La verdadera vida de Carlos Gardel

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A mamá A Cristina A Gaby Las tres mujeres de mi vida J. B. A Raquel, mi compañera inolvidable A los amigos y amigas que alentaron O. B. —Vea, Carlitos: usted podría ir dictándome las cosas que le ocurrieron en su vida, y después se podría reunir todo y hacer un libro. Él se entusiasmaba con la idea, en el primer momento. Seguramente lo atraía esa posibilidad de adentrarse aún más en el conocimiento y en la estima del pueblo. Se sonreía, le brillaban los ojos: —¡Sería lindo!... Pero casi enseguida, lo vencía esa indolencia del porteño, que prefiere siempre dejar las cosas para mañana: —Sería lindo..., pero ¡quién tiene paciencia! Y no pasábamos de ahí. ANTONIO SUMAJE, “La vida de Carlos Gardel contada por su chofer”, Aquí Está, marzo de 1944.

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A mamá A Cristina A Gaby Las tres mujeres de mi vida J. B. A Raquel, mi compañera inolvidable A los amigos y amigas que alentaron O. B.

—Vea, Carlitos: usted podría ir dictándome las cosas que le ocurrieron en su vida, y después se podría reunir todo y hacer un libro.

Él se entusiasmaba con la idea, en el primer momento. Seguramente lo atraía esa posibilidad de adentrarse aún más en el conocimiento y en la estima del pueblo. Se sonreía, le brillaban los ojos:

—¡Sería lindo!... Pero casi enseguida, lo vencía esa indolencia del porteño, que prefiere

siempre dejar las cosas para mañana: —Sería lindo..., pero ¡quién tiene paciencia! Y no pasábamos de ahí. ANTONIO SUMAJE, “La vida de Carlos Gardel contada por su chofer”, Aquí Está, marzo de 1944.

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INTRODUCCIÓN En los últimos años hemos asistido a la explosión de expresiones literarias basadas en la cons-

trucción de mundos imaginarios, fantásticos, donde nuevos héroes enfrentan colosales desafíos que resuelven con valentía e inteligencia. Aparentemente, en la vida cotidiana de los seres huma-nos sería cada vez más difícil encontrar prototipos similares que desplegaran hazañas dignas de prestarles equivalente atención. Sin embargo, existen hombres que merecen ser incluidos en el grupo selecto de quienes dejaron huellas imperecederas en la historia de algunos pueblos, porque en su vida afrontaron desafíos relevantes en función de sus objetivos de trascendencia permanen-te. Uno de ellos es Carlos Gardel.

Existe amplio consenso de que Gardel sigue siendo el máximo cantor del tango, es decir, de la música, poesía y danza que más claramente ha expresado a argentinos y uruguayos en bue-na parte del siglo XX. Que ello suceda con un artista que desapareció hace casi setenta años, sólo es posible por la conjunción de varios factores: en primer lugar por su excelsa calidad musical como intérprete y autor; en segundo término, por la magnitud que alcanzó su figura en el nivel internacional a partir de su difusión masiva tanto por las grabaciones discográficas como por sus películas; y finalmente, por la imagen global que la sociedad asimiló de la personalidad de Gar-del: el muchacho de barrio, buen hijo, que ascendió de la nada hasta ser una figura de primera magnitud. Pero también con la cuota de “calavera” que se idealiza como prototipo de la afición a “las mujeres, las farras y el champán”, pintón y elegante, que hace un culto de la amistad y de la “gauchada”, como parte de un permanente desprendimiento del dinero que incluye su reconocida afición a los caballos de carrera.

Sin embargo, esta imagen popular y los mitos que desde su muerte reforzaron esta perspec-tiva no han hecho justicia a los aspectos menos conocidos de la personalidad de Gardel: su auto-disciplina en el cuidado de su físico y su apariencia, su contracción al trabajo, su relevante capa-cidad como compositor, la búsqueda crecientemente obsesiva de calidad en la elección del reper-torio y en la realización de sus grabaciones, su lucha por mejorar el nivel de sus películas, su vi-sión empresarial, su comprensión de las diversas etapas del desarrollo artístico mundial y nacio-nal, sus proyectos de mediano y largo plazo. Tampoco se ha explorado suficientemente su for-mación musical que explique, más allá de sus cualidades naturales, la excepcional riqueza inter-pretativa que le permitió, junto con artistas como Bing Crosby y Maurice Chevalier, convertirse en uno de los más importantes intérpretes de la música popular del mundo en la primera mitad del siglo XX.

Paradójicamente, el artista terminó absorbiendo a su constructor, Charles Romuald Gardes, este porteño nacido en Francia, que desde pequeño se incorporó a la fusión de nacionalidades tan vigorosamente expresada por Buenos Aires, y que trabajosa y meticulosamente edificó a Carlos Gardel.

El propósito de esta biografía es intentar rescatar simultáneamente el contexto social, el hombre y el artista. Si en muchas biografías se comete el error de atribuir al personaje desde el inicio de su vida las virtudes de sus años maduros, en Gardel esta deformación ha sido una cons-tante. En esas visiones, ya desde niño y adolescente asombraba por su canto y se habría impues-to “naturalmente” por sus dotes. Pero sucede que los hombres, a diferencia de los héroes de la li-

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teratura fantástica, no tienen poderes especiales que les permiten atravesar sin esfuerzo el duro tránsito a la fama.

En la medida en que los mitos construidos a partir de su muerte y las discusiones banales sobre el lugar de su nacimiento y su trágico final desplazaron la comprensión integral de su nota-ble trayectoria, Gardel quedó, en términos masivos, reducido a la limitada reproducción radial de algunos de sus temas sólo en ciertos espacios en la Argentina, a una permanencia mucho mayor en el espacio radiofónico uruguayo, a programas especializados de tango en algunos países lati-noamericanos. Incluso han desaparecido las exhibiciones de sus películas que años atrás se ha-cían en los aniversarios de su muerte. A pesar de ello, increíblemente mantiene su vigencia, aun-que cubierto por una creciente niebla de ignorancia sobre su importancia.

Si bien en la Argentina se han producido a lo largo de las últimas décadas estudios parcia-les, algunos de alto valor, que han permitido dilucidar aspectos confusos de su vida o que han profundizado en los valores musicales de su canto y sus composiciones, parecería que la premu-ra de los tiempos actuales dificulta ocuparse de estudiar más profundamente su figura. Ello tam-bién tiene que ver con la producción literaria argentina actual. Lejos estamos de las biografías más profundas que abordaron la vida de algunos próceres a finales del siglo XIX y comienzos del XX, si bien las mismas se centraron en sus acciones ligadas a la emancipación nacional y a la construcción de la nación aunque dejando de lado su vida íntima. Los productos más recientes perdieron el esfuerzo de reconstrucción histórica y, por cierto, muy pocos de ellos avanzaron en materia de investigación y calidad literaria que permitiera abordar creativamente el rico material que siempre despliega una vida humana destacada. La saturación actual de una profusa y apresu-rada colección de biografías noveladas, donde algunas anécdotas dispersas sirven de base a su-perficiales recorridos por la vida de hombres y mujeres que ocuparon un lugar en la historia na-cional, parece confirmarlo.

Esta falta de continuidad nacional en la producción de biografías explica que la única que merece el nombre de tal sobre Gardel haya sido escrita por un extranjero: Simon Collier, por en-tonces profesor de Historia en la Universidad de Essex, Inglaterra, que en 1986 publicó su libro, el cual, traducido en 1988 al castellano, sigue siendo un referente obligado sobre el artista.

Collier sistematizó y organizó los trabajos escritos sobre Gardel con base en cuatro fuentes esenciales: las memorias de José Razzano escritas por Francisco García Jiménez; la importante cronología de la carrera artística del cantor elaborada por Miguel Ángel Morena; los recuerdos de Armando Defino —el último administrador y luego albacea del artista—, y las memorias de Terig Tucci sobre la vida de Gardel en Nueva York. Además de otras fuentes locales menores, ello fue complementado con información documental obtenida en Francia y Estados Unidos.

Con la rigurosidad de un avezado historiador, Collier extrajo el máximo provecho de estos materiales, ordenó fechas y procesos y extrajo acertadas líneas generales sobre la personalidad de Gardel y su trayectoria artística. Sin embargo, y como él se ocupó de aclararlo en diversas oportunidades, su trabajo fue acotado, no realizó investigaciones sobre materiales de época y no abordó los supuestos misterios o zonas no conocidas de la vida y trayectoria del artista. Así llegó a afirmar la imposibilidad de investigar su infancia y adolescencia o a reducir al asombro el he-cho de que el artista filmó en 1917 una película muda. También absorbió linealmente las memo-rias de Razzano, sin dimensionar las deformaciones introducidas en el relato por quien terminó enfrentado con Gardel y que, como es obvio, reacomodó circunstancias en beneficio de su ima-gen personal o simplemente no siempre fue ayudado por su memoria. Fallecido recientemente, Collier merece nuestro reconocimiento profundo. Culminó una etapa de estudios entre los que se destacan los análisis de Rubén Pesce sobre la evolución musical del cantor y sobre Alfredo Le Pera; de Edmundo Eichelbaum sobre el discurso gardeliano; de Raúl Lafuente, Rubén Pesce y Eduardo Visconti sobre los guitarristas de Gardel, y los recuerdos de Carlos Zinelli compilados por José Luis Macaggi sobre aspectos poco conocidos de la vida del artista.

