdadera viabilidad de la sociologa histrica. L a articulacin accin-trayectoria adquiere el m i s m oestatuto que la articulacin accin-culturaaunque con la m i s m a incertidumbre, cuandom e n o s : hastadnde puede la primera reconstituir la segunda? Dicho con otras palabras:qu comportamiento debe adoptar el investigador, desgarrado entre la designacin de unpunto fijo (trayectoria, cultura, etc.) que lepermite interpretar las estrategias y la renuncia a todo puntofijoquecondena a la sociologa histrica a erigirseen mtodo deanlisisde los m o d o s de construccin improvisada, delas trayectorias?2 . E n un obra dettuloevocador, BigStructures, Large Processes, Huge Comparisons*9,Charles Tilly critica severamente la preferencia de la sociologa histricapor la formacin

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    348 Bertrand Badiesocial en detrimento de la accin social. Elautor muestra m u y acertadamente que la sociologahistrica, al ser bsicamentemacroso-ciolgica, conduce a descuidar la accin y aatribuir ms importancia no slo al sistemacon respecto al actor, sino tambin al ordenfrente al desorden, a la continuidad frente a laruptura, a la integracin frente al conflicto, ala legitimidad frente a sus m o d o s de i m p u g n a cin, etc. El argumento es sensato: cuanto m samplio es el objeto del socilogo, m s impelido se veste a acogerse, explcitamente o n o , alas metforas del organismo; cuanto ms sepone a comparar trayectorias, m s obligado seve a reificar el ordensocial. El cambio m i s m ose interpreta c o m o un "amplio proceso",estoes, no ya c o m o una composicin de accionessino c o m o una misteriosa mecnica del sistem a : as concibe las revoluciones BarringtonM o o r e , al igual que la construccin resultantede los regmenes de m a s a s ; as concibeW a -llerstein, asimismo, la mutacin que experimenta el sistema capitalista internacional; asconcibe tambin Reinhard Bendix el procesode construccin de la idea y de la prctica dela soberana20.

    P or consiguiente, la aportacin comparativa de la sociologahistricaqueda triplementefragilizada: al comparar sistemas, cae en latrampa del sistemo-funcionalismo cuyos endebles postulados la debilitan; al considerar"macroobjetos", reduce la comparacin a unareconstruccin efectuada apriori por el investigador; al remitir a "variables pesadas", tiende a "pulir" -de hecho, a unlversalizar- lasvariables explicativas sin poder proceder a sureconstruccin cultural y produce m o d o s deexplicacin que no se prestan del todo a laverificacin. T o d o el problema consisteentonces en averiguar si, por un lado, esta derivamacrosociolgica es inevitable y si, por otro,puede subsanar sus propios defectos.Charles Tilly parece haber sido el primeroen zanjar el problema exhortando a dirigirseresueltamente hacia las riberasde la historiaafin de precaverse de los riesgos de simplificacin sociolgica. Esta postura equivale a rechazar la macrosociologa c o m o tal y, por lotanto, todo proyecto desociologa comparada,pues es imposible establecer cualquier tipodecomparacin a partir de la microsociologa:comparar sin tener en cuenta la totalidad, elefecto de contexto y el parmetroculturaldes

    virtuara de entrada el anlisis. Carecera desentido comparar dospartidos polticospertenecientesa dos sociedades distintassin apoyaresta comparacin en los parmetrossociolgicos circundantes.Concebir, en c a m b i o , una macrosociologacomparada que nos u c u m b a ante talesescolloses m u c h o m s problemtico. L os trabajos queaspiran a ello adolecen a todas luces de losdefectos denunciados por Tilly, especialmentela reificacin y, por aadidura, el postulado dela " m a n o invisible" que, sin e m b a r g o , hansido denunciados a m e n u d o por las reglas delm t o d o sociolgico. Para Anderson, la invencin del "Estado absolutista" es una solucinencontrada misteriosamente por las sociedades aquejadas por una crisis de la autoridadfeudal. Para I m m a n u e l Wallerstein, el Estadom o d e r n o responde, c o m o por encanto, a lasnecesidades de un capitalismo apenas naciente. A s i m i s m o , todos los trabajos asociados a lasociologahistrica d e s e m b o c a n en la elaboracin de variables explicativas tan "pesadas"c o m o limitadas en n m e r o y universales.As,R o k k a n reduce la construccin de los sistemaspolticos europeos al juego de las tres variables: econmica, poltico-territorialycultural.As, por ejemplo, la R e f o r m a o la Contrarreforma tienen, por definicin, el mismo efecto,esto es, m s an, la m i s m a funcin en el conjunto de las sociedades del m u n d o europeo.Desaparece la distincin entre alvinismo y lu-teranismo, del m i s m o m o d o que se ignora eljuego divergente de las sectas o el peso deacontecimientosestructurantes, c o m o la revolucin puritana en Inglaterra. A d e m s , no seprecisa cul es el m o d o de articulacin entreesas variables, o, a lo s u m o , se da a entenderqu e es idntico. En consecuencia, no quedam s remedio que reconocer que la sociologahistricano ha encontrado el m o d o desorteartalespeligros, seal suplementaria de susdificultades para dotarse de un verdadero m t o do.

