La Venganza de La Vaca

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  • La venganza de la vaca, Sergio Aguirre

    The Times, Octubre 9, de 1994 I

    TRAGEDIA EN SOTHERSBY FARM

    Un hecho inslito y desgraciado conmocion .Sothersby Farm durante la maana del da de ayer.

    Segn el testimonio de unos empleados de la granja que estaban presentes y se vieron sorprendidos por

    el suceso, una vaca acorral a un nio de once aos que en esos momentos se encontraba dentro del establo.

    El nio fue embestido repetidas veces por el animal hasta quedar sin vida. No pudieron ser determinadas las razones que llevaron al animal a semejante conducta. Especialistas indican que una vaca solamente puede reaccionar de esa manera si se ve agredida, situacin que no es la que aparentemente tuvo lugar en ese momento. El estupor y la indignacin gan a los lugareos de esa pequea localidad del condado de Sussex. El animal fue sacrificado.

    Le pareci que recin acababa de dormirse cuando ese ruido la despert. Debi haber sido fuerte, porque ella tena el sueo pesado. Se incorpor apoyndose en un brazo y esper. No se escuchaba nada. Pens que poda ser el viento, nuevamente, y corno se haba acostado asustada... la despert.

    La oscuridad era absoluta. Se acomod para seguir durmiendo cuando sinti ese olor. Un horrible ... olor a... qu? .. Quiso encender el velador. A tientas busc la perilla pero no poda encontrarla, hasta que en uno de los movimientos de la mano la toc. No se encendi.

    Decidi sentarse en la cama. Ahora poda sentir ms ntidamente el olor. Era olor a excremento,

  • a excremento de animal...

    Un escalofro recorri todo su cuerpo. Temblando trat de llegar hasta la puerta. Estaba abierta. (En ese momento no record que para desvestirse la haba cerrado ...) Sali al pasillo, el olor era ms fuerte y quiso llamar a alguien, pero slo le sali un balbuceo. Comenz a caminar como una ciega con los brazos extendidos tocando las paredes. Quera encontrar alguna de las puertas de las otras habitaciones, cuando sinti bajo sus pies algo hmedo y pastoso. En ese momento comenz a gritar. Tambalendose y en puntas de pie quiso correr pero no dio ms de tres pasos y tropez con eso. Cay de bruces y en su pierna izquierda sinti los pelos.

    Con un grito ahogado trat de levantarse, pero no pudo. Senta que las piernas no le respondan. Comenz a arrastrarse hasta que logr hacer pie. En ese momento se encendi una luz y la pudo ver: la cabeza enorme, con los ojos cerrados, en la mitad del pasillo. Empez a retroceder y dar alaridos sin dejar de mirar ese espantoso bulto que dejaba ver la lengua a un costado.

    Con las manos en la cabeza, mientras retroceda de espaldas a la escalera, tampoco pudo tocar el pasamanos, hasta que se sinti en el aire. Lo ltimo que vio fue el techo y sus brazos haciendo movimientos desesperados para agarrarse de algo, mientras que senta que comenzaba a caer...

    Captulo uno

    (Marcela)

    Nunca me gustaron los velorios. Empezando por el olor. Cuando era chica crea que era el olor de los muertos, y en realidad son las flores. Parece que as, todas juntas, en coronas, dan ese aroma tan horrible de los velorios. Leticia me avis que la mam de Rafael haba muerto. No saba nada, quiero decir, que estaba enferma. Pobre Rafael...

    Me vest tratando de no usar un color fuerte. Estoy un poco nerviosa. No s por qu, a lo mejor porque es la primera vez que se trata de alguien que yo conoca, quiero decir, alguien con quien estuve, habl, y adems es la madre de un amigo mo yeso es la otra cosa: qu decirle a Rafael. S que nadie va a estar atento a lo que yo le diga pero no quiero pasar un papeln. Es estpido

  • pero es as. Le pregunt a mam qu se dice en esos momentos y me mir como extraada con la pregunta: Nada, qu le vas a decir. Vas para acompaarlo en ese momento. Me dio vergenza haberle preguntado. La verdad es que con dieciocho aos se supone que ya s qu decirle a un amigo en el velorio de la madre.

    Van a estar todos. Creo que me da un poco de miedo volver a encontrarlos. No s por qu. O s s y es porque siempre tuve la sensacin de que ese grupito era muy cerrado. Las veces que estoy con ellos no dejo de sentirme como sapo de otro pozo, y hasta me extraa que Leticia me haya avisado del velorio.

    A lo mejor son cosas mas y me quieren ms de lo que pienso, qu se yo, no sera la primera vez que no me doy cuenta de algunas cosas, como cuando Ral me dijo que estaba enamorado de m desde el tercer ao y yo ni enterada.

    Eran cosas mas, noms. Y estaban todos; Rafael, por supuesto, Leticia, Carlos, Manuel, y Cristina y me

    trataron como una de ellos. Como no conocamos a nadie nos fuimos a otra salita, menos Rafael, pobre, que por ah vena, creo que para que Cristina lo abrazara y se volva a ir cuando llegaba algn pariente. No hablamos del colegio yeso me gust. La verdad es que yo no tengo mucha nostalgia, es ms, estoy feliz de haber terminado la secundaria y no tener que verle la cara a vanos ...

    (Leticia)

    Nos cay como un balde de agua fra, pobre Rafael. La ltima vez que lo vi. me dijo que la madre estaba

    un poco decada pero en ningn momento me dio a entender que fuera grave, o a lo mejor l no lo saba, pobrecito. Debe ser horrible. Cuando Cristina me llam por telfono me largu a llorar como una loca, no s, empec a temblar y se me llenaron los ojos de lgrimas y pap a mi lado preguntndome qu haba pasado y yo que no poda hablar, pensaba en Rafael, en su mam, pero lloraba porque en ese momento me acord de lo otro, el ao pasado.

    La muerte es horrible. Me duele y me da bronca. Creo que por eso mi primer impulso fue llamar a Marcela.

  • Decirle.

    Le avis y le ped que fuera al velorio.

    (Carlos)

    Rafael estaba muy mal. Nunca lo haba visto as y eso me impresion un poco, quiero decir, hay personas que uno no puede imaginar llorando, o desesperados y cuando los ve, no s, es como si fueran otros. Me dio tanta tristeza que en un momento senta que si lo segua mirando me largaba a llorar yo tambin; no era por la mam, sino de verlo a Rafael. Estbamos todos, fue un poco revivir lo del ao pasado. Pero ahora tambin estaba Marcela. Supuse que Leticia le haba avisado, como quedamos. Cristina pareci adivinar mi pensamiento porque en un momento se me acerc y me dijo que tenamos que juntamos, que ya era tiempo y que dispona de la casa del abuelo en Las Vertientes. Slo haba que planificado.

    (Manuel)

    Ni bien llegu y los vi a todos, y a Rafael llorando, no dud que lo tenamos que hacer. A eso de las dos de la maana me fui con Leticia y a las dos cuadras paramos en un caf. Me cont que Cristina tena la casa y que debamos juntamos para organizamos. Pensamos que habra que esperar un tiempo, por Rafael porque si alguien tena que estar era l.

    (Cristina)

    Ya s que es morboso, pero no puedo evitado. Apenas se durmi Rafael volv a casa. Cuando estaba en la cama abr el cajn de la mesita de luz para ver de nuevo el recorte del diario. Me dio miedo. Es la primera vez que me da miedo.

    Captulo dos

  • La casa del abuelo de Cristina era perfecta para los das de Semana Santa. En las afueras del pueblo, sin vecinos, la casona haba pertenecido a la familia desde principios de siglo, cuando Las Vertientes no exista como pueblo y en la zona slo haba algunas estancias, muy separadas unas de las otras, y de las cuales esa casa era el casco de la que perteneca al bisabuelo de Cristina. Con el paso del tiempo, y despus de algunas malas pocas que obligaron a vender grandes parcelas de tierra, qued finalmente un gran parque repleto de robles y pinos, y en el centro, la casa, a la que se llegaba despus de caminar un largo trecho bajo la sombra cerrada del bosque de casi cien aos.

    Por un capricho de la bisabuela de Cristina, la casa haba sido diseada en un estilo gtico que la haca parecer ms una pequea iglesia europea que una estancia. Construida totalmente en piedra, estaba cubierta de musgo y enredaderas, que, al secarse, en invierno, le daban un aspecto de abandono y de vejez que produca tristeza o cierto temor.

    Esa maana amaneci fro.

    Para ir a Las Vertientes, Carlos primero deba viajar a Crdoba. Viva en un pequeo pueblo llamado Los Molles, al norte de la provincia. Despus de terminar la secundaria, haba decidido, que por ese ao no ira a la Universidad y se qued en el campo. A veces extraaba a su ta, con la que haba vivido en la ciudad, y ms extraaba a sus amigos del colegio, las salidas imprevistas, ir a bailar o todos al cine y a la salida comer en casa de Leticia, que viva en el centro y la madre siempre tena algo rico, sobre todo cuando ellos no tenan plata.

    Se levant a las cinco de la maana. Desde Los Molles hasta Crdoba tena dos horas, all deba encontrarse con Manuel y otras tres hasta Las Vertientes: calcul que llegaran al medioda.

    Todava era de noche cuando sali de su casa. l mismo se haba preparado el desayuno tratando de no hacer demasiado ruido, porque saba que si su madre se despertaba tendra que escuchar nuevamente todas las recomendaciones que ya haba escuchado la noche anterior. Pobre... pens, me pide que me cuide... ni se imagina lo que est pasando...

    Mientras esperaba el mnibus en la terminal, record la llamada de Leticia avisndole que deba preparar todo. La reunin se llevara a cabo en Semana Santa y en la casona de Las Vertientes. Haban pasado un fin de semana all, haca dos aos, pero aquella vez lo hicieron para divertirse.

    Ya en la ruta se acomod para dormir. Le haba tocado el asiento al Iado de la ventanilla. Se levant la solapa de la campera para cubrirse del aire fro que le

  • daba en el cuello; se acurruc dndole la espalda a la seora que estaba sentada a su lado, y, antes de cerrar los ojos, pudo ver cmo las primeras luces del da iluminaban los sembrados, unos cipreses haciendo hilera al costado de una casa y, por todos lados, las vacas, que, a esa hora, comenzaban a pastar.

    Leticia le haba dicho que a las nueve la pasara a buscar y eran las nueve y meda y todava no llegaba. De haber sabido se quedaba un rato ms en la cama. Odiaba levantarse temprano. Siempre, desde chica, cuando iba a la escuela. Por eso nunca organizaba nada para la maana y haba elegido los horarios de tarde en la facultad. Pero esto era distinto. No poda decirle a Leticia que ella ira despus del medioda porque a la maana dorma. Le daba miedo quedar como una perezosa o algo as. Por momentos se senta -no saba explicarlo juzgada por sus compaeros. Pens, mientras esperaba a Leticia, que no siempre disfrutaba estar con ellos. En realidad jams la haban tratado mal no poda decir algo as-, no era eso, sino gestos...como si le ocultasen algo...o cosas que la hacan sentir diferente. No importaba; la haban invitado a las sierras y ella no pensaba desperdiciar la invitacin. Unos das en Las Vertientes le vendran bien.

    Tocaron la puerta. Deba ser Leticia. Se levant rpidamente de un silln hamaca en el que estaba medio

    recostada y fue a abrir.

    A Leticia le pareci que Marcela estaba medio dormida cuando le abri la puerta. Se disculp por la demora y le pidi que la invitara con un caf o cualquier cosa caliente. Mientras entraba le explic que se haba quedado dormida y cuando se despert y vio la hora sali volando y no tom nada. Y hasta que llegaran no iba a aguantar con el estmago vaco.

