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1 Las mujeres en la prensa católica de la segunda mitad del siglo XIX en Bogotá Monografía para optar por el título de Magister en Historia Por: Angela Mayerly Parra Amaya Director: Dr. Ricardo Arias Trujillo Universidad de los Andes Departamento d Historia Bogotá 2014

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Las mujeres en la prensa católica de la segunda mitad del siglo XIX en Bogotá

Monografía para optar por el título de Magister en Historia

Por: Angela Mayerly Parra Amaya

Director: Dr. Ricardo Arias Trujillo

Universidad de los Andes

Departamento d Historia

Bogotá

2014

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Resumen

Este trabajo da cuenta de la presencia de las mujeres en la prensa católica bogotana de la

segunda mitad del siglo XIX. Muestra cómo las mujeres de élite a partir de su ideal femenino

decimonónico consolidaron roles diferentes al de ser madres y esposas. También revela el

respaldo y reconocimiento por parte de la sociedad a sus labores como madres, esposas,

literatas y especialmente, como maestras y amas de caridad, permitiéndoles incursionar en

espacios públicos antes poco visibles.

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Contenido

Introducción………..……………………………………………………………….……… 4

Capítulo I

La prensa como medio para que las mujeres salieran del anonimato…………...…..……... 8

Capítulo II

El liderazgo de las mujeres en la educación……………………………………...……….. 24

Capítulo III

La organización de las mujeres en las labores de caridad y beneficencia………………… 37

Conclusiones……………………………………………………………………………… 57

Referencias Citadas…………………..……………………………………………………59

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Introducción

Esta investigación estudia la visibilidad de las mujeres en la prensa católica bogotana entre

1849 y 1882. Tomando dos de los periódicos más representativos del campo católico: El

Catolicismo y La Caridad, se analiza a un grupo de mujeres de élite que, asumiendo el ideal

femenino decimonónico, se ven relacionadas en contextos y roles públicos1, respondiendo

así, a unas condiciones socio-políticas y culturales propias de la segunda mitad del siglo XIX.

La lectura de la prensa se hizo desde una perspectiva de género2, la cual nos obliga a abordar

las características de uno y otro sexo de manera comparada y relacional. El género como

categoría es una herramienta analítica que permite explicar las condiciones y características

sociales, culturales, económicas y políticas de hombres y mujeres3. A la vez que el término

género, como sustituto de las mujeres, también se emplea para sugerir que la información

sobre las mujeres es, necesariamente, información sobre los hombres, y que lo uno implica

el estudio del otro. Al mismo tiempo, el mundo de las mujeres forma parte del mundo de los

hombres.

Joan Scott4 y Marta Lamas5 coinciden en afirmar que ser hombre o mujer es una condición

construida histórica, cultural y simbólicamente que expresa relaciones sociales basadas en

las diferencias que distinguen a los sexos. Asimismo, el género como elemento constitutivo

de las relaciones sociales permitió observar las diferencias percibidas y construidas

discursivamente entre los sexos, como una de las formas primarias de las relaciones

simbólicas de poder. Las relaciones entre los sexos son un aspecto prioritario de la

organización social, en la que sus diferencias constituyen estructuras sociales jerárquicas,

1 Lola Luna, Historia, género y política. Movimiento de Mujeres y participación política en Colombia 1930 –

1991, (Barcelona: Universitat de Barcelona, 1994). Luna sostiene que la inclusión de las mujeres en la esfera

pública colombiana ocurre solamente en el siglo XX y no encuentra en el siglo XIX ningún antecedente, en:

Lola Luna, Los movimientos de mujeres en América Latina y la renovación de la historia política, (Cali:

Universidad del Valle, 2003). 2En términos de Gisela Bock, el uso del género es un modo de considerar y estudiar a las personas que, de paso,

nos ayuda a descubrir áreas de la historia que no han sido tenidas en cuenta. Es a la vez una forma conceptual

de análisis sociocultural que desafía la ceguera que la tradición historiográfica ha demostrado respecto al sexo.

Gisela Bock, “La historia de las mujeres y la historia del género: Aspectos de un debate internacional”, Historia

Social, no. 9 (España: Universidad de Valencia, Instituto de Historia Social, 1991), 55 – 77. 3Para la historiadora francesa AnnePérotin-Dumon, esta categoría constituye la posibilidad de analizar el pasado

desde las relaciones, la diferencia y la identidad; AnnePérotin-Dumon, El género en Historia (libro electrónico)

Santiago de Chile. Véase: http: //historiapolitica.com/digitales/digitales-anne-perotin-dumon/ 4Joan Wallach Scott, El género una categoría útil para el análisis histórico, en “Género e historia”, (México,

Fondo de Cultura Económica – Universidad Autónoma de la Ciudad de México, 2008), 52. Joan Wallach Scott,

El género una categoría útil, 52. 5 Marta Lamas, “La antropología feminista y la categoría de género,” en El género: La construcción cultural

de la diferencia sexual, comp. Marta Lamas (México: Universidad Nacional Autónoma de México, 1996) 97-

99.

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que a la vez son constituidas por éstas6. Las mujeres como grupo subordinado participan

dentro de la producción y reproducción de los discursos de los grupos dominantes, discursos

capaces de coordinar lo público con lo privado, conduciendo a las mujeres a ser protagonistas

en escenarios fuera del hogar.

Considerando la invitación de Diana Gómez de abordar la historia de las mujeres bajo la

premisa de no dividir los ámbitos de lo privado y lo público, creemos que estas esferas deben

ser observadas como una unidad fuerte y directamente interrelacionada7. Y también

pensamos, con Carole Pateman quien, interpretando a John Locke, considera que la esfera

pública abarca toda la vida social, a excepción de la vida doméstica8. Desde esta perspectiva,

podemos hallar para las mujeres diferentes rutas de acceso a la vida pública, a pesar de su

exclusión de la esfera pública oficial. Si bien la esfera pública oficial es el lugar institucional

de mayor importancia para la construcción del consentimiento que define el modo

hegemónico de dominación9, los estudios de Ryan y de Books-Higginbotham muestran que,

aún en la ausencia de una incorporación política formal a través del sufragio, había una

variedad de formas a través de las cuales podía accederse a la vida pública y a múltiples

espacios públicos. Así pues, es pertinente observar las formas de participación que le

permitieron a ciertas mujeres decimonónicas ser visibles públicamente, siendo esta una

manera de enriquecer los estudios que se han hecho hasta el momento, debido a que se insiste

en hablar de las mujeres confinadas en el hogar como la principal característica para resaltar

en ellas.

La difusa línea divisoria es un avance histórico en la continuada lucha por lograr un equilibrio

más equitativo entre lo privado y lo público en las relaciones sociales. Tal empleo desecha la

utilidad interpretativa de la idea de las esferas separadas, y sostiene que el estudio separado

de las mujeres contribuye a perpetuar la ficción de que una esfera, o la experiencia de un

sexo, poco o nada tienen que ver con el otro sexo10. Es preciso agregar que las esferas

públicas no son sólo espacios para la formación de la opinión discursiva; son también

espacios para la formación y la concreción de las identidades sociales11.

El género se desarrolla en diferentes macro y micro esferas, tales como el Estado, los medios

de comunicación, las leyes, la familia, las escuelas y los establecimientos de caridad y

6 Joan Scott, “Women in history: The Modern Period”. En Past and Present: A Journal of Historical Studies,

1983, no. 101, 41 -157. 7 Diana Marcela Gómez, Las mujeres en la disciplina histórica, hacia la construcción de un marco teórico para

abordar el Movimiento Social de Mujeres en Colombia. Serie Cuadernos de Trabajo - Universidad Nacional de

Colombia – Facultad de Ciencias Humanas, 2004, 74 – 97. 8Carole Pateman, Críticas feministas a la dicotomía público/privado. En Perspectivas feministas en teoría

política, Comp. Carme Castells (España, Paidos, 1996), 34. 9 Nancy Fraser, “Iustitia Interrupta, reflexiones críticas desde la posición “postsocialista”, Siglo del Hombre

Editores, Universidad de los Andes, Colombia, 1997, 106. 10Joan W. Scott, El género una categoría útil, 52. 11 Nancy Fraser, Iustitia Interrupta,”, 118.

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beneficencia12, permitiendo analizar la situación de las mujeres con la de los hombres en la

estructura institucional, en la participación pública y sus propias relaciones, para luego

evidenciar las formas en que las mujeres son interpretadas por los hombres y por ellas

mismas. Finalmente, se toma a Scott cuando sugiere que al interior del género se deben

analizar las inter-relaciones de clase, etnia y edad13, y es allí donde nos permitimos ampliar

la visión de la relación de las mujeres de élite con las de diferentes clases sociales y ubicar

en la prensa a la niñez, relacionándola con cada una de las temáticas desarrolladas.