    3. T o d o s esos lmites se concretan en unproblema fundamental que los crticos de lasociologa histricahansolidodestacar: la imposibilidad de verificar las hiptesis formuladas. La diferencia conrespecto a algunasotrassociologas es manifiesta: la sociologa electoral, por ejemplo, graciasal anlisismultivaria-do y a la cuantificacin, haconseguidoestablecer un inicio -o al m e n o s una presuncin

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    Anlisis comparado y sociologa histrica 349seria- de verificacin. Demostrar, en c a m b i o ,el nexo causal que existe entre el cristianismor o m a n o y la invencin del Estado occidental,o entre el Estado agrario y la revolucin socialconstituye una empresa m u y aventurada. Esevidente que denada servira aplicar el m t o do de las variacionesconcomitantes: las variables construidas son demasiado pesadas ycompuestas y los objetos analizados s o n d e m a siadoextensos para que este recurso tenga sentido.L a pertinencia de la crtica obliga a lospartidariosde la sociologahistricaa abandonar unagran parte del terreno que crean haber conquistado. A pesar de la contraofensivade T h e d a Skocpol, haquedadoprcticamentedemostrado que la sociologa histrica n o p u e de ya pretender ser causal y debe fundar deotro m o d o , y m s modestamente, suambicinexplicativa. Heurstica al m e n o s , interpretativa y extensa a lo s u m o , la sociologa histricaanaliza sociolgicamente las historias: c o m p a rarlas equivale entonces a mostrar supluralidad, su m o d o dedistincin e indicar, precisam e n t e , por qu no son rductibles a las m i s m a s variables explicativas.

    M s all deesta "revisin a la baja" de lapretensin explicativa de la sociologahistrica, se sigueplanteando, de una uotra forma, elproblema de la verificacin. C m o verificarla pertinencia de los niveles de una c o m p a r a cin que aspira a ser descriptiva? C m o verificar, por ejemplo, que el conceptode diferenciacin constituye un factor de discriminacin

    til ypertinente qu e permite evidenciar diferencias en las trayectorias o en los m o d o s dedesarrollo? Por qu la falta de aparicin deun a funcin pblica es m s reveladora de lasdiferencias de modelos de desarrollo entreFrancia e Inglaterra que suhistoria c o m n deedificacin de un Welfare State?E s m u y probable que se sea el defectofundamental demetodologa dequ e adolece lasociologa histrica. No es m u y seguro questa est preparada para salvar pronto esteobstculo. Es inquietante la ausencia de reflexin e incluso depreocupacin aeste respecto.Tal vez sea necesaria una pausa en la labor deproduccin para que los especialistas puedanplantearse este tipo de problema y tratenderesolverlo. Sin e m b a r g o , la magnitud deestasdificultades metodolgicas n o debera impedirel florecimiento de la perspectiva sociohistri-ca: suutilizacin n o tiene sustitutoen cienciassociales y no se haigualadoel esclarecimientocomparativo que es capaz de aportar. Siguesiendo vigente la metfora del h o m b r e quebusca un objeto perdido bajo la dbil luz deun a lmpara de gas: las sombras qu e se ciernentodava sobre la sociologa histrica nodebeninterrumpir las labores del investigador, puess o n m u y ricas las potencialidades comparativas de que es portadora. Q u i e n recurra aellan o debe, e m p e r o , ignorar los lmites deesteenfoque ni la fragilidad de sus hiptesis y desus conclusiones.

    Traducido de l francs

    Notas1. Vase por ejemplo, F.Fukuyama, La fin delhistoire?,Commentaire, n. 4 7 , otoo de 1989.2 . Vase R. Nisbet, SocialChange and History, Nueva York,Oxford UniversityPress,1969.3. G . Balandier, Sens etpuissance,Pars, P . U . F . , 1971.

    4 . Para una presentacin deestacorriente, vase B . Badie, LeDveloppement politique, Paris,Econmica, 1988, pg. 139 ysiguientes.

    5. E. H o b s b a w m , Les Primitifs delarvolte, Paris, Fayard, 1966.

    6 . A . Oberschall, Social Conflictsan d social movements. PrenticeHall, Englewood Cliffs,1973.

    7. Vase en particular, A . K .Lambton, State and Governmentin Medieval Islam, Oxford,Oxford University Press,1981.

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    350 Bertrand Badie8. Vase D . C . Martin, Tanzanie:l'invention d'une culturepolitique,Paris, P . F . N . S . P . , 1988, pg. 244.9. Vase E. Gellner, MuslimSociety, Cambridge, CambridgeUniversity Press, 1979.10 . Vase B . Badie, C o m m u n a u t , individualismeetculture, in Birnbaum P., Leca J.,ed., Sur l'individualisme, Paris,PFNSP, 1986.11. The distinctiveness of themuslim state, inE.Gellner, J.C.Vatin dir., Islam et politique auMaghreb, Paris, C N R S , 1981.

