La última lección de música de Tcheng Lien

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“La última lección de Tch’eng Lien” en La lección de música de Pascal Quignard. Amplío una vieja leyenda. La leí en una nota erudita atribuida a Tchang Foujuei, en la página 432 del segundo tomo de Crónica de los mandarines. La traducción francesa del libro de Wou King-tsue apareció en 1976. Exagero sueños y reflexiones en torno a la leyenda de Po Ya. Invento diálogos y recuerdos. Pero la escena final es la de la leyenda. Es esta última leyenda de Tch’eng Lien la que me fascina. Los nombres de Po Ya, de Fang Tseu- tchuen, de Tch’eng Lien, son reales. Tch’eng Lien vivía en la época de Primaveras y Otoños (722-481 a. de C.). Fue profesor del Más-Grande-Músico-del-Mundo. Los ancianos letrados chinos habían dado a Po Ya el nombre-título del “Más-Grande-Músico- del-Mundo”. Según Yue-fou kiai-t’i, Po Ya había ya estudiado el laúd durante cinco años y durante cuatro años la guitarra de tres cuerdas antes de que fuera a encontrarse con Tch’eng Lien para recibir sus enseñanzas. Tch’eng Lien lo escuchó, lo recibió entre sus alumnos y lo puso a trabajar durante tres años. Una mañana, antes del alba, Tch’eng Lien hizo buscar a Po Ya y exigió que acudiera inmediatamente a encontrarlo en la Sala de los Instrumentos. Tch’eng Lien, vestido con chaqueta, permanecía sentado, en silencio, con un farol a su derecha. - Dame tu laúd – le pidió de pronto a Po Ya. Po Ya lo saludó y le presentó su laúd. - ¡Escucha este sonido! – le dijo Tch’eng Lien; levantó el laúd por encima de su cabeza y lo estrelló en el suelo. - ¡Tal es el sonido del laúd! – dijo Tch’eng Lien. Era un laúd de setecientos años (de finales del segundo milenio antes de Jesucristo). Po Ya se inclinó y saludó tres veces. - Dame tu guitarra de tres cuerdas – demandó Po Ya. - ¡Escucha este sonido! – le dijo Tch’eng Lien. Puso la guitarra delante de él, se puso de pie, saltó sobre la guitarra y le caminó largamente por encima. Po Ya lloraba mirando sus instrumentos destruidos, ultrajados por las zapatillas de maestro. Luego Tch’eng Lien empujó con el pie los restos de los instrumentos hacia Po Ya diciéndole: - Ahora ¡pon más sentimiento en tu forma de tocar la música!

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“La última lección de Tch’eng Lien” en La lección de música de Pascal Quignard.

Amplío una vieja leyenda. La leí en una nota erudita atribuida a Tchang Foujuei, en la página 432 del segundo tomo de Crónica de los mandarines. La traducción francesa del libro de Wou King-tsue apareció en 1976. Exagero sueños y reflexiones en torno a la leyenda de Po Ya. Invento diálogos y recuerdos. Pero la escena final es la de la leyenda. Es esta última leyenda de Tch’eng Lien la que me fascina. Los nombres de Po Ya, de Fang Tseu-tchuen, de Tch’eng Lien, son reales. Tch’eng Lien vivía en la época de Primaveras y Otoños (722-481 a. de C.). Fue profesor del Más-Grande-Músico-del-Mundo. Los ancianos letrados chinos habían dado a Po Ya el nombre-título del “Más-Grande-Músico-del-Mundo”. Según Yue-fou kiai-t’i, Po Ya había ya estudiado el laúd durante cinco años y durante cuatro años la guitarra de tres cuerdas antes de que fuera a encontrarse con Tch’eng Lien para recibir sus enseñanzas.

Tch’eng Lien lo escuchó, lo recibió entre sus alumnos y lo puso a trabajar durante tres años. Una mañana, antes del alba, Tch’eng Lien hizo buscar a Po Ya y exigió que acudiera inmediatamente a encontrarlo en la Sala de los Instrumentos. Tch’eng Lien, vestido con chaqueta, permanecía sentado, en silencio, con un farol a su derecha.

