Las Afinidades Electivas

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Las afinidades electivas Goethe Obra reproducida sin responsabilidad editorial

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  • Las afinidadeselectivas

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  • Primera parte

    Captulo 1

    Eduardo, as llamaremos a un rico barn enlo mejor de la edad, Eduardo haba pasado ensu vivero la hora ms agradable de una tardede abril injertando en rboles jvenes nuevosbrotes recin adquiridos. Acababa de terminarsu tarea. Haba guardado todas las herramien-tas en su funda y estaba contemplando su obracon satisfaccin cuando entr el jardinero, quese alegr viendo cun aplicadamente colabora-ba su seor.

    -No has visto a mi esposa? -preguntEduardo, mientras se dispona a marchar.

    -All, en las nuevas instalaciones -replic eljardinero-. Hoy tiene que quedar acabada lacabaa de musgo que ha construido en la paredde rocas que cuelga frente al castillo. Ha que-dado todo muy bonito y estoy seguro de que legustar al seor. Desde all se tiene una vista

  • maravillosa: abajo el pueblo, un poco ms a laderecha la iglesia, que casi deja seguir teniendovistas por encima del pinculo de su torre, en-frente el castillo y los jardines.

    -Es verdad -dijo Eduardo-, a pocos pasos deaqu pude ver trabajando ala gente.

    -Luego -sigui el jardinero-, se abre el vallea la derecha y se puede ver un bonito horizontepor encima de los prados y las arboledas. Lasenda que sube por las rocas ha quedado pre-ciosa. La verdad es que la seora entiende mu-cho de esto, da gusto trabajar a sus rdenes.

    -Ve a buscarla -dijo Eduardo-, y pdele queme espere. Dile que tengo ganas de conocer sunueva creacin y de disfrutar vindola con ella.

    El jardinero se alej presuroso y Eduardo losigui poco despus. Baj por las terrazas, fuesupervisando a su paso los invernaderos y losparterres de flores, hasta que lleg al agua, ytras cruzar una pasarela, alcanz el lugar endonde el sendero que llevaba a las nuevas ins-talaciones se bifurcaba en dos. Dej de lado el

  • que atravesaba el cementerio de la iglesia yllevaba en lnea casi recta hacia las paredes derocas y se adentr por el que suba algo mslejos hacia la izquierda pasando a travs deagradables bosquecillos; en el punto en el queambos se encontraban se sent durante unosinstantes en un banco muy bien situado, a con-tinuacin emprendi la autntica subida por lasenda y fue dejndose conducir hasta la cabaade musgo por un camino a veces ms abrupto yotras ms suave que iba avanzando a travs deuna larga serie de escalerillas y descansos.

    Carlota recibi a su esposo en el umbral y lehizo sentarse a propsito de manera tal quepudiera ver de un solo golpe de vista a travsde la puerta y la ventana los distintos paisajesque, as enmarcados, parecan cuadros. l sealegr imaginando que la primavera prontoanimara el conjunto mucho ms ricamente.

    -Slo tengo una objecin -observ-, la caba-a me parece algo pequea.

    -Pero para nosotros dos es ms que sufi-

  • ciente -replic Carlota.-Y para un tercero -dijo Eduardo-, supongo

    que tambin hay sitio.-Por qu no? -respondi Carlota-, y hasta

    para un cuarto. Para reuniones ms numerosasya buscaremos otro lugar.

    -Pues ya que estamos aqu solos y no haynada que nos moleste -dijo Eduardo-, y comoadems tambin estamos de buen humor ytranquilos, te tengo que confesar que hace yaalgn tiempo que me preocupa algo que debo ydeseo decirte, sin haber encontrado hasta ahorael momento adecuado para hacerlo.

    -Ya te haba notado yo algo -indic Carlota.-Y tengo que admitir -continu Eduardo-

    que si no fuera porque el correo sale maanatemprano y nos tenemos que decidir hoy, talvez hubiera callado mucho ms tiempo.

    -Pues qu ocurre? -pregunt Carlota ani-mndole amablemente a hablar.

    -Se trata de nuestro amigo, el capitn -contest Eduardo-. T ya sabes la triste situa-

  • cin en la que se encuentra actualmente sinculpa ninguna, como le ocurre a muchos otros.Tiene que ser muy doloroso para un hombre desu talento, sus muchos conocimientos y habili-dades verse apartado de toda actividad..., perono quiero guardarme ms tiempo lo que deseopara l: me gustara que lo acogiramos ennuestra casa durante algn tiempo.

    -Eso es algo que merece ser bien meditado yque deberamos considerar desde ms de unaperspectiva -replic Carlota.

    -Estoy dispuesto a exponerte mi punto devista -contest Eduardo-. Su ltima carta dejatraslucir una callada expresin del ms ntimodisgusto, no porque tenga alguna necesidadconcreta, porque sabe contentarse con poco y yoya le he procurado lo ms necesario; tampoco esque se sienta incmodo por tener que aceptaralgo mo, porque a lo largo de nuestra vidahemos contrado mutuamente tantas y tangrandes deudas que sera imposible deslindar aestas alturas cmo se encuentra el debe y el

  • haber de cada uno: lo nico que le hace sufrires encontrarse inactivo. Su nica alegra, y yodira que hasta su pasin, es emplear a diario yen cada momento en beneficio de los dems losmltiples conocimientos que ha adquirido y enlos que se ha formado. Y tener que estar ahoracon los brazos cruzados o tener que seguir es-tudiando para adquirir nuevas habilidades por-que no puede aprovechar las que ya dominapor completo..., en fin, no te digo ms, querida,es una situacin muy penosa que le atormentacon reduplicada o triplicada intensidad en me-dio de su soledad.

    -Yo crea -dijo Carlota- que le haban llega-do ofertas de distintos lugares. Yo misma escri-b en ese sentido a algunos amigos y amigasmuy diligentes y, hasta donde s, el intento noqued sin efecto.

    -Es verdad -replic Eduardo-, pero es queincluso tales ocasiones, esas variadas ofertas, lecausan nuevo dolor, le procuran nueva intran-quilidad. Ninguna de ellas est a su altura. No

  • podra actuar libremente; tendra que sacrifi-carse l mismo y adems sacrificar su tiempo,sus ideas y su modo de ser, y eso le resulta im-posible. Cuanto ms pienso en todo esto, tantoms siento y tanto ms grande es mi deseo deverlo aqu en nuestra casa.

    -Me parece muy hermoso y conmovedor -dijo Carlota- que te tomes el problema de tuamigo con tanto inters; pero permteme que teruegue que repares tambin en tu convenienciay en la nuestra.

    -Ya lo he hecho -repuso Eduardo-. Lo nicoque nos puede reportar su proximidad es bene-ficio y agrado. Del gasto no quiero hablar, por-que en cualquier caso, si se muda a nuestracasa, va a ser bien pequeo para m, sobre todoteniendo en cuenta que su presencia no noscausar la menor incomodidad. Puede acomo-darse en el ala derecha del castillo, y el resto yase ver. Qu favor tan grande le haramos yqu agradable nos resultara disfrutar de sutrato, adems de otras muchas ventajas! Hace

  • mucho tiempo que me habra gustado disponerdel plano de la propiedad y sus tierras; l seencargar de hacerlo y dirigirlo. T tienes laintencin de administrar personalmente lastierras en cuanto expire el plazo de los actualesarrendatarios, pero una empresa de ese tipo esdifcil y preocupante. Con cuntos conocimien-tos sobre esas cuestiones nos podra orientar!Buena cuenta me doy de la falta que me haraun hombre de ese tipo. Es verdad que los cam-pesinos saben lo que es necesario, pero sus in-formes son confusos y poco honrados. Los quehan estudiado en la ciudad y en las academiasse muestran ms claros y ordenados, pero care-cen del conocimiento directo e inmediato delasunto. De mi amigo, puedo esperar los dosextremos.Y adems se me ocurren otras mu-chas cosas que me complace imaginar y quetambin tienen que ver contigo y de las que meprometo muchos beneficios. Y, ahora, dichoesto, quiero agradecerte que me hayas escu-chado con tanta amabilidad, y te pido que

  • hables tambin con toda libertad y sin rodeos yme digas todo lo que tengas que decir; yo no teinterrumpir.

    -Muy bien -dijo Carlota-, entonces empeza-r haciendo una observacin de tipo general.Los hombres piensan ms en lo singular y en elmomento presente y tienen razn, porque ellostienen la misin de ser emprendedores y ac-tuar; sin embargo, las mujeres se fijan ms enlas cosas que anudan el entramado de la vida, ycon la misma razn, puesto que su destino y eldestino de sus familias est estrechamente liga-do a ese entramado y es precisamente a ellas aquienes se les exige que conserven ese vnculo.As que, si te parece bien, vamos a echar unamirada a nuestra vida presente y pasada y ve-rs cmo no te quedar ms remedio que con-fesarme que la invitacin al capitn no se ajustadel todo a nuestros propsitos, a nuestros pla-nes y a nuestras intenciones.

    Me gusta tanto recordar los primerostiempos de nuestra relacin! Cuando todava

  • ramos unos jovencitos ya nos queramos detodo corazn; nos separaron; a ti te alejaron dem porque tu padre, que nunca saciaba sus an-sias de riqueza, te uni a una mujer rica bastan-te mayor; a m me alejaron de ti, porque al notener ninguna perspectiva clara de futuro, meobligaron a casarme con un hombre de buenaposicin y que ciertamente era muy respetable,pero al que no amaba. Ms tarde volvimos a serlibres. T antes que yo, porque tu viejecita semuri dejndote en posesin de una gran for-tuna; yo, ms adelante, justo en el momento enque t regresaste de tus viajes. As fue comovolvimos a encontrarnos. Nos deleitaba el re-cuerdo del pasado, ambamos ese recuerdo ypodamos vivir juntos sin ningn tipo de im-pedimento, pero t me presionaste para quenos casramos; yo tard algn tiempo en acce-der porque estimaba que, siendo aproximada-mente de la misma edad, por ser mujer yohaba envejecido ms que t que eres hombre.Pero finalmente no quise negarte lo que pareca

  • que constitua tu nica dicha. Queras descan-sar a mi lado de todas las inquietudes quehabas tenido que experimentar en la corte, enel ejrcito y en tus viajes, queras reflexionar ydisfrutar de la vida, pero a solas conmigo. Meta mi nica hija en un pensionado en el que,ciertamente, se educa mucho mejor y de modoms completo de lo que habra podido hacerlode haberse quedado en el campo; pero no lamand slo a ella, sino tambin a Otilia, miquerida sobrina, que quizs hubiera estadomucho mejor aprendiendo a gobernar la casabajo mi direccin. Todo eso se hizo con tu apro-bacin y con el nico propsito de que pudi-ramos vivir por fin para nosotros mismos, deque finalmente pudiramos disfrutar sin quenadie nos perturbara de esa dicha tan ardien-temente deseada y que tanto habamos tardadoen alcanzar. As fue como empez nuestra vidaen el campo. Yo me hice cargo de la casa, t delexterior y de todo el conjunto. He tomado todaslas disposiciones necesarias a fin de poder salir

  • siempre al encuentro de tus deseos y vivir slopara ti; deja que por lo menos ensayemos du-rante algn tiempo a ver hasta qu punto po-demos bastarnos de esta manera el uno al otro.

