La última tentación

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    N I K O S K A Z A N T Z A K I S

    LA LTI M A TEN TA C I N

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    Ilustracin de portada: El Cristo amarillo, 1889, Paul Gauguin

    Primera edicin: abril 1995Segunda edicin: octubre 1997Tercera edicin: febrero 1999Cuarta edicin: mayo 2000Quinta edicin: abril 2001

    Versin castellana de ROBERTO BIXIO

    Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorizacin escritade los titulares del copyright, bajo las sanciones establecidasen las leyes, la reproduccin total o parcial de esta obra porcualquier medio o procedimiento, comprendidas la reprografay el tratamiento informtico, y la distribucin de ejemplares deella mediante alquiler o prstamo pblicos.

    Helena Kazantzakis De esta edicin, Editorial Debate, S. A.O'Donnell, 19, 28009 Madrid

    I.S.B.N.: 84-7444-878-6Depsito legal: B. 19.404 - 2001Impreso en Litografa Roses, S. A. GavImpreso en Espaa (Printed in Spain)

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    Prefacio

    La doble sustancia de Cristo siempre fue para m un misterio profundo eimpenetrable: el deseo apasionado de los hombres, tan humano, tan sobrehumano,de llegar hasta Dios o, ms exactamente, de retornar a Dios para identificarse con

    l. Esta nostalgia, a la vez tan misteriosa y tan real, ha abierto en m hondasheridas y tambin fluyentes y profundos manantiales.

    Desde mi juventud, mi angustia primera, la fuente de todas mis alegras yamarguras ha sido sta: la lucha incesante e implacable entre la carne y el espritu.

    Llevo en m las fuerzas tenebrosas del Maligno, antiguas, tan viejas como elhombre y aun ms viejas que ste; llevo en m las fuerzas luminosas de Dios,antiguas, tan viejas como el hombre y ms viejas que ste. Y mi alma es elcampo de batalla donde se enfrentaban ambos ejrcitos.

    La angustia ha sido abrumadora. Amaba mi cuerpo y no deseaba que se perdiera;amaba mi alma y no quera verla envilecida. He luchado para reconciliar estas dosfuerzas csmicas antagnicas, para hacerles comprender que no son enemigas sino

    que, por el contrario, estn asociadas, de manera que pueden reconciliarse deforma armoniosa, y de este modo yo podr, reconciliarme con ellas.

    Todo hombre participa de la divina naturaleza, tanto en su carne como en suespritu. Por ello el misterio de Cristo no es slo el misterio de un culto particular,sino que alcanza a todos los hombres. En cada hombre estalla la lucha entre Diosy el hombre, inseparable del deseo de reconciliacin. Casi siempre esta lucha esinconsciente y dura poco, pues un alma dbil carece de fuerzas para resistir porlargo tiempo a la carne; el alma pierde entonces levedad, acaba por transformarseen carne y la lucha toca a su fin. Pero en los hombres responsables, quemantienen da y noche los ojos fijos en el Deber supremo, tal lucha entre la carne yel espritu estalla sin misericordia y puede perdurar hasta la muerte.

    Cuanto ms potentes son el alma y la carne, ms fecunda es la lucha y ms rica laarmona final. Dios no ama las almas dbiles ni los cuerpos sin consistencia. Elespritu ansia luchar con una carne potente, llena de resistencia. Es un avecarnvora que nunca deja de tener hambre, que devora la carne y la hacedesaparecer asimilndosela.

    Lucha entre la carne y el espritu, rebelin y resistencia, reconciliacin y sumisin,y, en suma, lo que constituye el fin supremo de la lucha, es decir, la unin conDios; tal es la ascensin seguida por Cristo, el cual nos invita a seguirle marchandotras las huellas sangrientas de sus pasos.

    Este es el Deber supremo del hombre que lucha: alcanzar el elevado pinculo queCristo, el primognito de la salvacin, coron. Cmo podemos iniciar el ascenso?.

    Para poder seguirle es preciso que poseamos un conocimiento profundo de su

    lucha, que vivamos su angustia, que sepamos cmo venci las celadas floridas dela tierra, cmo sacrific las pequeas y las grandes alegras del hombre y cmoascendi, de sacrificio en sacrificio, de hazaa en hazaa, hasta la cima de sumartirio: la Cruz.

    Jams segu con tanto terror su marcha sangrienta hacia el Glgota, jams viv contanta intensidad, con tanta comprensin y amor, la Vida y la Pasin de Cristo comodurante los das y las noches en que escribLa ltima tentacin. Mientras escribaesta confesin de la angustia y de la gran esperanza de la humanidad, estaba tanemocionado que mis ojos se arrasaban de lgrimas. Jams haba sentido caergota a gota la sangre de Cristo en mi corazn con tanta dulzura, con tanto dolor.

    Porque para ascender a la cima del sacrificio, a la Cruz, a la cima de lainmaterialidad, a Dios, Cristo pas por todas las pruebas que debe pasar el hombreque lucha. Esta es la razn por la cual su sufrimiento nos resulta tan familiar, ypor la que su victoria final se nos antoja nuestra propia victoria futura. Esta parte

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    de la naturaleza de Cristo, tan profundamente humana, nos ayuda a comprenderlo,a amarlo y a seguir su Pasin como si se tratara de nuestra propia pasin. Si noposeyera dentro de l el calor de este elemento humano, jams podra conmovernuestro corazn con tanta seguridad y ternura, jams podra convertirse en unmodelo para nuestra vida. Luchamos, lo vemos luchar como nosotros y cobramosvalor. Vemos que nos encontramos solos en el mundo y que l, sea como fuere,

    lucha a nuestro lado.Cada instante de la vida de Cristo es una lucha y una victoria. Triunf delirresistible encanto de las sencillas alegras humanas, triunf de la tentacin;transform incesantemente la carne en espritu y continu su ascensin; lleg a lacima del Glgota, subi a la Cruz.

    Pero ni siquiera aqu acab su combate. En la Cruz le esperaba otra tentacin, laltima tentacin. Como en un relmpago, el espritu del Maligno despleg ante losojos desfallecientes del Crucificado la engaosa visin de una vida apacible ydichosa: haba seguido as crey el sendero suave y fcil del hombre; se habacasado, haba tenido hijos, los hombres lo amaban y respetaban; y ahora, ya viejo,estaba sentado a la puerta de su casa, recordaba las pasiones de su juventud y

    sonrea satisfecho. Qu bien haba procedido! Qu sabidura haber seguido elsendero del hombre y qu insensatez era querer salvar el mundo! Qu alegrahaber escapado a las tribulaciones, al martirio y a la Cruz!

    Esta fue la ltima tentacin que durante los segundos de un relmpago turb losinstantes finales del Salvador. Pero bruscamente Jess sacudi la cabeza, abrilos ojos. Vio: no, no era un traidor, alabado sea Dios!, no haba desertado, habacumplido la misin que Dios le haba confiado. No se haba casado, no haba vividodichoso, haba llegado a la cima del sacrificio: estaba clavado en la Cruz.

    Cerr los ojos, satisfecho. Entonces se oy el grito triunfal: Todo se haconsumado! Es decir, termin mi misin, fui crucificado, no sucumb a la tentacin.

    Escrib este libro para ofrecer un ejemplo supremo al hombre que lucha, paramostrarle que no debe temer el sufrimiento, la tentacin ni la muerte, porque todoello puede ser vencido y ya ha sido vencido. Cristo sufri, y desde entonces elsufrimiento qued santificado; la Tentacin luch hasta el ltimo instante paraextraviarlo, y la Tentacin fue vencida. Cristo muri en la Cruz, y en ese mismoinstante la muerte fue por siempre vencida.

    Cada obstculo interpuesto en su marcha se transformaba en hito y ocasin defutura victoria. Ante nosotros tenemos ahora un ejemplo que nos abre el camino ynos infunde valor.

    Este libro no es una biografa, sino la confesin de todos los hombres que luchan.Al escribirlo, cumpl con mi deber. El deber de un hombre que luch mucho, quese ha sentido muy atormentado en su vida y que ha esperado mucho.

    Estoy seguro de que todo hombre libre que lea este libro rebosante de amor amar

    ms que nunca, ms intensamente que nunca, a Cristo.

    N. KAZANTZAKIS

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    I

    Una fresca brisa celestial le posey.

    Por encima de su cabeza los cielos florecidos se haban abierto en una espesamaraa de estrellas; abajo, en la tierra, las piedras despedan humo, todavaabrasadas por el fuego del da. Cielos y tierra desprendan paz y tranquilidad,rebosantes de un silencio profundo, hecho de las voces eternas de la noche, mssilenciosas an que el silencio. Reinaban las tinieblas; deba ser medianoche. Dioshaba cerrado sus ojos, el sol y la luna, y dorma. El joven, cuya mente acariciabala suave brisa, meditaba feliz. Pero mientras pensaba: Qu soledad!, quparaso!, de pronto el aire se alter, se torn pesado. Ya no era una fresca brisacelestial, sino un aliento espeso y hediondo, como si, oprimido y esforzndose envano por dormirse, hubiera all abajo, entre paisajes lujuriantes y tierras espesas yhmedas, un animal o un villorrio. El aire se haba adensado, se haba vueltoinquietante; ascendan tufaradas tibias de animales, de hombres y de duendes, ascomo un olor acre a pan recin sacado del horno, a amargo sudor humano y alaceite de laurel con que las mujeres se untan la cabellera.

    Se ola, se senta, se adivinaba, pero nada se vea. Poco a poco los ojos sehabituaban a la oscuridad; distinguanse ahora datileras que ascendan comochorros de agua, un ciprs de tronco recto y austero, ms oscuro que la noche,olivos de follaje ralo que el viento agitaba y que centelleaban como plata en laoscuridad; y sobre una loma verdeante, ya formando grupos, ya aisladas, veansemiserables casuchas cuadradas, hechas de noche, de barro y de ladrillos, ycompletamente encaladas. A causa del olor a piel mugrienta, adivinbase que enlas terrazas dorman cuerpos humanos, cubiertos con sbanas o descubiertos.

    El silencio haba desaparecido. La feliz noche, solitaria, se llen de angustia.Enredbanse pies y manos de hombres que no hallaban reposo, los pechossuspiraban, gritos aislados de mil gargantas luchaban por reunirse, desesperados,

    obstinados, en el abismo mudo habitado por Dios. Esforzbanse por saber quansiaban gritar y se separaban para perderse en delirios incoherentes.

    Pero de pronto y desde el mismo centro de la aldea, desde la terraza ms alta,parti un alarido agudo, punzante, como de entraas que se desgarran: Dios deIsrael, Dios de Israel, Adonay, hasta cundo? No era un hombre; era toda unaaldea que soaba y gritaba. Era toda la tierra de Israel, con los huesos de losmuertos y las races de los rboles. La tierra de Israel, que sufra dolores de parto,que no poda dar a luz y gritaba.

    Tras un prolongado silencio, volvi a orse el grito que desgarraba el aire desde latierra hasta el cielo, esta vez an ms quejumbroso y angustiado: Hasta cundo?Hasta cundo? Los perros de las aldeas se despertaron y se pusieron a ladrar, yen las terrazas, las despavoridas mujeres se refugiaron entre los brazos de sus

    esposos.El joven que dorma oy en sueos el alarido; se agit y el sueo se asust ycomenz a huir. La montaa se enrareca y aparecan sus entraas; ya no estabahecha de piedra, sino de sueo y vrtigo. Y la turba de colosos que la escalabansalvajemente, a pasos de gigante, y que no eran ms que bigotes, barbas, cejas yenormes brazos, perdi tambin consistencia; los colosos se alejaban, caan,adquiran otras formas y se deshilachaban uno por uno como nubes dispersadas porun viento poderoso; pronto desaparecan entre las dos sienes del joven dormido.