- Dame tu laúd – le pidió de pronto a Po Ya.Po Ya lo saludó y le presentó su laúd.- ¡Escucha este sonido! – le dijo Tch’eng Lien; levantó el laúd por encima de su cabeza y

lo estrelló en el suelo. - ¡Tal es el sonido del laúd! – dijo Tch’eng Lien. Era un laúd de setecientos años (de finales del segundo milenio antes de Jesucristo).Po Ya se inclinó y saludó tres veces.- Dame tu guitarra de tres cuerdas – demandó Po Ya.- ¡Escucha este sonido! – le dijo Tch’eng Lien.Puso la guitarra delante de él, se puso de pie, saltó sobre la guitarra y le caminó largamente

por encima.Po Ya lloraba mirando sus instrumentos destruidos, ultrajados por las zapatillas de maestro.

Luego Tch’eng Lien empujó con el pie los restos de los instrumentos hacia Po Ya diciéndole:- Ahora ¡pon más sentimiento en tu forma de tocar la música!

*El joven Po Ya estaba muy abatido. No tenía más que unos pocos sapeques1. Había perdido

sus instrumentos de música. Durante una lunación dejó de comer y dudó si seguir con su maestro. Todos los taeles2 de plata de los que disponía se los había dado a Tch’eng Lien para pagar sus lecciones, el lecho de ladrillo y la comida de cada día. Qu Lin le prestaba de vez en cuando su laúd.

*

Al principio de una lunación, cuando PoYa vio que Tch’eng Lien no lo había hecho llamar, fue a buscarlo. Lo saludó. Tch’eng Lien lo hiso sentar cerca suyo e hizo llevar dos platos de fideos sobre los cuales pusieron carne salteada y coliflor. Tomaron sus palillos y comieron.

1 Sapeque: moneda de cobre de muy poco valor que se usó en China e Indochina hasta principios del siglo XX.

2 Tael: antigua unidad monetaria china que valía su peso en metal (36 gramos de plata).

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Luego de que Tch’eng Lien hubo terminado de comer sus fideos, hizo llevar el vino y lo puso a calentar. Bebieron algunos vasos. Finalmente Po Ya preguntó a su maestro:

- ¡Mi laúd databa de poco antes del nacimiento de los proverbios! Mi padre lo había obtenido del duque Fong a cambio de tres concubinas de belleza indecible. Mi guitarra había sido tocada por los siete músicos. ¿Por qué, gran tío3, los has roto?

La voz de Po Ya estaba cargada de lágrimas mientras hablaba. Esta se quebraba mientras pronunciaba las palabras laúd y guitarra, gran tío y padre. De pronto rompió en sollozos y lloró sobre sus mangas.

- ¡Tío! – gritaba.Luego Po Ya se frotó los párpados y se prosternó tres veces delante de Tch’eng Lien.

Tch’eng Lien le respondió:- ¡Hijo mío, ya te he respondido cuando los rompí! Tu ejecución era hábil pero no tenía

sentimiento. He roto tus instrumentos y ya tu voz ha cambiado. Te escuchaba quejarte y ya percibí en los temblores de tu voz alguna cosa del canto. Comienzas a sacar de ti mismo acentos que conmueven.

Tch’eng Lien quitó de su manga un resto de coliflor que había caído. Continuó:- Eres como un niño cuya voz cambia. Eres como un niño cuyos labios vacilan entre el

seno de su nodriza y el pecho de la prostituta. Eres como un niño cuyo palacio vacila entre el universo de leche y el del vino caliente, entre la voz que se eleva bruscamente como un pajarito por encima de las frondas y una voz gruesa de leñador o carretero que murmura y despotrica contra su tronco o su mula. Vacilas entre lo que sientes y lo que sabes. ¡Tienes mucho que hacer todavía antes de acercarte a la música!

Po Ya saludó de nuevo en tres ocasiones. Como Po Ya iba a retirarse, Tch’eng Lien lo retuvo. Lo invitó de nuevo a sentarse. Tch’eng Lien le preguntó a Po Ya que era lo que lo había decidido por el arte de la música.

