La Virtud de La Esperanza

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LA VIRTUD TEOLOGAL DE LA ESPERANZA (COZZOLI, MAURO, Etica Teologale , Milano, Ed. Paoline 1991, 2!"2!#. T$ad%&&i $o)e*o$+ DAR RAZÓN DE LA ESPERANZA Se$ &$i* iano e* -i-i$ %na li e$ ad &$e/en e / a0an e en la e* e$an a. L &a$idad no *e no* dan en la *in&$oni&idad de lo e e$no *ino en la dia&$oni&ida e0 o$al. E* o *i3ni4&a 5%e ienen la )o$0a de la 6i* o$ia7 del e8i* i$ e* a&i &%al la din 0i&a *al-:4&a de la )e / de la &a$idad e* %n &a0ino $o/e& ado 6a& e*&a ol'3i&a. El &$i* iano / la I3le*ia -i-en el a&on e&i0ien o de 3$a&ia de la de4ni i-idad *ino en la in&oa i-idad del eschaton , inde)e& i le0en e o$ien ado 6a&ia *% &%0 li0ien o. E* a en*i'n $ol; i&a o o$3a di0en*i'n de e* e$an a a la li e &a$idad7 &on)o$0a / 0%e-e &o0o &a0ino de e* e$an a la -ida &$i* iana. El i ine o$ la e* e$an a e* $e&o$$ido o$ la )e"&a$idad. E* %na 4delidad i ine$an e de fe y caridad en la esperanza 7 en la &e$ e a $o); i&a, e* de&i$, en la 4delidad de Dio* a la $o0 -e$dad / de a0o$ o$ no*o $o*. La e* e$an a e* la en*i'n e*&a ol'3i&a de la )e"&a$idad7 e8 $e* li e$ ad eolo3al &$i* iana. Una &a$idad *e a$ada de la e* e$an a, en lo* $e* del a0o$ ene-olen e / del de*eo &on&% i*&en e de Dio* 1 , 6a 6e&6o de la e* e$an a %na -i$ %d eolo3al de 0eno$ e*o / -alo$7 %na )o$0a 0eno* %$a del a0o$ de Dio*, in&iden&ia en el a0o$ al $'=i0o, %e* o 5%e e* o al0en e $o/e& ada 6a&ia &ele* ial. En &a0 io, &a$idad / e* e$an a *e &o"i0 li&an. La &a$idad e* a0o$ l e* e$an a (&)$. 1Co 1>,#+7 $o)e&:a del inde)e& i le a0o$ de Dio*, 5%e ani0a / in)ali le0en e odo a0o$ del $'=i0o. Ta0 i;n la )e, 5%e 0a$&a e* e&:4&a0en e la e8i* en&ia &$i* iana e*, o$ )e de e* e$an a7 )e 5%e e* e$a. La )e e* *al-:4&a &o0o e* e$an a (&). R0 ?,1+7 $o0e*a del )% %$o de Dio* a$a el 6o0 $e. De e* a 0ane$a el &$i* iano le3i i &on la e* e$an a7 @La &e$ e a de la )e e* %na &e$ e a de e* e$an a 2 . La e$*%a*i-idad / *i3ni4&a i-idad de la )e *on )%n&i'n / e8 $e*i'n de la &$edi ilidad de la e* e o $o* $o/e& o* / &on&e &ione* de la e8i* en&ia, la )e de e da$ $%e e$ ene&e el )% %$o o$5%e a $e el )% %$o al 6o0 $e > . A*: &o0o la &a$idad de e ode$ 0o* $a$ 5%e el a0o$ a Dio* no no* ale=a =a0 * del 6o0 $e7 odo lo &on $a$io. Po$ e* o, &o0o &$i* iano* e* a0o* lla0ado* a @ responder a quien nos pida razón de la esperanza que está en nosotros (1Pe >,1?+7 o *ea, a *e$ *i3no -e$dade$o de e* e$an a &$i* iano*, *e$ di*&: %lo* de C$i* o, e* dar razón de la esperanza 7 *e$ e* i3o* &$e: le* de la e* e$an a 5%e $o)e*a0o*. E* o *e $e*en a &on a$ i&%la$ / a3%da &on&ien&ia en la a& %al &%l %$a &$: i&a, 5%e $ea&&iona de&idida0en e )$en e a $o)e*ione* de e* e$an a e* i$i %al:* i&a0en e $o/e& ada* / a=ena* a la* $ealidade* e$$ena*. le-an ada &on $a la e* e$an a &$i* iana e* la de $ai&i'n 6a&ia lo al o, &o0o $o/e&&i'n en el &ielo. De e* e 0odo la e* e$an a end$:a %n $ol &on*olado$ )$ 1 Nos referimos a ésto hablando de eros y agape en la caridad. Una larga tradición ha visto en la esperanza el amor inter Dios buscado como felicidad propia, a diferencia de la caridad ue lo buscar!a como bien en s! mismo. " #. $asper, Introduzione alla fede , p. %1. & 'vi, p. %". 1

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Explicacin sobre la virtud de la esperanza

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LA VIRTUD TEOLOGAL DE LA ESPERANZA(COZZOLI, MAURO, Etica Teologale, Milano, Ed. Paoline 1991, 248-287. Traduccin del profesor)

DAR RAZN DE LA ESPERANZASer cristiano es vivir una libertad creyente y amante en la esperanza. La fe y la caridad no se nos dan en la sincronicidad de lo eterno sino en la diacronicidad del fluir temporal. Esto significa que tienen la forma de la historia: del existir espacio-temporal, por el cual la dinmica salvfica de la fe y de la caridad es un camino proyectado hacia la plenitud escatolgica. El cristiano y la Iglesia viven el acontecimiento de gracia de la fe-caridad, no en la definitividad sino en la incoatividad del eschaton, indefectiblemente orientado hacia su cumplimiento. Esta tensin prolptica otorga dimensin de esperanza a la libertad de fe-caridad: conforma y mueve como camino de esperanza la vida cristiana. El itinerario trazado por la esperanza es recorrido por la fe-caridad. Es una fidelidad itinerante de fe y caridad en la esperanza: en la certeza proftica, es decir, en la fidelidad de Dios a la promesa plena de verdad y de amor por nosotros.

La esperanza es la tensin escatolgica de la fe-caridad: expresin de la nica libertad teologal cristiana. Una caridad separada de la esperanza, en los respectivos modos del amor benevolente y del deseo concupiscente de Dios, ha hecho de la esperanza una virtud teologal de menor peso y valor: una forma menos pura del amor de Dios, y adems sin incidencia en el amor al prjimo, puesto que est totalmente proyectada hacia el bien ltimo celestial. En cambio, caridad y esperanza se co-implican. La caridad es amor lleno de esperanza (cfr. 1Co 13,7): profeca del indefectible amor de Dios, que anima y sostiene infaliblemente todo amor del prjimo.

Tambin la fe, que marca especficamente la existencia cristiana es, por s misma una fe de esperanza: fe que espera. La fe es salvfica como esperanza (cf. Rm 5,1): como promesa del futuro de Dios para el hombre. De esta manera el cristiano legitima su propia fe con la esperanza: La certeza de la fe es una certeza de esperanza. La persuasividad y significatividad de la fe son funcin y expresin de la credibilidad de la esperanza: Frente a otros proyectos y concepciones de la existencia, la fe debe dar prueba de que a ella pertenece el futuro porque abre el futuro al hombre. As como la caridad debe poder mostrar que el amor a Dios no nos aleja jams del hombre: todo lo contrario.

Por esto, como cristianos estamos llamados a responder a quien nos pida razn de la esperanza que est en nosotros (1Pe 3,15): o sea, a ser signo verdadero de esperanza. Ser cristianos, ser discpulos de Cristo, es dar razn de la esperanza: ser testigos crebles de la esperanza que profesamos.

Esto se presenta con particular y aguda conciencia en la actual cultura secular y crtica, que reacciona decididamente frente a profesiones de esperanza poco crebles, espiritualsticamente proyectadas y ajenas a las realidades terrenas. La gran acusacin levantada contra la esperanza cristiana es la de traicin hacia lo alto, como fuga del mundo y proyeccin en el cielo. De este modo la esperanza tendra un rol consolador frente a lo humano limitado, precario y mortal, y ejercitara una accin alienante en el hombre, disuadido y alejado de las responsabilidades temporales. Es la denuncia formulada por los maestros de la sospecha -F. Nietzsche, K. Marx, S. Freud- desde sus respectivas pticas de anlisis crtico, muchas veces retomada y elaborada por la cultura secularista.

Una acusacin mezquina e injusta porque no toma lo propio de la genuina esperanza cristiana. Pero comprensible en referencia a ciertas espiritualidades y prcticas de esperanza que la acreditan inautnticamente ante el ojo crtico de cuantos la consideran poco creble, puesto que aliena del presente y descompromete de la realidad.

Una vida cristiana que no da razn de la esperanza inevitablemente la traiciona como evasin espiritualista o como actitud irrelevante en orden a la fundacin de una tica de la vida cristiana. Y una esperanza que hoy, ms que nunca, no da razn de s en el plano tico-operativo, no logra ofrecer una razn creble ni siquiera en el plano teortico-doctrinal.

As, las razones ticas reclaman hoy a la teologa un replanteo crtico-repropositivo de la esperanza teologal, segn una renovada fidelidad a las fuentes histrico-salvficas, en las cuales la esperanza mueve la praxis y la praxis muestra la verdad de la esperanza.

Es una tarea que la teologa de nuestro tiempo ha asumido y cultivado con particular solicitud, estimulada y, en cierto modo, provocada por la enorme sensibilidad y la variada atencin al futuro de la cultura contempornea; las cuales han encontrado expresin en el pensamiento utpico, en la futurologa y en las diversas antropologas de la esperanza. Entre stas, hay que mencionar la filosofa de E. Bloch y de G. Marcel: la primera en el contexto de la utopa marxista, la segunda en el del existencialismo cristiano. Este fermento cultural ha constituido el buen humus del desarrollo bblico-teolgico de la escatologa cristiana, como dimensin estructural y decisiva de la revelacin y de la fe.A estos desarrollos nos referimos aqu para una sntesis revalorizadora, que ponga en el centro la esencia de la esperanza cristiana y su valor fundante y dinamizador de la vida moral.LLAMADOS A LA ESPERANZALa esperanza ms grandeUna sola es la esperanza a la que han sido llamados (Ef 4,4). La vida cristiana es esencialmente vocacin, mejor an con-vocacin, a la esperanza: llamada a la esperanza de la gloria (Rm 5,2), a la esperanza de la salvacin (1Ts 5,8), a la esperanza de la vida eterna (Tt 1,2). Expresiones todas estas de la esperanza ms grande: la esperanza del futuro de Dios en Cristo para nosotros.

