Las Dos Vidas Del Asesino de Trotsky
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HISTORIA Viernes 21 de febrero de 2014 - 21/02/14
Las dos vidas del asesino de TrotskyEnigma obsesivo de la literatura y el cine, la figura del español Ramón Mercader,espía y brazo ejecutor de Stalin, es revisitada por la escritora Nuria Amat,emparentada con él y autora de la novela “Amor y guerra”.
Por Nuria Amat
Siempre supe que Ramón Mercader, responsable de haber dado muerte al recordado dirigente
de la Revolución Rusa, León Trotsky, era para mí un asesino muy especial. En primer lugar, mi
padre estaba emparentado con María Mercader, la esposa de Vittorio de Sica, y en lo que
respecta a la familia, Ramón era poco menos que un demonio. Silencio sepulcral al respecto. Y,
para añadir más misterio al enigma, la vida de Mercader ha sido uno de los más grandes secretos
de la historia del comunismo soviético.
Elementos todos que, sumados, se convirtieron un buen día en tentación fulminante para una
novelista entregada a descubrir intimidades, desvelar confidencias, atar cabos sueltos a
personajes incómodos y poner sobre el tapete la luz reveladora de tanto misterio y
manipulación política.
¿Cómo un joven catalán de veintisiete años, hijo de la burguesía barcelonesa, consiguió ser uno
de los asesinos más conocidos y repulsados de la historia y con ello cambiar el curso de la
misma? Para responder a fondo escribí una novela (Amor y guerra) y, posteriormente a su
publicación, dediqué tres años más a una investigación sobre la verdadera personalidad del
asesino, los motivos del crimen (ordenado, como es sabido, por Stalin) y el entramado de la
importantísima red de espionaje soviético en la que Mercader llegó a ser considerado el agente
más valorado.
Ramón Mercader ha pasado a convertirse en mi fantasma particular. Especialmente cuando el
único nieto de Caridad Mercader consiguió comunicarse conmigo pidiéndome que en lo posible
siguiera indagando y estableciendo claridad histórica sobre su tío y abuela. No he podido evitar
desde entonces buscar la mejor respuesta a los datos ocultos ¿Fue Ramón Mercader el único
ejecutor del crimen? ¿En qué consistió la sucesión de órdenes para que fuese un catalán el
responsable del asesinato? ¿Por qué con la ayuda de un piolet, objeto primitivo, pudo perpetuar
el crimen? ¿Llevaba otras armas mortíferas? ¿Cómo estos elementos, digamos surrealistas y
sórdidos consiguen superar las estrategias criminales soviéticas más profesionales? ¿Cómo era
Ramón? ¿Qué le indujo a hacer lo qué hizo? ¿Caridad Mercader del Río, madre del protagonista,
estuvo realmente loca? ¿Amó a Stalin más que a sí misma? ¿Qué motivos hubo para que no
fuera purgada y encarcelada por Stalin como todos los agentes soviéticos participantes del
crimen? ¿Cuál era la relación entre madre e hijo antes del asesinato? ¿Por qué se negó Ramón a
escapar a Moscú cuando su madre había articulado la estrategia para sacarlo de la prisión de
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Lecumberri? ¿Por qué concedieron a Mercader el Premio Lenin de la Paz? ¿Por qué “huyó” a
Cuba? ¿El asesinato de Trotsky cambió, como dicen, la historia del siglo XX? ¿Fue Mercader
asesor de Fidel Castro durante su exilio cubano? ¿Cuáles fueron los motivos de su muerte?
Y sobre todo: ¿por qué un silencio tan largo y espeso? Un riguroso silencio de sus protagonistas
y de los testigos del hecho que persiste todavía pese a los cambios extraordinarios ocurridos en
la antigua Unión Soviética y el mundo.
Mercader no es cualquier peón elegido al azar tal y como han querido presentarlo.
El origen de la leyenda
En un mes de febrero gélido de 1913, año en que Stalin se verá por primera vez con Trotsky en
Viena, nace en Barcelona Ramón Mercader del Río, el agente especialísimo que asesinará al Jefe
de la Revolución Roja, obedeciendo el catalán la orden del tirano soviético. Mercader: el
hombre más secreto de la historia reciente, leyenda mundial en hervidero sobre la que
especularán voces célebres del arte y de la cultura (Losey y Semprún, entre ellos) pero sin
conseguir demostrar la verdad de su vida. Se trata, sin duda, de un asesino muy particular.
¿Sicario? Por supuesto, no. Estalinista hasta los huesos, sí. Producto de un tiempo en el que el
oficio de matar era práctica corriente de héroes, idealistas y belicosos. Espía modélico
conforme al canon de agentes secretos de la época. Republicano, inteligente, cultivado,
marxista, burgués, bien educado, intrépido que, a diferencia de otro agente famoso (alias 007)
creado por Ian Fleming, con quien el catalán guarda más de un parecido, trabajará a las órdenes
del servicio secreto de Moscú siendo el mismo el agente más valorado de la Unión Soviética.