Para este trabajo se hizo lectura de cada uno de los números de los periódicos EL Catolicismo

y La Caridad. Resultó fundamental su consulta para conocer las condiciones de vida, el

pensamiento de las élites, el funcionamiento institucional (de la política, la Iglesia, la familia,

el trabajo, la educación, la caridad y la beneficencia), la influencia y los posibles cambios

que afectaban la vida de las mujeres.

Lo que se pretende en esta investigación es mostrar que todo lo que se publicó sobre las

mujeres en la prensa católica, tenía como objeto la construcción y proyección de una imagen

femenina que derivó en la emergencia de un sujeto social nuevo. Una de las novedades de la

prensa en la segunda mitad del siglo XIX será la incorporación de algunas mujeres como

autoras de artículos y peticiones públicas, del diálogo entre ellas y con sectores masculinos;

en este sentido podemos afirmar que las mujeres lograron penetrar en sitios creados y

reservados en principio para la intervención masculina. En palabras de Gloria Bonilla,

estudiar las mujeres en la prensa permite constatar el lugar que abrieron ellas en el mundo

público, puesto que los periódicos, destinados a circular en distintos circuitos de opinión, dan

cuenta de las formas en que las mujeres se posicionaron en la sociedad, aportando nuevas

perspectivas respecto a este mismo proceso14.

La lectura de la prensa desde una perspectiva de género nos permite conocer el papel que las

mujeres jugaron en el desarrollo de la sociedad bogotana, sin deslegitimar lo que ya se sabe,

sino ampliarlo de manera específica en cuanto a su rol fuera de casa. Podemos observarla en

el espacio público desde el trabajo femenino, ya sea en condición de modista, dependiente o

dueña de almacén, vendedora, maestra, dama de caridad, entre otras labores. A pesar que en

la prensa son más evidentes las continuidades históricas que los cambios, aun así se puede

percibir la manera como las mujeres logran modificar su percepción del mundo a través de

su inserción pública, el establecimiento de nuevas sociabilidades y la consolidación de

relaciones con otras mujeres.

12 Benerie, Lourdes y Roldán, Marta, Las encrucijadas de clase y género. Trabajo a domicilio, subcontratación

y dinámica de la unidad doméstica en la ciudad de México. México: El colegio de México y FCE. (1ª ed. en

inglés 1987), 1992, 12. 13 Scott, El género una categoría útil, 93. 14Gloria Bonilla, “Mujer y prensa en Colombia, “Memorias Congreso de Americanistas, no. 51, (2003): 65-70.

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En otras palabras, son las labores de educación, caridad y beneficencia -formas tradicionales

de reproducción de las representaciones de la mujer-, las principales formas en las que las

mujeres de élite “salieron de sus casas”, alejándose del ámbito doméstico y abriéndose

espacios diferentes al de la familia; esta experiencia modificó su idea de sí mismas. En esos

núcleos se consolidaban las relaciones de mujeres de la misma clase, se creaban nexos con

otras clases sociales, se fortalecían lazos con la Iglesia y con el partido Conservador. Estas

mujeres se destacaron como líderes convocando a la organización y haciéndose cargo de

diferentes establecimientos, en la consecución y administración del dinero, y un aspecto muy

importante, el ejercicio de la escritura, materializado en la elaboración de los informes

generales y de tesorería, además de las diferentes convocatorias escolares, invitaciones a

ejercer la caridad y peticiones a diferentes sectores, especialmente masculinos.

El texto se ha organizado en tres partes. En el primer capítulo, inicialmente, se hace un esbozo

de la prensa católica y el deber ser femenino en la segunda mitad del siglo XIX, para luego

entablar la relación de estos dos aspectos con la política, la literatura y secciones específicas

del periódico como los obituarios y los avisos publicitarios. Finalmente se da cuenta de la

manera como ellas se organizan públicamente en favor de la Iglesia.

El segundo capítulo aborda el liderazgo de las mujeres en la educación y muestra cómo a

partir de su labor como directoras y maestras responden a su ideal femenino y a los intereses

de la Iglesia. Allí ellas, por su labor, son reconocidas y elogiadas; no obstante, es posible

encontrar algunas discrepancias con su labor como maestras por parte de sociedad civil de

algunos eclesiásticos.

El capítulo tercero trata de las mujeres desempeñándose en la caridad y la beneficencia, como

principales organizadoras y gestoras de estas labores, que al igual que en la educación, las

conducen a espacios diferentes al hogar, dando cuenta así de la extensión de sus virtudes

como madres, esposas y devotas católicas. Allí la voz de las mujeres es más evidente, en

informes y peticiones relacionados con su rol de amas de caridad.

En general, observaremos cómo la maternidad y las virtudes cristianas son el “trampolín”

para que algunas mujeres de la élite puedan frecuentar espacios fuera del hogar. Mujeres que

empezaron a ser vinculadas directa e indirectamente en discursos y prácticas que las

condujeron a ser imagen pública.

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Capítulo I

La prensa como medio para que las mujeres salieran del anonimato

La prensa bogotana en el siglo XIX

Una vez aparece la imprenta en el mundo, en el siglo XV, esta se convierte en un arma

poderosa para la Iglesia católica y las nacientes burocracias estatales y ambas la usaron como

herramienta ideal para el proselitismo, para generar un tipo de publicidad que construyera

lealtades y cimentara legitimidades. No es fortuito que los dos productos más populares de

la imprenta sean la Biblia, con toda su parafernalia devocional tales como sermonarios,

confesionarios y novenas, y la inmensa variedad de gacetas y papeles públicos. Tampoco es

coincidencia que buena parte de las imprentas en América estuvieran en manos de las órdenes

religiosas15.

Ya para la época Colonial en Hispanoamérica, la prensa aparece por iniciativa y con el apoyo

de las autoridades virreinales, controlando sus contenidos para evitar que se contradijeran los

valores religiosos y políticos dominantes. Pero las nuevas enseñanzas de la universidad, la

experiencia de la expedición botánica, la lectura de escritores europeos ilustrados, las

discusiones en las tertulias, generalizan un ambiente en que los criollos empiezan a ver en la

imprenta y en los periódicos un elemento de discusión pública16. Como la ha hecho ver Renán

Silva, en Hispanoamérica la civilización de lo escrito es parte esencial del dominio de los

grupos gobernantes sobre una población que vive en una cultura oral, y lo escrito tiene un

prestigio y reconocimiento que lo convierte en fuente de poder y legitimidad17.

La primera imprenta en la Nueva Granada llega en 1738, la cual se limitaba a publicar algunas

novenas, y es para 1791 con el Papel Periódico de Santa Fe de Bogotá que se empiezan a

publicar noticias de libros y artículos extranjeros. Luego aparecen otros como el Correo

Curioso (1801), el Redactor Americano (1806), y el Semanario del Nuevo Reino de Granada

(1808). En esta época de Independencia, los periódicos son ante todo publicaciones oficiales,

gacetas publicadas por orden de las juntas de independencia, en las que se daban a conocerlos

15Francisco Ortega y Alexander Chaparra ed, “El nacimiento de la opinión pública en la Nueva Granada, 1785-

1830,” en Disfraz y pluma de todos, opinión pública y cultura política, siglos XVIII y XIX, (Bogotá: Universidad

Nacional de Colombia – Facultad de Ciencias Humanas – Centro de Estudios Sociales (CES) University of

Helsinki, 2012), 43. 16 Angélica Díaz, “Pluma, papel y tinta. Prensa literaria y escritores en Bogotá, 1846 – 1898” (Tesis de Maestría,

Universidad de los Andes, 2009), 6. 17 Renán Silva, “El periodismo y la prensa a finales del siglo XVIII y principios del siglo XIX en Colombia,

Documento de trabajo No 63, Cali, Cidse, 2002, p.7, consultado en http://socioeconomiauniversidaddel

valle.edu.co

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partes militares, las noticias políticas y algunas discusiones sobre temas como el debate entre

federalismo y el centralismo. En su gran mayoría era una prensa oficialista18.

A partir de 1820 se empieza a dar un auge de publicaciones periódicas respaldadas por la

libertad de imprenta, proclamada en 182119. En Bogotá empiezan a dominar los periódicos

partidistas. Estas publicaciones fueron promovidas por editores privados, como fue el caso

de El Día, La Civilización, El Neogranadino y El Tiempo, los cuales competían con la Gaceta

de la Nueva Granada, en el interés de los lectores y en la calidad de los colaboradores. Se

trataba de periódicos que combinaron sobre todo el interés noticioso con el debate político.

