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85 SALDVIE n.º 4 2004 pp. 85-124 LA TUMBA CALCOLÍTICA DE LA ATALAYUELA, TREINTA Y CINCO AÑOS DESPUÉS MARÍA TERESA ANDRÉS RUPÉREZ IGNACIO BARANDIARÁN MAESTU RESUMEN: La sepultura múltiple simultánea de La Atalayuela fue excavada hace 35 años. La pre- sente revisión intenta aclarar la supuesta coexistencia de diferentes estilos de cerámica campaniforme que actualmente son bien reconocidos como sucesivos. A partir del control tridimensional que durante la excavación se realizó de todos los hallazgos, se ha reconstruido su ubicación en el sepulcro, resul- tando probada la diacronía de los diferentes estilos. PALABRAS CLAVE: Campaniforme. Sepulcros colectivos. Calcolítico. ABSTRACT: The simultaneous multiple grave of La Atalayuela was excavated 35 years ago. The present revision tries to clarify the supposed coexistence of different styles of Bell Beaker pottery that, therefore, at the moment are recognized like successive. From the three-dimensional control that during the excavation was made of all the findings, its location in the tomb has been reconstructed, being pro- ved diacronía from the different styles. KEY WORDS: Campaniforme Ceramics, Simultaneous Multiple Grave. 1 Recordemos las citas más antiguas sobre una probable tumba de este tipo, la de La Cartuja de las Fuentes (Sariñena, Zaragoza), des- crita en una crónica del s. XVI, cuya referencia y la de otras noti- cias más recientes apuntan a una llamativa densidad de este tipo de sepulturas en la cuenca del Ebro, hemos anotado en varias ocasio- nes (p.e. ANDRÉS, 1989-1990 y 1998: p. 98-100, nota 161). 1. LAS RAZONES DE UN PROBLEMA ARQUEOLÓGICO 1.1. Recordando lo obvio: la excavación de Atalayuela en su tiempo Cuando un yacimiento es importante invita a reiterar la reflexión sobre su proceso formativo, las causas directas e indirectas, próximas y leja- nas, que lo originaron: crece con el tiempo y exige ser repensado. La trascendencia de La Atalayuela no deriva de la riqueza de sus depósitos arqueográficos, un tanto modestos, sino del problema de com- prensión que plantea sobre las genéricamente llamadas “tumbas colectivas”. Fue la primera sepultura que en 1970 se ofrecía, con seguridad, por estas latitudes como un enterramiento múl- tiple simultáneo, al parecer fruto anormal de un hecho inesperado o catastrófico. Abría la posi- bilidad de interpretar otros sitios similares, ya de mucho antes conocidos 1 , aunque todavía parecía una fantasía el relato de los clandestinos que nos precedieron en la excavación de Atala- yuela diciendo haber encontrado aquí algunos cráneos con flechas clavadas. Podemos ordenar nuestras sensaciones/acti- tudes iniciales hacia el sitio, recordando las impresiones de cuando lo visitamos en 1970 y en los primeros días del trabajo de campo:

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SALDVIE n.º 4 2004pp. 85-124

LA TUMBA CALCOLÍTICA DE LA ATALAYUELA, TREINTA Y CINCO AÑOS DESPUÉS

MARÍA TERESA ANDRÉS RUPÉREZIGNACIO BARANDIARÁN MAESTU

RESUMEN: La sepultura múltiple simultánea de La Atalayuela fue excavada hace 35 años. La pre-sente revisión intenta aclarar la supuesta coexistencia de diferentes estilos de cerámica campaniformeque actualmente son bien reconocidos como sucesivos. A partir del control tridimensional que durantela excavación se realizó de todos los hallazgos, se ha reconstruido su ubicación en el sepulcro, resul-tando probada la diacronía de los diferentes estilos.

PALABRAS CLAVE: Campaniforme. Sepulcros colectivos. Calcolítico.

ABSTRACT: The simultaneous multiple grave of La Atalayuela was excavated 35 years ago. Thepresent revision tries to clarify the supposed coexistence of different styles of Bell Beaker pottery that,therefore, at the moment are recognized like successive. From the three-dimensional control that duringthe excavation was made of all the findings, its location in the tomb has been reconstructed, being pro-ved diacronía from the different styles.

KEY WORDS: Campaniforme Ceramics, Simultaneous Multiple Grave.

1 Recordemos las citas más antiguas sobre una probable tumba deeste tipo, la de La Cartuja de las Fuentes (Sariñena, Zaragoza), des-crita en una crónica del s. XVI, cuya referencia y la de otras noti-

cias más recientes apuntan a una llamativa densidad de este tipo desepulturas en la cuenca del Ebro, hemos anotado en varias ocasio-nes (p.e. ANDRÉS, 1989-1990 y 1998: p. 98-100, nota 161).

1. LAS RAZONES DE UN PROBLEMAARQUEOLÓGICO

1.1. Recordando lo obvio: la excavación deAtalayuela en su tiempo

Cuando un yacimiento es importante invita areiterar la reflexión sobre su proceso formativo,las causas directas e indirectas, próximas y leja-nas, que lo originaron: crece con el tiempo yexige ser repensado.

La trascendencia de La Atalayuela no derivade la riqueza de sus depósitos arqueográficos,un tanto modestos, sino del problema de com-prensión que plantea sobre las genéricamente

llamadas “tumbas colectivas”. Fue la primerasepultura que en 1970 se ofrecía, con seguridad,por estas latitudes como un enterramiento múl-tiple simultáneo, al parecer fruto anormal de unhecho inesperado o catastrófico. Abría la posi-bilidad de interpretar otros sitios similares, yade mucho antes conocidos1, aunque todavíaparecía una fantasía el relato de los clandestinosque nos precedieron en la excavación de Atala-yuela diciendo haber encontrado aquí algunoscráneos con flechas clavadas.

Podemos ordenar nuestras sensaciones/acti-tudes iniciales hacia el sitio, recordando lasimpresiones de cuando lo visitamos en 1970 yen los primeros días del trabajo de campo:

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– nos llamó la atención: la abundancia (ybuena conservación) de los restos huma-nos atribuibles a un depósito masivo(¿colectivo?); la carencia de alguna espe-rada estructura megalítica; y la existencia(según avanzaba la excavación) de ajua-res de apariencia destacada;

– planteamos su explicación desde la hipó-tesis de la coetaneidad del conjunto, ob-servados el ‘orden’ en la disposición delos inhumados y la apariencia de‘cerrado’ (¿clausurado intencionada-mente?) del yacimiento y aceptando con-sideraciones ajenas ya publicadas sobreotros casos que avalarían la simultanei-dad aquí de todos los elementos del actofunerario (con la reserva –no fácil deexplicar– de la supuesta diacronía de lasespecies de campaniforme presentes).

– reconocimos la fortuna de encontrar unenterramiento de este tipo, intacto en loque quedaba, y de poder trabajar sobre élcon la mejor tecnología de recuperaciónposible en aquellos años.

Pero se produjeron algunas circunstanciasconcretas que acotaron (¿devaluaron?) nuestraintención inicial.

En primer lugar, la publicación amplia delyacimiento, como ‘memoria’, en 19782 respon-día cabalmente al estilo de una exposición posi-tivista de los datos sin que entonces se admitierael vuelo interpretativo que hoy a muchosencanta.

En segundo lugar, la importantísima colec-ción antropológica fue pasando por avatares nomuy favorables para su estudio. Viajó dema-siado, por depósitos sucesivos (primero en loslaboratorios del departamento de Antropologíade la Universidad de Barcelona; luego fue tras-ladada a los de la Universidad del País Vasco enLejona; y, al fin, entregada al Museo deLogroño); y fue sometida a ‘reordenación’ (por

piezas óseas: más fáciles de clasificación; mez-clando las de los individuos que detectamos yhabíamos recogido en el trabajo de campo). Loque cercenó (limitando drásticamente) las pos-ibilidades de un análisis de una ‘población’ pre-visiblemente completa cuyo estudio, según lohabitual hace treinta años (y aún mucho des-pués), se ceñía (¡cuando se llevaba a cabo!) auna relación numeral (y nominalista) de lamuestra, consignando algunos caracteres osteo-métricos, alcanzando una precisión ‘racial’ delos inhumados y esbozando alguna sugerenciagrupal (como composición, en edad o sexo, dela población).

En tercer lugar, nuestra restitución de lascerámicas (intentando decidir número y formade los recipientes) que se asentó en los trozosque encontramos en la excavación (teniendo encuenta identificaciones y dibujos de la colecciónprevia de A. MARCOS POUS) se enfrenta enocasiones con lo producido en el taller de unrestaurador, cuya obra (pensada para una expo-sición museística) es hoy irreversible y puede,desde luego, ser discutida. Pudieron mediarentre aquella restitución inicial y esta restaura-ción sobrevenida la disposición de nuevos ele-mentos de juicio: como una limpieza a fondo yderivados eventuales análisis de pastas queasentaran la atribución de diversos fragmentos aun mismo o a varios recipientes.

Aquella intervención en la Atalayuela, comocualquier caso de ejercicio de Arqueología des-criptiva sobre un yacimiento, se produjo en dosfases consecutivas, necesariamente complemen-tarias pero no siempre muy próximas en eltiempo: I, la recuperación de informacionesdirectas (excavación y resultados de la analíticaaplicada a su efectivo); y II, la publicación de unargumento explicativo de significado histórico-cultural.

Para entender el sentido de una ‘revisión dela Atalayuela’ ahora con lo que en su día sehizo:

M.ª T. ANDRÉS RUPÉREZ e I. BARANDIARÁN MAESTU

2 Además del retraso, esta publicación (BARANDIARÁN, 1978)hubo de hacerse en un contexto desfavorable: a falta de adecuadasseries riojanas específicas y regulares, fue ofrecida a publicación(acogida con absoluta generosidad, desde luego) en la revista(generalista y navarra) ‘Príncipe de Viana’ y no fue posible incre-mentar los presupuestos para análisis complementarios. De hecho,algunos proyectos (como plasmar en planos de distribución los

materiales hallados: recurso técnico que hemos desarrollado ahoray que fundamenta el presente artículo), iniciados en su momento,fueron abandonados por no retrasar más la publicación una vezconseguido el análisis antropológico. La publicación de esta me-moria fue precedida por dos amplios avances dando a conocer elyacimiento (BARANDIARÁN, 1971 y 1973) y por los datos recu-perados previamente (MARCOS, 1973: p. 44-49).

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– I, en la fase de documentación se preten-dió una compilación de lo percibido (p.e.en cuanto a caracteres del depósito y delas estructuras o a disposición topográficade sus asociaciones) que fue consignadodirectamente ‘en campo’ (diarios, planose inventarios, dossieres de gráficos y fo-tográfico, etc);

– II, en la fase de reflexión/publicación (lamonografía), se hicieron afirmaciones yse plantearon sugerencias: se refirió loque entonces creímos pertinente, que-dando inéditos (y sin desarrollar) los datosy reflexiones que no se consideraron(exactamente, los que no llegamos enton-ces a reconocer como) pertinentes.

A los textos antes citados cabe añadir variasalusiones posteriores a la sepultura3: en todas separte de la creencia en su simultaneidad funera-ria, que parece en contradicción con el trans-curso temporal reflejado por unos materialesque abarcan todo el Calcolítico. Solía por enton-ces explicarse satisfactoriamente cualquier pro-blema similar planteado en la cuenca del Ebro,tanto en yacimientos “de superficie” como enrecintos abiertos, de habitación o sepulcrales,con el recurso de admitir la perduración de loselementos antiguos hasta la cronología de losmás recientes: postura nada convincente en unazona donde esos mismos materiales cuandoaparecen en cuevas con buena conservación

estratigráfica, lo hacen bien diferenciadostemporalmente4.

1.2. ¿Un problema arqueológico?: variascuestiones pendientes

Retomamos en este texto los datos disponi-bles de La Atalayuela en tres niveles: el pri-mero, la básica tarea de técnica arqueológica derecuperar la situación precisa de los materiales(posible gracias al registro tridimensional detodos los hallazgos), para extender el proceso deformación de este singular sepulcro a las fasesanterior y posterior a la concreta deposiciónfuneraria múltiple simultánea. Estos materialesse expanden al menos durante 400 años (2200 a1800 a.C.) sobre la base de paralelismos tipoló-gicos5.

Tras este análisis, un segundo nivel de refle-xión tratará de explicar el primero, justificandolas características de los datos y ofreciendo unamayor aproximación a los indicios sobre laexistencia de una fase previa de presenciahumana, aunque no se pueda determinar elcarácter de la misma, en el lugar donde se eri-gió el sepulcro.

Los mucho más abundantes datos de parale-lización que hoy conocemos, sobre todo delcampaniforme antiguo y de las sepulturas múl-tiples en general, hacen posible esta revisión delas opiniones precedentes, sirviéndonos, ade-

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3 Ya expresamos en su día (ANDRÉS, 1973) la necesidad de pro-fundizar en la búsqueda de explicaciones a algunos elementos apa-rentemente contradictorios de su efectivo: p.e., en cuanto a la posiblepreexistencia de fragmentos cerámica y puntas de flecha antiguas enel lugar (ANDRÉS, 1986: p. 249), el sentido del campaniforme tar-dío como ofrenda o la reivindicación de una sepultura preexistente ala mejor conocida (ANDRÉS, 1998: p. 122), de un posible fondo decabaña o sepultura –¿instalación de transpirenaicos?–, previas alenterramiento simultáneo (ANDRÉS, 1998: p. 96-97).4 El rechazo del apriorismo de las perduraciones –que caso deaceptarse deberían ser individualmente justificadas, ante elhecho normal y constante de la variación tecnológica–, fue cri-terio metodológico suficiente para emprender una periodizaciónde materiales, en ausencia de dataciones radiocarbónicas eincluso con la presencia de éstas, en contextos no cerrados,puesto en práctica en Andrés (1986) para los sepulcros dolméni-cos. Esta postura (negar la perduración como explicación pri-maria de la coexistencia en un mismo contexto material deelementos tecnológicos, útiles o herramientas, cuando su varia-ción es evidente en la misma área cultural y las adyacentes, lazona es abierta, y teniendo en cuenta la rápida transmisión de lasnovedades tecno-tipológicas), es el planteamiento que subyace

en la exigencia de una explicación más satisfactoria para el casode La Atalayuela.5 La asociación de varios tipos de decoración campaniforme en unmismo recinto y momento sepulcrales, planteó este mismo pro-blema cronológico (ya apreciado en MORENO, 1971-1972: p. 4,en referencia concreta a su puntillado geométrico): la búsqueda deexplicación para la coexistencia de ese tipo de recipiente con elinciso fue motivo también de la “revisión” de la tumba soriana deVillar del Campo (DELIBES, 1978), cuya publicación coincidiócon la de La Atalayuela. El caso sin embargo –tras el análisis deG. Delibes, que recuerda no existe ningún dato sobre el carácterdel hallazgo–, no parece resultar semejante; según cita este autor,para J. Martínez Santaolalla se trataba de una necrópolis,habiendo planteado G. Moreno e I. Barandiarán la posibilidad deun sepulcro de inhumación colectiva, como el de la Atalayuela.Mientras que basado en que B. Taracena en la carta arqueológicade Soria aludía a un solo sepulcro, Delibes concluye que no haydatos para afirmar estas posibilidades: “sólo a través de un análi-sis detenido del ajuar se ve claramente que existen dos conjuntoscerámicos estilísticamente diferenciados, que en buena lógicadeberían responder a ajuares funerarios distintos, y tal vez deposi-tados en diferentes épocas” (DELIBES, Op. cit: p. 268).