    Tomaron un caf con galletas antes de subir al taxi que las llev hasta la terminal de mnibus. A Leticia le causaba gracia ver cmo el aire fro de la maana iba despertando cada vez ms a Marcela: los ojos se le deshinchaban y hablaba ms rpido, como lo haca siempre. Antes de subir al mnibus compraron cigarrillos y unas pastillas de menta; los cigarrillos para Marcela y las pastillas para Leticia, sin azcar, por sugerencia de su amiga.

    -Me imagino que all habr algn lugar adonde pueda comprar cigarrillos -dijo Marcela una vez que

    estaba arriba del mnibus-, si no, estoy frita porque sta es la nica etiqueta que llevo.

    -No s qu decirte, supongo que s, aunque seguro hay que ir en auto porque all, cerca, no hay nada le

  • respondi Leticia.

    El mnibus cerr la puerta. Lentamente comenz a moverse hasta tomar la rampa de salida de la terminal donde finalmente aceler. En la bajada, Marcela y Leticia sintieron un cosquilleo en el estmago. No saban que una de las dos no volvera del viaje que comenzaban.

    El da anterior, al rato de sentarse y poner en marcha el auto, los vidrios comenzaron a empaarse. Rafael pens que comenzaban los fros ms fuertes y ya no era una buena idea dejar el auto en el patio, sin entrarlo en la cochera. Se baj del auto y se dirigi a la cocina. De un armario sac una pequea franela. Cuando la tuvo en sus manos record a su madre con la misma franela en las manos en las maanas de la casa. Haca ms de dos meses que haba muerto y lo seguan persiguiendo todos esos pequeos recuerdos que, pens, no lo dejaran nunca.

    Se fij en la hora e imagin que Cristina lo estara esperando.

    Cuando sali de la casa, camino a la de Cristina, revis mentalmente todos los preparativos. Calcul que no llegaran a Las Vertientes antes de las dos de la tarde.

    Cristina lo haba previsto y prepar unos sndwiches. Estaba sentada en la mesa de la cocina,

    mirando la calle, cuando Rafael estacionaba el auto en la puerta de la casa. Tom el bolso, que estaba a su lado, salud a su mam mientras escuchaba, impaciente, las

    ltimas indicaciones, y sali justo en el momento en que Rafael estaba por golpear la puerta.

    Se besaron y subieron al auto rpidamente. Una hora despus, tras pasar; como tambin estaba previsto, por un supermercado, tomaron la ruta a una velocidad que los asust cuando, ms adelante, doblaron en una curva bastante cerrada.

    Tengo que tranquilizarme, pens Rafael, mientras le pareci ver, ms tarde, la silueta de una vaca cruzar lentamente de una orilla a la otra del camino.

    Captulo tres

  • Cristina y Rafael haban terminado todo lo que tenan que hacer durante la maana y, cerca de las once, esperaron que los dems comenzaran a llegar.

    Se sentaron en una pequea escalinata que estaba en la entrada de la casa. Desde all podan ver el camino que conduca a la ruta, antes de que se perdiera en el bosque. El sol tenue del otoo arrojaba una luz que pareca concentrarse en las hojas amarillas de los rboles, recortadas por el verde de los pinos. En el horizonte, unos nubarrones grises prometan el fin de lo que haba comenzado como un clido da otoal, tpico de Semana Santa.

    Como senta que no poda estar quieta, Cristina decidi comenzar a recoger hojarasca que se haba acumulado en los alrededores de la casa cuando escuch la voz de Leticia:

    -iHola!, buenos das!, espero que no lleguemos muy tarde para tomar unos mates... Leticia y Marcela aparecieron con sus mochilas haciendo ruido al pisar sobre las hojas secas del camino. Rafael sali a su encuentro y las ayud con las mochilas.

    -Por supuesto que no, chicas, ya pongo la pava y nos sentamos por ah.

    Entraron a la casa. Marcela se desplom sobre uno de los sillones:

    -Que largo el camino desde la ruta... estoy toda transpirada.

    -Es largo pero muy lindo, nunca haba visto estos rboles tan amarillos, parecen baados en oro -Leticia se acerc a una de las ventanas.

    -De todos modos preferira verlos desde un auto.

    -Marcela hizo un gesto con la mano como si estuviera abanicndose ...

    Rafael volvi de la cocina con un termo en la mano:

    -Tomamos mate aqu o afuera?

    -Voto por afuera -dijo Cristina-, me parece que ms tarde se va a nublar y sera bueno aprovechar un poco de sol.

    Salieron y se sentaron en crculo en unos pequeos sillones que estaban a un costado de la casa.

    -No te puedo creer que ustedes limpiaron toda la casa para recibirnos -dijo Marcela levantando la vista

    hacia los dos pisos de arriba de la vieja casona.

  • - Repasamos las habitaciones e hicimos las camas.

    A la casa la limpia una mujer que viene cada quince

    das, o cuando tiene ganas, y la mantiene. Si no, tendramos que haber estado hace una semana ...

    -Me parece que viene alguien ... -Rafael se levant mirando hacia el camino.

    Entre los rboles, aparecieron Carlos y Manuel.

    Cristina se levant:

    -iBienvenidos! Por aqu!

    Manuel se adelant:

    -Veo que llegamos justo para tomar mate.

    Los recin llegados saludaron a todos y, dejando los bolsos en el piso, se sentaron al borde de la galera.

    Cristina mir el reloj:

    -Tienen hambre, chicos? Porque puedo ir poniendo el agua a hervir; les cuento que hoy vamos a comer tallarines.

    -Excelente -respondi Carlos- si necesitas ayuda

    ...

    -Por supuesto.

    Carlos y Cristina se levantaron y entraron a la casa.

    -Yo les puedo ir mostrando cules son sus habitaciones ... -dijo Rafael.

    -Brbaro -respondi Marcela- y de paso me acuesto un ratito antes de almorzar. Hoy me hicieron

    madrugar.

    Despus de acomodarse y almorzar, decidieron salir a caminar. El cielo se haba nublado y comenzaba a soplar un viento fresco.

    Tras detenerse a la orilla de un riachuelo a descansar de las subidas y bajadas de las lomas serranas, y cuando comenz a caer una tenue llovizna, emprendieron el regreso.

    -La verdad es que es un poco triste esta zona, no?-dijo Marcela.

  • -Es cierto, sobre todo en invierno -Cristina recorri con la mirada el bosque que los circundaba pero de todos modos yo vivira ac. A Rafael tambin le gusta.

    - Bueno, pero de todos modos no podramos vivir aqu, digo, tendran que pasar algunas cosas ...

    -Primero casarse -interrumpi Manuel.

    -Eso s -le sigui Cristina guiando un ojo a Leticia que estaba a su lado.

    - Bueno, o por lo menos que quisieras vivir conmigo en un lugar tan alejado -continu Rafael- y si no te aburrs... tambin sera necesario que la casa fuera tuya.

    -Nuestra -le corrigi Cristina-, y bueno, algn da va a ser ma.

    -Nuestra -dijo a su vez Rafael-, pero lo ms importante es que vos quieras estar conmigo siempre -y la abraz.

    -Siempre, hasta que la muerte nos ... -Cristina se par en seco. En ese instante se acord de la mam de Rafael.

    Rafael baj los ojos:

    -S... siempre.

    Llegaban a la casa.

    En el momento en que entraban, distradamente, Carlos pregunt:

    -No habr fantasmas en la casa, no?

    Cristina se demor en contestar:

    -No, no hay fantasmas. A veces entra algn animal -dijo mirando de reojo a Rafael.

    -Animal? -pregunt extraada Marcela- Cmo algn animal?

    -Vacas -respondi Cristina-, pero espero que eso no suceda.

    -No me digas que entran vacas hasta la casa ...-la expresin de Carlos cambi-o S...yo tambin espero que eso no suceda ...

    -Les tiene miedo a las vacas? -Marcela frunci el ceo en un gesto de incredulidad.

    -Algn da les vaya contar... -dijo Carlos.

    -No, contme ahora, no me dejs con la intriga - Marcela insisti.

  • - No, ahora no -Carlos son terminante, y acto seguido agreg sonriente-: Ahora vamos a tomar t.

    Al finalizar un prolongado t con unas galletitas que Cristina haba preparado el da anterior, jugaron al

    ludo. Haba comenzado a llover y se dispusieron a pasar toda la tarde con los juegos de mesa: el ludo y un ajedrez que estaba dispuesto sobre una cmoda, con el que Carlos y Manuel se enfrentaron en un rincn del espacioso living.

    A eso de las seis y media Cristina encendi las luces de la casa, hizo fuego en el calefn a lea para que hubiese agua caliente a la hora de baarse y, con mucho ruido, asegur las puertas.

    -Por qu cerrs tanto?, hay ladrones por aqu? -pregunt Marcela.

    Cristina le contest sin mirarla:

    -Es por los animales -e inmediatamente cambi de tema-: Saben qu vamos a comer esta noche?

    -Djame ver... -Leticia apoy los dedos sobre sus labios-, carne al horno!

    -No, nunca comemos carne.

    -Son vegetarianos? -pregunt Marcela.

    Rafael le contest en voz baja:

    -No, slo que no comemos carne de vaca ...

    - De nuevo con las vacas, me quieren decir qu pasa con las vacas?

    Cristina y Carlos se miraron.

    -Nada ...bueno ...-comenz Carlos-, en realidad s pas algo con las vacas. Al principio cre que era una cosa ma pero miren chicos, no s si es el momento para contarles .

    -Est bien, Carlos -Cristina lo interrumpi-, creo que a ellos les podemos contar, pero no s si ahora ...

    -Por favor -Marcela hizo un gesto con las manos-, con esto de las vacas me estn poniendo nerviosa... cuenten ... -mir a los dems buscando aprobacin para su propuesta.

    - Bueno, pero despus de comer, des parece?

    Todos asintieron.

  • La cena consisti en pizzas. Despus de baarse, las chicas comenzaron a prepararlas mientras los muchachos intentaban hacer funcionar un viejo combinado que estaba en el living. Comieron en la cocina. Haba comenzado a refrescar, y el calor del horno los persuadi de cenar all mismo. Rafael se ofreci para encender el hogar.

    A la hora de haber terminado la cena, todos estaban

    nuevamente en el living, tomando caf frente a un generoso fuego que Cristina alimentaba permanentemente. En un claro de la conversacin, Carlos fue hasta la ventana y permaneci mirando un momento, como si buscara algo.

    Marcela, que estaba a su lado, lo observ:

    -Qu miras, Carlos?

    Carlos se dio vuelta:

    -Es que me pareci ver algo...

    Todos voltearon a mirar a Carlos.

    -No se asusten ... simplemente me pareci ver el movimiento como de un animal, pero debe haber sido el reflejo de alguno de nosotros en el espejo, porque ahora no veo nada.

    -Ah!, de nuevo los animales. Ustedes tienen que contar algo sobre las vacas, ahora que me acuerdo ...

    -dijo Marcela.

    Algo ms sera, Leticia agreg:

    -S, chicos, qu pasa ...

    Cristina, que estaba parada removiendo los leos del hogar, se sent en uno de los sillones, y, mirando a Carlos, dijo:

    -Empezs vos o empiezo yo?

    Carlos esboz una sonrisa:

    -No, empez vos noms.