En un contexto político bipartidista, un considerable número de periódicos circularon en la

segunda mitad del siglo XIX, convirtiéndose así la prensa en uno de los principales medios

de expresión política y, asimismo, en el espacio propicio para el debate entre los partidos

Liberal y Conservador. Uno de los principales periódicos en contrarrestar las políticas

liberales fue El Catolicismo. Periódico quincenario, religioso, filosófico i literario, (1849 –

1869)20. Este periódico, órgano oficial de la Iglesia, fundado por el arzobispo Manuel José

Mosquera, se caracterizó por mantener un discurso religioso y políticamente conservador,

interviniendo por los interés de la Iglesia y defendiendo la tradición y el dogma católico.

Mientras periódicos como El Neogranadino expresaban su respaldo al liberalismo, el cual

buscaba limitar los privilegios y el poder político de la Iglesia, con el argumento de llevar el

país a la modernización.

El Catolicismo, publicado hasta 1869, a pesar de sus amplias interrupciones de circulación

en la década del sesenta, logró consolidarse como uno de los periódicos conservadores más

estables de la época, junto con La Caridad, Correo de las aldeas, libro de la familia cristiana,

(1864-1882)21, periódico que no tenía un fin de debate político, aunque sí las características

de ser católico y conservador. Para el año de 1860, El Catolicismo anunció su publicación,

18 Jesús Álvarez y Ascensión Martínez, Historia de la prensa Hispanoamericana (Madrid: Editorial Mapfre,

2002), 348. 19 Leidy Torres Cendales, “Libertad, prensa y opinión pública en la Gran Colombia, 1818-1830,”en Disfraz y

pluma de todos, opinión pública y cultura política, siglos XVIII y XIX, ed. Francisco Ortega y Alexander

Chaparra (Bogotá: Universidad Nacional de Colombia – Facultad de Ciencias Humanas – Centro de Estudios

Sociales (CES) University of Helsinki, 2012), 202. 20 Circuló por trece años de manera interrumpida; durante este periodo tuvo cinco cambios de título.

Inicialmente circulaba cada quince días, al poco tiempo se publicó cada semana. Para el año de 1861 ya no es

de carácter oficial de la arquidiócesis, con el argumento de que el periódico queda más desembarazado para

desempeñar su triple misión religiosa, moral y política. Reaparece en 1868, supuestamente alejado de los

contenidos políticos, con el fin principal fin de recaudar dinero a favor de las monjas de la ciudad. Los temas

predominantes fueron la contraposición a la ideología liberal y al protestantismo; también había artículos a

favor del papel de la Iglesia en la sociedad. De igual manera, se publicaron discursos clericales, narraciones

literarias, noticias y publicidad. Gran parte de los artículos eran extranjeros. El público al que se dirigió esta

publicación fue el clero y los feligreses. En la redacción del periódico colaboraron algunos clérigos, hombres

de prestigio y ocasionalmente, alguna mujer reconocida en la literatura. 21 Presentó tres cambios de título y fue suspendió en el número 48 por falta de papel imprenta.

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el cual fue creado y liderado por José Joaquín Ortiz22, teniendo como objeto recolectar fondos

para la asistencia a los enfermos pobres, la visita y socorro de personas menesterosas, la

enseñanza de la doctrina y de la moral cristiana y la instrucción primaria a niños pobres;

todas estas labores lideradas por la Sociedad de San Vicente de Paul. Asimismo, La Caridad

incentivó a sus lectores al ejercicio de los deberes y las virtudes católicas. De esta manera,

pretendía mantener y solidificar las costumbres católicas en la sociedad, seguramente con la

finalidad de ser un instrumento de resistencia frente a las ideas liberales, a pesar de afirmar

en repetidas ocasiones que la política no era de su interés y que lo que se buscaba era publicar

contenidos que leyeran las mujeres23, cultivando así su ideal femenino que las consagraba a

las practicas hogareñas y religiosas.

Estos dos periódicos tuvieron una estrecha relación en cuanto a sus imprentas, editores y

colaboradores, y en algunas oportunidades se publicaron los mismos artículos en diferentes

periódicos. Una de las finalidades que compartían fue preservar y difundir la moral católica

bajo el poder de los gobiernos liberales. Según Suzy Bermúdez, la estabilidad de estos dos

periódicos, a pesar de la tensión política y los problemas de orden económico, se debió al

respaldo que les dio la Iglesia católica24. Finalmente, es pertinente anotar que El Catolicismo

no fue un periódico dirigido a las mujeres, como si lo fue La Caridad, seguramente por su

alto contenido político, en una que otra ocasión, las mujeres publicaron allí sus poemas,

mientras que la presencia femenina en La Caridad fue significativa, a tal punto que una mujer

hizo parte del grupo de redactores, la literata Silveria Espinosa de los Monteros. Ambos

periódicos católicos tenían la característica de dirigirse al mismo grupo de mujeres y de

expresar ideas semejantes sobre ellas.

En La Caridad se encontró a una mujer que consideraba que al comprar el periódico además

de contribuir con los necesitados, entraba en diálogo con los señores que allí publicaban:

Soi una de las suscriptoras a La Caridad por tres ejemplares: dos para

amigas del campo i uno para mí. Leyendo su periódico converso con U. i

con aquellos señores que emplean sus talentos en mantener un periódico

UNICO en el mundo; pues si todos los periódicos se fundan para ganar

dinero, este está consagrado a dar de limosna sus productos. ¡Ojalá fueran

millones!25

Esta cita también nos dice, que en algunos casos el periódico llegaba a mujeres que residían

en el campo, en este caso por medio de una señora. Una mujer que lograba que otras mujeres

22 Escritor bogotano, quien fue Director de El Catolicismo en 1860 y lideró diferentes proyectos de caridad en

la ciudad de Bogotá. Fue editor de La Caridad y El Catolicismo. 23 José Joaquín Ortiz, “Prospecto”, La Caridad, Bogotá, 24 de septiembre, 1864, 1. 24Suzy Bermúdez, La prensa femenina en Santa Fé de Bogotá 1849 – 1885 (Bogotá: Banco de la República,

1990). 25 “Una entre mil”, La Caridad, Bogotá, 1 de diciembre, 1865, 220. Se conserva en la cita la ortografía de la

época. Todas las citas textuales se presentarán con la ortografía que aparece en el documento original.

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que tenía difícil acceso al periódico lo leyeran, y como lo afirmaba la suscriptora en su caso,

entraran en diálogo con los redactores.

Ahora, es preciso aclarar que durante la primera mitad del siglo XIX fue poco lo que se

escribió sobre las mujeres y es en la segunda mitad del siglo en donde aparece una muestra

significativa, específicamente de las mujeres de clase alta, ya que el periódico para esta época

se convirtió un medio de auto-comunicación de la élite26. Las mujeres fueron apareciendo

como subscriptoras y lectoras, luego, en algunos casos como autoras de artículos. Sin

embargo, en la mayoría de los casos aparecieron como objeto de discusión en artículos que

iban dirigidos a regular su comportamiento para que así se convirtieran en facilitadoras del

orden. Uno de los intereses por parte de los editores fue el compartir con el público desde el

espacio del periódico ideas, sugerencias y dictámenes acerca de los roles que debían ocupar

las mujeres en la sociedad, siendo esta una situación que permite entender cómo las mujeres

van adquiriendo más notoriedad en estos espacios discursivos de opinión social27.

Las mujeres en el siglo XIX

Para hablar de las mujeres bogotanas del siglo XIX, debemos tener en cuenta que su imagen

fue una construcción masculina influenciada por la Iglesia católica desde la Colonia28, sin

pretender establecer patrones de igualdad, más allá de lo que indicaba la comunidad cristiana.

Fueron los guías espirituales y educadores los principales en elaborar y divulgar las pautas

de conducta que las mujeres debían seguir, por medio de consejos morales, de

recomendaciones de cómo comportarse en el hogar, libros de oración, entre otros29. Ellas

debían estar relegadas al hogar, ser vírgenes o esposas sometidas, asumiendo labores que se

amoldaran a su “naturaleza” maternal y sumisa.

Sumado a lo anterior, la Iglesia católica fue la institución encargada de mostrar a las mujeres

como débiles y pecadoras, con la imagen de Eva, y al mismo tiempo de redimirlas del pecado

y la inferioridad, con la imagen de María. Por tanto, el marianismo se fue infundiendo como

un modelo simbólico que históricamente alimentó la construcción de identidad femenina,

enfocado como un elemento estereotipado derivado del culto católico a la virgen María. De

26 Gabriele Küppers, “De la protesta a la propuesta… a la protesta? Engendrando nuevas perspectivas solidarias

e internacionales desde el feminismo”, en Género, feminismo y masculinidad en América latina, Silke Helfrich,

(El Salvador: Ediciones Böll, 2001), 11 - 50. 27 Mariselle Meléndez, “La mujer y la prensa ilustrada en los periódicos suramericanos, 1790 – 1812”,

Universidad de Illinois, Urbana- Champaign, USA. En Disfraz y pluma de todos, opinión pública y cultura

política, siglos XVIII y XIX. Francisco A. Ortega Martínez y Alexander Chaparro Silva editores. Universidad

Nacional de Colombia – Facultad de Ciencias Humanas – Centro de Estudios Sociales (ces) University of

Helsinki, Bogotá, 2012. 28 Pablo Rodríguez, “El mundo colonial y las mujeres”, en Las mujeres en la historia de Colombia, Tomo III

coordinado por Magda Velásquez (Bogotá: Norma, 1995), 78. 29 Asunción Lavrin, Mujeres latinoamericanas (México: Fondo de Cultura Económica, 1985), 5.

