La verdad de las máscarasde la acción política. Tuvieron suerte, era un genio. Pero hagamos un...

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VAN GOGH LUYS DE ALGAIDA

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VAN GOGH

LUYS DE ALGAIDA

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* * *

A Ella, por última vez. Maldito sea su nombre.

* * *

Lo mejor es quizás ridiculizar nuestras pequeñas miserias.

VINCENT VAN GOGH Cartas a Théo [579]

Maldigo la poesía de quien no toma partido hasta mancharse.

GABRIEL CELAYA «La poesía es un arma cargada de futuro»

Hay más razón en tu cuerpo que en tu mejor sabiduría.

FRIEDRICH NIETZSCHE Así habló Zaratustra, «De los despreciadores del cuerpo»

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Edición: diciembre de 2012. Portada: Sasha Grey, vocalista de aTelecine. N. del A.: Por juzgarlo innecesario, el contenido de esta obra no está sujeto a ningún tipo de registro legal. Se expone, pues, al plagio. En tal caso, apelaremos a la más noble de las justicias: la poética.

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Preludio. La verdad de las máscaras 1 Estar ahí, porque debes y es tu sitio, o eso dicen. Y llegar a brindar, a besar a todos, a felicitar una a una a todas esas personas. Pero tener (lo sabes) la cabeza en otro sitio. Cada año, otra vez. Y desgastar poco a poco el amor que queda.

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2 Seguir como quien sigue hacia el cadalso. Sin ganas,

sin pausa, sin freno.

Con los ojos bañados en vacío y un corazón regado por la nada. Estar condenado a vivir. Y seguir vacío a la nada. Y llegar muerto a la muerte.

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3 Ciclo. Fin de ciclo y copla nueva. Olvido. Suerte y mala suerte, caras nuevas. Derrumbe. Olvido. Taras nuevas.

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I Bailar peinando el viento con los dedos, dando al Sol la cara y dejándome envolver por el húmedo aroma a primavera. Vivir la tranquila inocencia de la humanidad primitiva y animal. A los elementos -a la realidad monumental y caudalosa de la naturaleza- no les importan mi blastolagnia, mi arrogancia ni mi sutil ánimo joyciano.

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II Qué bendición tan luminosa la de los pétalos de sus labios, la mirada de sus dos gemas ardientes y la eléctrica ternura de sus dedos entrelazándose con mi barba. ¿Será esto el Paraíso? Y con voz azul me dice que no, que esto es terrenal. Demasiado terrenal. Encontrar poesía extática y divina en la prosa humana: felicidad.

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III Los ojos clavados en el suelo porque estás cansado, la gente te aburre. Sigues ahí, imbatible en los bares y espuela de tus amigos, pero ya nada es como antes. Por eso, cuando alzas la vista y te parece descubrir el fuego citereo en el fondo de unos ojos, te exaltas y cantas glorias a la vida. Hasta que descubres que sólo era el reflejo de una lámpara en medio de la noche ingrata.

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IV Yo, yo en soledad magnífica, yo lobuno, yo eterno, yo boreal, yo bajel en un pantano, yo cansado, yo místico rural, yo palatino, yo gatopardo, yo burgués insular, yo turista de playa, yo playa, yo hipérbole en el romancero, yo nepésico, yo moribundo, yo entorrinal, yo, claro, yo sangriento, yo hontanar, geniano, bacante y cardinal, yo rosal blanco, yo torrente, yo rocoso, yo interrogante, yo perro enjaulado,

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yo en un mar de nieblas, yo junco truncado, yo inmenso, yo caracol aventurero, yo mónada, yo circense y dictablanda y agua de iceberg en botella y dolor fingido y laberinto de asfalto y revolucionario de salón.