    -Bueno. El ao pasado, para las vacaciones de invierno, nos encontramos con Carlos en la Librera Del

    Sol. Yo tena una pequea carta que Rafael le haba mandado en el mismo sobre de la que recib yo ... Estbamos charlando en el barcito que est al lado de la librera, y veo que Carlitos se pone plido como una hoja de papel y

  • queda con la boca abierta. Me dio la impresin que haba visto a alguien. Le pregunt qu le pasaba, si se senta malo algo, pero me dijo que estaba bien. Por supuesto que no le cre, as que comenc a insistir para que me contara. Hasta que, finalmente, me relat la historia ...Me pareci ms que una casualidad que justo se dieran las circunstancias para que me la relatara a m, justamente porque yo saba que poda ser cierta. La quers contar, Carlos?

    Carlos encendi un cigarrillo y se acomod en uno de los sillones del living. Mir nerviosamente a sus amigos, y comenz:

    Captulo cuatro

    Hace dos aos, durante el verano, estaba en mi casa de Los Molles. Algunos de ustedes ya han ido, y saben que en Los Molles no hay muchas cosas para pasar el verano; encima ese ao mi pap haba inaugurado la heladera en el pueblo y decidi que deba quedarse a trabajar. As que, a falta de veraneo, decid hacerme socio de un club que abrieron ese verano en Santa Rosa al que, como siempre pasa en esos pueblos cuando algo es nuevo, iba todo el mundo.

    Santa Rosa queda a veinte kilmetros de Los Molles, as que todas las siestas agarraba la

    moto y picaba al club.

    No era malo, quiero decir, era mejor que quedarme en mi casa, pero despus de unos das la cosa se pona medio aburrida. Ustedes saben ...ya te conocs con todos ... qu se yo, vos mismo sos figura repetida; pero lo mismo segu yendo, a lo mejor porque no tena otra cosa y si me quedaba en casa era para trabajar. Una tarde, vaya la cantina para tomar una Coca y me atiende una chica que no haba visto antes. La cantina la tena a cargo la novia del turco Asis, el dueo, y cuando vi a esta chica pens que el turco se haba peleado, o algo as. Les digo, apenas la vi me gust. Clara -me enter que se llamaba- era bastante alta, casi ms alta que yo y muy suave, no s, me daba esa sensacin cuando hablaba o por la forma de agarrar las botellas, qu se yo, me viene esa palabra, como que todo en ella era muy suave y tranquilo. Tena un modo pausado de moverse y de mirarte, de a poco. Creo que eso me encant de Clara, aparte de que, para m por lo menos, era muy linda, realmente linda.

    Siempre estaba muy quieta, parada atrs del mostrador o apenas apoyada en un banco, cuando no haba clientes. Me acuerdo que la primera vez que la vi,

  • ella me mir como preguntndome qu quera y yo no poda decir nada, no s, me qued como un imbcil mirndola no se cunto hasta que al final me sali: una Coca. Qu les digo, me pasaba gran parte de la tarde en la cantina, y era raro, pero sa es la verdad; no me animaba a trabar conversacin, ni siquiera se me ocurra nada para preguntarle. Ustedes saben que a m no me cuesta, pero con ella no me animaba.

    Nadie la conoca, y hasta donde pude averiguar no tena amigos, por lo menos en Santa Rosa. Cuando

    me lo cruc al turco ah no ms le pregunt. Saba que me arriesgaba porque ese turquito, de bocina, era capaz de ir ah mismo a decirle que yo andaba atrs de ella, pero no me import y le pregunt de dnde haba salido su nueva cantinera.

    Se ve que me vio las intenciones porque me dijo:

    -Difcil, Carlitos. Esta chica es del campo y te cuento que la tienen bien vigilada: el padre la trae en el sulky a la maana y la viene a buscar cuando cerramos, a las ocho en punto. Es muy buenita, pero no habla con nadie, no se le conocen amistades, y mucho menos novios. A m me la recomend una vecina de la familia. Ellos tienen un tambito cerca del campo del marido, y como las cosas parece que no andaban muy bien, el padre le pidi que le busque algo. Pero como te digo, por lo que s, me parece que es gente de no tener mucha relacin, no raros, pero gente de campo, como de otra poca, sa es la impresin que yo tengo, vaya a saber ... Les cuento que lo que me dijo el turco no me acobard en lo ms mnimo. Al contrario, medio que me gust que no fuera una chica de mucho roce, como que me dieron ganas de ... no s, como de ensearle, que conociera cosas conmigo ...esas pelculas que uno se hace.

    Una tarde me qued hasta que cerrara el club. Quera ver cmo era eso de que la vena a buscar el padre, no fuera que el turco ladino se me hubiera hecho tragar el verso para tener l mismo cancha libre (porque estaba enterado que s se haba peleado con la novia), as que me apost en la puerta del club sentado en la moto. En una de sas...

    Pero fue como dijo: a las ocho un hombre apareci en un sulky y se par justo en el portn. Era bastante gordo, con una camisa prendida hasta el cuello, bombachas y alpargatas. Se notaba a la legua que era de campo. Mientras lo miraba se me vino la imagen de Clara. Deba haber salido a la madre, porque no tena absolutamente ningn parecido con ese hombre. A las ocho sali presurosa y se subi al sulky. No se dijeron ni una sola palabra. l hizo un movimiento de riendas y arrancaron. Me qued mirando hasta que se perdieron en la calle.

  • A los dos das me anim y sin decir agua va agua viene le pregunt el nombre. Ella contest sin mirarme:

    Clara.Y entr a la cocina que estaba atrs de la barra. Yo me qued esperando, hasta que me di cuenta que eso era todo.

    Mientras rogaba que no hubiera testigos de esa escena, me di vuelta lo ms disimuladamente que pude, y sal de la cantina.

    Al da siguiente, como siempre, le ped una Coca. Cuando la puso sobre la barra le dije: Ayerme dejaste con la palabra en la boca.

    Me mir sorprendida:

    -Qu palabra?

    Pueden creer que no supe qu decir? Me parece que sonrea y dije: No, nada ..: y de nuevo sal de la cantina. No saba por qu, pero algo de Clara haca que me atontara, como que cualquier cosa que yo dijese era una estupidez, no s, me haca acordar de cuando tena quince aos, y ni eso, porque a los quince nunca me tar como al principio con ella.

    Al final la cosa se dio de la manera ms inesperada. Un da, justo cuando llegaba, el turco sala apurado y me par: Hceme un favor; Carlitos, entrme estos cajones de cerveza a la cocina, yo tengo que salir urgente, disclpame que te lo pida pero est la chica sola y tengo que meterlos en la heladera.

    Cmo ser que en ese momento no me di cuenta que eso significaba que yo iba a estar con ella en la cocinar ni ms ni menos, y con una excusa para hablarle. Creo que justamente porque no me di cuenta todo sali bien. Comenc a entrar los cajones. Apenas entr a la cocina la vi. Creo que se asust un poco/ porque vena caminando y se par en seco.

    -El turco me pidi que entrara los cajones ... vos me dirs adonde los dejo...

    -S, ah noms, yo los acomodo en la heladera ... est bien.

    -No, decme en qu puerta y yo guardo las botellas...-(ahora no se me iba a escapar),

    Abri la puerta donde deba guardar las botellas y se qued mirando como yo las colocaba, una por una.

    Al terminar le pregunt:

    -Ahora s, me pods servir una ... -(hice un silencio para ver si ella deca ... )

    -Coca.

  • -Cmo adivinaste?

    Me sonri, y yo sent que me corra algo en la espalda, algo muy lindo.

    Las primeras veces que hablamos tena que sacarle las palabras como con un tirabuzn, y no me importaba, porque creo que si deca ms de dos o tres o qu se yo cuntas, o cuando sonrea yo senta que era por m y, es estpido, pero crea que eran como pequeos triunfos sobre su timidez o lo que fuera y que eso no era poco; y eran signo de que yo le gustaba y me imaginaba que sera as cada vez ms, hasta que un da ella, sola, me hablara, yeso era todo lo que yo esperaba.

    Esos das fueron das muy lindos ... Yo llegaba y ella, tras el mostrador, se daba vuelta y sacaba la botellita de Coca. Con la otra mano, muy suavemente, la abra. Daba vuelta a uno de los vasos que estaban sobre el estante y lo pona enfrente mo; todo eso como con una sonrisa contenida, que era una especie de prembulo antes de decirme (todos los das igual): Hola Carlos. Escuchar mi nombre pronunciado por ella me emocionaba, nunca me haba pasado algo as.

    De a poco, comenzamos a conocernos; o mejor dicho, comenz a conocerme; porque casi todo el tiempo hablaba yo, mientras ella me escuchaba de una manera que nunca haban hecho conmigo, no s cmo decirlo, como si estuviese profundamente interesada en todo lo que yo le contaba. Pero las veces que yo le haca preguntas sobre ella, las eluda; no como si no quisiera hablar -yeso es otra cosa que no puedo explicar-era como si no hubiera nada para decir, como si ella fuera un sueo, o una imagen, nada ms. Ya lo mejor como para m ella era una especie de sueo, no sospech nada.

    Lo inevitable se aproximaba: yo quera que saliramos, que algn da pudisemos ir a algn lado, solos. Cuando se lo propuse, lo hice con todas las precauciones del caso y dispuesto a lo que hiciese falta (me imaginaba yendo a la casa, acatando horarios y, en el peor de los casos, acompaados por algn hermanito). La respuesta fue terminante: No, Carlos, no podemos vemos en otro lugar, y no insistas.

    La verdad es que no esper que las cosas fueran tan extremas. Saba, por el turco, y porque me daba

    cuenta, que la cuidaban mucho, quiero decir, los padres eran gente chapada a la antigua y todo eso, pero cuando la escuch tan segura, como si le hubiese propuesto algo que nunca sera posible, no supe qu pensar. En ese momento no le dije nada. La respuesta realmente me acobard, y tampoco quera ponerme pesado. Me acuerdo que se me ocurri que a lo mejor tena miedo. Era posible. En una de sas vaya a saber qu cosas le haban metido en la

  • cabeza esos campesinos desconfiados que tena como padres ...Como me daba mucha bronca pensar en eso, decid dejarlo as y despus veramos.

    Se me cruzaron varias cosas: primero, que eran los padres. A lo mejor le haban dicho que si sala con alguien se tena que casar ...0 que deba tener mucho cuidado ... alguna imbecilidad por el estilo. Pens... pobres, despus de todo tienen razn; no era raro que una chica cada tanto apareciera embarazada de algn crpula que... La sola idea de que alguien pudiera lastimarla me haca mal En ese momento entenda todo, a los padres, todo; me daban ganas de ir y felicitarlos, y decirles que pensaba como ellos, y que yo era distinto y conmigo no iban a tener problemas ...

    Pero si yo le gustaba, alguna esperanza, por lo menos, me tendra que haber dado. Y ah apareca la

    segunda posibilidad: yo no le atraa lo suficiente, o por lo menos lo suficiente como para tener que pedir permiso y vaya a saber qu historias para poder salir. En una de sas, para ella lo nuestro era eso, estar juntos en la cantina y nada ms. Porque despus de todo, como pasar, no haba pasado nada.

    Mis dudas se despejaron cuando una siesta fui con mi prima que haba venido de Crdoba. Apenas entramos sent que Clara nos clav la mirada y se meti a la cocina. Esperamos un rato en la barra para que nos atendiera y cuando sali casi no me miraba a la cara hasta que le dije:

    -Hola, Clara, te presento a una prima de Crdoba. Laura, Clara. Clara, Laura.

    Laura dijo con su vocecita chillona: Hola, qu tal? y a Clara se le ilumin el rostro: ese instante de

    celos o lo que fuera me tranquiliz. Tambin me hizo proponerle, esa misma tarde, ir a visitarla a la casa. Not que no se lo esperaba:

    -A mi casa? -abri los ojos, retrocediendo un poco la cabeza.