*

Tres cosas habían decidido a Po Ya por la música. La primera había sido cuando apenas caminaba. Él acompañaba titubeando sobre sus piernitas a una sirvienta que iba al pueblo a buscar leña y arroz bordeando el lago. A lo largo del lago, vio por primera vez los sauces de troncos enormes y de sombra redonda. Se acercaba y descubrió a un joven que cuidaba a un búfalo y que leía mascullando sobre la rivera. La sombra de los sauces era redonda y azulada. “¡El agua, la sombra redonda, el muchacho, el libro, el búfalo, el sauce, el ronzal que mantenía al búfalo atado al tronco del sauce, todo aquello está prendido a mi memoria sin otra razón”, dijo Po Ya.

La segunda cosa que había decidido a Po Ya por la música, según él, había sido nueve años más tarde, a la muerte de la esposa principal de su padre. La puerta había sido cubierta con una sábana blanca. “¡La Principal está muerta!”, tal había sido su pensamiento. Había entrado. Había tomado una varilla de incienso y había saludado con las manos juntas cuatro veces. Estaba de rodillas y su frente tocaba el piso de madera. Distinguió el resplandor movedizo de las lámparas, de las sombras y de los pies. Luego, al mismo tiempo, había escuchado la gota de aceite que crepitaba en el gran farol y el ruido de sus propias lágrimas que caían sobre el piso de madera.

3 Tío (oncle): título dado a un hombre mayor al cual, por respeto, no nos permitimos llamar por su nombre o que debido a lazos de afecto no podemos llamarlo señor; alguien cuyo lazo de parentesco es difícil de establecer, inexistente o de fantasía.

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El tercer acontecimiento que había decidido a Po Ya por la música, según él mismo, había sido cerca de Nankin. Él salía de una casa de té. Tenía todavía el recuerdo del calor del lugar, del frescor de las hojas y de las flores, de la calidad del agua de lluvia que murmuraba en la tetera. Hacía mucho calor. Había salido, le transpiraba la cara y las nalgas y seguía la ruta que lo llevaba a la casa de su maestro de escritura cuando la tormenta lo había sorprendido.

Estaba agachado en un matorral. La tormenta había sido de una violencia extrema. Las trombas de agua eran de montañas. La negrura de los cielos relucía como la cabellera de la más bella de las mujeres. El trueno era ensordecedor y dada deseos de huir.

Los rayos desgarraban la espesura negra del cielo y dejaban ver la naturaleza inmostrable y espantosa que está en el corazón de la naturaleza – fragmentos de sol espantoso que está detrás de la noche. Po Ya había ocultado su rostro en la manga.

Luego, había sobrevenido el silencio, en brusco final de la lluvia. Había abierto los ojos. Era como una luz nueva sobre el mundo. Una luz nueva y silenciosa sobre los árboles lavados, de un verde inexpresable, las perlas sobre las hojas, la belleza de un pedazo de cielo completamente azul.

Po ya se exaltaba por tercera vez. Po Ya aseguraba que no había más que un sonido que pudiera describir esta planicie empapada y nueva, esos colores nunca vistos. Po Ya sugirió que este sonido sería muy próximo al silencio.

- ¡Eso es falso! – replicó secamente Tch’eng Lien.

*

Ellos se miraban. Se callaron un momento. Luego, como Po Ya había expuesto las razones que lo habían llevado a tocar música, Tch’eng Lien se agarró la nariz y dijo:

- Todavía estás lejos de la música.El joven lector y su búfalo no te han acercado la música. La música no está oculta en los sauces. La música no es el silencio. El sonido de la música es un sonido que no rompe el silencio.Tch’eng Lien tocó el anular y dijo:

- De igual manera, la gota de aceite y las lágrimas frente a la muerte de la esposa principal de tu padre no te han acercado la música. La música no es la muerte, y si ella no es la vida, es totalmente próxima a la vida; es, en la vida, totalmente próxima de lo que hay de naciente en ella. Es el primer grito, que es el primer sonido, y en este sentido la música no es lo que sigue a la vida sino lo que la precede. ¡La música precedió la invención de los monosílabos!

