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LAS DOS BATALLAS HISTÓRICAS DE 1176 FRANCISCO SUÁREZ SALGUERO

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LAS DOS BATALLAS HISTÓRICAS DE 1176

FRANCISCO SUÁREZ SALGUERO

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Francisco Suárez Salguero ha compuesto estos escritos esmerándose en ofrecer

la crónica cronológica que el lector podrá aprovechar y disfrutar. Lo ha hecho

valiéndose de cuantas fuentes que ha tenido a mano o por medio de la red in-

formática. Agradece las aportaciones a cuantas personas le documentaron a tra-

vés de cualquier medio, teniendo en cuenta que actúa como editor en el caso de

algún texto conseguido por las vías mencionadas. Y para no causar ningún per-

juicio, ni propio ni ajeno, queda prohibida la reproducción total o parcial de este

libro, así como su tratamiento o transmisión informática, no debiendo utilizarse

ni manipularse su contenido por ningún registro o medio que no sea legal, ni se

reproduzcan indebidamente dichos contenidos, ni por fotografía ni por fotocopia,

etc.

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A MODO DE PRÓLOGO

LA RISA

Se cuenta que el emperador bizantino Manuel I Comneno, tras ser derrotado por los

turcos selyúcidas en la batalla de Miriocéfalo (de la que trataremos en este libro), no

volvió a reírse jamás, lo que quiere decir que antes sí se reía.

Tomando pie de este hecho, este a modo de prólogo lo dedicamos al tema de la risa en

la Edad Media, época de la que existe el tópico de que la risa se asociaba al diablo y es-

taba como prohibida o no recomendable. Para empezar, nos preguntamos por qué.

Parece ser que la no recomendación de la risa, al menos como risa estridente, se de-

bería a una mera cuestión de poder y control sobre la población. Si bien no era una pos-

tura muy extendida, algunas órdenes religiosas consideraban que la risa, con peligro de

insumisión, podía erosionar las creencias y la obediencia de los fieles cristianos.

Las sátiras podían llevar a la gente a cuestionar los dogmas religiosos y, por lo tanto,

el autorizado poder de la Iglesia se vería afectado. Por eso algunos eclesiásticos propa-

garon la idea de que Cristo nunca se había reído, y asociaron la risa al diablo, al cual se

le comenzó a representar con una sonrisa en la boca, una sonrisa entre malévola e inci-

tadora.

Un ejemplo muy gráfico y bien documentado de lo dicho forma parte argumental de la

novela de Umberto Eco El nombre de la rosa, llevada al cine por Jean-Jaqcues Annaud.

Ahí todo gira en torno al Libro II de la Poética de Aristóteles, dedicada al género de la

comedia.

Otro ejemplo es el de Milan Kundera en El libro de la risa y el olvido, aunque éste no

es precisamente un texto de temática medieval, sino el que sigue:

Tamira, a quien el exilio obliga a trabajar como camarera, lucha desesperadamente

contra el olvido que empieza ya a difuminar el recuerdo de su marido, muerto e irreem-

plazable a todas luces.

La historia de esa hermosa exiliada contiene las dos verdades fundamentales del libro:

la experiencia trágica de Praga y la de la vida en el mundo occidental, sometida a la

perspectiva escéptica del autor.

Esta novela excepcionalmente viva en contrastes alterna situaciones políticas con es-

cenas de un erotismo ambiguo, un relato onírico con una enorme farsa en la que unos

poetas ebrios –Goethe, Petrarca y Lérmontov– intercambian frases tan incongruentes

como insultantes. Las siete partes de esta novela en forma de variaciones, según el pro-

pio autor, se suceden como siete etapas de un viaje.

El humor aparece teñido de profunda tristeza: asombro ante la fragilidad y vulnerabi-

lidad del erotismo, que en cualquier momento puede degenerar en risible pantomima;

vértigo ante la Historia, cuya progresión es una carrera hacia su fin; reflexión sobre el

destino del escritor y de su país,1 amenazado entonces por la aniquilación y el olvido.

1 Checoslovaquia.

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Desde sus inicios, Milan Kundera persigue un mismo proyecto estético: la unión de

los imposibles, lo más serio y lo más frívolo, lo más real y lo más lúdico. Aquí lo ha al-

canzado plenamente.

Pero retrocedamos en el tiempo, a la época románica y medieval, a cómo entonces se

manifestaba la risa y se preparaba su perpetuidad renacentista.

La risa como fuerza creadora ya era una idea en la Antigüedad, de lo cual hablaron y

trataron los antiguos egipcios. Lo que imaginaban míticamente acerca de la creación del

mundo aparece en un papiro alquímico conservado en Leyden y que data del siglo III de

nuestra era, ofreciéndosenos un relato en el que se atribuye a la risa divina la creación y

el nacimiento del mundo.

De otra parte, el mensaje sobre la risa que nos transmite Aristóteles, es que solamente

una democracia podía tolerar la franqueza de las antiguas comedias, pues en la demo-

cracia la risa se caracteriza por su fuerza crítica y su acción democratizadora. La risa

manifiesta su orientación democrática al dirigirse a la opinión pública más que a las al-

tas autoridades jerárquicas.

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Con Mijhail Bajtin (1895-1975)2 y su trabajo La Cultura Popular en la Edad Media y

en el Renacimiento (1974), la risa y la cultura popular comienzan a tener su espacio de

vida, de valor insospechado e ineludible del conocimiento acerca de la cultura de lo có-

mico.

Pero previamente a Bajtin es necesario explicar cómo han ido cambiando las pautas de

comportamiento y los hábitos psíquicos del ser occidental, a la luz de lo expuesto por

Norbert Elias (1897-1990)3 en su libro El proceso de la civilización (1987), cuyo aná-

lisis permitirá observar la importancia de la risa dentro de este proceso.

2 Intelectual ruso, crítico literario, teórico y filósofo del lenguaje.

3 Sociólogo judío-alemán cuyo trabajo se centró en la relación entre poder, comportamiento, emoción y

conocimiento. Ha dado forma a la llamada “sociología figuracional”. Fue poco conocido en el ámbito

académico hasta los años 70, cuando fue “redescubierto”. Su trabajo de una sociología histórica, puede

explicar estructuras sociales complejas.

Su obra más conocida es El proceso de la civilización, donde hace un análisis de la evolución de las so-

ciedades europeas desde la época medieval y guerrera hasta el proyecto moderno e ilustrado. Reflexiona

sobre el carácter de lo público y lo privado, la represión, los tabúes y la cultura desde un modelo que

trabaja una tríada entre Karl Marx, Sigmund Freud y Max Weber. Se divide en dos capítulos, terminando

en un cierto psicoanálisis del viejo mundo. Varios de sus trabajos sobre el deseo y la represión, de manera

historiográfica, anuncian en parte el trabajo que posteriormente realizó Michel Foucault, destacado filó-

sofo en historia de las ideas.

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El concepto “civilización” expresa la autoconciencia de Occidente. Según Elias, si-

guiendo una especie de “ley fundamental de la sociogénesis”, el individuo, durante su

vida, vuelve a recorrer los procesos que ha recorrido su sociedad a lo largo de la histo-

ria. Así es cómo, dentro del marco de dicha ley, podemos estudiar la evolución de las

pautas de comportamiento y de los hábitos psíquicos.

Según Elias, a partir de la Baja Edad Media y del primer Renacimiento, desde el siglo

XII, hay un aumento especialmente fuerte del autocontrol individual, al que hoy nos re-

ferimos como “interiorizado” o “internalizado”.

El Renacimiento, que se gestó durante la Edad Media, especialmente a partir del siglo

XII, trajo consigo la conciencia de individualidad. El historiador suizo Jacob Burckhardt

(1818-1897) expone que, dentro de Europa, la conciencia de individualidad se desarro-

lló primeramente en Italia.4

El hombre era consciente de sí mismo sólo como miembro de una raza, gente, partido,

familia o corporación (sólo a través de una categoría general). En Italia, como se verá

también en las páginas en las que nos adentramos, se hizo posible tratar de una manera

objetiva el Estado y todas las cosas de este mundo. Al mismo tiempo el lado subjetivo

se afirmó a sí mismo con el énfasis correspondiente; el hombre se convirtió en un indi-

viduo espiritual y se reconoció a sí mismo como tal.

4 (1982): La cultura del renacimiento en Italia, Madrid, Edaf.

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En el Renacimiento, término que no significa sin más “renacimiento de las ciencias y

artes de la Antigüedad”, sino qué posee una significación amplia y cargada de sentido,

arraigada en las profundidades del pensamiento de la humanidad, es cuando existe una

mayor individualización. El ser humano posee la capacidad de verse desde una pers-

pectiva distinta a la anterior. En el Renacimiento, la persona se mueve hacia un escalón

superior de autoconciencia en la que el control de los afectos, constituido como auto-

coacción, es más fuerte; es mayor la distancia reflexiva y menor la espontaneidad de los

asuntos afectivos. Se necesitaba un aumento de la capacidad de los seres humanos para

distanciarse de sí mismos y de los demás en su actividad mental. Esto es parte de la

evolución hacia el autocontrol de los seres humanos.

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En esta evolución, el sistema emotivo del individuo se transforma de acuerdo con los

cambios de la sociedad y de las relaciones interhumanas. La imagen que el individuo

tiene del ser humano se hace más matizada, más libre de emociones momentáneas, es

decir, se “psicologiza”.

Desde la perspectiva afectiva, la observación de las cosas y de las personas en el curso

de la civilización va haciéndose más neutral. Además, la “imagen del mundo”, como

señala Elias, se independiza progresivamente de los deseos y de los miedos humanos y

se orienta cada vez más a lo que se suele denominar “experiencia”. Desde el punto de

vista afectivo lo neutral es la experiencia.

El ruso A. Herzen (1812-1870) ha expresado pensamientos profundos acerca de las

funciones de la risa en la historia de la cultura, resaltando que la risa no es bagatela y no

podemos renunciar a ella.

En la Antigüedad –señala Herzen– se reía a carcajadas, en el Olimpo y en la tierra, al

escuchar a Aristófanes y asistir a sus comedias; y así se siguió riendo hasta la época del

humorista romano Luciano de Samosata (siglo II). Pero a partir del siglo VI, los hom-

bres dejaron de reír y comenzaron a llorar sin parar, y pesadas cadenas se apoderaron

del espíritu al influjo de las lamentaciones y los remordimientos. Después que se apaci-

guó la fiebre de crueldades, la gente volvió a reír.

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Nadie se ríe en la iglesia, en el palacio real, en la guerra. Los sirvientes domésticos no

pueden reírse en presencia del amo. Sólo los pares (o de condición igual) se ríen entre

sí. Si las personas inferiores pudieran reírse de sus superiores, se terminarían todos los

miramientos del rango. Reírse del buey Apis es convertir al animal sagrado en toro vul-

gar.

La risa busca deshacerse del mundo lleno de injusticias y reemplazarlo por un mundo

mejor. Crea una nueva realidad que desplaza a la otra que ya no puede mantenerse por-

que ha perdido su sentido. La risa es, pues, una liberación.

Existe un significado histórico, ideológico y estético del aspecto optimista, creativo y

alegre de lo cómico.

Mijail Bajtin revolucionó el concepto de la Edad Media y del Renacimiento al aplicar

una interpretación humorística a las mencionadas épocas históricas, y revelarnos una

perspectiva popular y carnavalesca del mundo y de la historia. En La Cultura Popular

en la Edad Media y en el Renacimiento se plantean los problemas de la cultura cómica

popular de estas dos épocas históricas.

Según este autor, la risa popular y sus formas constituyen el campo menos estudiado

de la creación popular. Se ha excluido casi por completo el humor popular en toda la ri-

queza de sus manifestaciones.

En la Edad Media, la risa se oponía a las ideas rígidas que esparcía o difundía la Igle-

sia oficial.

En la antigua comedia popular, el mundo infinito de las formas y las manifestaciones

de la risa se oponía a la cultura oficial, al tono serio, religioso y feudal de la época.

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Existían tres grandes categorías de las manifestaciones de la cultura popular. Por un

lado, estaban las formas y rituales del espectáculo. Por otro, las obras cómicas verbales

(incluso las parodias) de diversa naturaleza: orales y escritas, en latín o en lengua vul-

gar.

Habían surgido, además, diversas formas y tipos de vocabulario familiar y grosero. La

representación de los misterios, por ejemplo, acontecía en un ambiente de carnaval. Las

formas rituales y de espectáculo se organizaban de manera cómica. Ofrecían una visión

del mundo, de la persona y de las relaciones humanas completamente diferentes.

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En cierto modo se podría decir que se construyó al lado del mundo oficial, un segundo

mundo y una segunda vida. Se creó una especie de dualidad del mundo.

Las fiestas oficiales reproducían el orden existente. Además, no eran capaces de crear

esta llamada segunda vida. En las fiestas oficiales se miraba sólo al pasado y así se con-

sagraba el orden social presente. En ellas se ponía de manifiesto la estabilidad, la inmu-

tabilidad y la perennidad de las reglas. Había una verdad prefabricada que representaba

la verdad eterna, inmutable y a la vez perentoria. Por otro lado, el carnaval apuntaba al

porvenir.

Según Bajtin, la comicidad medieval no era una concepción subjetiva, individual y

biológica de la continuidad de la vida. Era una concepción social y universal.

La persona concebía la continuidad de la vida en las plazas públicas, mezclada con la

muchedumbre en el carnaval, donde su cuerpo entraba en contacto con los cuerpos de

otras personas de toda edad y condición. La persona se sentía partícipe de un pueblo en

constante crecimiento y renovación.

El carnaval era la forma festiva al margen de lo oficial o no-oficial de la vida de so-

ciedad medieval y representaba la cultura folclórica cómica con su idea optimista de la

eterna renovación.

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La risa enseñaba la imperfección del mundo y a través de ella se buscaba transfor-

marlo y renovarlo.

Konrad Burdach (1859-1936), autor del libro titulado Reforma, Renacimiento y Hu-

manismo, publicado en Berlín en 1918, señala que “el Humanismo y el Renacimiento no

deben su aparición al descubrimiento por parte de los sabios de monumentos perdidos

del arte y la cultura antigua, a los que tratan de insuflar nueva vida”. El Humanismo y

el Renacimiento nacieron de una época que envejecía y cuyo espíritu ansiaba una nueva

juventud.