Pero, además de estos esfuerzos rigurosos, no podía faltar una colección de ensayos donde la fantasía y la mera especulación suplieron la falta de documentación y de investigación siste-

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mática. Como han señalado algunos autores, esta ignorancia acumulada ha sido la base de la construcción de los mayores mitos sobre el artista.

En esta dirección se inscriben los trabajos construidos con relación al supuesto nacimiento de Gardel en Tacuarembó, Uruguay. Sobre este tema nada puede superar la desbocada fantasía del periodista Erasmo Silva Cabrera (“Avlis”), que fue continuada y acrecentada por Nelson Ba-yardo y Eduardo Payssé González. El trasfondo de estos esfuerzos por negar el origen francés de Gardel y su carácter de inmigrante está asociado al renacimiento de una ideología para la cual resulta un agravio suponer que el máximo cantor “criollo” no hubiera nacido en estas tierras. En toda esta corriente asombra la negación del tango como expresión de la fusión musical impulsa-da por los inmigrantes europeos, lo que colateralmente lleva a negar las persecuciones desatadas en las primeras década del siglo XX contra éstos, también en nombre de un nacionalismo que uti-lizaba al criollismo como punta de lanza de su xenofobia.

Estos intentos de reconstruir un Gardel “criollo” a partir del lugar donde nació se inscriben en una imagen positiva del artista. Desde una perspectiva descalificadora, autores como Tabaré De Paula, Blas Matamoro y Juan José Sebreli han asociado dogmáticamente su ligazón temprana con los comités conservadores y el contexto de su juventud con su trayectoria posterior, compar-tiendo en gran medida con el núcleo anterior su falta de preocupación por una investigación ri-gurosa que respaldara sus opiniones.

Las confusiones introducidas, amplificadas por la necesidad periodística de la noticia fácil y rimbombante, hacían imprescindible profundizar en la reconstrucción de los procesos y cir-cunstancias que forjaron a este símbolo cultural rioplatense, develar diversos puntos oscuros de los relatos existentes y describir en forma más directa las circunstancias de su vida.

Esta investigación se ha beneficiado con la aparición en los últimos años de varios estudios que se suman a los mencionados y que aportan un material extremadamente valioso. El libro de Orlando Del Greco sobre los autores —poetas y músicos— de las canciones interpretadas por Gardel es un excepcional esfuerzo de varias décadas que permitió recoger una importante canti-dad de testimonios sobre la vida del artista en diferentes períodos, incluidos los de su ignota ado-lescencia. La recopilación de entrevistas a Gardel en diarios y revistas de distintos países produ-cida por Hamlet Peluso y Eduardo Visconti es una fuente notable para conocer el pensamiento íntimo del cantor con relación al mundo del espectáculo. El diccionario gardeliano de José Bar-cia, Enriqueta Fulle y José Luis Macaggi es un apoyo útil para temas y personajes vinculados al artista. Investigaciones puntuales como las de Guadalupe Rosa Aballe sobre la escolaridad de Gardel arrojan luz definitiva sobre este proceso. Los trabajos de Rodolfo Omar Zatti sobre la re-lación de Gardel con el turf y sobre su gira artística final por los países latinoamericanos han re-copilado un valioso material documental.

Si bien no vinculados solamente a la figura de Gardel son referentes esenciales los diversos estudios de Sergio Pujol, en particular su libro Las canciones del inmigrante que da contexto y hace comprensible el mundo del espectáculo musical de Buenos Aires que hizo posible la emer-gencia del artista. Igualmente relevantes son los libros sobre el tango en París de Nardo Zalko, sobre la expansión de esta música en diversos países editado por Ramón Pelinski, y los análisis sobre su difusión en España producidos por Xavier Febrés, Patrícia Gabancho y Ramón Pelinski. El trabajo de Pedro Ochoa sobre el tango en el cine es otra contribución significativa. Juan Car-los Esteban ha hecho una precisa sistematización de la inconsistencia de la leyenda uruguaya del nacimiento de Gardel en ese país.

Además de tales estudios, esta biografía se apoya en una numerosa bibliografía sobre as-pectos de la ciudad de Buenos Aires y sobre la evolución del cine en el nivel internacional y na-cional, y también en diversos estudios sobre el teatro, el sainete, la zarzuela, la ópera y el varieté. Pero en especial se ha apelado a los diarios y revistas publicados en esta ciudad en la primera mitad del siglo XX. Varios de los aportes novedosos de esta biografía responden a ese tipo de fuente documental. La colección de la revista Todo es Historia contiene también un sinnúmero de investigaciones que fueron ampliamente utilizadas.

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Fuentes de inestimable valor muy poco explotadas hasta ahora en toda su dimensión han si-do las memorias de Antonio Sumaje, “El Aviador” (el chofer de Gardel); Manuel Pizarro, el di-rector de la orquesta típica de mayor repercusión en Francia en todo el período en que actuó el cantor; José Aguilar, uno de los guitarristas que sobrevivió a la catástrofe aérea de Medellín; Hu-go Mariani, colaborador musical del artista en Nueva York y las investigaciones sobre el mundo del Abasto realizadas por Ricardo Otazú. Una entrevista radial de Antonio Carrizo a Rosita Qui-roga ha sido también fuente de inédita información sobre el cantor.

Respecto de todo lo referente al nacimiento y la familia de Gardel en Francia, son de gran importancia los materiales producidos continuamente en la Association Carlos Gardel de Tou-louse dirigida por José Felix, recientemente fallecido, y Maurice Christin. De gran valor ha sido el material publicado en la revista Club de Tango, que ha facilitado reconstruir las primeras giras de Gardel por el interior del país y las actuaciones en el País Vasco en España. También el uso del material de varios sitios de Internet ha sido de gran utilidad.

Como es natural, en este período han ido desapareciendo las personas que tuvieron una re-lación cercana a Gardel. Hemos alcanzado a dialogar antes de su muerte con Aarón Giser, quien se desempeñó como peluquero del artista y vivía en Jean Jaurès 747, casa lindera a la del 735 donde vivían Berta y Carlos en Buenos Aires. También a través de nuestra colaboradora Silvana Sassano, hemos entrevistado en España a Sagi Vela, el notable barítono de la zarzuela española, hijo del no menos famoso Sagi Barba, que desempeñó un rol decisivo en la formación artística del cantor.

La realización de esta obra, desarrollada a lo largo de más de quince años, implicó la redac-ción de un conjunto de monografías sobre la evolución de la ciudad de Buenos Aires a finales del siglo XIX y comienzos del XX; el sistema político imperante con particular atención sobre los comités; la generación y desarrollo del sainete, el circo criollo, el varieté, la ópera y la zarzuela; la evolución del tango en Buenos Aires, París, España y Nueva York; la historia del cine argenti-no, el cine en los estudios de Joinville y las filmaciones de la Paramount en Nueva York. Incor-poradas en su totalidad al manuscrito original, dieron como resultado un volumen que hubiera obligado a la edición de esta obra en varios tomos. Si bien ello incluía información valiosa que permitía entender mejor la situación contextual de la trayectoria de Gardel, desviaba la atención del objetivo principal que era el estudio detallado de la vida del artista y sus avances musicales. Ello impulsó a una drástica reducción de la publicación, que seguramente el lector agradecerá. Una parte menor de la documentación más relevante se remite a notas al pie de página y en la bi-bliografía que se anexa se puede ampliar la información sobre los diversos temas específicos tra-tados.

Por otra parte, éste es un libro abordado por un autor proveniente de las ciencias sociales —sociólogo-historiador— y otro del campo de las artes, en especial de la música y el cine. Por lo tanto existían los riesgos de volcar el libro hacia una exposición enciclopedista del contexto social en que se desenvolvía el artista o, en el otro extremo, de detenerse detalladamente en su extensa obra como intérprete, compositor y actor.

El desarrollo del texto terminó definiendo un enfoque superador de ambos aportes, no sólo porque nos pareció que ello enriquecía el relato y lo hacía más ameno para el lector, sino porque esencialmente el proceso mismo de investigación fue fundiendo las perspectivas y enriquecién-dolas en una nueva dimensión. O para decirlo de otra manera, porque los hallazgos sobre la per-sonalidad de Gardel y sus logros artísticos no dejaron de sorprendernos, entusiasmarnos y con-movernos. Resolvimos entonces asignar alta prioridad al material más vívido, donde el artista y los testigos directos a través de sus declaraciones, sumados al material documental de la época, nos permitían recoger en forma más cercana los detalles de su vida y su producción artística.

Había que darle una estructura y una secuencia temporal a este trabajo. Podíamos fijar cor-tes diversos en función de distintos acontecimientos. Pero resolvimos organizar la exposición en función de su evolución musical, y si el lector sigue atentamente la obra, advertirá cuán notable-mente fundida está con los diversos períodos de su vida personal. En esta dirección nos fue muy

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útil el estudio de los investigadores Buela, Puga y Laurenzo del Departamento de Estudios de Joventango, Montevideo, realizado en 1985.

La biografía se presenta organizada en la presente introducción, nueve partes, conclusiones y tres anexos.

Así, la primera parte, “Charles Romuald Gardes (1890-1911)”, incluye desde su nacimien-to hasta que el joven se encuentra con Razzano. Desde el punto de vista musical, esta etapa será decisiva en cuanto a las influencias que Gardel recibirá en el mundo del Abasto y la calle Co-rrientes. Serán también éstos los años de su infancia y adolescencia, en los que irá moldeando su carácter y descubriendo el mundo de la calle.

La segunda parte, “Gardel y Razzano (1911-1915)”, aborda el período que va desde que Gardel adopta su nombre artístico, encara su debut discográfico y se vincula con José Razzano hasta 1916, año en que el dúo hará su irrupción en el mundo del varieté.