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incluso allí, sin definición metodológica ointerpretación global.

La traslación demográfica o artefactual es elproblema subyacente tras el campaniforme y sutrascendencia paneuropea: otra excusa pararenovar el análisis. Las gentes de su época, yque ‘se mueven’ con el campaniforme –seanpocas o muchas, masas de migrantes o gruposde especialistas–, pueden ofrecer quizá la pri-mera plasmación histórica de la conciencia dealteridad o autoctonía, sentimientos indemostra-bles pero razonablemente sostenibles a la vistade los rastros de enfrentamientos, a los que seañaden objetos concretos y peculiares con leja-nos referentes –de los que La Atalayuela, yahora también Tres Montes7, ofrecen ejemplos–,en una época y lugares en los que el espaciofísico económicamente apetecible no debió sertan escaso todavía como para obligar a tantaviolencia; desde una perspectiva sólo materia-lista y práctica no parece justificado el enfrenta-miento, y en este caso el juego de lossentimientos sociales, de la propia concienciaétnica, pudo ser decisivo. La belicosidad, frutodel instinto de supervivencia, inherente a lahumanidad, se hace ahora más ostensible que enanteriores fases sin que encontremos otra expli-cación más razonable que la ya tópica –y real–“presión demográfica sobre los recursos”, sedi-mento económico de la causa de los movimien-tos, pero transformada posiblemente –aunqueno necesariamente en todos los casos–, en con-ciencia de pueblo, una constante histórica –y sinduda ‘prehistórica’– manifiesta en los mitos delorigen y el retorno, reivindicativos de derechosde posesión territorial8.

Estas y otras cuestiones como objeto de refle-xión. El análisis que sigue no pretende interpre-tar las intenciones de los protagonistas –agentesy pacientes– del sepulcro, sino precisar más, apartir de los datos físicos, el proceso de su mate-rialización como yacimiento arqueológico.

más, de los datos directos del diario de excava-ción de La Atalayuela6.

En este nuevo contexto interpretativo algu-nos datos, los más modestos y que menos hue-lla arqueológica dejaron –el campaniformeantiguo o las cerámicas con botones repujados–,cobran protagonismo.

No es La Atalayuela una sepultura ‘típica’campaniforme, aunque lo contenga. No hay quedejar de advertirlo a pesar de que al menosdesde J. Maluquer de Motes parecería clara ladiferencia entre dichas sepulturas (casi siemprecon notables elementos de riqueza y uno solo omuy pocos inhumados; normalmente más tar-días; en su contexto social se puede pensar quefueran para jefes o ‘héroes’ de algún tipo) yaquellas en que esta cerámica se calificó,adecuadamente, de elemento ‘intrusivo’, comolas dolménicas, y aun de estas otras como LaAtalayuela (que no es ni lo uno ni lo otro).

El tercer nivel de nuestra revisión excede losindicios directos de los datos; trata de trabarargumentos que expliquen las causas mismas dela sepultura, sus razones históricas. La cuestiónimplicada en Atalayuela, ya no en un nivel par-ticular del yacimiento sino mucho más general,es el arduo problema del cambio cultural (enPrehistoria, traducido sobre todo en el cambioen las formas y elementos materiales), encuanto a sus causas inmediatas y mediatas, quedebería haber encontrado en la abundante ycompleta muestra antropológica mejor res-puesta que la que incluso ahora, treinta y cincoaños después, podemos obtener.

Gracias a esta tumba se definieron por pri-mera vez los elementos razonables de unsepulcro de necesidad o urgencia. Los anti-guos datos dispersos en la bibliografía arqueo-lógica, algunos tan antiguos como del s. XVI,se concentraron para mostrar en la cuenca me-dia del Ebro lo que sólo en el Sureste de Fran-cia tenía una casuística abundante, pero

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6 Subrayamos que el diario de excavación es un elemento impres-cindible para dar forma al presente avatar de La Atalayuela, puescontiene unos cuantos datos que complementan los ya publicados,permitiendo ampliar y precisar su análisis.7 Excepcional sepulcro todavía sin publicar, en el que se halló úni-camente cerámica campaniforme del tipo antiguo o internacional

y una aguja de hueso de orejeta perforada semejante a la de LaAtalayuela (ANDRÉS, GARCÍA y SESMA, 2002: p. 197).8 Especialmente ilustrativo, por la apabullante evidencia del hechoy su reiteración, es el estudio de J. Juaristi (2001), lógicamenteasentado sobre textos escritos pero cuyo contenido es fácil y razo-nable remontar a la Prehistoria.

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2. LOS DATOS RECUPERADOS EN LAEXCAVACIÓN

2.1. Las categorías de datos

Nuestra intervención arqueológica en Atala-yuela produjo inmediatamente tres lotes dedatos: unas evidencias materiales, una docu-mentación directa y una reflexión impresa sobreel sitio.

1. Las evidencias materiales muebles queentregó la excavación fueron depositadas, sigla-das y en orden, en el Museo de Logroño. Sonlos efectivos de elaboraciones (‘industrias’ depiedra tallada, instrumentos de hueso y de metaly recipientes cerámicos) y las piezas del esque-leto de las personas allí inhumadas. Por otraparte, quedaron en el lugar, ya desembarazadosde las tierras que los cubrían, los restos de lasestructuras más firmes, tanto el hueco practi-cado para acoger los depósitos como las piedrasque lo delimitaban o cubrían.

Veinte años después de concluir nuestraintervención hemos comprobado el profundodeterioro que había prácticamente hecho des-aparecer estos restos de estructura: debido, des-de luego, a las condiciones de su exposición a laintemperie y, bastante más lesivamente, al usode esa misma zona para prácticas de moto demontaña.

II. La documentación escrita y gráfica queformalizamos en el transcurso de aquel trabajode campo y que retiene su director (I. B.).Incluye: 1, un ‘diario de excavaciones’ manus-crito en block de cuadro menudo, con texto de32 páginas (en que se incluyen 15 figu-ras/croquis, normalmente de detalles de la dis-posición de los inhumados); 2, un inventarioque ocupa otras 51 páginas del mismo block deldiario (con entradas de cada evidencia arqueo-lógica mueble consignando su posición –encuadro, estrato y coordenadas x, y, z– en el yaci-miento) acompañado de 123 figuras (a escala1:1) de algunos de esos restos; 3, un ficha decampo por cada uno de los inhumados (que sesiglan individualmente como E.1, E.2, etc.)donde se consignan las circunstancias de con-servación, posición y contexto; 4, un lote de 13planos (4 sobre los inhumados - 1 general a 1:5con todos los detectados en su detalle y 3 par-

ciales complementarios a él; diversos cortes dealzado y de planta de la estructura del conjunto;uno –aún inédito– a 1:10 de distribución de los‘objetos’ en la planta del sitio); y 5, un reperto-rio de fotografías (unos 200 negativos en blancoy negro y unas 140 diapositivas a color).

III. Los textos impresos donde se expuso elproceso del trabajo y el listado de hallazgos,dando cuenta del sentido de lo actuado y tra-bando una explicación arqueológica sobre elyacimiento: los ‘informes peliminares’ de 1971y 1973 y la ‘memoria’ de 1978.

Por otro lado se dispone de los materiales yreflexiones de descubrimiento y primera pros-pección por A. Marcos: la colección de ele-mentos muebles recuperados (que, al parecer, seentregó al Museo de Logroño) y un texto ex-plicando su entidad en 1973. Y los resultadosque presentó en 1988 R. J. Harrison de la data-ción C14 de tres inhumados.

2.2. Las referencias publicadas

En el texto en que A. Marcos (1973: p. 44-49)da cuenta del primer conocimiento y rebuscasde Atalayuela, en la colina de “Las Bodegas” deAgoncillo, se refieren catas realizadas por lospróceres de la localidad que guardaron cráneos,cerámicas lisas y decoradas y piezas de sílex. Sedescriben los fragmentos de campaniformerecuperados (varios probablemente del mismovaso) dibujando algunos de ellos y todos susmotivos decorativos (fig. 14), todos incisossalvo el fragmento h (fig. 12), decorado en partecon peine o ruedecilla. Del frag. i (fig. 13) seanota la dificultad de conseguir su perfil ydibuja como “una variante de la cazuela”, formarealmente adecuada al perfil del fragmento(cuya reconstrucción por uno de nosotros fuediferente).

En la extensa nota preliminar de I. Barandia-rán de 1973 (igual que en la precedente de1971) se expresaban esperanzas en el futuroestudio definitivo asentado en el análisis antro-pológico de la, por entonces, colección máscompleta, numerosa y bien conservada de restoshumanos de la Península. Y se destacaba lamayoritaria aparición de los elementos másricos en la parte norte de la fosa y las cerámicaslisas y lascas en la sur del sepulcro, de lo que

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los esqueletos que extrajeron) (restos visibles encorte: lámina 2). Posiblemente la cota máximadel túmulo se encontraba hacia el norte (hacia elcentro del cuadro Q), no en la intersección N-Odonde la conocimos (ver plano topográfico enOp.cit.: fig. 2).

En la descripción de la fosa se destaca ladiferencia entre los estratos b y c ambos natura-les de sedimentación previa a la conformaciónde la fosa; su profundidad es uniforme, entre 25y 35 cm (45 en el cuadro 1O), excavada en elestrato b, hasta el suelo natural (c) compacto,que parece fue aplanado de modo artificial.Existe en 3R, sector 7, un pequeño hoyo de 40cm de diámetro y 8 a 12 cm de prof.: sin restosde nada salvo algún hueso y un fragmento decuenco liso. El contorno interior de la fosaestaba guarnecido con lajas, sólo bien conserva-das en lugar original las de los cuadros 3S, 5S,1O y 1P, el resto alteradas por clandestinos; enel lado sur se aprecia una ligera ampliación12.

En los aproximadamente 13 m cuadrados dela fosa se individualizaron en el momento de suextracción hasta 55 conjuntos de restos huma-nos (siglados como E1, E2...); en alguno de loscuales se incluían restos de dos o tres individuos(diferenciados en el posterior análisis antropo-lógico que cifra un número entre 70 u 80 perso-nas). En algunos lugares esos restos seacumulan en varias capas; los superficiales alte-rados por remociones, mejor conservados losintermedios, más deshechos los profundos porfiltraciones de humedad hasta el impermeableestrato arcilloso. Se dibuja en tres planos la acu-mulación de cadáveres, aunque en algunos pun-tos se superponen en cinco o seis ‘pisos’13 .

“pudiera deducirse un orden cronológico en eldepósito de los cadáveres –es decir, en la utili-zación por zonas de monumento–, que habráque precisar más coordinando esas cartas de dis-tribución en plano, con los cortes de distribu-ción en profundidad. Se debe subrayar que nohemos podido observar ninguna clara asocia-ción de los cadáveres con los materiales arqueo-lógicos que suponemos su ajuar de depósitosincrónico” (BARANDIARÁN, 1973: p. 96-97). Completar este estudio de la distribución eslo que ahora pretendemos9.

I. Descripción del sitio arqueológico. En lamemoria de 1978 se refieren y razonan prolija-mente numerosos datos que recopilamosahora10. Se aplicó el sistema de coordenadas car-tesianas que permite el control tridimensionalde todos los hallazgos.

El yacimiento ofrece dos unidades arqueoló-gicas: un conjunto de grandes bloques y unafosa de inhumación. En aquel conjunto de gran-des bloques, en la zona sur, estéril, hay uno muygrande (175x140x50 cm) en 1-2/G-H, antesenhiesto11.

Interesan especialmente para la interpreta-ción del proceso de uso de la estructura sepul-cral (BARANDIARÁN, 1978: p. 388-391) lasprecisiones sobre el túmulo, relativamenteintacto en 1K, 1L y 1M, ‘que cubriría’ aquellafosa de inhumación, formado por piedras, can-tos rodados sobre todo, y tierra: su altura pudosobrepasar en 40 ó 50 cm la cota presente en elmomento de iniciar los trabajos, quedando res-tos de un encanchado superior (de cuya existen-cia advirtieron los vecinos directamente sobre

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9 Además se reconocía la necesidad de desarrollar otros análisis:“Sólo una vez realizados algunos análisis complementarios (...) yel minucioso estudio de los testimonios de cultura material y delos restos antropológicos, podrán fijarse los estadios cronológicosmás precisos de estos enterramientos, determinar su exacta perso-nalidad cultural y explicarlos en su contexto temporal y geográ-fico”. Se menciona también la preparación de análisisfísico-químicos en el Instituto de Edafología de Aula Dei, delC.S.I.C., entonces en curso (Op. cit.: p. 95 y 81-82, respect.) y queno llegaron a terminarse.10 Aparte de otras informaciones con el interesante anecdotariohistoriográfico de la sepultura que incluye relatos del hallazgo trasla guerra civil, por erosión lluvias, sondeos y exhumaciones porvecinos de Agoncillo, sin que falte la mención popular del pellejode oro enterrado en un cerro próximo, también catas en 1963-64con hallazgos de un cráneo con una punta de pedúnculo y aletasincrustada en la región occipital o la parte posterior de la tempo-

ral, cerámicas y piezas de sílex, en la fosa y también junto a lospedruscos grandes de la zona sur. Resultado: desmonte del túmuloy gran deterioro. En 1966 profesores de la Universidad de Nava-rra recuperan algunos materiales retenidos por los vecinos.11 Ambos conjuntos quedaron reflejados en un plano inédito del diarioque es el que en este trabajo sirve de plantilla para situar los hallazgos.12 La mencionada “ampliación” es, de cierto, dato muy relevante:observando la foto 1 de la lámina 5 de Barandiarán (1978) pareceevidente que se trata de un cierre.13 Se deslizó una errata en la publicación de 1978 de los pies de lasfiguras: los denominados ‘profundos’ tienen una numeración másbaja que los ‘intermedios’, algo anómalo pues la numeración seasignaba según se profundizaba en el depósito y se iban extra-yendo las capas superpuestas. Así mismo se aprecia fácilmenteque los cadáveres de la zona sur de la fosa –E25, E32 y otros–, queyacían casi embebidos en el suelo arcilloso, aparecieron y corres-ponden al nivel más profundo y no a los ‘intermedios’.