    -S... digo, a lo mejor, si voy yo ...

    -No ... yo vaya pedir permiso ... esprame, vamos a poder salir.

    La respuesta me sorprendi. No le dije nada. Pasaron dos das. Sin haberle preguntado, ese viernes me dijo:

    -Maana, Carlos. A la salida del club. Me dieron permiso hasta las doce.

    Al otro da me fui temprano del club para cambiarme y volv en el auto, justo antes de las ocho. Clara me esperaba. Se notaba que estaba muy contenta. Me acerqu para darle un beso en la mejilla; ese da tena unos aritos de perlita y

  • un aroma de agua de colonia ... Nos fuimos a la confitera del centro, la nica, frente a la plaza.

    Estuvimos hasta las once. No s por qu, me pareci que no estaba cmoda, sentada en ese lugar, a la vista de todo el pueblo.

    A la vuelta la llev a la casa. Quedaba a unos diez kilmetros entrando desde la ruta. A medida que nos aproximbamos not que se pona seria, como preocupada.

    En un momento me seal que doblara a la izquierda y apenas lo hice, la vi. Haba una luz encendida

    en la galera y al Iado estaba el tambo, pequeo comparado con otros que haba visto.

    Ni bien estacion, Clara hizo el gesto para abrir la puerta del auto mientras me deca Chau, Carlos, hasta maana. Fue un movimiento rpido: con la mano apenas apoyada en la nuca, la hice girar y la bes. No puedo explicarlo con palabras, pero en ese momento sent que en ella haba algo monstruoso. Fue un instante, creo que hice un movimiento de rechazo con la cabeza pero ella pareci no darse cuenta. Dio un rpido vistazo a la casa y dijo:

    -Ac no ...

    No la dej seguir:

    -Me voy.

    Clara se baj del auto y, sin darse vuelta, entr a la casa.

    Cuando arranqu me pareci ver, entre la casa y el tambo, una figura, como un animal, que se mova entre las sombras.

    Mientras desayunaba, a la maana siguiente, pens en lo que haba sentido la noche anterior. Qu fue lo que me produjo ese sbito sentimiento de asco, de profundo rechazo hacia Clara? En ese momento me percat de lo poco que saba de ella.

    Esa tarde no pude ir al club. Ante el asombro de mi prima, invent una excusa para quedarme.

    Tampoco fui al otro da. Pens que ms all de lo que hubiera sido lo que experiment esa noche, no poda seguir vindola; alimentar cualquier esperanza en ella sera deshonesto. Pero lo que ms me perturbaba era el recuerdo de ese beso, que no saba por qu, me

  • haba provocado semejante repugnancia. Todo lo que me pareca puro y hermoso en ella, de repente se haba desvanecido, y slo quedaba ese recuerdo, esa horrible sensacin en la oscuridad, con su cabeza en mi mano y mis labios...

    Volv a verla una semana ms tarde.

    Estaba en casa tratando de instalar un programa nuevo en la computadora cuando mi mam apareci en la puerta de mi habitacin:

    -Carlos, te buscan.

    Era ella. Estaba parada bajo el paraso de la vereda. Me acerqu tratando de esbozar una sonrisa y pensar qu le dira. La sorpresa de verla all y ese oscuro rechazo que volv a experimentar no me dejaban reaccionar. Ella no hizo ningn movimiento. Esper que estuviese lo suficientemente cerca y me dijo:

    -No puedo quedarme ...

    (En ese momento, ya cerca de la calle, pude ver el sulky del padre parado enfrente de la casa del lado y al hombre que, absolutamente quieto, me miraba).

    - Slo vengo para decirte que maana es mi cumpleaos mi mam va a hacer una torta y me dijo que si yo quera te invitara ...perdname que me haya llegado hasta ac, lo que pasa es que como no fuiste ms por el club, yo no saba si estabas enfermo o...

    Logr articular algunas palabras:

    -No, lo que pasa es que tena que trabajar en la casa ...

    No me dej continuar y sac de un bolsillo de su vestido un papel:

    -Ac te anot cmo llegar... (en su voz haba un tono de splica)... trat de ir, a eso de la tardecita ... si pods.

    Me senta aturdido y, no s si por su voz, o por verla de esa manera tan humilde de presentarse, le dije que s. En ese momento imagin lo que le deba haber costado ir a mi casa. Tambin la imagin, al otro da, esperndome. Pens que sea lo que fuere lo que me pasaba y lo que haba sentido esa noche, no poda ser tan cruel.

    -Hasta maana, Carlos -dio media vuelta y camin en direccin al sulky. No la vi subirse porque entr inmediatamente. Nunca haba sentido esa abrumadora sensacin de arrepentimiento. No por el cumpleaos, sino por todo. Segu sin entender cmo, de repente y por un beso, lo que senta haca apenas dos das poda convertirse en ese deseo de apartarme de ella.

  • Me cost poder descifrar esa especie de mapa. Slo por algunas letras legibles logr dilucidar los lugares que indicaba. Llegu a las ocho. Apenas cruc el portn, que estaba abierto, la vi. Estaba sentada en la galera.

    Al bajarme de la moto me di cuenta que no haba llevado ningn regalo. Clara se levant y comenz a

    caminar para salir a mi encuentro. Pero antes de saludamos, desde algn lugar salieron dos chicos que se acercaron, y sin hablar, me rodearon mirndome. Eran, lo supe despus, los hermanos.

    Entramos a la casa. Clara me present a los padres: el hombre que haba visto en el sulky y una mujer increblemente parecida a la hija, pero con una boca horrible. No s cmo describirla. Los labios eran muy plidos y brillantes, como si estuviesen permanentemente humedecidos, y todo el tiempo hacan un movimiento hacia los costados, pero con una coordinacin extraa: si el superior se hallaba a la derecha, el inferior pareca moverse hacia el otro lado. No poda dejar de mirarlos porque, y esto era lo ms chocante, era una boca inmensa, anormal.

    Al rato me di cuenta que era el nico invitado. La familia de Clara casi no hablaba, as que para romper esos silenciosos que me ponan an peor de lo mal que me senta, habl yo casi todo el tiempo. Contaba lo habitual: de dnde era, qu estudiaba, esas cosas. Clara me miraba.

    En un momento se levant y volvi con una torta que puso sobre la mesa. Inmediatamente aparecieron los hermanos. No poda creer la lentitud con que esas personas coman ese bizcochuelo. Y mientras lo hacan el silencio era absoluto. Cada tanto miraba a la madre de Clara que haca los mismos movimientos que le haba visto, pero de una manera ms impresionante. Poda adivinar el bolo desplazndose por todos lados en su boca y comenc a sentir asco. Lo nico que quera era irme.

    Cuando ya no lo poda soportar ms, le dije a Clara que quera conocer la casa. Necesitaba salir de ese

    lugar. Inmediatamente se levant y me dijo Ven, te voy a mostrar el tambo.

    Salimos de la casa y comenzamos a caminar hacia un costado, donde estaba el tambo. Tema que me preguntara por qu no haba ido a la pileta, porque estaba seguro que no haba credo la excusa que le di en mi casa. Sin embargo no dijo nada.

    Cuando entramos al tambo, el olor a guano, el excremento de las vacas, me golpe. Muchas veces haba estado en el campo pero nunca ese olor me haba resultado tan penetrante como sa. Clara comenz a contarme cmo era el trabajo que hacan sus padres. Mientras caminbamos por los bretes, vea las

  • vacas, quietas y sumisas, que a su vez me miraban de la misma manera pacfica, inofensiva, que ... (en ese instante sent ese aliento caliente en la nuca)... siempre me haba mirado y me estaba mirando Clara cuando quise apartarme de su lado, demasiado tarde. Me haba echado los brazos al cuello y me acercaba su boca, la misma horrible boca de su madre, en la que pude ver, todava dando vueltas, la pasta en la que se haba convertido el bizcochuelo. Trat de contener un grito y sal corriendo del establo. Llegu a la moto sin aliento y con el corazn palpitndome. Arranqu, y mientras me alejaba por el camino de tierra, me pregunt si tambin haba visto, o fue una alucinacin, la lengua. Esa enorme y monstruosa lengua de vaca lo que apareci cuando Clara abri su boca para besarme.

    Ese da, Susana Lpez, la profesora de ingls, lleg temprano al colegio. Decidi aprovechar para corregir unas pruebas que le haban quedado pendientes del da anterior, para lo cual se dirigi a la biblioteca, que era el lugar ms silencioso en todo el enorme edificio. Una vez ms, se lamentaba de ser

    profesora de ingls, porque, pensaba, deba leer los exmenes completos y no como sus colegas de ciencias que, comparando los resultados, ya podan calificar.

    Sin embargo le gustaba el ingls y le gustaba ser profesora en ese colegio. Ella misma haba cursado all el secundario y tena hermosos recuerdos de cuando era adolescente, en esas aulas.

    Quera ese lugar, donde aprendi que su trabajo en esta vida sera ensear. Por eso, despus de tener su hijo decidi seguir dando clases, a pesar de las protestas de su marido, que insisti en que se quedara en la casa.

    Y no se haba arrepentido. Aunque joven, era muy respetada por sus colegas y, entre todos los alumnos, una de las profesoras ms queridas. Y no la sorprenda que la quisieran tanto. Saba que los sentimientos casi siempre se corresponden, y quizs porque le gustaban los adolescentes -ella, tal vez, era una- apenas conoca a sus alumnos, empezaba a quererlos.

    As haba comenzado la relacin con Rafael. Ella lo cit en su casa, haca dos aos, cuando l tuvo un problema con el padre y empezaba a andar mal en los estudios. Primero hablaron de lo que para Rafael no tena solucin: la relacin con su padre. A lo largo de la conversacin tuvo la impresin de que

    todo era mucho menos tremendo y ms simple de lo que l haba pensado. Y en una charla, cuando volvi a su casa, lo pudo comprobar.

  • Ese encuentro fue absolutamente inolvidable para Rafael. No solamente sinti que Susana era la nica persona adulta que lo haba escuchado, sino que conoci, por primera vez, a alguien con quien compartir una vieja pasin:

    Inglaterra. A otros tal vez les hubiera pasado inadvertido, pero l, desde que entr a la pequea sala de la casa de la profesora, reconoci un estilo que haba visto en pelculas y revistas. No saba si eran los muebles, el color de las puertas o qu, pero tena la sensacin de estar dentro de una pelcula inglesa.

    -y por qu te cres que estudi ingls? -le dijo Susana sonriendo esa misma tarde.

    A pesar de la diferencia de edad, se hicieron grandes amigos. Con el tiempo Cristina empez a acompaar a Rafael, y despus Carlos, Leticia y finalmente Manuel.

    Comenzaron a frecuentar la casa. Se juntaban a mirar pelculas o simplemente para conversar. El marido de Susana, Luis, trabajaba de noche, as que muchas veces las chicas se quedaban a dormir para acompaar a Susana y a Nicols, el hijo, y aprovechaban para contarle sus secretos, que la profesora

    y amiga guardaba celosamente. A veces llevaban a Nicols al cine o se quedaban a cuidarlo si el matrimonio sala alguna noche.

    Tambin acompaaron a Susana cuando Luis tuvo el accidente de auto y muri, despus de cuatro das de pesadilla en el hospital.

    Una tarde de verano, que Susana haba preparado unos sndwiches para festejar que Rafael viajaba por un ao a Inglaterra en un programa de intercambio, les dijo a los cinco, que estaban alrededor de la mesa:

    -Chicos, yo tengo un slo hijo, y ya no habr otros, pero de tenerlos me gustara que fuesen como ustedes.