“Primeros pasos en la senda del profesionalismo (1916-1920)” es la tercera parte del libro e incluye tres momentos fundacionales en la historia artística de Gardel: los discos del 17, la fil-mación de Flor de durazno y el estreno de su primer tango, “Mi noche triste”. La parte concluye hacia mediados de 1920, cuando diversos hechos de índole personal lleven al cantor a buscar cambios tanto en su vida privada como artística.

Nos adentramos así en la cuarta parte, “Construcción de una imagen (1920-1923)”, época en la cual Gardel establecerá su primer noviazgo oficial, regularizará su situación legal y comen-zará a tomar conciencia de la importancia de la imagen, al tiempo que el dúo alcanza una gran popularidad.

“El cantor de tango (1923-1925)”, quinta parte de nuestro trabajo, incluye el momento en que Gardel toma el mando artístico del dúo, consolidándose al mismo tiempo como el intérprete número uno del tango cantado. Será también esta época la de sus primeras incursiones artísticas por tierras españolas. La etapa culmina con el retiro de Razzano, quien a partir de entonces co-menzará a ser el representante de Gardel.

En la sexta parte, “La carrera como solista (1926-1929)”, se aborda su debut radiofónico en su condición de solista y su definitiva consolidación en tierras españolas, así como el notable triunfo obtenido en sus actuaciones en Francia, donde se afirma como un artista de primera mag-nitud internacional.

En la parte séptima, “El gran salto (1930-1933)”, veremos que además de su incursión fíl-mica en Buenos Aires a través de los cortos de sus canciones, en estos tres años Gardel realizará sus producciones cinematográficas europeas, época en la que el cantor también adquirirá con-ciencia de las limitaciones que Buenos Aires le imponía a sus ambiciones, así como también será un momento decisivo en cuanto a la toma de decisiones en su vida privada.

Llegamos a la octava parte, “Gardel en Nueva York (1934-1935)”, que estará signada por su estadía en esa ciudad, donde actuará en radio y filmará sus más notables películas. La novena parte, “El largo adiós (1935)”, incluye la gira por los países latinoamericanos y su trágico desen-lace.

Las conclusiones están destinadas a presentar un cuadro genérico de los aspectos de su per-sonalidad y de su trayectoria artística que nos parecen más destacados.

Un primer anexo que hemos denominado “Sobre héroes y tumbas” presenta aquí la trascen-dencia que la carrera del cantor y su muerte dejaron: desde la simple evocación hasta la comple-ja construcción de mitologías varias.

Un segundo anexo contiene la filmografía completa del artista. En un tercer anexo se presenta la información más completa que hemos podido construir

sobre las grabaciones realizadas por Carlos Gardel. Ésta ha sido elaborada por Gabriela Giba, que con gran esfuerzo logró integrar las diversas bases de datos preexistentes, depurar sus erro-res y reorganizar integralmente la información. Confiamos que será de gran utilidad para los es-pecialistas, pero que también el lector encontrará en este nivel el detalle del enorme trabajo reali-zado por Gardel en esa materia.

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Por último, hemos hecho un esfuerzo sistemático por apoyarnos en las versiones más con-fiables sobre los distintos aspectos aquí tratados, intentando obtener confirmaciones sobre su ve-racidad por otras fuentes. Relatos fuera de contexto, tiempos históricos reales o simples fanta-sías, han sido desechados. Es posible que existan materiales inéditos que celosos coleccionistas aún no han hecho públicos, documentos de la época desconocidos por nosotros. Ansiosos de mantener un diálogo creativo al respecto, solicitamos a quienes posean material u opiniones que enriquezcan nuestro trabajo, que nos escriban al correo electrónico [email protected], o consulten la página www.gardelbiografia.com.ar.

Lejos de la concepción que tenemos sobre la permanente evolución del conocimiento histó-rico está suponer que la nuestra es la biografía “definitiva” de Carlos Gardel. También es seguro que nuevas investigaciones específicas continuarán arrojando luz sobre la vida y la obra de este artista. Confiamos que este trabajo estimule nuevos esfuerzos en esa dirección.

PRIMERA PARTE CHARLES ROMUALD GARDES (1890-1911)

CAPÍTULO 1

NACIMIENTO

TOULOUSE, CIUDAD NATAL El 12 de febrero de 1893 una multitud se abigarraba junto a la planchada que permitía as-

cender al buque Dom Pedro, de bandera portuguesa. En el puerto de Bordeaux para los france-ses, o de Burdeos para los de habla hispana, predominaban el castellano y el francés, aunque también se oían otros idiomas y dialectos, en especial el vasco y el catalán. Este sitio constituía una de las salidas más importantes de Francia al Atlántico, en el golfo de Gascogne. La ciudad se extendía en forma irregular sobre la orilla izquierda de un meandro del río Garona, al comien-zo de la abertura del estuario de Gironda, a unos cien kilómetros del océano. La profundidad del estuario hacía muy seguro a este puerto y su ubicación, en la convergencia de las grandes vías de tráfico entre la Francia septentrional, la España atlántica y el Midi francés, favoreció su desarro-llo a lo largo de los siglos, gracias a la importación de materias primas del África Occidental y de América y la consiguiente transformación industrial orientada hacia la exportación.

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Aquel día frío y lluvioso,1 una mujer menuda y algo regordeta pero fuerte vigilaba los bul-tos con sus pertenencias y a su pequeño e inquieto hijo, de poco más de veintiséis meses. Marie Berthe Gardes Camarès, con veintisiete años y proveniente de la ciudad de Toulouse, iba a em-prender la travesía hacia la desconocida y lejana Buenos Aires en compañía de su hijo, Charles Romuald Gardes.

¿Qué circunstancias habían impulsado a esta joven a emprender el camino, siempre azaro-so, del emigrante? ¿Cómo vivía y cómo era la ciudad de Toulouse, que se había convertido en inhóspita para ella?

Toulouse, capital del departamento de Haute-Garonne (Alto Garona), está situada en el su-roeste de Francia, dentro de la llamada Cuenca del Aquitania, una amplia región en la que des-ciende la Cordillera Negra. Allí, donde puede decirse que termina el alto curso del río Garona y donde convergen numerosos valles pirenaicos, se levantaba en semicírculo el núcleo urbano más antiguo, que posteriormente se extendería en ordenados barrios residenciales hasta el Canal del Midi, y más allá, en vastos suburbios. Centro comercial de una importante región agrícola, su es-tratégica ubicación como vía de enlace más corta entre el Atlántico y el Mediterráneo, la mantu-vo comunicada por carreteras y vías fluviales —y desde el siglo XIX por ferrocarril— con toda la región, particularmente con el importante puerto de Burdeos.

La abundante utilización del ladrillo en la construcción de viviendas y edificios daba un co-lorido rojizo a la ciudad, que le valió el nombre de Ville Rose (Villa Rosa). También se la deno-minaba “ciudad de los trovadores”, dado que a comienzos del siglo XIV siete juglares habían for-mado la Compagnie du Gai Savoir (Compañía de la Ciencia Gaya) con el fin de preservar la “langue d’oc” —dialecto de la zona—, compañía que es considerada en la actualidad la más an-tigua sociedad literaria de Europa.

Toulouse vivió una profunda declinación a partir de las guerras religiosas del siglo XVI y de las sucesivas pestes vinculadas a la carencia de alcantarillado en sus estrechas y sucias calles, donde deambulaban cerdos y aves de corral. Un profundo estancamiento demográfico hizo que durante todo el siglo XVIII creciera en sólo diez mil habitantes, llegando en 1790 a los cincuenta y tres mil. Al mejorar notablemente las condiciones de higiene, y dado el desarrollo de la medi-cina en la segunda mitad del siglo XIX, pasó a contar con ciento veintisiete mil habitantes en 1866, y con posterioridad mantuvo una tasa de crecimiento demográfico superior a la de los años precedentes.

La familia Gardes, de antigua prosapia tolosana, había acompañado la expansión de la ciu-dad durante esos siglos. El 3 de abril de 1835 nació Vital Gardes Pascale, tercer hijo de Jean-Marie Gardes Bonhomme y de Marie Anne Pascale Bonnefoy, ambos nativos. Vital, rompiendo con la tradición familiar de casarse con tolosanos, contraerá matrimonio con Hélène Camarès Cunégonde, oriunda de la pequeña población de Albi, ubicada a veintitrés kilómetros hacia el noreste en las estribaciones del Macizo central. Nacida el 20 de julio de 1839, era hija de Mat-hieu Camarès y de Hélène Cunégonde Barase —ambos originarios de dicho pueblo—. El matri-monio se celebró el 10 de mayo de 1862 y la pareja se instaló en Toulouse, donde tuvo dos hijos: Jean, nacido el 11 de abril de 1863 y Marie Berthe, el 14 de junio de 1865. Tres años después del nacimiento de Marie Berthe, el 17 de marzo de 1868, sus padres se separaron, alegando la mujer recibir malos tratos,2 aunque recién el 27 de diciembre de 1889 formalizarían el divorcio. Hélène formaría una nueva pareja con Louis Alphonse Juliez Carichou, al que le llevaba nueve años de edad, y con el que finalmente se casaría y tendría un nuevo hijo, Charles, que nacería en Vene-zuela, el 11 de febrero de 1876. Como el divorcio con Vital se concretó trece años después, el ni-ño llevaría inicialmente el apellido Gardes.