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Como queda dicho, Bajtin afirma que históricamente no se tuvo en consideración el

humor del pueblo en la plaza pública como un objeto digno de estudio desde el punto de

vista cultural, histórico, folclórico o literario. A su juicio, la naturaleza específica de la

risa popular aparece totalmente deformada, porque se le aplican ideas y nociones que le

son ajenas, pues pertenecen verdaderamente al dominio de la cultura y la estética bur-

guesa contemporánea. Por consiguiente, la profunda originalidad de la antigua cultura

cómica popular no ha sido revelada. Es en el siglo XX, concretamente en la década de

los sesenta, cuando los especialistas del folclore comenzaron a interesarse por los ritos y

los mitos cómicos. Para una mejor comprensión de la cultura cómica popular no faltan

quienes creen que conviene tener en cuenta una de las experiencias importantes del in-

dividuo medieval: la experiencia temerosa o del miedo, y cómo ésta fue afectando al ser

humano.

A lo largo de la historia se han podido identificar períodos en los que se manifestó

miedo a la risa y desgana de ella. Una de las causas mayores del miedo a la risa es la del

poder del humor en la vida humana. Para poder apreciar la fuerza de su efecto hay que

partir del miedo que se experimentaba en la Edad Media, y descubrir el origen (o rein-

vento) de la risa en el Renacimiento.

La risa de la Edad Media se convirtió, al llegar el Renacimiento, en la expresión de la

nueva conciencia libre, crítica e histórica de la época. La risa pasa del estado de exis-

tencia espontánea a un estado de conciencia artística, de aspiración a un objetivo pre-

ciso. La risa medieval estaba excluida de las esferas oficiales de la ideología y de las

manifestaciones oficiales de la vida y las relaciones humanas. Se había disociado la risa

del culto religioso, del ceremonial feudal y estatal, de la etiqueta social, y de la ideolo-

gía elevada. El tono de seriedad exclusiva caracterizaba a la cultura medieval oficial.

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El tono serio se impuso como la única forma capaz de expresar la verdad, el bien y, en

general, todo lo considerado importante y estimable. Esto dio lugar a que el miedo, la

veneración y la docilidad se constituyeran a su vez en variantes o matices de ese tono

serio. Sin embargo, la risa es tan universal como la seriedad. Ambas abarcan la historia,

la sociedad y la concepción del mundo.

En la Edad Media se llegaron a considerar legalizados, hasta cierto punto y quizás co-

mo resultado de un deseo de control, los ritos cómicos de La Fiesta de los Locos, de La

Fiesta del Burro, junto a las procesiones y ceremonias de las otras fiestas. Durante ese

tiempo el Estado y la Iglesia creyeron oportuno efectuar ciertas concesiones a las expre-

siones públicas, ya que no podían prescindir de ellas, de modo que intercalaban días de

fiesta en el transcurso del año.

En dichas fiestas se permitía al pueblo salirse de los moldes y convenciones oficiales,

pero exclusivamente a través de las máscaras defensivas de la alegría. Se podría decir

que dentro de este marco no había casi restricciones para las manifestaciones de la risa.

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Según Bajtin, en la Edad Media se observa el miedo y la intimidación infundidos por

la seriedad al igual que en la cultura clásica griega, en la que la seriedad era oficial y au-

toritaria, y estaba asociada a la violencia, a las prohibiciones y a las restricciones. Sin

embargo, una diferencia entre ambos períodos estriba en que el individuo medieval per-

cibía con agudeza su victoria sobre el miedo a través de la risa. Al vencer este temor, la

risa aclaraba la conciencia del sujeto y le revelaba un mundo nuevo. De este modo, la

risa implicaba la superación del miedo. Además, no imponía ninguna prohibición. De

hecho, el lenguaje de la risa no es nunca empleado por la violencia ni por la autoridad.

El distanciamiento entre la risa y la autoridad es tal que se dice, por ejemplo, que los

dictadores temen más la risa que las bombas.

Con la risa hay un elemento de victoria sobre el miedo que infunden el poder y las

fuerzas opresoras y limitadoras. La comicidad medieval se opuso a la mentira, a la adu-

lación y a la hipocresía que se imponían a través de lo serio. Lo serio era el miedo moral

que encadenaba, agobiaba y oscurecía la conciencia del individuo.

La nueva conciencia renacentista de la comicidad medieval tenía como uno de sus ele-

mentos primordiales la percepción de la risa como una victoria sobre el miedo. Se pasó

de una sensibilidad medieval a una sensibilidad renacentista. Era un nuevo sentimiento

que se expresaba en innumerables imágenes cómicas. Lo temible se volvía ridículo. Lo

iremos viendo también en la literatura.

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Es imposible comprender la aparición de la imagen de lo grotesco sin tener en cuenta

la importancia del temor vencido. Se juega con lo que se teme; se hace burla de lo que

se teme, de modo que lo terrible se convierte en un “alegre espantapájaros”.

La risa supera al miedo, pero no sólo el miedo exterior, sino también el miedo interior.

La risa descubre el mundo desde un punto de vista nuevo, en su faceta más alegre y lú-

cida. No es un instrumento de opresión o embrutecimiento, sino un recurso de libera-

ción que pertenece a cada individuo. De modo que no se puede renunciar a la risa, ya

que ésta no es una forma defensiva exterior, sino interior que no puede sustituirse por la

seriedad.

La libertad que ofrecía la risa durante el carnaval era un lujo que el pueblo podía

permitirse únicamente en los días de fiesta. La risa no prescribía dogmas, sino que era

una expresión de fuerza, de amor, de procreación, de renovación y fecundidad.

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El carnaval es el núcleo de la cultura cómica popular. Está situado en las fronteras

entre el arte y la vida. En realidad –dice Bajtin– es la vida misma presentada con los ele-

mentos característicos del juego. Desde esta perspectiva se puede afirmar que el carna-

val no pertenece al dominio del arte. Las celebraciones carnavalescas ocupaban un lu-

gar muy importante en la vida de las poblaciones medievales, hasta el punto de que en

las grandes ciudades llegaban a durar hasta tres meses.

En el carnaval hay una transformación del mundo social y del modo de estructurar e

interpretar la vida, pues ignora toda distinción entre espectadores y actores.

Los espectadores no asisten al carnaval sino que lo viven, ya que el carnaval está he-

cho para todo el pueblo. Durante el carnaval no hay otra vida que la del carnaval. Es im-

posible escapar, porque no tiene fronteras espaciales. En el curso de la fiesta sólo puede

vivirse de acuerdo a sus leyes, es decir, de acuerdo a las leyes de la libertad. El carnaval

posee un carácter universal; es decir, es un estado peculiar por el que cada individuo

participa en el renacimiento y renovación del mundo. Esta es la esencia misma del car-

naval, y los que intervienen en el regocijo lo experimentar vivamente.

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Durante el carnaval es la vida misma la que se interpreta. Durante cierto tiempo el jue-

go se transforma en vida real.

La fiesta es el rasgo fundamental de todas las formas de ritos y espectáculos cómicos

de la Edad Media. Las festividades siempre han tenido un sentido profundo, puesto que

han expresado una concepción radical del mundo. Las fiestas, en todas sus fases histó-

ricas, han estado ligadas a períodos de crisis de la sociedad y del individuo.

Durante la Edad Media floreció en muchos lugares de Europa una festividad conocida

como La Fiesta de Locos. Sacerdotes, normalmente piadosos, y gentes serias se coloca-

ban máscaras obscenas, cantaban canciones desvergonzadas y en toda la noche de ja-

rana no daban tregua al sueño. Ninguna institución ni personaje escapaba a la crítica y a

la burla en la gran fiesta de los primeros días del año.

La influencia de la cosmovisión carnavalesca sobre la concepción y el pensamiento de

las personas era radical: les obligaba a renegar en cierto modo de su condición oficial

(fuera monje, clérigo o sabio) y a contemplar el mundo desde un punto de vista cómico,

burlón y carnavalesco.

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La risa carnavalesca presenta tres características: En primer lugar es patrimonio del

pueblo, puesto que todos ríen, la risa es “general”. En segundo lugar, es universal, con-

tiene todas las cosas y a todas las personas. El mundo entero parece cómico y es perci-

bido y considerado en un aspecto jocoso, en su alegre relativismo. Por último, dicha risa

es ambivalente: alegre y llene de alborozo, pero al mismo tiempo burlona y sarcástica;

la risa niega y afirma, amortaja y resucita a la vez.

Existe una diferencia esencial entre la risa festiva popular y la risa puramente satírica

de la época moderna. El autor satírico que sólo emplea el humor negativo se coloca fue-

ra del objeto aludido y se le opone, lo cual destruye la integridad del aspecto cómico del

mundo. El satírico se excluye de lo aludido. En ese sentido no juega con lo que satiriza.

Lo que surge es una risa negativa. La persona se ríe de lo aludido, pero no con lo alu-

dido puesto que se excluye.

Por el contrario, en la risa popular ambivalente se expresa una opinión sobre un mun-

do en plena evolución en el que están incluidos los que ríen. El pueblo se ríe de sí mis-

mo, y consigo mismo. Esto es una señal de vida nueva.

En el carnaval el valor era la risa de la gente –del pueblo–. Por lo tanto, al desarrollar

la capacidad para reírse de sí mismo, el pueblo se mueve a otra dimensión de madurez y

de perspectiva, pues se prepara para criticarse a sí mismo. Podría decirse que la sabidu-

ría popular reconoce que el pueblo no se morirá si se muere de la risa.

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A pesar de haber sido relegada, la risa sigue jugando un papel de gran importancia en

la vida social. En la evolución histórica de la cultura y la literatura la risa ha funcionado

como un elemento que impide a lo serio la fijación. La verdadera risa, ambivalente y

universal, no excluye lo serio, sino que lo purifica y lo completa. Lo purifica de dog-

matismo, de unilateralidad, de esclerosis, de fanatismo y espíritu categórico, del miedo

y la intimidación, del didactismo, de la ingenuidad y de la ilusiones, de la nefasta fi-

jación a un único nivel, y del agotamiento.

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AÑO 1176

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RIBAS DE CAMPOS

Por la Orden Premonstratense, bajo la iniciativa del rey Alfonso VIII de Castilla, se

fundó en este año 11765 el monasterio de Santa Cruz en la localidad de Ribas de Cam-

pos, de fértil valle.6 Los premonstratenses para esta fundación fueron provenientes del

monasterio de Santa María de Retuerta.7

5 Año bisiesto. El 1 de enero fue jueves. Miércoles de ceniza fue el 18 de febrero. Domingo de Ramos

fue el 28 de marzo. Jueves y Viernes Santos fueron los días 1 y 2 de abril. Domingo de Pascua fue el 4 de

abril. Ascensión el 19 de mayo. Pentecostés el 23 de mayo.

6 Provincia de Palencia. Ver Epílogo I.

7 De la localidad vallisoletana de Sardón de Duero.

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~ 23 ~

REINOS DE CASTILLA

Y DE LEÓN

El rey Alfonso VIII de Castilla donó la villa de Castrillo de Villavega8 a Pedro de

Aries, prior de la Orden Hospitalaria de San Juan de Jerusalén y el castillo de Cogo-

lludo9 a la Orden de Calatrava, poniendo empeño estos caballeros en mejorar dicha for-

taleza a la vez que amurallan la villa.

Con alianza establecida entre leoneses y castellanos contra los almohades, los leone-

ses se lanzaron en campaña de saqueo hacia el sur llegando hasta Xeris.10

De otra parte, los musulmanes de Cuenca, Alarcón y Moya atacaron por el flanco cas-

tellano en las ciudades de Huete y Uclés, saqueando, robando, talando árboles y, en su-

ma, causando mucho daño. Pero Uclés y otros lugares, bien guarnecidos por los caba-

lleros de Santiago, permanecen inconquistables. Además, el rey Alfonso VIII refuerza

estos lugares convocando a sus huestes y a sus aliados leoneses.

8 Provincia de Palencia.

9 Provincia de Guadalajara.

10

Jerez de los Caballeros (Badajoz).

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~ 24 ~

REINOS DE CASTILLA

Y DE NAVARRA

El reino de Navarra fue atacado por los castellanos, los cuales conquistaron el castillo

de Leguín, si bien, reuniéndose los soberanos de ambos reinos11

entre Nájera y Lo-

groño, teniendo como mediador al rey Enrique II de Inglaterra,12

firman una tregua de

paz y ponen fin, de momento, a las disputas territoriales. Esto fue en agosto.

En el territorio navarro hubo también nueva fundación monástica, cisterciense, la de

Santa María la Real de Iranzu.13

11

Sancho VI de Navarra y Alfonso VIII de Castilla.

12

Suegro de Alfonso VIII de Castilla.

13

En el municipio de Abárzuza, cerca de Estella. Su construcción se prolongará hasta el siglo XIV. Del

conjunto de edificaciones medievales permanece la base de la Iglesia, el claustro, la sala capitular, las cel-

das de castigo, el locutorio y la cocina, correspondiendo el resto a sucesivas remodelaciones de los siglos

XVI y XVII. Se encuentra en muy buen estado de conservación y rodeado de montes y entornos naturales

de gran belleza. Es interesante recorrerlo.

Este monasterio llegó a reunir vastas propiedades: tierras de cultivo, pastos, iglesias parroquiales, pue-

blos enteros y dominios que se extendían por toda Navarra y por otros lugares. Fue desamortizado en

1835 y hasta 1942 se vio en total abandono. Actualmente lo regentan los teatinos, de los que trataremos

en su momento (siglo XVI).

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~ 25 ~

REINO DE ARAGÓN

Cabe destacar en el reino de Aragón, sin olvidar que el mismo abarca también Cata-

luña, la firma de paz entre el rey Alfonso II y el conde Ramón V de Toulouse en la isla

provenzal de Tarascón, el 18 de abril, firma por la cual Ramón V cede sus derechos al

monarca aragonés sobre los condados de Provenza, Gavaldà y Carlandés. El rey Alfon-

so, sin renunciar a su soberanía, lo entrega todo a su hermano Ramón Berenguer IV de

Provenza, con título de conde.14

De otra parte, el rey Alfonso II, en este año 1176 (octubre), convirtió en realengo la

villa de Teruel,15

con dominio de una gran alfoz o término comarcal y disfrute de fuero.

14

Ramón Berenguer IV de Provenza, conocido como Pedro de Aragón hasta 1173, gobernó Provenza al

servicio de su hermano mayor el rey Alfonso II de Aragón hasta su muerte, asesinado, en 1181. Ya lo

veremos en su momento.