    Pero su espritu volvi a embotarse, el joven se sumergi de nuevo en el sueo: lamontaa volvi a hacerse compacta, ptrea; las nubes se adensaron paratransformarse en carne y en huesos, y se oyeron respiraciones entrecortadas. Oyandar a alguien, luego correr: el pelirrojo reapareci en la cima de la montaa, conel pecho y los pies desnudos, inflamado; le segua, hundida en los peascosabruptos, la turba jadeante de mil cabezas.

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    Arriba, la bveda del cielo haba vuelto a formar un techo bien construido con unasola estrella suspendida en oriente, como un grano de fuego. Levantaba el da.

    El joven, echado sobre las virutas, respiraba profundamente. El trabajo haba sidopenoso y descansaba. Durante un instante se movieron sus prpados, como si elLucero Matutino los hubiera herido con sus rayos, pero no se despert. El sueohaba vuelto a envolverle hbilmente; soaba. El pelirrojo se haba detenido y elsudor chorreaba por su frente estrecha de profundas arrugas, por sus sobacos, porsus piernas. Lo posean la clera y la fatiga. Iba a proferir una blasfemia, pero secontuvo. Se limit a murmurar con angustia: Hasta cundo, Adonay, hastacundo? Se haba tragado la blasfemia, pero su rabia an fermentaba. Se volvi:el largo camino se despleg ante l como iluminado por un rayo, las montaasdescendieron, el sueo se desvaneci, los hombres desaparecieron y el durmientevio, por encima de su cabeza, sobre el techo bajo de paja trenzada, la tierra deCanan, multicolor, adornada como un bordado hecho en el aire, como una luzvacilante. Hacia el sur se estremeca y ondulaba el desierto de Idumea como ellomo de un leopardo; ms lejos, el Mar Muerto, compacto, ponzooso, ahogaba,absorba la luz; y ms lejos an, rodeada por el foso de los mandamientos deJehov, la inhumana Jerusaln: por sus calles corra la sangre de las vctimas de

    Dios, corderos y profetas; ms lejos, Samara la impura, la idlatra, en cuyo centrovease un pozo y una mujer con afeites que sacaba agua; ms lejos, en el extremonorte, soleada, modesta, verdeante, Galilea. De una punta a otra del sueo veaseel Jordn, la arteria real de Dios que se desliza regando indiferentemente las arenasestriles y los ricos huertos, que dan de beber a Juan Bautista y a los herticos deSamara,, a las prostitutas y a los pescadores de Genezaret.

    El joven se sinti embriagado al ver en su sueo las tierras santas, las aguassagradas, y extendi la mano para tocarlas. Pero repentinamente, en medio de laoscuridad aterciopelada, de la luz rosada de la aurora, la Tierra Prometida, hechade frescura, de viento y de antiguo deseo humano, tembl y se esfum. Y en elmomento en que se extingua, el durmiente oy voces rugientes, blasfemias, y viosurgir de nuevo entre los peascos abruptos y las higueras, metamorfoseada,irreconocible, la turba de mil cabezas. Los colosos se haban ajado y encogido, sehaban achaparrado y sus barbas se arrastraban por tierra! Eran enanos,arrapiezos, seres diminutos, jadeantes y ya sin aliento. Cada uno de ellos llevabaextraos instrumentos de tortura; unos, correas ensangrentadas con puntas dehierro; otros, cuchillos y aguijones; otros, enormes clavos de cabeza plana; tresenanos de piernas cortas portaban una Cruz de un peso abrumador, y el ltimo, elms desgraciado, el bizco, una corona de espinas.

    El pelirrojo se inclin, los mir y sacudi con desprecio su gran cabeza huesuda. Eldurmiente le oy pensar: No tienen fe, y por eso se han achicado; no tienen fe, ypor eso me llevan al suplicio... Adelant su gruesa mano velluda:

    Mirad! dijo, sealndoles la llanura que se extenda debajo de ellos, ahogada

    an en la bruma matinal.No vemos nada, capitn. Est oscuro.

    No veis nada? Por qu entonces no tenis fe?

    La tenemos, capitn, la tenemos, y por eso te seguimos, pero no vemos nada.

    Mirad otra vez!

    Blandiendo su brazo como una espada, rasg la bruma y apareci la llanura.Brillaba y sonrea un lago azul. Desapareca la sbana de bruma. En medio de loscampos, bajo las datileras, a lo largo de las orillas pedregosas del lago, las aldeas ylos villorrios, semejantes a grandes nidos llenos de huevos, resplandecan deblancura.

    All est! exclam el cabecilla sealando una gran aldea situada en medio de laverde vegetacin. Tres molinos de viento, que la coronaban, haban abierto con laprimera luz sus alas y giraban.

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    En el rostro dorado, adormecido, del joven, estall de repente el terror. Hizo unademn con la mano para ahuyentar el sueo que se haba posado sobre susprpados y los mantena cerrados. Reuni todas sus fuerzas para despertarse;pens que se trataba de un sueo y que deba despertar, liberarse de l. Pero losenanos lo rodeaban obstinadamente y se negaban a irse; el pelirrojo de miradasalvaje sealaba ahora amenazadoramente con el dedo la gran aldea de la llanura y

    les hablaba.All est! All vive, all se esconde. Viste andrajos, va descalzo, trabaja decarpintero, aparenta no ser el que es para escapar a su merecido, pero a dndenos llevar? El ojo de Dios lo ha visto. Caed sobre l, compaeros!

    Levant el pie para tomar impulso, pero los enanos se colgaron de sus piernas y desus brazos; pos de nuevo el pie en tierra.

    Son muchos los andrajosos y los que van descalzos, capitn, son muchos loscarpinteros. Necesitamos una seal que nos indique quin es, cmo es, dndeest, para que lo reconozcamos. De lo contrario, no nos moveremos de aqu.Spalo, capitn, no nos moveremos de aqu; estamos cansados.

    Lo estrechar entre mis brazos y lo besar; sa ser la seal. Adelante ahora, en

    marcha. Y no hagis ruido, no gritis. En este momento duerme. Sera unalstima que despertara y se nos escapara. En nombre del Cielo, caed sobre l,compaeros!

    Caigamos sobre l, capitn! exclamaron a una sola voz los enanos, y alzaronsus grandes pies para iniciar la marcha.

    Pero uno de ellos, el diminuto bizco jorobado que portaba la corona de espinas, seagarr a un arbusto y se enfrent con el cabecilla.

    Yo no voy a ninguna parte! grit. Estoy harto. Cuntas noches hace que lobuscamos? Cuntos pases y aldeas hemos recorrido? Contad: inspeccionamos unopor uno los monasterios de los esenios, en el desierto de Idumea; pasamos aBetania, donde aporreamos gratuitamente a ese pobre Lzaro; llegamos al Jordn,

    pero el Bautista nos arroj de all; al parecer, no es Aqul que buscamos.Partimos, entramos en Jerusaln, registramos el Templo, los palacios de Anas, deCafas, las casas de los escribas y de los fariseos: no lo hallamos! Slo hallamospillos, prostitutas, embusteros, ladrones, asesinos y tuvimos que partir. Cruzamosal galope Samara la excomulgada, llegamos a Galilea, registramos minuciosamenteMagdala, Cana, Cafarnaum, Betsaida. Registramos cabaa por cabaa, barca porbarca y cuando hallbamos al ms virtuoso, al ms viejo, le gritbamos: Eres t.Por qu te ocultas? Levntate y salva a Israel! Y al ver los instrumentos quellevbamos, lo posea el terror, se agitaba y se pona a gritar: No soy yo! No soyyo! Y se daba al vino, a los naipes, a las mujeres, se emborrachaba, blasfemaba,se prostitua para que viramos que era pecador, que no era Aqul quebuscbamos, para escapar al castigo... Perdname, capitn, pero lo mismo nos ha

    de ocurrir aqu. Es intil que lo busquemos. No lo encontraremos porque an noha nacido.

    Incrdulo Toms! dijo el pelirrojo, al tiempo que lo tomaba por la nuca y,rindose, lo mantena durante un buen rato suspendido en el aire. IncrduloToms, me diviertes!

    Se volvi hacia sus compaeros:

    El es la aguijada y nosotros somos los bueyes de labranza. Dejad que nos aguijepara que nunca tengamos paz!

    El calvo Toms lanz un estridente grito de dolor. El pelirrojo lo dej en tierra, seech a rer y pase su mirada por la heterognea compaa.

    Cuntos somos? pregunt. Doce, uno por cada tribu de Israel. Diablos,

    ngeles, enanos, arrapiezos, todas las criaturas y los abortos de Dios! Elegid!Estaba de buen humor; sus ojos redondos de gaviln centelleaban. Adelant la

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    mano y los tom por los hombros, uno tras otro, con clera, con ternura. Loscalificaba mientras los mantena suspendidos en el aire, rea. En cuanto dejaba auno, levantaba a otro:

    Aqu ests t, avaro, lengua de vbora, ladrn, inmortal hijo de Abraham! Y t,matasiete orgulloso de tus msculos, glotn! Y t, devoto, timorato; no robas, note acuestas con la mujer del prjimo, no matas porque tienes miedo; todas tusvirtudes son hijas del miedo. Y t, asno cndido que soportas los palos; soportas elhambre, la sed, el fro, los azotes, bestia de carga sin amor propio, lamedor de losrestos que dejan los dems; todas sus virtudes son hijas de la miseria. Y t, viejozorro que te quedas a la entrada de la gruta del len, de Jehov, y no entras enella. Y t, carnero ingenuo que sigues lanzando balidos al Dios que te devorar. Yt, charlatn, hijo de Levi, mercader de Dios que vendes a Dios a tanto la onza;explotador de Dios que sirves a Dios en las copas de los hombres, quienes seemborrachan con l y te abren su bolsa y su corazn. Y t, malvado, fantico,asceta, terco, que miras tu propia figura y te fabricas un Dios malvado, fantico,terco, y caes de rodillas ante l y le adoras porque se te parece. Y t, que tu almaes la tienda de un cambista; ests sentado en el umbral, hundes la mano en unatalega, das limosna al pobre, prestas a Dios, llevas un registro y escribes: di tantos

    cntimos de limosna a fulano, tal da a tal hora; y ordenas que pongan el registroen tu tumba para poder abrirlo ante Dios, arreglar sus cuentas con l y cobrar losmillones de la eternidad. Y t, reverendo embustero que pisoteas todos losmandamientos de Dios, robas, te acuestas con la mujer del prjimo, asesinas yluego te deshaces en lgrimas, te golpeas el pecho, descuelgas la guitarra yconviertes tu pecado en una cancin; sabes, viejo astuto, que Dios se lo perdonatodo al cantor porque a l le apasionan las canciones. Y t, que eres como unpuntiagudo aguijn hundido en nuestras nalgas, Toms y yo, yo, pobre insensato,que sent la aguijada dentro de m y abandon a mi mujer y mis hijos para buscaral Mesas!

    Se ech a rer, escupi en sus manos y adelant los enormes pies:

    Caed sobre l, compaeros! grit una vez ms y se lanz corriendo por elcamino que llevaba a Nazaret.

    Los hombres y las montaas se convirtieron en humo y desaparecieron. Losprpados adormecidos se poblaron de una oscuridad sin ensueos. Ahora, por fin,en el sueo infinito slo se oan dos pies descalzos, inmensos y pesados, quegolpeaban el suelo de la montaa y descendan.

    El corazn del joven que dorma lata violentamente: Ya llegan! Ya llegan! oy un grito desgarrador en su carn. Ya llegan! Se incorpor de un salto as le pareci en su sueo, arrim contra la puerta el banco en que trabajaba ysobre l amonton todas sus herramientas cepillos, garlopas, sierras, mazas,martillos, destornilladores as como una cruz pesada que estaba construyendo.Luego volvi a echarse sobre las virutas y el serrn, y esper.