    Fueron casi dos aos de una amistad tan querida como inusitada. Los cinco se sentan de alguna manera adoptados por su joven amiga mayor y tenan una especie de orgullo por haber sido elegidos, a esa edad, como amigos de esa persona tan maravillosa que era Susana. Eso no los llev a hacer alardes en la escuela. Saban que al ser tambin su profesora, eso podra traerles problemas con los otros compaeros, as que, aunque no lo ocultaban, nunca en el colegio hicieron comentario alguno sobre su relacin con la profesora de ingls.

    Mientras terminaba de corregir las pruebas en la biblioteca, Susana abri un paquete de caramelos de goma que haba comprado en la entrada del colegio. Nunca coma esas golosinas sin algo de culpa. Cierta tendencia a engordar, los kilos que haban venido para quedarse cuando tuvo a Nicols y su

  • debilidad por los dulces, la haban convertido en una mujer francamente gordita. Eso la preocupaba porque su madre -a quien se pareca cada vez ms- haba tenido problemas de salud por el sobrepeso.

    Pensar en todo eso le hizo terminar ms rpido el paquete de caramelos. Ya le vaya pedir una dieta a Leticia: pens. Pero saba que siempre deca lo mismo y al final no haca nada, ni dieta ni ejercicios.

    Al corregir la ltima prueba vio que casi todas las respuestas estaban mal. Eso le extra porque la semana pasada haba hablado con esa alumna y le dijo que tena que estudiar bastante para ese examen escrito, porque el oral ya estaba reprobado.

    Y si no aprobaba ahora debera rendir toda la materia, yeso significaba estudiar en el verano.

    Por ms que lo intent, no pudo aprobarla. La entristeca un poco cuando un alumno perda la materia. Siempre se preguntaba si haba tenido algn problema que ella no conoca o simplemente lo imaginaba estudiando mientras sus amigos estaban en la pileta, o cosas as. Con un suspiro, cerr la carpeta y se dirigi al aula. La campana haba sonado. Esa tarde entreg las notas y dio la clase.

    Al jueves siguiente ya estaba atrasada cuando entr al colegio. La lluvia hizo que demorara en conseguir un taxi ya pesar de que lo intent, no pudo subir corriendo las escaleras. Estaba agitada cuando les pidi a los alumnos que se dividieran en grupos para trabajar. Mientras los chicos se abocaban a la tarea que les haba pedido se sent en el escritorio para descansar un momento. Debajo de la ropa senta la transpiracin y el calor que le haba producido la corrida en ese da tan hmedo. Se quit el impermeable y con un pauelo se sec la transpiracin de la frente. Al rato se levant para ver, de grupo en grupo, cmo estaban haciendo la tarea que les haba encomendado.

    Haba pasado ms de media hora cuando se sent nuevamente en el escritorio. Estaba cansada y se senta pesada. Al apoyar la vista sobre el pupitre vio ese papel doblado que, estaba segura, no estaba all antes de levantarse. Lo tom para abrirlo, y en ese momento Manuel ya estaba enfrente suyo entregndole la hoja con los resultados de su grupo. Inmediatamente despus llegaron otros alumnos que, mientras le hacan preguntas, dejaban los trabajos sobre el escritorio.

    Los apil y comenz a explicar la leccin de ese da. La campana son justo cuando estaba terminando.

    Al quedarse sola en el aula guard las hojas en su portafolios, excepto aquella que haba encontrado doblada, y no pudo leer.

  • Cuando la abri, al principio no poda creer lo que vea. Se le llenaron los ojos de lgrimas y permaneci sentada unos momentos. Rompi la hoja, la tir al cesto de los papeles, y se fue del colegio sin detenerse a contestar el saludo de unos alumnos que cruz en el portn de la entrada.

    Cuando sali del edificio las lgrimas seguan cayndole por las mejillas. Jams en todos sus aos de profesora le haban hecho algo as, la haban ofendido en una forma tan dolorosa. No se poda sacar de la cabeza las palabras en ese papel: SOS UNA VACA: No es justo -- pens. No le importaba saber quin haba sido, slo que no se lo mereca. Le costaba imaginarse que uno de sus alumnos pudiera haber escrito eso. Saba que podan decirle cosas terribles a los profesores, pero no a ella, que siempre haba tratado de ayudarlas, de ser una profesora buena y comprensiva.

    Trat de calmarse. No quera llegar a su casa y que Nicols la viera as, triste y con los ojos llorosos, as que decidi caminar unas cuadras para tomar aire, ponerse mejor y recin tomar el mnibus para regresar.

    Mientras caminaba se deca que era una cosa ms de las que hacen los adolescentes cuando estn enojados y no tena que darle tanta importancia. No son malos-- se repeta. Pero le segua doliendo.

    Despus de caminar un rato estaba cansada, y en ese momento pens: Lo que ms me duele es que lo que dice ese papel es verdad, estoy gorda, gorda como una vaca, y no puedo dejar de comer. Cmo no me voy a cansar, a estar agitada todo el tiempo si no hago nada de ejercicio. Voy a terminar como mam:

    En la esquina se detuvo un momento para tomar aire y cuando levant la vista vio ese cartel, justo en la vereda de enfrente: SILUET -Obesidad-Celulitis-Reduccin y Modelacin:

    Permaneci parada unos instantes. Mir el reloj. Nunca se le haba ocurrido ir a uno de esos lugares y pens que entrar y preguntar llevara slo unos minutos. Todava estara a tiempo para llegar a su casa antes de que Nicols volviera de la escuela.

    El lugar era bastante elegante. Se entraba por un pasillo alfombrado que desembocaba en un hall cuyas paredes estaban cubiertas de cuadros. Ac todo es lindo: pens Susana, debe ser para que una tenga ganas de venir: En una esquina de esa sala haba un escritorio que estaba vaco y que, supuso, perteneca a la persona que atenda al pblico. Al Iado de una puerta de madera, tres sillas. Susana

    se sent en la que estaba ms cerca del escritorio. Pasaron cinco minutos y no apareci nadie. Le extra que en un lugar as no la hubieran atendido

  • enseguida. De repente apareci una mujer que le pidi disculpas por la demora.

    - Vengo para averiguar cmo son los tratamientos para adelgazar... y cunto cuestan -dijo Susana.

    -Cmo no, pngase cmoda, seora, le voy a mostrar unos folletos y a explicar un poquito cmo trabajamos aqu. Ha hecho algn tratamiento antes, en otro instituto? ...

    Conversaron unos minutos. En un momento la empleada se levant:

    - Voy a llamar a la Dra. Surez, nuestra nutricionista, para que le cuenta ms sobre el programa ...

    Susana no la dej terminar:

    -No se moleste, sabe lo que pasa ... me tengo que ir, mi hijo va a llegar de la escuela y...

    -Es un segundo, un segundo nada ms ...

    Susana mir el reloj nuevamente: tendra que volver en taxi porque en mnibus ya no llegaba.

    La mujer se demoraba. Menos mal que le haba dicho un segundo ... menos mal. Susana esper un rato sentada; despus se levanto y empez a dar vueltas. Pens que era una falta de respeto dejar a una persona esperando as, y adems ella le haba dicho que estaba apurada, que tena que estar en la casa antes de... Mir el reloj y decidi irse cuando se abri una puerta y apareci una mujer vestida con un guardapolvos verde.

    -Usted debe ser la seora Lpez, disculpe la demora, sucede que...

    -Est bien, pero voy a tener que volver otro da porque ya se me hizo muy tarde y ..

    Un trueno que hizo temblar las ventanas sobresalt a las dos mujeres. Susana mir hacia afuera y vio como comenzaban a caer, grandes y veloces, las primeras gotas.

    -Lo lamento, doctora, pero me voy Se me hizo tardsimo. Me llegar por aqu en cualquier otro momento.

    Sin dejarle tiempo a que la otra le contestara sali casi corriendo hacia la calle. Desde el pasillo poda escuchar cmo se haba largado la lluvia: torrencialmente. Espero conseguir un taxi ... espero conseguir un taxi ...

  • deca en voz baja mientras vea toda la gente refugiarse bajo los aleros de los escaparates

    y los umbrales de las puertas. Se par en una esquina, tratando de divisar algn taxi desocupado, bajo la cortina de agua.

    Esper.

    Cuando el autobs escolar lo dej en la puerta de la casa, Nicols salud a sus amigos levantando el brazo sin darse cuenta. Haba comenzado a llover de nuevo; no quera mojarse ms de lo que se haba mojado en el patio de la escuela mientras jugaban a saltar los charcos ms grandes. Cruz el jardn hasta la puerta de la casa; toc el timbre. Desde que robaron a la seora de enfrente su mam tena siempre la puerta cerrada con llave. Desde el porche salud nuevamente, el conductor arranc el autobs. Nicols qued esperando.

    Toc de nuevo el timbre; despus la puerta. Era raro que su mam se demorara porque siempre le abra rpido, como si lo estuviera esperando ah noms, detrs de la puerta. Trat de mirar por la ventana pero las persianas estaban bien bajas, ah se dio cuenta de que todava no haba llegado. Era raro, nunca haba pasado que l llegara, su mam no estuviera, ni tampoco las chicas, Leticia o Cristina, aunque ellas nunca venan a esa hora porque estaban en el colegio.

    Se sent en el escaln de la puerta a esperar. Cada vez llova ms fuerte, el agua comenzaba a salpicarlo aunque estuviera bajo el techito de la entrada. Despus de un rato se acord de la llave en la maceta. Su mam le haba dicho a Doa Rita que si se tena que ir, ella no haba llegado cerrara todo r le dejara la llave en la maceta. Corri las tres que haba en la entrada, abajo de la ltima apareci.

    Al abrir la puerta le dieron ganas de que su mam le diera una llave para l. Ya tena siete aos r saba abrir la puerta con la llave. Si otra vez ella se atrasaba ... l podra entrar lo ms bien.

    Dej el portafolios sobre el silln de madera del living, se sac el rompevientos que le regalaron las chicas para su cumpleaos.

    Encendi el televisor. Como haba propagandas aprovech para ir al bao. Al pasar por la cocina se acord del paquete de caramelos de leche que su mam le haba comprado esa maana. Fue a la alacena donde se guardaban las cosas dulces pero no los encontr. Se qued un momento de pie tratando de pensar adnde estaran, hasta que vio las bolsas del supermercado sobre la heladera. Corri una de las sillas y se subi para buscarlos. Tenan que estar all. Abri la primera bolsa, revolvi todo pero no aparecieron. Para abrir la segunda iba a

  • tener que ponerse en puntas de pie, porque estaba ms atrs, casi contra la pared, no la alcanzaba. Hizo el intento dando un pequeo salto.

    Fue un instante. Logr tomarla con la punta de los dedos, pero bajo sus pies la silla hizo un ruido. Quiso agarrarse del respaldar y, con la bolsa en la mano, sinti cmo, sbitamente, comenzaba a caer hacia atrs ...

    Captulo cinco

    Cuando Carlos termin su relato el silencio se extendi por unos segundos.

    Lo rompi Cristina que, algo nerviosa,

    -Cuando estbamos en la Librera Del Sol, Carlos me dijo que haba visto a una chica que conoci durante el verano cerca de su pueblo. Era Clara.

    Carlos asinti. Se lo vea mortificado. Cristina se acerc y le pas la mano por la espalda:

    -Todo eso ya pas, Carlos.

    -S, Carlos -interrumpi Manuel-, a veces pasan cosas o uno ve algo que no puede explicar...

