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Las Iglesias Ortodoxas: unidad y diversidad (Fray Jorge Scampini op Revista Vida Pastoral n° 264, año 2007) En la historia de la Iglesia el adjetivo "ortodoxo" ha expresado el hecho de predicar la "recta doctrina" (del griego ortós: recto y doxa: doctrina u opinión). Este adjetivo fue asumido por las iglesias que permanecieron fieles a la enseñanza cristológica del concilio de Calcedonia (451). Sabemos, por artículos anteriores, que esa enseñanza no fue recibida en su momento por todas las iglesias de Oriente, generando así rupturas en el mundo cristiano que, en cierta medida, aún perduran. Finalmente, en el segundo milenio, después de la ruptura de la comunión eclesiástica entre Constantinopla y Roma (1054), el adjetivo "ortodoxo" se ha aplicado de manera exclusiva a las iglesias orientales de rito bizantino, así como la Iglesia de Occidente retuvo para sí el calificativo de "católica". Las iglesias ortodoxas consideran que han conservado una continuidad directa e ininterrumpida, tanto histórica como doctrinal, con la Iglesia apostólica. De hecho el origen histórico de algunas de esas iglesias se remonta a la misión de los mismos Apóstoles. La Iglesia católica las reconoce como verdaderas iglesias, ya que por la celebración de la única Eucaristía del Señor, en ellas se edifica y crece la Iglesia de Dios (ver Unitatis Redintegratio, 15). Además, es consciente de que ella misma ha tomado para su liturgia, su tradición espiritual y su ordenamiento jurídico muchas cosas del tesoro propio de Oriente (ver Unitatis Redintegratio, 14). Las nuevas relaciones establecidas a partir del Concilio Vaticano II, junto al levantamiento de las excomuniones recíprocas entre Roma y Constantinopla (1965), han permitido a Pablo VI calificar a las iglesias ortodoxas de "iglesias hermanas" de la Iglesia de Roma, quedando atrás un largo período de dolorosos desentendimientos. Desde entonces, todos los textos oficiales de la Iglesia católica han seguido una coherente línea de reconocimiento y valoración eclesiológica de las iglesias ortodoxas. Sobre esta base se funda la esperanza de una plena comunión, que permita a la Iglesia respirar con sus "dos pulmones", invitándonos a todos a un mejor conocimiento de la original y compleja riqueza del mundo ortodoxo. ¿Iglesia ortodoxa o iglesias ortodoxas? Para los católicos, en una proyección de su propia visión de la Iglesia, es una tendencia natural pensar a la Iglesia ortodoxa como una estructura universal organizada jurídicamente, semejante a la Iglesia católica. Sin embargo, no es así. Lo he presentado de algún modo en un artículo previo (ver Vida Pastoral 256 [2005], pp. 13-15). ¿Qué es entonces lo que permite hablar de la Iglesia ortodoxa o de la Ortodoxia? Es la comunión plena que existe entre iglesias que son en sí mismas autocéfalas. Hoy es posible reconocer catorce iglesias que revisten ese carácter y que, sin embargo, viven en plena comunión de fe y de vida sacramental. Estas iglesias integran en su conjunto el grupo más numeroso de iglesias orientales. Si bien es difícil contar con cifras precisas, se podría aventurar que hay aproximadamente unos 200.000.000 de fieles ortodoxos en el mundo. Los movimientos migratorios de los últimos siglos han contribuido a que esa presencia se haya extendido más allá de los territorios que han sido históricamente ortodoxos. Una primera presentación panorámica debería ayudarnos a identificar a cada una de las iglesias ortodoxas. Para esto es útil ordenarlas siguiendo un criterio histórico y, al mismo tiempo, señalando el reconocimiento del que gozan por parte de las demás Iglesias: I. Hay nueve Iglesias ortodoxas que revisten el estatuto de patriarcados. Cuatro de ellos datan del primer milenio (Constantinopla, Alejandría, Antioquía y Jerusalén). Sus respectivas jurisdicciones exceden, por razones históricas, los límites de un determinado país. Los restantes patriarcados han sido establecidos posteriormente, la mayoría de las veces como respuesta a la creación de estados nacionales, sobre todo como consecuencia del desmembramiento del Imperio turco. Estas últimas iglesias se han constituido como iglesias "nacionales". Esos nueve patriarcados son: 1) El Patriarcado ecuménico de Constantinopla, cuya jurisdicción comprende a los pocos fieles ortodoxos que aún viven en Turquía, además, de Creta, el Dodecaneso y el Monte Athos. A partir de 1920, después de la caída del Imperio turco, ha asumido la jurisdicción de todos los ortodoxos que viven en la diáspora