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Los depositados yacían sobre su costadoderecho, replegados; se citan como mejor con-servados E10 y E15 (este con piedra tras lacabeza). Sólo dos o tres de los inhumados sehallan recostados sobre su lado izquierdo (E25);la orientación dominante es con la cabeza haciael sureste, la cara mirando al Este-Noreste. Losrestos están yuxtapuestos y en conexión ana-tómica; se flexionarían poco después de falleci-dos, antes de alcanzar la rigidez cadavérica, entorno a algunas cabezas se colocaron piedras(sólo dos o tres) como enmarcándolas o prote-giéndolas (E1, E26...).

II. La estratigrafía ofrece en secuencia dearriba abajo (BARANDIARÁN, 1978: lám. 2 yfig. 5) los: nivel o: superficial, remoción declandestinos, desigual; nivel a1: tierras deltúmulo con acumulación de piedras, escasosrestos humanos, desigual conservación; nivela2: nivel arqueológicamente fértil, desigual degrosor, espesor máx. de 60 cm, incluye las inhu-maciones con sus ajuares, tierras bastante suel-tas, sin piedras, color marrón (pudiéndosedistinguir subdivisiones que no parecen defini-torias ni tipológica ni cronológicamente); nivelb: subsuelo natural de arcillas muy finas,engloba la fosa que se cavó en él, grosor mediode 25 cm; y nivel c: fondo de la fosa, arcillasmuy compactas, casi margas gris-azulado.

III. El repertorio de materiales portátileses relativamente abundante (Op. cit.: p. 393-408). De las trece puntas de flecha de tiposvariados (lám. 5a), 8 se recogen en el nivel delos enterramientos, el resto, en principio sinduda del mismo nivel, apareció en zonas revuel-tas14. Además, se hallaron un tosco segmento,dentro de la fosa, también en el nivel de losinhumados, tres lascas de retoque plano, variasláminas retocadas, de ellas una posible hoja dehoz como las recogidas por A. Marcos en zonarevuelta, y un raspador; y cuatro núcleos enzonas revueltas. Se registran numerosas lascas

amorfas de sílex: 95 del nivel de inhumacio-nes15, 35 de zona revuelta, más 5 de cuarcita.

En cerámica campaniforme (Op. cit.: p.396-399) son distintos el número y la dispersiónde los fragmentos de los diferentes vasos, atri-buibles a un mínimo de 9 ejemplares. De un“puntillado geométrico” aparecieron 16 frag-mentos (además de uno recogido por Marcos),casi todos en el cuadro 5N. En cambio es ampliala dispersión en varios cuadros de los 32 frag-mentos (de ellos, 7 recogidos por Marcos) de unvaso inciso, “fruto sin duda de la dispersión deremociones parciales por buscadores clandesti-nos”. De un cuenco inciso hay 18 fragmentos (4hallados por Marcos), la mayor parte en 3Q y3R. El resto de los recipientes aportan una can-tidad escasa de fragmentos, especialmente lostipos internacionales o antiguos; de ellos sededucen otros tres recipientes incisos, variosfragmentos con impresiones de peine de difícilatribución a un número concreto de vasos y unvaso de tipo internacional mixto (peine ycuerda).

Otras cerámicas prehistóricas cuentan conabundantes fragmentos lisos, algunos de loscuales podrían ser también de los vasos decora-dos. Los fragmentos con algún elemento signi-ficativo (caso de los vasos con pequeñosbotoncitos repujados o pequeños orificios en elborde) están afectados por la misma escasez quela del campaniforme internacional. De todosellos y de otros vasos lisos se presenta la recons-trucción ideal (Op. cit.: figs. 12 y 13); uno de losfragmentos, de un cuenco bajo liso (fig. 12.7),apareció dentro de un hoyo no muy profundodel centro de la fosa (3R, sector 7, -87). Se men-cionan otros 311 fragmentos de cerámica lisa(164 en nivel de inhumaciones y 134 en zonasremovidas, además de otros 13 recogidos porMarcos). Los grosores de paredes vascularesoscilan entre 7-8 mm, alcanzando unos pocoslos 10-1116.

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14 En este lote de ‘lo revuelto’ se incluyen las puntas recogidas porMarcos, por vecinos del pueblo y por nosotros, además de la noticiaoral de que había alguna (o dos) perdida (la clavada en el cráneo):son todas de pedúnculo y aletas (Op. cit.: fig. 6: 1, 5 y 6). Al carecerde registro tridimensional no aparecen en la carta de la lámina 5.15 Advertimos que la expresión “nivel de las inhumaciones” noimplica que las piezas estuvieran asociadas a los enterrados sino alnivel a1, que contenía también las primeras y más superficiales inhu-maciones halladas, que eran más concentradas en cotas inferiores, en

el nivel a2 (ambos de la misma calidad y composición y diferencia-dos sólo por la mencionada densidad funeraria). El “subnivel” a1excede los límites de la fosa y, formando el túmulo, cubre los cua-dros de las bandas L y M, donde se concentran las lascas amorfas desílex (ver cortes de lámina 2 y planos de lámina 5). Lo mismo cabedecir para los numerosos fragmentos de cerámica lisa (lámina 3).16 Como se señala en la nota anterior, la casi totalidad de los frag-mentos lisos aparece en los cuadros 3L y 3M, sobre todo el último,ambos fuera del límite de la fosa.

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mortalidad y diferenciación de la población porsexo/edad; trabajando sobre una muestra de 70a 80 individuos: el 55% de los adultos son varo-nes y el 44% mujeres; la mortalidad infantil seapunta cercana al 40% del conjunto de la pobla-ción; en la categoría de los adultos, debe consi-derarse “subadulto” al 20% (Op. cit.: p. 424).Esta composición poblacional parece la propiade un grupo normal vivo y de causas no natura-les de mortandad.

El análisis tipológico de los caracteres delcráneo sugiere algunas tendencias raciales: lapreferencia dolico-mesocrania masculina y lamayor dispersión e hiperdolicocrania femeninasuponen una combinación “que dentro de lamayor frecuencia de caracteres de mediterráneosgráciles hace pensar en presencia de rasgos pire-naico-occidentales (meso-dolicocefalia junto acráneos de baja altura: camecráneos)” (Op. cit.:p. 454)18. De todo lo cual se concluye que “... elestudio de la población prehistórica de Atalayue-la ... corrobora en parte, la homogeneidad racialde la Península en el periodo que se estudia; yque las diferencias tipológicas observadas enalgunos ejemplares (pirenaico-occidentales ymediterráneos robustos) permiten pensar en susrelaciones con las vecinas comunidades del Piri-neo y de la Meseta, al comienzo de la Edad delos Metales” (Op. cit.: p. 477).

V. Evaluación global. En la memoria de1978 se reitera la importancia del sepulcro tam-bién como clave de conexión para el conoci-miento de las poblaciones del momento en lazona y sus relaciones culturales: “Aunque par-cialmente saqueado el depósito de La Atala-yuela, las evidencias culturales que aúnpudimos recoger, y muy en especial los restos

Además se recogieron en La Atalayuelaotros objetos de diferentes materias y formas(Op. cit.: p. 406-408). De típica raigambre cal-colítica, algunos son excepcionales en nuestraslatitudes, como la aguja de hueso con orejetaperforada (lám. 6a 1), también en hueso unapunta de flecha en dos fragmentos (lám. 6a 2) yun botón-V semiesférico en zona removida(lám. 6a 4). De piedra: dos cuentas discoides decalaíta y cuatro de caliza (lám. 6a 3). De cobre:tres punzones biapuntados de sección cuadrada(lám. 6a 5-7) y tres fragmentos del mismometal. Se recogen noticias de un “puñal” norecuperado.

IV. Los restos esqueléticos fueron detalla-dos en el estudio antropológico de J. M. Basabe:los parámetros de análisis exclusivamente mor-fométrico habituales en ese tiempo reducen lasintenciones pretendidas por el arqueólogo:señalándose (BASABE, 1978: p. 476) que sólose obtienen medidas aceptables de 11 cráneosmasculinos y 10 femeninos, siendo aún menoslos huesos largos y mandíbulas mensurables.

Al igual que Barandiarán, destaca Basabe ensu estudio la importancia del sitio como zona depaso, y de la sepultura; del examen deduce dife-rencias entre los individuos masculinos y feme-ninos que hubieran podido ser mejor explicadassin “los accidentes en el laboratorio” que men-guan las expectativas iniciales a pesar del rigormetodológico de la exhumación. Se aprecia que“varios de los ejemplares que componen la seriehacen pensar en un posible parentesco, dada lasemejanza de algunas normas y caracteresmétricos, favorecidos por la coincidencia deedad, con lo que disminuye la representatividadde la muestra”17. Hay alusiones muy genéricas a

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17 Hay una sorprendente alusión a la aparente especial valoraciónde los varones (“el escaso número de varones adultos que integranlas series, venía compensado en un principio por el aceptableestado de conservación de los restos”: Op. cit.: p. 423) probable-mente derivada del excesivo esquematismo gramatical del texto.Por otra parte se especifican en el estudio algunos caracteres pato-lógicos: tumores (en un caso “al proceso tumoral originario haseguido una clara reactivación ósea del tejido circundante”), infec-ciones y un aneurisma; se cita también un grave traumatismo man-dibular que no parece produjera la muerte del individuo, al que secalifica de gigante subadulto masculino (Op. cit.: p. 424-425).18 No nos parecen ahora muy operativas las comparaciones que seestablecen con otras series antropológicas (en unos casos los crá-neos, en otros el esqueleto postcraneal y tanto con series prehis-

tóricas como históricas). En el análisis de Basabe (como en tantosotros análisis de las mismas fechas: debiéndose subrayar que elestudio antropológico sobre Atalayuela es uno de los mejores desu tiempo en esa disciplina) algunas medidas del esqueleto pos-tcraneal –tibias e ilíaco en concreto– se aproximan más a las serieseuropeas en las mujeres que en los hombres (series de las queignoramos su cronología). En cuanto a la homogeneidad peninsu-lar que se menciona en las conclusiones, podría ser igualmenteeuropea e incluso universal partiendo de análisis tan poco preci-sos. Poco aclara el análisis antropológico a la visión directa delarqueólogo: más grave es, sin embargo, ver en otros estudios másrecientes que el antropólogo mezcla en la misma ‘población’ res-tos óseos que van desde el Neolítico hasta el Bronce (contenidomezclado típico de dólmenes y cuevas).

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antropológicos de los allí inhumados, poseen unvalor de primerísimo orden para precisar lascaracterísticas culturales y físicas de aquellaspoblaciones eneolíticas. La zona en que seemplaza La Atalayuela resulta clave para deter-minar la líneas de difusión y áreas de asenta-miento de estos grupos –relativamentetrashumantes– que intermedian, por una parteentre la Meseta y el continente europeo (por lacuenca del Ebro y la vertiente meridional delPirineo), y por otra entre la Cornisa Cantábricay el Mediterráneo (por el mismo valle del Ebro”(BARANDIARÁN, 1978: p. 382).

2.3. Los datos consignados en el diario /inventario manuscrito

El diario (con su inventario anejo) que escri-bió el director de la excavación durante su des-arrollo aporta observaciones más prolijas quecompletan (precisan bastante, en algunos casos)los datos publicados en los informes prelimina-res y sobre todo en la memoria y en el estudioantropológico de 1978. Muchas de estas anota-ciones (especialmente las contenidas en elinventario con el registro tridimensional de loshallazgos) se solían eludir por exigencias debrevedad en lo que se editaba y, además, en elcaso concreto de Atalayuela, por considerar quenada añadían a la explicación, que en su día sejuzgó suficiente19.

I. Precisiones sobre ubicación de materia-les. Aunque dominante la idea de que Atala-yuela destaca como sepultura de inhumaciónmúltiple simultánea, en varias partes del diariose apunta la posible presencia de restos anterio-res a esta última ocupación.

Se reconoce la existencia en el paraje exca-vado de dos conjuntos: el túmulo de enterra-miento y el grupo de bloques. La excavación seinició en esta área de la gran piedra20 (cuadros 1-2/F-G) exterior a la fosa, comprobando se tratade zona revuelta por la actuación de clandesti-

nos. Hoy podemos precisar que los restos allíencontrados no es factible que fueran desplaza-dos desde la zona de la fosa, algo alejada, por sísolos ni por acción de los aficionados, estandotambién fuera del perímetro de deslizamiento ydegradación del túmulo, por tanto, cabe consi-derar dichos materiales, también prehistóricos,en su ubicación original relativa. Lo que síborró la actuación clandestina fue cualquierhuella de estructura en este lugar, ya fuera dehabitación o cultual y asociada o no con losgrandes bloques de piedra. La excavación eneste entorno resulta casi estéril: lasquitas amor-fas y cerámica, alguna decorada, mencionán-dose además el hallazgo de “algunas zonasaparentemente carbonosas (que habría queinvestigar detenidamente)”21.

Del inventario de materiales (figuran todoscon sus coordenadas de latitud y profundidad)interesan algunas anotaciones que aluden a laestratigrafía o a la ubicación de los elementos ysu explicación causal. Así, se precisa que losobjetos recogidos de 2-4/O-S, proceden delamontonamiento que habían dejado los clandes-tinos y no parece que en tal lugar haya existidotúmulo o estructura ninguna de enterramiento,pues las tierras revueltas (nivel r), de destruc-ción, se superponen directamente al suelo natu-ral arcilloso. (Esta zona está en el borde la fosapero dentro del contorno marcado como deltúmulo, ver lámina 1). Igualmente la limpiezasuperficial de 1-7/Q-S proporciona fragmentosde campaniforme y un botón-V, pero en estazona subyace el nivel a.

Se aprecia en 1/K-M la persistencia deltúmulo, bien conservado en K y L, aunque par-cialmente arrasado en M. La aparente conserva-ción original del túmulo se comprueba también enla limpieza de 2/K-L, 3/M-L; en estas franjas (1 y2) del lado sur, se mantiene el coronamientotumular por una acumulación de bloques natura-les, especialmente de cantos rodados de tamañomedio-grande (ver lámina 2). Se expresa la previ-

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19 Todos los materiales encontrados en la excavación, salvo laslascas de sílex y los fragmentos de cerámica lisa sin definicióntipológica, fueron dibujados en el diario. De él hemos recuperadopara este trabajo esas ilustraciones: dan una imagen más cercanaa la realidad de los hallazgos, especialmente en el caso de las cerá-micas, al asociar sus fragmentos reales a las reconstruccionespublicadas en 1978.

20 Esta piedra tenía huellas de surcos cortos, de distribución alea-toria, quizá de afilar hachas u otros instrumentos (ver BARAN-DIARÁN, 1978: p. 387-388).21 Hay que anotar que dichas huellas carbonosas no vuelven a sermencionadas en el diario, eran superficiales y seguramente recien-tes, y fueron borradas por las tormentas que todos los días azota-ban el yacimiento.

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Se realiza una trinchera por las bandas 1 y 3en L, M, N, para ver el inicio del túmulo de sura norte, ya que en la mitad norte estaba muyarrasado; se recogen así varias lascas de sílex,fragmentos de cerámica lisa y una punta de fle-cha lenticular (en 3M.79; lám. 5a-10).