    -No me puedo sacar de la cabeza la visin que tuve esa tarde. Fue horrible. Desde ese da me repito que fue mi imaginacin, que eso no existi y sin embargo todas las noches cuando me acuesto esa imagen me vuelve, y todava no la puedo olvidar; creo que no la vaya poder olvidar nunca. Por supuesto que no se lo cont a nadie. No me hubieran credo. Excepto...alguien que ustedes no conocen pero de quien tengo el relato de lo que le sucedi, y me hace pensar que la experiencia que yo tuve tal vez no fue algo aislado ...quiero decir, s que no estoy loco. Adems, y por suerte -mir a Cristina-esa tarde en la librera estaba Cristina. Ver a Clara caminando por la vereda, como una de las tantas personas que uno encuentra en la calle, fue demasiado, y se lo cont. Le cont todo como ahora se los cont a ustedes, que son mis amigos. Y lo hago porque esa misma tarde Cristina tambin me relat algo que me confirm que lo que sucedi en ese tambo forma parte de otra cosa que no s explicar. Algo monstruoso -Carlos pareca a punto de llorar- y que existe, a veces convive con nosotros y no lo sabemos, no podemos damos cuenta.

  • Leticia intervino:

    -Est bien Carlos, no te pongas mal. Si quers cambiamos de tema ...

    -No -Carlos son terminante-, creo que es necesario hablar de esto, que ustedes lo sepan. A lo mejor nunca tienen que vrselas con algo as pero ... existe.

    Das despus de aquella tarde en el tambo fui a la casa de una especie de curandera o bruja muy famosa por aquella zona. Comprendan, estaba muy mal y pens que a lo mejor pasaba algo conmigo, qu se yo, una especie de gualicho me haba hecho ver eso... no saba qu pensar. Despus de escucharme, lo nico que me dijo fue que haca dos aos haba recibido la visita de otro chico de un pueblo que est bastante alejado de Los Molles. Si quers and a verlo, vos no tens que hacer nada porque no tens nada. Me dijo cmo ubicarlo y nada ms. Viaj a Villa Fontana. Ese muchacho era el hijo del mdico de ese pueblo, y me cont ... En ese momento una rfaga de viento golpe uno de los postigones de la ventana del living. Todos se sobresaltaron.

    Cristina se levant:

    -Va a ser mejor que prepare caf,me podrs ayudar con las tazas, Marcela?

    -S -Marcela, que estaba sentada en uno de los sillones, se incorpor-, nos va a venir bien un cafecito. En la cocina, mientras Cristina preparaba la cafetera, Marcela comenz a abrir las alacenas en busca de las tazas.

    -Pobre Carlos, que le haya pasado una cosa as... no lo puedo imaginar, o mejor dicho, no lo puedo creer.

    Cristina baj los ojos y, con un gesto serio, dijo:

    -Yo s lo puedo creer, desgraciadamente pienso que eso puede ser cierto.

    Marcela la mir:

    -En serio...?

    Cristina la mir a los ojos.

    - Yo s por qu te lo digo.

    Marcela la mir asustada:

    -Pero, Cristina, cmo penss que puede ser posible que una persona sea...no s cmo decirlo, una especie de vaca ...no entiendo, realmente no lo entiendo, no es posible.

  • -A m tambin me resulta difcil creer algo as, pero siempre pasa con lo que se escapa de lo normal. Nunca lo queremos creer simplemente porque no sucede todos los das, pero eso no quiere decir que no exista. Estoy segura de que en este mundo pasan muchas cosas, fenmenos/ que no podemos explicar yeso no los hace menos ciertos. Lo que sucede es que justamente son esas cosas las que se ocultan. Vos misma viste que Carlos jams hubiera contado esto que le pas de no haberse dado ese encuentro conmigo ...

    Marcela frunci el ceo:

    -y vos qu tens que ver con eso?

    -Nada ...directamente. Pero s de algo que sucedi, y que sucedi en esta casa hace muchos aos y que lo que me cont Carlos hizo que, si hasta entonces tena dudas, ahora ya no las tenga.

    -Pero ... qu cosa pas en esta casa? -la voz de Marcela delataba cierta inquietud.

    -Hay un escrito, de mi abuelo. Hace unos aos lo descubr cuando acomodaba la bibliotequita que est en el saln. Mi pap saba de esa historia, pero siempre la ocultaron, igual que ahora Carlos, por miedo a que los dems piensen que estaba loco, o algo as.

    -Por favor, decme...

    Cristina tom la bandeja, sirvi el caf y dijo:

    -En el living.

    Volvieron con el caf. Cada uno tom una taza.

    Permanecieron en silencio hasta que Leticia habl:

    -Carlos, estabas contando del muchacho que fuiste a ver a... Villa Fontana. El que la bruja te dijo que vieras...

    -S, fui y...-comenz Carlos.

    -Esperen, antes de que cuentes eso, Carlos, me gustara saber qu es lo que sabe Cristina de esto -interrumpi Marcela-, vos dijiste que ella te cont una historia que no te hizo dudar, y a m acaba de decirme en la cocina que sabe que todo eso es cierto por algo que sucedi en esta casa ...Ya que vamos a dormir aqu me gustara que ella cuente esa historia antes que cualquier otra cosa.

    Todos miraron a Cristina. Ella dej su taza sobre la mesa y comenz a hablar mirando hacia la sala contigua al living:

  • -Hace un tiempo, despus de que muri mi abuela/ vinimos a pasar el verano en esta casa. Una tarde, que no tena nada que hacer, me puse a limpiar. Y entre las cosas que me haba propuesto estaba acomodar y sacarle un poco de tierra a unos libros que estn en una pequea biblioteca, en aquel saln. Mientras lo haca encontr un cuaderno muy viejo que estaba escrito a mano. Me llam la atencin, porque cuando lo hoje me di cuenta que era un escrito de mi abuelo. Lo le. Cuando termin no poda creer que lo que relataba fuera cierto, seguramente como alguno de ustedes despus de escucharlo a Carlos, as que

    le pregunt a mi padre sobre ese cuaderno y l me dijo que todo lo que deca era verdad. Conoca muy

    bien a mi abuelo y saba que no era un fabulador o un hombre de fantasas.

    Leticia dej su taza sobre la mesa:

    -y qu deca ese cuaderno?

    Cristina hizo un silencio y los mir:

    -Sigue estando en la biblioteca. Quieren que lo lea? Todos asintieron.

    Cristina se levant y fue hasta el saln, de donde volvi con un cuaderno de tapas celestes. Lo abri muy cuidadosamente y comenz a leer:

    (Relato extrado del cuaderno celeste)

    Llegaron con las primeras vacas, apenas se haba terminado de alambrar el campo, por 1920. Los trajo mi padre. Eran de algn lugar cerca de Hungra y creo que ni ellos mismos saban cmo vinieron a parar a la Argentina. Pap me cont que en esos tiempos las cosas eran muy distintas; todo lo que hoy parece que siempre hubiera sido as, los rboles, la casa, el estanque ms atrs, en esa poca era monte apenas talado, casitas humildes alrededor de la obra -la casa grande-, tierral y sacrificios.

    Los Tuur eran cinco: el padre, la madre, una hija mayor y dos hijos gemelos. Slo recuerdo el nombre del padre, Lepo y la hija Emma. Las mujeres trabajaban en la casa; el padre y los gemelos en el campo, especialmente en el cuidado de los animales. En ese entonces slo se criaban vacas.

  • Cuando me levantaba, a la maana temprano, (en esa poca no exista eso de dormir hasta tarde), los vea siempre en el corral, a los tres; el padre, que con movimientos de cabeza pareca dirigir a los dos hijos que, tambin en silencio, se movan continua y lentamente, siempre al lado de los animales, con el mismo ritmo pausado e indiferente de las vacas, sin mirarse y sin hablar.

    Porque el rasgo caracterstico de los Tuur era que no hablaban. Las palabras parecan existir como un ltimo recurso para hacerse entender. Y sin embargo, comprendan todo lo que se les deca mejor que cualquier otro.

    En la casa suceda algo similar. Recuerdo a las Tuur casi mudas. Y a mam eso le gustaba. En ese sentido siempre trat al personal como animales: no esperaba que hablaran, slo que obedecieran. Por eso estas mujeres parecan haber nacido para llevarse bien con mam.

    A pap, en cambio, a veces lo exasperaba el silencio de los Tuur, sus miradas (en este momento me vienen a la memoria sus ojos) esquivas, casi indiferentes, y esa forma de asentir bajando los prpados y retirndose lentamente.

    Entre nosotros, cuando pap estaba de mal humor, les sola decir las bestias.

    A diferencia de la otra gente que trabajaba en la estancia, los Tuur siempre me dieron un poco de aprensin, como un secreto asco que me impeda acercarme a la casa y jugar (nunca lo hice) con los gemelos. Los miraba desde la galera, las tardes que acompaaba a mam, que dibujaba y dibujaba vestidos o la casa rodeada de un bosque y me deca As va a ser la casa cuando vos seas ms grande ...tens suerte porque la vas a disfrutar de muy joven. Los recuerdo as: estando con mam en la galera, ellos pasaban por el frente de la casa. Mirando hacia adelante, sin expresin, con los ojos fijos, pero no de estar atentos, sino como ... blandamente fijos o perdidos en algn punto, siempre sin sonrer y juntos, ni contentos ni tristes, baados en transpiracin, y juntos.

    Creo que el rechazo que me produca se notaba, porque mis padres siempre trataron de mantener esa

    distancia entre los nicos nios que haba en la estancia.

    Y yo ms que nadie. Saba que no podan hacerme nada, pero de todos modos senta que haba algo feo en esa familia.

    El padre era un hombre alto, bastante gordo, al igual que su mujer. Y blancos. Eran tan blancos que

    impresionaban. En verano, la piel de los Turr contrastaba la blancura lechosa y el rojo ardiente del sol en la piel de los gringos. En algunas zonas, no recuerdo exactamente dnde -me parece que en los brazos-, se le notaban las venas o

  • no s bien qu, pero pareca que de tan fina, la piel en cualquier momento se rajara, o terminara calcinndose bajo el sol hasta sangrar. Toda fantasa era posible para m tratndose de ellos, lo que tambin, es cierto, todava hoy, me hace dudar de la veracidad de lo que vi.

    Solamente la hija era diferente: Emma era blanca, tambin, pero con una piel diferente a la de su familia.

    Uno poda verla caminar desde el corral hasta la casa, en alguna siesta infernal de verano, con un andar pausado y cadencioso que pareca que acababa de baarse y haba salido a caminar y el solo el calor no existiesen, al menos para su cuerpo. Era muy bonita, al punto de no parecerse en nada a los dems miembros de la familia; delgada y con una mirada firme y tranquila que, recuerdo, llamaba la atencin de mi madre, tena, eso s, la misma extraa indiferencia hacia los dems. Y el mismo silencio.

    Es de brutos que son, no saben qu decir, le replicaba pap al capataz, que siempre se quejaba de que les deca una cosa y no le contestaban y eran capaces de no hablar en todo el da aunque trabajaran sin descanso. Se ve que haba algo en ellos que lo sublevaba. Recuerdo una vez, que pas al Llado de pap y el capataz, y este le deca: Le juro, patrn, cuando se me queda mirando con esa cara y no dice nada me dan ganas de bajarle un rebencazo ..:Y yo saba que hablaba de Lepo Turr.

    La primera vez fue en Nochebuena.

    Me acuerdo que se arm el fuego desde temprano, cerca de una pieza de adobe que en esa poca se usaba como galpn. Desde la tardecita toda la peonada estaba reunida alrededor de la vaquillona que, desde el da anterior, colgaba del algarrobo del patio de atrs.