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la misma manera, se considera como un edificio secular de creencias y prácticas relativas a

la posición de las mujeres en la sociedad30. Es preciso agregar que para 1854 se dio la

proclamación universal del dogma de la Inmaculada Concepción, que identificó la imagen

femenina con el culto mariano y en donde las mujeres de élite fueron las encargadas de aplicar

dicha proclamación para servir de modelo a las clases populares y de velar por los valores

morales de la sociedad31.

En consecuencia, la Iglesia unificó, a partir del modelo de María, la conducta de las mujeres

exaltando una serie de virtudes “innatas”, como abnegación, pasividad, obediencia,

humildad, docilidad, prudencia y sumisión, que en palabras de Ana María Bidegain, han sido

mostradas como atributos esenciales y “únicos” de las mujeres, y que no pocas veces ha sido

la justificación para una mentalidad patriarcal y marginalizadora de la mujeres32. Con el fin

de que las mujeres le sirvieran de la mejor manera a Dios y a la sociedad, la cultura católica

decimonónica le atribuyó funciones de formación religiosa y de correctivo moral, bajo la

insignia de un ilimitado espíritu de sacrificio. Este discurso se prolongó durante todo el siglo

XIX y parte del XX, pero no por ello, observaremos sus desplazamientos que involucran su

deber ser femenino en roles como maestras y amas de caridad.

La Iglesia católica para el siglo XIX era una institución con un fuerte poder económico,

político y social en Colombia, condiciones que propiciaron que la mayoría de pobladores

tuvieran un fuerte arraigo religioso por el catolicismo. Se sostiene que las mujeres han sido

uno de los pilares de la Iglesia, por ser más disciplinadas en las prácticas religiosas en

comparación a los hombres33, por eso figuraban como sus más fieles seguidoras. Por este

motivo la Iglesia tuvo en ellas todo el respaldo cuando se enfrentó a las reformas liberales,

leyes en las que ellas se veían involucradas o la misma Iglesia. Entonces, podemos observar

a partir de la prensa católica cómo el sector masculino católico conservador dispuso de sus

concepciones religiosas y políticas para con las mujeres, y cómo ellas respondieron y

dispusieron de dichos parámetros para refirmar su deber ser a favor del pensamiento católico

conservador.

30 Evelyn Stevens, “Marianismo: la otra cara del machismo en Latino-América”, en Hembra y Macho en Latino

– América: Ensayos, coordinado por Ann Pescatello (México: Diana, 1977), 123. 31 Patricia Quimbay, “La mujer bogotana del siglo XIX: imagen, educación, trabajo y delincuencia”.

Monografía, Universidad Nacional de Colombia, 2001. 32 Ana María Bidegain, “Mujer y poder en la Iglesia”, en Simbólica de la feminidad, coordinado por Milagros

Palma, (Ecuador: ABYA – YALA, 1990), 107. 33 Michela de Giorgio, “El modelo católico,” en Historia de las mujeres: siglo XIX, editado por Georges Duby

y Michelle Perrot (España: Taurus, 2000), 208.

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Las mujeres y las políticas liberales en la prensa católica

Durante el gobierno de José Hilario López (1849-1853), los liberales adoptaron medidas

anticlericales, mientras que unos pretendían garantizar la tolerancia religiosa, otros buscaban

imponer el control del Estado sobre la Iglesia y para ello separaron estas dos instituciones en

1852. Después de ganar la guerra civil de 1859-1862, los liberales radicales, y más tarde el

general caucano Tomas Cipriano de Mosquera, fueron los principales representantes de una

política anticlerical en el siglo XIX y defendieron el derecho del Estado a ejercer tutela sobre

la Iglesia. Entre 1863 y 1870 se vivió una aparente tranquilidad entre las relaciones entre la

Iglesia y el Estado, pero especialmente las medidas educativas liberales de 1870, hicieron

emerger de nuevo las tensiones. El partido liberal, aunque dividido, gobernó hasta 1885, pero

ese año fue despojado del poder, como efecto de una guerra civil que ganaron los

conservadores, asociados con el liberalismo independiente. Ahí comenzó una nueva era para

la Iglesia católica34.

Dentro de la lista de las reformas liberales de medio siglo estaban el matrimonio civil35 y el

divorcio vincular, leyes que afectaban el núcleo de la sociedad neogranadina: la familia.

Afirma Giomar Dueñas que este par de leyes no pretendía mejorar la situación legal ni social

de las mujeres casadas, ni tampoco la necesidad de una igualdad civil de los géneros, sino la

separación entre el poder civil y la Iglesia católica. La separación del clero y el Estado llevó

en forma “natural” a proveer una legislación sobre matrimonios que cayera bajo el control

del estado civil, lejos de la influencia de la Iglesia36.

En reacción a esta nueva legislatura liberal, El Catolicismo se dirigió a las mujeres de

diversas maneras. Una publicación de 1853 así lo enunciaba:

En cuanto á vosotras, jóvenes (…) que sois las que teneis mas que padecer

en las uniones que Dios no bendice; si quereis que para vosotras no sea el

matrimonio un infierno anticipado, en caso que no tengáis ni padre ni

madre, ó que sean tan indolentes que os priven de su vigilancia i de sus

consejos, vosotras podeis purgar la sociedad del azote no solo de las

uniones civiles, sino de los matrimonios contraídos sin preparación

relijiosa. (…) Mujeres! Á vosotras toca rehabilitar en esta parte las

costumbres públicas por doquiera que han sufrido alguna alteracion. No

olvidéis que en vuestras manos reposan, con la piedad de vuestros hijos, el

espíritu de los pueblos, sus preocupaciones, sus virtudes; porque si los

34 Luis Javier Ortiz, Obispos, clérigos y fieles en pie de guerra. Antioquia, 1870-1880 (Medellín: Universidad

de Antioquia, 2010), 16. 35 La constitución del1853 estableció el matrimonio civil de carácter obligatorio, como el único válido para los

varones mayores de 21 años y para las mujeres mayores de 18, por la Ley del20 de Junio de 1853, y lo definió

como contrato, más que como sacramento. Esta nueva legislación introdujo el divorcio vincular. 36 Guiomar Dueñas, “Matrimonio y familia en la legislación liberal en el siglo XIX,” Anuario Colombiano de

Historia Social y de la Cultura, no.29 (2002): 168.

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hombres hacen las leyes, las mujeres forman las costumbres que tienen

todavía mas influencia que las leyes sobre los destinos del mundo37.

Este es un ejemplo en el cual el discurso es capaz de coordinar lo público con lo privado, por

el hecho de que quien escribió estas palabras se dirigió públicamente a las mujeres,

exponiéndoles las consecuencias al asumir las leyes, siendo ellas las que tenían la posibilidad

de evitar la aplicación de las mismas y a la vez estaban en condiciones de restituir las

prácticas católicas a su estado habitual. Para luego decirles que ellas apartadas de las leyes

logran contribuir con la sociedad, formando las costumbres que pueden tener mayor

influencia en los designios del mundo.

No es difícil encontrar otros artículos que nos permitan visualizar la oposición a estas leyes

que irrumpen en la esfera privada. Para el mismo año de proclamada la ley, los católicos se

pronunciaban desde diferentes sectores; el clero afirmaba que este tipo de matrimonio era

una ley inmoral que corrompería la sociedad, denigrando a la mujer e insultando la fe de los

católicos, al ser contraria a la disciplina de la Iglesia38. Dos años más tarde seguían

publicándose los argumentos en contra de esta ley que tenía estrecha relación con el ámbito

doméstico, advirtiendo que traería a las mujeres su degradación, entre otros aspectos

negativos como la intranquilidad doméstica, el abandono de los hijos, la desorganización de

la familia y la lucha con los hábitos, la opinión y las costumbres católicas39.

Se hace preciso comprender que las mujeres no estaban excluidas radicalmente de los

discursos, ni del poder como en ocasiones se ha pensado. Si bien se les había vedado la

participación en ciertos discursos, también es cierto que podían participar de múltiples

maneras en la producción discursiva. En esta ocasión, con la trasgresión del ideal femenino

por las reformas liberales, ellas entran a ser las protagonistas de un discurso oficial que las

llama a tomar una posición protagónica frente a los intereses del catolicismo.