Es llamativa la acumulación de cadáveres enla zona noroeste de la fosa, con 5 ó 6 sin apenasdiferencia de profundidad, unos sobre otros (loque se evidenciará como inhumación simultá-nea); los restos hallados que se consideran losmás profundos, entre -80 y -85, son los E45,E47, E52, E53, E5424. En 5Q (sect. 2), casi en elmismo fondo de la fosa aparece la aguja dehueso de orejeta perforada. Se significa la esca-sez de ajuares aun teniendo en cuenta el expolio.

II. Reconstrucción de vasijas campanifor-mes. Mediada la excavación, se reflejó en eldiario el intento de la primera reconstrucciónprovisional de vasos campaniformes acoplandolos fragmentos recuperados para establecer elnúmero aproximado de ejemplares, que sedenominaron con letras.

De casi 50 fragmentos se deducen al menos6 recipientes. Sobre los varios fragmentos de unvaso (A) (lám. 4d) y un cuenco (B) (lám. 4c), seobserva: que el vaso B tiene la mayoría de losfragmentos centrados en dos cuadros contiguosy profundidades similares (dos cotas separadaspor 10 cm); y que el vaso A está ostensible-mente disperso por unos cuadros que parecencontornear el agujero de los clandestinos.

De los vasos C, D y E se recuperó un sólofragmento: C es el fragmento de retícula incisa(lám. 4a-6), D es el fondo de puntillado geomé-trico (vaso F; lám. 4b); el vaso E (3N.50.3) es elinternacional. El vaso F (lám. 4b) es un fondoplano con decoración radial: todos sus fragmen-tos aparecen en el cuadro 1M a 50 cm25. Demomento todos los fragmentos de puntillado

sión de que lo que lo que se encuentre bajo eltúmulo en esta zona se conservará intacto; debeobservarse, no obstante, que dicha área está fuerade la fosa de enterramiento, si bien el contenidode ésta –nivel a2– igualmente se preservó de alte-raciones, salvo en una parte de P-Q.

Aparecen en 3K-M bastantes fragmentos decerámica lisa, bastante gruesa, a 50-65 cm, yabundantes lascas de sílex negro; aquí, a -70,parece se acaban todas las piedras acumuladas yel suelo se hace horizontal. “Llama la atención laausencia casi absoluta en toda la mitad sur deltúmulo de la cerámica campaniforme, dándosesólo aquí cuencos de pastas groseras, de superfi-cies lisas y mayor grosor de paredes, lo que, a lainversa, no aparece en la mitad septentrional”.Hay en 3N (sectores 2 y 3) restos humanos aunos -65 bajo una gran acumulación de piedras22.

En relación con la aparición del cadáver E18en cuadro 7R se anota el hallazgo de fragmen-tos de cerámica lisa y otros pequeñísimos conbotones repujados y perforaciones cuya proce-dencia posible se atribuye a las tierras superfi-ciales revueltas (lám. 3 y 3b). En 5Q aparece unpunzón de cobre y cuatro cráneos de adultos. En3P abundantes huesos pertenecientes al menos atres individuos (uno infantil flexionado sobre sulado izquierdo). Se aprecia la mayor profundi-dad de la fosa hacia el lado sur, máxima en 1O.En la limpieza del infante E19 aparecen, entre -70 y -74, los restos muy deteriorados de los hue-sos de su esqueleto postcraneal23.

En 3P a -80, directamente sobre el fondo dela fosa hay un fragmento pequeño de cerámicalisa espatulada: “ante este hecho merece recor-darse que apenas han aparecido trozos de cam-paniforme en las zonas inferiores de la estructurade enterramiento, sino estas especies lisas, loque acaso haya que interpretar como indicio detradiciones o culturas algo anteriores”. Tambiénen 3O a -79, hay cerámica tosca lisa.

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22 Es la zona que luego se consideró “ampliación” de la fosa, loshuesos a los que se alude eran fragmentarios y dispersos y su leveprofundidad cabría atribuirla a desplazamiento probable de ante-riores inhumaciones.23 Los restos de E19 aparecen en el cuadro 5R, ángulo NW (verfig. 3b de BARANDIARÁN, 1978), siendo más visible su cráneo;su profundidad sugiere que pertenece también a la posible fasefuneraria que precede a la inhumación múltiple simultánea; recor-demos respecto a la publicación de 1978 la confusión de los piesde las figuras que atribuye la que se acaba de citar a los “interme-dios” aunque en realidad corresponde a los “profundos”.

24 Salvo E45, subyacentes todos a los dibujados en el plano defigura 3b de Barandiarán (1978), algunos son restos muy frag-mentarios.25 Del mismo fondo puntillado geométrico es el fragmento quepublica Marcos (1973, fig. 12) y a él corresponde igualmenteel llamado vaso D, con un sólo fragmento. Este vaso F(fondo) se reconstruye en la publicación de 1978 unido a losotros fragmentos del perfil del puntillado geométrico de 5N;en los dibujos del diario parecen distintos pero puede ser porestar más rodado el fondo (tampoco Marcos apreció el punti-llado).

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–internacional y geométrico–, se sitúan en lazona sur del túmulo y fuera del contorno de lafosa. Se calculan 7 u 8 ejemplares de campani-forme y 4 o 5 al menos de vasijas lisas; y se con-sideran “importantes los dos fragmentos depuntillado muy fino; su grado de fragmentacióncorresponde bien a lo normal en los dólmenesde la zona pirenaica y de la Rioja Alavesa”.

III. Situación y asociaciones de los restosesqueléticos. Recuperamos del manuscrito deldiario algunas precisiones complementarias26:

E1.- aflora casi en la superficie de 7Q, afec-tado en parte por el agujero de los clandestinos;es sólo un cráneo en parte cubierto por pedrus-cos de tamaño pequeño.

E2.- En 1Q-3Q (datado por c14 en 4060b.p.). Con él se puede asociar una punta de fle-cha (lám. 5a-5) y un fragmento de fondo cam-paniforme (3Q, -55). En el mismo lugar de E2puede haber dos cadáveres prácticamente super-puestos uno a otro; al inferior se le llama E2b;está prácticamente completo aunque muy des-menuzado.

E5.- Cuadro 7S. En contacto con E3 cuyocráneo toca con las rodillas; es la mitad inferiorde un cuerpo (pelvis, fémures, tibias, pero-nés.....); tiene las piernas plegadas totalmente.

E15.- En 5R, sector 5, a -75 un cráneo com-pleto; como la mayoría de los recuperados hastaahora está rodeado de un cerco de piedras; apa-rece el resto del esqueleto, el más completo delos hallados hasta ahora.

E17.- En 3R-S, casi adosado a la mayor losadel contorno del sepulcro27.

E18.- En 7R, comienza a aparecer en ellímite NW de la fosa. Junto a él se recogen (peroacaso procedentes de las tierras superficialesrevueltas), cinco fragmentos de cerámicas lisasy dos muy pequeños decorados, uno con botónrepujado y otro con perforación rota.

E19.- En 5R, entre -70 y -74, restos deterio-rados de un esqueleto infantil, igual que E25

descansa sobre el lado izquierdo; parte de sucráneo, muy destrozado, está en el cuadro 7R.

E25.- Infantil, descansa sobre su ladoizquierdo: el cráneo en apariencia asociado a élcorresponde a la columna vertebral de otro (E36),

Figuran en el diario varios croquis de distin-tos cuadros y la ubicación en ellos de los esque-letos; en 7Q aparecen los restos que seconsideran los más profundos, entre -80 y –85(son los E45, 47, 52, 53 y 54); algunos de estosrestos no fueron representados en los planos dela publicación de 1978; uno de los más profun-dos, el E52, aparecía tumbado sobre su costadoizquierdo.

2.4. Reflexiones actuales

I. Por una parte se plantea la validez del sis-tema de recuperación aplicado a Atalayuela,Se puede asegurar hoy, a los treinta años largos,que el desarrollo de aquella actuación arqueoló-gica fue excelente. Consiguió la notable preci-sión topográfica (mediante control porcoordenadas y plasmación en planos y cortes)que permite una afinada localización de cadaelemento y una muy útil contextualización(relación) entre los elementos (objetos muebles,restos antropológicos y ‘construcción/es’) deeste yacimiento.

II. Los datos publicados sobre el sitiorequieren completar su explicación con la pre-cisión que las circunstancias impidieron des-arrollar en su momento pero que se conservanregistradas en manuscrito. Reconocemos lamala calidad de los planos topográfico y de dis-tribución de restos antropológicos (en figs. 2, 3,3a y 3b de la memoria de 1978), que aun siendodibujos de línea fueron reproducidos fotográfi-camente; sus originales son ya irrecuperables alhaber quedado en poder de la editora.

Intentaremos sustentar gráficamente nuestrarevisión actual, ubicando en planta y corte losmateriales hallados, de acuerdo con su sigla. Sehan preparado una serie de láminas a partir de

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26 La reproducción adecuada de los planos de distribución de lamayoría de los cadáveres puede verse en BARANDIARÁN, 1978:figs. 3, 3b y 3c.27 Este esqueleto (BARANDIARÁN, 1978: fig. 3b), fuertementereplegado, podría pertenecer a la fase de uso anterior a la inhuma-

ción simultánea; estaba embebido en el fondo de la fosa y fue pos-teriormente datado por c14 en 4110 b.p. La zona de aparición fuemás afectada por el agujero de los clandestinos por lo que losexcavadores llegamos pronto a estos restos que estaban sinembargo casi en el fondo de la fosa.

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– las profundidades que figuran en la sigla delos objetos, que según se deduce de la publi-cación deberían referirse a la cota máximadel plano cero (10 cm por encima de la cús-pide del túmulo restante en la intersección3/5 del corte), lo hacen a una cota más baja,concretamente a 25 cm por debajo, rasante ala que se instaló el triángulo fijo de referen-cia (‘popof’), de uso más práctico e inme-diato que la muy precisa determinación porel nivel óptico (‘teodolito’) a cuyo plano serefieren las cotas que figuran en el planotopográfico de la figura 2 de 197828.

– en el dibujo del corte por el contacto de labandas 3/5 (figura 5 de la publicación de1978) el nivel horizontal marcado por lascruces de las intersecciones de los cua-dros, no corresponde al plano cero abso-luto sino que, por conveniencia de larepresentación gráfica, se colocó tan-gente a la altura máxima del túmulo enese punto, 10 cm. bajo el plano cero.

– los dibujos de materiales en el diario noreflejan con precisión el aspecto actual dealgunos fragmentos cerámicos, sin dudapor la limpieza intencionadamentesomera que se efectuaba en el lugar parano deteriorar las superficies muy rodadas,siendo así imposible apreciar algunos delos detalles que se evidenciaron al pasar amanos de los restauradores de las vasijas:así se dibujaron en el diario algunos frag-mentos como incisos, resultando luegopuntillados (los de 2D-4D 110), o sedibujó no decorado algún trozo (frag-mento 2Q.35.9) que posteriormente sedefinió como de campaniforme inciso.

3. INTERPRETACIÓN ARQUEOLÓGICADE LOS DATOS

El punto de partida de esta reinterpretación esla alusión inicial (BARANDIARÁN, 1973: p. 96-97) a un posible uso funerario en La Atalayuelaprecedente a la inhumación múltiple simultánea.

un plano general del dossier de campo de I.Barandiarán, pero que no fue publicado en nin-guno de sus tres textos sobre el yacimiento. Secomplementa con la visión vertical de la estruc-tura tumular del enterramiento según el cortepublicado en 1978, con algunas adaptacionespara mejorar la claridad de la visión en verticalde los objetos (lám. 2). Todos los elementos quefiguran en el inventario del diario con su regis-tro de profundidad se han trasladado al corres-pondiente plano de situación, faltando,lógicamente, los hallazgos de nivel revuelto. Lasigla que acompaña a las piezas dibujadas esuna simplificación de la real, mucho más explí-cita (incluyen nivel, sector u otros datos), ya quebasta para el presente estudio la mención delcuadro y la profundidad en que se ubican.

Como ya se ha indicado, se reproducen losdibujos del diario de campo (y también las ilus-traciones publicadas por A. Marcos) asociados asu respectiva pieza ‘reconstruida’ en la memoriade 1978, y a continuación del correspondienteplano y corte de situación de los diferentes gru-pos de materiales. De esta forma se aprecia quelos fragmentos que se pueden atribuir a cadavasija son realmente escasos en las que conside-ramos más antiguas mientras que los recipientescampaniformes más modernos están casi enteros.

III. Matizaciones.- Aunque la precisión delas medidas tomadas en la excavación permiteaprovecharlas en la reconstrucción actual, se hade tener en cuenta el lapso informativo quemedia entre la excavación –con la simultánearedacción del diario– y su publicación. Es eneste lapso ‘de laboratorio’ y de reflexión cuandose corrigen y se decantan las observacionesdirectas sin la presión inmediata del trabajo decampo; los criterios seguidos en esta fase desimplificación/reposo de ideas no han sidoexplicitados en la publicación de la memoria.

En el listado de estas discordancias –menores,desde luego– entre ambos lotes de datos (losincluidos en los manuscritos de campo y lospublicados al fin) reconocemos, por ejemplo, que:

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28 Por eso, se observará que la “parrilla” (dividida en tramos de unmetro en horizontal y en cuatro de 25 cm en vertical), que se hasuperpuesto en el dibujo de los cortes en este texto, y que es labase para situar los hallazgos en profundidad según su sigla, notiene su inicio superior coincidente con la cima del túmulo en 3/5,

sino que arranca 15 cm por debajo; la razón es que a los 25 cm pordebajo del cero absoluto en que se instaló el triángulo de referen-cia, deben restarse los 10 cm por debajo del cero que tiene la cimadel túmulo por el contacto 3/5.

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Los textos de 1973 y 1978, según la norma dela época, se limitaron a la síntesis expositiva delos datos empíricos y a la descripción de losresultados de la excavación: su interpretación noexcedió lo que los datos por sí mismos directa-mente indicaban. Tal positivismo entonces nor-mal no estaba exento de alusiones interroganteshacia una explicación más compleja del sepul-cro. Así, en la memoria extensa (BARANDIA-RÁN, 1978: p. 420 y ss.) se reconoce: a, que nofue posible establecer asociación individualizadade los inhumados con los materiales del depó-sito; b, la notable escasez del material arqueoló-gico (en especial de elementos de “uso personal”y habitualmente portados: cuentas, botones opunzones) frente al número de cadáveres; y c, ladiversa distribución del material mobiliar: mayordensidad de cerámica campaniforme, cuentas decollar, puntas de sílex y elementos metálicos enla mitad septentrional de la fosa, y abundanciade recipientes lisos y lascas no retocadas en lamitad sur (si bien fuera de la fosa).

Respecto al depósito antropológico, se esta-blecen: a, la evidencia de un solo momento en lainhumación colectiva, deducible de las estrati-grafía, disposición y conexión de los cadáveres;b, la variedad de edades y sexos que expresa lacomposición normal de un grupo completo depoblación; y c, la hipótesis de que tal composi-ción del grupo inhumado se haya de atribuir aalguna enfermedad epidémica o factor catastró-fico extraordinario, como una guerra.