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Las Iglesias Ortodoxas: unidad y diversidad

(Fray Jorge Scampini op – Revista Vida Pastoral n° 264, año 2007)

En la historia de la Iglesia el adjetivo "ortodoxo" ha expresado el hecho de predicar la "recta doctrina" (del griego ortós: recto y doxa: doctrina u opinión). Este adjetivo fue asumido por las iglesias que permanecieron fieles a la enseñanza cristológica del concilio de Calcedonia (451). Sabemos, por artículos anteriores, que esa enseñanza no fue recibida en su momento por todas las iglesias de Oriente, generando así rupturas en el mundo cristiano que, en cierta medida, aún perduran. Finalmente, en el segundo milenio, después de la ruptura de la comunión eclesiástica entre Constantinopla y Roma (1054), el adjetivo "ortodoxo" se ha aplicado de manera exclusiva a las iglesias orientales de rito bizantino, así como la Iglesia de Occidente retuvo para sí el calificativo de "católica".

Las iglesias ortodoxas consideran que han conservado una continuidad directa e ininterrumpida, tanto histórica como doctrinal, con la Iglesia apostólica. De hecho el origen histórico de algunas de esas iglesias se remonta a la misión de los mismos Apóstoles. La Iglesia católica las reconoce como verdaderas iglesias, ya que por la celebración de la única Eucaristía del Señor, en ellas se edifica y crece la Iglesia de Dios (ver Unitatis Redintegratio, 15). Además, es consciente de que ella misma ha tomado para su liturgia, su tradición espiritual y su ordenamiento jurídico muchas cosas del tesoro propio de Oriente (ver Unitatis Redintegratio, 14). Las nuevas relaciones establecidas a partir del Concilio Vaticano II, junto al levantamiento de las excomuniones recíprocas entre Roma y Constantinopla (1965), han permitido a Pablo VI calificar a las iglesias ortodoxas de "iglesias hermanas" de la Iglesia de Roma, quedando atrás un largo período de dolorosos desentendimientos. Desde entonces, todos los textos oficiales de la Iglesia católica han seguido una coherente línea de reconocimiento y valoración eclesiológica de las iglesias ortodoxas. Sobre esta base se funda la esperanza de una plena comunión, que permita a la Iglesia respirar con sus "dos pulmones", invitándonos a todos a un mejor conocimiento de la original y compleja riqueza del mundo ortodoxo.

¿Iglesia ortodoxa o iglesias ortodoxas?

Para los católicos, en una proyección de su propia visión de la Iglesia, es una tendencia natural pensar a la Iglesia ortodoxa como una estructura universal organizada jurídicamente, semejante a la Iglesia católica. Sin embargo, no es así. Lo he presentado de algún modo en un artículo previo (ver Vida Pastoral 256 [2005], pp. 13-15). ¿Qué es entonces lo que permite hablar de la Iglesia ortodoxa o de la Ortodoxia? Es la comunión plena que existe entre iglesias que son en sí mismas autocéfalas. Hoy es posible reconocer catorce iglesias que revisten ese carácter y que, sin embargo, viven en plena comunión de fe y de vida sacramental. Estas iglesias integran en su conjunto el grupo más numeroso de iglesias orientales. Si bien es difícil contar con cifras precisas, se podría aventurar que hay aproximadamente unos 200.000.000 de fieles ortodoxos en el mundo. Los movimientos migratorios de los últimos siglos han contribuido a que esa presencia se haya extendido más allá de los territorios que han sido históricamente ortodoxos.

