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    La novela corta. Una biblioteca virtualwww.lanovelacorta.com

    colecc inNovelas en Campo Abierto

    Mxico: 1922-2000

    coordinaciny ed ic in

    Gustavo Jimnez Aguirrey Gabriel M. Enrquez Hernndez

    La rueca de aire

    D. R. 2012, Universidad Nacional Autnoma de MxicoCiudad Universitaria, Del. CoyoacnC. P. 04510, Mxico, D. F.Instituto de Investigaciones FilolgicasCircuito Mario de la Cueva, s. n.www.lologicas.unam.mx

    D. R. 2012, Fondo Nacional para la Cultura y las ArtesRepblica de Argentina 12, Col. CentroC. P. 06500, Mxico, D. F.

    Diseo de la coleccin: Patricia LunaIlustracin de portada: D. R. Andrea Jimnez

    ESN: 8702312112669318623

    Se permite descargar e imprimir esta obra, sin nes de lucro.Hecho en Mxico.

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    ndiceUn grito no y prolongado. Un grito... 5

    El aire ocioso y vaco de Villacruz... 17

    Fuera, el crepsculo... 25

    Lleg arriba toda soocada... 39

    Jaque al rey...!. 51

    Mircoles o jueves? Qu da es hoy?. 63

    Extraordinario: por n tena un amigo... 77

    Necesitaba concentrarse. 95

    Primero oa los ecos. Y luego... 109

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    A Fernando de la Fuente

    Un grito no y prolongado. Un grito metlico.La muchacha despierta: ue tan de improviso quese trajo algunas sombras del sueo pegadas a losojos. Se los rota inantilmente. El rayo de sol se

    adelgaz tanto que pudo pasar por la rendija deltablero rendija o laminado, pero ya dentro,en un grito no y juvenil, comenz a vocear labuena nueva:

    Anda, abre el balcn, Anita, apresrate!

    Le anuncia un da acabado de hacer con de-coraciones nuevas, para estrenarse. Y el grito laurge sealando con su espada de latn el tableropor el que ha entrado. Entonces Anita se levan-ta. No se precipita; se ha vuelto incrdula de re-

    petirse el engao; en todo caso preprase en lapausa para recibir la sorpresa del paisaje indito,impreciso en la gracia de lo recin creado. Serposible? Tira de las maderas, descorre los visi-

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    llos. Nada! Desilusin, la desilusin cotidiana.El paisaje es el mismo de ayer y de siempre.

    Es indudable: la noche tiene poca imagina-cin. Anocheciendo anoche, cuando las sombrasocultaron al pueblo bajo el pao negro de unarara prestidigitacin, se crey que era para de-volver hoy por la maana, en gallardo trueque,

    una cosa renovada e imprevista. Pero no, que seha rustrado desmayadamente el juego y Anitarecibe, como todos los das, la mirada indieren-te de ventanas y puertas, que se mantienen en losmismos sitios, bajo los mismos aleros clavadas

    en las paredes y encerradas tras las rejas per-severando el conjunto en un gesto convencionaly jo, de una terquedad de otograa.

    Sin embargo, las casas y el sol se lavaron lacara con la tormenta nocturna. Entre las varillas

    de su vieja rigidez, esponjan su claridad maa-nera y hmeda, que escurre hasta el arroyo; alllas charcas enladas y espejeantes simulan unroto camino de cristal.

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    Todava arropado el pensamiento de sueo,Anita se ha quedado inmvil rente a la maana.

    Los ojos jos, ve sin mirar. En vano el geom-trico pedazo de casero repite cansadamente suorenda de colores, acercndolos en articiosoramillete hasta la ventana. Insistencia intil. Lamuchacha se ha ausentado. Taimada regres

    por el borroso camino que va al continente sintiempo y sin gravedad y que haca poco visi-taba. Quizs ue a completar la aventura quetrunc el despertar; quizs olvid algn recuer-do y ue a reconstruirlo. El sonambulismo de

    los despiertos! En vigilia, a plena luz, sbitose van los sonmbulos a bucear en su vida ex-traordinaria, dejando casa vaca el cuerpoinerte; tan slo se llevan la mirada de los ojosjos para mirar entre la penumbra de los sue-

    os: es la palmatoria de los otros sonmbulos,de los que se deslizan del lecho, los prpadoscerrados, y recorren como almas en pena lashabitaciones dormidas.

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    Con los ciegos ojos en cauto acecho, Ani-ta recorre la espelunca. Cultiva su pasmo con

    esmero. Estrambote de bienestar, prrroga alprivilegio de sentir con los sentidos metasicosde la antasa. El cuerpo inerte.

    La imprudencia de un pjaro! Acierta apasar por enrente y el vuelo rompe el hilo del

    encantamiento. Anita se reintegra. Las ltimasvibraciones de su lejana uga se enredan y con-unden en las ramas temblorosas del resno queah enrente contempla, en esta maana de julio,su sombra densa, cuadriculada de baldosas.

    Se resigna. Vulvese deslumbrada. La ampliaalcoba, sorda al rumor del da, incuba un ntimocrepsculo. En el ondo se ha abierto una venta-na tibia de sol tierno, dirase la luna del tocador.Al centro, un gran resplandor blanco descien-

    de y se diunde por las paredes enjalbegadas;la cama, vestida de novia, con su mosquiteroblanco, pulcro velo nupcial, que se yergue conla noble prestancia de una virgen antigua. En-

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    tre los simtricos pliegues del velo, el desordendel lecho: entraas ultrajadas de la virgen.

    Se vislumbra el monstruoso guardarropa,paquidermo que sostiene la pared. Es un mue-ble despreciable. Por la noche la asusta, ruidosode borborigmos, el vientre repleto de antasmas.El guardarropa, por ser la sede de los antas-

    mas de la casa, se ha hinchado de vanidad detal suerte que cuando se intenta arrojarlo de lacmara no atina a salir por ninguna parte. Anitalo abre con violencia; remueve la ropa, rebusca,hunde la cabeza, los hombros en la oquedad. El

    poderoso mueble, Minotauro amiliar, principiaa devorarla: slo se ven ya las redondas caderasceidas por la ligera bata, y las piernas, blancasy desnudas.

    Un estrpito en la habitacin la salva; resurge

    intacta de las auces devoradoras, con un vesti-do en una mano y un gajo de cabellos en la otra.

    Ay, me has asustado, Estana!Estana, siguiendo su costumbre, ha derriba-

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    do una silla. Se excusa: ya casi no veo... Vieja, en-juta y larga, es un manojo de aos. Su inmensa

    pesadumbre siendo tan silenciosa es producirtanto ruido. Su presencia liberta todos los ruidosguardados en las cosas. Abre una puerta y se esca-pa el alarido cautivo tanto tiempo en los goznes; sies el cajn del aparador, escandalizan los cubier-

    tos. Atraviesa el corredor y el loro da en chillar;se le escapan los platos de las manos y derriba lospercheros. La precede el tin tin del llavero. Here-d de la madre de Anita dos vestidos negros, lasmanos ras y el amor maternal para la hija.

    Hija, ya es muy tarde y t sin arreglar. Hacems de una hora que tu padre se ue a la ocina.

    Qu atiga! Tener que peinarse! Anita sedespereza. Aquellos largos cabellos suyos espe-sos y enredados, que exigen una larga labor de

    tejedora. Y su padre obstinado en impedir quese los corte, como tantas muchachas en Villa-cruz lo han hecho. Tan cmoda y cil la melena.Y ella se vera bien! Pero su padre es reacio a

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    toda innovacin. Asocia y sonre: el reloj encimadel bur miente descaradamente las siete desde

    hace varios das. Oh, si pudiera dar cuenta apap! Es su deecto. En la gramtica su padresera el pretrito presente. Le ha dicho que unamujer sin cabellos es como una mujer desnuda.Habr ocurrencia! Del aeite, ni hablar: es un

    raude, Anita se sienta rente al tocador; se adi-vina plida. De soslayo se ve la boca, precisay jugosa; la ampla: sonre. Amaneci de buencolor: hoy apenas usar el colorete. Hurta mi-rarse a los ojos: tiene la certidumbre de que una

    extraa de ojos ms negros que los suyos la miradesde el espejo. Se peinar? Comienza a pulir-se las uas morosamente. Es un recurso: pue-de asegurar que empez ya su tocado. Alarga laoperacin con aturdido empeo. Para qu pre-

    cipitarse? Queda tiempo de sobra para ocuparseen no hacer nada. Con la atencin en el brillo delas uas sesga el discurso en nimiedades. Apla-za el tiempo. Porque sabe que concluido el alio

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    tendr que salir a recibir el da, oteado apenas,con su cortejo solemne de horas y la muchedum-

    bre popular de minutos, alineados todos y dis-puestos a ser contados en una atigosa ceremo-nia aritmtica.

    Advierte de pronto que olvid sus oraciones:ni siquiera se persign. Como se levant tan de-

    prisa! Inclina la cabeza en direccin de la lam-parilla votiva, ya sin luz; sostiene un rizo que seiba a caer. Unidas las manos y dentro de ellas elpulidor. Las zapatillas de raso se colocan en sucampo visual. Observa: estn en una actitud sos-

    pechosa: nas y paralelas, una de las zapatillasavanza resuelta, mientras la otra sostiene el mo-vimiento con rmeza. Se inere que las zapatillashan estado ensayando por la noche el mecanismode la marcha, pero al intento de echar a correr

    se encontraron con que no tenan piernas!La mariposa de oro sobre el terciopelo del

    cojn la llena de valor. S, se peinar, se vestir.Bajar al huerto a ver las nuevas rosas erguidas

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    a la sombra azul de los naranjos. Correr trasla chica del hortelano hasta tirarle de la trenza,

    apretada como un ltigo. Luego nadar en el es-tanque, ahuyentando a los patos.

    Con su sombrilla roja, que tie sus manoscon una llama alegre, saldr a la calle. Prime-ro ir a saludar a pap. Tan bueno y solcito!

    Alevosa, ha de sorprenderlo, abusando de sumiopa, sobre uno de sus librotes; sin duda ellibro de deunciones lo conocer por la pastade luto. Abrir las ventanas para lavar el am-biente humoso. Le llevar a su padre una man-

    zana (que encontrar ms tarde sobre la mesa, ala hora de comer).

    Despus..., despus. S. Visitar a Elena paraver que le cuente su largo viaje, que habr do-blado dentro de sus ojos de gata, muchos kil-

    metros de horizontes. S, buscar a su amiga,que pondr dulces lejanas en su voz para con-tarle de Guadalajara, de Puebla, de Mxico. Loque habr visto! Buscar a Elena. Ir a su casa

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    lentamente, burlando las calles en rodeos irni-cos, detenindose a saludar a quienes encuentre;

    har una pausa para ver el cielo en la uente deljardn; llegar a comprar el listn que necesita. Irlentamente, lentamente. Porque presume que noencontrar a su amiga. Elena no ha vuelto de suviaje.

    Y har muchas cosas ms. Hoy no se aburri-r; el da es esplndido: se ha tocado su ms bri-llante sol. Se reproduce diez veces en sus manos;once, por el anillo con que se acaba de adornar;una chispita.