Frente a lo publicado, en el diario las alusionesa posibles usos anteriores son más claras. Comocuando se comenta la aparición en 3P a -80, direc-tamente sobre el fondo de la fosa, de un frag-mento pequeño de cerámica lisa espatulada: “anteeste hecho merece recordarse que apenas han apa-recido trozos de campaniforme en las zonas infe-riores de la estructura de enterramiento, sino estasespecies lisas, lo que acaso haya que interpretarcomo indicio de tradiciones o culturas algo ante-riores”. Por otra parte, la advertida fragmentaciónde huesos sin aparente conexión en 3Q, se explicapor su contacto con el suelo arcilloso.

3.1. La distribución de los materiales a par-tir de una lectura de los planos de distribución

Aunque la distancia en altura entre materia-les supuestamente más antiguos y los más

modernos no es excesiva (no puede serlo, puesla potencia estratigráfica total es muy débil), sila combinamos con su situación en plano, dis-tinguiendo también las zonas alteradas por losclandestinos de las intactas, se aprecian clarasdiferencias.

Lámina 1.- Muestra claramente las zonasafectadas por las excavaciones clandestinas(cuadros 1-5/P-S). La dispersión de restos óseosen cuadros externos a la fosa y su menor pro-fundidad en éstos indica la acumulación de lastierras extraídas del agujero y depositadas alre-dedor, sobre el túmulo, lo que avala que losmateriales hallados en estas mismas zonas(campaniformes incisos sobre todo, que tienenlas cotas más altas), fueron también extraídos ydispersados, pues aunque teóricamente pudie-ron haberse depositado fuera de la fosa o pree-xistir en las tierras que se acumularon paraformar el túmulo, no se puede pensar lo mismode los restos óseos que les acompañan.

En este plano quedan reflejadas las doszonas excavadas del yacimiento: la probable-mente estéril y con materiales de depósitosecundario de la zona sur (cuadros 1-3, 2-14/A-J), con grandes piedras, y el túmulo fune-rario (1-11, 2-6/K-U) que cubría la fosa(1-7/N-S), de la zona norte.

Lámina 2.- La figura A representa el corteestratigráfico de la sepultura y sus niveles; la Bes la adaptación (eliminando las tramas) paraubicar los hallazgos en vertical según sus cotas.

Lámina 3.- En esta distribución de la cerá-mica no campaniforme (láms. 3a, b, c) se inclu-yen tanto los fragmentos citados en el inventariodel diario, como otros muchos señalados en elplano de distribución inédito, siempre que ten-gan mención de la profundidad (en dicho planohay más fragmentos, sin indicar cota, acumula-dos densamente en los cuadros 3/K-N).

Es grande la densidad de fragmentos amorfosde cerámica en torno a las grandes piedras de lasbandas D-F-G, y especialmente en los cuadrosde la zona sur del túmulo (3/K-N), fuera de lafosa: la misma distribución que veremos en laslascas de sílex. Las cotas de profundidad en estazona se concentran en torno al contacto entre elnivel b subyacente natural y el nivel a1 queforma la acumulación artificial del túmulo. Aun-

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mente desmantelado), una vez efectuada lainhumación múltiple simultánea.

El campaniforme inciso (láms. 4a: 4, 5, 6-7;4c y 4d) es la única especie del campaniformecuya distribución horizontal coincide en partecon el interior del perímetro de la fosa. En cuantoa sus profundidades, todas exceden el nivel de lasvariedades anteriores y están siempre por encimadel de las inhumaciones, salvo dos fragmentos(3P.70 y 3R.75) que pudieron caer en el mismocráter de la excavación clandestina por efecto dela remoción de las tierras efectuada por “los pró-ceres de la localidad” que mencionaba A. Mar-cos. La situación secundaria de los que aparecenen el exterior del recinto –sobre todo en la banda2–, coincide prácticamente con la de los restosóseos también desplazados (lám. 1).

Aunque estas circunstancias sugieren que lasituación del campaniforme inciso era muy superfi-cial, precisamente toda el área que cubre su distribu-ción en el túmulo está notablemente desmantelada,lo que impide establecer con seguridad si los vasosfueron depositados sobre el nivel de los inhumados(pero nunca asociados a éstos) o en cotas más altasdel túmulo, que pudo ser recrecido en un momentoposterior al de la clausura. Fueran o no cubiertoscon nuevas capas de tierra, es bastante probable quelos vasos incisos se depositaran en una o varias fasesposteriores al enterramiento simultáneo y que quizápermanecieran un tiempo a la intemperie, lo queexplicaría la pérdida de la mayoría de los fragmen-tos en muchos ejemplares.

Los dos vasos más completos (láms. 4b y 4c)podrían denunciar una situación más precisa desu depósito sobre el nivel de inhumación, perosu dispersión es total. La aparente coincidenciade varios fragmentos sobre la línea de contactoentre el nivel a1 y a2 en los cuadros Q y R, quese aprecia en el corte de la lámina 4, puede serefecto de la proyección de los varios fragmentosdispersos por los cuadros de ambas bandas,posiblemente en posición secundaria generadapor la profundidad a la que en esos puntos llegola excavación clandestina29.

que en muchos de los elementos parecen situarsepor encima del contacto entre ambos niveles, te-niendo en cuenta las irregularidades de la super-ficie del suelo original y que se trata de unaproyección de todas las profundidades sobre lalínea de contacto de las bandas 3 y 5 la repre-sentada en el corte), podemos considerar queestos fragmentos reposaban en dicha superficiecuando sobre ellos se constituyó el túmulo.

La heterogénea y aleatoria distribución verti-cal y horizontal de los mucho más escasos frag-mentos del interior de la fosa, algunos condecoraciones de tipos calcolíticos antiguos (lám.3b), muy pocos y muy fragmentarios, podríaexplicarse tanto por efecto de las excavacionesclandestinas como por la remoción de enterra-mientos antiguos, previos al múltiple simultáneo,que pudieron acompañarse con estos vasos cuyosfragmentos se mezclarían luego con las tierras deltúmulo que cubrió las últimas inhumaciones.

Lámina 4.- La distribución de la cerámicacampaniforme es distinta según sus variedades.Los tres únicos fragmentos de campaniformeinternacional (lám. 4a-1) están fuera de la fosa,uno en el área de las grandes piedras (3H) y dos(5N) en la zona donde se acumula la cerámicalisa y ligeramente por encima de ésta. Cabríapensar que proceden del interior y fueron des-plazados afuera al efectuar la inhumaciónsimultánea; al igual que los también escasísi-mos trozos de cerámicas calcolíticas antiguas(lám. 3c), pudieron formar parte de los depósi-tos de inhumaciones previas.

El campaniforme puntillado geométrico(lám. 4b) ocupa la misma posición que el ante-rior, en 5N (y 1M, los fragmentos del fondo),pero con la significativa diferencia de que setrata de un vaso prácticamente entero aunquemuy fragmentado. Su presencia en este lugar ycota dentro del túmulo, que en esta parte estabaintacto, se podría explicar como fruto de unaofrenda en la zona de la posible entrada delrecinto cuando este fue clausurado (y previa-

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29 Que los campaniformes incisos de La Atalayuela sean una ofrendaposterior al enterramiento es una posibilidad razonable ya apuntadaanteriormente (ANDRÉS, 1998: p. 122) y ahora sugerida también enel caso de Tres Montes (ANDRÉS, GARCÍA y SESMA, 2002): enel nivel más superficial de esta tumba clausurada, separado por másde dos metros de sedimentos estériles del campaniforme internacio-nal del fondo del sepulcro, apareció un tosco fragmento inciso; aun-que en principio se podría pensar en una ocupación, habitacional

incluso, esporádica, ignorante quizá de la tumba subyacente, la pro-pia topografía del ‘túmulo’ natural y la reducida superficie de sucima convierten el sitio, nada resguardado de los elementos y los ata-ques, en poco apropiado para instalarse. Con estas premisas parecetambién absurdo que quedaran como restos de una ocupación tanliviana y superficial restos de una cerámica especial como es el cam-paniforme: es más razonable pensar en ofrendas intencionadas, quereconocen el sitio fúnebre y perpetúan su memoria.

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Lámina 5.- Ofrece la distribución de los ele-mentos de piedra tallada30. Las numerosas lascasde sílex acumuladas en la parte sur –e intacta–del túmulo se sitúan a partir de los datos delplano de distribución inédito pero no tienen unregistro individualizado de profundidad, por loque no figuran en el corte. Las piezas líticas defunción diversa se distribuyen aleatoriamentedentro y fuera de la fosa, y aunque son másnumerosas en el sur del túmulo su presenciapuede ser casual y fruto de la remoción de las tie-rras durante las fases de uso de la estructura fune-raria (pero, en todo caso, siempre anteriores a lasremociones clandestinas, que no afectaron a estazona del túmulo); no parece que formen parte deningún “ajuar” asociado a los inhumados.

En cuanto a las puntas de flecha, su escasezrespecto al número de inhumados, su diversidadtipológica y el deterioro de casi el 50% de losejemplares, impide igualmente considerarlascomo ofrenda viática de los enterrados, siendoprobable que accedieran a la tumba dentro de loscadáveres y fueran la causa de muerte de algunode ellos. En su distribución, aunque la mayoríaestán dentro del contorno de la fosa, en profundi-dad algunas superan el nivel de los enterramien-tos, lo que se puede atribuir a las remocionesmodernas. La aparente concentración de saetas en5O se desdibuja por la elevada cota de dos de ellasque se sitúan por encima del nivel de aparición delos cadáveres, hecho difícil de explicar salvoaceptando su inclusión en las tierras tumulares.

La misma explicación serviría para la puntafoliforme, la de apariencia más antigua (lám.5a-10), hallada fuera de la fosa y bajo el túmulointacto, aunque directamente sobre el nivel b,posible “suelo” previo, asociada a los materialesmás antiguos allí preexistentes o desplazados enparte del interior del sepulcro antes de la depo-sición múltiple (de la que también pudo caerjustamente al efectuarse la misma).

Si para las distintas especies diacrónicas delcampaniforme podíamos encontrar explicaciónrazonable que las relacionara con diferentesfases del uso sepulcral, en el caso de las fle-chas, cuyos diversos tipos también parecenreflejar una diacronía cronológica, su aparenteasociación a la inhumación múltiple simultáneanos obligaría a aceptar la perduración de for-mas diversas que en estratigrafías de la zonaaparecen evolutivamente separadas. No obs-tante, hay otras posibilidades de explicación,como la que se acaba de apuntar para la puntanº 10; aunque el tipo de la mayoría de los ejem-plares (de pedúnculo y aletas) las haga habi-tualmente más coherentes con la fase delcampaniforme inciso, que hemos consideradohipotéticamente como ofrenda posterior a lasinhumaciones últimas, no existe contradicciónal respecto, puesto que en la zona hay datacio-nes que sitúan su presencia a partir de media-dos del tercer milenio31.

Lámina 6.- En esta repartición de objetos dediversos materiales32, la lámina 6a configura laúnica posibilidad de “ajuar” de los inhumados,pero no como depósito adicional de ofrendassino representando los escasos elementos demateria no perecedera que los enterrados porta-rían sobre sí. Su cota de altura los sitúa dentrode la fosa, salvo los desplazados fuera por remo-ción clandestina, que aparecen más superficia-les. La punta de hueso en dos fragmentos (lám.6a-2), un tipo que parece de cronología más tar-día que el propio campaniforme inciso, al estardesplazada, imposibilita su atribución probableal depósito funerario o a una pérdida posterior.En relación con los enterrados de la inhumaciónsimultánea parecen los punzones de cobre yquizá también la aguja con orejeta perforada(láms. 6a, 5, 6, 7 y 1 respect.), aunque ésta,sobre el suelo mismo del sepulcro, podría sertambién anterior33. Como otros elementos, tam-

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30 Se recogen sólo aquellos de los que consta situación tridimen-sional. Se reproducen los dibujos de la publicación de 1978, al noexistir diferencias con los del diario y ser de mejor calidad. 31 Se fecha así en el abrigo de La Peña de Marañón, en -2400(CAVA y BEGUIRISTAIN, 1992) y en -2520 en el abrigo de PeñaLarga (FERNÁNDEZ ERASO, 1989), en este caso para una puntade aletas incipientes. Por lo que respecta a la punta nº 11, conmuescas en la base, no es un tipo corriente pero podría ser coetá-nea de la mayoría; su forma se puede achacar incluso a cuestionestécnicas de fabricación, al no poderse completar adecuadamenteuna forma de pedúnculo y aletas por la excesiva estrechez del

soporte; así lo sugiere el análisis morfo-técnico realizado sobre laspuntas del sepulcro de La Costa de Can Martorell (PALOMO yGUIBAJA, 2003: p. 191). La tipología y variantes de las puntaspropias de esta gran área que abarca el alto y medio Ebro se expla-yan en Andrés (1978) y Cava (1984).32 Se reproducen para este grupo los dibujos de la publicación de1978, por ser iguales, con ventajas, a los del diario.33 Bajo el último enterramiento efectuado en el sepulcro de TresMontes apareció una aguja semejante a la de La Atalyuela. Estatumba ofreció dataciones equiparables a La Atalayuela y campa-niforme internacional como único “ajuar”.

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La última sugerencia que luego comentare-mos, alumbrada por el sepulcro de Tres Montes,es el posible cometido de Atalayuela como“casa mortuoria”, siendo esta zona (1-5/L-N) elatrio en el que se realizaran rituales durante suuso o hacia el que se desplazó material del inte-rior cuando se desmanteló y clausuró la tumbatras el enterramiento simultáneo.

3.2. La datación del sepulcro y su contenido

Con criterios morfológicos, fue inequívocala datación general del sepulcro por lo caracte-rístico del ajuar, con seguridad eneolítico ysemejante a conjuntos próximos fechadosentre 2000 y 1700 a.C. (BARANDIARÁN,1978: p. 422), con el campaniforme incisocomo extremo final. Las dataciones radiocar-bónicas de huesos de los inhumados buscabanuna solución para el problema que planteaba lacoexistencia en ‘el sepulcro’ de especies cam-paniforme de diferente cronología, pero no loresolvieron totalmente.

No sólo parte del campaniforme, sino otroselementos apuntan a dataciones que preceden aeste hito terminal en tres o cuatro siglos. Tales,por ejemplo, las cuentas discoidales de calaítaque sugieren cierto matiz arcaizante (“más utili-zadas en un Neolítico pleno se fueron rarifi-cando en el avance de las Edades del Metal”seg. BARANDIARÁN, 1978: p. 415) y que enla Rioja Alavesa las fecha A. M. Muñoz en el2000; o los punzones de cobre y los botones-Ven casquete esférico que son tipos anteriores alos demás objetos de cobre –siempre escasos–,como puñales o ‘palmelas’ u otras formas debotones-V, que caracterizan el Calcolítico pornuestras latitudes.