    -Puesto que, segn t dices, vuestro ele-mento consiste en vincular todas las cosas -replic Eduardo-, lo mejor sera no escucharossin interrumpir ni decidirse a daros la razn; y,sin embargo, no dudo que debes tener raznhasta el da de hoy. La manera en que hemosdispuesto nuestro modo de vivir era buena yconveniente, pero es que eso significa que novamos a seguir edificando sobre lo ya construi-do, que no vamos a permitir que nazca nadanuevo de lo que ya hemos realizado hasta aho-ra? Acaso lo que yo he hecho en el jardn y ten el parque slo va a servir para los ermita-os?

    -Muy bien! -dijo Carlota-, est muy bien!Pero por lo menos no metamos aqu ningnelemento extrao, ningn estorbo. Piensa quetodos los planes que hemos concebido, incluso

  • en lo tocante al entretenimiento y la diversin,estaban pensados para nosotros dos solos. Pri-mero queras darme a conocer los diarios de tuviaje en el orden correcto aprovechando paraordenar todos los papeles que tienen que vercon eso; queras que yo participara en esa tareapara ver si con mi ayuda conseguamos reuniren un conjunto armonioso y agradable paranosotros y para los dems todo ese batiburrillode cuadernos y hojas sueltas de valor inesti-mable. Promet que te ayudara a copiarlos ynos imaginbamos que resultara muy confor-table y grato recorrer de esta manera tan cmo-da e ntima un mundo que no bamos a verjuntos sino en el recuerdo. Y, en efecto, yahemos empezado a hacerlo. Adems, por lasnoches has vuelto a coger la flauta, acompa-ndome al piano. Y tampoco nos faltan lasvisitas de los vecinos o a los vecinos. Con todasestas cosas yo, por lo menos, me he construidola imagen del primer verano verdaderamentedichoso que he pensado disfrutar en toda mi

  • vida.-Te dara la razn -replic Eduardo, frotn-

    dose la frente- si no fuera porque cuanto msescucho todo lo que repites de modo tan ama-ble y razonable tanto ms me persigue el pen-samiento de que la presencia del capitn noslo no estropeara nada, sino que aceleraramuchas cosas y nos dara nueva vida. l tam-bin ha compartido algunas de mis expedicio-nes y tambin ha anotado muchas cosas desdeuna perspectiva distinta: podramos aprove-char esos materiales todos juntos y de ese modolograramos componer una bonita narracin deconjunto.

    -Pues entonces permteme que te diga -repuso Carlota dando muestras de cierta impa-ciencia- que tu propsito se opone a lo que yosiento, que tengo un presentimiento que no meaugura nada bueno.

    -Por este sistema vosotras las mujeres ser-ais siempre insuperables -contest Eduardo-; enprimer lugar razonables, para que no se os

  • pueda contradecir, despus tiernas y cariosaspara que nos entreguemos de buen grado, tam-bin sensibles, de modo que nos repugne hace-ros dao, y finalmente intuitivas y llenas depresentimientos de modo que nos asustemos.

    -No soy supersticiosa -replic Carlota-, y nole concedera ninguna importancia a esos oscu-ros impulsos si no pasaran de ser eso; pero, porlo general, suelen ser recuerdos inconscientesde ciertas consecuencias dichosas o desafortu-nadas que ya hemos vivido en carne propia oajena. No hay nada que tenga mayor peso encualquier circunstancia que la llegada de unatercera persona interpuesta. He visto amigos,hermanos, amantes y esposos cuya vida cambiradicalmente por culpa de la intromisin casualo voluntaria de otra persona.

    -No niego que eso puede ocurrir -dijoEduardo- cuando hablamos de personas quevan andando a ciegas por la vida, pero no ocu-rre cuando se trata de personas formadas por laexperiencia y que tienen conciencia de s mis-

  • mas.-La conciencia, querido mo -replic Carlo-

    ta-, no es un arma suficiente y hasta puede vol-verse contra el que la empua; y pienso que loque se deduce de todo esto es que no debemosprecipitarnos. Concdeme al menos unos cuan-tos das, note decidas an!

    -Tal como estn las cosas -repuso Eduardo-,tambin nos precipitaramos dentro de unosdas. Ya hemos expuesto todas las razones enpro y en contra, lo nico que falta es tomar unadecisin y por lo que veo lo mejor sera que loechramos a suertes.

    -Ya s -dijo Carlota- que en los casos de du-da te gusta apostar o echar los dados, pero tra-tndose de un asunto tan serio me parecera unsacrilegio.

    -Pero entonces qu le voy a escribir al capi-tn? -exclam Eduardo-, porque tengo que res-ponderle enseguida.

    -Escrbele una carta tranquila, razonable yconsoladora -dijo Carlota.

  • -Para eso, ms vale no escribir nada -repusoEduardo.

    -Y sin embargo -repuso Carlota-, te aseguroque en muchos casos es necesario y ms propiode un amigo y desde luego mucho mejor escri-bir no diciendo nada que no escribir.

    Captulo 2

    Eduardo se hallaba de nuevo solo en suhabitacin y la verdad es que se encontraba enun estado de nimo de agradable excitacindespus de haber escuchado de labios de Carlo-ta la repeticin de los azares de su vida y lavvida representacin de su mutua situacin yproyectos. Se haba sentido tan dichoso a sulado, con su compaa, que trataba ahora demeditar una carta para el capitn que sin dejarde ser amistosa y compasiva, fuera tranquila ynada comprometida. Pero en el momento enque se dirigi hacia el escritorio y tom en susmanos la carta del amigo para volver a leerla, le

  • volvi a asaltar la imagen de la triste situacinen que se hallaba aquel hombre extraordinarioy todas las emociones que le haban estadoatormentando los ltimos das volvieron a des-pertar con tal intensidad que le pareci imposi-ble abandonar a su amigo en esa situacin tanangustiosa.

    Eduardo no estaba acostumbrado a renun-ciar a nada. Hijo nico y consentido de unospadres ricos que haban sabido convencerlepara embarcarse en un matrimonio extraopero muy ventajoso con una mujer mayor; mi-mado tambin por ella de todas las manerasposibles para tratar de compensarle con su es-plendidez por su buen comportamiento; unavez dueo de s mismo, tras su temprano falle-cimiento, acostumbrado a no depender de na-die en los viajes, a disponer libremente de cual-quier cambio y variacin, sin caer nunca enpretensiones exageradas, pero deseando siem-pre muchas cosas y de muy diversos tipos, ge-neroso, intrpido y hasta valiente llegado el

  • caso, quin o qu cosa en el mundo podaoponerse a sus deseos?

    Hasta aquel momento todo haba salido asu gusto. Incluso haba logrado poseer a Carlo-ta, a la que haba conquistado gracias a unafidelidad terca y casi de novela; y, de pronto,vea cmo le contradecan por vez primera,cmo le ponan trabas justo cuando quera traera su lado a su amigo de juventud, esto es,cuando por as decir quera poner el broche deoro de su existencia. Se senta malhumorado,impaciente, tomaba varias veces la pluma y lavolva a soltar, porque no era capaz de ponersede acuerdo consigo mismo sobre lo que debaescribir. No quera ir contra los deseos de sumujer, pero tampoco era capaz de acatar lo quele haba pedido; en su estado de inquietud tenaque escribir una carta tranquila, y eso le resul-taba imposible. Lo ms natural en ese caso eratratar de ganar tiempo. En pocas palabras pididisculpas a su amigo por no haberle escritoantes y no poder escribirle todava con detalle y

  • le prometi que a no tardar mucho le enviarauna misiva mucho ms significativa y tranqui-lizadora.

    Al da siguiente Carlota aprovech la oca-sin de un paseo al mismo lugar para volver areanudar la conversacin, tal vez con la convic-cin de que la mejor manera de ahogar un pro-yecto es volviendo a hablar de l muchas veces.

    Eduardo tambin estaba deseando reanu-dar la charla. Tal como acostumbraba, supoexpresarse de manera afectuosa y agradable,porque aunque su sensibilidad le haca acalo-rarse fcilmente, aunque la vehemencia de susdeseos era en exceso impetuosa y su terquedadpoda provocar la impaciencia, tambin es ver-dad que saba suavizar tanto sus palabras tra-tando siempre de no herir a los dems, que noquedaba ms remedio que seguir considern-dolo amable incluso cuando ms inoportuno yfastidioso se mostraba.

    De este modo, aunque aquella maana em-pez por poner a Carlota del mejor humor, lue-

  • go sus giros en la conversacin la sacaron tancompletamente fuera de sus casillas que acabpor exclamar:

    -Lo que t quieres es que le conceda alamante lo que le he negado al marido.

    Por lo menos, querido -continu-, quieroque sepas que tus deseos y la afectuosa vivaci-dad con que los expresas no me han dejadoimpasible, no me han dejado de conmover. In-cluso me obligan a hacerte una confesin. Yotambin te he estado ocultando algo. Me en-cuentro en una situacin muy parecida a latuya y ya he tenido que ejercer sobre m mismala violencia que ahora estimo que deberas ejer-cer sobre ti.

    -Me agrada escuchar eso -dijo Eduardo-, yveo que en el matrimonio es necesario reir decuando en cuando para descubrir algunas cosasdel otro.

    -Pues entonces debes saber -dijo Carlota-que a m me pasa con Otilia lo mismo que a ticon el capitn. Me desagrada mucho pensar

  • que esa nia querida est en un pensionado enel que se siente presionada y oprimida. Mien-tras Luciana, mi hija, que ha nacido para estaren el mundo, se instruye all para el mundo,mientras ella aprende al vuelo idiomas, historiay otro montn de cosas, con la misma facilidadcon la que lee las notas y variaciones musicales,mientras con su natural viveza y su feliz me-moria, por decirlo de algn modo, olvida todotan pronto como lo vuelve a recordar; mientrasque su comportamiento natural, su gracia en elbaile, su conversacin fcil y fluida la hacendestacar entre todas y su instintiva dote demando la convierten en la reina de su pequeocrculo; mientras que la directora de la insti-tucin la adora como a una pequea diosa quegracias a sus cuidados ha empezado a florecery por lo mismo considera un honor tenerla all,ya que inspira confianza en las dems y puedeejercer influencia sobre otras jovencitas; mien-tras que sus cartas e informes mensuales no sonms que cantos de alabanza sobre las extraor-

  • dinarias capacidades de la nia, que yo s tra-ducir muy bien a mi prosa, mientras ocurretodo esto con Luciana, lo que se me cuenta deOtilia es siempre, por el contrario, una disculpatras otra que tratan de justificar que una mu-chacha que por lo dems crece bien y es hermo-sa no muestre ni capacidad ni disposicin al-guna. Lo poco que ella aade tampoco es nin-gn misterio para m, porque reconozco en esania querida todo el carcter de su madre, miamiga ms querida que creci a mi lado y cuyahija yo seguramente habra sabido convertir enuna preciosa criatura si hubiera podido ser sueducadora o cuidadora.

    Pero como eso no entraba en nuestros pla-nes y como no conviene forzar tanto las cosasde la vida ni tratar de buscar siempre la nove-dad, prefiero resignarme y superar la desa-gradable sensacin que me invade cuando mihija, que sabe muy bien que la pobre Otilia de-pende de nosotros, se aprovecha de su ventajamostrndose orgullosa con ella, con lo que

  • prcticamente arruina nuestra buena accin.Pero, acaso hay alguien tan bien formado

    que no se aproveche a veces con crueldad de susuperioridad respecto a los otros? Y quin esttan arriba que no haya tenido que sufrir a vecesuna opresin semejante? El mrito de Otilia seacrecienta en esas pruebas; pero desde que mehe dado cuenta de hasta qu punto es penosasu situacin, me he tomado el trabajo de buscarotro sitio para ella. Espero una respuesta de unmomento a otro y cuando llegue no dudar.sta es mi situacin, querido mo. Como ves, aambos nos aflige el mismo gnero de preocu-pacin en nuestros corazones leales y genero-sos. Deja que llevemos la carga entre los dos,puesto que no podemos deshacernos de ella.

