Las Comillitas del raton_1

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LAS COMILLITAS DEL RATÓN textos e ilustraciones por andrés santos

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primera maqueta

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LAS

COMILLITAS

DEL RATÓN

textos e ilustraciones por andrés santos

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“Es una gran mansión”, pensó el pequeño ratoncito al llegar al patio de esa gran

casa. Su aspecto no pertenecía a la arquitectura de la época, tenía por lo menos

100 años de antigüedad. “Está habitada”, dijo el ratón al ver de la chimenea salir

humo.

-Si está habitada, significa que hay comida - y con un gesto de éxtasis se

imaginó una gran cantidad de manjares, pero en su mente surgió la gran

pregunta �¿cómo podré entrar?”. Era de sobra sabido que los de su clase nunca

habían sido bien recibidos en ningún hogar, tenían que vivir en las sombras, ya

que su sola presencia generaba en las mujeres terror, y en los hombres deseos

de aniquilarlos. Ya varios de sus familiares habían muerto en la cruzada de

buscar comida en grandes casas.

LASCOMILLITAS DEL RATÓN

textos e ilustraciones por andrés santos

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Por varios días había sobrevivido de las sobras y de algunos frutos que había

cerca de la casa, pero gran parte de su tiempo lo tomaba para analizar y planear

la forma de entrar a ella. Entre sus largas y extenuantes vigilancias había notado

que casi todas las ventanas eran abiertas en las mañanas, y que por una de

ellas salía un hombre sacudiendo cobijas y cortinas, y de otra aparecía una mujer

limpiando los enseres, ambos completamente cubiertos de polvo. Cuando el

sol iba llegando a la parte más alta, salía humo de la chimenea y un delicioso

aroma a estofado algunas veces, y otras a especies. Cuando caía la tarde, en

una de las ventanas, veía a esa misma mujer de la mañana, practicando algún

tipo de rito mágico con sus manos, ya que después de un tiempo tenía grandes

pedazos de tela, que el hombre se ponía de vez en cuando, pero también notó

otro comportamiento:cada 4 días el hombre salía, y al cabo de unas horas

regresaba con una bolsa llena de lo que parecía rollos de lana.

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Después de meditarlo, se ingenió el plan para

entrar en la casa, se preparó físicamente, estiró

sus patas, revisó el perímetro, chequeó el

movimiento del aire y el clima; no dejó ningún

detalle por fuera de la ecuación. También decidió

no comer nada en la mañana, ya que la barriga

llena lo hacía lento, lo volvía un objetivo vulnerable

si el hombre lo encontraba. Ya tendría suficiente

tiempo para un manjar después de llegar al gran

cuarto del tesoro: la cocina.

Esperó pacientemente, petrificado en una sola

posición, para que cuando las ventanas fueran

abiertas empezara su maratónica campaña.

Cuando el momento se dio, el ratoncito salió a

correr hasta llegar a la pared exterior de la casa,

luego trepó por un catre, hasta llegar al borde de

la ventana. Ahí tuvo que esconderse, ya que la

mujer salió con algo que parecía una carpeta llena

de un polvo blanco, que por un momento nubló

la vista del ratón, pero en breve, tanto la ceguera

como la mujer desaparecieron.

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Aprovechó para entrar, y por primera

vez divisó el interior de la casa. Era

lo que los hombres llamaban una

alcoba; sin pensarlo dos veces saltó

al vacío y cayó sobre una suave

almohada, probablemente de plumas

de ganso o de pato, pensamiento que le produjo un escalofrio al imaginar el triste

final de algunos de estos animales. De repente escuchó los pasos del hombre y

tuvo que encontrar de nuevo un lugar donde esconderse, mientras pensaba lo

irritante que era tener que ocultarse siempre.

El hombre entró a la habitación y con un vistazo rápido revisó la cama y la mesita

de noche, se acercó a la ventana y la cerró de un fuerte golpe. Finalmente se

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marchó de la habitación. Un pequeño detalle que el ratón no

esperaba y que haría replantear su estrategia. De su frente salieron

dos gotas de sudor, producto de la preocupación de cómo iba a

escapar ahora, más que del esfuerzo que implicó entrar a la casa.

De momento decidió seguir con su misión: llegar a la cocina.

Finalmente emprendió de nuevo el rumbo; al salir de la habitación

se encontró con un gran corredor y dos puertas, cruzó el codo del

corredor y vio una habitación llena de lo que parecían sánduches

de papel, envueltos en telas y cartones viejos. Girando su mirada

encontró la sala, el comedor y una gran puerta de roble, pero

no había rastro ni del hombre, ni de la mujer y mucho menos de la

cocina. Esto aumentó su preocupación. Por primera vez en el día se

arrepintió de no haber comido nada antes de entrar, así hubiera sido

una simple semilla.

