La Tradicion y El Gaucho

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    I   n   c    h   a   u   s   p   e Pedro Inchauspe La tradición y el gaucho  in octavo 2011

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  p  e

Pedro Inchauspe

La tradicióny el gaucho

 

in octavo

2011

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Este libro se publica y ofrece gratuitamente alos suscriptores de In Octavo, con el único

propósito de su puesta a disposición, en el mis-mo sentido en que lo haría una bibliotecapública. Esto no significa en modo alguno quesu contenido haya sido librado al dominiopúblico. Los propietarios de los derechos perti-nentes están debidamente consignados. Cual-

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La tradicióny el gaucho

Pedro Inchauspe

 

in octavo

2011

Ensayo y antecedentes

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  La tradición y el gaucho 

Noticia

El título de este libro pudo haber sido La pampa y elgaucho, porque esos son sus temas centrales. La ma-

nera como el autor encara esos asuntos no es fácil-mente encasillable: comparte algo del ensayo históri-co, algo del análisis sociológico, algo del estudio decostumbres. El resultado, sin embargo, es fascinante.

 Pedro Inchauspe (1896-1957) narra una epopeya: laconquista de la pampa para la actividad productiva;

 y dibuja el perfil del protagonista mayor de esa ges-ta: el gaucho, alternativamente vilipendiado o idea-lizado pero pocas veces valorado como actor de unepisodio decisivo en la construcción de esa aventurahistórica que hoy llamamos la Argentina. Respaldasu narración con abundantísimos testimonios de tes-tigos privilegiados, en su mayoría viajeros europeos

que coinciden todos en un mismo sobrecogimientoante la solitaria inmensidad de la llanura y en unamisma admiración ante el tipo humano que reuniólas cualidades de carácter, inteligencia y destreza

 para dominarla.

Inchauspe fue un autor muy conocido por quienes

cursaron sus estudios primarios al promediar el si- glo XX. Junto con su cuñado Germán Berdiales pro-dujeron una media docena de libros de lectura que

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 fueron ampliamente utilizados en las escuelas. Peroademás, Inchauspe, nacido en Laboulaye, provincia

de Córdoba, recogió los conocimientos sobre el campoargentino que había adquirido en su juventud, los profundizó y sistematizó, y así entregó una serie deobras cuyos títulos las describen por sí solos: Voces ycostumbres del campo argentino (1942), El gauchoy sus costumbres, Diccionario del Martín Fierro(1955), Las pilchas gauchas (1956), Reivindicación

del gaucho.

La tradición y el gaucho  fue publicado en 1956 y

nunca reeditado. Esta edición digital redistribuye en páginas independientes los fragmentos incluidos enel apéndice, corrige y ordena la bibliografía, y opta

 por presentar uniformemente en su forma originallos nombres extranjeros.

El Editor

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  La tradición y el gaucho 

Índice

Dedicatorias

 A Laboulaye, Pedro Inchauspe

Romance de Pedro Inchauspe, C. A. Alba

 A modo de prólogo, G. Berdiales 

Capítulos

Con el pie en el estribo

La tradición

El primer cronistaLos orígenes de nuestra riqueza ganadera

El gaucho

La estancia, primera escuela del gaucho

La vestimenta del gaucho

El apero o recadoTipos y costumbres de la pampa

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  La tradición y el gaucho 

Historia de la agricultura

En ―tierra adentro‖, con los indios 

El mate amargo, símbolo de nuestro campo

La copla popular, índice psicológico

 Apéndice

Un rancho en la pampa, R. CunninghameGraham 

Un rancho criollo, R. Cunninghame Graham 

Ranchos en la pampa, F. Bond Head 

¡Ave María! R. Cunninghame Graham 

Hospitalidad criolla, C. DarwinLa cama gaucha, R. Cunninghame Graham 

La querencia, R. Cunninghame Graham 

 A la querencia, L. V. Mansilla

Indolencia gaucha, F. Bond Head

Una posta en 1823, R. Proctor 

Una posta, C. Darwin

Una posta, F. Bond Head

Sencillez pampeana, J. Miller

Descripción de la pampa, A. D’Orbigny 

Cardos en la pampa, W. H. Hudson

 Viajando por la pampa, F. Bond Head

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  La tradición y el gaucho 

Médanos en la pampa, A. D’Orbigny 

Médano y aguada, E. S. Zeballos

Las pampas, H. M. Brackenridge

Las llanuras, J. Andrews

Las pampas, R. Proctor 

Cardos en la pampa, F. Bond Head

La vida fácil, T. Falkner 

 Algarroba, L. V. Mansilla

Tigres y leones, F. de Azara

El tucutuco, C. Darwin

Los venados, C. Darwin

La calandria, C. DarwinLos baguales, T. Falkner 

Costumbres de las vizcachas, C. Darwin

La pulpería, R. Cunninghame Graham 

Pulpería y gauchos, C. Darwin

 Asado al asador, R. Proctor La carne como alimento, F. Bond Head

El charque, R. Proctor 

Caza de perdices, J. y W. Parish Robertson 

Caza de perdices, J. Andrews

Estancias, H. M. Brackenridge

El espíritu de libertad, J. Miller

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 Aprendizaje gaucho, F. Bond Head

Los cueros, Concolorcorvo 

Matadero a campo, P. Parra

Contramarca, P. Mantegazza 

Disparada del rodeo, R. Cunninghame Graham 

El gaucho y el caballo, W. H. Hudson

Equitación gaucha, F. Bond Head

Equitación gaucha, C. Darwin

El salto de la maroma, J. Miller

Doma en el campo, J. y W. Parish Robertson

Doma, F. Bond Head

Una tropilla, R. Cunninghame Graham La tropilla, W. H. Hudson

 Arreo de mulas, P. Parra 

 Arrias, R. Proctor 

Rastreador, F. Bond Head

Rastreadores, C. DarwinRastreador, L. V. Mansilla

 Apero, lazo y pingo, R. Proctor 

Enlazar, L. V. Mansilla

Resistencia gaucha, L. V. Mansilla

 Aplastarse, L. V. Mansilla

El marchado, L. V. Mansilla

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Equitación gaucha, J. Miller

El lazo, C. Darwin

Ñanduceras, R. Proctor 

Pialar, P. Mantegazza 

Boleando, P. Mantegazza 

Las boleadoras, C. Darwin

Tejidos indios, C. Darwin

Carretas, C. Darwin

Una galera, J. Andrews

El cuero, F. Bond Head

Carretas, Concolorcorvo

 Viajes en galera, F. Bond Head Vestimenta, F. de Azara

 Vestimenta gaucha, R. Cunninghame Graham 

Gaucho lujoso, R. Cunninghame Graham 

Pilchas gauchas, A. Isabelle 

Botas de potro, R. Cunninghame Graham Chapeados y recados cantores, R. Cunninghame

Graham 

Un matrero, L. V. Mansilla

El velorio del angelito, R. Cunninghame Graham 

Bailes nacionales, P. MantegazzaLa religión, F. Bond Head

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La vida en las pampas, R. Cunninghame Graham 

Rastrillada y guadal, L. V. Mansilla

Orientación, R. Cunninghame Graham 

El teléfono gaucho, C. Darwin

Hospitalidad india, L. V. Mansilla

Tierra adentro, R. Cunninghame Graham 

 Vigías, L. V. Mansilla

Indios y cristianos, R. Cunninghame Graham 

El malón, R. Cunninghame Graham 

Encuentro con los indios, R. CunninghameGraham

Bibliografía del apéndice

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 A LABOULAYE

 — mi pueblo natal, en la provincia de Córdoba —  que, en 1953, conmovió la serenidad de mi vidacon sus inolvidables homenajes.

P. I.

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Este romance, grato a mi corazón, fue leído por su autoren la comida con que los amigos festejaron mi regreso

a Laboulaye después de una larga ausencia.

ROMANCE DE PEDRO INCHAUSPE

Este es romance sencillo,Romance de hombre modesto.Romance de Pedro InchauspeQue ayer ha vuelto a su pueblo.

En Laboulaye nació Don Pedro Inchauspe, el maestro,

En Laboulaye vivió Apenas un lustro quieto.

 Después a otros pagos, lejos,Lo llevaron muy pequeñoY por mucho no volvió

 Don Pedro Inchauspe, el maestro.

 Pero ya en su corazón Para siempre llevó prietoEl recuerdo de sus pagosComo un suspiro en el pecho.

 Azares de la fortunaLo tuvieron siempre lejos

Mientras su pueblo crecíaCara al viento y cuerpo recio.

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Y fue maestro de indiosY fue ciudadano honesto

Y fue el escritor que sabeCantarle a todo lo nuestro.

La fama nos trajo un díaSus mentas y su recuerdoY supimos que era honra

 De su pueblo y de su tiempo.

Hoy de nuevo entre nosotrosComo a un hijo le tenemos.Como a un amigo, un hermanoQue el tiempo nos ha devuelto.

Y aquí está como una página De “San Martín, el Maestro”,

Una copla de sus coplas,Un retoño de sus sueños.

Siempre estará con nosotros Aunque se vaya de nuevo,Siempre estará con nosotros

 Porque es nuestro y porque es bueno.

Canten guitarras sonorasLa alegría del reencuentro.Lloren amigos, si quieren,Que don Pedro Inchauspe ha vuelto.

C. A. Alba.27 de abril de 1952.

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 A MODO DE PRÓLOGO

Envío a Pedro Inchauspe. 

Calíbar del folklore, rastreador

de “Voces y costumbres” en la pampa,baqueano que “Allá en el sur” acampa

 y de “Las pilchas gauchas” trenzador.

 Pedro Inchauspe, real conocedorde la materia, ahora da a la estampa“La tradición y el gaucho” donde campa

con prestancia de auténtico escritor.Su Hernandiana pasión así culmina,aunque ha de darnos muchos libros más,como ése en que ejemplar nos adoctrina

“San Martín, el Maestro”, o bien quizás

componga este Perrault de la Argentinaun nuevo inolvidable “Vueltatrás”...

Germán Berdiales.

Buenos Aires, junio 28 de 1952.

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Con el pie en el estribo

EN LOS  VIEJOS TIEMPOS DEL CAMPO  ABIERTO, y tam-

bién en otros algo posteriores, salir ―con caballo detiro‖ significaba iniciar una jornada de cierta dura-ción, jornada que no podía hacerse ―pelo a pelo‖, va-le decir únicamente con el montado y de una senta-da o un tirón. Y ―echar la tropilla por delante‖, quizá

sobra la aclaración, era como pregonar a los cuatrovientos que se emprendía un viaje largo, de muchasleguas y de muchos días de andanzas.

 Así será el nuestro. A través de las páginas deLa Tradición y el Gaucho, iremos “con la tropilla por

delante‖, al tranco unas veces, admirando el paisaje

en todos sus detalles, según iban aquellos viajerosen las horas de mayor calor, y otras a galope tendi-do, ojeando apenas los alrededores, tal como lo ha-cían cuando los amenazaba una tormenta brava,husmeaban la proximidad del indio o del tigre — fan-tasmas del desierto — , o se les echaban encima, lejosde ―las casas‖, las primeras sombras de la noche.

 Y así, al tranco o al galope, veremos desfilar co-sas de la tierra argentina, lejanas y olvidadas algu-

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nas, cercanas y más o menos conocidas las demás,pero enraizadas todas en una planta común, porque

el salvaje y el conquistador, el infiel y el cristiano, lamontaña y la llanura, el monte y el río han sido lasfuentes originales de nuestra tradición, esa tradi-ción cuya esencia llevamos trasvasada en la sangrey que nos hace ser y proceder como individuos de unlugar determinado del mundo.

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La tradición

L A TRADICIÓN ES LA PRIMERA FORMA DE LA HISTORIA.

Desde las épocas más remotas las agrupacioneshumanas sintieron la necesidad de prolongarse ensus usos y costumbres  — que con el idioma son loselementos fundamentales de un pueblo —   y, comocarecían de la expresión escrita, utilizaron el único

medio a su alcance: el relato, trasmitido de padres ahijos, de viejos a jóvenes, de los que saben a los queno saben, no sólo para capacitar a sus continuado-res, sino también para dejar noticia de su paso porla vida y honrar y perpetuar sus hechos, sus devo-ciones, sus glorias.

Una tradición tiene, indefectiblemente, un fondode humildad con relación al desarrollo siempre cre-ciente de los pueblos en el progreso y la cultura; loshijos, los nietos, cada una de las generaciones quevan sucediéndose, asisten a transformaciones tansorprendentes, a descubrimientos de tal magnitudcientífica y a prácticas de tanta novedad que, a buen

seguro, ni aún los hombres más imaginativos detiempos anteriores se hubieron atrevido a soñar si-quiera.

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Estos fenómenos, llamados de la civilización, ha-cen posible que los pueblos nuevos, por infiltración

de otros elementos y otras costumbres, lleguen acambiar en cuerpo y alma, que degeneren, poco apoco e insensiblemente, hasta adquirir una fisono-mía espiritual extraña por completo a la de sus orí-genes.

Eso ocurre cuando los pueblos nuevos olvidan su

tradición, cuando se avergüenzan de ella, confun-diendo humildad con inferioridad. Una tradición,por humilde que sea en sus diversas manifestacio-nes exteriores, nunca es inferior a otra; ambas tie-nen la misma jerarquía, el mismo valor, pese a susdiferencias aparentes; cada una constituye una eta-pa en la formación social respectiva y es indivisible

de ésta, así como la niñez lo es de edades posterio-res.

De ahí que los pueblos, todos los pueblos del mun-do, cultiven y defiendan su tradición, que es cultivary defender la propia personalidad, la característicaque ha de distinguir a cada uno de todos los demás.

Para usar un símil bien gaucho, yo diría que la tra-dición es como la marca que establece la diferenciade propiedad en los ganados de nuestros campos.

Nicolás Avellaneda, aquel gran estadista, oradory escritor notable y por sobre todo corazón profunda-mente sensible a lo argentino, escribió una vez estas

admirables palabras, que debieran servir de pórticoy lema a nuestras instituciones: ―Los pueblos queolvidan sus tradiciones pierden la conciencia de sus

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destinos, y los que se elevan sobre sus tumbas glo-riosas son los que mejor edifican el porvenir‖.

No quiere decir esto que hayamos de vivir enperpetuo pasado; no, pues eso significaría estanca-miento. La marcha de los pueblos, en cada jornada,más aún, en cada paso debe deparar una conquista,un adelanto en los múltiples órdenes de la vida co-lectiva, ya que vivir es — o debe ser —  un permanen-

te anhelo de superación moral y material. Pero to-das esas conquistas y adelantos pueden y deben lo-grarse sin que desconozcamos ni ahoguemos, pormotivo alguno, la modalidad que un pasado propioha ido sedimentando en nuestro ser, hasta confor-marlo a una imagen y semejanza determinadas.

¿Acaso el hierro pierde sus condiciones originalespor mucho que cambie su forma al ser batido en elyunque?

Seamos, entonces, lo que somos y como somos, esdecir receptáculo de esencia y no de presencia de lopretérito; para ello basta con no olvidar que cadaépoca tiene también su grandeza y belleza dentro desu escenario natural, aunque aquéllas aparezcandisminuidas en la proyección del tiempo y el espa-cio. Con gran verdad, ha dicho un poeta: ―No hay co-sa humilde si la vemos iluminada por su propia luz‖.

Todos los seres humanos han hecho pininos an-tes de lograr el dominio de los músculos y la firmeza

del paso; ni siquiera la palabra razonada, instru-mento natural y formal del entendimiento, se ad-quiere sin un largo y lento proceso de elaboración.

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Tradición, es, pues, infancia y formación de pueblo;es el camino que obligadamente debieron y deberán

recorrer todas las nacientes comunidades humanas.Lo demás, lo que siga, será historia pura.

Los pueblos fieles a su tradición son capaces deabsorber a los elementos extraños que se les aproxi-man; por el contrario, los que la olvidan son anula-dos, absorbidos por éstos, ya que toda herramienta

se enmohece y pierde efectividad con el desuso.Las costumbres y su dominio no se adquieren si-no con el contacto y la práctica frecuentes. Hace yamuchos años, encontrándome en una de las pocasestancias donde todavía se rinde culto a las ―yerras‖tradicionales, nos congregamos alrededor de los asa-

dos, criollos y gringos, con igual entusiasmo y pare-cido apetito. Uno de los últimos, a quien le resultabadifícil comer como lo hacían los criollos, decidió cuer-pear el trance políticamente.

 — ¡Vamos a comer a lo criollo!  — dijo; y dejandode lado el cuchillo, empezó a cortar la carne a fuerza

de dientes.El mayordomo, aun a riesgo de pasar por des-cortés, lo atajó en el acto:

 — ¡Oiga, señor Fulano! ¡Eso es comer a lo perro,no a lo criollo!

Tiempo después el ―nación‖ aquél, aunque con

cierta inseguridad y no poco temor, mordía la carnesí, pero la cortaba con el cuchillo, a flor de labio, a locriollo.

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La asimilación no es fácil ni rápida; la costumbreo modo, en estado vivo, rodea al individuo como la

tela de araña rodea y aprisiona a la mosca; así no esel individuo el que toma o adquiere un modo extra-ño, sino éste el que se apodera de él; es el ambienteque incide, en forma rotunda, sobre esa disposiciónnatural que tenemos los seres para adaptamos a to-do lo que gravita sobre nosotros con fuerza de ley.

 Y las costumbres de un pueblo, más o menos pri-mitivo, no son sino leyes cuyo cumplimiento está re-gido por un juez y un código inmutables: la propiaconciencia y el sincero amor a las cosas de la tierradonde se nace y se vive.

La antigüedad nos ha legado un refrán que, en

sus pocas palabras, encierra una sabia doctrina derespeto a las tradiciones del mundo: ―En el país quefueres, haz lo que vieres‖.

 Y un argentino, ¿puede renegar de su tradición,avergonzarse de ella, porque al compararla conotras no le encuentra las mismas galas, el mismo

brillo exterior?¡Cuántas veces los sabios, los grandes hombresde la humanidad, los que se labran con sus propiasobras un monumento eterno, son hijos de padresmodestísimos y hasta incultos!

¡Cuántas veces una semilla pequeña y rústica

produce un árbol de rico y abundante fruto!Nuestra tradición puede parecer tan humilde co-

mo se quiera. Pero no olvidemos que el cimiento que

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hoy sostiene el sólido edificio de la argentinidad era,ayer no más, el del tosco rancho de paja y barro, ese

rancho que aun se ve en muchos lugares del inte-rior, modestísimo sí, pero siempre útil.

Han cambiado y cambiarán las paredes. El ci-miento no cambiará jamás. Y el cimiento es la tradi-ción.

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El primer cronista

CUARENTA  Y  CUATRO  AÑOS habían transcurrido des-de que las tres carabelas de Colón  — simples cás-caras de nueces para nuestros días —   surcaran porvez primera las aguas de América, del Nuevo Mun-do.

 A partir del 12 de octubre de 1492, otros barcos y

otros navegantes habían avanzado mucho más alsur que el gran almirante, pero ninguna de estas ex-pediciones alcanzó el número y el brillo, en barcos yhombres, de la que bajo el mando de don Pedro deMendoza plantara, en 1536, los cimientos de la pri-mera ciudad del Río de la Plata, la humilde ciudad

del pomposo nombre: Santa María de los Buenos Ai-res.

No nos interesa, por ahora, la ciudad que tancorta vida tuvo; tampoco su fundador, de vida másbreve aún. Nos interesa, sí, uno de los hombres deMendoza, mercenario oscuro como muchos de losque se alistaban en aquellas soldadescas conquista-doras para correr detrás de la fortuna, fortuna quesolía trocarse, las más de las veces, en una sepultu-ra olvidada — poca tierra para tantos afanes — , por-

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que las fiebres, las penurias sin cuento, el hambre,el frío, las fieras, los indios, y aun las propias luchas

fratricidas que la codicia solía provocar, eran enemi-gos difíciles de vencer.

Este soldado, Ulrico Schmidl, de origen alemán,fue el primer cronista de estas tierras, tierras querecorrió por espacio de catorce años, y son sus cróni-cas las que nos permiten hacer una serie de observa-ciones, de sumo interés, sobre usos y costumbres cu-ya supervivencia aparecerá, a cada momento, comoesencia de lo nativo y lo tradicional.

Claro está que muchas de las cosas que cuentanuestro cronista deben desecharse por fantásticas eirreales; también los anacronismos suelen destacar-se por sí solos; pero todo eso no amengua en nada elvalor efectivo de sus narraciones que, bien compul-sadas, se convierten en el más sugestivo testimoniode una época que nos interesa particularmente a losargentinos.

―Desembarcamos — dice Ulrico Schmidl, en el li-bro que publicó al volver a su tierra natal —   en el

Río de la Plata, el día de los Santos Reyes Magos, en1535. Allí encontramos un pueblo de indios, llama-

dos ―charrúas‖, que eran como dos mil hombresadultos; no tenían para comer sino carne y pescado.Estos indios andan en cueros, pero las mujeres setapan las vergüenzas con un trapo de algodón que

les cubre desde el ombligo a las rodillas‖. Vemos aquí las primeras ―pilchas‖ nativas, muy

sumarias, pero ―pilchas‖ al fin, vale decir, tejidos.

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Lástima grande, por la importancia que ello tiene,que el cronista no nos diga cómo hacían los indios

esos tejidos. ¿Qué implementos usaban para confec-cionarlos? ¿Existía ya algún tipo de telar? Una lagu-na de siglos hace que estas preguntas deban quedarsin respuesta.

―Los susodichos ‗querandíes‘ — continúa des-pués —   nos trajeron alimentos diariamente a nues-

tro campamento durante catorce días, y compartie-ron con nosotros su escasez en pescado y carne, y so-lamente un día dejaron de venir. Entonces, nuestrocapitán don Pedro de Mendoza envió enseguida a unalcalde, de nombre Juan Pavón, y con él dos solda-dos, al lugar donde estaban los indios, que quedabaa unas cuatro leguas de nuestro campamento. El al-

calde y los soldados se condujeron de tal modo, quelos indios los molieron a palos y después los dejaronvolver. Cuando el dicho alcalde llegó al campamen-to, tanto dijo y tanto hizo que el capitán general en-vió a su hermano carnal con trescientos lansquene-tes y treinta jinetes bien pertrechados; yo estuve en

ese asunto. Dispuso y mandó nuestro capitán gene-ral que su hermano don Diego, juntamente con no-sotros, matara, destruyera y cautivara a los nom-brados ‗querandíes‘, ocupando el lugar donde ellosestaban. Cuando allí llegamos, los indios eran unoscuatro mil, pues habían convocado a sus amigos. Ycuando quisimos atacarlos, se defendieron de tal

manera que nos dieron bastante que hacer: matarona nuestro capitán don Diego de Mendoza y a seis ca-balleros; también mataron a flechazos alrededor de

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veinte soldados de infantería. Pero del lado de losindios murieron como mil hombres, más bien más

que menos. Los indios se defendieron valientementecontra nosotros, como bien lo experimentamos encarne propia‖.

De todo cuanto sabemos de la conquista, lo ante-rior es quizá lo más conocido. No fue el indio el pri-mero en alzarse en armas; pero, puesto en el trance,

no lo acobardó el poderío de los españoles y peleópor su libertad, tal como pelearían, siglos después,otros hijos de la tierra para defender el mismo dere-cho.

―Dichos ‗querandís‘ — sigue narrando Schmidl —  usan una bola de piedra, sujeta a un largo cordel,como las plomadas que usamos en Alemania.  Arro-

 jan esa bola alrededor de las patas de un caballo ode un venado, de tal modo que éstos deben caer. Conesa bola he visto dar muerte a nuestro referido ca-pitán y a los hidalgos‖.

No se necesita mucha perspicacia para ir anu-dando los ramales de ―las tres Marías‖ futuras, lasfamosas boleadoras  —llamadas ―laques‖ por lospampas y ―libes‖ por los quichuas— , que en manosdel indio y del gaucho reemplazaron con éxito a lasarmas de fuego, ya que ni la gambeta vertiginosadel ―ñandú‖, ni la velocidad retumbante de los―baguales‖ pudieron escaparles.

Pero, ¿será exacto eso ―de las tres Marías‖ futu-ras? ¿No serían una realidad en aquel momento? Elproblema me preocupó de mucho tiempo atrás y en

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una nota aclaratoria de ―bola perdida‖, digo en milibro Más voces y costumbres del campo argentino,

refiriéndome a la noticia de Schmidl: ―¿No signifi-cará esto que los indios ya conocían y usaban las bo-leadoras? La ―bola perdida‖, dada su contextura yobedeciendo a leyes naturales, sólo por casualidadpodría manear a un animal. Por otra parte, hay otrodetalle que robustece mi suposición: en 1599 un pi-loto holandés, Hendrick Ottsen, visita el Río de la

Plata y en 1603 publica en Amsterdam un libro, enuna de cuyas láminas muestra a un indio con unaboleadora de dos bolas en las manos‖.

Investigaciones posteriores han confirmado misuposición de los primeros momentos. Y ahora pue-do afirmar que las boleadoras existían en América

desde antes de la llegada de los conquistadores,pues en una carta de Luís Ramírez, tripulante de laarmada de Caboto (1527), dícese: ―Estos ‗querandís‘son tan ligeros que alcanzan un venado por pies, pe-lean con arcos y flechas, y con unas pelotas de pie-dra redondas y tan grandes como el puño, con unacuerda atada, que las guía, las cuales tiran tan cer-teros que no hierran a cosa que tiran‖.

Si alguna duda pudiera surgir del texto anterior,queda bien descartada con el informe que en 1599eleva al Rey el gobernador Diego Rodríguez de Valdés, con respecto a los indios vecinos de los An-des, de espíritu muy belicoso y que usaban como ar-mas arco y flecha ―y dos bolas de piedra asidas enuna cuerda como de dos brazas y teniendo una delas bolas en la mano‖.

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 Y un poco anterior al informe de Valdés, en esteotro de fray Reginaldo de Lizárraga, hablando de los

indios de Córdoba, Santa Fe y Buenos Aires: ―Yademás desto, usan de unos cordeles, en el Perú lla-mados ‗aíllos‘, de tres ramales, en el fin del ramaluna bola de piedra horadada por medio, por dondeentra el cordel; estas arrojan al caballo que va co-rriendo y le atan de pies y manos con la vuelta quedan las bolas, y dan con el caballo y el caballero en

tierra, sin poderse menear‖.Después de estos antecedentes, ¿puede dudarse

de la existencia de las boleadoras, tanto las de doscomo las de tres bolas? Yo pienso que no.

 Y lo que se dice de las boleadoras, podría decirse

con respecto al lazo, la otra prenda gaucha por exce-lencia, ya que Herodoto, ―el padre de la histo-ria‖ (cuatro siglos antes de J. C), trae esta intere-sante referencia en su libro  Polimnia, en crónicas

sobre el modo de pelear de los sagarcios, pueblo per-sa. ―No usan armas algunas, ni de cobre, ni de hie-rro, excepto puñales y se valen cuerdas de cuero re-

torcidas y confiados en éstas, van a la guerra; así co-mo vienen a batalla con el enemigo, tira cada uno sucuerda, que tiene en la punta una lazada corrediza,y ora le caiga a un caballo, ora a un hombre, sea loque fuere, lo arrastran así y perece enredado en ellazo‖.

 Atacada y destruida la primitiva ciudad de Bue-nos Aires, nuestro ―baquiano‖ pone rumbo hacia elnorte  — donde pronto ha de nacer La Asunción —  

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con Ayolas e Irala, y al término del Paraná encuen-tra más indios, ―que no tienen otra cosa para comer

que pescado, carne y algarrobas o ‗pan de San Juan‘,de la que hacen vino‖.

Ese vino es ―aloja‖, ―añapa‖ y ―chicha‖ — que tam-bién se hace de maíz — , bebidas refrescantes a lasque un proceso de fermentación convierte en alcohó-licas. El hombre, así se trate del menos civilizado,

sabe encontrar por sí solo el camino de los paraísosartificiales; nuestros indios conocían ya ese caminoy, a fuer de imparciales, lo hacemos constar.

El ―pan de San Juan‖ es el ―patay‖, hecho conharina de algarroba y comida de los pobres en todoslos tiempos, aún en los actuales. ¡Pan y vino! De ahíviene el culto casi religioso del algarrobo, el ―tacu‖de los quichuas, o ―el árbol‖, como lo llaman en mu-chos sitios con la mayor reverencia, reverencia me-recida, en verdad.

―Junto a dicho río Paraguay — anota luego el cro-nista —  viven los carios, que tienen trigo turco y unaraíz que se llama mandioca y otras buenas raícesmás que se llaman batatas. Da la mandioca-pepiráse hace un vino que beben los indios. Los carios tie-nen pescado y ovejas grandes, del tamaño que en es-tas tierras tienen las mulas; también tienen puercossalvajes, avestruces y otros animales de caza; y ga-llinas y gansos en abundancia‖.

El trigo turco es el maíz; las ovejas grandes,según lo han aclarado otros viajeros posteriores, sonlas famosas llamas, rumiantes empleados como car-

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gueros por los indios del noroeste; es de suponer queestos indios tenían intercambio comercial con las

tribus de otras regiones y de ahí su presencia en lazona mencionada por Schmidl. Y quizá en ese inter-cambio esté la explicación del origen de los tejidosque se mencionaron al principio, pues, como se verámás adelante, los quichuas tenían una industriatextil muy perfeccionada.

Por lo que respecta a los ―puercos salvajes‖, seanlos llamados ―de monte‖ o ―de agua‖, se trata del pe-carí, del tapir o anta, y del carpincho o ―capibará‖,animales mal llamados cerdos o puercos por los con-quistadores. Estas denominaciones equivocadas seexplican en razón del desconocimiento que de laslenguas autóctonas tenían los españoles, tanto como

por encontrarse con una fauna y una flora totalmen-te distintas a las europeas.

Lo más curioso es la mención de gallinas y gan-sos. ¿Serían domésticos o silvestres? Lo último es lomás acertado y se trataría simplemente, de perdicesgrandes o martinetas, y gallinetas  —las ―tinamú‖ e

―ipaca‘há‖ guaraníes—   y las ―charatas‖ o navas demonte, que abundan en la región.

―Mientras estábamos con esos ‗mocoretás‘ — con-tinúa después —  encontramos en tierra, casualmen-te, una gran serpiente, larga como de veinticincopies, gruesa como un hombre y salpicada de negro y

amarillo, a la que matamos de un tiro de arcabuz.Cuando los indios la vieron, se maravillaron mucho,pues nunca habían visto una serpiente de tal tama-

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ño, y esta serpiente hacía mucho mal a los indios,pues cuando se bañaban estaba ésta en el río y enro-

llaba su cola alrededor del indio y lo llevaba bajo elagua y lo comía, sin que la pudieran ver. Los‗mocoretás‘ tomaron ese animal y lo cortaron en pe-dazos, que llevaron a sus casas, y se lo comieronasado y cocido‖.

Esta es la primera noticia sobre tal clase de ser-

pientes en América, y su condición de acuática faci-lita su individualización: se trate de una ―curi-yú‖ (Eunectes nadadora), especie dañina y agresiva,que muchos suelen confundir con la Constrictor, lautilísima ―lampalagua‖ o ―boa de las vizcacheras‖.La ―curiyú‖ es pariente cercana de la gigantesca Anaconda, del Brasil.

Siempre a través de los apuntes de Schmidl, lle-gamos al pueblo de los ―corocotoquis‖, donde las mu-

 jeres visten un ―tipoy‖, que es una camisa de tela,grande y sin mangas.

 Y, en seguida, al de los ―jerús‖, ―cuyo rey — dicetextualmente —   tiene su corte como un gran señorde Europa. En estos lugares las mujeres hacengrandes mantas de algodón, muy finas y sutiles, ybordan en ellas muchos animales como venados yavestruces, ovejas indias y toda clase de cosas quehan oído y aprendido, y cuando hace frío duermenentre ellas‖.

Hay un evidentísimo progreso en la industriatextil; ya no puede dudarse de que existen aparatospara tejer o telares, y no creo que resulte arriesgado

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suponer que los ―jerús‖ sean los quichuas, los súbdi-tos del Inca, raza que contó con una verdadera civili-

zación precolombina. En cuanto a las ―ovejas indias‖,no son sino las llamas de que ya se habló.

Catorce años de andanzas, peleas y miserias aco-bardan, por fin, al animoso aventurero, que solicitay obtiene permiso para regresar a sus lares. Del Pa-raguay se encamina al Atlántico cruzando tierra

portuguesa o ―de los Brasiles‖, y en ella encuentra alos tupís, ―que no conocen otro placer que el de gue-rrear y emborracharse. Hacen vino de trigo turco ycon él se emborrachan en la misma forma que enotra parte se hace con el mejor de los vinos‖.

Esto refirma otras noticias anteriores, así comoun juicio nuestro con respecto al vicio del alcohol. Yahora, la nota postrera, bastante amarga, pero queconstituye un precioso antecedente, pues se refiere aciertos estados sociales que han de ser frecuentes entierras de América, en el transcurso y también des-pués de la conquista:

―Entonces — cuenta —  marchamos hasta un pue-blo que pertenece a los cristianos y cuyo jefe se lla-ma Juan Ramallo. Este pueblo es una verdaderacueva de ladrones. Tuvimos la fortuna de que el jefeno se encontrara en el pueblo, sino reunido con otroscristianos de San Vicente (Santos, en el actual Bra-sil) haciendo uno de esos acuerdos que de tiempo en

tiempo hacen.―Entre los que viven en San Vicente y en otros

pueblos cercanos, hay ochocientos cristianos, todos

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súbditos del rey de Portugal. Este Juan Ramallo noquiere vivir sometido al rey ni a su representante en

el país, pues dice y declara que hace más de cuaren-ta años que está en las Indias, y que ha ganado lastierras, y que por ello nadie sino él tiene que gober-narlas. Por eso le hacen guerra, y este Ramallo pue-de reunir, en un solo día, como cincuenta mil indios,mientras que el rey y su lugarteniente no logranreunir ni dos mil. Los hijos de Juan Ramallo nos re-

cibieron muy bien; pero, sin embargo, teníamos másrecelo cuando estábamos entre ellos que cuandoestábamos entre los indios. Pero todo salió bien, porlo cual doy ahora especiales gracias a Dios Todopo-deroso‖.

Por una parte, obsérvese que Ulrico Schmidl, un

europeo, tiene mayor temor cuando está entre blan-cos, sus semejantes civilizados, que entre indios sal-vajes. Por otra, ese estado de anarquía entre gober-nados y gobernantes es un adelanto de una situa-ción que ha de presentarse, con frecuencia, tanto enla época colonial como en épocas posteriores. La

―montonera‖ gaucha no es más que un resabio, bienmetido en nuestra sangre, de aquellos estados políti-cos caóticos que los propios conquistadores sembra-ron desde el primer momento en las tierras sojuzga-das.

Según la semilla, así es el fruto.

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Orígenes de nuestrariqueza ganadera

LOS QUE RECORREN HOY  el ancho y largo campo ar-gentino, y admiran las numerosas y magníficas es-tancias, los campos de pastoreo poblados por reba-ños incontables, los frigoríficos que manufacturan,venden y exportan cantidades fabulosas de produc-

tos derivados de la ganadería, las ―curtiembres‖ quetrabajan cueros de toda especie, y tantas otras acti-vidades cuya materia prima es suministrada por elreino animal, ¿se habrán detenido a pensar, algunavez, en cuáles fueron los orígenes de esa riqueza queocupa el primer plano entre las industrias vitales

del país?Los comienzos, en verdad, fueron bien humildes.El campo argentino actual era en la época de la con-quista  — años 1500 en adelante —   un inmenso de-sierto; sus llanuras dilatadas sólo albergaban gua-nacos, avestruces y venados, súbitos y veloces comoresortes, y una gran variedad de animales salvajes ysilvestres cuya gama de tamaños y costumbres ibadesde el huemul gigantesco, pasaba por el ―yagua-reté‖ y el ―puma‖ sanguinarios — el tigre y el león

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americanos —   y terminaba en los ―jejenes‖ y los―piques‖ o ―polvorines‖ diminutos, de prestigio bien

logrado entre la temida ―sabandija‖ campera.Los comienzos humildes, con el correr de losaños, han invertido los términos; ya no se encuen-tran las tropillas o manadas de guanacos ni las ban-dadas de avestruces —―la alegría del desierto‖, decíanlos gauchos —  salvo en algunos rincones lejanos; los

venados y las gamas se ven sólo por excepción y otrotanto ocurre con la mayor parte de los representan-tes de nuestra fauna antigua.

En cambio, en esas mismas llanuras cuéntansepor cientos, por millares, por millones, los caballos,las vacas y las ovejas...

¿Cuáles fueron esos comienzos humildes? Vamosa verlo, en la medida que lo permiten los anteceden-tes que al respecto han quedado en las crónicas desu época.

Los primeros caballos

La ciudad de Santa María de los Buenos Airesfue fundada por don Pedro de Mendoza en 1536,aunque nuestro primer cronista, Ulrico Schmidl,afirma que lo fue en 1535, cronología que no ha de- jado de contar con el apoyo del algún historiador y

provocado lógicas controversias.En esa expedición conquistadora y colonizadora,

según las Capitulaciones firmadas con el Rey de Es-

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paña, trájose un cierto número de caballos y yeguas,necesarios unos para los hombres de armas y otros

para los trabajos propios de la instalación, la agri-cultura y también con miras a la propagación de laespecie.

Meses después, la ciudad fue atacada y destrui-da por los indios querandíes, sublevados contra eldespotismo de los españoles, despotismo del que lacrónica de Schmidl nos exime de mayor comentario.

Mendoza, enfermo de gravedad, ordenó a su te-niente Juan de Ayolas que, con tres barcos, remon-tase el río Paraná en procura de alimentos y de al-guna noticia sobre la famosa ―Sierra de la plata‖, cu-yas leyendas acicateaban la codicia de los conquista-dores, aun en medio de las más amargas vicisitudes.Como Ayolas tardase más de la cuenta, Mendozaemprendió el regreso a España y murió durante latravesía.

Pero ni el ataque de los indios, ni la muerte desu fundador marcaron el fin de la primera y pompo-samente llamada ciudad. Santa María de los Bue-

nos Aires subsistió, aunque precariamente, hasta1541, año en que don Domingo Martínez de Irala,capitán de uno de los barcos de Ayolas  — éste habíamuerto a manos de los indios — , y ahora gobernadorde la Asunción del Paraguay, obedeciendo a motivospolíticos muy personales — anular un centro de ven-tajosa situación geográfica que competía con la Asunción —   embarcó por la fuerza a los trescientoscolonos que se mantenían en el lugar y destruyó to-do vestigio de población.

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Este sí fue el verdadero final; la formidable expe-dición de Mendoza, su jefe, su ciudad, todo había

desaparecido ya de una de las márgenes del Río dela Plata. Pero no, todo no.

En las llanuras quedaban abandonados algunosequinos, machos y hembras. La riqueza de pastos, lavida libre y la natural reproducción aumentaron elnúmero en proporciones gigantescas y así, cuando

en 1580 don Juan de Garay funda por segunda vezla ciudad, en sitio muy próximo al de la anterior, loscaballos, en manadas incontables, cubrían los cam-pos vecinos.

 Aquellos ―baguales‖, con sus largas y flotantescrines, sus agudos relinchos y sus carreras detonan-tes, eran un adelanto del porvenir: en ellos se incu-baba ya el individuo simbólico de la tradición pam-peana, el gaucho, pues como se ha dicho muy acerta-damente ―el gaucho sólo a caballo es hombre ente-ro‖.

 Y es en este momento de la despoblación forzadade Buenos Aires cuando se hace presente, en un de-talle aparentemente nimio, la mayor virtud de laconquista, esa virtud de largos alcances, pues espe-cula sobre el porvenir y siembra la buena semilla. Alpie de un poste indicador, Irala hace enterrar en untubo una nota señalando el rumbo que ha de seguir-se para llegar a La Asunción. Y en el final de la mis-

ma, agrega:―Quedan en una de las islas de San Gabriel, un

puerco y una puerca para casta; no los maten y, si

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hubiera muchos, tomen los que hubieren menester ydejen siempre para casta y asimismo de camino

echen en la isla de Martín García un puerco y unapuerca, y en las demás que les pareciere para quehagan casta‖.

¡Con qué distinto espíritu interpretaba aquel du-ro guerrero y gobernante el presente y el futuro dela tierra sojuzgada!

Las primeras vacas

No falta quien afirme que, al igual que los caba-llos, también las primeras vacas habían sido traídas

por Mendoza. El antecedente es falso y su falsedadsurge de buenas a primeras al estudiar la documen-tación pertinente.

Cuando Garay emprendió la marcha para la se-gunda fundación, se preocupó de conducir, entreotros animales, algunas vacas y toros. ¿Se hubiera

echado encima esa incomodidad — y lo era grande —  de existir ese ganado en los lugares adonde iba? Eslógico pensar que no. Por otra parte, y a mayorabundamiento, Paul Groussac, en su libro Mendoza

 y Garay, aporta un dato irrebatible, una informa-

ción producida en el Paraguay en 1590, informaciónque dice textualmente: ―Juan de Garay, antes que

se partiese de la Asunción mandó a pregonar públi-camente cómo en nombre de Su Majestad hacíamerced a los pobladores y vecinos (del nuevo Buenos

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 Aires) del ganado yeguno que quedó del tiempo dedon Pedro de Mendoza‖. Del ganado vacuno no hay

la más mínima referencia; fácil es deducir, entonces,que éste no existía.

La verdad es que las primeras vacas y toros lle-garon al Paraguay desde el Brasil, allá por 1545. Enel Paraguay, dice un geógrafo de la época, ―se encon-traban los mayores y más hermosos pastos y agua-

das del mundo‖. (López de Velazco, 1571).La feracidad de las tierras y un clima propiciocontribuyeron al rápido aumento de los ganados,tanto que, en 1573, un cronista, Martin Orné, haceal respecto este sugestivo comentario: ―Hay muchoganado de vacas, cabras, ovejas, yeguas y puercos,que de hoy es menester alejarlos del pueblo, porquevan en crecimiento, Dios mediante‖.

Durante el adelantazgo de Alvar Núñez Cabezade Vaca, la población del Paraguay estuvo divididaen dos facciones: los ―leales‖, que respondían al Ade-lantado, y los ―comuneros‖, partidarios de Irala.Triunfaron éstos; Alvar Núñez fue remitido preso aEspaña e Irala recobró el cargo de gobernador. Losprincipales jefes ―leales‖ huyeron al Brasil y uno deellos, Ruy Díaz de Melgarejo, se estableció en San Vicente  — actual Santos —   donde se relacionó ínti-mamente con dos portugueses, los hermanos Scipióny Vicente Goes.

Los azares políticos de aquellas terribles épocasreconciliaron más tarde a Irala y Ruy Díaz, y éste,establecido con un cargo oficial, se asoció con los

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hermanos Goes, dedicándose a la importación de ga-nado vacuno, que entraba al Paraguay por las fron-

teras con el Brasil. Y es en este momento cuando hace su aparición

el tropero  — vaquero se le llamaba entonces —   queha de constituir el antecedente de nuestro gaucho.

Los primeros vacunos, pues, llegaron al Río de laPlata con don Juan de Garay.

Las primeras ovejas

Irala, como todos los conquistadores, soñaba conlos fabulosos tesoros del Perú.

Esa fiebre de pronto enriquecimiento, si bien ins-piró grandes y magníficas hazañas, fue uno de losmayores enemigos para los propios españoles, pueslos arrojaba a unos contra otros a cada momento. Noera tanto la ambición de mando y honores la que en-gendraba estados anárquicos y luchas sangrientas,

como el ansia de poseer aquellos metales preciososque la fantasía de las leyendas adjudicadas a Amé-rica en grado superlativo.

El gobernador de La Asunción tenía una audaciay un valor excepcionales; era hombre de empresa, enverdad, como lo fueron la mayor parte de los con-

quistadores; y con alguna noticia vaga de los des-acuerdos que habían dividido a los españoles delPerú en ―pizarristas‖ y ―almagristas‖, y de la lucha

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en que estaban empeñados, en 1547 se puso en mar-cha con quinientos ochenta soldados y cuatro mil in-

dios amigos que se encargaban de abrirle camino enla intrincada selva del norte. Iba dispuesto a terciaren la contienda y creía poder obtener la parte delleón.

Se recorrieron así centenares de leguas por re-giones jamás pisadas por hombres blancos. Ya muy

cerca de su destino, Irala se enteró del verdadero es-tado de cosas en Lima, donde el licenciado La Gas-ca, enviado extraordinario del rey de España, habíaconcluido con las facciones, ahorcando a Gonzalo Pi-zarro, Francisco Carbajal y una veintena de los cau-dillos más revoltosos; en semejantes condiciones, elasunto resultaba ya imposible e Irala, buen calcula-dor, temeroso de lo que podía tocarle en suerte, dejólas tropas al mando de su segundo y él, con un gru-po de soldados, emprendió un rápido regreso, regre-so muy parecido a una fuga.

Ñuflo de Chaves, representante de Irala, des-pués de algunas negociaciones políticas sin resulta-do positivo, retornó a su vez al Paraguay con su de-fraudada tropa.

Debió ser un triste regreso. La ilusión de unarápida fortuna había alentado a todos para sobrelle-var las penurias en el viaje de ida; y ahora volvíantrayendo solamente, en lugar del oro que se prome-

tieran, una míseras majaditas de ovejas y cabras,aparentemente el más humilde de los frutos de lariquísima región peruana.

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Tres años más tarde, Juan Núñez del Prado, fun-dador de Tucumán, introdujo las primeras ovejas

que se conocieron en aquella zona; y en 1587, JuanTorres de Vera y Aragón hizo conducir, desde elPerú hasta La Asunción, cuatro mil ovejas, la mayorparte de las cuales se adjudicó a Buenos Aires.

 Y estas majaditas, las primeras que hubo en nues-tra tierra, fueron el origen de una riqueza tan gran-

de como jamás pudo soñarla ninguno de los conquis-tadores.

Caballos, vacas, ovejas: movilidad, cuero, carne,lana.

La pampa adquirió así su jerarquía de pedestalgaucho.

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El gaucho

L A SOLA ENUNCIACIÓN del vocablo popular ―gaucho‖,evoca a un tipo representativo de nuestro campo enépocas pasadas, un tipo con caracteres y radio de ac-ción bien definidos. Y más aún: un tipo cuyas parti-das de nacimiento y defunción están registradas conbastante exactitud en los anales del país.

La partida de nacimiento del gaucho, del paisanoo campesino que en el futuro había de ser designa-do, por antonomasia, con aquel nombre, podríamosdecir que se remonta, aproximadamente, a 1550; el―gaucho‖, la raíz de la función que ha de caracteri-zarlo, nació con aquel tropero que se encargó de con-

ducir desde San Vicente (Santos en el actual Brasil)hasta Asunción del Paraguay los primeros toros yvacas remitidos por los hermanos Goes. Ese tropero,un español audacísimo sin duda, pues recorría másde doscientas leguas por terrenos poblados de ries-gos de toda laya, recibía en cada viaje, como com-

pensación, una vaca, tesoro inestimable en los pri-meros tiempos, ya que la gente decía comparativa-mente: ―Es tan caro como las vacas de Goes‖.

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Ese alto valor lo explica bien una informaciónhecha por don Juan de Garay en 1583; recuerda que

en la expedición de Felipe de Cáceres, que vinierade Santa Cruz de la Sierra, ―trujeron muchas vacasy otras cosas donde hoy en día en la ciudad de la Asumpción ay tanto ganado que no vale una vacaun peso y medio arriba de la moneda de la tierra ycuando mucho dos y en el tiempo que este testigo vi-no a la Asumpción desta propia moneda valían tres-

cientos y más pesos y este testigo compró una yuntade bueyes a ciento y diez pesos y agora hallaron lomejor que hay en la tierra por veynte o veynte y cin-co pesos‖.

Es decir que en la fecha de la llegada de Cáceres,1568, una vaca valía allí trescientos pesos; en 1583,

quince años más tarde y debido a la enorme repro-ducción, el valor había descendido a un peso y medioo dos.

El gaucho — un individuo, una función y un am-biente —  nació con los ganados chúcaros de la pam-pa abierta; murió con la aparición de los alambra-

dos, las tranqueras, las estancias modernas con co-rrales, bretes, mangas y haciendas mestizas o purasque hicieron innecesario al hombre del caballo, el la-zo, las boleadoras y el cuchillo  — que era tambiénuna herramienta de trabajo, e imprescindible —  valedecir, al obrero de las tareas ganaderas: las recogi-das, los rodeos, apartes, ―yerras‖, domas y todo

cuanto con ellas tenía relación en el campo virgende antaño y con los métodos elementales y rudos desu momento.

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Digo ―obrero‖ — y hago la aclaración para evitarsuspicacias de quienes tienen un limitado concepto

de las faenas ganaderas de ayer — , porque la fun-ción gaucha alcanzaba algo más que la lidia conhaciendas chúcaras; la tenería, la preparación y tra-bajo del cuero, y todo lo referente a los saladeros en-traba en sus actividades generales. La industria delcuero, impuesta por la necesidad en su ambiente, estípica en todas las épocas de la vida campesina; la

del saladero y afines complementa, es razón de ser,mejor dicho, de las estancias criollas de aquellostiempos.

 Veamos una descripción de estos trabajos, hechapor Alcide D‘Orbigny allá por 1830; primero se haenlazado, desjarretado y degollado gran cantidad de

vacunos; luego, ―dos peones se aplican a cada bestia.De una cuchillada le abren la piel a todo lo largo delvientre... desuellan al animal y, sobre la misma pielcomienzan a despostarlo. Los cuatro cuartos son sa-cados con asombrosa destreza... Una vez que todoslos animales muertos son así carneados, los peones

llevan los cueros al tinglado y sacan la carne dearriba de los cuartos, siempre con la misma destre-za; una vez terminada dicha operación, se extiendenlos cueros en tierra y se los cubre con una gruesa ca-pa de sal; después se extiende con cuidado una capade trozos de carne, y alternativamente una capa desal y otra de carne, hasta formar una elevada pila

cuadrada, a la que no se toca durante diez o quincedías; transcurrido ese tiempo, se expone diariamen-te la carne al aire, sobre cuerdas, hasta que quede

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seca del todo. Las grasas son divididas en tres cla-ses: hay primero la que se saca de los intestinos y

que se llama sebo; es la clase más inferior. Luego seextrae la grasa (la que llamamos de pella); se la se-para de la carne, se la hace hervir y se la pone envejigas o grandes tripas... Es uno de los artículos deque menos puede prescindir tanto el habitante delos campos como el de Buenos Aires. Se reúne en lossaladeros, finalmente, una tercera clase de grasa:

los peones ponen aparte todos los huesos que pue-dan tener médula (el tuétano o ―caracú‖), y cuandoterminan la jornada rompen los huesos, la retirancon un pedacito de madera, la hacen hervir en lascalderas y la ponen en barrilitos. Esta especie seemplea en la cocina del propietario, se regala a los

amigos como cosa de valor, y se vende bastante ca-ra... Las lenguas se salan por separado...‖

Manufactura de carnes, pues. De ahí la denomi-nación de obrero, que no está fuera de lugar aplica-da al gaucho. D‘Orbigny es buen observador y deta-llista; gracias a esas condiciones se detiene en la

aparente minucia del empleo del ―caracú‖, que a na-die le llamó la atención, y que no deja de tener valorpara establecer jerarquías alimenticias.

Hemos dicho antes que el gaucho es un tipo re-presentativo. Y debemos agregar: el más represen-tativo, el más genuino de nuestros individuos, por-

que es el único que está realmente consubstanciadocon nuestros orígenes, ya que dentro de los límitesde la República Argentina la ganadería debe ser

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considerada como fuente madre de la actividad crio-lla desde poco después de la conquista hasta media-

dos del siglo pasado.―La ganadería‖ — dice muy acertadamente Ricar-

do Levene —  ―constituye la fuente del bienestar y elhecho que dio carácter económico y social al virrei-nato. Sin duda, no fue ésta la riqueza general de to-do el distrito político, pero habiéndolo sido de los te-

rritorios de sus dilatadas pampas, su influenciairradió en la extensión del virreinato del Rio de laPlata en ocasiones para abatir las industrias de lasprovincias, y en otras para beneficiarlas por la acti-vidad del tráfico comercial y abastecimientos de susdemandas de consumo‖.

Si la ganadería ―dio carácter económico y socialal virreinato‖, ¿cuál era la ubicación del gaucho co-mo individuo de trabajo, si él, solamente él, es el ac-tor y ejecutor en esas actividades?

El ciclo gaucho se inicia, irremisiblemente paramí, con aquel tropero de la primera hora de la con-

quista; sigue luego con las ―vaquerías‖ y ―coram-breadas‖ que constituyeron la principal y única ri-queza de las llanuras; crece, se desarrolla y alcanzasu máxima expresión con los saladeros y la primiti-va estancia del campo abierto; y se cierra o concluyecuando el alambre anula la libertad del rumbo a loscuatro vientos y la tranquera, con cadena y candado,

veda el acceso al generoso y hospitalario fogón crio-llo, fogón simbólico en todos los aspectos de su tradi-ción.

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Fuente madre quiere decir fuerza creadora, fuer-za a la que el hombre ha de someterse, aunque la di-

rija y encauce dentro de condiciones o normas dicta-das por él, condiciones y normas que no por elemen-tales dejan de llenar plenamente su función.

El auge de los ganados y la imposibilidad mate-rial de incrementar la agricultura dan origen algaucho, tipo social de una larga época de nuestro

pasado, y al que se lo estudia tan unilateralmenteque, por lo común, sólo tiene detractores o panegi-ristas; los unos le buscan los defectos  — tuvo mu-chos, pero no debe olvidarse que éstos son propios delos hombres de toda condición —  y lo atacan tan des-piadadamente como con calor lo defienden los otros,que se aferran a sus virtudes  — que también las tu-vo — , para ensalzarlo. El mal parece venir de lejos,ya que según Plutarco: ―Tan encontrada y opuestaparece que está la verdad con la historia, pues paralos que vienen más tarde el tiempo pasado se inter-pone y roba el conocimiento de los hechos; y las rela-ciones contemporáneas de las vidas y acciones, o

bien por envidia, o bien por lisonja y adulación  — ointerés, agregamos nosotros — , corrompen y desfigu-ran la verdad‖.

En estas frecuentes discusiones sobre el valor delgaucho como individuo y como elemento formativode la nacionalidad, raro es el juicio sereno y ecuáni-

me, especialmente el que confronte, al mismo tiem-po, los diversos factores que en su momento accio-nan sobre los componentes de una comunidad pri-

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maria y los impulsan a obrar de un modo determi-nado. Esos factores son: el lugar, la época, el origen,

las costumbres  — forma legal rudimentaria, perotanto o más imperativa que las otras —   y, por últi-mo, el espíritu, alcance y efecto de las disposicionesy leyes que para aquellas comunidades dicte el po-der político o gobierno central, así como su divulga-ción y aplicación por las autoridades locales.

El lugar o campo de acción conforma a los indivi-duos, les da caracteres definidos. Es el factor geo-gráfico, al que el hombre debe someterse mal que lepese, porque la tierra, la piedra y el agua — llanura,montaña, río —  tienen sus leyes incontrastables; y esdentro de los cánones de esas leyes donde el hombrede las bajas capas sociales, el que debe hacerlo todoporque nada está hecho, se desenvuelve y ejercita sucapacidad de ser racional. Su inventiva, en semejan-tes condiciones, no podrá exceder mayormente loslímites que el lugar y sus caracteres físicos le im-pongan. El ser humano, librado a sus propias fuer-zas, pero con el alimento asegurado, no crea sino lo

que necesita con perentoria urgencia; sus esfuerzostienden a ese solo fin. Únicamente la cultura, por elaporte de sugestiones de la más diversa índole y deelementos materiales que se complementen, puedeestimular a la fantasía o imaginación y llevarla porel camino de la creación novedosa y útil, del progre-

so avanzado.El momento o época tiene a su vez papel prepon-

derante, porque contribuye a estrechar o ensanchar

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los límites impuestos por el lugar; el progreso, en to-dos los órdenes de la vida, es una fuerza que viene

desde afuera hacia adentro, o sea, en este caso par-ticular, desde las ciudades o centros de población ci-vilizada hacia los pueblos o distritos de menor o deninguna cultura.

Del conocimiento, pues, que aquellos focos deirradiación tengan de la psicología y necesidades de

los individuos y regiones cuyos problemas han de re-solver, surgirán beneficios o quebrantos, beneficios yquebrantos cuyas causas deben ser estudiadas afondo para cargar a quien corresponda su saldo deméritos o culpas, de aciertos o errores, con sus para-lelas consecuencias.

Sarmiento, al que he de citar muchas veces paralimpiarlo de la ―gauchofobia‖ que le han colgado, conbastante desconocimiento de su obra, algunos tradi-cionalistas, escribía en 1856: ―La campaña de Bue-nos Aires está dividida en tres clases de hombres:estancieros que viven en Buenos Aires, pequeñospropietarios y vagos. Véase la multitud de leyes ydecretos sobre los vagos que tiene nuestra legisla-ción. ¿Qué es un vago en su tierra, en su patria? Esel porteño que ha nacido en la estancia de cuarentaleguas, que no tiene, andando todo el día a caballo,donde reclinar su cabeza, porque la tierra, diez le-guas a la redonda, es de uno que la acumuló con ca-

pital, o con servicio y apoyo al tirano; el vago, el por-teño, el hijo del país, puede hacer daño a las vacasque pacen, señoras tranquilas del desierto de donde

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se destierra al hombre‖. Y repetía doce años mástarde: ―La ley dice que se persiga a los vagos. Pero,

¿cuáles son esos vagos? ¿Quién los ha hecho vagossino los gobiernos que no los educan? Si tomamoscomo vago a uno de los gauchos de nuestra campañay buscamos su genealogía, ese gaucho será acaso undescendiente de los conquistadores, uno de los due-ños de la tierra, y que hoy no tiene un palmo de elladonde reposar la cabeza‖.