    -Somos criaturas sorprendentes -dijoEduardo sonriendo- cuando podemos desterrarlejos de nuestra presencia lo que nos preocupa,ya nos creemos que est todo arreglado. Somoscapaces de sacrificar muchas cosas en un planogeneral, pero entregarnos en una situacin con-

  • creta y particular es una exigencia a cuya alturararas veces estamos. As era mi madre. Mien-tras viv con ella, de nio o cuando jovencito,nunca pudo deshacerse de las preocupacionesdel momento. Si me retrasaba cuando sala apasear a caballo, ya me tena que haber ocurri-do alguna desgracia; si me sorprenda un cha-parrn, seguro que me entraba la fiebre. Memarch de viaje, me alej de ella, y desde en-tonces ya ni siquiera pareca que yo le pertene-ciera.

    Si miramos las cosas de ms cerca -continu-, pienso que los dos estamos actuandode un modo absurdo e irresponsable, abando-nando en medio del infortunio y la pena a dospersonas de naturaleza tan noble y a las quetanto queremos slo porque no deseamos ex-ponernos a ningn peligro. Si esto no se llamaegosmo dime qu nombre podemos darle!Toma a Otilia, djame al capitn y, en nombrede Dios, hagamos la prueba!

    -Podramos arriesgarnos -replic Carlota

  • pensativa-, si el peligro slo fuera para noso-tros. Pero t crees que es aconsejable quecompartan el mismo techo el capitn y Otilia, esdecir, un hombre aproximadamente de tu edad,esa edad, digo estas cosas elogiosas aqu entrenosotros, en la que el hombre empieza a serdigno de amor y capaz de amor, y una mucha-cha con las excelentes cualidades de Otilia?

    -Lo que no s -repuso Eduardo-, es cmopuedes ensalzar tanto a Otilia. Slo me lo pue-do explicar porque ha heredado el mismo afec-to que t sentas por su madre. Es guapa, eso esverdad, y recuerdo que el capitn me llam laatencin sobre ella cuando regresamos hace unao y la encontramos contigo en casa de tu ta.Es guapa, sobre todo tiene ojos bonitos; pero nopodra decirte si me caus aunque slo fuerauna pizca de impresin.

    -Eso te honra y es digno de elogio -dijo Car-lota-, puesto que yo tambin estaba all y a pe-sar de que ella es mucho ms joven que yo, lapresencia de tu vieja amiga tuvo tanto encanto

  • para ti que tus ojos no se fijaron en esa prome-tedora belleza a punto de florecer. Por cierto,que es algo muy propio de tu modo de ser ypor eso me gusta tanto compartir la vida conti-go.

    Pero a pesar de la aparente honestidad desus palabras Carlota ocultaba algo. En efecto,cuando Eduardo regres de sus viajes, ella se lohaba presentado a Otilia con toda la intencina fin de orientar tan buen partido en direccin asu querida hija adoptiva, porque ella ya nopensaba en Eduardo para s misma. El capitntambin estaba encargado de llamar la atencinde Eduardo, pero ste, que segua conservandoobstinadamente en su interior su antiguo amorpor Carlota, no vio ni a derecha ni a izquierda yslo era dichoso pensando que por fin iba apoder conseguir ese bien tan vivamente desea-do y que una cadena de acontecimientos pa-reca haberle negado para siempre.

    La pareja estaba a punto de bajar por lasnuevas instalaciones en direccin al castillo

  • cuando vieron a un criado que suba corriendohacia ellos y les gritaba desde abajo con cararisuea:

    -Bajen rpidamente seores! El seor Mit-tler ha entrado como una tromba en el patio delcastillo y nos ha gritado a todos que furamosinmediatamente a buscarles y les pre-guntramos si es necesario que se quede. Si esnecesario -nos sigui gritando-, habis odo?,pero deprisa, deprisa.

    -Qu hombre tan gracioso! -exclamEduardo-; no crees que llega justo a tiempo,Carlota? Regresa en seguida -orden al criado-;dile que es necesario, muy necesario! Que sebaje del caballo. Ocpate del animal. A l lle-vadlo a la sala y servidle la comida. En seguidallegamos.

    Tomemos el camino ms corto! -le dijo asu mujer y se adentr por el sendero que atra-vesaba el cementerio de la iglesia y que nor-malmente sola evitar. Pero se llev una buenasorpresa, porque tambin all se haba encarga-

  • do Carlota de velar por los sentimientos. Tra-tando de preservar al mximo los viejos mo-numentos, haba sabido ordenar e igualar todode tal manera que ahora se haba convertido enun lugar hermoso en el que la vista y la imagi-nacin gustaban de demorarse.

    Haba sabido honrar hasta a las piedras msantiguas. Siguiendo el orden cronolgico de susfechas, las piedras haban sido dispuestas co-ntra el muro o bien incrustadas o superpuestasde algn modo; hasta el alto zcalo de la iglesiahaba sido adornado con ellas ganando en pres-tancia y variedad. Eduardo se sinti extraa-mente conmovido cuando entr por la puerteci-ta: apret la mano de Carlota y una lgrimabrill en sus ojos.

    Pero su estrafalario husped no les dejmucho tiempo en paz. En lugar de quedarsetranquilamente en el castillo haba salido a bus-carles atravesando el pueblo al galope tendidoy picando espuela hasta llegar a la puerta delcementerio, en donde por fin se detuvo y grit

  • a sus amigos:-No me estarn tomando el pelo? Si de

    verdad es algo urgente, me quedar aqu a co-mer. Pero no me retengan. Tengo todava mu-chsimo que hacer.

    -Puesto que se ha molestado usted en venirdesde tan lejos -le contest Eduardo gritando-,entre hasta aqu con su caballo. Nos encontra-mos en un lugar grave y solemne, y mire ustedcmo ha sabido adornar Carlota todo este due-lo!

    -Ah dentro -exclam el jinete-, yo no entroni a caballo, ni en coche, ni a pie. Esos que estnah reposan en paz, yo no quiero tener nadaque ver con ellos. Al fin y al cabo no me que-dar ms remedio que entrar ah algn dacuando me metan con los pies por delante.Bueno, es algo serio?

    -S -replic Carlota-, muy serio. Es la prime-ra vez desde que estamos casados que nos en-contramos en un apuro y una confusin de losque no sabemos cmo salir.

  • -No tienen ustedes aspecto de tal cosa -repuso l-, pero les creer. Si se burlan de m, laprxima vez les dejar en la estacada. Sganmedeprisa! A mi caballo le vendr bien este pe-queo descanso.

    Muy pronto volvieron a encontrarse los tresjuntos en la sala. La mesa estaba servida y Mit-tler les cont las cosas que haba hecho y losproyectos del da. Aquel hombre extrao habasido clrigo anteriormente y, en medio de suinfatigable actividad, se haba distinguido en sucargo por haber sabido aplacar todas las rias,tanto las domsticas como las vecinales, alprincipio de individuos singulares, luego de co-munidades enteras y numerosos propietarios.Mientras ejerci su ministerio no se divorcininguna pareja y los tribunales regionales nohaban sabido de ningn litigio o proceso queproviniera de all. Pronto se dio cuenta de lonecesario que le era saber derecho. Se lanz delleno al estudio y enseguida se sinti a la alturadel ms hbil de los abogados. Su crculo de

  • influencia se extendi de modo admirable y es-taban a punto de llamarlo para un puesto en laresidencia, con el fin de que pudiera terminardesde arriba lo que haba empezado desde aba-jo, cuando obtuvo una considerable gananciaen la lotera, se compr una propiedad de ta-mao moderado, la puso en arriendo y la con-virti en el punto central de su actividad, ani-mado del firme propsito, o tal vez limitndosea seguir su antigua costumbre y su tendenciams propia, de no demorarse nunca en unacasa en la que no hubiera ningn litigio queresolver o alguna disputa en la que terciar. Losque crean en la supersticin del significado delos nombres pretendan que su apellido Mittler1 le haba obligado a seguir su raro destino.

    Ya haban servido los postres, cuando elhusped conmin seriamente a sus anfitrionesa que no le ocultasen ms tiempo sus descu-brimientos, porque tena que marcharse inme-

    1 Mittler significa mediador. (N. del T.)

  • diatamente despus del caf. Ambos espososhicieron sus confesiones con todo detalle, peroapenas comprendi de qu se trataba, se levan-t malhumorado de la mesa, corri hacia laventana y orden que ensillaran su caballo.

    -O ustedes no me conocen -grit-, o no meentienden, o son ustedes muy malintenciona-dos. Es que hay aqu alguna pelea? Acaso senecesita mi ayuda? Se creen ustedes que estoyen el mundo para dar consejos? Es el oficio msnecio que se puede llevar a cabo. Que cada unose d consejo a s mismo y haga lo que no pue-de dejar de hacer. Si le sale bien, que se alegrede su sagacidad y su suerte. Si le sale mal, en-tonces estoy a su servicio. El que quiere librarsede algn mal, sabe siempre lo que quiere. Elque quiere algo mejor de lo que tiene, estcompletamente ciego. S, s, ranse!, juega a lagallina ciega y a lo mejor hasta atrapa algo,pero y qu? Hagan ustedes lo que quieran: dalo mismo. Inviten a su casa a sus amigos o d-jenles fuera: da exactamente igual. He visto

  • cmo las cosas ms razonables fracasaban y lasms descabelladas tenan xito. No se rompanustedes la cabeza y si es que sale mal lo uno olo otro, tampoco se la rompan. En ese casomndenme a buscar y les ayudar. Hasta en-tonces, soy su servidor.

    Y diciendo esto, salt sobre su caballo sinesperar el caf.

    -Ya ves -dijo Carlota- de qu poco vale untercero cuando dos personas muy unidas noestn del todo de acuerdo. Si cabe, ahora anestamos ms confusos y sentimos ms in-certidumbre que antes.

    Seguramente ambos esposos habran segui-do vacilando durante algn tiempo si no hubie-ra llegado una carta del capitn en respuesta ala ltima de Eduardo. Por fin se haba decididoa aceptar un puesto que le haban ofrecido, apesar de que no era nada adecuado para l. Setrataba de compartir el aburrimiento con genterica y de buena posicin que confiaba en que lconseguira disipar su tedio.

  • Eduardo se hizo perfectamente cargo delasunto y supo pintarlo de forma muy precisa.

    Vamos a dejar a sabiendas a nuestro amigoen semejante situacin? -exclam-. T no pue-des ser tan cruel, Carlota!

    -Al final, ese hombre tan extrao, nuestroMittler -replic Carlota-, tiene razn. Todasestas empresas estn en manos del azar. Nadiepuede predecir lo que saldr de ellas. La nuevasituacin puede ser rica en fortuna o en adver-sidad sin que nosotros tengamos en ello granparte de mrito ni de culpa. No me siento confuerzas para seguir-resistiendo contra tus de-seos. Hagamos el intento! Lo nico que te pidoes que sea de breve duracin. Permteme queme ocupe del capitn con ms ahnco que hastaahora y trate de emplear el mayor celo en mo-ver mis influencias y mis relaciones para con-seguirle un puesto que le pueda procurar con-tento de algn modo.