La naturaleza vocacional ilumina, por un lado, la teologalidad de la esperanza como revelacin y gracia (contra todo monismo de la actividad y planificacin humana), y por otro, su eticidad como opcin de libertad y fidelidad (contra toda forma de pasividad y resignacin). En el dilogo vocacional de la esperanza el cristiano profesa la fe como la oferta de sentido humanamente ms realizadora, y testimonia la caridad como el compromiso ms motivado y convincente.

Queremos aqu analizar esta vocacin a la esperanza, que ilumina su esencia teologal, trazando la relacin trascendente desde la esperanza del hombre al Dios de la esperanza, examinando la esperanza de Jess que es su modelo y el primer testigo, indicando y delineando el fundamento y el objeto de la esperanza en Cristo, evidenciando el compromiso social, csmico e histrico de la esperanza.

1. DE LA ESPERANZA DEL HOMBRE AL DIOS DE LA ESPERANZA

El hombre es un ser de esperanza orientado a la plenitud trascendente del propio ser. El ser humano, en efecto, se comprende bastante menos como ser-ah que como deber-ser: ser hacia, ser trascendente. Hay una inquietud ontolgica, humanamente insuperable, que mueve irresistiblemente la libertad hacia una condicin humana liberada de todos los lmites y signada por la plenitud. Esta tensin trascendente es la esperanza del hombre.

Es una esperanza que la libertad vive como invocacin, recurso absoluto, espera de Dios. Por s misma est necesitada de ser asumida y confirmada por la gracia: por el acto con el cual Dios viene a nuestro encuentro, se hace salvacin para el hombre.

En el don salvfico de Dios -en el pro nobis de Dios- est la esperanza del hombre: la certeza de su xito, la seguridad de su realizacin. Por esto, la esperanza trascendente es esperanza de la fe: no una esperanza fundada en la programacin o la previsin, sino una esperanza fundada en la revelacin y la gracia. La fe nos anuncia el pro nobis de Dios en el acontecimiento de Jess: acontecimiento que cumple las expectativas mesinicas y abre de modo incoado y pronstico a la plenitud escatolgica.

Todo el Antiguo Testamento es una narracin de la espera de Dios. Se hace voz de la inquietud-apelacin-invocacin del hombre: Desde lo hondo, grito a ti, Seor: Seor, escucha mi voz (Sal 129,1). Es una voz proftica, que expresa no slo el anhelo y la tensin sino tambin la certeza que mueve al hombre, en la historia, al encuentro con Dios: lo encamina hacia la plenitud del tiempo (Gal 4,4), como la hora del cumplimiento salvfico.

Es el xodo de la esperanza mesinica hacia la tierra prometida del reino de Dios que se ofrece al hombre en el acontecimiento de Jess. En l y por l el tiempo se ha cumplido y el reino de Dios est muy cerca (Mc 1,15): El reino de Dios est en medio de ustedes (Lc 17,21).

El reino de Dios es la posibilidad, radical y absolutamente nueva que Dios ofrece al hombre para su salvacin: es la posibilidad misma de la libertad y de la vida de Dios que en Jess se vuelven disponibles al hombre. Irrumpe de modo existencial en el reino del hombre, envolvindolo en una tensin dialctica y trascendente hacia el reino de los cielos: el reino de Dios en su ulterioridad metahistrica. Esta tensin es puesta en movimiento por el acontecimiento de Jess: por su anuncio y por su vida.

Por su anuncio del reino, como el ya presente y operante de la salvacin, pero en el no todava de la plenitud. El reino es el inicio anticipador y pronstico del eschaton, en tensin/camino hacia el cumplimiento ltimo y definitivo. Por esto, el reino est al mismo tiempo comenzado y lanzado hacia el pleroma: el reino de Dios est ad-viniendo.

Por su vida, como certificacin pascual de la plena realizacin del hombre. En Jess, la expectativa del hombre se ve plenamente colmada, porque en la cruz la lucha humana entre la vida y la muerte se ha resuelto con la victoria ltima de la vida. Y aquello que en el Pascua se realiz de modo pleno y definitivo para la humanidad de Jess, se realiza como acontecimiento anticipador, prefigurativo y primicial para cada hombre. La resurreccin de Jess es acontecimiento-promesa para la humanidad. No la esperanza veterotestamentaria o meramente humana de la espera de Dios, sino la esperanza del destino de Cristo para cada hombre.

No la esperanza del hombre que se proyecta invenciblemente hacia Dios, poniendo en s mismo la confianza fundamental. Sino el Dios de la esperanza (Rm 15,13) que en Cristo se ofrece al hombre como salvacin: resurreccin y vida. En Cristo Dios se hace esperanza del hombre, el cual no espera simplemente un signo de Dios, un tiempo mesinico. Este signo ya ha sido dado, este tiempo ya ha venido: se ha cumplido significativamente en la Pascua de Cristo. El hombre lo reconoce y acoge en la fe como la verdad que llama a la esperanza. La esperanza de que, lo que ha acontecido y se ha realizado en Cristo, ya ha comenzado en la humanidad y en el mundo y va hacia su cumplimiento.

Por esto, la esperanza cristiana no es una pura espera: la expectativa de un acontecimiento que ha de venir. Sino la afirmacin de un ya acontecido que se pone como verdad-promesa de un no-todava. Es una memoria proftica: memoria de la victoria pascual de Cristo sobre el mal y sobre la muerte, anticipacin incoativa y pronstica del destino del hombre en Cristo. La esperanza cristiana es la afirmacin de este destino de resurreccin y de vida para el hombre y para el mundo.

2. JESS, EL TESTIGO DE LA ESPERANZA

Jess es el testigo de la esperanza. El cristiano toma de l la forma y el estilo. l nos ensea que significa vivir en la esperanza: una existencia que no pone la confianza fundamental en s misma o en sus recursos, sino en Dios y en su gracia.

Jess es el hijo de Dios que se hace hijo del hombre, asumiendo la condicin humana en toda la precariedad de sufrimiento, de lmite y de muerte, hasta esconder la divinidad en su humanidad. Si esta humanidad no cede ante la tentacin ni ante la prueba, es porque est sostenida y animada por la esperanza en Dios. Su extrema debilidad, su renuncia a toda seduccin de poder, son el signo de la esperanza ms grande.

Pero es, sobre todo, la experiencia lmite de la pasin y de la muerte, con toda su carga de tentacin y de prueba, el testimonio ms alto de la esperanza. Asumiendo la muerte en toda su dramaticidad -en lo que tiene de temor, tedio, lucha interior, soledad, impotencia y tristeza- Jess la vive como el momento culminante y decisivo de su ser para Dios: se abandona totalmente al Padre en el acto de amor-obediencia-confianza-fidelidad ms grande: en una palabra, de la esperanza absoluta. Jess vive la muerte como el momento de la decisin ltima por Dios: la entrega de la vida. En la completa soledad de su espritu, se abandona a la voluntad y al poder de Dios en la oracin ms filial de amor y de confiada esperanza que jams sali de un corazn humano (Abb: Mc 14,14; Mt26,39; Lc 10,42). A pesar de todo, Jess no sufre la muerte, sino que la asume como un dar la vida: como supremo acto de amor.

Esta relacin viviente y vital con el Padre -que la muerte en la cruz golpea profundamente pero no rompe, al contrario, la intensifica y la refuerza- caracteriza y constituye la esperanza de Jess. No se trata un ciego y obstinado optimismo, sino de la fe-confianza en Dios, como aquel que poda liberarlo de la muerte (Hb 5,7). l es el Dios que da la vida a los muertos y llama a las cosas que no son para que sean (Rm 4,17). En este xodo de s y abandono en el Dios de la creatio ex nihilo y de la resurrectio mortuorum, en Aquel, por tanto, que puede hacer posible lo humanamente imposible, Jess vive y testifica su esperanza como el mayor desafo a toda resignacin y fatalidad humana.

La muerte, vivida en la esperanza del Dios de la vida, desemboca para Jess en la vida misma de Dios. La resurreccin, como victoria pascual de la vida sobre la muerte, es la respuesta de Dios a la esperanza de Jess. Es el cumplimiento de la esperanza: don del amor salvfico del Padre a la esperanza del Hijo. La Pascua es este encuentro: el cumplimiento ms alto de la esperanza ms grande.

La esperanza es, para Jess, el modo de vivir la vida hasta la muerte en la comunin con el Dios de la vida. Es una comunin ms fuerte que la muerte; sta no puede romperla porque est sostenida y cimentada por el Espritu de Dios que la afirma ms all de la muerte, como muerte de la muerte, es decir, como resurreccin. El abandono total e incondicionado en Dios, en la comunin de amor que no teme a la debilidad y no cede a la tentacin, hace de Jess el testigo de la esperanza. Una esperanza que se afirma, no al margen de lo humano o en una vivencia metahumana, sino en una dimensin de encarnacin, como despojamiento de la divinidad y asuncin de la humanidad en la forma del siervo humillado hasta la muerte en cruz (cfr. Flp 2,7-8). Es una esperanza que atraviesa toda la existencia de Jess, como un modo nuevo de afrontar y no ceder, confindose al Dios que es ms fuerte que todo mal.

Para el cristiano es un testimonio que suscita el seguimiento y la imitacin. Ha de vivir la esperanza como confianza (Gal 5,5), perseverancia (Rm 8,25), paciencia (Rm 5,3), vigilancia (1Ts 5,6), fortaleza (f 3,12). Comportamientos todos estos inducidos y sostenidos por la fuerza de lo posible suscitados por la esperanza de la fe: Todo lo puedo en Aquel que me fortalece (Flp 4,13). Es la profesin de la esperanza en el Dios de la resurreccin de Jess de entre los muertos, que sostiene y mueve toda la vida cristiana.

3. CRISTO NUESTRA ESPERANZA

En realidad, Jess es ms que el testigo de la esperanza, y el cristiano reconoce en l mucho ms que un modelo. Jess es la fuente, la fuerza y la meta de la esperanza cristiana: Cristo Jess nuestra esperanza (1Tm 1,1).

Jess, constituido Seor y Cristo en la Pascua (Hch 3,36), ha llegado a ser espritu que da vida (1Co 15,45). Como tal, es el principio fontal y activo de la vida cristiana. Bautizados en Cristo Jess, fuimos reengendrados a una esperanza viva (1Pe 1,3).

La incorporacin a Cristo como justificacin por la fe (Rm 5,1), es salvacin en la esperanza (Rm 8,24). Por lo tanto, el cristiano no vive su esperanza, por ms que est modelada segn Cristo, sino la esperanza de la gracia; es decir, vive del don de Dios como justificacin ya operante por la fe, y como tensin salvfica hacia el todava no del cumplimiento. La esperanza teologal es este ya de la vida nueva en Cristo hacia la plena e integral configuracin con l (cfr. Flp 3,20-21).