La seriación relativa de los materiales, sin-gularmente de los campaniformes, es impor-tante para determinar el uso de las fases delsepulcro, si hemos partido de la base de noadmitir la perduración de los tipos antiguos enfases más recientes, sino su diacronía, bien pro-bada estratigráficamente34.

bién apunta a la fase inicial del calcolítico elbotón-V, de casquete esférico.

En síntesis, y completando el comentariosobre la distribución de los materiales, podemosdestacar la concentración de hallazgos en loscuadros 1-5/L-N, bajo una parte del túmulo noalterada, y con elementos de tipología relativa-mente más antigua en cerámica y piedra. Lascausas de la peculiaridad de esta área pueden servarias:

1. Que fuera lugar de preparación del ente-rramiento o de reunión de ‘banqueteritual’ u otros, lo que explicaría la abun-dancia de cerámica quizá rota ritualmentetras las ceremonias, pero no las abundan-tes lascas de sílex.

2. Que haya sido un sitio ocupado previa-mente para efectos prácticos o domésticos,como lugar de talla, en relación con unaposible cabaña, precedente de la fosa, loque explicaría las lascas pero difícilmentela abundancia de fragmentos cerámicos.

3. Que resulte una combinación, sucesiva osimultánea, de los usos sugeridos.

4. La aparente mayor antigüedad de losmateriales de esta zona puede ser expli-cada como efecto de la ‘limpieza’ de lafosa antes de efectuar la inhumaciónsimultánea, tanto si fue una tumba previacomo una vivienda, y tanto si la limpiezafue ritual o ‘consciente’ o simplementepráctica y necesaria.

En todo caso, algo ritual insinúa esa concen-tración no conectada a “restos de cocina” nihogares (de los que no se encontró ni un rastro),sin apariencia de basurero y con una inexplica-ble densidad de fragmentos cerámicos. Otra cosacierta, y confirmada por las dataciones, es que elenterramiento simultáneo es de una primera fasedel Calcolítico en la zona, por lo que, tanto seanrestos de banquete como de limpieza, los depó-sitos de estos cuadros pudieron producirse almismo tiempo que este último enterramiento.

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34 En el congreso de Riva de 1998 sobre el campaniforme, Harrisony Mederos (2001), proponen para el campaniforme de la Españacentral una secuencia clara apoyada en estratigráficas, como la deMoncín (1º: AOO, 2º: puntillado geométrico, 3º: Ciempozuelos, 4º:

Epi-campaniforme, 5º: Silos) aunque no confirmada sin ambigüe-dad por el C14. Afirman, basados precisamente en las datacionesde La Atalayuela, el solapamiento del AOO con el Ciempozuelosy el intermedio –puntillado geométrico– con ambos.

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La sucesión relativa de los estilos del cam-paniforme comenzaba a aclararse entre la fechade la excavación de La Atalayuela y la de supublicación; la seriación relativa, coincidente endiferentes lugares en los que se realizaban estu-dios más detenidos y con mayor abundancia dedatos, señalaba la prelación del “marítimo”,seguido del puntillado geométrico y éste delinciso35. La sucesión del puntillado geométricorespecto al internacional es cuestión relevantepara La Atalayuela, pues un vaso de aquel estilo(lám. 4b) pudo depositarse entero –como lo fue-ron los posteriores, incisos– por tanto, podríatener relación con alguna ceremonia de enterra-miento y, al estar sobre el suelo que fue cubiertopor el túmulo que culminó la tumba, correspon-dería a la última, a la inhumación múltiple, quees la que resultó datada por C14; por tanto, esasdataciones fecharían el campaniforme punti-llado geométrico, los débiles restos de interna-cional serían anteriores (quizá de las primerasutilizaciones del sepulcro) y, por supuesto, elinciso posterior a todo el conjunto funerario.

La datación radicarbónica de la inhumaciónse efectuó varios años más tarde (HARRISON,1988). Los huesos fechados procedían de losesqueletos E2, E17 y E42, y ofrecieron las data-ciones de: E2 en 4060±60 b.p. (nivel superior,hombre); E17 en 4110±60 b.p. (nivel medio,hombre); y E42 en 4120±7 b.p. (nivel medio,mujer)36.

Frente a la sugerencia de I. Barandiarán deque pudiera haber una fase anterior de enterra-miento, opina R. J. Harrison (1988: p. 465), anteel hecho de que la fosa se excavó en suelo vir-gen y no hay huellas de asentamiento en la zonaque pudiera contaminarla con su detritus, quetodo el material debe verse como deliberada-mente incluido y se puede considerar comohallazgo cerrado: por tanto, para este autor lasdataciones, estadísticamente indistintas, confir-man el enterramiento como acontecimientoúnico. Debe reconocerse, en cuanto a la coexis-tencia de diferentes campaniformes, que la cali-bración solapa las fechaciones y que se puedeafirmar así un reducido transcurso temporalentre las tres variedades; pero es evidente, antela ahora reconstruida estratigrafía de La Atala-yuela, que no son simultáneas37.

3.3. Paralelos y contexto cultural

La ubicación crono-cultural inequívoca detodos los elementos del mobiliar es el Calcolí-tico: dentro de él, sólo podremos diferenciar unafase más antigua y otra más reciente. Son ahoramucho más abundantes que hace 35 años losconocimientos que permiten establecer relacio-nes del efectivo de Atalayuela con la culturamaterial de otros enclaves.

A pesar de su escasez, los materiales de LaAtalayuela proporcionan sugerencias de su rai-

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35 G. Moreno (1971-1972) utiliza el nombre de puntillado geomé-trico, más expresivo y desde luego más objetivo que otros de basetoponímica –siempre un criterio tendencioso– (como “TipoPalmela”, datado en Zambujal en 2045 a.C.), o referidos a unaseriación cronológica local (la Fase II de Guilaine, en su estudiode 1967); la ventaja de esta denominación es que resalta la técnicadel puntillado derivado del internacional y evidencia la evolución,ya autóctona, hacia el inciso con motivos geométricos. 36 Precisando el origen de las muestras datadas: una anotación deldiario advierte que con la sigla E17 se recogieron fragmentos óseospertenecientes acaso a distintos cadáveres y que el E2 se superponea otro, denominado E2b, suponiéndose que la datación es del pri-mero. Lo lamentable es que de la zona sur del recinto, que parececonservar la mayor parte de los restos más antiguos, fragmentadose incompletos (salvo el E25, casi completo, orientado al lado con-trario que los demás y sobre su lado izquierdo (como el E19, tam-bién niño, o el E52, ambos también sobre su lado izquierdo yembebidos en el suelo de la fosa pero de la zona este del sepulcro,bajo la inhumación simultánea), no se obtuvo datación. O sea quelas fechas son de cadáveres de la mitad norte del sepulcro: el E2 esde las capas más superficiales, pero con el E17 y el E42 formaparte de la deposición múltiple simultánea a pesar de que sus res-pectivas dataciones parezcan sugerir un cierto escalonamientocronológico coherente con la diferencia de profundidad relativa.

37 R. J. Harrison afirma que el diseño local surge rápidamente,casi espontáneamente, una vez que se conoce el marítimo y quealcanza un largo periodo de popularidad con un repertorio dediseños estable (Op. cit.: p. 467); el autor aporta la misma impre-sión de evolución rápida para el caso de Zambujal y otras loca-lidades. Se deduce que no hay una transición larga entre losestilos marítimos y los locales, lo que ocurre en el Ebro medio ainicios del tercer milenio BC (cal.), marcando La Atalayuela unpreciso momento de este proceso de diferenciación estilística(Op. cit.: p. 468). Dejado de lado el problema de las calibra-ciones de estas fechas, que pone de manifiesto Harrison y sinentrar en la conveniencia o no de tal práctica, dos hechos resal-tan: 1º, la machacona insistencia de las dataciones entre 2200-2100 a.C. para el campaniforme internacional, a las que seañaden ahora las de Tres Montes, sepultura de corta duracióncon sólo estas fechas (salvo una claramente desechable) y sóloesta cerámica; y 2º, que al margen del lapso temporal que lossepare, está probada –también estratigráficamente–, la prioridaddel internacional sobre el inciso y el intermedio de la versiónconocida como ‘puntillado geométrico’. Esto es lo que hay en LaAtalayuela, la gradación de un cambio, la misma evolución quese puede comprobar en casi toda Europa. No es en principioadmisible la perduración conservadora de tipos antiguos cuandoya se realizan los más recientes.

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dría casi a aceptar un contacto demográfico. Nonos referimos ahora al campaniforme; lo quemerece ser destacado para el propósito de esteestudio es la proliferación de hallazgos de vasi-jas lisas con pequeños botones repujados o per-foraciones en el borde (lám. 3b), que cuando seexcavó La Atalayuela apenas eran conocidaspor nuestras latitudes y hoy aparecen bien repre-sentadas en otros lugares de la cuenca del Ebroy la Meseta40. En general corresponden al iniciodel Calcolítico y se asocian muchas veces alcampaniforme internacional; como él, parecenincluidas en corrientes culturales que impreg-nan gran parte del occidente europeo, Franciasobre todo.

3.4. Los caminos del campaniforme

Aunque es en gran parte su causa, no esobjetivo de este texto abordar los problemas delcampaniforme, que en nuestra zona han estu-diado en distintos momentos G. Moreno, I.Barandiarán, R. J. Harrison, G. Delibes o A.Alday41. Inciden especialmente los estudios deAlday en las posibles rutas de difusión de estacerámica; no parece bien valorado como caminode arribada el río Ebro que con su importante

gambre europea. Algunos apuntan al ámbitosuizo o del Jura, otros –como el mismo campa-niforme internacional–, más heterogéneos ensus posibles caminos; pero el conjunto no secaracteriza precisamente por su “autoctonismo”sino que denuncia una situación de contactosque implica al menos a todo el cuadrante NEpeninsular y el sur de Francia38.

La aguja de hueso con orejeta (lám. 6a-1),por su presencia excepcional en la PenínsulaIbérica y sus prototipos transpirenaicos, es lapieza más significativa (aparte del propio cam-paniforme internacional) para aludir a relacio-nes exóticas (Op. cit.: p. 421-422)39. Esta piezatiene ahora otro paralelo más próximo -en todoslos sentidos-, que corrobora la posibilidad de suexotismo: la aguja de Tres Montes, que difieresólo en la forma y posición de la orejeta, que escircular, no oblonga y el orificio, centrado, laocupa casi por completo, se sitúa en el extremopróximal sin que el eje de la aguja la sobrepase;acompañaba al último de los inhumados.

Siempre es más arriesgado admitir influen-cias exóticas sobre la cerámica. Por su conside-ración tradicional de “marcador cultural”, oétnico incluso, reconocer semejanzas equival-

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38 Así se destacó (BARANDIARÁN, 1978: p. 408) la ubicaciónprivilegiada del lugar en zona de convergencia de dos áreas cultu-rales caracterizadas (la pirenaica dolménica occidental y la delpeculiar estilo campaniforme del Sistema Ibérico Central de Soriay Logroño), la adecuación cultural de los ajuares con el Eneolíticode la zona y la plasmación, evidente por ciertos elementos, decorrientes de difusión de lejana procedencia: “Ello concuerda conel carácter de ‘exotismo’ que, un poco por todas partes, surge envarios rasgos particulares de la Prehistoria contemporánea del PaísVasco y de la Ribera del Ebro: tal sucede, por ejemplo, con elhacha-martillo de piedra pulimentada del dolmen de Balenkaleku(Navarra) (cuyos paralelos hay que buscar en Centroeuropa), conlos tipos campaniformes ‘pan-europeos’ de Pagobakoitza (Gui-púzcoa) y la misma Atalayuela, o con las losas-puertas perforadasde los dólmenes de El Portillo de Enériz y Mina de Farangortea(en Artajona, Navarra) (cuyos paralelos se hallan en bastantes dól-menes del Sudeste peninsular –Los Millares– y de la cultura SOMfrancesa)” (Op. cit.: p. 421-422).39 Remitiéndonos (BARANDIARÁN, 1978: p. 413) a ejemplosfranceses de contextos eneolíticos y del Bronce antiguo, aportadospor J. Guilaine en 1972 (que recopila casos del Languedoc-Rous-sillon y Ariège) y por J. Clottes en 1977 que considera estos ele-mentos “originarios de las regiones del Este, que ...aparecen enmedios calcolíticos puros (‘campaniforme’, ‘ateraciense’, ‘font-buisiense’) y con utilización que continuará durante el Bronce An-tiguo pero comenzando ya a ser ampliamente sustituidos por losmodelos metálicos”. En relación con el grupo cultural de Horgen,del Neolítico Final/Calcolítico, en el este de Suiza, encontramoslos ejemplares más cercanos.

Aunque su aparición es mucho más dispersa, y su forma puedeatribuirse a causas no controladas, también para las puntas de fle-cha de muescas en la base (lám. 5a-11), encontramos paralelos enel mismo contexto suizo (BARANDIARÁN, 1978: p. 409), endólmenes del sur de Francia (Lamalou, cultura ‘Rodeziense’) y enel catalán de Puig d’Arques. Por añadir más elementos de exotismo jurásico, recordemos, tam-bién en el este de Suiza, lo que parecen precedentes de los botones-V de los tipos llamados “Durfort”, los más antiguos de este géneroy con abundante representación en el sursureste de Francia y enSuiza, zona del Jura, que alcanzan desde el sur de Francia a la cuevanavarra de Echauri en compañía de campaniforme internacional.40 Ver sitios y explicación de la presencia de cerámica con botonesrepujados en Alday (1996: 116, nota 52), también se recogen citasde estos hallazgos en Andrés (1998: pp. 95-96 y nota 149). Sepueden sumar a las referencias que aportamos en su día(BARANDIARÁN, 1973: p. 412-413), reteniendo las descritaspor J. Maluquer de Motes en la cueva de Toralla (Lérida) y advir-tiendo que esa técnica, el ‘pastillado’ de los autores franceses, estípicamente eneolítica, de amplia repartición desde Anatolia a laisla de Jersey y especialmente densa el sur francés y en yacimien-tos pirenaicos. Destacan, en la Península Ibérica, los casos de LosMillares, VNSP y cuevas del grupo del Arboli, y por su especialsemejanza con los dos vasos de La Atalayuela, uno hallado en LasMercedes (Manzanares, Madrid).41 Destaquemos por su interés general, tanto descriptivo como porabordar problemas de raigambre y relaciones de esta cerámica:MORENO, 1971-72; BARANDIARÁN y MORENO, 1974;DELIBES, 1983; HARRISON, 1988 y ALDAY, 1996 y 1999.

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red de afluentes es vía de comunicación contoda la zona transpirenaica, es decir, todaEuropa, a través del sur de Francia, desde elPirineo oriental (y recordemos los abundantesejemplos de campaniforme internacional enLanguedoc y Cataluña) y quizá en parte tam-bién por el central, descendiendo por los afluen-tes Segre, Cinca e incluso el Gállego, ysirviendo también de transmisor hacia y desdela Meseta, alcanzando por los valles afluentesde la orilla derecha el Sistema Ibérico. El Ebromedio y sus tributarios son testigos también dela aparición, proliferación incluso, en puntostangentes a las corrientes fluviales, de las sepul-turas múltiples simultáneas –con impacto tam-bién en el Bajo Aragón–, más relacionadas quecualquier otro tipo de datos con presencias aje-nas, y de otras con campaniforme antiguo.