Una primera presentación panorámica debería ayudarnos a identificar a cada una de las iglesias ortodoxas. Para esto es útil ordenarlas siguiendo un criterio histórico y, al mismo tiempo, señalando el reconocimiento del que gozan por parte de las demás Iglesias:

I. Hay nueve Iglesias ortodoxas que revisten el estatuto de patriarcados. Cuatro de ellos datan del primer milenio (Constantinopla, Alejandría, Antioquía y Jerusalén). Sus respectivas jurisdicciones exceden, por razones históricas, los límites de un determinado país. Los restantes patriarcados han sido establecidos posteriormente, la mayoría de las veces como respuesta a la creación de estados nacionales, sobre todo como consecuencia del desmembramiento del Imperio turco. Estas últimas iglesias se han constituido como iglesias "nacionales". Esos nueve patriarcados son:

1) El Patriarcado ecuménico de Constantinopla, cuya jurisdicción comprende a los pocos fieles ortodoxos que aún viven en Turquía, además, de Creta, el Dodecaneso y el Monte Athos. A partir de 1920, después de la caída del Imperio turco, ha asumido la jurisdicción de todos los ortodoxos que viven en la diáspora –

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América del Norte y del Sur, Europa occidental y Australia–, pero, en la práctica, esta jurisdicción es efectiva sólo sobre los emigrantes griegos (Miembros: 5.250.000).

2) El Patriarcado ortodoxo griego de Alejandría, con jurisdicción sobre los greco-ortodoxos de Egipto y toda África (Miembros: 500.000).

3) El Patriarcado ortodoxo griego de Antioquía, con jurisdicción sobre los greco-ortodoxos del Cercano Oriente y los sirios de la diáspora (Miembros: 4.320.000).

4) El Patriarcado ortodoxo griego de Jerusalén, con fieles árabes y palestinos en los territorios de Israel y Jordania (Miembros: 400.000).

5) El Patriarcado de Moscú, establecido en 1589 (suprimido en 1721 y restaurado en 1917), cuyo territorio canónico actual es Rusia y la mayoría de las repúblicas de la antigua Unión Soviética (Miembros: 164.000.000).

6) La Iglesia ortodoxa serbia, Patriarcado de Belgrado, autónoma desde 1870, declarada autocéfala en 1920 (Miembros: 8.000.000).

7) La Iglesia ortodoxa rumana, Patriarcado de Bucarest, autónoma desde 1856, autocéfala en 1925 (Miembros: 19.000.000).

8) La Iglesia ortodoxa búlgara, Patriarcado de Sofía, autónoma desde 1870, autocéfala en 1961 (Miembros: 8.000.000).

9) La Iglesia ortodoxa de Georgia, autocéfala desde el 1053, fue incorporada a la Iglesia rusa en 1811 y recuperó su autocefalía en 1917 (Miembros: 5.000.000).

II. Hay otras cinco Iglesias autocéfalas, pero que no las preside un patriarca sino un arzobispo o un metropolita. Estas son:

10) La Iglesia de Chipre, autocéfala desde el Concilio de Éfeso, en el 431 (Miembros: 654.000).

11) La Iglesia de Grecia, autocéfala desde 1833, que abarca solamente los territorios que formaron parte del reino de Grecia antes de 1882, permaneciendo los restantes territorios bajo la jurisdicción directa del Patriarcado de Constantinopla (Miembros: 10.000.000).

12) La Iglesia de Albania, autocéfala a partir de 1937, suprimida por el régimen comunista, fue reorganizada en 1992 (Miembros: 400.000).

13) La Iglesia ortodoxa de Polonia, autocéfala desde 1924 (Miembros: 600.000).

14) La Iglesia ortodoxa de la República Checa y de Eslovaquia, autocéfala desde 1923 (Miembros: 75.000).

III. Además de esas catorce Iglesias, hay cinco Iglesias autónomas, que tienen un espacio de decisión en lo referente a sus asuntos domésticos, bajo la dependencia de alguno de los patriarcados antes nombrados. En estos casos, el arzobispo es confirmado en su oficio por el Sínodo de la Iglesia madre. Estas Iglesias son:

15) La Iglesia ortodoxa de Finlandia, autónoma desde 1923 (Miembros: 61.000).

16) La Iglesia ortodoxa de Estonia, que ha obtenido recientemente su autonomía (Miembros: 20.000).

Estas dos Iglesias se encuentran bajo el Patriarcado de Constantinopla.

17) La Iglesia del Monte Sinaí, autónoma desde 1571, bajo el Patriarcado de Jerusalén (Miembros: 900).

18) La Iglesia ortodoxa de China, autónoma desde 1957, bajo el Patriarcado de Moscú, de la cual es difícil saber su situación actual.