La familia de Berthe era de muy modesta posición, vinculada a actividades urbanas. El pa-dre era yesero y la madre explotaba una pequeña sombrerería en la zona de Arnaud-Bernard. És-ta quedaba cerca de la casa donde vivían, en la calle Canon D’Arcole 4, propiedad de un primo por el lado materno, Marius Barrat. Era una típica vivienda tolosana de inquilinato, con un pasi-llo central al que daban las habitaciones, dos pisos en altos, y patio al fondo donde se ubicaba el

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baño. La fachada, armónica y simétrica, era de ladrillos a la vista, las ventanas con postigones de madera y dos pequeños balcones coincidentes con el acceso en la planta baja. Las amigas de Berthe de la infancia también pertenecían a sectores sociales similares. Así, por ejemplo, Odalie Ducasse tendría más adelante un humilde taller de modista y de arreglo de sombreros. En cuanto a Berthe,3 deberá salir a trabajar como planchadora para colaborar con el sustento del hogar. Ella lo recordaría muchos años más tarde: “Cuando yo era chica, en Toulouse mis padres eran gente humilde. A mi padre no lo recuerdo bien. Mi madre era casada en segundas nupcias, y a mi pa-drastro, que era muy bueno, le decíamos ‘tío’. La vida no era entonces como ahora. Mi mamá era modista de sombreros y tenía buenos clientes”.4

EL PEQUEÑO CHARLES En marzo de 1890, cuando Berthe tenía veinticuatro años, descubrió que estaba embaraza-

da. Este hecho cambiará decisivamente su vida, porque no logrará obtener el reconocimiento de su pareja de la futura paternidad.

El 10 de diciembre, al iniciar el trabajo de parto, debió cruzar el río Garona por el antiguo puente de la ciudad hasta la ribera oeste, donde se encontraba el hospital Saint Joseph de la Gra-ve. En ese mismo establecimiento, fundado en 1647, habían nacido varias generaciones de Gar-des. Un edificio rectangular, con las clásicas tejas rojas y una cúpula —agregada en 1824—, donde es posible que el jueves 11 de diciembre de 1890, a las dos de la mañana, se haya colgado una bandera blanca de una de las ventanas de la sala de Maternidad, en señal de alumbramiento. Se respetaba así una vieja tradición provenzal, de práctica usual en los hospitales franceses, que en este caso anunciaba el nacimiento de Charles Romuald Gardes. La partera que asistió a Bert-he se llamaba Jenny Bazin.

Esa misma tarde Pierre Adouy, adjunto del alcalde de Toulouse, certificó el acta de naci-miento —inscripta en la página 314 del Libro, asiento 2481—, que traducida al castellano dice así:

“República Francesa. En nombre del pueblo francés. ”El onceavo día del mes de diciembre del año mil ochocientos noventa a las dos horas de la

tarde. ”Nacimiento de Charles Romuald Gardes nacido hoy a las dos horas de la mañana en el

hospital De la Grave, hijo de padre desconocido y de Berthe Gardes, planchadora, nacida en Toulouse y domiciliada en la calle Canon D’Arcole 4 según la declaración hecha a nosotros por Jenny Bazin, partera de dicho hospital, el niño ha sido reconocido como de sexo masculino, lo que resulta del certificado del Doctor en Medicina de dicho hospital a sus delegados domicilia-dos en Toulouse, Jean Mandret, de sesenta años de edad, y Dominique Dulón, de veintitrés años de edad, empleados en dicho hospital y sin parentesco entre ambos, que firman con la citada Ba-zin, partera.

”Constatada por nosotros se suscribe, y el adjunto al Alcalde de Toulouse, oficial público del Estado Civil, delegado por él, previa lectura hecha a los declarantes, firma como testigo.”

Firmado: “Bazin, Mandret, Dulón y Pierre Adouy, Adjunto”.5 En cuanto al origen del nombre, hay indicios de que Berthe lo eligió en homenaje a su her-

manastro, Charles Carichou (Gardes), quien se encontraba enrolado en un cuerpo expedicionario del Ejército francés en Indochina.6 Pocos días después, Berthe y el pequeño Charles abandona-ron el hospital. Y como el niño debía ser formalmente reconocido, ya que no bastaba el simple asentamiento del nacimiento, el 22 de diciembre, ante las autoridades correspondientes, se levan-tó la siguiente acta, que figura con el número 280, y que traducida dice:

“A los veintidós días del mes de diciembre del año mil ochocientos noventa a las cuatro horas de la tarde ante el delegado del Alcalde de Toulouse ante el Estado Civil, ha comparecido María Berthe Gardes,7 planchadora, nacida en Toulouse el catorce de junio de mil ochocientos

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sesenta y cinco y domiciliada en rue D’Arcole 4, la que ha declarado formalmente su conformi-dad a la ley de reconocer a su hijo natural Charles Romuald Gardes, nacido en Toulouse el once de diciembre de mil ochocientos noventa, inscripto en el Estado Civil el mismo día, hijo de pa-dre desconocido y de Berthe Gardes. Testigos domiciliados en Toulouse: Charles Espinaue, de [ilegible] años, domiciliado en [ilegible] 8; Henri Laurans, de cuarenta años, domiciliado en [ile-gible], no emparentados, previamente leído firman de conformidad.”

La madre asumía así plenamente a su hijo, pero quedaba asentado el estigma que ambos guardarían como un gran secreto durante más de cuatro décadas: “hijo de padre desconocido”.

EL PADRE BIOLÓGICO ¿Quién era el padre de Charles Romuald? ¿Por qué motivos no lo reconoció, obligando a

Berthe a inscribirlo como hijo natural, con su apellido? Hasta el final de su vida ella dejará este tema sin dilucidar, intentando defender su carácter de viuda, con el propósito de ocultar la falta de paternidad legal de su descendiente. Prueba de ello es la entrevista concedida a la revista La Canción Moderna el 8 de junio de 1936, donde Berthe señala que el padre de Charles Romuald Gardes había sido un militar, de nombre Paul Romuald, quien supuestamente falleció sin que su hijo llegara a conocerlo. Es oportuno señalar que frente a la casa donde vivía Berthe se encontra-ban los viejos cuarteles militares del departamento Haute-Garonne, lo que podría alimentar una especulación respecto de esta versión, aunque todo indica que sólo consistió en un recurso para eludir el tema.

Por el contrario, personas cercanas a Gardel han señalado que su padre habría sido Paul Lasserre. Según su descendiente Raymond Gelos, Berthe trabajaba en el taller de limpieza y planchado que era propiedad de la madre de Paul Lasserre y allí se conocieron. Gelos agrega que Paul Lasserre era ingeniero en la fábrica de papel Sirven, en la calle Riquet; que había nacido en una familia burguesa de Toulouse el 1º de agosto de 1866, y fallecido el 20 de noviembre de 1921, un año después de viajar a Buenos Aires para darle el último adiós a Berthe y a su hijo. Para Gelos, ella no habría viajado sola a Buenos Aires, sino en compañía de Lasserre, y la deci-sión de partir rumbo a la Argentina habría sido porque la unión entre ellos, en Toulouse, era im-posible debido a las marcadas diferencias sociales entre las familias. Para ese entonces, Paul contaba sólo veinticuatro años y era soltero.

No obstante, esta versión, que menciona viajes de Lasserre a la Argentina, no ha sido pro-bada documentalmente. Paul Lasserre no figura en el listado de pasajeros del barco en que llega-ron Berthe y el pequeño Charles, ni tampoco en los años posteriores.8 Además, en ninguno de los viajes que Gardel realizó a Toulouse se ha registrado aproximación alguna con la familia Lasserre. Así como tampoco ha sido mencionada por familiares directos de Berthe.

El bailarín Carlos Zinelli, que en 1928 acompañó a Gardel en su gira por París, sostuvo por su parte que Armando Defino, apoderado del cantor, le informó que Paul Lasserre había aporta-do dinero “para que la joven madre, asediada por reproches familiares y prejuicios vecinales, pu-diera poner distancia entre ella y Toulouse”.9 Según él, “la familia Gardes explotó durante mu-chos años una sombrerería (venta, confección y arreglos), en la zona de Arnaud-Bernard. En una actividad afín con ese comercio se desenvolvía un joven viajante, Paul La-sserre. Ya veinteañe-ra, Berthe trabó romance con Paul, que desembocaría en el nacimiento de un varoncito bautizado con los nombres de Charles Romuald. Lasserre no reconoció a ese niño. Según se estableció más tarde, lo impedía su condición de hombre ya casado. Al tiempo de relacionarse con Berthe, tenía dos hijos con su esposa legal. La zona de ventas asignada a Lasserre comprendía, precisamente, Toulouse y una parte del sur de España, circunstancia esta última que le permitía hablar castella-no medianamente bien”.10 En esta versión, Lasserre aparece como hombre casado con dos hijos, viajante de comercio.

Guadalupe Aballe ha localizado la documentación de Paul Jean Lasserre, nacido en Tou-

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louse el 1º de agosto de 1866, hijo de Joseph Lasserre, que trabajaba en la fabricación de carrua-jes, y de Jeanne Marie Blanc, de profesión planchadora. Paul contrajo matrimonio con Marie Anne Broyer el 29 de septiembre de 1898 en Toulouse. Este dato permite confirmar que en el momento de nacer Charles Romuald, Paul era soltero y tenía 24 años, uno menos que Berthe. Enviudó en 1918.11

Seguramente, la información más significativa al respecto es la proporcionada por el perio-dista Edmundo Guibourg, de reconocida solvencia intelectual y amigo de Gardel desde pequeño, quien, entrevistado por Carlos Achával para la revista Flash en 1985, señaló:

“Ahora le voy a relatar una cosa que me contó él [Gardel]. No puedo precisar con exactitud la fecha, pera ya era un hombre hecho y derecho. Seguramente estaba cerca de los 30 años. Un día me dice:

”Te voy a contar una cosa que no te conté nunca. Estuvo el viejo... ”—¿Qué viejo? ”—Mi padre. ”—¿Cómo, lo viste? ”—No. Vino de Toulouse a ver a mi madre, sabiendo que yo soy un artista ya conocido y

ofreciendo reparación tardía. La vieja me dijo... ”Yo le pregunté: ‘Mamá, ¿qué le contestaste?’. Y me dijo que dependía de lo que yo le di-

jera. Que todo dependía de mi voluntad, no de la de ella. ‘¿Vos lo necesitás, mamá?’ Y me dijo que no lo necesitaba.