La literatura como expresión de lo privado y lo público

En los periódicos del siglo XVIII de las repúblicas hispanoamericanas no aparecían artículos

redactados por mujeres, y los que se relacionaban con ellas ofrecían un punto de vista

masculino y desde allí se construyó una opinión sobre las mujeres. A lo largo del siglo XIX

surgieron publicaciones especializadas en temas como: la política, la literatura, las ciencias,

la educación y la religión. Por esta época, y sobre todo en el último cuarto del siglo, creció

37 “El matrimonio” El Catolicismo, Bogotá, 9 de julio, 1853, 35. 38 José Elías Puyana, “Diócesis de Popayán, Pastoral del Obispo de Pasto”, El Catolicismo, Bogotá, 3 de

diciembre, 1853, 217. 39 Antonio Martínez, “Matrimonio”, El Catolicismo, Bogotá, 17 de abril, 1855, 52.

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el número de periódicos y revistas, al igual que el número de lectores y lectoras40. Estas

publicaciones fueron editadas en su gran mayoría por hombres, y los artículos firmados con

seudónimo trajeron algunas confusiones con la verdadera participación de las mujeres en la

prensa.

Desde la década de los treinta, más exactamente en 1836, se publica la primera revista

literaria, situación que incide para que otros periódicos comenzaran a publicar con más

frecuencia textos sobre estos temas. El Catolicismo fue uno de los periódicos que adoptó la

publicación de producciones literarias, ya que la literatura permitiría a sus suscriptores una

lectura más amena en medio de las discusiones políticas y discursos filosóficos, además de

contribuir literariamente con el credo religioso y el ideal femenino, ya en la mayoría de

composiciones literarias estos eran los temas que prevalecían. La Caridad para 1864 hacía

parte de una larga lista de periódicos literarios; allí la participación femenina fue más notoria

que en El Catolicismo.

Las mujeres aparecen como escritoras en los periódicos y revistas a partir de 1850, dado que

en décadas anteriores fue un espacio exclusivamente masculino41. En su gran mayoría, los

hombres que escribían fueron literatos o funcionarios públicos. Las únicas mujeres que tenían

la posibilidad de publicar estaban emparentadas con hombres de prestigio social, en algunos

casos, eran las hijas de los dueños de las imprentas42. Esta situación, además de su nivel de

educación, su estado económico, sus relaciones sociales, por supuesto su talento y los temas

sobre los que escribían, fueron condiciones que les permitieron a las mujeres tener

participación literaria en las diversas publicaciones de la segunda mitad del siglo XIX y en

este caso en la prensa católica.

Las mujeres que escribían composiciones literarias43 en El Catolicismo y La Caridad eran

por lo general bogotanas, aunque también había quienes eran de otros lugares. Los temas a

los que se referían eran la maternidad, el matrimonio, la religión, la familia, la educación, la

niñez, la vanidad, la caridad, la patria y las virtudes cristianas, a través de los géneros como

40 June Hahner, “La prensa feminista del siglo XIX y los derechos de las mujeres en el Brasil”, en Las mujeres

latinoamericanas: perspectivas históricas, copilado por Asunción Lavrin (México: Fondo de Cultura

Económica, 1985), 293-328. 41 Johana Mendelson muestra además que los artículos sobre la población femenina en Perú, Argentina y

México fueron aumentando en número. Sin embargo, en vísperas de la independencia, cuando llegaron a ser

más abundantes, no pasaron del 5% del total de los artículos escritos en la prensa. 42 Gloria Bonilla Vélez, “Escritura, prensa, y literatura en clave femenina. Caso colombiano”. Ponencia

presentada en el Coloquio AEIHM - Mujeres, ciencias y creación a través de la historia, Salamanca, España,

octubre de 2012. 43 Dentro de la lista de escritoras estaban: Silveria Espinosa de Rendón, Agripina Samper, Agripina Montes del

Valle, Josefa Acevedo de Gómez, Abigail Lozano, Dolores Pinto, Gertrudis Gómez de Avellaneda, Amelia

Solar de Claro, Pilar Sinues de Marco, Cecilia González, Angela Grassi, Micaela Dasilva, Josefa Estaves de

Canto, Carolina Feire de Jaimes, Isabel de Landazury, Paulina de Grandpré, Julia Pérez y Montes de Oca,

Victoria Ferrer Saldaña, entre otras.

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el cuento, la poesía y el teatro. Se dirigían a diferentes públicos, como a las señoras, las

monjas, los jóvenes, los niños, los clérigos y los señores.

El hecho de que algunas mujeres utilizaran un seudónimo44 o simplemente no firmaran sus

escritos, no impidió observar el aumento de la participación femenina en la sección literaria

de los periódicos católicos, porque en ocasiones sus modalidades eran utilizar su gentilicio,

las iníciales de su nombre, o como lo muestra la siguiente cita, se indicaba con antelación el

autor sin la necesidad de mencionar su nombre: “El Señor en su misericordia, ha aceptado

sin duda tan humildes i fervorosás oraciones hechas por medio de su divina Madre, i de ellas

dará una lijera idea la siguiente composicion poética, obra orijinal de una Señora bogotana”45.

Una flor del mes de mayo para el altar de María

Aun tienes, dulce Madre, en esta ingrata tierra,

Mil hijos fervorosos, que tu elevado altar

Adornen reverentes, con flores i con cirios

I en torno de él derramen de lágrimas un mar

Tú sabes por qué lloran, oh Madre bondadosa,

I cual es de sus almas el íntimo pesar:

¿Severa i enojada les negarás tu amparo,

Cuando ellos tu socorro se atreven á implorar!

¡Oh Madre! Si desechas sus encendidos ruegos,

Si miras con desprecio su imponderable afán,

Sus débiles virtudes, su fe, su amor sincero,

Faltando la esperanza, por fin se agostarán:

I cesará mas tarde el celestial banquete,

I el sacrificio Santo de amor i de expiación.

Mas ¡cómo á tal estremo llegarán nuestros males

Pudiendo tú alcanzarnos la gracia del perdon…..!

Alcanzánosla ¡oh Madre! De tu Hijo Sacrosanto,

Por tu sagrado nombre i amante Corazon46.

Luego de una lectura minuciosa a la prensa, este fue quizá el primer poema escrito por una

mujer. Publicado en El Catolicismo en el año de 1852, la autora expresa su veneración a la

madre de Dios, a la vez que la muestra como un ser que amparaba a quienes lo pedían e

intercedía ante Dios por quienes lo necesitaban, dado que era considerada como patrona y

protectora de todos los que sufrían. El tema religioso en las composiciones literarias

femeninas fue el más predominante, y la mayoría de ellos fueron alusivos a la virgen María,

siendo publicados con mayor frecuencia en las fechas de su celebración. Las escritoras, por

44 Como lo mencionamos en el segundo acápite, sobre la descripción de la prensa, el seudónimo era común en

las publicaciones. Posiblemente por timidez, prudencia o exigencia eran algunas de las razones por las que las

mujeres no firmaban sus escritos, y cabe aclarar que no era una condición exclusiva de las mujeres, los hombres

también lo hacían a menudo. 45 “El mes de Maria”, El Catolicismo, Bogotá, 1 de junio, 1852, 456. 46 “Una flor del mes de mayo para el altar de María”, El Catolicismo, Bogotá, 1 de junio, 1852,456.

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medio de estos poemas, ratifican a María como modelo a seguir y un medio de protección y

consuelo a su sufrimiento, debido a que este se consideraba inevitable para las mujeres.

Desde antes de casarse se les anunciaba que el matrimonio era una situación de sufrimiento,

al igual que el cuidado de los enfermos y la educación. Más adelante observaremos cómo el

sufrimiento es una condición que les permite a las mujeres asumir roles de maestras y amas

de caridad.

La lectura cuidadosa de los periódicos católicos nos permite señalar que las principales

escritoras eran mujeres adultas, mientras que a las jóvenes y a las niñas rara vez se les

publicaba sus escritos, al menos así se evidencia en quienes firmaban los poemas. Otros de

los motivos por los que las mujeres redactaban poemas, sin apartarse de lo religioso, fue la

muerte de algún clérigo, su salida del país o su trasladado a otra iglesia, con la finalidad de

resaltar sus cualidades y como gesto de reconocimiento y agradecimiento a su labor pastoral.