19) La Iglesia ortodoxa de Japón, autónoma desde 1970, bajo el Patriarcado de Moscú (Miembros: 30.000).

20) La Iglesia ortodoxa en América –de origen ruso–, a la cual el Patriarcado de Moscú concedió la autocefalía en 1970 (Miembros: 1.000.000).

Es necesario señalar que el Patriarcado de Constantinopla no ha reconocido aún el estatuto que Moscú ha concedido a estas tres últimas iglesias.

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IV. Por último, en una situación de mucho conflicto, existen en Ucrania tres iglesias ortodoxas, con sus respectivas jerarquías:

21) La Iglesia ortodoxa de Ucrania, a la que el Patriarcado de Moscú concedió "independencia y autogobierno", en 1990, bajo la dependencia del Patriarcado, de cuyo Santo Sínodo forma parte el metropolita de Kiev.

22) La Iglesia ortodoxa ucraniana autocéfala, auto constituida en 1921 (suprimida por Stalin en 1930 y reorganizada en 1989). No tiene reconocimiento canónico ni de Constantinopla ni de Moscú

23) La Iglesia ortodoxa ucraniana - Patriarcado de Kiev, establecida por el metropolita Filaret de Kiev, después de haber sido destituido y reducido al estado laical por el Patriarcado de Moscú, en 1992, y cuya situación es totalmente anti-canónica.

[Los cifras referentes al número de miembros de cada Iglesia corresponden a las que ellas mismas han suministrado para la publicación del A Handbook of Churches and Councils. Profiles of Ecumenical Relationships, World Council of Churches, Ginebra, 2006]

Lo que implica la autocefalía

Ha sido mencionado el año en que cada iglesia ha accedido a su autonomía o a su autocefalía y, al mismo tiempo, que algunas iglesias no tienen aún un estatuto canónico claro, ya que el que ellas reivindican no es reconocido por todas las demás iglesias. Esto se debe, en parte, a que los cánones no hablan de manera explícita acerca de los criterios y del proceso por el cual se accede a la autocefalía. Este es un tema previsto en la agenda del próximo Santo y Gran Concilio de la Iglesia ortodoxa. Sin embargo, el análisis de los precedentes históricos y de las normas que pueden deducirse de algunas reglas canónicas permite esbozar algunos criterios y condiciones: Ante todo, la iglesia en cuestión debe tener la capacidad interna de existir independientemente de toda otra autoridad eclesial; debe contar, para esto, al menos, con tres obispos y tener un número suficiente de pastores y fieles; debe haber consenso en el seno de esa iglesia que el estatuto de autocefalía tiene un fundamento y es útil para el desarrollo eclesial; y, por último, se requiere el acuerdo de la iglesia madre para la autocefalía de una iglesia que hasta ese momento era parte de ella. El ámbito de jurisdicción de cada iglesia se determina, en principio, territorialmente. En ámbitos ortodoxos suele hablarse del "territorio canónico" propio de una determinada iglesia. Reconocer la autocefalía de una iglesia implica reconocerle el derecho de resolver por sí misma todos los asuntos internos, teniendo como base su propia autoridad. Esto comprende la capacidad jurídica de nombrar y remover a sus propios obispos, incluso a los patriarcas o arzobispos. Las relaciones entre las diferentes iglesias autocéfalas se establecen por una precedencia de honor, que responde a razones sobre todo de tipo histórico. El primer lugar corresponde al Patriarcado ecuménico de Constantinopla, que conserva un cierto privilegio de iniciativa para promover asuntos de interés común a toda la Ortodoxia. Pero este privilegio no lo reconocen en el mismo grado y de manera indiscutida todas las iglesias ortodoxas, por lo cual no hay que pensar al Patriarca ecuménico como una especie de "papa ortodoxo".