    12 . G. H y d e n , Beyond Ujamaa,Londres, Heineman, 1980.13 . K .Polanyi, Lagrandetransformation, Paris, Gallimard,1983.14. T. Skocpol, Etats etrvolutions sociales, Pars, Fayard,1985.15 . P. Anderson, L'Etatabsolutiste, Paris, Maspero, 1978.16. S. Rokkan, Cities, states andnations: adimensional model forthe study of contrasts indevelopment, in S. Eisenstadt,S. Rokkan, Building States andNations,BeverlyHills, Sage, 1973.

    17 . T. Skocpol, Vision andMethod inHistorical Sociology,Cambridge, Cambridge UniversityPress, 1984.18. A.B r o w n , J. Gray, ed.,Political Culture and PoliticalChange inCommunist States,Londres, The MacMillan Press,1977.19. C.Tilly, Big Structures, LargeProcesses, Huge Comparisons,Nueva York, Russell Sage fn.,1985.2 0 . R. Bendix, Kings orPeople,Berkeley, University ofCaliforniaPress, 1978.

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    Prisioneros del Estado

    Charles Tilly

    A s c o m o loseuropeos subvierten inconscientemente el Estado a la vezque afirman suconveniencia, los especialistas ensociologahistrica comparada estn reduciendo involuntariamente el Estado a unpapel secundario, mientras afirman sucarcter central. Lasrecientes reivindicaciones independentistasqu e noshan llegado deGeorgia, Estonia oCroacia podran fortalecer la ilusin de queentramos porfinenlaera en que cada pueblova adisponer de un Estadopropio; de quev a m o s aasistir a la apoteosis delEstado-nacin, al finde lahistoria. Sin e m b a r g o , sonm u c h o s los indicadoresimportantes quemuestranque , ms all del torrenteactual de reivindicacionesnacionalistas, v a m o s haciaun hundimiento generalizado del tipo de Estadogrande, consolidado, centralizado, con fronteras n etamente definidas, quee m p e z a extender su dominio en Europa en elsiglo XVIII y seconvirti en modelo para el m u n d o entero despusde lasegunda guerra mundial. L a fluidez cadavez m a y o r delcapital, el trabajo, lasmercancas, el dinero y las prcticas culturales vasocavando laposibilidad, para todo Estado enconcreto, de controlar lo que ocurre en el interiorde sus fronteras. L a intervencin internacional concertada ensituaciones de conflictoc o m o lasdeYugoslavia, Sudfrica, la antiguaU n i n Sovitica o Irak, hansignificado elprincipio delfinpara laspautas desoberana

    del Estado tan difcilmente elaboradas despusde 1750.Adase a esto que los propios europeosestn creando una comunidad econmica,cuya estructura interna destruir lacapacidadde cualquier Estado m i e m b r o de aplicar unapolticafiscal,deempleo, de asistencia socialo mlitar independiente y queseenfrentan,a d e m s , con una enorme presin destinada aobtener la apertura deesta comunidad-conlosconsiguientesintercambios destructores delEsta

    d o - a losm i e m b r o s de laAsociacin Europea de Libre C a m b i o y a sus vecinosde Europa oriental. Seguramente, en otras partesd e l m u n d o , sin exceptuarlas regiones de EuropaOriental que no encuentran acogida en la C o m u n i d a d Europea, surgirnuniones econmicas nom e n o s opuestasalaestructura estatal independiente.N o hay queolvidartampoco quelamayora de lospequeosnacionalismos que han surgido con ladesintegracin de laantigua U n i n Sovitica estnauto-destruyndose, al provocar, a suvez, nuevasreivindicaciones deautonoma aescala cadavez m e n o r , an antesde que hayan podido sersatisfechas las reivindicaciones anteriores. Alm i s m o tiempo, las redes internacionalesde

    capitales, que ponen fcilmente en relacin losm s diversos centros, losextensos sistemas internacionales demigraciones laborales (tantolegales c o m o ilegales desde elpuntode

    Charles Tilly es profesor en la N e wSchool forSocial Research, 66 University Place, N e w York 10003-4520, endonde dirige elCentro deInvestigaciones de Cambios Sociales. Susobrasm s recientessonB ig Structures, LargeProcesses, Huge Comparisons (1984),The ConteniousFrench ( 1986), Strikes,Wars and Revolutions (1989, en colaboracin conLeopold Haimson), Coercion, Capital and European States AD990-1990 (1990) y European Rvolutions 1492-1992 (en prensa).

    R 1 C S 133/Septiembre1992

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    352 CharlesTillyvista de Estados particulares), los mercadostransnacionales creados ex profeso con sus correspondientes autoridades, las coalicionesque se forman en los c a m p o s de los derechosh u m a n o s y la vigilancia del m e d i o ambienteyhasta las Naciones Unidas, ineficaces durantetantos aos, se apropian de m u c h o s de esospoderes que los Estados nacionales fueron acum u l a n d o sin dificultades durante doscientosaos y consideraron c o m o prerrogtivas propias. Salvo contadas excepciones, c o m o N o ruega e Irlanda, la idea del Estado-nacincul-turalmente h o m o g n e o fue siempre un mito,perounmito utilizadodem o d o eficaz en Estados heterogneos c o m o Francia yEspaaparaqu e predominaran en los asuntos nacionalesun a sola fraccin de la nacin y un a sola perspectiva. H o y en da, la posibilidad de que unEstado europeo llegue a controlar de maneraefectiva el movimiento de capitales, trabajadores, mercancas, dinero, ideas o prcticasculturales a travs de sus fronteras, de que unEstado llegue a salvaguardar suhomogeneidadcultural, est desapareciendorpidamente. Ylas ideas, pretensiones y prcticas de los sedicentes Estados-nacin van a desaparecer t a m bin. Las naciones, en el sentido de poblaciones con determinadascaractersticasculturalesc o m u n e s , podrn sobrevivir, prosperar o hastavolverse a formar de n u e v o , perovivirn independientemente de unaestructura estatal poderosa.