    Habrn sido las diez de la noche. El ambiente estaba picado. Rean y hablaban con ese estruendo que intimida a los nios cuando escuchan un adulto alcoholizado. Nosotros, la familia, que ramos pap, mam, una ta que haba venido para Navidad y yo, habamos cenado y estbamos en la galera.

    Los Tuur pasaban la nochebuena en su ranchito. Recuerdo que esa noche, desde la galera, poda ver las dos luces: la fosforescencia anaranjada del fogn y las velas en la ventana de los Tuur.

    Esperamos, como siempre, la medianoche. Que era la hora en que yo reciba el regalo de Navidad: ese ao fue un land de madera, todo pintado y con el conductor. Ah noms nos acostamos.

    Me acuerdo que tena el land al Iado de la cama, en una silla donde mam dejaba la ropa para el da siguiente. La excitacin del regalo no me dejaba dormir. En mi pieza no haba candelabros (mam se lo llevaba cuando me

  • daba el beso de buenas noches), pero era una noche de luna. La luz entraba por la ventana y, desde la cama poda ver el land sobre la silla. Sin nada de sueo, no poda esperar al da siguiente; as que me levant y fui, con mi juguete, al Iado de la ventana. En silencio, bajo los rayos de la luna, lo escuch. No era un grito, sino ms bien una especie de gemido, pero bastante fuerte, como si fuera de un animal. Sin embargo yo conoca los ruidos de los animales y nunca haba escuchado eso.

    Me asom por la ventana. Al principio no vea nada, pero despus de un momento me pareci que una sombra se mova en el rancho de los Tuur. Me qued un rato mirando. Despus (la luz de la luna me lo

    dej ver claramente) vi a los gemelos que salan del rancho y comenzaban a caminar en el patio. Lo hacan en crculos, como si estuvieran jugando o algo as. Pero yo nunca haba visto a los gemelos jugar, y a esa hora ...Al rato apareci la madre, que se detuvo en el medio del patio y comenz a mover la cabeza en crculos, como siguiendo el movimiento que marcaban los gemelos con la caminata. Estuvieron as un rato largo. De repente se detuvieron casi todos al mismo tiempo y entraron al rancho. Al gemido, o lo que fuese, no lo volv a escuchar. No esa noche.

    Me cost dormir. No me poda sacar de la cabeza la imagen de los gemelos y la madre en el patio.

    Por alguna razn, la maana siguiente no le dije a nadie lo que haba visto.

    Pasaron unos das en los que aparentemente todo volvi a la normalidad. Aunque era imposible que yo

    supiera qu suceda por las noches. Slo en Nochebuena poda estar despierto a esas horas de la madrugada. De todos formas, antes de acostarme, y a veces estando ya en la cama, sola levantarme y mirar por la ventana haca el rancho de los Tuur. Slo me encontraba con la luz de las velas, el silencio y la negrura de la noche.

    Durante el da por momentos los observaba. Miraba a los gemelos en el corral, o a la madre en la cocina

    y trataba de imaginarme qu era lo que hacan esa noche en el patio. Su silencio y ese aire ausente que antes era lo normal en los miembros de esa familia, ahora me resultaba enigmtico, casi siniestro. Pens -imagin- que no hablaban porque guardaban un secreto, un secreto terrible, yeso me daba miedo.

    En enero fuimos a Crdoba. Estuvimos casi todo el mes, primero los tres, y despus de que pap volvi a la estancia, (en esa poca si estabas al frente del campo no te podas tomar vacaciones) slo con mam. Todos los aos mi ta

  • pasaba Navidad y Ao Nuevo con nosotros y despus volvamos con ella a Crdoba, a la casa de mi abuela.

    En la ciudad me olvid de los Tuur, la noche de Navidad y ese extrao rito que, empec a pensar, poda ser una especie de ceremonia del pas de donde venan. La ciudad, sus paseos, y mis amigos de vacaciones -los hijos de las vecinas de mi abuela- ocuparon mi atencin durante todo ese mes.

    Despus de que regresamos, a los pocos das, sucedi otra cosa.

    Estaba jugando en mi habitacin. Mi abuela me haba regalado unos soldaditos de plomo y los dispona en fila sobre el escritorio cuando escuch un ruido en el bao. Era como un quejido o un silbido, y un golpeteo. Me llam la atencin sobre todo porque en ese momento pensaba que solamente yo estaba dentro de la casa. Sal al pasillo y cuando llegu a la puerta del bao la vi a Emma. Estaba parada frente al espejo. Con la lengua afuera y los ojos muy abiertos, golpeaba con la punta de los dedos su imagen en el vidrio. Recuerdo que me qued parado sin saber qu hacer. Quera llamar a mam pero algo no me dejaba reaccionar. De repente, Emma me mir. Con los ojos todava muy abiertos y frunciendo el ceo, acerc su cabeza hasta quedar a muy corta distancia de la ma y dijo:

    - No hable.

    Sent que me faltaba el aire. Ese rostro que me miraba sin parpadear y con esa expresin que no conoca, me llen de terror.

    Dio media vuelta y se fue sin decir nada ms. Recuerdo quedarme en el mismo lugar, sin poder moverme. Mir hacia el final del pasillo por donde haba desaparecido Emma y, despus de un momento, comenc a caminar hacia afuera. Sus palabras me seguan como un eco y, cuando estaba llegando al comedor, supe que no dira nada. La posibilidad de vrmelas a solas con esa muchacha, que para m se haba transformado en alguien amenazante, fue la razn que me decidi a tratar de olvidar lo sucedido. Aunque saba que no podra hacerlo.

    Adems, qu le dira a mam? Que se miraba al espejo mientras tena la lengua afuera y despus me dijo que no le cuente? Se reiran de m y, lo peor, ganara una enemiga.

    Los cambios operados en los Tuur pasaron desapercibidos al principio. Excepto para m, que, desde el

    encuentro con Emma, comenc a observarlos.

    Lo primero que not fue que Emma y su madre no podan pasar al lado de un espejo sin detenerse. Era un segundo, a veces, una ojeada que se confunda

  • con un parpadeo. Por momentos las espiaba y, si encontraba a alguna sola, la vea pararse y observar su imagen en el espejo. Lo hacan con una curiosidad que me llamaba la atencin, como si vieran otra cosa ...

    En esos das tambin comenc a escuchar los ruidos con la boca.

    Muy dbiles al principio, creo que slo alguien obsesionado como yo con los Tuur, podra haberlo percibido. Era un ir y venir de saliva corriendo entre lo dientes o de lquidos que se desplazaban en la boca por algn motivo ajeno a la voluntad. Ruidos ajenos a la voluntad, como los ruidos de la panza o los latidos. Trat de reproducirlos y fue imposible, inhumano.

    Una maana acompa al capataz a una yerra en una estancia vecina. La estancia de los Montero. Era una costumbre en esa poca que personal de una hacienda estuviera y ayudara en la yerra del vecino. Tambin iban los Tuur.

    Me qued todo el tiempo al Iado de Don Gmez, el capataz, que siempre me deca cosas al tipo de cuando esto sea suyo ..: o cuando usted sea grande ..: y as, imaginaba no s qu proyecciones sobre m o la estancia. Pero tena por norma que, si los Tuur andaban cerca, yo estaba al Iado de un adulto.

    Fue rpido, tanto que nadie pudo evitarlo. Los gemelos estaban atrs de la vaca. El animal, un ternero

    marrn, estaba maniatado. Asimismo trataban de inmovilizarlo como si alguna resistencia fuese tan feroz

    que pudiera lanzar el hierro caliente por los aires.

    Se movi, se cruz, no s, no pude vedo hasta despus, cuando sangraba. La marca cay sobre la espalda de uno de los gemelos. Todos lo escuchamos. Fue un bufido. Nada parecido a un grito de dolor de un nio.

    Se arm un revuelo. Las mujeres gritaban y unos gauchos se quisieron medio pelear echndose culpas, pero yo no poda dejar de mirar el rostro del gemelo. Con los ojos abiertos y sin una lgrima, lo nico que haca era mover la lengua con la boca entreabierta y despedir una baba espesa que le caa por el pecho.

    Ah noms Don Gmez lo agarr y lo llevaron a la casa para curarlo. No me dejaron entrar.

    A la vuelta nadie hablaba. Don Gmez estaba fastidiado por el accidente. Al llegar a la casa, crey que no lo escuch cuando dijo, para s y por lo bajo: Es que estos son bestias, noms.

    El padre y el otro hermano todo el tiempo haban permanecido impasibles, y como siempre, no dijeron una sola palabra. La mortificacin que ese accidente

  • hubiera significado para mi padre pareca no existir en Lepo Tuur, como si nada hubiese pasado.

    Ms tarde, cuando pas por la cocina, o que mi pap estaba discutiendo con Don Gmez: Se tir, patrn, lo vi, ese chico est loco ..: Pap respondi: Fue un accidente, lo que pasa es que a vos se te cruzaron los Tuur, y no hay nada que te venga bien ..: El recuerdo del accidente y la visin de la llaga en la espalda del gemelo me impresionaron. Fue la causa de que esa noche no me pudiera dormir.

    Estaba acostado, boca arriba. La luna, como aquella noche, entraba por la ventana. No s por qu, en un momento, supe que estaran all fuera. Me levant y, al asomarme, pude verlos. Absolutamente quietos, bajo el cielo iluminado, recostados alrededor del aljibe, parecan dormidos en una extraa vigilia, o despiertos, pero en otro mundo. No se miraban.

    Me qued observando, mientras esperaba que sucediera algo. Todo sigui exactamente igual y, despus de un momento, regres a la cama. Estaba apoyando mi cabeza en la almohada cuando lo escuch nuevamente: el mismo terrible gemido de Nochebuena.

    Me tap hasta la cabeza, cerr los ojos y trat de dormirme. Me repeta que tena que contrselo a pap o a mam ... que no poda continuar con mis temores y obsesiones ...

    Esa noche tuve un sueo.

    Caminaba por el monte. Quera llegar a la casa, pero estaba perdido. De repente aparecieron las vacas detrs de m. Al principio eran una o dos, y despus aparecieron las otras; lentamente comenzaron a rodearme mientras marchaban a mi lado. Y en ese momento lo escuch.

    Pude saber, al despertarme, que aquello que haba escuchado esa noche por segunda vez pareca un gemido. Pero no lo era. Era otra cosa, ms familiar y tremenda: un mugido. En el sueo las vacas mugan, y se era el mismo sonido que haba escuchado en boca de los Tuur.

    Comprend, con horror, que todo lo que me espantaba de ellos eran los signos de una singular transformacin, que nunca sabr si existi realmente, o fue slo el producto de mi imaginacin. Mi padre los despidi a los pocos das y nunca supe los motivos.

    Pero en esa madrugada cre estar seguro, y todo lo que haba visto y odo se alineaba perfectamente

    con esa idea que se haba instalado en mi mente: los Tuur se estaban convirtiendo en vacas. Era la nica razn que poda explicar la mirada

  • alucinada de esas mujeres frente al espejo. Pens que la extraeza y la curiosidad que se vea en sus rostros provena de no reconocer esa imagen humana que el cristal les devolva. Todo; los mugidos, el movimiento de las bocas, la baba espesa del gemelo, el mutismo y esa indolencia vacuna de los Tuur, alimentaron esa noche mi espantosa creencia.

    Han pasado veinte aos y an los recuerdo como un accidente de la naturaleza. No lo puedo evitar. Y con el paso de tiempo, tambin, creo haber conseguido ms respuestas para las conductas de esa extraa familia. Hoy pienso, por ejemplo, que slo sentirse uno ms de aquellos animales, pudo llevar al gemelo a arrojarse contra la vaca y ser marcado, aquella tarde de la yerra. Consustanciarse es una palabra que en esa poca no conoca.