Elementos que unifican a las iglesias ortodoxas

¿Cómo iglesias locales autocéfalas, sin una instancia central, han conservado plena comunión entre sí durante dos milenios? Es una pregunta que solemos hacer los católicos, habituados a una Iglesia universal, que ha encontrado el modo de expresar esa realidad también de manera jurídica. Esa comunión ha sido posible gracias al reconocimiento de ciertos elementos que expresan la unidad teológica y eclesial de toda la Ortodoxia. Esos elementos son:

1. La unidad en la fe apostólica, que se manifiesta en la aceptación unánime de los mismos dogmas y las mismas doctrinas, tal como se desprenden de: 1) las decisiones tomadas por los Apóstoles y los ancianos en el concilio de Jerusalén (Hech 16,4); 2) el Credo Niceno-constantinopolitano; 3) las definiciones dogmáticas de los siete concilios ecuménicos; 4) los textos dogmáticos de los nueve concilios locales; y 5) los textos de los Sínodos de Constantinopla de 861, 879, 1314 y 1351 –estos últimos sobre la doctrina de San Gregorio Palamas acerca de las energías divinas. Estas referencias comunes permiten conservar la unidad en la Tradición que, junto a la Sagrada Escritura, es fuente de la Revelación. Esa Tradición se verifica y encuentra en la Iglesia Una y verdadera, y constituye uno de los criterios externos y manifiestos de la unidad de la Iglesia.

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2. La unidad en los mismos misterios celebrados o sacramentos, especialmente la Eucaristía, en un mismo espíritu y con los mismos rituales –los propios del rito siro-bizantino–, que expresa la adoración de la Santísima Trinidad por la toda Iglesia –lex orandi, lex credendi. En este sentido, la liturgia también conserva a la Iglesia en la verdadera tradición.

3. Por último, como en la Ortodoxia no hay pronunciamientos de instancias magisteriales, como en la Iglesia católica, la eclesiología ortodoxa confía en el sentir común de las iglesias y de los fieles. Se puede hablar de una unidad de conciencia, de criterio o, en un sentido más amplio, de aprehensión de lo que es el espíritu ortodoxo. Esto se manifiesta en el momento de expresar y exponer la fe ortodoxa y, además, por la percepción, reconocimiento o el rechazo de todo aquello que no es ortodoxo.

Los elementos que preservan la unidad han favorecido el desarrollo de una definida y rica tradición en los ámbitos de la teología, la espiritualidad y la liturgia. Sin embargo, la tradición ortodoxa no es uniforme, sino que es posible percibir en su seno ricas diversidades.

Elementos que diversifican a la Ortodoxia

Las diversidades existentes en el seno de la Ortodoxia se deben a manifestaciones particulares: formas de vida, de acción, de historia, de instituciones, de tradiciones y de adaptaciones, que varían de un lugar a otro, sin llegar por eso a ser causa de división. Celebrando con el mismo rito bizantino, no tiene la misma impronta la liturgia griega que la rusa. Es posible distinguir, y no sólo en el último siglo, lo original del aporte de los teólogos rusos y las tendencias de la teología griega o, incluso, rumana. Estas diversas formas son consecuencia de realidades étnicas o raciales, culturales y lingüísticas y, como factores paralelos, resultado de razones políticas, culturales, que se traducen, finalmente, en las estructuras administrativas.

Kallistos Ware, en su magnífico libro "La Iglesia ortodoxa" –una presentación ya clásica de la Iglesia ortodoxa, que acaba de ser traducido al castellano en nuestro país por la Iglesia ortodoxa griega–, distingue en la Ortodoxia actual cinco realidades distintas:

1. Los ortodoxos que habitan los litorales levantinos del Mediterráneo, que son una minoría dentro de países predominantemente musulmanes –los Patriarcados antiguos de Constantinopla, Alejandría, Antioquía y Jerusalén (los fieles de este último conviven con musulmanes en Jordania) –;

2. Las Iglesias de Grecia y Chipre, donde se da una alianza, hoy algo atenuada, entre Iglesia y Estado, heredada del sistema bizantino;

3. Las Iglesias ortodoxas de Europa oriental, que han vivido hasta hace pocos años bajo regímenes comunistas y han tenido que sufrir duras persecuciones –es la más numerosa de las cinco categorías, comprendiendo el 85% de los fieles ortodoxos–;

4. Las comunidades de la diáspora, que viven en Europa occidental, América y Australia, compuestas en su mayor parte por emigrantes, exiliados y sus descendientes –en esta categoría están comprendidas las Iglesias ortodoxas presentes en nuestro país–;