    Mientras tanto, los socilogosespecializados enhistoriacomparada, guiados nicamente por el deseo de ampliar su territorio, estnsaliendo actualmente de la crcel en que supropio concepto del Estado les m a n t u v o durante m u c h o tiempo encerrados. H a c e diez oquince aos, centrar las investigaciones sociolgicas en el Estado tena ciertasventajas: erau n m o d o de oponerse al estructuralismo m a r -xista, que haca derivar las caractersticasdelEstado, de m o d o directo, totaly simplista, delas exigencias de la produccin; permita hacerrevivirversiones del m a r x i s m o m s ricas, m shistoricistas, despus del triste intervalo delestructuralismo marxista; representaba un estmulo para investigaciones histricas y c o m paradas serias; situaba a los Estados contemporneos en perspectivas a largo plazo; representaba un ataque contra las teleologas de lateoradel desarrollo; y obligaba a los macroso-cilogos a preguntarse de m o d o m s pertinen

    te en qu medida, y c m o , el pasado determin a el presente y el futuro.Sin e m b r a g o , esta aparicin del tema delEstado en el c a m p o de la teora sociolgicatuvo consecuencias intelectuales perniciosas,que algunos de los qu e favorecimos estaevolucin esperbamos evitar, o hasta combatir.Permtaseme ocuparme ahora de dos ideaserrneas, relacionadas entre s, venerables ensu origen, que llegaron a extenderse an m scon la m o d a de los anlisis centrados en elEstado: 1) la idea deque a cada Estado corresponda una sociedad distinta, coherente ycon continuidad, cuya historia se desarrollabaen interaccin con la del Estado; 2 ) el supuestode que la principal tarea de la sociologa c o m parada consista, pues, en comparar las historias divergentes de distintas sociedades. A m bas ideas derivaban de la mitologa de lanacin-Estado y tropezaron con dificultadesmanifiestas al tener que ocuparse de casosc o m o los de Indonesia, India, Brasil, Sudfri-ca. Blgica, C a n a d o la U n i n Sovitica. Entodos estos casos, y enm u c h o s m s , el suponerla existencia de una sociedad distinta, coherentey con continuidad que correspondiera alEstado caus casi tanto dao intelectual c o m ola hiptesis conexa de quecada una deellasera el resultado de unproceso de modernizacin lineal y orientado con arreglo a un fin.

    D e s d e luego, nop o n g o en duda ni un solom o m e n t o que los Estados existen y cambian;creo que es perfectamente legtimo intentarexplicar sus formas, susaccionesy transformaciones y quetambin es conveniente buscar yponer a prueba esas explicaciones mediante lacomparacin histrica. L o errneo es suponerqu e v a m o s a encontrar esa explicacin en elestudio de la situacin de una sociedad coherentea la que el Estado est vinculadoy en laqu e el Estado desempea una determinadafuncin. H o y en da casi todos los hombresdeEstado creen en dicha teoray la proponen; lamitologa de la nacin-Estado hace que parezca an m s verosmil.A h o r a bien, conscientes de las conexionestransnacionales, la segmentacin social y losincesantes conflictos, los que intentan analizarlas transformaciones del Estado deberan serm s prudentes que loshombres de Estado..., alm e n o s a este respecto.A s pues, qu es lo que nos hace creer quelos socilogos especializados en historia c o m -

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    Prisioneros del Estado 353

    Estatuasde un polica, un ingeniero yun obrero, erigidas en los aos setenta yfotografiadas en 1 9 9 1 , enBudapest.G Zarand/Rapho

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    354 CharlesTillyparada estn e m p e z a n d o a poner en tela dejuiciolos supuestos dainos de la sociedad yde la modernizacin lineal?