No es posible establecer sobre datos aleato-rios (nunca completos en distribución ni canti-dad) cuáles fueran las rutas preferentes decomunicación en cada momento de la Prehisto-ria, pero la lógica, añadida a lo ya conocido,define a la red del Ebro como la más amplia eidónea vía de trasiego poblacional, ya sea demasas o de reducidos grupos itinerantes. Haysuficientes pruebas de ello, y muchas otras sub-yacen bajo la acumulación sedimentaria de lasamplias llanuras, como certifica el casualhallazgo del internacional de Mallén (RODA-NÉS, 1992). No desmiente esta fácil ruta laposibilidad de otras, entre ellas la occidentalatlántica –marítima o terrestre–, en relación conlos ejemplares (nos referimos siempre a lasvariedades del internacional o antiguo) de esavertiente42, pero los que aparecen en estrecharelación con la red del Ebro tendrían justamenteen estas rutas su eje principal de dispersión.

El debate sobre las vías de difusión culturalen ese tiempo no resuelve los problemas sinoque añade matices: los caminos no son dos, sinomuchos y sinuosos cuando son los elementosmuebles los que viajan o los pequeños gruposde fabricantes o portadores los itinerantes. Laaparición del sepulcro de Tres Montes cambia laperspectiva, pues se trata de una estructura denotable presencia y que necesita el respaldo deun poder organizativo, mayor sentimiento deestabilidad y posesión en sus usuarios: la pre-sencia de la sepultura testimonia la de sus cons-tructores. Y tanto la forma misma de laextraordinaria tumba navarra como los tipos desu estricto “ajuar” (comparable al de La Atala-yuela), señalan –de hacerlo en alguna direc-ción–, a la Europa más central que occidental,sin que la hipótesis de aportes poblacionalesforáneos diste mucho de poder ser demostrada.

3.5. La composición de la población y suscaracteres morfológicos

Una ayuda válida para entrever las causas,culturales o coyunturales, que produjeron elsepulcro sería establecer la composición pobla-cional de los inhumados. Preguntábamos en lamemoria de 1978 si “el conjunto de la Atala-yuela es realmente muestra expresiva de unapoblación normal, o bien obedece en sus pro-porciones a una selección (ritual, epidémica,catastrófica) cuya motivación desconocemos”.

Ciertamente, el perfil de mortandad noparece reflejar una selección de individuos deningún tipo43. No ayuda la antropología en lainterpretación histórica para decidir entre exo-tismo o autoctonía de los enterrados, pues sonconceptos relativos en sí mismos –en cuanto a ladistancia implicada– y carecemos de términos

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42 Alday recuerda al respecto que ya Maluquer de Motes en 1964sugirió la raigambre exótica de la vasija de Pagobakoitza, reco-nociendo paralelos bretones, y explicando su presencia en dól-menes por el mismo mecanismo que habría seguido el hacha deBalenkaleku. Sobre esta misma hacha perforada concretabaAndrés (1986: p. 254) la procedencia bretona, partiendo de lasimple observación externa del mineral y por su semejanza–tanto de la materia como de la forma–, con las piezas bretonasfabricadas con “hornblendita tipo C” (según trabajos de LeRoux, que sitúa estas piezas en el Neolítico final, en torno al2500 a.C.). Estas hachas “occidentales” y el campaniformeinternacional son del mismo ‘horizonte’ cronológico y represen-tarían las márgenes del fenómeno de las ‘hachas de combate’,

estrechamente asociado a la cerámica de cuerdas, precedente dela campaniforme.43 Se aludió (BARANDIARÁN, 1978: p. 421), citando a R. Riquety otros antropólogos, a problemas de interpretación, y se recogie-ron de J. Neustupny referencias sobre la proporción de enterra-mientos infantiles, notablemente elevada en el campaniformecheco, proporciones de enterramientos de niños que alcanzan aveces el 50% del total (sería interesante diferenciar cuando se tratadel campaniforme internacional o del local; es también evidenteque no es lo mismo la proporción hallada en una necrópolis de usohabitual, socialmente normalizada, que en un sepultura de urgen-cia). En el sepulcro de Tres Montes es también notable la abun-dancia proporcional de restos infantiles.

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la inhumación simultánea: el somero hoyo cen-tral y la supuesta ampliación en la parte sur dela fosa.

El hoyo, que se sitúa (en 3R, sector 7) en elsuelo preparado de la fosa tiene entre 8 y 12 cmde profundidad y contenía algunos huesos ymedio cuenco de cerámica lisa: depósito que noparece intencionado (en caso contrario es pro-bable que el cuenco se conservara entero), sinofruto de la gravedad. Su escasa profundidad nopermite desechar que pueda ser un accidente enun suelo irregular, pero lo cierto es que era per-fectamente discernible; aunque su profundidadno sea excesiva sí es suficiente para asentar unposte y evitar su deslizamiento. Proponemosque pudo corresponder a las fases antiguas deuso del sepulcro y le afectarían las limpiezas oalteraciones que, al realizar la inhumación múl-tiple simultánea, clausuró el sepulcro desmon-tando el poste que sustentaba la superestructuraque cubriría la hipotética “casa mortuoria”.

Por otra parte, para aceptar un recinto de esetipo es preciso asegurar la presencia de unaentrada: difícil de reconocer en un sepulcro queahora nos parece clausurado y, como tantosotros, intencionalmente destruido o, al menos,alterado. Sus indicios, sin embargo existen: elestrechamiento de la fosa en la parte sur (3N-O), que fue interpretada como ampliación de lamisma, puede ser una zona de acceso; tanto su

de comparación con poblaciones previas de lazona; pero aunque los hubiera, no aclararían elacontecimiento circunstancial que originó lasepultura ya que los inhumados pueden sertanto los anteriores residentes como los hipoté-ticos recién llegados; nunca sabremos lo que fuede los vencedores ni si fueron ellos o los venci-dos supervivientes los que la erigen44. Si el aná-lisis de los restos de la capa profunda, de unprevisible uso anterior (con diferencias en laorientación, posible manipulación o acumula-ción de restos, con conexiones sólo parciales),hubiera podido discriminar una preferenciamorfológica por las dos tendencias básicas quemenciona J. M. Basabe (los ‘tipos’ pirenaicooc-cidental y mediterráneo), entre ellos y los delenterramiento simultáneo final, la antropologíamorfológica habría ayudado a asentar el hipoté-tico hecho de dos poblaciones enfrentadas45.

3.6. El dispositivo sepulcral

La estructura material que contenía los res-tos es realmente simple46. En los textos sobrenuestra intervención se menciona su forma ovalirregular, su escasa profundidad, su revesti-miento de modestas lajas desiguales y el pocorelevante túmulo que cubría el conjunto47. Deeste pobre elenco arquitectónico destacan doselementos que sirven para asumir la idea de laexistencia de una estructura funeraria anterior a

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44 Actualmente se abre la posibilidad del análisis del ADN, pues ladistinta homogeneidad de los enterrados, entre ellos y respecto apoblaciones del entorno más o menos alejado (contando con ade-cuados términos de comparación), aludirían más directamente asu endogénesis o exotismo. 45 Se ha referido A. Alday (1996: p. 156) a la descripción, por J.M. Basabe, del cráneo hallado en la cueva de Kobeaga (asociadoa adornos del Neolítico final con exactos paralelos franceses), queconsidera debe valorarse pues alude a la posible presencia de ele-mentos ‘alpinos’ como en otros puntos del Pirineo a fines del Cal-colítico. Es un apunte útil, aunque hoy se rechacen como pruebasprobatorias exactas de variedades raciales los índices morfomé-tricos y a pesar de que se trate de un solo caso; más que la morfo-logía craneal, lo que contribuye a establecer la sospecha deexotismo son los materiales que se le asocian, peculiares ele-mentos muebles (como en nuestro caso son las agujas de orejetalateral), que, aunque sean fácilmente imitables o reproducibles, notienen ni antecedentes ni consecuentes en la zona y desaparecensin dejar rastro. Acumulación de pequeñas sospechas que suma-das componen el caso, y aunque ningún jurado declararía la cues-tión por probada, sí introducen la duda razonable para admitir lapresencia por estas latitudes de grupos alógenos –transpirenaicos–a lo largo del Neolítico Final/Calcolítico.46 Se definió (BARANDIARÁN, 1978: p. 416) el tipo constructivodel monumento como ‘túmulo no megalítico’, o mejor, ‘fosa de

inhumación colectiva bajo túmulo’, señalando su mayor proximi-dad formal con los rundgräber definidos por G. y V. Leisner, queP. Bosch describiera como “fosas revestidas de una protección depiedras, generalmente de pequeñas dimensiones, incluso cuandotienen la forma de cámara o de cistas”.47 Son caracteres de “levedad” la base para definir los rasgos de lassepulturas de urgencia construidas ex profeso, un tipo de “fosacomún” que ocasionalmente puede reaprovechar estructuras pre-existentes como dólmenes o cuevas (ANDRÉS, 1989-1990). Estossepulcros de necesidad no tienen paralelos culturales vinculados adifusión o contacto, contagio o culturización concretas, no res-ponden a ‘normas culturales’ (no derivan de un comportamientonormalizado). Sus semejanzas surgen en todos los momentos ycircunstancias (no ‘culturas’) en las que concurran la necesidad ylas exigencias socio-religiosas de enterrar a muchos cadáveresproducidos en un mismo lugar de forma simultánea: sus paralelis-mos son, por tanto, una coincidencia funcional, una reacción con-vergente donde y cuando sea necesaria, que se traducirá en laforma funeraria de menor esfuerzo y mayor efectividad. Estos ras-gos siguen siendo válidos como caracterización general y conve-nían antes a La Atalayuela; lógicamente ahora ya no, al tratarseprobablemente de una estructura preexistente y seguramenteendeble pero aun así, reutilizada. Reutilización que es más fácil-mente evidente en los sepulcros que cuentan con sólida estructuraarquitectónica.

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forma como la acumulación de fragmentos decerámica y sílex que la prolongan hacia el sur yla disposición de las piedras que la delimitanpor el centro de 3O, sugieren la probable pre-sencia de un “vestíbulo” que se desarrollaríaentre esta línea y el contorno exterior de piedrasque media el cuadro 3N48.

Además, observando la distribución de losrestos humanos en esta zona sur (cuadros 3N-O), aparte de su desorden y fragmentación,atribuibles al uso anterior del sepulcro49, apre-ciamos indicios de que la supuesta ampliaciónno es tal, puesto que los restos humanos que sesitúan entre los dos recintos –el interior queintermedia 3O y el exterior que lo hace por3N–, no aparecen en las capas profundas omedias sino solamente en la superficial y sonfragmentarios y dispersos (BARANDIARÁN,1978: fig. 3); según estas apariencias, pudie-ron haber sido desplazados desde el interiorcuando se erigió el túmulo que, recordémoslo,en esta zona permanecía intacto desde suconstrucción50.

El desplazamiento de los restos humanoshabría tenido así en La Atalayuela dos momen-tos: el primero, de intención desconocida, queafectó a los anteriores enterramientos, proba-blemente cuando se realizó la inhumaciónmúltiple simultánea, y el segundo en el sigloXX de nuestra era, sin ninguna intención y contotal inconsciencia, que afectó a los últimosenterrados (lám. 1). Como se ve en el corte(lám. 2) la remoción de los clandestinos, en elcontacto de las bandas P/Q, llegaba al nivel demuertos (a2), pero no era muy profunda en estepunto, aunque sí más hacia el este, en la banda3, pero sin llegar al suelo de la fosa en ningúncaso. Por eso sorprende que apenas quedaranrastros antropológicos en la parte oriental de la

fosa, salvo los fragmentarios enterramientos delas fases anteriores adheridos al suelo delsepulcro. Aunque no se explica fácilmente eldenso amontonamiento –como si faltara sitio–,en la parte oeste del recinto (bandas 5 y 7) y elvacío de la parte este, es probable que la inhu-mación simultánea se acumulara sólo en esaparte de la tumba (ver las figs. 3, 3b y 3c de lamemoria de 1978) adosada a los contornos dela fosa; en cualquier caso, esta actitud es undetalle adicional a favor de la existencia previade un recinto funerario, pues si el sepulcro(que carece de cualquier otro rastro “ritual”que justificara sus dimensiones), se hubieraconstruido sólo para inhumar a los muertos dela supuesta matanza, podría haber sido máspequeño.

4. INTERPRETACIÓN Y SÍNTESISHISTÓRICA

Apuntábamos en la introducción el carácterpositivista y descriptivo de la investigación en laépoca en que se excavó la tumba, una época enque no disponíamos de referentes para la inter-pretación social, pero en que se tomaron losdatos que posibilitan las interpretaciones quehoy deseamos abordar. La tipología y la crono-logía, las luego denostadas estratigrafías yvisiones verticales, eran las metas del momento,imprescindibles en una Arqueología que enton-ces abundaba en hipótesis de trabajo (luego,teorías de alcance medio), generalizaciones(luego, modelos) y analogías etnográficas51,asentadas muchas veces sobre datos únicos, ale-atorios o esporádicos.

Los datos de La Atalayuela fueron obtenidoscon las mejores garantías técnicas del momentoy por eso ya entonces permitió el atrevimientode discernir que el enterramiento de varios indi-

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48 En la memoria de 1978 (lám. 5, arriba) se aprecian diferenciasentre las piedras que formarían el recinto –mayores y más planas–y las que parecen amontonadas con cantos rodados como taponandoun hueco. Se ve también en el corte estratigráfico de la lámina 2(contacto entre las bandas 3 y 5), que estas piedras pequeñas y can-tos no llegan al suelo de la fosa (banda N), como lo hacen las losasque la delimitan, sino que se quedan entre los niveles a1 y b. 49 BARANDIARÁN, 1978: figs. 3, 3b –“intermedios”, en realidadlos “profundos”– y 3c. Esta zona sur de la fosa es la que conservamás abundantes indicios de inhumaciones previas y en aparienciade carácter acumulativo; embebidos en el suelo arcilloso del nivelmás bajo (E 25, 36, 32, 27, 26 y 43), todos son restos fragmenta-rios, sobre todo columnas vertebrales, y, en el caso más completo,

con orientación inversa con respecto a los depósitos ‘posteriores’.50 Es necesario anotar que los restos depositados en esta parte (E6,E7, E8 y E14), en la capa más superficial y zona que corresponde-ría a la entrada o vestíbulo que estamos justificando, podrían tenerotra lectura de carácter ritual, puesto que se trata en todos los casosde restos de cráneos y mandíbulas (algo inapreciable en la nefastareproducción impresa de la figura 3 de la publicación de 1978), porlo que no parece una selección accidental y pudieron tener algo quever con las ceremonias de la última inhumación, veneración –uofensa– de los restos anteriores y clausura sepulcral.51 Es decir, todo lo que luego reclamó tan ingenua e injustamentela “Nueva Arqueología” y que en la investigación de la Prehisto-ria europea se venía haciendo desde el siglo XIX.