”Yo tampoco, no solamente no lo necesito. No lo quiero ver. ”Se llamaba Paul Lasserre. Con dos eses y dos eres... ”El hombre vino de Toulouse, posiblemente para hacer una reparación de hombre modesto.

Era un hombre de clase media, muy correcto, parece. Un poco rústico, hombre provinciano.” En otra entrevista, realizada en 1981, Guibourg repetiría la misma versión, señalando que

Gardel, a manera de chiste, le decía: “Te das cuenta, ¡qué fenómeno! Me llamo Charles Ro-muald Lasserre Gardes. ¡Qué te parece! Con ese nombre puedo andar por el mundo...”.12

Tito Li Causi (1994) sostiene que Paul Lasserre llegó a Buenos Aires para legitimar a su hijo en 1909, es decir, muchos años antes del relato de Guibourg, y describe detalladamente el encuentro con Berthe y el rechazo que recibió de ésta y de su hijo.13

Otras especulaciones que pretenden develar la identidad del padre del artista carecen de sostén documental y parecen más bien inspiradas en la fama que luego alcanzaría el gran can-tor.14 Hasta el momento, la paternidad de Paul Lasserre parece ser la más probable, aunque se carezca de certezas absolutas al respecto. Enfermo de hepatitis virósica, Lasserre falleció el 20 de noviembre de 1921.15

DE CARA A UN NUEVO DESTINO A partir del nacimiento de su hijo, Berthe abandonó la casa de su abuelo, donde convivía

con su familia, la que censuraba su conducta, aunque no todos coinciden con este rechazo fami-liar.16 Aceptó entonces el ofrecimiento de su amiga de la infancia, Odalie Ducasse de Capot, de mudarse a la casa que compartía con su esposo y su hijo, Esteban Capot. Además, como Odalie tenía un taller de modista y arreglos de sombreros, Berthe se incorporó como trabajadora. Este-ban Capot, nacido en Lot-et-Garonne, Toulouse, el 23 de enero de 1882, ha hecho un relato deta-llado de ese momento:

“Cuando Madame Berthe fue a vivir a mi casa, Charles estaba a mi cuidado. Tenía él en-tonces 3 días de vida. El cuidado de Charles estaba a mi cargo mientras Madame Berthe trabaja-ba en el taller de modista que mi madre había instalado en una habitación de la casa [...] Yo he vivido una niñez muy feliz cuidando a Charles en su infancia. Me sentí muy triste el día que mi madre me dijo:

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”—Esteban, vístete bien que iremos a despedir a Berthe y a Charles. ”—¿Adónde van...? ”—Se van a Bourdeaux —respondió mi madre. ”Mientras me vestía, sentía que un montón de lágrimas enjugaban [sic] mis ojos. Con esa

angustia en el alma acompañé a mi madre a la estación del tren para despedir ella a su más gran-de amiga y yo, a mi hermanito menor. [...] Todavía me parece ver las manitas de Charles, toma-das por las manos de su madre, tirando besos y saludando a la distancia. Cuando el tren había desaparecido en la curva tomando la vía a Bordeaux en mis ojos llorosos se fijó la imagen de Charles de tal manera, que hasta hoy nunca se pudo borrar de mis ojos.

”Cuando mi madre vio que mi cara estaba mojada por las lágrimas, tratando de consolar-me, me dijo mientras me besaba: Ya pronto... muy pronto nosotros también seguiremos el mis-mo camino y nos reuniremos con ellos. En el trayecto de regreso a casa, también me hizo saber que ella y Berthe habían resuelto cruzar el mar rumbo a la República Argentina en busca de prosperidad”. 17

Así, después de algo más de dos años, Berthe decidió alejarse de Toulouse. Por un lado, porque su situación personal le impedía rehacer su vida plenamente, y por otro, a causa de la di-fícil coyuntura laboral por la que estaban atravesando. En esas circunstancias, Odalie le hizo lle-gar una carta que le había remitido una amiga común, Anaís Beaux, desde Buenos Aires. Le pro-ponía viajar a esa recóndita ciudad, donde contaría con su apoyo y el de su esposo.

LA EMIGRACIÓN A LA ARGENTINA Las causas que impulsaron a Berthe Gardes a viajar a la Argentina están ligadas, como diji-

mos, a la situación del contexto y a la suya en particular. Así, en relación con el primer aspecto, los flujos migratorios durante el siglo XIX llevaron a buena parte de la población de la región de Aquitania a trasladarse a este país.

Ese proceso se inscribe en los movimientos migratorios europeos vinculados a la gran ex-pansión de la población en el Viejo Continente, que se duplicó como consecuencia de los avan-ces científicos, ya que mejoraron sensiblemente la higiene y la medicina, provocando una nota-ble caída del índice de mortalidad. La atrasada agricultura tradicional no podía dar respuesta a la creciente demanda de alimentos y la penetración de manufacturas provenientes de los países eu-ropeos más avanzados, como Inglaterra, contribuyó a arruinar la producción artesanal de las pe-queñas explotaciones agropecuarias, agravando más la situación.

La migración hacia la Argentina surgió inicialmente en la periferia de la Europa industriali-zada: irlandeses, vascos y berneses de los Pirineos franceses y población de Aquitania, habitan-tes del norte de España —vascos, asturianos y gallegos— y de la Liguria y la llanura del Po de Italia.

En Francia, en el período que tratamos, el 42 por ciento de la población trabajaba en la agricultura y el 30 por ciento ya lo hacía en la industria, pero el sur tenía un desarrollo industrial mucho más acotado. Su desarrollo agrario era insuficiente y se produjo así una gran presión so-bre las ciudades que, como Toulouse, no podían absorber la población excedente. A la presión demográfica y la escasez de trabajo en la zona de Aquitania y los Pirineos, se sumaba el sistema de mayorazgo, que hacía que toda la tierra pasara a uno solo de los herederos, generalmente el hijo mayor, provocando necesariamente la salida de los restantes hermanos.

Otro elemento importante para decidir la emigración era el servicio militar, dado que desde la Revolución Francesa regía el reclutamiento general y obligatorio, de cinco a siete años de du-ración, que se sumaba a los períodos de guerra.

No obstante, el tema relevante en la ciudad de Toulouse a fines del siglo XIX era la crisis económica. Las industrias textiles o metalúrgicas de la ciudad estaban en declive y fueron susti-tuidas por la artesanía y las pequeñas manufacturas; sólo las fábricas nacionales (estatales) ofre-

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cían cierta estabilidad. La riqueza estaba fuertemente concentrada, en gran medida en las anti-guas familias de la nobleza, y los niveles de pobreza eran elevados y las oportunidades laborales, muy escasas.

En este marco, la familia Gardes intentaría superar esa situación emigrando hacia América del Sur. Viajaron a Venezuela en 1875 cuando Jean tenía once años y Berthe nueve.18 Según la propia Berthe: “...nosotros desembarcamos en Venezuela. La gente era muy pobre. Mi madre no podía trabajar en su oficio de hacer sombreros, porque las mujeres de aquel tiempo no los usa-ban, y por eso nuestra permanencia allí no fue larga y no tardamos en volver a Francia”.19 En ese período nació su hermanastro, Charles Carichou, el 11 de febrero de 1876. A esta estadía se re-fiere Gardel en la carta que a fines de abril de 1935 le remitió a su madre desde el Hotel Majestic de Caracas, en la que le decía: “Como vez [sic] te escribo desde Venezuela el país que voz [sic] conocés lo mismo que tío Juan...”.20 La familia retornó a Francia y en el Censo de Población de 1886 se registra que en la calle Prunier 32 de Burdeos vivían Louis Carichou y Hélène Camarès con sus hijos Berthe y Charles Gardes (Carichou). Jean se encontraba cumpliendo el servicio mi-litar.

Mejor suerte correría la mayor parte de la emigración, que se dirigió a la Argentina. En ese sentido es importante señalar la permanente acción del gobierno de este país por

atraer inmigrantes europeos. Para ello la Comisión Central de Inmigración distribuyó agentes de propaganda en todo el continente. Luis Sauze trabajaba en el Midi francés y José Wild en toda Francia y para 1887 se registra la presencia de agentes en Toulouse. También colaboraban los “ganchos”, como se los conocía en toda Europa, que recorrían amplias regiones señalando las bondades de los territorios americanos. Existían también los “propagandistas del interior” que operaban en las aldeas del medio rural, arreglaban documentos de viaje e incluso adelantaban fondos para el traslado hasta los puertos o hasta el país de destino a cambio de comprometer la propiedad de las fincas de la familia de los emigrantes. Los operadores en los puertos se especia-lizaban en el embarque de los pasajeros y cobraban una comisión a la compañía transportadora así como a los inmigrantes, para proporcionarles una plaza en un barco, dada la gran demanda.21

A comienzos del siglo XIX la inmigración francesa al Río de la Plata era pequeña por la conmoción producida por las guerras civiles internas. A fines de 1880 los franceses constituían el diez por ciento de los inmigrantes arribados a la Argentina, y ocupaban el tercer lugar luego de los italianos y los españoles. Llegan en gran medida de los Pirineos occidentales y de la cuen-ca del Aquitania. En 1901 había 94 mil franceses en el país, cantidad sólo superada mundialmen-te por los 104 mil que habían emigrado a los Estados Unidos. En 1912, sobre 138 mil franceses en América del Sur, 100 mil se encontraban en la Argentina.