    Reinaba una calma extraa, inquietante, ahogada, espesa. No poda orse larespiracin de la aldea ni tampoco la de Dios. Todo el universo hasta el demonio,que jams duerme se haba hundido en un foso profundo y negro: era el sueo,la muerte, la inmortalidad, Dios? El terror posey al joven; vio el peligro, reuni susfuerzas, extendi las manos para cogerse la cabeza, que se extraviaba, y sedespert.

    Estaba baado en sudor. De su sueo slo recordaba esto: que alguien lopersegua. Quin? Uno? Una multitud? Hombres? Demonios? Ya norecordaba. Aguz el odo, escuch. Oase ahora la respiracin mltiple de lasalmas y de los cuerpos en el silencio de la noche; de cuando en cuando percibaseuna leve agitacin de las hojas de los rboles, el gemido lgubre de un perro, seoa a una madre que arrullaba lenta, mecnicamente a su beb... Poblaban lanoche murmullos ysuspiros familiares y queridos, la tierra hablaba, Dios hablaba, yel joven se apacigu. Durante un instante haba tenido miedo, se haba credo

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    completamente solo en el mundo.

    Al lado, en la casita donde dorman sus padres, oy la respiracin jadeante de suanciano padre. El desdichado no poda dormir; contorsionaba la boca,trabajosamente abra y cerraba sus labios intentando hablar. Haca ya muchosaos que se atormentaba tratando de pronunciar una palabra humana, peropermaneca sentado en la cama, paraltico, sin poder mover la lengua. Sudaba,sufra, su saliva flua y de vez en cuando, despus de un combate terrible, lograbaarticular desesperadamente, slaba tras slaba, una palabra, una sola, siempre lamisma: A-d-o-n-a-y, Adonay. Cuando pronunciaba toda la palabra, se calmabadurante una o dos horas. Luego, volva a invadirle la congoja y se pona de nuevoa abrir y cerrar la boca.

    Yo tengo la culpa... yo tengo la culpa... murmuraba el joven, y sus ojos searrasaban de lgrimas. Yo tengo la culpa...

    El hijo oa en la noche tranquila la lucha angustiada de su padre, y la angustia hizopresa en l a su vez. Involuntariamente comenz a abrir y cerrar la boca y asudar. Cerr los ojos; escuch atentamente para imitar a su anciano padre.Suspiraba, emita junto con l gritos desesperados e inarticulados... hasta que el

    sueo lo venci.En el momento en que se dorma, la casa se conmovi, el banco cay al suelo, lasherramientas rodaron por tierra, la puerta se abri y vio erguido en el umbral,inmenso, con los brazos abiertos y lanzando risotadas, al Pelirrojo.

    El joven grit y se despert.

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    II

    Se incorpor, se sent sobre las virutas y apoy la espalda contra la pared. Porencima de su cabeza penda una correa con dos hileras de clavos puntiagudos;todas las noches, antes de dormirse, flagelaba su cuerpo hasta arrancarle sangre

    para que lo dejara tranquilo durante la noche y no se rebelara. Un leve temblor sehaba apoderado de l. No recordaba qu tentaciones lo haban asaltado durante elsueo, pero senta que haba escapado a un gran peligro.

    No aguanto ms, estoy exhausto... murmur, y elev los ojos al cielo lanzandoun suspiro. Las primeras luces del da, an inciertas y plidas, se deslizaron por lasrendijas de la puerta; las caas amarillentas del techo reflejaron una dulzuraextraa, brillante, delicada como el marfil.

    No aguanto ms, estoy exhausto... volvi a murmurar. Exasperado, apret losdientes. Fij la mirada en el vaco y toda su vida desfil ante sus ojos: el bastn desu padre que haba florecido el da de los esponsales con su madre, luego el rayoque haba abatido y dejado paraltico al novio. Ms adelante, su madre que lo

    miraba, que lo miraba incesantemente sin decir nada; pero l oa su queja muda,saba que su madre tena razn, que las faltas que l cometa da y noche eranotros tantos puales que atravesaban su corazn. Aquellos ltimos aos habaluchado en vano por vencer el Miedo. Slo ste quedaba, pues haba vencido atodos los otros demonios: la pobreza, el deseo carnal, la felicidad del hogar, lasalegras de la juventud. Slo quedaba el Miedo; deba ser capaz de vencerlo... Eraun hombre. Haba llegado la hora.

    Yo tengo la culpa de que mi padre se haya quedado paraltico... Yo tengo laculpa de que Magdalena se haya hecho prostituta... Yo tengo la culpa de que Israelgima an bajo el yugo... murmur.

    Un gallo, sin duda en la casa vecina de su to, el rabino, bati las alas en el tejado ycant con voz fuerte, con clera. Seguramente estaba ya cansado de la noche, que

    haba durado demasiado, y llamaba al sol para que apareciese por fin.Apoyado contra la pared, el joven lo escuchaba. La luz iba a dar contra las casas ylas puertas se abran; las calles se animaban y de la tierra, de los rboles, de lasrendijas de las casas ascendan suavemente los murmullos de la maana: Nazaretse despertaba. Desde la casita vecina parti un profundo suspiro, seguido por elgrito salvaje del rabino, que despertaba a Dios y le recordaba la promesa hecha aIsrael: Dios de Israel le gritaba, Dios de Israel, hasta cundo?, y el joven oael ruido seco y precipitado de sus rodillas al chocar contra la tablas del piso.

    El joven mene la cabeza.

    Ruega murmur, se prosterna, llama a Dios y ahora va a dar unos golpes enla pared para que yo tambin me eche de hinojos. La clera le hizo fruncir las

    cejas. Por si no tuviera suficiente con Dios, he de atender tambin a lasexigencias de los hombres! dijo, descargando violentamente el puo en la paredmedianera para demostrarle al furioso rabino que estaba levantado y oraba.

    Se irgui de pronto; por el movimiento brusco, su tnica, muchas vecesremendada, se deslizo de sus hombros, dejando al descubierto su cuerpo flaco,curtido, lleno de marcas rojas y azules. Avergonzado, recogi rpidamente laprenda y recubri con ella su carne desnuda.

    La plida claridad matinal penetr por el tragaluz, cay sobre l e ilumindelicadamente su rostro; todo obstinacin, sufrimiento, orgullo. El vello de susmejillas se haba transformado en una barba rizada, negra; la nariz era ganchuda ylos labios gruesos y entreabiertos dejaban ver dientes brillantes. Aquel rostro noera hermoso, pero posea una seduccin secreta e inquietante. Debase ello a las

    pestaas tupidas y muy largas que arrojaban una extraa sombra azul sobre todala faz? O a los ojos grandes, negros como el azabache, radiantes, poblados por la

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    noche, ojos en los que slo haba intimidacin y dulzura? Centelleaban como los dela serpiente, y cuando miraban a travs de las largas pestaas, uno se sentaposedo por el vrtigo.

    Hizo caer las virutas que se haban pegado a sus sobacos y a su barba; pronto susodos escucharon pasos lentos y pesados que se acercaban; los reconoci.

    Vuelve; vuelve una vez ms, qu quieres de m? grit, abrumado de fatiga, yluego se desliz hacia la puerta para or mejor.

    Pero repentinamente se detuvo, espantado. Quin haba colocado el banco juntoa la puerta? Quin haba amontonado sobre l la Cruz y las herramientas? Quin?Cundo? La noche est poblada de espritus malignos, de sueos; mientrasdormimos, los espritus encuentran las puertas abiertas, entran y salen y revuelvennuestra casa y nuestro cerebro.

    Alguien ha venido esta noche mientras dorma murmur en voz baja, como sitemiera que el intruso estuviese todava all y le pudiese escuchar, alguien havenido. Seguramente fue Dios, Dios o el demonio. Quin puede distinguirlos?Intercambian sus rostros, Dios se transforma en tinieblas, el demonio en luz, de talforma que el espritu del hombre se confunde. Se estremeci. Ante l tena dos

    caminos, por cul ira?, cul escogera?Los pasos pesados continuaban acercndose; el joven lanz en torno una miradaangustiada como si buscara un rincn donde esconderse. Tema a aquel hombre yno quera verle, porque abra en el fondo de su ser una antigua herida que nuncacicatrizaba. Cuando nios, jugaban juntos en cierta ocasin y el otro, que tenatres aos ms que l, lo haba arrojado en tierra y le haba pegado; el nio se habalevantado sin decir nada pero jams haba vuelto a jugar con los otros nios; desdeentonces tuvo vergenza y miedo de hacerlo. Encogido en el patio de su casa ycompletamente solo, tramaba la forma de lavar un da su vergenza, paramostrarles que era ms fuerte que todos ellos, para vencerlos a todos. Despus detantos aos la herida an estaba abierta, an no haba dejado de sangrar.

    Todava me persigue, todava? murmur. Qu quiere de m? No le abrir.Un puntapi hizo temblar la puerta. El joven dio un salto y apelando a todas susfuerzas corri el banco y abri.

    En el umbral se ergua, descalzo, un coloso de barba roja y rizada, con el pecho alaire y sudoroso. Empuaba una mazorca asada que estaba comiendo. Sus ojosregistraron el taller, vio la cruz apoyada contra la pared y su rostro seensombreci; avanz un paso y entr.

    S sent en cuclillas en un rincn, sin dejar de morder frenticamente la mazorca,sin pronunciar palabra. El joven, de pie, desviaba los ojos y miraba afuera, por lapuerta abierta, la calleja estrecha que acababa de despertar. An no se habalevantado el polvo y percibase un olor a tierra mojada. La luz y la frescura de lanoche se haban colgado de las hojas del olivo de enfrente, y todo el rbol sonrea.El joven aspiraba el mundo matinal.Pero el pelirrojo se volvi hacia l y grit:

    Cierra la puerta! Tengo que hablar contigo.

    El joven se sobresalt al or la salvaje voz; cerr la puerta, se sent en el borde delbanco y esper.

    Heme aqu dijo el pelirrojo. Heme aqu, todo est dispuesto.

    Call, arroj la mazorca, alz sus ojos azules y duros para fijarlos en el joven.Estir su cuello macizo y surcado de arrugas.

    Y t, ests dispuesto?

    La luz era ms intensa y se distingua netamente el rostro del pelirrojo, tosco einestable. No era un rostro nico, sino dos; cuando una mitad rea, la otramostraba terror; cuando una expresaba dolor, la otra permaneca inmvil,

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    petrificada; y cuando las dos se reconciliaban durante un instante, sentase, pordebajo de tal concordia, a Dios y al demonio que luchaban irreconciliables.

    El joven no respondi. El pelirrojo le clav la mirada, con rabia. Volvi apreguntar:

    Y t, ests dispuesto? Ya se levantaba para cogerle por el brazo, para

    sacudirlo, despertarlo, obligarle a responder, pero no tuvo tiempo, se oy el sonidode una trompeta; un grupo de jinetes invadi la calleja y, tras ellos, oyronsepesados, rtmicos, los pasos de los soldados romanos que hacan retumbar la tierra.El pelirrojo apret el puo y lo dirigi hacia el techo. Ruga:

    Dios de Israel, ha sonado la hora! Hoy, no maana, hoy!

    Se volvi hacia el joven:

    Ests dispuesto? volvi a preguntar y, sin esperar la respuesta, aadi:

    No y no! No les entregars la cruz, te lo juro! El pueblo se ha reunido, el propioBarrabs baj de la montaa con sus hombres, destruiremos la prisin, liberaremosal zelote y entonces el milagro no sacudas la cabeza!, el milagro se producir.Pregunta a tu to, el rabino. Nos reuni ayer en la sinagoga. Por qu no te

    dignaste venir? Se levant y nos habl: El Mesas no vendr vociferaba, novendr mientras permanezcamos con los brazos cruzados. Para que venga elMesas es necesario que Dios y el pueblo combatan juntos! Esto es lo que nos dijo,si quieres saberlo. Dios no basta, el pueblo no basta, y han de luchar los dos

    juntos. Entiendes?