Una de las principales escritoras fue Silveria Espinosa de Rendón. Con los poemas titulados:

“Al clérigo Bernardino Medida”, “A la muerte del sacerdote Luis Lizaralde” y “En despedida

a Monseñor Lorenzo Barili”, da cuenta de su relación con el clero, tomando la literatura como

medio para expresar sus pensamientos sobre estos hombres, a la vez que se muestra portadora

de la religión católica de manera pública. Silveria, hija del dueño de la Imprenta Granadina,

el señor Bruno Espinosa de los Monteros, fue no solo una de las mujeres más visibles en la

prensa católica y una de las más fieles a la temática religiosa, sino además llegó a ser una

reconocida escritora bogotana del siglo XIX. Fue la primera, mujer en publicar en El

Catolicismo firmando con las iníciales de su nombre, y fue inicialmente la única mujer del

grupo de redacción de La Caridad. Escribió diferentes géneros literarios, entre ellos publicó

un guión de teatro referente a la labor de la caridad, el cual fue dramatizado por alumnas del

colegio de Santa Gertrudis de Bogotá, el día de reyes en 1866. Silveria también escribió en

EL Mosaico. Gilberto Loaiza sostiene que quien escribía en este periódico literario hacía

parte de un grupo muy especial: eran los literatos más importantes de Bogotá, quienes

decidían qué se publicaría y qué tendría éxito47.

Paralelamente, dos de los principales temas que se trataban en la literatura eran la educación

y la caridad, temas que se manejaban en términos católicos. Un ejemplo fue Victoria Ferrer

Saldaña de Codrus, quien publicó un cuento sobre una mujer que realizaba actos caritativos

obteniendo así grandes recompensas. En este texto se rescata que la caridad puede y debe ser

llevada a cabo por mujeres de todas las edades, y sin distinción social. En cuanto a la

educación, la literatura fue vista como un medio para enseñar las buenas costumbres, por ello

se procuraba mantener estrecha relación con las escuelas, en donde se promovían concursos

literarios y en su mayoría se premiaba aquellas composiciones literarias que dieran cuenta de

47 Gilberto Loaiza Cano, “La búsqueda de autonomía en el campo literario: El Mosaico, Bogotá: 1858-1572,”

Boletín Cultural y Bibliográfico, no. 67 (2004)

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las virtudes cristianas. El siguiente aparte nos muestra el respaldo a las mujeres católicas para

que practicaran la literatura:

Si puede decirse que el cristianismo ha dado a la mujer una elevacion

permanente, como ser intelectual i moral, tambien es cierto que la edad

presente ha abierto campo a su ingenio, i enseñándonos a respetar (s)u

influencia. Era costumbre de otros tiempos considerar las dotes literarias

del bello sexo como pedantería o vanas pretenciones, i tacharlas como (im)

compatibles como las afecciones i virtudes domésticas, que constituyen el

encanto de la sociedad.Hansenos leído muchas pájinas sobre su amable

debilidad i su sentimental delicadeza, sobre su timida mansedumbre i su

rendida obediencia; como si probar el fruto del saber fuese un mal, i la

ignorancia única salvaguardia de la inocencia. Las mas de las mujeres no

tenían otro carácter que el de la pureza i afecto a sus familias. (…) Hemos

visto que aquí, como en cualquier otra parte, el saber es favorable a la

virtud i a la felicidad humana; que el gusto literario añade lustre a la

devocion de la piedad48.

A través de esta cita podemos ver claramente cómo la literatura es un talento que puede

expresar vanidad y pedantería por parte de las mujeres, de no ser una muestra de piedad,

humildad y obediencia, es así que la literatura no fue la excepción en ser un discurso que

buscaba reflejar el femenino, a la vez que podemos encontrar ciertas fisuras para encontrar a

las mujeres en escenarios distintos al hogar. Más adelante, Soledad Acosta de Samper publica

el periódico La Mujer, reiterando lo anterior, que la intención de su periódico no era alagar

la vanidad femenina, ni hacerla olvidar sus deberes, como sí lo era de otras publicaciones

dirigidas a las mujeres, cuando lo que la sociedad necesitaba era precisamente lo contrario.

Volviendo a quienes escribían literatura, un pequeño grupo de señoras fueron invitadas a

publicar sus poemas en el libro Coleccion de poesías i cuadros de costumbres, de José

Joaquín Ortiz. En esta publicación participaron las escritoras: Silveria Espinosa de Rendón,

Josefa Acevedo de Gómez y Agripina Samper y, claro está, una lista de señores reconocidos

en el medio. Este es un ejemplo de cómo las mujeres fueron tenidas en cuenta por los hombres

en el momento de publicar junto a ellos, gracias a su talento con las letras y sus relaciones

sociales. Otros espacios públicos en los que ocasionalmente compartían las mujeres con los

hombres fueron los actos culturales, como las interpretaciones de piano o coros. En una

ocasión, continuo a un evento musical, se exponía una serie de pinturas; entre sus autores

figuraban Ramón Torres Méndez y José María Espinosa, y junto a ellos las obras manuales

de la señora Joaquina Cordovez de Tanco49. A las mujeres de clase alta se les permitía

incursionar más fácilmente en espacios artísticos predominantemente masculinos.

48Story, “La educación de la mujer”, La Caridad, 4 de agosto, 1865, 725. 49 “Bellas artes”, El Catolicismo, Bogotá, 15 de julio, 1856, 213.

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Hasta el momento, ni la edad ni el sexo fueron condiciones que limitaran la posibilidad de

publicar en la prensa católica, pero sí la condición social y letrada, porque esta determinaba

si alguien estaba en condiciones de redactar un texto literario. De otro lado, la escritura y la

lectura de las mujeres de élite eran condicionadas por la Iglesia y la sociedad, permitiéndoles

ser ellas mismas las que reafirmaran su ideal femenino en actividades no domésticas. La

participación de las mujeres en la literatura fue un aporte a la prensa y a la Iglesia católica.

En este sentido podemos afirmar que ellas lograron penetrar en sitios creados y reservados

en principio para la intervención masculina. Y como lo señala Gloria Bonilla, contribuyeron,

ante todo, a la visibilidad femenina en una sociedad que le negaba la participación en lo

público50.

Otros espacios en donde las mujeres hicieron presencia

La ruptura matrimonial producida por la muerte del cónyuge no solo tiene un significado

personal y afectivo, sino que trae consigo un cambio social profundo afectando de manera

diferente a los hombres y a las mujeres. Esto refleja la diferenciación de los roles entre

géneros asignados en la sociedad, y los derechos y obligaciones que cada uno tiene.

Tradicionalmente ha sido el hombre quien ha mantenido la identidad social de la pareja.

Varios factores determinan la posición personal y social de la viuda, su manera de afrontar

esta realidad y el tipo de relaciones sociales que establezca de nuevo51.

La sección de los obituarios fue un espacio donde tanto a los hombres como a las mujeres se

les resaltaban sus virtudes sociales y domésticas; algunos aludían a mujeres que se destacaron

por su labor como madres, esposas, católicas devotas y por sus labores sociales; hombres que

sirvieron a la patria en las guerras, funcionarios públicos destacados, clérigos de alta

jerarquía, entre otros. El reconocimiento de la labor de una persona llegó a tal punto que

existía un decreto de honores expedido por el Senado y la Cámara de representantes a quienes

habían tenido una vida pública ejemplar, este fue concedido al señor José Eusebio Caro52. En

un comunicado dirigido a la señora Blasina Tovar, viuda de Caro, se le hizo saber:

Esta comunicacion i este decreto que forman la mas completa apotesis de

la corta vida pública de CARO, servirán para enjuagar un tanto las

50 Gloria Bonilla, “Mujer y prensa en Colombia,” 65-70. 51Gloria Estela Bonilla, “Las mujeres en la prensa de Cartagena de Indias, 1900-1930” (Cartagena: Universidad

de Cartagena, 2011), 134. 52Considerado como uno de los pensadores y escritores del siglo XIX, fue ideólogo y militante del partido

conservador.

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20

constantes lágrimas de su digna viuda, de estímulo a sus tiernos hijos, de

satisfaccion inmensa a sus hijos i de orgullo infinito a sus conciudadanos53.

La distinción al señor Caro no fue solo una afirmación pública de lo que fue su labor social

y política, sino a la vez un reconocimiento al dolor de su esposa e hijos por la ausencia de un

esposo y de un padre. Es así que un grupo de señores se dirigieron a la señora Blasina por ser

esposa, madre y luego viuda, y si le agregamos la posición social, vemos que son condiciones

que le permitieron ser una figura pública desde la condición que la reducía al ámbito privado.

Situación algo diferente con la muerte del esposo de Silveria Espinosa de Rendón, el señor

Telésforo Rendón Sánchez; a él se le reconoce por ser el esposo de esta reconocida escritora:

Para graduar su mérito baste decir que era el esposo de nuestra ilustrada

compatriota la señora Silveria Espinosa, cuya reputacion literaria en

América i Europa hace tanto honor al pais…54.