    Asoma. Por la calle las gentes se deslizan silen-ciosas; se cruzan como en una contradiccin me-ditada. Las mujeres rebozadas. Atraviesan lentoscampesinos: sus sombreros anchos y pajizos, es-puertas donde acarrean gavillas de sol. Una vieja

    coja acompasa el intento de una cada que no secompleta; denicin: desequilibrio estable. A lo le-jos pasa ta Luisa, luctuosa y obesa, que va a dormirdevocin diaria a la iglesia. Un pregn largo y

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    lastimero oscurece por momentos la va. Un pocode ceniza intercadente. U! u! Qu cansancio!

    Siempre no saldr. Tal vez por la tarde. Harque Estana le suba el desayuno. Siente desga-no, pesadez. Sin saber cmo, toda su energa dehace un momento se le ha escapado, as el aguaentre los dedos.

    Se sienta, abatida; torna a mirar a la calle.Qu casualidad! ste es el vidrio antaseadorque tanto la divirti aquella tarde! Apoya la ren-te sobre el vidrio imperecto, deormador, un ojosobre la burbuja. Las cornisas de las casas se on-

    dulan como si ueran lquidas. Qu gracia! Un li-gero movimiento y las ondas resbalan vivaces. Laventana rontera se ampla en redondo bostezo yla puerta se recorta en ventana, y luego, se un-den ventana y puerta en una mancha de tinta. Por

    los tejados pas la tenaza del peluquero; los rizosbermejos en prolija simetra. Pelucas. Lejos, des-dibujada, una polvera verde, con su tapa en vilo.Ser el cono del cerro que se ha partido en dos?

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    Ver la torre. Pero lo que se mira es el por-tal. Las columnas se estiran como de chicle hasta

    romperse, y se quedan, estalactitas y estalagmitas,buscando alcanzarse en la improvisada bruma.(El vidrio se ha empaado; lo transparenta el pa-olito de encaje.)

    Al n has denunciado el engao, oh extra-

    vagante vidrio disociador! La palmera no es talpalmera: es ese pjaro verde, que se cierne ahoraen el aire, con el plumaje extenso, magnco yerizado, y que pugna por descender y recuperarsu asiento en el vrtice de la na columna egipcia,

    sutil y fexible como el tronco de una palmera!

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    El aire ocioso y vaco de Villacruz est lleno decampanas. El campanario, locuaz, se prodiga.Y el aire reverente y vaco se encarga de llevarsobre la mano tendida el sonoro don de las cam-

    panas, ebrias del celeste vino. A todas partes lle-ga la merced intacta, todava bullente en vibra-cin, tibia de elstica garganta del metal.

    El aire, en leve raga, distribuye la voz delcampanario. Magna equidad. Y tan generoso

    es, delgado viento, que adentra su piadosa so-naja hasta los lugares en los que el sol, con sertan bueno, no se aventura; en las casas vacas,en las bodegas, en los aljibes..., en los ojos delos ciegos?

    El sol rectilneo. Escolar que escribe palotes.El viento conoce la sabidura de la lnea curvaque le permite en largos rodeos dejar su rica car-ga a donde va. A veces entra por los patios, o

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    escala por ventanas muy altas, o abre una puertasin que nadie lo vea. Y cuando es menester, se

    encarama para sostener y alejar, en lenta par-bola, una nota que tae claudicante, deseosa decaer luego, ya demasiado madura.

    Desde la alborada, cuando las mujeres se in-clinan sobre la calle a barrer las ltimas sombras

    de la noche hacinadas en el arroyo, las campa-nas comienzan a pulsar la vida del pueblo. Sonnotas giles, juveniles, que saltan alegres de latorre, con vuelo propio, conundidas con las go-londrinas que despiertan.

    A las doce, ruedan de lo alto, espaciadas, docecampanadas estentreas. Corpulentas, enrgicasy redondas, son de una torpeza borracha quehace rer. Tropiezan en todas partes, se hiendenen las aristas, rebotan en los paramentos reso-

    nantes, chocan su grito y desorientadas se aho-gan en el ro. El viento las empuja, las levanta,las devuelve, las quiere llevar con la dignidadque les corresponde, en una lejana evocacin

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    apostlica, pero es intil: las notas, hechas rui-do, se revuelven como rebao asustado.

    A la oracin, en el atardecer, resbalan los acor-des de una campana, tmida soprano. Las vocespulcras y perezosas, como pompas de jabn. Elaire las impulsa suavemente. Resbalan, se meceny caminan medrosas, y all en los maizales los

    campesinos escuchan su opaco estallar. Roco.La campana mayor, corazn palpitante del

    pueblo muerto.Pueblo inerte, dormido en el regazo del siglo

    beato e inmvil, que no se sabe cundo ue, Vi-

    llacruz peina su modorra con la risa tersa de suscampanas.

    Arrullo, cantura. Monotona, cansancio.Y en el viento vaco y ocioso encaja la vida...

    Las campanas tocan a muerto.

    Las calles, con ser tan viejas, se han vuelto ma-niticas, y en cuanto el da calienta, concurren asu constante y obligada cita en la plaza de armas.Llegan a la vez por rumbos opuestos, de dos en

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    dos, como caballeros de una leyenda, y luegode encontrarse, se unden abierta y cordialmen-

    te en la amplitud que orece la plaza. Se mezclanen ocasiones con la gente del mercado contiguo.Si arrecia el calor, se guardan bajo la sombrarodada de los rboles. Y por la noche se alejantomando extraos rumbos, tropezando en la

    oscuridad, puntuada por los ocos anmicos. Si-lencio de grillos.

    La torre de la iglesia tambin tiene achaques.Hace alarde de una alsa puerilidad. Se sabe lacosa ms grande y amada del pueblo: todo el ca-

    sero se alinea y arrodilla ante la erguida bri-ca, le muestra terrados y tejados en genufexin,y le orece, propiciatorio, el incienso de sus chi-meneas. Pero la soberbia torre con su chapitelalicatado, brillante como una corona, disimula

    aectadamente. Se pone a jugar a la pesca: tea-tral ngimiento. Por las maanas, al salir el sol,ya ha tendido una alargada y sutil red de som-bra encima del jardn rontero. Permanece larga-

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    mente inmvil, en espera y observacin. Luegova recogiendo lentamente el articio, a medida

    que el sol asciende. Algunas fores al roce de lared se deshojan. Algunas rutas caen. Qu ha-br cogido la red?

    Al medioda la red desaparece bajo la torre.Por la tarde la red se tira por el lado opues-

    to; se extiende con lentitud, para evitar el raca-so de la maana. Larga espera. Tramonto. Peroel pescador atigado no cobra el aparejo llenode pesca, que se pierde en las turbias aguas delatardecer.

    Contiguo a la torre est el viejo conventoranciscano, que hoy sirve de curato y escuelaparroquial. La importancia de este edicio esirrecusable. No en balde suri el martirio deser quemado alguna vez por las hordas chinacas.

    Por su noble y santo seoro, ha impuesto su leysuntuaria, en inapelable pragmtica, a todas lasdems casas de la localidad. El mandamiento hasido acatado unnimemente, en aable uncin.

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    Claro que ha empleado el ejemplo, comenzandopor mostrar su humildad ranciscana al pegar su

    costado a la torre, para medir y proclamar su ena-na estatura, y as ha logrado uniormar la alturade las construcciones, nivelndose las casas conigualdad cristiana; no se atreven ni a mirar sobreel hombro de la vecina. Las casas de dos pisos,

    que las hay, se han puesto de bruces para no que-brantar la regla, lo que redundara en imponer alas dems una vergonzosa servidumbre de insig-nicancia. En cambio, las chozas usan coturnos,a manera de pilotes, que por otra parte las preser-

    van, en poca de lluvias, de las aguas torrenciales.Con esta austera medida niveladora se ha

    conseguido hacer crecer a la torre no menosde un cuerpo, para ventura y edicacin de lasalmas piadosas.

    Nada de adornos, relieves o saledizos. El con-vento muestra su az monda, simple, de lneasrectas, enrejados sobrios, ventanas estrechas, casiciegas, y un portn de ancha y uerte hospitalidad.

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    Cierto es que abusa del aeite. El conventoest recin pintado de tibio color azul; pero bien

    se advierte que la casona es muy vieja y que susllagas y lepras al descubierto le impediran serejemplar.

    Las dems casas son as. Simples, lisas, con in-genuidad de colegiales y con la misma sencillez.

    En cambio, los colores que visten son calientes,detonantes, enlndose en una gama discrepantey jocunda, tal la escala de un piano descompuesto.

    Mas la prescripcin suntuaria omiti por to-lerancia el adorno de los rboles. As, la casa de

    all, tuerta y desgarrada, se ha cubierto con lamantilla de fuyente encaje que le presta un sauzllorn; y la de ac, extica, se clav en la espaldael prcer remate de una pagoda, prcer y arm-nica araucaria. Algunas azoteas surgen cornudas

    de cipreses y otras extienden en mantn fori-do las ramas de las buganvilias. Un amplio ce-dro, como un paraguas abierto. Un ciprs, comoun paraguas cerrado. Muchos rboles: palios,

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    peinetas, pelucas. Las casas atenan su desnudezcon el atavo de las rondas rebosantes y libres.

    La capilla, al trmino de aquella calle angos-ta y muda, se adorn la achada blanca y azulcon un buen pensamiento. Y la uentecilla ado-sada hizo trepar por el muro la alegre gua desu murmullo, tapizndolo con sus corolas de vi-

    drio, que lo patinan levemente.En las orillas del pueblo, las tapias de los

    huertos se coronan de rosas, y paralelas y co-gidas de la mano se alejan gravemente, haciael campo, como un rito griego. Aectacin. Ana-

    cronismo. Estamos a tres mil aos de Grecia!

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    Fuera, el crepsculo, para no conundirse con lanoche, se colg al cuello su solitaria estrella.

    En la salita ya casi no se ve. Y la guitarra enlo oscuro se oye mejor. A la sordina, las notas

    como lucecillas rojas, verdes, amarillas, brincanentre las sombras. Anita mira cmo las sombrasvoraces han rodo la guitarra en el centro, or-mndole un crculo negro. Y su amiga Lola hadesaparecido, sombra tambin. Pero sus manos

    quedaron prendidas sobre la guitarra. Sus manosblancas, sonoras. Una sobre el mstil, saltarinay multiorme, hace equilibrio sobre las cuerdaspinas; se tiende y se crispa, levanta los dedos enbusca de gravedad o los hinca para sujetarse. Vo-

    latinera mano de baile alocado y rtmico, que enel renes perdi un dedo. La otra, sobre la cajasonora, caliente el arpegio, lo enciende y lo lanza.Como uera recia voz, la mano unmbula vol

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    al extremo del mstil, asustada, haciendo gara-batos. Pero luego una vocecilla, mnima, ape-

    nas visible, como la punta de un aller, la atrajo,toda curiosa y suspensa, hasta adelantar un dedosobre el pecho del instrumento, y all el dedo sedio cuenta de cmo aquella vocecita casi sin vidacaa dentro del agujero negro de la guitarra.

    Un son costeo! La mano que incuba las no-tas se sacude, tensa, epilptica; arroja al aire lascuerdas trenzadas, veloces. Limoncito, limon-cito... Queda oscilando en el aire el cantar quealguien canta:

    ...y el amor para que dureha de ser disimulado.