    Eduardo le dio a su esposa las muestrasms amables de su vivo agradecimiento. Con

  • nimo liberado y alegre se apresur a transmi-tirle a su amigo sus propuestas por escrito. Lepidi a Carlota que aadiera con su propia ma-no una postdata expresando su aprobacin ysumando sus amistosos ruegos a los de su es-poso. Lo hizo con pluma gil y de modo cortsy gentil, pero con una especie de premura queno era habitual en ella. Y, cosa que nunca lesola ocurrir, ensuci el papel con una manchade tinta que la puso de mal humor y que, ade-ms, no hizo sino agrandarse cuando intentborrarla.

    Eduardo brome al respecto y como toda-va haba sitio aadi una segunda postdatadicindole a su amigo que deba entender aquelsigno como muestra de la impaciencia con laque era esperado y que tena que disponer suviaje con la misma premura con la que habasido escrita esa carta.

    Parti el mensajero y Eduardo crey no po-der expresar mejor su gratitud ms que insis-tiendo repetidas veces para que Carlota hiciese

  • sacar cuanto antes a Otilia de su internado.Ella le rog un aplazamiento y consigui

    despertar en Eduardo el deseo de hacer msicaaquella noche. Carlota tocaba muy bien el pia-no, Eduardo no tan bien la flauta, porque aun-que se haba esforzado mucho en ocasionesaisladas, nunca haba tenido la paciencia y laconstancia necesarias para cultivar un talentode ese gnero. Por eso, tocaba su parte de modomuy desigual, algunos pasajes bien, aunque talvez algo rpidos, y otros con interrupciones,porque no los conoca tan a fondo, de modoque a cualquier otra persona le habra resultadomuy difcil ejecutar con l un dueto. Pero Car-lota saba encontrar el hilo y no se perda. Sedetena y dejaba que l la volviera a arrastrar,de modo que saba conjugar a la perfeccin eldoble papel del buen director de orquesta y dela discreta ama de casa capaces de conservarsiempre el ritmo general aunque cada pasajeaislado no est del todo acompasado.

  • Captulo 3

    Lleg el capitn. Haba mandado por delan-te una carta muy inteligente que tranquilizpor completo a Carlota. Tanta clarividenciasobre s mismo, tanta claridad sobre su propioestado y el estado de sus amigos prometan unaperspectiva serena y risuea.

    Las conversaciones de las primeras horas,tal como suele suceder entre amigos que no sehan visto desde hace tiempo, fueron muy vivasy casi agotadoras. Al atardecer Carlota propusoun paseo por las nuevas instalaciones. Al capi-tn le gustaba mucho aquel paraje y reparabaen todas sus bellezas, que slo gracias a losnuevos caminos se podan ver y disfrutar. Te-na una mirada ejercitada y al mismo tiempo f-cil de contentar. Y aunque enseguida se dabacuenta de las cosas que se podan mejorar, nohaca como algunos y no disgustaba con suscomentarios a las personas que le estaban ense-ando sus propiedades ni se le ocurra exigir

  • ms de lo que las circunstancias permitan orecordar en voz alta algo ms perfecto visto enotro lugar.

    Cuando llegaron a la cabaa de musgo laencontraron adornada del modo ms alegre, esverdad que sobre todo con flores artificiales oplantas de invierno, pero entremezcladas demanera tan hermosa con haces naturales deespigas y otros frutos variados que no cabadudar del sentido artstico de la que lo habaconcebido.

    -Aunque a mi marido no le gusta celebrarsu cumpleaos ni su santo, creo que hoy no metomar a mal que dedique estas pocas guirnal-das a una triple celebracin.

    -Triple? -exclam Eduardo.-Desde luego! -repuso Carlota-; supongo

    que podemos considerar la llegada de nuestroamigo como una fiesta, y adems, seguro queno se os ha ocurrido pensar que hoy es vuestrosanto. No os llamis Otto los dos?

    Los dos amigos se estrecharon la mano por

  • encima de la mesa.-Me recuerdas -dijo Eduardo- esa pequea

    muestra de amistad juvenil. Cuando ramosnios los dos nos llambamos del mismo modo;pero cuando vivimos juntos en el internado yse empezaron a producir errores por culpa deeso yo le ced gustosamente ese bello y lacniconombre.

    -Con lo que tampoco te mostraste excesi-vamente generoso -dijo el capitn-, porque re-cuerdo muy bien que te gustaba ms el nombrede Eduardo, y la verdad es que pronunciadopor unos labios bonitos tiene un sonido espe-cialmente grato.

    All estaban sentados los tres, en torno a lamisma mesa en la que Carlota haba habladocon tanta pasin contra la venida de su hus-ped. En su alegra Eduardo no quera recordar-le a su esposa aquel momento, pero no pudopor menos de decir:

    -Todava habra sitio suficiente para unacuarta persona.

  • En aquel momento llegaron del castillo lossonidos de unos cuernos de caza que parecanconfirmar y reforzar los buenos sentimientos ydeseos de aquellos amigos que gozaban all desu mutua compaa. Los escucharon en silen-cio, recogindose cada uno en su fuero internoy sintiendo doblemente su felicidad en tanhermosa unin.

    El primero en romper aquella pausa fueEduardo, que se levant y sali fuera de la ca-baa.

    -Vamos a llevar enseguida a nuestro amigo-le dijo a Carlota- hasta la cima ms alta, paraque no se crea que este pequeo valle es nues-tra nica propiedad y lugar de residencia. Allarriba la mirada es ms libre y el pecho se en-sancha.

    -Pues entonces todava tendremos que subiresta vez por el antiguo sendero, que es algodifcil -replic Carlota-, pero espero que misescaleras y rampas nos permitan subir muypronto de manera ms cmoda.

  • Y, en efecto, pasando por encima de las ro-cas, los arbustos y la maleza, llegaron hasta lacima ms alta, que no formaba ninguna meseta,sino una serie de lomas continuadas y frtiles.A sus espaldas, ya no se poda ver el castillo yel pueblo. En el fondo se divisaban algunoslagos, ms all colinas arboladas hasta cuyabase llegaba el agua y finalmente escarpadasrocas que delimitaban verticalmente y con todanitidez el ltimo espejo de agua en cuya super-ficie se reflejaban sus formas grandiosas. All,en el fondo del abismo, donde un caudalosoarroyo dejaba caer sus aguas sobre los lagos, sevea un molino medio escondido que, junto consus alrededores, pareca un agradable lugar dereposo. En todo el semicrculo que abarcabancon la mirada alternaban del modo ms variadolas cimas con las hondonadas, los arbustos conlas arboledas, cuyo verde incipiente prometaun futuro paisaje de abundancia y riqueza.Tambin haba algunos grupos aislados de r-boles que llamaban la atencin. Destacaba so-

  • bre todo, a los pies de los amigos espectadores,una masa de lamos y pltanos, que se encon-traba justo al borde de la laguna central. Esta-ban en su mejor momento, frescos, sanos, er-guidos, tratando de crecer a lo alto y a lo ancho.

    Eduardo llam la atencin de sus amigosmuy especialmente sobre esos rboles.

    -sos -exclam- los plant yo mismo cuan-do era joven. En aquel entonces slo eran unosarbolitos muy delgados que yo salv cuando mipadre los hizo arrancar en pleno verano paraampliar el jardn del castillo. Sin duda este aotambin darn nuevos brotes en seal de agra-decimiento.

    Regresaron contentos y alegres. Al huspedse le haba asignado en el ala derecha del casti-llo un alojamiento espacioso y agradable en elque muy pronto instal y orden sus libros,papeles e instrumentos, para proseguir con susactividades acostumbradas. Pero los primerosdas Eduardo no le dej en paz. Lo llev portodas partes, unas veces a caballo y otras a pie y

  • le hizo conocer la comarca y la propiedad,adems de comunicarle el deseo que albergabadesde haca tiempo, ligado a su intencin delograr un conocimiento ms profundo de aque-llos lugares y poder explotarlos mejor.

    -Lo primero que tenemos que hacer -dijo elcapitn- es levantar un plano del lugar conayuda de la brjula. Es una tarea fcil y entre-tenida y aunque no garantiza una excesivaexactitud, siempre resulta til para empezar,adems de grata, y tiene la ventaja de que sepuede hacer sin necesidad de mucha ayuda ycon la seguridad de llevarla a su fin. Si mstarde deseas una medicin ms exacta, tambinpodremos encontrar una manera de hacerla.

    El capitn tena mucha prctica en ese tipode mediciones. Haba trado los instrumentosnecesarios y comenz en el acto. Instruy aEduardo y a algunos cazadores y campesinosque deban ayudarle en su tarea. Los das eranfavorables; al atardecer o por la maana tem-prano aprovechaba para hacer los dibujos y

  • grficos. Muy pronto todo estuvo delineado ycoloreado y Eduardo pudo ver como sus pro-piedades volvan a surgir con toda precisinsobre el papel igual que si se tratara de unanueva creacin. Le-pareca que slo ahora lasconoca, que slo ahora le pertenecan de ver-dad.

    Surgi la ocasin de hablar del lugar, decomentar nuevos proyectos que con ayuda deesa visin de conjunto se podan planificar mu-cho mejor que disendolos simplemente apartir de la propia naturaleza basndose enmeras impresiones fortuitas.

    -Se lo tenemos que explicar claramente a mimujer -dijo Eduardo.

    -No lo hagas! -repuso el capitn, a quien nole gustaba intercambiar sus convicciones conlas de los dems porque tena la experiencia deque las opiniones de la gente son demasiadovariadas como para hacerlas coincidir en unmismo punto, aunque sea recurriendo a losargumentos ms razonables-. No lo hagas! -

  • exclam-, seguramente la desconcertaramos. Aella le pasar como a todos los que se ocupande estas cosas nicamente por aficin y que lesimporta mucho ms hacer algo ellos mismosque el que ese algo sea hecho de determinadamanera. Van tanteando la naturaleza, muestransu preferencia por este rinconcito o por aqul,no se atreven a eliminar determinado estorbo,ni tienen el valor de sacrificar algo; nunca seimaginan de antemano lo que puede resultar:se prueba, si sale bien o si sale mal se modificay tal vez se modifica justamente lo que habaque dejar y se deja lo que haba que modificar,y as es como al final se consigue una especie depuzzle que gusta y estimula, pero que no con-vence.

    -Confisame sinceramente -dijo Eduardo-que no te gustan los arreglos de mi mujer.

    -Si la ejecucin hubiese agotado la concep-cin, que es muy buena, no habra nada queobjetar. Ha conseguido subir por las rocas congrandes padecimientos y ahora, si me lo permi-

  • tes, hace padecer a todos los que lleva por all.No se puede caminar con cierta libertad ni jun-tos ni en hilera. A cada momento se rompe elritmo del paso, y habra otras muchas cosas queobjetar.

    -Crees que habra sido fcil hacerlo de otromodo? -pregunt Eduardo.

    -Muy fcil -replic el capitn-; slo tenaque haber roto una esquina de las rocas queadems no tiene ningn inters, porque es unsimple conglomerado, y as hubiera conseguidouna curva de bello trazado para la subida y almismo tiempo piedras sobrantes para afianzarcon muros de contencin los lugares donde elcamino hubiera podido quedar estrecho o maldibujado. Pero esto te lo digo aqu entre no-sotros en estricto secreto. De lo contrario ella sesentira desconcertada y disgustada. Ademshay que respetar lo que ya est hecho. Si sequiere gastar ms dinero y esfuerzos hay mu-chas cosas interesantes para hacer desde la ca-baa de musgo hacia arriba y all en la cima.