Finales de los años treinta de un siglo que Kafka llamó “la época más nerviosa de la historia”.
Una gran crisis económica ha afectado al mundo capitalista y se desatan guerras en diferentes
países. Millones de muertos. Poblaciones destruidas. Hitler, Stalin, Mussolini y Franco
establecen dictaduras absolutas y mortíferas, hasta terminar en una guerra fría entre dos
bloques. El occidental capitalista, liderado por Estados Unidos, y el oriental comunista,
liderado por la Unión Soviética.
¿Qué papel representa Mercader, hijo de un fabricante textil de Barcelona, en este escenario
sombrío? Nadie sabe ni quiere saber. Su vida, su forma de actuar, su formación, la red de
espionaje de la que depende su silencio y su gran personalidad (siempre bajo la bota del gran
verdugo Stalin) contribuyen a que la fábula en torno al asesino de un solo hombre prevalezca
sobre su historia real, sorprenda incluso a la maquinaria espía soviética y pase a transformarse
finalmente en mito. Es decir: en una fatal quimera.
Los dioses de la guerra tienen su parte de responsabilidad en tamaña vida novelesca. Nacido
Ramón para ser industrial, abogado, deportista, historiador, periodista, diplomático, militar o
profesor (todo eso llegó a ser entre una cosa y otra) se convierte, como bien contó Javier Rioyo
en su película (Asaltar los cielos), en el único asesino español de las enciclopedias universales
sobre criminales gloriosos. Solo que en este caso su historia no es como han querido inventarla.
Sino increíblemente mejor.
Héroe para unos, asesino para otros, el agente secreto Mercader, alias un sinfín de identidades,
es conocido en el mundo por ser autor de su obra más significativa. Un 20 de agosto del que
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ahora se cumplen setenta y tres años, consigue matar al líder de la Revolución rusa con la ayuda
de un piolet de niño que clava en la cabeza de su víctima sentada a la mesa de su despacho de la
casa en el barrio de Coyoacán (México, D.F.) donde Trotsky vivía fortificado temiendo que su
obsesionado enemigo consiguiera liquidarlo.
La mano que mueve la cuna
En el barrio de Sarriá, lugar encantador donde los haya, donde posteriormente se instalarán a
vivir los mejores escritores del boom latinoamericano, en la calle de Sant Gervasi de Cassoles,
numero 24, en este edificio de pisos distinguidos nace Ramón, hijo de Pau Mercader y Caridad
del Río. El padre fabricante catalán. La madre, de momento: sus labores. Por poco tiempo.
Aburrida de parir cinco hijos y soportar un marido que le disgusta (para excitarla sexualmente
la lleva a espiar por el ojo de la cerradura escenas vivas de burdeles) se vuelve anarquista y
cabecilla de la célula terrorista que hará explotar una bomba en la fábrica de su todavía esposo.
El bueno de Pau consigue internarla en el psiquiátrico de Sant Boi. Y no por guerrillera sino por
neurasténica, término con el que cierta sociedad distinguía a “excéntricas o desviadas” de la
época. Cualidades ambas se dan por igual en el temperamento de la madre del futuro asesino. La
morfina campa por las venas de Caridad mezclada a su joven fervor revolucionario.
Naturalmente, sus compinches logran sacarla del manicomio y le ayudarán también a cruzar la
frontera junto a sus cinco hijos pequeños e instalarse a vivir en el sur de Francia.
Caridad Mercader, la mano que mueve la cuna del crimen de su hijo, con una biografía
merecedora a su vez de ser contada, descubrirá en Toulouse, Aix y Burdeos las mieles del sexo,
la revolución marxista y los tan temidos y admirados agentes secretos de Stalin. Nada menos
que a Alexander Orlov, Ernö Gero y Leonid Eitingon, los tres agentes más importantes de la
NKVD tristemente conocidos en España, entre otras cosas, por su papel protagonista en el oro
de Moscú, la matanza de los republicanos del POUM y la CNT y la desgraciada instalación de las
chekas comunistas. Los dos últimos, sin moverse de la bella Languedoc francesa, mantienen
amoríos con Caridad mientras, dedican el tiempo a matar rusos blancos huidos de la URSS y a
preparar su entrada feliz en la que será la desestabilización final de una España agónica. Nahum
Eitingon, también llamado Leonid, será su preferido. La madre de Ramón se enamorará del más
atractivo, íntegro y disciplinado de los tres y junto a él ingresará de lleno a comulgar en al altar
del dios Stalin donde permanecerá fiel y devota hasta el día de su muerte, en París (1975), con la
foto del tirano durmiendo bajo el colchón de su cama, según me ha contado su único nieto. No
será extraño entonces que al entierro de Caridad, aparte de escasos familiares, asistiera una
delegación soviética que se hizo cargo de las exequias.
Ramón, en Francia, va creciendo en sabiduría y gracia del marxismo. Adora a su madre (tiempo
tendrá después para odiarla un rato) y se ocupa de salvarla de varios intentos de suicidio
clamorosos. ¿Razones? Droga y depresión, tal vez. Sumado a su amor por el mujeriego Eitingon.