―Vago‖ es la calificación que las ciudades y lasautoridades asignan al hombre de la campaña, sindiscriminación alguna del significado del vocablo. Allá por el 1600, Hernandarias llamábales a esoshombres ―mozos perdidos‖ y los ponía ―a oficio‖, esdecir a trabajar en las estancias y las ―chácaras‖, enlos telares y otras ocupaciones cuyos beneficios eranusufructuados por los poderosos, entre los cuales élera principalísima cabeza, según se verá. Y en todotiempo la legislación es puramente persecutoria pa-ra el gaucho; los decretos fijan las penas: serviciosforzados en los trabajos públicos, en los regimientos

de línea, destierro, azotes, etc., etc.Todavía en 1870, en la provincia de Buenos Ai-

res, aparecen decretos como éste: ―Debiendo ser re-montado además el batallón Guardia de Policía has-ta el número de 300 plazas, según presupuesto san-cionado por la H. Legislatura para el año corriente y

no habiendo previsto de recursos para el enganchevoluntario, dicha remonta también debe hacerse conlos destinados como vagos y por ello el señor gober-

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nador espera de usted procure la remisión de todoslos indicados  — (vagos, no enrolados y desertores) —  

en esta nota‖. Tres años más tarde, la misma pro-vincia insiste: ―... y las necesidades siempre crecien-tes del servicio militar, difícil es que haya pasadodesapercibido y olvidado de nuestros legisladores unhecho (la vagancia) funesto para la sociedad, cuyarepresión podría proporcionar con abundancia sol-dados al ejército‖. (Cita Gastón Gori),

¿A quiénes alcanza la terrible calificación de―vago‖? Alcanza a todo hombre de la campaña queno pueda presentar una papeleta de conchabo, prue-ba de que trabaja para un patrón determinado; alque no tenga domicilio fijo y medios de subsistenciabien justificados; al que es detenido un día en larueda de la pulpería, el club gaucho de la llanura; alque transitando fuera de su partido no se haya pro-visto de un permiso especial para ausentarse delmismo; a todo aquel que, por un motivo a otro, sehaya malquistado con el juez de paz, el comisario,un simple oficial y hasta con el sargento o el cabo...

Ni siquiera don Juan Manuel de Rosas, el men-tado ―protector‖ del gaucho, escapó a esos procedi-mientos; en circular ―reservadísima‖, en 1830, dis-pone que para la remonta del ejército de línea se re-mitan del interior ―hombres perjudiciales por suconducta, inútiles por su ninguna ocupación y holga-

zanería y sin relaciones ni familia que los ligue‖; en1837, repite: “La remonta se obtiene aplicando a las

armas a los vagos y delincuentes de menor entidad‖;

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y en 1842: ―los destinados han crecido en las filasdel ejército‖.

 A veces, sin embargo, y aunque más ocasional-mente, aparecen resoluciones superiores en defensade individuos a los que se da por contraventores ydelincuentes; en 1795 el gobernador de Córdoba,marqués de Sobremonte, promovió ―una junta dehacendados, para que todos, a proporción del núme-

ro de cabezas de ganado de cada uno, contribuyerana pagar los gastos que demandara la formación departidas de milicianos encargadas de realizar unagran redada de vagos y malentretenidos, y conducir-los al puerto de Buenos Aires, para ser destinados alos navíos de la Corona, pero como casi todos ellosfueron remitidos sin los procesos correspondientes y

con sólo una nota del juez acreditando su modo devida, pronto fueron libertados y regresaron a Córdo-ba‖. (Tribunales, legajo 147, exp. 15).

Por otra parte, en el ―Acuerdo del Cabildo deMontevideo del 28 de marzo de 1803‖, existe estaconstancia que dice mucho del sentimiento del

honor entre los calificados como ―malhechores máxi-mos‖: ―Se ha procurado inquirir si de los Reos deMuerte hay alguno que por preferir la vida, habraceel partido de exercer de Berdugo por todos sus días opor tiempo limitado, y ninguno se ha combenido,queriendo pasar más bien por el amargo tranze, que

usar el oficio‖. Creo que esto se comenta solo.La rebeldía del gaucho debe ser estudiada en el

espíritu de esas disposiciones superiores; no es su

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incultura, no es la rudeza de sus métodos de vida, nisu vestimenta primitiva, ni ninguno de los muchos

defectos que se le imputan lo que lo ponen en pugnacon la sociedad. Es la sociedad la que se pone al aco-so del gaucho dictando para él disposiciones que sólose inspiran en intereses bastardos, aunque disimu-lados con la máscara de la buena intención, disposi-ciones que luego son aplicadas a capricho por los en-cargados de su cumplimiento. A la naturaleza hu-

mana no le repugna la corrección justa; lo que la so-livianta y anarquiza es la coacción, la prepotenciaque no concede al condenado ni siquiera el elemen-tal derecho de la apelación.

En la época del virreinato, la Corona se expideasí: ―Que sin volver a oír quejas, ni representaciones

de ninguna clase contra las Intendencias, no sólocontinúen las que ya están establecidas, sino que seestablezcan como en los demás Reynos y Provinciasde América donde no lo están, siendo en todas par-tes iguales en honor y carrera a las de España‖.

Método colonial, ¿no? Pues en 1867, en la provin-

cia de Buenos Aires y como contestación de las mu-chas representaciones que también se hacen contralas autoridades patrias, se dio un decreto cuya fina-lidad es idéntica a la de aquella resolución real: ―Enla oficina de gobierno no se dará tramitación aningún escrito que tenga por objeto denunciar que-

 jas o abusos de los jueces de paz‖.Ni de los gobernadores, podríamos agregar, ate-

niéndonos a los términos de este párrafo de una no-

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ta que el coronel Julio A. Roca cursa, en diciembrede 1875, al entonces ministro de la guerra Dr. Adol-

fo Alsina: ―Ya he dado cuenta a V. E. de que el Go-bernador de … estaba vendiendo animales patriosen remate público, lo que no solamente era unapérdida para el Estado, sino que introducía la confu-sión, creando derechos a los particulares sobre ani-males con la oreja cortada, que es la marca que usael gobierno‖.

―Si así procede la primera autoridad de una pro-vincia, que tiene a la mano fronteras y Gefes Nacio-nales a quienes entregar esas pertenencias, ¿quéharán los subalternos?‖ (Cita el general F. M. Vélezen Ante la posteridad).

¡Y desde Hernandarias hasta este momento hantranscurrido casi tres siglos!

Importancia similar tiene el origen, la cuna, di-gamos; no debemos olvidar que el gaucho pertenecea una semicomunidad que se desenvuelve en condi-ciones especiales: nace en una tierra sin dueño o de

un dueño ignorado y ausente, que para el caso es lomismo; tampoco lo tienen los animales que pueblanesa tierra y que le ponen al alcance de la mano losprincipales elementos de su subsistencia; puede al-zar libremente su rancho en cualquier rincón, tantoaquí como allá; no tiene más jefe o patrón que su li-bre albedrío. Se afinca, crea una familia; está segu-

ro, por esos actos de su voluntad que nadie coartó,de haber adquirido derechos indiscutibles... ¿Es unasaltante de la propiedad? ¡No! A lo sumo, y para su

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desgracia, es un ignorante; y el despojo y la persecu-ción no son buena escuela en ningún lugar del mun-

do ni en ningún país.Oigámoslo a Miguel Lastarria, secretario del vi-rrey Avilés, que allá por 1800 escribía en una famo-sa memoria que hemos de citar más de una vez tam-bién : ―Y conforme al plan de la fundación de Monte-video concevido inmediatamente que desalojamos deaquel Puerto a los Portugueses y aprobado por laReal Cédula de 15 de Julio de 1728, se adjudicarona las familias pobladoras no sólo los solares y tierraspara Chacras y Estancias que moderadamente de-terminan las Leyes, mas también se les previno quequedava a su arbitrio pedir por merced las que porbien tuviesen, como se había observado con la Po-

blación de Buenos Aires; semejantemente se fundóentonces la Población de Maldonado. En todos losreferidos establecimientos se ha notado el desarre-glo de no haverse evitado la inmensidad de las pose-siones, ni se ha frenado a los hacendados, quienessiempre que han podido han desalojado a las pobres

familias que privadamente o de propia Autoridadpasaron a establecerse en aquella Banda o como di-cen ‗a tomar sus puestos en terrenos vacantes‘ ‖.

Por otra parte el concepto gaucho de derecho opropiedad natural no fue puramente instintivo, sinocreado y fomentado ―con ligeras e inconscientes ten-dencias comunistas‖ — dice Juan Agustín García enLa ciudad indiana —   ―por el propio Cabildo que en1669, resuelve que los vecinos que tuviesen estan-

cias pobladas están obligados a tener y dejar en

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ellas dichos ganados de ‗accioneros‘ para su conser-vación y mantenimiento‖, del mismo modo que dos

años antes había dispuesto ―que los montes silves-tres de la ribera han sido y son comunes a todos losvecinos, y deben gozar de ellos y otros cualesquieraque se pretendan aprovechar siendo silvestres‖. 

―Los que tienen estancias pobladas‖ son los espa-ñoles que habían sido favorecidos en el reparto de

tierras hecho por Garay o por otras mercedes espe-ciales de la Corona. En total, en el año 1744, 186propietarios, la mayor parte ciudadanos, sobre unapoblación que, según Enrique de Gandía, llegaba en-tonces a 7.000 personas entre blancos, mestizos,mulatos, pardos y negros. Un 2 y ½ por ciento, si eldato es exacto. En cuanto a los ―accioneros‖, se refie-re a los que tenían permiso para ―vaquear‖ o ―coram-brear‖, es decir, recoger animales cimarrones o sal-vajes para poblar sus estancias o darles muerte yfaenar sus productos, particularmente el cuero, queeso era ―corambrear‖.

Con respecto a los ―accioneros‖, conviene aquí re-cordar lo que decía el ya citado Lastarria: ―El Ayun-tamiento de Buenos Aires hacía la merced a quien leparecía del ganado orejano, con la calidad de quehabían de contribuir la tercera parte de los cuerospara el fondo de los propios de dicha ciudad. Poste-riormente se han arrogado los Virreyes esta facul-

tad de dar licencias para corambrear o faenar cue-ros a millares y se han hecho destrozos por los quehan logrado el favor‖.

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 Y a continuación propone la medida que él cree — y lo era —   más conveniente para el progreso y

afincamiento de los campesinos: ―Que se prohíbadar licencias a particulares para faenar cueros deGanado Caballar, Vagual o Montaraz; privilegiándo-se a los pobres, baxo la obligación de que entregaránla quarta parte para fondos de los Propios de losPueblos o Villas, según se han de fundar‖.

Esto era la supresión del comerciante forastero — del explotador momentáneo, que nada establecrea, pues sólo es ave de paso como la tribu nómadao la manga de langosta — , y el afincamiento de losque desean ocupar permanentemente los campos,pero que no pueden hacerlo, tanto por ignorancia delos trámites legales como por carencia del dinero ne-

cesario.La creación de pueblos, en aquellas condiciones

señaladas por Lastarria, hubiese significado la me- jor medida de gobierno, ya que se asentaría en ellosa gran parte del elemento que deambulaba libre-mente en la inmensidad de la llanura; toda asocia-

ción humana, por la sola convivencia, determinanormas de derecho colectivo, crea hábitos regularesde trabajo, estimula el progreso y abre los horizon-tes del porvenir.

El hombre, todo hombre, necesita del impulso dela esperanza para ser lo que debe ser.

Félix de Azara, luego de recorrer la campañaaconseja algo muy similar. Pero, ¿bastan las razonesatinadas para poner fin a un estado de cosas en que

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sólo prima el interés desmedido de unos pocos quetienen en sus manos la autoridad o influyen sobre

ésta? ¿Acaso un Adelantado no se adjudicó, en su-basta muy personal, ―la caza de colas‖ como privile-gio exclusivo y fue necesaria una desautorizaciónsuperior para que cejara en su propósito, que era unverdadero despojo al derecho público?

 Años más tarde, la Orden Religiosa de la Merced

hizo idéntica tentativa y mereció el mismo repudio,en razón de que los ganados que poblaban las pam-pas eran de los vecinos, ―los cuales tienen hechamerced por carta y sobrecarta y previsión real ... conpena que ninguna persona se entrometa en los di-chos caballos y yeguas, pues que de derecho son su-yos y debajo de esta merced vinieron a poblar por el

fundador de esta ciudad‖. (Acta del Cabildo, 1589).Pero los gauchos, aunque sean descendientes de

los conquistadores, no son ―vecinos‖; son mestizos yesa sola condición los excluye de toda contemplaciónlegal dentro de la ―aristocracia de la sangre españo-la‖ y también dentro de la ―aristocracia del poder y

del dinero patriotas‖, pues en 1854, por un decretode gobierno, se prohíbe a los campesinos las bolea-das de avestruces  — la alegría del desierto, segúndecían los gauchos — , cerrándoles así toda perspecti-va de subsistencia.

―Los gauchos — dice Gastón Gori en Vagos y mal

entretenidos —  no tenían ni una posibilidad legal deconvertir su acción delictuosa en obra honesta; noestaban autorizados para recoger animales cimarro-

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nes y entregarlos a los jueces de paz y percibir esti-pendio, como prescribía el decreto en favor de los

hacendados que por los animales recogidos y entre-gados a la autoridad, que no fueran reclamados,debían cobrar cinco pesos por cabeza. Los peones deestancia arreaban, pues, animales sin marca o demarcas desconocidas, aportando ganancias para losestancieros, sus patrones, que cobraban por deposi-tarlos en el juzgado, pero si esos mismos peones se

encontraban sin conchabo y recogían yeguarizos ovacunos alzados eran vagos y cuatreros, de modoque, apresados, no tenían más remedio que purgarsu delito en la frontera‖.

Estas fallas en las leyes suelen ser frecuentescuando los que las hacen son dueños de la riqueza

pública.―Después de la Independencia‖ — sigue diciendo

Juan Agustín García —  ―el personaje español (al queha sindicado como el primer depredador), fue susti-tuido por el politiquero criollo, más simpático, peroigualmente voraz. La situación del proletario empe-

oró. La anarquía y el caudillaje, los gobiernos dedesorden, la inmoralidad característica que no sehabía modificado por los decretos de la Junta, favo-recieron el acaparamiento de la tierra‖. 

 Y documenta ese juicio con un crudo informepresentado por el coronel de ingenieros don Pedro

 Andrés García, destacado al efecto: ―En todos lospartidos de la campaña resonaban los clamores delos infelices agricultores y ganaderos. Se había for-

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mado una liga de propietarios para arrojar a aqué-llos de sus hogares, con varios pretextos que daban

colorido a la injusticia y que era el velo que la en-cubría. Estos hombres, ocupados de una descomunalambición, procuraban eludir las más activas medi-das del gobierno; y la ley que prescribe la protecciónde las propiedades, la hacían servir a sus intereses‖.

La rudimentaria comunidad gaucha tuvo sus le-

yes: sus costumbres. Cuando la alcanzaron, mejordicho, la sorprendieron las otras, las políticas, quecontravenían abiertamente conceptos tenidos porvalederos hasta entonces — y que le llegan desnatu-ralizadas, según se ha visto — , fue lógico que las re-sistiera, no por espíritu innato de rebeldía, sino por-

que no podía, no estaba capacitada para compren-derlas. Tendría que hacer un esfuerzo largo y conti-nuado antes de someterse a ellas, por extrañas, aje-nas a su temperamento de vida y a derechos quecreyó inalienables.

 Y peleó, convencida de que defendía lo suyo, que

era lo que defendía realmente; siguió al caudillo, loaceptó por jefe, porque, al mismo tiempo, éste fuetambién su abogado, su defensor contra los que laatacaban y pretendían destruirla como cuerpo so-cial, constituido al margen de las leyes, sí, pero de-ntro de una modalidad natural y con absoluto desco-nocimiento de las contravenciones en que incurría,desconocimiento que debe liberarla de mucha culpa,ya que la culpa se atenúa por la falta de intención.

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Dentro de semejantes condiciones, ¿es raro queel gaucho siga a los caudillos cuando éstos le hacen

flamear una bandera de esperanzas en proclamascomo aquella de don Juan Facundo Quiroga:―Argentinos: Os juro por mi espada que ningunaotra aspiración me anima que la de la libertad. Li-bre por principios y por propensión, mi estado natu-ral es la libertad; por ella vertiré mi sangre y mil vi-das y no existirá esclavo donde las lanzas de La Rio-

 ja se presenten. Oprimidos, los que deseéis la liber-tad o la muerte honrosa, venid a mezclaros con vues-tros compatriotas y con vuestro Camarada‖ (CitaJuan B. Alberdi).

No olvidemos, además, que la trayectoria delgaucho abarca diversas épocas a través de las cuales

hay que seguirlo si se quiere analizarlo con mayorprecisión: el tipo del período colonial  — tipo en elproceso de conformación y afirmación que da origenal individuo que luego es designado definitivamentecon aquel nombre —  tiene sus caracteres propios, co-mo a su vez los tienen, distintos entre sí, el del pe-ríodo de la revolución y la independencia, el de laanarquía y el de la reorganización.

El gaucho del período colonial es el hombre quese rige puramente por los mandatos del instinto; susinquietudes no van más allá de las necesidades quele impone el momento; es un ser vegetativo dentrode la naturaleza que lo rodea, esa naturaleza que es,

a la vez, escenario y escuela de rudeza, de violencia;en ella sólo subsisten los fuertes, los primitivos en elsentido físico y moral.

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―El proletario colonial‖ — comenta en otro mo-mento Juan Agustín García —  ―nace del amor libre,

se cría al azar, entre los animales, sin casa, sin másprotección que la material para no morir. … Se con-sidera noble y bueno, en medio de sus vicios, porquees valiente. Es caballero, digno de estimarse, no obs-tante su carrera de presidiario, por su fidelidad alpatrón‖.

Por poco que uno se detenga a analizar el juicioprecedente, la incongruencia, el desequilibrio, resal-tan de buenas a primeras y siembran un lógico des-concierto en la apreciación del individuo de que setrata. ¿Sus vicios? ¿Cuáles son? ¡Su vida primitiva ylas modalidades que ésta impone! ¿Qué ejemplossirven de maestro a ese hombre que no puede pisar

otra tierra que la del campo bruto, que no conoceotra acción que la del dominio de las fuerzas vivas,vivas y bravas, de la llanura?

 A lo largo de estas páginas se irá estableciendoun paralelo entre lo que ocurre en las ciudades y enla campaña de los diversos tiempos y se verá cómo

los oscuros tintes morales asignados al gaucho noson exclusivamente suyos, ni siquiera culpa propia.¿Quién se preocupó, alguna vez, por mejorar las con-diciones materiales y morales en que se desenvuelvela vida gaucha? Según la escuela, así es el alumno; ytoda la escuela de ese proletariado colonial  — y, pormucho tiempo, del que le sigue —   está encuadrada

en el estrecho marco del desierto y su agresiva natu-raleza, que no es la más indicada para configuraralmas blandas y virtuosas.

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Entonces, ¿de dónde arranca esa calificación de―su carrera de presidiario‖, reñida con el reconoci-

miento de su caballerosidad y lealtad? ¿Acaso los de-litos en que se considera incurso al gaucho no sontambién comunes a los hombres de pueblos y ciuda-des en su momento? Ya lo veremos a la luz de lostestimonios correspondientes.

En cuanto al valor, al coraje, ése sí es un culto

que el gaucho mantendrá siempre encendido, comolámpara votiva, en todo el decurso de su vida. Lahombría es el mayor timbre de honor en su decálo-go. El que carece de ella, sucumbe de inmediato,porque en la enorme y bravía extensión de la pampano caben los que no son capaces de jugarse el cuerocomo se juegan los patacones, las ―pilchas‖ y hasta

el caballo con el apero, ¡supremo sacrificio!, a unasola carta y sin desquite.

Pero la verdad es que ese culto del coraje, del va-lor personal que no retrocede ante nada, es tambiénuna consecuencia directa de la necesidad; es un cul-to que tiene sus raíces en los propios factores que

circundan a los individuos e inciden en sus actos porpropia gravitación; el instinto de conservación impo-ne sus leyes a todos los anímales, superiores e infe-riores. Todo lo que rodea al gaucho es bravío: el po-tro que doma, las haciendas que lidia cotidianamen-te, el campo que transita, las fieras, los indios, las

distancias, la sed...¿Suavidad espiritual? ¿Escrúpulos de conciencia?

¿Horror a la sangre? ¿Miedo de morir? El fardo es

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demasiado pesado en tal escenario y con semejantesactores, porque al tigre hambriento no se le puede

predicar con otras razones que las muy convincentesde una buena carabina o un afilado puñal.

Durante más de dos siglos, la llanura ha estadopoblada exclusivamente por gauchos; hasta los ciu-dadanos y los gringos que se asientan en ella se venobligados a agaucharse para poder subsistir; la

pampa, el desierto, tiene su ciencia y su ley; hayuna función gaucha que no se aprende en los librosni por intuición; el dominio del caballo es condiciónvital, lo mismo que el del lazo, las boleadoras y, aunantes que el de éstos, el del cuchillo, herramienta detrabajo y único medio de defensa en todas las cir-cunstancias, porque el gaucho se encuentra libradoa sus solas fuerzas en un medio eminentementeagresivo; el cuchillo es su salvaguardia, su policía. Yno es necesario que el arma sea muy larga; lo queha de alargarse, en una práctica que empieza en laniñez, es la habilidad para usarla, la serenidad y se-guridad en el quite y el ataque, serenidad y seguri-

dad nacidas en los múltiples riesgos del ambiente yque han de procurar, en el instante bravo, la triqui-ñuela que abre el camino de la victoria, es decir, elrescate de la propia vida, ―del cuero‖, como dicen losgauchos, porque el cuero es la substancia capital desu momento.

 Además, hay que saber leer a simple ojo, el cieloy la tierra en toda la extensión visible, pues la nubey el rastro dan su noticia; las estrellas son guía y re-

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loj en la noche; vientos y polvaredas traen mensajesque deben interpretarse con fidelidad; la quietud o

el movimiento del campo, cerca o lejos, tienen unsignificado matemático para la seguridad del hom-bre; en el grito, en el vuelo o fuga de un animal hayun alerta; hasta en el silencio suele haber rumores,indicios que no pueden ser captados por cualquieroído. Y también el gusto y el olfato tienen su rol pre-ciso en esa ciencia del desierto, ciencia que sólo seadquiere por obra y gracia de una larga y continua-da experiencia. Y la capacidad de ayuno y sed; lafortaleza para la intemperie y las enfermedades sinauxilio; y mucho más todavía.

Poned a un hombre de máxima cultura y de pro-

funda moral cristiana en un campo como éste, huér-fano de todos los recursos normales de la vida civili-zada, y veréis cómo la regresión se manifiesta, a cor-to plazo, en la medida en que sea urgida por el ins-tinto de conservación; caso contrario, el individuosucumbirá fatalmente por la acción de fuerzas supe-riores a sus medios defensivos.

Invertid los términos en toda su extensión y losresultados, aunque a más largo plazo, se invertirán,a su vez, por ley natural. Es que la necesidad es es-cuela que no necesita ser creada para existir, ni es-pera ayuda de maestro para imponer sus enseñan-zas; del mismo modo, la cultura alcanza, por reflejo,a cuantos se encuentren dentro de los ámbitos de suirradiación.

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El valor y el ideal de libertad que alentó al par,dignifican y ennoblecen al tipo de la revolución y la

independencia; por otra parte, la disciplina militares también una forma de cultura que contribuye amejorarlo, en ciertos aspectos, y le depara una ubi-cación ponderable en el concepto de la sociedad máscivilizada, esa sociedad que lo desconoce antes y quevolverá a desconocerlo después  — pese a que es elmismo hombre —   por un atrabiliario sentido de je-rarquía o superioridad; es la eterna lucha, la oposi-ción de la ciudad y el campo. ¿Acaso hoy mismo elhabitante de ciudades y pueblos, de más o menoscampanillas, no considera inferior al hombre de lacampaña y encuentra sobrados motivos de descon-fianza, y hasta de temor, en sus ropas de trabajo y

en la aspereza de su piel curtida por la intemperie?Sin embargo, si pudiésemos pesar los valores socia-les de uno y otro individuo, más de una vez, quizás,los resultados serian, en verdad, sorpresivos.

El gaucho del período de la anarquía retrógradaes victima fácil de ese cúmulo de confusionismo que

siembra la guerra civil, donde todos los derechos setrastruecan y no impera más ley que la del dominiopersonal y la posesión material, cúmulo de confusio-nismo donde el gaucho es sólo un instrumento in-consciente, como lo son los individuos incultos de to-dos los tiempos; quitarle al que tiene es para él una

forma de justicia, ya que se siente y considera des-pojado de lo suyo; luchar en contra del gobierno, delos magnates  — ambos términos le resultan sinóni-

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mos —  es pagar con la misma moneda con que ha si-do pagado, según su entender, entender que los cau-

dillos  — que en la mayor parte de los casos ni songauchos ni son incultos —   estimulan y aprueban,unas veces porque lo comparten, otras porque apun-tala sus ambiciones de poder.

 Y es este gaucho, el ―montonero‖, componente dela soldadesca que los caudillos manejan con la ley

del desenfreno, el que librado a sus instintos, a sulargo rencor de perseguido de la sociedad y a la im-punidad que sus jefes le aseguran, se desconceptúaante la opinión de la gente de las ciudades y los pue-blos; gaucho adquirirá así una significación de largo

y total desprestigio, una significación que se genera-liza, sin remisión, con olvido de que también unagran parte de esos gauchos forman en los ejércitosdel orden y la libertad con San Martín, con Paz, conLavalle; con Urquiza, cuando éste se rehabilita desu fervoroso apoyo a Rosas; con Mitre en las luchasde la reorganización y con Rauch, con Hornos, conLevalle y con Roca en la larga y sangrienta conquis-

ta del desierto.Gaucho será, pues, para los que poseen bienes y

un techo que los cobije, sinónimo de depredador, deladrón, de descastado moral; no habrá delito que nose le impute y del que no se lo crea capaz. Y nadie sedetendrá a considerar, a estudiar qué fuerzas oscu-

ras obran sobre este individuo, desde varias genera-ciones atrás, y lo empujan por el camino que laanarquía le abre. ¿Gaucho? ¡Ah, basta!

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El de la última época o período, hasta poco másde un cuarto de siglo después de la organización

constitucional del país, es un tipo en franca deca-dencia; su desplazamiento definitivo se aproxima apasos agigantados, ya que, por razones lógicas, losindividuos deben transformarse o desaparecer cuan-do los alcanzan, de medio a medio, condiciones físi-cas y políticas también transformadas. Y el gauchosólo podía subsistir dentro de las condiciones natu-

rales en que había nacido, pues era un producto ex-clusivo de ellas.

Su decadencia se inicia con la propiedad de latierra, en la que no tiene arte ni parte, ya que la leylo considera, como ente o ser, apenas un poco másque a la alimaña que se cobija en esa tierra; sigue

con los corrales y bretes, que rebajan al mínimo la jerarquía y aplicación de los trabajos gauchos, y cul-mina con el gringo y el arado, que ahogan al desier-to, alfombrándolo de cereales, ―pasto‖ dicen, despec-tivamente, los criollos, para quienes sólo la carne esalimento de hombres.

Grande es la llanura; pero en ella no queda ni unpequeño rincón para que el gaucho plante los horco-nes de su modesto y hospitalario rancho.

Es la civilización que lo arroja de su seno.

 — ¡Es el destino! — dirá él. Y lo aceptará, resigna-do y fatalista, como aceptó siempre, en las jugadas

de la vida, el fallo adverso de la taba.No era el destino. Lo dijo Sarmiento y nosotros

podemos repetirlo: es que los gobiernos, unos y

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otros, los de la conquista y los de la patria, olvidaronal gaucho, al hombre de la llanura, del desierto,

cuando acordaban derechos; lo recordaron única-mente cuando exigían obligaciones, obligaciones im-posibles de cumplir, las más de las veces.

En vano se repasarán los archivos buscando enla documentación oficial un solo resquicio generosoque le facilite al acosado su incorporación y adapta-

ción al torrente vital del país. Se le despoja de lo quesiempre tuvo por suyo y no se le acuerda compensa-ción alguna; se lo manda a las patriadas a fertilizarla tierra con su sangre y cuando vuelve, ¡si es quetiene la suerte de volver!, se lo licencia sin mástrámite ni beneficio; se le ordena trabajar, pero nose le proporciona en qué; debe respetar la ley y él no

es respetado por ésta y menos aún por sus ejecuto-res.

El gaucho es un hombre, nada más que un hom-bre. De los despojados y perseguidos, dice Lugones,―¿Habrá quien no sienta en su corazón la justifica-ción del rencor que los posee?‖

Sin embargo, todavía, el eterno paria, con undesinterés que está de acuerdo con los actos de todasu vida, emprenderá la última cruzada e irá a con-quistar, a rescatar nuevas tierras  — que tampocoserán para él —  jugando con los indios al juego de lamuerte, la muerte del indio y la suya propia, pues

ambas van juntas, como van juntas, siguiendo eldestino ineluctable del ramal que las une, las dosbolas de unas ―ñanduceras‖.

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II

¿Cuál es el origen y la significación del vocablo―gaucho‖?

Muchos son, hasta hoy, los que han rastreado su

etimología y, pese a la constancia e inteligencia quepusieron a contribución, sólo han podido darnos con- jeturas, más o menos aparentes y lógicas, pero con- jeturas al fin. De todo cuanto se ha andado por esecampo de investigación, nada hay que pueda consi-derarse como documento indiscutible, como prueba

fehaciente. Lo único cierto es que la denominaciónse aplica, en nuestro país, a un individuo determi-nado y con actividades especialmente determinadas.

Emeric Essex Vidal fue el primero en encarar elproblema; allá por 1820, en las notas que acompa-ñan a sus dibujos y pinturas de la ciudad y el campo

argentinos, supone que gaucho se deriva de ―gawk‖o ―gawky‖, término inglés que debió hacerse comúndespués de las invasiones de 1806 y 1807.

Pero la sugestión de Vidal, que prestaba servi-cios en la armada inglesa, falla por anacrónica; elvocablo existía de mucho antes, ya que aparece es-

crito en el  Diario de demarcación de Juan F. Agui-rre, del año 1782, y según Enrique de Gandía, ―enlos archivos de los Tribunales de la provincia de

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Buenos Aires no es raro hallar la palabra ‗gaucho‘en documentos de 1750 y aun anteriores‖.

Por ―gatchu‖, ―gachu‖ o ―catchu‖ — del araucano —  se inclinan de Moussy, Mantegazza, Máspero, Lenz, Abeille y Von Rosen.

―Gauderio‖ — portugués —   cuenta con la aproba-ción de Lafone Quevedo, Julio Llanos y Groussac,aunque este último prefirió más tarde el castellano

―guacho‖ y un hipotético ―ganducho‖ —¿‖Paso de losganduchos‖ en el Brasil?—  de muy difícil acceso lin-güístico.

Martiniano Leguizamón, fervoroso nativista, dioprimero ―huachu‖ — del araucano y el guaraní, indis-tintamente —  y también “huak’chi”, del quichua.

―Gaudeo‖ — del latín y el portugués —  mereció lapreferencia de Zorobabel Rodríguez y Ricardo Rojas.

Por el castellano ―chaucho‖ y el árabe ―chaoch‖,están Emilio Daireaux y Moula Figueroa.

 Y, así, podríamos citar otra gran cantidad de eti-mologías cuya disparidad es la mejor prueba de quenada legítimo se sabe al respecto.

Según se ha visto, los más ponen su inclinación osimpatía, no su certidumbre, en ―gatchu‖, ―gachu‖ o―catchu‖, palabra araucana que significa ―compañe-ro‖. Conviene recordar que el vocabulario gauchescono tiene sinónimos; a nadie le dio el gaucho tantos ytan variados nombres como al caballo; y sin embar-go no hay dos de ellos que no expresen una condi-ción o un matiz que los diferencia de todos los otros.

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En ese vocabulario, el ―compañero‖ se llama ―apar-cero‖ — denominación clásica, originada en los trata-

das españoles de aparcería, especie de sociedad co-mercial entre dos o más personas —  lo que destruyeel rumbo etimológico mencionado. Y lo más proba-ble, de acuerdo con autorizadas opiniones, es que eltérmino araucano sea posterior y haya nacido porinfluencia directa del vocablo ―gaucho‖.

 Ahora bien: en el estudio de lo tradicional, nosiempre la etimología, ciegamente buscada por losfilólogos, permite determinar y fijar el significado ovalor real de una voz. Y es que la etimología puedeno coincidir, ni siquiera de lejos, con el uso folklóri-co; el vocabulario del hombre del pueblo escapa, enmuchas ocasiones, a las reglas de la lingüística.

Quiere decir que lo objetivo, lo que debe conside-rarse primordial en el estudio de los vocablos tradi-cionales, es la semántica, la aplicación que el puebloda a un término, hasta convertirlo en voz típica, sinigual en otros idiomas del mundo y, acaso también,sin el menor contacto o afinidad con la propia raíz

filológica u otras que aparentan serio.En el sureste del Brasil, país donde la ganadería

y sus industrias primitivas corrieron parejas con lasdel nuestro, el hombre que se ocupaba de esos traba- jos  — arrear, carnear, cuerear, etc. —   era llamado―gauderio‖.

 A fines del siglo XVTII, Azara y Concolorcorvo,que venían de aquellas regiones, dieron el mismonombre al jinete que en nuestras llanuras desempe-

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ñaba iguales menesteres; otro tanto hicieron en va-riadas oportunidades los funcionarios de gobierno

que actuaban en el nordeste argentino. De la difu-sión posterior de las crónicas de aquellos autoresnace la relación de origen que muchos establecenhoy entre ―gauderio‖ y ―gaucho‖, relación inexistentepara mí, pues, de lo contrarío, deberemos aceptartambién la denominación de ―huasos‖ para los ―gau-chos‖, ya que así los llama Tadeo Haenke, naturalis-

ta austrohúngaro que a fines del siglo XVIII cruzala pampa en viaje de Chile a Buenos Aires. Y estono se le ha ocurrido a nadie, simplemente porque ellibro de Haenke no ha tenido la difusión que alcan-zaron los de los otros.

―Para nuestros compañeros —  dice Haenke en su

libro Viaje por el Virreinato del Río de la Plata —  co-mo jinetes hechos y acostumbrados, que aquí llaman‗huasos‘...‖

En verdad, ―huaso‖ es la denominación que se daen Chile al paisano que allí constituye la réplicaexacta de nuestro gaucho. En la zona cuyana, por

lógico reflejo dada la vecindad y el intercambio conaquel país, se oye, a veces, llamar ―huasos‖ a los ji-netes campesinos criollos. ¿No será eso mismo loque ocurrió con ―gauderio‖ y ―gaucho‖ en las zonaslimítrofes del Brasil?

Por otra parte, no debe dejarse de lado la convi-

vencia de ambos vocablos, lo que puede acordarle acada uno un valor, un significado propio. El antece-dente más sugestivo lo suministra también aquí don

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Miguel Lastarria: ―Hay hacendados que poseen másde cincuenta leguas y cuentan más de doscientos de-

pendientes (léase peones) ... cuyo estado de barbari-dad he descripto, distinguiéndolos con el nombreque les dan de ‗gauderios‘, ‗gauchos‘ y ‗camiluchos‘ ‖.

―Camilucho‖ es la denominación que correspondeal indio que trabaja en las Misiones o Reducciones

 — al que le estaba prohibido el uso del caballo —  y a

todo el que realiza en las estancias trabajos ―de apie‖, o sea los peones de menesteres que excluyenlas habilidades de equitación. ¿Por qué se prohibía alos indios andar a caballo? Sencillamente para ale- jar de su pensamiento toda idea de fuga, de libertad,de independencia...

Luego, Lastarria, que debe conocer el significadode ―camilucho‖, no puede citarlo como sinónimo de―gaucho‖. ¿Y no ocurrirá lo mismo con ―gauderio‖?Si, como dice, se los distingue con el nombre de ―gau-derios‖, ―gauchos‖ y ―camiluchos‖, ¿no estará él en-tendiendo que siente la debida diferencia entre lostres tipos?

De ahí que convenga analizar un poco el valordocumental que deba asignársele a los cronistas, va-lor que creo surge explícito de sus propios informes.―Estos — dice Concolorcorvo, con respecto a los queél llama ―gauderios‖—   ―son unos mozos nacidos en

Montevideo y en los pagos vecinos‖.La cuna del ―gauderio‖ parece quedar bien deter-minada.

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 Y sigue después: ―Se convienen un día para co-mer la picana de una vaca o novillo; lo enlazan, de-

rriban y bien trincado de pies y manos, le sacan, ca-si vivo, toda la rabadilla con su cuero, y haciéndoleunas picaduras por el lado de la carne, la asan mal ymedia cruda se la comen…‖ 

 Ahora es fácil discernir que la escena ha sido vis-ta desde muy lejos — si lo fue —  y apreciada con ma-

yor inexactitud todavía. El campesino rioplatense,de todas las épocas, sabe carnear; eso entra en suciencia campera; enlaza de los cuernos y de una o delas dos patas traseras, es decir, estira al animal en-tre dos lazos — o lo desjarreta —  y lo degüella sin de-rribarlo, para que se desangre bien; con ese procedi-miento, además, se economiza trabajo.

En cuanto a lo de ―que asan mal y media crudase la comen‖, revela un absoluto desconocimiento delas costumbres del hombre de campo, para quien elasado, comida nacional por excelencia, tiene un pun-to especial de cocción y debe conservar todo su jugosi ha de merecer el calificativo de bueno.

Con respecto a las modalidades gastronómicascorrientes en nuestro campo, un observador más ex-perimentado, un inglés culto que nos visitó por pri-mera vez en 1810, don Juan Parish Robertson, dice:―En Inglaterra la carne de vaca o de carnero debeguardarse una semana y diez días la de caza, antes

de comerlas. No es así en Sud América, pues las per-dices, tomadas diez minutos antes, la ternera, lospollos, los pichones que habían dicho adiós al mundo

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aquella misma tarde, estaban todos y de distintomodo, cocinándose. Se participó de ellos dos horas

después y los encontramos delicados, tiernos, exce-lentes. No sé cómo es esto; pero es así‖. Míster Ro-bertson se encuentra, en esos momentos, en una delas estancias de don Pancho Candioti, en EntreRíos. Ya se ve que también los modos primitivospueden tener excelencias que la verdadera justiciaobliga a reconocer, aunque se las considere inexpli-

cables.El total desconocimiento de Concolorcorvo sigue

manifestándose en otros aspectos del mismo tema:―Si pierden el caballo, o se lo roban — afirma — , lesdan otro, o lo toman de la campaña, enlazándolo conun cabestro muy largo que llaman ―rosario‖. Tam-

bién cargan otro  —¿otro ―rosario‖ o cabestro?—   condos bolas en los extremos, que muchas veces son depiedra ... que forran de cuero, para que el caballo seenrede en ellas, como así mismo en otras, que lla-man ―ramales‖, porque se componen de tres bolas‖...

Concolorcorvo sigue viendo mal y averiguando

menos el empleo y los nombres de las prendas quenombra; de otro modo no se explicarían tamañoserrores con respecto al lazo y las boleadoras, ―ñan-duceras‖ o de dos bolas, ―potreadoras‖ o de tres, quees a lo que él bautiza con los peregrinos nominativosde ―cabestro‖, ―rosario‖ y ―ramales‖.

Para comprender hasta qué punto El lazarillo deciegos caminantes nos habla de cosas en las que éles tan ciego como los demás, recordemos su cita de

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―gauderios de ambos sexos‖ en Tucumán, a los quellama también ―colonos‖, y que van a los montes a

realizar fiestas campestres y ―fabricar sus alojas‖ — ¡mate, probablemente! —, mientras esperan ―que delas casas les traigan quesillos y miel para postre‖.

 Además, la buena ley de estos cuadros es recal-cada por los nombres criollísimos de ―los mancebos ymancebas‖, que se llaman Esperidión, Horno de Ba-

bilonia, Capracia, etc., etc.En verdad, una nueva Babilonia donde el enten-dimiento se pierde sin remedio si le damos crédito.

Concolorcorvo podrá suministramos informes fi-dedignos, pero sólo en lo que él ha podido ver consus propios ojos y apreciar por experiencia directa;

cuando deja jugar la imaginación, cuando improvi-sa, es un testigo al que no hay que dar fe. Desgracia-damente, encontró muchos ―ciegos‖ que lo han acep-tado por lazarillo apto y han repetido sus errores,asignándole una autoridad que, a veces, no tiene.

 Y lo mismo ocurre con don Félix de Azara, cuan-

do éste se va más allá de lo que ha podido estudiar,experimentar en sus verdaderas fuentes. Lo de-muestra, sin lugar a dudas, lo que dice con respectoa los indios de la pampa, a los que sólo conoce por loque le han dicho o por suposición personal: ―Todaslas naciones que habitan esas comarcas, no conocenreligión, ni leyes, ni juegos, ni bailes‖. (Viajes por

 América Meridional, T. 2°, pág. 51). ¡Ay del que con-ceda algún valor a tales afirmaciones, así vengandel más autorizado de los cronistas!

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Pero dejemos a los cronistas y vayamos a los eru-ditos, es decir, a los eruditos que han necesitado fin-

car una parte de su erudición en crónicas de aquelcarácter. Tomemos el  Diccionario argentino, de don

Tobías Garzón y veamos lo que dice con respecto ala palabra ―gaucho‖: Adj. Arg. Perteneciente o relati-vo al gaucho o gaucha. Traje, versos costumbres, es-tilo, gaucho. 3.//fig. y fam. Arg. Guapo, resuelto,ducho, diligente y activo en una pretensión, empeño,trabajo u ocupación. U. T. C. S.//Ant. Arg. Aplicá-base al perro vagabundo.//Arg. Bandolero, saltea-dor; asesino, de la campaña.// Hombre de campo,de a caballo y entendido en las maniobras del la-zo.//Arg. fig. Hombre pendenciero y de malas entra-ñas, que anda buscando aventuras y lances san-

 grientos.//s.f. Arg. Mujer varonil, grosera en su por-te y en su lengua je, atrevida y de armas llevar.// Arg. Mujer desenvuelta, liviana, prostituta” ...

La obra del doctor Garzón es muy respetable, porcierto; pero, es el caso de preguntar: ¿qué se entien-de por ―gaucho‖ después de leer el párrafo preceden-

te? ¿Puede alguien desentrañar ese fárrago de con-fusión? ¿Puede aceptarse ese injerto de ―gaucha‖,palabra muy poco usada en el campo de todos lostiempos, con la deshonesta significación que le adju-dica gratuitamente?

Para recalcar lo caprichoso de la definición, con-

viene ver lo que dice el mismo autor al tratar el di-minutivo de esa voz: “Gauchita; adj. Dícese de una

mujer bonita o que está bien arreglada”.

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―Gaucha‖ llámabasele — y se le llama aún —   ensu ambiente a la mujer capaz de encarar con resolu-

ción y baquía los menesteres propios del hombre enel trabajo cotidiano y en todos los actos de la vida; ala otra, a la ―varonil, grosera en su porte y en su len-guaje, atrevida y de armas llevar‖, se la conoció por―sargenta‖ o ―sargentona‖, de acuerdo con el típicodespotismo reconocido a los policías de la campaña;en cuanto a la última forma, fue totalmente ajena al

vocabulario gauchesco, siendo reemplazada por dosequivalentes mucho más gráficos y con fundamentoreal en el propio ambiente: ―yegua‖ y ―oveja‖.

También requiere una aclaración, que está ha-ciendo falta, ese caprichoso bautismo del perro ci-marrón convertido en ―gaucho‖ a través de una cita

de Azara, cita que sólo podría legitimarse leyendolos originales del texto a que se hace referencia:―Hay por acá muchos perros de un carácter singular.No son de rasa o casta determinada, sino de todaslas medianas y grandes. Estos, aunque hijos de losdomésticos en las estancias y chozas campesinas, si-guen y hacen fiestas a cualquiera pasajero a caballo,y cuando se les antoja, le dejan sin el menor motivodespués de algunos días, y a veces al primero,quedándose en otra estancia, y también en el cam-po, para incorporarse con el primero que pasa. Ensuma, tales perros, que no son pocos, no toman afi-ción a nadie, ni a las casas, y suelen llamarles

‗gauchos‘.‖ ¿Azara dirá ―gauchos‖ o ―guachos‖? ¿No se tra-

tará de uno de esos errores de imprenta, tan comu-

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nes en todos los tiempos? Obliga a pensar así elhecho de ser el único cronista que usa esa denomi-

nación; los demás, sin excepción, dicen ―perros cima-rrones‖ o ―salvajes‖.

 Algunos autores de nuestra época han hecho hin-capié en el vocablo peregrino  — que nadie confir-ma —  y lo aducen como argumento para reforzar sufobia gauchesca.

Pero no hay que andarse tanto por las orillas delasunto. El mismo Azara se encarga de definir, conexactitud, el significado del vocablo en cuestión. Y lohace así: ―Gaucho: este nombre dan a los jornaleroscampestres‖. Podrá hacer luego muchas considera-ciones con respecto al individuo y sus modos de vi-vir, favorables unas, desfavorables otras  — como ya

lo veremos —   mas todo eso no desnaturaliza ni elcuerpo ni la esencia de su concepto interpretativo. Yhago constar aquí que la definición de Azara, quefue también la de muchos otros, coincide con la queyo tengo como la más perfecta de cuantas se han da-do y es la de Guillermo Hudson: ―El gaucho, el jinete

de las pampas‖. De ahí que ―el gaucho sólo a caballoes hombre entero‖.

Lo dice bien don Ezequiel Ramos Mejía, despuésde haber sido estanciero veinte años  — 1860 a1880 — , en su libro Mis memorias: “Las caballadasen las estancias eran tan esenciales como el combus-tible para las fábricas. Todo se hacía con ellos; poreso el gaucho y su caballo son gemelos legendarios. A pie es un ser inconcebible; sería un peón, peronunca un gaucho‖.

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 Ya se ha visto que la palabra ―gaucho‖, como de-nominación de un individuo determinado de la cam-

paña, no parecería ser frecuente  — a estar a los do-cumentos escritos —  hasta principios del siglo pasa-do.

En Historia de la Nación Argentina, dice don

José Torre Revello: ―Y aunque es verdad que cuandoel vocablo ‗gaucho‘ se empezó a emplear, a fines del

siglo XVIII, era usado como sinónimo de cuatrero ycontrabandista, sin embargo debe hacerse un distin-go entre aquellos que en calidad de peones o conotra denominación se dedicaban a las labores delcampo y los que, realmente, como única ocupación,practicaban el contrabando y el robo de ganado‖.

 Y continúa después: ―La voz ‗gaucho‘ aparece porprimera vez en documentos oficiales del año 1790,en los cuales se emplea como sinónimo de cuatrero ycontrabandista al referirse a los moradores de lacampaña del Uruguay, en la frontera con el Brasil,los que en connivencia con charrúas y portuguesescometían toda clase de tropelías y crímenes‖.

Para robustecer estos conceptos recurre a unacita de la memoria de Miguel Lastarria, la mismaque encontramos con frecuencia en la mayor partede los historiadores, cita que yo, pese s su extensión,voy a hacer completa para poner en claro su verda-dero sentido; en la página 201, edición de la Facul-

tad de Filosofía y Letras, 1914, párrafo 85, dice Las-tarria: ―Se habrá advertido que empezando a darrazón de la fundación de los siete pueblos guaraníes,

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que injustamente nos retienen los portugueses, indi-qué los progresos de la población civil de esta gran

parte territorial de que hablo, siguiendo en contornosus orillas por la del Río Uruguay, del de la Plata,del mar y de la línea divisoria; insinué también queen su interior casi al centro viven los salvajes cha-rrúas y Minuanes en número poco más o menos decien familias asociadas de los Hiposentauros, o Sáti-ros; cuyo nombre doy a los bandidos Portugueses y

Españoles de todas castas. Quienes solos o juntoscon aquellos Bárbaros no se excercitan en otra cosaque en robar quanto encuentran para su consumo; ypara vender clandestinamente a los Portugueses delBrasil nuestros ganados mansos Vacuno y Caballar.No se satisface con esto su fiereza, incendian las

havitaciones que acometen matando con impondera-ble indolencia a los hombres que caen en sus manos,y les llevan sus mujeres e hijas, sin distinguir castaso calidades: tanto riesgo corre en aquellos Camposuna Señora, como una Criada. Aveces, no con otrodepravado designio q‘e el de perpetrar estos raptoshacen sus inhumanas incursiones. (A fines del año1801 nueve de estos atroces delincuentes sufrieron

el último suplicio a una propia hora en la Capital deBuenos Aires; uno de ellos era Polaco) Aunque no esfixa su residencia, ni la de los mencionados Genti-les, se nota que el principal parage de su reunión essobre la banda septentrional del Río Negro hacia la

mitad de su curso; discurriendo hasta el Uruguaypor más de quarenta leguas en su rivera desde los31 grados de Latitud hasta el Ibicuy; de modo que

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han asolado un gran terreno perteneciente a nues-tros Indios Guaraníes; quienes lo tenían dividido en

Estancias para sus Ganados en tiempo de los Jesui-tas, que supieron defenderlo; pero los Españoles queles sucedieron no han cuidado de esto. Desde aquelhorroroso retiro badeando el Río Negro emprendensus correrías para el Este, y para el Sur hasta llegara muy cerca de nuestras Villas y Pueblos. Se dexaentender el miedo y el espanto que infunden a nues-tros pacíficos campesinos‖.

 Y en el párrafo siguiente, el 86, con la expresaaclaración de: ―Costumbres, usos, trages, manerasincultas de nuestros campesinos‖, dice: ―No dejaránde asombrar éstos a quien no se halla acostumbradoa verlos con la barba siempre crecida, inmundos,

descalzos, y aun sin calzones, con el tapalotodo delponcho (adoptado por algunos Regimientos) por cu-yas maneras, modos y trage se viene en conocimien-to de sus costumbres sin sensibilidad, y casi sin reli-gión. Los llaman Gauchos, Camiluchos o Gauderios.Como les es muy fácil Carnear, pues a ninguno le

falta Cavallo, volas, lazo y cuchillo conque coger ymatar una res, o como cualquiera les da de comer devalde, satisfaciéndose con sola la Carne asada, tra-bajan únicamente para adquirir Tabaco que fuman,y el Mate de la Yerba del Paraguay que beben por loregular sin Azúcar quantas veces pueden al día; ópor tener que obsequiar a sus queridas: Las quales

no siendo tan desaseadas, y antes bien inclinadas avariar y mejorar de trage, al cabo les excitarán lasensibilidad, y el amor propio para que se disputen

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la preferencia, presentándose en una figura menoschocante. Tal es la ínfima clase de los campesinos‖.

 A poco que se observe, se verá que Lastarria dice to-do lo contrario de lo que se le hace decir.

Creo que sobran los comentarios. Lastarria nodefiende; sencillamente expone las cosas según lasve. Tampoco pretendo yo defender aspectos fácil-mente vulnerables si nos detenemos en ciertos deta-

lles. Pero esto, ¿alcanza solamente al gaucho, algauderio, al camilucho, al peón campestre, al chan-gador, al campesino, al paisano, en el transcurso desu existencia, existencia cuyos extremos hemos tra-tado de fijar, y suponiendo que todos esos nombresconvengan al mismo individuo?

Si aceptamos semejante temperamento, veamosahora cómo debemos calificar a los conquistadores,de acuerdo con las informaciones de los cronistasque fueron sus contemporáneos y críticos de sus ac-tos. Vamos a iniciar el desfile con don DomingoMartínez de Irala, el continuador del Primer Ade-lantado, gobernador de La Asunción del Paraguaydurante largo y accidentado lapso.

Juan de Carvajal dice en una carta al rey, que elgobernador Irala ―repartió la tierra entre sus pania-guados y amigos y entre los que enviaba a robar latierra, como dicho tengo, y entre estranjeros, asífranceses como ytalianos, como venecianos y ginove-ses, y de otras naciones de fuera de los reynos de S.M., porque le han ayudado y favorecido‖.

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 Y respecto al mismo gobernante, apunta Enriquede Gandía: ―La vida libre que se llevaba en La

 Asunción, hizo que pronto aquella ciudad fuese co-nocida con el nombre de ‗El Paraíso de Mahoma‘.Los relatos que tenemos de aquel entonces son cua-dros maravillosos que debería aprovecharlos un no-velista admirador de las encantadas selvas paragua-yas. Según el clérigo Martín González, cada cristia-no tenía de ochenta a cien indias, ‗entre las cuálesno puede ser sin que haya madres y hijas, hermanasy primas ... e ansí se usa dellas como en esos reynosla moneda‘. En efecto, las indias eran jugadas a lascartas, y una de ellas, ‗en pena de su maleficio, tuvoel candil y lumbre mientras la jugaban, e despuésde jugada, la desnudaron, e sin vestido, la enviaron

con el que la ganó, porque decía no haber jugado elvestido que traya‘.‖

Un personaje de más encumbrada jerarquía, el Adelantado Alvar Núñez, anota en su Relación Ge-neral: “Otros tenían acceso carnal con madre e hija,

dos hermanas, tías y sobrinas y otras parientas, y

las indias libres cristianas vendían, trocaban y cam-biaban unos con otros como si fueran esclavas, y es-pecialmente el dicho Domingo de Irala lo hizo, eotorgó cartas de venta ante escribano de las yndiaslibres que vendió, e demás desto estaban amanceba-dos con treinta, y cuarenta y cincuenta mugeres ...‖

Por eso, el canónigo Ordóñez de Ceballos teníarazón al decir que ―era cosa de admirar el grannúmero de mestizos, hijos de españoles e indias‖ y,

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de paso —¡Oh, virtud del ―haced lo que yo digo, no loque yo hago‖!— , los califica de insociables y depra-

vados. Pero seguramente su admiración hubiese ba- jado algunos puntos de saber que ―Bernal Díazhabla de un soldado Álvaro, natural de Palos, queen tres años tuvo treinta hijos, todos con mujeres in-dias‖ (Cita E. de Gandía).

 Y afirma Gandía: ―Lo que pasaba en el Paraguayera corriente en el resto de América y los mismoshechos se repetían a principios y fines del sigloXVI‖.

En cuanto a la Administración, una memoria de1749 dice, refiriéndose a los Alcaldes Mayores, Co-rregidores y otros funcionarios, que son ―sujetosconstituidos en tan inferior y desgraciada suerte,

que ni tienen comúnmente inteligencia, ni faculta-des para hacer bien a los Pueblos, ni les queda arbi-trio para dejar de ser negociantes con usura y Mono-polio si han de mantenerse y sacar algo en el tiempode unos empleos que pretenden en España los queen ella no pudieron ver jamás la cara a la fortuna, y

piensan que las riquezas, bien o mal adquiridas lespueden indemnizar de los desayres de ella‖.Si quisiésemos adentrarnos en este campo y hur-

gar en antecedentes de esa clase, nada quedaríabien parado de toda la Conquista: ni la espada, ni elgobierno, ni la Cruz, ni siquiera las mujeres españo-las, pues según cita del mismo Gandía hablando de

éstas, ―sobran las que acá hay, y como las que allábienen, bienen con necesidad, dan muchas dellasmal exemplo, que no son pocas‖.

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Muchos gobernadores, virreyes y otros encum-brados funcionarios de la administración en el Río

de la Plata fueron sometidos al Juicio de Residenciay, más de una vez, condenados por la violación deleyes que no eran para ellos desconocidas como loeran para el gaucho. ¿Y entonces? ¿Es que tendre-mos que aceptar que entre dos ebrios, en igual gradode ebriedad, uno es digno porque se emborrachó confino champaña, y el otro no, porque lo hizo con bebi-

das de inferior categoría?Seguramente Cervantes no era de esta opinión,

cuando retratando a uno de sus personajes, dijo:―Viéndose, pues, tan falto de dinero, y aun no conmuchos amigos, se acogió al remedio a que otrosmuchos perdidos en aquella ciudad se acogían, que

es el de pasarse a las Indias, refugio y amparo de losdesesperados de España, iglesia de los alzados, sal-voconducto de los homicidas, añagaza general demujeres libres ...‖

En cuanto a la acción moralizadora de la Iglesia,dice Lastarria: ―Estoy convencido que los derechos

que llaman de casamiento y de entierro, detienen ensu origen la población de los nuevos establecimien-tos en América. Quando el Marqués de Osorno visi-taba el Reyno de Chile, donde fue Gobernador Supe-rior y Capitán General, llegó al partido de Coquim-bo y le hice observar esta verdad; rogó a los Curas

por Auto público y Oficios que les pasó, casasen porel término de dos meses sin exigir estipendio: Fuenotable el número de esposos que se presentaron, y

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que no habían tenido con qué pagar antes doce pe-sos fuertes los Españoles y nueve los de otras cas-

tas. Iguales cantidades desembolsé liberalmente pordiez o doce veces para que el cura de Barraza D. Yincalcio Berdugo bendigese otros tantos matrimo-nios de pobres moradores de Ponitaqui. Desde allíobservé también que los Curas eran los herederosuniversales: Quando van a confesar a algún mori-bundo, en vez de consolar a la familia, averiguan los

bienes que tienen... En esta triste ocasión ajustan elfuneral; y aun se hacen pago. Un Cura, al regresar asu casa distante quatro leguas se hizo llevar unayunta de Bueyes; sanó el enfermo; los cobró, y fuedespedido, diciéndole el Cura ―que se quedaba conellos para cuando muriese‖. Debo confesar que hay

muchos buenos curas; pero pocos los que casan y en-tierran de valde...‖

 Y por lo que toca a las Misiones Jesuíticas, elmismo cronista se expide así: ―Es largo describir;por lo que bastará ya con decir que habiendo los Je-suítas estudiado al hombre, procuraron hacer de los

indios quanto se les antojó entreteniéndoles la ima-ginación, mientras aletargaban su razón; Los embe-lesaban como a Niños; Les ponían cadenas invisi-bles, y les sofocaban las luces del Entendimiento ylos sentimientos de su corazón; En una palabra, sepropusieron criar estúpidos, mansos y útiles; nohombres civiles y virtuosos, ni menos religiosos…‖ 

 Admitamos que haya pasión en el juicio anterior;pero aquí hay otro; es de Fray Pedro Parras, emitido

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en 1751, con respecto a la Misión Franciscana deItatí: ―Todas las mañanas van el corregidor, los al-

caldes, regidores y procuradores del pueblo a tomarórdenes del cura; las oyen con mucha sumisión yluego las distribuyen a los demás del pueblo, orde-nando a cada uno dónde y qué es lo que ha de traba- jar, y por la tarde vienen los mismos a dar cuenta delo que se hizo, y avisan si algún indio dejó de obede-cer o si cometió algún delito y son terribles para

acusarse unos a otros. A todas las indias del pueblo,capaz de trabajo, se les da el lunes el algodón, quehan de hilar, y el sábado entregan el hilo que corres-ponde, por peso, y está presente el fiscal del pueblo,el escribano que las va llamando por orden y el com-pañero del padre cura, y si alguna ha dejado de tra-

bajar, o trae menos hilo del que corresponde, la danveinte y cinco azotes sobre la marcha. Para esto derecibir el castigo son resignadísimos‖.

¿Cómo? ¿La delación, repudiable condición hu-mana, y los azotes denigrantes, también están in-cluidos en el breviario de la bondad misionera? ¿Es

que los sacerdotes que rigen las Misiones piensansinceramente que la ―letra con sangre entra‖? Debeser así, no más. Y esa bondad es la que hace que elobispo de Tucumán, don Fernando Trejo, viaje hastaBuenos Aires, en 1602, ―a ver un navío que traía altrato, con el cual vinieron doscientas veinte piezasde esclavos‖. Claro que el obispo tiene ejemplo, parasu disculpa, pues ―en 1698 habían sido introducidosfurtivamente, por el mismo puerto, treinta esclavospertenecientes en su mayoría al clérigo Peralta‖.