    El son repite su cil motivo hasta el cansan-

    cio. Estribillo. Rosas de un rosario.Aqullas son las manos de Lola, incansables.

    Ella se adivina en una mancha gris detrs de laguitarra: realmente estar ah?

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    Oye, Lola, verdad que estamos mejor as,a oscuras?

    Las manos veloces se detienen, escuchan,asienten. Vuelven a la msica, tartamudean unavieja armona y alegres se persiguen y se eludencomo dos pjaros en el cordaje del aire.

    Manos expresivas! Ve Ana las suyas plidas

    en lo negro. Las levanta como pequeas alas;los brazos... ah, porque las manos son las alascon que se levantan los brazos! Separa los de-dos: penas. Examina la palma. Ha rejuvenecido;desaparecieron las arrugas. Desapareci el hors-

    copo. De un solo golpe, la noche ha esumadotoda su historia, pasado, presente y porvenir. Nodistingue ni la lnea del corazn, ni la de la vida.Tampoco distingue la lnea sinuosa, ansiosa... dequ?... Su lnea. Ha quedado tabla rasa. Podr

    recomenzar su vida en este amanecer de la mano?En rigor debera tener las palmas tersas, como unarente serena. La historia que cuentan sus manosseguramente no es suya... Su historia? Bah! Por

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    ortuna no la ha descirado a pesar de su libro dequiromancia. Preere aplicar su grave ciencia en

    sus amigas. Para ello basta un poco de imagina-cin. Sonre de las patraas que inventa cuandoles dice la buenaventura. La tienen por zahor. Esdivertido. Para el orculo adopta una actitud so-lemne, runce el ceo, dispone de un ligero tem-

    blor al tomar la mano que consulta; luego pegalos ojos en la telaraa de arrugas. Mira ensegui-da los ojos que esperan risa y azoro y vierteel orculo. Siempre acierta. Los ojos azoro yrisa miran a su vez las lneas palmarias, menu-

    dos caminos de atalidad.Sibila benvola, ha puesto sus artes adivina-

    torias al servicio de sus amigas: las conoce dema-siado. Son de una sencillez adorable; no tienensecretos, ni dicen mentiras. Orecen el diano

    escaparate de sus ojos, vaco de inquietudes. Ensus manos habran de encontrarse las rayas de lavida y del corazn, nicas, ormando una cruz.Viven, se enamoran y van a la iglesia. Anita les

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    prodiga dones. Reparte elicidades, matrimo-nios, cartas, hijos y aos con largueza. Lola ten-

    dr dos hijos: uno rubio y otro moreno. Mar-garita conocer el mar en otoo. Luisa vivirmuchos aos. A su padre y a Estana hubo deadivinarles el pasado: son demasiado viejos.

    Porvenir. Pasado. Anita tiene inmensa curio-

    sidad de adivinar su presente. Por desgracia, elpergamino de su mano izquierda relata una viejahistoria cuneiorme que no le interesa: no es lasuya. Y la M legible apenas le dio su inicial paracomenzar la inquisitiva. Esta quiromancia es

    alaz paleograa. Sin embargo, las manos hablan.Las manos de Lola cantan. Debe existir una nue-va quiromancia. S, una quiromancia del gesto;sin grietas ni encrucijadas. En el gesto, cada unode los dedos traza su signo. Rompiendo su grega-

    rismo en actitud divergente, matizan el concepto;cada dedo dice una palabra de la rase. Cuandoconcurren todos a la expresin repiten la mismapalabra: la elocuencia unnime del puo cerra-

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    do o de la mano que bendice. A cada dedo co-rresponde una parte de la oracin. La mano sin

    pulgar perdi el sustantivo. La trunca del ndiceperdi el verbo. El esperanto de las manos. Perolas manos tienen su lenguaje exclusivo y perso-nal cuyo conocimiento orma la sabidura de lanueva quiromancia. Anita prueba a iniciarse en

    sus recnditos misterios. Entre los involuntariosmovimientos de las alanges, es posible descirarsu incgnita existencia. Llegar a descubrir lacristalograa de su espritu? Acecha: apenasve la blancura de sus manos. Aguza su sentido

    muscular: observa. Advierte en el meique un li-gero tic, insistente y rpido. Signica? Que esimpaciente? Impaciente: poco descubrir es. Ya losaba. Es nerviosa. Nunca ha sabido desatar unnudo ciego; ni nunca aprender a bordar. Lola

    se esorz en ensearla; vano empeo: rompalas sedas, se sala del dibujo y se pinchaba losdedos. Preere el piano: basta con acelerar alcomps para acordarlo con la presteza de los

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    nervios. Los nervios! En ocasiones una veloci-dad interior, un fuido de vrtigo le recorre todo

    el cuerpo y pugna por escaparse por las extre-midades. Es entonces cuando siente necesidadde recorrer calles y ms calles sin objeto, hastasentirse rendida. O se pone a escribir lo primeroque se le ocurre. Las letras inclinadas se alargan

    de velocidad; van volando sobre las rayas; lastes pierden las tildes; las es avientan sus puntos;las letras nales tratan de atrapar en un rasgola palabra siguiente. Y el ndice, verbo, gao devoluntad, empuja implacable la pluma arando

    sobre el papel los surcos desiguales de los ren-glones, sembrando borrones, manchas e inusi-tados signos ortogrcos. Al n se va gastandola energa con la tinta. Llega el agotamiento: en-tra en una postracin, en una voluptuosa pere-

    za. Anita se siente dichosa, descargada del fuidoimperioso, roto el vehculo veloz, se abandonaen seguimiento de la imaginacin que desen-vuelve curvas de elegante lentitud, discontinuas

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    de ausencias. As minutos y horas. Ahora susmanos delatan su pereza: abandonadas sobre el

    regazo, inconexas, limpias de msculo, borro-sas. Alas inertes. Pero no, es una calumnia, ellano es perezosa. Lee, piensa, riega los tiestos delcorredor, recoge los huevos del gallinero y da decomer a la tortuga enclaustrada en el pozo. Su

    padre es injusto cuando la llama perezosa. Sislo la juzgara mentirosa! Mentirosa s! Ani-ta lo conesa convencida. Dice mentiras sin po-derlo evitar; las dice deliberadamente, las ela-bora golosamente. Ser un grave deecto? Es

    tan entretenido contar mentiras y rerse de ellas!Qu ruicin la de torcer los sucesos, enmara-ar la realidad; resquebrajar la insulsa verdadde las cosas! Tan divertido como ver a travs delvidrio imperecto que abrica una metora de

    cada cosa que pasa por la ventana. Alegre rebe-lin contra el pacato acomodo del mundo. Y tanentretenido: el deporte de la mentira para plani-car el tiempo. Regocijo plural. El azoro de sus

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    amigas mientras les revela que vio un antasmaen el huerto! O cuando aparenta, entre burlas,

    que busca el libro que trae en la mano. Engaaa Lola; si va por la calle en su compaa, hacecomo que tropieza y se disloca un pie; la pobreLola la ayuda a caminar, la ricciona, mientrasella para contenerse hace buches de risa. A veces

    dice la mentira por decir algo, pero as se obligaa estudiar el tema, hasta agotarlo. La noche quecalumni a la luna, apenas si la haba visto conatencin en su vida. Aquella noche la luna se en-caramaba por el caballete de un tejado, saltando

    sobre la cpula negra de un rbol; estaba hin-chada y amarilla como el vientre de una muerta.As que pendi en el aire ya una calavera, lainjuri: Bruja de aquelarre!. (Volaba la lunasobre la escoba de una nube). Sus amigas pro-

    testaron. Anita menta; hubo de estudiar el temay sus variaciones. Ha llegado al convencimientode la necesidad urbana de la luna: alisa las as-perezas del pueblo, ensombrece las calles y hace

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    ladrar a los perros. Es tambin necesaria en lospoemas: amor sin luna? Pero cmo endulzar

    la rase galante sin el azcar de la luna? Y lanoche se perdera en la noche sin el camino deplata en medio del mar! Graciosa y pueril, laluna se blanquea de harina como los payasos yse marca la cara con el tatuaje de los antrop-

    agos. Adems, para no cansarnos desaparece,luna literata, empleando el matiz, recortandosu luz cada da en una retrica gradacin, hastaextinguirse teatral, ante la desolacin del corode estrellas, en el tercer acto de la noche sin luna.

    Mentirosa. Bien. Cul ser el gesto quiro-mntico de la mentira? Sorprende en este ins-tante al pulgar y al ndice en complicidad, pe-llizcando sus labios. Bueno, qu importa. No searrepiente. Despus de todo, quin puede decir

    que la mentira no contenga la verdad. Los en-gaos provocan las realidades, como las actitu-des provocan los actos. Su amarga experien-cia! Tiene presente el juego que discurri para

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    engaarse. Era un ensayo de noviazgo. Inventun novio, lo instal en Pars, lo nombr Mario.

    Le escriba apasionadamente; durante meses lascartas se amontonaron en la gaveta del secre-taire. Acab por enamorarse; sura de amor.l, desdeoso. En un arrebato de clera rompiel retrato lo haba encontrado en una revista

    de cine. Desde entonces se ha vuelto cauta en elmentir: procura que sus mentiras sean absoluta-mente alsas, irrealizables. De su aventura conMario perduran las iniciales entrelazadas en eltronco del limonero.

    Su buen padre se enada. La llama loca si sepone un zapato negro y otro ca. Se explica:l no ha sentido la emocin de caminar por eljardn al lado de una invisible compaera, mar-chando ambas con los largos pasos de un solo

    pie. Se enada tambin porque pone el desperta-dor a las diez, para acostarse, saluda invariablecon los buenos das y duerme en ocasiones de-bajo de la cama.

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    La gente es apegada a la costumbre. No sele alcanza la razn por la que el rbol de Na-

    vidad slo pueda instalarse por Navidad. Ellaestej su cumpleaos en abril con un arbolillomuy adornado de escarcha, velitas y juguetes.El arbolillo adelant a los nios una lejana ale-gra, y reresc el calor de la noche improvisan-

    do ingenuamente el invierno.De todo esto proviene la prohibicin de que

    lea novelas. Asegura su padre que las novelas lellenan la cabeza de pjaros. Sus pobres librosocultos tras el guardarropa! Emparedados, vili-

    pendiados. A hurtadillas los visita. Asoman conla timidez de la tortuga en el ondo del pozo.Tira de un libro: menuda arquilla colmada y bu-lliciosa; cajita de sorpresa, cada hoja una tapa.Un mundo: viajes, intrigas, amoros. Lo que le

    han enseado!Si no uera por lo que ha ledo no sabra nada.

    Porque aqu, en el pueblo, no puede pasarnada extraordinario. Los muchachos son spe-

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    ros, desmaados. Con la voz ronca, se acercana saludarla por la ventana y se aplican a doblar

    las rejas con sus manos gruesas y velludas. Loshombres son iguales: y las mujeres. Se halla todoidenticado y clasicado.