Tch’eng Lien subió el dedo mayor y dijo:- Finalmente, el final de la tormenta no te acerca la música. Tu oído es miedoso. La

música no es el final de la tormenta; es la tormenta.Po Ya no respondió nada a su maestro. Tch’eng Lien calló algunos instantes y prosiguió:

- Mientras hablabas escuchaba el sonido de tu voz. ¿Qué dicen las palabras sino la pretensión y el vacío? ¿Qué dice la entonación sino la intención y el fondo del corazón? Mientras exponías las razones de que te habían inclinado a tocar música, el sonido de tu voz se alejó de la música. Tu voz poco a poco se endureció. Ella dejó el temblor, la lágrima, la música. ¿Qué has hecho con tus instrumentos?

Po Ya le respondió que había recogido los restos, que los había amontonado en un rectángulo de seda y que les había sacrificado la parte de buey, la parte de cordero y la parte de cerdo rituales. Agregó que cada día se inclinaba delante del ataúd de sus instrumentos. El rostro de Tch’eng Lien se había vuelto rojo y tomó violentamente el de su alumno:

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- ¿Qué has hecho al orar delante del ataúd de tus instrumentos? ¡los instrumentos ya son ataúdes! Toma, pídele al administrador Fu un atado de sapeques y ve a buscar de mi parte al restaurador de instrumentos de música. Pídele una guitarra de tres cuerdas rota, mal que bien reparada. Pídele un laúd destripado, mal que bien remendado. Toma el más simple de los instrumentos y ejercita de nuevo la música. Recuerda el tiempo en que tu voz estaba cascada. Recuerda tu voz cuando estaba quebrada por el recuerdo de tus instrumentos rotos. Tu laúd del tiempo del nacimiento de los proverbios es como una cáscara de nuez. Hace falta quebrarla para comer el fruto. Recuerda que en la música el sonido no es el fruto.

El mismo día Po Ya vendió su hábito de ritos, fue a buscar al intendente Fu y puso en garantía dos rectángulos de seda que le venían de su padre. Luego se dirigió a la casa del restaurador de instrumentos de música. Era un hombre muy viejo. Era duro de oído. Su traje de seda estaba rasgado. Llevaba en los pies zapatos rojos. Po Ya le pidió que le mostrara instrumentos de música. Po Ya vio instrumentos sublimes, escuchó sonidos extraños. En una esquina de la habitación donde trabajaba el restaurador, debajo del baúl, había especies de cadáveres de instrumentos con los cuales practicaban los niños. Po Ya pidió que se los mostrara. Po Ya tocó esos viejos instrumentos mal reparados.

- ¡Son viejos gritos remendados! – dijo Po Ya riendo.El restaurador de instrumentos lo miró con asombro, sus ojos se abrieron como platos y se cubrieron de humedad.

- ¿Qué somos uno del otro?Po Ya tuvo vergüenza. Tomó el laúd y la guitarra de tres cuerdas que le parecían más dañados. Tuvo dinero de sobra que devolvió al intendente Fu. Trabajó como pudo sobre las cuerdas sin sonido y sus dedos tropezaban sin casar con una tecla de madera mal pulida.

*

Tch’eng Lien no convocó a Po Ya en ocho meses. Era primavera. Po Ya había tomado distancia para tocar, a orillas del campo, sobre los taludes a la entrada del pueblo. Había entonces durazneros en flor. Las flores eran de un rosa indecible. Po Ya estaba calzado con sandalias de cáñamo. Como Tch’eng Lien pasaba por allí, lo escuchó. Se aproximó, le hizo una seña de que continuara tocando y se sentó cerca de él.