Amante difícil de soportar para una mujer romántica y apasionada como ella. Ramón, sin
embargo, quiere y admira a su padrastro del que aprende tácticas de guerrilla, disciplina
comunista y a desenvolverse como futuro agente especialísimo del Kremlim.
En fecha indeterminada de 1931, tras la proclamación de la Segunda República española, la
familia Mercader del Río regresa a Barcelona. Ramón, instruido para atender y servir mesas en
el restaurante francés de Caridad, encuentra trabajo de maitre en el Hotel Ritz. Es un comunista
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convencido al igual que su madre y hermanos. Forma parte de una peña clandestina que, bajo el
nombre afortunado de Miguel de Cervantes, se reúne periódicamente en el barrio del Raval
hasta que la noche del 12 de junio de 1935 será detenido, junto a otros participantes, y
encarcelado en la prisión Modelo de Valencia. Esta vez, por poco tiempo. El 16 de febrero del
siguiente año, el llamado Frente Popular Español (agrupación de los principales partidos de
izquierda) consigue ganar las elecciones previas al golpe de estado que ocasionará la Guerra
Civil.
Época fatídica de la historia, que diría nuevamente Kafka. Amnistía inmediata de los presos,
buenos y malos, sin distinción. Mercader, deducimos, pertenece al primer grupo. Ya se habla de
él como de un actor americano dado que su valentía no le impide vestir con elegancia y cuidar
su aspecto. Se ha educado en Francia. Detalle que no está de más. Enamora a todas las mujeres.
Habla varios idiomas a la perfección. Es inteligente y de fuerte temperamento, aunque más
controlado que el de su madre. Quiere ser militar pero se le deniega por comunista. Por esas
fechas, recuperada la libertad y todavía no iniciada la sublevación de los militares en España,
Ramón colabora con su madre en la fundación del Partit Socialista Unificat de Catalunya.
Quiere regresar a su trabajo en el Ritz pero no lo admiten por su pedigrí político. Decide,
entonces, ganarse la vida como profesor de catalán y dedica su tiempo libre a ser deportista de
élite en calidad de capitán del equipo de equitación (reliquias de su educación en el Real Club de
Polo). Forma parte, además, del Comité Organizador de las Olimpiadas Populares de Barcelona,
creada como protesta a los Juegos Olímpicos de Berlín (ambas en 1936) en las que Hitler quería
demostrar la supremacía de la raza aria.
“El espíritu olímpico no estará en Berlín, sino en Barcelona”, afirmaba la prensa de izquierdas de
la época. El día antes de la inauguración, un 19 de julio de 1936 de todos conocido, los militares
sublevados toman las calles y frustran la celebración de esta Olimpiada Popular justo unas
horas antes de realizarse. Ramón salta del Estadio Olímpico, donde se celebra el ensayo general,
a liderar las calles y se suma de inmediato al movimiento popular que en veinticuatro horas
vence la revuelta. En plena plaza de Cataluña consigue robar un cañón a los rebeldes y es
aplaudido por su hazaña. Su carrera combatiente sube como la espuma. Se coloca en primera
línea de batalla. Pasa de ser capitán de mando, con proezas notables en Cataluña, Aragón y
Guadalajara, a ser nombrado Comandante del V Regimiento. La madre y el hijo están luchando
en el frente de Tardienta donde, heridos por metralla enemiga, serán trasladados a Lérida por
breve tiempo.
En fecha aproximada en la que Ramón Mercader es ascendido a comandante, muy lejos de
España, en la ciudad de Moscú, el duro Stalin, a quien los íntimos llaman “cariñosamente” Soso,
reúne en su despacho a su mano derecha, el verdugo Laurenti Paulovich Beria y al Jefe de
Operaciones Especiales de la NKVD, Pavel Sudoplatov. Sin más preámbulos, les da la orden
terminante, a vida o muerte, de liquidar a su enemigo del alma León Trotsky. Para tal encargo,
que obsesiona al dictador desde hace años, los compromisarios utilizarán a los policías secretos
en activo de la guerra española: Erno Gero, Leonid Eitingon y Alexander Orlov responsables
directos de asesinatos a mansalva de trotskistas y poumistas. Finalmente, sólo contará con dos
de ellos pues Orlov se ha despedido a la francesa de Stalin para fugarse sine die a Estados
Unidos. Consigue así salvar su vida chantajeando al Gran Jefe. Una proeza gigante dadas las
proclividades diabólicas del amo.
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A matar o morir
Se planifican tres estrategias de atentado sirviéndose para todas ellas de agentes rusos en la
sombra, además de una selección de los mejores combatientes de la guerra civil a los que han
enviado a la URSS a fin de adiestrarlos con rigor soviético. Ramón Mercader será el último. O el
primero de la lista, según se mire. El As de la jugada. El único que, por cierto, no visitará el país
de Stalin hasta después de haber cometido el asesinato.