5. Las comunidades misioneras ortodoxas en diferentes lugares, como por ejemplo África Oriental, Japón, China y Corea.

A pesar de todas esas diversidades, de diferentes órdenes, permanece intacta la conciencia de que la Iglesia Ortodoxa es una y que ella es la verdadera Iglesia de Cristo. Pero, por lo dicho hasta este momento, nada debe inducir a pensar, de una manera idealizada, que la unidad de la Ortodoxia se ha realizado siempre de manera perfecta y sincronizada. La historia da testimonio de tensiones y cismas vividos durante el segundo milenio, y de algunas situaciones que no están definitivamente resueltas en el ámbito canónico. Una de esas situaciones es la que se vive, por ejemplo, en los países de inmigración –la cuarta categoría que señala K. Ware. En efecto, en esos países se da de manera irregular, según los principios de la eclesiología ortodoxa, una superposición de jurisdicciones eclesiásticas. Esto se explica por razones históricas: los inmigrantes procuraron llevar consigo, o llamar más tarde, a clérigos de su propia nacionalidad y lengua para atender sus necesidades espirituales. Luego, esa presencia se organizó eclesiásticamente, estableciendo jerarquías paralelas. Este hecho, respuesta a necesidades circunstanciales, ha tendido a convertirse en estable en Europa, en América del Norte y del Sur, y en Australia. Este tema espera ser tratado en el futuro Santo y Gran Concilio de la Iglesia ortodoxa.

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La situación descrita, así como la falta de claridad en los criterios para conceder la autocefalía, explica por qué en la estructura ortodoxa de gobierno se presentan algunos inconvenientes. No existe, por ejemplo, un mecanismo o un árbitro supremo que pueda dirimir las diferencias o conflictos suscitados entre dos o más iglesias en lo referente a cuestiones eclesiásticas. En consecuencia, las cuestiones pueden resolverse de manera diferente en cada caso: algunas veces, a través de consultas interortodoxas, que tienen carácter consultivo pero no deliberativo; otras, gracias a negociaciones bilaterales o a la mediación de una tercera iglesia. Esto permite deducir por qué la comprensión de la Iglesia, especialmente en lo referente al primado –en sentido amplio e incluso en el seno mismo de la Ortodoxia– y al ministerio petrino –específicamente–, es un tema central en la agenda del diálogo teológico entre católicos y ortodoxos.

A la espera del Santo y Gran Concilio de la Iglesia ortodoxa

He mencionado en dos ocasiones que hay temas necesitados de una clarificación y que esperan ser tratados en un futuro concilio de toda la Ortodoxia. He señalado, además, que las iglesias ortodoxas reconocen sólo los primeros siete concilios ecuménicos. La realidad histórica del Cisma, en la visión ortodoxa, ha hecho imposible la celebración de concilios ecuménicos en el segundo milenio. Sin embargo, no sin dificultades, algo ha cambiado de esa visión. En el siglo XX, se han celebrado diversos tipos de reuniones y conferencias panortodoxas, muchas de ellas animadas por el nuevo dinamismo creado por el movimiento ecuménico y la necesidad de que la Ortodoxia se exprese con una sola voz. Las tres primeras de esas conferencias fueron convocadas por el Patriarcado de Constantinopla, contemporáneamente a la convocatoria y celebración del Concilio Vaticano II (Rodas, 1961, 1963 y 1964). En la Cuarta Conferencia Panortodoxa (1968), apareció como una idea central la necesidad de un Concilio Panortodoxo. Para ese fin se constituyó una Comisión preparatoria ínterortodoxa que ha trabajado no siempre con un ritmo sostenido. La Primera Conferencia Panortodoxa Preconciliar (Chambésy, 1976), acordó los que debían ser temas del Concilio: 1) La diáspora ortodoxa; 2) La autocefalía y el modo de su proclamación; 3) La autonomía y su modo de proclamación; 4) Los dípticos, es decir, el orden eclesiástico de distribución en la mención del nombre en las oraciones litúrgicas; 5) Cuestiones sobre una calendario común; 6) Impedimentos matrimoniales; 7) Adaptación de las normas del ayuno eclesiástico; 8) Las relaciones de la Iglesia ortodoxa con el resto del mundo cristiano; 9) Ortodoxia y movimiento ecuménico; 10) La aportación de las iglesias ortodoxas locales a la paz, la libertad, la fraternidad y el amor entre los pueblos, y la eliminación de la discriminación racial.