Segundogénito del conde Ramón Berenguer IV de Barcelona y de la reina Petronila de Aragón, en el

testamento de su padre se le menciona como Pedro, estableciéndose que, si muriere Alfonso II sin des-

cendencia, él le pudiera suceder en el trono de Aragón. Otros dominios y concesiones se mencionaron en

el testamento del conde barcelonés a favor del conde provenzal. Hay que tener en cuenta que Pedro de

Aragón era entonces muy niño.

En 1173, Alfonso II de Aragón alcanzó la reconocida mayoría de edad, al casarse, con 16 años, con

Sancha de Castilla. Fue en ese año cuando se le confió a Pedro, con el nombre de Ramón Berenguer,

siendo de 15 años de edad, el condado de Provenza. Ahora, en 1176, con su hermano Sancho, conde de

Cerdaña, participó en la conquista de Niza.

15

No será ciudad hasta 1347.

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~ 26 ~

DIÓCESIS DE ALBARRACÍN

El obispo Martín pasa a denominarse “obispo de Segóbriga y de la silla de Alba-

rracín”,16

aplicándose la vieja división episcopal conocida como Hitación de Wamba,

cosa confusa, también en lo territorial, a la que en anteriores ocasiones nos hemos refe-

rido, todo ello conflictivo o dificultoso.17

16

Provincia de Teruel.

17

La diócesis de Albarracín se remonta en su fundación a 1173, con Martín como su segundo obispo, tras

Fernando, que en realidad no llegó a ocupar la sede. Todo se encuadra en el reconocimiento de Albarracín

como señorío medieval, un señorío protegido por el reino de Navarra e independiente tanto del reino de

Aragón como del reino de Castilla, con independencia también, por tanto, en lo eclesiástico.

Tanto el obispado de Zaragoza como los arzobispados de Toledo y de Tarragona pretendieron la pose-

sión sufragánea de esta diócesis. Y fue el arzobispo Cerebruno de Toledo quien consiguió dicha preten-

sión, con la aprobación del cardenal Jacinto Orisini, legado pontificio del Papa Alejandro III.

Al ser conquistada la actual Segorbe, la aludida Segóbriga, en la provincia de Castellón, el Papa Ino-

cencio IV (1243-1254), mediante bula (de 12 de abril de 1247) encomendó la jurisdicción eclesiástica de

este lugar al obispado o diócesis de Albarracín, lo que duró hasta que el Papa Gregorio XIII (1572-1585)

separó ambas iglesias diocesanas, en 1577.

El último obispo de Albarracín como diócesis independiente fue fray José Talayero Royo (muerto en

1839), siendo regida desde entonces por vicarios capitulares, hasta que, en 1878, se nombró administrador

apostólico de Albarracín al obispo de Teruel, Don Francisco Moreno y Andrea, prosiguiendo como tales

sus sucesores los obispos de Teruel.

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~ 27 ~

CONDADO DE URGEL

En Urgel se celebró la boda de Ermengol, hijo de Ermengol VII y de Dulce de Foix,

con la castellana Elvira Núñez de Lara, hija del conde Nuño Pérez de Lara y de su es-

posa Teresa Fernández de Traba.18

18

Este matrimonio no será muy armonioso que se diga. Ermengol VIII, y su esposa, tendrán a su hija

(única) Aurembiaix, que se casará con Álvaro Pérez de Castro el Castellano, de la Casa de Castro. Po-

dremos verlo en su momento.

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~ 28 ~

VILLA DE CARRIZO

El 10 de diciembre, Estefanía Ramírez, viuda del conde Ponce de Minerva, muerto en

el pasado año 1175, donó a la Orden del Císter la villa y palacio de Carrizo,19

fundán-

dose allí el monasterio de monjas bernardas (cistercienses) de Santa María.20

19

Carrizo de la Ribera, en la provincia de León, a orillas del truchero río Órbigo, afluente del Esla, que a

su vez es afluente (el más caudaloso) del Duero. La fundación produjo el traslado a Carrizo de todos los

pobladores que habitaban en la vecina localidad de Villar de las Ollas, localidad actualmente desapare-

cida, de la que queda la mariana ermita del Villar. La condesa viuda residirá en el monasterio de Carrizo

hasta su muerte, en 1183.

20

Este monasterio es digno de verse.

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~ 29 ~

LEGNANO (ITALIA)

Encuadrada como guerra entre güelfos (partidarios del Papa) y gibelinos (partidarios

del Emperador del Sacro Imperio), y aún como guerra derivada de la vieja querella so-

bre las investiduras (disputándose el denominado poder universal, asunto del que ya

fuimos tratando anteriormente), el 29 de mayo hubo batalla reseñable en los campos de

Legnano21

entre los ejércitos del emperador germano Federico I Barbarroja y la italiana

Liga Lombarda,22

de las comunas del norte de Italia. La contamos, desde su preludio,

para entenderla.23

A la muerte del emperador Conrado III, en 1152, fue elegido para sucederle su sobri-

no Federico I Barbarroja, el cual que se propuso volver a dar a la corona imperial la au-

toridad antigua de los tiempos otonianos, desde el siglo X. Federico restituyó Baviera a

Enrique el León, duque de Baviera y Sajonia, tras lo cual no hizo sino enfrentar y acre-

centar disputas internas en el Imperio, haciendo vasallos a los príncipes de Polonia y

Bohemia, así como recobrando los derechos imperiales sobre Borgoña. Por último rea-

firmó su autoridad entregando ducados a sus hijos y a sus parientes.

Como podemos recordar, el emperador Federico tuvo sus dificultades con Italia, hacia

donde encaminó seis expediciones. Las ciudades lombardas, con Milán a la cabeza, de

muy vivo sentido de la libertad y con milicias ciudadanas defendiendo ese sentido, fue-

ron belicosas contra el Imperio. Por eso acabaron constituyéndose en Liga.

En la primera expedición de Federico, éste convocó a los príncipes y ciudadanos prin-

cipales de Italia para que le rindieran vasallaje. Como no lo conseguía, atemorizó y ata-

có en ciertos lugares antes de coronarse en Pavía (con la corona italiana-lombarda) y en

Roma (con la corona imperial). La coronación imperial, como podemos recordar, la

consiguió tras entregar al Papa Adriano IV (1154-1159) al crítico hereje Arnoldo de

Brescia, siendo luego todo aquello muy revuelto.

El emperador regresó a Alemania (habiéndose visto a punto de perecer durante el ca-

mino debido a un ataque de veroneses en su contra). Se salvó por la valerosa interven-

ción de su alférez imperial Otón Witelsbach. Y lo milaneses atacaron después a varias

ciudades del bando imperial.

Federico volvió a Italia, reclamando y proclamando su soberanía, desatando su guerra

desde la misma Milán. En mayo de 1161, tras la llegada de nuevos refuerzos proce-

dentes de Alemania, Federico estaba en las inmediaciones de Milán. Y al pie de sus mu-

21

Italia: actual provincia de Milán, en la histórica región de Lombardía. Legnano está a 24 kilómetros al

norte de Milán.

22

Dirigida por el Papa Alejandro III, que hizo así cesar las rivalidades de las comunas del norte de Italia

aunándolas.

23

El enfrentamiento no es propiamente entre Alemania e Italia, pues éstas no están delimitadas como ta-

les en estos momentos, sino entre güelfos y gibelinos, que son tanto alemanes como germanos.

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~ 30 ~

rallas, cercados los milaneses, hubieron de sufrir un duro ataque, viéndose víctimas del

hambre. El 1 de marzo de 1162 se acordaron los términos de la rendición que supuso la

entrega de los cónsules y de 400 caballeros en calidad de rehenes, la destrucción de las

iglesias y murallas y el cegamiento de los fosos de la ciudad, siendo dispersados y re-

cluidos sus habitantes en cuatro aldeas. Lo mismo ocurrió en Brescia y en otras ciu-

dades. Toda la Lombardía se vio irremediablemente obligada a reconocer la soberanía

imperial de Federico.

El emperador, sin embargo, no estaba aún conforme, pues su pretensión era la de re-

cuperar también sobre Roma el mismo poder que había tenido su predecesor Otón I,

disponiéndose a no transigir que el rey Guillermo I de Sicilia (1154-1166) ejerciera el

protectorado sobre la ciudad pontificia.

Cuando el monarca siciliano falleció (año 1166), Federico se opuso al Papa (Alejan-

dro III) y emprendió su política de elegir antipapas. Alejandro III excomulgó a Federico

y fue conformando la liga de oposición imperial entre ciudades como Verona, Vicenza,

Padua, Treviso, Ferrara, Brescia, Bérgamo, Cremona, Piacenza, Módena, Bolonia, etc.,

además de Venecia.

Federico logró entrar en Roma y derrotar a los coaligados (batalla de Túsculo), vién-

dose entonces obligado el Papa Alejandro III a huir a Francia. No obstante, el triunfo

del emperador fue precario, pues tuvo que abandonar Italia debido a la desatada epide-

mia que afectó a su ejército causando muchas muertes. Fue atropellada y en desorden la

retirada imperial. Incluso se perdieron cuantiosos pertrechos en la travesía del río Po.

Mientras, se formó con solidez la Liga Lombarda, el 1 de diciembre de 1167, estando ya

retirado el emperador Federico más allá de los Alpes. No estaban ya los lombardos sólo

a la defensiva sino también a la ofensiva, siendo entonces cuando erigieron la nueva

ciudad llamada Alessandria en honor al Papa Alejandro III. Debido a impedimentos in-

ternos de Alemania, no estaba el emperador en condiciones de dirigir otra expedición a

Italia, aunque al fin la realizó acompañado por el arzobispo Christian de Maguncia.

En septiembre de 1174 hizo de Alessandria el blanco de sus ataques. Después de pasar

el invierno ante la ciudad, las tropas imperiales excavaron un túnel bajo las murallas y

atacaron, justo el día de Sábado Santo (12 de abril de 1175), fecha, como puede apre-

ciarse, más que significativa. En una feroz batalla, el asalto fue rechazado. Tras el ata-

que tuvo que retirarse Federico a Pavía al producirse la llegada de refuerzos lombardos

en el día siguiente (13 de abril de 1175, domingo de pascua).

El 16 de abril se reunió Federico con representantes de la Liga Lombarda en el castillo

de Montebello24

para debatir sobre la paz, siendo lo debatido del todo infructuoso, rea-

nudándose, por tanto, las hostilidades.

Tras el fracaso de aquellas negociaciones, Federico sabía que la previsible batalla era

inminente y pidió el apoyo de Enrique el León, el cual rehusó ayudarle, aunque el em-

perador se lo había pedido de rodillas cerca del lago de Como.25

No tuvo más remedio

Federico que reclutar tropas italianas contrarias a la Liga.

24

En Bellinzona (actualmente al sur de Suiza).

25

Federico I Barbarroja no olvidará la falta de ayuda por parte de Enrique el León y aprovechará la hos-

tilidad de otros príncipes alemanes hacia él para juzgarle por insubordinación, en lo que intervendrá un

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~ 31 ~

Finalmente, a comienzos de este año 1176, el emperador recibió refuerzos germanos

de Suabia y de Renania, 2.000 soldados dirigidos por el arzobispo Philip de Colonia, de

Conrad, obispo electo de Worms, y del duque Berthold de Aähtingen. El grueso de las

tropas imperiales se encontraban en Pavía y el emperador, desde Como, tuvo que rodear

Milán para no levantar sospechas. Pero los milaneses, percatándose bien de sus inten-

ciones, se lanzaron a interceptarlo.

El 29 de mayo se encontraron los dos ejércitos hostiles en las afueras de Legnano. El

ejército imperial estaba compuesto por 1.000 caballeros y 1.000 infantes. Como com-

plemento a las fuerzas alemanas se reunieron 1.000 hombres de la región de Como. De

otra parte, los alertados por la presencia del emperador, el otro ejército, con los jefes de

la Liga Lombarda, eran 3.500 hombres dispuestos a bloquear la ruta del emperador

hacia Pavía. Constaban estas fuerzas de 1.450 caballeros y 2.050 soldados de infantería,

incluyendo también un carro de guerra conocido como Carroccio.26

Entre la caballería lombarda se encontraba una unidad de élite conocida como la

“Compañía de la Muerte”, dirigida por Alberto da Giussano, compuesta por 900 hom-

bres de armas vistiendo un traje oscuro y cubriendo la armadura con el símbolo de una

calavera, llevando pequeños escudos puntiagudos y largas lanzas. Esta compañía la for-

man hombres escogidos que luchan en grandes caballos y juran que ninguno de ellos

huirá del campo de batalla, ni por temor a la muerte ni por nada, no permitiendo además

que alguien pudiera traicionar a la ciudad de Milán por huida o por otro motivo.27

Al fin se dio la batalla. Comenzó con un ataque de la vanguardia lombarda a cargo de

700 jinetes que, al hacer un reconocimiento del terreno, se encontró con 300 jinetes

imperiales. Las tropas imperiales fueron sorprendidas y huyeron, pero el emperador

reacciono con rapidez y un contraataque imperial quebró la resistencia lombarda. La

batalla, que había comenzado como fortuitamente, sin que ninguno de los bandos tu-

viera algún plan preciso preestablecido, se cuenta ya en los Anales de Colonia, expre-

sándose en ellos que el emperador consideraba indigno de su majestad imperial dar la

espalda a sus enemigos, por lo que siguió adelante y atacó sobre el Carroccio milanés.

Tan impetuoso fue el ataque imperial que se llevó por delante la selecta guardia del

Carroccio. Entonces las tropas alemanas llegaron hasta donde estaba situada la Compa-

ñía de la Muerte, dirigida por Alberto da Giussano, que había prometido vencer o morir.

jurado episcopal y principesco en 1180. Enrique el León será desposeído de sus tierras y declarado pros-

crito, tras lo cual Federico I invadirá Sajonia. Enrique tendrá que exiliarse a Normandía, permaneciendo

allí durante tres años con su suegro Enrique II de Inglaterra, hasta que se le permita regresar a Alemania

(año 1185).

26

Un carro arrastrado por bueyes en el que las ciudades-estado italianas portaban su estandarte. Guar-

necido por sacerdotes (los capellanes castrenses de entonces) y soldados, el Carroccio se situaba en el

centro del ejército, como punto de mando y reunión de tropa. El Carroccio representaba la identidad

comunal de la ciudad-estado y por eso infundía moral y envalentonaba.