    Basta con verla: conrma Anita que la boticaes trasunto y compendio de Villacruz. Esa boti-

    ca que se ve por la ventana: botica del SagradoCorazn. Arriba se ve una imagen, las manosuntadas de blanda interrogacin, y sobre la t-nica azul el corazn llameante, colgando comoun medalln antiguo. En los anaqueles, alinea-

    dos, los potes de porcelana, equidistantes en si-mtricos alvolos. Los potes son idnticos den-tro de su uniorme cilndrico, nieve y oro. Lamisma actitud indierente y rme. Se colocaronunos arriba de otros guardando una maniesta

    jerarqua; pero son idnticos. Sobre el dorso unatarjeta de identicacin: los nombres distintivosnombres viejos que se enjutan sobre la super-cie brillante, ayuntndose las letras: ae, oe.

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    En el mostrador, dos grandes eseras de cristal,la una llena de color verde y la otra de lquido

    azul. Las sombras que destilan son: un trocitode pradera y un trocito de azul.

    Los potes iguales; cada uno en su sitio. Ni lamenor discrepancia: es la misma unidad que serepite. Pronuncian discretamente sus nombres

    para evitar conusin. No desean moverse.Simtricos y graves, suelen quedar todos

    atentos al almirez, que en plena actividad tinti-nea como una campana.

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    Lleg arriba toda soocada. La habran visto su-bir? Anita sujeta el libro bajo el brazo y luegolos cabellos alborotados de viento. Desde nia nohaba vuelto a subir a la torre. Subrepticiamente,

    tentaleando, subi el caracol oscuro, sintiendo ellatido de una turbada emocin. Pero era impo-sible continuar all abajo la lectura. El relato seahogaba en el aire connado de la habitacin; elcorrer del peregrino suceso tropezaba lamentable

    en las paredes opacas, y para no truncarse, la ver-tiginosa aventura se vea obligada a salir por elpostigo de la ventana, estrechndose. Necesitabaamplitud de espacio para tender, como sobre unextenso tapete, el arabesco de la narracin.

    Arriba es ms temprano. La tarde, para noirse, se agarr de los anchos hombros de la torre.

    Un extenso crculo de montaas llenas desol se incorporaron rente a la torre, en donosa

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    emulacin. Cimera y desvada, toda azul, la sie-rra alarga su dentada mandbula de plesiosauro.

    De bruces sobre el cerro de San Jos, una nubeopulenta blanca y rosa una mujer de Rubensse asoma para el otro lado; emenil curiosidad.Qu habr detrs del alto monte? Aquella coli-na, almohada de la llanura, es de verde terciope-

    lo. Y la llanura se ha vestido de Arlequn, Arle-qun dormido.

    El cerro de la Cruz quiso entrar al pueblo,pero las calles son demasiado estrechas. Quedsin empeo, inerte, en las orillas. Entonces el ca-

    sero quiso ir a la montaa y algunas chozas seempinaron por la alda.

    Discretamente la muchacha acerca la miradahacia abajo. ngulos rectos y naranjos los deljardincillo del atrio. Enrente, una calle enla

    rectamente hasta el campo. Y las casas? Quaspecto tan conuso y extrao: es un remolinode rgidos colores. No se encuentra la entrada;se ha desorientado. Siente ella que se ha perdido

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    oh delicia! por vez primera entre las callesde Villacruz. Se da cuenta de que las casas tienen

    una achada que da al cielo. El conjunto es unamancha heterognea y desgarrada de verdores.Pero qu trabajo ormar los cuadrados de lasmanzanas con pedazos tan irregulares!

    Las ventanas que dan al cielo son anchuro-

    sas como patios, y no tienen maderas.Las casas por arriba tienen un aspecto la-

    mentable. Es el lado del descuido, de la pobresinceridad. Se sorprende a la poblacin como auna amilia en la intimidad de su miseria. Las

    pardas azoteas parchadas de cal. Crneos abo-llados, llagados. Planicie rida, escabrosa. Lien-zos sin la vanidad del colorete, todo empavesa-do de ropas puestas a secar.

    Se desvanecen misterios, se descubren cu-

    riosidades; la casona hermtica y agria junto almercado, que al ir por la calle impresiona comoposeedora de un terrible secreto, es un corra-ln huero, poblado de ortigas. La otra, paup-

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    rrima, esconde dentro el tesoro de una alberca,brillante como una bandeja de plata. Casas an-

    gostas que atraviesan la manzana en estocada.Un huerto prouso y complicado dentro de uncuadrilongo. La techumbre negra del convento,con sus pequeas bvedas, como una perra quese calienta el vientre.

    Al n encontr Anita su casa, con las cuatropestaas de sus grgolas. Distingue el corral, lavaca. Atraviesa Estana por el patio. Eh! Sipudiera gritarle! Las rondas del huerto se hanconundido en gran masa con las vecinas, bo-

    rrando la pared medianera; ya no sabe culesson sus laureles, sus resnos ni sus cedros. Talcomunismo le desagrada, como el principio deuna deslealtad.

    Ahora va corriendo con los ojos por la calle

    tirada a cordel. En un santiamn llega a la o-cina de pap. Va a visitarlo. Admite que en estemomento se encuentra autorizando un matri-monio y pronuncia la solemne rase que vincu-

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    la, esa rase de poderosa uerza mgica que lallena de asombros. Pero no se detiene. Es tan

    reducido el local del Registro Civil! Salta variasmanzanas, elude una veleta, y cae en un corra-lito despejado, precisamente sobre las ramas deun rbol seco. Vive ah su amiga Margarita. Es-tar? No tardar en salir, porque Margarita va

    y viene como una ardilla. Ser cil reconocerla:sus aspavientos, sus gritos, su vestido claro. Lle-gar corriendo tras el perro, trepar al esqueletodel rbol y arrojar piedras a la casa contigua.Le da vaga tristeza la cil alegra de su amiga;

    mas cuando estn juntas se contagia de su opti-mismo inconsciente. Admira su carcajada rtmi-ca y recia, que asciende en el aire con la espiralde una columna salomnica.

    Pero decide volver al aire. Encuentra plcido

    y divertido moverse con tanta acilidad por elaire: ya no hay distancias; el pueblo se ha en-cogido y Anita lo llena todo con una misteriosauerza de ubicuidad. Desde la torre, el pueblo se

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    mira dentro de una escala de uno por mil. Buscala casa de su prima Cuca. Por ac. Con una lige-

    ra pincelada de los ojos ja un puente, a manerade arco iris, de un barrio a otro, por encima de lacapilla. En el rincn de aquella plazoleta vive suprima. No alcanza a ver la casa, casi oculta poruna cortina de rboles; apenas si se advierten los

    blancos tapiales almenados de amarillos calabo-zos. Cuca est enerma; hace ms de un ao queno sale de su casa; nadie sabe lo que tiene: el m-dico se encoge de hombros. Ser cierto, comodice Estana, que la tienen embrujada?

    All, entre sauces, los muslos metlicos delro. Una calle se precipita, sedienta. nica vaprecipitada por sedienta.

    Otro desliz en el espacio. Ya est en casa deMagdalena. Queda muy cerca. En el patio se dis-

    tinguen las dalias. Ah! Ella est all. Parece leer.No; est cosiendo. Vigilar: quiere sorprenderla.Maana, cuando la vea, la apartar misteriosa-mente y le pedir la mano para decirle la bue-

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    naventura. Magdalena sonreir crdula y con eldesdn que acostumbra repetir su rase: Pero

    t crees en eso?. Violentndola un poco, ellatomar su mano y comenzar a decirle lo quehaca esta tarde, punto por punto. Entonces suamiga enarcar la cejas, se pondr un poco p-lida, se turbar. Habr de or suspensa el vatici-

    nio y quedarase meditando si es posible que laelicidad est llamando a sus puertas.

    Tan... tan... tan.... Anita se asusta. Es unacampana que vocea el mensaje que desde aba-jo le transmite una cuerda. La primera llamada

    al rosario. Se acerca al campanario: la campa-na mxima, en el centro, obesa y cansada. Lacampana que toca, cabecea, ahorcada de largosalambres. Pero las esquilas son vigorosas y gi-les: con los brazos abiertos y duros, inclinan su

    giro, en perpetua acrobacia, al borde del precipi-cio. Son las acrbatas del campanario. Y cuandovoltean, locas, gritan al peligro. Poderosa cajade resonancia, la torre.

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    Por el cerro de enrente se desliz un camino.Vena rstico y polvoso: un camino del campo.

    Cuando lleg al pueblo se visti de casas y sepuso aceras, y ue calle. Urbanidad.

    Los caminos. Se ven muchos caminos. Anitalos clasica: los ha meditado. El asendereado ca-mino real, viejo gris, achacoso en baches y asm-

    tico de polvo, que se desarrolla en atigosa lnearecta. Camino de conquista: va derecho a su presa.Indierente a la llanura que con leve movimientosostiene su carrera, corre adelante en raudo auto-mvil. Se borra el talismn que como huella dejan

    las caballeras. Los viajeros no se saludan.Ameno y terso es el camino vecinal. Se colum-

    pia para dejar pasar el ro, y luego lo salta con elgil salto del puente. Despus, brioso, se empi-na por un recuesto. Ceidos recovecos. Adelan-

    te orma amplio meandro para rerescarse en unbosquecillo de cedros. Ondulando baja al villo-rrio que blanquea, y con recia travesura retuercesu calle principal, escapando por la caada.

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    La vereda inantil y aturdida. Busca el peligro.Trepa al monte como cabra. Se acerca a los can-

    tiles. Zigzaguea en pasos de complicada danza.Se rueda. Se extrava en los matorrales y se baaen el arroyo. Y al cabo se arroja de lo alto porentre las rocas y, rgil, al caer se rompe en tresveredillas que se lanzan por rumbos distintos.

    Los caminos orientan su traza. Detinen-se: husmean el rumbo. Alargan sus mlltiplesbrazos ambulantes y agarran la extensa campi-a y la lejana sierra. Y, cosa muy importante,siempre llegan al lugar al que se dirigen.

    Desde aqu se columbra la va del errocarrilque pasa por detrs de aquel altozano. Pero lava del errocarril no es un camino: es un esque-ma de camino. El esquema que se emplea en losmapas para indicar los caminos. El camino del

    errocarril va en las ventanillas. La va es el signoaritmtico que orma la ecuacin de la igualdadde dos ciudades. Frmula: C = C. (C representaciudad).

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    Como un cesto de cascabeles que se vuelca,salen en alboroto los chicos de la escuela parro-

    quial. Corren en todas direcciones, arrancandojirones de silencio y de ramas verdes en el jar-dn. Para impedir que se lleven el jardn ente-ro, el muy Ilustre Ayuntamiento mand clavaruna palmera en cada una de las cuatro esquinas:

    cuatro clavos de lujo.Precisamente bajo los ojos de Anita pasa una

    gran banasta colmada de pan: oro apetitoso. Labanasta lleva atrs un comps de talones.

    Comienza la tarde a idear su crepsculo. Est

    indecisa. Se le estn acabando las combinaciones.El argumento de prpura y ncar lo han echadoa perder las literaturas del siglo pasado. La tapi-cera roja y gualda se gast en las revistas espa-olas. Formara su abanico de rayos anaranja-

    dos, si la tarde uera calurosa. Y nubes violeta encampo de gules, parecen uera de estacin. El solse decide a morir con la sobriedad de un camelloen el desierto. El ocaso se limpia de nubes.