  • Si, de este modo, los dos amigos encontra-ban muchas cosas en que ocuparse en el pre-sente, tampoco faltaba la remembranza viva yanimada de los tiempos pasados, en la que Car-lota sola participar. Y tambin hicieron planespara ocuparse del diario de viaje cuando lostrabajos ms urgentes estuvieran listos a fin deevocar tambin de ese modo el pasado.

    Adems, Eduardo tena ahora menos temasde conversacin para tratar a solas con Carlota,sobre todo desde que se le haba clavado en elcorazn la crtica, que tan justa le pareca, a losarreglos que ella haba hecho en el parque. Ca-ll durante mucho tiempo lo que le haba con-fiado el capitn, pero finalmente, cuando vioque su mujer estaba de nuevo ocupada hacien-do escaleritas y senderos que suban peno-samente desde la cabaa de musgo hasta lacima, no se pudo contener y despus de algu-nos rodeos le explic cules eran sus nuevospuntos de vista.

    Carlota se sinti afectada. Tena suficiente

  • cabeza para darse cuenta de que l tena razn,pero lo que ya estaba hecho contradeca aque-llas ideas y ya estaba consumado; le haba pa-recido bien hasta ahora, le haba parecido de-seable y se senta encariada con cada uno deesos detalles que ahora le criticaban. Se resistaa admitir lo que le deca su propia conviccin,defenda su pequea creacin y estaba resenti-da contra los hombres que enseguida van a logrande y quieren convertir una broma, unadistraccin, en una verdadera obra, sin repararen los gastos que acarrea un plan tan gran-dioso. Estaba excitada, dolida, disgustada; nopoda decidirse ni a eliminar lo ya hecho, ni adescartar lo nuevo por completo. Pero como erauna persona decidida detuvo enseguida lasobras y se tom tiempo para meditar sobre lacuestin y dejarla madurar en su mente.

    Y ahora, perdida esa diaria ocupacin -porque los hombres cada vez pasaban mstiempo juntos dedicados a sus tareas, ocupn-dose sobre todo con especial celo de los jardi-

  • nes y los invernaderos, sin dejar de practicartambin los habituales ejercicios de caballeroscomo la caza o la compra, trueque, adiestra-miento y mantenimiento de los caballos-, Carlo-ta se senta cada da ms sola. Y aunque habaaumentado su volumen de correspondencia,tambin pensando en favorecer al capitn, pa-saba muchas horas de soledad. Por eso, an leresultaban ms gratos y le servan de mayordistraccin los informes que reciba del inter-nado.

    A una carta muy extensa de la directora, enla que como de costumbre se alargaba compla-cida en la descripcin de los progresos de suhija, se haba adjuntado una breve nota de unempleado masculino de la institucin; de am-bas daremos cuenta ahora.

    Postdata de la directora

    En cuanto a Otilia, seora ma, lo nico que

  • puedo repetir es lo que ya le he comunicado enlos anteriores informes. No podra quejarme deella en ningn aspecto y sin embargo tampocopuedo mostrarme satisfecha. Sigue mostrndo-se modesta y amable con las dems, pero esamanera de quedarse siempre relegada, esa acti-tud servil, no me gustan. Usted le envi hacepoco algo de dinero y diversos objetos: el pri-mero ni lo ha tocado y los segundos siguenintactos en el mismo lugar. Es verdad que cuidamuy bien sus cosas y que es muy limpia, peroparece que sea esa la nica razn por la que secambia de vestido. Tampoco apruebo su mode-racin en la comida y la bebida. En nuestra me-sa no se sirve nada superfluo, pero me encantadisfrutar viendo a las nias comer hasta saciar-se cosas sanas y sabrosas. Pienso que lo que sesirve sobre la mesa, fruto de una reflexin yconviccin, debe ser comido en su totalidad.Pero nunca he conseguido convencer a Otiliapara que lo haga. Al contrario, siempre se in-venta algn menester, algn olvido de las cria-

  • das que hay que reparar, para levantarse de lamesa y saltarse un plato o los postres. Es ver-dad que tambin hay que tener en cuenta que,por lo que he sabido ltimamente, a veces sufrede dolores de cabeza en el lado izquierdo, quesin duda son pasajeros, pero dolorosos y tal vezde cierta gravedad. Esto es todo lo que puedodecirle acerca de esta nia, que por lo dems estan hermosa y afectuosa.

    Nota del asistente

    Nuestra excelente directora me suele per-mitir leer las cartas en las que comunica susjuicios y observaciones sobre sus pupilas a lospadres o tutores. Las cartas que le van dirigidaslas leo con doble atencin y con doble placer,pues si bien tenemos que darle la enhorabuenapor esa hija que rene todas esas brillantes cua-lidades con las que se suele triunfar en el mun-do, tambin pienso que podemos felicitarla y

  • que usted se puede considerar dichosa por esahija adoptiva que ha nacido para hacer el biende los dems, procurar su dicha y seguramentetambin la suya propia. Otilia es casi la nicade nuestras pupilas en la que disiento con nues-tra estimada directora. No es que yo quierareprocharle a esta mujer tan activa que quieraque brillen de modo pblico y manifiesto losfrutos de sus desvelos, pero es que tambin hayfrutos que permanecen ocultos y que son losms jugosos y de ms sustancia cuando mspronto o ms tarde terminan de desarrollarse yse abren mostrando una hermosa vida. Creoque as es su hija adoptiva. Desde que me ocu-po de su formacin la veo que avanza siempreal mismo paso, y lenta, muy lentamente, perosiempre hacia adelante, nunca hacia atrs. Sicon los nios siempre conviene empezar por elprincipio, se es ciertamente su caso. Lo que nose deduce de lo anterior, no lo entiende. Sequeda paralizada y completamente incapazante una cosa que es fcil de entender, pero que

  • para ella no guarda ninguna relacin con nada.Pero si uno es capaz de mostrarle con claridadlos pasos intermedios y los nexos de unin,entonces es capaz de comprender hasta las co-sas ms complejas.

    Como su modo de avanzar es lento sequeda retrasada respecto al resto de sus com-paeras, quienes, dotadas de otras capacidades,corren siempre hacia adelante y son capaces decomprender fcilmente hasta lo que no guardaninguna conexin, nicamente porque son ca-paces de memorizarlo con facilidad y de saberaprovecharlo en su momento. Y por eso ella noaprende nada, porque no es capaz de seguir esetipo de instruccin acelerada, como la que reci-be en algunas clases que son impartidas porprofesores excelentes, pero muy rpidos e im-pacientes. Ha habido quejas por su caligrafa,por su incapacidad para comprender las reglasde la gramtica. Yo he tratado de analizar esasquejas y he comprobado que si bien es verdadque escribe lentamente y con cierta rigidez, sin

  • embargo su caligrafa no es insegura ni defor-me. Lo que le he ido enseando poco a poco delengua francesa, aunque no es esa mi materia,lo ha entendido con facilidad. Es verdad queresulta sorprendente: sabe muchas cosas y muybien, pero si se le pregunta algo entonces pare-ce que no sabe nada.

    Si me permite terminar con una observa-cin general, le dir que no aprende como al-guien que quiere ser instruido, sino como al-guien que quiere instruir a los dems, es decir,no como alumna, sino como futura maestra. Talvez le resulte sorprendente que siendo yo mis-mo maestro y educador no encuentre mejormodo de alabar a alguien que declarndolo unode los mos. Con su superior capacidad de com-prensin, su profundo conocimiento del mun-do y de los hombres, usted sabr elegir lo mejorde mis palabras, limitadas aunque bien inten-cionadas. Usted se convencer de que tambinesta nia promete muchas futuras alegras. Lepresento mis respetos y le ruego me permita

  • volver a escribirle en cuanto crea que una cartama puede contener algo de inters.

    Carlota se alegr mucho de esta nota. Sucontenido coincida en gran medida con la ideaque ella misma se haba forjado sobre Otilia. Almismo tiempo no pudo evitar una sonrisa, por-que el inters del maestro le pareca cargado demayor afecto del que suele provocar la meraconstatacin de las virtudes de un alumno. Consu habitual modo de pensar, tranquilo y exentode prejuicios, no quiso indagar ms all en lanaturaleza de esa relacin. Simplemente, lepareca muy estimable el inters que ese hom-bre sensible se tomaba con Otilia, porque habaaprendido suficientemente a lo largo de su vidalo mucho que hay que saber apreciar todo ver-dadero afecto en un mundo en el que predomi-nan la indiferencia y el desprecio.

    Captulo 4

  • Pronto estuvo acabada la carta topogrficaen la que apareca la propiedad junto con susalrededores. Estaba representada a una escalabastante grande y de un modo muy ca-racterstico y plstico por medio de trazos depluma y colores y el capitn haba sabido ase-gurarse de su precisin por medio de medicio-nes trigonomtricas, porque la verdad es quepoca gente tena necesidad de menos horas desueo que este hombre diligente que dedicabacada da a una meta concreta, de tal modo queal llegar la noche siempre haba algo termina-do.

    -Ahora -le dijo a su amigo- pasemos al re-sto, por ejemplo, la descripcin de la propie-dad, para la que ya se ha hecho todo el trabajopreparatorio y que luego permitir llevar a ca-bo particiones de las tierras de arriendo y otrasmuchas cosas. Slo nos debemos guiar por unacosa a la que debemos atenernos siempre: sepa-ra de la vida todo lo que es trabajo y negocio.Los negocios exigen seriedad y rigor, la vida

  • libertad y capricho. Los negocios exigen el mspuro orden lgico, mientras que la vida a vecespide cierta inconsecuencia que la alegre y ani-me. Si ests seguro en lo primero, tanto mslibre podrs sentirte en lo segundo, mientrasque si mezclas los dos, la seguridad se verbarrida y eliminada por la libertad.

    Eduardo senta en estos consejos un ligeroreproche. Aunque no era desordenado por na-turaleza, tampoco era capaz de clasificar suspapeles por materias. No separaba lo que slole concerna a l de los asuntos que tena queresolver con otras personas, del mismo modoque tampoco separaba suficientemente los ne-gocios y el trabajo de la diversin y el esparci-miento. Ahora s le resultaba fcil, puesto queun amigo se tomaba el trabajo de hacerlo, pues-to que un segundo yo llevaba a cabo esa clasifi-cacin separadora a la que no siempre se re-suelve el yo indiviso.

    Instalaron en el ala del capitn un estantepara almacenar los papeles relativos a los asun-

  • tos actuales y un archivo para los pasados ytrasladaron all todos los documentos, papelesy notas que hallaron en los distintos contenedo-res, cmaras, armarios y cajas varias y, comopor ensalmo, todo aquel caos se transform enel ms satisfactorio orden y ahora yaca clasifi-cado y correctamente rotulado en las corres-pondientes casillas. Gracias a eso, pudieronencontrar lo que deseaban de modo mucho mscompleto de lo esperado. A este efecto les vinomuy bien la ayuda de un secretario que no semova del pupitre en todo el da y hasta partede la noche y con el que sin embargo Eduardose haba mostrado descontento hasta entonces.

    -No lo reconozco -le deca Eduardo a suamigo-, qu activo y til se muestra ahora estehombre!

    -Eso es -repuso el capitn-, porque no le en-cargamos nada nuevo hasta que ha terminadolo anterior a su plena satisfaccin, y as es co-mo, segn has podido comprobar t mismo, escapaz de un gran rendimiento; pero en cuanto

  • se le disturba, ya no es capaz de nada.Aunque los amigos pasaban juntos todo el

    da, nunca dejaban de visitar a Carlota al caer latarde. Si no la encontraban reunida en tertuliacon la gente de las propiedades vecinas y losalrededores, cosa que ocurra a menudo, tantola charla como la lectura solan dedicarse a esostemas que contribuyen a acrecentar el bienes-tar, las ventajas y el placer de la vida burguesa.