27

Franco Forte es el autor de la novela histórica La Compañía de la Muerte (traducción de Juan Carlos

Gentile), Barcelona, Edhasa.

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~ 32 ~

La Compañía atacó a la desesperada, lo que posibilitó que la infantería lombarda se

reorganizara.

El ímpetu de la carga de caballería lombarda se había desvanecido y sus caballos no

pudieran penetrar entre las picas de la infantería alemana. Pero la resistencia de la in-

fantería lombarda permitió que su derrotada pero no destruida caballería se reagrupara y

regresara al campo de batalla atacando el flanco de la caballería imperial. Los jinetes

imperiales, fatigados y hostigados por dos flancos, intentaron regresar a sus posiciones,

pero lo hicieron atropelladamente, sin ninguna organización.

En medio del caos, el estandarte imperial fue capturado, siendo muerto su portador de

un flechazo, mientras el emperador Federico se desplomaba bajo su caballo muerto. La

falsa noticia de la muerte del emperador sembró el pánico entre las tropas imperiales,

que huyeron en desbandada y su campamento fue abandonado a los vencedores.

Los lombardos persiguieron a los imperiales, siendo muchos de ellos capturados en el

río Tesino. El botín conseguido por la Liga Lombarda fue inmenso.28

Pero Federico no

había muerto. Tras varios días en los que estuvo desaparecido se presentó solo en Pavía.

Pero perduró aún el rumor de que había muerto, de modo que la emperatriz (Beatriz),29

que había permanecido en Como, se sumió en la desesperación. Los vencedores se die-

ron a buscar el cadáver del emperador entre los muertos amontonados.

La derrota de Legnano convenció y forzó a Federico I Barbarroja a firmar la paz. Así,

en una conferencia celebrada en Venecia, haciendo de mediador el arzobispo Christian

de Maguncia entre el Emperador, el Papa y los diputados de las ciudades, se firmó una

suspensión de hostilidades de seis años.30

Alejandro III fue reconocido como Papa legítimo y Federico fue absuelto de la pena

de excomunión. Los obispos y abades nombrados por el emperador, incluso el antipapa

(Calixto III), continuaron en la posesión de sus beneficios.31

Las regalías (los derechos

inherentes y exclusivos del poder soberano) habrían de pertenecer en delante de la ma-

nera siguiente: una parte para el emperador y otra parte para las ciudades; los ciuda-

danos y funcionarios debían hacer juramento al emperador y las tropas imperiales de-

bían ser mantenidas por las ciudades a su paso por ellas: la alta justicia sería ejercida en

nombre del emperador por jueces superiores. Con esto se restableció la paz en Italia,

celebrándose la misma solemnemente ante la Basílica de San Marcos en Venecia, dán-

dose por reconciliada la dualidad de los poderes espiritual y temporal respectivamente.

Pero habiendo concertado el emperador el casamiento de su hijo mayor, Enrique de Ho-

28

En la historiografía del siglo XIX, la batalla de Legnano fue considerada como un precedente remoto

de la Unificación de Italia. El compositor Giuseppe Verdi, inspirándose en esta batalla, compuso su ópera

de ese título: La battaglia di Legnano.

29

Condesa de Borgoña, que fue la segunda esposa de Federico I Barbarroja.

30

Bajo las mismas condiciones que más tarde, en 1183, servirán de base a la que contaremos como Paz

de Constanza.

31

Calixto III, antipapa, sometido a Alejandro III, fue nombrado rector de Benevento, donde morirá, en

1178.

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~ 33 ~

henstaufen, con Constanza, hija de Roger II de Sicilia (que reinó entre los años 1105-

1154) y heredera de los reinos de Nápoles y Sicilia, feudatarios pontificios, no se prevé

sino que continúe la hostilidad entre el poder imperial y el pontificio.

La Batalla de Legnano, obra de Massimo Taparelli d’Azeglio (1798-1866)

Federico I Barbarroja y Enrique el León luchando contra los rebeldes romanos, obra

de Friedrich Franz (1850-1919) y Johannes Christian Riepenhausen (1788-1860)

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~ 34 ~

El Papa Alejando III bendice al dogo o Dux Ziani marchando a combatir contra

Federico I Barbarroja, obra de Paolo Fiammingo (1540-1596)

La batalla de Legnano, obra de Amos Cassioli (1832-1891)

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~ 35 ~

El Carroccio milanés en la batalla de Legnano, obra de Amos Cassioli

Guerrero de la Compañía de la Muerte

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~ 36 ~

MIRIOCÉFALO

(CERCA DE ANKARA,

REGIÓN DE FRIGIA,

ANATOLIA CENTRAL)

Contamos aquí la batalla que hubo en Miriocéfalo,32

cerca de Ankara, región de Fri-

gia, Anatolia Central,33

donde se enfrentó el Imperio Bizantino contra los selyúcidas, el

17 de septiembre de este año 1176.34

Como podemos recordar, tras la derrota imperial en la batalla de Manzikert, desas-

trosa para Bizancio en aquel 19 de agosto de 1071, y después de un complejo proceso

que ocupó alrededor de un siglo, el área central de Anatolia había cambiado en todos los

aspectos. Los cultivos tradicionales casi habían desaparecido, en gran medida por la

destrucción de la mayor parte de los antiguos sistemas de regadío; la población seden-

taria había sido desplazada por los invasores turcos, organizados en tribus o clanes y

dedicados al pastoreo. La red viaria estaba en decadencia. Habían aparecido pequeños

núcleos políticos asentados en comarcas aisladas. Algunos habían alcanzado un consi-

derable poder, y eran abiertamente hostiles al imperio de Constantinopla. Entre ellos se

destacaba el homogéneo y sólido sultanato de Rüm.35

El emperador bizantino Manuel I Comneno pudo mantener la paz con el sultán sel-

yúcida Kilij Arslan II de Rüm durante la década de 1170. Pero fue una paz frágil, pues

los selyúcidas querían expandirse hacia el oeste por Asia Menor y los bizantinos hacia

el este, para recuperar el territorio perdido, con lo cual se presentó como inevitable el

choque hostil. Manuel I pudo recuperar Cilicia e imponer su soberanía –como podemos

recordar– sobre el principado cruzado de Antioquía, y a ello le ayudó el hecho de que el

emir de Alepo, Nur al-Din, muriese en 1174. Como podemos recordar, Saladino, suce-

sor de Nur al-Din, estuvo más interesado en Egipto y en debilitar a los turcos. Parecía,

pues, factible que el Imperio capturara la ciudad (capital selyúcida) de Iconio y recupe-

32

O Myriocephalum.

33

Actual Turquía.

34

Los selyúcidas, a los que nos hemos referido en anteriores ocasiones, llegaron a Anatolia procedentes

de Asia Central a finales del siglo X, causando estragos en las provincias bizantinas y árabes, provocando

el final del califato abasí de Bagdad y debilitando considerablemente el dominio bizantino.

35

Durante los años 1077-1307.

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~ 37 ~

rara sus territorios perdidos o, al menos, acabara con la amenaza selyúcida y sus cons-

tantes depredaciones.

Kilij Arslan II, sabedor de su precaria posición, intentó evitar el enfrentamiento y en-

contrar un compromiso. Manuel I Comneno no aceptó ninguna componenda y, seguro

de sus posibilidades, optó por la guerra. En 1175 se rompió la tregua, cuando Kilij Ars-

lan renunció a devolver el territorio conquistado al linaje turcomano de los danisméni-

das (Silvas36

y Malatya37

), el enemigo común de ambos.

El emperador Manuel reunió un ejército supuestamente tan grande que se extendía a

lo largo de diez millas,38

y se dirigió hacia su frontera con los selyúcidas. Arslan quiso

negociar, pero Manuel, convencido de su superioridad, rechazó cualquier acuerdo. En-

vió parte de sus fuerzas con su general Andrónico Vatatzés hacia Amasya,39

mientras

que el grueso de sus tropas se dirigían a Iconio, la capital selyúcida. Ambas rutas atra-

vesaban una zona muy boscosa, donde los turcos selyúcidas podían preparar embos-

cadas; el ejército que se dirigía a Amasya fue destruido en una de esas emboscadas, y

los turcos le enviaron a Manuel I la cabeza de Andrónico.

Los turcos también destruyeron las cosechas y envenenaron las aguas. Arslan mandó

constantes ataques sobre el ejército bizantino para forzarle a dirigirse al valle del Mean-

dro40

y tomar un difícil paso entre montañas, el Tzyvritzé, ante el cual permanecían las

ruinas de la vieja fortaleza de Myriokephalon.41

Este paso42

se inicia con un estrecho

desfiladero al que siguen secciones muy sinuosas, irregulares y boscosas, que alternan

anchuras y estrecheces, a veces limitadas por vertiginosos precipicios. La zona central

es una amplia llanura elevada.43

Después, una segunda sección estrecha similar a la pri-

mera continúa antes de abrirse a la región periférica de Iconio.44

36

La antigua Sebaste de tiempos romanos, donde, según la tradición nació el célebre obispo San Blas (si-

glo IV), cuya fiesta se celebra el 3 de febrero.

37

La antigua Metilene, ciudad destruida por un terremoto en 1893.

38

Un estudio riguroso de fuentes y, sobre todo, el análisis del terreno permite afirmar que las tropas bi-

zantinas no superaban en total los 25.000 hombres. En estas cifras se incluía la fuerza del principado de

Antioquía. De los turcos es casi imposibles dar cifras, siquiera aproximadas.

En el ejército bizantino también participaron soldados húngaros, enviados por el rey Bella III de Hun-

gría en ayuda del emperador Manuel I Comneno contra los selyúcidas.

39

En la región del Mar Negro, donde nació el célebre geógrafo e historiador Estrabón (siglo I).

40

Largo río que recorre Turquía y desemboca en el Mar Egeo.

41

Que en griego significa miríada de cabezas, en las alturas actualmente conocidas como Asar Kalesi.

42

De unos 25 kilómetros de longitud.

43

De casi 6 kilómetros de anchura.

44

Ciudad que apenas dista 50 kilómetros del final del paso.

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~ 38 ~

Los generales más expertos del emperador Manuel le previnieron del peligro de llevar

su pesado ejército a través del difícil desfiladero teniendo al enemigo enfrente; pero los

príncipes más jóvenes confiaban en sus proezas y estaban ávidos de gloria. Conven-

cieron a Manuel, que conocía bien el terreno, de que siguiera avanzando, en lugar de

retroceder y flanquear a través de la ruta que pasaba por la ciudad de Philomelion.45

El ejército turco parecía esperar al bizantino en las estrecheces de la entrada del paso,

lo cual era, en teoría, la opción más juiciosa, dada su teórica inferioridad. Muy de ma-

drugada los dos ejércitos establecieron contacto visual. La vanguardia bizantina (sobre

todo infantería) arremetió casi inesperadamente contra los turcos que aparentaban haber

sido sorprendidos y emprendieron lo que parecía una alocada huida a través del paso.

El ejército bizantino siguió a su vanguardia sin tomar más precauciones. Penetraron en

tromba por el paso siguiendo un orden clásico “romano”. En segundo lugar marchaban

los regimientos de élite, los Tágmata; detrás el “ala derecha”, la caballería bajo el man-

do de Balduino de Antioquía (cuñado de Manuel I),46

seguido por el pesado bagaje y el

tren de asedio. Después el “ala izquierda”, la guardia del emperador, y por último la re-

taguardia, con tropas escogidas dirigidas por el comandante más capaz, Andrónico Va-

tatzés. Cuando la vanguardia llegó al final de la primera parte del paso, la retaguardia

empezaba a entrar. Las secciones habían perdido contacto y el ejército estaba estirado al

máximo, sobre todo el ala derecha que intentaba no perder de vista a los que marchaban

por delante ni tampoco el bagaje y el tren de asedio, que cada vez hacía más lento su

camino en aquel espacio tan difícil.

Importantes destacamentos turcos se habían ocultado entre los árboles y barrancos, en

los sectores más propicios de aquel primer tramo del paso. En un momento dado caye-

ron como una marea furiosa sobre la desparramada ala derecha y el bagaje. Los solda-

dos imperiales estaban tan estrechamente amontonados que apenas podían mover las

manos. La carnicería fue grande. Balduino mismo resultó muerto, los carros incendia-

dos y los animales yacentes bloquearon el camino. Al parecer una inesperada tormenta

de arena que se desencadenó complicó aún más el panorama para los bizantinos que no

eran capaces de entender bien qué estaba ocurriendo.

El emperador Manuel se dio cuenta de que poco podía hacer, más que contemplar la

matanza desde su posición, y por un tiempo no fue capaz de tomar medida alguna. Sus

mejores oficiales al final consiguieron que reaccionara: reunió a sus tropas, las organizó

en formación cerrada para que se fueran abriendo paso por el desfiladero, limpiando de

enemigos el recorrido. Empujaron fuera los bagajes y carros y permitieron que todas las

tropas, al caer la tarde, llegaran a la llanura abierta de la mitad del paso. Allí la van-

guardia y los tágmata les esperaban, en una posición fortificada en un tiempo récord,

porque intuían que atrás habían ocurrido problemas serios. Y durante toda la noche los

bizantinos hubieron de repeler los feroces ataques de los arqueros turcos a caballo.

45

La actual Aksehir.

46

Hermano de Bohemundo III de Antioquía, e hijo de Constanza de Antioquía y Raimundo de Poitiers.

Balduino era cuñado de Manuel I Comneno, por estar éste casado con su hermana María, con el nombre

de Xena, habiéndose celebrado la boda en 1161.

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~ 39 ~

Al día siguiente, Manuel y sus oficiales pudieron valorar la situación. El ejército im-

perial no había sufrido pérdidas decisivas, y seguía siendo muy superior al turco. Sin

embargo, se habían perdido el forraje, los alimentos y el agua, y, sobre todo, el tren de

asedio imprescindible para tomar Iconio, cuya construcción no podía improvisarse. Pro-

cedía, por tanto, llegar a un acuerdo con Kilidj Arslan, el cual tampoco estaba en condi-

ciones de batir al ejército imperial. De tal modo, se acordó que Manuel y su ejército

podrían ir en paz a cambio de eliminar sus fuertes y ejércitos de la frontera frigia,

en Dorilea o Dorileo47

y Siblia.