La protagonista espía de la primera misión, frustrada desde su inicio debido a la traición de
Orlov, es una hermosa patrullera española llamada África de las Heras que ha sido infiltrada
como secretaria de Trotsky. Los literatos se alegrarán de saber que con identidad camuflada, la
agente África llegará a ser la esposa del escritor uruguayo Felisberto Hernández. Una segunda
misión tiene como cabeza visible, aunque no real, al pintor mexicano y ex brigadista David
Alfaro Siqueiros. El 24 de mayo de 1940, Siqueiros, junto a veinte combatientes más,
irrumpirán, todos borrachos, en la fortaleza de Trotsky de Coyoacán, número 45 de la calle de
Viena; la casa prestada por Frida Kalo y Diego Rivera a El Viejo, como la pintora mexicana gusta
de llamar cariñosamente a su amante-amigo. Es de noche, van armados hasta las cejas, disparan
balas con ametralladora incluida pero sin dar en el blanco y ni siquiera rozar el cuerpo de la
víctima acurrucada en el suelo de su dormitorio junto a su esposa Natalia Sedova. El dirigente
de esta misión es Iosif Grigulievich, otro agente ruso.
Queda solo una última oportunidad: la operación activa del llamado por la red de espionaje
secreto: Grupo Madre. El nombre resulta de lo más apropiado al trío familiar que conforma la
tercera misión de riesgo: Caridad (madre), Eitingon (padrastro) y Mercader (hijo). Sudoplatov,
Jefe de la GPU, ha dejado claro a sus acólitos que Eitingon perderá la vida de no lograr, esta vez,
el objetivo. Por supuesto, no se trata de un encargo de última hora. El mismo ex jefe de la KGB,
en un último lavado de imagen publicará lo siguiente: “Mi misión consistía en movilizar todos
los recursos de la NKVD para eliminar a Trotsky, el peor enemigo del pueblo”. De ahí el
importante operativo secreto “Madre” en el que Ramón Mercader será la estrella del trabajo.
Jaques Mornard, el James Bond de Stalin
Otro día cualquiera de 1938, cuando los comunistas saben que la Guerra Civil está perdida,
Ramón, que se encuentra luchando en Guadalajara, en primera línea de batalla, desaparece de
España. Caridad, la madre, ha ido en persona a transmitirle el encargo. Pero, ahora, el hijo no
viajará a Moscú como algunos creen. Su destino está en París. Llega a la ciudad resucitado de
periodista belga, hijo de diplomático, nacido en Teherán, educado en La Sorbonne y llamado
Jacques Mornard. Fachada de joven frívolo, galán discreto, relativamente culto, y millonario.
Lo diré en palabras de la escritora Teresa Pàmies, que lo conoció bien: “Las chicas se lo rifaban,
y le conocí tantas novias que no podría nombrarlas a todas”.
¿Qué se espera del tal Mornard? Un equivalente al James Bond de Stalin. Idéntico cometido que
el de un agente supremo de película. Enamorar locamente a una mujer que lo conducirá por ello
al escenario del crimen. Sólo que la elegida no es ni de lejos la más guapa. Se llama Silvia
Ageloff, esamericana, trotskista y hermana de Rita, la secretaria del “enemigo” de Stalin. Otra
mujer espía, la periodista americana Ruby Weil, mientras se hace pasar por trotskista cuando,
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en realidad, trabaja para un funcionario del Komintern, se convierte en amiga de Silvia y hará
de celestina intermediaria.
(Tómese nota de la fe puesta en Stalin para que sus agentes supremos sean de origen judío, tal
vez como él mismo, lo que tampoco privó al antisemita de asesinarlos según su conveniencia)
El flechazo de Silvia por el falso Jacques Mornard es inmediato. La historia del encuentro,
noviazgo y propuesta de matrimonio, con cartas de amor incluidas, es apasionante y digna de
ser visitada con sosiego. En esta película de espías se mueven entre París, México, Nueva York
con escenas de crimen al uso, prisión, psicoanálisis, juicio, tretas e intento de suicidio de la
enamorada al saberse traicionada e imputada en el asesinato. ¿O atentado? El matiz importa.
Durante el noviazgo de Mornard con la engañada Silvia llega incluso a confesarle su necesidad
de cambiar de identidad. Puesto que la pareja debe viajar a México, meta de la misión secreta
del espía, le pone como excusa que como belga puede ser llamado a filas (estamos ya en 1940,
inicio de la Segunda Guerra Mundial) y el triple agente pasa a llamarse ahora Frank Jackson,
ingeniero de minas y con pasaporte canadiense.
Ni por un momento cabe creer que el agente trabaja en solitario. Una secuencia muy interesante
del hombre que supo vivir callado lo impide: se trata de la red de espionaje que lo sostiene y se
encarga de todo el operativo soviético en las Américas. Es de una perfección inusitada para los
medios primitivos de la época, aunque CIA, la Agencia de Inteligencia Americana, insuperable
al parecer en temas de espionaje, irá siguiendo paso a paso todos los movimientos secretos del
operativo “liquidar a Trotsky”. La documentación es accesible. “Que se maten entre ellos”,
debieron pensar los estadounidenses.