    Lo tom por el brazo y se puso a sacudirlo.

    Entiendes? En qu piensas? Hubieras debido estar all y or a tu to pararecobrar el valor, desdichado! Dijo que el zelote que los infieles romanos quierencrucificar hoy, quiz sea Aqul que esperamos desde hace muchas generaciones.Si no le socorremos, si no acudimos a salvarle, entrate, morir sin revelar quines. Pero si nos precipitamos para salvarle, se producir el milagro. Qu milagro?Arrojar sus harapos y la corona real de David brillar en su cabeza. Todos nosdeshicimos en lgrimas. El viejo rabino levant los brazos al cielo y grit: Diosde Israel, hoy, no maana, hoy! Entonces todos levantamos los brazos, miramosel cielo, gritamos, amenazamos, lloramos: Hoy, no maana, hoy! Me oyes, hijodel carpintero, o estoy hablando con una pared?

    Con los ojos entrecerrados y la mirada clavada en la pared de que penda la correacon clavos puntiagudos, el joven aguzaba el odo. Ahogados por la voz spera yamenazadora del pelirrojo, oanse en la habitacin contigua los sonidosentrecortados y roncos del combate que libraba su anciano padre, quien continuabamoviendo incesantemente los labios, esforzndose en vano por hablar... Las dosvoces se mezclaban en el corazn del joven y repentinamente comprendi que todala lucha de los hombres no era ms que una gran parodia.

    El pelirrojo lo tom entonces por un hombro y lo sacudi:Con qu sueas, iluminado? Te has enterado de lo que dijo el hermano de tupadre, el viejo Simen?

    El Mesas no viene de ese modo... murmur el joven; haba fijado los ojos enla cruz que acababa de construir y sobre la cual caa, rosada y tierna, la luz de laaurora. No, el Mesas no viene de ese modo; no reniega jams de sus harapos,no lleva una corona real y el pueblo no se precipita para salvarlo. Dios tampoco.No lo salvan. Muere con sus harapos y todos, aun los ms fieles, lo abandonan;muere completamente solo en la cima de una montaa solitaria y lleva en la cabezauna corona de espinas.

    El pelirrojo se volvi y lo mir azorado. La mitad de su rostro brillaba y la otramitad estaba envuelta en sombras.

    Cmo lo sabes? Quin te lo dijo?

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    Pero el joven no respondi. Se puso en pie de un salto. Ya era completamente deda. Recogi el martillo y un puado de clavos y se acerc a la cruz. Pero elpelirrojo fue ms ligero. De una zancada lleg a la cruz y comenz a asestarlerabiosamente puetazos y a escupirla, como si fuera un hombre. Se volvi y susbigotes, su barba, sus cejas rozaron el rostro del joven:

    No tienes vergenza? grit. Todos los carpinteros de Nazaret, de Cana, deCafarnaum, se negaron a construir una cruz para el zelote, y en cambio t... Notienes vergenza? No tienes miedo? Y si el Mesas llegara y te sorprendieraconstruyendo su cruz? Y si se, el zelote, a quien crucifican hoy, fuera el Mesas?Por qu no tuviste, como los dems, el valor de responder al centurin: Noconstruyo cruces para los hroes de Israel?

    Zarande por el hombro al carpintero, que permaneca absorto.

    Por qu no respondes? Adnde miras?

    Le dio un golpe, lo arrastr hasta la pared:

    Eres un cobarde le dijo con desprecio, un cobarde, un cobarde, eso es lo queeres! Nunca servirs para nada en la vida.

    Una voz aguda rasg el aire. El pelirrojo solt al joven, volvi la cabeza hacia lapuerta y prest atencin. Oyse un tumulto; avanzaban hombres, mujeres, unagran multitud, y oanse gritos: El pregonero! El pregonero! La voz aguda volvia elevarse:

    Hijos e hijas de Abraham, de Isaac y de Jacob! Por orden imperial, prestadatencin y escuchad: Cerrad las tiendas y las tabernas, no vayis a trabajar a loscampos; madres, llevad a vuestros hijos, y vosotros, ancianos, tomad vuestrosbastones e id todos, los cojos, los sordos, los paralticos, id todos a ver! Id a ver latortura que sufren quienes levantan las manos contra nuestro amo el emperador...que los dioses le concedan larga vida! Id a ver la muerte del zelote rebelde ytrasgresor de las leyes.

    El pelirrojo abri la puerta, vio la multitud callada, agitada, vio al pregonero subidoa una piedra, delgado, vio su largo cuello y su cabeza descubierta. Escupi.Maldito seas, traidor, gru mientras cerraba con rabia la puerta. Se volvihacia el joven. La hiel le haba subido hasta los ojos.

    Puedes estar orgulloso de tu hermano, Simn, el traidor! vocifer.

    La culpa no es suya sino ma dijo el joven con remordimiento. Fui yo quien...

    Se detuvo un momento y despus:

    Por m, m madre lo arroj de casa, por m... Y l ahora...

    La mitad del rostro del pelirrojo, iluminada durante un instante por la compasin,se suaviz.

    Cmo pagars todos tus pecados, desgraciado?

    El joven permaneci en silencio durante un largo rato. Sus labios se movan perosu lengua estaba paralizada. Por ltimo logr decir:

    Con mi vida, Judas, hermano mo, con mi vida... No tengo otra cosa.

    El pelirrojo se sobresalt. La luz entraba ahora en el taller por las rendijas de lapuerta y, desde lo alto, por el tragaluz; los ojos del joven brillaban, grandes,completamente negros, y su voz rebosaba amargura y terror.

    Con tu vida? dijo el pelirrojo y asi la barbilla del joven. No apartes elrostro, eres un hombre, no es cierto?. Mrame a los ojos. Con tu vida? Ququieres decir?

    Nada. Baj la cabeza silenciosamente. Luego grit de pronto: No mepreguntes nada, no me preguntes nada, Judas, hermano mo!

    Judas tom entre sus manos el rostro del joven, lo levant y lo mir durante largotiempo, sin hablar. Luego, tranquilamente; lo solt. Se dirigi hacia la puerta. Su

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    corazn se haba despertado.

    Afuera los rumores se hacan ms densos. Oase ascender el zumbido de los piesdescalzos y de los zuecos arrastrados y en el aire resonaba el tintineo de losbrazaletes de bronce de las mujeres y de las gruesas pulseras que lucan en lostobillos. De pie en el umbral, el pelirrojo contemplaba la multitud quedesembocaba incesantemente de las callejas, cada vez ms compacta. Ascendahacia la colina maldita donde deba tener lugar el suplicio. Los hombres nohablaban, juraban entre dientes, golpeaban el suelo con los bastones; otrosescondan, apretndolo contra el pecho, un pual; las mujeres gritaban. Muchas deellas se haban quitado ya los pauelos, se haban soltado los cabellos y entonabanel canto fnebre.

    Delante, carnero conductor del rebao, marchaba Simen, el viejo rabino deNazaret. Pequeo, encorvado por los aos, encogido por una tisis maligna, no erams que una osamenta seca mantenida en pie por un alma invulnerable; susmanos eran las de un esqueleto, y los dedos, inmensas garras de ave de presa queapretaban y golpeaban contra las piedras el cayado sacerdotal, cuya parte superiorestaba adornada con dos serpientes entrelazadas. Aquel muerto viviente despeda

    el olor de una ciudad que se incendia. Sentase al verle los ojos llameantes que susojos, su carne, sus cabellos, todo aquel viejo esqueleto estaba abrasado en fuego.Y cuando abra la boca para gritar: Dios de Israel, una columna de humoascenda de su cabeza. Tras l marchaban en fila los ancianos, inclinados sobre susbastones, con las cejas espesas, la barba ahorquillada y los cuerpos slidos; trasstos, seguan los hombres y, tras stos, las mujeres; cerraban la marcha losnios, cada uno con una piedra en la mano, y algunos con una honda colgada delhombro. Avanzaban todos juntos con un rugido dbil y sordo, como el del mar.

    Apoyado en el marco de la puerta, Judas miraba a los hombres y las mujeres y sucorazn se desbordaba de esperanza. Son stos pensaba, y la sangre le suba ala cabeza, son stos quienes, con Dios, harn el milagro. Hoy, no maana, hoy.

    Una inmensa mujer, hombruna y de altas caderas, se separ de la multitud. Feroz

    y terrible, los hombros se le salan de sus vestimentas. Curvando todo su cuerpo,se inclin, cogi una piedra y la lanz con fuerza contra la puerta del carpintero,gritando:

    Maldito seas, crucificador!

    En un santiamn y de una punta a otra de la calle, estallaron los gritos y lasblasfemias, y los nios descolgaron las hondas del hombro. El pelirrojo cerr de ungolpe la puerta.

    Crucificador! Crucificador! los gritos surgan de todas partes y en la puertaresonaban las pedradas.

    El joven, arrodillado ante la cruz, le pona clavos, descargaba martillazosredoblados, violentamente, como si quisiera acallar los gritos y las blasfemias

    procedentes de la calle. Arda su pecho y de entre sus pestaas brotabanrelmpagos. Martilleaba frenticamente y el sudor baaba su frente.

    El pelirrojo se arrodill, lo tom por el brazo y le arranc con rabia el martillo de lasmanos. Dio un puntapi a la cruz, que cay al suelo.

    Vas a llevarla?

    S.

    No tienes vergenza?

    No.

    No permitir que lo hagas. La har pedazos.

    Mir en torno y alarg la mano para tomar una maza.

    Judas, Judas, hermano mo dijo el joven lentamente, como en un ruego, no teinterpongas en mi camino. Su voz se haba vuelto de pronto sombra, profunda,

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    irreconocible. El pelirrojo se sinti turbado y pregunt con suavidad:

    Qu camino? Esper. Miraba al joven con emocin. Toda la luz caa ahorasobre su rostro y su torso delgado, de huesos finos. Los labios continuabanapretados, como si se esforzaran por contener un gran grito.

    El pelirrojo lo vio frgil y plido y su corazn violento se encogi. Da tras da sus

    mejillas se hundan, se consuman. Cunto haca que no le vea? Slo unos pocosdas. Haba partido para realizar su gira habitual por las aldeas que rodean aGenezaret; era herrero, construa palas, rejas de arados, hoces, herraba loscaballos, y se haba apresurado a volver a Nazaret porque se enter de la noticia:iban a crucificar al zelote. En qu estado haba dejado a su viejo amigo y en questado lo encontraba! Cmo se haban agrandado sus ojos, cmo se haban;sumido sus sienes! Y qu era esa terrible amargura que apareca en las comisurasde su boca?

    Qu te ocurre? Por qu te consumes? Quin te atormenta?

    El joven sonri dbilmente. Iba a responder: Dios, pero se contuvo. Ese era elgran grito que guardaba en s, y no quera dejarlo escapar.

    Lucho respondi.Con quin?

    No s; lucho.

    El pelirrojo hundi su mirada en los ojos del joven; los interrogaba, les suplicaba,los amenazaba, pero aquellos ojos de azabache, inconsolables, desbordantes deterror, no respondan.

    De repente el espritu de Judas vacil. Mientras se inclinaba sobre los ojossombros ymudos le pareci ver rboles en flor, aguas azuladas, una multitud dehombres y, en el medio, tras los rboles en flor, las aguas y los hombres,abarcando todo el iris, una gran cruz negra.

    Abri desmesuradamente los ojos, se irgui con brusquedad y quiso hablar,

    preguntar: No sers t... t...? Pero sus labios no se movan. Quiso estrecharal joven, besarlo, pero sus brazos se haban petrificado en el aire.