Esta incorporacin a Cristo, que suscita la esperanza teologal, acontece por el don recreador y vivificante del Espritu (cfr. 1Jn 4,13; 2,24). Es el Espritu del Padre y del Hijo, derramado por va sacramental en el corazn del cristiano quien lo hace hijo en el Hijo y lo remite a Dios como al Padre.

El Espritu mismo se une a nuestro espritu para dar testimonio de que somos hijos de Dios. Y si, hijos, tambin herederos; herederos de Dios y coherederos de Cristo (Rm 8,16-17). La dignidad filial que afirma la fe es la herencia del hijo que la esperaza aguarda. Es ms que fe en una promesa. Es el dinamismo mismo del ser cristiano como ser filial y, por lo mismo, heredero del reino del Padre, coherederos de la herencia del Hijo. La esperanza cristiana tiene, pues, una estructura (fundamento y dinamismo) ontolgica. Es el deber-ser del ser cristiano: la tensin escatolgica del ser-hombre-nuevo-en-Cristo.

Es un deber-ser que se afirma invencible e infaliblemente bajo la accin recreadora e inspiradora del Espritu Santo, que interioriza en nosotros el amor de Dios, fuente de la comunin teologal de la que nace y de la que vive la esperanza cristiana: Y la esperanza no falla, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espritu Santo que nos ha sido dado (Rm 5,5). El amor derramado en nosotros por el Espritu constituye el fundamento y, al mismo tiempo, la certeza de la esperanza cristiana. La certeza viene de su fundamento: El amor de Dios en Cristo (Rm 8,39). Este amor fontal y fundante de la esperanza se ha manifestado objetivamente en la encarnacin-muerte-resurreccin de Jess, expresin mximamente reveladora y donante del amor de Dios: subjetivamente, se nos ha participado por el don sacramental del Espritu, gracias al cual estamos en comunin con Dios en Cristo.

En esta comunin el cristiano hace la experiencia del indefectible amor de Dios, como certeza de ser amados por Dios (1Ts 1,4). Amor que suscita la respuesta de amor filial por l, como abandono sin reservas al amor de Dios y de Cristo que define, precisamente, la esperanza cristiana. Pablo celebra la capacidad que el amor de Dios tiene de fundar y de suscitar la esperanza, al punto de apartar toda desconfianza e incerteza, en un admirable que cierra el captulo 8 de la Carta a los Romanos: Ante esto qu diremos? Si Dios est por nosotros quin contra nosotros? El que no perdon ni a su propio Hijo, antes bien le entreg por nosotros, cmo no nos dar con l graciosamente todas las cosas? Quin acusar a los elegidos de Dios? Dios es quien justifica. Quin condenar? Acaso Cristo Jess, el que muri; ms an el que resucit, el que est a la diestra de Dios, y que intercede por nosotros?

Quin nos separar del amor de Cristo? La tribulacin?, la angustia?, la persecucin?, el hambre?, la desnudez?, los peligros?, la espada?, como dice la Escritura: Por tu causa somos muertos todo el da; tratados como ovejas destinadas al matadero. Pero en todo esto salimos vencedores gracias a aquel que nos am.

Pues estoy seguro de que ni la muerte ni la vida ni los ngeles ni los principados ni lo presente ni lo futuro ni las potestades ni la altura ni la profundidad ni otra criatura alguna podr separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jess Seor nuestro (Rm 8, 31-39).

En el ser de Dios para nosotros, eficazmente significado en el don del propio Hijo el Resucitado que intercede por nosotros y cuyo amor nos une indisolublemente a Dios- el cristiano enfrenta la contradicciones y las experiencias dificultosas de la existencia con la esperanza del amor. No las minimiza desde el optimismo, ni se aleja de ellas con indiferencia, ni se refugia en el espiritualismo, sino que las afronta con la seguridad de la esperanza: que el amor de Dios es ms fuerte: En todo esto salimos vencedores gracias a aquel que nos am (Rm 8,37). Nadie ni nada podr separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jess Seor nuestro (Rm 8, 39). Entre las pruebas de la vida, la esperanza es la conciencia firme y reconfortante de que todo concurre al bien de aquellos que aman a Dios (Rm 8,28), aun cuando este bien no tenga una verificacin inmediata y experimental. En la fidelidad al infalible e invencible amor de Dios en Cristo, el Resucitado, por nosotros, la esperanza sostiene su inexpugnable y movilizadora certeza. Es una certeza de orden fiducial, atemtico y tendencial.

La certeza de la esperanza es esencialmente una certeza fiducial. No la seguridad intelectual, objetual y refleja del futuro de Dios para m, sino la certeza relacional del amor: inseparable del hecho de confiarme incondicionalmente al amor de Dios en Jesucristo.

Es una certeza atemtica: Una esperanza que se ve, no es esperanza, pues cmo es posible esperar una cosa que se ve? (Rm 8,24). El ver no certifica la esperanza, sino que indica su fin. La inverificabilidad e inefabilidad son propias de la esperanza escatolgica; representan su debilidad y, al mismo tiempo, su fuerza. El cristiano no sabe ni ms ni menos que los futurlogos, porque la esperanza de la fe no es revelacin categorial del futuro, sino anuncio del indeducible da de Cristo (Flp 1,10; 2,16) para nosotros. La fe es garanta de lo que se espera; la prueba de las realidades que no se ven (Hb 11,1).

Es una certeza tendencial, tensa entre el don, las primicias del Espritu y su ltima realizacin: Tambin nosotros, que poseemos las primicias del Espritu, nosotros mismos gemimos en nuestro interior anhelando el rescate de nuestro cuerpo (Rm 8,23). El Espritu se nos da como primicia (Rm 8,23), arras (2Co 1,22; 5,5), prenda (Ef 1,14): expresiones todas del dinamismo ontolgicamente prolptico de la esperanza. Ella afirma el futuro no en nombre de una aspiracin de deseo, de un clculo de posibilidades o de una promesa abstracta, sino de una garanta que nos ha sido dada: el don ontolgicamente recreador del Espritu en nosotros, anticipacin incoativa de una plenitud de vida que se est cumpliendo.

Por el don sacramental del Espritu se realiza aquella comunin y vida nueva en Cristo por la que el cristiano participa de la esperanza pascual de Cristo. Cristo es nuestra esperanza: al mismo tiempo sujeto de esperanza en nosotros y objeto de esperanza para nosotros.

Sujeto de esperanza en nosotros, porque el cristiano no espera con una esperanza suya propia, sino con la esperanza de Cristo: Cristo en nosotros esperanza de la gloria (Col 1,27). l es la esperanza en nosotros por medio de su Espritu que nos habilita a la esperanza del Crucificado: a la esperanza contra toda esperanza (Rm 4,18).

Objeto de esperanza para nosotros, porque el cristiano espera a Cristo: su Pascua para nosotros. Bautizado en la muerte y resurreccin de Cristo, el cristiano vive la esperanza del destino pascual de Cristo (cfr. Rm 6,3-11): participar de la gloria de Cristo. El cristiano sostiene la certeza proftica de que lo que se ha realizado en Cristo es prefiguracin anticipadora de lo que ha comenzado a realizarse tambin en l. Es la certeza fuerte de la irreversibilidad de la comunin con Cristo. La esperanza cristiana hace del sufrimiento y de la muerte la participacin anticipada en la resurreccin de Cristo: el hombre est ya viviendo, por Cristo, en comunin con el Dios que resucita a los muertos. Cristo es ya nuestra esperanza, porque su Pascua no est delante de nosotros como un horizonte todo por conquistar, sino que nos envuelve como acontecimiento que ad-viene en el hoy de nuestra vida y de nuestra historia hacia el todava-no del cumplimiento escatolgico.

4. ESPERANZA UNIVERSAL Y SOLIDARIA

Cristo es la esperanza del hombre en la individualidad de nuestro ser personal y en la integralidad de nuestro ser social, csmico e histrico.

El cristiano est llamado, en su libertad, a una opcin de esperanza que brinda orientacin fundamental a toda su existencia. En esta opcin abarca a toda la humanidad con la se encuentra relacionado y a todo el mundo y la historia con los que es solidario. El cristiano no vive una vida clausurada sobre s misma, o de apartamiento o fuga de las realidades y del tiempo, sino una vida de co-existir con los otros y de in-existir en el mundo y en la historia. Por esto la esperanza es imprescindiblemente y por s misma, esperanza universal, csmica e histrica: esperanza para la humanidad, para el mundo y para la historia.

Esperanza para la humanidadLa esperanza cristiana es comunitaria: esperanza para todos. Tiene una irrenunciable e irreducible estructura personal, porque slo el hombre en su individualidad es una libertad y, por eso, sujeto de esperanza. l, sin embargo, profesa y vive su esperanza en la sociedad de los hombres, de cuyas relaciones est entretejida la propia existencia. Por esta solidaridad social el cristiano toma conciencia del alcance comunitario de su esperanza. l es el testigo de una esperanza meta-individual: una esperanza de salvacin para todos.

Como y a causa de Cristo, cuya esperanza es la salvacin de la humanidad. Su humanidad personal es un pedazo de la humanidad de todos los hombres, de suya precariedad de sufrimiento, de muerto y de pecado l libremente se ha hecho cargo. Lo que acontece en su humanidad acontece en nuestra humanidad: su solidaridad con la humanidad hasta la muerte es nuestra solidaridad en la resurreccin de los muertos. Su esperanza es la esperanza de toda la humanidad. El cumplimiento pascual de su esperanza se realiza en su humanidad individual -en la humanidad gloriosa del Resucitado- como parusa y pleroma; en nuestra humanidad -en la humanidad itinerante de todos los hombres- como primicia y anticipacin. Cristo, efectivamente, resucita como prototokos, primognito entre muchos hermanos (Rm 8,29), primognito de los muertos (Col 1,18), primicia de aquellos que han muerto (1Co 15,29), nuestro precursor (Hb 6,10), y el que nos gua a la salvacin (Hb 2,10). Cristo resucita como esperanza de resurreccin y de vida (Jn 11,20), para todos los hombres con quienes es solidario en la misma humanidad (Rm 14,9).

Como y a causa de Cristo, el cristiano no se cierra en una profesin individualista de la esperanza sino que sostiene la conciencia explcita de ser y de hacerse esperanza para todos (cfr. 2Co 1,7). Sustraerse a esta conciencia y a esta tarea significa desatender la vocacin eclesial de ser sacramento de esperanza para todos los hombres; secundar una bsqueda individualista de la salvacin, olvidando y traicionando la dimensin de caridad y de misin del anuncio salvfico. No nos salvamos solos: solos, solamente nos perdemos. Nos salvamos juntos: haciendo comunidad, es decir, recuperando a nivel de nuestra conciencia y responsabilidad la solidaridad creacional y salvfica que nos vincula a todos, y asumiendo como propios, como y a causa de Cristo, el lmite y la negatividad humana en la opcin de la esperanza pascual como esperanza de la victoria ltima del amor sobre el egosmo, de la vida sobre la muerte.