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En la ventana ya se empezaba ver el último rayo de luz y su barriga comenzaba a

pedirle comida; su fuerza había decrecido a un estado mínimo, el esfuerzo que le

generó subir el catre sin alimento en su barriga lo dejo débil, y los minutos del viejo

reloj de la sala seguían pasando.

En un estado de delirio, a un paso lento y tambaleándose llegó a ese cuarto lleno de

papel, y por un momento le pareció una idea excelente probar esos sánduches de

tan extraña forma, que estaban rellenitos de papel. Así poco a poco fue recuperando

algo de sus fuerzas. En ese momento el hambre lo era todo, no le importó si lo

encontraban producto de todo el ruido que provocaba al dejar caer columnas

de papel, pero sucedió algo; una pista que dio al ratón esperanza de llegar a su

verdadero objetivo.

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De la gran puerta de roble se escucharon los pasos acelerados

del hombre; el ratoncito simplemente se acercó para intentar

escuchar lo que sucedía al otro lado de la puerta, y no fue mucho

lo que consiguió: unos pasos, un vaso cayendo y los murmullos

del hombre explicándole a la mujer algo respecto a la presencia de

alguien más en la casa. Por esa noche no sucedió nada más y el

ratón buscó un sitio donde descansar.

Al otro día el aroma a comida lo despertó y el olor venía de

atrás de la puerta, pero ésta era demasiado

gruesa para roerla y pasarla le tomaría

semanas. Debía buscar otro método

para acceder a la parte frontal de

la casa; por un momento pensó en

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esperar a que las personas que

la habitaban , fueran a limpiar las

alcobas, pero pasaron los días y la

sección de la casa se iba llenando

de más polvo; era obvio que los

habitantes del lugar no volverían a

esa zona.

Pensando y pensando, no vio

más alternativa que hacerse

camino él solo. Determinado

empezó a rasgar la madera, con

la esperanza de crear un agujero

lo suficientemente grande para

pasar al otro lado, tarea que le

llevo bastantes semanas. Cuando

no se encontraba en la tarea de

hacer el hueco, exploraba por las

habitaciones, encontraba ropas

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viejas, álbumes de fotos y viejas cartas de amor. En las mañanas se daba un

manjar de papel arrugado, aunque la rutina lo tenía bastante irritado. Algunos días

no trabajaba y solo se quedaba escuchando los ruidos del otro lado de la casa,

tratando de descifrar qué sucedía, pero el silencio inundaba la atmósfera y no

había señales de la mujer ni del hombre.

Después de casi tres semanas de intenso trabajo, por fin vio los primeros frutos

del esfuerzo; creó una forma para comunicar las dos zonas de la casa, y lo mejor

era que la cocina y todos sus manjares ahora estaban a su alcance, siempre y

cuando el hombre no lo descubriera y decidiera aniquilarlo.

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Esta zona, a diferencia de la sala y el comedor, estaba limpia, tenía un gran

corredor, a su derecha se encontraba el baño, y a su izquierda la cocina; al

frente había dos puertas y en el fondo unos muebles y una gran puerta blanca.

Sin más preámbulos y siguiendo sus instintos corrió hacia la cocina. Por un

momento se sintió extasiado al ver la cantidad de vegetales y panes de todo

tipo, algo que parecía ser frutos secos, y una pequeña ollita donde quedaban los

rastros de un sabroso estofado. Se acercó y la olió con tan mala suerte que la

ollita cayó y el ruido resonó por toda la cocina y parte del corredor.

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Como un mal presagio, empezó a escuchar los pasos de la pareja corriendo

de un lado al otro, producto de esto buscó refugio, pero a pesar de que por su

mente pasaron las peores y más tristes escenas del fin de su vida, ocurrió algo

inesperado. La puerta principal, aquella puerta blanca que estaba al fondo del

corredor se abrió, y de un fuerte estallido se cerró, indicado que la casa había

quedado sola. Atónito y confundido salió de su refugio, miró por un segundo la

ollita que había caído, bajó de la repisa donde se encontraba, se acercó, y con

su patica tomó un poco de los restos de comida que en la olla había, los llevo a

su boca y de sus ojos brotó una luz especial. Empezó a reír y a saltar; finalmente

estaba solo.

-“Todo esto es mío ahora, esta casa y todo lo que en su interior hay serán mis

posesiones; esta casa se conocerá como la embajada para todos los ratones

del mundo”, pensaba,- mientras su pecho se hinchaba, y la comida se salía de

su boca.

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Pensó en todos sus amigos y lo grande que llegaría a ser su nombre; el único

ratón capaz de conquistar una casa sólo!, cuando recordó algo: -“¿y ahora cómo

salgo de aquí?”.

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