    Y entonces, cuando el joven lo vio con los brazos abiertos, con los cabellos rojos depunta, con los ojos desmesuradamente abiertos, lanz un grito. El sueo aterradorde la noche surgi desde el fondo de su espritu. Aquella turba, aquellos enanos,aquellas herramientas de crucifixin, los gritos: Caed sobre l, compaeros!,surgieron desde el fondo de su espritu y ahora reconoca al jefe de la banda, alpelirrojo: era el herrero Judas, que se arrojaba sobre l lanzando risotadas.

    Los labios del pelirrojo se movieron. Balbuce:

    No sers t... t...?

    Yo? Quin?

    El pelirrojo no respondi. Se morda los bigotes y lo miraba. Una mitad de surostro estaba de nuevo radiante y la otra hundida en las tinieblas. Vea ante l lossignos y los prodigios que rodearon al joven desde su nacimiento, y aun desdeantes... El bastn de Jos, el nico bastn de futuros esposos que haba florecido.El rabino le haba dado a la ms hermosa entre las hermosas, a Mara, que estabaconsagrada a Dios. Ms tarde, el rayo que haba cado la noche de bodas y quehaba dejado paraltico al recin casado antes de que tocara a. su mujer. Y mstarde, segn se deca, la casada haba aspirado el perfume de una azucena blanca ysu vientre haba concebido un hijo. Y el sueo que, al parecer, haba tenido lanoche en que dio a luz; haba visto abrirse los cielos, descender de ellos a losngeles para colocarse en fila, como aves, en los bordes del humilde techo de sucasa, para hacer all su nido y cantar mientras unos guardaban el umbral de la

    morada, otros entraban, encendan fuego, ponan agua a calentar para lavar al nioque iba a nacer, y otros preparaban caldo para dar a la parturienta...

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    El pelirrojo se acerc lenta y vacilantemente al joven y se inclin sobre l. Su vozdesbordaba ahora de emocin, de ruego y de miedo:

    No sers t... t...? volvi a preguntar sin atreverse a acabar la frase.

    El joven se sobresalt, enfurecido.

    Yo? Yo? dijo lanzando una risa breve y sarcstica. Pero, acaso no me ves?

    No soy capaz de hablar, no tengo valor para ir a la sinagoga, apenas veo gentedesaparezco, pisoteo sin pudor los mandamientos de Dios... Trabajo el sbado.

    Recogi la cruz que haba cado, la enderez y tom un martillo.

    Y ahora, mira, construyo cruces y crucifico! dijo, y se esforz una vez ms porrer.

    El pelirrojo no dijo nada. Lo posea la clera y abri la puerta. Una nueva multitudavanzaba como una ola desde el fondo de la calle; viejas desgreadas, ancianosinvlidos, cojos, ciegos, leprosos, toda la hez de Nazaret se arrastraba sin alientohacia la colina de la crucifixin. Se acercaba la hora fijada. Ya es tiempo de queme ponga en camino pens el pelirrojo, de que me mezcle con el pueblo, deque ataquemos todos juntos la prisin para liberar al zelote. Entonces veremos si

    es o no el Redentor. Pero titubeaba. De repente un fro viento pas sobre pi. o,el crucificado de hoy no sera tampoco Aqul que la raza de los hebreos esperabadesde haca tantos siglos. Maana! Maana! Maana! Cunto hace que nos loprometes, Dios de Abraham? Maana! Maana! Maana! Pero, cundo ser?Somos hombres y ya estamos cansados!

    Estaba gritando. Mir con clera al joven que pona clavos, llegado a la cruz:Ser ste, despus de todo? pens al tiempo que lo recorra unestremecimiento. Ser ste, el crucificador? Los caminos de Dios son tortuososy oscuros. Ser ste?

    Tras las viejas y los enfermos avanzaban, indiferentes, silenciosos, los soldados dela patrulla romana, con sus escudos, lanzas y cascos de bronce. Empujaban alrebao humano y miraban de arriba abajo a los hebreos, con manifiesto desprecio.

    El pelirrojo los mir salvajemente y su sangre se inflam. Se volvi hacia el joven.No quera volverle a ver: pareca que todo ocurra por su culpa. Apretando lospuos, le grit:

    Me voy. Haz lo que quieras, crucificador. Eres un cobarde, un intil, un traidor,lo mismo que tu hermano el pregonero! Pero Dios lanzar el rayo sobre ti como lolanz sobre tu padre y te quemar. Recuerda estas palabras que acabo de decirte.

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    III

    El joven qued solo. Se apoy contra la cruz y se sec el sudor de la frente.Respiraba entrecortadamente; durante unos instantes todo gir a su alrededor.Oy luego a su madre encender fuego; comenzaba temprano a trabajar en la

    cocina para tener tiempo de ir a ver la crucifixin. Todas sus vecinas ya habanpartido. Su padre continuaba gruendo y se esforzaba por mover la lengua, peroslo su garganta estaba viva y no emita ms que sonidos confusos. Afuera, lacalle haba quedado de nuevo desierta.

    Mientras permaneca de pie, apoyado en la cruz, con los ojos cerrados y sin pensaren nada, oyendo slo los latidos de su corazn, se sobresalt bruscamente, heridopor el dolor: senta de nuevo que el ave de presa invisible hunda profundamentelas garras en su coronilla. Murmur: Ha vuelto... Ha vuelto..., y Comenz atemblar. Senta que las garras abran agujeros profundos, rompan sus huesos yllegaban al cerebro. Apret los dientes para no gritar: su madre se habra asustadouna vez ms. Se tom la cabeza con las dos manos, apretndosela como sitemiera enloquecer. Murmur: Ha vuelto... Ha vuelto... Temblaba.

    La primera vez slo tena doce aos; estaba sentado entre los ancianos, en lasinagoga, y los escuchaba; explicaban, sudando y resoplando, la palabra de Dios.Sinti entonces en su coronilla un hormigueo lento, leve, muy tierno, semejante auna caricia. Cerr los ojos. Qu dulzura desconocida! El Paraso deba ser as,alas aterciopeladas lo haban transportado y lo haban elevado al sptimo cielo! Desus prpados cerrados, de sus labios entreabiertos brot una sonrisa infinita,profunda, que lami con ardiente deseo su carne hasta hacer desaparecer surostro. Y los ancianos, que haban visto aquella sonrisa mstica por la cual el niohaba sido devorado, adivinaron que Dios haba clavado en l sus garras. Sehaban llevado el dedo a los labios y haban guardado silencio.

    Los aos transcurrieron. Esperaba, esperaba, pero no volvi a sentir aquella

    caricia. Y he aqu que un da, el da de Pascua, un da de maravillosa primavera,haba ido a la aldea de su madre, a Cana, para elegir mujer. Su madre loimportunaba incesantemente instndolo a que se casara. Tena veinte aos, susmejillas aparecan cubiertas de un vello tupido y rizado, su sangre arda hasta elpunto de que ya no poda dormir por las noches. Su madre haba aprovechado lafiebre de su juventud y haba logrado llevarle a Cana, su aldea, para que eligieramujer.

    Llevaba una rosa roja en la mano y miraba a las muchachas de la aldea, quebailaban bajo un gran lamo de hojas nuevas. Y mientras miraba, mientrassopesaba las ventajas y las desventajas de cada una de ellas, mientras las deseabaa todas sin atreverse a elegir, oy de pronto a sus espaldas una risa cantarinacomo un agua fresca surgida de las entraas de la tierra. Se volvi y vio avanzar

    hacia l, con todos sus adornos, con anillos de bronce en los tobillos, brazaletes,pendientes y sandalias rojas, con los cabellos sueltos, hermosa como una fragataimpulsada por el viento, a Magdalena, la hija nica del rabino, del hermano de supadre. El espritu del joven se conmovi. Ella es la que quiero!, grit. Ella esla que quiero!, y alarg la mano para ofrecerle la rosa. Pero al tiempo quealargaba la mano, diez garras se clavaron en su cabeza y dos alas frenticasbatieron por encima de l y aprisionaron estrechamente sus sienes. Lanz unalarido estridente y cay de bruces en tierra, lanzando espuma por la boca.Entonces la pobre madre le puso su paoleta sobre el rostro, le alz en sus brazos,abrumada de vergenza, y se lo llev.

    Desde aquel da se sinti perdido. Las noches de luna llena en que vagaba por loscampos, o bien en el silencio nocturno, mientras dorma, aunque con ms

    frecuencia en primavera, cuando todo est en flor, cuando todo huele a perfumes,cada vez que iba a ser feliz, que iba a saborear las ms sencillas alegras humanas

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    como comer, dormir, reunirse con amigos, rer, encontrar a una muchacha en lacalle y pensar me gusta, inmediatamente las diez garras se clavaban en l y sudeseo se desvaneca.

    No obstante, hasta entonces aquellas garras no se haban abatido sobre l contanta ferocidad como aquella maana. Se coloc debajo del banco, hecho un ovillo,con la cabeza metida entre los hombros. Permaneci largo tiempo as. El mundose desmoronaba. Slo oa un rumor dentro de s mismo y, por Encima de l, unfurioso batir de alas:

    Poco a poco las garras fueron aflojndose para soltar lentamente primero elcerebro, luego el crneo y luego la piel del lastro, hasta que el joven sinti un granalivio y una gran fatiga. Se desliz fuera de su agujero y se llev la mano a lacabeza, rascaba febrilmente, a travs de los cabellos, la coronilla. Le pareca queestaba agujereada, aunque sus dedos no encontraron Haga alguna. Se apacigu.Pero al retirar la mano la vio llena de luz y se estremeci: de sus dedos caan gotasde sangre.

    Dios se ha enfurecido murmur, se ha enfurecido... La sangre comienza acorrer.

    Alz los ojos, mir, pero no haba nadie. Sin embargo senta en el aire un olor acrede animal de presa. Ha vuelto... Est a mi lado, bajo mis pies, sobre micabeza..., pens con terror. Baj la cabeza y esper. El aire estaba mudo,inmvil, y la luz pandaba, apacible e inocente, en apariencia, la pared de enfrente yel techo de caas. No abrir la boca, no dir ni una palabra decidi en su interior.Acaso se apiade de m y se vaya...

    Pero apenas hubo tomado esta decisin, abri la boca y habl; su voz eraquejumbrosa:

    Por qu me hieres? Por qu te ensaas conmigo? Hasta cundo meperseguirs?

    Call. Con la boca abierta, los pelos de punta y los ojos desbordantes de terror,

    escuchaba, encorvado.Al principio, nada. El aire estaba inmvil, mudo. De pronto alguien se puso ahablar por encima de l; aguz el odo, escuch. Escuchaba y no dejaba de sacudirviolentamente la cabeza como para decir: No! No! No!

    Acab por abrir la boca; su voz ya no temblaba:

    No puedo! Soy ignorante, holgazn, miedoso, me gusta comer bien, beber,rerme, quiero casarme, tener hijos... djame tranquilo!

    Call para prestar atencin:

    Qu dices? No entiendo!

    Se coloc las manos sobre los odos para amortiguar la voz feroz que hablaba por

    encima de l. Con el rostro contrado y conteniendo la respiracin, escuchaba yresponda:

    S, s, tengo miedo... Qu me levante para hablar? Qu puedo decir y cmo?Soy ignorante, te aseguro que no puedo! Qu? El reino de los cielos? Yo meburlo del reino de los cielos. Me gusta la tierra, y te repito que quiero casarme,casarme con Magdalena... no importa que sea una puta, yo tengo la culpa de quehaya llegado a serlo y la salvar... No, la tierra no, la tierra no, a quien quierosalvar es a Magdalena. Ella me basta!... Habla ms suavemente para que teentienda!

    Con la mano form una visera pues la suave claridad que penetraba por el tragaluzlo cegaba. Tena los ojos fijos en el aire, en el techo, y esperaba. Contena elaliento y aguzaba el odo. A medida que escuchaba, su rostro brillaba, astuto,

    satisfecho, y la luz acariciaba sus labios hmedos, que relucan. De pronto se echa rer a carcajadas.