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V Debería poder escribir «la luz danza». pero no me sale. La luz molesta, aguijonea mis ojos. Debería escribir con forma, someterme a los rígidos arcanos de la métrica. Pero prefiero el libre efluvio de mi voz ronca. Debería ser capaz de captar la belleza en el volátil instante de un vocablo, de dar olor y tacto a lo escrito. Y sin embargo todo es tan… que sólo me queda…

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VI Cuando huir se presenta como la más valiente de las opciones. Tú duermes, ya lo sé:1 para ti el mundo no existirá hasta mañana y, mientras, te deslizas por la serena laguna de la ignorancia. Pero yo soy esclavo de la vigilia: mi descanso consiste en apagar el móvil, poner alguna canción narcótica y asomarme a la ventana con un cigarro. Y mientras embalsamo mi alma con el humo, pensar -ingenuo- que la soledad es mi fortaleza y que no podrán cazarme.

1 Julia Prilutzky

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VII Todo -¡todo, sí, como si hubiese un todo!- se arreglaría con las heladerías. Que pongan heladerías: eso queremos. En todas las calles, en todas las plazas; ¡tomad las calles y las plazas, heladeros! Que los niñitos saquen a sus padres a comprar helado, que paseen los padres y los niños con helados. Cuánto bien harían los heladeros si consiguieran llenar las plazas de padres y niños satisfechos.

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VIII - Isabel No queremos estar aquí. No queremos estar aquí, dicen. No queremos estar aquí y nos vamos. Otros rezamos: «Nicola Bombacci: admiramos tu ubicuidad». Miradas. Gestos. Preguntas. La caza salvaje. A Isabel, de la Corriente Marxista Revolucionaria, que me volvió loco en una noche de feria: «Si mi pluma valiera tu pistola»… ¡Ah, Isabel! ¡Si mi pluma valiera tu pistola! Y tus ojos de bayoneta furiosa. Y tus manos insurgentes. Y tu cadera indómita. Y la disciplina miliciana de tus piernas. Y tu aroma levantino y levantisco. Tú envuelta en pancartas, en alaridos rebeldes y consignas obreras. ¡Viva el revolcón del proletariado! Camila Vallejo de Iberia, belleza romana, ninfa trotskista con pelo solar: recreemos tú y yo la batalla de Stalingrado.

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IX Yo veo la vida en la lengua de humo que sale por mi ventana mientras fumo, abandonando las tinieblas de mi cuarto y derramándose en el sol espléndido de la primera tarde de septiembre, único fenómeno que ven de mí los vecinos: los desechos, los restos, el agua sonajera de un río que corre ahí dentro, una máscara de la realidad que se consume escondida.

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X Asegura algún evangelio apócrifo que Jesús el Viviente, que caminaba entre nosotros, dijo «el Reino está dentro de vosotros y fuera de vosotros». Pero yo pienso en la jugosidad macabra de Hannibal e incluso en la versión beatífica encarnada por Dexter. En los siete asnos (menores de edad, para escarnio de la justicia) que violaron a una pobre enferma y en el puerco infecto que incineró a sus dos hijitos. O en el cabrón que acelera cuando no cruzas por el paso de cebra y en la rata que se lanzó tacón en mano a por un pobre apaleado gritando «mátalo». Y no comprendo el optimismo de los meapilas.

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XI Una capacidad política que alcanza a escribir un manual sobre cómo hacer cócteles molotov o acampadas en las plazas. No necesitamos otra cosa: movimiento, acciones, asambleas, asaltos, concentrarnos, gritar, cantar, subir, bajar. Nos sentiremos importantes y estaremos tan ocupados que no advertiremos la realidad: no somos necesarios. Molestamos.

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XII Eso del Fútbol no es, quizá, tan mala idea. Es como Dios y la Cocacola, existen porque son necesarios. Hablan de «pan y circo» pero no recuerdan qué es el circo. Si no tuvieran el alienante televisivo de los veintidós uomos leonardinos, querrían aletargar su mente con gladiadores y crucifixiones en directo. Disfrutan con la agresividad del fútbol porque les recuerda el instinto atávico del canivalismo. Y no está mal. Literatura vampírica edulcorada, Pepe y Mario Balotelli, documentales de La 2. Simples iconos de la realidad animal de nuestra mente: queremos saborear la sangre humana.

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XIII La civilización (toda ella, con sus ruinas de ahora y sus innovaciones de ayer; con sus drogas asépticas y enervantes) está contenida en una lata de Coca-Cola. Refresco y arma arrojadiza.