Es así como en el mismo año, en 1855, el caso de Blasina en su condición de madre y esposa,

y Silveria esposa y literata (no tuvo hijos), fueron condiciones que ampliaron su ideal

femenino a la vez que fueron ganando una visibilidad pública.

Para la década del sesenta, en el periódico La Caridad, en la sección de avisos se observa a

las mujeres en posiciones activas. Con el fin de obtener un beneficio económico, ellas

proponían negocios inmobiliarios; como la venta o permuta de casas, promovían sus tiendas

de ropa y decoración, ofrecían a los colegios los útiles para las manualidades, vendían

alimentos en sus casas a precios módicos e impulsaban sus ventas de bebidas. Dos ejemplos

de ello son: por un lado, las señoras Álvarez, quienes preparaban un jarabe que venía

empacado en una botella por un valor de un peso, tuvo tal éxito que otros lo falsificaban; por

eso las señoras recomendaron comprarlo en cierto lugar y que se cercioraran de la viñeta y el

sello timbrado, el cual debía decir: “Jarabe Bogotano de las Señoras Alvarez”55. De otro lado,

las monjas de Nuestra Señora de la Concepción, quienes debido a la ley liberal de

exclaustración de las comunidades religiosas, quedaron en estado de pobreza extrema, y

como modo de subsistencia decidieron moler cacao y preparar chocolate para la venta56.

Esta sección de avisos también les permitía promocionar su trabajo. Así lo hacían las

modistas y hermanas Alford, quienes prometían puntualidad y confección de la última moda

en Paris y pretendían tener autoridad en decirlo ya que estaban recién llegadas de Europa.

Las señoras Alford exaltaban su experiencia en el aviso, debido a que una de ellas había

aprendido el oficio de la costura en Paris y lo ejercía desde hacía 16 años57. Un caso similar

53Arístides García Herreros, “José Eusebio Caro”, El Catolicismo, Bogotá, 8 de mayo, 1855, 80. 54“Una Lagrima”, El Catolicismo, Bogotá, 18 de febrero, 1855, 427. 55 Dolores Álvarez, “Anuncios”, La Caridad, Bogotá, 26 de noviembre, 1868, 335. 56 “Chocolate”, La Caridad, Bogotá, 10 de agosto, 1866, 1. 57 “Modas”, La Caridad, Bogotá, 12 de enero, 1866, 319.

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era el de la señora Eugenia Mounthn, quien se dirigía a las señoras de la capital para

convocarlas a aprender a coser y venderles los enseres a bajo precio58. Estos servicios que

ofrecían no estuvieron apartados de sus quehaceres como mujeres, ya que desde niñas se les

incentivaba en sus casas y/o escuelas a hacer estas labores. Esta es una forma más de

evidenciar cómo ciertos oficios femeninos se desplazan de la casa a la calle, a tal punto de

ser publicitados, y mostrando a unas mujeres que pretendían ser independientes no solo en el

ámbito económico, sino quizá también en términos creativos.

La prensa católica evidencia los diversos motivos por los que las mujeres se organizaban:

aparte de publicitar sus negocios, también lo hacían para redactar peticiones. Un ejemplo de

ello era cuando a los párrocos los trasladaban a otras parroquias. Cada grupo de mujeres

redactaba una carta solicitando a la autoridad eclesiástica que replanteara la orden,

argumentando que su párroco estaba haciendo una buena gestión religiosa en la comunidad;

en algunas oportunidades con solo la petición de las señoras bastaba, mientras que en otras

no había revocatoria por parte del alto clero59.Más de cien señoras de Ambalema se

congregaron a firmar una carta en la cual solicitaban:

Nosotras como hijas de la Relijion Católica (…) nos interesamos

vivamente con U. S. I. en que deje continuar de Cura párroco de este

desgraciado pueblo, el expresado Sr. Dr. Medina, por cuya concesión

quedamos haciendo los mas fervientes votos al cielo, i no cesaremos de

bendeciros i alabaros con tan grande favor que con esto nos dispensarais,

i no dudéis que, si para obtener este inmenso beneficio, fuera necesario

hacer cualquier sacrificio grato a los ojos de Dios, no titubearíamos en

ofrecerlo.60

Desafortunadamente para estas mujeres su petición no logró más que el reconocimiento de

sus sentimientos religiosos por parte del arzobispo Antonio Herrán, y la promesa de enviarles

un sacerdote que cumpliera con sus expectativas.

Al igual que la cita anterior, en la década del cincuenta, otro motivo que permitió que las

mujeres se organizaran fue el deseo de respaldar la incursión de los hombres a los ejércitos

conservadores para luchar en las guerras civiles. Un ejemplo de ello fue el diálogo entre un

grupo de señoras de Marinilla (Antioquia) y de Santa Fe de Bogotá. Juliana Torres y Silveria

Espinosa publicaron en el periódico El Catolicismo, en nombre de una larga lista de señoras,

una carta a las señoras de Marinilla, con el fin de agradecerles por el gesto de tenerlas en

58 “Eugenia Mounthn”, La Caridad, Bogotá, 15 de septiembre, 1870, 240. 59 El Catolicismo, Bogotá, 2 de septiembre, 1856, 282. 60Alejandra Ariza, Josefa Rico, Calixta Rico y 109 mujeres más, “El nuevo Obispo de Cartajena”, El

Catolicismo, Bogotá, 12 de agosto, 1856, 248.

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cuenta en los motivos por los cuales los soldados de Marinilla peleaban en la guerra civil del

momento:

Id a salvarlas o a morir en la demanda”. [A esta frase las señoras de Bogotá

respondieron]: …esas palabras májicas que nunca serán estériles en

vuestros lábios, volverán a producir millares de héroes, i a daros pro fruto

millares de héroes, i a daros por fruto millares de victorias.61

En agradecimiento, las bogotanas decidieron bordar una bandera como símbolo de amistad

y de apoyo por los mismos intereses. Esta bandera iba decorada con el escudo de armas de la

República, coronas de olivo, laurel, y un ramo de flores. En el caso de que se presentara de

nuevo una batalla en favor de la “moral, la paz y la virtud”, la bandera debía ser entregada a

aquellos combatientes. María de Jesús Arbeláez62 respondió en nombre de las señoras de

Marinilla, señalando que el sentimiento era reciproco y que la bandera enviada por las señoras

de Bogotá sería considerada como un monumento a las virtudes de las mujeres y al valor de

los hombres antioqueños. Esta carta resaltaba su preocupación por la patria y la solidaridad

con las señoras de Bogotá:

… ahí la teneis en depósito: recibidla, i si los enemigos de nuestra cara

patria quisiesen una vez mas ultrajar ese hermoso i bello sexo Bogotano,

si hubiese otro tirano que quisiese destruir nuestros derechos, nosotras

estamos seguras que esa bandera encenderá en vuestros corazones el fuego

del patriotismo i os hará triunfar donde quiera de pretendan humillaros63.

Este espacio de manifestación de las mujeres en la prensa evidencia el diálogo entre ellas, la

solidaridad presentándose como defensoras de las virtudes y la religión. Esta situación

permite tomar la opinión de Indalecio Barreto, quien habló sobre: la posible envidia de las

mujeres europeas, el gesto patriótico y de hermandad entre estas mujeres; la destacada labor

de los esposos, padres, hermanos e hijos, que peleaban a nombre de los intereses de la Iglesia

y por ende del partido conservador y su relación estrecha con los intereses de estas mujeres64.

Es interesante entretejer la dinámica de estas mujeres de élite en la prensa, porque son las

mismas mujeres que, sumergidas en el hogar, aprendieron a coser, para luego bordar una

bandera que es símbolo de respaldo a los soldados que pelearon en contra de los liberales y

a favor de la Iglesia y por ende del partido Conservador. De aquellas mujeres literatas como

Silveria que, lideró la carta dirigida a las señoras de Marinilla, quienes respaldaron a sus

hombres en dicha guerra. De nuevo, aquel oficio que aprenden en casa para luego sacarle

61 Juliana Torres y Silveria Espinosa de Rendón, "A las jenerosas señoras de Marinilla", El Catolicismo, Bogotá,

6 de noviembre, 1855, 283. 62 Se resalta su condición de hija de uno de los próceres de la independencia. 63 “Discurso pronunciado por la señorita Maria de Jesus Arbelaes”, El Catolicismo, Bogotá, 6 de noviembre,

1855, 285. 64 "Discurso pronunciado por el Dr. Indalecio Barreto", El Catolicismo, Bogotá, 6 de noviembre, 1855, 283.

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provecho económico, como la preparación de bebidas. Es así como los obituarios, la

literatura, los avisos publicitarios, las peticiones y cartas entre ellas, hablan de su adhesión a

la esfera privada y desde allí con toda su parafernalia doméstica y religiosa, las mujeres se

visibilizan en escenarios y temas públicos.