    En primer lugar, las manifestaciones de desesperacin deespecialistastan bien inform a d o s c o m o Bertrand Badie, cuando intentan elaborar un modelo lgico de c o m paracin causal para sociedades enteras ypara los Estados relacionados con ellas.En segundo lugar, el inters renovadoquesuscitan los problemas de las estructurasylos agentes, ya sea en el individualismometodolgico elaborado de Margaret Levio en la reinterpretacin del marxismo deAlex Callinicos.El tercer motivo, es la proliferacin de m o delos c o m o los de Michael M a n n o, anm s claramente, I m m a n u e l Wallerstein, enlos quedesempean un papel causal decisiv o determinadas conexiones que se sitanen un planosuperior al decualquier Estadonacional.El cuarto es la maduracin deuna sociologa estructuralque es capaz -irnicamente- de trabajar sin la postulacin a prioride estructuras amplias y autosostenidasc o m o los Estados y las sociedades (vase,por ejemplo, Breiger, 1990; Burt, 1982;W e l l m a n y Berkowitz, 1988) .Y , por ltimo, la proliferacin deinvestigaciones histricas vlidas y con un buenfundamento sociolgico que no se sitanen el marco convencional nacin/Estado/sociedad (vase, por ejemplo, Barfield,1989; Blockmans y Tilly, 1989; Chase-D u n n , 1989, 1990 ; Curtin, 1984; M c N a l l ,Leviney Fantasia, 1991; Wolf , 1982; Z u n z ,1985) .Evidentemente, Bertrand Badie ha presentado un punto devistacategricamente opuesto en este n m e r o de la RICS (Badie, 1 9 9 2 ) .Segn l, la sociologahistrica comparada hallegado a uncallejn epistemolgico sin salida.N o quiero ni m u c h o m e n o s desentendermedela preocupacin que manifiesta Bertrand B a die. Al quedar desacreditados los grandes m o

    delos de desarrollo, los especialistasde la historiacomparada a granescalasehan encontrad o sin fundamentos slidos para explicar lasvariaciones de estructura y los cambios detrascendencia. El problema de c m o conciliar

    la particularidad histricay las leyes generalesde transformacin sigue siendocrtico.D e m a nera justificada, Badie hace hincapi en esasdificultadesde la comparacin histricaa granescala. Adase a esto -y este puntoBadie nolo menciona- que unaparte importante de laproduccin histricay en ciencias socialeshacado en un escepticismofilosficodel que noparece poder escapar (vase, por ejemplo, A c ker, 1 9 9 0 ; Mitchell, 1990 ; Scott, 1988, 1 9 8 9 ) .L os analistas de la historia comparada seaventuran en un terreno disputado.

    Sin e m b a r g o , c o m o otrosque comparten supesimismo, Badie se equivoca al deducir deesa situacin de disputas y confusin que esmenester limtar los esfuerzos en el c a m p o dela sociologa histricacomparada a un simpleejercicioheursticosin posibilidaddeverificacin. El temor de que el carcter variable delas escalas de tiemposy los perodoshistricosde las distintas culturas pueda falsear dehecho toda comparacin, por ejemplo, es unaconsecuencia directa del supuesto de que lasunidades que han decompararse sonculturaso sociedades (Badie acaba por identificar a m bas cosas) y no procesos, acontecimientos oestructuras. Lo m i s m o ocurre con la afirmacin de que:Renunciar a la idea de las trayectorias especficas significara reducir anada la sociologa histrica, quitndole noslo todo valor explicativo, sino tambin todovalor interpretativo (Badie 1 9 9 2 ) . Y tambincon sta: Es imposible establecer cualquiertipodecomparacin apartirde la microsocio-loga (Badie, 1992) . A fin de cuentas, el argumento de Badie es epistemolgico: aunque enlos procesos histricospueda existirunorden,la variabilidad de las escalas de tiempos y delos perodos histricoshace que ese orden seainsondable. Badie observa un malestar, pero apartir de ah llega a conclusiones errneas.Para l, el investigador queanaliza lahistoriadebe renunciar forzosamente a la bsqueda derelacionescausales ycontentarse conponer demanifiesto sus diferencias.

    L a conclusin acertada es totalmente distinta. T o d a vida social eshistricaen dos sentidos: slo p o d e m o s observar lo que ya haocurrido y lo que ocurri antes condiciona demanera importante lo que puede ocurrir hoy;los procesos sociales no slo se repiten conarregloa las m i s m a s secuencias, sino que, adem s suelen no apartarse del camino seguido.

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    Prisioneros del Estado 355D e ah que las trayectoriasnacionales n o seanni idnticas niestrictamente comparables. Enla medida, sine m b a r g o , en que toda vidasocialeshistrica, sucondicin epistemolgicafundamental es la m i s m a ; lasprincipales variaciones en loque puede saberse del pasadoydel presente dependen delamagnitud de losresiduos de esavida social accesibles a losobservadores de h oy en da, de lamedida enque es posible hacer nuevas observacionespara poner aprueba lodeducido deobservaciones anteriores ydel grado en queestamosh oy familiarizados con loscdigos que inform a n esos residuos devida social pasada.C u a n d o admitimos que lavida social n o sepresenta enforma desociedades con continuidad, tenemos la posibilidad de estudiarprocesos, configuraciones, secuencias yrelaciones sociales detipo recurrente y tambinsusconexiones contingentes con suscontextos.E n una primera fase, p o d e m o s caracterizarpocas y regiones del m u n d o mediante ladescripcin emprica de los procesos que allprevalecen y sellevan acabo-mercantilizacin,desindustrializacin, formacin deimperios,etc.- yformular entonces proposiciones c o m probables sobre las relaciones deotros c a m bios sociales con dichos procesos predominantes; esta etapa nos ahorrar tener que esperarla formulacin deproposiciones verdaderasycomprobadas referente a todos los lugaresyperodos histricos. En principio, sin e m b a r go, proposiciones detipo m u y general puedenpermitir explicar situaciones m u y particulares;es algoque losgelogos y bilogoshacencontinuamente. L os que se atreven aformular generalizaciones transhistricas tienen laposibilidad deponerlasa prueba en el m a r c o de lahistoria.