La inmigración francesa se repartió en la ciudad de Buenos Aires de acuerdo con la espe-cialización profesional. Se concentraba en algunos barrios como el Socorro, alrededor de la pla-za San Martín, el puerto y las estaciones, donde existían hoteles, cafés y restaurantes que los em-pleaban como cocineros y mucamos. En los prostíbulos creció la fama de las mujeres francesas, mientras que otras se empleaban de vendedoras, modistas o de institutrices en las familias de clase alta. Asociado a este fenómeno, las planchadoras eran muy requeridas, en especial en la zona cercana a los teatros y la ópera, donde los actores y cantantes solicitaban esos servicios. Allí se había instalado Anaís Beaux, la amiga de Berthe que le había asegurado que le encontra-ría inmediata ocupación.

Todos estos factores, sumados a su situación personal, terminaron por decidir el viaje de Berthe. “Nunca supe comprender el espíritu de mi mamá, y por eso quizá nos sentíamos un poco extrañas. Mis recuerdos de esa época no son muy agradables... No podía vivir junto a la incom-prensión de mi madre y decidí abandonar Francia. Carlitos tenía algo más de dos años de edad”.22 Hizo entonces los trámites documentales y se embarcó en el buque Dom Pedro el 12 de febrero de 1893, en el puerto de Burdeos.

Afortunadamente para Berthe y el pequeño Charles, ya en esa época el viaje se realizaba en buques de vapor y los imprecisos dos meses de travesía en los antiguos barcos a vela se habían

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reducido a casi la mitad, dependiendo de las paradas en Brasil y en Uruguay. Seguramente viaja-ron en tercera clase o como pasajeros de proa, entre puentes, sin baños, con instalaciones sanita-rias deficientes, comida mala y mareos, como la mayoría de los inmigrantes. Las camas tenían colchón de paja y un acolchado de lana, infestados de chinches, pulgas y piojos, dado que luego del arribo de los inmigrantes se embarcaban en ese mismo espacio animales, lanas, cueros y ce-reales. El agua potable sólo se podía usar para beber y para cocinar pero no para el lavado y la limpieza. “En el barco estaban obligados a convivir militantes autodidactas y labriegos analfabe-tos; familias de protestantes severos que educaban a su prole en el temor a Dios, y muchachos inescrupulosos, rudos, poco sociables, que se lanzaban a una aventura solitaria. No eran raras las discusiones. Los jefes de familia protegían a sus hijas adolescentes de las miradas codiciosas de los hombres solos, en abstinencia sexual forzada. Las señoras casadas recelaban de las mujeres que se reían fuerte y viajaban sin compañía...”23 En contrapartida, los pasajes eran muy baratos y se accedía a ellos con modestos ahorros.

El 10 de marzo de 1893, después de casi un mes de travesía, los viajeros llegaron al puerto de Buenos Aires. El verano estaba terminando y el tiempo era agradable, en contraste con la llo-vizna helada que los había despedido en Burdeos. Berthe, con el pequeño Charles, ansiaba el en-cuentro con su amiga Anaís Beaux. Una nueva etapa de sus vidas, ahora en la Argentina, estaba por comenzar.

NOTAS

1 En esta época del año, y dado el clima oceánico de Burdeos, la temperatura oscilaba entre 4 y 6 grados centígrados y las lloviznas se transformaban rápidamente en lluvias.

2 En el acta de separación entre Vital Gardes y Hélène Camarès se señala “Que resulta en efecto que Gardes golpeó a esta última en varias ocasiones, la escupió en la cara, le ha dirigido palabras agravian-tes y se entregó a escenas de una violencia extrema, que desde entonces la vida en común entre los dos esposos no podía continuar sin peligro para la mujer, por lo que correspondía dictaminar la separación de hecho solicitada por ella”. Georges Galopa, vicepresidente de la Association Carlos Gardel Toulou-se, en www.gardelweb.com, donde se reproducen los originales del acta de separación y la resolución judicial otorgando el divorcio.

3 A pesar de que su nombre completo era Marie Berthe, ella prefirió utilizar sólo el segundo; por ese motivo, en adelante la llamaremos Berthe, para el período de su vida en Francia.

4 “La verdadera vida de Carlos Gardel recogida de labios de su anciana madre”, revista La Canción Mo-derna, 8 de junio de 1936.

5 Sin embargo, a pesar de constar en este documento como nacido el 11 de diciembre, las autoridades del Municipio de Toulouse, al levantar un monolito en memoria de Gardel, inscribieron la fecha 10 de diciembre de 1890. Se basaron para ello en el acta del hospital, que indica que el 11 de diciembre fue bautizado el niño Charles Romuald, nacido el día 10, hijo de Berthe Gardes y de padre desconocido, confeccionada por el sacerdote Bertrand. Consta en el folio 19 del libro de la capilla, siendo testigo Mario Arnold. Era muy común en esa época partir de los datos de la fe de bautismo. Sin embargo, es probable que ésta fuera errónea, ya que el resto de la documentación indica con claridad el nacimiento el día 11. Basado en ello, otra placa en la famosa casa de la rue D’Arcole señala: “C’est dans cet im-meuble qu’est né le 11 décembre 1890 Charles Romuald Gardes qui devait devenir célebre dans le monde entier sous le nom de Carlos Gardel”. Deslices de este tipo eran absolutamente frecuentes en la documentación de esa época, y ello explica los frecuentes errores, no sólo en las fechas sino también en la inscripción de los nombres. Por ejemplo, en la fe de bautismo el apellido Gardes aparece con til-de en la “e”, a diferencia de los otros documentos.

6 Debe aclararse que dado que en el momento del nacimiento de Charles Carichou sus padres no eran casados, al volver a Francia fue censado como Charles Gardes. Al casarse sus padres pudo usar su apellido de Carichou. Esto provocó una gran confusión creyéndose durante mucho tiempo que se tra-taba de dos personas diferentes. A ella se le sumó otra producida por la publicación original de su fo-

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tografía vestido con uniforme, de barba y bigotes, sobre la que Berta Gardes escribió “Gardes Carlito” aparecida en la revista argentina Gente en su edición especial de 1977 donde se señala: “Charles, el bi-sabuelo de Gardel era militar”. Payssé González (1993, p. 41) aclara que el uniforme que aparece en la fotografía fue usado por primera vez como vestimenta militar del soldado de la infantería francesa en 1898 y fue reemplazado en 1920, confirmando que debió ser usado en este período y no mucho antes, como hubiera sucedido de utilizarlo el bisabuelo de Gardel. Charles Carichou, hermanastro de Berthe Gardes, se incorporó como voluntario al Ejército francés el 18 de junio de 1896, y después de varios ascensos volvió a la vida civil, el 18 de diciembre de 1910. En 1914, a los treinta y ocho años, volvió a alistarse para la guerra contra Alemania y murió el 11 de octubre de 1918, a raíz de las enfermedades contraídas (Association Carlos Gardel Toulouse, op. cit.). A él corresponde entonces la fotografía.

7 En ese acto se dejó constancia de que en el acta de nacimiento Marie Berthe omitió su primer nombre (Marie), dado que no lo utilizaba en la vida cotidiana.

8 En realidad, la imperfección de los registros de ingreso en la Argentina impiden ser categóricos al res-pecto. Por un lado, no todos los extranjeros entraban en barco por la zona de puerto Madero y, por otro, los registros existentes son parciales y mucha documentación original se ha perdido con el paso del tiempo.

9 Zinelli, C. y Macaggi, J. L. (1987), p. 130. 10 Idem, p. 124. 11 “Paul Lasserre, algunas precisiones sobre su vida”, en www.gardelweb.com. 12 Moncalvillo, M. (1981), p. 103. 13 Un aspecto que hace dudar de esta versión es que señala que localizó a Berthe por “la fama” de su hi-

jo, lo que en 1909 carecía de todo asidero, ya que la carrera artística de Gardel no se había plasmado aún. Este autor, sin embargo, afirma que su biografía incorpora elementos obtenidos “a través de char-las con mamá Berta” (p. 23). Li Causi, nacido el 26 de enero de 1919, tenía sólo veinticinco años cuando falleció Berthe Gardes, el 7 de julio de 1944, lo que arroja un manto de duda sobre tales entre-vistas. Es posible que sus afirmaciones se basen en testimonios indirectos, particularmente en los re-cuerdos de Esteban Capot.