- El sonido es horrible. ¡Tira ese instrumento! – le dijo a Po Ya al cabo de un momento.Po Ya se estremeció. Sus mejillas palidecieron bruscamente. Tch’eng Lien prosiguió:

- La música no reside en el más bello de los instrumentos. Con mayor razón, no reside tampoco en los peores. Los instrumentos más apropiados para la música son, sin duda, aquellos que conmueven, pero que pueden perder su utilidad como los cuerpos que envuelven a los hombres.

Tch’eng Lien dijo también: - Hay algo suave y triste en la música que has improvisado, pero eso todavía no es la

música. ¡Abandona estos instrumentos! ¡Sal de este jardín! ¡Busca la música! ¡Ven conmigo!

Tch’eng Lien arrastró a Po Ya hasta la villa. Po Ya miraba a su maestro con mucho respeto pero su apariencia lo desconcertó. De pronto Tch’eng Lien se irritaba y lo hacía callar: escuchaba el viento en las ramas de los árboles y lloraba.

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Tuvieron hambre. Tch’eng Lien arrastró a su discípulo a una taberna: él se detuvo de pronto, escuchó el ruido de los palillos de madera tomando fragmentos de carne grillada o de camarón seco y lloró. En el callejón cercano, lo arrastró a una casa de placer. Po Ya había apoyado accidentalmente la uña en el tobillo de una prostituta cuando levantaba sus piernas y la penetraba, y le había despellejado la piel. Esa gota de sangre, el gritito de la prostituta, la almohada de madera que había caído al piso: Tch’eng Lien lloraba.Lo arrastró a una reunión de letrados más allá del Puente del Cuervo. Bebieron mucho. Tch’eng Lien los hacía callar: escuchaba el sonido del pincel sobre la seda y lloraba.Lo arrastró en dirección de una ermita que estaba situada fuera de la villa. En el camino, Tch’eng Lien tomaba el brazo de Po Ya. Se detuvieron: un niño con el vientre desnudo orinaba sobre un terraplén de ladrillos rojos. Tch’eng Lien estalló en sollozos.Cuando llegaron al templo, un monje barría la galería exterior del templo: se sentaron y escucharon durante cinco horas el ruido de la escoba que quitaba el polvo. Los dos lloraron. Luego, Tch’eng Lien se inclinó hacia Po Ya y le susurró al oído:

- Es tiempo de que regreses. Compra un instrumento que te conmueva en lo del lutier imperial. Pídele cuatro taeles de plata al administrador Fu. Dile a Fu que regresaré mañana. Hice demasiada música hoy. Voy a lavar mis oídos en el silencio. Entro en el templo.

*

Una vez de regreso, Po Ya, después de largas tratativas, acabó por obtener del administrador Fu tres taeles de plata. Fue a lo del lutier imperial. Revistó largamente en los armarios de la tienda, haciendo sonar las cuerdas en el vacío. No encontró instrumentos que le gustaran. Descontento, salió a la calle. Remontando el callejón para regresar a la casa de Tch’eng Lien, Po Ya encontró a un hombre muy viejo que descendía y se ayudaba de un bastón pintado de rojo. Llevaba un sombrero de fieltro, un traje de seda gris raído, y zapatos rojos. Tenía bajo el otro brazo un pequeño violín. Po Ya lo reconoció, se aproximó y lo saludó con las manos juntas:

- ¿Cómo está usted, tío?- Hábleme más fuerte, señor, soy duro de oído.

Po Ya le dijo con fuerza y lentamente:- ¿Cómo está usted, tío?- He perdido todo recuerdo suyo, el respondió el anciano. ¡Estoy completamente vacío!- Me llamo Po Ya, tío. Compré en su tienda, hace tres estaciones, un laúd y una guitarra

de tres cuerdas. ¡De los del tipo que ejecutan los niños ignorantes! ¿Puedo importunarlo pidiéndole que entre conmigo a una casa de té?

Hicieron así. Se sentaron a la mesa frente de una taza té en la que flotaban los miembros arrancados de tres o cuatro flores. El olor era maravilloso.