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    S, s murmur, has comprendido bien. S, lo hago expresamente para queme detestes y busques a otro, para liberarme de ti!

    Tom confianza y aadi:

    S, s, lo hago intencionadamente! Y fabricar cruces durante toda mi vida paraque crucifiquen en ellas a los Mesas que t elijas!

    Despus de decir esto, descolg de la pared la correa con clavos y se la ci. Mirel tragaluz. El sol ya estaba alto y el cielo resplandeca, azul y duro como el acero.Deba apresurarse pues la crucifixin deba tener lugar a medioda, a la hora decalor ms intenso.

    Se arrodill, pas el hombro bajo la cruz y la tom en sus brazos. Levant unarodilla, busc un punto de apoyo; la cruz le pareci muy pesada, tanto que creyimposible alzarla. Se arrastr hacia la puerta tambaleando. Avanz dos, trespasos entre jadeos, y ya estaba por llegar cuando de pronto sus rodillas sedoblaron, todo gir a su alrededor y cay de bruces en el suelo, abrumado por elpeso de la cruz.

    La casita se conmovi. Oyse un penetrante grito de mujer; Ja puerta interior se

    abri y apareci su madre. Era una mujer esbelta, de piel dorada por el sol y ojosgrandes. Ya haba pasado su primera juventud y entraba en la amargura difcil ydulzona del otoo. Dos crculos azules rodeaban sus ojos, su boca era firme ybienmodelada como la de su hijo, aunque el mentn pareca ms robusto y enrgico.Llevaba una paoleta de lino violceo; dos largos pendientes de plata, sus nicas

    joyas, tintineaban en sus odos.

    Al abrir la puerta, apareci tras ella el padre, sentado en la cama, con el torsodesnudo, lvido, hinchado, con los ojos desmesuradamente abiertos y fijos. Sumujer acababa de darle de comer an masticaba penosamente el pan, lasaceitunas, las cebollas. Los pelos blancos y rizados del pecho estaban cubiertos desaliva y migas. Junto a l vease el bastn, clebre, fatdico, que haba florecido elda de sus esponsales; ahora era slo un trozo de madera muerta.

    La madre entr, vio a su hijo cado en tierra bajo la cruz, se Clav las uas en lasmejillas y se qued mirndolo sin correr a levantarlo. Tantas veces lo habanllevado desvanecido a su casa! Tantas veces lo haba visto vagar por los campos,por los rincones solitarios, pasar das sin comer, negarse a trabajar y permanecerhoras con los ojos fijos en el vaco, como hechizado e inerte! Slo cuando leordenaban una cruz para crucificar a un hombre se pona a trabajar con la cabezabaja, da y noche como tan poseso. Ya no iba a la sinagoga, no quera volver aCana ni a ninguna fiesta, y las noches de luna llena su espritu vacilaba y la pobremadre lo oa delirar y gritar, como si luchara con un demonio.

    Cuntas veces haba ido a arrojarse a los pies del viejo rabino, el hermano de sumarido, que tena el poder de exorcizar a los demonios. Los posedos llegabandesde los confines del mundo y l los curaba. La antevspera se haba echado una

    vez ms a sus pies, quejumbrosa: Curas a los extranjeros y no quieres curar ami hijo? El rabino mene la cabeza:

    Mara respondi, no es un demonio quien tortura a tu hijo, no es demonio; esDios. Qu puedo hacer yo?

    No hay entonces remedio? pregunt la desdichada mujer.

    Te digo que es Dios; no hay remedio.

    Por qu lo atormenta?

    El viejo exorcista suspir sin responder.

    Por qu lo atormenta? volvi a preguntar la madre.

    Porque lo ama, Mara respondi al fin el viejo rabino. La madre lo mir,

    despavorida; abri la boca para interrogar, pero el rabino la detuvo: Tal es la leyde Dios, no preguntes aadi frunciendo el entrecejo e indicndole con una seal

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    que se fuera.

    Haca aos que duraba el mal. Mara estaba ya al borde de sus fuerzas y, ahoraque lo vea cado en el umbral, con un hilillo de sangre en la frente, permaneciinmvil. Se limit a gemir desde lo ms profundo de su corazn. No gimi por suhijo sino por su propio destino. Haba sido muy desdichada en la vida, desdichadacon su marido y desdichada con su hijo. Viuda antes de estar casada, era madresin tener un hijo. Envejeca, sus cabellos blancos aumentaban da tras da,envejeca sin haber conocido la juventud, el calor de un hombre, la dulzura y elorgullo de la mujer casada, la dulzura y el orgullo de la madre. A fuerza de llorar,sus ojos haban acabado por secarse pues haba vertido todas las lgrimas que Diosle haba otorgado, y ahora se limitaba a mirar a su marido y a su hijo con los ojossecos. Sian lloraba a veces, lo haca cuando estaba sola, cuando miraba, en unda de primavera, los campos, y llegaban hasta ella los perfumes de los rboles enflor; pero en tales momentos no lloraba por su marido ni por su hijo sino por suyerma vida.

    l joven se haba levantado y se enjugaba la sangre con el borde de su vestido. Sevolvi, vio a su madre que lo miraba Severamente, y se irrit. Conoca de sobra

    aquella mirada que no le perdonaba nada, aquellos labios apretados, amargos.Pero ya no poda soportarlos, tambin l estaba harto de aquella casa con tusancianos paralticos, sus madres inconsolables y sus serviles consejos cotidianos:come, trabaja, csate! Come, trabaja, csate! La madre abri los labiosapretados: Jess le dijo en tono de reproche, con quin has suelto a peleartetan temprano?

    El hijo se mordi los labios, temiendo que se le escapara una palabra dura. Abri lapuerta y entr el sol; junto con l, se introdujo un viento cargado de polvo,ardiente, procedente del desierto. Se sec el sudor y la sangre de su frente, volvia colocar el hombro bajo la cruz y la levant sin pronunciar palabra alguna.

    La madre se cogi los cabellos, que se le haban soltado y le ponan sobre loshombros, volvi a meterlos bajo el pauelo y avanz unos pasos hacia su hijo.

    Pero cuando lo vio baado por la luz, sinti un estremecimiento: cmo cambiabasu rostro a cada instante, como el agua de un ro! Cada da le pareca verlo porprimera vez, cada da descubra en sus ojos, en su frente, en su boca, una luzdesconocida, una sonrisa, ya alegre, ya llena de angustia, un resplandor voraz quele lama la frente, el mentn, el cuello y lo corroa. Y aquel da ardan en sus ojosgrandes llamas negras.

    Por un momento estuvo a punto de gritarle, espantada: Quin eres?, pero secontuvo.

    Hijo mo! dijo. Sus labios temblaban; permaneci callada y esper ansiosa porcomprobar si aquel hombre era en verdad su hijo. Se volvera para verla, parahablarle? Sin embargo, no se volvi; realiz un movimiento brusco para sujetar lacruz pobre el hombro y traspuso el umbral sin tambalearse.

    Apoyada en el marco de la puerta, la madre lo miraba avanzar por la calle con pasoligero y subir la loma. Dios mo!, de dnde haba sacado tanta fuerza? Ya nocargaba una cruz sino que era transportado por dos alas.

    Seor, Dios mo murmur la madre conturbada, quin es? De quin es hijo?No se parece a su padre, no se parece a nadie, cambia todos los das. No es unasola persona, sino varias personas... Me mareo.

    Se acord de una noche en que lo tena apretado contra ella, en el pequeo patio,junto al pozo. Era verano y la parra estaba cargada de racimos. Le daba el pechoy de pronto se qued dormida. Durante unos instantes vio un sueo infinito. Lepareci que en el cielo haba un ngel que llevaba colgada de la mano una estrella,como si fuera un farol. Avanzaba e iluminaba la tierra. Y se haba abierto un

    camino en la oscuridad, con muchas curvas, que brillaba incandescente, como unfoco de luz. Se deslizaba hacia ella y comenzaba a extinguirse a sus pies... Y

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    cuando miraba fascinada aquel espectculo, preguntndose de dnde podraarrancar aquel camino y por qu iba a acabar a sus pies, levant los ojos y he aqulo que vio: la estrella se haba detenido sobre su cabeza y, en el extremo delcamino iluminado por ella, aparecieron tres jinetes en cuyas cabezas resplandecantres coronas de oro. Se detuvieron un instante, miraron el cielo y, al ver que laestrella se detena, espolearon sus caballos y galoparon hacia ella. La madre

    distingua ahora con claridad sus rostros. El jinete que iba en el medio era como unrosal blanco, un adolescente imberbe de cabellos rubios; a su derecha marchaba unhombre de tez amarilla que luca una barga negra y puntiaguda y tena ojosrasgados; a su izquierda iba un negro de cabellos completamente blancos y rizados,con anillos de bronce en las orejas y dientes resplandecientes. Antes de que lamadre tuviera tiempo de distinguirlos y cubrir los ojos de su hijo para que no losdeslumbrara la luz enceguecedora, los tres caballeros ya estaban junto a ella, yahaban saltado a tierra, se haban arrodillado ante ella y el nio haba soltado elpecho mantenindose en pie sobre las rodillas de su madre.

    El primero que se acerc fue el principito blanco; se quit la corona de la cabeza yla coloc humildemente a los pies del beb; luego el negro se arrastr de rodillas,sac del pecho un puado de rubes y de esmeraldas y los derram con gran

    ternura sobre la cabeza del nio; luego el de tez amarilla alarg la mano y deposita los pies del beb una brazada de grandes plumas de pavo real para que jugaracon ellas... Y el beb miraba a los tres, les sonrea pero no alargaba sus manitaspara tomar los regalos. De pronto los tres desaparecieron y se adelant un pastorvestido con pieles de cordero; llevaba en las dos manos un cuenco de lechecaliente. Cuando el beb lo vio, se puso a bailar sobre las rodillas de su madre,inclin la cabeza sobre el cuenco y comenz a beber la leche, dichoso e insaciable...

    Apoyada en el marco de la puerta, la madre recordaba el sueo infinito. Suspir.Cuntas esperanzas haba hecho nacer en ella aquel hijo nico, cuntaspredicciones haban formulado las adivinadoras, cmo lo miraba el propio rabino,cmo abra el Anciano las Escrituras y lea a los profetas sobre la cabeza del beb,cmo buscaba en su pecho, en sus ojos, en sus pies el signo revelador! Pero amedida que el tiempo pasaba, sus esperanzas se desvanecan; su hijo tomaba elmal camino, un camino que lo alejaba cada vez ms de los caminos de loshombres...

    Se anud el pauelo, ech el cerrojo de la puerta y tambin pe dirigi hacia lacolina, para ver la crucifixin, para pasar el tiempo...

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    IV

    La madre caminaba, caminaba, tena prisa por sumergirse, por perderse en lamultitud. Delante de ella, oa ajas mujeres que gritaban; tras stas avanzaban loshombres furiosos, que llevaban puales ocultos en las camisas, sucios,

    desgreados, con los pies descalzos, jadeantes, y tras stos iban ancianos;cerraban la marcha los cojos, los ciegos, los enfermos. La tierra retumbaba bajolas pisadas de los hombres, se alzaban nubes de polvo, el aire apestaba y el solcomenzaba a quemar.

    Una vieja se volvi, vio a Mara y solt una blasfemia; dos vecinas apartaron lacabeza y escupieron para conjurar la mala suerte y una joven casada se recogiestremecindose el vestido para que no lo tocara la madre del crucificador. Marasuspir y se cubri casi todo el rostro con el pauelo violeta; veanse slo su bocacerrada, amarga, y sus ojos almendrados desbordantes de angustia. Avanzabasola, tropezando contra las piedras; tena prisa por esconderse, por perderse entrela multitud. A su alrededor elevbanse los cuchicheos, pero Mara endureca sucorazn y continuaba avanzando. Mi hijo, mi hijo querido pensaba, mi hijo

    querido, adonde ha llegado! Morda el borde del pauelo para no estallar ensollozos.