El Jefe inestimable de la Red se llama Grigorij Rabinovich (alias Roberts, alias Judío Francés),
ha sido enviado a Nueva York y se encarga de la intendencia personal, documentación falsa,
mantenimiento económico y vivienda de todos los agentes de la NKVD dispersos por el mundo.
Roberts mueve a sus figuras como genial atleta del ajedrez soviético. Organiza una empresa
doble de importación y exportación en Brooklyn que actua de tapadera del operativo “Madre” y
para la que dice trabajar Mercader mientras corteja a su futura esposa Silvia Ageloff y pasea en
su flamante Buick al matrimonio Trotsky, cuando, en realidad, la supuesta empresa, pantalla de
un centro de transmisiones soviéticas es espiada a su vez, como es de esperar, por el espionaje
de Estados Unidos.
Otro importante agente de la GPU es Iosif Grigulievich, alias “el escritor”, entre otras múltiples
máscaras, y dibujante de un mapa de asesinatos que empiezan en Argentina, siguen en España y
se extiende a otros lugares del mundo. Dirigió el frustrado Grupo Padre, con las ametralladoras
y la pandilla de asaltantes ebrios de Siqueiros dispuestos a asesinar a Trotsky. Fue el agente
comisionado por Stalin en 1953 para eliminar a Tito, presidente de Yugoeslavia y responsable,
según la opinión del Gran Jefe, de un régimen fascista y trotskista. Una de las tres variantes para
liquidarlo consistía en la entrega de “un obsequio que contenía un veneno que actuaría
instantáneamente después de un período de tiempo determinado”. La muerte de Stalin detiene
el proyecto aunque no la serie infinita de libros publicados por el agente “intelectual” del gran
dios. Fue amigo de Pablo Neruda, que conocía sus tretas estalinistas, así como de otros
escritores a los que fue engañando sobre su verdadera identidad. Utilizó seudónimos como
Grig, Don Pepe, Romualdich pero el nombre de Grigulievich quedará en la literatura como
autor de libros sobre las vidas de Bolívar, Che Guevara, Allende, Siqueiros…, entre otros
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personajes latinoamericanos.
El tercer agente, de los cuatro dirigentes intelectuales de los atentados contra Trotsky es un
hombre en la sombra que trabaja desde México, actua bajo los nombres de Carlos Contreras y
Enea Sormenti y no es otro que Vittorio Vidali, nacido en 1900 en la ciudad de Trieste,
brigadista en la guerra española con cargo de comisario político y comandante del V Regimiento
y al que se le atribuyen un sinfín de ejecuciones. Entre las primeras el asesinato de Andreu Nin,
cuya eliminación en la operación Nikolai, dirigida por Orlov, se la disputan Grigulievich y este
último. De él se decía; “Es más frío que el acero”. Y enamoradizo… como buen italiano. Le
imputan la muerte del comunista cubano Julio Mella, esposo de Tina Modotti solo porque
Vidali estaba fascinado por la fotógrafa.
Más tarde lo responsabilizarán también de la muerte súbita en un taxi de Modotti cuando ésta
acababa de abandonar el Partido Comunista. El Kremlin no perdona a sus desertores, y los celos
pasionales de sus agentes, aun menos. Trotsky lo definió como uno de los agentes más crueles
de la GPU en España. Y cuando Modotti murió en 1942 de un infarto, en un taxi, indispuesta y
saliendo de una cena de amigos íntimos, celebrada a manera de despedida de Tina y Vidali, no
faltaron las sospechas sobre una posible responsabilidad de Vidali, ya que Modotti sabía
muchas cosas y, lo que era peor, empezaba a tener dudas serias sobre el sistema soviético. La
GPU empleaba venenos que ocasionaban paros cardiacos sin dejar rastro. El escritor Victor
Serge, crítico manifiesto contra el estalinismo, morirá en 1947, en México, según dicta el
informe forense, de un ataque cardiaco y dentro de un taxi. La escritora Elena Garro, quien a la
sazón frecuentaba los medios estalinistas, cuenta que su amiga Angélica Selke le dijo
refiriéndose a Tina: “Yo estoy segura de que Carlos se la cargó…” Vidali es el agente que mejor a
sabido borrar su nombre de la historia de la policía política de la URSS.
No tuvo la misma suerte Leonid Eitingon (alias Tom o Kotov), quien culminará con éxito el
caprichoso encargo del dictador gracias a la proeza de su hijastro, Ramón Mercader del Río.
Voces diversas plantean una disputa en el trío familiar por ver quien de los tres será el autor
directo del asesinato de Trotsky. Dicen que Mercader se impuso a su padrastro, pero la
preparación del joven republicano comunista para ser agente de élite invalida el argumento de
la deliberación de candidatos. Lo que sí se da como cierto es que Caridad fue la impulsora del
crimen político por la mano de su hijo predilecto.