    Carlota, que estaba acostumbrada a disfru-tar del instante presente, vea satisfecho a sumarido y se senta personalmente gratificadacon ello. Adems, varios asuntos domsticosque haba deseado resolver desde haca tiempo,pero no haba conseguido poner en marcha,haban sido llevados a buen puerto gracias a ladiligencia del capitn. La farmacia de la casa,que contaba con muy escasos medios, habasido enriquecida y gracias a libros de fcilcomprensin, as como a diversas charlas ins-tructivas, Carlota se vea ahora capaz de ejerceruna importante tarea benfica de un modo mu-

  • cho ms efectivo que hasta entonces.Pensando en esos accidentes corrientes, pe-

    ro que sin embargo siempre suelen coger des-prevenido, se adquiri todo lo necesario paracasos de salvamento de ahogados, con tantomayor motivo por cuanto en la zona abunda-ban los estanques, lagunas y embalses de aguay tales accidentes eran habituales. Este aspectofue solventado por el capitn con especial cui-dado y Eduardo dej escapar la observacin deque un caso de ese tipo haba hecho poca, delmodo ms extrao, en la vida de su amigo. Pe-ro como ste callaba y pareca querer eludir untriste recuerdo, Eduardo se detuvo de inmedia-to, y Carlota, que estaba al corriente del asuntoen lneas generales, tambin pas por alto laobservacin.

    -Todas estas medidas de precaucin sonmuy dignas de alabanza -dijo una noche el ca-pitn- pero todava nos falta lo ms necesario:un hombre hbil que sepa utilizar todo eso. Ospuedo proponer a un cirujano castrense que

  • conozco y que en estos momentos podramosobtener en unas condiciones muy razonables,un hombre excelente en su oficio y que muchasveces supo tratarme de un violento dolor inter-no de modo mucho ms adecuado que un m-dico famoso; y pienso que aqu en el campo unsocorro inmediato es muchas veces lo que msse echa de menos.

    Tambin a esta persona se la mand llamarde inmediato y los dos esposos se congratula-ron de haber encontrado el modo de emplearesas sumas que les quedaban de remanentepara sus caprichos en un asunto tan necesario.

    De este modo, Carlota tambin aprovecha-ba el saber y la actividad del capitn en favorde sus intereses y empez a sentirse plenamen-te contenta con su presencia y absolutamentetranquila respecto a las posibles consecuencias.Sola preparar para l una serie de preguntas y,como amaba la vida, buscaba la manera de evi-tar toda ocasin de dao y de peligro mortal. Elvidriado de plomo de las piezas de barro y el

  • verdn de los cacharros de cobre le haban cau-sado ms de un motivo de preocupacin y, as,hizo que la instruyera a ese respecto, con lo quehubo que retroceder hasta los fundamentosgenerales de la fsica y la qumica.

    El gusto de Eduardo por leer en voz alta asus amigos daba pie de modo casual a ese tipode charlas. Eduardo tena una voz muy hermo-sa de timbre grave y haba alcanzado ante-riormente cierta fama recitando a su maneraviva y sentida fragmentos de poesa y oratoria.Ahora eran otros los textos que le ocupaban,otros los fragmentos que lea en voz alta, y con-cretamente desde haca algn tiempo, obras decontenido fsico, qumico y tcnico.

    Una de sus personales particularidades, quepor otra parte seguro que comparta con otraspersonas, era que no poda soportar que al-guien estuviera leyendo por encima de suhombro cuando haca su lectura en alto. Enotros tiempos, cuando lea poesas, piezas deteatro o narraciones, su pequea mana era la

  • consecuencia natural, que el lector compartecon el poeta, el actor o el narrador, de su vivodeseo de sorprender al oyente, de marcar pau-sas y levantar tensin y expectativas; ahorabien, es evidente que resulta completamentecontraproducente y contrario a ese efecto bus-cado el hecho de que un tercero vaya leyendopor adelantado el texto con sus ojos a sabiendasdel que est leyendo en voz alta. Por eso, cuan-do lea, Eduardo sola sentarse de tal maneraque no hubiera nadie a sus espaldas. Pero, aho-ra, al ser slo tres, esa precaucin era intil ycomo adems ya no se trataba de despertar elsentimiento, ni de sorprender la imaginacin,no pensaba en ello ni tomaba ninguna precau-cin.

    Sin embargo, una noche en que se habasentado de modo descuidado, se percat deque Carlota estaba mirando el libro en el quelea. De un golpe despert su antiguo desagra-do y se lo reproch a ella de modo poco amis-toso:

  • -Habra que abandonar de una vez estamala costumbre y el resto de las faltas de edu-cacin que molestan en sociedad! Cuando leoen voz alta, no es como si estuviera explicandoalgo oralmente? Lo escrito, lo impreso, toma ellugar de mis propias ideas y sentimientos, yacaso me tomara el trabajo de hablar si seabriera en mi pecho o en mi frente una ventanaque le permitiera ver por adelantado todo loque quiero decir a la persona a la que trato deexplicar todos mis pensamientos y emociones?Cuando alguien lee en mi libro me siento comosi me abrieran de parte a parte.

    Carlota, que se mostraba especialmentediestra en crculos grandes y pequeos parahacer olvidar cualquier palabra desagradable,violenta o aunque slo fuera demasiado viva yque saba interrumpir una conversacin que seprolongaba demasiado o reanimar una dema-siado aburrida, tambin supo emplear su habi-lidad en esta ocasin.

    -Seguro que sabrs perdonar mi falta si re-

  • conozco lo que me ha pasado. Estaba oyndotehablar de afinidades y parentescos 2 y no pudeevitar pensar en mis parientes, concretamenteen unos primos que me causan gran preocupa-cin en estos momentos. Cuando volv a dirigirmi atencin a tu lectura me di cuenta de queestabas hablando de cosas completamente in-animadas y entonces mir en el libro para vol-ver a encontrar el hilo.

    -Se trata de una comparacin que te ha con-fundido y desorientado -dijo Eduardo-. Aquslo se habla de tierras y minerales, pero nocabe duda de que el hombre es un verdadero

    2 Verwandtschaft, palabra que junto conel prefijo Wahl (eleccin) da ttulo a la obra ycuyo sentido se explica en estos prrafos. Enalemn la palabra puede significar tanto paren-tesco (por eso Carlota piensa en sus parientes alorla) como afinidad en sentido de atraccinqumica de dos cuerpos (en latn: attractio electi-va). (N. del T.)

  • Narciso que se ve reflejado en todas partes y secree que l es la base sobre la que se alza elmundo entero.

    -Es verdad -continu el capitn-; y as escomo trata todo lo que encuentra fuera de l: susabidura lo mismo que su estupidez, su volun-tad lo mismo que su capricho, se los atribuyepor igual a los animales, plantas, elementos ydioses.

    -Puesto que no quiero conduciros demasia-do lejos de lo que ahora nos interesa, os im-portara explicarme -terci Carlota-, qu es loque se quiere decir aqu con eso de las afi-nidades?

    -Lo har con mucho gusto -replic el capi-tn, al que se haba dirigido Carlota-, aunqueslo hasta donde puedo hacerlo, tal como loaprend har unos diez aos y como lo he ledo.No podra decir si se sigue pensando de esemodo en el mundo cientfico o si las nuevasteoras ya han evolucionado y no admiten esto.

    -Es bastante molesto -exclam Eduardo-

  • que ahora ya no se pueda aprender nada paratoda la vida. Nuestros mayores se atenan a loque haban aprendido en su juventud, peronosotros tenemos que ponernos al da cadacinco aos si no queremos estar completamentepasados de moda.

    -Nosotras las mujeres -dijo Carlota- no noslo tomamos tan a pecho, y si debo ser comple-tamente sincera, lo nico que me importa escomprender el significado de la palabra, por-que no hay nada ms ridculo en una reuninde sociedad que emplear inadecuadamente unapalabra extranjera o un trmino tcnico. Y poreso quiero saber en qu sentido se usa esa ex-presin aplicada a estos objetos. El contenidocientfico se lo dejaremos a los sabios, que, porcierto, segn parece, tampoco son capaces deponerse de acuerdo sobre el particular.

    -Por dnde podramos empezar para llegarcuanto antes al ncleo del asunto? -preguntEduardo, tras una pausa, al capitn, quien des-pus de reflexionar un poco, contest:

  • -Si se me permite que nos remontemos apa-rentemente hasta muy atrs, pronto alcanzare-mos la meta.

    -Tenga la seguridad de que le prestar todami atencin -dijo Carlota, dejando su labor a unlado.

    Y el capitn empez a hablar:-En todos esos seres de la naturaleza que

    podemos percibir con nuestros sentidos lo pri-mero que observamos es que muestran siempreuna atraccin hacia ellos mismos. No dudo deque puede resultar sorprendente pararse a ex-plicar algo que se entiende sin ms, pero slocuando estamos plenamente de acuerdo sobrelo ya conocido podemos progresar juntos hacialo desconocido.

    -A m me parece -interrumpi Eduardo-que tanto a ella como a nosotros nos resultaratodo ms fcil usando ejemplos. Imagnate elagua, el aceite, el mercurio, y enseguida descu-brirs la unidad y la ntima conexin de suspartes. Nunca abandonan esa unidad, a no ser

  • por culpa de alguna violencia u otra causa de-terminante. Y si se consigue eliminar esa causa,recuperan inmediatamente su unidad.

    -Es indiscutible -dijo Carlota asintiendo-, lasgotas de lluvia se unen para formar corrientesde agua. Y cuando ramos nios jugbamosadmirados con el mercurio, al que partamos enbolitas para ver cmo se volvan a unir otravez.

    -Espero que me permitan -aadi el capi-tn- que mencione de pasada un punto impor-tante, y es que esa atraccin completamentepura, y que es posible gracias a la fluidez, semanifiesta siempre y de modo decidido a tra-vs de la forma esfrica. La gota de agua quecae, es redonda; usted misma ha mencionado labolita de mercurio; e incluso un pedazo deplomo derretido, si tiene tiempo de solidificarseantes de caer, llega al suelo en forma de bola.

    -Djeme adelantarme -dijo Carlota-, a ver sisoy capaz de adivinar a dnde quiere usted ir aparar. Del mismo modo que cada cosa tiene

  • una atraccin respecto a s misma, tambin tie-ne que tener una relacin con el resto de las co-sas.

    -Y sta ser diferente de acuerdo con la di-versidad de sus naturalezas -continu Eduardoapresuradamente-. Tan pronto se encontrarncomo si fueran viejos amigos y conocidos quese pueden aproximar y reunir rpidamente sinmodificarse mutuamente, como les ocurre, porejemplo, al agua y al vino, como, por el contra-rio, se mantendrn obstinadamente alejados yextraos entre s y no llegarn a unirse ni si-quiera recurriendo a procedimientos de mezclao friccin mecnica, como les ocurre al agua yel aceite, que se vuelven a separar de inmediatocuando se trata de mezclarlos.

    -No hace falta ir muy lejos -dijo Carlota- pa-ra ver reflejadas bajo estas formas simples a laspersonas que hemos conocido. Pero sobre todose acuerda uno de las sociedades en las que seha vivido. Y, en cualquier caso, lo que ms separece a estos seres inanimados son las agrupa-

  • ciones que podemos encontrar en el mundo, losestamentos, los gremios, la nobleza y el tercerestado, el soldado y el civil.