    Lleg adonde estaba reunido el grueso de la multitud, dej atrs a los hombres yfue a refugiarse entre las mujeres. Se haba puesto la mano sobre la boca de modoque slo se vean sus ojos; ninguna vecina me reconocer, se dijo a s misma, y setranquiliz.

    De pronto un rumor ascendi, a sus espaldas. Los hombres avanzabanprecipitadamente, apartaban a las mujeres para abrirse paso, se acercaban alcuartel donde el zelote estaba prisionero, tenan prisa por echar abajo la puerta yliberarlo. Mara se apart, se ocult bajo el umbral de una puerta y mir.

    En medio de las largas barbas untadas con aceite, de los largos cabellos grasientos,

    de las bocas que despedan espuma, el viejo rabino, encaramado en los hombrosde un coloso de aspecto feroz, agitaba los brazos hacia el cielo y gritaba. Qugritaba? Mara aguz el odo y escuch:

    Tened confianza en el pueblo de Israel, hijos mos,avanzad todos juntos. Notengis miedo. Roma no es ms que humo. !Dios va a soplar y se disipar!Acordaos de los macabeos, recordad cmo arrojaron a los griegos, amos deluniverso, y se mofaron de ellos! Del mismo modo arrojaremos nosotros a losromanos y nos mofaremos de ellos! No hay ms que un Seor de los Reinos, y esnuestro Dios!

    Posedo por Dios, el viejo rabino brincaba y danzaba sobre pos anchos hombros delcoloso, ya no tena fuerzas para correr, haba envejecido, lo haban minado losayunos, las prosternaciones y las grandes esperanzas. El gigantesco montas lohaba tomado sobre s y lo llevaba corriendo ante el pueblo. Lo agitaba en el airecomo una bandera.

    Eh, Barrabs! gritaba el pueblo. Se te caer! Pero Barrabs,despreocupado, sacuda y zarandeaba al viejo sobre sus hombros y continuaba sucamino.

    Llamaban a Dios a gritos. Por encima de sus cabezas, el aire le abras, surgieronllamas que confundieron el cielo con la tierra y los cerebros de los hombresvacilaron. Aquel mundo hecho de piedras, de hierbas y de carne se enrareci, sehizo transparente y, tras l, apareci el otro mundo, compuesto de llamas y dengeles.

    Judas, todo fuego, alarg los brazos, arranc al viejo rabino de los hombros de

    Barrabs, lo puso a horcajadas sobre sus propios hombros y comenz a bramar:Hoy, no maana, hoy! El rabino tambin se inflam y comenz a cantar con su

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    voz gastada y expirante el salmo victorioso. Todo el pueblo core el himno:

    Las naciones me sitiaron. Pero el nombre de Dios las dispers! Las naciones mecercaron. Pero el nombre de Dios las dispers! Me envolvieron como un enjambrede avispas. Pero el nombre de Dios las dispers!

    Pero mientras cantaban y dispersaban con su espritu a las naciones, vieron alzarse

    ante ellos, en el corazn de Nazaret, el macizo edificio cuadrado con sus cuatrongulos, sus cuatro torres, sus cuatro guilas gigantescas de bronce: era lafortaleza del enemigo, el cuartel.

    En cada uno de sus rincones habitaba el demonio. En lo alto de las torresondeaban las enseas amarillas y negras de Roma, con sus guilas; ms abajoestaba el centurin sangriento de Nazaret, Rufo, con sus ejrcitos; ms abajo anestaban los caballos, los perros, los camellos, los esclavos; ms abajo an,sepultado en el fondo de un foso profundo, con los cabellos crecidos, privado devino, de mujer, estaba el zelote, el rebelde. Bastaba que ste sacudiera la cabezapara que todo el edificio maldito, los hombres, los caballos, los esclavos, las torres,todo se desmoronara. De tal modo Dios esconde siempre en el fondo de loscimientos del mal la voz dbil y menospreciada de la justicia.

    Aquel zelote era el ltimo descendiente de la ilustre raza de los macabeos; el Diosde Israel haba extendido la mano sobre l y no dejaba perecer aquella cepasagrada. El viejo rey Herodes, el perverso y condenable traidor, haba untado conpez a cuarenta jvenes y los haba hecho arder como antorchas en la noche porquehaban demolido el guila de oro que aquel rey de Judea haba plantado en elfrontn, jams mancillado hasta entonces, del Templo. Los conjurados erancuarenta y uno. Slo cuarenta haban sido apresados, y su jefe haba escapado. ElDios de Israel lo haba tomado por la cabellera y lo haba salvado; era anadolescente imberbe aquel zelote, el bisnieto de los macabeos.

    Desde entonces y durante aos haba vagado por las montaas, batindose paraliberar a la santa tierra que Dios haba dado a Israel. Nuestro nico amo esAdonay proclamaba. No paguis los impuestos a los prncipes de este mundo,no permitais que sus dolos, sus guilas, mancillen el Templo de Dios, no degollisbueyes ni carneros en sacrificio al tirano, al emperador. no hay ms que un Dios,que es nuestro Dios; que un pueblo, que es el pueblo de Israel; que un fruto entodo el rbol de la Tierra, que es el Mesas.

    Pero de pronto, el Dios de Israel haba retirado la mano que hasta entonces leprotega y Rufo, centurin de Nazaret, lo haba Capturado. Los campesinos, losartesanos, los burgueses haban acudido desde todos los villorrios, hasta lospescadores del lago de Genezaret. Durante das y ms das, de casa en casa y debarca en barca haba circulado, sorprendiendo tambin a los transentes en lasrutas, una noticia sorda, oscura, ambigua: Crucifican al zelote! Uno ms quedesaparece! Est perdido!, pregonaba aquella noticia unas veces, y otras, por elcontrario: Salve, hermanos, ha llegado el Redentor! Tomad grandes palmas e idtodos juntos a Nazaret a desearle la bienvenida!El anciano rabino se irgui de rodillas sobre los hombros del pelirrojo, extendi losbrazos hacia el cuartel y se puso a gritar:

    Est all! Est all! El Mesas est de pie en el fondo y espera. Qu espera? Anosotros, al pueblo de Israel! Adelante derribad la puerta, liberad al Salvador paraque l nos libere!

    En nombre del Dios de Israel! Barrabs lanz un alarido salvaje y blandi suhacha.

    El pueblo bram, los hombres acariciaron los puales que escondan bajo la camisa,la muchedumbre de nios prepar sus hondas y todos se lanzaron, con Barrabs ala cabeza, sobre la puerta de hierro. La gran luz de Dios cegaba todos los ojos, ypor esto no vieron que se entreabra una puertecita y que por ella Sala Magdalenaenjugndose los ojos arrasados de lgrimas, lvida. Su corazn se haba apiadado

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    del que iba a morir y haba bajado aquella noche al foso para proporcionarle laltima alegra, la ms dulce que puede dar este mundo. Pero el condenadopertenece a la tribu salvaje de los zelotes y haba jurado no cortarse el pelo, nobeber una gota de vino ni dormir con una mujer mientras Israel no fuera liberada.Toda la noche Magdalena permaneci sentada frente a l, mirndole; pero el zelote,ms all de los cabellos negros de la mujer, a lo lejos, miraba a Jerusaln, pero no

    a la Jerusaln presente, sometida, prostituida, sino a la Jerusaln futura, la Santa,con sus siete puertas triunfales de fortaleza, sus siete ngeles guardianes y lossetenta y siete pueblos de la tierra postrados, con el rostro en el polvo, a sus pies.El condenado acariciaba el cuello fresco de la Jerusaln futura y la muertedesapareca, el mundo se suavizaba, se aplastaba, caba en el hueco de su mano.Cerraba los ojos, mantena el cuello de Jerusaln en el hueco de su mano y nopensaba ms que en una sola cosa: en el Dios con la barba crecida, privado de vinoy de mujer, en el Dios de Israel. Durante toda la noche el zelote, con Jerusalnsentada en sus rodillas, edificaba en sus propias entraas tal como lo deseaba, nohecho de ngeles y de nubes sino de hombres y de tierra, tibio en invierno y frescoen verano, el reino de los cielos.

    El viejo rabino vio alejarse del cuartel a su hija envilecida. Apart el rostro.

    Aqulla era la gran vergenza de su vida: cmo haba podido salir de las entraasdel rabino, que era puro y que tema a Dios, aquella puta? Qu demonio o qupena incurable la haban fulminado y la haban arrojado al camino de la vergenza?

    Un da volvi de una fiesta en Cana y se ech a sollozar; quera matarse y luegocomenz a rer a carcajadas. Se pintaba, se cargaba de joyas, se paseaba por lascalles. Luego abandon la casa y parti para alzar su tienda en Magdala, en laencrucijada por donde pasan las caravanas.

    Llevaba an el pecho descubierto y avanzaba sin avergonzarse en medio de lamuchedumbre; sus labios haban perdido el afeite, sus mejillas estaban hundidas ysus ojos turbios, pues se haba pasado toda la noche mirando a aquel hombre yllorando. Vio a su padre desviar la mirada avergonzado, y en su rostro se dibuj

    una sonrisa amarga. Ella estaba ms all de la vergenza, del temor de Dios, delamor por su padre y de las opiniones de los hombres. La acusaban de llevar en sucuerpo siete demonios: no llevaba siete demonios sino que tena siete cuchillosclavados en medio del corazn.

    El viejo rabino comenz de nuevo a lanzar gritos para que todas las miradas sefijaran en l y nadie viera a su hija. Bastaba con que Dios la hubiese visto, pues Elsera el juez.

    Se irgui con todas sus fuerzas en los hombros del pelirrojo y grit a lamuchedumbre.

    Abrid los ojos del alma, mirad el cielo. Dios est encima de nosotros, el cielo seha rasgado, los ejrcitos de los ngeles avanzan, el aire se puebla de alas rojas yazules.

    El cielo se abras, el pueblo alz los ojos y vio all arriba al Dios guerrero quedescenda. Barrabs levant el hacha y grit:

    Hoy, no maana, hoy!

    El pueblo corri al asalto del cuartel y cay sobre la puerta de hierro. Los judoscolocaron contra la puerta barras de hierro y llevaron escalas y antorchas. Depronto se abri la puerta y aparecieron dos jinetes de bronce, armados de pies acabeza, con la mirada fija, tostados por el sol, bien alimentados, seguros de smismos. Clavaron las espuelas en los caballos, alzaron las lanzas y sbitamente lascalles se llenaron de piernas y de espaldas que huan gritando hacia la colina de lacrucifixin.

    Aquella colina maldita estaba pelada, completamente cubierta de slice y espinos.Bajo todas las piedras hallbanse gotas de sangre coagulada. Cada vez que loshebreos se rebelaban y reclamaban libertad, aquella colina se cubra de cruces y en

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    aquellas cruces se retorcan y geman los rebeldes. Por la noche aparecan loschacales, que les coman los pies, y la maana siguiente los cuervos, que lescoman los ojos.

    El pueblo se detuvo sin aliento al pie de la colina. Otros jinetes de bronce seabatieron sobre ellos, los rodearon, rechazaron a la judiada para quedar luegoinmviles como una barrera. No faltaba mucho para el medioda y sin embargo lacruz an no haba llegado. En la cima de la colina, dos herreros gitanos tenan enlas manos clavos y martillos y esperaban. Iban llegando los perros de la aldea,hambrientos. Vueltos hacia la colina bajo el cielo abrasador, ardan los rostros:ojos de azabache, narices ganchudas, mejillas curtidas, sienes mugrientas. Y lasgruesas mujeres, con los sobacos mojados, los cabellos untados con sebo, sederretan bajo el sol y hedan.