Dos películas importantes lo relatan el suceso del crimen al detalle, además de libros y múltiples
artículos. Mercader-Mornard (interpretado por el mismo Alain Delon) consigue entrar en el
despacho de Trotsky. Lleva como armas un piolet, un puñal y una pistola. Opta por la primera y
radical opción. Sus padres lo están esperando en la calle al volante de un coche preparado para
la fuga. Clava el piolet en la cabeza de la víctima mientras está concentrada en lectura del escrito
que el visitante le lleva como cebo. Consigue herirlo mortalmente pero con tiempo a gritar el
nombre del asesino. Este es detenido y golpeado por los guardias. Madre y padrastro huyen al
aeropuerto. El hijo lleva en el bolsillo una carta escrita por Rabinovich en la que su alter ego
Mornard certifica que el “atentado obedece a algo personal ya que conoce en persona a Trotsky
y lo ha decepcionado”. Dice más cosas.
Pantomima, claro. Una sola verdad: su prometida Silvia no tiene nada que ver con ello. No son
palabras vanas las de su defensa aunque leyéndolas parezcan las propias de un estúpido. Así es
la imagen del héroe soviético que la URSS quiere dejar para la historia pública. La prioridad de
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la misión radica en que Stalin no se vea nunca involucrado en algo tan ruin como este asesinato.
Nadie se atreverá a mencionar la orden. Ni el autor del crimen ni tampoco los últimos
comunistas arrepentidos de la época. Al fin, el mundo entero terminará conociendo al
responsable del mandato, pero la sombra de la duda seguirá borrando la verdad histórica y la
imagen del ejecutor del homicidio “político” a Trotsky quedará desvaída y falseada hasta ahora.
La segunda vida de Ramón Mercader
Con la detención por asesinato de Jacques Mornard en la prisión de Lecumberri (México, D.F.)
comienza la segunda vida de Ramón Mercader. La persona que vivirá en el Palacio Negro y la
que, una vez cumplida la condena de veinte años, saldrá de allí será otra distinta a la anterior.
¿Un hombre nuevo? El condenado sufrirá por parte de sus guardianes torturas periódicas
durante los primeros seis años de prisión. Los soportará con bravura propia de un agente de su
categoría. Pese al dolor infligido no abrirá la boca ni siquiera para quejarse. Al principio, vivirá
incomunicado del resto de los presos. El juez de su causa, Raúl Carranza Trujillo, psicoanalista
criminológico de tesis avanzadas para la época, somete al condenado a un largo psicoanálisis del
que desprende “un activo complejo de Edipo por parte de una madre dominante y de una figura
paterna siniestra”. Se refiere a Stalin, por supuesto. Rubén Gallo, en su libro Freud y Stalin en
México, incluye los ejercicios de Mornard en respuesta a las pruebas psicoanalíticas y añade la
felicitación que Sigmund Freud envía a su colega mexicano, el psicólogo juez Carranza cuándo
este le remite el libro de su trabajo con el “desmemoriado”.
El hombre sin nombre seguirá protegido por el dictador y sus acólitos. Su silencio vale oro. De
ahí que en los veinte años de internamiento una comisión dirigida desde México por el agente
secreto Kupper se ocupe de “vigilar” a Mercader, de costear su defensa y de hacerle la vida lo
más confortable posible en Lecumberri. El preso especial dedicará su tiempo a la lectura, al
estudio y la formación personal. Electrotecnia e historia son sus materias preferidas. Tiene la
celda forrada de libros y comparte prisión con el artista Siqueiros, liberado pronto por la
intervención de Pablo Neruda, y con los escritores Álvaro Mutis, José Agustín y William
Burroughs. En algún sentido sigue permaneciendo mudo pese a las palizas continuas, aunque
muy pronto conseguirá fama en la cárcel por una razón esta sí heroica. Se encarga de alfabetizar
a más de mil presos de lo que se derivará, en alguna medida, una nueva identidad para el
asesino. Recibirá el sobrenombre de El Santo. Así es como los reclusos llaman al oculto agente.
Lo dijo la actriz Sara Montiel cuando lo visitó en Lecumberri y supo contarlo: “Mató a Trotsky
pero malo no era”. Para un estalinista convencido como Mercader el mote de los presos
resultaba irónico. Su hazaña solidaria se extenderá por todo el país y será el mismo presidente
de la República mexicana quien entrará en prisión a condecorarlo por su labor humanitaria.
En el ecuador de su condena se descubre, al fin, la identidad del preso, para desgracia de su
familia catalana que cierra filas ante tan terrible noticia. ¿Un catalán, de buena cuna? Pocos
quieren creerlo. Alguno que otro artista e intelectual de izquierda se atreve a visitarlo. Su
madre, Caridad Mercader, con un gran sentido de culpabilidad (llora mucho su desgracia en la
URSS) se presenta en México y explica al agente Kupper que tiene un plan perfecto para liberar
a su hijo. Los agentes no quieren ni oir hablar de ello, pues años antes la red mexicana se ha
quitado de encima, entre otros descreídos de la causa estalinista, a Modotti. A Caridad
Mercader haciendo de las suyas, en México, los súbditos del Kremlin no la soportan y van a
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ocasionarle un fortuito accidente de coche del que la buscada víctima sale ilesa, si bien
fracasará el proyecto de huida de su hijo. “Marimandona”, le reprochará Ramón, por meter las
narices donde no la llaman.