- ¿Puedo preguntarle su honorable nombre, tío? – pidió lentamente Po Ya.- Mi humilde nombre es Fong Ying, respondió el restaurador de instrumentos.- ¿Dónde vive usted? –preguntó Po Ya.- ¡A dos pasos de mi taller! ¡Muy cerca de aquí! ¡en el Ataúd del Viento! –dijo Fong Ying.- Tío mío, usted que repara instrumentos de música, no tiene razón para quejarse. ¡Usted

debe conocer la felicidad! Usted es el guardián delante del altar. Usted asegura la belleza, el cuidado, el silencio y la posibilidad de la música. ¡Usted no tiene que ser la música! – exclamó Po Ya, suspirando.

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- Lo que usted dice es idiota – dijo Fong Ying. No conozco la felicidad. Reparo instrumentos y me muero de hambre. Soy muy viejo.

- ¡Pronto harán once mil años que soporto la vida! ¡Pronto harán once mil años que reparo en vano lo irreparable! ¡Pronto harán once mil años que no vivo en absoluto! ¡Pronto harán once mil años que no muero verdaderamente! Señor, ¡así como me ve, yo fui un león, fui el pabellón de la oreja de una viuda, fui una nube rosa en la aurora! ¡Fui un pan con pasas, fui un naipe! ¡Fui una pequeña frambuesa de piel aterciopelada en los dedos húmedos de un niño!

- Tío mío – prosiguió Po Ya – usted que repara instrumentos de música, ¿conserva, acaso, al fondo de su tienda guitarras de tres cuerdas y laudes?

- Sí, señor – respondió el hombre muy anciano – Conservo cinco o seis que seguramente usted no vio la última vez que vino. Pero soy demasiado viejo para llevarlos hasta su domicilio, ¡mis dedos tiemblan!

- ¿Cuándo podría yo importunarlo dirigiéndome a vuestra honorable tienda? – le preguntó Po Ya.

- ¡Vayamos volando! – dijo el anciano - ¿Puedo subir sobre tus hombros? ¡Estoy tan fatigado!

Po Ya respondió que sí y tomó a Fong Ying sobre sus hombros.- Soy muy viejo – chocheaba Fong Ying - ¡Vaya, me he olvidado cómo me llamo!- Vuestro honorable nombre es Fong Ying - gritaba Po Ya. Usted vive en el Ataúd del

Viento. - Desgraciadamente – gritó el viejo – ¡el Ataúd del Viento, no es el ataúd de la vida! ¡No

he terminado de conocer la vida! Todavía voy a ser pájaro y mejillón sobre la arena y diente de león! No me he librado del peso de las formas. ¡Aspiro tanto a la vida! ¿Quiere usted conocer el peor de mis sufrimientos?

- Sí – gritó Po Ya – ¡quiero conocer el peor de vuestros sufrimientos!- El peor de mis sufrimientos es que sé que volveré a ser un hombre! – dijo Fong Ying. –

Los astros y el peso de todo lo que he vivido así lo han determinado. Volveré a ser un hombre, seguramente, ¡eso es peor que volver a ser un cabello del correo! ¡Todavía siglos que soportar! ¡Todavía luz que ver! ¡Todavía sonidos para herir! ¡Todavía ojos para llorar!

Po Ya encontraba al viejo Fong Ying sorprendentemente ligero de llevar sobre sus hombros. Le preguntó:

- Mi tío, ¿el astrólogo le ha dicho en qué lugar usted debe volver a vivir en el estado de hombre? ¿En qué función? ¿En qué siglo?

Fong Ying le dio unos golpecitos en la cabeza con las falanges blancas y secas de la mano. - El lugar será Cremona. En una aldea cerca del Po. El siglo será el XVII de la era de los

latinos. La función, será todavía en estado de lutier.- ¿Cuál será vuestra apariencia? – preguntó Po Ya.- Tendré un delantal de piel – respondió el viejo Fong Ying llorando.