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(Citas de E. de Gandía). En verdad, se trata de sim-

ples ―precursores‖, ya que la esclavitud será pronto

autorizada oficialmente  — y hasta contará con laaprobación del Papado — , tan pronto como se noteque los indios, de puro delicados, se mueren tempra-no en las encomiendas y las minas, pese al buen tra-to de los españoles.

En el tomo IV, primera sección, pág. 352, de la

Historia de la Nación Argentina, don José Torre Re-vello trae la siguiente cita de un canónigo españolde principios del siglo XVII: ―En las Indias hay dosrepúblicas que gobiernan, la una muy contraria a laotra. La primera, la de los españoles, los cualesusan del buen gobierno político de España y se ocu-pan en la administración y beneficio de sus hacien-

das, crianza y labranzas, valiéndose para este minis-terio y trabajo de naturales, porque los españoles enlas Indias no aran ni cavan como en España, antestienen por presunción no servir en las Indias, dondese tratan como caballeros e hidalgos y apenas sehallará un lacayo ni paje español, ni le ha podido

sustentar ningún personaje, sino solo el virrey por eloficio que tiene. Aplícanse a mercaderes, y a tenertiendas de cosas de comer y de ropa de Castilla y dela tierra, y a tratar y contratar entre los naturales,y a ser mayordomos de haciendas y estancias y enminas de oro, plata e ingenios; y la razón desto pien-so que es como su propensión e inclinación los llevaa enriquecer y a volver a España con hacienda, aplí-canse a los oficios y ministerios que más comodidadtienen para ganarla‖.

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Si nos dejamos sugestionar por estos anteceden-tes, y otros más terribles aun que abundan en las

crónicas de su momento, y que iremos viendo en suoportunidad, ¡ah, qué juicio lapidario tendríamosque emitir con respecto al proceso colonial español!

Pero la verdad total, la que subsiste por encimade las debilidades materiales de los hombres, los deespada, los de toga, los de sotana y los de chiripá, es

otra, muy otra:Que lo bueno y lo malo de la vidava trenzando en el tiempo y su mudanza;queda una cicatriz donde hubo herida

 y ella, en la carne abierta, fue esperanza.

Ese mismo Irala, capaz de tales abusos, es aquélque hace dejar en una de las islas de San Gabriel―un puerco y una puerca, para que hagan casta...‖Ese es el porvenir, la semilla del progreso, el buenfruto; lo demás pertenece al momento, aunque susmanifestaciones sean repudiables. Y es que todo elprogreso de la humanidad, el de ayer y el de hoy, ha

surgido y surge como corolario de virtudes y defectoscomunes a las apetencias de los hombres. Exacta-mente, el árbol del Bien y del Mal puesto en la tie-rra.

Esa misma lujuria, criticada y criticable, ¿nomarca, acaso, el principio de una transformación ra-

cial que hará desaparecer al español y al indio pu-ros, para dar origen al hijo de la tierra, el mestizo deayer, y, en gran parte, el criollo de hoy?

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En Historia de la conquista del Río de la Plata,

dice el padre Lozano: ―El Ministro de la Real Ha-

cienda o el Cabildo respectivo, diputaban un hombrepráctico en las cosas del campo para dirigir las ope-raciones (las de las ―vaquerías o corambreadas‖).Remunerábase a cada peón con dos reses por cadadía de trabajo si había andado en caballo propio ycon una si facilitado por el capataz‖.

 Ya hemos dicho que el permisionario es siempreun español y un personaje de influencia ante las au-toridades, además de hombre de dinero, puesto quepara costear tales empresas era necesario disponerde un capital de bastante importancia. El peón, elgaucho, obtiene tan sólo lo que le corresponde porsus tareas de ―conchabado‖, es decir, una ganancia

enteramente lícita, ésa que también mencionó Las-tarria: ―sólo trabajan para comprar tabaco ... la yer-ba mate ... y por tener con qué obsequiar a sus que-ridas‖.

Con posterioridad a la Revolución, en el informedel coronel García se lee: ―Todas estas estancias

están llenas de gauchos sin ningún salario; porqueen lugar de tener todos los peones que necesitan, losricos sólo conservan capataces y esclavos; y estagente gaucha está a la mira de las avenidas de losganados de la sierra (se refiere a las serranías de laprovincia de Buenos Aires) o para las faenas clan-

destinas de cueros; en trato, son a tanto por cuerode cortar, desollar, estaquear y apilar; que todo elimporte es de dos o tres reales, según el convenio de

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ajustar las operaciones en caballos del que le mandao en propios suyos, conforme a, la distancia o el pago

en dinero o ropa‖.El gaucho es también aquí un ―conchabado‖, un

hombre que trabaja y percibe una retribución por suactividad. Si detrás de esas tareas hay delito, el de-lincuente no es él, ni siquiera el capataz. . .

Por otra parte, las constancias en los anales poli-

ciales de aquellas épocas no siempre constituyenprueba plena de cuatrería y contrabandismos gau-chos; a veces, ocurre todo lo contrario, como en estecaso, de fecha 23 de setiembre de 1778: ―Nos mandóel Exmo. Sr. Dn. Pedro de Cevallos, por un Decreto,tomásemos declaración a veinte y tantos Peones que

embió presos a aquella Plasa el Theniente de asam-blea de Cavallería Dn. Lorenzo García Corregidor,en Aquella actualidad del Pueblo de Santo DomingoSoriano, cuias declaraciones se les tomaron vajo laspreguntas que nos ordeno S. E. hiciésemos dirigidasa averiguar en virtud de que ordenes concurrieron averificar las faenas de porción de cueros que se hac-

ían en los campos de la Estancia del Pueblo de Ya-peyú, y según hacemos memoria declararon todosgeneralmente que obraron en virtud de ordenes quetenían de su capataz, y este de las que le comunica-ba el Administrador General de los Pueblos de lasMisiones‖.

De usarse entonces la declaración moderna deque ―el proceso instruido no afecta su buen nombrey honor‖, muchas de esas constancias policiales, con-

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sideradas cargos por los historiadores, resultaríananuladas por el fallo final, tal como acaba de verse.

 Agreguemos, además, la descripción del ―gau-derio‖ hecha por Concolorcorvo: ―Estos son unos mo-zos nacidos en Montevideo y en los pagos vecinos.Mala camisa y peor vestido procuran encubrir conuno o dos ponchos, de que hacen cama con los suda-deros del caballo, sirviéndoles de almohada la silla.Se hacen de una guitarrita que aprenden a tocarmuy mal y a cantar desentonadamente varias co-plas, que estropean y muchas que sacan de su cabe-za, que regularmente ruedan sobre amores. Se pase-an a su albedrio por toda la campaña y con notablecomplacencia de aquellos semibárbaros colonos, co-men a su costa y pasan las semanas enteras tendi-

dos sobre un cuero, cantando y tocando‖.¿Qué es lo que configura delito en todo este cua-

dro? ¿La humildad del vestido? ¿El que cantan des-entonadamente y tocan mal ―la guitarrita‖? ¿El quecoman a costa de unos ―semibárbaros colonos‖ y queéstos se deleiten con esos cantos y esa música?

 Y Azara, a su vez — para no citar, por ahora, másque cronistas del período colonial —  dice, refiriéndo-se a los campesinos o jinetes de la llanura o pampa:―La religión corresponde a su estado y sus vicios ca-pitales son una inclinación natural a matar anima-les y vacas con enorme desperdicio, repugnar todaocupación que no se haga corriendo y maltratandocaballos, jugar a los naipes, la embriaguez y el robo,bien que estos últimos también dominan en los ciu-dadanos‖.

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Si el juego, la embriaguez y el robo son vicios co-munes a los ciudadanos, ¿qué subsiste en contra del

gaucho? ¿El que matan animales con enorme des-perdicio de la carne? No hay tal cargo si tomamos encuenta lo que ocurría en las ―vaquerías‖ y ―coram-breadas‖, donde en 1730, según anota el P. Catta-neo, los vaqueros ―se dirigen en una tropa a caballohacia los lugares en que saben se encuentran mu-chas bestias, y llegados a la campaña completamen-

te cubierta se dividen y empiezan a correr en mediode ellas, armados de un instrumento que consiste enun fierro cortante de forma de media luna puesto ala punta de un asta, con el cual dan al toro un golpeen una pierna de atrás, con tal destreza que le cor-tan el nervio sobre la juntura (desjarretar); la pier-

na se encoje al instante, hasta que después de habercojeado algunos pasos, cae la bestia, sin poder ende-rezarse más; entonces siguen a toda carrera del ca-ballo hiriendo otro toro o vaca, que apenas reciben elgolpe se imposibilitan para huir. De este modo, diezy ocho o veinte hombres solos postran en una horasiete o ochocientos‖. 

 Y ya sabemos que de esos cientos y miles de ani-males se aprovecha solamente el cuero, la lengua yla grasa, ya que la preparación de ―charqui y―tasajo‖ no es complemento obligado de toda ―coram-breada‖. ¿Y este desperdicio, hecho con anuencia delas autoridades, no es criticable? ¿No es mayor que

el que puede ocasionar el individuo aislado que es elgaucho, que mata para su alimento y el de los su-yos?

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Todos estos antecedentes, y otros muchos simila-res, pero no siempre bien compulsados, han dado lu-

gar a juicios como este: ―Un hecho indudable es quedesde sus orígenes hasta los primeros años de la In-dependencia, la palabra gaucho tuvo un mal signifi-cado. En los procesos criminales, los acusados se de-fendían alegando que no eran gauchos, en contra del juez que los acusaba de serlo. En todo lo interior dela República, a donde tardó en penetrar la influen-

cia bonaerense, la palabra gaucho aun evoca la ideadel bandolero o del matón, y gauchear equivale aforzar mujeres y realizar desmanes en las pulperíasy en los ranchos indefensos. Sólo después de la pu-blicación de los novelones populares bonaerensesque hicieron furor a mediados y en la segunda mitad

del siglo XIX, comenzó a dignificarse en Buenos Ai-res el tipo del gaucho, que como representante delhombre de campo y verdadero argentino, en oposi-ción a los gringos o europeos, pronto se vio adornadocon un sin fin de nobles virtudes que en la realidadde los hechos nunca poseyó‖. (E. de Gandía, en Elorigen de los nombres y apellidos, pág. 206). Y agre-

ga: ―Gaucho es el hombre libre, nacido en el país yde mala vida‖.

O como este otro: ―La vida abundante que carac-teriza el siglo XVIII, por contraste con las miserias ypenurias de los orígenes, formará al gauderio pródi-go y holgazán‖ ... ―La tarea de la gente de campo — 

mayordomo y gauchos —   consistía en castrar y ma-tar animales, recorrer a caballo la estancia para tra-er el ganado al rodeo y trabajar durante la primave-

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ra y verano en la casa para matar animales y sacar-les el cuero, sebo y tasajo. Abandonaban la estancia

en cualquier momento. Revelando la voluntad inter-mitente y el espíritu ocioso del gaucho, un autor ex-plica que la mayor parte de las veces se iba de la es-tancia sin despedirse siquiera o diciéndole simple-mente al patrón: me voy porque va he estado bas-tante tiempo. El juicio general de escritores y auto-ridades era adverso al gaucho, desde el punto de su

esterilidad económica. Se calificaba con severidadsus hábitos, su espíritu de soberbia, la incapacidadpara el trabajo sostenido y la indisciplina‖, (RicardoLevene, en Historia de la Nación Argentina, T. IV,

pág. 263 y 64).

 Y el autor citado dice poco después: ―Se había in-

troducido el abuso de matar vacas, terneros y novi-llos pequeños. De las grandes matanzas de ganadoque se hacían no se aprovechaban más que los cue-ros, la gordura y las aspas. Este abuso era conse-cuencia de los continuos permisos de vaquería o ma-tanza de animales cimarrones. Cada hacendado ma-

nifestaba ante las autoridades el número de resesque había perdido y obtenía una acción para vaque-ar, con arreglo a ese número, en las tierras realen-gas o lindantes a su establecimiento; pero no siem-pre el accionero hacía uso de su derecho en Ia tem-porada inmediata y algunos obtenían su licencia conplazo de un año, dos o más. Conjuntamente con el

campo se vendía el permiso de vaquería‖.Estos hacendados, propietarios de la tierra y de

los derechos de vaquería inherentes, ¿eran gauchos?

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Es de creer que no, si nos atenemos a la cita que sehace en el mismo párrafo: ―Acuerdo de 12 de marzo

de 1790, Azara estimaba que para promover el pro-greso de la ganadería era necesario distribuir gra-tuitamente la tierra a los particulares con los gana-dos alzados que pudiesen amansar. En cinco años lacampaña se habría poblado y el ganado reducido apastoreo sin disminución, porque cada particularhubiera cuidado el suyo. Criticaba, pues, el sistema

de la venta de la tierra pública no tanto por su co-sto, cuanto por los gastos y procedimientos que eranecesario aplicar para adquirirla‖.

 Y continúa luego el Dr. Levene, hablando de larepresión del contrabando ganadero a fines del sigloXVIII: ―Fueron asuntos ruidosos y escandalosos en

su momento y pintan con vivos colores las prácticasilícitas imperantes y la sórdida codicia de un grupode explotadores y directores de la riqueza pública.Ese grupo sabía minar la moralidad administrativay erigir una muralla de intereses comprometidos an-te la cual se estrellaban lo mismo las austeras pro-testas de un magistrado que denunciaba los grandesrobos, sus autores y cómplices, como los solemnesbandos de los virreyes, inflados de razones y despro-vistos de eficacia‖.

Esos explotadores y directores de la riquezapública, ¿eran gauchos? Según Gandía y Figueredo,―el gobernador Diego Marín Negrón (principios del

siglo XVII) no sólo hizo la vista gorda, sino que tomóbuena parte en el contrabando permitiendo todogénero de entradas y salidas. Estos ―excesos‖ lo con-

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virtieron de hombre pobre en dueño de ochenta milpesos‖.

 Y, por el estilo, podrían citarse cantidad de casosen que los funcionarios, los encargados de aplicar laley para el beneficio de la comunidad, tanto la ciu-dadana como la campesina, la violan y la usan parasu beneficio exclusivo. ¿Qué camino de subsistenciale queda entonces al campesino desheredado y des-

pojado, al gaucho que es el elemento de trabajo, deacción, en las faenas ganaderas que constituyen lamayor riqueza y la verdadera fuente de recursos delpaís?

Existe una escuela antigauchista; pero ni en esaescuela, su jefe supremo que lo fue el malogrado in-

geniero Emilio Coni, pudo dejar de debilitar la fuer-za de su argumentación prejuzgadora y deleznablecon argumentos como el que sigue: ―Los changado-res, los gauchos tan decantados, unos pobres hom-bres a quienes la necesidad obliga a tomar lo quecreen que no tiene dueño‖.

Mi opinión con respecto a esa escuela, seguidapor Gandía y otros, está encuadrada y bien explícitaen estos párrafos del comentario que Augusto RaúlCortázar dedicó a El gaucho, volumen que expone

las teorías del ingeniero Coni: ―Podría pensarse, an-te la interpretación desfavorable y sombría que sur-ge del libro, que el autor ha querido dejar estableci-

do cómo fue, dentro del género ‗gaucho‘, la especiediferenciada con los calificativos de ‗malo‘, ‗alzado‘ yotros equivalentes. Mas la opinión de Coni es expre-

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sa y categórica, en el sentido de que esta últimaconstituyó íntegra y exclusivamente la realidad de

nuestros gauchos. Afluye hacia esta conclusión otraopinión del autor, según la cuál los términos‗campesino‘ y ‗paisano‘ designan algo nítidamentediferenciado del gaucho; de modo tal que cuando es-tas palabras estén usadas en los textos aducidos,aun en forma disyuntiva, se atribuye a error o a des-conocimiento del idioma o de la propia realidad a la

cual se refieren. A la inversa, si en algún juicio cri-minal examinado en los archivos, se hace referenciaa cualquier malhechor, raptor de mujeres, cuatrero,etc., interpreta que es gaucho, aunque el texto no loexprese... El retrato se completa con anexos rasgosde indisciplina, inconsecuencia, crueldad e ineficacia

militar. Cuando la historia ha demostrado lo contra-rio, como en el caso de los soldados de Güemes,‗gauchos‘ por antonomasia, el autor aduce que eranpaisanos, hombres de campo con parecidos atribu-tos, pero con distintos medios de vida, costumbres yalma, razón por la cual cayeron en error los que asíle llamaron entonces y los recuerdan hoy‖.

El argumento de que estos escritores y cronistashacen una confusión con los vocablos ―gaucho‖,―paisano‖ y ―campesino‖, no puede aceptarse comovaledero. La casi totalidad de los habitantes de lallanura, hasta que la vía férrea la domina, son jine-tes por imposición del medio, son gauchos. Aunque

el hombre esté en su casa, el caballo ensilladoaguarda, indefectiblemente, en el palenque; por lanoche, cuando el sueño descienda sobre todos, atado

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a estaca o en el corral lindero del rancho, el pingoqueda siempre a mano para cualquier imprevisto o

para traer la tropilla al día siguiente. En aquellassoledades, la mayor tragedia no es el hambre, ni lased, ni el ataque de la indiada, ni la enfermedad sinrecurso alguno a mano, ni el incendio de los inaca-bables pajonales; la mayor tragedia es la falta delcaballo, porque faltando él, le falta todo al pobladorde la pampa, del desierto; es, podríamos decir, su

última esperanza. ―A caballo, es un centauro delan-te del Señor; a pie es torpe como un caimán emba-rrancado‖, dice Cunninghame Graham que, gauchotambién por afición, amor y función de vida, tuvoexperiencia sobrada para afirmarlo con verdaderoconocimiento de causa.

Quizá sea oportuno recordar aquella nota deFélix de Azara: ―Vi al paso dos o tres ranchos en elcampo, y noté, a tres cuartos de legua de uno deellos, la huella de un pie, cosa que me admiró, por-que aquí nadie anda a pie, ni he visto otra cosa en

 América‖.

Se ha dicho que ―el juicio general de escritores yautoridades era adverso al gaucho‖. A fines del sigloXVIII, decía el gobernador Don Bernardo Velazco:―Soy de parecer que producirá grandes ventajas laformación de un cuerpo de naturales de este País,en quienes se encuentra la mejor disposición paraadquirir una perfecta instrucción en el manejo delas Armas; en el del caballo son diestrísimos; sufri-dos en sumo grado a las vicisitudes del frío y del ca-lor, del hambre y de la sed; en ningún tiempo les de-

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tiene el paso de un río, por caudaloso que sea; subor-dinados y respetuosos a sus superiores; nunca de-

xan de executar lo que estos les ordenan...‖.En la misma época, don Félix de Azara, refirién-

dose a los mestizos, escribió: ―Observándolos, yo en-cuentro, en lo general, que son más astutos, sagaces,activos, de luces más claras, de mayor estatura, deformas más elegantes, ¡aun más blancos, no sólo que

los criollos o hijos de español y española en América,sino también que los españoles de Europa, sin quese les note indicio alguno de que descienden de indiacomo de español!‖.

Todo esto es continuación lisa y llana de lo queocurría en 1617, cuando el famoso gobernante Her-

nandarias dijo en una carta: ―He puesto orden en lasvaquerías, de las que vivía mucha gente perdida quetenía librado su sustento en el campo (y que ahora),atenderán por el hambre y la necesidad a hacerchácaras y servir, poniéndose a oficio a que he forza-do y obligado a muchos mozos perdidos poniéndolesde mi mano a ello‖. Esta manifestación enoja al Ca-

bildo de Santa Fe, que contesta: ―En esta ciudad nohay mozos perdidos ni vagabundos, porque es muycorta y los mozos sirven a sus padres en chácaras yestancias y cuando fuera verdad que hubiere muchacantidad de mozos perdidos y todos se sustentarandel ganado vacuno cimarrón no se podía echar de

ver ni fuera de ningún daño, antes de provecho‖.La resistencia de Hernandarias se explica: es el

principal estanciero de su momento y la base de su

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estancia en Entre Ríos la constituye el ganado queperteneció a don Juan de Garay en Santa Fe. Pero

también, y con mayores argumentos, se explica ladel Cabildo, pues en la ―Actas capitulares‖, pág. 32,se dice: ―a) que no hay en Santa Fe ningún génerode moneda que pueda correr; b) que no hay lienzo dealgodón que es la moneda que corre en Asunción; c)que para salvar estos inconvenientes, el comercio sehará entregando en pago caballos, vacas, cerdos,

ovejas, cabras, o cueros de vaca, o de ciervos o deotros animales, curtidos o no al precio que tuvieren‖.(Cita Agustín Zapata Gollán).

Recuérdese que Garay había hecho merced delganado cimarrón a los que lo acompañaran en lafundación de ciudades; luego los pobladores se consi-

deraban despojados de un derecho propio porque lasautoridades y los poderosos, o sean los amigos deaquéllas, les usurpaban el acceso a la riqueza de lallanura. Véase el informe de bienes de Hernanda-rias — yerno de Garay —  , hecho por Cardozo Pardo,de las Cajas Reales de Buenos Aires: ―Todos los bie-

nes y hacienda que tienen valen más de cien mil du-cados ... Y asimismo cuando dejó el gobierno, quehabrá más de seis meses, tenía en reales más de cin-cuenta mil pesos; y en la ciudad de Santa Fe tieneunas casas de mucha ostentación, con escudos; ar-mas doradas sobre la puerta y cadena en el zaguán;y muchas tiendas de renta, chácara y estancia, con

obrajes de telares donde hilan y tejen sayales mu-chas indias e indios, como es notorio. Y ha tenido  ytiene otras granjerías, particularmente en trato de

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cueros vacunos, que le ha sido de mucho interés y

precio, trayéndolos a este puerto en sus barcas. Y

tiene mucha cantidad de ganado vacuno y ovejuno, yeguas, mulas, caballos y potros, y sementeras ...”  

He aquí, bien patentes, las diferencias del dere-cho público cuando se trata de un humilde mestizo,sembrado por la lujuria española, o de un criollocampanudo que tiene en sus manos la vara de la

 justicia. Y ese desnivel del derecho, ¿no pesa en laconsideración y calificación de los individuos? Porotra parte yo, que he practicado casi todas las suer-tes de la equitación y también las del trabajo gana-dero en campo abierto  — aunque en épocas moder-nas — , no participo de ese concepto de que las va-querías y las ―yerras‖, con sus brutales característi-

cas y sus lógicos peligros, fuesen tareas propias deharaganes y fuentes de placer únicamente. Los quetal dicen, no saben la suma de energía, de resisten-cia física que se necesita para aguantar lo queaguantaba un gaucho en las penosas y bravías fae-nas de aquellos tiempos...

También aquí un literato podría hacer descrip-ciones impresionantes, acaso mucho más impresio-nantes en el sentido de los riesgos que son propiosde esas tareas, que aquéllas que Gandía presienteen las actividades amorosas españolas del ―Paraísode Mahoma‖. Y no se crea que estas últimas carec-

ían totalmente de riesgos, de gravedad algunos,pues Pero Hernández anota que don DomingoMartínez de Irala, ―por celos que tuvo de Diego Por-

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tugués, lo colgó de su natura, de lo cual quedó muymalo e lastimado‖. (Cita E. de Gandía).

Bien: cuando el gaucho mata un animal para co-mer y vende el cuero para procurarse ―vicios‖, es uncuatrero, un ladrón, un elemento pernicioso que de-be ser perseguido y castigado, pues conspira contrala sociedad. Y el pulpero que, a sabiendas, le compraesos cueros — el pulpero nunca es un gaucho —  y las

autoridades que toleran tales negociados, porque lesva interés en ellos, ¿qué son? ¿No les alcanza ningu-na sanción? Parecería que no. Ellos no son culpa-bles, ¿verdad?

Torcido criterio es éste para la verdad histórica. Y antes de hacer constar los juicios de cronistas yescritores de todas las épocas con respecto al gau-cho, veamos de dónde surge, con caracteres indiscu-tibles, el vocablo ―gaucho‖ como sinónimo de ―jinetede la llanura‖ y no como equivalente de cuatrero ocontrabandista.

En 1814 el general San Martín, en nota al go-bierno nacional, dice: ―Los gauchos de Salta, solos,están haciendo al enemigo una guerra de recursostan terrible, que lo han obligado a desprender unadivisión…‖ 

―El gobierno — dice Mitre —   al reconocer la pru-dente perspicacia de San Martín, que promovía es-tas hostilidades, le encarga felicitar en su nombre a

‗los bizarros patriotas campesinos‘, evitando por uncircunloquio darles el glorioso nombre de ‗gauchos‘con que han pasado a la historia‖. 

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En la misma época, el general Paz, nacido y cria-do en la docta Córdoba, disciplinador severo, anota,

en un tácito reconocimiento de la denominación:―Los paisanos a quienes damos el nombre de‗gauchos‘, que ellos hicieron un nombre de honor,fueron haciéndose cada día más aguerridos‖.

H. M. Brackenridge, norteamericano, llegado aBuenos Aires allá por 1817, dice en su libro La inde-

 pendencia argentina: “En el desierto inculto estánlas llamadas estancias o granjas de pastoreo, queconstituyen la principal fortuna de los ricos. Tienendesde veinte hasta sesenta mil cabezas de ganadoen una sola de esas propiedades... El cuidado deéstas se confía a esos centauros de que ya he habla-do, bajo la denominación de gauchos‖. La referencia

a que alude, es la siguiente: ―Pronto se les reconociócomo una partida de gauchos, nombre que se da a lagente campesina en general‖. Y al margen de uno deestos comentarios, tiene una nota de particular in-terés: ―Los gauchos de esta provincia (la de Buenos Aires) difieren de los de la Banda Oriental. El grado

de civilización que tienen puede computarse por ladistancia a que viven de la metrópoli y la frecuenciade su trato con gente de la ciudad. El gaucho salvajees casi una curiosidad también aquí‖. Ese ―gauchosalvaje‖, ¿será el ―gaucho malo‖, el ―matrero‖ famo-so, el evadido de la sociedad y las leyes, es decir, eldelincuente común de todos los países del mundo?

De la cita, no se desprende que abunde ni aquí ni enel Uruguay  — en esa época —, ya que dice: ―es casiuna curiosidad también aquí‖.

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El general García Camba, auditor del ejército es-pañol en el Perú e historiador de las guerras de la

Independencia, y hombre poco propicio, a través demuchos de sus actos, a mostrarse generoso o senci-llamente ecuánime con lo que fuese criollo y patrio-ta, comenta en Memoria de las Armas Españolas enel Perú: “Los gauchos eran hombres de campo, bien

montados y armados todos de machete o sable, fusilo rifle, de los que se servían alternativamente sobresus caballos, con sorprendente habilidad, acercándo-se a las tropas con tal confianza, soltura y sangrefría, que admiraban a los militares europeos que porprimera vez observaban a aquellos hombres extraor-dinarios a caballo, y cuyas excelentes disposicionespara la guerra de guerrillas y sorpresas tuvieron re-

petidas ocasiones de comprobar. … Los gauchos, in-dividualmente valientes, tan diestros a caballo queigualan, sino exceden, a cuanto se dice de los céle-bres mamelucos y de los famosos cosacos, tuvieronen continua alarma al cuartel general y sus puestosavanzados, sosteniendo diarios combates, más o me-

nos empeñados, que sobre el cansancio que produc-ían, causaban las pérdidas de muy bravos oficiales ysoldados, sin conseguir nunca los españoles dar ungolpe decisivo, porque una de las armas de estosenemigos consistió, precisamente, en su facilidadpara dispersarse y volver de nuevo al ataque, man-

teniendo a veces desde sus caballos, y otras luchan-do pie a tierra y cubriéndose con ellos, un fuego se-mejante al de una buena infantería‖.

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John Miller, que alcanzó el grado de general enel Ejército de los Andes *, afirma, a su vez: ―Oír a un

oficial criollo comparar su caballería con la mejor deEuropa no puede menos de hacer reír al europeo re-cién llegado, que halla, a primera vista, absurda lacomparación; pero cuando se ha acostumbrado a verel poncho y la apariencia desaliñada de los soldadosy los ha visto batirse, conoce muy pronto que no haycaballería de Europa que pueda lidiar una campaña

contra los lanceros gauchos, en todo el territorio dela América del Sur‖.

 Y en 1847, decía Sarmiento: ―Hoy empieza a serconocida en Europa la palabra ‗gaucho‘, con que enaquella parte de América (la Argentina) se designaa los pastores de los numerosos rebaños que cubren

la pampa pastosa. ... Es un bárbaro en sus hábitos ycostumbre, y sin embargo es inteligente, honrado ysusceptible de abrazar con pasión la defensa de unaidea. Los sentimientos del honor no le son extraños,y el deseo de fama como valiente es la preocupaciónque a cada momento le hace desenvainar el cuchillopara vengar una ofensa‖.

Estos antecedentes del más variado origen, ytantos otros que nos abstenemos de citar, demues-tran con evidencia máxima que no son ―los novelo-nes populares bonaerenses, que hicieron furor a me-diados y en la segunda mitad del siglo XIX‖, niningún otro panegírico literario ni de falso patriotis-

mo, los que dieron al vocablo ―gaucho‖ una designa-ción distinta a la que en realidad tenía‖.

* Ver nota del editor en la página 400. 

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Debemos admitir, por fuerza de lógica, que losque convivían con el individuo así llamado y partici-

paban en sus acciones, debían saber bien cuál era suverdadera denominación y como tal la empleaban.¿A quién debemos dar fe? ¿Qué es lo ha ocurrido pa-ra esta transformación? Ha ocurrido algo que mu-chos de nuestros historiadores han olvidado: el de-venir del tiempo, las transiciones de cada época, lasmodificaciones sociológicas de toda índole que conellos vienen aparejadas, eso que Joaquín V. Gonzá-lez apunta con tan certera definición en Intermezzo:

―Las sociedades son compuestos de seres que vivensujetos a leyes físicas y morales invariables en suesencia; el criterio histórico debe basarse sobre lanaturaleza que los ha formado y seguir a aquéllos

en su evolución, considerados como seres que vivenen un medio determinado y conocido‖.

¿Le negamos a la conquista, pese a todo lo desfa-vorable que se ha anotado, grandeza y fuerza pro-gresista? ¿Le negamos a la acción religiosa, de laque también se han hecho constar fallas y exceso de

interés material, el derecho al mérito de una obrabenefactora sellada con el sacrificio de muchos desus servidores? Pero sí se lo negamos a ese desam-parado desde la cuna que es el campesino, el mesti-zo, la herramienta que labra las primeras fortunasconocidas en América, fortunas que se hicieron con

la apropiación  — no siempre legal —   de tierras yhaciendas que, en puridad y de cumplirse las Leyesde Indias, debieron ser de aquél antes que de otros.

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Pero ya lo dijo Plutarco: ―que Anacarsis, que fuea visitar a Solón en momentos en que éste estaba or-

ganizando sus leyes, le dijo, con gran ironía y acier-to, que movía a risa el que pudiera pensar que con-tendría las injusticias y codicias de los ciudadanoscon los vínculos de las leyes, que no se diferenciabande las telas de araña, sino que, como éstas, enreda-ban y detenían a los débiles y los flacos que con ellaschocaban, pero que eran despedazadas por los pode-

rosos y los ricos‖. Esto mismo lo oímos luego ennuestro Martín Fierro, en una criolla interpretación:

La ley es tela de araña —  en mi inorancia lo esplico —  no la tema el hombre rico —  nunca la tema el que mande —  

 pues la ruempe el vicho grande y sólo enrieda a los chicos.

Si nos atenemos al espíritu de algunas de lasconsideraciones históricas que hemos ido anotando,tendríamos que decir: ¡Pícaro mozo este Anacarsis!¡Miren que inspirarse en Hernández!

En resumen: las dificultades para determinar elentronque filológico del vocablo, así como la imposi-bilidad de fijarle una cuna indiscutible, me inducena suponer que ―gaucho‖ sea voz netamente riopla-tense, nacida y criada en el campo ganadero por im-perio de circunstancias que escapan a nuestro cono-cimiento. El tiempo transcurrido y la falta de untestimonio de probada veracidad, son lagunas difíci-les de llenar por simple deducción o a través de un

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análisis que carece de base efectiva. Lo que sí puedeafirmarse, sin incurrir en error, es su significación

en las épocas en que se vulgarizó: el vocablo ―gau-cho‖ designa, en todo el siglo anterior — y estamosconvencidos de que también antes, aunque su usono fuese tan popular para la gente de ciudades ypueblos —  al jinete de las llanuras, al paisano o cam-pesino que se prolonga en el caballo. Un paisano, uncampesino a pie, no llega a gaucho; le falta su prin-

cipal complemento. De ahí que no siempre gaucho,paisano y campesino deban admitirse como sinóni-mos; lo son, únicamente, en el caso de la unidad―hombre y caballo‖, en un medio, en un campo de ac-ción bien determinados: la llanura abierta a todoslos rumbos, las haciendas chúcaras y las primitivas

industrias ganaderas.Gaucho es el jinete de la pampa, el paisano o

campesino ecuestre, con los caracteres que le asig-namos al definirlo en el principio de estas páginas.

III

La acritud de los juicios con respecto al gaucho ysus proyecciones dentro de las varias épocas, muydiferentes unas de otras, es mucho mayor en los his-

toriadores de nuestros días que en los que fueronsus contemporáneos. Si analizamos detenidamentelas textos de los cronistas de otros tiempos  — cosa

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que ya hemos hecho en parte — , comprobaremos quesus apreciaciones, pese a que son superficiales, con-

fusas y contradictorias más de una vez, no arrojanen contra de aquél un saldo tan desfavorable comoel que le cargamos hoy los propios argentinos porvía y obra de nuestros historiógrafos consagrados.

El mal tiene su explicación, aunque no su justifi-cación. Cronistas e historiadores son, por lo común,

hombres de ciudad; tienen cultura, o viven dentrode ella, y están acostumbrados a disfrutar de todaslas comodidades materiales y espirituales que ofre-cen los ambientes civilizados; es difícil, en esas con-diciones, descender y situarse, de cuerpo y alma co-mo sería necesario, en el nivel exacto del campo ysus habitantes, nivel inferior que, tanto en lo geo-

gráfico como en lo etnológico, sólo puede alcanzarsepor una convivencia directa, más o menos prolonga-da y librada a los arbitrios que ese mismo nivel de-termine para todas las formas del vivir cotidiano. Laetiología social, el estudio de las causas, requiere al-go más que una rápida visita al lugar y una simpleapreciación periférica de los individuos y sus moda-lidades, cosa imposible hoy con respecto al gauchopor anacrónica.

Tampoco se puede leer comprensivamente lo quesobre el campo se ha escrito y desentrañar con cer-teza y ecuanimidad su sentido general y particular,si no se conocen las distintas regiones en sus múlti-ples aspectos, si no se ha experimentado su climaambiente de cosas y personas, de necesidades y re-cursos.

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Esto es una verdad incuestionable, de la que danrazón los propios viajeros del pasado a lo largo de

sus crónicas; el juicio acerbo de los primeros mo-mentos, el que se emite por comparación entre la vi-da ciudadana y campesina, sobrada de medios una,carente de mucho o de todo la otra, se suaviza y rec-tifica con el correr de los días; lo que antes inspirósorpresa, antipatía y basta repugnancia en el foras-tero, va explicándose y justificándole por virtud dela convivencia y de una forzosa adaptación por razo-nes de necesidad: el conocimiento de las causas per-mite valorar equitativamente los efectos y conse-cuencias.

La comprobación nos la facilita don Estanislao S.Zeballos, en su libro Viaje al país de los araucanos,

cuando dice: ―Los hombres cultos consideran ungrande sacrificio comer carne de yegua o de potro;pero yo no como otra ahora y no me es repugnante.Puede compararse en sabor a la carne de vaca toma-da con azúcar y es también más tierna‖.

 A mi vez, en mis años de muchacho, yo solíafruncir la nariz a la sola mención de ciertas comidascampesinas. Sin embargo, más tarde, luego de undía entero de marcha por entre la nieve de la zonacordillerana del Chubut, y sin comer, me sucedióque lo único que se puso a mi alcance  — y al de miscompañeros de vicisitud —   fue un matambre de po-tro, adobado y cocido. ¿Seguí sintiendo aquel despre-cio? ¡Ah, señores!, cuando el hambre aprieta de ver-dad, descubrimos que hay muchas carnes tan sabro-

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sas, tentadoras y alimenticias como la mejor de va-ca, aunque en otros momentos las hayamos conside-

rado despreciables.Es que un sediento se encuentra en muy distin-

tas condiciones que el satisfecho para juzgar de laclaridad y pureza del agua que tiene a mano y,según el apremio, ha de encontrarla tan buena comola mejor en la medida que aplaque su tormento. Na-

die se deja morir de hambre y de sed por razones depaladar. Y esa experiencia, impuesta por la necesi-dad, más de una vez hace que modifiquemos gustosy opiniones tenidos por definitivos.

Los antecedentes escritos, que constituyen lapiedra angular del conocimiento de las comunidades

que los tienen, no por abundantes y extensos bastanpara dar carácter de cosa juzgada al asunto que tra-tan. Es necesario leerlos y releerlos con sumo dete-nimiento, compararlos, desechar todo cuanto de esacomparación resulte falso, malicioso o equivocado,cernir bien lo demás y tratar de ver, con ajustadosentido y sin apasionamiento, la verdad que de ellos

surja. Un juicio, para que tenga validez de prueba,necesita estar robustecido por otros, similares y co-incidentes; una cita, según sea empleada, puede noser otra cosa que un argumento capcioso o tenden-cioso.

 Veamos una prueba: Edmundo Temple, ciudada-

no inglés, viaja de Buenos Aires a Bolivia en 1826, ycuenta: ―Cuando la noche comenzaba, llegamos a lacasa de un caballero, don José Torres, quien estaba

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sentado con su esposa y siete niños bajo un cobertizoo especie de galería, frente a su casa. Pedimos per-

miso para pasar la noche, lo que fue concedido conuna liberalidad y franqueza que nos probó que éra-mos cordialmente bienvenidos, tal como se recibepor lo general a los viajeros en toda Sud América‖.

 Y, a continuación, míster Temple rebaja su grati-tud, seguramente bajo la influencia de una gentil-hombría maltratada en sus andanzas por un paíssemejante al nuestro en aquella época, y se pregun-ta: ―¿El tener la casa abierta proviene de un verda-dero espíritu de hospitalidad o es una mera costum-bre, que por falta de públicas comodidades, cadadueño consiente, porque cuando sale de su casa éldebe valerse, a la vez, de la casa de otro? Los propie-

tarios de casa en Inglaterra, juzgando por sus pro-pios casos, pueden imaginar que el tener la puertaabierta para los viajeros es una atención de grandesmolestias y gastos. De acuerdo a las costumbres deInglaterra así sería por cierto, pero en Sud Américano es molesto ni costoso... El viajero se apea a lapuerta de una casa, a la cual entra, y se aproxima alprimero que divisa, diciendo: ‗Dios le guarde,caballero‘, recibiendo una contestación similar. Elviajero dice entonces: ‗Con su permiso, señores, pa-raré aquí por esta noche‘. ‗Con el mayor gusto‘, es lacontestación. Aquí termina, nueve veces de cadadiez, toda la molestia o intervención entre las par-

tes‖.Según míster Temple, ―nada se da ni debe espe-

rarse‖, y ―si acontece llegar a la hora de la comida,

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se le invita a compartirla, la cual invitación, por logeneral, se declina, porque es usualmente un cum-

plido y nada más‖. Y sigue luego, de este tenor: ―En poco más de

media hora de nuestra llegada, nuestros peoneshabían muerto, asado y devorado tres cabras gran-des. Nuestra cena consistió en un cabrito, dos aves,buen pan y mal queso‖.

 Al otro día, el juicio de nuestro inglés se ha mo-dificado por completo. La inquietud de la duda ya nopesa en su pluma: ―Al separarnos de don José, tuvi-mos grandes dificultades para obligarle a aceptar elpago de las tres cabras, que regaló a nuestros peo-nes, y no quiso saber nada respecto a lo nuestro;

prueba de que la generosidad y la hospitalidad sonhalladas aquí por el forastero, sin que se espere re-compensa‖.

Si tomamos por partes estas noticia de EdmundoTemple, podemos acomodarla a circunstancias total-mente opuestas y hacerle decir algo muy distinto a

lo que en realidad contiene, a lo que surge del todobien analizado.

Por eso el historiador, en su función, debe ser co-mo los filtros que se encargan de eliminar lo impuroo nocivo es, en este caso, la falsedad o el error, in-tencionales o no. En Historia no debe haber simpa-

tías ni juicios preconcebidos. Sólo deben existir ver-dades, porque la Historia no es otra cosa. Las teo-rías que procuran llenar las lagunas documentales

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son puntos de vista o hipótesis, más o menos lógicos,pero pueden estar lejos de la realidad.

El petróleo y el gas, sistemas de iluminación in-superables en su momento, resultan hoy inferioressi los comparamos con el de la luz eléctrica; pero susuperioridad surge, con evidencia incuestionable, sirecordamos que ellos desplazaron al del candil y lavela. Del mismo modo, al hombre de nuestra campa-

ña del pasado no debe comparársele con su contem-poráneo de las ciudades; hay que estudiarlo comounidad en su medio y sus posibilidades; hay que es-tudiarlo como entidad en una función que ningúnotro individuo de su momento está capacitado paradesempeñar. Preguntémonos, ¿qué pudo ocurrir sien aquellos momentos se hubiera reemplazado al

gaucho, al tipo inculto y brutal de la pampa ganade-ra, del desierto, con hombres de la ciudad, instrui-dos, morales, cultos  — en la medida que lo fuesen —  pero carentes de la ciencia campera y del espírituapropiado que el medio imponía como ley de subsis-tencia? La respuesta sobra.

Mencionamos anteriormente una acertada consi-deración del doctor Levene: ―la ganadería dio carác-ter económico al virreinato‖. Veamos ahora otra ver-dad o exactitud que la historia debe analizar: lanumérica.

En 1778 (cita de E. de Gandía, pág. 199 de El

origen de los nombres y apellidos), la ciudad de Bue-nos Aires tenía 24.083 habitantes, de los cuales erancasados 6547; en la campaña había 9139 pobladores,

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de los cuales 4003 estaban casados. Esto arroja un27 por ciento para la ciudad y un 42 por ciento para

la campaña. Considerado como índice de moralidaddoméstica, la ventaja está de parte de los campesi-nos.

Cercano ya el fin del siglo XVIII, el administra-dor de la Aduana de Buenos Aires, don Ángel Iz-quierdo, se refiere al negocio de los cueros, ―quepodría rendir más riquezas que han dado todas lasminas del Perú‖. Y, ―con los libros de ambas adua-nas prueba que las salidas públicas de cueros, desdeel año 1779 inclusive, hasta el último día de 1795 osea, en diez y siete años, se acercan a 13 millones, yagregándose los inutilizados en accidentes, se puedefijar, sin exageración alguna la cantidad de un

millón anual, no figurando en ese cálculo las extrac-ciones clandestinas... Rebajados 700 cueros cadaaño, por otras tantas reses muertas al consumo dela capital y sus contornos‖... (R. Levene),

La población, en esos momentos, debe exceder enalgo a la de 1778. ¿Y es posible aceptar que 700 re-

ses, menos de dos por día, basten para alimentar a25.000 personas que, además, son carnívoras por ex-celencia? Son minucias que deben tomarse en cuen-ta, aunque parezca que no, porque según Torre Re-vello, ―Diego de Alvear, decía a fines del siglo XVIII,que el consumo anual de los habitantes de Buenos

 Aires ascendía a 80.000 novillos‖, cantidad más

ajustada a la lógica.La fuerza vital de un país se mide por la balanza

comercial. La fuerza productora, la proyección de

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una clase determinada y su importancia habrá quemedirla, en consecuencia, por los números con que

esté registrada en aquélla. Veamos cuál es el coefi-ciente que corresponde al habitante de la pampa, através del movimiento de exportación de 1824:

Pesos fuertes 1.407.745

Cuádruplos en oro (tejos) 130.635

Marcos plata 95.031

Cueros de Chinchilla 178.860

Pieles de jaguares y otros 27.414

Cueros de vacuno 3.276.275

Cueros de caballo 212.315

Carne salada 651.815

Sebo 24.334Cerda, cueros, plumas de avestruz 150.940

Total $ 6.104.844

Los cuatro primeros renglones, ajenos a la llanu-ra, importan $ 1.862.261; los exclusivamente perte-

necientes a la pampa, vale decir, al dominio de lasactividades gauchas, importan $ 4.215.169. Y el mi-llón de cueros, legítimamente exportados a fines delsiglo XVIII, rendía mucho más.

Ese es el fruto del gaucho ―pródigo y holgazán‖,―estéril económicamente‖, de ―espíritu ocioso‖. Ya

hemos visto que a Gaete, el primer tropero colonial,se le retribuía con una vaca por cada arreo; en 1610,Hernandarias contrata 17 peones para llevar una

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caballada que se remite como ayuda al ―Reyno deChile‖, advirtiéndoles se les ha de pagar su trabajo

por llevar los caballos‖; el Padre Lozano nos ha di-cho que en las vaquerías ―remunerábase a cadapeón con dos reses por día de trabajo si había anda-do en caballo propio y con una si facilitado por el ca-pataz‖; Lastarria afirma que ―los gauchos, gauderioso camiluchos sólo trabajan por adquirir tabaco quefuman, y el mate de la yerba del Paraguay ... o por

tener qué obsequiar a sus queridas‖, Azara reprochaal gaucho ―una inclinación natural a matar anima-les y vacas con enorme desperdicio y repugnar todaocupación que no se haga corriendo y maltratandocaballos‖, es decir lo que es propio de las tareas ga-naderas; a su vez, el informe del coronel García nos

dice que ―todas esas estancias están llenas de gau-chos, sin ningún salario‖, porque ―los ricos sólo con-servan capataces y esclavos ; y esta gente gauchaestá a la mira de las avenidas de los ganados de lassierras o para las faenas clandestinas de cueros; entrato, son a tanto por cuero de cortar, desollar, esta-quear y apilar ...‖

De estas noticias, pertenecientes a muy distintasépocas, surge que ese campesino del caballo trabajacuando tiene en qué, y cuando no, se aguanta, pueslas privaciones nunca le fueron extrañas. Todas susnecesidades están satisfechas con un trozo de carney ésta no le puede faltar nunca. ¿Que comete un de-lito cada vez que mata un animal en medio del cam-po? ¿No tendrá esto muchos atenuantes, similares alque Hernandarias aporta en una carta al Rey  — 18

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de mayo de 1618 —, donde dice ―que en la visita quehizo a Santa Fe el Licenciado Alfaro, dio por bienes

comunes los ganados de esta Provincia, lo que au-mentó el número de vagabundos, que hallaban asícomida segura‖. (Cita Agustín Zapata Gollán).

Los pueblos, ni siquiera las casas aisladas, sonfrecuentes en la campaña; entonces, ¿de qué y cómose alimentan los viajeros, los soldados, los viandan-

tes de todos los rumbos? En tiempos del virrey Vértiz, existen seis compañías de ―blandengues‖,con cien plazas cada una; los fortines estaban a car-go ―de milicias campestres, a ración y sin sueldo.Las patrullas exploradoras, formadas por ocho blan-dengues o milicianos, salían semanalmente de susacantonamientos ... alejándose diez y más leguas al

sud, viviendo ocho días a la intemperie y alimentán-dose de lo que les proporcionaba el campo‖. (Cita R.Marfany).

La necesidad impone fatalmente sus leyes. No essolamente el gaucho el que carnea animales ajenospara comer cuando anda lejos de las poblaciones,

pues en éstas, según se ha visito, no se le niega te-cho ni comida. Y en iguales circunstancias, ¿quéhacen los hombres civilizados, los que tienen el sen-tido de la propiedad y de su respeto?

Charles Darwin, el naturalista inglés, cruza lasllanuras de Buenos Aires, en compañía de otro

inglés y llevando como guías a cinco gauchos; noscuenta: ―A unas dos leguas de este famoso árbol (elde Walichu, reverenciado por los indios), hicimos al-

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to para pasar la noche. En aquel instante los gau-chos vieron una desgraciada vaca; saltar sobre la si-

lla y empezar la caza de aquel animal es cosa de unmomento; algunos minutos más tarde, la arrastranhasta nuestro campamento y le dan muerte. Posee-mos, pues, las cuatro cosas necesarias a la vida delcampo: pastos para los caballos, agua (bien es ver-dad que en poca cantidad y fangosa), carne y leña.Los gauchos no caben en sí de gozo a la vista de tan-

to lujo, y no tardamos en descuartizar a la pobre va-ca. Es la primera noche que paso al aire libre, conmi silla de montar por cama. La vida independientedel gaucho ofrece, sin disputa, un gran encanto;¿acaso no es nada eso de detener el caballo cuandoos parezca y poder decir: ¡Vamos a pasar la noche

aquí!?‖ Y su concepto del derecho de propiedad no se

siente menoscabado en absoluto por la vaca ajena deque han debido apoderarse para comer...

William Mac Cann, otro inglés, en 1847 y en lu-gares vecinos al anterior, ve a sus compañeros enla-

zar y sacrificar una vaca, en medio del campo, paracenar. Y comenta: ―Yo me interesé por saber a quiénpertenecía el animal. — ¿Está marcado? — pregunté.Me contestaron que sí.  — Entonces tiene dueño  — repliqué —  y en buenas palabras, hemos robado unavaca; si nos denuncian, estaremos sometidos a una

penalidad‖.Pero se consuela con este comentario: ―A pesar

de todo, actos de esta naturaleza son tan comunes,

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especialmente cuando la noche sorprende a los vian-dantes sin que puedan procurarse alimento, que su

moralidad no se mide como pudiera hacerse en In-glaterra‖.

El indio, en sus terribles y sangrientos malones,arrea por miles, por cientos de miles las vacas y loscaballos de la pampa; y los gobiernos, en muchasoportunidades, los ―castigan‖ acordando grados mili-tares a los caciques y capitanejos y cuantiosos apro-visionamientos para las tribus; hay que hacerlosamigos; hay que atraerlos dándoles satisfacción; sonfuertes y la fuerza también pesa como razón y obracomo ley.

Pero al gaucho, al hijo del país, al hombre del ca-ballo el lazo, las boleadoras y el cuchillo, el peón de

las tareas ganaderas, ¿qué se le ofrece? Las estan-cias no lo ocupan, por lo general, aunque sí aceptansus servicios gratuitos como ―agregado‖ o ―tumbero‖,denominaciones que corresponden a quienes sin per-tenecer al personal ni tener sueldo, viven y comenen un establecimiento de campo, retribuyendo el fa-

vor con trabajos ocasionales; y éste es el gaucho que,un buen día, le dice al capataz o al patrón: ―Me voyporque ya he estado bastante tiempo‖. No es el hara-gán que deserta del trabajo; es un hombre con cier-

tas nociones de pundonor, que se avergüenza de unhospedaje que no le corresponde por derecho propio.Lo que no quita que existieran  — y existirán siem-pre, en todos los órdenes de la vida —   ―agregados‖capaces del abuso y a los que se hacía necesario in-dicarles el rumbo de la puerta y el camino...

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Pero todo esto, ¿es condición exclusiva del gau-cho, del hombre inculto, del desplazado social en su

tierra?Los ingleses, que nacen en un país de larga cul-tura y democráticas costumbres, son tenidos porhombres de empresa. Veamos lo que dice de algunosde ellos otros inglés, Richard Arthur Seymour, po-blador de Fraile Muerto (Córdoba) entre los años1865 y 1868: “No puedo dejar de mencionar, de pa-

sada, un hábito muy arraigado entre algunos com-patriotas que vienen a la Argentina. Me refiero a losque se aprovechan injustamente de la hospitalidad,que tan de buena gana les ofrecen casi todos los po-bladores ingleses, dejándose estar en sus estanciasdurante meses, viviendo a sus costillas y sin come-

dirse en lo más mínimo para ayudarles de cualquierforma en sus tareas. ... A todos, pues, nos hacía su-frir bastante lo que llamábamos ―ejércitos de holga-zanes‖. Circulaban, podría decir, por esos camposhasta que los estancieros llegaban a considerarlosuna moneda tan sin valor, que finalmente rehusa-

ban seguir dándole curso‖. (Un poblador de las pam- pas, traducción de Justo P. Sáenz (h.) ) 

¡En todas partes se cuecen habas! Conviene noolvidarlo cuando se formulan cargos contra un indi-viduo o una comunidad. Además, debe considerarsetambién el hecho de que el agregado gaucho enaquellos tiempos, no ocasiona gasto alguno: consu-me carne — que abunda y se tira frecuentemente enlas estancias —  , toma mate en la rueda común, bebeagua, duerme en su recado en cualquier rincón, lo

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mismo adentro que afuera. Cuando los peones pa-gos, los ―mensuales‖, ensillan, él lo hace y colabora

desinteresadamente en sus tareas camperas. Y en laépoca de las ―yerras‖, las grandes ―yerras‖ del pasa-do, eran los agregados los que acortaban el períodode trabajo, pues el personal de una estancia erasiempre insuficiente para cosa de tal magnitud.

Bueno, por lo menos, al hijo de la pampa le que-

da el recurso de un amparo, el de ―agregado‖, en lostiempos en que carezca de conchabo, de ocupaciónrentada, más o menos permanente... ¡No, ni eso! En1791, el virrey Arredondo trasmite la siguiente or-

den: ―Tendrá particular cuidado en no permitir queocupen las Estancias de la Campaña más personasque las precisas para su servicio, penando a los due-

ños o Capataces que consientan ―gauchos‖ en ellas,pues por lo común, son los que auxilian a los contra-vandistas y dan acogida a todo vagamundo‖.

De este modo, queda cerrado el ciclo del acoso algaucho. Si ni siquiera el refugio prestado se le con-siente, aquél tendrá que vagar por la enorme exten-

sión de la llanura, librado a la ―buena de Dios, quees grande‖. ¿Cómo no va a sentirse henchido de ren-cor contra las autoridades, contra los ciudadanos,cuando se siente despojado y perseguido como laúltima alimaña, él, que también es un hombre yestá seguro de que merece algún derecho, alguna

consideración por parte de la sociedad?Hasta aquí, nadie se ha preocupado de analizar

el nomadismo gaucho como efecto; siempre se lo ha

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considerado causa, sentando una premisa falsa. Elindio de nuestro territorio, el anterior a la conquis-

ta, fue nómada por razones de alimentación; eradueño absoluto de la tierra, pero ignoraba los méto-dos para hacer que ésta produjera lo que le era nece-sario como subsistencia. Vivía ―de la caza y de lapesca‖, según el dicho común de la historia escolar. Agotada una región de sus productos naturales, seponía en marcha, en procura de una nueva despen-

sa, en la que se asentaría hasta esquilmarla. Y asísucesivamente, yendo y viniendo de un lado a otro,acuciado siempre por el hambre, nada más que porel hambre. Los quichuas, en cambio  — al igual quelos aztecas y los mayas — , tuvieron asiento perma-nente y una civilización, avanzada para su época,

porque descubrieron el cultivo de la tierra, la agri-cultura; tuvieron su ―era del maíz‖ y otras indus-trias capitales. Constituyeron una comunidad orga-nizada, con obligaciones y derechos iguales para to-dos, es decir, un verdadero comunismo humano detotal equidad.

 Ya hemos visto que el mestizo nace y se cría encondiciones especiales; cuando los poderosos aun nose han apoderado de la tierra, él es dueño de toda lacampaña; en todas partes los animales exceden asus necesidades, pues le basta la carne asada, sinpan, sin sal, sin verduras, que primero no conoce yluego desprecia por estar al margen de sus modostradicionales; la clase de trabajos que realiza lo obli-gan a desplazarse continuamente; podría decirseque es un viajero permanente que tiene en el caballo

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su barco, su ferrocarril. Las vaquerías y los arreosson sus puertos y estaciones de destino. Su equipaje

es siempre liviano: la ropa que lleva en el cuerpo, lacama, que va en el lomo de su caballo, lo mismo quesus herramientas de trabajo: lazo, boleadoras, cuchi-llo. No es limpio, no es culto, no es sensible, ¿quérazón hay para que lo sea?

Los habitantes de las ciudades y los pueblos lomiran con prevención, más aún, con animosidad queno se disimula. Y él les paga con igual moneda. Lasautoridades lo persiguen enconadamente y él res-ponde al encono con una rebeldía abierta, rebeldíaque se suscita hasta en los mansos cuando se loshostiga injustamente. Y el gaucho no es manso, co-mo no puede serlo ningún individuo que actúe en

condiciones similares a las suyas. Al igual que el ti-gre, tiene las garras siempre afiladas; sus ojos estánllenos de desconfianza para el uniforme de la autori-dad — no de la justicia —  y su facón sale de la vaina,con ese pronto del relámpago, cada vez que lo alcan-za el atropello. ―Gaucho‖, en el idioma policial y ju-

dicial, es en su momento, sinónimo de ladrón y hom-bre al margen de la ley por el solo hecho de existir.¿Y no hay razones justificadas para que él se defien-da y defienda, con los únicos recursos que posee, elderecho de pisar la tierra patria? ¿Acaso él tambiénno es carne de cañón, cuando la libertad de esa tie-rra se ve amenazada? ¿Y entonces?...

Sarmiento, el hombre de la civilización, el enemi-go del chiripá, es sereno y ecuánime cuando juzga algaucho: ―Es preciso — dice en Facundo —  ver a estos

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españoles, por el idioma únicamente y por las confu-sas nociones religiosas que conservan, para saber

apreciar los caracteres indómitos que nacen de estalucha del hombre aislado con la naturaleza salvaje,del racional con el bruto; es preciso ver estas carascerradas de barba, estos semblantes graves y serioscomo los de los árabes del desierto, para juzgar delcompasivo desdén que les inspira la vista del hom-bre sedentario de las ciudades, que puede haber leí-

do muchos libros, pero que no sabe aferrar un torobravío y darle muerte, que no sabrá proveerse de ca-ballo en campo abierto, a pie y sin el auxilio de na-die; que nunca ha parado un tigre, recibídolo con elpuñal en una mano y el poncho en la otra parametérselo en la boca, mientras le traspasa el co-

razón y lo deja tendido a sus pies‖.Es que Sarmiento es un verdadero sociólogo.Cuando juzga, lo hace con conocimiento de causa ycon independencia de criterio; sus gustos son unacosa; otra la verdad. Y por eso, puede escribir estemagnífico y exacto juicio sobre el gaucho: ―Su carác-ter moral se resiente de su hábito de triunfar de los

obstáculos y del poder de la naturaleza. Sin ningunainstrucción, sin necesitarla tampoco, sin medios desubsistencia como sin necesidades, es feliz en mediode su pobreza y de sus privaciones, que no son talespara el que nunca conoció mejores goces ni extendiómás alto sus deseos; de manera que si esta disolu-ción de la sociedad radica hondamente en la barba-rie por la imposibilidad y la inutilidad de la educa-ción moral e intelectual, no deja, por otra parte, detener sus atractivos‖.