Lo que nadie espera de este preso desmemoriado es que estando en el temido Palacio Negro se
enamore, esta vez probablemente sin estrategia previa, de una bailaría folklórica llamada
Roquelia, hija de aquella cocinera que la red soviético-mexicana ha contratado para ocuparse
de su comida. Mercader ya entra y sale de la cárcel con la discreción de un invitado a
prisionero. Por supuesto, su silencio no tiene precio. Y cautivo o libre sabe muy bien que es
hombre sentenciado pese a ser (lo dijo en secreto) el comunista más leal a Stalin de todos los
comunistas conocidos y por conocer.
“He cometido un crimen y debo pagar por ello”, es uno de sus dos pensamientos clave. El otro:
su convicción de que el atentado contra Trotsky obedeció a un crimen político, un acto de
guerra propio de la época que le tocó vivir.
Este Mercader reaparecido, caída ya su careta de Mornard, tiene cuarenta y siete años cuando,
una vez cumplidos los veinte de condena, sale discretamente de Lecumberri y corre a Moscú
junto con su esposa Roquelia. Comienza entonces su prisión dorada. En la Unión Soviética es
recibido con todos los honores y condecorado con la más alta distinción de su país de asilo, la de
Héroe de la URSS y también la medalla de Stalin. Y pese a que el nombre que le han adjudicado
sea otro, el festejo se celebrará, es claro, en la más estricta intimidad y anonimato. Tampoco,
allá, en tierra extraña, nadie debe estar al corriente del motivo de tal altísima distinción que
permitirá a Mercader moverse por la capital moscovita con todos los privilegios posibles.
Todos salvo uno: La libertad de ser él mismo. Hasta el día de su muerte, e incluso años después
de ser enterrado se le conocerá como Ramón Paulovich López. Marca de la casa: la que obliga a
los agentes a disfrazarse de continuo desde que años atrás, durante la primera visita del joven
Stalin a la vieja Europa, cuando llega a Viena con pasaporte griego, decide vestirse de mujer
para ejemplo y figura de sus funcionarios especialísimos del futuro.
¿Le importaba a Mercader tener que ser siempre otro? No, especialmente. En Moscú lee con
voracidad. Escribe páginas y más páginas en los libros de la Historia del Partido Comunista
Español y escucha música. Pasa el tiempo. Se aburre. Sueña con escapar. Le duele en el alma, en
esos largos años que vivirá en la URSS junto a su mujer e hijos adoptados, la decepción y
desencanto del sistema soviético, el tedio que siente Roquelia, el suyo propio, las purgas que
padecerán sus colegas espías, incluido su padrastro Eitingon, la formación de los hijos, las
traiciones, el desengaño por los presidentes posteriores, Kruchev y Breznev (a éste último lo
detesta) y por encima de todo la lejanía del mar de su país de origen: Cataluña.
Mercader quiere irse. Una conocida de Roquelia, hija de republicano español y vecina de la
casa, va tomando confianza con la familia. La amistad crece. Comparte con Mercader la grisura
del sistema y la jaula de oro en la que el héroe vive de sol a sol. Un buen día, ella se informa
sobre la llegada de Fidel Castro a la Unión Soviética (27 de abril de 1963). Conocedor de que
durante la famosa visita la amiga y vecina va a trabajar como intérprete del Presidente cubano,
Ramón se atreve a pedirle: “Trata de decirle a Fidel que quiero ir a vivir a Cuba y que le
agradecería como un favor que tuviera la amabilidad de invitarme”. Tampoco parece que esta
misión pueda ser viable. Pero el destino vuelve a “ayudarle” y Castro acepta de inmediato la
propuesta. Los rusos, por su lado, tampoco se aferran a la idea de mantener a perpetuidad a su
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asesino extraño. Más bien les molesta tener a este héroe desmemoriado campando por sus
fueros. En Moscú fue siempre un personaje a quien no gustaba enseñarlo en público. Lo
admiraban y temían al mismo tiempo.
“Soy una patata caliente para todo el mundo”, dice de sí mismo a la amiga y única apuntadora de
confidencias.
Nada más cierto. El viaje de Mercader a Cuba requiere ser organizado despacio como es norma
de los países del rincón Este de aquel mundo. Roquelia y los hijos viajarán primero. La amiga del
matrimonio, los seguirá de inmediato. También ha aceptado un trabajo en La Habana, único
paraíso que algunos latinos de la URSS pueden permitirse. Mercader, sin embargo, debe
quedarse en Moscú a fin de ultimar trámites de salida y recibir, según fecha sabiamente
programada, otro premio honorífico que el 9 de mayo de 1964 sus camaradas de la KGB le
hacen como regalo de despedida. El regalo consiste en un reloj de pulsera que Ramón López ata
de inmediato a su muñeca, si bien, con tan mala suerte que, unas semanas más tarde, estando
todavía solo en Moscú, el agente especial se siente enfermo, y es ingresado con el pulmón
obstruido por un derrame. Mercader ha cumplido 51 años. El diagnóstico del resultado de las
pruebas en el hospital moscovita no parece del todo claro. Varios especialistas, amigos de la
familia, sospechan que es cáncer pero nunca realizan análisis ni biopsia. Su padrastro Eitingon
lo visita en el hospital y al salir lanza a Luis Mercader, hermano de Ramón, la lapidaria frase:
“Algo le deben haber hecho. ¿No lo habrán envenenado?”