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    Tan... tan... tan.... La segunda llamada alrosario.

    Una mujer enlutada sale precipitadamentede la iglesia. Simultnea se abre una ventana enel convento: asoma el seor cura. La enlutadaatraviesa, elstica y juvenil, sin volver la cabeza.Anita quiere reconocerla: el porte le es amiliar.

    Quin ser? No, no atina.Musgosa de sombras, la achada del santua-

    rio se inclina hacia la noche. Una paloma se posaen el hombro de piedra de un santo asomado ensu nicho, como a una ventana. Paloma venusina.

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    Jaque al rey...!.Las cuatro lentes de los anteojos convergen

    sobre el tablero en un experimento ptico. Laluz elctrica a plomo sobre el ngulo obtuso de

    las visuales. Negras y blancas, las piezas del aje-drez se han mezclado como los das y las nochesde un recuerdo conuso.

    Jaque al rey! El rey es un viejo gotoso queapenas da paso. Escuderos lo escudan. En cam-

    bio la reina, impetuosa y esorzada, deende yoende, plena de juventud. Estilizada: la cabezauna pldora, el pecho torneado, corre los cuatrocaminos del mosaico. Se refeja una corte dondeel rey caduco convoca a los magos para tener un

    hijo. O lo que es lo mismo, la historia de la reinay su paje. Y los astutos prelados caminarn obli-cuamente la aventura, bajo la jactancia irnicade los caballeros.

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    Silencio pastoso. El reloj encima del pianomide premioso el tiempo que un perro gasta en

    ladrar.Anita ve cmo del cigarro de su padre brota

    un delgado arbolillo. Elstico el no tronco, me-dra sinuoso y se enreda en el garrapato inquietode la copa. Se mira la savia azul que sube por el

    tronco transparente y nutre la precipitada ron-da, en continua ormacin.

    Una uerte tos. El arbolillo se vuelve humo.El seor Rodrguez tose sobre un imagina-

    rio yunque. Martillea con la alargada cabeza, un

    martillo que acaba en nariz. Sus gruesos ante-ojos lanzan destellos. El seor Rodrguez es re-gidor, y siendo reumtico y listo, se complace enel ajedrez.

    Es persona digna y de conanza, aunque una

    gruesa verruga sobre la rente le obliga a echar-se el sombrero hacia atrs, adquiriendo as, in-justamente, un aire de insolencia y provocacinque lo agobia tanto como el reuma.

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    Don Manuel, su contrincante, olvid la manosuspensa sobre el tablero, los dedos amenazan-

    tes: un largo pico de rapia, encorvado y abierto.Anita advierte en la actitud de su padre la mag-nitud que imprime en todos sus gestos: ahora esla atalidad. Pesado de movimientos, el vestidorgido, se siente bajo una armadura que sostiene

    su cuerpo alargado y faco. Cuando dice palabrassolemnes, que son las que siempre dice, levantacon lentitud la nariz aguilea, como si en ella le-vantara la gravedad de las palabras. Persuade enamplios ademanes de los brazos, pintando las ma-

    nos densos crculos que cristalizan de pausados.Don Manuel est penetrado de su signica-

    cin social. Tiene la conviccin de ser el hom-bre ms importante de la ciudad (el uso ocialadmite la hiprbole) y se cie la toga de juez

    del Registro Civil, cuidando de cada uno de suspliegues. Viste de negro igual que el libro de de-unciones. Su mirada, tras los espejuelos, es ar-mativa y autntica como una de sus actas.

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    La comprensin de su importancia es cil ylgica. El mundo se reduce a nacimientos, ma-

    trimonios y deunciones. La vida y la muerte,para ser, deben pasar bajo su potestad de juezque autoriza su realizacin. De otra manera ta-les actos no existen: la ley es estricta. Por conse-cuencia, don Manuel depara la vida y la muerte

    en su alto ministerio y sucede a los puros gocesde la vida conyugal.

    Quien lo dudara podra observar palpable-mente la creacin de la ley sobre el inante quepretendiera vivir. Se presentaba annimo, al mar-

    gen de la ley: sin justicacin de paternidad, im-preciso un mostrenco, y cuando se iba, el his-torial de su natalicio era claro hasta en la echa.

    l, don Manuel, era sntesis de la vida. Escri-ba su crnica perecta e indubitable. Contador,

    llevaba su contabilidad por riguroso Debe y Ha-ber. En un olio blanco abra el prtico de mr-mol por donde entran al mundo los que llegan,y cerraba tras los muertos la tupida reja de un

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    acta precisa y rme. Y la poesa de los esponsa-les, en ingenua caravana, pasaba bajo el arco de

    triuno de su autoridad.Su bella letra inglesa, de gruesos y delgados

    perles, donde las maysculas crecen por losadornos, jaba el sentido del mundo. Y al nalde la pauta, los seis vaivenes de su rbrica, deco-

    rativa como un moo.Ms all de su ocina, las vanas querellas de

    los hombres. Lo incierto, lo nimio. Palabras.Sonre satisecho. Ha puesto en trance de

    muerte al rey enemigo: un descuido y da mate.

    Pero Anita, muy nia, corriendo cierto daen persecucin de un cenzontle que se escaparade su jaula, descubri las tres dimensiones enlas que la vida se ha instalado, y aun sospechaque ms de una vez atisb por la cerradura de la

    cuarta. As, pues, la plana losoa de su padrele da de la realidad una impresin de calcoma-na. Cuando la besa, siente, a su pesar, que lepega en la rente un sello de la renta interior.

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    Me como la torre.Protesta con voz tranquila y unciosa don

    Manuel, mientras se arma los anteojos sobre lanariz gibosa, dispuesto a vericar la justicia desu desacuerdo. El seor Rodrguez quiere con-testar, pero la tos le impide el uso de la palabray hace rodar algunas piezas del ajedrez.

    Anita se sale del tablero. Se siente oprimidaen el minsculo tinglado, donde a la postre seadvierte que los guerreros personajes son ma-rionetas. Inexpresivos, morosos. Y otra vez sele enreda a los nervios la oscura voluntad sub-

    consciente que da a da le quebranta buscandodireccin. Trata de apoyarla colgando la miradade algn objeto: alarga la mirada. En el testerodel saln, sobre las guirnaldas plateadas de pa-pel tapiz, su abuelo don Ramn, encuadrado en

    el enorme marco dorado, exhibe en la vitrina deluniorme la coleccin de sus medallas y conde-coraciones. La barba blanca muy recortada paradejar el pecho libre. Al lado, en una panoplia,

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    dos sables cruzados sostienen una pacca dispu-ta entre viejas pistolas de la poca de Werther.

    El bcaro de Puebla en la consola abre laboca redonda, sediento de fores. Opuesto, el ti-bor chino que el perro quebr; ue preciso ar-ticular los pedazos pacientemente, como se re-construye un esqueleto con los huesos siles y

    dispersos. El rompecabezas se solucion en par-te, pues como siempre sucede, alt un hueso,es decir, un pedazo; el agujero se oculta hacia lapared. As la llaga bajo el jubn.

    En la repisa se alinean varias porcelanas de

    Sajonia entre barros de Guadalajara.La muchacha se ha sentado en la alombra

    para acariciar a su negro gato. Ama a los gatos.Se acaricia cuando los acaricia. Los ama por in-dierentes y altivos; por inadaptados y agrestes:

    atraviesan la casa con el cauto andar de la selva.Su na acechanza! Su deliciosa crueldad! Sudesdn para los humanos! El gato es el nicoanimal que ha logrado domesticar al hombre.

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    Pancho, as se llama el gato, se acomoda enla tibieza del regazo. Amasa, riolero, su ro. Es

    evidente que para los gatos no ha pasado la po-ca glacial. El ogn y el sol, sus nicos amigos.

    La discusin del ajedrez ha quedado arriba.All, sentada en la alombra, Anita tiene la im-presin rara de que ha descendido a un stano.

    Las cosas se deorman, se desprenden de su sig-nicado. La mesa se ha convertido en una pe-quea techumbre, una pequea habitacin den-tro de otra grande. El teclado del piano es unacornisa. Las sillas se incorporan de sus asientos.

    Los dems muebles se alargan en insospechadaesbeltez, en vertical velocidad, levantndose delsuelo. Por la pared, reptan los cuadros para lle-gar al techo.

    Acaba de comprender el sentido de este mo-

    vimiento. Es que las cosas en unnime impulsotratan de desprenderse de la tierra. Se rebelancontra la uerza de gravedad, que las coge haciaabajo para aplastarlas, para triturarlas entre su

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    boca negra. Y las cosas, tensos los msculos, seavientan al espacio para persistir en su orma.

    Lucha constante y ansiosa. Proyectndose rec-tamente sobre sus cuatro patas, la mesa elude laacometida, dejndose apenas coger de la oscuragarra. Flaquea la consola en su estilo Luis XVI,curvando las patas. Tan vigoroso es el arranque

    del pie que sostiene la lmpara que la ancha pan-talla carmes se cree desvinculada de la amenaza.El piano mismo, pesado y casi vencido, se ponede puntillas sobre sus pies de cristal, usando elrecurso de las bailarinas. Y el candil alcanz a

    tenerse de la cadena para no caer.La tierra es nuestra enemiga: trata de devo-

    rarnos. Nos deendemos con la vida. Ya muertos,nos le entregamos. Guerra sin cuartel. Y la graciainnita de burlar al adversario, neutralizando su

    zarpa. El engao supremo de la civilizacin.Por perversa dejamos la tierra: nuestro mun-

    do ya no es su costra voraz. Hemos superpuestouna acogedora supercie, toda esuerzo y ten-

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    sin: la supercie de nuestros menesteres ami-gos. Los muebles, el lecho, la mesa, el tocador, el

    condente. Ejrcito permanente y disciplinadoque nos permite saciar nuestro amor y nuestrahambre a cubierto del peligro. La altura de lamano sabia marca la lnea de fotacin: abajoel stano, la caverna; arriba el rascacielos, el aero-

    plano. El aeroplano es un mueble que se vaagarrando del aire como de una cadena.

    Tambin el rbol se despega de la tierra en len-to an. Pero temeroso o sumiso, le paga tributoarrojndole desde lo alto los rutos en sazn.

    Las plantas rastreras ecundas de lagartijas.Cuando arrancamos una resa a ras de tierra,

    arrancamos una gota de su propia sangre, san-gre cida y ra.

    La nube es el sueo de la montaa. Pero la

    nube no se desprende todava, porque ancl so-bre la montaa y se volvi lluvia.

    Alegra del cohete que subi y grit su libera-cin al mundo.

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    Mas la serpiente nunca tendr alas: es una ve-nilla alborotada de la tierra esclertica. Cuando

    se muerde la cola orma el dogal con que piensaahorcar el innito.

    mpetu de ascensin. Las cosas se abren pasoentre los ngeles eros que custodian la escalade Jacob.

    Anita se ha puesto nerviosamente en pie. Loreconoce: ella tambin es uerza de ascensin.La recndita voluntad que la impulsa tiene yadireccin: la hlice. Adnde? Qu importa!Subir, elevarse, desarraigar. Agotar el impulso,

    realizar la uerza. Hacia dnde? Desarraigar!Sur o norte, por el camino del viento. Orienteo poniente, el de la vida. Distancia, amplitud.Superponer los cristales cncavos de la distan-cia, rayados de velocidad, y lograr la anchurosa

    perspectiva, mltiple y menuda. Escala: uno almilln. Hlice.