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Puesto en historiador, Sarmiento, como Cristodelante de la osamenta que todos critican, sabe ver

―los dientes del perro‖. Y es que para el buscadoravezado es fácil descubrir un diamante donde los de-más sólo vemos barro y pedruscos sin importancia.

―Barbarie por la imposibilidad e inutilidad de laeducación moral e intelectual‖ es el problema so-ciológico del gaucho, reducido a su mínima expre-

sión.Del mismo modo, el nomadismo gaucho no es un

hábito, propiamente dicho; es una imposición del te-rreno en que se mueven los individuos y de la fun-ción de trabajo que realizan; la llanura, la pampa, el―enorme mar de tierra‖ no tiene distancias cortas ni

admite el paso medido; en ese campo abierto, sinlímites, no cuentan las horas, ni los días, ni las le-guas; es un andar ininterrumpido, un moverse pornatural dinámica; el destino es siempre allá lejos,cada vez más allá, algo así como una esperanza quenunca cuaja en realidad, un horizonte inalcanzable.Como el pájaro que no encuentra rama propicia don-

de asentar el vuelo, también el hombre se ve obliga-do a desplazarse continua, incansablemente. Peroese nomadismo, impuesto por circunstancias al mar-gen de su voluntad, desaparecerá cada vez que elgaucho encuentre acomodo estable en una estancia;si algún día llega a hacerse la historia de las estan-

cias argentinas, encontraremos generaciones ente-ras de gauchos que trabajaron para el mismo esta-blecimiento y los mismos patrones.

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El nomadismo desaparece, también, cuando elhombre, como los pájaros y los otros animales de la

llanura, siente la urgencia del nido o la madriguerapara abrigar a los pichones; entonces, levantará surancho en un rincón cualquiera de la ancha tierra yse estará allí hasta que un dueño, venido de no sesabe dónde ni con qué derechos superiores al suyo,lo desaloje por ―intruso‖, así lleve medio siglo o másde ocupación tranquila. La desocupación forzada y

la imposibilidad de un asiento estable son las verda-deras razones de su nomadismo, de su vagancia; así,no tiene más techo que el cielo ni más despensa quela que le brinda el campo. Y en semejante situación,¿puede exigírsele que practique reglas de higiene,que sea limpio en cuerpo y ropas?

 Alcide D‘Orbigny, el sabio francés, nos aclara elpunto: ―Llegamos al caserío (Lujan) a las tres — dice —   cubiertos de sudor y de una espesa capa depolvo que no permitía ver el color de las ropas. Paracolmo de desdichas, no teníamos con qué cambiar-nos, porque nuestros efectos estaban en las carretas,

que seguían otro camino y debíamos pasar todavíaalgunos días en ese estado... El europeo tiene queolvidar las comodidades de países poblados y civili-zados, acostumbrarse a la fatiga, al hambre, a lased, a la suciedad, a todas las privaciones posibles,privaciones que no lo son nunca para los pobladores,quienes consideran a nuestras costumbres delicade-

zas y superficialidades‖. Y, poco después, agrega esta otra consideración

que debe pesarse bien para medirla en su verdadera

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esencia y significación; han llegado a una laguna:―En un instante, las orillas estuvieron cubiertas de

camisas y calzoncillos tendidos sobre la hierba; ymientras las ropas se secaban, los lavanderos se di-vertían en medio del lago que, probablemente, nun-ca había visto tantos bañistas en su seno... Los ofi-ciales y yo nos moríamos de ganas de participar conlos soldados del placer del baño; pero como nuestraropa estaba extremadamente sucia, y la comodidad

de las carretas (que no habían llegado aún) no nospermitía cambiarla, suspendimos la diversión, nosintiéndonos dispuestos, por otra parte, a esperar enel agua que nuestras ropas fueran lavadas y seca-das‖.

Una cosa es la suciedad por imposibilidad de evi-tarla; otra mantenerla por un simple escrúpulo, unfalso pudor. ¿De quién está la ventaja en este caso?No hay que olvidar que D‘Orbigny y los oficiales sonhombres cultos; solamente los soldados son gauchos,―vagos‖ según la expresión ciudadana, elementos ex-traídos de las cárceles, a donde fueron a parar por

una cuchillada de más — dada en buena ley, frente afrente — , por haber carneado un animal ajeno  — se-gún un derecho de propiedad que, a veces, se arro-gan los poderosos — , porque no pudieron presentarla difícil papeleta de conchabo que acreditara quetrabajaban para un patrón determinado, por faltar-

les el permiso oficial para ausentarse del pago don-de están empadronados y por otros mil motivos queno siempre configuran delitos reales.

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El vicio del juego figura como otro de los cargosque se formulan al gaucho. Pero este cargo se des-

virtúa por sí solo cuando se toma en cuenta lo quedice, con respecto a los ciudadanos, don José TorreRevello: ―Los juegos de azar y envite se introdujeron junto con la llegada de los primeros conquistadores,que pasaban sus horas de ocio malgastando su for-tuna en los juegos de naipes y dados; incluso se au-torizó a los sargentos mayores de plazas el estableci-miento de garitos y mesas de juego en los cuerpos deguardia. Las mesas de juego no faltaban en las ca-sas de las autoridades más representativas y ni si-quiera en la de los religiosos. Las pulperías, Cafete-rías y Casas de Trucos establecidas en Buenos Ai-res, eran focos permanentes de toda clase de juegos

de azar y envite los que, sin éxito alguno, fueronprohibidos reiteradamente‖. (Historia de la Nación

 Argentina). Y el mismo autor agrega: “Tan excesiva

debía ser la afición al juego de los primeros conquis-tadores, que por una Real Cédula se ordenaba queno se permitiera jugar a los dados, ni a ningún juego

de tablas, y que a los naipes sólo se permitiera jugardiez pesos oro en un día natural de veinticuatrohoras‖.

 Y según uno de los sobrevivientes de Sancti Spi-ritus, el asalto y destrucción del fuerte fue posibleporque la guarnición, incluso el capellán, se pasaba

las noches entregada al juego, con descuido hasta dela guardia más elemental, lo que dio mayor fuerzaal ataque de los indios.

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No creo que la afición al juego sea puramenteculpa gaucha, de acuerdo con estos antecedentes. La

mala semilla sólo puede producir frutos de similarcondición. Y en el camino de la inmoralidad que sele reprocha al gaucho anotemos este otro dato, apor-tado también por Torre Revello: ―De un número con-siderable de mestizos nacidos en La Asunción en elsiglo XVI, que pasan de varios millares, tan sólo cin-co de ellos — ni uno por mil —  fueron legitimados de

acuerdo con las leyes‖.Mestizos, es decir, los hijos que los conquistado-

res tenían en las indias de aquellos harenes ya men-cionados. ¿Y qué más da, si se trata de indias, po-bres indias, honradas al ayuntarse con blancos, ver-dad? Pero don Pedro de Cevallos no es un conquista-

dor anónimo, ni es una india doña María Luisa Pin-to, de Buenos Aires y de buena familia, a la queaquél deja ―al embarcarse, en estado de gravidez,dándole un hijo natural que más tarde reclamaríaen vano derechos basados en su filiación natural‖.(Cita E. Ravignani).

Para calificar la inmoralidad de un individuo ode una comunidad, no son suficientes los hechos ensí, tomados escuetamente; hay que tener en cuentalas posibilidades que se tienen al alcance y el modocon que se las observa y respeta, de lo contrario,tendremos que reconocer, nuevamente, que es ver-dad aquello de que sólo es borracho el que bebe alco-

holes ordinarios.Cuando las autoridades y los señores encumbra-

dos hablan de cuatreros y contrabandistas, de juga-

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dores, borrachos, haraganes e inmorales, etc., etc.,se refieren siempre al mestizo, al gaucho. El hilo se

corta por lo más delgado. Veamos lo que dice donEmilio Ravignani al referirse a la gestión gubernati-va de Vértiz, el progresista: ―Pero lo más difícil devencer por el Virrey fue el comercio fraudulento, co-mercio que complicó a algunas autoridades, citándo-se entre ellas al propio superintendente Franciscode Paula Sanz, cuyas atribuciones conocemos y a

quien se acusaba de tener comunidad de interesescon uno de los comerciantes más fuertes de enton-ces, Tomás Antonio Romero, perjudicando los ingre-sos de la Real Hacienda que, precisamente, debíacuidar‖.

Los negociados, en flagrante violación de las le-

yes, han sido y son propios de todas las épocas. Conmayor razón debieron serlo en las de la conquista,pues los funcionarios, por lo común, de virrey abajo,compraban el cargo haciendo ―una graciosa dona-ción‖ al Rey, unos cuantos miles de pesos que luego

 — y lo más pronto posible —   trataban de rescatar a

expensas de su función.Todo lo expuesto no tiene por objeto enjuiciar a

la conquista y sus proyecciones; sería lo mismo queenjuiciar al rancho humildísimo por comparacióncon el palacio de hoy. Lo que yo enjuicio es el crite-rio histórico que no resiste al mínimo del análisis.

En Historia de la Nación Argentina, dice el ingenie-ro Coni: ―Se ha exagerado mucho el número de ga-nados vacunos del litoral, así como la exportación de

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cueros antes del virreinato. Varios censos así lo de-muestran, por ejemplo el efectuado en 1713 por el

gobernador Mutiloa y Andueza, que arrojó para la jurisdicción de Buenos Aires una existencia de31.550 cabezas, repartidas en 26 estancias”.

 Y poco después, en una nota de don José TorreRevello, se lee: ―Sobre la riqueza ganadera de lacampaña de Buenos Aires son demostrativos losresúmenes que insertamos a continuación, pertene-cientes a distintas épocas del período colonial. LaCompañía de Guinea embarcó entre los años 1708 a1712 la cantidad de 174.004 cueros vacunos (Cfr.

Mss. inédito). Los navíos del asiento de Inglaterratransportaron entre los años 1726 a 1734, la sumade 110.000 cueros; los navíos de registro español, de

1726 a 1734, un total de 73.019 (Emilio Coni, Histo-ria de las vaquerías en el Río de la Plata)”. 

En la época del censo de Mutiloa y Andueza, unestanciero del pago de Areco, el general don JoséRuiz Arellano  — que llegó a poseer más de treintaleguas de campo en una sola unidad, ¡oh, los podero-

sos de la visión y de la influencia! —  mandó a Jujuyy al Alto Perú dos tropas de vacunos, según lo con-firma su esposa en declaración testamentaria; ―ítemdeclaro que a más de la dicha dote, recibió despuésel dicho mi marido de manos del dicho mi padre es-pecialmente dos tropas de vacas que hizo y llevó alas provincias del Perú, una sin intervención de nin-

guna persona, la cual se compuso de catorce mil ca-bezas, poco más o menos, la que vendió en la ciudadde Jujuy al Maestre de Campo don Antonio de la Ti-

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 jera, y la otra la llevó en compañía de don Franciscode Tagle Bracho, quien la condujo al Perú. Declaro

que la dicha tropa se compuso de treinta mil cabe-zas de ganado vacuno, y a ellas agregó dos mil mu-las de las crías de su estancia, y el dicho don Fran-cisco de Tagle Bracho agregó otras dos mil. Y por nopoder dicho mi padre costear tropa tan crecida, hizola referida compañía interesando al dicho don Fran-cisco en quince mil vacas para que pudiese costear

las demás y también las mulas‖. (Cita José Burgue-ño, en Contribución al estudio de San Antonio de

 Areco).

Es el caso de preguntar si la verdad históricapuede hacerse fincar en una documentación tan pre-caria como debía ser un censo de aquellos tiempos,

con las enormes dificultades para su levantamientoexacto, agregando, además, la natural resistencia delos propietarios a declarar su verdadera riqueza pa-ra escapar así a los diversos derechos fiscales.

 Ahora bien, ¿por qué los mestizos no podían serdueños de la tierra? En primer término, era indis-

pensable ser ―vecino‖. Y ―la calidad de vecino se ad-quiría haciendo constar el pretendiente, ante el Ca-bildo, que tenía residencia y casa habitada en el lo-gar, que poseía en propiedad caballos y armas, y quehabía hecho prestación de servicios en las milicias‖.

 Y aparte de eso, existe una ley para la adquisi-

ción, ley que merece este severísimo comentario dedon Félix de Azara: ―Ley la más perjudicial y des-tructora de cuantas se podían imaginar, no sólo por

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lo que es en sí, sino igualmente por sus formalida-des. Exige que el que quiera un campo, lo pida en

Buenos Aires. Allí le cuesta cincuenta y tres pesoscon la vista fiscal y escribanía, el primer decreto,que se reduce a nombrar un juez que vaya a recono-cer el terreno y un agrimensor para medirlo, cadauno con la dieta de un peso por legua y cuatro pordía. Además, prácticos para tasarlos, la conduccióny alimentos, todo a expensas del pretendiente, quien

gasta mucho porque las distancias son muy largas. Vueltos a la Capital, se pone el campo en pública su-basta con treinta pregones bien inútiles, porque na-die ha visto ni sabe lo que se vende. En esto, en cin-co visitas fiscales y formalidades, se pasan a lo me-nos dos años y a veces seis y ocho; resultando que

cuando más se ha ofrecido al erario, ha sido veintepesos y a veces ni dos por legua cuadrada; aunqueen realidad cuestan al Interesado muchos centena-res las formalidades y derechos sin contar las perju-dicialísimas demoras. Sólo las actuaciones del escri-bano se acercan a cuatrocientos pesos: de modo queninguno, sin grande caudal puede entablar semejan-te pretensión, siendo esto tan positivo que no hayejemplar de haber pretendido merced quien tengamenos de diez mil cabezas de ganado o mucho dine-ro. Y como los costos, sean casi lo mismo por pocoque por mucho, resulta que los ricos piden muchísi-mo para recompensarlo y que no lo pueblen, sino

que lo dejen baldío para irlo arrendando o vendien-do con sacrificio de los pobres‖. (Historia de la Pcia.de Buenos Aires, T. 19).

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¿Y de dónde iban a sacar los ―vagos‖ de la llanu-ra el dinero y cultura, o simple instrucción, necesa-

rios para allanarse a semejantes disposiciones? Tie-ne razón Azara, ―ley la más perjudicial y destructo-ra de cuantas se podía imaginar‖. ¿Y no habrá queconsiderarla destructora y ―protectora‖ a la vez?Protectora de los ricos, se entiende, y de los aristó-cratas de la sangre, pues a un español puede bastar-le la solicitud de una o más ―suertes de estancia‖

aduciendo servicios que ha prestado al Rey, la que,acordada, obvia todas aquellas dificultades.

Todo eso debe tenerse en cuenta para asignarlesu verdadero valor a esta nota, citada por don JoséTorre Revello: ―En 1780, decía el doctor Pacheco,abogado fiscal del virreinato, lo que sigue, sobre

ciertos habitantes de la campaña de Buenos Aires:‗propenden muchos de estos individuos o a la desi-dia, al juego, y otros vicios frecuentes sin que ten-gan embarazo de perpetuarse en la posesión de ellos

 — comenta al decir de que no tienen propiedad decampos de labores, ni aspiran a la posesión de los

mismos —  , porque faltando la atalaya de vecinos noay motivo de recelo que los contenga, con la mismalibertad se albergan en los Ranchitos o Tuguriolosde paja, y un cuero por Puerta que son las comunescasas de la Campaña, los malébolos foragidos entrelos quales, y los mismos dueños de la havitación deotros se ofrecen riñas, muertes, eridas‘.‖ (Historia de

la Nación Argentina, T. IV, pág. 372).

Lo de que ―ni aspiran a la posesión de los camposde labores‖, no necesita comentarios; nadie puede

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aspirar a lo imposible y ya hemos visto que esa po-sesión escapa a la posibilidad del gaucho; lo que sí

debe hacerse resaltar es la limitación de cargos,pues el doctor Pacheco, fiscal y por consiguiente acu-sador al máximo en toda causa, dice claramente―muchos de estos individuos‖ y no ―todos‖.

También el padre Cattaneo procede con parecidacircunspección o equilibrio de juicio: ―Sucede muy

frecuentemente que, en treinta y tantas numerosísi-mas reducciones de cristianos, fundadas en estasmisiones del Uruguay y Paraná, se encuentren algu-nos disolutos o desarreglados, que viendo por unaparte que si no viven con la piedad y edificación delos otros, son acusados y castigados, y no queriendopor otra parte volver al buen camino, huyen y se re-fugian entre los infieles para vivir a su capricho. Lomismo se ha de decir de algunos españoles que, opor sustraerse a la justicia, o por vivir con todogénero de libertades, se refugian entre ellos, como serefugian en Italia los bandidos entre los asesinos‖.

Si hemos de calificar los instintos de los hombrespor ―las riñas, muertes, heridas‖ mencionadas por eldoctor Pacheco, veamos este párrafo de Fray Regi-naldo de Lizárraga  — pequeñísima muestra —   conrespecto a lo que les ocurría, entre ellos, a los pro-pios conquistadores, los que encabezaban el gobier-no a fines del siglo XVI en la provincia de Tucumán:

―Subcedióle Fulano Pacheco, que salió bien de su go-bernación; digo en paz, porque los tres que se siguenacabaron como diremos. A Pacheco le subcedió don

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Jerónimo de Cabrera, hermano de don Pedro Luisde Cabrera, a quien el Marqués de Cañete, de muy

buena memoria, embarcó para España, como arribadeclaramos. Don Hierónimo era muy diferente entrato y condición de su hermano, muy noble, afable,con otras muy buenas cualidades de caballero. Am-plió aquella gobernación, porque pobló la cibdad deCórdoba y conquistó los indios de su comarca. En sutiempo comenzaron a comunicar los del Paraguay

con los del Tucumán y los de Chile. Subcedióle uncaballero de Sevilla, Pedro de Abreu, dicen deudosuyo, empero enemigo capital, que desde Españaandaban encontrados los deudos de don Hierónimocon los de Pedro de Abreu, porque con don Hieróni-mo nunca había tenido Pedro de Abreu que dar ni

que tomar, ni le conocía; hóbose rigurosamente condon Hierónimo en la residencia, o con testigos fal-sos, o sin ellos, le cortó la cabeza por traidor, dicien-do tractaba de alzarse con la provincia y tiranizarla,lo cual confesó don Hierónimo, dándole tormento...Oí decir a un Oidor de La Plata habérsele hecho mu-cha injusticia, pero quedóse degollado; sus hijos si-guieron la causa y no fue dado en la Audiencia portraidor, por lo cual les volvieron los indios de enco-mienda y demás haciendas. A cabo de pocos años adon Pedro de Abreu subcedióle el licenciado Lerma,el cual, procediendo contra Abreu, le degolló. El li-cenciado Lerma, de los de Tucumán, unos le alaban,

otros le vituperan; en cosa de justicia le tenían porbuen juez; en otras, como desmandarse con palabrasmuy afrentosas contra los vecinos, en presencia de-

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llos, era demasiado‖. ( Descripción colonial, Pág. 223-

24). El licenciado Lerma murió luego en las cárceles

de Madrid y para su entierro hubo que recurrirse ala caridad pública.

Es fácil decir: ―el juicio de escritores y autorida-des era adverso al gaucho, desde el punto de su este-rilidad económica‖. Pero lo difícil es probarlo, si seconsideran las condiciones en que actúa ese indivi-

duo, el ambiente en que se le permite moverse;además, cantidad de testigos han acudido ya a la ci-tación del tribunal y de sus declaraciones no surge,ni con mucho, un concepto tan capital. Si ―la gana-dería constituye la fuente del bienestar y el hechoque dio carácter económico y social al virreinato‖,¿puede juzgarse así al instrumento de su realiza-ción? ¿Es nula su acción de ejecutar material?

Todo trabajo requiere una herramienta apropia-da. Y en las tareas ganaderas, el gaucho es esaherramienta, única, exclusiva, imprescindible en elcampo abierto; y para mayor efectividad de su fun-ción, debe poseer todas esas condiciones que hoy lodisminuyen en los juicios sobre su individualidad ysus proyecciones, juicios que no están acordes con lapremisa de Joaquín V. González, que antes mencio-namos: ―El criterio histórico debe basarse en la na-turaleza que los ha formado y seguir a aquéllos ensu evolución, considerados como seres que viven en

un medio determinado y conocido‖, ni siquiera conla fundamental conclusión de Sarmiento, cuandoafirma que la del gaucho es una ―barbarie por la im-

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posibilidad e inutilidad de la educación moral e inte-lectual‖.

Cuando admiramos la belleza de una construc-ción, ¿debemos considerar solamente al arquitectoque la proyectó? ¿No cuentan los oficiales albañiles,carpinteros, herreros, etc., etc.? Los peones, realiza-dores de los menesteres más humildes, ¿no cuentan?¿Merecen también ―un juicio adverso‖, similar alque nuestros historiadores asignan al gaucho? Su-primamos a los peones, que acarrean los materiales,preparan la mezcla, cavan los cimientos; suprima-mos a los oficiales en su función... ¿qué queda de lamagnífica obra? Un proyecto, una idea sin cuerpomaterial, ¿verdad? Suprimamos al gaucho en esalarga etapa que va desde su aparición hasta su

muerte, tres largos siglos, ¿cuál hubiese sido la evo-lución del virreinato, falto del instrumento principalen ―la fuente del bienestar y el hecho que le diocarácter económico y social‖? ¿Quién lo podía haberreemplazado?

Un durazno es siempre el fruto de un duraznero;

el gaucho, a su vez, lo es de un momento especial dela ganadería y de la llanura argentina. Y así como eldurazno puede ser modificado en su esencia biológi-ca por injertos o cruzas, así también el gaucho,cuando se transforman las condiciones que le dieronorigen — modo de injerto o cruza social —  debe, fatal-mente, evolucionar exterior e interiormente, es de-cir, cambiar en cuerpo y alma, amoldarse a nuevascondiciones imperantes o sucumbir por inadapta-ción. Es el dilema inexorable.

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No olvidemos que todos los negocios de importa-ción que se realizan en el virreinato son solventados

con frutos del país, únicos que interesan a los ex-tranjeros; los esclavos, los géneros de ultramar y to-das las demás mercaderías se pagan, especialmente,con cueros y otros productos ganaderos.

Un cuerpo y su sombra son dos cosas insepara-bles; el cuerpo tiene dimensiones fijas, invariables;la sombra podrá modificarse por los efectos de laluz, pero será siempre, en propiedad, la sombra deaquel cuerpo; y la ganadería y el gaucho, en su mo-mento, son eso: un cuerpo y su sombra.

En el cuerpo humano todos los órganos han sidocreados respondiendo a una necesidad anatómica ofisiológica; la supresión de uno sólo de ellos determi-nará un desequilibrio cuya gravedad estará en rela-ción directa con la importancia de la función que di-cho órgano desempeñe en el conjunto vital. Suprimiral gaucho, en su período, hubiese significado lo mis-mo que suprimir venas y arterias en un aparato cir-culatorio. Para afirmar esto, sería más que suficien-

te recordar lo que decía el obispo Abad Illana, en1768: “Ya, Señor (se dirige al Rey), no hay aquellos

conquistadores a quienes en pago de sus buenos ser-vicios se daban estos feudos. Hoy se suele dar unaencomienda a un español que acaso no ha servidosino de pulpero‖, y esto otro: ―Viene un españolito.Pone su pulpería de cosas comestibles y de licores;gana algunos pesos conque surte una lonja, comprauna estancia o hace un grande empleo de mulas pa-ra revenderlas en el Perú‖. Y agrega que el hijo,

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―con lo que bien o mal ganó su padre‖, se dedica avida de gran señor y no hace nada, porque los espa-

ñoles consideran que ―trabajar con las manos es des-crédito‖. Este concepto está tan arraigado en los pe-ninsulares, aclara el mismo obispo, que un españolque en su patria era ―maestro de obras (segu-ramente albañil), acá no sólo no lo es, sino que daríauna puñalada a quien se lo llamase‖.

En efecto, ésta es la clase de españoles que vie-nen a América a enriquecerse; y como quieren ha-cerlo pronto y con el menor esfuerzo posible, no separan en barras en tocante a los procedimientos.Por suerte, hay también otra clase; la de los agricul-tores, agricultores que no reniegan de su humildeorigen y que en el Río de la Plata procuran ser lo

mismo que fueron en España; pero las condicionesimperantes en estas tierras conspiran contra susafanes; el ganado, sin la contención del cerco, haceinútil el esfuerzo del labrador; las quintas y las cha-cras en la pampa abierta son poco más que una ilu-sión, y el agricultor, bajo el yugo de factores que ex-

ceden a sus fuerzas, terminará por adaptarse y seráaquello que la llanura y sus ganados obligan a ser atodos sus ―conquistadores‖: ganadero. El ―maturran-go‖ del arado y las semillas, en un proceso impuestopor las circunstancias, se ―agauchará‖ para subsis-tir. Y sus hijos serán gauchos de verdad. ¿Dege-

neración? ¡No! Transformación simplemente, que sevolverá por pasiva cuando cambien aquellas condi-ciones, según lo dice nuestro Martín Fierro:

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Sé manejar la mancera

 y también echar un pial. Ahora es el gaucho el que se ha transformado; la

mancera es la empuñadura del arado, el arte gringo;después, y solamente después, la ciencia gaucha, re-legada a segando término por el alambrado.

IV

Las buenas o malas inclinaciones de una comu-nidad se aprecian a través de las condiciones de se-guridad o inseguridad públicas determinadas en suépoca; veamos cuáles de ellas son patrimonio realdel gaucho.

Concolorcorvo, que no puede ser tachado de par-cial en favor nuestro  — y cuya palabra tiene autori-dad en este caso, pues es viajero de largo viaje porlas rutas solitarias que van de Buenos Aires alPerú —  dice con respecto a los pobladores de la pam-pa: ―Verdaderamente que así esta gente campestre,como la del Tucumán, no es inclinada al robo, ni entodo el Perú se ha visto invasión formal a las mu-

chas recuas de plata, así en barras como en oro, queatraviesan todo el reino con tan débil custodia quepudiera ponerla en fuga un solo hombre, pues mu-

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chas veces sucede que dos arrieros solos caminan di-latadas distancias con diez cargas de plata‖. (1773)

 Años después, Tadeus Haenke viaja desde Chilehasta Buenos Aires, cruzando a caballo las llanurasque son dominio del gaucho, y comenta: ―Lo cierto esque, en el día, un correo que sale de Santiago deChile para Buenos Aires conduce un caudal bastan-te crecido, sin otra compañía que la de un postillón

que, por lo ordinario, suele ser un muchacho dequince a veinte años. Tal era uno que encontramosen el camino, con cuatro cargas de oro que compon-ían más de diez mil pesos. Esto prueba la seguridadde viajar por aquellos parajes‖.

De los muchos viajeros que cruzaron los mismos

rumbos en pleno periodo de la anarquía, cuando los―montoneros‖ y los indios eran dueños y señores dela llanura, solamente uno recuerda haberse tropeza-do con un crimen, un correo y su postillón que reci-ben muerte alevosa, sin que se llegue a saber el ver-dadero motivo de tal delito, ya que la política jugabatambién en el secuestro de correspondencia.

Todo lo demás suelen ser cosas ―que se oyerondecir‖, pero de cuya veracidad no se aportan prue-bas. Veamos: en 1828, Alcide D‘Orbigny llega a LaBajada (Paraná, Entre Ríos); y cuenta: ―Tan prontocomo llegué me vi rodeado de curiosos, entre los cua-les había franceses, italianos y otros extranjeros que

me aconsejaron, de inmediato, no ir del puerto a laciudad sin armas, a la hora de la siesta o por la no-che, porque me expondría a ser asesinado; y todos

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apoyaron sus consejos con relatos de aventurastrágicas acontecidas poco antes. Me dijeron, en voz

baja, señalándome a numerosos hombres a caballo,con grandes cuchillos a la cintura e indicándomeuno tras otro: ese mató ya a cinco personas; aquelotro, seis; y, en fin, según ellos, el más inocente de-bía reprocharse la muerte de por lo menos uno desus semejantes‖. Lo curioso del caso es que, pocodespués y a la hora de la siesta  — hora prohibida

según las noticias —  D‘Orbigny va a la ciudad, a pie;encuentra en su camino a varios de aquellos―asesinos‖ y éstos se limitan a reírse del ―pobre grin-go que anda a pie‖. Así lo dice el autor: ―Encontré acada paso hombres a caballo, de aspecto avinagrado,el ojo escrutador y el cuchillo al cinto, capaces de

hacer temblar al más corajudo. Muchos me aborda-ron de una manera bastante caballeresca, para reír-se luego entre sí, al verme modestamente a pie‖. 

Eso es todo lo que le ocurre entre aquellos―feroces asesinos‖. Pero no; le ocurre algo más, queno debemos pasar por alto. Está en la capital de la

provincia y va a ser recibido por el gobernador. Peroéste, en ese momento, duerme la siesta, la sagradasiesta. ―Entré —narra D‘Orbigny—  y vi a dos muje-res con los pies desnudos, bastante mal vestidas, alas cuales pregunté por el capitán general de la pro-vincia. Una de ellas me respondió que su maridodormía. A las tres y media el gobernador se des-pertó; pidió que le llevaran un mate y fuego paraalumbrar su cigarro; luego, un instante después, sa-lió. Tenía los pies desnudos, vestido como verdadero

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gaucho, con un simple calzoncillo, chiripá y una ma-la chaqueta‖. ¡Y ése era el gobernador y un militar

de graduación!Estos antecedentes deben pesar cuando se trate

de discernir el juicio histórico, pues poco después, elmismo D‘Orbigny se expide así con respecto al gau-cho: ―La tercera clase (la primera son los caballeros,los ricos y las autoridades; la segunda, los comer-

ciantes), es la de los gauchos o campesinos; hombresde semblante siniestro, mal vestidos, siempre arma-dos de un cuchillo, siempre dispuestos a matar, oderramar sangre, siempre a caballo, ya los he pre-sentado al referirme a La Bajada y volveré a hacerlomás extensamente al tratar de Buenos Aires y susalrededores, porque en todas esas campañas son losmismos, aunque se me asegura que los de la Bajaday Santa Fe son más feroces que los de las pampas‖.¡Y esos ―feroces asesinos‖ son aquéllos que en la so-ledad de la siesta, hora propicia al crimen, según―las mentas‖, satisfacen su sed de sangre abordán-dolo de una manera bastante caballeresca y ―rién-

dose luego, entre sí, al verlo a pie‖! El sabio francés, cuyo libro Viaje por la América

Meridional es el más completo y serio de cuantos sehan escrito por extranjeros sobre nuestra vida y cos-tumbres, en los ocho años que anda por estas tierrassólo una vez tiene oportunidad de presenciar un

hecho de sangre: un gaucho recibe una cachetada,saca su cuchillo y envasa a su agresor. ¿Crimen fe-roz, eh? En iguales condiciones, yo haría otro tanto.

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Por otra parte, en nuestros días, la crónica policialtrae, a diario, sucesos de aquella especie. ¿Debemos

generalizar por hechos aislados, ocasionales, y queno pueden ser medidos sino dentro del clima de unmomento especial?

El gaucho está familiarizado con la sangre; paraél, para su sentido de la vida que vive, no hay dife-rencia entre la sangre de un tigre, una vaca, un sal-

vaje o un cristiano; ni siquiera excluye la suya pro-pia. Pero hay que reconocer, pues largos anteceden-tes lo prueban, que no sabe herir o matar a traición.Cuando pelea o mata, lo hace con lealtad, frente afrente, ―fierro a fierro‖. ¿A alguien se le ha ocurridollamar asesino a los gentiles hombres de capa y es-pada de los países civilizados que, por un ¡quítame

allá estas pajas!, daban de estocadas a un rival enamores, en intereses o por simple cuestión de capri-cho?

Creo que no, pero sí se le llama asesino al gau-cho, al hombre del desierto, que se encontraba libra-do a sus propias fuerzas en un ambiente erizado de

peligros y donde no podía sentirse asistido por otra justicia que la de su propia mano.

Lo dice bien y con verdad Martín Fierro:

Vamos suerte, vamos juntos,dende que juntos nacimos,

 y pues que juntos vivimos

sin podemos dividir, yo abriré con mi cuchilloel camino pa seguir.

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Pero... si todo lo expuesto lo dice el mismoD‘Orbigny: ―Todas las peleas de los gauchos se ven-

tilan con el cuchillo en la mano; sus duelos tienenlugar, de ordinario, en presencia de testigos y estánsometidos a ciertas leyes. Así, les es permitido llevarsu poncho en la mano izquierda y hacer una especiede escudo; se baten muy difícilmente a muerte; sólopueden tocarse encima de la cintura y, por locomún, todos sus esfuerzos se limitan a alcanzar al

adversario en el rostro y dejarle una hermosa cica-triz; es lo que llaman marcar al enemigo, por alu-sión al ganado que se marca con hierro candente‖. 

 Y luego, este juicio capital: ―El gaucho es precio-so compañero de viaje en las llanuras de Américadel Sur; su admirable sagacidad en la elección de los

altos, su increíble rapidez para encender fuego y ha-cer un asado, sin otro combustible que algunas plan-tas secas, su conversación alegre, sus réplicas espi-rituales, la paciencia con que soporta toda suerte deprivaciones y su sangre fría en medio de los peli-gros, hacen de él, a la vez, el más útil de los servido-

res y la mejor de las escoltas‖.Treinta años después de Haenke, John Miller,

inglés que alcanzó el grado de general en el Ejércitode los Andes *, nos habla del gaucho en este tono:―Herederos de la sobriedad de sus mayores y tenien-do en abundancia más de lo preciso para llenar sus

necesidades, pasan sus días en festiva holganza porlos inmensos campos en busca de ocupaciones o de

* Ver nota del editor en la página 400. 

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placeres. De esto resulta que la deshonestidad es ra-ra y los robos desconocidos. Es cierto que se han co-

metido robos y asesinatos durante el período de lascuestiones civiles, pero los perpetradores de elloseran desertores del ejército, y pocas veces o nuncagauchos o naturales de la pampa. Desde el AltoPerú era costumbre remitir, en tiempos determina-dos, cargas de oro y plata a Buenos Aires, sin escol-ta, a cargo de un solo conductor y sin el menor ries-

go. Terminada la guerra civil, que ofrecía algunospeligros extraordinarios, ha vuelto a ponerse enpráctica esta costumbre desde 1825‖.

En Viajes por América del Sur, 1821, Alexander

Caldcleugh, se expide de este modo con respecto almismo individuo‖: ―Los crímenes premeditados, sin

embargo, se dan muy raramente. ... La gente delpueblo es, sin duda, de buena índole y nadie hapuesto jamás en tela de juicio su honradez‖.

 Y todo lo que antecede, confirma aquellas pala-bras de Sarmiento, cuando habla, nada menos quedel gaucho malo, el matrero famoso: ―Este hombre

divorciado de la sociedad, proscripto por las leyes;este salvaje de color blanco, no es, en el fondo, unser más depravado que los que habitan las poblacio-nes. El osado prófugo que acomete a una partida en-tera, es inofensivo para los viajeros‖. 

Francis Bond Head, inglés que recorrió las pam-

pas en 1825, en un doble viaje a Chile, hace constar:―El carácter del gaucho es muy estimable, invaria-blemente hospitalario; el viajero es recibido en su

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ranchito con una generosidad, dignidad y manerasque sorprenden, y es muy notable ver cómo se des-

cubren, para saludarse, cuando penetran a una pie-cita que carece de ventanas y que rara vez tiene unapuerta‖.

Un año después, Samuel Haig, compatriota delanterior, incide en el tema: ―He mencionado que loshabitantes de la pampa se llaman gauchos; no exis-

te ser más franco, libre e independiente. ... Sencilla,no salvaje, es la vida de esta gente‖.

 Y he aquí lo que, en igual época, escribió CharlesDarwin, el naturalista inglés, luego de cruzar nues-tras llanuras: ―Durante los últimos seis meses he te-nido ocasión de estudiar el carácter de los habitan-

tes de estas provincias. Los gauchos o campesinosson muy superiores a los habitantes de las ciudades.Invariablemente, el gaucho es muy obsequioso, muycortés y muy hospitalario; jamás he visto un caso degrosería o de inhospitalidad. Lleno de modestiacuando habla de él o de su país, es, al mismo tiem-po, atrevido y bravo‖.

Promediando el siglo pasado, William Mac Cann,a quien ya mencionamos anteriormente, declara:―Este viaje de seiscientas a setecientas millas, contodos sus lances y peripecias, había dejado en mí unsentimiento de gratitud, tanto por haberme visto li-bre de todo daño, como por la bondad y la hospitali-

dad que tan espontáneamente se me había brindadoen todas partes. Debo decir que el alojamiento y lacomida no nos costaron un centavo; más aún, el solo

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intento de pagar habríase mirado como un insultohasta en los paisanos más desvalidos‖.

Refiriéndose a los gauchos alzados, los famosos―matreros‖, aclara Alfredo Ebelot, ingeniero francésque, en 1876, dirigió las obras proyectadas por don

 Adolfo Alsina como defensa contra los indios: ―Sunúmero estaba siempre en relación con los abusosde la administración, y su historia era la misma.Habían tratado de establecerse, de trabajar, de for-mar una familia honrada. Un día habían tenido quesaltar precipitadamente sobre su mejor caballo, enpelo, y disparar de la partida policial que venía asorprenderlos a fin de mandarlos a un batallón, ata-dos codo con codo. ¿Por qué razón? Porque el juez depaz codiciaba su mujer o un oficial de la partida su

parejero, o porque no votaban con docilidad u otrosanálogos motivos. Una leva legal, un reclutamientoregular eran cosas que ni se mentaban en aquellasépocas de mandones.

―No falta quien asegure que este modo arbitrarioy sin control de reclutar defensores de la patria no

iba dirigido sino a tos pendencieros, a los enlazado-res de vacas ajenas, pero contados son los gauchosque no reúnan ambas condiciones, y para los pobresdiablos que catan en la trampa, a lo crítico de su si-tuación se añadía, frecuentemente, la amargura dever la ejecución de la sentencia del juez de paz en-tregada, precisamente, a bandidos célebres o a va-

gos de profesión, cuyos antecedentes les eran por de-más conocidos. ‗Sálvese quien pueda‘ era su lema.Pensaban que cuando la ley se aplica tan capricho-

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samente, están libres de culpa y cargo los que sesustraen a sus arbitrariedades‖.

 Y no es solamente Ebelot el que recalca esas si-tuaciones de persecución metodizada y permanente.Míster John Haunah, poblador de la estancia Negre-te, en Ranchos, al regresar a su patria en 1870, dijoen su discurso de despedida: ―Es imposible deciradiós, sin dejar constancia de mi eterna gratitud pa-

ra los que me ayudaron a fundar Negrete, y con es-pecial recuerdo a los seis gauchos peones, que con-migo levantaron el primer rancho, cuyo carácter le-al, alegre y cortés no es posible encontrar mejor enninguna parte. También otra cosa puedo garantizary es que nunca conocí esos gauchos malos que hacecorrer la leyenda: a mi juicio, sólo han existido en la

mente de los que creen que, porque un hombre esanalfabeto y pobre, no tiene derecho a tener digni-dad. Recuerdo que cuando firmé la escritura delcampo de Negrete, me dijeron que iba a tener seriospeligros con un gaucho muy malo, intruso; pero re-sultó un hombre de bien, cuyo delito era no dejarse

pisotear. Durante seis meses solicité su ayuda paraaquerenciar la hacienda y después no hubo formaque aceptase recompensa por el servicio. El día que,para despedirse, fue a verme, me emocionaron tantosus hidalgas maneras, que le pedí que se quedaracon nosotros. — ¿Y los animales? — preguntó. — Tam-bién, le respondí. Eso fue don Ciriaco Sosa, primer

capataz de yeguarizos, y su hijo Jesús, el domador. Ambos, después de dieciséis años a mi servicio, mu-rieron en Caseros, guerreando a favor de mi amigo y

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vecino Rosas; pero llevo a mi tierra a Juan, el nietode aquel gaucho con el espantoso título de matón‖.

(Ricardo Hogg, Las primeras sociedades rurales), A poco que se analice cuanto hemos anotado con

respecto al jinete de las llanuras, desde su aparicióny durante el largo periodo de su existencia, veremosque los cargos de mayor acrimonia son los formula-dos por las autoridades, por los ricos  — que temen

ver disminuidas las fuentes de su fortuna — , y porlos españoles peninsulares cuya influencia choca conun nuevo espíritu que no logran comprender. Poreso dicen, al juzgar a los hijos de esta tierra, y prin-cipalmente al gaucho, ―sin Dios, sin Rey y sin Ley‖.Pero, el criollo, el mestizo, ¿tuvo alguna oportunidad

 — a través de los hombres de toda clase —  para pe-

netrar la grandeza de Dios, las bondades de un Rey,bondades que nunca lo alcanzan, o los beneficios deuna Ley descastada por sus intérpretes?

Con todo, oigamos otra vez a Samuel Haig: ―Loscarreteros y los gauchos que encontrábamos, siem-pre se sacaban el sombrero con un ¡Vaya usted con

Dios!; efectivamente, son civiles y pulidos, en gradomuy superior al que se encuentra entre la gente ba-

 ja de la educada sociedad europea‖.

¡Vaya usted con Dios! es el saludo del camino;¡Ave María Purísima! el anuncio al llegar a una ca-sa; ¡Sin pecado concebida! es la respuesta; cuando

las tormentas impresionan el ánimo en la soledadcampesina, la invocación ritual es ¡Santa Bárbarabendita!, y la bendición, patriarcal costumbre, aun

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no desaparecida del todo, ¿no se pide con el sombre-ro en la mano y hasta rodilla en tierra?

―La religión del gaucho — dice Francis BondHead —   es necesariamente más sencilla que en laciudad y su estado lo coloca fuera del alcance del sa-cerdote. En casi todos los ranchos hay una imagen ocuadro, y los hombres, a veces, tienen una crucecitacolgada del cuello‖.

 A este respecto, dije ya en mi libro Voces y cos-tumbres del campo argentino: “En el gaucho, pese alaislamiento en que vivía, hubo un pronunciado sen-timiento religioso. Este sentimiento, en realidad,era más abstracto que concreto, y su esencia le ven-ía, probablemente, trasvasada en la propia sangrepor herencia ancestral, pues la mayor parte de losgauchos en su vida había visto una iglesia, ni siquie-ra un sacerdote, y quizá otro tanto les hubiera ocu-rrido a sus padres y abuelos‖.

―Luego no era la pompa de un rito desconocido loque podía deslumbrarlo, como deslumbró al alma in-genua de los indios en la época de la conquista espi-ritual. Es que el ser humano, librado a sus propiasfuerzas en un ambiente donde todo es hostil, sienteimperiosa necesidad de aferrarse a algo, material oinmaterial, capaz de darle, por la fe en una fuerzasuperior, la esperanza y el consuelo que retemplanel ánimo en los distintos trances de la vida‖.

En principio, la grandeza del Creador lo penetraa nuestro campesino por vía de la naturaleza: ―Mire,señor  — le dice un gaucho a don Francisco Javier

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Muñiz —  el campo es lindo, el campo da hambre, dasueño y da sé. Está cubierto de flores que encantan

y que son una maraviya; tiene agua en los médanosy lagunas que cuanto más se bebe de eyas, dan mássé... Va uno trompezando en cerriyos lindos pa man-gruyar (observar oculto) a los indios, toita la víaenemigos de los cristianos. Si parece que el Señorechó su bendición sobre aqueyos campos pa ricrea-ción de sus creaturas‖. Luego, el mismo paisano,

asienta firme sus pies en la tierra, y concluye, refi-riéndose al campo: ―Él atrái al hombre, lo encanta ylo aquerencia, pero al fin, se lo come. El más gauchoviene por último a dejar sus güesos blanquiando en-tre las pajas o a oriyas de una laguna‖.

El juzgar por las apariencias, apariencias que no

son luego confirmadas por los hechos, es cosa fre-cuente en cronistas y escritores que vivieron el am-biente del antiguo campo y sus pobladores. Escuche-mos lo que narra don Santiago Estrada, después deun viaje que hizo a Córdoba, en las proximidades delaño 70: ―Caía la tarde cuando nos aproximábamos a

lo de Villalón, donde debíamos dar por terminada la jomada. Desde una larga distancia descubrimos másde cincuenta gauchos a caballo, lo cual no dejó dealarmamos, a pesar que el dormilón del mayoral nosdijo que se trataba de carreras, y nos aseguró queéstas ocasionaban aquel grupo de gente fosca y malpergeñada. Bajamos donde Villalón con cierta des-confianza por la seguridad de nuestros equipajes,golosina que suponíamos muy del paladar de aque-llos beduinos que parecían repetir por lo bajo y con

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tonada, el célebre dicho de Proudhon: la propiedades un robo. Pero apenas descubrieron al canónigo,

todos echaron pie a tierra y empezaron a saludarlo ypedirle la bendición. Aquellos buenos hombres, sos-pechados por nosotros de malas intenciones, se re-unieron al amor de la lumbre a esperar al canónigoque, de regreso a sus pagos, les iba a hacer el honorde presidir el fogón‖.

Más tarde, reconciliado ya con ―los presuntos sal-teadores‖, los define en este modo: ―El gaucho es elhéroe del desierto. Es verdaderamente admirable laresignación con que el hijo de la pampa ha aceptadoel papel que los hombres le han repartido en el dra-ma de la vida‖.

 Y siempre en el camino de las apariencias enga-ñosas, sigamos a Emilio Delpech en su libro Una vi-da en la grande Argentina y en el año 1880: “Dhers

me proporcionó un tropillero santiagueño y maduro,perfecto tipo de asesino, que tuve que ocupar nohabiendo otro disponible‖. Viaja con él sin que leocurra nada y cuando se separan, comenta: ―Allí (en

Tandil ) despaché a mi tropillero, cara de asesino,pero manso por lo visto‖. 

 Al final, y como resumen de sus andanzas por lasllanuras, escribe el mismo autor: ―Recorriendo loscampos de las provincias de Buenos Aires y de En-tre Ríos, la mentalidad del gaucho se presentaba

uniforme, con dominio absoluto de toda la campaña,gozando a plenos pulmones de su libertad, listosiempre para todo trabajo de a caballo, que cumplía

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con admirable maestría y respeto absoluto para supatrón, criollo también, se entiende, que acompaña-

ba en toda circunstancia, aun corriendo los mayorespeligros y sin que el interés lo haya guiado. Lo queel patrón mandaba, se cumplía en el acto, sin acor-darse del estómago para nada, y solamente a la dis-parada lo surtía de un asadito, con buenos matesamargos, para seguir el trabajo sin interrupción.Sus aspiraciones eran la posesión de una buena tro-

pilla para trabajar y los estancieros les hacían elgusto sin necesidad de desembolsar un centavo, yaque la mayoría de ellos trabajaban de agregados.Los pocos gringos, como llamaban a los extranjeros,hacían los trabajos de a pie, pero los dueños de laspulperías y casas de negocio eran gringos también y

se encargaban de recoger los vales que los criollosles entregaban, principalmente en la época de la es-quila... El paisano no le hacía caso al dinero, que dehaberlo valorado no hubiera podido yo recorrer elcampo sin peligro, durante seis años, cargado siem-pre de dinero, a veces hasta un millón de pesos de laantigua moneda, para efectuar el pago de las lanascompradas. Felices tiempos esos que pintan bien lascaracterísticas de esa raza valiente, pero sumisa asus patrones, y con la cual el coronel Machado, comoél mismo me lo ha dicho, hizo maravillas en las cam-pañas contra los indios‖.

He aquí que muchos testigos que pudieron juz-gar al gaucho ―de visu‖, como se dice en términos jurídicos, han aportado su palabra sobre el desam-parado hijo de la llanura; lo vieron, convivieron con

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él, lo penetraron en aspectos que nosotros no pode-mos alcanzar ya en la realidad. Surge de todos esos

testimonios, nacidos al margen de toda bandería, deintereses particulares de su momento o de falsos es-pejismos que desnaturalizan la verdad, un conceptoprobadamente adverso al gaucho. La vida del gau-cho pudo ser tan azarosa como se quiera; puede me-recer mil reproches por lo que hizo y por lo que dejóde hacer  — ¿qué pueblo escaparía a este cargo si lo

medimos en las diversas etapas de su formación enel progreso y la civilidad? —   pero carecemos de tododerecho para colgarle a aquel hombre el ―Sambe-nito‖ del bandidaje, pues no fue más bandido ni másdesobediente de las leyes que la mayor parte de losencumbrados señores del coloniaje y muchos milita-

res y politiqueros de la revolución y períodos subsi-guientes que se apoderaron  — sin otro título que elde la fuerza y el favor oficial, las más de las veces —  de las tierras y las haciendas del viejo campo argen-tino.

 Ya sabemos que las ―Leyes de Indias‖ eran bue-

nas; pero, ¿dónde rigieron? ¿Quiénes experimenta-ron sus beneficios? La conquista comenzó por unverdadero proceso de incomprensión. Los indios de América no entienden el español; y en español se lestrasmiten las disposiciones de la Real Corona. Losaborígenes escuchan con la boca abierta las bellas ypara ellos mudas palabras del Rey, del que ahora esdueño y señor de sus vidas, según afirman campa-nudamente los conquistadores. Oviedo, el primercronista de Indias, da en sus memorias la pauta de

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lo que ha de seguir; la lectura incomprendida no esmás que una fórmula protocolar: ―Señor — le dice al

 jefe —   paresceme que estos indios no quieren escu-char la teología de este requerimiento, ni vos tenésquien se la dé a entender. Mande vuestra mercedguardalle, hasta que tengamos un indio de estos enuna jaula, para que despacio lo aprenda é el señorObispo se lo dé a entender‖. Y agrega, inconsciente-mente, porque él no cuenta con la posteridad: ―E

díle el requerimiento y él lo tomó con mucha risa delé de todos los que me oyeron‖.

¡Expediciones conquistadoras y colonizadoras!No han hecho más que iniciarse y ya la voz de unsanto varón tiene que esgrimir el látigo de Cristo:―En la isla Española, que fue la primera donde en-traron los cristianos y comenzaron los grandes es-tragos y perdiciones de esta gente y que primerodestruyeron y despoblaron, comenzando los cristia-nos a tomar las mujeres e hijos de los indios paraservirse y para usar mal de ellos ... y otras muchasfuerzas, violencias y vejaciones que les hacían, co-

menzaron a entender los indios que aquellos hom-bres no debían haber venido del cielo. ... Y porquetoda la gente que huir podía se encerraba en losmontes y subía a las sierras, amaestraron lebreles,perros bravísimos que, en viendo un indio lo hacíanpedazos en un Credo. ... Y porque algunas veces ma-

taban los indios algunos cristianos con justa razón,hicieron ley entre sí que por un cristiano que los in-dios matasen, habían los cristianos de matar cien

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indios‖. (Fray Bartolomé de las Casas:  BrevísimaRelación de la destrucción de las Indias).

Las ―Leyes de Indias‖ eran el espíritu de la con-quista, espíritu que, a través de la codicia de susejecutores, se volvía idioma olvidado ya en la larga ypenosa navegación por aquellos que debían sem-brarlo en el Nuevo Mundo. ¡Pobres indios!

 Algo de esto conoce el oidor Matienzo; de ahí que

al aconsejar la repoblación de Buenos Aires, arrasa-da en 1541 por Irala, le sugiera al Rey: ―Podrá Vues-tra Magestad, siendo servido, enviar para este efec-to de España, quinientos hombres como tengo dichoy aunque fuesen doblados, no faltarían en que em-pleallos en que todos ganasen de comer y fuesen Ri-

cos. … Los mas havían de ser cibdadanos, mercade-res y labradores, pocos cavalleros porque estos ordi-nariamente no se quieren aplicar a tratos ni a laslabranzas syno andarse holgando y jugando y pase-ando y haziendo otras cosas de poico provecho y enmucho daño y ynquietud de los que están sosegadosy pacíficos y piensan que es poco todo el pirú (Perú)

para cualquiera dellos y aunque todavía son menes-ter algunos así para la guerra como para sustentarla tierra que poblasen, an de ser pocos y muy conoci-dos‖. 

Pero, ¡ay!, también los ciudadanos y los artesa-nos se dejarán ganar pronto por las apetencias de

los caballeros; y ―los maestros de obras‖, como decíael obispo Illana, no sólo no quieren serlo en estastierras, sino que no admiten siquiera que les recuer-

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den que alguna vez lo fueron ―e darían una puñala-da a quien se lo llamase‖.

¡Pobres indios! Igual cosa dice el mismo obispo:―Estos señores españoles quisieran acabar con losindios para que el Gobernador les hiciera merced ydonación de sus territorios‖.

Las Leyes de Indias eran buenas, pero no teníanaplicación, anuladas por la codicia, y también, como

lo atestigua otro religioso, el obispo Sarricolea, en1729, por: “la incuria de los Alcaldes que, precisa-

mente, son hombres desnudos de la teórica y sin elmenor tinte de práctica de los negocios forenses, o ladependencia y conexión de unos con otros, de queninguno se libra en una tierra tan corta, hace inaca-

bables los pleitos; y si alguno se sentencia, es contrael pobre sin patrocinio, la viuda desvalida, el Mo-nasterio indefenso, y sin el remedio de la apelaciónpor lo incómodo, lo costoso y lo intratable de esta di-ligencia‖.

 Y lo repite, a su vez, el obispo Maldonado: ―Es

pintado y sombra todo cuanto han padecido los in-dios en Las Indias, con lo que en el día padecen enesta provincia (San Miguel de Tucumán) los pocosque hay en paz; no tienen amparo ni administraciónde justicia, ni poblaciones, tiénenlos derramados porlas estancias y chácaras, desnaturalizados, descasa-

dos, aprisionados, sin doctrina, dándoles terriblestareas en los hilados y tejidos de lienzos‖. (Cita Li-zondo Borda).

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Los datos numéricos son tétricos de verdad: enesa región, hay, en 1607, 24.000 indios distribuidos

en encomiendas, encomiendas que merecerían mejorel nombre de patíbulos, pues sesenta y cuatro añosmás tarde se han reducido a 2.200. Y el padre Loza-no agrega este otro dato a la terrible cuenta: ―De86.000 indios empadronados por Aguirre en Santia-

go del Estero en el año 1533, quedaban 1.500 en1750”.

De acuerdo con las ordenanzas, los indios enco-mendados tenían derecho a casarse y vivir matrimo-nialmente; pero los conquistadores prefieren tomarlas indias para sí y poblar la campaña de mestizos―descastados‖, como ya se hizo notar a propósito delo que ocurría en La Asunción; los españoles se re-

servan todos los derechos y las prerrogativas. Y elindio, privado de todo lo que es humano, es lógicoque prefiera morir con las armas en la mano, pele-ando contra sus opresores, antes de consumirse porel exceso de trabajo y la mala alimentación.

 Y todavía en 1801, en el Nº 26 del ―Telégrafo

Mercantil‖, puede leerse cargo como éste, que expli-ca bien el divorcio de peninsulares y criollos: ―Todoslos que habitamos en esta parte del Globo sabemosquanta es la multitud y variedad de razas o castasde gentes que hay en la América que se juzgan y tie-nen por viles e infames, ya sea por derecho, ya porcostumbre o por abuso, tales son: Negros, Mulatos,

Zambos, Mestizos, Quarterones, Puchuelos, & c.‖,que ―envilecidas por sola su condición y nacimientono son admitidas en las Escuelas públicas de prime-

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ras letras, a fin de que no se junten ni rozen con loshijos de los españoles‖.

Existe, pues, una aristocracia de la sangre pe-ninsular; de otro modo, no tendría explicación esteexabrupto de Azara: ―Como son las ciudades las queengendran la corrupción de costumbres, aquí esdonde reina, entre otras pasiones, aquel aborreci-miento que los criollos o españoles nacidos en Amé-rica profesan a todo lo europeo y a su metrópoliprincipalmente; de modo que es frecuente odiar lamuger al marido y el hijo al padre‖. Con respecto alos hijos, a quienes tilda de viciosos y holgazanes,continúa luego: ―Apenas nacen, los entregan sus pa-dres por precisión a negras o pardas, que los cuidanseis o más años, y después a mulatillos, a quienes

no verán ni oirán cosa digna de imitarse, sino aque-lla falsa idea de que el dinero es para gastarlo, y queel ser noble y gcueroso consisten en derrochar y enno hacer nada‖. Y no conforme con lo que antecede,insiste: ―Son inclinados al juego fuerte, la embria-guez sólo se nota entre los más despreciables. A suvez tienen mucho despejo, e ingenio tan claro y su-til, que si se dedicasen con aplicación y proporcionesque los europeos, creo que sobresaldrían mucho enlas artes, ciencias y literatura‖,

 Azara, cronista que goza de gran autoridad entrenuestros historiadores, no se alarma ni se detiene aconsiderar el oscuro y trágico problema que se es-

conde detrás de sus conclusiones. Y tampoco lohacen nuestros historiadores cuando lo citan. Lomismo que a él, les basta a éstos la consideración

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periférica, el efecto, sin discriminación de sus cau-sas. Uno y otros olvidan que, como en biología, tam-

bién en historia cuentan las leyes de la herencia yque todo presente debe estudiarse en su pasado,porque la etnología es el cimiento de esa construc-ción analítica que explica y eslabona las diversasetapas de la vida de un pueblo y sus proyecciones detoda especie.

Mucha más amplitud de miras y más alcancepolítico  — lo recordamos en su homenaje —   teníaaquel ministro de la Corona, el conde Aranda, queen 1768 insistía en que el Rey debía ―valerse de sus Vasallos americanos en el Exército, y atender susméritos, como en los de acá; pues no concibo que de-ve haver diferencia, y no lo digo solamente por los

criollos y originarios de España, sino aún por los in-dios, descendientes de otros tales, porque como lascircunstancias de la disposición personal son las quedeven atenderse; por nacer en Europa o en América,siendo vajo un propio dominio, no ocurre a mi modode pensar, que quepa el desvío conque se trata la

mayor parte de este Imperio Español‖. (Cita E. Ra-vignani).

Pero son inútiles la claridad de la voz y el espíri-tu de justicia contra un sistema que marcha, ciego,a su propia destrucción.

La raíz de ese divorcio entre España y América,

divorcio espiritual de padres e hijos, de esposos, dehermanos o hermanastros, de cuantos nacieron auno u otro lado del océano, tiene sus dos extremos,

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su principio y su fin bien determinados e indiscuti-bles. El principio lo marca Oviedo, cuando pide se

guarde el requerimiento de la Corona a los natura-les del Nuevo Mundo, ―hasta que tengamos un indiode estos en una jaula para que despacio lo aprenda éel señor Obispo se lo dé a entender‖. 