¿Qué clase de enfermedad? Mercader quiere conocer el nombre pero es difícil responder
claramente estas preguntas si el agente está “tocado y hundido”, una patata caliente. Así que
cuando viaja a La Habana descenderá del avión herido de muerte. Sospecha la gravedad de su
estado pero, terco en su silencio, el hombre sombra se aviene a trabajar como asesor de Fidel
Castro. ¿Es creíble? Del trabajo que Mercader hace en Cuba para el Presidente Castro se ignora
todo. Posiblemente asesora poca cosa o apenas nada. Mientras lo permite su enfermedad se
presenta a diario a un edificio del Gobierno. Por supuesto, va acompañado de un escolta. Se
mueve solo. Sin amigos. Y el único extranjero que consiguió estar con él en la isla caribeña fue
un sobrino suyo, pariente lejano mío, que viajó ex profeso para visitarlo.
El escritor Cabrera Infante cuenta que cuando él y otros intelectuales se enteraron de la
presencia Mercader en La Habana fueron a ver a su dirigente para reprocharle tal invitación.
Castro les contesto que había dado la autorización “a pedido de una nación amiga” a la que debía
“favores”.
El cáncer ha ido minando su cuerpo y son semanales las visitas al hospital cubano. La amiga leal,
una de las pocas sino la única que nuestro agente puede permitirse, lo acompaña y ayuda en
todo lo necesario. También ella ha aprendido a callar pero, por fortuna para la memoria
histórica, es más joven que Ramón y calla menos. Y dará su testimonio riguroso, casi
clandestino, de la vida cotidiana del héroe soviético durante los quince años de la tercera vida
de Mercader, ahora Ramon López, nacido en Moscú.
No existe ningún diagnostico exacto de los últimos años de vida de Mercader a pesar de ser
atendido en las mejores clínicas moscovitas y por la mejor clínica de La Habana. Corre la
sospecha de que Mercader fue envenenado antes de salir de Rusia. El temido veneno colocado,
en esta ocasión, en un reloj de pulsera. Nadie quiere ni puede certificarlo. Pero todos dudan.
Nadie se atreve a hablar claramente.
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Etiquetado como: León Trotski
En 1977, en plena transición española, Ramón Mercader, sentenciado y casi moribundo, el
agente secreto más importante de la Unión Soviética, Héroe absoluto declarado por Stalin,
solicita a Santiago Carrillo su deseo de morir en Cataluña, en el pueblo de veraneo de su
infancia. El Secretario General del Partido Comunista de España, el hombre que también tuvo
muchas vidas y mucho que guardar dentro del armario, le da una respuesta malévola, sobre
todo viniendo de él. “De acuerdo”, le dice, “te doy permiso si a modo de arrepentimiento
escribes una confesión completa de las actividades realizadas a los largo de tu vida y de quién te
dio la orden del asesinato”.
Agente honorífico como, pese a todo, nuestro héroe sigue siendo, Mercader rechaza categórico
la oferta envenenada de su colega respondiéndole que él “nunca traicionará a los suyos”.
Considera la propuesta una deslealtad a la organización para la que ha trabajado teniendo en
cuenta, además, que muchos agentes de aquella operación siguen vivos en la URSS.
La condición del Zorro Rojo clama al cielo. El hombre al que se le reprocha no haber dado
nunca una explicación sincera de los hechos desgraciados de Paracuellos (purgas y asesinatos),
y cuya responsabilidad está demostrada, exige un mea culpa y la confesión de la verdad al
héroe, colega y camarada responsable de un solo asesinato.
Abandonar Moscú para regresar a Barcelona “ni que sea barriendo calles”, fue un sueño que
sólo consiguió realizar a medias. Ramón morirá en La Habana un 19 de octubre de 1978 sin
dejar prueba alguna de arrepentimiento por haber matado a León Trotsky. Sin embargo, sí lo
lamentó a su manera. Comentó en más de una ocasión que había sido utilizado. A un amigo que
lo conoció bien, en un momento de melancolía le dijo:
“Lo de Trotsky fue una acción justa en su tiempo pero jamás volvería a matar a otro hombre
pese a que también existieran motivos ideológicos para hacerlo”.
El también llamado “brazo armado de Stalin” tenía una personalidad que dará todavía para
mucha tinta. Prefiero fiarme de él. Del hombre que supo guardar un secreto a costa de perder su
identidad, su vida, su verdad histórica y todo ello para no traicionar a la Bestia que sus
camaradas habían alabado durante tanto tiempo. Y a la que, por cierto, Mercader nunca
conoció personalmente.
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