    -Y, sin embargo -repuso Eduardo-, delmismo modo que esos grupos estn unidos porlas costumbres y las leyes, tambin en nuestromundo qumico existen nexos de unin quepermiten vincular lo que por naturaleza se re-pele.

    -As -continu el capitn- es como unimosel aceite con el agua mediante una sal alcalina.

    -No vaya tan deprisa con su exposicin -rog Carlota-, para que yo pueda demostrarleque le sigo. Acaso no hemos llegado aqu a lasafinidades?

    -Correcto -replic el capitn-; y vamos a co-nocerlas de inmediato en la plenitud de sufuerza y determinacin. A aquellas naturalezasque cuando se encuentran rpidamente seamalgaman y se determinan mutuamente, lasdenominamos afines. En los cuerpos alcalinos ylos cidos, que aunque son opuestos, o tal vez

  • justamente por eso, se buscan y se apoderanmutuamente del modo ms decidido, modifi-cndose y formando juntos un nuevo cuerpo,esta afinidad es muy llamativa. Basta pensar enla cal, que muestra una gran atraccin por to-dos los cidos y un decidido deseo de unincon ellos. En cuanto llegue nuestro laboratorioqumico le mostrar una serie de experimentosque son muy entretenidos y dan una idea mu-cho ms completa del asunto que las palabras,los nombres y los trminos tcnicos.

    -Permtame confesarle -dijo Carlota- quecuando usted llama afines a esos seres sorpren-dentes, a m no me parecen afines o emparen-tados por la sangre, sino afines o parientes en elespritu y el alma. Y sa es la razn que explicaque entre las personas puedan nacer amistadesde autntica entidad, precisamente porque lascualidades opuestas hacen posible una uninms ntima. Por eso, quiero aguardar para verqu puede mostrarme ante mis propios ojos detodos esos efectos misteriosos. Y ahora -dijo

  • dirigindose a Eduardo- ya no te molestar entu lectura y, al encontrarme mejor instruida,podr seguir tu exposicin con mayor inters.

    -Una vez que nos has provocado -repusoEduardo-, ya no te dejaremos en paz tan pron-to, porque en realidad los casos complejos sonlos ms interesantes. Slo con ellos se puedeconocer los distintos grados de afinidad yaprender los distintos tipos de relaciones,prximas, lejanas, dbiles o fuertes. Las afini-dades slo empiezan a ser verdaderamenteinteresantes cuando provocan separaciones.

    -Acaso esa triste palabra, que desgracia-damente tan a menudo se oye ahora en elmundo, tambin aparece en las ciencias natura-les? -exclam Carlota.

    -Desde luego! -contest Eduardo-. Y anteshasta era un ttulo considerado como un honorcuando se llamaba a los qumicos artistas enseparaciones 3.

    3 Una antigua palabra alemana para desig-

  • -As que es algo que ya no se hace -repusoCarlota-, y est bien que as sea. Unir es ungran arte, un gran mrito. El mundo enterosaludara agradecido a un artista en uniones.Pero, bueno, puesto que ya estis lanzados,dadme a conocer alguno de esos casos.

    -Entonces -dijo el capitn-, volvamos denuevo a lo que ya hemos nombrado y tratadoantes. Por ejemplo, eso que llamamos piedracaliza es una tierra calcrea ms o menos purantimamente ligada a un cido dbil que noso-tros conocemos bajo su forma gaseosa. Si me-temos un fragmento de esta piedra en cidosulfrico diluido, el cido se apoderar de la caly obtendremos yeso, mientras que aquel cidodbil de que hablbamos se volatilizar. Aquse ha producido una separacin y una nuevacomposicin y por lo tanto estamos legitimados

    nar a la qumica era efectivamente Scheide-kunst, literalmente arte de la separacin oanaltica. (N. del T.)

  • para usar el trmino afinidad electiva, por-que realmente es como si se hubiera preferidouna relacin en lugar de la otra, como si sehubiera querido elegir una en detrimento de laotra.

    -Perdneme -dijo Carlota- del mismo modoque yo perdono al cientfico; pero la verdad esque yo no veo aqu ninguna eleccin, sino msbien una necesidad natural y tal vez ni eso,porque a lo mejor se trata nicamente de unacuestin de pura ocasin. La ocasin crea rela-ciones, del mismo modo que hace al ladrn, ycuando hablamos de sus cuerpos naturales a mme parece que la eleccin est solamente enmanos del qumico que pone a esos cuerpos encontacto. Una vez que estn juntos, que Dios seapiade de ellos! En el caso del que estamoshablando slo lo siento por el pobre cido ga-seoso condenado a volver a errar por los espa-cios infinitos.

    -Slo de l depende -replic el capitn-unirse con el agua y servir como refrescante

  • bebida mineral para estimular a sanos y enfer-mos.

    -El yeso s que tiene suerte -dijo Carlota-, yaest acabado, ya es un cuerpo, est atendido,mientras que ese otro pobre ser desterrado se-guramente todava tendr que pasar muchaspenalidades antes de volver a encontrar su lu-gar.

    -O mucho me equivoco -dijo Eduardo son-riendo- o tus palabras esconden alguna malicia.Confisalo! Al final resultar que yo soy para tiesa cal de la que se ha apoderado el capitn,que es el cido sulfrico, sustrayndome a tugrata compaa y convirtindome en un yesorefractario.

    -Si la conciencia -repuso Carlota- te lleva aese tipo de reflexin, puedo vivir sin cuidados.Estas comparaciones son ingeniosas y muy en-tretenidas y a quin no le gusta jugar con lasanalogas? Pero considero que el hombre estunos cuantos grados por encima de esos ele-mentos y si aqu alguien ha estado empleando

  • las palabras eleccin y afinidad electiva concierta despreocupacin, har bien en volver areplegarse sobre s mismo y aprovechar la oca-sin para reflexionar sobre el valor de esos tr-minos. Por desgracia, conozco bastantes casosen que la ntima unin de dos seres, que pare-ca indisoluble, se deshizo porque se les agregocasionalmente un tercero y uno de los queantes estaban tan hermosamente vinculados fueexpulsado lejos de all.

    -Pues los qumicos son ms galantes -dijoEduardo-; porque aaden un cuarto elementopara que nadie se tenga que ir solo.

    -En efecto -replic el capitn-, y por ciertoque esos casos son los ms interesantes y sor-prendentes, aquellos en los que se puede ver demodo plstico cmo la atraccin, la afinidad, elabandono y la reunin se entrecruzan de modosimtrico y en donde hasta ahora haba dosparejas de seres vinculados dos a dos, tras pro-ducirse un contacto entre ellas, abandonan esaunin para formar otra nueva. Cuando uno ve

  • esa forma de abandonarse y apoderarse, derehuir o buscar, verdaderamente se tiene laimpresin de que todo ello obedece a una de-terminacin superior y por eso se le atribuye aesos seres una suerte de voluntad y eleccinque justifica plenamente el empleo del trminotcnico afinidad electiva.

    -Descrbame usted algn caso de esos -rogCarlota.

    -Esas cosas no se pueden describir con sim-ples palabras -repuso el capitn-; como ya hedicho, en cuanto pueda mostrarle los experi-mentos personalmente todo le parecer msevidente y agradable. Ahora tendra que abru-marla con un montn de horribles trminostcnicos con los que no se hara usted ningunarepresentacin del asunto. Hay que ver con lospropios ojos cmo operan esos seres aparente-mente muertos y que sin embargo estn siem-pre ntimamente dispuestos a la actividad, hayque observar con inters cmo se buscan unos aotros, cmo se atraen, se apoderan, se destru-

  • yen, se succionan, se devoran y despus dehaberse unido del modo ms ntimo vuelven aaparecer bajo una forma renovada, completa-mente nueva e inesperada: slo entonces po-demos atribuirles una vida eterna e inclusosensibilidad y entendimiento, porque nuestrossentidos apenas son capaces de observarlosadecuadamente y nuestra razn apenas alcanzapara comprenderlos.

    -No niego -dijo Eduardo que la rareza delas palabras tcnicas puede resultar fastidiosa yhasta ridcula para las personas que no hanpodido conciliarla con una observacin plsticay unos conceptos. Pero mientras tanto piensoque nos sera muy fcil expresar con letras esarelacin de la que hablbamos.

    -Si a usted no le parece pedante -repuso elcapitn- puedo resumir brevemente todo lo quehe dicho en el lenguaje de signos. Imagneseuna A que est ntimamente ligada a una B, demodo que no se la puede separar de ella porms medios y violencia que se empleen. Piense

  • tambin en una C, que mantiene un comporta-miento idntico respecto a una D; ahora, pongaen contacto a las dos parejas: A se lanzar sobreD, y C sobre B sin que sea posible decir quinha sido la primera en abandonar a la otra oquin ha sido la primera en unirse a la otra.

    -Pues bien -intervino Eduardo-, mientras nopodamos ver todo esto con nuestros propiosojos vamos a utilizar esta frmula a modo demetfora de la que podemos extraer in-mediatamente una leccin para nuestro usoparticular. T representas la A, Carlota, y yosoy tu B, porque la verdad es que dependo en-teramente de ti y te sigo como a la A la B. La Ces, evidentemente, el capitn, que en estosmomentos me sustrae un poquito lejos de ti.Pues entonces, si no quieres evaporarte en loindeterminado, est claro que hay que buscarteuna D, y sa es, sin duda alguna, nuestra que-rida seorita Otilia, contra cuya venida ya nopuedes seguirte defendindote ms tiempo.

    -Est bien -dijo Carlota-. Aunque a mi mo-

  • do de ver el ejemplo no se adapta del todo anuestro caso, considero una suerte que hoyestemos todos tan de acuerdo y que esas afi-nidades naturales y electivas me obliguen aadelantaros una confidencia. Os quiero confe-sar que este medioda he decidido mandar traeraqu a Otilia, ya que mi fiel ama de llaves sedespide porque se va a casar. se sera mi mo-tivo por lo que a m respecta; por lo que respec-ta a Otilia, t mismo nos vas a leer lo que me hahecho tomar esta decisin. No voy a leerte porencima del hombro, pero como es lgico yaconozco el contenido de esta hoja. Pero lela,anda, lee! -Y diciendo estas palabras sac unacarta y se la alarg a Eduardo.

    Captulo 5

    Carta de la directora

    Usted sabr perdonarme, seora, si hoy leescribo con suma brevedad, pues tras el exa-

  • men pblico en el que se juzgaba el aprove-chamiento de los alumnos en el ltimo ao,tengo que comunicar los resultados a todos lospadres y tutores. Adems, puedo permitirmeser breve porque le puedo decir mucho conpocas palabras. Su hija ha obtenido el primerpuesto en todo. Las notas que le adjunto, supropia carta en la que le describe los premiosobtenidos y le expresa la satisfaccin que sientepor un resultado tan dichoso, le servirn a us-ted para tranquilizarse y para alegrarse. Sinembargo, mi propia dicha est algo menosca-bada, porque preveo que ya no nos quedarmucho motivo para seguir reteniendo aqu mstiempo a una mujercita que tanto ha progresa-do. Le presento mis respetos y me tomar lalibertad de comunicarle ms adelante las ideasque tengo sobre lo que considero ms ventajosopara ella. Sobre Otilia le escribe mi estimadoasistente.

    Carta del asistente

  • Nuestra respetable directora me permiteque le escriba sobre Otilia, en parte porque,dado su modo de pensar, le resultara muy vio-lento tener que comunicarle a usted lo que sinembargo no queda ms remedio que hacerlesaber y, en parte, porque se siente obligada adar una disculpa que prefiere poner en mi boca.