El fin, el término de la gigantesca y maravillosaempresa cuyas proporciones fueron bastardeadas

por el insaciable apetito material de sus intérpretes,es idéntico al principio en su modalidad, aunqueahora sea ya el postrer suspiro de un agonizante;son las palabras del obispo Lué, en el Cabildo Abier-to de 1810: ―Mientras quede en América un español,ese español debe mandar a los americanos‖. 

Entre la iniciación de la epopeya y su triste final,median tres siglos, tres siglos con más sombras queluz; Colón, el Gran Almirante, vuelve encadenado aEspaña; Atahualpa y Guatimozín mueren en lahoguera y en la horca; Pizarro y Almagro se asesi-nan entre sí; La Gasca, para poner orden en el Perú,ahorca a unos cuantos capitanes; Osorio es muerto

cobardemente por orden de don Pedro de Mendoza;Cáceres, el compañero de Garay, es enviado a Espa-ña como prisionero y, para que no pueda abandonarel camarote que se le ha señalado como cárcel, se lepone una cadena en un pie, cadena cuyo extremo esllevado a la pieza del ―bondadoso‖ obispo Torres, que

hace de carcelero.El veneno y el puñal juegan papel principalísimo

en esa lucha que los españoles sostienen para qui-

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tarse el mando unos a otros; el mito de ―la sierra dela plata‖ es trágico; nadie obedece más que a los ins-

tintos; hasta los sacerdotes son de armas llevar,cuando cuadra la oportunidad; la lujuria alcanza atodos; los mestizos, los ―hijos sin padre‖, los guachosde la conquista, comienzan a diseminarse por lacampaña donde han de convivir con los baguales ylas fieras, o con las otras víctimas que son los indios.

No se puede sembrar vientos sin recoger tempes-tades. El simbolismo de la conquista está bien expli-cado en la clásica frase ―hacer la América‖; todavíaen España se le llama ―indiano‖ al que viene a estastierras y retorna enriquecido. Pero éstos, por lo me-nos, se enriquecen con trabajo noble, sin renegar desu origen humilde; los abusos que degradaron la

dinámica del período colonial sólo quedan en el re-cuerdo; ahora, el que allá ―es maestro de obras‖, si-gue siéndolo aquí y no se avergüenza de confiarlo;más aún: se enorgullece, pues le significa una apti-tud que no todos tienen.

Nadie se queja en salud; et lamento es siempre

consecuencia de una daño físico o espiritual; el hom-bre que lucha por la libertad lo hace solamentecuando nota que ésta le falta; y esa falta de libertades la que provoca ―la corrupción de costumbres‖ que Azara carga a los criollos; los vicios y la holgazane-ría, ¿en qué escuela pudieron aprenderlos los ameri-

canos, sino en la de la conquista, que es la única queconocieron?

Según la semilla, así es el fruto.

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Para penetrar las condiciones de un caudal deagua, no basta considerar el cristal de su superficie

en quietud; hay que llegar hasta el fondo de su cau-ce y ver si está formado de limpia y purificadoraarena o de infeccioso légamo. Para cumplir su fun-ción, también la historia debe ir al fondo de loshechos sociales.

En las mesnadas de la conquista vinieron italia-

nos, alemanes, franceses y de otras nacionalidades,y seguirían viniendo después. A éstos, nuestros nati-vos les llaman ―gringos‖, es decir, extranjeros, sinasomo de ironía. Para el español, en cambio, al queidentifican como gestor y realizador de la epopeya,usarán una denominación especial y agresiva:―godos‖. Así, en dos vocablos, ―godos‖ y ―criollos‖,está delimitada la irreconciliable división de la Ma-dre Patria y sus colonias del Nuevo Mundo; su signi-ficado real es aristócratas y plebeyos; y en la ramade los plebeyos, el mestizo ocupa un rango inferioral de los esclavos, ya que éstos cuestan buenos dine-ros y son los que trabajan, al par que los indios en-

comendados, para comodidad y granjería de susamos; el mestizo encubre ―su inmundicia‖ con ―el ta-palotodo del poncho‖; es lógico; a él no le han tocadotierras en los repartos, como a sus padres, tíos y de-más parientes escondidos en la ―dignidad‖ del anó-nimo.

El no puede hacer lo que aquel noble señor Don Agustín de Salazar que vendió según consta nota-rialmente, en 1584, ―quinientas varas de frente y

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una legua de fondo‖, situadas en el Río de las Con-chas, y además ―un solar, una chacra, una estancia

y un huerto‖ ... ―en cambio de una capa de raja llanamedio usada, unos calzones de lienzo nuevo, un jubón de lienzo y un coleto acuchillado, todo lo cualhabía recibido en cuenta y pago de los terrenos, encuya virtud apartaba y quitaba de todo poderío a ély sus herederos‖.

Hernandarias, uno de los contados criollos quealcanzan situación de preeminencia en los gobiernocoloniales  — fue varias veces gobernador de La Asunción —   , tanto por su ascendencia como por sucasamiento con una hija de Garay, hombre de em-presa sin duda y animado de los mejores propósitos,a quien se da como ejemplo de desinterés y buen go-

bierno, aunque acumule una enorme fortuna, esmás español que los propios españoles; los mestizosson para él ―mozos perdidos‖ y hasta la yerba mate,una de las clásicas riquezas de esta tierra, merecesu repudio y una condena a la hoguera, por ―losgrandes inconvenientes que hay en beberla y uso de

tomarla, el cual ha cundido hasta en el Perú porqueen esta provincia y en la de Tucumán es muy gene-ral este vicio, por demás de ser sin provecho y queconsumen y gastan sus haciendas en comprarla,hace a los hombres viciosos, haraganes y abomina-bles‖. (Carta de Hernandarias, 1617).

Fray Reginaldo de Lizárraga, al que los historia-dores citan muchas veces para hacerlo decir que ―nohay que gastar el tiempo‖ en ocuparse de las pési-

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mas costumbres de los mestizos, dice también estasotras cosas muy aleccionadoras y que no deben de-

 jarse de lado: ―Solíase caminar desde el Brasil al Ríode la Plata en el paraje de la Asumption ... distanciade doscientas leguas, por tierra poblada y no mal ca-mino; yo he visto hombre en la provincia de la Plataque desde el Brasil, con otros, vino hasta Asump-tion; agora no se camina; los indios han cerrado elcamino por los malos tratamientos de los nuestros‖.

 Y sigue, poco después: ―Castigaron los viejos con-quistadores y criaron con mucha policía a los monta-ñeses (los indios) y a los meros españoles (criollos ymestizos), como a ellos los criaron sus padres.Ningún muchacho había de hablar, ni cubrir cabeza,ni sentarse delante de los viejos aunque tuviesen

barbas, ni los viejos al más estirado llamaban sinotú, cuando mucho un vos muy largo. A los montañe-ses enseñaban primero a leer, escribir y contar; lue-go les daban oficio y a lo más que se inclinan es aherreros, y son primísimos oficiales; son grandes ar-cabuceros; flecheros y nadado res, recios hombres acaballo; andando en la guerra, luego quitan las cal-zas y zapatos y desnudan los brazos; ya han perdidoesta policía, muertos los viejos, y son la gente másmentirosa del mundo, y como un hombre no tracteverdad, no le pidan honra‖.

Conviene aclarar que todo esto se escribió allápor el año 1600; en esos años, los conquistadoresestán entregados a la fundación de pueblos y ciuda-des, a labrarse ―un buen pasar‖ y a una ininterrum-pida guerra con las tribus aborígenes soliviantadas

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por ―los malos tratamientos de los nuestros‖, segúnlo hizo notar el propio Fray Reginaldo. ¿Es posible

que les quede tiempo y voluntad para enseñar a al-guien ―a leer, escribir y contar‖, particularmente sise trata de seres tan despreciables — según su consi-deración —  como los indios y los mestizos? Que pro-curen enseñarles un oficio, eso sí es cosa de creer,porque el oficio de cada uno de ellos ha de rendir be-neficio al amo español, que se compensa de este mo-

do del naufragio de la ilusoria ―sierra de la plata‖ yde otros sueños de riquezas fáciles.

 Además, ¿cuántos de esos conquistadores sabíanleer y escribir? Veamos cómo lo hacia Hernandarias,el varias veces gobernador de la Asunción: ―Todoslos aquí contenydos mando salgan dentro de dos

días con el Alld.blas timón hasta laciudad deveraallevar los cavallos de su magt. y labuelta adeser po-relRio adbirtiendoles selesade pagar su trabajo por-llevarlos caballos consertandos conpedro Rubio yto-dos los contenydos comodho es hordeno...‖ Y recor-demos que Pizarro, el arrojado conquistador del

Perú, era analfabeto. Ahora, si el cronista se refierea los sacerdotes o a los frailes de las Misiones, lacuestión puede cambiar de aspecto fundamental-mente.

Otro de los argumentos usados en contra delgaucho es la predisposición al alcoholismo; pero enlas llanuras de aquellos tiempos, ¿dónde se consi-guen las bebidas espirituosas? En las pulperías, ver-dad, en el club gaucho, mitad almacén de víveres yropas, mitad timba, depósito obligado de todos los

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productos del trabajo campesino, lo mismo sean pro-pios que ajenos; la pulpería, atendida, como lo dijo el

obispo Illana, ―por un español, que luego surte unalonja o compra una estancia‖, o como lo dijo Del-pech, ―por un gringo, que se queda con los vales delos criollos‖, porque el vale canjeable en las casas denegocio es una especie de cebo para acercar clientesa la tentación; otras veces, las pulperías, que casisiempre están en las proximidades de los fortines,

suelen ser propiedad de un pariente o un allegadodel jefe militar, jefe que participa  — cuando no es eldueño disimulado —   de las ganancias que irremisi-blemente ha de producir el negocio con su protec-ción.

 Alcide D‘Orbigny, que intervino en el emplaza-

miento del fuerte de Cruz de Guerra, nos dice: ―Otrointerés que concentró el cuidado más especial del co-mandante fue el de la pulpería, atendida por su cu-ñado. El despacho comenzó ese mismo día. El aguar-diente, el vino, la galleta, las uvas secas, los higosfueron festejados a porfía; y esos desdichados solda-

dos, esquilmados sin piedad, consumían, en una odos oportunidades, un mes entero de sueldo; pero elgaucho nunca prevé el mañana; lo mismo que el in-dio, con el cual tiene, por lo demás, tantos puntos desemejanza, se entrega sin reservas al placer que sepresenta ante él; lo saborea hasta la saciedad y nun-ca piensa en regular sus goces para prolongarlos. En

los días de abundancia, no se inquieta por las priva-ciones, porque no hay ninguna que no sepa soportarcon valor; y en medio del más horrible desamparo,

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no desespera nunca del porvenir. ... Cuando el dine-ro faltó, les fue necesario recurrir a otros expedien-

tes y pronto todos sus efectos particulares fuerondados en prenda; finalmente, les fue abierto crédito,y como el vendedor real era al mismo tiempo el caje-ro y el que debía pagar los sueldos, no corría ningúnriesgo al mostrarse confiado y estaba al abrigo detoda pérdida‖. (Viaje a la América Meridional, pág.

544, T. II).

En general, las pulperías están lejos unas deotras; y las leguas, con sus pastizales, sus pantanosy sus muchos otros peligros, se alargan para los queviven retirados, que son los más. Esto consta, conmeridiana claridad, en una cita de Torre Revello:―En un informe que dirigió el subinspector generalde fronteras, Juan José de Sarden, al virrey Vértiz,en 13 de diciembre de 1780, decía: ‗El vecindario (dela campaña) vive separado uno de otro en esos dila-tados Campos, de modo que en muchas leguas no sesuele encontrar ni un vecino: Por cuia razón no esposible juntar cien Hombres en dos días, y para lle-

gar éstos al respectivo fuerte de su Partido, necesi-tan otro, por estar algunos a diez, y Doce leguasadelantados de toda población‘. Más adelante agre-ga que había incorporado a los distintos fuertes dela campaña a numerosas familias, y en algunos lu-gares sumaban éstas más de sesenta, que hasta en-

tonces habían vivido ‗licenciosamente, sin subordi-nación, y sin temor de Dios, siendo por este despa-rramo víctimas yndefensas del furor de los infieles

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en sus continuas sorpresa‘.‖ (Historia de la Nación Argentina, T, IV).

 A esos gauchos que están ―diez y doce leguasadelantados de toda población‖ con sus familias, yque son ―víctimas indefensas del furor de los infie-les‖, a esos desplazados por el acoso social, porquesólo es esto lo que los obliga a internarse en el de-sierto y correr sus riesgos, ¿no habrá que conside-

rarlos, más que como gente que vive ―licenciosa-mente‖, sin subordinación, y sin temor de Dios‖, co-mo una avanzada en la conquista de la tierra de na-die?

Dentro de semejantes condiciones, el grupo decontertulios de la pulpería se reduce a los vecinos

más próximos y a los viandantes de la huella larga,que no son abundantes ni frecuentes. Luego la em-briaguez continuada estará al alcance de muy pocos;será cosa puramente accidental, salvo en el caso delos ―fuerteros‖, cuya ―inmoralidad‖ no conviene a los jefes que sea reprimida, pues reduciría una de lasfuentes de sus ingresos.

Entonces, ¿donde, cómo y cuándo se emborra-chan esos hombres, los ―vagos‖ de la llanura, paraque los tildemos, con justicia, de alcoholistas? ¿Quémedidas oficiales se adoptan para combatir el vicio?La escasez de lugares que expenden bebidas debepesar algo en la emisión de un juicio con respecto a

las costumbres de los que viven en un lugar o circu-lan por él, pues de lo contrario tendremos que darlela razón a D‘Orbigny cuando hace un análisis de los

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comercios existentes en la ciudad de Buenos Aires,en 1830: ―Entre las tiendas de comestibles, es curio-

so hallar para los negociantes minoristas de bebidasla cifra de 465, mientras que la de panaderos es de5, precisamente el mismo número que el de nego-

ciantes de tabacos. ¿Qué proporción establecer y quéconsecuencia sacar? En primer lugar, que en Buenos Aires se come poco pan y luego que la ebriedad llegaal extremo. ¿Qué decir de una ciudad donde la tota-

lidad de obreros, empresarios y fabricantes de todaclase no iguala a la de los comerciantes en vinos?‖.

El gaucho se emborracha tantas veces como pue-de; pero las veces que puede son pocas, ya sea por ladistancia que lo separa de la pulpería, ya por la fal-ta de dinero, nunca excesivo en su tirador. Y cuandoquiere canjear cueros o plumas, el pulpero se encar-ga de retacearle el pago al máximo. Y entre un con-vite a conocidos y desconocidos  — el derroche de suproverbial generosidad —  el ―tomo y obligo‖ de la so-lidaridad del pobre con el pobre, jactancia también,a veces, y una partida de naipes o unos tiros a la ta-

ba, ―el güeso‖ de su predilección, en que la suerte semostró esquiva, se agotan pronto los pesos, quizásaún antes de que su larga sed haya quedado satisfe-cha del todo. Ahora bien: lo que el gaucho hacia bajola influencia del alcohol, con seguridad, no fue muydistinto de lo que hacen los ebrios  —  cultos o incul-

tos  —  de cualquier lugar del mundo y de cualquierépoca, aun de la nuestra. Y no hay que olvidar quela ley considera al estado de ebriedad como ate-

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nuante de muchos delitos, ya que no es un estadonormal, consciente, responsable.

Ese concepto legal parece influir en don Estanis-lao S. Zeballos, quien dice en su libro Un viaje al

 país de los araucanos (1874), refiriéndose a un mili-

ciano que lo acompaña en una peligrosa salida: ―LaRosa Herrera era el único que llevaba rémingtoncon ochenta tiros. Hacía treinta meses que no recib-

ía su sueldo, y habiendo entrado al servicio por dosaños, llevaba cinco y no tenia aún esperanzas, sibien deseos ardientísimos, de que se le diera de ba- ja. Además de esto, en Bahía Blanca se embriagó, yfue menester darle un castigo muy severo para evi-tar un conflicto sangriento que provocaba en losarrebatos de alcoholismo. Hacía doce horas de estaescena y marchábamos fiados a él como baqueano ycombatiente, y mereció, esta vez como otras, nuestragratitud por la naturalidad y la inteligencia de susservicios. Y, cuando habiéndole obtenido la baja,cambió el kepi por el chambergo, me dijo:  — Señor,cuando se le ofrezca, avise, que le he di acompañar

ande quiera. — Tal es el tipo del gaucho y del solda-do argentino. Nadie juega con mayor espontaneidady placer la vida por sus afecciones que ellos, y es,asimismo, admirable la rapidez con que sondean elcarácter de los hombres, cobrando afecto a los que lomerecen, por su lealtad y llaneza, así como se reti-

ran, desconfiada y supersticiosamente, de aquélloscuya superioridad reconocen, pero no la nobleza desus procederes‖.

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La Rosa Herrera, enrolado por dos años, con cin-co años de servicios obligados por la fuerza y treinta

meses sin cobrar su miserable haber, ¿caben los re-proches si este esclavo del yugo militar, de la injus-ticia, llega a desertar un día? Y lo mismo sucedía enla época de la Colonia; la defensa de la frontera estáa cargo de las compañías de Blandengues, con la co-laboración de los vecinos cuando los salvajes amena-zaban o atacaban una región. ―Con el establecimien-

to del Cuerpo de Blandengues — se dice en la Histo-ria de la Provincia de Buenos Aires y formación desus pueblos —  las depredaciones (de los indios), si nose contuvieron por completo, quedaron, al menos,muy debilitadas. Pero al cabo de unos años, equivo-cadas medidas de gobierno colocaron la situación co-

mo en el primer momento. Comenzó así la ruina delCuerpo, pues malbaratados los fondos de la recau-dación en gastos ajenos al ramo, quedaron sin satis-facer los haberes de la tropa (1761). Sin embargo,siguió en el servicio a fuerza de promesas de pago,hasta que en 1766, cansados los soldados de esperaren vano la satisfacción de sus haberes, lo abandona-ron definitivamente‖.

 Veinte años antes había ocurrido otra situaciónsimilar y ―el maestre de campo Juan de San Martíny el Teniente Coronel Basurco, al dar la grave noti-cia al municipio, condenaron la actitud pasiva delgobernador Andonaegui‖ (Obra citada) ¿Se puedehablar de indisciplina, de falta de patriotismo? ¿Sepuede condenar a estos hombres, porque defiendenel derecho de no ser tratados ―inhumanamente‖,

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según el severo juicio de Azara? ―Pero contra la ac-ción oficial negativa  — comenta justicieramente Ro-

berto H. Marfany —   los pobladores siguieron suavance más allá del Salado, conquistando y coloni-zando nuevas tierras‖, a pesar, de acuerdo con lo di-cho en el informe de Sarden, de que viven―licenciosamente, sin subordinación, y sin temor deDios, siendo por este desparramo víctimas yndefen-sas del furor de los infieles en sus continuas corre-

rías‖.La opinión de Estanislao S. Zeballos coincide con

la del coronel Machado, mencionada por Delpechanteriormente, y con la de otros muchos que estu-vieron mano a mano con el gaucho en los distintostrances de la campaña militar, donde la mayor o

menor hombría de bien tiene mil oportunidades pa-ra manifestarse y pesar como testimonio real.

Escuchemos a un expedicionario del desierto, alcapitán Manuel Prado: ―El soldado nuestro — dice,en su libro La conquista de la pampa —  sabía que noera un esclavo; sabía que le bastaba un buen caballo

para romper las cadenas que lo ataban al servicio y,sin embargo, allí estaba, obediente, sumiso, humildehasta el extremo de que se le creería un ser despro-visto de la facultad de sentir, si no tuviera a cadainstante la ocasión de demostrar en la pelea que erael mismo que en Maipo y Chacabuco, en Ituzaingó y

el Paraguay. Hoy se pretende que antes la disciplinamilitar debió ser rígida hasta la crueldad para domi-nar a aquella tropa, y no se tiene en cuenta que, si

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bien esta afirmación podía ser razonable en el cam-pamento, fuera de él, en los fortines, en el campo a

cincuenta leguas de las estacas, lejos del consejo deguerra y del banquillo, la obediencia era la misma,la abnegación era la misma y el sacrificio el mismo.Tal vez sin el indio a una jornada de distancia y sinla patria en peligro, el soldado se rebelara contra labrutal disciplina de los azotes; pero cuando hay quesalvar el honor de la bandera, cuando se juega la

suerte de la Nación, el gaucho, el criollo, no sienteinjusticias ni repara en abusos. Por encima de todoestá su tierra, y mientras haya que defenderla nodeserta ni murmura‖.

Este hombre, blandengue, miliciano o soldado delas tropas de línea, es siempre el mismo individuo:

el gaucho, el matrero, el vago, el gauderio pródigo yholgazán, el cuatrero y contrabandista — sombra ne-gra de las autoridades ciudadanas — , el hijo del paísy de mala vida, el ―sin Dios, sin Rey, sin Ley‖ — fan-tasma de acusadores que no lo vieron jamás — , el―terrible asesino‖ de D‘Orbigny, el changador de las

vaquerías, el ―malébolo foragido‖ borracho y juga-dor, el ―mozo perdido‖ de Hernandarias, el natural―del que es mejor no gastar palabras‖ de Lizárraga,y el reo de tantos delitos como puedan acumularseen un mismo ser humano.

En discurso más corto y justiciero; este hombre

es el mestizo, el guacho de la conquista, el fruto na-tural cuya siembra comenzaron los españoles en el―Paraíso de Mahoma‖, allá por 1540...

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 Y aunque no lo parezca, hay un raro simbolismo,una especie de predestinación en las causas y los

efectos que dan origen al gaucho: el mestizo, desco-nectado de la sociedad por el abandono en que lo su-me el desvío de sus progenitores, se complementacon el caballo salvaje, otro desconectado, tambiénpor abandono, de toda sujeción; la ―tierra de nadie‖será su predio, su hábitat; el ganado cimarrón sualimento . . .

 Y para que el simbolismo sea completo, hasta elvocablo que ha de individualizar a esa conjunción dehombre y caballo  —―gaucho‖— , resulta de origendesconocido, falto de legitima paternidad, vale decir,guacho. . .

Es probable que algún lector estime que hay ex-ceso de citas en este trabajo. Verdad; de intento, heprocurado siempre hablar por boca de otros, por bo-ca de los que estuvieron en contacto con lo que ya esinalcanzable para nosotros. He preferido a los quetuvieron ocasión de ver, a los que saben y no a losque suponen, tal como lo dijo Ameghino: ―Es que

Muñiz y yo hemos estado personalmente en el lugardel delito y ambos hemos visto las cosas tal comoson, lo que no les ocurre a los sabios que lo resuel-ven todo desde su bufete de la ciudad, sin acercarsepara nada al lugar del crimen‖.

Por otra parte, también lo he seguido a don Enri-

que de Gandía, tratando de eludir los escollos que élseñala a los historiadores, cosa que yo no pretendoser: ―El trabajo del hombre — dice en el prefacio de

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la traducción de Viaje a Chile a través de los Andes,

de Peter Schmidtmeyer, edición Claridad, 1947  —  

desde el descubrimiento de América hasta nuestrosdías, está por hallar su cronista y su historiador. Lavida en la llanura y en los grandes montes no cuen-ta con una historia de sus dramas, de sus miserias,de sus luchas y de sus ilusiones. Se dice que no sepuede hacer la historia de los pobres y que los ran-chos no tienen historia. La historia de los pobres es,

a veces, más valiosa que la historia de los ricos, y losranchos tienen, a menudo, más historia que los pa-lacios. Lo que ocurre es que los historiadores han si-do movidos más por las pasiones que por un verda-dero amor a la tierra. Todo historiador, en el fondo,es un hombre que odia. Odia al despotismo y odia al

liberalismo. Odia a un personaje y lo hunde hablan-do pestes de él o hablando loas de sus contrarios. Nopodemos decir, en verdad, que la historia haya sidouna ciencia de amor. Ha sido y es una ciencia de lu-cha. El historiador que busca la verdad, la busca pa-ra aplastar la mentira y la infamia, y el historiadorque huye de la verdad se esconde para hacer triun-far esas mentiras y esas infamias. Todos los librosde historia son, así, libros de lucha, libros de pasión,que tratan de formar adeptos, de hacer creer enciertas ideas y admirar a ciertos personajes, poroposición a otros pensamientos y otros hombres. Elverdadero amor, el verdadero desinterés se halla al-

gunas veces, no siempre, en los libros de viaje.‖  Y a los libros de viaje he recurrido, en general,

ajustando mi labor, de simple y sincero aficionado a

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las cosas de la tierra argentina, a los términos de laanterior exposición, a la que concedo sobrada autori-

dad por provenir de un Académico de la Historia. Yhe tratado de salvar el ―no siempre‖, poniendo de re-lieve la contradicción o la incongruencia, cuandoéstas existen, para demostrar que, ni en el peor delos casos, deba considerarse adverso al gaucho el juicio de los escritores y cronistas que fueron suscontemporáneos. Con toda intención, también, he

dado preferencia muchas veces a la obra de los ex-tranjeros, pues éstos tienen esa independencia decriterio que podría faltamos a los argentinos al juz-gar de lo nuestro. Vale decir que el patriotismo, fon-do de amor propio al que es difícil escapar, no pesaen ellos para magnificar o retacear lo que la reali-

dad pone de manifiesto. Y, para terminar, digamos: La proyección de un

individuo que nace, vive y muere en las diversasetapas de la estructura social de un pueblo, no semide, en las diferentes formas de su desempeño, nipor el grado de cultura que ponga de manifiesto, ni

por la mayor o menor apetencia de bienes materia-les que demuestre, ni por la vestimenta que use, nipor las reglas de higiene que practique, ni por otrosmuchos detalles de su hábito o modalidad, mejores opeores, porque éstos son factores externos, fatal-mente condicionados a fuerzas propias de su mo-mento.

Se mide por la calidad, intensidad y sinceridadde los sentimientos que ese individuo ponga de ma-

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nifiesto en los diversos aspectos de la vida de rela-ción y sea capaz de trasmitir, junto con su sangre, a

sus descendientes. Y el valor, la altivez, la lealtad,la generosidad, el amor a la libertad, no es caudalque se encuentre, con frecuencia, acumulado en unmismo tipo, máxime cuando éste actúa en condicio-nes físicas y políticas que le son adversas en sumogrado.

Esa es, sin embargo, la herencia que nos dejó elgaucho. Esa es la verdadera tradición de la llanura. Y es a través de ella, y solamente de ella, que debe-mos valorarlo.

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La estancia, primera escueladel gaucho

NÓMADE  POR  IMPOSICIÓN  DEL  MEDIO  más que portendencia, changador o peón de vaquerías y de sala-deros en toda su sanguinaria significación, doma-dor, tropero en las varias acepciones que el término

admitió — arriero en las tropas de mulas que se con-ducen, periódicamente, desde las llanuras hasta lasprovincias del norte y el Alto Perú; en las carretas yrecuas que traen y llevan los productos de tráficoentre las provincias andinas y las ciudades del cen-tro y de la costa; resero, porque el ganado vacuno,

que tropea tiene, en general, como destino fijo, losmataderos de los grandes centros de población — ,contrabandista ocasional, boleador, dueño del secre-to de curar con palabras, galerista, postillón, correoo ―chasqui‖, cuatrero a sabiendas y sin saberlo, ca-zador, ―blandengue‖ o miliciano, soldado bravo,―montonero‖ audaz y sin escrúpulos, peón de estan-cia insuperable, trenzador, gaucho malo y matrero,―fuertero‖ sufrido — milico en los fortines — , desocu-pado y vago cada vez que su naturaleza se lo recla-

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me o se lo impongan las condiciones del momento,cuchillero hábil por necesidad de la propia defensa,

matón  — pero sólo entre guapos — , rastreador y ba-quiano, astroso hoy, bien empilchado mañana, agre-gado unas veces, ―timbero‖ otras, guitarrista y can-tor, narrador de fantásticos sucedidos, retruecanistaágil, payador de viva intuición, bailarín garboso, ju-gador de todos los juegos: carreras, taba, baraja...

Todo eso y mucho más ha sido el hijo de la pam-pa, el gaucho, en el transcurso de su existencia. Pe-ro en cualesquiera de esas actuaciones, en las bue-nas y en las malas, rico o pobre  — por lo común estomás que lo otro —  ha sido hombre de lealtad a todaprueba cuando brinda su estimación; de mano y co-razón limpios cuando se da como amigo; podrá re-huir el trabajo metodizado o ajeno a sus predileccio-nes, pero no es inclinado al robo, pues no tiene nece-sidades que no pueda satisfacer lícitamente  — lícitoes para él lo que las costumbres imponen —   o cuyaprivación no esté acostumbrado a sufrir con resigna-ción; le basta un rancho para sentirse dueño de un

palacio; si no lo tiene, ahí está el cielo que es buentecho para quien se acostumbró a soportar los rigo-res de la intemperie; ¿muebles?, el apero es buenacama y mesa amplia el asador; cuando es cuatrerode avería, lo es siempre por cuenta de alguien queestá mucho más arriba que él en jerarquía social y

cultura, las propias autoridades muchas veces; parasí, para su hambre y la de los suyos, le basta la cua-trería insignificante, la que aplaca la urgencia de

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hoy, ya que el ―mañana‖ no entra en una previsiónque jamás tuvo; despreciará u odiará, pero ignora la

traición; sus diferencias las solventa cara a cara ysin medir el facón enemigo, porque el suyo se alargaen la proporción de su valor y de su encono; comerápoco si el comer más le demanda un esfuerzo que noestá dispuesto a realizar; dará de lo que tenga conuna generosidad que raya en la prodigalidad y seofenderá cuando alguno, ignorante de sus costum-bres, intente pagarle lo que él hizo a título de favor;galopará varias leguas por el simple deseo de visitara un amigo, tomar parte en un baile o departir en larueda de la pulpería; será ocioso total o activo extre-moso, según el grado de dignidad gaucha que conce-da a las tareas que le toque desempeñar; dirá mu-

cho con pocas palabras, y ello da la medida de su na-tural inteligencia, pues se necesita una capacidadmental bien despejada para alcanzar el hondo senti-do de sus modismos y refranes; el escueto ¡vamos!con que convida al corredor rival en una carrera o aladversario con quien va a jugarse la vida a cuchilla-

das, es el mejor símbolo de su conversación, magraen volumen, pero de sustancioso contenido, ―güeso ycaracú‖ si hemos de buscarle expresión en su propioambiente; su mayor pasión son sus ―pilchas‖: el re-cado, el lazo, las boleadoras, el facón, las espuelas, yun compañero que es casi él mismo: su caballo. Y to-

do eso lo arriesgará, resueltamente, a un tiro de da-dos o de taba, y lo perderá sin que se le contraiga unsolo músculo de la cara, no por indiferencia o insen-

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sibilidad, sino porque sus emociones pertenecen alfuero intimo y se avergonzaría de dejarlas traslucir.

Es que el gaucho, por afuera y por dentro, es co-mo la enhiesta flor del cardo — otro áspero hijo de lallanura —   que se acoraza de espinas y esconde lasuavidad de plumón de sus vilanos, los simpáticos―panaderitos‖, inolvidables para quienes hemos vivi-do nuestra niñez en el corazón del campo argentino.

El gaucho es altivo porque la altivez es condicióninnata de todos los que nacen en ambientes simila-res al suyo; ama la libertad porque creció libre comolos pájaros o el ganado que puebla las llanuras, eseganado que ha de resistirse, también, cuando quie-ran imponerle la limitación del rodeo o del corral; es

respetuoso porque el respeto es vástago obligado dela disciplina que imperó, por razones del propio tra-bajo, en la estancia primitiva, cuyo propietario, alpar que sufrido compañero de fajinas, resultaba, porel solo reflejo de sus acciones, un verdadero maestrode costumbres.

Es que el español que pobló nuestras llanuras, lohe dicho otras veces, era moralmente el más sano detodos los conquistadores venidos de allende los ma-res. Era agricultor; creía en Dios; no tenia apuro,pues no aspiraba a enriquecerse de la noche a lamañana; quería vivir en la paz de los campos y me-drar con la satisfacción del propio esfuerzo.

 Acostumbrado a los humildes y largos meneste-res de la labranza, podía decir de la magnificenciadel lucero y de la majestad de la luna, magnificencia

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y majestad que lo alcanzan en los extremos de cadadía, como una gracia divina, cuando sus ojos buscan

en lo alto los signos precursores del sol o la lluviaque han de hacer fructífera su labor.

 Al transformarse en ganadero, por imperio de lafuerza ambiente, el espíritu de ese hombre no cam-bió; cambió su acción en la dura lucha por la vida;sus sentimientos y costumbres, por mucho tiempo,

siguieron siendo los mismos y privaron en todas lasmanifestaciones de la rústica comunidad estancieril,pues las condiciones del desierto agrupaban, en unsolo bloque, a patrón, familia y peonada.

 Y sabemos que el hombre que ha trabajado latierra, que la ha amado como cosa suya, que la ha

gozado y la ha sufrido  — porque los amores de estavida amasan por igual alegrías y penas —  , es siem-pre hombre de alma limpia, de sentimientos nobles,y tiene todos los atributos para ser maestro útil ydignificarse, aún en las condiciones más adversas,con esa misma dignidad que es capaz de inculcar,voluntaria o involuntariamente.

En las labores cotidianas del rodeo y en todas lasotras propias de las tareas ganaderas, la gravitacióndel patrón — patrón que sabe ser tan gaucho como elque más —  dicta su cátedra, verdadera y disciplina-dora cátedra, aunque las lecciones se rubriquen, acada dos por tres, con los denuestos de que es pródi-

go el vocabulario español, denuestos categóricos yterribles como una cachetada, pero cuyo poder ofen-sivo se atempera, hasta desaparecer, por el propio

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rigor del ambiente en que se originan y producen.La palabrota viril, y hasta la procaz, no es allí más

extraña que el olor de la pólvora en un campo de ba-talla; se diría que es la válvula de escape de la natu-ral tensión determinada por la violencia del trabajoy los riesgos que le son inherentes.

En la ruda brega los sentidos se aguzan, disciplí-nanse los músculos hasta adquirir elasticidad y

prontitud de resortes, y se perfeccionan, a un gradode maravilla, las suertes de equitación y el manejode las herramientas típicas, creadas por influjo de lapropia necesidad. La práctica y el dominio real de laciencia campera, con sus crudas acciones, imponenal par el endurecimiento del cuerpo y del alma.

Luego, en el fogón acogedor — especie de anfitea-tro común que el ―cimarrón‖ democratiza al máxi-mo —   lo soledad se llenará de imágenes, que el re-cuerdo y la nostalgia estimulan, en largas narracio-nes inspiradas en cosas de esta vida y de la otra, enlo que se sabe y en lo que se supone, en lo humano ylo divino, en la realidad y el milagro, narraciones

cuyos asuntos abren hondo e indeleble surco en lamente simple y deslumbrada de nuestros campesi-nos.

Otras veces, en ese mismo fogón, los viajeros detodos los rumbos ampliarán con sus noticias el redu-cido panorama geográfico, histórico, político y so-

ciológico del gaucho. Así, de oídas o por las ―men-tas‖, sabrá de muchas cosas, pagos, gentes y cos-tumbres que acaso no llegará a conocer personal-

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mente jamás, pero que le permitirán comparar ydiscernir con ese claro despejo de que ha sido dotado

por la naturaleza, ese claro despejo que le hizo decira F. Bond Head, allá por 1826, mientras viajaba porla pampa: ―Encontré los caballos en el corral, y elmaestro de posta, en cuya casa había dormido va-rias veces, me dio un caballo de galope largo y unhermosísimo gaucho para guía. Me pareció, y com-probé después, que éste era de espíritu muy noble.Deseaba mucho saber acerca de las tropas enviadaspor el gobierno de Mendoza para reponer al gober-nador de San Juan, que acababa de ser depuesto poruna revolución. El gaucho estaba muy indignado poresa intervención y mientras galopábamos me expli-caba, con sobra de ademanes finos, lo que era bas-

tante claro: que la provincia de San Juan era tan li-bre para elegir gobernador como la de Mendoza, yque Mendoza no tenía derecho para imponer a SanJuan un gobernador que el pueblo no consentía.Luego habló de la situación de San Luis; pero, a al-gunas preguntas que le formulé, el hombre contestó

que nunca había estado allí.  — ¡Justos cielos!, dijecon asombro que no pude ocultar. ¿Nunca ha estadoen San Luis?  — Nunca, respondió. Le preguntédónde había nacido; me dijo que en el rancho, juntoa la posta y que jamás había salido de las llanuraspor donde cabalgábamos, ni visto una ciudad o un

pueblo‖.Es explicable esa admiración. Muchos de los via- jeros que recorrieron nuestra campaña en el pasado,

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consideraron a su habitante a través de su aspectoexterior y de su modo de vivir, más que a través de

sus condiciones espirituales; juzgaron el cuerpo, conprescindencia del alma. Por otra parte, desconocíantambién la esencia del sentido federalista en el gau-cho — quizá inexplicable por insospechado — , sentidoun poco instintivo si se quiere, pero que debe tenersu origen y fundamento en aquellos frecuentes liti-gios que sostenían las ciudades de la conquista para

defender el derecho de acceso a los ganados y otrosproductos de las regiones comprendidas en sus res-pectivos ejidos, ejidos de límites tan confusos, por logeneral, que la controversia, y hasta la fuerza de ar-mas, solía resultar su consecuencia inmediata. Y esese sentido federalista el que engendra, a su vez, el

concepto de la patria chica, de la provincia, del par-tido, del pago, que se hace carne en los campesinos yfomenta el localismo dentro de la patria grande, lo-calismo que se extrema luego  — y hasta se desvir-túa — , en el período de la anarquía y el caudillaje.

 Así, la estancia criolla, sucesora directa de los

primitivos campamentos de las vaquerías, ha sido laprimera escuela del hombre de la llanura.

De esa estancia, tosca y humilde  — cuatro ran-chos perdidos en la inmensidad del desierto y libra-dos al peligro mortal que los acecha de todos losrumbos —  nacen las primeras reglas de convivencia

social a que ha de sujetarse el gaucho. Escuela rudi-mentaria, sí, y muy poco estudiada hasta ahora, pe-ro cuyas enseñanzas echan hondas raíces en el espí-

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ritu virgen de sus alumnos y explican muchos aspec-tos tenidos por inexplicables, tanto en la faz religio-

sa y moral como en la política, aspectos que han dehacerse presentes, nítidamente delineados, en gene-raciones campesinas jamás alcanzadas por los bene-ficios de la cultura ciudadana.

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La vestimenta del gaucho

EN  GENERAL, los hombres de la ciudad están con-

vencidos de que conocen bien lo que fue la vestimen-ta gaucha; y lo están, porque el circo, el teatro  — ypor influencia de éstos el carnaval y hasta muchos―tradicionalistas‖—   les han presentado, con sumafrecuencia y dentro de una gama variada, lo que

ellos creen, acaso sinceramente, que fue el traje gau-cho.

Sin embargo, si por uno de esos milagros de lafantasía, pudiésemos retrotraernos y asistir a unareunión de gauchos de verdad, nuestro concepto ac-tual sufriría una enorme decepción; la realidad nos

haría comprender, en el acto, hasta qué punto al-canza nuestro engaño. Y es que el circo, el teatro, elcarnaval y los muchos tradicionalistas han creadoun traje gaucho más de utilería que real, un trajeque llena los ojos del espectador, pero que, muchasveces, atenta contra la verdad y crea un concepto

equivocado con respecto al mismo. Yo entiendo que hablar de tradición o tratar de

encarnarla, es pura y exclusivamente hacer historia,

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la historia de nuestro pasado, tal como fue en reali-dad; la imaginación no debe intervenir para nada en

este caso. He dicho y repito: si alguna documenta-ción fiel nos queda de las viejas épocas, ella es laque se refiere a las prendas de vestir y a las del ape-ro o recado del gaucho; en los museos argentinos yen ricas colecciones particulares, existen dibujos ypinturas que reproducen escenas de nuestro pasado,en sus distintos momentos y con sus tipos y costum-

bres; documentación positiva, irrecusable, pues losdibujantes o pintores, tuviesen o no una técnica de-purada, no se dejaban llevar por la imaginación, nocreaban; tenían delante de sus ojos el modelo cabal;reproducían, simplemente, lo que veían, o sea que elambiente de conjunto, el detalle y el color se regis-

traban con entera fidelidad. A través de esa documentación, y la de los viaje-

ros escritores, también importante, comprobaremosque siempre, y en todas las regiones, los colores vi-vos fueron característica saliente en el vestido cam-pero de ambos sexos. El negro y toda la escala de to-

nos oscuros, severos, correspondían al traje de lujo — que no estaba al alcance de todos —   y al de laspersonas de edad, a los ancianos y a los campesinosafincados en los pueblos.

¿De dónde salió, entonces, ese gaucho que vemos,siempre vestido de negro de pies a cabeza? Y no es

esto sólo: ¿a qué antecedente se habrán remitido losque usan chiripá y blusa corralera, con abigarra-miento de bordados a todo color?

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 Voy a tratar de aclarar, según lo alcanzo, el ori-gen de los errores, la probable causa de nuestra con-

fusión: el circo hizo su aparición — o se popularizó —  allá por 1880; para entonces, el gaucho, en su verda-dera acepción, había desaparecido casi totalmente, ose había transformado, anulado por la propiedad, elalambrado y las tranqueras que modificaban porcompleto las condiciones de la campaña; el hombredel caballo, el lazo, las boleadoras y el cuchillo, ver-dadero representante de una época de nuestra for-mación social, era ya tipo del pasado en sus líneasprincipales.

El circo lo revivió o, mejor dicho, creyó revivirlo;forjó un gaucho para el escenario, un gaucho mora-lista, verdadero pozo de sabiduría o experiencia.Unas veces era un viejo patriarcal que, en larguísi-mas tiradas filosóficas, dictaba normas de conductaa sus descendientes y allegados, tomando mate a lasombra del ombú típico o del alero del rancho; otras,era el ―matrero‖ desgraciado, perseguido, siempreinjustamente, por policías prepotentes y caudillos

sin conciencia. Y para ambos individuos creó la―gauchiparla‖, la verborragia gaucha, otra ficción,ya que el gaucho fue sentencioso y reticente por ex-celencia, o sea que decía mucho con pocas palabras.De ahí los modismos y refranes, en que finca su vo-cabulario, ricos de significación, pese a su laconis-

mo.Falseado así en sus condiciones intrínsecas, ¡qué

importancia podía tener el falsearlo en lo exterior!

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Para el circo, el color negro hacia un magníficocontratono con la albura de los calzoncillos cribados

y con el blanco pañuelo del cuello; la vincha — que elgaucho usó sólo accidentalmente —  era prenda efec-tiva, pues permitía al protagonista sacudir con vigorla cabeza, mientras hacía frente a la partida poli-cial, sin que se le desacomodase la negra y larga me-lena. En fin, cuestiones de conveniencia escénica,más que intenciones de deformar la verdad; a lo su-

mo, incomprensión o ignorancia. Pero lo malo es queel espectador creyó encontrarse delante de la reali-dad y cuando quiso encarnar al gaucho, rendirle susincero homenaje, lo encarnó tal como lo había pre-sentado la ficción.

 Ateniéndonos a las fuentes de información antes

citadas, podemos decir que el traje, más o menos ti-po, de un gaucho elegante de mediados del siglo pa-sado — debe tenerse en cuenta que eran los menos —  se componía de: botas de potro, sin excluir la botafuerte o de fábrica que era también frecuente; cal-zoncillos cribados, anchos y con flecos; camisa de

mangas holgadas, con puños; encima del calzoncillollevaba el chiripá — que luego cambió por la bomba-cha, en razón de su mayor comodidad —   sostenidopor el ceñidor o la faja; cubriendo esta prenda, elcinto de cuero, con bolsillos, adornado de monedas,pero no con exceso, y cerrado por delante con una―rastra‖; el chaleco, que no alcanzaba a llegar a lacintura, se prendía con dos o tres botoncitos de me-tal precioso; la chaqueta  —no la ―corralera‖, que esmuy posterior —   corta, quedaba abierta en la parte

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delantera y dejaba ver el chaleco, parte de la camisay la ―rastra‖, el infaltable lujo gaucho. Un pañuelo

de color al cuello y otro para sujetar el cabello, queen un tiempo se llevó muy largo, con trenzas y hastacon peinetas, exactamente como en los usos femeni-nos. A semejante costumbre se refiere Leopoldo Lu-gones, en uno de sus magníficos romances, al hablarde dos gauchos que han bajado a Buenos Aires, des-de Tucumán, en busca de regalos para sus novias:

 Por ser prendas delicadasque no aguantan las maletas,cada cual ha de traeren su trenza las peinetas.

 Pues el hombre de esos tiempos

una y otra cosa usaba,que el sercuero en la nucabajo el chambergo embolsaba.

Completaba el equipo un sombrero de alas an-gostas y copa alta, en forma de cubilete de dados;pero el gaucho consideró integrantes de su vesti-

menta, e imprescindibles, el poncho, el cuchillo, lasespuelas y el rebenque, prendas que no abandonabamientras estaba en pie.

La vincha no fue común en el traje del hombrede la llanura; sólo la usó en oportunidad de una do-ma, carreras o en las boleadas de gamas y avestru-

ces. Lo corriente fue el pañuelo —llamado ―sercuero‖por Lugones —  que cubría la cabeza, la nuca y partede la cara, y que se llevaba atado en una diversidad

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de formas. Este pañuelo, de mayor tamaño que elotro, protegía contra el viento y el sol, de día; de no-

che, contra el sereno o relente  — especie de rocío —  fresco y peligroso para quienes están mucho tiempoexpuestos a su influencia. De ahí su nombre de―sercuero‖.

En resumen, enumeradas por su orden, de lospies a la cabeza, las ―pilchas‖ de un traje gaucho

completo son a) Botas de potro o bota fuerte; b) Cal-zoncillos cribados; c) Chiripá; d) Ceñidor o faja; e)Cinto y rastra; f) Camisa; g) Chaleco; h) Chaqueta osaco; i) Pañuelo de cuello; j) Sercuero; k) Sombrero.

 Ahora bien: debe tenerse en cuenta que entre lasprendas indicadas y todas las demás de uso general,

hubo en el transcurso del tiempo, y hasta contem-poráneamente a cada época, gran cantidad de mode-los y estilos, pues el gaucho llevó bragas o calzóncorto, pantalón y chaqueta ajustados, de tipo espa-ñol, sombrero de paja, de los llamados panamá o jipi-japa, otro de forma parecida a los actuales cilindrosde felpa, el característico ―panza de burro‖, boina

con un borlón que caía a un costado, gorro de man-ga, etc., etc.

Por otra parte, existió quien nunca supo lo queera ponerse un sombrero, una chaqueta, un calzon-cillo — con cribos o sin ellos —  y alguna otra prendaque la pobreza desterraba. El pañuelo suplía al som-

brero o la boina; el poncho ocultaba la ausencia delsaco o la chaqueta, y el chiripá, un poco más amplioy caído, la del calzoncillo. Y este disimulo sobraba

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cuando el gaucho era de los denominados ―rotosos‖ o―de pata en el suelo‖, como se decía del que andaba

siempre descalzo, es decir, el haragán recalcitrante,ya que el material para confeccionar unas botas es-taba allí, en medio del campo, al alcance de todos ysin que costara un centavo siquiera. Era cuestión deun poco de trabajo: cuerear y sobar, nada más.

En cuanto a las mujeres campesinas, los vesti-

dos, con profusión de puntillas que se almidonaban,al igual que la ropa interior, se caracterizaban porser amplios, sin escote y con mangas largas, paradefender la piel de las caricias agresivas del sol ydel viento, unas veces, otras para conformarse a lasreglas que imponía el pudor. La coquetería ha sidola más constante de las virtudes femeninas, en to-

dos los tiempos y épocas, lo mismo en el corazón delas ciudades y pueblos, que en medio del desierto.Claro que aquí caben, también, las mismas excep-ciones que antes se anotaron para los hombres.

 Y repito lo que ya he dicho muchas veces; enciertas cuestiones de la tradición, especialmente en

esta que hemos tratado, no hay que inventar nada. Aquí y allá, en libros y más libros están las ―pilchas‖gauchas, bien descriptas, con su forma, su color, susadornos. Y aquí y allá en dibujos y cuadros pictóri-cos de la época.

La verdad es fácil de encontrar. Pero es necesa-

rio que estemos dispuestos a buscarla y que la bus-quemos sin pasionismo, con la misma independenciade criterio con que el historiador — el verdadero his-

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toriador — , estudia y anota los diversos hechos so-ciales que estructuran a un pueblo y caracterizan a

sus individuos.

II

En nuestro campo antiguo no hubo estilos deuniformidad permanente; no podía haberlos, dadaslas condiciones del momento.

En líneas generales, la vestimenta solía ostentarun sello más o menos característico, según la fuente

de producción de sus ―pilchas‖; pero como no siem-pre todas las prendas de un equipo gaucho tenían elmismo origen, de ahí las dificultades para que impe-rase una moda determinada.

Las prendas tejidas en Cuyo  — Mendoza, SanLuis y San Juan — , eran distintas en su factura alas de Santiago del Estero, a las de Córdoba, Salta yJujuy, o las de los indios ―pampas‖. Todavía másmanifiestas eran sus diferencias con los tejidos eu-ropeos, particularmente con los de origen inglés. Ytanto aquéllas como éstos, abundaban en las esqui-nas y pulperías donde se proveían los habitantes delinterior de nuestro país.

Otra razón fundamental para esta especie deanarquía, era el estado de pobreza en que vivía elhombre de campo; como no siempre estaba en condi-

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ciones de elegir, las más de las veces tenía que re-signarse y usaba lo que buenamente podía com-

prar.1

 

1 Este capítulo, como el siguiente, que se refiere al apero o

recado, fueron publicados, con un estudio detallado en el li-bro Las pilchas gauchas, 1947.

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El apero o recado

EL CABALLO FUE PARA EL GAUCHO como parte indivi-sible de su propio ser. Sin caballo no había gaucho;vivió a caballo, podría decirse; todos sus trabajos losrealizó a expensas del mismo; hasta durmiendo, te-nía el pingo o flete bien a mano, ya en el corral, yaatado ―a soga‖, pues cualquier necesidad imprevista

que surgiera debía resolverse, en la generalidad delos casos, con su auxilio: la búsqueda de la tropilla,del médico o curandero, de la ―comadrona‖ o parte-ra; la fuga, ante la sorpresiva aparición de los salva- jes...

 Y si nada de esto ocurría, siempre era una tran-quilidad saberlo allí, cerca, como la más efectiva es-peranza en medio de la soledad.

El gaucho se complementaba de tal modo con elcaballo que, cuando no lo tenía — cosa difícil, pero noimposible —  afirmaba, con hondo desconsuelo: ―ando

sin pies‖, o sea inválido, inutilizado para las activi-dades propias del campo abierto, huérfano de sumayor recurso.

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En consecuencia, es lógico que su mayor preocu-pación la constituyese el conjunto de ―pilchas‖ o

prendas que se destina al dominio del bruto y a lacomodidad del jinete; y podría afirmarse, sin exage-rar, que su dedicación en ese sentido no fue supera-da en parte alguna del mundo.

Lo necesario y lo accesorio, lo preciso y lo apa-rentemente decorativo en los arreos de su cabalga-

dura, fueron el centro de atracción de la actividad yla inventiva gauchas. Por eso, el cuero  — materiaprima al alcance de todos —   resultó el auxiliar pre-cioso e insustituible; el trenzado, desde el lazo devarios ramales hasta el botón de tientos finos comohilos, llegó a erigirse en arte completo y dio caráctera una época de nuestra campaña.

La silla de montar usada en otros países se dis-tingue por el número reducido de elementos que lacomponen; la silla de montar del gaucho, el apero orecado, está formada por una gran cantidad de pie-zas  —―sogas‖ y ―pilchas‖—   de imprescindible usounas, ocasionales otras, inútil ninguna.

Pero fue la propia vida gaucha, con sus necesida-des, la que influenció e impuso esa transformación;el recado estaba y no estaba dedicado exclusivamen-te al caballo; al llegar la noche, lo mismo en mediodel campo que en ―las casas‖, el apero terminaba sufunción de intermediario entre el hombre y la bes-

tia, para convertirse en útil doméstico, en un tipo decama donde el jinete se reponía de las fatigas de unlargo día de andanzas.

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De ahí que el simple y manuable mandil inglésse reemplazase por las matras, la silla o montura

por los bastos o el lomillo, en sus variadas formas,que admitían al lanudo y mullido cuero de oveja ocojinillo.

La transformación contempló, pues, un doble as-pecto: el de la montura y el de la cama. Al margende estas funciones, las diversas prendas del apero,

liadas con el cinchón, proporcionaban, además, unasiento cómodo en el fogón a campo abierto.

 Y otro tanto puede decirse de la inventiva en elrenglón ―sogas‖; las tareas del gaucho se desenvol-vieron siempre en el campo de la ganadería; su acti-vidad fue lucha constante por el dominio de las fuer-

zas vivas  — vivas y bravas —  de la pampa, y en esalucha, el lazo, las boleadoras, el maneador, el bozaly el ―cabresto‖, la manea, el freno y hasta el mismorebenque tienen su función y su momento.

En el apero gaucho, desde la primera a la últimapieza tienen su aplicación y su explicación, sean

herramientas activas o pasivas. — Para mí — dijo alguien una vez —  el fiador y elpretal no tienen razón de ser. ¡No sirven para nada!

En efecto; hoy, ambas prendas suelen ser merosadornos. Pero ayer — y en la función que les dio ori-gen —   hubiéramos visto, colgando de la argolla del

fiador, la pava, necesaria para calentar el agua del―cimarrón‖, el paquete de sal, el ―charqui‖, que sevuelve substancioso en las comidas de emergencia, o

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la manea que salva al gaucho del temido peligro de―quedarse de a pie‖ en medio del desierto; y en lo to-

cante al pretal, no el pretal de puro lujo de los―chapeados‖ modernos, sino aquel otro, el antiguo,de cuero crudo y doble lonja, llamado ―ahorcador‖,humilde, pero resistente como el que más, ¡de cuán-tos apuros salvó al gaucho en los rodeos, los apartesy las yerras bravías, donde no siempre se presenta-ba la coyuntura favorable para darle un vistazo alapero y una ajustada a la cincha del, a veces, cosqui-lloso redomón!

En el recado del gaucho no faltó ni sobró nada.Tanto en el norte como en el sur, en el este como enel oeste, fue lo que tenía que ser; sus similitudes ydiferencias existieron por imposición del medio am-biente — el suelo y las necesidades de cada región —  ya que el apero no fue otra cosa que una herramien-ta de trabajo.

Las prendas del recado pueden dividirse en dosgrupos principales por su función con respecto al ca-

ballo: en el primero están comprendidas las ―sogas‖,tiras de cuero, angostas y más o menos largas, a ve-ces con aplicaciones de metal — argollas, trabas, bom-bas, pasadores, etc. —  que se destinan a sujetarlo ydirigirlo: lazo, bozal, ―cabresto‖, fiador, manea, ma-neador, cabezadas, bocado, riendas, etc.; en el se-gundo, las distintas ―pilchas‖ que forman lo que es,en realidad, la silla de montar gaucha: pelero, cono-cido también como sudadera o bajerita; matras, ca-ronas, bastos o lomillo  — en sus diversas formas —  

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cincha, estriberas con estribos, cojinillo, sobrepuestoy cinchón; este último puede ser reemplazado por la

sobrecincha o el ―pegual‖.En verdad, ateniéndonos a sus características,

también el cinchón, la sobrecincha, el ―pegual‖, lasestriberas y hasta la cincha debieran incluirse entrelas ―sogas‖, pero se establece la diferencia en razónde su función totalmente pasiva y al margen de la

asignada a las otras.De las ―sogas‖, unas son imprescindibles en todo

momento —bozal, ―cabresto‖, cabezadas, riendas—  yotras accidentales: pretal, maneador, fiador, etc.

 Aprehendido o agarrado el animal, se lo sujetacon el bozal y el ―cabresto‖; luego se le pone el freno

con las cabezadas y las riendas; hecho esto, se lo en-silla.

La colocación de las prendas del recado, llama-das ―jergas‖ en términos generales, es la siguiente:primero el pelero o sudadera, directamente sobre ellomo del caballo; a continuación, las matras — por lo

común dos —  y, en seguida la carona o las caronas,pues hay quien usa dos, una lisa y otra labrada, delujo; encima de las caronas van los bastos o el lomi-llo; todo esto se asegura con la cincha, pieza de cue-ro dividida en dos partes: encimera y barriguera,ambas con argollas en los extremos y unidas por dos

correones o látigos; después de la cincha — que tienelas estriberas, cuando éstas no salen de los bastos —  sigue el cojinillo o pellón, luego el sobrepuesto o so-

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brepellón, y se ajusta todo con el cinchón, la sobre-cincha o el ―pegual‖.

Conviene dejar aclarado que el fiador fue el ante-cesor del bozal; creado éste, aquél sólo subsistió amodo de recuerdo y en función puramente decorati-va.

Entre el recado de los viejos tiempos y el de losactuales, poca diferencia capital podría establecerse,

fuera de las dimensiones  — el de hoy es más corto,ya que no se usa como cama — , y el reemplazo de lasmatras por el mandil de grueso fieltro, más cómodoy manuable en todo momento.

 Veamos la descripción del apero que usó WilliamMac Cann, viajero inglés que nos visitó en 1845 y

efectuó un largo viaje por nuestras llanuras:―Los arreos y otros pertrechos necesarios para el

viaje que me disponía a emprender, merecen serdescriptos.

―Las riendas son de cuero crudo trenzado, muyfuerte, y el freno de manufactura inglesa, aunque demodelo español. Mi apero estaba formado por las si-guientes piezas: primero un cuero de oveja, que secoloca directamente sobre el lomo del caballo, y vacubierto por un cuero sin curtir, para defenderlo delagua; después, un cobertor espeso de lana, fabricadoen Yorkshire, con largas borlas colgando de las es-

quinas; esta pieza se dobla cuidadosamente y va cu-bierta con una prenda de cuero, bastante amplia co-mo para proteger todo lo demás de la humedad y la

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lluvia; los bordes y extremos de este cuero tienen ri-betes estampados primorosamente, con dibujos or-

namentales. Todas esas piezas equivalen al simplemandil sobre el que se coloca la silla inglesa. Luegoviene lo que puede llamarse el fuste de la silla  — delcual están suspendidos los estribos — , fabricado demadera y cuero fuerte, formando como un asientoplano, aunque algo curvo para adaptarse al lomo delcaballo. Todo este equipo se asegura con una cincha

de cuero crudo, ancha de doce a catorce pulgadas.La silla va cubierta, para mayor comodidad y con-fort, y también para proveer de almohada al jinetedurante la noche, con un cuero de oveja cuya lana setiñe de púrpura brillante; sobre este cuero va un co-bertor liso, semejante a esas alfombritas con flecos

que adornan el piso en las salas de Inglaterra; enci-ma del cobertor, una pieza de cuero delgado y muyblando, donde se sienta el jinete; todo se asegura,todavía, con una cincha de cuero, ornamentada‖.