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XIV Ocupar: embarazar o estorbar a alguien. ¡Tocan las trompetas! ¡Vibran los muros! ¡Tocan las trompetas! ¡Turúuuuu, turúuuuu! ¡Tocan las trompetas! ¡Será la música de guerra! Los protestantes expulsan en sus soplidos toda la intención política que concentran en el estómago, tiene que funcionar. ¡Suenan las trompetas! ¡Ensordecen las trompetas! ¡Apabullan las trompetas! ¡Bendito estruendo! Rodean el Gran Edificio y dan vueltas para mostrar impaciencia, pero parecen venerarlo como a la Kaaba o depositar esperanzas en él como si fuera la piedra de Urkiola. ¡Tocan las trompetas! ¡Tocan las trompetas! ¡Enmudecen las trompetas! Quizá vuelvan otro día.

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XV

Para C., a modo de promesa

También tus ojos tienen, joven, el brillo de la superioridad serena, del humilde torrente de autenticidad. Pero ya no gustan los uniformes, ay, y tu extática piel es la coraza en la que el viento estrella su enseñanza. Viento, sí, que empuje el viento, entonces irradias luminosa esmeralda y amaneces tritogenia, hermosa como la espuma de un mar coralino. No podríamos compartir trinchera, la lucha es solitaria y a lo sumo puedo pedirte: enséñame a desollar leones.

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XVI Me ocurre que veo postrar (arrodillar, humillar) las metáforas y las sinécdoques al servicio de una causa moral, ajena, colectiva, ingenua. Y que lo pide el público como le pedía a Ezra Pound su ración diaria en Radio Roma. Creían en el imperativo poético de la acción política. Tuvieron suerte, era un genio. Pero hagamos un distingo: afectar de poesía la realidad dista mucho de extraer de ella poesía. Así que permítanme contar en verso lo que me dé la gana y escribir con sangre humana, con amor y con muerte, con anhelo y con miedo, sin buscar el vulgar aplauso de la masa enardecida.

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XVII He visto a las mejores mentes de mi generación destruidas por los interrogantes. El contenido no importaba, todo es un problema no aclarado, una cuestión dudosa. Interrogantes, preguntas, dudas. Desasosiego, inquietud, desvelos: malvivir. Una y otra vez, pescadillas mentales, sueños quebrados por no entender. Las cinco uves dobles y todos, desde que se tiene uso de razón, convertidos en periodistas. He visto a las mejores mentes de mi generación destruidas por no saber exclamar, por no -simplemente, con sencillez animal- saber devenir.

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XVIII nos gusta jugar con las hormigas mónada-reflejo de nuestro espíritu reducción fragmentada del carácter inquiero y débil, perfectamente manipulable en su rebeldía en su búsqueda en su andar zigzagueante dentro de la senda dentro del servicio a la colonia libertad para servir con indefensión formícida nos gusta jugar con nosotros mismos pero nos acobarda

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XIX Por un instante -uno: el que transcurre entre deslumbrarme por tus ojos y darme cuenta de que también eres persona- pensé que estaba enamorado. Lo reconozco: enamorado, con la mácula de humillación y la bochornosa irracionalidad que ello conlleva; amor. Pero entonces… Ay, mujer, entonces proyecté varias imágenes en mi cabeza. Una secreción multicolor en tu nariz, un gurullo entre los dedos de tus pies y la hediondez derivada de tus flatulencias. Y en el rechazo que me causaba descubrí que no te conocía.

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XX Ese es el instante, en el que desconectas temporalmente el cuerpo y el alma se asoma por los ojos: ese es el instante. El maldito instante. Cuando todas las fuerzas que pudieran quedarte las consume tu cerebro, carburando a toda máquina explicaciones a -¿lo confiesas?- tu soledad. Tu aterradora soledad no buscada. Yo te conozco, Johnny K, sé que cuando recuperas el sentido físico de tu ser te sientes exhausto y no te has movido. Y sé que te enfrentas a la vida así, sin comulgar por coherencia y sin luchar por desidia, sé que tu historia es de abandono y que por dentro suspiras por un tiempo que no conociste. Llorar por un error no cometido, lamentar ser la posibilidad equivocada -quizá la única opción viable- de un experimento. Y no tener retorno. Y saber que has perdido. Y seguir en la brecha. Sin moverte. Y callar por no matar. Y morir por callar.