El propio Manuel comparó la derrota con la de Manzikert.48

En Occidente, Federico I

Barbarroja pudo ufanarse y humillar al emperador Manuel, dirigiéndole una carta y

exigiéndole que, como rey de los griegos, le tributase la sumisión debida. Mayor ultraje

no cabía para quien se consideraba el genuino emperador de los romanos.49

La batalla de Miriocéfalo tuvo mayor impacto psicológico que militar, pues demostró

que el Imperio aún no podía derrotar a los selyúcidas, pese a todos los avances pro-

ducidos en el reinado de Manuel. El problema era que el emperador había distraído re-

cursos para la lucha contra los selyúcidas con infructuosas aventuras en Italia y Egipto.

Ello dio a los selyúcidas tiempo suficiente para atrincherarse y armar sus huestes. Final-

mente, hemos de valorar que Manuel cometió errores tácticos muy graves, al no explo-

rar adecuadamente el territorio y comportarse de manera temeraria, lo que condujo a su

ejército a una desastrosa emboscada.50

47

Actual ciudad de tura de Eskisehir, situada en una fértil llanura sobre el río Porsuk Çagi, el antiguo Te-

nebir, en cuya margen derecha se asienta.

48

Pasando así esta batalla igualmente como un desastre legendario.

49

Se cuenta que a partir de este hecho, el emperador Manuel I no volvió a reír nunca más. De todos mo-

dos, aunque la derrota bizantina en Miriocéfalo fue grave y muy notable, no quedó arruinado el ejército

bizantino. En 1177, las fuerzas imperiales estarán de nuevo combatiendo en la zona ganando algunos

territorios perdidos. Y Manuel I continuará batallando contra los selyúcidas hasta su muerte, en 1180.

Pero después de Miriocéfalo ya nunca más se intentó desde Bizancio otra campaña militar como aquella

a gran escala. El Imperio había perdido la iniciativa, y, al igual que en Manzikert, el equilibrio entre

aquellos poderes empezó a cambiar. Manuel I no volvió a dirigir un gran ataque contra los turcos, y éstos

fueron libres de moverse cada vez más al oeste, dentro del territorio bizantino.

Con la muerte de Manuel, y tras el trágico final del usurpador Andrónico I Comneno, el Imperio Bi-

zantino caerá en el caos y en la más desinflada apatía, sin capacidad ni iniciativa para emprender ninguna

otra significativa ofensiva hacia el este. Además, la derrota de Miriocéfalo significó que los bizantinos

perdieran definitivamente el control sobre el centro o meseta de Anatolia.

50

Ver Epílogo II.

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~ 40 ~

Grabado de Gustave Doré (1832-1883)

representando la emboscada turca en Miriocéfalo

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~ 41 ~

JERUSALÉN

En Jerusalén, el heredero al trono, Balduino IV, alcanzó su mayoría de edad (15 años),

comenzando así a reinar. Ya veremos el desenvolverse de su reinado y el legado que de-

je al término del mismo, adelantando que padece lepra.

Recordemos que Balduino IV, nacido en 1161, es hijo de Amalarico I de Jerusalén

(que reinó entre los años 1162-1174) y de su primera esposa Inés de Courtenay, regente

en cuanto cortesana, si bien, durante su niñez, el reino de Jerusalén, tras la muerte de

Amalarico en 1174, fue regentado políticamente por dos regentes-tutores sucesivos: Mi-

les de Plancy (noble cruzado fallecido en 1174) y Raimundo III de Trípoli.51

51

Raimundo gobernó el condado después del asesinato de su padre, Raimundo II, en 1152. En sus cam-

pañas contra los musulmanes fue hecho prisionero por Nur al-Din, en 1164, siendo liberado en 1172.

Cuando el nuevo rey de Jerusalén, Balduino IV, accedió al trono como heredero, en 1174, Raimundo re-

clamó exitosamente la regencia como el primer pariente masculino más próximo de Balduino, un niño y

enfermo de lepra. La regencia terminó cuando Balduino alcanzó la mayoría de edad (entre 1176-1177),

pero Raimundo siguió tomando parte activa y muy influyente en los asuntos del reino. La muerte de

Raimundo III de Trípoli será en 1187.

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~ 42 ~

CHARTRES (FRANCIA)

Como obispo de Chartres, nombrado por el rey Luis VII de Francia, comenzó su pon-

tificado Juan de Salisbury, influyente escritor y político, además de educador y peda-

gogo, que había sido secretario de Tomás Becket.52

52

Arzobispo de Canterbury y Lord Canciller de Inglaterra, de quien ya fuimos tratando en su momento.

Canonizado por el Papa Alejandro III el 12 de julio de 1174. Se conmemora el 29 de diciembre, día de su

martirio, en 1170.

Juan de Salisbury muere en 1180. Será entonces cuando despleguemos nuestro comentario sobre su per-

sona, trayectoria y legado.

Sí podemos decir ahora que era descendiente de anglosajones, no de normandos, siendo posiblemente

un clérigo de origen humilde, cuya carrera dependió de su educación. Más allá de eso, y del hecho de

aplicarse a sí mismo el título de Parvus, pocos detalles son conocidos acerca de su vida temprana. De sus

propias declaraciones se tiene que llegó a Francia alrededor de 1136, y que comenzó estudios regulares en

París, perteneciendo al círculo del célebre Pedro Abelardo (muerto en 1142 y al que ya la dedicábamos

nuestra atención en varios momentos y en el de su muerte).

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~ 43 ~

GODSTOW (INGALTERRA)

A la edad de 26 años, en reclusión monástica y enferma, en Godstow,53

murió Rosa-

munda Clifford, conocida como Rosamunda (La Rosa del Mundo), amante (no la única)

del rey Enrique II de Inglaterra. Hacemos el siguiente relato sobre ella, rival de la gran

reina Leonor de Aquitania.54

53

Cerca de Oxford.

54

De Rosamunda Clifford, bella y educada, tenemos en realidad pocos datos históricos ciertos, pero ali-

mentó leyendas de ensalzamiento así como por parte de sus detractores, que la llamaron La Rosa In-

munda. Se desconoce la fecha exacta de su nacimiento, siendo probable la de 1150. Sus padres, Walter de

Clifford y Margaret Isobel de Tosny, eran los dueños del castillo de Clifford, situado a orillas del río

Wye, fronterizo en el País de Gales. Rosamunda tenía dos hermanas y tres hermanos.

La joven Rosamunda habría visto por primera vez al rey Enrique en 1165, durante una de las campañas

del monarca en esa zona de sus dominios.

Cuando Rosamunda se convirtió en amante del rey, la reina Leonor estaba embarazada de su último hi-

jo, quien se convertiría en Juan I de Inglaterra, conocido como Juan Sin Tierra. A pesar de esperar un hijo

del rey, la pareja hacía tiempo que se había distanciado, sintiéndose Leonor bastante relegada.

En 1173, tras la rebelión de Leonor y sus hijos contra Enrique, el rey se reconcilió con sus vástagos pe-

ro no tuvo piedad con su esposa a la que recluyó durante 15 años. Su muerte será el 31 de marzo de 1004,

después de la de Enrique (6 de julio de 1189).

La reina Leonor, antes y durante su cautiverio, vio amenazada su posición de soberana inglesa, pues

existía la probabilidad de que su marido pidiera la nulidad de su matrimonio alegando consanguinidad. El

peligro, sin embargo, fue mitigado por la defensa del Papa (Alejandro III) a la causa de Leonor. La Santa

Sede, desde la consideración canónica, se resistió a una posible separación o disolución de la pareja.

A pesar de que Rosamunda Clifford se mostró como una verdadera o molesta amenaza para Leonor de

Aquitania, las historias acerca de un posible envenenamiento de la amante por parte de la reina carecen de

fundamento.

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~ 44 ~

EPÍLOGO I

EL MONASTERIO DE SANTA CRUZ DE RIBAS DE CAMPOS

La iglesia del monasterio de Santa Cruz, construida ya en el siglo XIII, en la localidad

palentina de Ribas de Campos es un magnífico ejemplo de transición (apuntada) entre el

románico (palentino) y el gótico siguiendo la tradición cisterciense de su origen cons-

tructivo, si bien se le fueron añadiendo posteriores reformas y ampliaciones durante los

siglos XIV y XV. Es edificada sobre planta de cruz latina y consta de tres naves abo-

vedadas con arquerías de crucería compuesta, con terceletes55

(naves laterales) o bien

con tracería56

estrellada (nave central), siendo esta última una reforma correspondiente a

un gótico posterior. El tramo de la nave correspondiente al presbiterio está cubierto con

bóveda de crucería simple.

La bóveda de la capilla mayor, de menor altura que el presbiterio, es pentapartita, ge-

nerando un ábside poligonal de cinco lienzos en los que se abren otros tantos ventanales

ojivales y abocinados de doble arquivolta. En el exterior, el ángulo que forman los

lienzos del presbiterio y el transepto es tapado por dos absidiolos bajos de cabecera

recta y casi cuadrados. Los lienzos de ambos absidiolos, orientados al este, están abier-

tos por dos ventanales similares a los del ábside.

Se entraba a la iglesia por dos portadas: la abierta a occidente formada por tres arqui-

voltas ojivales y la abierta al norte ofreciendo simplemente arco de medio punto.

En la sala capitular se conecta con el lienzo meridional de la iglesia a través de la sa-

cristía. Dicha sala es de planta cuadrangular, mostrándose cubierta con bovedillas de

crucería simple que sostienen cuatro columnas centrales, cilíndricas y de fuste liso, de

las que parten los nervios (palmeriformes) dando lugar a nueve tramos de bóveda.

Entre los nervios y los fustes hay capiteles con cimacio, la mayoría de los cuales están

decorados con temas vegetales y animales, de tradición cisterciense, si bien algunos tie-

nen labra historiada, en particular el que presenta a dos caballeros montados a caballo,

con yelmos y lanzas, luchando en singular torneo. El muro orientado al oeste está

abierto con dos ventanales geminados, con intradós consistente en dos arquillos apoya-

dos en capiteles de hojas de acanto y columnillas pareadas a modo de ajimez, y en me-

dio una puerta, formando tres arcos de medio punto. Cabe suponer que en la plaza, aho-

ra cubierta de maleza, que se extiende ante el recodo de la iglesia y la sala capitular hu-

55

Se llama tercelete o arco tercelete a cada uno de los nervios (o arcos) de una bóveda de crucería com-

pleja o propia del gótico tardío.

56

Se llama tracería al elemento arquitectónico-decorativo, pétreo o de madera, formado por combinacio-

nes de figuras geométricas. En la arquitectura gótica más temprana, la tracería se encuentra aplicada en la

coronación de ventanas y arcos, siendo posteriormente utilizada articulando y decorando rosetones, bó-

vedas, gabletes y pináculo, o cubriendo superficies murales planas como las del coro.

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~ 45 ~

bo en su momento un claustro, del que subsisten restos de la panda que daba acceso a la

sala capitular.57

Presentamos seguidamente galería fotográfica.

57

A pesar de haber sido declarado este conjunto Monumento Histórico-Artístico (año 1931), actualmente

se encuentra todo bastante deteriorado y en peligroso abandono, con expolio, formando parte de una finca

particular.

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~ 48 ~

EPÍLOGO II

IMPORTANCIA DE LA BATALLA DE MIRIOCÉFALO

Abundamos en este epílogo sobre la batalla de Miriocéfalo, con sus antecedentes y

algunos pormenores, desde preguntarnos si fue golpe psicológico o derrota decisiva, o

bien una simple refriega fronteriza con derrota del Imperio Bizantino.58

La batalla fue como una espina clavada en la sandalia de un peregrino, dejando una

indeleble impronta en la conciencia de los bizantinos, tal como sucediera un siglo en la

batalla de Manzikert (19 de agosto de 1071). Hacia finales del año 1175 el poderío de

los turcos selyúcidas, bajo el acicate del sultán Kilij Arslan II (1156-1192), se había tor-

nado tan amenazante que el basileo Manuel I Comneno Megas (1143-1180) decidió

confrontarlo de manera definitiva. La idea del emperador era marchar directamente so-

bre la capital del sultanato de Rüm, la ciudad de Qonya o Ikonium (Iconio) a fin de so-

meterla nuevamente al mandato imperial. Pero la empresa se malograría en los tortuosos

pasos de Tzyvritzé, a raíz de una emboscada hábilmente dispuesta por el sultán. Al decir

de algunos contemporáneos, el emperador bizantino ya no volvería a recuperar la son-

risa ni su característico humor jovial tras el desastre; no obstante, ¿tuvo Miriocéfalo las

mismas dimensiones de tragedia, los mismos efectos a largo plazo que Mantzikert? Es

lo que trataremos de develar a continuación.

La batalla de Miriocéfalo fue el último intento serio llevado a cabo por Bizancio para

recobrar sus posesiones orientales, perdidas, como queda dicho, en la anterior batalla de

58

Según la siguiente bibliografía o fuentes: Nicetas Choniates: Oh Ciudad de Bizancio, Memorias de

Nicetas Choniates; Miguel Psellos (2005): Vida de los Emperadores de Bizancio o Cronografía, Madrid,

Gredos; Roger de Hoveden: La Historia de Inglaterra y de Otros Países de Europa desde 732 hasta

1201, Vol. I, traducida del latín por Henry T. Riley; William Mitchell Ramsay (1890): Geografía

Histórica de Asia Menor, Londres; Steven Runciman (1980): Historia de las Cruzadas, vol. I, Alianza

Universidad, versión española de Germán Bleiberg; Franz Georg Maier (1983): Bizancio, Madrid, Siglo

Veintiuno Editores; Patlagean, E. y otros (2001): Historia de Bizancio, Barcelona, Crítica; Warren

Treadgold (2001): Breve Historia de Bizancio, Paidós; Diehl, C. (1963): Grandeza y Servidumbre de

Bizancio, Espasa-Calpe SA, Colección Austral; Norwich, J. J. (1997): Breve Historia de Bizancio,

Cátedra Historia Serie Mayor; Lehmann, J. (1989): Las Cruzadas, Los Aventureros de Dios, Ediciones

Martínez Roca S.A.; Zabarov, M. (1985): Historia de las Cruzadas, Biblioteca de la Historia, Akal

Editor; Cahen, C. (1975): El Islam, desde los orígenes hasta los comienzos del Imperio Otomano,

Editorial Siglo Veintiuno; (1989): Oriente y Occidente en Tiempos de la Cruzadas, Breviarios, Fondo de

Cultura Económica; Walker, J. M.: Historia de Bizancio, Edimat Libros S.A.; Cabrera, E. (1998):

Historia de Bizancio, Ariel Historia; Ostrogorsky, G. (1984): Historia del Estado Bizantino, Akal Editor;

(1954): Para una historia del feudalismo bizantino, Bruselas (Traducción de Juan Calatrava); Vasiliev, A.