La esperanza cristiana es comunitaria porque es eclesial. El cristiano no espera con una esperanza suya propia: una esperanza privada. Sino con la esperanza de la Iglesia. Ella es por s misma una esperanza de todos: la esperanza de una comunidad que hace anamnesia prolptica de Cristo, nuestra Pascua, y que de esta esperanza ha sido constituida en la unidad: Un solo cuerpo, un solo Espritu, como una sola es la esperanza a la que han sido llamados (Ef 4,4). La nica esperanza hace la unidad de la comunidad eclesial constituyndola al mismo tiempo sacramento de esperanza: signo pronstico del futuro escatolgico; sino eficaz de salvacin para todos; signo de unidad de todo el gnero humano.

Esperanza para el mundo

La esperanza cristiana concierne adems al hombre en la solidaridad csmica e histrica. El hombre, en cuanto ser en el mundo y en la historia, se hace voz de esperanza para ellos. En la humanidad -en efecto- lo real accede a la libertad: Dios lo llama a la libertad de esperanza del hombre en Cristo.

Tambin el mundo y la historia han sido asumidos en el dinamismo salvfico de la esperanza de Cristo. Todo lo creado est referido a Cristo segn una relacin de seoro y de finalizacin (cfr. Col 1,15-20; Ef 1,3-10): en el orden no slo de la creacin sino tambin de la redencin. El Resucitado recapitula en s los destinos del mundo y de la historia (cfr. Ef 1,9-10). Cristo es acontecimiento escatolgico para el mundo y para la historia: estn insertos, con la humanidad toda, en el mismo destino de Cristo como futuro de salvacin.

La esperanza cristiana, para ser fiel a su fundamento cristolgico, no slo no es ajena a la realidad histrica y csmica, sino que integra esta realidad en la tensin escatolgica hacia los cielos nuevos y la tierra nueva (2Pe 3,13; cfr. Apo 21,1). El cristiano se vuelve, por eso, voz de esperanza para el mundo: su esperanza se dilata hasta abarcar el gemido de la creacin.

Para Pablo (Rm 8,19-25), toda la creacin est vinculada al destino del hombre por la solidaridad que, mediante la corporeidad, hay entre el hombre y el cosmos. Por esto, la creacin sigue la suerte del hombre: sea en la caducidad de la corrupcin, sea en la esperanza de la liberacin. Como la creacin sufre las consecuencias del pecado y de la esclavitud del hombre, as tambin participa de la esperanza de ser tambin ella liberada de la esclavitud de la corrupcin para entrar a participar de la libertad gloriosa de los hijos de Dios (vv. 20-21). Es por esto que toda la creacin gime hasta el presente y sufre dolores de parto (v. 22). Es un gemido que se acompasa al gemido de la esperanza del hombre: del hombre cristiforme que posee las primicias del Espritu (v. 23), prenda de la salvacin escatolgica, comenzada en el hombre, en la integralidad de su corporeidad y, por ella, en el mundo finalizado en l. Hay, pues, una graduacin integradora: Cristo, los hijos de Dios, la creacin: Todo es de ustedes; ustedes de Cristo; y Cristo de Dios (1Co 3,22-23).

Esperanza para la historiaTambin el tiempo est envuelto en la tensin escatolgica de la esperanza: De movimiento hacia un futuro siempre por llegar, el tiempo es transformado en tendencia dinmica hacia la plenitud del futuro absoluto. Un futuro ya comenzado y donado con la Pascua de Cristo, y que la libertad cristiana reconoce y acoge como el modo indeduciblemente nuevo de concebir y vivir la historia, y cargar su responsabilidad. Es el modo de la esperanza que la asume como historia de salvacin, o bien, como el camino escatolgico hacia la verificacin metahistrica: hacia el cumplimiento en Dios de todas las realidades humanas provisorias y penltimas, y de todas las promesas anticipadoras de la gracia, de la cual se ha desprendido dialcticamente el progresar de la historia.

La esperanza cristiana es esperanza para la historia: sustrada, pues, al determinismo del eterno retorno y a la vanidad/vaciedad de un devenir aniquilador. Ambos, a su manera, involutivos y desilusionantes para el hombre llamado en la historia a decidir irrevocablemente acerca de s mismos y del mundo que le es solidario. La opcin de esperanza cristiana es orientacin y aliento para la historia. Esta tiene el sentido del adviento y del xodo: del adviento del futuro de Dios que moviliza como xodo el hoy del hombre... hacia el cumplimiento pleromtico, cuando Dios ser todo en todos (1Co 15,28).

NOS FATIGAMOS Y LUCHAMOS

PORQUE ESPERAMOS EN EL DIOS VIVIENTE

Esperanza y compromiso moral

El cristiano encuentra en la esperanza el motivo y el fundamento de su propio obrar: Si nos fatigamos y luchamos es porque tenemos puesta la esperanza en Dios vivo (1Tm 4,10).

Lejos de ser motivo de evasin, resignacin o inaccin -cosas que ha favorecido, lamentablemente, una asctica inadecuada, exponiendo la esperanza a la mistificacin- la esperanza en Dios es la fuente del ms grande compromiso. Nos fatigamos y luchamos por aquello que vale la pena. Vale la pena porque lo que hacemos tiene un sentido. Hay sentido all donde la vida se abre encontrando valores y perspectivas no contingentes y penltimas, que conducen inevitablemente a preguntarse quin me manda que lo haga?, sino incondicionadas y ltimas. Ahora bien, lo incondicionado y ltimo no es posible como deduccin y previsin humana, sino como revelacin y gracia de Dios. Dios se ofrece al hombre como esperanza, o sea como oferta de sentido ltimo y trascendente -esperanza en Dios- que motiva y mueve la libertad humana como empeo, hasta la fatiga y la lucha. Una esperanza contra toda esperanza (Rm 4,18), que no teme desilusiones y no se acobarda frente a todas las jugadas de lo humano-penltimo, porque est dirigida y orientada por el novum ultimum de Dios, que despeja horizontes de sentido ulterior.

Ms bien, el descompromiso es apaado por la angustia y la desesperacin, en cuanto formas de la libertad sin Dios y sin futuro, y por eso mismo, carentes de motivacin para el obrar y esquivas a la fatiga y a la lucha. Puede ser una angustia/desesperacin refleja y explcita, y por ello conscientemente derrotista en el plano de la accin. Puede ser, en cambio, una angustia/desesperacin irrefleja y latente, que no toma conciencia de s -la paradoja de una esperanza desesperada- , que genera mil sucedneos del sentido, para obrar y dejarse absorber por el activismo y distraer por lo efmero, que actan como preservativos o analgsicos de la angustia desesperante.

La esperanza en Dios, al liberar de la angustia, libera para el amor, es decir, para Dios y los hermanos. Es oferta de sentido liberador y promotor para la libertad: ejercita un rol metatico decisivo para la tica cristiana. De tal manera que sta se autocomprende y propone como tica de la esperanza. Esto adquiere hoy un carcter provocativo a los ojos de una cultura que teme la esperanza trascendente como fuga y descompromiso del presente. La tica cristiana enfrenta este desafo, con las fuerzas que le vienen de la indefectible fidelidad de Dios y de su promesa (cf. Hb 10,23; 2Pe 3,9) y consciente de que la esperanza de la fe es la posibilidad ms grande para la inconmensurable libertad humana: A los que esperan en Yahveh l les renovar el vigor, subirn con alas como de guilas, corrern sin fatigarse, y andarn sin cansarse (Is 40,31).

A esta conciencia que suscita la esperanza y nos responsabiliza, nos remite el Concilio Vaticano II, cuando desmiente a quienes presumen que la religin... al orientar la esperanza del hombre hacia una vida futura ilusoria, lo apartara de la construccin de la ciudad terrena. Al contrario: La esperanza escatolgica no disminuye la importancia de las tareas terrenas, sino que ms bien proporciona nuevos motivos de apoyo para su cumplimiento. Para los cristianos la espera de una tierra nueva no debe debilitar, sino ms bien avivar la preocupacin de cultivar esta tierra, donde crece aquel cuerpo de la nueva familia humana, que puede ofrecer ya un cierto esbozo del siglo nuevo. Por ello, aunque hay que distinguir cuidadosamente el progreso terreno del crecimiento del Reino de Cristo, sin embargo, el primero, en la medida en que puede contribuir a ordenar mejor la sociedad humana, interesa mucho al Reino de Dios. Los bienes de la dignidad humana, la comunin fraterna y la libertad, es decir, todos estos frutos buenos de nuestra naturaleza y de nuestra diligencia, tras haberlos propagado por la tierra en el Espritu del Seor y segn su mandato, los encontramos despus de nuevo, limpios de toda mancha, iluminados y transfigurados cuando Cristo entregue al Padre el reino eterno y universal. Los cristianos se muestran hijos de la promesa cuando, fuertes en la fe y en la esperanza, aprovechan el presente (cf. Ef 5,16; Col 4,5) y esperan con paciencia la gloria futura (cf. Rm 8,25). Pero no pueden esconder esta esperanza simplemente dentro de s. Tienen que manifestarla incluso en las estructuras del mundo por medio de la conversin continua y de la lucha contra los poderes de este mundo de tinieblas, contra los espritus del mal (Ef 6,12).

Esta conciencia conciliar representa para la teologa una orientacin significativa y alentadora y, al mismo tiempo, un deber que la compromete en su especificidad ministerial. Quisiramos aqu profundizar y delinear este rol metatico de la esperanza, fundante y directivo de toda la vida moral cristiana, articulndolo analtica y diferenciadamente con la naturaleza de acontecimiento de la promesa, con la inseparabilidad entre esperanza y caridad, con la integralidad de la salvacin, con la novedad propia del eschaton, con la reserva escatolgica.

1. LA NATURALEZA DE ACONTECIMIENTO DE LA PROMESA

La promesa que abre en esperanza el futuro escatolgico de Cristo, no es el anuncio de un futuro recluido en su todava-no, sino la revelacin de un acontecimiento ya comenzado y en acto. El futuro de Dios en Cristo no nos es dado como un novissimum inmvil en su deber-ser, sino como adventus: acontecimiento que est ad-viniendo. Es el acontecimiento ya comenzado en la historia y en el mundo con la resurreccin de Cristo, en la Iglesia y en el cristiano con el don pentecostal y bautismal del Espritu.