El Concilio no ha sido convocado aún y, en los últimos quince años, los trabajos preparatorios se han paralizado debido a diferentes puntos de vista acerca de su estatuto canónico y de los temas a tratar. Nada hace prever una realización inmediata. Además, la situación de las iglesias ha cambiado en los últimos años, acentuándose o relativizándose la urgencia de algunos de los temas propuestos, mientras que otros, en cambio, han encontrado una solución por otras vías.

La peculiaridad que debe ser atendida en las relaciones católico-ortodoxas

La Iglesia católica instauró con todas las iglesias ortodoxas, según la visión esbozada por Pablo VI y Atenágoras I, el llamado "diálogo de la caridad" (1967), una condición indispensable para llevar adelante luego el "diálogo de la verdad", tendiente a clarificar las posibles divergencias doctrinales entre las iglesias. En 1975 se consideró que los tiempos estaban maduros para iniciar el diálogo teológico. Después de una preparación de cinco años, en 1980, se estableció la comisión mixta internacional de diálogo católico-ortodoxa. Esta comisión trabajó regularmente hasta 1990 y fue capaz de producir tres documentos sobre eclesiología y sacramentos. En 1991, como resultado de las dificultades vividas entre ortodoxos y católicos en países de Europa oriental, y a pesar de los intentos por reanudar el trabajo de la comisión (1993 y 2000), el diálogo teológico se vio paralizado. Sólo en septiembre de 2006, ha sido posible reiniciarlo, abriéndose así un nuevo espacio de esperanza.

La experiencia de estos años y los elementos de unidad y diversidad que caracterizan a la Ortodoxia nos ayudan a percibir la complejidad que se presenta en el momento de establecer una relación bilateral entre la Iglesia católica y el conjunto de las iglesias ortodoxas. Por estructura y organización canónica, no se trata de dos "cuerpos" semejantes, por eso la relación es asimétrica. Si en el ámbito del diálogo teológico es pensable, como se ha dado hasta ahora, un diálogo internacional con representantes de ambas partes, el desafío en este ámbito se presenta cuando es necesario llegar a decisiones vinculantes. La Iglesia católica se

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expresa con una sola voz; las iglesias ortodoxas necesitan llegar previamente a un consenso entre sí. La complejidad es mayor en el ámbito de la vida, donde entran en juego otros factores. En este caso, es necesario que la Iglesia católica establezca relaciones fraternas con cada una de las diferentes Iglesias, no quedando garantizado que las relaciones óptimas con alguna/s de ellas se extiendan al resto. Por eso, es posible tener buenas relaciones con algunas Iglesias ortodoxas, mientras que con otras pueden presentarse obstáculos que parezcan no fácilmente superables.

Unidad y diversidad de la Ortodoxia en Argentina

En nuestro país, como resultado de las diferentes corrientes inmigratorias, se encuentran comunidades de iglesias ortodoxas de diferente origen étnico. No todas poseen en este momento el mismo grado de organización eclesiástica ni de reconocimiento por parte de las otras iglesias. Las tres presencias más importantes son:

1) La Iglesia ortodoxa griega del Patriarcado ecuménico de Constantinopla.

2) La Iglesia ortodoxa griega del Patriarcado de Antioquía.

3) La Iglesia ortodoxa rusa del Patriarcado de Moscú, a la que hay que sumar la Iglesia ortodoxa rusa en el Exilio, que en este momento está en un avanzado proceso de restauración de la comunión eclesial con el Patriarcado.

Además, hay presencias reducidas de la Iglesia ortodoxa serbia y de la Iglesia ortodoxa ucraniana autocéfala –sin un estatuto canónico claro para el resto de la Ortodoxia. En total, es posible contabilizar unas sesenta parroquias y capillas ortodoxas –sin contar las comunidades que aún no tienen su templo propio–, distribuidas en la ciudad de Buenos Aires y en once provincias argentinas. Esto equivale a una o varias presencias ortodoxas en el ámbito de casi treinta diócesis católicas. Es una razón suficiente para introducirnos más en el mundo de la Ortodoxia, favoreciendo la realización de lo que pedía el Concilio, al recomendar "(…) a los pastores y a los fieles de la Iglesia católica que mantengan relaciones con quienes pasan la vida no ya en Oriente, sino lejos de la patria, para incrementar la colaboración fraterna con ellos en el espíritu de la caridad, dejando todo ánimo de controversia y de emulación" (Unitatis Redintegratio, 18).