A.: Historia del Imperio Bizantino, Libro dot.com, versión digital; Hendy, M. F. (1985): Studies in the

Byzantine Monetary Economy, C.350-1450, Cambridge, University Press; Baynes, N. H. (1974): El

Imperio Bizantino, Breviarios, Fondo de Cultura Económica; John W. Birkenmeier, J. W.: The De-

velopment of the Komnenian Army, History of Warfare Vol. 5; Claramunt, S. (1992): Las Claves del

Imperio Bizantino 395-1453, Universidad de Barcelona; Ahrweiler, H. (1984): La Pronoia en Bizancio,

Estructuras feudales y feudalismo en el mundo mediterráneo (siglos X-XIII); Chalandon, F.: The Later

Comneni. John (1118-1143). Manuel (1143-1180). Andronicus (1183-1185).

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~ 49 ~

Manzikert. Al momento de tener que enfrentar los fantasmas del fracaso, Manuel I

Comneno no dudó en comparar la derrota sufrida en Tzyvritzé con aquél “terrible día”

de 1071. No obstante, salvo por el efecto psicológico que causó en el carácter del em-

perador, Miriocéfalo apenas puede compararse en importancia y trascendencia con

Manzikert. Veamos esto con mayor detenimiento.

A diferencia de Manzikert, adonde se enfrentaron dos ejércitos de manera conven-

cional, alineados uno frente al otro sobre un campo relativamente plano, Miriocéfalo fue

esencialmente una emboscada tendida sobre un terreno muy accidentado. En la batalla

de 1176 los bizantinos no supieron sino hasta el último momento que tendrían que pe-

lear por sus vidas; su alto grado de preparación impidió que la jornada acabara en una

trágica carnicería, sobre todo si nos atenemos a los previos del enfrentamiento. Resulta

obvio que los errores tácticos de Manuel I posibilitaron que la trampa se cerrara sobre

sus desprevenidas fuerzas: no emplear exploradores, por un lado, y no apartar conve-

nientemente el tren de carga en el momento adecuado, por el otro, fueron dos yerros

imperdonables que se cobraron un altísimo precio. A ambos puede atribuirse a medias

el ignominioso final de la campaña de 1176.

Mientras que en Manzikert el emperador Romano IV Diógenes (1068-1071) pudo di-

rigir una carga de caballería acorde con los estratégicos manuales bélicos, guiando al

ejército imperial, en Miriocéfalo cada sección se vio obligada a actuar de manera inde-

pendiente, atendiendo a las órdenes de sus respectivos comandantes. La emboscada y el

difícil terreno condicionaron las comunicaciones entre las distintas unidades reducién-

dolas a su mínima expresión. Resultó que, al avanzar por un sendero estrecho, el ejér-

cito imperial entró en combate de manera secuencial: primero se desplegó la van-

guardia, que llegó al otro extremo del paso casi sin contratiempos; luego tocó el turno a

las alas, que, separadas del cuerpo principal por el tren de carga y seccionadas de la

vanguardia a causa de la distinta velocidad, debieron soportar solas el primer impacto de

la batalla; a continuación, el tren de carga fue inmovilizado por los disparos de los ar-

queros turcos, que remataron con facilidad a las bestias de tiro; la aglomeración conse-

cuente de la composición o vagones reservó el cuarto acto del drama a las fuerzas se-

lectas del emperador, mientras que en último término, la retaguardia, dirigida por

Contostéfano, apenas pudo cerrar filas con el cuerpo principal en su intento por orga-

nizar un poco mejor la resistencia.

En Mantzikert, Romano Diógenes entró en batalla con un traidor, Andrónico Ducas,

liderando las fuerzas de reserva; cuando el núcleo central comandado por el propio basi-

leo fue cercado por los turcos, la reserva brilló por su ausencia: Andrónico Ducas, más

concentrado en sus proyectos personales, había resuelto dar media vuelta y llevarse a

sus subordinados directamente a Constantinopla, abandonando al emperador a su suerte.

Por otra parte, dos de los generales que Romano había enviado hacia Ahalt, Roussel de

Bailleul y José Tarchaniotes, jamás regresaron para asistirle en el crucial enfrenta-

miento, perdiéndose en la inmensidad de la meseta de Anatolia. Lo que sucedió después

forma parte de la gran tragedia bizantina del siglo XI: Romano IV fue hecho prisionero

por Alp Arslan, el partido civil recuperó el poder en la capital, los turcos se instalaron

en casi todas las grandes ciudades de Asia Menor, el Imperio se vio sacudido por una

sangrienta secuencia de levantamientos militares y, al cabo de un tiempo, Alejo I Com-

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~ 50 ~

neno no tuvo más remedio que pedir ayuda al Papa para frenar el avance del Islam.

Hasta se podría decir que Manzikert fue la llave que abrió la puerta a las cruzadas.

Por el contrario, en Miriocéfalo participaron importantes dignatarios y numerosos ge-

nerales de intachable conducta y probada lealtad: Andrónico Contostéfano, Teodoro

Mavrozomes, Balduino de Antioquía, Andrónico Lampardas, Constantino Makroducas,

Juan Ducas, Andrónico Ángel y Juan Cantacuzeno, entre otros; ninguno tenía apeten-

cias personales con respecto a la púrpura imperial. Lo que es más, cuando se había es-

tablecido contacto visual con el enemigo a las puertas de Tzyvritzé, los generales más

veteranos aconsejaron al emperador dar media vuelta y buscar una vía más asequible

para llegar a Iconio, pero el basileo no prestó atención a sus palabras “aunque sí a las

de sus parientes de sangre, especialmente a las de aquéllos que jamás habían escu-

chado el sonido de las trompetas de guerra y que lucían cortes de cabello a la moda e

iban con relucientes y joviales rostros, portando collares de oro, gemas y piedras pre-

ciosas”.59

La responsabilidad y el compromiso asumidos para con el basileo y el Im-

perio se hicieron patentes durante la batalla, donde incluso algunos perdieron la vida.60

Miriocéfalo no se convirtió en un drama épico precisamente gracias al entorno de gente

confiable, capaz y experimentada con la que se rodeó el emperador para acometer la

campaña de su vida.

Cuando Romano IV Diógenes partió hacia Oriente en 1071, el gran objetivo de la

campaña era terminar con las incursiones y razias del invasor selyúcida y restablecer las

fronteras acorde con los límites establecidos casi sobre la línea del Eúfrates (Dvin, Van,

Edesa y Antioquía). Asia Menor era a la sazón una provincia enteramente bizantina y,

aunque el sistema de estratiotas61

estaba al borde del colapso, existía una aceitada ad-

ministración desplegada a lo largo de los themas anatólicos que hundía sus raíces en la

capa de ricos terratenientes que pululaban en la Península.62

Por el contrario, en 1176, al

momento de emprender la marcha, Manuel I era la cabeza de un Imperio eminentemente

europeo. De las provincias asiáticas poco era lo que quedaba tras el desastre de Man-

zikert; apenas el litoral egeo y póntico y algunos parches de autoridad dispersos por Ci-

licia y Antioquía. La estrategia había cambiado sensiblemente ajustándose a lo que dic-

59

Nicetas Choniates: Oh Ciudad de Bizancio, Memorias de Nicetas Choniates, Libro VI, pág. 179.

60

Por ejemplo Juan Cantacuzeno y Balduino de Antioquía.

61

Soldados campesinos a los que se les pagaba sus servicios con tierras.

62

Los themas o themata, muy relacionados con los estratiotas, fueron las principales divisiones adminis-

trativas del período medio del Imperio Bizantino. Se establecieron en la segunda mitad del siglo VII a raíz

de las conquistas musulmanas de partes del territorio bizantino, y sustituyeron al anterior sistema pro-

vincial establecido en tiempo de los emperadores romanos Diocleciano e Constantino I el Grande. En su

origen, los primeros themas fueron creados a partir de las áreas de campamento de las tropas de campaña

del ejército Romano de Oriente, y sus nombres correspondían a las unidades militares que existían en esas

áreas. El sistema de los themas alcanzó su apogeo en los siglos IX y X, cuando los antiguos themas fue-

ron divididos y se crearon otros nuevos como resultado de la conquista de nuevos territorios. El sistema

original sufrió cambios significativos en los siglos XI y XII, pero el término se mantuvo en uso como

circunscripción provincial y financiera hasta el final del Imperio.

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taminaba la realidad: los turcos estaban firmemente afincados en el corazón de Capa-

docia y hacia allí partió el tercer Comneno (Manuel I) para intentar quebrantar de una

vez y para siempre su poderío. Ya no se trataba de defender una lejana frontera em-

plazada a casi mil kilómetros al este de la capital imperial; lo que estaba en juego ahora

era la seguridad de los fértiles valles del Meandro, del Sangario y del Hermos, casi en la

puerta trasera de Constantinopla.

Quizá sea en este aspecto donde las batallas de 1071 y 1176 guardan las mayores si-

militudes. Tanto Romano como Manuel eran emperadores que gustaban de dirigir en

persona las acciones bélicas y no precisamente desde una distancia prudencial. Antes de

ascender al trono, Romano IV había batallado contra los pueblos nómades de la frontera

danubiana, pechenegos y uzos, y contra los turcos, siendo ya emperador, había enca-

bezado dos expediciones previas a la de Manzikert.63

Estrictamente en el ámbito del

juego comparativo que hemos establecido entre uno y otro enfrentamiento, el emperador

en cuestión se ocupó de liderar el cuerpo central del ejército imperial: unos quince mil

soldados suministrados por los themas asiáticos y por los tágmatas. Tal vez su mayor

yerro táctico haya sido por un lado separar sus fuerzas antes de entrar en batalla y por el

otro, disponer una carga a fondo contra un enemigo mucho más dinámico y ágil, sin te-

ner en cuenta que el terreno escogido no le favorecía en lo absoluto. Lamentablemente

la planicie en torno al fuerte de Manzikert era un páramo abierto y sin obstáculos na-

turales de relevancia, un lugar ideal donde los turcos podían echar mano a su táctica

predilecta de huídas fingidas y contraataques demoledores. Al margen de lo anterior,

Romano se batió heroicamente en la batalla, y su valía nos ha llegado a través de la

pluma de uno de sus mayores detractores, Miguel Psellos (en su Cronografía, páginas

447-448), diciendo: “lo que ocurrió después es algo que no puedo alabar, pero que soy

también incapaz de censurar. El emperador asumió en persona todo el peligro. En efec-

to, si alguien valorase al emperador por ser un guerrero intrépido y arrojado, tendría

en ello material suficiente para un encomio. Pero si, por el contrario, considerase que

él se expuso a los peligros de manera irreflexiva, a pesar de que habría sido preciso

que se mantuviera apartado del frente de acuerdo con la estricta lógica militar por su

condición de comandante en jefe del ejército, para dar las oportunas órdenes a sus tro-

pas, encontraría entonces mucho que censurar en su comportamiento. Yo por mi parte

estoy con los que lo alaban, no con los que lo censuran”. Miguel Ataliates también se

ocupó de destacar el desempeño del emperador como guerrero: “Atacado por el sultán,

el emperador instruyó a sus hombres para que no se rindieran ni mostraran una actitud

cobarde. Pelearon así, con bravura, durante largo tiempo… A pesar de estar rodeado,

él no se rindió fácilmente; tratándose de un soldado experimentado, luchó valiente-

63

En la lucha contra los pechenegos, que Constantino X había librado con relativo éxito (1064 y 1065),

se había destacado especialmente un magnate de Capadocia llamado Romano Diógenes. Dada la angus-

tiosa situación militar que atravesaba el Imperio, las acciones de Romano no pasaron desapercibidas en

los círculos de poder de Constantinopla. Fue llamado de inmediato a la capital y presentado a la empe-

ratriz como futuro soberano. A Eudocia no le quedó más remedio que prestar su consentimiento para la

boda, tanto más por cuanto el patriarca Juan Xifilinos no puso reparos en plegarse a los intereses del

partido militar. Así, pues, el 1 de enero de 1068 Romano Diógenes fue coronado emperador con el nom-

bre de Romano IV.

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mente contra sus asaltantes, matando a muchos de ellos, hasta que, cortado en una ma-

no por una espada enemiga, fue obligado a desmontar y seguir peleando a pié” (Mi-

guel Ataliates, Historia, páginas 162-163).

Manuel I Comneno, cuyos errores tácticos ya han sido profusamente comentados,

también alternó buenas y malas en el paso de Tzyvritzé. A los pasajes en la obra de

Nicetas Choniates que realzan el coraje y arrojo del basileo se le pueden oponer otros

que muestran a un emperador superado por la situación e inmerso en una crisis emo-

cional de proporciones. Con todo, mientras a Romano lo perdió un entorno político ad-

verso y conspirador y un ejército que rayaba en lo mediocre, a Manuel, por el contrario,

lo perdieron sus propias limitaciones como militar.

Mientras la derrota de Manzikert abrió las puertas a la conquista turca de Asia Menor,

cosa que en los hechos ocurrió entre los años 1071 y 1081, la debacle de 1176 no su-

puso pérdidas territoriales inmediatas. De las condiciones aceptadas por Manuel para

sellar una nueva paz, esto es, la demolición de las fortalezas de Dorileo y Subleo, sólo

se cumplió con el desmantelamiento de la segunda. Dorileo siguió en manos bizantinas

y no fue sino la muerte del emperador, acaecida en 1180, y la inoperancia de sus suce-

sores, lo que animó a los selyúcidas a ir por más. No conseguirían mucho sin embargo;

en el período que va desde Miriocéfalo hasta la cuarta cruzada (1202-1204) sólo unas

pocas plazas se deslizarían hacia el control turco: Sozópolis y Cotileo en 1182, Dadybra

en 1186 y Dorileo en 1190. Además, al marchar en la vanguardia, los regimientos orien-

tales prácticamente resultaron indemnes al término de Miriocéfalo, a tal punto que en

los dos años siguientes a la batalla obtendrían algunos triunfos en el valle del Meandro y

en Claudiópolis.