La esperanza es el anuncio proftico de este ad-venir de la salvacin escatolgica y el acompasarse tico de toda la existencia cristiana con este ad-venimiento salvfico de la gracia en nosotros y en derredor nuestro: el advenir mueve el devenir. Por lo tanto, el cristiano no vive la esperanza como la espera resignada y pasiva de un futuro que se afirma independientemente o a pesar del presente, sino como el acontecer el eschaton en el hoy de su historia y de su mundo. Esperar es asentir a este dinamismo salvfico mediante un compromiso testimoniante de la humanizacin del mundo y de la liberacin del hombre que anticipa y prefigura, hacindolo creble, el reino escatolgico de justicia, amor y paz.

La esperanza es, entonces, fuente de una fidelidad tica a la promesa de salvacin, que ella abre a nuestra libertad. En esta fidelidad operativa profesamos y anunciamos la esperanza; llegamos a ser, en otros trminos, sacramento de esperanza, sino que muestra la verdad y testimonia la salvacin anunciada: ser los heraldos eficaces de la fe en las realidades que esperamos. Descuidar esta fidelidad es desconocer, no un aspecto parcial o aadido, sino la esperanza misma como profeca del reino de Dios que viene. Desmentir esta fidelidad es establecer una dicotoma entre promesa y existencia, que desencarna la promesa y seculariza la existencia. La primera queda rechazada como fuga alienante; la segunda, es reducida a la inmanencia como la nica y totalizante posibilidad.

En cambio, la promesa que anima la esperanza es un anuncio que mueve juntamente hacia lo alto y hacia delante. Hacia lo alto a causa de su trascendencia: por el totaliter aliud del reino de Dios respecto del reino del hombre. Hacia delante a causa de su acontecer en el mundo y en la historia, envueltos en su dinamismo exodal hacia el cumplimiento escatolgico. Por s misma, es una promesa cargada de exigencias. Es pro-missio, en el significado etimolgico del trmino: misin para. Por la esperanza, el cristiano no es proyectado fuera sino enviado a. Su esperanza es misin para el mundo y para Dios, donde el para significa respectivamente en beneficio del mundo de los hombres y hacia Dios. Porque la salvacin del mundo es la que lo conduce a Dios. La esperanza es el anuncio realizador de la salvacin.

Afirmar la responsabilidad ante el hombre y ante el mundo, no significa reducir a lo exterior el compromiso suscitado por la esperanza. Ese compromiso arranca de la interioridad de la persona, profundamente requerida por el ad-venir salvfico de la gracia. Antes todava de expresarse socio-polticamente, este compromiso comienza por s mismo: por la consonancia de todo el propio ser con el acontecimiento de la gracia. Es un compromiso de renovacin interior y personal, en consonancia con la novedad de vida anticipada en la esperanza, a la vida filial divina que es ya nuestra condicin actual: Ahora somos hijos de Dios y an no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que cuando se manifieste, seremos semejantes a l, porque le veremos tal cual es. Todo el que tiene esta esperanza en l se purifica a s mismo, como l es puro (1Jn 3,2-3). El componente presencial de la esperanza -el desde ahora del todava-no- sintoniza la libertad del cristiano con la novedad ontolgica de la vida filial en Cristo. Esta libertad es un deber itinerante y tensional de configuracin tica con Cristo: de purificacin progresiva de s mediante la conformacin filial -filius in Filio- con la pureza de Cristo. El motivo para purificarse a s mismo es la esperanza en Cristo: la de llegar a ser semejante a l, siempre ms hijo de Dios... La purificacin no se presenta como un medio o una condicin para realizar la filiacin; es, ms bien, el comportamiento suscitado espontneamente en los creyentes por su fe en Cristo, que es puro, pero mucho ms an por la esperanza en l, la de llegar a ser completamente semejantes a l.

La promesa que motoriza la esperanza est signada por la exigencia del deber: se trata del deber-ser trascendente del ser-en-Cristo que se reconoce a s mismo como deber-ser tico. Es un autoreconocimiento fundante, motivador y normativo del obrar cristiano.

2. INSEPARABILIDAD ENTRE ESPERANZA Y CARIDAD

La esperanza es, al mismo tiempo, esperanza de la fe y de la caridad. As como es inseparable de la fe que le ofrece su fundamento (cfr. Hb 11,1), lo es de la caridad que acta como su alma (cfr. 1Co 13,7).

Hemos visto cmo el dinamismo de la esperanza procede no de verdades-promesas abstractas, sino del amor de Dios en Cristo, que atrae a la comunin beatfica como plenitud de vida con Dios. Es vivida por el hombre-en-Cristo como abandono confiado y total en Dios que en Cristo ha vencido la muerte: es fidelidad a Dios, como respuesta a la fidelidad de Dios.

Como y a causa de Cristo, el cristiano presa su esperanza como fidelidad, al mismo tiempo e inseparablemente, a Dios y al prjimo. Cristo vivi la esperanza en la obediencia a la voluntad del Padre: l es fiel al Padre, en el abandono confiado de la mayor esperanza, cumpliendo su voluntad de dar la vida por los hombres. l es el testigo de una esperanza de amor, que es confianza en el Dios de la vida y don de la vida para la redencin de los hombres. Cristo vive la caridad en la esperanza y la esperanza como caridad.

El cristiano est llamado por el evangelio y habilitado por la gracia a la misma esperanza de amor de Cristo: esperanza en Dios para los hombres. En lugar de cerrarse en una ascesis individualista de salvacin de la propia alma, el cristiano est llamado a la esperanza salvfica de la caridad. La salvacin prometida por la esperanza no es una entidad que est delante suyo, un premio que hay que conquistar cumpliendo ciertas condiciones. Es, en cambio, la comunin viviente de amor con Dios, que lo envuelve en una libertad de fidelidad como abandono y obediencia. Ser fieles a Dios es confiarse a l, que en Cristo ha vencido la muerte y nos ha abierto las puertas de la vida; al mismo tiempo, es cumplir su voluntad de fidelidad al hombre, como amor al prjimo segn todas las exigencias de este amor.

El cristiano vive la comunin salvfica con Dios como amor indivisible de Dios y del prjimo: en esta nica caridad l profesa su esperanza. Esperanza que parte de la caridad y se expresa en la caridad: la caridad es la va de la esperanza. Tanto menos es la esperanza fiel a la caridad, cuanto menos slida es en su fundamento y en la certeza de su promesa. Mientras ms fiel es en la caridad, ms intensa e invencible es su seguridad proftica.

tica de la esperanza como tica de la caridad: no la moral del premio (y del castigo), sino de la comunin con Dios, que es la esencia de la vida cristiana. Es una comunin constitutiva de la vida cristiana por el ya de la incorporacin a Cristo y del don vivificante del Espritu, pero en tensin intensiva hacia el todava-no de la plenitud. Es una comunin en la esperanza: amor que espera y esperanza que ama.

De la caridad teologal es expresin, y de ella procede, la caridad eclesial, como comunin en la nica esperanza (Ef 4,4), que hace la comunidad del pueblo de Dios. La nica esperanza -un sola spes- acta como el factor dinmico de cohesin de la comunidad eclesial en xodo hacia el cumplimiento escatolgico. Es la esperanza como motivo y, al mismo tiempo, como vnculo de comunin que suscita y llama a la caridad eclesial.

El amor que abre a la esperanza ms grande, toma de ella sentido y profeca en su manifestarse categorial y concreto, segn la pluralidad de sus exigencias y de las relaciones y solidaridades que cultiva y promueve. La esperanza de la fe es una fuente inagotable en la que abreva la imaginacin creativa e inventiva del amor. Provoca y produce constantemente un pensamiento anticipador que es pensamiento de amor por el hombre y el mundo, de modo que las nuevas posibilidades que surjan asuman una forma acorde a las cosas futuras prometidas.

3. LA INTEGRALIDAD DE LA SALVACIN

La salvacin en la esperanza (Rm 8,24) es esperanza de redencin integral humana. El hombre en la unitotalidad corpreo-espiritual, en solidaridad csmica e histrica con todos los otros hombres, es llamado a la salvacin y dinamizado por la esperanza. Esta, fiel al mensaje de salvacin de Cristo, no se espiritualiza en un anuncio de redencin maniquea o gnstica. La salvacin obrada por Cristo es salvacin de todo el hombre y de todos los hombres: Jess se solidariza con los pobres y con todos los que sufren; el reino de Dios es anunciado como liberacin de los oprimidos y de todos los marginados; la buena noticia de Jess es esperanza de liberacin para los desheredados, los ltimos y los excluidos (cfr. Mt 11,1-7; Lc 4,16-19).

Es claramente una salvacin sobrenatural. Pero en esta elevacin no olvida ni abandona lo natural, ms bien lo asume y lo envuelve en la regeneracin y transformacin sobrenatural. Un sobrenatural que no procede por desconocimiento o desinters (corpreo, social o csmico), sino por acogida y elevacin. Por esto, la esperanza de la salvacin implica la responsabilidad de la liberacin del hombre de todas las esclavitudes, las miserias, las injusticias y las violencias que lo oprimen; exige hacerse voz de esperanza -como Mara de Nazaret en el Magnificat (cfr. Lc 1,46-55)- para todos los sin-esperanza; significa la responsabilidad de la promocin humana como exigencia imprescindible y verificadora de la salvacin escatolgica.

Por esto -dice el Concilio- se alejan de la verdad quienes, sabiendo que nosotros no tenemos aqu una ciudad permanente, sino que buscamos la futura, piensan que pueden por ello descuidar sus deberes terrestres, sin comprender que ellos por su misma fe estn ms obligados a cumplirlos... El cristiano que descuida sus deberes temporales, descuida sus deberes con el prjimo, e incluso al mismo Dios y pone en peligro su salvacin eterna.

Una esperanza que deja de lado el reino del hombre no se hace ms fiel al reino de Dios. Lo verdadero es lo contrario: una esperanza es tanto ms esperanza de salvacin eterna cuanto ms es esperanza anticipadora de esta salvacin en el mundo del hombre. Ella es tanto ms esperanza del reino cuanto ms afirma la conciencia activa y persuasiva de que el reino de Dios est en medio nuestro (Lc 17,21): es la semilla que germina y se desarrolla en el terreno de este mundo (cfr. Mt 13,33), asumindolo tal como es en la fecundacin y elevacin redentora de lo que debe-ser. Nada del mundo de los hombres queda arrumbado en un presunto mbito profano de la realidad, ajeno o excluido del dinamismo salvfico de la gracia.