    Como s muy bien hasta qu punto nues-tra buena Otilia es incapaz de expresar lo quelleva dentro y de lo que es capaz, senta algo demiedo pensando en el examen pblico, tantoms, por cuanto para ese examen no es posibleninguna preparacin y aunque eso fuera posi-ble como ocurre en circunstancias ordinarias,no hubiera sido posible preparar a Otilia parasalvar las apariencias. El resultado vino a con-firmar mis peores temores: no obtuvo ningnpremio y hasta se encuentra entre las que nohan obtenido ni un solo certificado. Qu mspuedo decir? En caligrafa las otras no tenanunas letras tan bien formadas, pero sus rasgos

  • eran ms sueltos; en clculo todas eran msrpidas y no se les puso problemas difciles,que son los que ella resuelve mejor; en francshubo algunas que abrumaron por su formaarrolladora de charlar y exponer; en historia nosupo acordarse a tiempo de los nombres y fe-chas; en geografa le reprocharon la escasaatencin a las divisiones polticas; en msica lefalt tiempo y tranquilidad para ejecutar conve-nientemente sus humildes melodas; en dibujoestoy seguro de que hubiera podido llevarse elpremio, porque los contornos eran muy puros ysu ejecucin muy cuidadosa y llena de sensibi-lidad, pero lamentablemente emprendi algodemasiado grande y no le dio tiempo a termi-nar.

    Cuando salieron las alumnas y los exami-nadores se reunieron en consejo y tuvieron laconsideracin de dejarnos decir alguna que otrapalabra a los profesores, en seguida me dicuenta de que nadie hablaba de Otilia, o si lohaca, era si no con disgusto, al menos con indi-

  • ferencia. Todava tena la esperanza de poderganrmelos un poco mediante la descripcinfranca de su modo de ser y me atrev a hacerlomovido por un doble celo: por un lado, porqueestaba convencido de tener razn, y por otro,porque yo mismo me vi en la misma triste si-tuacin en mis aos jvenes. Me escucharoncon atencin, pero cuando hube terminado elpresidente de los examinadores me dijo conamabilidad, pero de modo lacnico: "Las capa-cidades se presuponen, pero tienen que conver-tirse en habilidades y destrezas. sa es la metade toda educacin, se es el objetivo expreso yclaro de los padres y tutores, y hasta la inten-cin callada y no del todo consciente de lospropios nios. se es tambin el objeto de nues-tro examen, en el que se juzga por igual a maes-tros y alumnos. Lo que usted nos ha dicho noshace concebir esperanzas favorables respecto aesa nia y en cualquier caso estimo que es us-ted digno de elogio por haber observado tan decerca las disposiciones de su alumna. Trans-

  • frmelas usted en destrezas para el ao queviene y entonces no ahorraremos las palabrasde alabanza ni para usted ni para su alumna fa-vorita".

    Ya me haba resignado a las consecuenciasde todo esto, pero an no haba llegado lo peor,que sucedi poco despus. Nuestra estimadadirectora, que como el buen pastor no es capazde ver perdida ni a una de sus ovejas o, comoera aqu el caso, ni tan siquiera sin algn ador-no, no pudo contener su disgusto cuando sehubieron marchado los seores y le dijo a Otiliaque estaba muy tranquila en la ventana mien-tras el resto de sus compaeras se alegraban desus premios: "Pero, por el amor de Dios, dga-me cmo es posible parecer tan estpida cuan-do no lo es!". Otilia respondi pausadamentesin perder su calma: "Perdneme, madre, preci-samente hoy me ha vuelto el dolor de cabeza ybastante fuerte "Y quin puede saber eso?",repuso agriamente esta mujer, por lo generaltan compasiva, y se march irritada.

  • Y es la verdad: nadie puede saberlo, por-que Otilia no altera ni un msculo de su cara ytampoco he podido ver que se lleve alguna vezla mano a la sien.

    La cosa no termin aqu. Su hija, queridaseora, que habitualmente es tan alegre y gene-rosa, estaba dominada por el orgullo de sutriunfo y llena de jactancia. Saltaba y corra porlas habitaciones enseando sus premios y certi-ficados y tambin se los pas a Otilia por delan-te de la cara. "Hoy te has fastidiado", le grit.Muy tranquila, Otilia le contest: "ste no es elltimo da de examen". "Pero siempre te queda-rs la ltima", le replic la jovencita y se mar-ch corriendo.

    Otilia pareca muy tranquila a los ojos detodos, pero no a los mos. Cuando le invadealgn movimiento interno demasiado vivo quea ella le desagrada y trata de reprimir, se le no-ta por un color desigual de su rostro. La mejillaizquierda enrojece unos instantes, mientras laderecha palidece. Cuando me percat de esta

  • seal no pude reprimir mi simpata por ella.Tom aparte a nuestra directora y habl seria-mente con ella del asunto. Esta excelente mujerreconoci su fallo. Debatimos y hablamos lar-gamente, y para no alargarme ms, le comuni-car cul fue la decisin que tomamos y cul esel ruego que queremos transmitirle: llvese aOtilia a su casa durante algn tiempo. Los mo-tivos, usted misma ser capaz de entenderlosen toda su extensin. Si se decide a hacer esto,ms adelante le dir ms cosas sobre el modoen que hay que tratar a la nia. Si despus, talcomo cabe suponer, nos abandona su hija, ve-remos regresar a Otilia al internado con alegra.

    Una cosa ms, que se me podra olvidarms adelante: nunca he visto que Otilia exijanada, ni tan siquiera que lo pida encarecida-mente. Por contra, s se da el caso, aunque seamuy raramente, de que trate de negarse a algoque se le exige, lo hace con un ademn que esirresistible para el que entiende su sentido.Aprieta fuertemente sus manos una contra otra,

  • las levanta hacia arriba y se las lleva al pecho ala vez que se inclina un poco hacia adelante ymientras tanto contempla al que ha hecho elruego con una mirada tal, que ste renunciagustoso a todo lo que quera pedir o poda de-sear. Si alguna vez ve usted ese gesto, cosa quecreo poco probable sabiendo cul es su trato, leruego, seora querida, que se acuerde de m yno haga sufrir a Otilia.

    Eduardo haba ledo esta carta sin dejar desonrer y agitar la cabeza. Tampoco faltaron loscomentarios sobre las personas y la situacindescrita.

    -Basta! -exclam por fin Eduardo-, ya estdecidido, vendr! T ya tienes lo que queras,querida, y por eso tambin nosotros podemosatrevernos a expresar nuestra propuesta. Esabsolutamente necesario que me mude al aladerecha donde vive el capitn. Las primerashoras de la maana y las ltimas de la tardeson precisamente las mejores para trabajar. A

  • cambio, t y Otilia os quedis con la parte mshermosa.

    Carlota acept y Eduardo se puso a descri-bir su futuro modo de vivir. Entre otras cosas,exclam:

    -Es muy amable por parte de la sobrina quetenga algo de dolor de cabeza en el lado iz-quierdo; yo lo tengo a veces en el derecho. Sinos da al mismo tiempo y estamos sentados eluno al lado del otro, yo apoyado sobre el cododerecho y ella sobre el izquierdo y con nuestrascabezas en la mano, cada una hacia distintolado, va ser una pareja de cuadros digna deverse.

    Al capitn todo aquello le pareca peligroso.Pero Eduardo le dijo:

    -Usted, querido amigo, limtese a tener cui-dado con la D. Qu sera de B si le quitaran laC?

    -Vaya!, yo pensaba que eso ya se poda su-poner -replic Carlota.

    -Desde luego -exclam Eduardo-; volvera

  • junto a su A, porque ella es su alfa y su omega -y mientras deca esto se levant de un salto yabraz fuertemente a Carlota.

    Captulo 6

    Acababa de llegar el coche que traa a Oti-lia. Carlota sali a su encuentro; la nia corrihacia ella, se tir a sus pies y le abraz las rodi-llas.

    -A qu viene este modo de humillarte? -dijo Carlota, que se senta un poco apurada ytrataba de que se levantara.

    -No lo considero ninguna humillacin -replic Otilia, que segua en la misma actitud-,slo es que me gusta acordarme del tiempo enque yo no llegaba ms arriba de sus rodillas ysin embargo ya estaba bien segura de su cario.

    Se levant y Carlota la abraz con afecto. Sela present a los hombres y enseguida fue tra-tada con especial consideracin, como una invi-tada. La belleza es siempre un husped bienve-

  • nido. Ella pareca atenta a lo que se deca, aun-que no participaba en la conversacin.

    Al da siguiente Eduardo le dijo a Carlota:-Es una joven agradable y amena.-Amena? -repuso Carlota sonriendo-; pero

    si no ha abierto la boca!-De veras? -replic Eduardo, mientras tra-

    taba de recordar-, me extraara!Carlota no necesit darle demasiadas ins-

    trucciones a la recin llegada sobre cmo llevarlos asuntos de la casa. Otilia no slo vio, sinoque sinti enseguida cmo estaba todo or-ganizado. Se dio cuenta en el acto de las cosasque tena que hacer para todos y para cada unoen particular. Todo lo haca puntualmente. Sa-ba poner orden sin que pareciera que estabamandando y cuando alguien fallaba ella se en-cargaba en seguida de resolver el asunto.

    En cuanto se dio cuenta del tiempo que lesobraba le rog a Carlota que le permitierahacer una distribucin de su horario, a la quedespus se atuvo estrictamente. Llevaba a cabo

  • el trabajo que le asignaban siguiendo el mtodoque el asistente haba enseado a Carlota. Ledejaban plena libertad. Solamente de cuando encuando Carlota trataba de estimularla. Porejemplo le dejaba en su mesa plumas gastadaspara acostumbrarla a formar un trazo ms flui-do, pero ella les volva rpidamente a afilar lapunta.

    Las dos mujeres haban decidido hablar enfrancs cuando estuvieran solas y Carlota seempeaba tanto ms en ello por cuanto habacomprobado que Otilia era ms habladora en elidioma extranjero, seguramente porque le hab-an obligado a practicarlo mucho. Incluso decams cosas de las que en realidad quera. A Car-lota le divirti particularmente una descripcinde toda la gente del internado que era muy fiela la realidad aun cuando trataba de ser benvo-la. Otilia se convirti en una compaa muygrata para ella y esperaba que algn da tam-bin acabara siendo una fiel amiga.

    Entretanto, Carlota volvi a retomar los an-

  • tiguos papeles referidos a Otilia para refrescarsu memoria sobre los juicios emitidos por ladirectora y el asistente sobre la bondadosa niay compararlos con su verdadera personalidad,porque efectivamente pensaba que nunca seconoce lo suficientemente aprisa el carcter delas personas con las que se tiene que convivircomo para saber qu se puede esperar de ellasen cada momento, qu aspectos se pueden ydeben fomentar o qu cosas hay que acabaradmitiendo y perdonar de una vez por todas.

    La investigacin no le aport nada nuevo,pero puso de relieve cosas que ya saba y queahora le llamaron ms la atencin. Por ejemploempezaba a sentirse verdaderamente preocu-pada por la moderacin de Otilia en la comiday la bebida.

    Lo primero de lo que se ocuparon las dosmujeres fue de la ropa. Carlota le pidi a Otiliaque se pusiera vestidos ms ricos y mejor ele-gidos. Y enseguida la activa y excelente jo-vencita cort las telas que le haban regalado y

  • supo arreglarlas muy deprisa y de modo muygracioso sin pr