    Su inercia de ahora. Apenas si se ha conser-vado distinta y enhiesta haciendo girar violenta-

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    mente su espritu sobre s mismo, como un trom-po en movimiento. El juego de ideas, divertido,

    intil, veloz. Latente y clavada, la uerza centr-uga, una fecha en la panoplia.

    Precisa, esbelta, la sombra emenina se alargahasta el techo, sobre la pared.

    Las diez. Un reloj adolescente cuenta hasta

    diez: sonsonete escolar. Otro ms lejano repitela cuenta con voz cascada: viejo reloj, viejo d-mine, que comprueba la exactitud aritmtica delprincipiante, al sumar las monedas del tiempo.

    Las diez. Se levantan los jugadores y toman

    apuntes. El juego a las ocho continuar la parti-da de ajedrez suspensa.

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    Mircoles o jueves? Qu da es hoy? Cundoue el domingo? Anita busca en la luz que entrapor la ventana el dato cronolgico que indaga.Pero la costumbre de ver los das, todos los das,

    les ha despintado su primitivo color. La costumbreque hermana hasta la indierencia. Ahora apenasse nota el esmalte que tuvieron antao, cuandoormaban el apretado ensamble del iris en el arcode la semana. En el giroscopio la semana dio el

    color blanco; as se hizo la luz. La luz que viste delino los siete colores desnudos. Hace mucho tiem-po, poco antes del primer descanso dominical.Sin embargo, el domingo sigue siendo rojo: es elcolor que todava conserva en los calendarios.

    El domingo tambin se distingue en que los labrie-gos se ponen camisas limpias y se sientan despusde la misa en las bancas de la plaza. Por la nochehay retreta y se compran golosinas... Ah, y el cine!

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    Qu da ser hoy? Quisiera ser domingopor el matiz granate que desliza articiosamen-

    te, como dndose a conocer a su pesar. Pero noes domingo: ni misa, ni cine. Ni Estana apare-ci santicando el da con sus enaguas nuevas,anchas de almidn.

    Reproduce Anita en el piano los das de la

    semana para ayudar la memoria. Do, re, mi, a,sol, la, si... Los reproduce en tono ms agudo.El do es un grueso rub: un domingo. Pivote queengarza dos semanas. Los dems das resbalanpor el marl de las teclas, y en medio la solda-

    dura de las noches, en los sostenidos de bano.Do, re, mi, a, sol, la, si. Los das se distinguenclaramente por sus sonidos. Qu da ser hoy,a o sol? Sol no puede ser: es probable que seamircoles. Anita toca aceleradamente el a y el

    sol, como si quisiera mezclarlos, precipitandoun da de cuarenta y ocho horas; mas las notasrebeldes se trenzan distintas, como un hilo deplata y un hilo de oro.

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    Do, re, mi... Qu habr detrs de estos rag-mentos de palabra? Fa, sol, la, si... Acertijo? La

    radical perdi su palabra, como las cabezas delos querubines han perdido su cuerpecito son-rosado menos las alas. Si se pudiera ver atravs de las dos letras como por los ojos de unantiaz? O como por unos gemelos? Se alcan-

    zara a comprender el misterio de la msica. Sinduda comprimen las dos letras, pareja de enamo-rados, una lata signicacin. Pero como en todoslos smbolos, se dejan asomar tan slo dos dedospara enredar el cabello de la imaginacin. Do...

    Esto es claro! Es la slaba inicial que encubre eldomingo; el domingo sincopado. El ancho y lar-go domingo en dos letras. Re..., repeticin?, ellunes con un refejo del domingo as un palocon la entraa de uego? Mi... Posesivo, sugi-

    riendo sujeto y objeto. Fa...Acaba de entrar al saln la ta Luisa. Ni el

    menor ruido: resbala silenciosa, balanceando loshombros, los brazos encogidos como si llevara

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    las manos mojadas. Su sobrina ve la mancha in-verosmil de su refejo sobre el lustroso barniz del

    piano. Se apoya doa Luisa; cruje una silla. Seoye un suspiro. Crepita el rosario sobre la mesa.

    Ana.Gira el chirrido del banco. Se tienden los bra-

    zos; se besan fojamente.

    Anita, no se te olvide que maana empie-za el novenario.

    Doa Luisa se dirige al estrado. Gorda, cubi-can las tocas negras sus carnes muelles y opacas.Algo va diciendo, muy enadada. Al hablar, pro-

    etiza, y su doble ademn hacia arriba, repetido ypersistente, insina un candelabro de siete brazos.

    Se ha sentado a tejer sus oraciones. Los la-bios van soltando el bisbiseo que el gancho reco-ge como un hilillo para alimentar la labor: una

    colcha.De cuando en cuando suspira bajo los esca-

    pularios. Luego se queja del ro; su queja acos-tumbrada: hace calor.

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    Bisbiseo. Un largo tejido de oraciones.Otra vez Anita en el piano. Pasando rpida

    la ua sobre el teclado, se describe el curso deun torrente que corre de los graves a los agudos.Comienza a correr, espuma y ragor, rodndosede la montaa, y paulatinamente se amansa yse aquieta, hasta dulcicarse en el remanso me-

    ldico de la mano derecha, que lo deja fuir enun piansimo. Oprimiendo el teclado en sentidoinverso, se hace correr el ro hacia la montaa,la que se bebe el brusco torrente con gran ruido.Pero no corre el agua: el piano est horizontal.

    Anita, mira, no seas ociosa. Dedcate a ha-cer algo til. Ven a ayudarme.

    La voz de la ta Luisa es blanda, conden-cial, amoldada al secreto de la iglesia, donde losruidos uertes hacen caer de las bvedas infa-

    dos ecos que rebotan sobre el entarimado de lasnaves.

    La muchacha devana los estambres. Le pare-ce que hace poco haca lo mismo: iba arrollando

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    las imaginaciones. Su vida entera ha sido deva-nar los das iguales cuyos nombres olvida. Cul

    ser el concepto de la utilidad? Quisiera ser til.Ser til! Vivir una vida intensa, plena de activi-dad, donde el pensamiento uera accin. Ya noms la imaginacin, ya no ms la curiosidad y elconstante presentimiento de la realidad, sino la

    realidad misma, objetiva, puesta al alcance de lossentidos, tangible y cruda, descubrindola consu aparicin, inventando la vida. Ella es Ana, lahermana Ana del cuento inantil, encerrada enla torre del castillo, atalayando intilmente el

    conn polvoriento. Ana sin Barba Azul. Dndeestara su Barba Azul?

    Ta Luisa. Ya no te acuerdas del cuentode Barba Azul?

    Re puerilmente Anita del azoro de la ta que

    reunua y precipita el comps del gancho.Tan lindos los cuentos! La Caperucita, Blan-

    canieves y los siete Enanos, Aladino, la oruga quese convierte en hada, los tesoros. Los tesoros!

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    Su an de nia por encontrar un tesoro. Recuer-da su ansia insatisecha por hallar, como en los

    cuentos, la gruta donde resplandecen los joyeles,las pedreras, los collares, las vvidas luminariasque en la oscuridad encienden las riquezas de losgnomos. Figurbase que se encontrara rodeadapor un corro de hombrecillos barbados, que la

    invitaban a llenar el delantal de brillantes. La re-galaran tambin con el anillo que hace invisibley con la fauta mgica. Su inancia se la pas enbuscar; era su juego avorito. Su primo Enrique,un poco mayor, ue su compaero de aventuras.

    Tena escasa imaginacin, pero era perseverantey apasionado.

    Cuando salan al campo, Enrique y ella sealejaban de don Manuel, distrado y encorva-do sobre la marcha penosa de una hormiga de-

    masiado cargada. Cogidos de la mano bajabanhasta el arroyo. Quiebras y breales. La hondo-nada y el ruido de la corriente los aislaba al pun-to de considerarse perdidos. Con valiente temor

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    esperaban entonces la aparicin de la viejecita aquien es preciso socorrer para que se transgure

    en hada: una estrella en la rente, como lmpa-ra de minero, y la varita en alto, igual que en lalitograa. Caminaban pegados. Enrique silbabaintermitente y destemplado. Se consultaban conlos ojos. Sera aqulla la gruta? Tmidamente

    separaban la maleza que oculta la entrada delsocavn. Nada. Asustbanse al rumor de la ar-dilla ugitiva. Pavor: las barbas del viento enlos sauces se estremecan, se erizaban. Gritos!Oan gritos! Ah! Era don Manuel que gritaba,

    llamndolos. Por ac! Se precipitaban al reu-gio de la voz que de lo alto se tenda como unaescala.

    Ya de vuelta al pueblo distinguan los nidosde las calandrias colgados del ramaje, escarce-

    las colmadas que se balancean al andar de labrisa. Como el sendero se biurcara, corran se-paradamente para tener la alegre sorpresa delprevisto encuentro, ah donde el sendero vuelve

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    a ser uno. Al llegar al puente se quedaban con-templando el lingote de oro undido que rebulla

    en medio del ro y all, lejos, incrustndose en lacima de la montaa, el sol, como un tesoro queentierra la tarde.

    En casa, en ocasin de que Estana sala, ibacon su primo al cuarto de los trebejos. Explora-

    ban: cosas invlidas, legaosas de telaraas. Losmuebles viejos y polvosos tenan el desolado ges-to de muchachos castigados por sucios. Hurga-ban los armarios, las regias arcas olvidadas. Re-movan las ruinas tumultuosas. As encontraron

    objetos sorprendentes, inesperados. En realidadentonces eran buscadores de sorpresas. Peregri-nos hallazgos: una espada rota, un marchito ves-tido de la abuela; una dentadura postiza comouna risa dislocada de su boca; aquel nidal de

    ratoncillos desnudos y rojos de vergenza queno se atrevieron a mover. Enrique descubri ungaviln disecado, con las alas abiertas, dentrodel cascarn destrozado de una cuna. Lazare-

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    to en desorden! De pronto se derrumbaban losdespojos amontonados y estrepitosos, y haba

    que huir de la catstroe y de la reprimenda pa-ternal.

    Andando el tiempo se volvieron audaces laspesquisas. Abran hoyancos en el huerto, ah don-de el terreno se deprima por causa de las lluvias,

    y dieron en la for de golpear con los nudillos delos dedos, en los muros, igual que si tocaran a lapuerta del genio que guarda las riquezas ocultas.De sus esuerzos, ansias y regaos, cobraron so-lamente pedazos de cacharro y huesos amarillos.

    Duro ocio el de buscador de tesoros.En ella haba quedado sedimento una

    loca curiosidad. Coleccionaba sorpresas con elmismo empeo con que sus compaeras de co-legio coleccionaban mariposas. Huroneaba en

    todos los cajones, saqueaba los roperos, las ala-cenas. Cuando don Manuel abra el cajn de suescritorio, la muchacha se empinaba al espec-tculo de aquellas maravillas encerradas: la ar-

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    quilla de marl; el daguerrotipo en el medallnde ligrana; un relicario con pelo rubio; la cajita

    china de combinacin. Y aquella pesada piedramineral, relumbrosa y salpicada de chispas. Eraentonces cuando su padre le prestaba una lupa,con cuyo caliente dardo puntiagudo de sol se pi-caba el dorso de la mano. Si miraba una hormi-

    ga se agrandaba tras la lupa hasta inquietarla, yreconoci que las moscas se restriegan las ma-nos, con la misma parsimonia que el seor cura.