Al alba del tercer da resucit el Crucificado: no un Cristo diferente del Jess de la historia, no el alma de Jess, sino la misma humanidad de Jess que muere en la cruz en toda su corporeidad. La identidad del Resucitado y del Crucificado es la revelacin de la unitotalidad e integralidad de la Pascua como acontecimiento de salvacin. La esperanza que brota de ella es por s misma un mensaje integral de liberacin humana que lanza al cristiano al mundo, no para acomodarse a sus necesidades/fatalidades sino para asumirlo y comprometerlo en la dialctica sobrenatural de la esperanza: de la elevacin de todo el hombre a las posibilidades de Dios y de su gracia. Es una elevacin que acontece como compromiso tico de emancipacin y promocin humana, segn todos los mbitos y los momentos del existir y co-existir humano: desde la persona con sus derechos y sus libertades, a la familia, a la sociedad, a la poltica, al trabajo, a la cultura, a la economa, a la ecologa... a todo lo que suscita amor por el hombre y merece ser querido.

Este es, para el cristiano, el primer y el ms creble anuncio de la esperanza, simultneo, y en relacin recprocamente suscitadora, con el momento mistrico-sacramental. Los sacramentos son los signos de la esperanza, que suscitan la fidelidad de liberacin que significan: el cristiano la acoge como gracia y con gratitud en la celebracin y la vive como tarea en la cotidianeidad de su obrar. En los sacramentos de la esperanza el cristiano adquiere la pasin de lo posible, como conciencia activa de que el mal y el pecado en el mundo y entre los hombres, por muy radicados e incrustados que estn, pueden ser erradicados y vencidos. Esta pasin es en l fuerza, coraje, perseverancia, paciencia, vigilancia y lucha: actitudes en las que se expresa y toma forma operativa la esperanza.

El cristiano reconoce y asume, como veremos ms adelante, todas las esperanzas de liberacin social, poltica, cultural, econmica, ecolgica... como momentos parciales y contingentes ciertamente, pero insuprimibles e integrantes de la nica esperanza trascendente. El cristiano comunica a este empeo humano la tensin salvfica de la esperanza escatolgica.

4. LA NOVEDAD PROPIA DEL ESCHATON

Al cristiano no se le ofrece una meta de la esperanza alcanzable contra o a pesar del mundo. La alteridad escatolgica del reino esperado en la esperanza no se afirma por negacin del mundo de los hombres, sino por transformacin de la novedad indeducible de Dios y de su gracia.

Lo acontecido en la Pascua de Cristo -la transfiguracin de su corporeidad en la humanidad de la gloria- es prefiguracin de la transformacin escatolgica del mundo, de la meta ltima de la esperanza cristiana. El cristiano divisa en la resurreccin de Cristo... el futuro de aquella misma tierra sobre la cual se levanta su cruz; y ve en l el futuro de la aquella misma humanidad por la cual l muri. Precisamente, por esto es la cruz la esperanza del mundo. El fin del mundo no es una cada en la nada: no es un Apocalipsis aniquilador, sino transformador de la creacin en la ltima novedad de Dios. Es una transfiguracin del mundo de los hombres en el reino de la gloria: es la nueva creacin (Mt 19,28).

La esperanza, en efecto, es la espera de cielos nuevos y tierra nueva, en los que habite la justicia (2Pe 3,13; cfr. Apo 21,1). No la espera de un ms all futuro en oposicin antittica y desconocedora del aqu presente. Sino el cielo y la tierra de los hombres, este cielo y esta tierra, vueltos nuevos con la misma novedad de Dios, como liberacin de todas las precariedades y pesanteces de lo humano y como promocin a la plenitud de la gloria de Dios.

Una novedad que es espera en la esperanza como el novum ultimum escatolgico, o sea como el cumplimiento de un novum ya comenzado y donado: comenzado con la Pascua de Cristo y donado con la gracia sacramental del Espritu. La esperanza de cielos nuevos y tierra nueva significa un deber tico de innovacin prefiguradora y anticipadora de la novedad ltima. La libertad cristiana no puede conformarse con lo viejo: todo conformismo es un pecado contra la esperanza; no da razn de la esperanza que est en nosotros; es una traicin, no slo de lo humano declarado irredimible, irremediablemente marcado por el mal; es una traicin tambin de Dios, en cuanto desconoce el poder de la gracia en el mundo de los hombres: Donde abund el pecado, sobreabund la gracia (Rm 5,20).

La esperanza es esta carga tica que contradice todo fatalismo y pesimismo, que vuelve a poner en juego constantemente la libertad cristiana hacia una justicia ulterior y posible. Y marca la existencia cristiana como el camino del hombre nuevo que sigue en la historia los pasos de un Dios que hace nuevas todas las cosas (Apo 21,5).4. LA RESERVA ESCATOLGICA

Polarizada del novum ultimum escatolgico, irreducible a cualquier conquista intermedia, la esperanza vuelve a ponerse continuamente en juego en la historia. En el sentido que siempre habr para ella un algo ms humanamente inagotable. Por eso, la esperanza no puede jams inclinarse sobre s misma, en admiracin complacida de sus propios logros. Mucho menos instalarse en ellos, autoextinguindose como esperanza. Porque ella no est bajo el criterio del futuro del hombre, de uno de los tantos futuros objeto de las esperanzas humanas, sino del futuro de Dios, por s mismo inconmensurable e inagotable.

En relacin con el novum ultimum escatolgico, toda conquista humana se presentar inevitablemente con las caractersticas de lo relativo y de lo contingente, representar siempre una novedad penltima, un bien provisorio. En relacin a lo ltimo, tendr un valor anticipador y prefigurador, jams exhaustivo y definitivo. Frente a l el eschaton aporta siempre una reserva, puesta al desnudo por la desproporcin entre realidad y posibilidad, entre realizacin histrica y promesa divina. Lo que significa e implica, por una parte, un real y positivo reconocimiento de todas las esperanzas inmanentes y perifricas con su carga de liberacin y humanizacin. La esperanza trascendente no slo no las menosprecia, sino que las asume animndolas y finalizndolas escatolgicamente. La esperanza en Dios las preserva de todo desaliento y las conduce, a pesar de todo, infaliblemente a su objetivo. Por otra parte, la relacin con las realidades ltimas significa, al mismo tiempo, una relativizacin de todas las esperanza penltimas, de suyo inadecuadas para garantizar el bien sumo. Relativizacin significa reconocerlas en lo que son: sin nada de ms, porque se orientan a bienes, por muy grandes que sean, siempre inmanentes y contingentes; y sin nada de menos, en cuanto garantes de bienes humanos real e inalienablemente tales. Relativizacin, pues, no significa desvalorizacin sino liberacin de cualquier desviada absolutizacin, de cualquier pseudoescatologismo, de cualquier idolatra del xito y del progreso.

La esperanza escatolgica, en nombre del novum ultimum, relativiza como penltimo todo proyecto de esperanza meramente humana y denuncia como aleatoria toda esperanza de salvacin sin Dios. Por eso mismo, libera las esperanzas humanas de toda tentacin totalitaria y totalizante, empujndolas hacia algo ms, que es al mismo tiempo una mejor justicia humana y, por ltimo, la misma justicia de Dios.

La libertad es liberada del riesgo, sea del encerramiento paralizante en lo adquirido, sea de la utopa de una reconciliacin csmica o de una patria de la identidad sin la gracia. La libertad es continuamente motivada y responsabilizada como interlocutora de un Dios que la llama continuamente en la historia a un xodo de liberacin metahistrica. La esperanza es el volante de la libertad. La esperanza ms grande es la fuente de la libertad ms comprometida y fiel: Nosotros nos fatigamos y luchamos, porque tenemos puesta la esperanza en el Dios vivo (1Tm 4,10).

CONCLUSIN

SUBSISTEN LA FE, LA ESPERANZA Y LA CARIDAD

PERO LA MS GRANDE ES LA CARIDAD

Fe, caridad y esperanza expresan en unidad diferenciada la vida cristiana. Despus de haber analizado la especificidad de cada una es el momento de recuperar su indivisible unidad. Ahora subsisten la fe, la esperanza y la caridad (1Cor 13,13a): juntas forman lo permanente de la vida cristiana, lo que es expresin suya puesto que por ellas est esencial y dinmicamente constituida. La vida cristiana es vida de caridad, por la fe, en la esperanza.La vida cristiana es vida de caridad, porque consiste en la caridad de Dios: esta es la sustancia teologal del existir cristiano. La teologalidad es comunin agpica trinitaria, que mueve agpicamente todo el vivir cristiano; no se trata de un atributo (accidens) de la virtud de la religin: es la participacin en la sustancia de la vida de Dios. Y esta sustancia es caridad. No es el amor del hombre bendecido por Dios, sino el amor de Dios que se hace karis de santificacin (ontolgica) y de santidad (tica) en el cristiano. Por esto, haciendo eco a Pablo, hemos podido decir que la caridad es el todo de la vida cristiana, y que sin la caridad no se es nada y nada tiene valor.

Vida de caridad por la fe, porque es la fe la que introduce en el misterio del amor creador y redentor de Dios, la que anuda la comunin del hombre con Dios. La fe es el permanente ofrecerse revelador y redentor de la gracia a la libertad del hombre que la reconoce, o la fidelidad del hombre que acoge la verdad-acontecimiento de salvacin de Dios. Sin el dilogo teologal de la fe no es posible la comunin agpica con la Trinidad. En la luz de verdad de la fe Dios se hace caridad para nosotros y nosotros entramos en relacin salvfica con Dios. Y la fidelidad de la fe, que aquella luz suscita en nosotros como una fuerza de atraccin, se hace comunin viviente de caridad. Esta constituye y define la vida teologal a partir de la fe: a la luz y en la libertad de la fe. Por otra parte, la misma fe lleva consigo una dinmica de caridad, ya que consiste en una relacin con Dios que nos revela la verdad, no simplemente teortica sino interpersonal. De tal modo que la fe se presenta como la epgnosis teologal de la caridad: la inteligencia amante del misterio del amor de Dios. Caridad de la fe y fe viva por la caridad.

Vida de caridad, por la fe, en la esperanza, puesto que la participacin en la vida divina asume, en la historia y en el mundo, una forma incoativa y primicial, no la ltima y definitiva. Como tal, est en tensin escatolgica hacia la plenitud del gape sin sombras ni lmites. La esperanza da a la caridad de la fe la forma itinerante de la historia: del camino integrador de todas las solidaridades hacia el pleno develamiento y cumplimiento en Dios. El kopos de la caridad (cfr. 1Ts 1,3) no es un esfuerzo titnico de humanizacin del mundo, sino la fatiga del amor generada y sostenida por la esperanza: por el futuro de Dios abierto en la historia por la Pascua de Cristo. La caridad de la fe se vive bajo la promesa de la esperanza: la profeca del indefectible futuro de Dios, a pesar de todas las deficiencias, precariedades y fracasos humanos. La caridad vive de esta promesa, como vive tambin de la verdad de la fe; la asume identificndose: caridad-promesa: pro-missio: misin de amor originada, sostenida y finalizada por el amor infalible de Dios.