14 En 1996 Elena Irene Gardes publicó un libro en Buenos Aires donde pretende demostrar que el padre de Charles Romuald fue, en realidad, un primo de Berthe. Según la autora, relatos de su abuelo le per-mitieron saber que Vital Jean Gardes, padre de Berthe, tenía un hermano llamado Louis Genes Gardes, casado con Lucie Grégoire. Como los padres de Berthe se divorciaron cuando la niña tenía nueve años, ella quedó al cuidado de esos tíos, que vivían en Saint-Genes d’Olt, en el departamento de Aveyron. Según esta autora, en 1890, cuando Berthe tenía veinticinco quedó embarazada de su primo José Gardes, tres años menor que ella. La reacción familiar habría sido muy negativa, particularmente de parte de Lucie Grégoire, dado que José cursaba por entonces la carrera eclesiástica. Esa humillante situación habría provocado que la familia Gardes se embarcara hacia Buenos Aires ese mismo año, y que terminara viviendo en Pehuajó, provincia de Buenos Aires, mientras que el Superior de la Orden a la que pertenecía José lo enviaba a purgar su falta a Asia y África. Según esta versión, en 1893 Berthe partió con Charles Romuald para la Argentina acompañando al matrimonio con el que trabajaba como empleada doméstica desde 1890. José hizo lo mismo, pero la oposición de su madre le impidió con-cretar su deseo de casarse con su prima y reconocer al hijo nacido de esa relación. Con posterioridad, se casaría y se instalaría en Pehuajó, donde fue un educador destacado y fundador del colegio Nuestra Señora de Lourdes. Este relato está sostenido en sucesivos recuerdos familiares que pretenden probar una relación entre esa familia Gardes y Berthe Gardes en la Argentina. Las pruebas testimoniales, co-mo cartas de Berthe dirigidas a José Gardes en Pehuajó, habrían sido guardadas en un cofre hasta 1980, y ocultadas en un placard de la estancia Refugio, de su hijo, donde ese año fueron supuestamen-te quemadas por ignorar su importancia. Como vemos, la consistencia de esta versión se esfuma ante la imposibilidad de aportar pruebas, más allá de conversaciones familiares, posiblemente desatadas al revelarse el verdadero apellido de Gardel tras la publicación de su testamento en 1935. Además, resul-ta muy fantasioso que José Gardes hubiera viajado y se hubiera afincado en la Argentina en busca de su mujer y su hijo, y no lo hubiera concretado por una imposición de su madre a la distancia. Menos creíble aún es la afirmación de que la documentación probatoria se mantuvo oculta hasta 1980 para luego ser destruida, a pesar de la importancia que tenía para la familia. Una reciente investigación de la Association Carlos Gardel Toulouse ha probado que Vital Gardes y Louis Gardes no eran herma-nos, con lo cual toda la versión se vuelve definitivamente inconsistente. Véase www.gardelweb.com.

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15 Jean, S. (1994), pp. 11 y ss. 16 Henri Brune, sobrino político de Gardel por vía materna, señala: “He tratado de rememorar, con mis

recuerdos, algunos momentos que pude pasar en compañía de Carlos Gardel. Mi madre, por interme-dio de mi abuelo (al que yo llamo así porque es el único que conocí, pero que en realidad es el segun-do esposo de mi abuela), conocía muchas cosas sobre la familia Gardes pero, en esa época, había mu-chos tabúes que impedían hablar. Fue en la casa de Marius Barrat, en la que habitaba Berthe Gardes y donde nace Carlos Gardel. La casa situada en el 4 de la rue du Canon d’Arcole pertenecía a mi abuelo. En aquella época ser madre soltera no era para nada honorable. Hay clases sociales, como la alta bur-guesía, donde esto es más que vergonzoso. Pero posiblemente no era ése el caso de Berthe, ya que no hay que olvidar que los abuelos de Carlos tenían una vida un poco particular. Especialmente su abue-la, que se divorció en una época en que no era frecuente hacerlo. Luego se volvió a casar, alrededor de 1910, con Alphonse Carichou. Por lo tanto, no creo que el nacimiento de Carlos haya producido el es-cándalo que hubiera producido en una familia burguesa [...] En cuanto al problema del padre, yo no sé nada. Mi madre y mi abuelo seguramente sabrían, ya que Berthe habitaba en su casa cuando tuvo ese problema” (Martha Báez, “Paul Lasserre, el padre de Gardel. Una historia jamás contada”, revista La Maga, Nº 11, Buenos Aires, 1995).

17 Li Causi, T. (1994), pp. 42-43. 18 Ello está registrado en el pasaporte de Hélène Camarès emitido el 14 de enero de 1875 donde figuran

sus hijos, Jean y Berthe. Véase Juan Carlos Orofino, Georges Galopa y Monique Ruffié Saint-Blanca “Los dos Charles Gardes: el tío militar y el sobrino cantor”, en www.gardelweb.com.

19 “La verdadera vida de Carlos Gardel recogida de labios de su anciana madre”, op. cit. 20 Ostuni, R. (1995), p. 229. La carta se encuentra reproducida en Juan Carlos Orofino, “Gardel era fran-

cés”, 2003, en www.gardelweb.com. 21 Sarramone, A. (1999). 22 “La verdadera vida de Carlos Gardel recogida de labios de su anciana madre”, op. cit. 23 Wolf, E., y Patrarca, C., p. 30, en Sarramone, A. (1999), p. 113. CAPÍTULO 2

INFANCIA

LA BUENOS AIRES QUE RECIBIÓ A LOS GARDES Charles Romuald y su madre arribaron a la ciudad de Buenos Aires el 10 de marzo de

1893, por las nuevas instalaciones del puerto, entrando por el antepuerto donde se fondeaba. El 11 de marzo médicos y funcionarios realizaron la visita sanitaria a la nave y al día siguiente los viajeros pudieron desembarcar. Su ingreso en el país fue anotado en los libros de la Dirección Nacional de Migraciones y Berthe aprovechó esa situación para definir su situación personal re-gistrándose como viuda: “Vapor Dom Pedro, 1800 toneladas, Capitán Croquer... Tripulación 49, 145 pasajeros, procedencia Le Havre y Burdeos, número de orden 121; Berte [sic] Gardes, Pasa-porte Francés Nro. 94, viuda, 27 años, planchadora, católica, número de orden 122, Charles Ro-muald Gardes, 2 años”.1 Y no era la única; muchos emigrantes, como por ejemplo hombres casa-dos, rehacían su situación matrimonial al llegar a la Argentina declarándose solteros.2

El pequeño Charles Romuald tenía dos años y tres meses. Al descender del barco, los espe-

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raban Anaís Beaux y su esposo Fortunato Muñiz. Este hecho marcó una diferencia con la mayo-ría de los inmigrantes que los acompañaban, ya que no irían a alojarse en el llamado Hotel de la Rotonda o Panorama de Retiro, un edificio espacioso, de forma circular, construido totalmente de madera y ubicado frente al río, con capacidad para albergar unas ochocientas personas. Había comenzado a funcionar entre 1877 y 1878 y estuvo habilitado hasta 1911, cuando fue reemplaza-do por el moderno Hotel de los Inmigrantes.3 Además, la calurosa recepción de su amiga ayudó a amortiguar la sensación de inseguridad que la mayoría de los recién llegados experimentaba tras el largo viaje y el encuentro con una sociedad totalmente desconocida y en la que se hablaba otro idioma.

La señora Beaux, tolosana como Berthe, les había reservado un alojamiento provisorio y un puesto de trabajo para su amiga en el taller de planchado que ella misma dirigía. En adelante, Berthe y Charles Romuald adaptarían sus nombres al castellano, por lo que también nosotros los denominaremos de ahora en más, Berta y Carlos Gardes.

Por entonces, los procesos que sentaban las bases de la Argentina moderna estaban íntima-mente vinculados al crecimiento y las transformaciones de la ciudad puerto, que rápidamente abandonó su impronta colonial para transformarse en una de las principales urbes del mundo. A su histórico papel como centro comercial exportador de cueros y tasajo de carne vacuna e impor-tador de manufacturas, se sumó la expansión de la producción ovina desde 1840, que colocó a la lana como el principal producto de exportación. Además, estaban las antiguas zonas trigueras, como las chacras de San Isidro en el norte de la ciudad, y los tambos en expansión en la zona de Ensenada, donde predominaban vascos españoles y franceses, así como las quintas, con mayoría de italianos, situadas en los bordes de la ciudad. En Luján y Pilar se concentraban los propieta-rios de carretas que movilizaban una parte importante de los productos de la zona rural.4

En 1855 la ciudad, fuertemente integrada con la campaña circundante, tenía unas 683 man-zanas pobladas, distribuidas sobre la costa del río, desde la calle Brasil al sur hasta Retiro al nor-te, extendiéndose hacia el oeste hasta la altura de Callao y la actual Rivadavia. A no más de ocho cuadras de Callao aparecía el Mercado del Oeste, que luego se llamaría 11 de Septiembre —y más tarde, simplemente el Once—, donde llegaban las carretas con cueros, lanas y granos para descargarlos en los depósitos que circundaban la plaza. Su relevancia se acrecentaría al inaugu-rarse en 1857 la terminal del primer ferrocarril del país, cuyo tramo unía a 11 de Septiembre con San José de Flores. Caballito y Belgrano eran pequeños caseríos y recién comenzaba el pobla-miento de la Boca por los genoveses. Al oeste de la Boca, en ambos márgenes del Riachuelo, la presencia de los saladeros había impulsado la instalación de ranchitos en una zona que lentamen-te se iría cubriendo de distintas industrias y depósitos que le darían su nombre: Barracas. Más adelante se desdoblaría y daría origen a Barracas al Sud, la zona ubicada detrás del maloliente curso de agua —el Riachuelo—, luego rebautizada como Avellaneda.

La basura se concentraba en un vaciadero situado más al oeste de Barracas y la población que se ganaba la vida revolviéndola erigió un barrio denominado de Las Ranas. La marginalidad no era sólo patrimonio de esa zona. En la bajada de la Recoleta, en un lugar próximo al cemente-rio, los mendigos en sus pobres viviendas se confundían con los ranchos de pescadores ubicados en la parte cercana al río.