    Consigui abrir el ropero maternal, selladocon los siete sellos del enigma, y por una cerra-

    dura sin llave. Una cripta de recuerdos. Se re-construa el pasado sentimental de su casa. His-toria sencilla, olorosa a cedro. Desde las foressecas que se obstinan en perdurar con arte demomias, las cartas sujetas con el indispensable

    listn azul, hasta los blandones mortuorios, encuyos trminos se contenan el vestido blancode la boda con azahares de cera, el abanico decarey, unos guantes manchados y una polvera.

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    Contrariando su disposicin de ternura que-daba indierente. Satisecha la curiosidad, aque-

    llas prendas le daban la emocin arqueolgicadel pjaro disecado con las alas abiertas. Haballegado a la conclusin de que la gente guardaobjetos absolutamente extemporneos y agravialos muebles como los anaqueles del museo, don-

    de se agolpan cosas que marchitan el recuerdo,o recuerdan cosas marchitas.

    Gustaba pasar las tardes en el huerto a cazade sorpresas. Con recuencia se sentaba al bordedel estanque a ver los peces. Los pobres peces

    que viven a la intemperie: su casa de azulejos,sin techo. Su casa sin puertas ni ventanas, quelos obliga a estar siempre en el agua. Slo cuan-do llueve a torrentes se ampla indenidamentesu prisin y tal vez entonces salgan a nadar por

    encima de las casas. De jo se aburriran si nouera por las distracciones que les proporcionanlos refejos en el agua, que meten al estanque loque se acerca. Se moja el cielo. Las estrellas hin-

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    can una varita sinuosa de plata como midiendola proundidad. La buganvilia forece doblemen-

    te, arriba y abajo. Retrtase el cenador. Todo in-vertido: el mundo de los peces es antpoda delnuestro. Las imgenes se apoyan armndoseen lo que est uera. Los peces en ocasiones sepreguntarn si lo que est uera no es un refejo

    de lo que est dentro del estanque.Tan slo se molestan cuando el ganso se mete

    al agua; es en su cielo una nube con patas.Otros datos curiosos cortados en el huerto:

    las cigarras no existen. Nadie las ha visto. Son una

    ccin. Una tarde entera busc Anita intilmen-te en el arrayn una, que alaba, metlico, su ocio.

    A las seis de la tarde las golondrinas se dis-razaban de murcilagos para continuar su ron-da alrededor de los naranjos.

    Anocheciendo se extingue el fuido que en-ciende las fores del jardn durante el da. Lasfores se apagan para dormir. De noche todas lasrosas son pardas.

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    Ya muy tarde las lucirnagas encienden ceri-llas buscando alguna cosa que se perdi. Acaso

    la moneda de plata que extravi el jardinero porla maana...

    Pero Anita, por Dios, que ests enredan-do estambres de diverso color!

    La ta Luisa, con su gesto ritual, las manos

    en alto, reproduce una vez ms el simtrico can-delabro de siete brazos.

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    Extraordinario: por n tena un amigo: Luis.O ms bien un presentimiento de amigo.

    Apenas dos semanas. Haban corrido los dascon presteza adolescente y ardorosa, a pesar de

    que suban por la cuesta del otoo. Pareca im-portarles poco el que con la prisa que llevabansuprimieran la proundidad del tiempo y pusierantodos los sucesos en un mismo plano; presurososdas primitivistas, demasiado modernos, sin es-

    corzo. Pero as ueron. Eso s, distintivos, en re-lieve. De su viaje alrededor de Luis, viaje de dossemanas, tena Anita la dislocada impresin quedejan las nocturnas excursiones de cine, donde lava acomoda el paisaje, lo hace girar, lo precipita;

    paisaje cortado por los tneles ah donde la me-moria le era inel. Nocturno viaje donde vemosgente que no conocemos y que nos acompaanen la peregrinacin; viaje sin gua ni ndice que

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    trastrueca y enmaraa el relato, haciendo brevescitas, impensadas armaciones, bruscas enmien-

    das de panorama, y que de pronto se rompe en laoscuridad sin llegar a establecer ninguna conclu-sin. As estaba ella, circunnavegante, indecisa yconusa, con el agitado cansancio del camino y enlas manos un acervo de grandes y pequeas cosas

    que importaba colocar en el lienzo de la medita-cin, dndoles las dimensiones que acomodarondentro de la perspectiva del tiempo. Terrible des-barajuste inajustable. De ello tena la culpa el rau-dal de los das. Tanto era as que este en que Luis

    regresaba a la ciudad le parece a la distancia mis-ma de aquel en el que lleg. Da en que el viento,con terquedad campesina, insiste en pregonar quees otoo, obligando a las hojas amarillas a caer, yen que la tarde se puso biliosa para rimar acorde

    con el viento, y para mayor conusin, cuando ellallegaba del viaje, el otro lo emprenda: se volvaa Mxico. Y qu dierencia! Ya not en Luis laimprecisa aceleracin de los que se marchan gus-

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    tosos; haba ya en l ese principio de trepidacinrrea, ese comienzo de expectacin que envague-

    ce al viajero y hace que antes de partir se inicie amirarlo todo como quien ve desde la plataormadel tren. Por la maana, cuando se despidi deella, la sonrisa que le propuso mientras hablabancay un poco ms lejos, arrojada sin directa inten-

    cin; y sus palabras distradas eran como las quese dicen cuando se supone que van a quedar sinrespuesta; palabras que se recitan pensando msbien escribirlas en la primera carta. La suya de lamaana haba sido una conversin epistolar.

    Aquel Luis de retorno era otro Luis distinto delque haba tratado durante dos semanas. Ni el colorde sus ojos era el mismo. Pero, tenan un color de-nido aquellos ojos? Ni siquiera poda sealarlo.Color? Verde? Azul? Negro? No, ningn tono

    se armaba consonando con el gesto de la cara.Desconcertante. Hoy miraba con un mirar oscuro,a lo lejos. Color denido no tenan sus ojos. Ya selo sabra ella de memoria. Entonces? Es posible

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    que los ojos no tengan color, sino que se entin-ten con el color de la mirada. Ojos invariables

    que sigan el color de un solo pensamiento. Ojoscambiantes que persigan un mudable sentir. S,Luis cambiaba el color de los ojos; ojos verstilescomo su inquietud: esa inquietud ciudadana queatrajo a Anita a presenciar el espectculo del mu-

    chacho pasajero en el pueblo y la hizo viajera ensu rededor. Ya se lo haba advertido al no acertarcon el verde claro de los ojos de su amigo. l re-puso riendo que cambiaba su tonalidad a su gui-sa, adaptndolos al momento y circunstancias

    mimetismo ptico: cuando estaba alegre sepona pupilas verdes; cuando meditaba, ambari-nas; leyendo versos, azules; en los unerales, mo-radas, y que mientras vagaba por su conciencia sedespojaba como las estatuas del color. Y al

    decir esto, riendo, cerraba los ojos. Veras, bro-mas? Mas si los ojos cambian, la mirada tiene untimbre idntico y persistente, que individualiza,que identica. La mirada es como el hilo que en-

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    garza las cuentas policromadas de las pupilas. Eslo que da ser. Luis tena los ojos verdes, azules,

    dorados, segn la luz con que mirara; pero l,ntimo, se descubra detrs de los altos balconesde los ojos, y descubrindose recoga y ordenabalas gemas, tibias, ras, ardientes, atndolas conel hilo resistente de la mirada hasta ormar la

    esplndida joya del innito collar. Un remolinoespectral, desconcertante de matices, donde Ani-ta buscaba asidero, porque necesitaba asomar-se hasta Luis inmutable, aquel que se ocultabaadentro. Cmo denirlo? Cmo sorprender su

    biograa sustancial, sin echas ni ancdotas? Dehaber seguido la clave de los ojos ya podra ver-tebrar los elementos que como naturaleza muer-ta se mezclaban en su mano. Hubiera clasicadolas emociones por su coloracin; su intensidad

    por la intensidad de la mirada. Claro que no lohizo porque desconoca la clave. Si lograra reha-cer!... Ahora recuerda, apurando el recuerdo, quela primera vez que la vio, la mir con ojos verdes.

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    Rea una lucecita roja en el ondo del verde, cuan-do Luis le dijo que vena a pasar sus vacaciones.

    Coment: vengo a sacar el alma a asolear. Heri-da por la imagen ella vislumbr entonces cmoaquella alma de Luis, translcida, ligeramentehmeda, le sala poco a poco del pecho: una telainconstil un tanto arrugada, que luego se ten-

    da sobre la arena de algn patio, abrillantadade sol, esponjndose y adquiriendo un ondo le-choso. Luis miraba alegre; la alegra le esponjabael cuerpo. Fue en ocasin de la esta campestre,en el platanar, a unas cuantas leguas del pueblo.

    Inolvidable. Claror de espelunca bajo las anchashojas transparentes de los pltanos, que exten-dieron sus prismas de jade, ormando cpulas. Elcolor vegetal cuajaba en el ambiente. Una ogataencendida en el recinto era ms roja encendida

    entre lo verde. Sobre la llamarada gil y humosalas fexibles hojas temblaban dejando ver ugacestajadas de bruido azul. Cercano el estruendo deuna cascada. Para orse la gente arrecia la voz.

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    Y la msica estrepitosa despedaz el clamor delagua: ya no se oy nada. Juvenil y alegre, el mu-

    chacho sonrea a todos con su colmillo de oro.Alto y plido en el verde crepsculo del plata-nar. Bailaron. No se oan. Ruido, voces, msica.Y aquel muchacho tan alto. Siquiera las palabrashubieran tenido peso para que abandonadas de

    los labios cayeran suavemente, como si ueranlentas vedijas de algodn, habra captado Anitael conjunto de la conversacin. No se oan: mu-chas rases huyeron en el vehculo de un alaridomusical y otras ueron testadas por una risa im-

    portuna. Quedaban inexpresivos muonesalgunas palabras eles, grvidas de necesidad.Queriendo orlo le vio los ojos; l la mir; la mi-rada verde. Sera as...? Quin sabe! Ya olvida-ba que el aire de aquel da era verde, de las ho-

    jas de platanar. Un refejo tal vez. De su primeracoincidencia en la esta no haba quedadosino un residuo de historia: que era estudiantea pique de ser mdico. Universidad de Mxico

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    y se llamaba Luis. Para historia era suciente.Bastaban tambin los datos para ormar su geo-

    graa: Luis estaba situado, latitud y longitud,entre Mxico y Villacruz. Distancia: unas vaca-ciones de quince das. Rumbo: sin rumbo; eraun caprichoso azar. Pero dnde se encontrabala ciudad de Mxico? Involuntaria, reproduce

    en la memoria el mapa que dibuj en la escuela:la Amrica del Norte. Arriba la masa enorme delos Estados Unidos, iluminados de verde, gra-vitando sobre la Repblica Mexicana, de ama-rillo. Bajo el peso, la pobre Repblica se aplas-

    ta, vieja caritide rendida de cansancio; fotandosobre el Pacco le cuelga el brazo muerto de laBaja Caliornia, y los pies tumeactos se tuercenen Yucatn. Mxico est all, en el centro; uncirculito y adentro un punto. S, el ombligo de

    la caritide! Pero dnde se encontraba? Debe-ra ser muy lejos, porque los trenes llegaban a laestacin resoplando de atiga. El tren, que tienelos pies de erro.