    C o m o en el c a m p o de lageologa y la biologa, n o d e b e m o s esperaraencontrar uniformidades engrandes secuencias histricas, ni siquiera la repeticin de acontecimientos c o m plejos, sino m s bien en los vnculos entreacontecimientos, procesos y estructuras. Lasmigraciones a larga distancia nos proporcionan unabuena analoga: cada m o d e l o de m i gracin entre Turqua y Berln, entre ArgeliayPars, entre Jamaica yLondres, tiene caractersticas nicas y, sin e m b a r g o , dichos flujosestn sometidos a variaciones de tipo sistemticoenlamedida enque crean redes depatrocinio ymonopolios de empleo, semantienen

    mediante u n aportecontinuo de nuevos m i e m bros e incidencolectivamente en la vidapoltica de su lugarde destino (Baily, 1983; Barton,1975; Bodnar, 1985; Grieco, 1987; M o r o k v a -sic, 1987; Piore, 1979; Reitz, 1980, 1988,1990 ; Sturino, 1978) . C a d a experiencia individual delamigracin es nica y,sin e m b a r g o ,nos encontramos con variantes familiaresdepatrocinio, ayuda m u t u a yagrupacin en casitodas lasvidas de emigrantes. Las regularidades seencuentran en los vnculos entre patrocinio y actividad profesional, segregacin ysolidaridad poltica, monopolio yprosperidady no en la repeticin mecnica de la secuencias.L os investigadoresque llevaban acabo unalabor de comparacin histrica agran escalan o slocentraban -equivocadamente- la c o m paracin en las sociedades, sinoque a d e m sesperaban que lasuniformidades se presentaran c o m o secuencias recurrentes. L o que deberan haber buscado eran los principios en quese basan lassecuencias variables. Q u principios? D i s p o n e m o s de por lom e n o s dos mtodos clsicos de explicacinsocial que se aplican, sindemasiado esfuerzo,a losprocesos y estructuras histricos. U n oconsiste enreconstituir las decisiones y susmviles; la idea delaopcin racional es suversin actual m s corriente. El segundo es lareconstitucin derelaciones sociales constri-entes, unm t o d o queyaconoca S i m m e l ,pero que ha vuelto aaparecer conel n o m b r ede sociologa estructural. V o y a explicarahora por qu creo que la idea de laopcinracional tiene un valor limitadoyporq u , am i entender, la sociologa estructural podrapermitirnos mitigar efectivamente elescepticismo paralizador deBertrand Badie.

    A suvez constituyelateoradelaopcinracional una eleccin racional para losinvestigadores queseocupan delanlisis histrico?Tiene acaso ventajas especficas que lahacenpreferible a otras: funcional, interpretativaoestructural-causal? Entoda lgida podramossuponerlo, sitenemos en cuenta que los individuos son losnicos actores reales que p o d e m o s observar, que en una disciplina, laeconom a , se han obtenido buenos resultados alexplicar una gran variedad deestructuras yacciones sociales mediante la eleccin racional, yque enelm o d e l o intervienen explcitamente laestructura y losagentes, alpresentar-

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    356 CharlesTillyse en l procesos de t o m a de decisiones conscientes con limitaciones estructurales (Colem a n , 1990; Hechter, 1983; Levi, 1988; Little,1991 ; W i t t m a n , 1991). E n el m o d e l o clsico dela opcin racional n os encontramos con soldados en casamatas, conscientes y calculadores,qu e apuntan conm u c h o cuidado a los objetivos que pueden ver a travs de la mrilla, peroqu e estn considerablemente limitados por lasituacin de la casamata, la forma de la mirilla, las caractersticasde sus armas, suaptitudpara el combate y las municiones de que disponen. E n m u c h a s situaciones sociales, un m o delo c o m o ste tiene validez desde un puntode vista intuitivo. Sin e m b a r g o , teniendo encuenta las pretensiones subrepticiamente a m biciosas que han anunciado recientemente E d gar Kiser y Michael Hechter para la teoradela opcin racional, hay que insistiraqu en questa tiene -al m e n o s en su forma corriente-serios defectos si queremos utilizarla c o m obase del anlisis histrico a gran escala. Siconstruimos todo un edificio sobre esos cimientos, tenemos buenos motivos para temerun derrumbe.