El cojinillo teñido de rojo tiene fácil explicación;en 1845 gobierna Rosas y el rojo es el color del dis-

tintivo federal, que nadie puede dejar de usar, bajopena de ser tildado de unitario. De ahí que fuese to-no frecuente en muchas y variadas prendas en aqueltiempo.

En lo que respecta a la ―cincha de cuero, orna-mentada‖, no es otra cosa que la sobrecincha de que

se hace mención más adelante. Veintidós años después, en 1867, otro viajero in-

glés, Tomás J. Hutchinson, enumera así las prendas

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de un apero o recado nuestro: ―1 - Caronilla. 2 - Pri-mera jerga. 3 - Segunda jerga. 4 - Carona de vaca. 5

- Carona de suela. 6 - El verdadero recado (bastos olomillo). 7 - La cincha. 8 - El cojinillo o pellón. 9 - Elsobrepuesto. 10 - La sobrecincha‖.

Lo que Hutchinson llama ―caronilla‖, es el ―pele-ro‖ o ―sudadera‖; en cuanto a las ―jergas‖, son lasmatras, y la ―sobrecincha‖ es la ―soga‖ que desempe-

ña idéntica función que el cinchón o el ―pegual‖. Y con respecto al recado, podemos decir lo mismo

que ya se dijo para la vestimenta: a las diferenciasregionales se agregaban las establecidas por las ta-labarterías de las ciudades y pueblos, que ponían encirculación prendas concebidas y ejecutadas con cri-

terio y procedimientos distintos a los del gaucho.

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Tipos y costumbres de la pampa

EL  ESTUDIO  Y   RECONOCIMIENTO  de los tipos y lascostumbres imperantes en la pampa o llanura delpasado no debe hacerse a través de lo que imagina-mos, pues, como ya se ha dicho, el resultado seríapoco serio y fruto caprichoso de la admiración o eldesvío que nos animase.

La imaginación es una fuente de milagros, lomismo en la simpatía que en los sentimientosopuestos y lleva, fácilmente, sea en una u otra direc-ción, más allá de los justos límites de la realidad.

 Ameghino lo expresó con admirable claridad:

―Muñiz y yo coincidimos muchas veces, porque am-bos hemos estado personalmente en el sitio del deli-to y ambos hemos visto las cosas como son‖.

¡Qué pensaríamos de un topógrafo que calculasela altura de una montaña o las longitudes de unallanura a simple ojo, sin emplear para nada los apa-

ratos de precisión creados a ese efecto!Nuestra tradición tuvo sus rasgos típicos, tal co-

mo tienen sus dimensiones invariables la montaña o

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la llanura; esos rasgos, por suerte, no se han perdi-do, porque los modos populares, en particular los de

las comunidades de menor cultura y otras que pre-sentan conformaciones peculiares, despiertan siem-pre interés o curiosidad y no faltan hombres de sutiempo que los observan, los estudian y los registranen el libro, en el cuadro y en otras ramas del arte yla ciencia, donde quedan registrados como documen-tos fehacientes de algo que ya está fuera de nuestroalcance.

En el peor de los casos, estos antecedentes cons-tituyen una fuente de información y comparaciónnada despreciable, ya que se inspiraron y produje-ron en el propio ambiente y tiempo, y su modelo fue

la realidad. Son pues, verdaderos ojos y oídos paralos que hoy queremos adentramos en el conocimien-to de gentes y modalidades ya desaparecidas.

Dibujantes y pintores nos han conservado lasmanifestaciones exteriores de la tradición criolla: lostipos, la vivienda, la vestimenta, los elementos de

trabajo y el paisaje circundante, con sus caracteresmás destacados los individuos, con su forma y colortodo lo demás.

Que la técnica de esos artistas es, a veces, defi-ciente importa poco. Lo que debe pesar, es que ellostenían delante de sus ojos una realidad que ya no

existe para nosotros. No inventaban: reproducían loque estaban viendo. Y es el caso de recordar aquellasextina, tan oportuna, de Martín Fierro:

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Mucho tiene que contar

el que tuvo que sufrir y empezaré por pedirno duden de cuanto digo,

 pues debe crerse al testigosi no pagan por mentir.

Por eso, repasar y analizar los dibujos y pinturas

de Vidal, Morel, Pellegrini, Holland, Brambila, Ru-gendas, Monvoisin, Pallière y tantos otros, es comodarse un paseo por el viejo campo argentino y poner-se en contacto con sus características exteriores másdestacadas.

La literatura, con mayores recursos de expre-

sión, nos ha guardado el cuerpo y el alma tradicio-nales, pues en ella la descripción y la acción física yespiritual se combinan y reconstruyen la vida en susvariados aspectos y con mayores detalles.

Nuestro pasado campesino tiene pintura y litera-tura exclusivamente dedicadas a él, y ambas consti-tuyen el mejor y el más serio de los antecedentes pa-ra su estudio.

 A esa literatura hemos recurrido, con frecuencia,para reforzar argumentos y rebatir juicios equivoca-dos, y a la misma volveremos, ahora, porque parasaber qué y cómo fue el gaucho; no es necesario in-ventar nada: basta y sobra con presentarlo accio-

nando en su momento y su escenario.Un inglés, don Roberto B. Cunninghame Gra-

ham, vivió años y años con los gauchos; compartió

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con ellos la dura vida del desierto y sus vicisitudes;fue estanciero y su estancia  —―Sauce chico‖—   fue

asolada por un malón indio; conoció los fogones de la―cocina‖ a campo abierto y las galas gastronómicasdel asado y el mate amargo, mano a mano con loshijos de la llanura: fue verdadero gaucho en el tra-bajo ganadero, en la lucha con el salvaje, en las bo-leadas de avestruces y gamas, en el amor al caballo;y fue este amor el que lo hizo escribir en la dedicato-

ria de uno de sus libros: ―A Pampa, mi negro argen-tino, al que monté durante veinte años sin una solacaída. ¡Que la tierra te sea tan liviana como lo fue-ron tus pisadas sobre su faz! Adiós... o hasta muypronto‖.

De regreso en su tierra natal  — Escocia — , pu-

blicó varios libros, dos de los cuales, Los pingos y ElRío de la Plata, están inspirados en los recuerdos de

aquella convivencia gauchesca, cuya rusticidad y re-ciedumbre fueran intensamente gozadas por él.

De esos libros, pues, he elegido algunos capítulosbreves que reflejan, fielmente, los principales aspec-

tos de la vida del gaucho.

1) Retrato del gaucho

―Los hombres eran, por lo general, altos, cence-ños y nervudos, con no pequeña dosis de sangre in-dia en sus prietos y musculosos cuerpos. Si las bar-

bas eran ralas, en desquite el cabello, luciente y ne-gro como ala de cuervo, les caía sobre los hombros,lacio, y abundante. Tenían la mirada penetrante y

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parecía que contemplaban algo, más allá de su in-terlocutor, en horizontes lejanos, llenos de peligros,

rondados por los indios, en donde a todo cristiano leincumbía mantenerse alerta, con la mano sobre lasriendas. Centauros delante del Señor, torpes a piecomo caimanes embarrancados, tenían, sin embar-go, agilidad de relámpago cuando era necesario.Parcos en el hablar, capaces de pasar todo el día acaballo, uno al lado del otro, sin cruzar palabra, ex-

cepto alguna interjección como ‗ju‘é pucha‘, si el ca-ballo tropezaba o se espantaba, porque una perdizvolaba de entre sus mismas patas.

―Tales eran los centauros de aquellos días, vesti-dos de poncho y chiripá. Calzaban botas de potro,hechos los talones del corvejón, dejando salir los de-

dos para agarrar el estribo, formado por un nudo decuero‖.

2) La pampa

―Siendo el gaucho un hombre de silencio, de suyotaciturno, su natural mudez semiindia crecía en

aquel vasto océano, verde y sin ondas, en que se pa-saba la vida.

―Paja y cielo, y cielo y paja, y más cielo y más pa- ja todavía; el campo se extendía desde los pajonalesen la margen occidental del Paraná, hasta los pedre-gosos llanos de Uspallata, a trescientas leguas de

distancia.―En todo ese océano de altas yerbas, verdes en la

primavera, amarillentas después, y hacia el otoño

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pardas como el cuero de un zapato viejo, los rasgosdistintivos y característicos eran siempre los mis-

mos.―En todas partes soplaba un viento incesante, es-

tremeciendo y rizando las yerbas ondulantes. Esmal-tábanlas incontables puntas de ganado; en la cimade las lomas y en los declives de las cuchillas veían-se bandadas de avestruces — la alegría del desierto,

según el decir de los gauchos —  y grandes manadasde ciervos, de amarillo pálido, contemplando a losviajeros que, a lo lejos, pasaban al galope... Los jine-tes se cruzaban, erguidos en sus ‗recaos‘, por delantesu tropilla de caballos y revoleando los rebenquespor encima de sus cabezas.

―Al cruzarse, gritaban un saludo; si la distanciaera demasiado grande, sacudían la mano, levantadaen señal de reconocimiento, y se hundían en la lla-nura como barcos en el mar; primero desaparecía elcaballo, luego el hombre, el poncho y, por último, elsombrero; parecía que las ondas de paja se los tra-garan. De día, los jinetes mantenían los ojos fijos en

el horizonte, y de noche en alguna estrella; si la os-curidad los tomaba en campo abierto, después demanear la yegua madrina, ataban el caballo a unasoga larga; si no encontraban un tronco o un hueso amano, hacían un nudo en el extremo de la soga, loenterraban, pisándolo con los pies, y se acostaban

encima.―Fumaban uno o dos cigarrillos, miraban de

cuando en cuando las estrellas y, al echarse a dor-

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mir, tenían buen cuidado de poner la cabeza en ladirección del rumbo que habían de seguir, porque

con las neblinas matinales era fácil errar el caminoy perder la huella, deshaciendo lo andado. En aquelvasto océano verde, como el proverbio lo reza, ‗el quese pierde, perece‘; ¡cuántas veces, campeando algúncaballo perdido o robado, me sucedió dar con unmontón de huesos, medio oculto entre unas ropasdesgarradas!‖

3) El rodeo

―En las grandes estancias de las llanuras, la vidase concentraba en un espacio amplio, escueto, de co-lor parduzco, a veces hasta de un octavo de legua deancho, llamado ―el rodeo‖, que en aquel océano de

altas pajas parecía como un bajío en alta mar.―Casi todas las mañanas del año se recogía el ga-

nado y se le enseñaba a permanecer allí hasta que elrocío se levantaba... Se oían, a lo lejos, gritos indeci-sos, martilleo de galope y ladrar de perros, que ibanaumentando en claridad y precisión al acercarse.

Luego un tronar de innúmeros cascos y, poco a poco,del norte, del sur, del este y del oeste llegaban gran-des puntas de ganado, a carrera tendida. Detrás deellas, con los ponchos flotantes y blandiendo los cor-tos y gruesos rebenques, corría el gauchaje seguidode los perros. A medida que cada punta llegaba al

rodeo, los jinetes contenían el galope de sus caballoscubiertos de espuma, para que el ganado, a su vez,anduviera más despacio y no provocara una desban-

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dada entre los animales ya recogidos.

―Por fin, llegaba la ‗punta de la ñata‘, o la del

‗buey palomino‘, o aquella otra no del todo aqueren-ciada...

―— ¡Jesús, qué punta, la trajimos a pura guasca!

―De esta suerte, se reunían cuatro, cinco o diezmil reses; los hombres que las habían traído de laslomas, de las cuchillas y las cañadas, de los espesospajonales, de los montes y de los rincones de los ríos,después de aflojar la cincha, cabalgaban lentamentealrededor del ganado para mantenerlo en su lugar,a lo que llamaban ‗atajar el rodeo‘.

―Los perros permanecían echados, acezando, conla lengua afuera; el sol empezaba a picar y, de vezen cuando, algún novillo o alguna vaquillona ágil, ohasta una pequeña ‗punta‘, se salían, tratando devolverse a la querencia o de puro asustados.

―Dando un grito, el jinete más cercano se precipi-taba de un salto, fogoso, con la cabellera al viento,tratando de pasar a los fugitivos y cortarles la mar-

cha. . .―— ¡Vuelta ternero ! ... ¡Vuelta vaquita!  — grita-

ban, corriendo al lado de los animales escapados. Aeso de las cien varas  — porque el ganado criollo co-rría como el relámpago —  el jinete se acercaba másal animal fugitivo y poniéndosele delante, trataba

de hacerlo volver. Obtenido esto, el gaucho conteníael caballo y, a galope corto, regresaba a unirse consus compañeros.

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―Si se trataba de un toro arisco o de alguna vacamuy rebelde, que se paraba y embestía, el gaucho

corría a la par del animal, golpeándolo con el mangode su arreador. Si todo esto fallaba, como postrer re-curso, el hombre emprendía carrera y golpeaba alanimal, de costado, con todo el pecho de su caballo,haciéndolo caer pesadamente al suelo. Si con todo,se repetían las escapadas, los enlazaban, los echa-ban por tierra y les tajeaban un pedazo de piel enci-

ma de los dos ojos, de modo que, al caer, se los cu-brieran, cegándolos e impidiendo todo conato de fu-ga.

―Tales eran las amenidades de la escena‖.

4) Las Tres Marías

―Nada más típico de la vida de hace cuarentaaños en las Pampas que el aspecto del gaucho vesti-do de poncho y chiripá, cogido el estribo en los dedosdesnudos de los pies, retenidas las largas espuelasde hierro en su puesto con una correa de cuero, pen-dientes de los calcañales, el pelo encerrado en un

pañuelo de seda rojo, chispeantes los ojos, el mangode plata del cuchillo saliendo por entre la faja y eltirador, cerca del codo derecho, sobre su pingo decrin tusada y cola larga, extendida al viento, hacien-do girar ‗las Tres Marías‘ por encima de la cabeza, ycorriendo como un relámpago cerro abajo, a una in-clinación tal que el jinete europeo la consideraría deriesgo mortal, empeñado en bolear, de entre unabandada, a un ‗ñandú‘ que huye veloz como el vien-to.

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―Soltaban las bolas con tanta facilidad como silas guiara la voluntad y no la mano, arrojándolas

por el aire; las bolas giraban sesenta o setenta varassobre su propio eje. Las sogas se pegaban al cuellode los avestruces, contrarrestando el ímpetu centrí-fugo, y luego caían al suelo y entrelazándose conviolencia en las piernas, daban en tierra con el avegigantesca, que se desplomaba de costado. En diez odoce brincos el cazador llegaba al lado de la presa,

saltaba del caballo al suelo, con un chasquido de es-puelas que sonaban como si fueran grillos de hierro;maneaba su caballo o, si le tenía confianza, soltabano más las largas riendas, seguro de que, educadoen la experiencia, el animal sabría que un pisotóndado en ellas era lo mismo que un tirón en la boca y

permanecía tranquilo.―Aquí el gaucho sacaba el facón y se lo clavaba al

ave en la parte baja del pecho; otras veces, con unasboleadoras de repuesto, llevadas alrededor de supropia cintura o debajo del cojinillo del ‗recao‘, leaplastaba el cráneo a la víctima de un bolazo; o de

un solo revés del facón degollaba al avestruz, peroesto exigía un cuchillo muy pesado, de filo seguro yun brazo de fuerza excepcional para esgrimirlo.

―Más de una vez he visto a un gaucho, corriendobaguales o avestruces, en el momento de tirar lasbolas, haciéndolas girar sobre su cabeza, hallarse

con que su caballo caía a tierra, en una violenta ro-dada; y el jinete, tras una ‗parada‘ magistral y sinperder el movimiento giratorio de las boleadoras,

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bolear a su propio caballo en el momento en que éstese incorporaba, dispuesto a huir y dejar a su dueño

a pie en el campo.―¡A pie en el campo!... Esa era una frase de terror

en las pampas del sur. El marino, en bote diminutoen pleno océano, no está en peor condición del que,por una u otra causa, se encuentra a pie, sin caballo,abandonado en aquel inmenso mar de yerba. Libre

antes como un pájaro, ahora es tan desvalido comoese mismo pájaro con el ala rota por la bala de uncazador‖.

5) La casa y la comida

―El palenque deslinda los límites del hogar; másallá de él, tanto la etiqueta como la prudencia, man-

daban al extraño no pasar sin un ceremonioso ‗AveMaría Purísima‘, contestado con un ‗Sin pecadoconcebida‘; a esto seguía la invitación a apearse yatar el ‗montao‘; luego, ahuyentados los perros, quemantenían al forastero como a un barco rodeado porla tempestad, ya a caballo, ya al lado de su flete, el

dueño de casa la franqueaba a su huésped. ... En eltecho había clavadas estacas de ñandubay o cuernosde venado, de los que colgaban los ‗muebles‘, es de-cir, las riendas, cabezadas, boleadoras, lazos y de-más enseres de que se complacía el orgullo del gau-cho. Los asientos eran cabezas de buey o bancos ba- jos, de madera dura, casi siempre de chañar o ñan-dubay, puestos sobre el suelo de barro reseco, pisadoy vidriado con boñiga. El humo se alzaba en espira-les del fogón, encendido sobre el suelo mismo, en el

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propio centro de la estancia, sobre una o dos piedraso, en raras ocasiones, encerrado dentro del arco de

una llanta de rueda desvencijada. Las vigas, el te-cho pajizo y las delgadas tiras de cuero, que servíande clavos, estaban negras y abrillantadas por elhumo que llenaba la casa. ... El mate circulaba has-ta que la yerba perdía su sabor, que era áspero,amargo y acre, y que, en el campo, nunca se tomabacon azúcar, sino cimarrón‖.

―Fuera, en el palenque, todo el santo día, un ca-ballo ensillado pestañeaba al rayo del sol, dejandocolgar la cabeza, como si estuviera medio muerto.

―La gente se alimentaba exclusivamente con car-ne, ‗carnero no es carne‘, solían decir, lo que da la

medida del progreso en aquellos lugares. Mate ycarne, y carne y mate, y de vez en cuando un saco deredondas galletas, tan duras como las piedras...; pu-chero y asado, hecho este último al fuego vivo, en unasador, que era el único utensilio culinario, fuera deuna olla de hierro y de una caldera o pava de estañoque nunca faltaban en los ranchos de las pampas. Elasado lo comíamos con nuestros cuchillos, cortandoun gran trozo, teniendo cuidado de no tocar el centrode la posta; luego mordíamos la presa entre los dien-tes y cortábamos cada bocado a raíz de los labios,con cuchillos de doce pulgadas. El puchero consistíaen carne cocida, por regla general, porque si tenía-

mos una mazorca o dos de maíz, una cebolla o unacol para condimentarlo, eso ya era un festín. Luegonos restregábamos los dedos en las botas y limpiá-

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bamos los cuchillos clavándolos en el techo pajizo,hecho generalmente de cañas o de paja brava, que

era el nombre dado en el país a la yerba pampera‖.

II

 Al dejar estas tierras, el autor de los capítulosque anteceden y que tan bien reflejan las costum-bres gauchas, se despidió con estas sentidas pala-bras: ―Me separo de los gauchos con el dolor naturalde quien, habiendo pasado entre ellos su juventud,

aprendido a tirar el lazo y las boleadoras, a montarsu caballo de un salto, a resistir los rigores del calory frío en aquellas llanuras solitarias, tiende los can-sados ojos sobre el turbio espejo de los tiempos quefueron‖.

Ocasionalmente, don Roberto volvió durante la

guerra del 14 y se ocupó de comprar caballos paralos aliados; luego ya no regresó a la República Ar-gentina hasta 1936.

¡Fue la añoranza de nuestras llanuras  — aqué-llas de sus mocedades — , con sus interminables pajo-nales  poblados de “bichos”, con sus hombres rústi-

cos, pero nobles en la amistad, con sus humildesranchos, de calientes y generosos fogones, con suspingos guapísimos, con sus ganados bravíos, con sus

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mil peligros rondando desde todos los rumbos, laque lo movió a retomar, cuando ya sentía la proxi-

midad del alto definitivo en el camino de la vida!Debió ser así. El había dicho, antes, en una car-

ta: ―No permita Dios que vaya yo a un cielo dondeno haya caballos‖.

 Y su deseo se vio cumplido; murió en Buenos Ai-res, a poco de llegar...

Seguramente, en el instante supremo, con elhondo fatalismo que la convivencia campesina teníaque haberle metido en la sangre, se haya dicho:―Hemos llegado. Hay que desensillar''.

En Trapalanda  —el ―más allá‖— , donde ahoragalopa otra vez a la par de los gauchos que fueronsus amigos y compañeros de aventuras, es probableque don Roberto sonría y piense que no ha sido des-gracia el morir bajo este cielo, porque es de creerque ningún cielo del mundo podrá tener tantos ca-ballos  — lo que él deseaba — , como el cielo de nues-tra pampa.

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Historia de la agricultura

L A  AGRICULTURA  Y  LA GANADERÍA, con sus múltiplesindustrias derivadas, constituyen actualmente labase de la potencialidad económica de la República Argentina.

Sin embargo, en sus orígenes, en tiempos de laColonia y aún después, ambas hubieron de luchar

por su predominio, venciendo circunstancialmentela segunda. Pero ese triunfo de la ganadería sobre laagricultura tiene fácil explicación: los campos abier-tos a todos los rumbos y la gran cantidad de anima-les salvajes o cimarrones, y aun los domésticos,constituían un inconveniente casi insalvable para el

cultivo de cereales y hortalizas.Guillermo Enrique Hudson, el magnífico cronistaque además de nacer en ella, vivió y gozó la pampadel siglo pasado, nos explica, con plausible acierto,la razón de ese predominio de la ganadería sobre laagricultura, aunque ésta sea tanto o más necesariaque la otra para la alimentación de una comunidadcivilizada: ―Los primeros pobladores que levantaronsus hogares en el gran espacio libre llamado ‗laspampas‘ — dice —   procedían de pueblos en que la

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gente acostumbraba a sentarse a la sombra de losárboles o suponían necesario el grano, el aceite, el

vino, y cuidaban siempre las verduras en la huerta.Naturalmente, con tal criterio y tales hábitos, hicie-ron quintas y plantaron árboles, tanto para sombracomo para recolectar su fruta, en todos los lugaresdonde construían una casa. Sin duda, durante dos otres generaciones, trataron de vivir como la gentevive en los distritos rurales de España. Luego, su

principal negocio trocóse en criar ganado, y comoéste vagaba a su antojo en la vasta planicie y eramás salvaje que doméstico, los habitantes del campose pasaban la vida sobre el caballo, para juntar,atender o elegir el ganado vacuno y el ovino. No pu-dieron, en consecuencia, seguir por más tiempo

arando la tierra o protegiendo sus sembrados paralibrarlos de los insectos y pájaros, y de sus propiosanimales. Desistieron de su aceite, del vino y delpan. Vivieron de carne solamente. Se sentaban a lasombra de los árboles que plantaron sus padres osus abuelos, hasta que esos árboles morían de viejoso perecían destruidos por el ganado, no quedando

más sombra ni fruta‖.―Así — termina Hudson —   los primeros poblado-

res de las pampas se transformaron de agricultoresen ganaderos, exclusivamente, y en cazadores, su-miéndose cada vez más en una vida ruda y salvaje‖.

Tales fueron, en verdad, los primeros entretelo-

nes del asunto; pero antes del renunciamiento, agri-cultores y ganaderos entraron en pugna para defen-der cada uno sus derechos; los pleitos entre unos y

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otros se hicieron tan frecuentes y con derivacionesde tanta gravedad, que los Cabildos tuvieron que in-

tervenir y dictar disposiciones al respecto, prohi-biendo terminantemente la siembra de cereales fue-ra de las ―tierras de pan llevar‖, las antiguas ―chá-caras‖ quechuas, de las que se derivó el nombre dechacra, usado en nuestros días para determinar elpredio destinado a la agricultura, como se usó el deestancia para el de las actividades ganaderas.

De ahí que al fundar una población, los conquis-tadores, una vez delimitados los solares urbanos,delimitasen también las dichas ―tierras de pan lle-var‖ para el cultivo de los cereales, verduras, horta-lizas y frutas, productos tan importantes como lacarne en las ciudades y pueblos, cuyos habitantes

estaban hechos a las costumbres civilizadas y alhalago del paladar, con métodos alimenticios com-plementarios de todas las necesidades del organis-mo humano.

En 1526, en las proximidades del fuerte SanctiSpiritu — fundado por Gaboto, y donde se originó la

famosa leyenda de Lucía Miranda —   se hizo la pri-mera siembra de trigo que recuerda la historia. Y apartir de ese momento, cada expedición era, al mis-mo tiempo que conquistadora, colonizadora; fundadoun pueblo, los soldados abandonaban momentánea-mente las armas que los defendían de los indios y delas fieras, y se entregaban a las labores agrícolasque habían de asegurarles el futuro sustento. Y lomismo que el trigo, vinieron el centeno, la cebada, elarroz, la avena, el lino, la caña de azúcar, la vid y

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gran cantidad de frutales que encontraron tierra yclima apropiados para su reproducción.

 Ya en 1541, decía don Domingo Martínez de Ira-la: ―Han de sembrar desde principio de setiembrehasta fin de él, si fuese maíz, e si fuese trigo e horta-lizas, pueden sembrarlos en el mes de mayo, junio o julio; la tierra que tiene montes es mejor para losmaíces‖.

Doña Isabel de Guevara, una de las primerasmujeres españolas de la conquista, cuenta en unaexposición de méritos hecha ante la Corona: ―Fuenecesario que las mujeres volviesen de nuevo a sustrabajos, haciendo rozas con sus propias manos, ro-zando y carpiendo y sembrando y recogiendo el bas-timento, sin ayuda de nadie, hasta tanto que los sol-dados guarecieron de sus flaquezas‖. Esto ocurría enlos principios de La Asunción.

 Y para la misma época y lugar, entre los muchosque aducen sus trabajos y piden recompensa de tie-rras e indios, se encuentra un Domingo Martínez —  que nada tiene que ver con el gobernador de la ciu-dad paraguaya —   que menciona haber hecho, entreotras muchas obras de artesanía, ―una rueda de ma-dera, grande y muy pesada, para moler la caña‖,porque se han plantado ―cañas dulces para azúcar‖y no había ―en qué exprimir para que aprovechase‖. 

¿Quiere decir esto que en las regiones de Améri-

ca no había agricultura antes de la conquista? No,nada de eso. El Nuevo Mundo tenía sus productosautóctonos y bastará una simple enunciación para

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dar idea de su importancia: caucho, algodón, cacao,tabaco, tomate, variedad de porotos, ananás, bana-

na, maní. Y, además, la papa y el maíz, adoptadoshoy por la casi totalidad de los pueblos del universoen reconocimiento de sus propiedades alimenticias.

El maíz, al que un cronista llamara ―trigo turco‖en los primeros tiempos de la conquista, era cultiva-do por los quichuas en grande escala, pues constituíael alimento básico de aquellos aborígenes; y tanto esasí, que a la época incaica se la ha denominado ―civi-lización del maíz‖. Y lo mismo ocurría con la papa opatata, la que se conservaba todo el año, convirtién-dola en ―chuño‖ por un procedimiento parecido alque se usaba para secar la carne, la ―chalona‖ ocharqui de famosa memoria, e indiscutible utilidad

en aquellos tiempos.En 1573, don Jerónimo Luis de Cabrera, en su

exploración de la región serrana de Córdoba, dondefunda la ciudad de este nombre, dice que sus indios―son grandes labradores, que en ningún año hayagua o tierra bañada que no la siembren, por gozar

de las sementeras de todos los tiempos‖. Unos añosmás tarde (1591), fray Reginaldo de Lizárraga se re-fiere a Mendoza y San Juan, ―donde se dan todos losfrutos nuestros, árboles y viñas, y sacan muy buenvino que llevan a Tucumán o de allá se vienen acomprar‖. Y a su paso por Santiago del Estero, insis-te: ―provincia abundante de trigo, maíz y algodóncuando no se les yela; siémbranlo como cosa impor-tante; es la riqueza de la tierra…, el pan es el mejordel mundo‖. 

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Pero con los conquistadores vinieron también losganados que, al reproducirse y volverse salvajes,

modificaron las condiciones del campo argentino ylas costumbres de los hombres, según lo hace notarHudson. La llanura, la pampa, tuvo que prescindirdel trigo y el maíz; el chacarero se transformó en ga-nadero, en gaucho a la fuerza; y el gaucho vivía decarne solamente; los vegetales, de cualquier especieque fuesen, eran ―pasto‖ para él; la carne sí era ―ali-mento de hombres‖. Y estas dos ironías, de antiguoorigen y despreciativo espíritu, retratan fielmente eldivorcio psicológico de la ciudad y el campo, divorcioque aun suele manifestarse en muchas oportunida-des y en variada gama de aspectos sociales.

Pero el hombre de las zonas andinas y del noro-este, al que no alcanzaba la riqueza ganadera de lallanura, se vio obligado, por urgencias del vivir, aseguir siendo agricultor; el trigo y el maíz fueron labase de su alimentación diaria; el locro, la mazamo-rra y el mote reemplazaron allí al jugoso y suculentochurrasco o asado del pampeano; los ―caldos‖ – vinos

y aguardientes –  y las frutas desecadas se constitu-yeron en industrias vitales. La piedra montañesapermitió hacer largas ―pircas‖ o paredes, especie decercos, y fomentó la agricultura en sus diversas for-mas de hierbas, arbustos y árboles.

Es así como el medio geográfico obra sobre los in-

dividuos y los obliga a someterse a sus leyes. Sólocuando lo alcanza el progreso, con sus recursos detoda índole, puede el hombre modificar esas leyes,

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tal como ocurrió en la pampa una vez que el alam-brado alzó límites que los animales no pudieron vio-

lar.En el siglo XVI, y durante muchos años, Córdoba

proveyó a Buenos Aires y sus zonas adyacentes detrigo y harina en cantidad sobrada para sus necesi-dades; pero, poco a poco, el diezmo o derecho quedebía pagarse a la Iglesia, los derechos o aranceles

de la Corona, la prohibición de exportar las harinas,y los métodos primitivos que tenían que usar, des-animaron a los labradores y se produjo una gran es-casez de cereales, principalmente de trigo, tan nece-sario para el pan de que no podía prescindir la genteciudadana. Esta escasez llegó a tal punto en ciertosmomentos que, en 1777, se hizo imprescindible im-

portar de Chile 20.000 quintales de harina.Fue entonces cuando Vértiz, el virrey de las

grandes iniciativas, ordenó que se demarcasen nue-vas zonas destinadas a la agricultura y dispuso me-didas verdaderamente compulsivas para proveer debrazos a esa industria; ordenó, por bando, ―en virtud

de que los labradores no encontraban peones, quecesaran las obras de la ciudad y las gentes se ocupa-ran en las chacras, lo mismo que los indios, los mu-latos y los negros libres, bajo pena de cien azotes‖ alque no lo hiciera.

La disposición alcanzaba, también, a los ganade-

ros, quienes se vieron obligados a vigilar sus gana-dos, para que no invadieran las sementeras. El fran-co apoyo de las autoridades, acuciadas por la angus-

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tia del momento, dio lugar a que las labores agríco-las se reiniciaran, aunque no se logró poner término

a la enconada lucha entre ganaderos y agricultores. Y en la llanura, la estancia siguió primando sobre lachacra.

En el período prerrevolucionario, y luego de éste,la agricultura tuvo en don Manuel Belgrano su me- jor propagandista, secundado entusiastamente por

Hipólito Vieytes, Altolaguirre y otros patriotas. Perohubo de ser Juan Manuel de Rosas  — el de la largatiranía que terminó en Caseros —   el primero quesembrara trigo en grandes extensiones, a la maneraeuropea, comprobando con sus resultados lo que yase sabía bien: que las tierras de estas regiones erantanto o más fértiles que las de cualquier parte del

mundo.Después, en el último tercio del siglo pasado, co-

menzó a afluir la inmigración chacarera, esa inmi-gración que ha hecho de la República Argentina unode los graneros de la humanidad. ¡Ah, gringos lindosy guapos! Ni el trabajo áspero, ni la soledad, ni las

privaciones, ni los peligros de la indiada y las fieraslograron acobardarlos. Con ellos, la llanura, la pam-pa, vio desaparecer los pajonales que la cubrían,desplazados poco a poco por una generosa alfombrade cereales, esos cereales que hoy constituyen unade nuestras mayores riquezas.

 Y con un gringo —―gringo‖ más que un despecti-vo fue en el antiguo campo argentino sinónimo deextranjero — , con un inglés, Richard Arthur Sey-

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mour, cuyo nombre recordamos en homenaje a suinstinto progresista, llegó a nuestro país, allá por

1867, el primer arado a vapor que iba a roturar lasvírgenes tierras de Frayle Muerto, antiguo fortín enlos llanos cordobeses, y hoy convertido en la flore-ciente ciudad llamada Bell Ville.

Si la conquista del desierto fue abundantementeregada con sangre gaucha, la conquista de la agri-

cultura tuvo también su riego de sangre gringa. Co-mo el gaucho, aunque su horizonte y su estímulofuesen de muy distinto valor espiritual y material,el gringo corrió valientemente su aventura y supopagarle su tributo cada vez que las circunstancias selo exigieron.

¡Ah!, si las margaritas del campo argentino, ésasde pétalos cuyo color es igual al de la sangre, habla-sen, es muy posible que entre las muchas voces her-manas de la nuestra, se oyesen otras, de marcadoacento extranjero, reclamando un recuerdo que su-pieron merecer con toda justicia.

Tal es a grandes rasgos la historia de un proceso,simple en apariencia, pero que necesitó tres siglospara convertirse en realidad.

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En “tierra adentro”, con los indios 

H ASTA 1875, MÁS O MENOS, una gran parte de la re-gión antiguamente conocida como el nombre de―pampa‖ estuvo bajo el dominio del indio, el ―auca‖ oaraucano errante — nativo de Arauco y sus adyacen-cias, en Chile —  al que se denominaba ―picunche‖ odel norte, ―puelche‖ o del este, ―tehuelche‖ o del sud

y ―pehuenche‖ o del oeste; ―che‖, vocablo del idiomahablado por aquella raza, significa ―gente‖, y se com-pleta  con la determinación de los correspondientespuntos cardinales, con excepción de ―pehuenches‖que, literalmente, dice ―gente de los pinares‖, peroque señalaba el lugar, pues las araucarias — pinos —  

son propias de la cordillera patagónica, o sea deloeste. A gran parte de estos indios se los agrupaba,popularmente, en un genérico único: ―pampas‖, indi-vidualizándolos así en razón del territorio que ocu-paban. Sin embargo, es más exacto dividirlos en dosgrandes e importantes parcialidades: la de los ―pam-pas‖ propiamente dichos, en sus últimos tiempos al

mando del cacique Calfucurá —―Piedra Azul‖— , conasiento en las Salinas Grandes, que se jactaba de le-vantar miles de lanzas o guerreros, y la de los

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―ranqueles‖, cuyas tolderías quedaban al noroestedel territorio llamado después ―La Pampa‖, en las

lindes con las provincias de Córdoba y San Luis.Los ―ranqueles‖ —que quiere decir ―de los carri-zales‖ por ser la cortadera, espadaña o ―carrizo‖ laplanta típica de la región por ellos ocupada —   con-servaban mayor pureza de sangre e idioma, pues los―pampas‖, especialmente los ―puelches‖, se habían

mezclado con los guaraníes, algunas de cuyas tribusmás rebeldes, para escapar al dominio del blancoconquistador, se desplazaron de su zona de origenen el nordeste, dirigiéndose a las llanuras costane-ras del sur.

El indio, bravo e indómito por naturaleza, se hizomás fuerte con el uso del caballo; asegurado su ali-mento, en forma permanente, por los animales ci-marrones que abundaban en la pampa, sentó sus re-ales en ella, se adueñó de la tierra; y así, la luchainiciada desde los primeros días de la conquista, seconvirtió en problema vivo, problema cuya soluciónpudo lograrse tres siglos más tarde y con enorme

desgaste de vidas y dinero.Ulrico Schmidl nos ha contado, en toda su crude-

za, el origen de las primeras divergencias entre cris-tianos y salvajes; don Juan de Garay, luego de fun-dar Santa Fe y de repoblar Buenos Aires, mantuvo alos indios comarcanos en aparente tranquilidad,

aunque cayó él mismo víctima de su excesiva con-fianza; en 1626, el gobernador don Francisco de Cés-pedes buscó de atraerlos con dádivas y buen trato,

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porque, como decía con justa razón, ―si los aprietan,se levantan y están mal seguros los caminos‖; otro

tanto hizo el gobernador don Andrés de Robles y fueel que obtuvo los mayores éxitos en su gestión; peroel indio, siempre prevenido el ánimo contra el blan-co, a veces con razón, otras sin ella, aprovechaba lamenor diferencia para rebelarse, más bravo cadavez.

―Forman los indios‖ — escribe el virrey Vértiz — ―unos cuerpos errantes, sin población ni más caseríoque unos toldos de cuero, mal construidos; carecende todos los bienes de fortuna; no hacen sementeras;no aprecian las comodidades. Se alimentan de ye-guas y otros animales distintos de los que usamosnosotros. No necesitan de fuego para sus comidas.

No llevan equipaje ni provisiones para sus marchas.Residen en las sierras y otros parajes incultos.Transitan por caminos pantanosos, estériles y ári-dos, su robustez creada en las inclemencias, resistehasta el punto que nosotros no podemos principiar‖. 

Don Pedro de Cevallos preparó un vasto plan pa-

ra terminar con la amenaza del indio por la fuerzade las armas; pero su reemplazo en el gobierno dejóen la nada sus propósitos. Este plan, en líneas gene-rales, era muy similar al que un siglo después pusie-ra en ejecución el general Roca y que culminó con ladefinitiva conquista del desierto.

En el transcurso de este siglo, muchas tentativasse hicieron para el sometimiento de las tribus; de to-das ellas, las más eficaces fueron las realizadas porRosas, unas veces por la fuerza, al frente de tropas

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numerosas, y especialmente adiestradas para esaclase de luchas, otras por medio de convenios de

paz, paz que debía ser pagada a buen precio, precioque surge claro del presupuesto presentado a la Le-gislatura para el año 1830, y que totaliza 1.902.000pesos, de los cuales dos rubros, el de la yerba y el ta-baco solamente, insumen 670.000 y 378.000 pesos,lo que demuestra que los indios eran buenos mate-ros y fumadores. Lo demás se destinaba a vestua-

rio, vino, aguardiente, azúcar, pasas, maíz, sal y re-galos varios.

Pero ni la fuerza, ni la tolerancia dadivosa, una yotra desconectadas siempre de un sistema regularque crease hábitos de trabajo en el indio, que lo for-maran como hombre útil enseñándole a ganarse la

vida, lograron aquietar del todo a las diversas tri-bus, que se sometían a la imposición de la fuerza oaceptaban los beneficios pingües, pero sólo mo-mentáneamente, pues pronto resurgían los instintosancestrales y su animosidad contra el blanco, el cris-tiano o el ―huinca‖. Su grito de combate era:

―¡Matando Huinca!‖ Y a fe que sabían darle cumpli-miento crecido.

La zona ocupada por los salvajes mencionadosera llamada ―tierra adentro‖ o ―el desierto‖, y sulímite con la civilización lo marcaba, a mediados delsiglo pasado, una línea de fortines  — buenos unospocos, míseros los demás —   que se extendía desdeFraile Muerto, hoy Bell Ville, en Córdoba, hastaBahía Blanca, pasando por el corazón mismo de laactual provincia de Buenos Aires. Y estos fortines

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son los que dieron origen a pueblos y ciudades cadavez más florecientes: Chascomús, Ranchos, Monte,

Luján, Mercedes, Magdalena, Areco, Salto, RíoCuarto, Guaminí, Carhué, Azul, Tres Arroyos, etc.,etc.

Esa era ―la frontera‖, frontera sumamente vulne-rable, ya que los ―malones‖, ataques sorpresivos alas poblaciones cristianas, llegaban con aterradorafrecuencia a Mercedes, Chascomús, Luján, Magdale-na y, en alguna ocasión, amenazaron a la propia ciu-dad de Buenos Aires.

Sabemos demasiado bien lo que significaba un―malón‖, un ―insulto‖, según decían los españoles,incendios, destrucción inútil, arreo de haciendas,cautiverio de mujeres y niños… El temporal másdesatado, la sequía, la peste, resultaban leves trage-dias comparadas con aquellas de los ―malones‖. 

La comunidad racial contribuía a unir a las dis-

tintas tribus en la sangrienta lucha contra los cris-tianos, sus enemigos declarados de todos los tiem-pos.

Para dar una idea de lo que fueron estas luchas,basta recordar que, en 1855, un fuerte ejército delínea, al mando del entonces coronel don BartoloméMitre, fue deshecho en Sierra Chica; meses despuésel general Hornos, la más alta expresión del valorpersonal y la audacia gaucha, sufrió igual suerte al

frente de tres mil hombres, y el Azul, avanzada delprogreso, fue tomado a sangre y fuego por los salva- jes.

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Muchas páginas podrían escribirse sobre el mar-tirologio de nuestra campaña en el siglo pasado.

¡Cuántos actos de valor militar y civil! Heroicos lossoldados y más heroicos aún los pobladores que,apenas desaparecido el feroz invasor, reconstruíansus casas sobre los restos humeantes de las anterio-res, y empezaban, con ánimo renovado por la rabia yel dolor, el trabajo de las chacras, de las estancias,del comercio.

Cada pueblo, cada establecimiento, resurgía desus propias cenizas, como el Ave Fénix de la leyen-da, una vez, y otra y otra, para elaborar la grandezade la patria. En ese afán constructivo, contragolpedel desastre, casi no quedaba tiempo para llorar alos muertos, para lamentar el miserable destino delos cautivos. Era el valor de la desesperación, por-que también el dolor es escuela que rinde sus bene-ficios bajo el riego de secretas lágrimas.

Pero no es mi propósito hacer la historia de esostiempos. Quiero, sí, destacar que es mucho lo que ig-

noramos con respecto al indio, ese indio que las su-cesivas campañas del desierto aniquilaron casi to-talmente.

En un principio, los aborígenes fueron amigos delos cristianos, pero la injusticia, el sojuzgamiento, laesclavitud los convirtieron en enemigos constantes y

temibles. Eran una fuerza bruta. Una política deconciliación, un mayor respeto por sus derechos  — porque los tenían —  y una educación adecuada, ¿no

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habrían podido transformarla en fuerza útil y de be-neficio para el país? Recordemos el clima de las Mi-

siones jesuíticas y la adaptación de los indios, suscondiciones de hombres de trabajo y hasta de artis-tas, muchas veces. ¡Y eso que ninguna de las Misio-nes pecaba por exceso de ecuanimidad o generosi-dad, ya que todas estaban animadas, más que deotra cosa, de un espíritu fuertemente comercial,según lo demuestran las crónicas de su época!

En cuanto a la sensibilidad y discernimiento delos salvajes, remitámonos al interrogatorio hechopor el coronel Mansilla a un indio ranquel:

 — ¿Qué te gusta más, una china  — india —  o unacristiana?

 — Una cristiana, pues. — ¿Y por qué?

 — Ese cristiana más blanco, más alto, más pelofino. ¡Ese cristiana más lindo!

¿Eran salvajes? ¡Sí! Pero no olvidemos que Ci-priano Catriel, cacique ranquelino y ―maloquero‖ fe-roz en un tiempo, fue después auxiliar constante yfiel del gobierno; vivía en Dolores, donde tenía casapropia, cuenta en el banco, vestía uniforme militar yandaba en coche, a lo gran señor. Era un indio civili-zado, como pudieron serlo los demás si se hubieraencarado inteligentemente el problema de arrancar-

los a la vida salvaje. Y Catriel murió a mano de suspropios hermanos, ante su negativa de traicionar asus aliados.

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Calfucurá, el ―rey de la pampa‖, porque — segúnsus palabras —   a él lo había echado Dios al mundo

―como principal de los caciques‖ y ―las cosas perma-necerían como estaban hasta su muerte‖, tenía se-cretario para la redacción de su correspondencia, po-seía y consultaba un diccionario de la Lengua, yusaba un sello de bronce con la siguiente inscrip-ción : ―General Juan Calfucurá —  Salinas Grandes‖,y un escudo central formado por tres flechas y un

sable atados con unas boleadoras, sello que se viomuchas veces en notas dirigidas ya al comando defronteras, ya al propio gobierno de la Nación, duran-te las repetidas gestiones de paz que por una parte yotra se hicieron, o para reclamar por incumplimien-to de tratados.

 Veamos ahora, como una curiosidad, algunoscapítulos de cartas firmadas por Manuel y BernardoNamuncurá, hijos de aquél, y cuya redacción y orto-grafía respeto:

“Al Ecss.lm° Señor Ministro de la Guerra y Mari-

na

 Dr. Don Adolfo Alsina.Ecsslm° Señor: Hemos llegado a tomar la dispo-

sición de mandar nuestras comiciones hante el Exs-selemº Señor Gobierno de la Nación afín de dar ladifinición alos arreglos de paz y firmar los tratadoscumplidamente; por lo cual se le remite a V.E. las

vases firmadas a nombre de todos los Caciques querepresentamos el cargo de Gobierno de dichas tribus;en virtud de los tratados que celebramos con lealtad

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 por medio de las Comiciones que mandamos espera-mos que se nos atienda debidamente y senos cumpla

en todo el contenido de las vases; en ellas se verá labuena idea que nos lleva para el bienestar de nues-tras tribus y la tranquilidad délos pobladores quescomo si dijiéramos el bien estar de todo el mundo”.

“Al Ecsslemº Señor Presidente de la República

 Argentina :Ecsslmº Señor:

Hemos areglado felis mente con el Ecsslemº Go-bierno de la Nación nuestros tratados, queson una

 garantía para la tranquilidad de nuestras familias.

… Es justicia que reclamamos y senos pasenCuatro mil animales de racionamiento trimestral, para distribuir alas tribus délas tres personas repre-sentantes del Cargo de Gobierno y una asignación desueldo alas tres personas Grals y a los Cacique, Ca-ciquillos y Capitanejos que rebistan por lista cuyanorma se adjunta en el presente; cuatro uniformes

Grals. quese piden con cuatro vanderas, cuatro cor-netas y cuatro espadas y cuatro monturas con pren-das de plata y chapas de horo y cuatro cojinillos pa.lucir en cuatro caballos para cuatro personas Grals,una cantidad de artículos de comestibles y vevidas ymás vicios, un vestuario para cada Casique y casi-

quillo y capitanejo que contiene la lista adjunta yotros más regalos que se piden para la familia de losCasiques Grals, de las tres personas que representa-

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mos el cargo de Gobº de estas tribus; cuyos casiquesreclamamos la valuhacion de los campos quese nos

tomaron ... por la cantidad de doscientos millones de pesos moneda corriente ...”

Otra curiosidad: en momentos en que Calfucuráprepara una nota dirigida al gobierno, uno de sushijos se acerca al toldo; entonces, el cacique inte-rrumpe el asunto que lo ocupa y dicta: ―que se me

manden zapatos para el príncipe heredero, que andadescalzo y esto no puede ser‖. Del mismo modo, Ma-nuel Namuncurá, que es ―el príncipe heredero‖, pe-dirá después ―botas con taco Luis XV‖ para su seño-ra, y encargará al pulpero Sananini, su proveedordesde Bahía Blanca, ―una galera de felpa y dos pon-chos ingleses finos‖.

Las exigencias de los hijos de Calfucurá tienencarácter hereditario; es fácil deducirlo, ateniéndonosa una de las listas de pedidos del ―rey de las pam-pas‖, que se conserva en el Archivo del Ministerio deGuerra y que dice así: ―Hágame el favor de darle al

cacique Antelef mil pesos, porque es un pobre. Quese junten los ricos de ese pueblo y los pulperos y quehagan una suscripción. Además: un recado comple-to, un poncho de paño, un sombrero de paja, fino, unpar de botas, dos chiripas, dos mudas de ropa blan-ca, dos arrobas de yerba, dos de azúcar, una espada,una pieza de bramante, un rollo de tabaco bueno,dos pañuelos de seda, cuatro cuchillos, etc., etc.‖ Y el―etcétera‖ es largo de verdad.

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 Años más tarde, un nieto de Calfucurá brillaríapor el despejo de su cerebro y su amor a la religión;

quiso ordenarse en las milicias de Dios, pero la for-taleza de sus antepasados no estaba en su cuerpo ;murió en Roma, poco antes de ordenarse, resignadoy lleno de devoción cristiana. Un monumento levan-tado en Neuquén, en el predio que fuera el últimorefugio de sus padres ya sometidos, recuerda la me-moria de aquel araucanito argentino que demostró

que los indios también eran seres humanos y capa-ces de mejorar y superarse por la educación.

Lucio V. Mansilla, el coronel ―toro‖, que allá por1870 se animó a visitar a los ranqueles en sus pro-

pios toldos, nos ha dejado interesantes datos sobreéstos y sus costumbres, especialmente con respecto

a las ―pilchas‖ usadas. Refiriéndose a Mariano Ro-sas, jefe de la tribu, dice: ―Viste como un gauchobien puesto, pero sin lujo: camiseta de Crimea, pa-ñuelo de seda al cuello, chiripá de poncho inglés,calzoncillo con flecos, bota de becerro, tirador conrastra de sólo cuatro botones, y sombrero fino de

castor con ancha cinta colorada‖.La cinta colorada se explica: Mariano Rosas ha-bía estado preso en Palermo y era ahijado de donJuan Manuel de Rosas; de ahí el distintivo federal.

En cuanto a los indios subalternos, he aquí unacita oportuna: ―Presentóse, por fin, Caniupán, con

unos cuarenta indios vestidos de parada, es decir,montando briosos corceles, enjaezados con todo ellujo pampeano, con grandes testeras, coleras, preta-

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les, estribos y cabezadas de plata, todo ello de gustochileno. Los jinetes se habían puesto sus mejores

ponchos y sombreros, llevando algunos bota fuerte,otros de potro y muchos la espuela sobre el pie pela-do‖.

No olvidemos, por otra parte, que el poncho y elchiripá, las boleadoras y el lazo, de acuerdo con susantecedentes, son en apariencia del más puro origen

indio.Surge de lo que hemos visto, sea de las notas con

abundancia de peticiones  — disparatadas a veces — ,sea de las observaciones del audaz coronel, que losindios tienen marcada predilección por las ―pilchas‖,tanto de la vestimenta como del apero. Y que tam-

bién le gustan las otras regalías de la vida civiliza-da...

El salvaje va al combate con un sumario chiripá.Pero en las tolderías, siempre que puede, viste comolos cristianos, a los que asalta y roba para eso: paratener lo que ellos tienen, para igualarse a ellos.

También nuestros gauchos, en la época de la―montonera‖, solían desnudarse el torso antes de lapelea, porque, según decían, ―el cuero sana, pero laropa no‖.

 Años más tarde, la campaña del desierto, dirigi-da por el general Roca, corrió un telón definitivo en

el escenario del indio. Los malones y sus actores pa-saron a ser cosa del recuerdo, de un amargo recuer-do.

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 Y detrás del indio se fue, a su vez, el gaucho. In-dio y gaucho cruzaron la ancha tierra argentina a

modo de ríos de grávido cauce; eran dos fuerzas pri-mitivas, de extraordinario vigor; pero, desaprove-chadas por el ingenio humano de su momento, seperdieron, como se pierde el limo, que pudo ser fe-cundo, cuando los ríos, sin limites de contención,obedecen a las leyes naturales y van a volcar susaguas en la inmensidad de los mares.

Era el fin de una época.

II

 Allá por 1920, fui director de escuela en el Chu-but, en una colonia de indios araucanos, resto deaquellas tribus que supieran ser el terror de laspampas.

Conviviendo con ellos, nadie podría ahora imagi-nar su terrible pasado. De sus costumbres tradicio-nales conservan la obediencia al jefe, al caciqueclásico, aunque la autoridad de éste sea más simbó-lica que real. Viven en un mundo distinto al suyo deayer: el toldo precario se ha convertido en el rancho

de adobes, más amplio, abrigado y duradero; el ―chi-ripá‖ y la ―bota de potro‖ en ropas modernas; el―malón‖ sangriento en pacificas tareas pastoriles.

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Sus alimentos son iguales a los nuestros; cuando latierra se presta, siembran y cosechan algunos cerea-

les; cumplen con las leyes vigentes; mandan sushijos a la escuela; son amigos del maestro y del pro-greso; la bandera argentina es también la de ellos;en menos palabras: han entrado en la civilización.

El pasado lejano subsiste en sus nombres: Cayu-lef, Nahuelmilla, Huenchoeque, Maripan, Nahuel-

quir, Cañumil, Fuenchulaf, Melinao, Nancucheo...; yen una marcada afición a las bebidas alcohólicas; to-das sus fiestas, ―señaladas‖, esquilas, ―camarucos‖,etc., terminan en la embriaguez.

Esa inveterada atracción del alcohol la explotabaa mansalva, en la época en que yo actué, más de un

comerciante inescrupuloso. Y, como antaño también,no faltaban los representantes de la autoridad quetergiversaran el sentido de la ley para obtener bene-ficios personales.

Sarmiento tiene siempre razón: la escuela siguesiendo muy necesaria, lo mismo para el indio que

para el cristiano. Y el mejor maestro de la civiliza-ción será siempre el ejemplo, el buen ejemplo quesepamos dar, porque la Justicia es algo más que unamera palabra y debe alcanzar a todos por igual.

¡Ojalá que la época que yo conocí haya llegado,también, a su fin!

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El mate amargo, símbolode nuestro campo

LOS  CABALLOS, LAS  VACAS  Y   LAS  OVEJAS que en in-contables rebaños poblaron las llanuras de hace tressiglos, le dieron a la pampa su jerarquía de pedestalgaucho. Movilidad, cuero, carne y lana. Ese fue el

aporte puro de la conquista. Pero hubo de ser elmonte norteño, allá donde juntan ahora sus límitescon la nuestra dos naciones hermanas — Paraguay yBrasil — , el que le diera al hombre de la llanura elelemento que había de constituir el más autóctonode sus símbolos, la yerba mate, el ilex paraguayen-sis de la clasificación científica. Y el mismo monte le

dió, además, el poro o calabaza y el tubo de caña, re-cipiente y bombilla indispensables para preparar o―ensillar‖ el ―cimarrón‖, el mate amargo, comple-mento obligado, y fraterno también, del asado, la co-mida gaucha de todos los días y todos los tiempos.

―Ensillar‖ es ponerle yerba al mate, acción pre-via y similar a la de colocarle al caballo las prendasdel recado que lo dejarán en perfectas condicionesde uso.

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 Y ―cimarrón‖, ¿vendrá, acaso, del fuerte amargorde la infusión, amargor que no todos los paladares

aguantan, como no todos los jinetes aguantaban loscorcovos del potro conocido con aquella denomina-ción?

El indio conocía, de muy antiguo, las propieda-des benéficas de la yerba mate, el ―ca-á‖ de los gua-raníes; y el gaucho, en la orfandad de recursos a queestaba sometido, encontró en el ―cimarrón‖ el esti-mulante que retempla el cuerpo de las fatigas de lasrudas cabalgatas y de las humedades de las nochesal raso, el compañero que distrae las largas horas delos días sin reloj, el aperitivo y el postre de las sucu-lentas y abundantes churrasqueadas, y el vehículoque lleva de mano en mano el calorcito cordial de la

amistad, lo mismo en la desolación de los camposque en el humoso fogón del rancho, nido precario deese pájaro errante que era el gaucho en su apremiode descastado social.

 Y así como el mestizo, el hijo de la tierra, se atra- jo la malquerencia del conquistador que lo había en-

gendrado, así también la yerba mate tuvo su san-ción por ―los grandes inconvenientes que hay en be-berla y uso de tomarla, el cual ha cundido hasta enel Perú, porque en esta provincia y en la de Tu-cumán es muy general este vicio, por demás de sersin provecho y que consumen y gastan sus hacien-das en comprarla, hace a los hombres viciosos, hara-

ganes y abominables‖, según decía Hernandarias en1617, al mismo tiempo que hacía quemar en la Pla-za Mayor de Buenos Aires  — como reo del nefando

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crimen denunciado con tanta energía —  una partidade yerba, esa yerba que, con el andar del tiempo,

habría de hacerse famosa no sólo en el campo, sinotambién en los pueblos y ciudades de todo el país,pese al estigma con que se pretendía descalificarlaen el favor popular.

¿Era esto, acaso, un atisbo, arrancado del senomismo de la tierra, de la resistencia que el espírituvernáculo promovía contra la fuerza foránea delconquistador?

En cambio, el tabaco, otro producto autóctono yde verdad nocivo para la salud, merecía la aproba-ción gubernamental y la Corona se adjudicaba elprivilegio y los beneficios de su explotación en losestancos oficiales. ¡Ironías de la historia!

 Y para escapar a las ironías, dejemos el campode las realidades e internémonos en el de la fantasíay la leyenda, fantasía y leyenda que están profunda-mente arraigadas en nuestra tradición, pues es éstala que, en muchos casos, las anima y les da vida per-durable, pese al anónimo de su origen.

Un poeta, Germán Berdiales, nos llevará por elprimer camino con una de sus hermosas coplas ar-gentinas:

 Puso Dios sobre la pampa primero el tapiz del pasto,después arroyos y montes

 y, por fin, al potro bravo.Y al ser que formó en seguidale puso el freno en la mano.

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 Ya teníamos al criollo, al paisano de nuestroscampos, más todavía: al gaucho, que ―sólo a caballo

es hombre entero‖.Sin embargo, este hombre, aun siendo hombre desoledad, sentía la soledad de los días largos y las no-ches vacías. ―Entonces — cuenta, más o menos, el es-critor uruguayo Montiel Ballesteros —  Dios se com-padeció de él y le dio la mujer, ―la prenda‖; le dio elrancho, para que cobijara sus amores; le dio la gui-tarra, para que distrajera sus largos ocios; le dio elperro, para que le vigilara el sueño...

 A pesar de tantos regalos, el hombre no estabasatisfecho.

 — ¿Qué te falta? — le preguntó Tata Dios.

 — Señor — contestó aquél — . Te agradezco lo mu-cho que me has dado. Pero... puedo perder a mi mu- jer; los hijos seguirán su destino y un día harán ran-cho aparte; no siempre tendré fuerzas ni ganas deandar a caballo, tocar la guitarra, cantar; el ranchopuede caerse; también el perro puede seguir a otrodueño. Necesito un compañero más fiel que todo eso;

un amigo que jamás me abandone y al que puedacontarle despacito mis alegrías y mis penas; un ami-go, en fin, que me dé consuelo en todas las circuns-tancias de la vida, así se trate de las más ingratas.