    De todos modos creo que nunca alcanzar a comprender todo lo que sucedi. An ahora me pregunto por esos ritos bajo la luna, por Emma, que pareca diferente de los dems, y por el miedo, que a pesar de los aos, no desaparece.

    Querido Rafael:

    Acabo de darte la noticia por telfono y te escuch tan mal que tengo que escribirte, contarte todo y bien, porque de todos nosotros vos fuiste siempre el ms amigo de Susana, o el primero, qu se yo, a lo mejor ahora no importa y lo nico que importa es que Nicols se muri y Susana est desesperada y no sabemos qu hacer y no se puede hacer nada y es terrible.

    Dej de escribir porque me puse a llorar, pero ahora estoy mejor, mi amor, quiero estar bien y ms tranquila para poder contarte exactamente cmo sucedieron las cosas.

    Nicols muri el diecisis de noviembre, hace ya tres semanas. Nosotros tuvimos clase con Susana esa tarde. Me acuerdo que ese da nos dividi en grupos para trabajar los ejercicios de la unidad que estbamos viendo. Todo normal hasta que termin la hora. Esa noche la llam a Leticia y no estaba. Pens que en una de sas se haba ido a lo de Susana as que llam para all y no me contest nadie. Me pareci raro porque Susana no sale nunca de noche y menos con Nicols, y tampoco nos haba avisado para que lo furamos a cuidar.

    Al otro da, el profe de Qumica nos dijo que le acababan de avisar que el da anterior haba muerto Nicols, desnucado.

  • Fue horrible, Leticia se cay al suelo como una bolsa de papas, desmayada, y yo no poda creer lo que escuchaba.

    Los das siguientes tratamos de estar con Susana todo el tiempo que podamos, durante el velorio y despus, en su casa. Ella casi no hablaba, nunca la vi as, lloraba a cada rato y repeta: Fue mi culpa, fue mi culpa ...

    Nosotros no sabamos porqu deca eso. Nicols ese da haba llegado temprano a la casa y se ve que encontr la llave y pudo entrar. Cuando Susana volvi estaba en el suelo de la cocina y las bolsas del supermercado desparramadas en el piso. Parece que Nicols haba querido subirse a buscar algo, se cay de la silla y dio con la cabeza en el filo de la mesa, pobrecito. Cuando me imagino eso me agarra una desesperacin y una bronca, que ahora vas a saber por qu.

    Despus de algunos das, estbamos con Manuel y Leticia en lo de Susana. Habamos terminado de ayudarla a empacar ropa y embalar cosas de la casa. (No te dije que decidi irse a vivir con la hermana que tiene en San Francisco.) Estbamos tomando un t y de repente Susana nos cont qu haba pasado

    esa tarde: cuando termin la clase ley un papel que haba encontrado en el escritorio despus de ayudar a los grupos. En ese papel deca: SOS UNA VACA. Pods creer que se pueda ser tan cruel? Y con alguien como Susana, que es un pan de Dios. Cuando pienso en eso...

    Se puso muy mal. Vos sabs que Susana siempre tuvo el problema de la gordura y todo eso. As que cuando sali del colegio, llorando, con esa cosa en la cabeza, justo pas por un instituto de tratamientos para adelgazar, y entr. Ah la demoraron y cuando sali para volver a la casa antes de que Nicols regresara, se larg una lluvia que hizo que no encontrara un taxi libre por ningn lado. Nos contaba, llorando, que se desesper; tena ganas de empezar a correr. Algo le deca que tena que volver, como un presentimiento ... El resto de lo que pas esa tarde ya lo conocs, cuando encontr un taxi desocupado y lleg a la casa, ya era demasiado tarde.

    Estbamos azorados. No sabamos qu decirle, slo que no haba sido su culpa, que fue un accidente, que podra haber sucedido estando ella en la casa... ese tipo de cosas, pero sabamos que s hubo un culpable y era el que haba dejado ese papel. Si no hubiera sido por eso Susana no se hubiera demorado y nada de eso hubiera pasado.

    Al da siguiente nos encontramos con Carlos y le contamos todo. De la bronca golpe la pared y dijo que tenamos que encontrar al que haba hecho eso, que lo tenamos que hacer por Nicols y por Susana, que esto no poda quedar as.

    y yo creo que tiene razn.

  • Para colmo las clases ya terminan y no tenemos mucho tiempo. Por favor, Rafael, trat de apurar tu regreso. Lo nico que me hace sentir bien es la idea de que falta poco para que vuelvas y que podamos hacer algo para que todo esto no quede as en la nada.

    Te quiero mucho, muchsimo.

    Cristina

    Despus de que ley la carta, Rafael se qued quieto. Sentado en el pequeo silln que haba en su habitacin de la casa de los Redlaw, en Londres, estuvo durante ms de media hora con la vista fija.

    Pensaba en Susana y en Nicols y aunque no quera hacerlo, lo imaginaba en el piso de la cocina. Trataba de borrarse esa imagen, que le volva, hasta que cerr los ojos. Estar en Inglaterra, que haba sido su sueo durante muchos aos, ahora era una pesadilla; no poder acompaar a Susana, Cristina, y sus amigos, que, al fin y al cabo, eran, despus de su familia, lo que ms le importaba, lo desesper.

    Tena que volver. Haba llegado a Inglaterra en febrero y an faltaban dos meses para completar el ao acordado pero no poda esperar. Hablara con los Redlaw y esperaba que entendieran.

    En ese momento record a Susana y los planes que haca para su vuelta ... y en ese otro rostro que no conoca y que esa tarde, con ese papel, haba desencadenado la tragedia ...

    Abri los ojos, parpade, y los abri an ms. Como un eco de su pensamiento, estaba all la palabra, escrita: Tragedia ... Sobre la mesa, bajo el sobre de la carta de Cristina, la ltima pgina del Times mostraba ese recuadro: Tragedia en Sothersby Farm: Tom el diario y ley.

    Esa noche, despus de hablar con los Redlaw y reservar un pasaje para la semana siguiente, Rafael no poda dejar de pensar en Susana, el nio muerto, y las vacas ...

    Captulo seis

  • -Saber que eso sucedi en esta casa me da escalofros -Leticia subi los pies sobre el silln donde estaba sentada.

    Cristina todava permaneca con el cuaderno entre las piernas:

    -Supongo que era todo muy distinto.

    -Lo que espero es que eso sea muy distinto

    -dijo Manuel.

    -Por supuesto, bueno, esto ocurri hace ms de setenta aos ... -le respondi Cristina.

    - y los Tuur ya estn muertos -dijo Rafael-, adems, no creo que los hayan enterrado aqu...

    Cristina lo mir e hizo un silencio.

    -No lo le en ningn lado, y pap tampoco me dijo...bueno tal vez no lo sepa, la verdad es que nunca me hice esa pregunta -en ese momento mir hacia la ventana.

    Rafael levant los brazos como si fuera a atacar a Cristina y en tono de broma dijo:

    -A la noche los Tuur se levantarn de sus tumbas Carlos hizo un gesto de fastidio:

    - Por favor, Rafael, esto no es broma.

    -Est bien, lo siento.

    -Vos dijiste que conocas otra historia, Carlos, que te confirm que ...que no habas imaginado lo que pas con Clara.

    -S, Carlos, por favor, continua ...

    Carlos se acomod en su asiento y comenz:

    -Les cont que esa mujer me dijo que fuera a ver a un muchacho que viva en Villa Fontana. No me dijo nada ms. En ese momento supuse que este chico tal vez hubiera conocido a Clara. No tena muchas ganas de ir, pero la curiosidad me venci, y adems pens que, por lo que fuera que esa mujer me haba mandado a hablar con l, tal vez me ayudara a entender un poco lo que vi o cre ver aquella tarde en el tambo. Cuando llegu a Villa Fontana no me result difcil encontrar la casa del mdico. Era una casa muy bonita, al final del pueblo ....Llam a la puerta y me atendi Martn. Present que era l, as que lo

  • llam por su nombre. S, soy yo,me dijo. Cuando le cont que me haba mandado la curandera se interes: Pasa, pasa.

    Fuimos al patio. Acerc dos sillas y me pregunt a boca de jarro: Contme qu te pas a vos. En ese momento supe que yo no era el nico. Fue una mezcla rara de sensaciones. Por un lado el miedo de confirmar de que hay una realidad monstruosa a nuestro lado y podemos no damos cuenta, y por el otro el alivio de saber que no era el nico que lo saba y que lo haba sufrido. Le cont toda la historia con Clara. Me escuch muy serio, y, cuando termin, respir hondo. No s qu es esto; no lo s y me gustara saberlo. Mi pap me prohibi que hablara de los Jurez. l no vio lo que yo vi, pero me cree. Me cree porque vio otras cosas. Pero dice que si lo cuenta nadie le va a creer, y, siendo mdico, sera el fin de su carrera. Imagnate, qu confianza le va a tener la gente a un mdico que ve cosas que no pueden existir. El sol bajaba cuando me cont su historia con los Jurez, que vaya tratar de reproducirla exactamente como me fue relatada:

    En octubre mi pap me llev a un campo cerca de Balnearia. Era una pequea estancia que perteneca a una familia de Buenos Aires, y que cuidaba un hombre que viva all con su mujer y los hijos. Don Jurez era poco conocido en la zona, quiero decir, era de esas personas que no bajaba nunca al pueblo. A veces haba gente que prefera ir directamente a la ciudad cuando necesitaban provisiones y esas cosas, y los Jurez parecan ser de sos. Excepcionalmente, en la veterinaria, apareca la hija, una chica de unos veinte aos, que iba al negocio, compraba lo que necesitaban y se suba al sulky de vuelta, sin hablar con nadie.

    En una oportunidad, que eran raras, la maestra del pueblo la ataj y le pregunt directamente si los hermanos iban a la escuela o no, porque tena pensado ir hasta la casa para hablar con el padre, que no poda ser que esos chicos no estuvieran recibiendo educacin ...y todas las cosas que puede decir una maestra. Parece que la chica no le respondi nada, as que la seorita Ada agarr el Citroen que tena y se fue noms.

    La estancia quedaba a unos veinte kilmetros entrando desde la ruta, justo antes de llegar a Balnearia.

    Cuando la maestra volvi no coment nada de esa visita y a la semana ya se estaba yendo a Crdoba. Haba pedido el traslado. Todo el mundo se preguntaba por qu la seorita Ada se iba as del pueblo, porque si bien era una chica de la ciudad, pareca estar contenta en la escuela de Villa Fontana y nunca haba mencionado que tena pensado irse.

    Por supuesto que nunca nadie imagin que pudiera tener que ver con la visita a los Jurez. En realidad slo yo lo pienso, ahora.

  • Mi mam coment lo de la maestra cuando la hija se lleg por el dispensario con una nota que peda que mi padre fuera a la casa. A pap le llam la atencin. l pensaba que los Jurez deban atenderse con otro mdico, alguno de un pueblo vecino, porque nunca antes lo haban llamado ni se haban acercado al dispensario por nada, ni una simple gripe. As son los criollos,dijo mi pap, no vienen nunca al mdico y cuando caen es porque estn en las ltimas, y despus te echan la culpa a vos, y sos el matasanos. Acompame, Martn, as vas conociendo los bueyes con los que vas a tener que arar.

    Llegamos pasada la siesta. La casa era grande; de sas que son como un chorizo y que las recorre una

    galera adonde desembocan todas las piezas. Cuando llegamos nos recibi Don Jurez. Era un morocho grandote, casi obeso, que caminaba muy lentamente hacia el auto, cuando estacionamos. No me pareci muy cordial, recuerdo que cuando a