    E m p e c e m o s por lo m s evidente: la teorade la opcin racional consiste en un conjuntode afirmacionesextremadamente generales sob re c m o los individuos eligen entre las diversas acciones posibles, con limitaciones impuestas por las preferencias y los recursos. Ensus formas deteorade la eleccin del pblico,o de teora de los juegos o de las probabilidades, se tratade unateora relativamente coherente, tanto m s coherente y profunda cuantoqu e est estrechamente asociada con la economa neoclsica y tambin, aunque de m o d om s indirecto, con la economa institucionalis-ta. Setratade un a teora transhistrica, yhasta antihistrica, entressentidos:primero, porqu e no se refiere a ningn proceso histricoidentificable; segundo, porque el tiempo nocuenta entre sus conceptos fundamentales; ytercero, porque enningn m o m e n t o se dice enellaque las regularidades que observa cambianal pasar de una era histricaa otra. M s an,las teorasde la opcin racional suelen hacergala de su antihistoricismo, de ser aplicablescon independencia del tiempo y del lugar.L a teora de la opcin racional, para sersatisfactoria,hade explicar d e m o d o adecuadosituaciones en las que se dan las siguientescondiciones:

    - individuos conscientes y determinadoseligen de m o d o deliberado;- al elegir, seleccionan entre acciones posibles de forma que tanto los eventualesobservadores c o m o los individuos encuestin pueden identificar;- los individuos eligen atenindose a reglasde decisin que, o bien sondadas a priori, o pueden de algn m o d o observarsecon independencia de la accinque ha deexplicarse;- las decisiones se t o m a n teniendo encuenta limitaciones que pueden ser tambinevaluadas con independencia de la accin que ha de explicarse;- por ltimo, los valores de las opciones o

    de sus resultados pueden tratarse c o m ofactores variables, comparables y p e r m a nentes.A s pues, el concepto de opcin racionaltiene validez en todos los casos m s o m e n o saislados en que se encuentran reunidas todasestas condiciones.E n el anlisis a corto plazode la accin colectiva popular, por ejemplo,puede ser til considerar que grupos previamente relacionados, que tienen enc o m n inte

    reses bien determinados, llevan a cabo unaseleccin de lneas de accin en unrepertorioy a establecido por una interaccin estratgicaprevia: manifestar tal da, presentar unapeticin al da siguiente, etc. (Aya, 1990; Giugni yKriesi, 1990; Hardin, 1983; McPhail, 1991;Tarrow, 1989).E n casos excepcionales c o m o ste, los investigadores que seocupan del anlisishistrico encontrarn probablemente que la teorapuede ser til, no tanto porque explica unadecisin particular, sino porque permite unclculo de los efectos acumulados de n u m e r o sas decisiones. L os bigrafos no suelen necesitar modelos deconducta de actores racionales.D e b e m o s entonces identificar tambin otroelemento: el m e c a n i s m o de la acumulacin delas decisiones. N o pretendo,claro est, que elque desee llevaracabo unanlisisde un fenm e n o histrico desde el punto de vista de laopcin racional debe probar primero que serenen efectivamente todas esas condiciones.L o que s afirmo es que, de ser pocoprobablela presencia deun a deellas,dara mejor resultado otro tipo de explicacin. Y aadir queesas condiciones m u y pocas veces se encuen-

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    Soldado croata, Osijek, diciembre de 1 9 9 1 . J r. Bourcan/Rapho.

    tran reunidas cuando se analizan problemashistricos importantes; los casos aislados deque hablbamos antes son m u y poco frecuentes en lahistoria. D e b e m o s reservar elanlisisefectuado desde el punto devistade la opcinracional a casos especiales.Por qu? Por tres razones de peso y m u chas razones secundarias. Primera razn depeso: en los principales procesos de transformacin histrica, las limitaciones, los valoresy las alternativas posibles cambian continua

    mente (aunque ellonoafecte las reglasde decisin); esos cambios constituyen ya, en s m i s m o s , buena partede lo que h e m o s deexplicar.Esto ocurre con todos los procesos de iza-cin que estudiamos:capitalizacin, urbanizacin, industrializacin, secularizacin, m o vilizacin y todas sus consecuencias. Si h e m o saprendido algo sobre los cambios de la fecundidad, por ejemplo, es justamente que las preferencias por lo que atae al n m e r o de hijosvara continuamente en funcin de la mortali-

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    358 CharlesTillydad infantil (Coale y Watkins, 1986; D u p -quier, 1984; Leasure, 1983; Levine, 1987;Weir , 1984) . Y lamodificacin de lafecundidad seajusta enm a y o r medida que la mayorade los otros procesos sociales a los requisitoslgicos que supone elanlisisde opcinracional.Segunda razn importante: enbuena m e d i da, esos cambios no dependen de tomasdedecisin conscientes, son consecuencias de interacciones mecnicas y residuos nointencionalesdeotrasacciones. E n el caso de la migracin en cadena, por ejemplo, los trabajadoresexpatriados suelen enviar una cantidad considerable de fondos, bienes einformacin a familiares del lugar deorigen (Bodnar, 1985;M a c D o n a l d y M a c D o n a l d , 1964; Portes yM a n n i n g , 1986). Acorto plazo, este conjuntode acciones sepresta fcilmente aalgn tipode explicacin desde elpunto de vista delaopcin racional. Sin e m b a r g o , la transmisinde fondos, bienes e informacin transformalarelacin m i s m a entrepunto departiday puntode destino, alteralaorganizacin social en losdos cabos de la cadena, estableceloqueAllandPred llama un c a m p o de informacin deform a d o , en vez del conjunto uniforme deoportunidades del que tanto hablan los economistas que teorizan sobre las migraciones,contribuye a determinar quin va a emigrar ulteriormente yen qu circunstancias, influye enlaimportancia relativade las poblaciones vinculadas en los puntos de origen ydestino, m o d i fica el atractivorelativode los puntos deorigen y destino c o m o lugares deresidenciadefinitivaydesempea un papel decisivo en lacreacin de una identidad tnica en elpuntode destino (Pred, 1980) . H e ah los procesos detransformacin social qued e b e m o s explicar; yello,ami entender, nosalejadel c a m p o de lasexplicaciones de tipoopcin racional.