Buenos Aires, hacia 1870, conservaba los rasgos generales de la edificación colonial. Pre-dominaban las casas bajas en una ciudad chata y extendida, cuyo símbolo eran las azoteas. Pero esto rápidamente cambiará. La excepcional expansión de la producción agropecuaria pampeana, que sumará a las exportaciones de origen ganadero, las de trigo, maíz y lino a partir de la década de 1870, será la base del gran flujo inmigratorio, que multiplicará en más de cuatro veces la po-blación del país entre 1869 y 1914. Esta expansión tendrá su centro en la zona pampeana, pero serán particularmente las ciudades de Buenos Aires y Rosario las principales receptoras del mo-vimiento poblacional encabezado por los inmigrantes europeos. Buenos Aires, que en 1869 tenía 177.800 habitantes, en 1895 —dos años después de la llegada de Berta y su hijo— contaba con 663.800, más de tres veces la población de Toulouse. Los habitantes extranjeros en la ciudad pa-

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saron de ser el 35% en 1855 a representar el 53% en 1887. Predominaban los italianos, los espa-ñoles y los franceses.

En este marco, los saladeros poco a poco fueron sustituidos por grandes frigoríficos y este pasaje de manufactura a gran industria se expresará en la presencia multitudinaria de obreros, a los que se sumarán los de las nuevas ramas industriales destinadas a cubrir parte importante de la demanda interna generada por la llegada creciente de inmigrantes.

Esta vertiginosa expansión de la ciudad enfrentará a distintos proyectos sobre su desarrollo. Por ejemplo, un intenso debate se producía en relación con la ubicación del puerto entre quienes deseaban consolidar el rol del Riachuelo en su desembocadura en el Río de la Plata y quienes impulsaban su construcción en la zona más cercana al centro. Esta última propuesta se impuso y el 28 de enero de 1889 fue inaugurada la Dársena Sur, primera sección del nuevo puerto en el centro.

El intendente de Buenos Aires, Torcuato de Alvear, impulsó la transformación del centro cívico tradicional mediante la construcción de la Plaza de Mayo, demoliendo la Recova Vieja y uniendo la Plaza de la Victoria con la 25 de Mayo, a lo que se sumaba la apertura de la Avenida de Mayo, como eje principal. Ello se reforzaría con la posterior decisión de instalar el Congreso de la Nación en el otro extremo de la avenida, a la altura de Callao. Inicialmente se proponía un bulevar de circunvalación algo más arriba hacia el oeste de la calle Callao, pero en 1888 ese lí-mite se extendería hasta la actual avenida General Paz, con la incorporación de los municipios de Flores y Belgrano, donde las familias acomodadas tenían sus quintas de veraneo. La ciudad cubría ya un radio de más de quince kilómetros, más del doble de lo imaginado pocos años antes por las autoridades, y había 1363 manzanas edificadas, entre las cuales numerosos baldíos deja-ban abierta la posibilidad a febriles loteos para nuevas expansiones.

El ferrocarril permitirá una rápida conexión del centro de Buenos Aires con los puntos ur-banos aún aislados. Dada la eliminación de las vías en la zona céntrica de la ciudad, la estación de Retiro pasará a concentrar las distintas líneas y a partir de 1870 comenzarán a correr en para-lelo dos tranvías desde el centro hasta Plaza Once, como medios auxiliares. Luego se expandirá un amplio sistema tranviario para cubrir toda la ciudad.

Junto con la transformación de los viejos y tradicionales barrios, la aparición de los medios de transporte facilitó el desarrollo de otros nuevos a lo largo de las vías del tren o de las avenidas que conectaban a la campaña con el centro. Como los precios de los pasajes ferroviarios eran va-rias veces más caros que los de los tranvías, los sectores de menores ingresos se concentraron en las zonas atendidas por estos últimos, cercanas al centro.

A esta ciudad en febril transformación llegaron Berta y su pequeño hijo Carlos. Madre e hi-jo ocuparon una habitación en la calle Uruguay 162, entre Piedad —rebautizada Bartolomé Mi-tre desde 1901— y Cangallo —Juan D. Perón en la actualidad—. La pieza integraba lo que co-múnmente se denominaba “conventillo”,5 en la parroquia de San Nicolás, caracterizada por la presencia de gente ligada al teatro y los espectáculos, que elegía vivir allí por su cercanía a las salas céntricas de diversión.

En ese tiempo existían unos dos mil conventillos censados por la Municipalidad. Eran am-bientes de alta promiscuidad, con un patio central donde jugaban los niños, lavaban y tendían la ropa las mujeres y se acumulaban los enseres que no cabían en las pequeñas habitaciones. Hacia él se abrían todas las puertas, por lo que cada habitación disponía de alguna intimidad mientras la puerta permanecía cerrada. Rara vez los conventillos tenían cocinas comunes y se cocinaba en braseros de carbón, colocados en un cajón o repisa a la entrada de los cuartos o dentro de ellos. Otros cajones a la entrada solían tener una palangana para lavar o servían para recoger los resi-duos. Por todo ello, en verano el lugar más despejado y fresco pasaba a ser la vereda. Al anoche-cer, la calle se poblaba con las conversaciones de los inquilinos que trataban de escapar a la es-trechez de los cuartos.

Los conventillos eran antiguas casas remodeladas o nuevas construcciones destinadas a su alquiler. En ambos casos se trataba de rectángulos alargados alrededor de un patio. Las habita-

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ciones medían generalmente cuatro metros por cuatro y la promiscuidad, producto de compartir, toda una familia, una única pieza, se agravaba en caso de enfermedades contagiosas. En sus me-morias, el famoso compositor y director de orquestas de tango Francisco Canaro ha recordado que al caer enfermos de viruela tres de sus hermanos, los que no se habían contagiado debieron dormir en el patio, afrontando las bajas temperaturas del invierno de Buenos Aires. En su caso, todos los miembros de la familia vivían en una pieza en el conventillo situado en Alberti, entre Estados Unidos y Europa (hoy Carlos Calvo).6

Los conventillos del centro de la ciudad tenían ciertas ventajas, pues contaban con servi-cios públicos como agua corriente, cloacas, pavimento. Igualmente, compartían con los de otras zonas varios problemas: la falta de luminosidad, dado que las habitaciones contaban con una so-la abertura —la puerta que daba al patio—, y el reducido número de baños y duchas. Hacia 1896 el alquiler de una de estas piezas representaba el 16 por ciento del salario de un obrero industrial, seguramente el equivalente a lo que Berta cobraba.

En la pieza que compartían Carlos y su madre estaban los pocos muebles que les habían re-galado Anaís y Fortunato: un ropero con espejo, una cama ancha para ambos, un aparador para utensilios de cocina y una mesa de luz.7 A ello se sumaba un calentador para preparar la comida e infusiones, particularmente el mate, que de inmediato fue incorporado a la vida cotidiana dada su extrema baratura.

Frente al domicilio de Berta vivía el gran actor Pablo Podestá, quien llegaría a ser uno de los clientes más generosos de la futura planchadora.8 El taller de la señora Beaux estaba a tres cuadras de allí, en Montevideo 463, entre Corrientes y Lavalle, en la zona cercana a los teatros y la ópera y la Avenida de Mayo, donde, después de su apertura, comenzaron a instalarse los hote-les, grandes demandantes de ese oficio. Más tarde, Odalie Ducasse, la vieja amiga tolosana de Berthe, vendría a vivir no muy lejos de allí, en la calle Talcahuano 35, y algunas veces el peque-ño Carlos volvería a quedar al cuidado de Esteban, su hijo.9 En este contexto transcurrirá la ni-ñez de Carlos Gardes.

Berta cumplía extensas jornadas de trabajo en el taller de Anaís Beaux, y como el niño era demasiado pequeño para dejarlo solo, debió hallar una solución. Trabó entonces relación con Rosa Corrado de Franchini, quien también tenía un taller de planchado en la calle Corrientes, en-tre Paraná y Uruguay, donde además atendía un hogar con varios hijos. En 1895, esta mujer de origen italiano tenía cuarenta y cinco años, y había enviudado tras dieciocho años de matrimo-nio. Sus cinco hijos eran Fortunato, de diecisiete años y empleado; Ángela, de catorce, también planchadora; Francisca, de doce, planchadora; Juan, de diez años, y María, de cinco.10 A esa fa-milia era confiado el cuidado de Carlitos. Luego Berta marchaba al taller de su compatriota.

Las ventajas de ser planchadoras francesas en Buenos Aires en esta época eran grandes, da-da la importancia que se le asignaba a esta labor. Las grandes tiendas y los talleres de lavado y planchado que buscaban ganar prestigio y clientela exhibían carteles que decían: “Tenemos planchadoras francesas”, o “Las camisas y los cuellos del hombre elegante, los planchan nues-tras planchadoras francesas”.11

De los testimonios sobre este período de la vida del pequeño Carlos resaltan dos aspectos: su carácter travieso y la temprana fascinación por la música. Respecto de lo primero, Antonio Sumaje —apodado “El Aviador”—, futuro chofer de Gardel, habría de contar que cuando pasaba por Uruguay 162, el cantor le decía: “Si habré hecho macanas cuando vivía en esa casa, pobres vecinos...”.12 También se dice que su madre solía amonestarlo por sus picardías con severos mo-hínes y un seco mote tolosano: “Tête de linot”, algo así como “cabeza hueca”.13 En cuanto a la música, en este período fue decisiva la presencia de las bandas, de gran importancia en el movi-miento cultural popular de esos años.