Pero la ms grande es la caridad (1Cor 13,13). Fe y esperanza convergen en la caridad. La caridad es la sustancia de la vida teologal: esta es caridad por participacin en el ser-caridad de Dios. Pero la caridad vive de la verdad de la fe: Caminamos en la fe y todava no en la visin (2Cor 5,7); y de la promesa de la esperanza: Si esperamos lo que no vemos, lo aguardamos con perseverancia (Rm 8,25). La fe es el sentido de la caridad, la esperanza es su profeca. La caridad tiene necesidad en el hombre de la significacin prolptica de la fe-esperanza. En Dios no. La vida de Dios, en s, es slo caridad: plenitud luminosa de caridad sin sombras ni menguas. En el hombre, en cambio, la vida divina es caridad con fe y esperanza: es entrega en la fe y en la esperanza al amor de Dios; caridad que supera el lmite y la desviacin, propios de lo humano, mediante el fiarse de la fe y el abandono de la esperanza en los signos eficaces del amor de Dios.

La participacin en la caridad de Dios es, en el cristiano, comunin agpica de fe y de esperanza: amor que percibe y corresponde a la insondable e inconmensurable autodonacin de Dios por la adhesin iluminadora de la fe, y al todava-no de la plenitud en la espera confiada y perseverante de la esperanza. Pero cuando nuestra participacin en la vida divina, de la forma itinerante del mundo y de la historia, asuma la forma de la plenitud escatolgica, la fe y la esperanza sern absorbidas por la caridad: se transformarn en visin luminosa y bienaventuranza subsistente de caridad (cfr. 1Cor 13,12). La comunin con Dios no ser entonces ya en la confianza de la fe ni en el paciente aguardar de la esperanza, sino en la perfecta coincidencia de la caridad de Dios todo en todos (1Cor 15,28). Entonces, la vida teologal en el hombre ser simplemente caridad, plenitud de caridad, como Dios es caridad.

Por esto, en el tiempo presente la esencia de la vida cristiana ahora- es la trada indivisa de fe, esperanza, caridad: Ahora subsisten la fe, la esperanza y la caridad (1Cor 13,13a). Pero la ms grande es la caridad (1Cor 13,13b), porque Dios es caridad y la vida cristiana, como vida teologal, es participacin en la caridad de Dios. Consiste en la caridad: es caridad por la fe en la esperanza. De tal modo que hay una convergencia de la fe y la esperanza en la caridad: son modalidades del vivir agpico en el hoy del mundo y de la historia; completamente absorbidas, sin embargo, por el gape de la comunin beatfica y gloriosa. All la trada se resuelve en la sola caridad, que es la plenitud contemplativa y participativa del amor de Dios. Fe y esperanza entran en el para siempre de la caridad -la caridad no acaba nunca (1Cor 13,8)- que es el para siempre de la vida agpica divina, cual condicin de perfecta coincidencia de ser y amor.

Afirmar que la tica cristiana es tica teologal, es centrar en ello su ncleo fundante y normativo. Este centro nodal es la vida de Dios participada a los hombres por Cristo, en el Espritu: constitutiva de la persona como libertad de fe-caridad-esperanza. Esta persona es el sujeto de la vida moral: profundamente motivado porque est axiolgicamente conformado en su ser, desde el cual la norma aflora como deber-ser.

Esto significa que la vida moral no puede ser entendida dicotmicamente o como paralela a la vida espiritual. Esto ha producido el desplazamiento de la vida teologal completamente en la asctica y la divisin de las competencias sobre las virtudes teologales entre la moral y la espiritualidad. Esta se ocupaba de ellas como vas de acceso del alma a Dios; la moral, en cambio, como deberes de vida cristiana, en la variedad de las obligaciones exigidas y concretamente determinadas por los pecados que las contradicen.

El deslizamiento al plano normativo de las virtudes teologales, se explica contextualmente por el empobrecimiento mistrico de la moral cristiana: sta secaba as sus races trinitarias, cristolgicas, pneumatolgicas y su fontalidad litrgico-sacramental, perdiendo densidad y consistencia metatica. El derecho natural se volva su referente primero y decisivo.

La teologalidad perteneca a la asctica. Y sta, o era sectorizada, generalmente en referencia a vocaciones y estados de vida particulares en la Iglesia; o era entendida como aadida a la moral. La tica, en cambio, que concerna y obligaba a todos, permaneca esencialmente extraa a la economa teologal. La tocaba slo tangencialmente, como referente extrnseco al obrar y a modo de confirmacin de argumentaciones eminentemente de derecho natural.

Recuperar la teologalidad de la vida moral es resignificar toda la tica cristiana en su dinmica axial. No se trata de sustraerla a la espiritualidad, sino de establecer una comunicacin dialogal entre vida espiritual y vida moral, de modo que la moral alcance la densidad del misterio y la espiritualidad asuma la exigencia. Una moral integralmente re-comprendida y sistemticamente repropuesta como dinmica axial de fe-caridad-esperanza es aquella tica de la persona, que responde simultneamente a las exigencias de una fundacin interior del deber moral en el sujeto agente, y de una especificacin profundamente caracterizadora de la moral cristiana. La tica normativa -como tambin la pastoral, la catequesis, la homiltica, la pedagoga moral- encuentran all el referente lgico y axiolgico de toda mediacin formativa para la vida moral.

Vivir y evangelizar la moral como la fidelidad de la caridad por la fe, en la esperanza es encontrar y ofrecer profundos y comprometedores motivos al obrar. Aqu est la radicalidad fundante de la vida en Cristo y segn el Espritu, que resignifica innovadoramente toda la ley natural y motiva exigentemente la radicalidad normativa evanglica. De no ser as, sa se voluntariza preceptsticamente (an cuando se trata de una preceptiva cristnoma) y termina por reducirse al mbito facultativo de lo supererogatorio; y la ley moral-natural y sus exigencias quedan al margen de la economa salvfica: simplemente como condiciones meritorias.

Vivir en la fe, caridad y esperanza es expresar el propio ser de gracia en el obrar. Y esto es el personalismo tico cristiano. Las tres virtudes juntas hacen a la persona moral: constituyen la conciencia que el cristiano tiene de s mismo, y estructuran la libertad con la que decide sobre s. Toda actitud y acto tico cristiano expresa la fidelidad teologal de la caridad por la fe en la esperanza y participa del para siempre de la caridad.

Nos referimos a sto hablando de *eros y agape+ en la caridad. Una larga tradicin ha visto en la esperanza el amor interesado de Dios: Dios buscado como felicidad propia, a diferencia de la caridad que lo buscara como bien en s mismo.

W. Kasper, Introduzione alla fede, p. 81.

Ivi, p. 82.

*La esperanza, en este caso, se vuelve una mscara para la resignacin, una mera ideologa+ (E. Fromm, La rivoluzione della speranza, Bompiani, Milano 1982, p. 11). El concilio Vaticano II tiene conciencia explcita de tal acusacin: cfr. Gaudium et spes, 20.

En particular, Spirito dellutopia, Firenze 1980; Das Prinzip Hoffnung, 3 voll., Frankfurt 1959.

En particular Homo viator. Prolegomeni a una metafisica della speranza, Borla, Torino 1967.

De este doble desarrollo antropolgico-cultural y bblico-teolgico y de su encuentro, se ha venido delineando y ha tomado cuerpo la teologia de la esperanza: como teologa no solamente sectorial, sino arquitectnica de todo el pensamiento teolgico. Expresin primera y decisiva de este encuentro es la teologa de la esperanza de J. Moltmann (cfr. Teologia della speranza, Queriniana, Brescia 1964). Por la teologa de la esperanza est animada y es expresin suya la teologa poltica de J. B. Metz (cfr. Sulla teologia del mondo, Queriniana, Brescia 1969), la teologia de la historia de W Pannenberg (cfr. Il Dio della speranza, Edb, Bologna 1970), la teologia del futuro de E. Schillebeeckx (cfr. Dio, il futuro dell'uomo, Ed. Paoline, Roma 1972). La recepcin ms autorizada fue la del Vaticano II, desarrollado y comprendido en el signo de la esperanza ms grande, de la cual la Ilglesia del post-concilio toma la propia identidad y la propia misin: ser en el mundo sacramento de esperanza.

He tratado este tema amplia y sistemticamente en Luomo in cammino verso... Lattesa e la speranza in Gabriel Marcel, op. cit.

Por Jess el Reino de Dios se acerca. El fin de la historia entra en el tiempo. El movimiento de su experiencia se mueve de la escatologa al presente de la historia. Jess otorga un sentido al presente a partir del fin (H. Bourgeois, La speranza ora e sempre, Queriniana, Brescia 1987, p. 51.

Cfr. C. Duquoc, La speranza di Ges, en Concilium 9 (1970), p. 43.

J. Alfaro, Speranza cristiana e liberazione delluomo, Queriniana, Brescia 1973, p. 46.

Cfr. R. Fabris, Attualit della speranza, Paideia, Brescia 1984, pp. 20-23.

La resurreccin pascual interviene como ratificacin o consagracin, de parte de Dios, de la esperanza vivida por Jess. En otros trminos, la confirma (R. Bourgeois, La speranza, op. cit., p. 45).

En la opcin incondicionada de amor del hombre Jess, se cumpli el amor salvfico de Dios para l y para nosotros. Muriendo en comunin de amor con Dios, comenz a vivir plenamente con Dios y de Dios; en su actitud de sumisin y de esperanza en el Padre, recibi de l la gracia definitiva de su glorificacin. Su unin con Dos en la muerte desemboc en la misma vida de Dios. La muerte estaba vencida; no pudo separarlo de Dios, sino que lo llev a encontrarse con el Dios vivo, que resucita los muertos... La muerte se vuelve, en Cristo, dilogo de amor, en el abandono libre de s mismo al amor y al poder de Dios (J. Alfaro, la speranza cristiana, op. cit., p. 51).

Cfr. H. Schlier, Per la vita cristiana, op. cit., pp. 77-80; R. Fabris, Attualit della speranza, op. cit., pp. 27-42; J. Alfaro, La speranza cristiana, op. cit., pp. 35-36.

La esperanza es la certeza que el mundo se realizar, no en virtud de una razn planificadora, sino por el carcter invencible del amor que ha vencido en Cristo resucitado (J. Ratzinger, La mort et au-del, Fayard, Paris 1979, p. 232).