En ninguno de los dos casos existen fuentes confiables para las bajas sufridas. Sólo a

través de un análisis pormenorizado del desempeño de cada ejército y de la suerte co-

rrida por sus respectivas secciones se pueden aventurar cifras. Para Manzikert habría

que atenerse estrictamente a lo sucedido en el campo de batalla: cómo en determinado

momento la reserva (5.000 ó 6.000) se evadió tras la figura de Andrónico Ducas y cómo

dicha visión puso fin a la resistencia de las alas (5.000 soldados cada una) empujando a

sus integrantes a una alocada huída. Si estimamos que el centro fue el único segmento

que luchó hasta el final (junto con Alyattes en el ala derecha) entonces se hace evidente

que el grueso de las bajas se produjo durante la luz crepuscular, cuando Romano in-

tentaba salvar la jornada volviendo a formar a sus hombres de espaldas al campamento

imperial. ¿Diez o a lo sumo quince mil bajas? De seguro no más. Lo que nos lleva

nuevamente a poner en tela de juicio las aseveraciones de Psellos:64

“Entonces, mien-

tras el emperador de los romanos es conducido hacia el campo enemigo como un pri-

sionero de guerra, nuestro ejército se dispersa. Sólo una pequeña parte escapó, mien-

tras que la mayoría, o bien fueron hechos prisioneros, o bien cayeron bajo las espadas

rivales”.

Considerando el imperio o reinado de Manuel I Comneno (1143-1180), puede decirse

que se presenta un problema parecido, ya que Choniates nunca cita cifras en este senti-

64

Cronografía, pág. 448.

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do. Por el contrario, sus párrafos están más en la tónica de Psellos y son del estilo: “La

mayor parte de los romanos cayeron, como sucedió con la mayoría de los hombres

ilustres y parientes del emperador. Cuando la nube de polvo se hubo asentado y la ne-

blina cegadora se hubo disipado, se veían cuerpos enterrados hasta la cintura (¡hay,

que lamentable el espectáculo!) y cadáveres entrelazados”. Con todo, se puede aseverar

que, mientras que las fuerzas conducidas por Romano perdieron entre un 30 y un 40 %

de sus efectivos, en 1176 esa relación se redujo al 20 ó 25 %. Además, en el caso de

Miriocéfalo, el mayor número de bajas perteneció a la sección de las alas, dónde preva-

lecían los mercenarios latinos. A ello básicamente puede atribuirse la victoria de Hye-

lion y Leimocheir obtenida por los regimientos orientales al año siguiente.65

Existe una amplia brecha entre la capacidad técnica y el grado de adiestramiento de

los ejércitos bizantinos de 1071 y 1176. En cuanto al número de efectivos que con-

formaba la hueste reunida por Romano, las fuentes no se ponen de acuerdo al respecto.

Aquéllas que proceden del bando victorioso tienden a inflar el número a los efectos, de

sobredimensionar un resultado de por sí concluyente: 200.000, 300.000 y hasta 400.000

soldados, una cifra imposible de reunir para un Imperio que, en las postrimerías del si-

glo XI se hallaba en franco proceso de decantación y retroceso; lo único que consiguen

con ello es el efecto contrario, dado que, al mismo tiempo, minimizan la magnitud de

las fuerzas selyúcidas. El monje y cronista armenio Mateo de Edesa, por su parte,

aventura el increíble cálculo de 1.000.000 de hombres, agregando búlgaros, godos y cri-

meanos al largo listado de reclutas de la Babel bizantina. Tal vez lo más adecuado sería

quitar un cero a las cifras de los historiadores musulmanes para llegar al número pro-

bable de efectivos: 30.000, 40.000 o 50.000 incluyendo los no combatientes: ingenieros,

zapadores, escuchas, sirvientes, forrajeadores, ambulancieros… Pero, ¿cuántos eran

griegos de nacimiento? A juzgar por el grado evidente de descomposición del viejo sis-

tema de themas no parece descabellado arriesgar un porcentaje ubicado en el orden del

30 al 40 % (entre combatientes y no combatientes). Una cifra que sigue siendo respe-

table si no fuera porque el grado de preparación y adiestramiento dejaba mucho que

desear: la gran mayoría de los soldados nativos no disponía de un equipamiento ade-

cuado, se caracterizaba además por la falta de disciplina y tenía poco en común con

aquellos guerreros que habían integrado las clásicas formaciones de los siglos VII, VIII,

IX y X (bandas, turmai, y themai).

Muy por el contrario, el ejército de Manuel Comneno era una fuerza muy profesional

que, aún siendo numéricamente inferior a los ejércitos del siglo anterior, les superaba

ampliamente en cuestiones técnicas. Aunque el componente griego del ejército era lige-

ramente mayor al de los tiempos de Romano, el elemento latino seguía teniendo un im-

portante peso específico. Pero inclusive entre las tropas mercenarias procedentes de

Occidente se notaba la evolución de los caballeros e infantes; las guerras y los cada vez

más populares torneos y justas ecuestres, en tanto que juegos bélicos, habían dado como

65

La negativa de Manuel a desmantelar Dorileo, motivó la reacción de Kilij Arslan, quien despachó a

una fuerza algarera de veinte mil hombres bajo el mando de un de sus atabeks con la intención de barrer

el valle del Meandro. El ejército invasor fue emboscado por Juan Vatatses antes de cruzar el Meandro y

derrotado ignominiosamente en la batalla de Hyelion y Leimocheir (año 1177).

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resultado mejores técnicas de combate, armamentos superlativos, defensas más resisten-

tes, caballos mucho más tenaces y soldados mejor preparados. Lo que no es otra cosa

que la selección natural aplicada al ámbito castrense. En definitiva, la calidad del ejér-

cito imperial evitó que la derrota se convirtiera en desastre cuando Manuel cometió el

trágico error de no recurrir a exploradores antes de internarse en Tzyvritzé.

Por último, la situación interior y exterior del Imperio fue sustancialmente diferente en

uno y otro caso. En 1068, apenas subido al trono, Romano IV se encontró con que los

recursos para hacer la guerra a los enemigos del Imperio eran dramáticamente insufi-

cientes. De un lado, la tesorería padecía la estrechez del reflujo comercial provocado

por las invasiones turcas en Medio Oriente, y del otro, el descuido de la legislación an-

tilatifundista, el generalizado licenciamiento de tropas y los caprichosos recortes al pre-

supuesto militar habían creado un caos en el otrora eficaz sistema de themas. Tal vez si

la situación internacional hubiese estado más aplacada, la debacle del potencial bélico

bizantino no habría quedado tan en evidencia. Pero hacia 1068 el Imperio soportaba el

ataque sistemático de sus vecinos inmediatos. Aparte de los selyúcidas en el este, había

enemigos por todos lados. En los Balcanes, dos pueblos nómades, los uzos y los pe-

chenegos, hacían de las suyas vadeando ocasionalmente el límite natural del Danubio e

internándose en provechosas partidas de saqueo por la provincia de Bulgaria. Mientras

que en Italia, los themas bizantinos de Apulia y Calabria se debatían al borde del abis-

mo ante la amenaza de un nuevo adversario: los normandos de Roberto Guiscardo. Aca-

barían conquistados en 1071 sin tan siquiera recibir ayuda de Constantinopla.

Con todo, lo más grave de la situación vivida por el Imperio en tiempos de Manzikert

eran los desacoples existentes entre las facciones que se disputaban el poder: la aristo-

cracia militar y el partido de los civilistas, la primera insertando sus raíces en la gran

propiedad y el segundo, nutriéndose de los privilegios y de las ventas de cargos admi-

nistrativos, en otras palabras, de la corrupción. En cierto modo, la batalla de Manzikert

fue el corolario de la lucha entra la nobleza civil y la aristocracia militar. En el campo

de batalla, además de jugarse la suerte del Imperio Bizantino frente al eterno rival mu-

sulmán, se definieron otras cuestiones no menos relevantes:

a. La preeminencia de un tipo de nobleza sobre otro.

b. La supremacía de la pequeña propiedad sobre el latifundio.

c. La naturaleza misma del estado bizantino en tanto que poder centralizado frente a

las tendencias feudalizantes de los dunatoi.66

En los tiempos de Miriocefalo, en cambio, el estado bizantino vivía una época más re-

lajada. La pronoia67

se había impuesto como formación económica y social feudal y de

66

A mediados del siglo XI, los ricos terratenientes al frente de la administración y el gobierno de los

themas imperiales conformaban una especie de casta denominada dunatoi.

67

El sistema de donación y propiedad de tierras en Bizancio, en cierto modo comparable al sistema feu-

dal de Occidente.

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las sangrientas disputas entre civilistas y partidarios de los dunatoi ya no quedaban ni

los ecos. El estado de los Comneno se había ido consolidando lenta pero firmemente;

los tres primeros emperadores de la dinastía habían catapultado al Imperio al rango de

potencia de primera fila y no se registraban conatos de golpes de estado desde que Ana

Comneno intentara desplazar a su hermano Juan en beneficio de su marido, Nicéforo

Brienio, cuestión que había acontecido a la muerte de Alejo I (año 1118). Sin embargo,

no todo era color de rosas; la economía se había concentrado en pocas manos y el co-

mercio marítimo yacía bajo la órbita de los mercaderes italianos procedentes de Vene-

cia, Pisa, Génova y Amalfi. Por otra parte, la estabilidad interna se había logrado en

gran medida gracias al carisma y a la fuerte personalidad de los tres primeros represen-

tantes de la dinastía: Alejo I, Juan II y Manuel I. Si bien las riendas del poder recayeron

sobre personajes insignificantes o regentes, la situación dio un giro de ciento ochenta

grados, surgiendo al unísono todos los problemas que habían quedado opacados por las

magnas figuras de aquéllos.

Concluiremos teniendo en cuenta la situación de Asia Menor en el momento de la

batalla de Miriocéfalo (año 1176), diciendo que dicha batalla, más que decisiva, fue en

realidad la fosa común de numerosos sueños que ya no podrían cumplirse, y de hecho

no se cumplirían jamás. La consecuencia inmediata de la batalla fue que el sultanato de

Qonya (Iconio) se mantuvo incólume, aunque acusó el impacto de las cuantiosas bajas

sufridas. No en vano Kilij Arslan mandó a los suyos a mutilar cadáveres para que su

victoria no fuera puesta en entredicho por algún curioso empedernido ávido de conocer

la verdad. La batalla de 1176 más que significar nuevas pérdidas territoriales representó

un duro despertar a la cruel realidad: que el Imperio no era una fuente inagotable de re-

cursos, y que sus fuerzas armadas, por más calificadas que estuviesen, no constituían el

medio ideal para encarar la aún deseada Renovatio Imperii. A la postre, la Historia se

encargaría de demostrar que la muerte de Manuel I tendría un peso relativo mucho ma-

yor que el de los sangrientos y dramáticos eventos ocurridos entre las paredes rocosas y

los acantilados de Tzyvritzé. Si hemos de analizar la caída de los Imperios a través del

prisma de los hechos desgraciados, la cuarta cruzada lleva amplia ventaja como factor

determinante de la debacle de Bizancio, inclusive considerando a Manzikert y Mirio-

céfalo juntas.

Podemos referirnos también a las lecciones moralistas de Nicetas Choniates. El lector

debe avanzar con cautela, tratando de separar convenientemente el relato histórico de

las numerosas lecciones moralistas a las que tan asiduamente se entrega el cronista bi-

zantino. En el Libro VI dedicado a la batalla de Miriocéfalo, Choniates, además de

copiarse de Homero y de la Biblia, introduce varios párrafos que pretenden transmitir

una enseñanza al mismo tiempo que una crítica despiadada hacia el emperador. Veamos

cada uno de ellos.

El emperador Manuel hizo un alto para descansar bajo la sombra de un peral

salvaje y recuperar la energía perdida; no portaba armadura, ni había lanceros

cerca y tampoco iba acompañado de su guardia personal. Cuando un caballero,

un hombre común de humilde condición, vio al emperador, sintió pena y se

aproximó a él y, movido por la devoción, se ofreció con entusiasmo a servirle al

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máximo de sus capacidades; entonces le ajustó el casco, que se había deslizado

hacía uno de los lados (pág. 184).

Parece evidente que el cronista bizantino introduce o inventa una anécdota insignifi-

cante en el marco de la trascendental batalla, para enviar un mensaje a quienes gobier-

nan de manera opresiva y sesgada: la autoridad procede de Dios (Manuel se sienta a

descansar y a recuperar su energía bajo la sombra de un peral salvaje) y se justifica sólo

a través del pueblo (no es un noble ni un soldado selecto quien se acerca para asistirle

en la soledad sino un hombre común de condición humilde).

Antes de reunirse con ellas68

y hallándose aún en la región surcada por el arro-

yo, el emperador, que padecía con severidad a causa de la sed, le ordenó a uno

de sus hombres que llenara un cubo con agua y se lo trajera para así poder beber.

Tomando tan solo lo necesario para humedecer el paladar,69

Manuel derramó el

resto sin poder llegar a experimentar el placer del líquido pasando a través de su

garganta. El agua para beber, según su propia inspección, estaba contaminada

con sangre; por lo que se lamentó en voz alta y agradeció no haber probado a

través de ella la sangre de los cristianos. Otro hombre que estaba parado allí cer-

ca, que aparentaba ser más impulsivo e imprudente, sin rubor alguno comentó:

“¡Qué pasa contigo, oh emperador, esto ciertamente no es así, o no! Esta no es

la primera vez; muy a menudo, en el pasado, has bebido hasta la embriaguez de

vasijas de vino conteniendo únicamente sangre cristiana, agotando y estrujando

a vuestros súbditos”. El emperador alegremente soportó la acusación y el incor-

dio de este abusivo individuo haciendo como si no le escuchara o pasando por

alguien que no tiene reproches en su boca.70

La idea de beber agua mezclada con sangre cristiana durante un respiro de la batalla es

una posibilidad que mortifica al emperador. En consecuencia, Manuel sólo emplea una

pequeña dosis para humedecer sus labios, derramando el resto en el suelo, práctica-

mente sin cavilar. El párrafo del cronista griego es cuanto menos sugerente: el basileo

halla reparos morales e impedimentos religiosos en sorber agua contaminada por la san-

gre de sus soldados muertos y, sin embargo, en la vida cotidiana es un parásito de su

propio pueblo, al cual le succiona hasta la médula a través de exacciones impositivas

desmesuradas. Los privilegios otorgados a favor de mercaderes foráneos y la cesión de

pronoias en beneficio de occidentales son dos temas que Choniates aborda elíptica-

mente. El único damnificado de la rapaz política económica de Manuel I no es el grupo

de comerciantes italianos que se pavonean en los muelles de Constantinopla, ni el de

nobles latinos que acuden a enrolarse en el ejército imperial: es el común de la gente

68

Las tropas.