Entonces, Dios le dio el mate amargo, el ―cima-rrón‖, verdadero símbolo de nuestra vida campera

de ayer y de hoy. Y yo estoy seguro de que fue en aquel mismo ins-

tante en que el gaucho tuvo en sus manos el primer

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amargo, cuando lo sintió hacer su tibio nido en elhueco de la mano, que se le vino a los labios el

término ―aparcero‖, nombre que se da al amigo di-lecto, al compañero preferido entre todos.

Símbolo he dicho y símbolo era, también, paraBartolomé Hidalgo, que allá por 1810 escribía ensus Cielitos patrióticos:

Cielito, cielo que sí, guárdense su chocolate,aquí somos puros indios

 y sólo tomamos mate.

 Y símbolo lo consideraba el anónimo payador dela campaña, acordando la música y el canto primiti-

vos al espíritu del solar nativo:El que en esta tierramatea una vez,se ciudadanizaen menos de un mes.

Símbolo lo considera el poeta culto de nuestrosdías, cuando le canta con los versos de Fernán Silva Valdés:

No sé qué tiene de rudo; no sé qué tiene de áspero,no sé qué tiene de machoel mate amargo.

Él sirve para todo; para lo bueno, para lo malo;él lava los dolores del pecho en cada trago;

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es un cúralotodo en la casa del gaucho;alegra la alegría y destiñe la pena

el mate amargo.Corramos, ahora, un telón sobre la fantasía lite-

raria — la culta y la payadoresca o popular —  y vaya-mos al campo de la leyenda, que es también fantas-ía, aunque de otra índole.

Los hombres civilizados, cuando quieren perpe-tuar un hecho importante, escriben un libro, pintanun cuadro o levantan un monumento; en el mismocaso, los indios, especialmente los de épocas remo-tas, que no sabían escribir, pintar ni esculpir, forja-ban una leyenda; de este modo explicaban lo que re-sultaba inexplicable para su mente simple y satis-

facían su curiosidad asignándoles a muchos fenóme-nos naturales un carácter divino, de acuerdo con suscreencias paganas o religiosas.

Tal la primitiva leyenda de la yerba mate: cuen-tan los guaraníes — raza americana cuyo amplísimohabitat se extendió desde nuestra provincia de Co-

rrientes hasta las márgenes del Amazonas — , que―Yasí‖, la luna, y ―Araí‖, la nube, convertidas en doshermosas mujeres, habían bajado a la tierra y la re-corrían, mirándolo todo con femenina curiosidad.

Una tarde, mientras se paseaban por la selva,las sorprendió de pronto el rugido de un ―yaguareté‖

 — tigre —  que, desde el tronco de un árbol vecino, seaprestaba a dejarse caer sobre ellas. Las dos muje-res sólo atinaron a lanzar un grito de terror, pues

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con la transformación, ―Yasí‖, que es una diosa, ha-bía perdido todo su poder sobrenatural y no tenían

defensa contra la terrible muerte que les esperaba.En el mismo instante, se oyó un silbido entre la

fronda y una flecha fue a clavarse en el cuerpo de lafiera; el tigre, enfurecido, se volvió, súbito como unresorte, y saltó sobre su imprevisto enemigo, un vie- jo indio que, en un abra del monte, tendía de nuevo

su arco. La flecha, más certera vez, encontró el ca-mino del corazón y el felino se desplomó muerto.

―Yasí‖ y ―Araí‖ desaparecieron instantáneamen-te; el indio desolló al animal y luego se acostó a des-cansar, quedándose dormido. Y soñó. Soñó que unahermosa joven  —―Yasí‖—   lo visitaba y le prometía

premiar su hazaña con el regalo de una planta ma-ravillosa, cayos usos y virtudes le explicó.

 Y al despertarse, el indio vio que la promesa sehabía cumplido, pues allí, muy cerca, como nacido alconjuro de un encantamiento, se alzaba un árbol jamás visto antes por sus ojos: era el árbol de la yer-

ba mate.Luego, cuando las Misiones religiosas sentaronsus reales en el nordeste argentino, la leyenda ad-quirió nuevo espíritu en un romance popular, undulce romance anónimo, en el que la sencillez y laemoción ingenuas van pie con pie, como dos criatu-ras tomadas de la mano:

Santo Tomé iba un díaa orillas del Paraguay,

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aprendiendo el guaraní para poder predicar.

Los jaguares y los pumasno le hacían ningún mal,ni los jejenes ni avispas,ni la serpiente coral.

Los “chontas” y “motacúes”

 palmito y sombra le dan;

el mangangá le convidaa catar de su panal.

Santo Tomé los bendice y bendice al Paraguay; ya los indios guaraníeslo proclaman capitán.

Santo Tomé les responde — Os tengo que abandonar, porque Cristo me ha mandadootras tierras visitar.

En recuerdo de mi estada

la merced os he de darde la yerba paraguayaque por mi bendita está.

Santo Tomé entró en el río y en peana de cristallas aguas se lo llevaron

a las llanuras del mar.Los indios, de su partidano se pueden consolar

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 y a Dios siempre están pidiendoque vuelva Santo Tomás.

Otra leyenda, de la misma región y del mismocarácter que el romance, nos cuenta que Jesús, encompañía de San Juan y San Pedro, llegó un día aMisiones. Al caer de una tarde, se hospedaron lostres en la casa de un viejecito, que se había retiradoa vivir en el campo con una hija linda y buena, a

quien amaba mucho.Para cumplir con los preceptos de la generosa

hospitalidad criolla, el pobre hombre mató una galli-na, la única que poseía.

El Señor, al advertir el sacrificio que el viejecitohabía hecho para agasajarlos, preguntó a sus acom-

pañantes qué premio darían ellos a aquel hombre detener su poder divino.

Le daríamos el premio más grande — contestaronSan Juan y San Pedro —  porque el que da de lo quele es necesario para su propia vida, practica la ver-dadera caridad cristiana. No hay mérito en dar lo

que nos sobra.Entonces, Jesús dijo al anciano:

 — Tú, que eres tan pobre, has sido generoso; yote premiaré por ello. ¿Cuál es tu mayor deseo? ¿Quépuedo darte para que tu alegría sea eterna?

 — Señor — respondió humildemente el viejecito — , tengo una hija a la que amo con toda el alma; si algopudiera pedirle a Aquél para quien nada es imposi-ble, le rogaría que le diese a mi hija una vida larga,

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sin odios ni dolores, de modo que, después de sumuerte, dejara un recuerdo dulce y cariñoso en el

corazón de cuantos la hubieran conocido. — Tu puro y conmovedor deseo se cumplirá  — concedió Jesús — . Tu hija no desaparecerá nunca dela tierra; será inmortal y tendrá tantas virtudes queserá siempre recordada por su bondad.

 Y Jesús, cumpliendo lo que acababa de prometer,

transformó a la niña en el árbol de la yerba mate,ese árbol que no muere aunque lo corten y al que to-dos recordamos con gratitud, porque sus hojas nosproporcionan una bebida sana y sabrosa, una bebidaque entona el cuerpo sin nublar el entendimiento.

II

La civilización, nombre que compendia las moda-

lidades de nuestra vida actual, y el cosmopolitismo,carácter preponderante en nuestra formación social,han establecido, tácitamente, un evidente desapegopor el mate, sea el ―cimarrón‖, famoso en los fogonescamperos, sea el dulce, con azúcar quemada y yuyosolorosos, preferido en los pueblos y las ciudades.

¿Es que también el mate se nos ha de ir un día,como antes se nos fueron tantas otras cosas repre-sentativas del viejo espíritu criollo?

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Cuando los gauchos y los viajeros de ayer enfren-taban una tosca cruz de palo, que marcaba una tum-

ba en la inmensidad del desierto, llevaban la manoal sombrero, se descubrían un instante y se santi-guaban reverentemente, ¡Ojalá que nunca los argen-tinos tengamos que santiguarnos ante la tumba delmate, el más criollo, el más tradicional de nuestrossímbolos camperos!

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La copla popular, índice psicológico

EL PUEBLO, LO QUE LLAMAMOS PUEBLO  — la masa — ,sufre más y goza menos; quizá por eso, tiene mayorcapacidad para expresar la emoción en sus variadosaspectos: por el sufrimiento, que es su pan cotidia-no; por el goce, en sus formas simples, que es en suvida poco más que una estrella fugaz.

De ahí que en los motivos populares, especial-mente en los cantos, encontremos con frecuencia lanota delicada y sensible que nos llega al alma, esanota que no siempre aciertan a retener y expresar,con igual fidelidad y profundidad, los artistas cultosy primorosos.

Es que el pueblo no rebusca sus motivos; ellos sele vienen con esa naturalidad del agua que brota delseno recóndito de la tierra, ―como agua de manan-tial‖, dice Martín Fierro; son consecuencia de la vidasimple y de los sentimientos sin complicaciones queobran sobre los individuos por propia gravitación;

son espontáneos y lo espontáneo no se deforma jamás, pues responde a leyes psicológicas fijas e in-mutables.

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 Además, el hombre del pueblo tiene un vocabula-rio reducido; los sinónimos no abundan en éste; cada

cosa tiene un nombre, uno solo, objetivo, claro, exac-to. Y esta pobreza aparente le permite dar, sin bus-carla, con la palabra estrictamente necesaria a la fi-delidad de su expresión: cielo, estrellas, dolor, lágri-mas, pena, alegría, amor, cuyo significado conoce, enunos casos, porque la dura realidad de la vida quevive se lo ha grabado en la carne y en el alma; en

otros, porque lo intuye a través del espejismo del en-sueño, que es irreal y melancólico como todos los en-sueños del ser humano.

Dentro de ese clima, el vocabulario criollo tienecaracterísticas especiales que le son impuestas porel medio geográfico. El hombre de la montaña y el

de la llanura sienten y se expresan de modo diferen-te; el serrano es más propenso a la admiración, porlo mismo que la montaña se le brinda en retazossiempre cambiantes; cada vuelta del camino es unpaisaje nuevo para los ojos, una renovada sorpresapara los sentidos. Ese darse de a poco, ese deseo

permanente insatisfecho, acicatea la imaginación yla impulsa a desentrañar secretos y a urdir fantas-ías. ¿Acaso los elevados picos son otra cosa que ena-morados de las nubes, que los rozan, al pasar, consus vestiduras de gasa? ¿O será que se alzan, tan al-to, tan alto, para conversar con la luna y las estre-llas? Y los enormes pedruscos que pueblan los valles

y los faldeos, ¿no estarán soñando con la gloria deun cataclismo que los arranque de su inercia de si-glos y siglos? ¡Vaya a saber! Puede ser, no más...

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 Y eso es lo que hace que el serrano tenga expre-siones de una ternura y una armonía que encantan

y conmueven.La llanura, en cambio, se entrega totalmente, sin

restricciones, desde el primer momento; aquí, allá ymás allá, hasta la línea engañosamente inmóvil delhorizonte, se presenta con su eterno vestido de en-trecasa, verde en invierno, amarillento en verano.

¿Monótona? ¿Desaliñada? ¡No! Abierta, sencilla, sinsecretos, sin coqueterías, que es cosa muy distinta.De ahí que el pampeano sea más gráfico que emoti-vo; los sentimientos están en él de corazón adentro yes poco amigo de exteriorizarlos.

El serrano sueña e idealiza; el hombre de la lla-

nura ve y describe. Pero en ambas regiones la belle-za y los sentimientos tienen su gama propia de ma-tices, belleza y sentimientos que se captan, mejorque en cualquier otra manifestación, en los cantarespopulares, y, entre éstos, en la copla, la copla que es,con respecto a las demás formas poéticas, lo que elirisado y veloz picaflor es a los otros pájaros.

Mi primer encuentro con la copla, ese encuentroque tiene la significación de un descubrimiento, tu-vo lugar hace más de treinta años. Los azares de unlargo viaje por la Patagonia, me habían anclado enun pueblecito de los contrafuertes cordilleranos. Unhotel, una casa de comercio, el correo y un destaca-

mento policial. Esa era toda la población. ¡Ah!, y uncementerio grande, mucho, mucho más grande queel pueblo...

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Me encontraba a veintitrés leguas de mi destino — trecho largo en región de montañas — , y no sabia

cómo ni cuándo podría continuar viaje, por falta demedios de transporte. En el tercer día de espera,una lluvia pertinaz me recluyó en el hotel y, paramatar el aburrimiento natural de esa situación, mepuse a curiosear unas viejas revistas que encontré amano. De pronto, cuatro versos alados, cantarines,se me entraron por los ojos y me iluminaron, emo-cionadamente, el alma. Los versos estaban en unacrónica inspirada en una situación muy parecida ala mía; el autor, un poeta, a todas luces, y cuyo nom-bre no logré saber, pues los ratones habían roído lahoja en la parte de la firma, se encuentra en unhotel, junto al mar. En cierto momento, atrae su

atención otro huésped, que cruza el hall y se enca-mina hacia la cercana costa. Es un hombre alto, car-nudo, macizo; viste un llamativo traje a cuadros yun panamá de anchas alas; fuma un enorme habanoy le cruza el chaleco una gruesa cadena de oro; tam-bién está fuera de lo común el anillo con brillante

que adorna uno de sus dedos. Lo llamativo delatuendo y la poderosa vitalidad que fluye del indivi-duo, hacen pensar al cronista: ¿un minero afortuna-do?, ¿un salchichero enriquecido? ¡Bah!  — se dice alfin — , con toda seguridad que no es otra cosa que unmagnífico animal, al margen de sentimientos y ter-

nuras...Media hora más tarde, el cronista emprende, asu vez, el camino del mar. Y allí, apoyado en la ba-

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laustrada, cuyos cimientos son lamidos por las espu-mosas olas, está el hombre aquel. Pero ya no es el

mismo; el panamá yace a sus pies; tiene el cigarroapagado entre los dedos y la mirada perdida en lamóvil y azul lejanía. Olvidado de cuanto lo rodea,parece estar ausente del mundo. De pronto, sus la-bios se entreabren y arrojan al viento una coplahenchida de fervor y, cuyas palabras son, en el si-lencio, como una bandada de mariposas, multicolo-

res:

Minas las de California,tesoro el de Potosí,

 penas las que tú me diste,besos... los que yo te di.

En la filigrana de una copla, acababa de revelar-se un corazón profundamente humano, pues siem-pre es humano el corazón que sufre las mordedurasdel recuerdo.

No podemos negar que gran parte de nuestra poe-sía  popular, en modo especial la copla, es del más

puro origen hispánico. Por esa razón, esta poesíaconstituye un precioso índice psicológico, ya que elcriollo conserva la idea madre del cantar, pero le in-troduce ciertas modificaciones, que son también lasmodificaciones que ha sufrido su espíritu con res-pecto al espíritu del español o conquistador, cuya

sangre lleva. Veamos una copla gallega:

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Esta miña gargantiñano-n-a fizo un carpinteiro,

si queredes que vos cantehabedes de dar diñeiro.

Nuestro paisano, más sentimental que práctico — y esto sin excepción en todo el país —  repite la copla, que también ha recibido en herencia, pero la trans-forma, la amolda, haciéndola intérprete de sus cos-

tumbres y sentimientos, retratándose en ella, podríadecirse:

Mi garganta no es de fierroni hechura de carpintero,si quieren que yo les cantedémen chichita primero.

El dinero es lo material y no le interesa; la codi-cia no es condición suya. ¿Acaso cobran los pájarospor sus canciones? En cambio, la chicha, el alcohol,agasajo obligado de toda fiesta campesina, es el esti-mulante que le permitirá manifestarse en la pleni-tud de su vivacidad y alegría, y podrá ser actor en

lugar de simple espectador.Una misma copla y dos espíritus distintos, bien

delineados. El español es una cosa; el criollo, otra.

Oigamos una copla de amor, de hondo amor:

Cuando al sepulcro me arroje

la fuerza de mi dolor,seré un esqueleto amantesi hay tras de la muerte amor.

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 Y otra, conmovedora en su simpleza, que dice deltemor y la melancolía de los ensueños:

 Ándate papel volandoa las manos que te mando,si te tratan con desprecio,volvete, papel, llorando.

Tan ingenua y dolida como la anterior, es ésta:

 Al pie de un viejo algarrobollorando me lamentaba, y el árbol en su durezade verme llorar, lloraba.

 Y la que sigue, joyita de un villancico criollo, ¿noes una dulce y suave canción de cuna?

La Virgen lavaba,San José tendía;el Niño lloraba,¡qué sueño tenía!

Todos los sentimientos tienen cabida en la copla.Nuestro paisano sabe de memoria aquello de: ―Agua

que no has de beber…‖ Lo sabe, pero si encuentraen su camino una mujer que le llena los ojos  —―unpostre‖, dirían picarescamente los pampeanos— , nopuede contenerse y el piropo nace natural y espontá-neo, como sin querer:

Si con tu mirar matas

 yo te pregunto:¿Dónde vas enterrando

tanto difunto?.

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Señora, no la conozco,la he venido a conocer,

dicen que se hacen dichososojos que la logran ver.

El día que tú naciste¡qué triste estaría el sol!al ver que otro sol nacíacon mucho más resplandor.

 Dicen que las muchachasde quince a veinte

son iguales que el dulce: pican los dientes.

Con un cigarrito 'e chala,un vasito de agua fría

 y un besito de tu boca,¡sin comer me paso el día!

También la filosofía aparece, a veces. Y aquelenamorado, fiel hasta más allá de la muerte, y el co-

dicioso del piropo hecho miel, dicen ahora:Cinco sentidos tenemos,los cinco necesitamos

 y los cinco los perdemoscuando nos enamoramos.

El ingenio y el humorismo campean por sus ca-bales, vuelta a vuelta y por los más diversos moti-vos:

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Mi caballo y mi mujerse me fueron para Salta;

el caballo es lo que siento,la mujer no me hace falta.

 Ayer lo llevaron presoa un honrado santiagueño,

 porque se encontró un bozal...antes de perderlo el dueño.

El amor es un bichoque cuando pica,

no se encuentra remedioni en la botica.

¿Y no hay un fuerte perfume de intención y mali-cia en esta otra?

Yo te quisiera querer, pero no puedo;

tenés muchos hermanos,les tengo miedo.

Los nativos del noroeste y de la región andinasienten más la atracción del alcohol. Y como su fon-do religioso es también de mayor profundidad, razo-nan así mientras están frescos:

 Aquel que vive borracho,borracho toda su vida,

¿qué cuenta le dará a Dioscuando Dios cuenta le pida?

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Pero ya en plena fiesta y habiéndose dejado ven-cer muchas veces por la tentación, que es más fuerte

que sus propósitos, se contestan y justifican: Borracho me hi de morir,borracho mi han d’enterrar,

borracho me hi d’ir al cielo,

borracho la cuenta he’i dar.

Pero, con toda seguridad, entre los adeptos deBaco, ninguno podría exceder a éste:

Un borracho se murió y ordenó en su testamentoque lo entierren en la viña

 para chupar los sarmientos.

O al de esta otra, bien explícita:

La chicha es buena bebida,el vino mucho mejor

 y cuando veo aguardientese me alegra el corazón.

Mi último encuentro con la copla, esa copla quese nos graba con caracteres indelebles en la memo-ria y en el alma, tuvo lugar hace poco. Escribía, es-cuchando radio, cuando una voz amiga me la trajo através del éter:

 Á mi madre la ofendieron,

lavé la ofensa con sangre,el juez me mandó a la cárcel¡y el juez también tiene madre!

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La copla es un mundo en pequeño. Y en ese mun-do vive y se agita lo más típico del alma de nuestro

pueblo.

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 APENDICE

Lo que vieron los testigos

La casa

El campo

Los tiposLas costumbres

Los trabajos

Las pilchas

Los alimentos

Las creenciasLos indios, etc.

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Un rancho en la pampa

 Avanzando un poco más, vi la casa; un ―rancho‖bajo, de zarza y barro y techo de paja. A través delos intersticios de las paredes se columbraba el re-flejo del fogón, que ardía en medio del piso. Parecíacomo si al fin, después de largos años de lucha conla tormenta, hubiera alcanzado en alguna forma un

cielo.El ―rancho‖ se alzaba desamparado sobre la an-

cha planicie. Ni árbol, ni arbusto, ni jardín, niningún parche de tierra cultivada que lo separaradel llano, que parece fluir de todos lados hacia él.

Un cuero de yegua, seco y arrugado, formaba lapuerta, y como el viento golpeaba contra ella y se co-laba por los costados, ésta se movía haciéndome re-cordar la vela de un bote anclado en un desembarca-dero.

Enfrente mismo de la puerta, a más o menos

veinte yardas, estaba clavado un poste de ―ñan-dubay‖, al cual se ataban los caballos; y espoleandoal mío en esa dirección, grité:

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 —  Ave María Purísima.

 Y recibí la contestación:

 — Sin pecado concebida.

R. B. CUNNINGHAME GRAHAM 

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Un rancho criollo

En un rancho de adobe, que tenía como únicomoblaje una o dos cabezas de caballo para sentarse,un asador clavado en el suelo, una pava, un catrehecho en forma de tijera, con patas de madera dura,y un enrejado de tientos de cuero crudo, un cuernode buey donde guardaba la sal y unas pocas perchas

donde colgaban las riendas de plata y sus botas decharol con un águila bordada en hilo colorado, vivíael dueño de ―Los seguidores‖.

La puerta estaba formada por un cuero de yegua,y en un rincón estaban amontonados un recado, unponcho, uno o dos pares de boleadoras y algunos la-

zos. Riendas de tiento colgaban de las tijeras, mien-tras en el techo estaban clavados uno o dos cuchi-llos, algunos pares de tijeras de esquilar y un asadorde repuesto.

R. B. CUNNINGHAME GRAHAM 

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Ranchos en la pampa

La condición del gaucho es naturalmente inde-pendiente de las turbulencias políticas que monopo-lizan la atención de los habitantes de las ciudades.La población o número de estos gauchos es muy pe-queña y están separados entre sí por grandes dis-tancias: están desparramados aquí y allá sobre el

haz del país. Mucha gente desciende de las mejoresfamilias españolas; tienen buenas maneras y, a me-nudo, sentimientos nobilísimos; la vida que hacen esmuy interesante; generalmente habitan el ranchodonde nacieron y en que antes de ellos, vivieron suspadres y abuelos, aunque parezca al extranjero quetenga poco de los halagos del dulce hogar. Los ran-chos se construían en la misma forma sencilla; puesaunque el lujo tiene diez mil planos y alzadas parala morada frágil del más frágil morador, sin embar-go la choza en todas partes es igual y, por tanto, nohay diferencia entre la del gaucho sudamericano yla del highlander escocés, excepto en que la primera

es de barro y se cubre con largas pajas amarillas,mientras la otra es de piedra techada con brezos.Los materiales de ambas son producto inmediato del

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suelo, y las dos se confunden tanto con el color delpaís que, a menudo, es difícil distinguirlas; y como

la velocidad con que se galopa en Sudamérica esgrande, y el campo llano, casi no se descubre el ran-cho hasta llegar a la puerta. El corral está a cin-cuenta o cien yardas del rancho y es un círculo condiámetro de treinta yardas, hecho de palo a pique.

FRANCIS BOND HEAD 

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¡Ave María!

El palenque marca el límite hasta el cual el via- jero, si no es un ignorante, puede, sin peligro, aven-turarse con su caballo.

Pasar más allá de él sin invitación, especialmen-te de noche, lo expone a uno a la suerte de un tiro, opor lo menos al ataque de una jauría de perros que

se prenden de la cola de su cabalgadura.El jinete sujeta su caballo a alguna distancia y,

acercándose al tranco y sin desmontar, grita en altavoz: ―¡Ave María!‖, a lo que el dueño contesta: ―Sinpecado concebida‖, y le invita a apearse.

Estando satisfechas la Religión y la Cortesía, elviajero se baja, ata el animal al palenque, entra enla cocina y se sienta sobre una cabeza de yegua cer-ca del fuego.

R. B. CUNNINGHAME GRAHAM 

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Hospitalidad criolla

Cuando un forastero se acerca a una casa, hayque observar algunas reglas de etiqueta. Se pone elcaballo al paso, se dice ―Ave María‖ y no se echa piea tierra hasta que alguien salga de la casa y os digaque os apeéis; lo contrario sería descortesía; la res-puesta estereotipada del propietario es: ―Sin pecado

concebida‖. Entonces se penetra en la mansión, sehabla de unas cosas y otras durante algunos minu-tos, y después se pide hospitalidad para pasar la no-che, cosa que, como regla general, se concede siem-pre. El forastero come con la familia y se le da unahabitación donde hace su cama con las mantas de surecado.

CHARLES D ARWIN 

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La cama gaucha

 A eso de una hora antes del amanecer, hundidaya la luna, sin que el sol se hubiera levantado toda-vía, en el momento en que los primeros rayos rojizosempiezan a teñir el cielo, los gauchos se alzaban desus ―recaos‖. En esos tiempos era cuestión de honordormir sobre el ―recao‖, tendida la carona en el sue-

lo, con las jergas encima, puesto el cojinillo bajo lascaderas para blandura, usando los bastos de almo-hada y debajo de ellos, pistola, cuchillo, tirador y bo-tas, envueltos en el poncho, y un pañuelo atado enla cabeza.

R. B. CUNNINGHAME GRAHAM 

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La querencia

Como la tropilla galopaba alrededor del corral,elegí un bayo con cola y crines negras, le arrojé ellazo, que se desenroscó como una víbora y se fijó al-rededor del pescuezo del animal.

 — ¿Cuál agarró?  — preguntó Anastasio, y yo lecontesté:

 — El bayo obscuro.

Se sonrió y dijo:

 — Un poco ligero es para montar, pero buen ca-ballo. Bueno, suéltelo esta noche, después de obscu-recer, cuando alcance la estancia ―La Cascada‖,

unas diez leguas cortas de aquí, y a la mañana es-tará de vuelta en ―las casas‖.

R. B. CUNNINGHAME GRAHAM 

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 A la querencia

La madrugada me sorprendió tomando mate. Micompadre se levantó cuando las últimas estrellasdesaparecían. Llamó a San Martín. Le dio sus órde-nes, y un momento después Caiomuta salía de sutoldo en brazos de cuatro indios como un cuerpomuerto.

Le enhorquetaron sobre su caballo, le dieron aéste un rebencazo y el animal tomó el camino de laquerencia, llevándose a su dueño y señor.

LUCIO V. M ANSILLA 

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Indolencia gaucha

El gaucho ha sido acusado por muchos de indo-lencia; quienes visitan su rancho le encuentran enla puerta de brazos cruzados y poncho recogido so-bre el hombro izquierdo, a guisa de capa española;su rancho está agujereado y evidentemente seríamás cómodo si empleara en él unas cuantas horas

de trabajo; en un lindo clima, carece de frutas y le-gumbres; rodeado de ganados, a menudo está sin le-che; vive sin pan, y no tiene más alimento que carney agua, y, por consiguiente, quienes contrastan suvida con la del paisano inglés, le acusan de indolen-te y se sorprenderán de su resistencia para soportarvida de tanta fatiga. Es cierto que el gaucho no tienelujos, pero el gran rasgo de su carácter es su falta denecesidades: constantemente acostumbrado a viviral aire libre y dormir en el suelo, no considera queagujero más o menos en el rancho lo prive de como-didad.

FRANCIS BOND HEAD 

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Una posta en 1823

Luego empezó a obscurecer, pero vimos la luz dela posta mucho antes de llegar, y nuestro arribo fueanunciado por ladridos de una innumerable jauríade perros bravos y mansos.

 Antes de allegarnos a la casa, fuimos a algunoscorrales de altos cercos abiertos, con grandes postestorcidos y unidos entre sí por guascas; en estos co-rrales se encierra el ganado por la noche — un corralseparado se destina a las vacas, caballos, ovejas, etc.La posta era muy respetable, consistente en habita-ción espaciosa, en que se abría directamente lapuerta, y servía de sala y dormitorio para la familia,

mientras a nosotros se nos acomodó en dormitorioseparado, con tarimas de madera en que tendimoslas camas.

Encontrando que solamente conseguiría unahabitación para mi familia durante el viaje, resolvíque las dos sirvientas durmiesen en el cuarto con

nosotros, y con este propósito zanjé la dificultad deeste modo: las mujeres se metían primero en cama,y cuando se hacía la señal convenida de apagar la

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vela, yo solía entrar y desvestirme. Por la mañaname levantaba antes que el cuarto se alumbrase.

ROBERT PROCTOR 

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Una posta

Después de haber atravesado ese espacio areno-so, llegamos al anochecer a una de las estaciones oposta, y como los caballos se hallan lejos, en los pas-tos, nos decidimos a pasar la noche en aquella casa.

Ésta se halla situada en la base de una llanura omeseta situada de 100 a 200 pies de altitud  — acci-

dente del terreno muy notable en este país — . Almando de ella está un teniente negro, nacido en África. En honor suyo he de decir que no he encon-trado, entre el Colorado y Buenos Aires, rancho me- jor cuidado que el suyo. Tenía una pequeña habita-ción para los forasteros y un corralito para los caba-

llos, construido todo ello con postes y cañas. Tam-bién había hecho construir un foso alrededor de sucasa como defensa para caso de ser atacada. Por lodemás tal foso no hubiera constituido sino una po-bre defensa si los indios se hubieran acercado, perola principal fuerza del teniente parecía fundarse ensu determinación bien decidida de vender cara suvida. Algún tiempo antes, una banda de indios ha-bía pasado por allí durante la noche; si hubieransospechado que allí existía tal posta, nuestro amigo

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el negro y sus cuatro soldados seguramente hubie-ran sido pasados a cuchillo. En parte alguna he en-

contrado hombre más cortés y servicial que ese ne-gro; por eso me apenó mucho ver que no quiso sen-tarse a la mesa con nosotros.

CHARLES D ARWIN 

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Una posta

La posta de Villavicencio, que parece tan respe-table en todos los mapas de América, actualmentese compone de un rancho solitario sin ventana, conun cuero vacuno a guisa de puerta y escasísimo te-cho. Como la noche era fría, preferí dormir en la co-cina junto al fuego, dejando que las mulas hicieran

lo que quisieran y se fueran a donde su fantasía lasllevase. Tomé por almohada un cráneo de caballo, delos que sirven para sentarse en Sudamérica, y en-volviéndome en el poncho, me sumergí en el sueño.Cuando desperté, antes del alba, encontré dos peo-nes y uno de mis compañeros dormidos junto alfogón y un gran perro roncando a mi espalda.

FRANCIS BOND HEAD 

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Sencillez pampeana

Los que se han criado en el lujo y la abundancia,puede que miren con desprecio desdeñoso la relaciónde estas costumbres humildes y no crean en los pla-ceres que producen. Tales gentes no tienen una ideadel gusto con que un fatigado caminante mira el po-bre lecho donde un sueño profundo y delicioso le

proporciona el descanso, hasta que el rocío de la ma-ñana le despierta repuesto de su fatiga y dispuesto acontinuar su viaje. Tampoco pueden concebir el an-sia con que el viajero se apea a la noche en la casade postas que señala el término de las fatigas deldía, ni el apetito con que sazona la frugal pero salu-dable cena que le presentan y el gusto con que, go-zando del aire fresco de la noche, oye la armonía deltosco son del guitarrillo con el simple cantar, y laconversación de los gauchos, reunidos por la llegadadel forastero. Estos placeres los conocen únicamenteaquéllos que se contentan y satisfacen con las cosastal cual las encuentran.

JOHN MILLER 

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Descripción de la pampa

Después de haber llegado a una miserable casu-cha, último lugar habitado que debíamos encontraren el camino, entramos en el desierto.

Perdimos pronto de vista todo objeto digno deatención; el horizonte se hizo perfecto; nos encontrá-bamos como en medio de un océano de vegetación,

donde nada modificaba la monótona uniformidad, ynos hundimos en las pampas. Tal es el nombre quese da, en general, a las vastas llanuras que se ex-tienden desde las costas del Atlántico hasta el pie delos Andes; pero, en el idioma de los habitantes delcampo, que han tomado él término de los indios qui-

chuas, ―pampa‖ significa un espacio de terreno abso-lutamente llano y cubierto de pasto, lo que equivalea nuestra palabra ―pradera‖; no debe creerse que talsea la naturaleza de toda la extensión de las pam-pas. En primer lugar, se ha exagerado mucho la lla-neza del suelo, puesto que toda la parte de la pro-vincia comprendida entre el Plata, el Paraná y elSalado, se compone de terrenos ligeramente ondula-dos, en los cuales se distinguen muy bien las altu-ras, las hondonadas donde corren diversos riachos y

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los pantanos que sólo se secan en verano; hay,además, un punto de división de las aguas entre la

cuenca del Plata y la del Salado. Al sur de este últi-mo río, el terreno es más llano; pero en medio de eseinmenso mantel verde, se encuentran grupos de du-nas arenosas, bastante elevadas, cubiertas de unavegetación más rara, y que forman islotes donde elcolor amarillento corta el verde pronunciado de lasuperficie llana.

Hay también algunas series de colinas, cuya ubi-cación en medio de las llanuras hace que parezcanmás elevadas de lo que en realidad son; se les llama―cerrillos‖ y ―cerrilladas‖.

... Seguimos un camino de carretas, trazado por

las antiguas expediciones a las salinas del sudoestey que, aunque no había sido frecuentado desde hacíagran número de años, era aún muy reconocible. Losterrenos deshabitados de las pampas son general-mente muy húmedos y las ruedas de tas carretasdejan huellas profundas que desaparecen muy difí-cilmente; el rastro se pierde solamente en las hondo-

nadas inundadas una parte del año y en los ―pajo-nales‖, partes más bajas, donde crece una gramíneaque se desarrolla en gavillas muy tupidas, que seelevan hasta la altura de un hombre a caballo, loque hace la marcha sumamente penosa cuando hayque atravesarlos.

 ALCIDE D’ORBIGNY  

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Cardos en la pampa

El aspecto de la pampa variaba durante lo queallí se llama ―un año de cardos‖, cuando éstos, quegeneralmente crecen en manchones aislados, inva-den por todos lados y durante una estación enteracubren la mayor parte de los campos. Las plantas,en estos años exuberantes, crecían tan gruesas como

espadañas o juncos, y eran más altas que de costum-bre, alcanzando hasta casi tres metros.

Parado entre los cardos, en esos momentos, sepodía, en cierto sentido, ―oírlos crecer‖, ya que lasinmensas hojas se libertan de un brinco de su aca-lambrada posición, produciendo un sonido chispo-

rroteante...Para el gaucho que vive la mitad del día sobre elcaballo, y ama su libertad tanto como un pájaro sal-vaje, un ―año de cardos‖ traducía un odiado períodode restricción. Su pequeño rancho de adobe, bajo detecho, quedaba así en condiciones idénticas a las deuna jaula, pues los altos cardos lo cercaban, y le im-pedían divisar a la distancia.

WILLIAM HENRY  HUDSON 

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 Viajando por la pampa

La única irregularidad del clima es el pampero,que producido por el aire frío cordillerano, se preci-pita por estas vastas llanuras con velocidad y vio-lencia que casi no se pueden soportar. Pero estarápida circulación atmosférica tiene efectos muybenéficos, y el tiempo que sigue a las tempestades

siempre es particularmente sano y agradable.El mayor peligro de viajar por las pampas reside

en las constantes rodadas de los caballos en las viz-cacheras. Calculé que mi caballo, término medio, ro-daba conmigo, al galope, una vez cada tres millas.

FRANCIS BOND HEAD 

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Médanos en la pampa

No tardamos en ver delante de nosotros, en elhorizonte, pequeñas eminencias, que comprendimoseran los médanos. Yo no habla visto hasta ese mo-mento médanos; su presencia es siempre agradablea los viajeros que se hallan en medio de las pampas;primero, porque rompen la monotonía tan fastidiosa

de esas vastas llanuras; luego, porque anuncian laexistencia de agua dulce y excelente, ventaja que surareza hace mucho más preciosa.

Habiendo llegado a las diez a los médanos, hici-mos un alto para almorzar; mientras la comida erapreparada, subí al médano principal, que calculo de

treinta metros de altura sobre el nivel del terrenocircundante. Esa eminencia, que no es nada en símisma, se convierte en montaña comparándola conla inmensa llanura que domina; desde su cima, elpanorama sin límites, en todas las direcciones,muestra un horizonte perfecto; pero el ojo entristeci-

do recorre, con una especie de escalofrío, esa vastasoledad, esos campos silenciosos, cuyo color unifor-me, amarillo por la sequía, sólo es interrumpido por

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el verde de algunas lagunas pobladas de juncos. Niun árbol, ni un matorral se dibuja en el azul del cie-

lo; el pájaro perdido en ese océano de vegetación,buscaría en vano una rama para descansar o el másmodesto follaje que le sirviera de refugio; y la natu-raleza parecería completamente inanimada si algu-nas cigüeñas no planearan sobre esos campos, si losciervos y los avestruces no aparecieran a lo lejos devez en cuando.

 ALCIDE D’ORBIGNY  

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Médano y aguada

 A mi vez trepé a la cima del médano, que seabrió a mis pies, y al no ser el caballo de admirablerienda, no logro sujetarlo y ruedo doce metros abajo.Imagínese la miniatura de un cono volcánico y sucráter apagado, y se tendrá la idea de lo que era estemédano, hueco, si así puedo decirlo. En su fondo, co-

mo los lagos que se forman en el seno de los cráte-res, había una fuente de agua, rodeada de vegeta-ción.

El indio se había apeado y, como la fiera que searrastra en la maleza, estaba tendido, de barriga, alborde de la fuente, cuya agua bebía.

En un instante estuve a su lado y él se alzó, di-ciéndome:

 — ¡Mucho lindo ! ...

Este vaso precioso había sido abierto por los in-dios en sus correrías y es lo que llamamos ―ja-güey‖ (jagüel), voz quichua que significa ―balsa don-de se junta el agua‖.

ESTANISLAO S. ZEBALLOS 

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Las pampas

Estas llanuras desamparadas son, a veces, que-madas por calor excesivo, y otras, empapadas conlluvias copiosas. Exceptuando algunos sauces juntoa los cursos de agua, o las huertas de duraznerosque se han plantado y, en ocasiones, un ombú, están

completamente desnudas de bosques. Se visten, sinembargo, con el pastizal más lujuriante. A estasfértiles llanuras se les podría hacer mantener unapoblación igual a la de cualquier país de la mismaextensión, en el mundo; y en vez de estar, como elpresente, solamente ocupadas por inmensos hatos

de ganado de cuernos, manadas de caballos salvajes,vasto número de perros cimarrones, gamas, avestru-ces, liebres, armadillos y variedad de otros anima-les, se llenarían con ciudades y aldeas sostenidaspor la agricultura.

H. M. BRACKENRIDGE 

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Las llanuras

Estas enormes llanuras, o Pampas, son la regiónde independencia y libertad del gaucho y de los ani-males. Este inmenso plano no impropiamente podr-ía denominarse ―océano de tierra‖. El horizonte sininterrupción y aparentemente ilimitado, es opresi-vamente vasto para la mente del espectador. Su ex-

tensión, clima, vegetación indígena y habitantes di-seminados, han sido tan repetidamente descriptos,que se diría me extiendo demasiado si lo intentaseaquí, especialmente cuando viajeros contemporáne-os como Miers y Head, han dado recientemente almundo animadas e interesantes descripciones. No

obstante puedo certificar que para el viajero de laspampas es tan común rodar en las vizcacheras, acu-rrucarse junto al fogón del gaucho en un cráneo ye-guarizo, y sangrar por la noche a causa del espadínde la gran chinche americana llamada ―vinchuca‖,que nada se piensa de ello.

Es igualmente cierto que cabalgando como gau-cho, tiene que ensillar uno su caballo, vivir de carney agua, dormir en el suelo y galopar de ciento a cien-

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to cincuenta millas diarias (en caso de jornada for-zada) y hacerlo así es, sin duda, calculado para vigo-

rizar la salud e infundir en el ánimo agradable sen-timiento de independencia.

JOSEPH A NDREWS 

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Las pampas

Las Pampas son llanuras inmensas que se ex-tienden hasta donde alcanza la vista con casiningún accidente en la superficie, cubierta de pajasy cardos altos, tan grandes en verano, que imprimenal campo aspecto de matorral; como era otoño, esta-ban caídos y el campo en muchos sitios cubierto con

los tallos. La paja común, larga y fina, no crece encésped compacto como en Inglaterra, sino en peque-ñas matas casi juntas; en los terrenos bajos alcanzamás de cuatro pies de altura; se llena de mosquitosque fastidian al viajero horriblemente cubriendo ca-ballo y jinete. El paisaje es sumamente triste, sin unarbusto donde descansar la vista, ni más poblacio-nes que las postas para indicar al viajero que estáen el mundo habitable. Las postas se encuentran ge-neralmente cada cuatro leguas y son construidas deadobe; techadas con ramas torcidas traídas de lejos,y cubiertas de paja y barro.

ROBERT PROCTOR 

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Cardos en las pampas

En primavera el trébol ha desaparecido, lashojas del cardo se han extendido por el suelo y elcampo todavía parece una cosecha de nabos. Antesde un mes el cambio es de lo más extraordinario; to-da la región se convierte en exuberante bosque decardos enormes que se lanzan de repente a diez u

once pies de altura y están en plena florescencia. Elcamino o senda está encerrado en ambos lados; lavista completamente impedida; no se ve un animal,y los tallos de cardo se juntan tanto y son tan fuer-tes, que, aparte de las espinas de que están arma-dos, forman una barrera impenetrable. El rápido de-sarrollo de estas plantas es del todo sorprendente; yaunque sería infortunio desusado en la historia mi-litar, sin embargo es realmente posible que un ejér-cito invasor, sin conocimiento del país, sea aprisio-nado por estos cardales antes de darle tiempo paraescapar. No pasa el verano sin que la escena sufraotro cambio rápido; los cardos, de repente, pierden

su savia y verdor, sus cabezas desfallecen, las hojasse encojen y marchitan, los tallos se ponen negros ymuertos y zumban al frotarse entre sí con la brisa,

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hasta que la violencia del pampero los nivela a rasdel suelo, donde rápidamente se descomponen y des-

aparecen, el trébol puja y el campo recobra su ver-dor.

FRANCIS BOND HEAD 

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La vida fácil

 A la gran abundancia de caballos y de ganadovacuno se atribuye el que los españoles e indios nocultiven sus tierras con ese cuidado y diligencia quese requiere, y que la ociosidad haya cundido tantoentre todos ellos. Lo más sencillo es que cualquierade ellos pueda tener o amansar una tropilla de caba-

llos, mientras que armado con su cuchillo y su lazoestá ya habilitado para proporcionarse manuten-ción; vacas y terneros abundan lejos de la vista desus dueños; así que es fácil carnearlos sin que seaperciban y ésta es la práctica general.

THOMAS F ALKNER 

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 Algarroba

Eran chañares, espinillos y algarrobos. Estosúltimos abundaban más. Es el árbol más útil quetienen los indios. Su leña es excelente para el fuego,arde como carbón de piedra; su fruta engorda y ro-bustece los caballos como ningún pienso, les da fuer-zas y bríos admirables; sirve para elaborar la espu-

mante y soporífera chicha, para hacer patay, pisán-dola sola, y pisándola con maíz tostado una comidaagradable y nutritiva.

Los indios siempre llevan bolsitas con vainas dealgarroba, y en sus marchas la chupan, lo mismoque los coyas del Perú mascan la coca. Es un ali-

mento, y un entretenimiento que reemplaza el ciga-rro.

LUCIO V. M ANSILLA 

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Tigres y leones

Me aseguran estas gentes que los tigres huyendel hombre cuando no están muy hambrientos oacostumbrados a comerlo; que no se atreven a los to-ros o vacas; que sólo embisten las terneras y caba-llos; que para matarlos, no lo hacen con las uñas odientes sino saltándoles al cuello y tomándoles con

una mano el hocico y con la otra la cerviz, haciendofuerza hasta desnucarlos. Añaden que los tigres ce-bados prefieren la carne de los negros, porque cuan-do tienen elección, llevan un hombre negro entremuchos blancos. Después del negro, dicen que to-man al mulato o indio, y el último es el blanco.

Dicen también que el león jamás hace daño alhombre, aunque le persiga, que en este caso se subea los árboles y llora; pero que hace mucho daño a losganados mayores y menores porque mata cuantopuede cada vez, aunque sólo haya de comer parte deuno; que el tigre es tan al contrario, que si halla dos

animales uncidos o acollarados, sólo mata al uno ylo hace arrastrar hacia el bosque por el vivo; y quehasta consumido el muerto, no mata al vivo. El mo-

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do de cazar a unos y otros, es persiguiéndoles doshombres en buenos caballos; cuando el tigre halla

árbol o maciega, se sienta. Allí le embiste el uno pa-ra que huya, y luego que sale hostigado tras deaquél o tras los perros, el otro le tira el lazo y echa acorrer a la disparada, arrastrándole hasta que cono-ce que está muerto, o bien el otro le enlaza también,y tiran cada uno por su lado, hasta matarle.

FÉLIX DE A ZARA 

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El tucutuco

El tucutuco (Gtenomys brasiliensis) es un curioso

animalito que puede ser descripto en pocas pala-bras: un roedor que tiene las costumbres del topo.En gran manera abundante en algunas partes delpaís, no es sin embargo nada fácil procurárselo, por-que, según creo, jamás sale de debajo de la tierra. Al

extremo de su madriguera deja un montoncito detierra, igual que hace el topo; sólo que ese montón esmás pequeño. Esos animales minan tan totalmenteconsiderables espacios, que los caballos, al pasar porencima de sus galerías, a menudo se hunden hastael corvejón. Los tucutucos, hasta cierto punto pare-cen vivir en sociedad; el hombre que me facilitó misejemplares había cogido seis de un golpe, y me dijoque era cosa muy corriente coger a muchos juntos.No se mueven más que durante la noche; se alimen-tan principalmente de las raíces de las plantas y,para encontrarlas, abren inmensas galerías. En to-das partes se reconoce la presencia de ese animal

gracias a un ruido muy particular que hace bajo tie-rra. Una persona que oye por vez primera ese ruidoqueda muy sorprendida; porque no es cosa fácil de-

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cir de dónde viene y es imposible suponer qué ser esel que lo origina. Ese ruido consiste en un gruñido

nasal corto, intermitente, repetido rápidamente cua-tro veces y en el mismo tono; se ha dado a ese ani-mal el nombre de tucutuco para imitar el sonido queorigina. Allí donde abunda este animal, se le puedeoír en todos los instantes del día y, a menudo, exac-tamente debajo del lugar en que uno se encuentra.

CHARLES D ARWIN.

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Los venados

El único mamífero indígena que se encuentraaún, muy común por lo demás, es el Cervus campes-tris. Este ciervo abunda, reunido a menudo en pe-

queños rebaños, en todas las regiones que bordeanel Plata y en la Patagonia septentrional. Si se ras-trea por el suelo para acercarse a un rebaño, estos

animales, impulsados por la curiosidad, adelantan amenudo hacia el que se arrastra; yo, empleando estaestratagema, he podido dar muerte, en el mismo si-tio, a tres ciervos pertenecientes al mismo rebaño.Pero aunque sea tan manso y tan curioso, se vuelveexcesivamente desconfiado así que os ve a caballo;nadie, en efecto, va a pie en este país, y el ciervo nove un enemigo en el hombre más que cuando éste vaa caballo y armado de boleadoras.

CHARLES D ARWIN.

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La calandria

Me he fijado mucho en un pájaro burlón, al quelos habitantes del país denominan calandria; estepájaro deja oír un canto superior al de los otrospájaros del país, y es casi el único de la América delSur al que he visto posarse para cantar. Su cantopuede ser comparado al de la curruca, sólo que es

más potente; algunas notas duras, muy altas, semezclan a un gorjeo muy agradable. No se le oyemás que durante la primavera; en las otras estacio-nes del año, su grito penetrante está muy lejos deser armonioso.

CHARLES D ARWIN.

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Los baguales

Los caballos alzados no tienen dueño, y andandisparando en grandes manadas por aquellas vastasllanuras que delimitan hacia el este con la provinciade Buenos Aires y el mar océano hasta llegar al RíoColorado; al oeste con las cordilleras de Chile y elprimer Desaguadero; al norte con las sierras de

Córdoba, Yacanto y Rioja; y al sur con los bosquesque son los límites entre los tehuelches y diuihets.Se lo andan de un lugar a otro contra el viento, y enun viaje que hice al interior, el año 1744, hallándo-me en estas llanuras durante unas tres semanas,era tal su número que por más de quince días me ro-dearon por completo. Algunas veces pasaron pordonde yo estaba en grandes tropillas a todo escapedurante dos horas sin cortarse; y durante todo estetiempo, a duras penas pudimos, yo y los cuatro indi-os que entonces me acompañaban, librarnos de quenos atropellasen e hiciesen mil pedazos. Otras veceshe transitado por esta misma región sin ver uno sólo

de ellos.

THOMAS F ALKNER.

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Costumbres de las vizcachas

La vizcacha tiene una costumbre muy extraña;lleva a la entrada de su madriguera cuantos objetosduros puede encontrar. Alrededor de cada grupo deagujeros se ven reunidos, formando un montón irre-gular, casi tan considerable como el contenido deuna carretilla, huesos, piedras, tallos de cardos, te-

rrones de tierra endurecida, barro seco, etc.

CHARLES D ARWIN.

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  La tradición y el gaucho 

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La pulpería

En el interior de la pulpería se encuentra la rejadetrás de la cual está instalado el mostrador, cercadel cual la flor del gauchaje de la comarca, holgaza-nea o se sienta con los dedos del pie proyectándosepor la punta de sus botas de potro, balanceando suspiernas y marcando con el tintineo de sus espuelas

el compás del ―cielito‖ ejecutado por el payador, ensu desvencijada guitarra con cuerdas de tientos decuero de yegua.

Detrás de la reja — señal en la pampa de la eter-na antipatía entre los que compran y los que ven-den —   algunas estanterías de pino amarillo que os-

tentan ponchos fabricados en Leeds, calzoncillos deconfección, alpargatas, higos, sardinas, pasas de uva, galleta  — pues la galleta solamente se comía en laspulperías —   jergones, y en un rincón ―la botillería‖,donde el vermuth, el ajenjo, el porrón de ginebra, elcarlón y el vino seco están en fila con un barril decaña brasileña, sobre el cual el pulpero hace osten-

tación de su cuchillo y revólver. Afuera, los senderos convergen por entre las viz-

cacheras hacia la pulpería, como los rieles en un em-

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palme. En el ―palenque‖ frente a la puerta, vénse loscaballos, asegurados por fuertes cabestros (de cuero

crudo), sus cabezas gachas bajo el fuerte sol, cam-biando ocasionalmente de pata, mientras otros, ma-neados, se mueven con saltitos de canguro.

R. B. CUNNINGHAME GRAHAM.

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  La tradición y el gaucho 

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Pulpería y gauchos

Pasamos la noche en una pulpería. Un gran nu-mero de gauchos acuden allí por la noche a beber li-cores espirituosos y a fumar. Su apariencia es cho-cante; son por lo regular altos y guapos, pero tienenimpresos en su rostro todos los signos del orgullo ydel libertinaje; usan a menudo el bigote y el pelo

muy largos y éste formando bucles sobre la espalda.Sus trajes, de brillantes colores, sus formidables es-puelas sonando en sus talones, sus facones coloca-dos en la faja a guisa de dagas, facones de los quehacen uso. Tienda o bazar y taberna al mismo tiem-po. Con gran frecuencia, les dan un aspecto por com-pleto diferente del que podría suponer su nombre degauchos o simples campesinos. Son en extremo cor-teses; pero, en tanto que os hacen un gracioso salu-do, puede decirse que se hallan dispuestos a asesi-naros si se presenta la ocasión.

CHARLES D ARWIN.

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  La tradición y el gaucho 

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 Asado al asador

 Al averiguar lo que había para cenar, encontréque se había sacrificado un capón y, como todo eranovedad, me dirigí a la cocina. Era una suerte de co-bertizo en el mojinete del rancho, antes cubierto, pe-ro que ahora le faltaba la mitad del techo; en mediodel piso de tierra había un hoyo abierto, no sé si por

el uso o de propósito, en que ardía un fogón de leñay dos o tres asadores clavados alrededor, en que es-taba ensartado medio capón. Tal es la manera dehacer asado, plato común del país. En derredor delfogón se sentaron mis peones, y como su apetito nopodía esperar que el asado principal estuviese listo,se proveyeron de algunas varillas largas, con peda-

citos de carne en la punta, que acercaba al fuegohasta tocar las llamas; así que uno de éstos se soa-saba convenientemente de un lado, lo engullían. Sumanera de comer no era muy elegante; tomaban lacarne con los dientes, mientras tenían en la mano lavarilla; cuando cortaban la carne que habían mordi-do, colocaban por segunda vez la varilla en el fuego

y repetían la operación sucesivamente, sirviéndosedel mismo modo.

ROBERT PROCTOR.

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  La tradición y el gaucho 

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La carne como alimento

Cuando crucé primero las Pampas iba con un ca-rruaje, y aunque acostumbrado a cabalgar toda mivida, no podía seguir a los peones y después de galo-par cinco o seis horas, me veía obligado a entrar enel carruaje; pero después de andar montado tres ocuatro meses, y alimentándome de carne y agua, me

encontré en un estado que sólo puedo describir di-ciendo que sentía que ningún esfuerzo me resultabaimposible. Aunque siempre llegaba completamentecansado hasta no poder hablar, pocas horas de sue-ño en el recado me reponían tanto que, por una se-mana, podía diariamente andar a caballo desde an-tes de salir el sol hasta dos o tres horas después deponerse, y cansar efectivamente diez o doce caballospor día. Esto explicaría las distancias inmensas quese dice cabalgan los sudamericanos, y afirmo quepueden hacerse solamente alimentándose con carney agua.

FRANCIS BOND HEAD.

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El charque

No pudiéndose conseguir provisiones en el cami-no, fue también necesario llevar con nosotros todo elcomestible, así como útiles de cocina. Los peones vi-ven en viaje exclusivamente de ―charque‖ o sea car-ne preparada del modo siguiente, cuya preparaciónconstituye un comercio: Una vez muerta la bestia,

se desposta en grandes mantas; luego se llevan bajola ramada donde se hacinan con capas de sal y seapisonan bien para extraerles sangre y jugos: pasa-dos uno o dos días, se separan y tienden al sol hastaque se secan y ponen completamente negras. En es-te estado se acondicionan en atados para exporta-ción, consumiéndose mucho en el interior por mine-ros y en el mar por marineros. Cuando se come elcharque, se sazona con ají y pónese en agua calien-te, haciendo una especie de sopa espesa.

ROBERT PROCTOR.

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Caza de perdices

Habéis oído que las perdices se cazan con perdi-gones, pero quizás no sospecháis cómo se agarran enaquellos países. Caminamos unas quinientas yardasdesde la casa, seguidos por dos gauchos a caballo.Cada uno tenía en sus manos un rebenque. Luegovimos veintenas de perdices atisbando con sus cabe-

citas por encima del pasto. Los gauchos se dirigieronal primer par que vieron, e inclinándose hasta la mi-tad del costado del caballo, comenzaron a describir(con sus rebenques) un gran círculo alrededor de lasaves, mientras éstas, con ojos ansiosos, seguían elmovimiento. Gradualmente, el mágico circulo se es-trechaba y las perdices encantadas, se asustaban

más y más, sin intentar escaparse. Quedaron estu-pefactas, y los peones, acercándose a ellas, con unsúbito y diestro golpe de rebenque les dieron en lacabeza. Las pequeñas inocentes fueron entonces, nometidas en el morral (porque los gauchos no tienental chisme de caza), sino colgadas, una por una, deun tiento del recado; luego de tomar así seis yuntas,

aproximadamente en quince minutos, retornamos alas casas...

JOHN  Y  WILLIAM P ARISH ROBERTSON.

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Caza de perdices

Me sorprendí también mucho al observar la des-treza con que esta gente agarra perdices. Esto seejecuta mediante un lacito de cerda fijado en la pun-ta de una caña. Cuando van de galope, la mirada delgaucho, notable por su rapidez, descubre la perdiz;al instante da vuelta el caballo y describe un círculo

alrededor de la presa, que va gradualmente estre-chando. La perdiz, que atiende al lacito corredizo ydesdeña al engañador, que se aproxima cada vezmás, se confunde y en vez de volar, permite la enla-ce del pescuezo y la levante como a un pescado. El jinete la cuelga en la cabezada del recado, y luegogalopa en seguimiento de sus compañeros, a los quepronto alcanza. Mediante esta manera de atrapar-las, diariamente teníamos abundancia de perdicespara cenar.

JOSEPH A NDREWS.

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Estancias

En el desierto inculto están las llamadas estan-cias, o granjas de pastoreo, que constituyen la prin-cipal fortuna de los ricos, y son de dimensiones va-riadas, algunas tan grandes como municipios, otambién distritos. Tienen desde veinte a sesenta milcabezas de ganado, en una sola de estas propieda-

des. Antes de la revolución, se avaluaban en un du-ro más o menos por cabeza; porque la tierra apenasse tomaba en cuenta. Desde esa época, el valor deambos se ha más que duplicado. Por esto se veráque una granja de pastoreo en Opeloussas, de diez oquince mil cabezas, valuadas en diez duros cadauna, vale tanto como aquí una estancia de cincuentamil. El cuidado de éstas se confía a esos centaurosde que ya he hablado, bajo la denominación de gau-chos.

H. M. BRACKENBRIDGE.

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El espíritu de libertad

Es una opinión generalmente reconocida que lospaíses montañosos producen gentes animadas de unespíritu libre, y dotados de valor suficiente para con-servar su libertad, al paso que los habitantes de lasllanuras se consideran más dispuestos para sufrirlas cadenas del despotismo. Pero este principio de-

berá invertirse si comparamos al gaucho errante,que siempre gozó su independencia individual, conel humilde montañés del Perú, tratado infinitamen-te peor de lo que se trata a los esclavos negros encualquier parte del mundo. De esto resulta que losinstituciones políticas tienen algunas veces más in-fluencia en el carácter de los habitantes de un país,que el que puede atribuirse a las montañas y llanu-ras.

JOHN MILLER.

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 Aprendizaje gaucho

Nacida en tosco rancho, la criatura gaucha reci-be poco cuidado, pero se le deja columpiar en unahamaca de cuero colgada del techo. El primer año desu vida gatea desnuda, y he visto más de una vezmadre que entrega al niño de esta edad un cuchillofiloso, de un pie de largo, para que se entretenga.

Tan luego como camina, sus diversiones infantilesson las que lo preparan para las ocupaciones de suvida futura: con lazo de hilo acarreto trata de atra-par pajaritos, o perros cuando entran o salen delrancho. Cuando cumple cuatro años, monta a caba-llo e inmediatamente es útil para ayudar a traer el

ganado al corral. El modo de cabalgar de estos niñoses completamente extraordinario; si un caballo tratade escapar de la tropilla que conducían al corral, hevisto frecuentemente al chicuelo perseguirlo, alcan-zarlo y hacerlo volver, zurrándolo todo el camino; envano el animal intenta escurrirse y escapar, pues elchico lo sigue y se mantiene siempre cerca; y es casocurioso, a menudo observado, que el caballo monta-do siempre alcanza al suelto.