Certeza vinculada al indefectible amor de Cristo (cfr. 2Ts 2,13): Mis ovejas escuchan mi voz; yo las conozco y ellas me siguen. Yo les doy vida eterna y no perecern jams, y nadie las arrebatar de mi mano. El Padre, que me las ha dado, es ms grande que todos, y nadie puede arrebatarnada de la mano del Padre (Jn 10, 27-29). Cfr. C. Spicq, Charit et libert, op. cit., p. 27.

Para una profundizacin analtica cfr. J. Alfaro, La speranza cristiana, op. cit., pp. 57-62.

El futuro prometido por Dios, al cual los creyentes responden con su esperanza, no consiste en este o aquel acontecimiento particular, en esta o aquella cosa, sino en la presencia divina y en la comunin que de ella se deriva. El futuro para los cristianos es relacional. Es la seguridad de que Dios no nos defraudar, aunque no sepamos cmo lo realizar (H. Bourgeois, La speranza, op. cit., pp. 239-240).

La esperanza de la fe no trata sobre lo que debera ser o sobre lo que deber ser; simplemente nos dice: ser (G. Marcel, Etre et avoir, Aubier, Paris 1935, p. 115).

Para Ef 1,18-20 el extraordinario poder de Dios al resucitar a Jesucristo es la garanta de nuestra esperanza: Para el cristiano no hay una esperanza separada de la resurreccin de Jess... Si l ha alcanzado el tesoro de gloria (1,18), tambin sus fieles se le unirn. Su destino, en efecto, nos involucra a nosotros, los creyentes (1,19): nosotros somos, en ltimo anlisis, los destinatarios de la manifestacin de la soberana grandeza del poder (1,19) de Dios desplegado en la resurreccin de Cristo. Y esto es tan verdadero que Dios con l nos resucit y nos hizo sentar en los cielos (2,6)... En el origen se encuentra el inaudito acontecimiento pascual, que pone ante los ojos del bautizado la figura de Cristo... en su glorioso destino de triunfador de la muerte. Por esto, la esperanza se puede llamar cristiana: porque ha comenzado con l, se nutre de l, y asegura al cristiano una suerte semejante a la suya (R. Penna, La speranza alla quale siete stati chiamati, in Cristo nostra speranza [Parola, Spirito e Vita 9], Edb, Bologna 1984, p. 203).

J. Alfaro, La speranza cristiana, op. cit. , p. 48.

Es verdadero, claramente, tambin lo contrario: una libertad de desesperacin -sea consciente y declarada, sea latente y enmascarada- es principio y motivo de desesperacin para la humanidad, para el mundo y para la historia.

Cfr. Lumen gentium, 8.

Cfr. ivi, 9.

Cfr. ivi, 1.

Cfr. H. Bourgeois, La speranza, op. cit., pp. 247-248.

Cfr. Gaudium et spes, 2.

J. Alfaro, La speranza cristiana, op. cit., pp. 129-140.

Ivi, p. 153.

La resurreccin de Jess inscribe el fin del mundo en el tiempo de la historia. Ella cumple la esperanza en lo que tiene de ltimo... Es el futuro definitivo en el presente cotidiano (H. Bourgeois, La speranza, op. cit. , p. 44). Este futuro pone en accin un devenir histrico, sin el cual correra el riesgo de ser mitolgico (ivi. P. 246).

Cfr. J. Moltmann, Teologia della speranza, op. cit., p. 9.

Si existe slo la presente, breve vida -y despus no hay sino la nada vaca- entonces no tiene sentido n renunciar ni comprometerse, mucho menos sacrificarse: el ideal es el carpe diem de horaciana memoria. Dichosos, entonces, los pcaros, y que se las arreglen los tontos (y los honestos!). Ciertamente todos admiten -incluso los libertinos- que lo que resulta de una vida as es muy triste; pero tanto vale, no hay alternativa! A la sombra dela muerte no florecen nobles sentimientos ni autntica libertad; slo calculados egosmos y convenientes libertinajes (P. Vanzan, Alineacin e preamboli nellodierna transizione al postmoderno, in Rassegna di teologia, 31 (1990), pp. 24-25). Esto ya lo haba constatado y expresado Pablo a los corintios: Si los muertos no resucitan, comamos y bebamos, que maana moriremos (1Co 15,32).

Sobre la desesperacin inconsciente cfr. J. Moltmann, Teologia della speranza, op. cit., pp. 17-18; E. Fromm, La rivoluziones, op. cit., pp. 15-18.30; M. Cozzoli, Luomo, op. cit., pp. 100-101; F. Dumont, Pralable une thologie de lesprance, in Lesprance chrtienne dans une monde scularis, Beauchesne, Paris 1972, p. 22.

Gaudium et spes, 20.

Ivi, 21.

Ivi, 39.

Lumen gentium, 35.

El futuro escatolgico no ha de ser diferido indefinidamente, como si se lo debiera esperar siempre sin jams alcanzarlo... El futuro se inscribe en el presnete... El futuro viene, no cesa de venir. Como el mismo Cristo. O tambin: el futuro se acerca, como el Reino de Dios... El futuro se hace presente, se actualiza. El Dios de la promesa es un Dios del hoy (H. Bourgeois, La speranza, op. cit., p. 243).

Durante la espera, queda algo por hacer. Hay que dar testimonio de las primicias del Espritu (B. Welte, Dialettica dellamore, op. cit., p. 102).

La esperanza teologal es anticipacin militante del futuro prometido... que abre espacio en el presente de los hombres al futuro de Dios (B. Forte, Trinit come storia, op. cit. , p. 190).

Lumen gentium, 35.

F. Bckle, Morale fondamentale, op. cit., p. 173.

Cfr. J. Moltmann, Teologia della speranza, op. cit., pp. 206-207.278ss.

La obediencia, que nace de la esperanza y del compromiso misionero, vincula las cosas prometidas y esperadas con las posibilidades efectivas de la realidad del mundo. La llamada y el envo a la misin por parte del Dios de la esperanza, no le permiten ms al hombre vivir en el mbito reducido de la naturaleza, ni le permiten vivir en el mundo como si fuese su patria, sino que lo obligan a vivir en el horizonte de la historia. Este horizonte lo colma de expectativas llenas de esperanza y, al mismo tiempo, le impone la responsabilidad y la necesidad de tomar decisiones respecto del mundo que est en la historia ( J. Moltmann, Teologia della speranza, op. cit., pp. 295-296).

I. De La Potterie, Speranza in Cristo e purificaciones (1Gv 3,3), in Cristo nostra speranza, op. cit., pp. 224-225; cfr. 207-226.

J. Moltmann, Teologia della speranza, op. cit., p. 28.

Gaudium et spes, 43.

La expresin es de S. Kierkegaard.

Quien ha renacido del agua y el Espritu Santo, pues, sabe que en Cristo lo aguarda un difcil, pero vencedor, morir-con, pero para resucitar-con (cfr. Rm 6,4; Gal 3,27; Col 2,12). Por eso, l no pude llorar como quien no tiene esperanza (1Ts 4,12) y afrontar el sufrimiento en el cuerpo y en el espritu sin quedar aplastado por ellos, puesto que sabe -y pascalianamente siente- que todo es gracia (Rm 8,22ss)... Por eso, esta otra esperanza mueve a poner manos a la obra para cambiar el mundo (P. Vanzan, Alineacin e preamboli di speranza, op. cit., pp. 25-26).

Cfr. Flp 3,20-21. Lo que en este texto se dice de la transfiguracin de nuestro cuerpo y de su conformacin con el cuerpo glorioso de Cristo, puede y debe decirse de la transformacin escatolgica del mundo, el cual est ntimamente unido con el hombre y por medio de l alcanza su fin (Lumen gentium, 48).

J. Moltmann, Teologia della speranza, op. cit., pp. 14.

Cfr. Gaudium et spes, 2.

El fin de los tiempos no ha de ser visto como... una especie de cataclismo, o catstrofe csmica, que engullira toda la realidad en el mal y en la falta de sentido. Para la fe y la esperanza bblicas, el fin del mundo es la ltima palabra de un futuro ya presente. No puede, pues, contradecir todo aquello que ya desde ahora testimonia la presencia del Espritu en el universo... El fin del mundo es visto por la Escritura en trminos de conclusin y recapitulacin (cfr. 1Co 15,28; Ef 1,10), no como una parada catastrfica que rechace o desconozca el valor del universo... La recapitulacin obrada por Cristo marca el fin de los tiempos, o sea de las condiciones actuales de la existencia... No se la debe identificar con ninguna espiritualizacin o liberacin de la materia. El fin de los tiempos no significa ninguna liberacin de la humanidad de sus vnculos corpreos y csmicos. La afirmacin de la resurreccin de los cuerpos se opone a una tal interpretacin... Por ltimo, el fin del mundo no significa el fin de todo, o el desmantelamiento del universo y la anulacin sin ms de todo lo que existe, sino ms bien su transformacin (H. Bourgeois, La speranza, op. cit., pp. 316-317).

Los bienes de la dignidad humana, la comunin fraterna y la libertad, es decir, todos estos frutos buenos de nuestra naturaleza y de nuestra diligencia, tras haberlos propagado por la tierra en el Espritu del Seor y segn su mandato, los encontramos despus de nuevo, limpios de toda mancha, iluminados y transfigurados cuando Cristo entregue al Padre el reino eterno y universal (Gaudium et spes, 39).

Cfr.Gaudium et spes, 39.

Es J. B. Metz quien habla de reserva escatolgica en Sulla teologia del mondo, op. cit. , pp. 116ss.

Si la esperanza cristiana destruye la presuncin que se encuentra en los movimientos que miran al futuro, no lo hace buscando su propio beneficio, sino para destruir los grmenes de resignacin que se anidan en aquellas esperanzas y que se manifiestan despus en el terrorismo ideolgico de las utopas, en las que la esperada reconciliacin con la existencia se vuelve una reconciliacin forzada. Pero as, los movimientos que tratan de transformar la historia son comprendidos en la perspectiva del novum ultimum de la esperanza. Son acogidos y promovidos por la esperanza cristiana. Se transforman en movimientos precursores y, por lo tanto, tambin provisorios. Sus finalidades pierden su rigidez utopstica y se vuelven finalidades provisorias, penltimas y, por tanto, modificables (J. Moltmann, Teologia della speranza, op. cit., p. 27).

Donde el horizonte escatolgico no queda abierto un partido, un grupo, una nacin o una clase terminan por hacer de la historia el horizonte cerrado de su accin poltica y se vuelven inevitablemente totalitarios desde el punto de vista ideolgico (J. B. Metz) (C. Fiore, I profeti della speranza, in Una speranza per luomo, Ldc, Torino-Leumann 1973, p. 144).

Expresin de la meta de la esperanza de E. Bloch, en cuanto plena coincidencia/reconciliacin del hombre consigo mismo, con los otros y con el mundo.

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