Su mano temblaba. Se quitó su sombrero de fieltro y le dijo:- Llevaré un gorro de lana blanca en invierno para recorrer los puentecitos que atraviesan

la Cremonetta.- Tío mío, ¿Conoce usted su nombre? – gritó Po Ya.- Sobrino – dijo el viejo moviendo sus pies rojos – tengo once mil años. Me llamo

Antonio Stradivarius. No puedo más. Soy padre de Omobono y de Catarina. Mi maestro se llamaba Amati. Mi amigo se llamaba Guarnerius…

Diciendo estas palabras, las lágrimas se escurrían por su rostro.

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- Me parece – retomó – que me acuerdo de la plaza Santo Domingo, frente a la puerta Mayor. Toco la luz de oro. Veo el Torazzo. ¡Algo en el aire huele a aceituna y a cola de pescado!

Y el restaurador de instrumentos de música volvió a ponerse su sombrero de fieltro y tomó su cabeza entre sus manos. Gimió, sorbió. Los mocos caían sobre la cara de Po Ya.

*

Llegaron a la casa de Fong Ying. Po Ya dejó al anciano, probó largamente guitarras y laudes. El segundo laúd que probó emitía sonidos extraordinariamente distintos, como gotas de lluvia. La cuarta guitarra que probó era seguramente un instrumento muy débil pero de una tristeza y de una delicadeza infinitas. Una de sus cuerdas era muy aguda y mezquina de resonancias. Otra era de una suavidad que no era ciertamente humana. Finalmente, la última, tan sorda, tan baja, pero amplia y sin embargo pudorosa, como si ella llevara incesantemente sus mantos y faldones delante de la belleza desnuda de su cuerpo.

*

Tch’eng Lien comía granos de sandía mientras paseaba cerca del lago del Grito de la Gallina. Este lago producía cada año numerosas decenas de miles de cestos de castañas de agua. Las embarcaciones de pesca iban de una orilla a la otra. Es allí donde Po Ya vino a mostrar a su maestro, cuatro meses más tarde, los instrumentos de música que él había elegido en la tienda de Fong Ying. Se sentaron en un jardincito de bambú, delante de una barca azul que estaba amarrada.

- El instrumento es bello – dijo Tch’eng Lien. Po Ya palideció.

- …los dedos, la oído, el cuerpo, el espíritu, todo es justo – dijo entonces Tch’eng Lien.Po Ya palideció al punto de ponerse azul como el barco de pesca amarrado delante de ellos, detrás de la mata de bambú.

- ¡No queda más que encontrar la música! – concluyó Tch’eng Lien.Po Ya sintió la angustia en estado puro invadirle el cráneo. Sintió su corazón que se apretaba de dolor detrás de su pecho. Tch’eng Lien lo hizo levantar.

- No puedo enseñarte más nada– le dijo – tus sentimientos no están suficientemente concentrados. No dispones de lo que conmueve como la ola del lago hace con la barca azul del pescador. Yo, Tch’eng Lien, no puedo enseñarte más. Mi maestro se llama Fang Tsue-tchuen y habita en el Mar del Este. ¡Él sabe hacer nacer la emoción en el oído humano!

*

Esperaron noviembre. Entonces, Po Ya y Tch’eng Lien se dirigieron hacia el Mar del Este. Caminaron durante doce semanas. Cuando llegaron al pie de la montaña Pong-lai, Tch’eng Lien le dijo a Po Ya:

- ¡Permanece aquí! Yo voy a buscar al maestro.Eso dijo, partió impulsando una barca de remos. Diez horas después aun no había regresado. Po Ya miraba alrededor de él con hambre, con miedo, en soledad. No había nadie. Escuchaba

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solamente el ruido del agua del mar sobre la arena y el grito triste de los pájaros. Entonces, se sintió mucho más débil y exhalando un suspiro dijo: “¡He aquí la lección del maestro de mi maestro!” Entonces comenzó a tocar la guitarra cantando y llorando suavemente. Luego, lloró en el fondo de su corazón y sólo los sonidos eran las lágrimas. Así, igual que su canto moría sobre sus labios, Tch’eng Lien despacio, sobre el agua, regresaba. Po Ya subió sobre la barca que Tch’eng Lien impulsaba con los remos. Po Ya se convirtió en el más grande músico del mundo.

Traducción: Adriana Canseco.