    Un grupo de pescadores, con el rostro, el pecho y los brazos devorados por el sol yel viento, con grandes ojos de nios maravillados, haban ido tambin desde el lagode Genezaret para ver el milagro: en el momento en que los incrdulos condujeranal zelote a la cruz, ste arrojara sus harapos y de ellos surgira un ngelblandiendo una espada. Haban llegado la noche anterior con sus cestos llenos de

    pescados, vendindolos a buen precio; luego haban ido a una taberna, a beber, aemborracharse, a olvidar la raznpor la cual se haban trasladado a Nazaret; seacordaron de las mujeres y cantaron en su honor, luego haban comenzado apelearse entre ellos para reconciliarse ms tarde. Al amanecer volvieron a sentiren su espritu al Dios de Israel, se lavaron y, medio dormidos, se pusieron encamino para asistir al milagro.

    Esperaron y esperaron, pero se haban cansado de esperar. Un golpe de lanza enla espalda era lo que necesitaban para arrepentirse de haber ido.

    Yo digo que volvamos a nuestras barcas, compaeros dijo un pescador vigorosode barba gris y ensortijada y cuya frente semejaba una concha de ostra.Recordad lo que os digo: tambin crucificarn a ste yel cielo no se abrir. Laclera del cielo no acaba jams, as como no acaba la injusticia de los hombres.

    Qu dices t, hijo de Zebedeo?Lo que tampoco tiene fin es la insensatez de Pedro respondi uno de suscompaeros, un pescador de barba enmaraada y mirada salvaje, y se ech a rer. No te enfades, Pedro, pero ya tienes pelos blancos y an no has adquirido

    juicio. En un segundo te inflamas y te extingues como paja. No fuiste t, acaso,el que fue a buscarnos, el que corra como un loco de un caique a otro gritando:Vamos, hermanos! No todos los das se ven milagros! Vayamos a Nazaret paraverlo!? Y ahora que has recibido un par de palos en las costillas, cambias decantilena y dices: Vmonos, compaeros, vmonos! No en balde te llamanVeleta!

    Dos o tres pescadores que lo oan se echaron a rer. Un pastor, que ola a chivo,alz el cayado y dijo:

    No le molestis, Santiago, aunque sea una veleta. Es el mejor de todos nosotros;tiene un corazn de oro.

    Un corazn de oro, tienes razn, Felipe dijeron todos para halagar y calmar aPedro. Este, furioso, resoplaba. Aguantaba todo, pero no quera que le llamaranVeleta. Quiz lo fuera, pues el menor soplo de viento le haca cambiar de direccin,pero no lo haca por miedo, lo haca porque tena buen corazn. Santiago vio elrostro ceudo de Pedro y se apen. Lament haber hablado con ligereza a suamigo, mayor que l, y dijo, para desviar la conversacin:

    Dime, Pedro, qu es de tu hermano Andrs? Est siempre en el desierto delJordn?

    Siempre, siempre respondi Pedro y suspir. Parece que ya se hizo bautizary que tambin l come langostas y miel silvestre, como su maestro. Que Dios metrate de embustero si no lo vemos dentro de poco recorriendo las aldeas y

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    gritando: Arrepentos! Arrepentos! El reino de los cielos est prximo! comolos otros. Qu reino de los cielos? No tenemos vergenza!

    Santiago sacudi la cabeza, frunci el poblado entrecejo y dijo: Creo que lomismo le ocurre a mi hermano Juan. Tambin l fue al Monasterio del desierto deGenezaret para hacerse monje. Al parecer, no naci para ser pescador y me hadejado completamente solo con dos ancianos y cinco barcas. Es paradesesperarse.

    Veamos, acaso le faltaba algo a aquel insensato? Posea todos los bienes quepuede conceder el cielo. Qu le pic en la flor de la juventud? pregunt elpastor Felipe, al tiempo que se regocijaba secretamente al ver que los ricostambin tienen un gusano que les corroe.

    De pronto comenz a ponerse nervioso respondi Santiago. Se revolva todala noche en la cama como los adolescentes que necesitan una mujer.

    Pues bien! Que se casara! Nunca faltan muchachas hermosas.

    Deca que no deseaba a ninguna mujer.

    Entonces, de qu se trataba?

    Deseaba, como Andrs, el reino de los cielos.Los pescadores estallaron en carcajadas.

    Y vivir feliz y comer perdices dijo un viejo pescador y se restreg las manoscallosas con una sonrisa maligna.

    Cuando Pedro abra la boca para hablar, oyronse gritos roncos: El crucificador!El crucificador! Ah viene!

    Los rostros se volvieron, turbados. All a lo lejos en el camino apareci el hijo delcarpintero, que trepaba la colina cargado con la cruz, tambalendose y jadeante.

    El crucificador! El crucificador! El traidor! rugi el pueblo.

    Los dos gitanos observaron desde la cima de la colina la cruz que llegaba y se

    pusieron en pie de un salto, gozosos. El sol los haba quemado. Escupieron en susmanos, tomaron las azadas y comenzaron a cavar un foso. Haban colocado juntoa ellos, sobre una piedra, los clavos macizos de ancha cabeza. Les habanordenado tres, pero ellos haban forjado cinco.

    Los hombres y las mujeres haban formado una cadena asindose de las manospara impedir el paso del crucificador. Magdalena se separ de la muchedumbre yclav la mirada en el hijo de Mara, que suba. Su corazn se hencha de pena. Seacordaba de sus juegos, cuando ambos eran an nios. El tena tres aos y ellacuatro. Qu goces profundos, inconfesables, qu dulzura indecible habansaboreado! Ambos sentan por primera vez, de un modo muy profundo y muyoscuro, que uno de ellos era un hombre y la otra una mujer, que formaban, dirase,dos cuerpos que antes haban sido uno solo. Un Dios despiadado los haba

    separado y ahora las dos partes haban vuelto a encontrarse y ansiaban reunirse,volver a formar un solo cuerpo. A medida que crecan, sentan cada vez con mayorclaridad aquella maravilla de que uno de ellos fuera hombre y el otro mujer, y semiraban con mudo terror. Como dos fieras, esperaban que su hambre fueraabsoluta, que sonara la hora de lanzarse el uno sobre el otro para volver a unir pors mismos lo que Dios haba separado. En Cana, una noche de fiesta, en elmomento en que el amado alargaba la mano para ofrecerle la prenda de losesponsales, la rosa, el Dios despiadado se haba abatido sobre ellos y los habaseparado nuevamente; y luego...

    Los ojos de Magdalena se llenaron de lgrimas. Avanz unos pasos; el portador dela cruz pasaba frente a ella.

    Se inclin sobre l y su cabellera perfumada roz los hombros desnudos yensangrentados del hombre.

    Crucificador! grit con voz estrangulada, ronca. Temblaba.

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    El joven se volvi. Durante un instante clav en ella sus grandes ojos afligidos. Untemblor convulsivo se agitaba en torno de sus labios y su boca se contrajo. Perobaj enseguida la cabeza y Magdalena no pudo saber si aquel rostro reflejabasufrimiento, pavor o una sonrisa. An inclinada sobre l y respirando apenas,Magdalena le dijo:

    No tienes vergenza? No te acuerdas? Cmo has cado tan bajo?

    Poco despus, como si hubiese odo su voz contestndole, le grit:

    No, no; no es Dios, desgraciado; no es Dios, es el demonio.

    Entretanto, el pueblo se haba adelantado para interceptarle el paso. Un ancianoalz su bastn y lo descarg sobre l; dos boyeros, que haban bajado del monteTabor para presenciar el milagro, le clavaron sus aguijadas en las nalgas. Barrabssenta que el hacha se agitaba en su mano. El viejo rabino vio a su sobrino enpeligro, se dej caer de los hombros del pelirrojo y corri a protegerle.

    Deteneos, hijos mos! grit. No obstruyis el camino de Dios! Es una granfalta! No impidis que se consuma lo que est escrito! La cruz ha de pasar porquela enva Dios. Que los gitanos preparen los clavos, que el enviado de Adonay suba

    a la cruz, no tengis miedo, tened confianza. Tal es la ley de Dios: es preciso queel pual entre en la carne hasta el hueso. De lo contrario, el milagro no puedeproducirse! Escuchad a vuestro anciano rabino. Hijos mos, os digo la verdad: si elhombre no llega al borde del precipicio, no le crecen alas en los hombros.

    Los boyeros retiraron sus aguijadas, las piedras cayeron de los puos cerrados y elpueblo se apart para despejar el camino de Dios. El hijo de Mara pas cargadocon la cruz y tambalendose. A lo lejos, en los olivares, se oy el chirrido de lascigarras, que pareca aserrar el viento. Un perro hambriento por carnicero ladr dealegra en la cima de la colina, y ms lejos, en medio de la muchedumbre, unamujer cuya cabeza estaba envuelta en un pauelo violeta lanz un grito y sedesvaneci.

    Pedro estaba ahora de pie, con la boca abierta y los ojos agrandados; miraba al

    hijo de Mara. Lo conoca. La casa paterna de Mara, en Cana, quedaba enfrentede la casa paterna de Pedro; y sus ancianos padres, Joaqun y Ana, eran amigos deinfancia de los padres de aqul. Eran santos, los ngeles frecuentabanregularmente su pobre morada, y en cierta ocasin los vecinos vieron al propioDios, disfrazado de mendigo, que traspasaba de noche el umbral de la casa; habancomprendido que era Dios porque la casa de Joaqun y de Ana se puso a vibrarcomo si hubiera entrado en ella un temblor de tierra. Nueve meses ms tarde tuvolugar el milagro: a los sesenta aos la vieja Ana dio a luz a Mara. Pedro no debatener an cinco aos pero recordaba la alegra que haba estallado y que toda laaldea se haba puesto en movimiento y haba corrido a felicitarla. Todo el mundollevaba algo: leche, harina, dtiles, miel, ropitas para la nia. Y la madre de Pedro,que haba sido la partera, pona agua a calentar, echaba sal en ella y lavaba a la

    recin nacida, que lloraba... Y ahora, he aqu que el hijo de Mara pasa ante lcargado con la cruz y todos le lanzan escupitajos y piedras... Lo miraba, lo mirabay su corazn se afliga. Qu desgraciado destino el de aquel hombre! El Dios deIsrael, despiadado, eligi al hijo de Mara para fabricar cruces en las que fuesencrucificados los profetas. Es todopoderoso pensaba Pedro estremecindose,es todopoderoso; habra podido elegirme a m, pero tuve suerte. Eligi al hijo deMara. Sbitamente el corazn conturbado de Pedro se apacigu. Sinti de prontouna profunda gratitud por el hijo de Mara, que haba asumido el pecado y lo habacargado sobre sus dbiles hombros.

    Y mientras aquellas ideas se agitaban en el cerebro de Pedro, el hijo de Mara sedetuvo, sin aliento.

    Estoy cansado murmur, estoy cansado y busc a su alrededor una piedra

    para apoyarse en ella, un ser humano; pero slo vio miles de ojos que lo mirabancon odio y puos alzados; le pareca or en el cielo un batir de alas; su corazn se

  • 8/9/2019 La ltima tentacin

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    abri; quiz Dios se apiadara de l en el ltimo momento y le enviara a susngeles; alz los ojos: no eran ngeles sino cuervos. Mont en clera; lo posey laobstinacin, adelant resueltamente la pierna para marchar, para ascender lacolina, pero las piedras se desplomaban bajo sus pies; tropez y resbal haciaadelante. Pedro tuvo tiempo de correr y cogerlo por el brazo; le tom la cruz y lacarg sobre sus hombros.

    Espera; te ayudar, ests fatigado le dijo.

    El hijo de Mara se volvi, lo mir, pero no lo reconoci. Toda aquella marcha lepareca un sueo, sus hombros haban quedado de pronto aliviados y ahora volabapor los aires, como se vuela en los ensueos. No deba ser una cruz pens,no deb