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    Historia, geograa: objetivas, insustancia-les. Faltaba reconstruir la historia y la geograa

    sin mapas del alma de Luis. Sin duda la tena,pero muy honda, muy enclaustrada. Vigilante,recataba a la cautiva. Acaso la dejaba asomarbajo los arcos de las cejas, vestida del color delas pupilas, y en leves ragas a los labios, ilumi-

    nando la conversacin. Conversacin animada,mltiple, tejida con el rumor de la ciudad distan-te y que tena por ondo ideas y perles distantes.El conversador invariablemente se alejaba,se sala pudor u orgullo de s mismo, es-

    camoteaba su personalidad; volvase un pocodistancia. Sugerencia de lejanas, recta ntima,delicado egosmo. Rapsodia de la propia emo-cin, extravasada, multiplicada. De vez en vezaforaba la personalidad huidiza, reprimida,

    maniestndose en las manos decidoras, peroera tan slo para endurecer el relato alto deapoyo, disgregado por la distancia. Una ragabrevsima.

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    Tarea casi imposible aquella. Haba menes-ter de gran habilidad para coger por las alas ese

    instante que traa incrustado un ragmento deLuis incgnito, porque el instante, alado, se ibapor los aires. Habilidad y paciencia venatorias.

    Fue una sola vez, una sola vez, pero la habavisto desplegarse, unnime, magnca, descono-

    cida. El conjunto del alma es como un palaciogeometra pura invisible. Caminaban am-bos por el huerto, que el ruido del agua reres-caba. l dijo desde el centro de su vida lo quedijo. Una rase, Ana ya no atendi a la conver-

    sacin por verse inesperadamente dentro de laarquitectura invisible del alma de Luis, se soste-na el antstico palacio con la columna de vi-drio de la voz na y varonil: un milagro. Ya ibaa entrar, cualquiera quebr el sostn y la rgil

    construccin se vino abajo, rompindose con unimperceptible crujido sobre la hierba. Ah, entrela hierba, haba ella encontrado despus algu-nos pedacitos de espejo roto: menuda ruina.

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    Insinuantes despojos: se orecan insinuantescomo el primer escaln de una escalera. Impul-

    saban al deseo de reconstruir el prodigioso es-pejismo deshecho. Imposible: a la escalera invi-tadora le altaban peldaos. El ajuste requerameditacin, paciencia: acoplar los ragmentoscomo los de una carta rota cuya lectura intere-

    sa undamentalmente. Cmo sera aquel pala-cio? Un palacio desde luego; persista la visindel huerto. Si se pudiera adelantar una hiptesis:audacia inventiva de un viaje por el alma de suamigo. Un palacio hermtico: en su interior el

    aire pesado de silencio. Habra salones innume-rables; sin duda el alma tiene ms aposentos queel corazn. Bajo una luz irreal, de eclipse, des-nudos los pensamientos ms secretos; huiran alsentirse violados, alegres por dejar de ser secre-

    tos. En un amplio saln, los recuerdos: dispersosy polvosos, trabajos de bazar incongruente. Ade-lante, muy cerrada la cmara de las antasas;las brumas escapndose en cordn opalino por

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    el ojo de la cerradura. Al remate de la galera,un camarn luctuoso aurcula, ventrculo?,

    encendida una lmpara votiva. Y aquel enor-me saln vaco, esperando llenarse de porvenir.De penetrar al recinto donde se abrican los ca-prichos, habran de explicarse las rarezas delhusped. Su mana perezosa de pasarse los das

    a la orilla del ro dibujando con el bastn sobrela arena; su gusto por conversar con los mendi-gos; el insurible hbito de arrancarse los boto-nes del chaleco, y su aversin por el cine. Her-moso saqueo! Se podra llegar a saber a quin

    escriba diariamente, si su novia era rubia y si legustaba pasear en auto cuando llueve.

    El palacio sombro y silencioso: muy altosdos rosetones: la claridad de los ojos dianos.

    Su visita por el fuido continente supuesto

    sera tambin una visita a la ciudad deseada.Un proundo viaje de muchos aos. Podra ho-jear las estraticaciones de la memoria, comoquien hojea un libro. Llegara a penetrar la sa-

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    bidura de la ciudad, hasta conocerla igual queen la revelacin que manaba de Luis, cuya er-

    vorosa conversacin la presentaba en su com-plicado mecanismo, tan al alcance de los labios,que ella gustaba un spero sabor metlico.

    Porque si Luis se le esconda en su torre demarl, en cambio le haba desvelado la ciudad

    hasta el anlisis. La proyectaba su relato, sli-da, bulliciosa. Y las manos de su amigo, vivaquiromancia, moldeaban, plasmaban, acotabanel conglomerado, detallando con el rasguo deldetalle. Las cosas que deca sobre sus manos

    eran como recin nacidas. Vease cmo las rasessaltaban a la cuna que les ormaban las manoscon las largas varillas de los dedos, y se agitabanah agitaciones pueriles sin ms an queagitarse. Si las manos se divorciaban o cerraban

    los dedos gregarios, entonces la descripcin secomplicaba en los barrocos giros levantiscos delos puos, para luego volver a la simplicidadde las manos en parntesis, hbito de blandura.

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    Proyeccin loca, inconstante. De pronto, salta-ba la conversacin de la ciudad al campo, tan de

    pronto que el pueblo y la ciudad se barajaban,se revolvan. Bruja sugerencia; conjunto de saltomortal. Anita, desvanecida la realidad en el con-traste, segua e inventaba el proceso del acopla-miento en un toque de alucinacin.

    Se abra brecha en las murallas pueblerinas.Luis: un ariete. Por la brecha, estirada, una cintade asalto. En el remate, la ciudad. Desarraigada,ambulante, la ciudad acercbase, poderosa y gris,con sus edicios como una tropa de eleantes.

    Temblaba la tierra; se hacan astillas los claroscristales del aire. Avanzaba la ciudad, enloque-cida y voraz. Y Villacruz no poda huir prendi-da al extremo de la cinta de asalto! Villacruzsera hollada bajo la avalancha gris! No. En un

    truco otogrco los cuerpos se compenetran, lassolideces se conjugan, los vanos se superponen.La ciudad se instala en la villa y la villa suplan-ta el corazn vertiginoso de la ciudad. Inorme,

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    monstruoso, el hbrido se revuelve, contorsionasus aristas dismbolas, amontona sus pisos; el cie-

    lo se puebla de cumbres; restalla un grito unni-me, trueno de vida, y en las plazas, la paz pueble-rina se pone a soar con las estatuas dormidas.

    Dispersos entre los caaverales, corren lostranvas, resonante auna; el trole pinta un impro-

    visado alambre. El ro es una inmvil avenida y losrboles perdieron sus ramas y se alinearon postes.

    Sobre un edicio de veinticuatro pisos, ungran revuelo de palomas. Las palomas alegranel encumbrado palomar.

    Cae sobre el todo una oleada de velocidad.Giro vertiginoso de huracn, mezclado con laragancia del campo en plena sazn.

    Y perenne, solitaria, nica, la torre del pue-blo en medio del torbellino, girando lenta como

    el eje de una ruleta.Alucinacin lgica, absurda. El pueblo y la

    ciudad trenzronse opuestos y armnicos, aslas vboras convulsas del caduceo.

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    Y luego, en un ademn de Luis, la ciudad sedesentraaba, integrndose, alejndose de Villa-

    cruz. Recoga sus anillos, sus tentculos, sus milojos. La ciudad, de vuelta, tirando de su ruido,de sus ardos cribados y grises, de su velocidad.Hala los nervios de acero, las aristas, las estatuasentumecidas con la paz del pueblo. All va.

    Empequeeca el pueblo, no quedaba msque el pueblo. Ah! Pero la muralla quedaba de-rruida; el conversador dejaba para siempre, ale-dao conn, a la ciudad, que se vea a travs dela brecha.

    Pero la ciudad no se iba del todo. En ella, enAna, como dentro de un caracol, quedaba suclima impetuoso y ebril. La miraban sus milojos hipnticos. La ensordeca el grito de susmil bocas. Senta cmo la ciudad tambin tiraba

    de ella, cobrndola como cosa rezagada y per-dida.

    Qu conusin! Al trmino de su viaje de dossemanas, Anita se siente extraa a s misma, des-

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    asida de su propia vida, llena de aturdimiento.La azotan los nervios, le zumba en la cabeza

    un grito, un grito que viene de lejos...La ciudad distante. nico superviviente en-

    tre ruinas: Luis. Y Luis se ira dejndole tan sloragmentos del misterioso argumento que le pre-sent. Quedara ella sola, indierente, irrealizada.

    A la muchacha se le anuda una congoja en elpecho. Ir a llorar?

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    95Necesitaba concentrarse. As, para mantener laugitiva atencin en un haz, apretaba la manosobre el librillo. Ya saba que si dispersaba losdedos, toda ella se dispersaba; la atencin vola-

    ra de la hermtica jaula de su puo. Pero no ladejara escapar: cerraba tenaces los dedos sobreel breviario, invulnerable puertecita de cartncerrada a la inquietud. Disponase a orar con er-vor; encontrara alivio, salud espiritual. Aquella

    testaruda obsesin que la siguiera corriendo porlas calles al encaminarse hacia la iglesia habaquedado burlada a la vuelta de una esquina yno se atrevera a entrar: Anita se sabe en el santoasilo, acogedor de los perseguidos. Lleg, pues,

    ella sola, ya empezada la misa; como siemprecon diez minutos de retraso. Advierte su pun-tualidad: una exacta impuntualidad de diez mi-nutos.

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    Ya casi se haba serenado. Descansaban susnervios con el bao sedante de luz crepuscular

    connada en el recinto. Podra or la misa conrecogimiento, imperceptible y alineada su ora-cin en el alineamiento de las bancas. Tranqui-lizbanla tambin los espesos muros y el am-biente espeso de plegarias; no haba lugar para

    otros pensamientos. Un descanso. Oa, s, unempaado murmullo divagador que la ronda-ba; algo como el zumbido de una abeja: era lainvitacin. Por ello armaba Anita su voluntad;estaba segura de la deensa: bastaba con apretar

    el puo, ahogar, machacar el puado de inquie-tud en esuerzo constante, y con el mismo puoimpulsara su remisa devocin hacia el altar, en-tre la maleza de sombras, arrodillarala, y cla-vndola con los alleres de las velas, la dejara

    quieta, vibrante, como clavada liblula.Ana se decide: abre el devocionario. Va co-

    rriendo por las pginas para alcanzar el momentode la misa; a grandes zancadas de los dedos salva

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    las oraciones preliminares. Las piadosas imgenesdel texto se suceden rpidas; se superponen