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XXI Ya habíamos perdido. La furia, los insultos, los alardes eran sólo ecos del orgullo herido. Qué querías o qué podíamos hacer; callar con angustia, esperar. Esperar como quien aguarda lo inevitable, ser estatua ante la avalancha. Ver cómo se acerca el fin y no hacer nada: contemplar con valentía que no tenemos salvación. A veces atacar es una forma de rendirse.

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XXII Ahora, es ahora o nunca. Pero ahora: flotar, vacío interior, temblor de alma, mirar nublado. Es ahora o nunca, cobarde: entiende que este es el último ahora.

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XXIII Un año. O dos. Sin volver a vernos, sin hablarnos. Sin saber en qué nos hemos convertido. Desconociéndonos: olvidando. Era el plan perfecto, no volver a hacernos daño. Ni a querernos (sabes que el amor -dijo Aristóteles- se compone de amistad y convivencia). Pero de nuevo un cruce, la mirada y dos palabras. Sólo pude maldecir tu nombre y honrar tu cuerpo.

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XXIV A veces no entiendo en qué piensas. Tú, mujer absoluta. Rotunda. En qué piensas y qué hago aquí. Qué hago aquí.

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XXV Recitaba lo de «Madrid, solapada ramera». Como un mantra, como una inocente oración de la niñez. Lemas de pólvora animal, rabia de león domesticado. No parar hasta tropezar y otros versículos rotos y arcaizantes. Hoy, entre sombras y ceniza, aceptando las grandes miserias y los grandes éxitos que hay en todo, ya sabemos que la nostalgia es el refugio de los cobardes.

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Coda Anoche (me gusta salir por la noche, caminar en soledad y anonimato o disolverme en un grupo de canallas; de cualquier manera; me gusta cómo la oscuridad nos protege de nosotros mismos) anoche hablé con un tipo al que no conocía y que resultó ser de charla fácil. El bar el antro el tugurio estaba cerrando y el camarero -un desgraciado y antipático cocainómano- nos avisó de que fuéramos pagando. Mi interlocutor se indignó: ¡Y encima nos quiere cobrar! Yo lo repetí. Y encima nos quiere cobrar. Porque nosotros, al fin y al cabo, estábamos ahí de adorno haciendo ambiente sin molestar para el efecto llamada. O eso nos hacía creer la fatuidad. Íbamos cuatro y el mundo no tenía otro sentido que ser telón de fondo de nuestras vidas. De nuestras deficientes y simplonas vidas. El camarero se lo tomó mal: las resacas acumuladas los años la farla

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las copas y un concierto esa misma noche. Luce canas, está gordo y no quiere entender (maldito drama del siglo) que juventud no es sólo trasnochar. El muy cabrón se inventó copas en la cuenta y no nos puso el precio de amigo, el de siempre, el que nos permitía seguir tirando con la poca dignidad que nos quedaba en la cartera. Y zapatiesta al canto, de mí no te ríes, arañar bolsillos, si lo sé no vengo, a partir de ahora, con esto no llega, y tú qué dices, que ya está bien. Por eso te escribo, querida, para que sepas que no estaré allí cada noche, con la jarra y el cigarro, esperando tu aparición en la puerta; que tendremos que buscar otro sitio para fingir sorpresa al vernos -tú por aquí, te iba a llamar, y si te vienes a-. Que todavía nos podemos permitir eso de no arrastrarnos, de no aceptar un mal gesto, una boca torcida, una mano rota. Y, sobre todo, que ya sabes cómo nos va y que lo de ir allí era sólo por el precio.

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DICIEMBRE ME GUSTÓ PA QUE TE LARGUES.

JOSÉ ALFREDO JIMÉNEZ