    L a tercera razn imprtate, y la m s seria,essta:por lo c o m n , el individuo es un puntode partida errneo para elanlisis social.Ennuestra propia cultura yen elc a m p o culturalsociolgico, nos convencemos fcilmente deque los nicos puntos de partida posiblessonel individuo y la sociedad, sea cual fuere el queconsideremos prioritario. Tanto lostericosde la opcinracional c o m o los partidnos de lainterpretacin han abandonado, justificadamente, eldeterminismo social de Durkheimode Parsons; pero hanvueltoaunindividualis

    m o radical, sin querer considerar otra solucinm s fecunda: hacer de lainteraccin sociallaunidad fundamental delaobservacin, el anlisis y la teora. L os principales modelos, entrelos tericos clsicos, podran seren estecasoS i m m e l , M e a d y M a r x , aunque en algunas pginas de W e b e r -en su anlisisde los grupostnicos, por ejemplo- lainteraccin d e s e m p e a un papel importante.D e b e m o s aanalistasde redes yespecialistas de losprocesos econmicos, c o m o Harrison White, Ronald Burt, M a r k GranovetteryViviana Zelizer, los intentos m s seriosrealizados enestos ltimos tiempos de elaboracinde un programa coherente de investigacionesdesde un punto devista interaccionista. Laaportacin de los especialistasde los procesospolticoshasido m s desigual, enparteporquelos enfoques interpretativo y hermenuticohan acaparado su atencin y tambin, encierta medida, porque siguen considerando instructivos algunos modelos de interaccin estratgica -y tambin, por lo tanto, algunasversiones de la teora de la opcin racional.Creo que, en elfuturo, v a m o s a asistir a unaconfluencia de las distintascorrientes interac-cionistasen lo relativoaprocesos econmicosy polticos, a unflorecimentode la teorainteraccionista, a lacreacin en ltimo trmin o de unpequeo espacio reservado a los m o delos de opcin racional en ese m a r c o .

    E n elplano de las comparaciones m u n d i a les, se han realizado ya considerables progresos en eltrabajo de elaboracin de unateorainteraccionista. Tras losesbozos de FernandBraudel, las obras recientes deJanet A b u -L u g h o d , Robert C o x , Alfred Crosby, PhilipCurtin yWilliamMcNeill nosmuestran que esperfectamente posible examinar conexiones agran escala de manera comparada ysistemtica sin hacer referencia asociedades y sin aferrarsea la idea deque las unidades observadashan de ser Estados. A d e m s , numerosos investigadoresqueestudian Estadosestn efectuand o comparacionesque tiende a limtarla reifi-cacin de los modelos centrados en el desarrollo poltico (Alapuro, 1988; Anderson, 1986;Barkey yParikh, 1991; Bulst yGenet, 1988;Caporaso, 1989; Font, 1 9 9 0 ; Gallo, 1991; G e net, 1990; Gledhill, Bender y Larsen, 1988;Glodstone, 1991; Gurr, Jaggers y M o o r e ,1990; Harff y Gurr, 1988; Kirby y W a r d ,1991; Krasner, 1984; L a c h m a n n , 1989; Lee,

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    Prisioneros del Estado 3591988; M a n n , 1986, 1988; Modelski y T h o m p son, 1988; North, 1990; Poggi, 1990; Rasier yT h o m p s o n , 1990; Schutz y Slater, 1990;T h o m p s o n , 1988; T h o m s o n , 1989; Tilly,1990; Zolberg, 1980, 1987). Losanalistaspartidarios de la teora del sistema mundial nohan producido una teora realmente convincente de la formacin del Estado, perohanmostrado, desde luego, algunas maneras desituar a los Estados en contextos totalmentedistintos del de la sociedad individual (Bos-well, 1989a, 1989b; Boswell y Dixon, 1990;Burke, 1988; C h a s e - D u n n , 1989, 1990; D u-plessis, 1987; Schaeffer, 1989; Wallerstein,1974-1988). Entodosestoscasos, y en m u c h o s

    m s , lo que realmente importa es encontraruna definicin especfica y no ideolgicade loque ha de explicarse, buscar mecanismos causalesprecisos y estudiar seriamente las conexiones entre grupos, organizaciones, localidades y acontecimientos, en vez de buscar secuencias tpicas o una lgica de los sistemassociales. Este tipode anlisisnos muestra, am i entender, c m o elaborar explicaciones polticas a gran escala que sobrevivirn tras elhundimiento del sistema de la nacin-Estado,que nos ayudarn de hechoa explicar ese hundimiento inminente.

    Traducido del ingls

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