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M.ª T. ANDRÉS RUPÉREZ e I. BARANDIARÁN MAESTU

tagonistas, aunque esto último se convierte hoyen casi una exigencia en algunos trabajos.

El contexto cultural de La Atalayuela corres-ponde a una fase histórica que, bien sea vistacomo Neolítico Final (culminación de la econo-mía neolítica y sus consecuencias de creci-miento), o bien consecuente con la circulacióndel primer metal y su incremento de especiali-zación y jerarquía (y, por tanto, adecuadamentellamada Calcolítico), manifiesta en toda Europaun cambio visible: en las huellas de violencia,en la emergencia de una sociedad que honra apersonajes armados en tumbas y en representa-ciones esteliformes, y en la difusión de nuevoselementos simbólicos que trasmiten una nuevaideología religiosa (reflejada, por ejemplo, en el‘universal’ mitograma de ojos de lechuza).

Aunque se citen algunos antecedentes53 es enel Neolítico Final/Calcolítico cuando reconoce-mos con facilidad huellas arqueológicas osten-sibles de conflictos grupales suficientementegeneralizados. No parece que la causa de esosenfrentamientos sea sólo la escasez de tierras; elcambio social y la generación de nuevos esque-mas organizativos y coercitivos ya ha tenidolugar54 y la conciencia de pueblo, el concepto dealteridad –término omnipresente en los escritosde un tiempo a esta parte–, pudo arrancar deestas formas de comportamiento cultural55.

viduos había sido simultáneo52. Explícitos eimplícitos estaban en los análisis de I. Barandia-rán y J. M. Basabe los asertos de anomalía, exo-tismo y posible uso funerario anterior que ahoracon muchas menos dudas podemos admitir; eincluso se posibilita la sugerencia de concretar laforma del sepulcro precedente en una cabañafuneraria con enterramiento colectivo no simul-táneo sino acumulativo, tal vez un pudridero depaso a la sepultura definitiva; la existencia deTres Montes hace posible admitirlo. Cierto queLa Atalayuela carece de las extraordinariasdimensiones y de resto alguno de madera o hue-llas de postes, salvo el probable apoyo de unpilar central, pero la muy probable superestruc-tura, que no fue carbonizada por un incendio,pudo constituirse sobre la superficie del suelocon puntales más endebles y ligeros contorne-ando la fosa y confluyendo hacia el pilar centrala modo de techado de cabaña, conjunto segura-mente retirado cuando se efectuó el enterra-miento de las víctimas de la matanza, en tumbadefinitiva clausurada por el túmulo.

Tras la apertura de posibilidades ofrecida porla explicación arqueológica, se puede añadir unavisión, hipotética y expresamente diferenciadadel análisis anterior, sobre los acontecimientosque subyacen a la formación de los restosarqueológicos estudiados, e igualmente alejadade pretender explicar las intenciones de los pro-

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52 Lástima que los restos esqueléticos, cuidadosamente siglados,recogidos y empaquetados, siguieran un camino más tortuoso yaccidentado. Hoy, lo que parecía una interpretación tan fantasiosacomo la sugerida por los vecinos de Agoncillo, que atribuían losrestos a una guerra (en su caso, la de La Independencia, natural-mente), parece la más razonable.53 En recopilaciones diversas, siempre coincidentes en los ejemplos(véase por ejemplo la síntesis de Mohen, 1995), y no todos atribuiblescon seguridad a un enfrentamiento, encontramos el caso de la necró-polis de Jebel Sahaba, alto valle del Nilo, con 60 cuerpos de ellos 24traspasados por jabalinas, del 10.000 a.C.; del 6º milenio se citan lasescenas rupestres de La Gasulla y otros. Las huellas parecen más con-tinuas desde el Neolítico, pero siguen siendo esporádicas hasta su fasefinal: del Neolítico antiguo es la tumba alemana de Talheim (datadaen -5000) con 33 personas (hombres, mujeres y niños) con el cráneodestrozado por hachas de piedra, o la de Schletz, en Austria, con lamatanza de 67 individuos. Desde el Neolítico final los rastros de muer-tes violentas son más frecuentes: el hipogeo de Roaix (excavado en1966), cuyo nivel superior contenía 100 enterrados simultáneos, hom-bres, mujeres y numerosos niños, es buen ejemplo de una poblacióndiezmada brutalmente. La fase de cambios en todo el territorio euro-peo no balcánico –donde los cambios son de otra naturaleza–, afectade distinta forma en diferentes sitios, pero se concentra entre -3000 y-2000 (no cal.), un largo milenio con irregulares huellas pero de no-table personalidad que caracterizan el llamado Neolítico Final o Cal-colítico. Las tumbas de inhumación múltiple simultánea con huellasde violencia se concentran en las centurias entre -2500 y -2100/2000.

54 Lo patentizan, sin duda, en Centroeuropa las tumbas individua-les de las ‘hachas de combate’, asociadas a la cerámica de cuer-das, precedente inmediato del campaniforme; pero también quizáel proceso se efectúa de manera paralela y autóctona en nuestraslatitudes: los precedentes dolménicos ya apuntaban a gruposimportantes de población en las cuencas alta y media del Ebro.55 Respecto al tipo de relaciones que esta conciencia generaría entre losgrupos, no es el caso de La Atalayuela el mismo que se supone para latumba burgalesa de Villaryerno, para cuya explicación aportan Arnáiz-Pascual-Rojo (1997), el sugerente modelo de directa referencia etno-gráfica del “Festín de la Muerte”, como simbolización de una alianzaentre grupos. La Atalayuela, y otros sepulcros con inhumaciones múl-tiples simultáneas de la cuenca media del Ebro, parecen la evidencia deenfrentamientos violentos, todo lo contrario de lo que se supone para elde Villaryerno, caso con el que los autores confrontan la caracterizaciónde las tumbas de tipo “fosa común” propuesta en Andrés (1989-1990),para acabar expresando su desacuerdo con la misma. Compartimos esedesacuerdo, pues la tumba de Villaryerno sería un enterramiento múl-tiple simultáneo, pero secundario, una diferencia clave que elimina elcarácter de necesidad, urgencia o provisionalidad que informan a lassepulturas simultáneas primarias; según su propia hipótesis, el hechoque origina la tumba burgalesa es contrario a la improvisación, unatumba de este tipo resulta de una ceremonia probablemente sujeta aestrictas e inviolables normas rituales y tradiciones que deben cum-plirse. La interpretación es muy interesante y aunque el estado delsepulcro no permita tanta precisión, el análisis de la acción del fuegosobre los restos, previa a la deposición de ofrendas, la hace razonable.

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La cubeta del Ebro en su parte aragonesa,riojana y navarra, antes de llegar a la Rioja altay la ciudad de Logroño, es hoy una estrecha yrica franja de tierra de regadío a ambos lados delrío, flanqueada por el desierto, del que la separa,pegado a ella por la izquierda, el farallón ero-sionado que bordea el Ebro desde Valtierra aZaragoza56. Es camino casi inevitable en lacomunicación entre la Península y el resto deEuropa.

En este contexto geográfico y con los datosarqueológicos disponibles es fácil aceptar laafluencia de gentes desde todos los puntos car-dinales, tanto transpirenaicas como nutrida porel movimiento progresivo de grupos de todo elcuadrante noreste peninsular y sus conexionescon la meseta, que desembocaron aquí por losafluentes del Ebro57. Las relaciones puntuales deestos grupos serían muy diversas en tiempo yespacio. No sabemos hasta qué punto autócto-nos e hipotéticos recién llegados se fueron que-dando o mezclando, pues desconocemos laintensidad de su conciencia de linaje58; los gru-pos móviles, bien o mal recibidos por los pue-blos que atravesaron y aunque en términosabsolutos habría sitio de sobra para todos,encontrarían ocupados los lugares más favora-bles, por los que habría que disputar alternandoenfrentamientos y alianzas.

A las puertas de la Rioja empieza la tierramás rica, propiedad de tribus largamente arrai-

gadas cuyos antepasado construían dólmenes;los desplazados avanzaron hacia ellas. Algunosse habían instalado en tierras cercanas al granrío: sepulcros como Tres Montes certifican suvoluntad de asentamiento y permanencia, aun-que tampoco la lograron por mucho tiempo.Otros (¿o los mismos?) que ascendieron másaguas arriba se encontraron con la muerte o conla necesidad de matar: casos de La Atalayuela,Longar, San Juan Ante Portam Latinam...

Hemos recalcado ciertos paralelismos entreLa Atalayuela y Tres Montes. Son semejantestambién en contexto cultural y muy probable-mente poblacional, pero su final fue distinto:violento en La Atalayuela y de inexplicableabandono en Tres Montes. Por su presumiblefunción y sus depósitos ambos sepulcros mirana la Europa transpirenaica: puede ser casual estacoincidencia, pero la hay también en la cercaníade sus ubicaciones, en el ecosistema y vía detránsito en que se insertan, y quizá la hubo en supertenencia a una misma tribu o linaje en ex-pansión por un territorio amplio pero conflic-tivo, en la franja de las mejores tierras cercanasal río o más frecuentadas por el paso de gentes.Otra semejanza atañe a la ubicación de ambastumbas: lugares accesibles pero, al tiempo, decierta eminencia que, sin embargo, no pareceidónea para instalar un asentamiento: no lo esTres Montes y aunque La Atalayuela se sitúa enla más amplia y amesetada cima del Cerro de las

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56 En la Prehistoria reciente esta franja irrigable pudo ser igual-mente zona apetecible de cultivo, pero por su facilidad de anega-miento también problemática, aunque a estas alturas del Neolíticopodemos aceptar el atractivo de su ocupación como posible por lamejor tecnología agrícola y una estructura poblacional más densay organizada. No hay, sin embargo, ninguna confirmación de esto;como es habitual –y siempre suponemos–, las huellas arqueológi-cas si existen, son irrecuperables, cubiertas por metros de sedi-mento posterior. Cierto que hay pruebas de ocupación en unasiempre indefinida estacionalidad de los “yacimientos de superfi-cie”, huellas conservadas sólo en puntos por encima de la men-cionada zona inundable. Pero desde el inicio de la épocacampaniforme parece aceptable admitir la ocupación de las zonasmás bajas y típicamente agrícolas de la cubeta del Ebro: loshallazgos del vaso internacional de Mallén, la otra tumba típicacampaniforme de Rincón de Soto (MARCOS, 1971), además delos sepulcros de Tres Montes y La Atalayuela, situados éstos enpuntos por encima del área de irrigación, pero de comunidadesposiblemente instaladas en zonas más bajas, lo confirman.57 No hace falta probar lo evidente: el fundamental papel de losríos no sólo como vías de tránsito sino también de cohesión. Losríos son la clave de los territorios; las gentes en movimientosiguen su curso hasta el mar o remontan la corriente hasta el prin-

cipio o hasta el encuentro con otros poseedores. Ejemplo relevantede reciente investigación es el trifinium que Rojo y Kunst (1999)destacan en la meseteña Ambrona. Los valles o cuencas son elcontexto geográfico que en nuestro desconocimiento de la organi-zación real de los grupos, más razonablemente podemos asociarcon la distribución o posesión de distintos clanes, tribus o la uni-dad de estructura social que se prefiera suponer, pero siempre convalidez política.58 Un concepto cuya vigencia entonces es muy razonablementeprobable aunque no demostrable; dicha ‘conciencia’ no tiene queir pareja de una consanguinidad real, cuestión también descono-cida. Esta idea debe ser tenida en cuenta ante la falta de análisisde antropología física que concreten distingos reales entre laspoblaciones que suelen encajar, sin más precisión, dentro del‘cajón de sastre’ del Neolítico-Bronce. Las síntesis antropológicasabundan en afirmaciones que evidencian la discontinuidad y esca-sez de los datos y la amplitud de los espacios geográficos a los quese refieren; así, se habla de una apariencia de fluida circulacióngenética, de la proliferación de mediterráneos desde el Neolítico,de persistencia de caracteres antiguos, de presencia de alpinos,etc., asertos que no cuentan con datos suficientes para su genera-lización y que, en todo caso, no satisfacen nuestra necesidad deconocer –en lo posible– la procedencia de grupos concretos.

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gados, ya establecidos definitivamente en esteterritorio de Rioja alavesa.

El panorama de acontecimientos, aunque nocon la concreción de datos que presenta en loque hoy son tierras navarras y riojanas, se apre-cia también aguas abajo, en afluentes de la mar-gen izquierda (sepulcros aragoneses deSariñena y Alcubierre) y especialmente en elBajo Aragón, siempre en lugares accesibles porel río y sus afluentes. Todos los indicios delmismo momento (Neolítico final y primer cam-paniforme) apuntan momentos de tensión ycambio demográfico, al que seguirá lo queparece una fase de sedimentación y plasmaciónfuneraria de la nueva estructura social –proba-blemente coercitiva–, de los triunfadores de losajustes, con el campaniforme inciso.

La historia, posible y particular, que se extraede las tumbas de la cuenca media del Ebro, pre-senta interrupciones y ausencias temporales quetambién se perciben en el uso dolménico anterior(y quizá con etapas más prolongadas). Es unmecanismo posible en esta amplia zona en la quea pesar de la variedad funeraria seguimos sinconocer asentamientos a los que podamos atri-buir una relativa estabilidad, que precisamente síse comienza a percibir desde el Calcolítico mástardío, prolongado en la ocupación de muchospoblados del Bronce Inicial.

Bodegas (que fue prácticamente borrado de latopografía local por la construcción de la auto-pista), ambos entornos tendrían en las cercaníaslugares más idóneos para instalar la residencia.

Tras el funeral relativo a la inhumaciónsimultánea de La Atalayuela, los supervi-vientes –vencedores o vencidos–, pudieronabandonar el lugar o continuar en sus ocupa-ciones al pie del cerro, pero el lugar funerarioya no volverá a utilizarse para otros enterra-mientos o con la anterior función de pudridero,pues conmemora un hecho luctuoso y que qui-zá sirvió para dar carta de naturaleza y pose-sión al grupo sacrificado: la tumba a pesar desu modestia persiste en la memoria, en etapasposteriores recibirá culto, periódicamenterenovado o en un momento único, mediante elcual los descendientes –reales o ficticios–,pasado el momento convulso, con el depósitode ofrendas (las especiales vasijas decoradas)renuevan la posesión de la tierra mediante elhomenaje a sus antepasados; también ocurreen Tres Montes. Por aquel tiempo, en el dol-men de San Martín, un eximio representantedel nuevo orden social es enterrado en el sepul-cro –ya destruido o clausurado– certificandotambién con ello la renovación de un derechode posesión de los autóctonos o la consolida-ción de un despojo por parte de los recién lle-

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