69

Ilíada, 22, 495.

70

Cf. Sal 37, 15 (Nicetas, pág. 185).

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que por afrontar los gravosos impuestos vive una vida miserable y lastimosa. Tal vez el

fin último del historiador bizantino sea el de achacar a los males de esta época las des-

gracias que sobrevendrían no bien comenzado el siglo XIII.

Las enseñanzas moralistas de Choniates se suceden sin solución de continuidad, como

podemos ver en el texto siguiente:

Cuando el emperador divisó que los turcos estaban rasgando las bolsas de di-

nero de su tesoro y se apropiaban de las monedas de oro y plata esparcidas por el

suelo, exhortó a los romanos que estaban a su alrededor a caer sobre el enemigo

para recuperar el dinero sobre el que tenía más derecho que los bárbaros que lo

estaban saqueando. Entonces el mismo hombre que antes le acusara con descaro

una vez más se adelantó y descaradamente vilipendió al emperador por dar esa

orden: “Esas monedas deberían haber sido ofrecidas voluntariamente a los sol-

dados más temprano, no ahora, cuando ellos sólo pueden ganarlas a través de

grandes sacrificios y derramamiento de sangre. Si él (Manuel) es un hombre

fuerte como se jacta que es, a menos que sea el vino agrio el que habla,71

de-

jadle buscar a él solo las monedas que están pillando los turcos y que después

valientemente les destroce, restaurando el luto de los romanos”. Manuel, una

vez más, guardó silencio ante estas palabras, sin siquiera quejarse o murmurar

entre dientes aunque padeciendo la temeridad del maldiciente tal como había he-

cho David con el descaro de Semeí.72

Otra vez es el mismo hombre, un individuo impulsivo y muy imprudente, tal como lo

define Choniates, quien reprende con acritud la actitud miserable y egoísta del empe-

rador. Tal cual parece, el cronista oriental proyecta en la figura del crítico desconocido

la manera de proceder de la chusma para hacer escuchar sus reclamaciones: protegerse

en el anonimato de la multitud, actuar de manera impulsiva y laborar de forma impru-

dente como consecuencia de la exaltación. Al no haberse producido tumultos ni revuel-

tas populares contra Manuel por causa de su política económica e impositiva, Nicetas se

vale de este recurso literario para montar una asonada imaginaria cuya declamación

esencial es evidente; la protesta busca denunciar la injusticia que comete Manuel con su

pueblo explotado casi hasta el sacrificio humano. El emperador es el causante de la pér-

dida de dignidad tanto como de la pérdida de esperanza de su gente. Y un pueblo sin es-

peranzas es fácil de conquistar. Quizá el erudito bizantino esté identificando en los tiem-

pos de Manuel las causas que desembocaron en la conquista de Constantinopla por la

cuarta cruzada en 1204, cuando el magro desempeño de los defensores les valió el mote

de afeminados impuesto por los victoriosos latinos.73

71

Menciona aquí un proverbio que nos resulta desconocido.

72

Cf. 2 Sam 16, 5-10.

73

Todavía hoy resulta difícil comprender cómo una ciudad con casi quinientos mil habitantes fue con-

quistada por un ejército de no más de quince mil individuos como fue el que se plantó frente a sus muros

en 1204.

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Consideremos también el texto siguiente:

El emperador mismo padeció las tribulaciones de innobles intenciones. En

cuanto anunció al resto de sus compañeros sus planes para huir y abandonar a

tantas almas a la esclavitud o la muerte, sus palabras afectaron al auditorio, espe-

cialmente a Contostéfano, por parecer frases pronunciadas por alguien que había

perdido la cordura o daba vueltas, atontado. Aquellos que se habían reunido para

considerar los cursos de acción a seguir se llevaron directamente al corazón lo

que habían oído pero cuando un soldado desconocido que estaba parado fuera de

la tienda escuchó el proyecto imperial, levantó su voz para lamentarse: “Ay,

¿qué son estas cosas que el emperador ha puesto en su cabeza?”. Dirigiéndose

con vehemencia hacia Manuel, prosiguió: “¿Vos no erais la misma persona que

nos presionabais para adentrarnos en estos desfiladeros y acantilados, expo-

niéndonos a la ruina total, el mismo que nos impedíais la salida de estas hon-

donadas y montañas?74

¿No sería la travesía a lo largo de estos ásperos y duros

caminos la misma cosa que pasar a través de valles de lamentos o la boca del

infierno?75

¿Y ahora nos entregas al enemigo como ovejas al matarife?”.76

Herido en el corazón, Manuel cedió en su alma y eligió otra alternativa más ade-

cuada.

La escena puede haber sucedido o no; no lo sabemos a ciencia cierta, pero sirve a los

fines del historiador para establecer la preeminencia de la voz del pueblo por encima de

la de las facciones involucradas, como en este caso podría ser la de la aristocracia afín a

la figura del basileo. Ya que los aristócratas se evadirán junto a Manuel en el momento

preciso (las horas de la noche), nadie en el pabellón imperial levanta la voz para pro-

testar, pese a que todos se muestran consternados ante la idea de abandonar a la tropa.

Se inserta a continuación la carta de Manuel I, emperador de Constantinopla (Bizan-

cio) al rey Enrique II de Inglaterra:77

Manuel Porfirogenita Comneno, el emperador, siempre fiel a Cristo, coronado

por voluntad celestial, el sublime, potente, exaltado, siempre augusto, goberna-

dor de los romanos, a Enrique, el más noble rey de Inglaterra, su más amado

amigo, salud y bendiciones.

74

Cf. Lc 23, 30.

75

Sal 83, 7.

76

Sal 43, 23.

77

Extraída de las Anales de Roger de Hoveden sobre la historia de Inglaterra y de otros países de Eu-

ropa, desde 732 a 1201. Carta entregada en el mes de noviembre, en el año 10 de la indicción.

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Resulta imperioso para nuestra oficina imperial notificaros, a vos, su muy esti-

mado amigo, todas aquellas cuestiones que son consideradas pertinentes de ser

informadas, sobre aquellos eventos que han tenido lugar últimamente. Ahora y

desde los primeros tiempos de nuestra coronación, nuestra oficina imperial ha

propiciado en nuestros corazones el odio hacia los persas, enemigos de Dios,

cuando los vieron alardeando frente a los cristianos, triunfando en el nombre de

Dios, y conservando las tierras arrebatadas a nuestra gente. Por tanto, presentada

la ocasión, se realizó un ataque contra ellos sin demora alguna, tal como Dios

concedió hacer, así se hizo.

Con respecto a las hazañas que frecuentemente han sido perpetradas, tanto co-

mo a las humillaciones y pérdidas, la cancillería imperial considera que las mis-

mas no han escapado a vuestro conocimiento. Sin embargo, recientemente hubi-

mos determinado también liderar un ejército muy numeroso en su contra y lan-

zar una ofensiva en contra de toda Persia, dado que por las circunstancias nos

vimos obligados a hacerlo de esta manera. Pero los preparativos fueron llevados

a cabo no conforme a lo que hubiésemos deseado, o a lo que aparecía como más

apropiado para nuestros objetivos. Sin embargo, en la medida en que la ocasión

y el estado de los eventos nos lo permitieron, se utilizaron todos los medios dis-

ponibles para asegurar una poderosa ofensiva sobre ellos.

Consecuentemente, nuestra oficina imperial se abocó a reunir los materiales y

artefactos, mangoneles78

y pedreros, usualmente empleados para el bombardeo

de ciudades. Pero, teniendo en cuenta los trastornos y las dilaciones que provoca

el enorme peso de tal maquinaria, se tornó casi imposible actuar expeditiva-

mente. Para colmo de males, cuando el ejército estaba aún atravesando su propio

país, y antes de que nuestros enemigos bárbaros nos hubieran involucrado en la

guerra, la más perversa peste nos atacó desde el interior de las entrañas. Y des-

parramándose entre las tropas de nuestro imperio, hizo su camino entre ellas y,

actuando como el más peligroso antagonista que cualquier guerrero pudiera ser,

destruyó vastos números. Esta enfermedad debilitó nuestras fuerzas de una ma-

nera formidable.

Tan pronto como hubimos entrado en territorio turco, se escuchó el sonido de

los aceros, y las tropas de los turcos entraron en combate con los ejércitos de

nuestro imperio por todos lados. Sin embargo, por la gracia de Dios, los bárbaros

fueron completamente forzados a la retirada por nuestros hombres. Pero después

de esto, cuando giramos cerca de un angosto paso, en un sitio adyacente al cual

los persas denominan Cibrilcima,79

llegaron más enemigos para socorrer a sus

compañeros, hordas de a pie y a caballo procedentes del interior de Persia, las

cuales, encontrándose con nuestros hombres, casi los excedían en número. Como

consecuencia de las dificultades presentadas por el estrecho sendero, la armada

de nuestro imperio había quedado alineada en una fila de diez millas de largo; de

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Armas arrojadizas antiguas construidas como artefactos en los asedios a modo de catapultas.

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Tzyvritzé.

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modo que los que marchaban delante, eran incapaces de dar apoyo a aquellos

que venían detrás, al mismo tiempo que los que venían al final eran incapaces de

asistir a aquellos que iban al frente.

La mala fortuna de un espacio tan vasto separando a nuestros hombres quiso

que las tropas que formaban la vanguardia quedaran ubicadas a una distancia

considerable del cuerpo principal de nuestro ejército. En consecuencia, como las

hordas de los turcos no contaban con la ventaja de atacarnos por el frente a causa

de los combates que ya habían tenido lugar, y encontrando que la estrechez del

camino tendía a servirles en gran medida, decidieron atacar la retaguardia, lo que

oportunamente hicieron. Dado la estrechez del desfiladero, tales ataques se pro-

dujeron por la derecha e izquierda y por todos los espacios disponibles, cayendo

sus dardos indiscriminadamente sobre nosotros como si se tratara de una verda-

dera lluvia y matando a gran número de hombres y caballos. De esta manera,

viendo que la jornada iba adquiriendo proporciones de desastre, nuestra plana

mayor consideró apropiado esperar a aquellos que venían detrás con el objetivo

de apoyarles, y así se hizo. Entretanto, ambas secciones debieron afrontar el aco-

so del infinito número de persas.

No es necesario mencionar las hazañas que se llevaron a cabo mientras éramos

acorralados por el enemigo; quizás su alteza llegue a conocer más sobre el asun-

to por medio de aquellos que estuvieron presente en la ocasión. Mientras la ofi-

cina imperial cumplía con sus deberes en medio de estos peligros llevando la

peor parte del conflicto, la retaguardia, conformada por griegos, latinos y otras

diferentes naciones, hallaba obstáculos para avanzar. Apiñada como una masa y

no pudiendo soportar la lluvia de dardos arrojados por el enemigo, se adelantó

por fin cargando con violencia y haciendo todo lo necesario para ganar una

colina contigua que podía ser utilizada a modo de fortaleza.

Como consecuencia, se levantó una enorme nube de polvo que, siendo molesta

a los ojos, no permitió que nadie pudiera ver lo que había bajo sus pies. De mo-

do que hombres y caballos fueron conducidos hacia un precipicio cercano que

daba a un profundo valle. De esta manera, cayendo unos sobre otros, los hom-

bres se pisaron y murieron, perdiendo la vida no sólo numerosos soldados de in-

fantería sino también algunos de los más ilustres y afamados nobles. En efecto,

¿quién podría haberse hecho fuerte frente a tan formidable acometida de tan vas-

ta multitud?

Con todo, en lo que respecta a nuestra oficina imperial, cercada a cada lado por

vastos regimientos de bárbaros que nos atacaban y eran a su vez contraatacados

en respuesta, la misma hizo esfuerzos que acabaron encendiendo la alarma en el

enemigo. A raíz de la sorpresa causada en ellos por nuestra tenacidad y perse-

verancia y sin demostrar relajamiento alguno, habíamos ya alcanzado campo

abierto, por la benigna ayuda de Dios. Ello fue posible porque no se permitió a

los bárbaros escalar la posición ganada y porque además, nuestra plana mayor

pudo reagrupar a los suyos, rescatándolos de la destrucción y formándolos en

derredor, en grupos compactos. Así se pudo alcanzar a la vanguardia en el orden

establecido, alas, cuerpo principal y retaguardia.

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Al ver lo sucedido y comprobando que pese a las bajas sufridas nuestro ejér-

cito hacía los arreglos necesarios para dirigir un nuevo ataque, el sultán mandó a

pedir la paz ofreciéndose a cumplir todos y cada uno de nuestros requerimientos,

como así también darnos su servicios, liberar todos los prisioneros detenidos en

su reino, y realizar todos nuestros deseos.

Habiendo permanecido allí durante dos días completos con todas nuestras fuer-

zas, concluimos que nada podía efectuarse en contra de la ciudad de Iconium, ya

que se habían perdido todas las maquinarias y artefactos necesarios para llevar

adelante el asedio con éxito. Otra de las razones fue el hecho de que nuestros

animales se vieran afectados por la misma enfermedad que antes había atacado a

los hombres. En consecuencia escuchamos las suplicas del sultán y, por medio

de un tratado, confirmado con juramentos y confeccionado a la medida de nues-

tros estándares, se le garantizo la paz. A poco, se produjo la partida, tras lo cual

nuestra oficina imperial regresó a sus bases, guardando no poco dolor por los

soldados perdidos, aunque agradeciendo especialmente a Dios, quien nos había

honrado y aún lo sigue haciendo.

También hemos tenido el placer de que algunos de los principales hombres de

vuestra nobleza estuvieran con nosotros. Ellos, a vuestro pedido, os informaran

de todos los hechos en el orden en que ocurrieron. Sin embargo a pesar del pro-

fundo dolor causado por la pérdida de aquéllos que cayeron, también hemos

considerado aconsejable informaros sobre los eventos acaecidos por ser nuestro

amado amigo y por estar íntimamente unido a nuestra casa imperial, por los la-

zos de sangre que existen entre nuestros hijos. Adiós.