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Sus diversiones y ocupaciones pronto se hacenmás viriles; sin cuidarse de las vizcacheras que mi-

nan las llanuras, y son muy peligrosas, corre aves-truces, gamas, leones y tigres; los agarra con las bo-leadoras, y con el lazo diariamente ayuda a enlazarganado chúcaro y arrastrarlo hasta el rancho paracarnear o marcar. Doma potrillos del modo que hede describir y en estas ocupaciones es frecuente queande afuera del rancho muchos días, cambiando ca-

ballo cuando se le cansa el montado, y durmiendo enel suelo. Como el alimento constante es carne yagua, su constitución es tan fuerte que lo habilitapara soportar una gran fatiga; y difícilmente se creelas distancias que recorrerá y el número de horasque permanecerá a caballo. Aprecia enteramente la

libertad sin restricciones de tal vida; y sin conocersujeción de ninguna clase, su mente a menudo sellena con sentimientos de libertad, tan nobles comosencillos, aunque naturalmente participan de loshábitos salvajes de su vida. Vano es intentar expli-carle los lujos y bendiciones de una vida más civili-zada; sus ideas son que el esfuerzo más noble delhombre es levantarse del suelo y cabalgar en vez decaminar  — que no hay adornos o variedad de ali-mentación que compense la falta de caballo —   y elrastro del pie humano en el suelo es en su mentesímbolo de falta de civilización.

FRANCIS BOND HEAD.

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Los cueros

El principal renglón de que sacan dinero loshacendados es el de los cueros de toros, novillos yvacas que regularmente valen allí de seis a nuevereales, a proporción del tamaño. Por el número decueros que se embarcan para España no se puedeinferir las grandes matanzas que se hacen en Mon-

tevideo y sus contornos y en las cercanías de Buenos Aires, porque se debe entrar en cuenta las grandesporciones que ocultamente salen para Portugal y lamultitud que se gasta en el país. Todas las chozas setechan y guarnecen de cueros, y lo mismo los gran-des corrales para encerrar el ganado. La porción depetacas en que se extraen las mercaderías y se con-ducen los equipajes son de cuero labrado y bruto. Enlas carretas que trajinan a Jujuy, Mendoza y Co-rrientes se gasta un número muy crecido, porque to-dos se pudren y se encogen tanto con los soles, quees preciso remudarlos a pocos días de servicio; y, enfin, usan de ellos para muchos menesteres, que fue-

ra prolijo referir, y está regulado se pierde todos losaños la carne de dos mil bueyes y vacas, que solosirven para pasto de animales, aves e insectos, sin

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traer a la cuenta las porciones considerables que ro-ban los indios.

CONCOLORCORVO.

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Matadero a campo

 Vi también en diversos días matar dos mil torosy novillos, para quitarles el cuero, sebo y grasa, que-dando la carne por los campos. El modo de matarloses éste: montan seis o más hombres a caballo, y dis-puestos en semicírculo, cogen por delante doscientoso más toros. En medio del semicírculo que forma la

gente, se pone el vaquero que ha de matarlos; éstetiene en la mano un asta de cuatro varas de largo,en cuya punta está una media luna de acero de buencorte. Dispuestos todos en esta forma, dan a los ca-ballos carrera abierta en alcance de aquel ganado.El vaquero va hiriendo con la media luna a la últi-ma res que queda en la tropa; mas no lo hiere comoquiera, sino que al tiempo que el toro va a sentar elpie en tierra, le toca con grandísima suavidad con lamedia luna en el corvejón del pie, por sobre el codi-llo, y luego que el animal se siente herido, cae entierra, y sin que haya novedad en la carrera, pasa aherir a otro con la misma destreza, y así los va pa-

sando a todos, mientras el caballo aguanta; de modoque yo he visto, en sola una carrera (sin notar en elcaballo detención alguna), matar un solo hombre

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ciento veinte y siete toros. Luego, más despacio, des-hacen el camino y cada un peón queda a desollar el

suyo, o los que le pertenecen, quitando y estaquean-do los cueros, que es la carga que de este puerto lle-van los navíos a España.

FRAY  PEDRO P ARRAS.

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Contramarca

En un país en el que los campos no están cerra-dos por cercos ni zanjas, la marca constituye la úni-ca garantía de propiedad y su dibujo se deposita enlos archivos públicos. Cuando se venden caballos ybueyes, el nuevo propietario estampa su marca, y elantiguo dueño también de nuevo la suya, en señal

de que acepta el contrato, por lo que dos marcas dela misma forma se anulan. Muchas veces he vistocaballos que tenían el cuero como un mapa geográfi-co, marcado en los dos flancos y hasta en el cuello. Alas ovejas se las contramarca, con cortes de diversasformas, en las orejas, lo que también suele hacersecon los bueyes, para evitar las equivocaciones entremarcas semejantes. Es curioso ver cómo el gauchomás grosero o menos inteligente, que tal vez no co-noce la o, por redonda, sabe distinguir perfectamen-te y a primera vista, cien marcas distintas entre re-baños de varios propietarios que se han mezclado, lomismo que traza el dibujo de todas, en el suelo, aun-

que algunas sean complicadísimas.

P AOLO M ANTEGAZZA.

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Disparada del rodeo

Bastaba la menor cosa, el vuelo de un sombreroarrastrado por el viento, el aletear de un poncho, lacaída de un caballo que tropezara en algún hoyo, pa-ra que todo esfuerzo fuera tan vano como el del quequisiera espantar de un campo una nube de langos-tas. En un instante todo el ganado se enloquecía; las

reses echaban chispas por los ojos, alzaban colas ycabezas, y, como una marejada, todo el rodeo, decuatro o cinco mil reses, con bramido ensordecedor ytronar de río caudaloso, en plena inundación, partíade estampía. No había nada que pudiera detenerleel paso. Por sobre los collados y las abruptas que-

bradas de los arroyos, pasaban como se extiende elfuego en la yerba, en las llanuras.

Entonces era cuando había que ver a los gau-chos. Caído el sombrero de la cabeza, retenido en elaire por un barboquejo, y zafándose el poncho enplena carrera, el capataz galopaba a cortar el to-

rrente de animales en fuga.Los peones se separaban como las varillas de un

abanico, aguijoneando a sus caballos con sus gran-

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des espuelas de hierro y con recios golpes de sus re-benques, tratando a su vez de ponerse al frente. Los

que quedaban envueltos en el montón embravecido,no tenían más esperanza de salvarse que en los cas-cos de sus caballos  — a uña de buen caballo — ; seveían estrujados entre los animales, pero conservan-

do su serenidad, vigilantes, erguidos en sus ―recaos‖y listos para aprovechar la primera oportunidad deescurrir el bulto.

Sí por casualidad sus caballos caían, su suerteestaba echada. El huracán pasaba por sobre ellos ysus cuerpos quedaban en la llanura, como los de ma-rinos arrojados a la playa después de un naufragio,destrozados y horribles.

Los hombres que se habían extendido a los lados,se reunían ahora, al ponerse adelante y galopaban ala cabeza del torrente enfurecido, agitando los pon-chos y blandiendo sus rebenques en lo alto. Ellostambién corrían gran peligro de perder la vida, si elganado atravesaba una vizcachera o un cangrejal.Era de ver, entonces, los prodigios de equitación.

R. B. CUNNINGHAME GRAHAM.

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El gaucho y el caballo

El gaucho tiene siempre las piernas más o menosarqueadas y cuando más pronunciado se hace esedefecto, mejor le resultan para la lucha por la vida.Separado del caballo, sus movimientos aparecendesmañados y torpes, semejantes a esos tardígradosmamíferos de hábitos arbóreos, cuando los arrancan

de los árboles en que trepan. Camina el gaucho unpoco a la manera de los patos, asentando los pieshacia adentro, y como si echara de menos las rien-das en las manos. Esto acaso sirva para explicar porqué los extranjeros, juzgándolo desde un punto devista muy personal, lo acusen invariablemente deperezoso. Porque a caballo, el gaucho es el más acti-

vo de los mortales. La paciencia con que soporta pri-vaciones que a otros llevarían a la desesperación,las jornadas afanosas que cumple, sus proezas de jinete, las distancias que recorre sin darse reposo nialimento, son cosas que maravillan al común de loshombres. Pero, privadle de su caballo y no podráhacer más que sentarse en el suelo, cruzado de pier-

nas, o en cuclillas sobre sus talones. Le habréis cor-tado los pies, como él diría en su lenguaje figurado.

WILLIAM HENRY  HUDSON.

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  La tradición y el gaucho 

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Equitación gaucha

Los peones son eximios jinetes y varias veces loshe visto al galope soltar las riendas sobre el pescue-zo del caballo, sacar del bolsillo una tabaquera conpicadura, y, con un pedazo de papel o chala, armarcigarrillos y luego encender el yesquero y el cigarro.

FRANCIS BOND HEAD.

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  La tradición y el gaucho 

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Equitación gaucha

Sabido es que los gauchos son excelentes jinetes.No comprenden que un hombre pueda ser derribadodel caballo por muchos ―extraños‖ y reparadas quehaga éste. Para ellos, un buen jinete es el que puededirigir un potro salvaje, que si su caballo cae, sepaquedar de pie, y otras hazañas análogas.

He oído a un hombre apostar que él haría caer asu caballo veinte veces seguidas sin caer él ningunavez. Recuerdo haber visto un gaucho que montabaun caballo muy arisco; tres veces seguidas se le en-cabritó tan por completo, que cayó de espaldas congran violencia; el jinete conservó toda su sangre fría

y calculó cada vez el momento preciso para echarpie a tierra; y apenas estaba de pie nuevamente elcaballo, cuando ya el hombre saltaba sobre él; al fin,partieron al galope. El gaucho jamás parece emplearla fuerza. Un día, mientras yo galopaba al lado deuno de ellos, excelente jinete por lo demás, me decíayo que él prestaba muy poca atención a su caballo y

que en caso de que éste hiciera un ―extraño‖, segu-ramente sería desmontado. Apenas me había hechoesta reflexión, cuando un avestruz salió de su nido,

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a los pies mismos del caballo; el potro dio un saltode costado, pero el jinete, todo lo que puedo decir es

que, aunque compartiendo el susto de su caballo,saltó de costado con él, pero sin abandonar la silla.

C ARLOS D ARWIN.

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El salto de la maroma

Entre las cosas que hacen para divertir a loshuéspedes, la destreza en montar a caballo es la os-tentación favorita de un estanciero. Este disponeque traigan unos cuantos potros sin domar y que losmetan en el corral, que es un círculo cerrado defuertes estacas clavadas en el suelo y atadas unas a

otras con tiras de cuero; algunas veces son de tapiasde tierra o de piedra. Colocan una barra a una altu-ra proporcionada en la única entrada que tiene elcorral, la cual es tan estrecha que no cabe más queun caballo a la vez. Un peón se pone encima, abiertode piernas, y se deja caer perpendicularmente sobreel lomo de uno de los potros que pasan a galope pordebajo, y se sostiene en pelo, sin silla ni brida, ase-gurando sus largas espuelas contra la barriga delpotro, el cual principia a hacer corcovos, a dar coces,levantarse de manos, dar brincos, saltos de carneroy cuantos esfuerzos puede para tirar al jinete, hastaque asustado y rendido, se deja manejar perfecta-

mente. Si el peón desea desmontar antes que el ca-ballo esté cansado, arma una especie de zancadillaponiendo un pie entre los brazuelos del potro, le

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aprieta debajo del pecho y, poniéndose derecho, caeel caballo a sus pies, sin hacerse daño el jinete.

JOHN MILLER.

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Doma en el campo

Después encontramos una manada inmensa decaballos salvajes, y el joven Candioti me dijo:―Ahora, señor don Juan, he de mostrarle nuestromodo de domar potros‖. Así diciendo, se dio orden deperseguir la manada; y otra vez los jinetes gauchospartieron como relámpagos y Candioti y yo los

acompañamos. La manada se componía de más omenos dos mil caballos, relinchando y bufando, conlas orejas paradas, la cola flotante y crines al viento.Huyeron asustados desde el momento que se aperci-bieron de que eran perseguidos. Los gauchos lanza-ron su grito acostumbrado; los perros quedaron re-zagados; y no fue antes de seguirlos a toda velocidady sin interrupción en un trayecto de cinco millas,que los dos peones que iban adelante lanzaron susbolas al caballo que cada uno había cortado de lamanada. Dos valientes potros cayeron al suelo conhorrible rodada. La manada continuó su huida des-esperada abandonando a los compañeros caídos. So-

bre éstos se precipitó todo el grupo de gauchos; fue-ron enlazados de las patas; un hombre sujetó la ca-beza de cada caballo y otro el cuarto trasero; mien-

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tras, con singular rapidez y destreza otros dos gau-chos enriendaron y ensillaron a las caídas, trémulas

y casi frenéticas víctimas. Hecho esto, los dos hom-bres que habían boleado los potros, los montaroncuando todavía yacían en el suelo. En un momentose aflojaron los lazos que los ligaban y al mismotiempo una gritería de los circunstantes asustó detal modo a los potros, que se pararon en cuatro pa-tas, pero con gran sorpresa suya, cada uno con un

 jinete en el lomo, como remachado al recado, y su- jetándolo mediante el nunca antes soñado bocado.Los animales dieron una voltereta simultánea sor-prendente; se abalanzaron, manotearon y cocearon,luego salieron a todo correr y, de vez en cuando, enmedio de la furia, se sentaban con la cabeza entre

los remos, tratando de arrojar al jinete. ¡Qué espe-ranza! Inmóviles se sentaban los dos tapes; se reíande los esfuerzos inútiles de los turbulentos y furio-sos animales para desmontarlos; y en menos de unahora desde que fueron montados, era muy evidentequién iba a ser el vencedor.

JOHN  Y  WILLIAM P ARISH ROBERTSON.

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Doma

El corral estaba atestado de caballos, la mayorparte de tres o cuatro años. El capataz, montado enpingo fuerte y firme, entró al corral y enlazó un po-tro del pescuezo, llevándolo a la tranquera. Poralgún tiempo el animal no quiso abandonar a suscamaradas, pero, desde el momento que se le forzó a

salir del corral, no tuvo más idea que huir; sin em-bargo, el estirón del lazo lo contuvo del modo máseficaz. Los peones corrieron y lo pialaron de las cua-tro patas, justo sobre las ranillas, y tirando, se las juntaron tan de repente que cayó y, realmente, creíque había muerto del porrazo. Al momento un gau-cho se le sentó en la cabeza y con un cuchillo largo,en pocos segundos lo cerdeó, mientras otro cortabala punta de la cola. Me dijeron que esto era señal deque el potro había sido montado. Luego le ponen unbocado de cuero a guisa de freno y un maneadorfuerte en la cabeza. El gaucho que iba a subirloarregló las espuelas, descomunalmente largas y afi-

ladas, y mientras, dos hombres tenían al animal delas orejas, le puso el recado cinchándolo sumamentefuerte; luego se asió de la oreja del potro y en un

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instante saltó sobre el lomo; con esto, el hombre quesujetaba el potro con el maneador, tiró la punta de

éste al jinete y desde ese momento nadie pareciópreocuparse del domador. El potro inmediatamentecomenzó a bellaquear de modo que era muy difícil al jinete sostenerse, y del todo diferente a la coz o zam-bullida del caballo inglés; sin embargo las espuelasdel gaucho pronto lo hicieron mover y salió al galo-pe, haciendo cuanto podía para desembarazarse del

domador. Inmediatamente se sacó otro potro del co-rral, y era tan rápida la maniobra, que doce gauchosmontaron en tiempo que difícilmente creo llegase auna hora.

FRANCIS BOND HEAD.

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Una tropilla

La yegua madrina era alazana overa, el potrilloque la seguía bayo cabos negros, los caballos overosnegros y todos con sus crines bien tusadas, según lamoda gaucha, dejando la agarradera cayendo del la-do de montar, y en tan buenas condiciones de gordu-ra que se podría jugar un ―monte‖ sobre su lomo.

Dos de ellos no eran ni chúcaros ni mansos; dosmedio bagualones, uno ligero de montar, otro casiimposible de parar a mano, y cuando se le agarrabano valía nada más que para sujetarlo a una estaca yutilizarlo como nochero.

R. B. CUNNINGHAME GRAHAM.

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La tropilla

En aquellos tiempos, el criollo, desde el peón decampo más pobre hasta el rico propietario de tierrasy ganados, se preocupaba mucho por que sus caba-llos fueran todos de un mismo pelo. Cada individuotenía su tropilla propia, es decir, una media docenao docena de caballos, y unas veces más y los anima-

les de cada tropilla debían guardar el mayor pareci-do. Y así, había tropillas de zainos, de alazanes, debayos, de tordillos plateados, de tordillos negros, ba-rrosos, pangarés, oscuros, blancos u overos. En algu-nas estancias el ganado era también de un solo peloy recuerdo un establecimiento donde había unasseis mil vacas, todas negras.

WILLIAM HENRY  HUDSON.

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 Arreo de mulas

En lugar inmediato a dicha estancia de RuizDíaz, donde se juntan el río Tercero y Cuarto y com-ponen el Carcarañá, nos detuvimos toda la siesta,en cuyo tiempo llegó una tropa de tres mil muías,sacadas de las estancias de Buenos Aires, para elPerú. Eran todas de dos años y habían costado a dos

pesos y medio cada una. Para conducirlas, es nece-sario mucha peonada que las lleven o arreen en unmedio círculo; porque, si por algún acontecimientodispara y se divide la tropa, se pierden todas o lasmás; porque como en estas vastísimas campañashay muchos millares de yeguas y caballos cimarro-nes, alzados y sin dueño, una vez que se juntaroncon esas manadas, ya no hay remedio para rodear-las y separarlas, porque es ganado que atropella acuantos se presentan por delante, no obstante que,habiendo porción de gentes, suelen algunos utilizar-se con la industria del lazo.

FRAY  PEDRO P ARRAS.

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 Arrias

Salimos de Achiras la mañana siguiente y, pa-sando un gran pedregal, alcanzamos una ancha lla-nura. Viendo una tropa de muías acampada a lo le- jos, salí con el guía para visitarla. Venía de Mendo-za con cincuenta cargas de vino, acondicionado enbarrilitos, uno a cada lado de la mula. El campa-

mento estaba formado con la mayor simetría; lascargas en círculo, cada una separada, con el aparejode totora, en forma de mojinete descansando sobrelos barriles. Los arrieros se divertían en medio delcírculo mientras las bestias vagaban en libertad porel pasto natural. Conseguimos de esta gente algúnvino tinto de Mendosa, muy tolerable, que se vendemucho tanto en las ciudades provincianas como enBuenos Aires.

ROBERT PROCTOR.

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Rastreador

Poco después llegamos a un sitio donde había unpoco de sangre en el camino, y por un momento suje-tamos los caballos para mirarla; observé que algunapersona había quizás sido asesinada; el gaucho dijo:―no‖, y señalando rastros cerca de la sangre, me dijoque algún hombre había rodado y roto el freno, y

que, mientras estaba de pie componiéndolo, la san-gre evidentemente había salido de la boca del caba-llo. Repuse que acaso fuese hombre el herido, a loque el gaucho contestó: ―no‖, y señalando algunosrastros pocas yardas adelante sobre la senda, dijo:―pues vea, el caballo que ha salido al galope‖.

 A menudo me divertía aprendiendo de los gau-chos a descifrar los rastros de la pisada del caballo yel estudio era interesantísimo. Es del todo posibledeterminar por los rastros si los caballos van suel-tos, montados o cargados con equipaje; si son mane- jados por viejos o jóvenes, por chicuelos, o por ex-tranjeros que no conocen las vizcacheras, etc., etc.

FRANCIS BOND HEAD.

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Rastreadores

 A tales gentes, una sola ojeada a éste les cuentatodo un poema. Supongamos que examinan las hue-llas dejadas por un millar de caballos; pronto osdirán cuántos de ellos iban montados y cuántosmarchaban a galope corto; reconocerán por la pro-fundidad de las huellas qué número de caballos iban

cargados, y de la irregularidad de esas huellas elgrado de fatiga; en la forma como son cocidos los ali-mentos, si la banda que se persigue viaja rápida-mente o no; por el aspecto general, cuánto tiempohace que pasó por allí aquella tropa. Un rastro dediez o quince días atrás es lo bastante reciente paraque ellos lo sigan con facilidad.

CHARLES D ARWIN.

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Rastreador

En Ralicó hallamos un rastro casi fresco. ¿Quiénpodría haber andado por allí a estas horas, con seiscaballos, arreando cuatro, montando dos?

Solamente el cabo Guzmán y el indio Angelito  — los chasques que yo adelanté acto continuo de llegara Coli-Mula.

Los soldados no tardaron en tener la seguridadde ello. Fijando en las pisadas un instante su ojo ex-perto, cuya penetración raya a veces en lo maravi-lloso, empezaron a decir con la mayor naturalidad,como nosotros cuando yendo con otros reconocemosen la distancia ciertos amigos: ―ché, ahí va el gatea-

do, ahí va el zarco, ahí va el oscuro chapino‖.Los rastreadores más eximios son los sanjuani-nos y los riojanos.

En el batallón 12 de línea hay uno de estos últi-mos, que fue rastreador del General Arredondo du-rante la guerra del Chacho, tan hábil, que no sóloreconoce por la pisada si el animal que la ha dejadoes gordo o flaco, sino si es tuerto o no.

LUCIO V. M ANSILLA.

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 Apero, lazo y pingo

La montura es un lomillo sobre jergas para nolastimar el lomo del animal, y encima del lomillo po-nen dos o tres cueros de oveja para blandura; los es-tribos son generalmente triangulitos de maderacombada, en que caben los dos primeros dedos delpie; pero algunos se contentan con poner el dedo

grande en el ojal de una lonja que cuelga del recado.Cuando llegan pasajeros, el gaucho monta a ca-

ballo, generalmente ya ensillado, pues no se moveráuna yarda a pie, y juntando la manada que pasta enlas pampas salvajes, arrea todo al corral: yeguas,potros y caballos; luego entra a caballo con el lazo

revoleando sobre su cabeza y lo arroja al pescuezodel caballo que elige, con destreza asombrosa; el ani-mal, quizá galopando en derredor del corral, conoceinmediatamente que está enlazado y se detiene com-pletamente tranquilo; los peones entretanto esperanafuera con los frenos, y cuando se enlaza un caballo

lo sacan y ensillan. Los gauchos se cuidan especial-mente del pelo de sus caballos, siendo los más esti-mados el ruano y el overo; y produce un efecto pre-

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cioso ver inmensas manadas de estos animales, lin-dos y curiosamente marcados, galopando por el cam-

po. Tienen, sin embargo, tropillas de todos los colo-res, menos oscuro, del que no gustan.

ROBERT PROCTOR.

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Enlazar

La operación de mudar tomando a lazo en el me-dio del campo, a más del riesgo de que los caballosmenos asustadizos se espanten, disparen y se alcen,es sumamente morosa, requiere gran destreza yofrece peligros; de todos los ejercicios del gaucho, delpaisano, el más fuerte, el más difícil y el más ex-

puesto de todos es el del lazo. Cualquiera maneja enpoco tiempo regularmente, las boleadoras. Ni sermuy de a caballo, se requiere; ni siquiera muchafuerza. El manejo del lazo, al contrario, demandacompleta posesión del caballo, vigor varonil y agili-dad.

LUCIO V. M ANSILLA.

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Resistencia gaucha

Los demás aprestos consistieron en arreglar de-bidamente para que a nadie le faltara maneador,bozal con cabestro, manea y demás útiles indispen-sables y en preparar los caballos, componiéndoleslos vasos con la mayor prolijidad.

Cuando yo me dispongo a una correría sólo una

cosa me preocupa grandemente: los caballos.De lo demás, se ocupa el que quiere de los acom-

pañantes. Por supuesto que un par de buenos chiflesno ha de faltarle a ninguno que quiera tener pazconmigo. Y con razón: el agua suele ser escasa en laPampa y nada desalienta y desmoraliza más que la

sed. Yo he resistido setenta y dos horas sin comer,pero sin beber no he podido estar sino treinta y dos.Nuestros paisanos, los acostumbrados a cierto géne-ro de vida, tienen al respecto una resistencia pasmo-sa. Verdad que, ¡qué fatiga no resisten ellos!

Sufren todas las intemperies, lo mismo el sol que

la lluvia, el calor que el frío, sin que jamás se les oi-ga una murmuración, una queja. Cuando más tris-tes parecen, entonan un airecito cualquiera.

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Somos una raza privilegiada, sana y sólida, sus-ceptible de todas las enseñanzas útiles y de todos los

progresos adaptables a nuestro genio y nuestraíndole.

LUCIO V. M ANSILLA.

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 Aplastarse

Las cabalgaduras se habían aplastado algo conla legua y media de guadal.

 Aplastarse es un término del país, que vale másque fatigarse y menos que cansarse cuando se quie-re expresar el estado de un caballo.

LUCIO V. M ANSILLA.

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El marchado

 Venían andando a ese paso de la mula que ni estranco, ni es trote, ni es galope; pero que es rápido, yque, en la jerga de la lengua de nuestra tierra, sellama marchado.

Es una especie de trote inglés, una especie de so-brepaso, que al jinete le hace el efecto de que la mu-

la, en lugar de caminar, se arrastrara culebreando.Todos los aires de marcha, el tranco, el trote, el

galope, son cansadores, fatigan hasta postrar.

Sólo el marchado no deshace el cuerpo, ni produ-ce dolores en las espaldas ni en la cintura, permi-

tiendo dormir cómodamente sobre el lomo del machoo de la mula, como en veloz esquife que, rápido,hiende las mansas aguas, dejando tras sí espumosaestela que, aunque parezca macarrónico, compararéal rastro que deja en el suelo blando el híbridocuadrúpedo, cuya cola maniobra incesantemente aderecha e izquierda, a manera de timón, cuando se

mueve.

LUCIO V. M ANSILLA.

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Equitación gaucha

Los gauchos pueden obligar más a un caballoque un europeo. Un inglés acostumbrado a montar acaballo desde su infancia, asegura que cuando nopodía hacer andar sino al paso a un caballo ya can-sado, lo cambiaba con el del postillón gaucho, y éstelo sacaba al galope inmediatamente. El caballo del

postillón en manos del europeo se volvía pesado co-mo el otro, y cambiando los mismos caballos, volvíaa suceder lo propio. Parece que tienen el arte dehacerlos trabajar hasta que mueren, y como los ca-ballos ordinarios son de poco precio, su pérdida y lascrueldades que usan con ellos son cosas para ungaucho de poca consideración.

JOHN MILLER.

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El lazo

El lazo consiste en una cuerda muy fuerte, peromuy delgada, hecha con cuero sin curtir trenzadocon cuidado. Uno de los extremos está fijo a la anchacincha que sostiene el complicado aparejo del reca-do; el otro termina por una pequeña anilla de hierroo de cobre por medio de la cual se puede hacer un

nudo corredizo. El gaucho, en el momento de servir-se del lazo, conserva en la mano con que guía al ca-ballo una parte de la cuerda enrollada, en tanto quecon la otra sostiene el nudo corredizo, que deja muyabierto, porque ordinariamente tiene un diámetrode unos 8 pies. Lo hace girar alrededor de su cabeza,teniendo cuidado, por medio de un hábil movimientode muñeca, de tener abierto el nudo corredizo, des-pués lo arroja y lo hace caer sobre el lugar elegido.Cuando no se sirve del lazo lo enrolla y lo lleva asífijo al borrén trasero de la silla.

CHARLES D ARWIN.

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Ñanduceras

No sucede lo mismo al solitario avestruz: su cazaes tan divertida para el gaucho salvaje como la delzorro para los cazadores de Inglaterra; y adiestranlos caballos para perseguirlo en todos sus movimien-tos y ojeos. El avestruz es velocísimo, con la mayorfacilidad aparente. A menudo he intentado aproxi-

mármeles, pero invariablemente me dejaban muyatrás, contoneándose y mirando en torno con aire degrande importancia. Los nativos los bolean por lapluma. El método de agarrarlos es con dos bolas deplomo retobadas y unidas por una soga de cuero. Es-ta diversión se estila tanto en las Pampas, que loshombres siempre llevan consigo las boleadoras ata-das a los tientos; y se ve ejercitar a los muchachosen gallos y gallinas a inmediaciones del rancho.

ROBERT PROCTOR.

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Pialar

Una de las operaciones que exigen mayor agili-dad de músculos y más agudo golpe de vista es, sinduda, la de echar el lazo a un animal que huye,aprovechando el instante rapidísimo en que levantadel suelo una de sus patas anteriores, pasándolo porentre la ranilla y el casco y derribando en un relám-

pago al prisionero. He visto practicar esta operación,que se llama pialar, cien veces y otras tantas la headmirado como cosa prodigiosa. Los pialadores máshábiles, apuestan que ceñirán con el nudo de su lazola pata derecha o izquierda de un caballo que huye atodo galope, o las dos manos de un toro que corremugiendo. Es así que un hombre solo puede apode-rarse, sin armas de fuego, del animal más salvaje dela pampa, degollar a un buey, detener a un caballoque huye, estrangular a un tigre.

P AOLO M ANTEGAZZA.

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Boleando

Imposible imaginar ojos más agudos y manosmás seguras que las del gaucho. Un amigo mío, enviaje por la campaña, vio huir una familia de aves-truces, que, gracias a sus zancas, fatigan a los caba-llos más robustos. Espolear su caballo y desprenderde su silla las bolas fue cosa de un minuto. Cuando

ya cerca del avestruz estaba por arrojarle el arma,su caballo rodó, pero el argentino, enderezándose enpie y corriendo siempre, hizo silbar por el aire suproyectil y alcanzó al avestruz. Es habitual entre losgauchos permanecer de pie en las caídas del caballo,lo que les resulta más fácil a causa de los estribostan estrechos que usan y en los que apenas entra lapunta del pie.

P AOLO M ANTEGAZZA.

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Las boleadoras

Hay dos especies de boleadoras; las más senci-llas, empleadas para cazar avestruces, consisten endos piedras redondas cubiertas de cuero y reunidaspor una cuerda delgada y trenzada de unos 8 pies delongitud. Las otras difieren solamente de las prime-ras en que están compuestas de tres bolas reunidas

por cuerdas a un centro común. El gaucho tiene enla mano la más pequeña de las tres bolas y hace darvueltas a las otras dos en tomo a su cabeza y, luegode haber apuntado, las lanza, yendo las bolas, através del espacio, dando vueltas sobre si mismascomo las antiguas balas de cañón unidas por una ca-dena. Así que las bolas tropiezan con un objeto,cualquiera que sea, se enrollan alrededor de él en-trecruzándose fuertemente. El tamaño y el peso delas bolas varía según el fin a que están destinadas;hechas de piedra y apenas del tamaño de una man-zana, chocan con tanta fuerza, que algunas vecesrompen la pata del caballo en torno a la cual se en-

rollan; se hacen también de madera, del tamaño deun nabo, para apoderarse de los animales sin herir-los. Algunas veces las bolas son de hierro, y son

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éstas las que alcanzan la mayor distancia. La prin-cipal dificultad para servirse del lazo o de las bolea-

doras consiste en montar tan bien a caballo, que sepueda mientras se corre a galope, o cambiando depronto de dirección, hacerlos girar lo bastante regu-larmente alrededor de la cabeza para poder apun-tar; a pie se aprendería muy pronto a manejarlos.

CHARLES D ARWIN.

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Tejidos indios

He visto en los comercios muchos artículos, talescomo mantas para caballos, fajas y ligas, tejidos porlas mujeres indias. Los dibujos son muy bonitos ylos colores brillantes. El trabajo de las ligas es tanperfecto, que un negociante inglés de Buenos Airesme sostenía que seguramente habían sido fabrica-

das en Inglaterra; me fue necesario, para convencer-le, mostrarte que las bellotas estaban unidas controzos de nervios hendidos.

CHARLES D ARWIN.

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Carretas

Nos adelantamos a un tren de carretas y un re-baño de ganado vacuno que se dirigen a Mendoza.La distancia es de unas 580 millas geográficas; elviaje se efectúa por lo regalar en cincuenta días.Esas carretas estrechas y muy largas van recubier-tas con un toldo de cañas; no tienen más que dos

ruedas, cuyo diámetro llega a veces a los diez pies.Cada carreta va arrastrada por seis bueyes, que songuiados por medio de una aguijada que tiene por lomenos 20 pies de largo; cuando no se utiliza se cuel-ga bajo el techo de la carreta; se tiene a mano, otraaguijada más corta que sirve para los bueyes unci-dos entre los varales, y para la pareja de bueyes in-termedia se utiliza un pincho clavado en ángulo rec-to en la aguijada más larga, que parece una verda-dera arma de guerra.

CHARLES D ARWIN.

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Una galera

Nuestro vehículo, bien calculado para aguantarlos golpes de caminos pedregosos y pantanos erande aspecto y forma bastante anticuada para exhibir-lo como curiosidad del reinado de Isabel. Se ensilla-ba en ocasiones un caballo adicional, y hacíamosnuestro camino con cinco, montado cada uno por un

peón, con grandísima velocidad, calculada términomedio en diez millas por hora. Inmensa cantidad deequipajes se dispuso afuera, delante y atrás de lacaja del carruaje, suspendida en sopandas de cuero.Debajo colgaba un delantal de cuero que llevabacuatro cajones de docena de vino cordobés y unacantidad de viandas, dulces y otros artículos útiles;

en suma, era bodeguita y despensa combinadas. Elinterior del carruaje era acolchado y lleno de bolsi-llos de todos tamaños y formas, para contener esco-petas, pistolas, espadas y libros y otros ítems perte-necientes al viajero, mientras mesas de escribir, ca-nastas y también baúles demostraban que la capaci-dad interna de esta máquina, cargada como carro,

era igual a la externa y habrá sido hecha completa-mente teniendo en cuenta la utilidad.

JOSEPH A NDREWS.

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El cuero

La víspera de partir, el capataz me pidió dineropara comprar cueros, que luego se cortaron en lar-gas tiras, anchas de tres cuartos de pulgada, y lalanza, como también casi toda la caja del carruaje,se ligaron fuertemente con cuero mojado que, unavez seco, se encogió formando una atadura casi co-

mo de hierro. Los rayos y, con mucha sorpresa nues-tra, las pinas o circunferencia de las ruedas, se lia-ron de modo semejante para que, efectivamente, ro-daran sobre el cuero. Todos declaramos que se cor-tarían antes de salir del pavimento de Buenos Aires,pero aguantó perfectamente bien setecientas cin-cuenta millas, y fue cortado entonces solamente poralgunas filosas rocas de granito que nos vimos obli-gados a pasar.

FRANCIS BOND HEAD.

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Carretas

Las dos ruedas son de dos y media varas de alto,punto más o menos, cuyo centro es de una mazagruesa de dos a tres cuartas. En el centro de éstaatraviesa un eje de 15 cuartas sobre el cual está ellecho o cajón de la carreta. Este se compone de unaviga que se llama pértigo, de siete y media varas de

largo, a que acompañan otras dos de cuatro y mediavaras, y éstas, unidas con el pértigo por cuatro paloso varejones, que llaman teleras, forman el cajón, cu-yo ancho es de vara y media. Sobre este plan llevade cada costado seis estacas clavadas y en cada dosva un arco que, siendo de madera o especie de mim-bre, hacen un techo ovalado. Los costados se cubren

de junco tejido, que es más fuerte que la totora quegastan los mendocinos, y por encima, para preservarde las aguas y soles, se cubren con cueros de toro,cosidos, y para que esta carreta camine y sirva se lepone al extremo de aquella viga de siete y media va-ras un yugo de dos y media, en que se uncen los bue-

yes, que regularmente llaman pertigueros.En viajes dilatados, con carga regular de 150

arrobas, siempre la tiran cuatro bueyes, que llaman

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a los de adelante cuarteros. Estos tienen su tiro des-de el pértigo, por un lazo que llaman tirador, el cual

es del grosor correspondiente al ministerio, dobladoen cuatro y de cuero fuerte de toro o novillo de edad. Van igualmente estos bueyes uncidos en un yugoigual al de los pertigueros, que va asido por el dicholazo.

CONCOLORCORVO.

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 Viajes en galera

Recorrer más de novecientas millas por las Pam-pas es esfuerzo realmente muy sorprendente. Elpaís, como antes se ha dicho, es chato sin más cami-no que huellones que cambian constantemente. Losranchos llamados postas, se hallan a diferentes dis-tancias, pero, término medio cada veinte millas; y

cuando se viaja con carruajes, es necesario mandarun hombre adelante para pedir a los gauchos que re-cojan caballos.

El modo con que los peones manejan es del todoextraordinario. El país, en completo estado natural,es cortado por arroyos, riachuelos, pantanos, etc.,

que es absolutamente necesario pasar. En ocasionesel carruaje, por extraño que parezca, va por una la-guna que, naturalmente, no es honda. Las orillas delos arroyos suelen ser muy empinadas, y observéconstantemente que pasábamos por lugares que, enEuropa, cualquier militar, creo, sin hesitación, in-formaría ser infranqueables.

La manera de ensillar caballos es admirable-mente adaptada a las circunstancias. Tiran a la cin-

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cha, en vez de pechera, y teniendo un solo tiro, enterreno áspero pueden aprovechar todos los lugares

firmes; donde el terreno solamente aguanta una vez,cada peón toma su senda y las patas de los caballosvan libres y desembarazadas.

FRANCIS BOND HEAD.

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 Vestimenta

Los que son acomodados usan chupa o chamarra,chaleco, calzones, calzoncillos, sombreros, calzado yun poncho que es un pedazo de tela de lana o al-godón, fabricado en las provincias de arriba, anchosiete cuartas, largo doce y con una reja en medio pa-ra sacar la cabeza. Y los pobres o jornaleros no gas-

tan zapatos; los más no tienen chaleco, chupa, ni ca-misa, ni calzones, ciñéndose a los riñones una jergaque llaman chiripá; y si tienen algo de lo dicho, essin remuda, andrajosos y puercos, pero nunca lesfaltan los calzoncillos blancos, sombrero, poncho pa-ra taparse, y unas botas de medio pie, sacadas delas piernas de los caballos y vacas.

FÉLIX DE A ZARA.

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 Vestimenta gaucha

Como había vivido muchos años en la frontera,vestía a la usanza gaucha con anchas bombachas demerino negro entre altas botas.

Una camisa blanca plegada, siempre abierta enel cuello, una chaqueta corta de alpaca, con anchocinturón asegurado por lo que se llama una ―rastra‖,

compuesta de monedas de plata que servían comobotones, y un poncho pampa, tejido en rojo y negro,completaban lo que él llamaba su indumentaria.

R. B. CUNNINGHAME GRAHAM.

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Gaucho lujoso

Muchos y variados eran los tipos que nuestra―frontera‖ en la Argentina produjo. Martín Villalba,en un tiempo Alcalde de Bahía Blanca, se alza antemí, fuera de Trapalanda, mientras escribo, de aque-lla Trapalanda, misterioso país donde los gauchosbuenos y sus caballos galopan...

… El nombrado Martín era un hombre bajo, me-nudo, vestido siempre como un gaucho de la mejorclase, con bombacha negra y botas con los pieshechos de cuero de becerro: las cañas de charol, conun águila bordada en hilo colorado. Las espuelaseran de plata, con las ―rodajas‖ tan grandes como un

platillo, columpiándose fuera de sus talones y man-tenidas en su lugar por cadenas de plata, sujetas so-bre el empeine con una cabeza de león.

En la cintura llevaba una faja tejida de seda co-lorada, como las que usaban los oficiales de la arma-da en tiempos de la reina Victoria, cubierta por un

ancho cinturón de cuero de ―carpincho‖ lleno de bol-sillos y tachonado de monedas de plata. Por debajodel cinto asomaban las borlas y una cuarta más o

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menos de la faja, que caía sobre las bombachas ne-gras dándoles una nota de color.

Don Martín, pues nadie lo llamaba Martín a se-cas, sin el don, usaba siempre una camisa blanca yamplia con alto cuello doblado y abierto en la gar-ganta. Su corta chaqueta negra era de fina alpaca, ysobre ella, desplegado en punta, llevaba un pañuelode seda encarnado. El sombrero, un fino Panamá, el

único en la frontera, era conocido desde Fortín Ma-chado hasta Patagones. Él decía con orgullo, que lohabía adquirido en Buenos Aires, ciudad que habíavisitado una sola vez en su vida. Le había costadodiez libras esterlinas ―de Inglaterra‖, y él sosteníaque el dinero estaba bien gastado.

R. B. CUNNINGHAME GRAHAM.

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Pilchas gauchas

El poncho es otra prenda no menos indispensa-ble para viajar por estos campos, porque defiende, ala vez, de la lluvia, de la tierra, del calor y del frío.Consiste en una pieza de lana o de algodón, o de la-na mezclada con algodón  — pero más generalmentede lana —  con anchas franjas de diversos colores; tie-

ne siete cuartas de ancho y doce de largo y unaabertura en el medio, de un pie de largo, para pasarla cabeza. Se asemeja mucho a la casulla de un sa-cerdote y va forrado —  por lo general —  con otra te-la celeste, verde o escarlata. Hay también muchosponchos de paño con un cuello levantado, pero sólolo usan los ricos; la plebe lleva ponchos ordinariosfabricados en el interior. Si uno quiere ser bien mi-rado, y que los gauchos lo traten como amigo, sehará necesario agregar al poncho el chiripá, los cal-zoncillos (las bombachas), las botas de potro y lasenormes espuelas. El chiripá es otra prenda de lanacolorada, azul o verde, nunca de otro color que se en-

vuelve al talle, cae hasta abajo de las rodillas comouna túnica y se ajusta a la cintura, con un cinto decuero por el que pasa en la parte de atrás, un gran

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puñal con su vaina. Algunas veces, los novios o losenamorados se hacen un chiripá con el chal de su

amada; entonces se los ve, con la guitarra en la ma-no, improvisando, sobre cantos de iglesia, versos ri-mados que cantan a la puerta de su china o de unapulpería. El calzoncillo es un largo calzón blanco afranjas o bordado en su parte baja; las botas de po-tro se fabrican con la piel, sin curtir, de la pierna delcaballo, de manera que los dedos queden libres; la

curva de la pierna forma el talón de la bota. Otros,principalmente en Entre Ríos, se sirven de pieles degatos salvajes (botas de gato). Sucede a menudo queun gaucho mata un potro tan sólo para hacerse unpar de botas. Raspa bien la piel con su cuchillo,siempre muy afilado; después soba las botas con las

manos, siempre sobando, basta que están bien sua-ves. Con esta clase de calzado, muy conveniente porotra parte para andar a caballo mucho tiempo, estoshombres son incapaces de soportar una larga cami-nata, porque, como lo he observado en otra parte,son los peores infantes del mundo; pero, a caballo,¡cuidado con ellos!

 ARSÈNE ISABELLE.

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Botas de potro

Calzaba botas de potro, es decir, el cuero sacadoentero de las patas traseras de un caballo, en formade que el garrón formara el talón, ablandado a gol-pes, y atadas con una liga de raro dibujo tejido porlos indios, dejando libres los dedos para asir el estri-bo, que, como de domador que era, consistía en un

simple botón de tiento.

R. B. CUNNINGHAME GRAHAM.

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Chapeados y recados cantores

La cantidad de caballos ensillados que están enel frente de la casa presagian algo inusitado. Del―palenque‖, de las ruedas de las carretas, de los pos-tes del corral, de matas de pasto y de huesos ente-rrados en el suelo, hay caballos atados.

 Algunos de ellos apenas maneados y sobrecarga-

dos con frenos de plata, con pesadas ―copas‖ en cadalado del hocico y riendas de plata, de siete pies delargo, atadas sobre los recados, que les hacían ar-quear el pescuezo como caballo de calesita. Los lomi-llos enchapados de plata, de plata sus fiadores ypretales, plateados por así decirlo como barcos, has-

ta doblegarse; hasta las mismas argollas de sus an-chas cinchas de cuero eran de plata maciza.

Otros, en cambio, estaban ensillados con un viejorecado que no valía un peso, cubierto con un cuerode oveja. Los estribos eran simples botones de tientohechos para sujetarlos entre los dedos de los pies

desnudos.

R. B. CUNNINGHAME GRAHAM.

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Un matrero

 Vestía botas de potro, calzoncillos cribados confleco, chiripá de poncho inglés listado, camisa deCrimea mordoré, tirador con botones de plata, som-brero de paja ordinaria, guarnecida de una anchacinta colorada; al cuello tenía atado un pañuelo deseda amarillo pintado de varios colores; llevaba un

facón con cabo de plata y unas boleadoras ceñidas ala cintura.

 Ya he dicho que Miguelito es cristiano; me faltadecir que no es cautivo, ni refugiado político.

Miguelito está entre los indios huyendo de la jus-ticia.

LUCIO V. M ANSILLA.

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El velorio del angelito

El Angelito, vestido con su mejor traje, estabasentado en una silla sobre la mesa, verdoso el colory con sus manos y pies colgando flojamente. Horri-ble, pero al mismo tiempo fascinante.

Justamente debajo del Angelito se hallaba ungaucho viejo tocando la guitarra, con el aire infatua-

do de que se visten todos los músicos en los paísessudamericanos.

Dos o tres hombres de la clase más rica, comosus cuchillos con vaina de plata y sus espuelas lo de-mostraban, fumaban en un grupo aparte, mientrasen un rincón se sentaban algunos viejos hablando de

marcas de caballos e ilustrando cualquier dificultad,―pintando‖ la marea en cuestión sobre la mesa consu dedo mojado en ginebra.

La gente joven bailaba ―habaneras‖, el ―cielito‖,el ―gato‖, ―mangurí‖ o uno de aquellos valses lentos,con mucho balanceo de caderas, a que son tan afec-

tas las sudamericanas. Evidentemente, habían esta-do bebiendo por el sereno paso del nuevo ángel al rei-no de la felicidad.

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Entre la áspera música, se oía el rechinar de lasespuelas, de los bailarines, y, de vez en cuando, el

hombre de la guitarra rompía en un canto en false-te, en el que tomaba parte toda la compañía.

R. B. CUNNINGHAME GRAHAM.

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Bailes nacionales

La fiesta termina con un baile que casi siemprese realiza al cencerreo de dos o tres guitarras malafinadas. La danza más común es el pericón, perotambién se bailan el cielito en batalla o de la bolsa,el gato, los aires. El fandanguillo, de origen andaluz,se baila raras veces.

Los bailes nacionales argentinos son graciosos,tranquilos, acompañados de mucha mímica y a me-nudo de cumplimientos rimados (relaciones) que sedirigen unos a otros y que alternan con el castañe-teo de los dedos y el martilleo de los talones.

P AOLO M ANTEGAZZA.

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La religión

La religión del gaucho es necesariamente mássencilla que en la ciudad, y su estado lo coloca fueradel alcance del sacerdote. En casi todos los ranchoshay una imagencita o cuadro, y los gauchos a vecestienen una crucecita colgada del pescuezo. Para quesus hijos sean bautizados los llevan a caballo a la

iglesia más cercana, y creo que los muertos se ponengeneralmente cruzados sobre el lomo del caballo yson sepultados en tierra consagrada; aunque el co-rreo y postillón que fueron asesinados, a cuyo servi-cio fúnebre asistí, se enterraron en las ruinas de unrancho viejo, en medio de la llanura santafecina.Cuando se contrae matrimonio, el joven gaucho lle-va la novia en ancas, y en el transcurso de pocosdías, generalmente, pueden conseguir iglesia.

FRANCIS BOND HEAD.

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La vida en las pampas

Toda la frontera sudoeste de la provincia de Bue-nos Aires, en aquellos lejanos días de los cuales es-cribo, era tan salvaje y casi tan peligrosa como laapachería de Arizona. Los indios Pampas, que pocotenían que envidiar a los apaches en fiereza, cruel-dad, destreza en la equitación y pillería en general,

eran el azote de toda la frontera desde Tapalquénhasta el Árbol del Gualichu.

Las escasas estancias parecían islas en el granmar de pasto que se extendía a su alrededor, tal co-mo las olas rodean los atolls en los mares del sur. La

mayoría de las casas y de las pulperías estaban for-

tificadas con un profundo foso, y algunas de ellastenían un pequeño cañón de bronce que era prefe-rentemente usado como señal para los esparcidosvecinos, dado que su alcance era poco y los indiostenían buen cuidado de no avanzar demasiado cer-ca, retirándose cuando se les disparaba, de modo

que resultaba de poco uso sobre la abierta llanura.La vida salvaje, peligrosa y solitaria, atrajo ca-

racteres extraños, pues sólo hombres de resolución

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que estimaban en poco la vida, o los proscriptos dela sociedad, se animaban a instalarse en una zona

donde el gobierno podía proporcionar escasa protec-ción y donde un hombre quedaba arruinado en unanoche por los indios malones, que le robaban suhacienda y lo dejaban desamparado.

Sin embargo, había algunos, que, ni desampara-dos ni proscriptos, resueltamente compraron tierras

y se establecieron.

R. B. CUNNINGHAME GRAHAM.

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Rastrillada y guadal

Una rastrillada son los surcos paralelos y tortuo-sos que con sus constantes idas y venidas han deja-do los indios en los campos.

Estos surcos, parecidos a la huella que hace unacarreta la primera vez que cruza por un terreno vir-gen, suelen ser profundos y constituyen un verdade-

ro camino ancho y sólido.En plena Pampa, no hay más caminos. Apartar-

se de ellos un palmo, salirse de la senda, es muchasveces un peligro real; porque no es difícil que ahímismo, al lado de la rastrillada, haya un guadal enel que se entierren caballo y jinete enteros.

Guadal se llama un terreno blando y movedizoque no habiendo sido pisado con frecuencia, no hapodido solidificarse...

El guadal suele ser húmedo y suele ser seco,pantanoso y pegajoso, o simplemente arenoso.

Es necesario que el ojo esté sumamente acostum-brado para reconocer el terreno guadaloso. Unas ve-ces el pasto, otras veces el color de la tierra son indi-

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cios seguros. Las más, el guadal es una emboscadapara indios y cristianos.

LUCIO V. M ANSILLA.

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Orientación

Bien conocía el ex boleador de avestruces la cien-cia del desierto, para tomar instintivamente, cuandogalopaba sobre la llanura, cualquier cosa como pun-to de mira: marcar el vuelo de los pájaros, observaruna fogata distante; si el venado u otros animalesestaban asustados o tranquilos; conservar el viento

siempre soplándole del mismo lado de su cara y porla noche galopar hacia alguna estrella.

R. B. CUNNINGHAME GRAHAM.

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El teléfono gaucho

Si la tranquilidad que reinaba en la llanura eraturbada por el ladrido de los perros, uno de los sol-dados se apartaba del fuego, aplicaba una oreja con-tra el suelo y escuchaba atentamente. Y hasta si elruidoso teruteru lanzaba su penetrante grito, la con-versación se interrumpía en seguida y todas las ca-

bezas se inclinaban para prestar atención un ins-tante.

CHARLES D ARWIN.

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Hospitalidad india

 Al toldo de un indio se acerca el que quiere. Perono puede apearse del caballo, ni entrar en él sin queprimero se lo ofrezca. Una vez hecho el ofrecimiento,la hospitalidad dura una hora, un día, un mes, unaño, toda la vida. Lo que entra al toldo es cuidadoescrupulosamente. Nada se pierde. Sería una des-

honra para la casa. Sólo de los caballos no respon-den. Sea conocido o desconocido el huésped, se loprevienen, diciéndole: aquí ni lo de uno está seguro. Y es la verdad.

El indio no rehúsa jamás hospitalidad al pasaje-ro. Sea rico o pobre, el que llame a su toldo es admi-

tido. Si en lugar de ser ave de paso se queda en lacasa, el dueño de ella no exige en cambio del techo yde los alimentos que da  — tampoco da otra cosa — ,sino que en saliendo a malón le acompañen.

LUCIO V. M ANSILLA.

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Tierra adentro

La Tierra Adentro les servía de refugio seguro alos más díscolos de entre los gauchos badilleros, ensus días intranquilos; allá se iban cuando les preci-saba huir después de alguna ―molestia‖, que hubieraresultado de una muerte, o para escaparse del servi-

cio en alguna revolución, o cosa análoga. … Lo grave de Tierra Adentro, era que también les

daba asilo a los jefes revolucionarios. Los hermanosSaá y el coronel Baigorria tenían una especie demando que duró muchos años, bajo el gran caciquePainé; allá se les juntaban todos los hombres des-

contentos y fracasados, con quienes ellos formabanuna especie de escuadrones volantes que recorríanlas fronteras con los indios, tan feroces y tan salva- jes como ellos.

R. B. CUNNINGHAME GRAHAM.

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 Vigías

Me habían descubierto desde que se levantaronlos primeros polvos en Pitralauquen. La mirada delos indios es como la de los gauchos. Descubren a in-mensas distancias, sin equivocarse jamás, los obje-tos, distinguiendo perfectamente si el polvo que aso-ma lo levantan animales alzados o jinetes que co-

rren.Cuando vacilan, dudando de si el objeto se mue-

ve o no, recurren a un medio muy sencillo para salirde dudas. Toman el cuchillo por el cabo, lo colocanperpendicularmente en la nariz y dirigen la visualpor el filo, que sirve de punto de mira; y es claro que

si el objeto no se desvía de él, está inmóvil, debe serun árbol, un arbusto, una espadaña, una carda, cu-yas proporciones crecen siempre en el espacio porlos efectos caprichosos de la luz.

LUCIO V. M ANSILLA.

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Indios y cristianos

 Vivían casi lo mismo que los gauchos, con la soladiferencia de que cultivaban el maíz en pequeña es-cala, y comían carne de yegua en vez de vaca. El tol-do de los indios no tenía mucho que envidiarle a lachoza del gaucho. Casi todos los indios hablaban un

poco el español, y entrambos, indios y gauchos, ves-tían el mismo traje  — los indios cuando podían pro-curárselo en tiempo de paz — ; en tiempo de guerra,los indios andaban casi desnudos, fuera de un tapa-rrabo. Generalmente, el sombrero era para ellos, co-mo es para los árabes, el tropiezo máximo, y prefe-

rían llevar sus largas cabelleras negras bien engra-sadas con manteca de yegua o aceite de avestruz pa-ra protegerse del sol. ...

Eso de degollar era asunto de inagotable choca-rrería entre gauchos y entre indios. Aquéllos lo lla-maban ―hacer la obra santa‖, y de un cobarde se de-

cía que ―mezquinaba la garganta‖, si mostraba elmenor temor. De las agonías y estertores de un mo-ribundo, se decía concisamente: ―estiró la jeta cuan-

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do le toqué el violín‖. Hechos y frases, que sin dudatenían origen y expresión correspondiente entre los

indios.

R. B. CUNNINGHAME GRAHAM.

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El malón

 Alrededor de las tribus indias flotaba una atmós-fera de leyenda y de terror. Cuando invadían lasgrandes estancias del sur, cabalgaban todos, con ex-cepción de los jefes, sobre cueros de carnero y mu-chas veces en pelo, llevaban una lanza de tacuara,de cinco a seis varas de largo, con una tijera de tras-

quilar en la punta, adherida al asta ora con una colade buey, u otra guasca que dejaban secar, y que seendurecía como el hierro, reteniendo contra la hojaun mechón de crin; a su paso huían los venados y losavestruces como vuela la espuma marina ante lasondas agitadas.

Cada guerrero llevaba un caballo de remuda,adiestrado, según el decir de aquellas partes, ―a ca-brestiar a la par‖; cabalgaban como demonios en lastinieblas excitando a los caballos con la furia de lacarga y saltando los pequeños arroyos; los caballosescarceaban en los pedregales como cabras, des-lizándose por entre los pajonales con ruido de cañas

pisoteadas y los jinetes se golpeaban la boca con lasmanos, al lanzar sus alaridos prolongados y aterra-dores...

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Cada jinete cabalgaba en su crédito (caballo fa-vorito); envueltas al cinto llevaba dos o tres boleado-

ras, las bolas grandes pendían a la izquierda y la bo-la pequeña, o manija, a la derecha, descansando so-bre el cuadril. Todos tenían cuchillos largos o espa-das recortadas para mayor comodidad...; si teníansilla, los llevaban metidos entre la cincha y la caro-na, y si no, atados al talle desnudo, con fajas angos-tas de lana, tejidas por sus mujeres en las tolderías,

de extraños dibujos concéntricos y estirados. Ibantodos embadurnados de grasa de avestruz, nunca sepintaban; su feroz algarabía y el olor que despedían,enloquecían de miedo a los caballos de los gauchos.

El cacique andaba unos veinte pasos delante delos demás, en una silla enchapada de plata, esco-

giendo, si lo había, un caballo negro para que se des-tacara bien, retenía las riendas de plata de tres va-ras de alto en la mano izquierda, y aguijoneando fu-riosamente a su caballo, de vez en cuando volvía lacara hacia sus hombres para lanzar un grito, blan-diendo la lanza, cogida por la mitad del asta, y galo-

pando a todo correr.

R. B. CUNNINGHAME GRAHAM.

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Encuentro con los indios

El que alguna vez se los había encontradohallándose solo, campeando ganado, por ejemplo, enalgún mancarrón viejo, no olvidaba su aventurafácilmente... la recordaba con tenacidad hasta el díade su muerte. No había sino un medio de escape — amenos que se diera el caso improbable, de tener un

caballo como para que el mismo Dios lo ensillara,que decían los gauchos —  y era desmontarse, condu-cir el caballo a alguna cañada, arropándole la cabe-za en los pliegues del poncho para que no relincha-ra, y permanecer como muerto. Si los indios nadahabían advertido — muy poco se escapaba a su mira-da en la llanura — , casi era preciso hasta retener elaliento y aguardar a que el retumbar de los caballosse perdiera en el espacio; entonces ... debía uno des-lizarse al extremo de la cañada, subir a caballo altope de la loma, desmontarse allá otra vez, retenien-do el caballo con un maneador largo, y atisbar cau-telosamente, por sobre la ceja, a ver si el campo es-

taba libre. Si en alguna parte del llano corrían losavestruces, los venados, o el ganado, o se levanta-ban nubes de polvo sin causa manifiesta, era preciso

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volver a la cañada y aguardar. Finalmente, cuandoya se sabía que todo había pasado, se apretaba la

cincha hasta dejar el caballo como un reloj de arena;montando y tocándolo con la espuela, era preciso ga-lopar como alma que lleva el diablo hacia la casamás vecina, gritando a voces: ¡Los indios!, lo quebastaba para que salieran de prisa todos los cristia-nos machos que hubiera por allí.

R. B. CUNNINGHAME GRAHAM.

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