Finalmente, llegamos a la conclusión de que la prensa es uno de los escenarios propicios para

evidenciar cómo las mujeres participan activamente en los procesos de producción de

sentido, ya sea interiorizando, produciendo y reproduciendo los imaginarios sociales y

aceptando los límites que éstos les imponen, a la vez que generan representaciones propias,

siendo las mujeres objeto de discusión en la trasformación de la realidad del país, en ser

portadoras de los ideales católicos y el de organizarse en favor de ellos.

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Capítulo II

El liderazgo de las mujeres en la educación

Las mujeres ante la propuesta educativa liberal

Después de siglos de estar la educación en manos de la Iglesia, el liberalismo buscó disminuir

su influencia por medio de las reformas educativas promulgadas el 8 de mayo de 1848 y el

15 de mayo de 1850, advirtiendo a maestros y maestras que no sometieran a los niños y niñas

a prácticas devotas o ceremonias de culto, argumentando que esto debía ser espontáneo en

ellos y bajo la vigilancia de sus padres. El arzobispo Manuel José Mosquera criticó dicha

disposición afirmando que, quienes enviaran a sus hijos a las escuelas que adoptaban las ideas

liberales, cometerían pecado y expondrían a sus hijos a la eterna condenación65. Este llamado

a preservar las costumbres católicas en la educación fue una constante en el periódico El

Catolicismo, el cual no solo iba dirigido a los padres de familia, sino también a los maestros,

a quienes consideraba como sus “vitales aliados”, debido a que ellos decidían qué clase de

educación impartirían a los y las alumnas.

Allí, tanto madres como maestras fueron involucradas en las formas de contrarrestar la

reforma educativa liberal. Por un lado, las madres de familia podían influir en la decisión de

enviar o no sus hijos a escuelas públicas. Además, al considerar su estrecha relación con

Dios, estarían a favor de las disposiciones de la Iglesia, y es a partir de esta condición, que

las opiniones de las mujeres frente a la reforma educativa se podían tener en cuenta. Un

hombre al dirigirse a los jóvenes decía:

… ¿I cómo quereis que conozcamos, me preguntaran, ese enemigo fatal,

tan indefinible i que puede disfrazarse, como lo decis vos mismo, bajo

tantas engañosas esterioridades? Confieso que la cosa es bien difícil; pero

consultad, diré sobre todo, a las madres de familia, consultad, aquella

indecible ternura que Dios ha puesto en vuestros corazones, i ella,

semejante a un jenio divino capaz de adivinarlo i prevenirlo todo, os hará

comprender, por presentimientos que serán como avisos del cielo, todo lo

que puede hacer peligrar la virtud de vuestros hijos, i despues, seguid

todavía los consejos de un viejo Mentor que ha observado de cerca el

régimen de las escuelas66.

De acuerdo con estas declaraciones, la educación desde los parámetros liberales es un

enemigo difícil de distinguir, pero las mujeres en su condición de madres y devotas católicas,

65Manuel José Mosquera, “República de la Nueva Granada. Gobierno eclesiástico”, El Catolicismo, Bogotá, 15

de enero, 1851, 290. 66 “Importancia de la educacion en el Siglo 19 VI - Espíritu de los alumnos en las casas de educación”. El

Catolicismo, Bogotá, 1 de julio, 1850, 152.

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tenían la facultad de alertar desde su “presentimiento” acerca de las implicaciones de la

educación liberal en sus hijos.

Por otro lado, a las maestras se les pedía abstenerse de enseñar las doctrinas de Aimé Martin,

las cuales solo buscaban eliminar la moral y la fe de las preceptoras y las niñas. Y tanto a los

hombres como a las mujeres se les sugería la utilización de libros escolares con contenido

religioso y moralista67. Asimismo, las mujeres, al crear establecimientos educativos que

respondían con lo dictaminado por la Iglesia, apoyaban a la Iglesia y se oponían a la

implantación de reformas educativas liberales en sus colegios. Un ejemplo de estas mujeres

fue la señora Sixta Pontón de Santander, quien a finales a 1853 abre una escuela para niñas

pobres en Bogotá:

El aviso i programa que hoy publicamos del próximo establecimiento i

apertura de una escuela de niñas bajo la direccion i cuidado de la Directora

del Colejio del Corazon de Jesus en esta capital, es una noticia que

consolará el patriotismo de nuestros lectores, como ha satisfecho el nuestro

en medio del dolor que causa la destrucción completa de la instrucción

primaria por efecto de las reformas llamadas liberales68.

Para 1855, se les reconocía a las mujeres por su buena labor como maestras, en un

contexto en el que la educación pública en Bogotá se encontraba “destruida” por los

liberales. En otras palabras ellas de alguna manera enmendaban la crisis educativa de

la ciudad, además de ser un argumento para validar la educación privada y lamentar la

pública:

Los colejios particulares de la capital, únicos que han quedado despues de

la desentralizacion, o mejor dicho, de la destruccion oficial de la enseñanza

pública, obra de las ideas liberales que han dominado en los últimos seis

años, han presentado actos lucidos i satisfactorios en el mes pasado (…).

No seria posible decir cual de estos establecimientos ha dado mejores

muestras de adelantamiento en la educacion secundaria: cada una de ellos

se ha esmerado en su respectiva tarea. -[Entre ellos]- La escuela de niñas

de la señora Dolores Abondano de Mutis i la del Sagrado Corazon de Maria

dirijida por las señoras Francisca Dominga i Josefa Salazar han confirmado

respectivamente sus esfuerzos que se hacen por la educacion de la mujer69.

De manera que las mujeres, como madres y maestras, asumían una posición política

claramente definida al estar de parte de la Iglesia, así que, su postura no se puede reducir al

ámbito religioso, porque la misma Iglesia lo había convertido en una condición política.

67 “Mision de las familias piadosas i caritativas del campo”, La Caridad, 7 de octubre, 1864, 34. 68 “Escuela gratuita de niñas”, El Catolicismo, Bogotá, 12 de noviembre, 1853, 195. 69 "Certámenes literarios", El Catolicismo, Bogotá, 11 de diciembre, 1855, 236.

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Las mujeres como educadoras

Desde la época Colonial y parte del siglo XIX en Colombia, las mujeres antes de acceder a

los establecimientos educativos fueron educadas en sus hogares por sus madres y, en ciertos

casos, por algún maestro particular. Luego, quienes salieron de sus casas para educarse lo

hacían en los conventos70. Rápidamente, varios monasterios se abrieron al servicio de la

educación de las mujeres, convirtiéndose en los lugares en donde ellas daban sus primeros

pasos como educadoras e instruyéndose para ser madres y esposas. Clemencia Caicedo fue

un referente como educadora para las mujeres decimonónicas; fundó el Monasterio de la

Enseñanza de Bogotá en el año de 178371, con el propósito de instruir a las niñas en diferentes

ramos de la enseñanza: en los deberes religiosos, en hábitos de orden y aseo; en lecciones de

lectura, escritura, aritmética, costura y bordado.

A lo largo del siglo XIX, diferentes sectores se pronunciaban sobre la necesidad de educar a

las mujeres para el hogar72, argumento que permitió que la sociedad en general se interesara

por la educación de las niñas. De manera que la educación haría de las mujeres madres,

esposas y amas de casa ejemplares y aquellas que no querían casarse, tenían la opción de ser

monjas. Asimismo, la educación serviría para regular su comportamiento moral y religioso73.

Lo que se puede observar es que las mujeres hicieron de la educación un espacio a su favor,

logrando así hacer una fisura en las imposiciones sociales de la época y desarrollar

actividades que le estaban vedadas: escribir, trabajar o adelantar labores asistenciales74.

Para el caso de Bogotá, la segunda mitad del siglo XIX fue un periodo en el cual una minoría

de mujeres de clase alta, como consecuencia de su acceso a la educación, logra

significativamente el aumento en la fundación de planteles educativos femeninos, situación

que incrementó tanto el número de niñas que asistían a las escuelas, como la competencia y

la calidad en la educación que se impartía. La fundación y dirección de los colegios junto con

la instrucción de niñas y jóvenes, hicieron que su labor fuese respaldada y elogiada por la

Iglesia y el resto de la sociedad: “No desconociendo el sacerdocio católico, la influencia de

la mujer en los destinos i condición moral del hombre, ha prestado su cooperación i ayuda a

70 Entre las congregaciones femeninas dedicadas de lleno a la enseñanza se destaca la Compañía de María,

conocida popularmente como las monjas de la enseñanza, siendo la primera de Hispanoamérica que se dedicó

a la labor social, manteniendo los tradicionales votos de la enseñanza. Martha Cecilia Herrera, “Las mujeres en

la historia de la educación,” en Las mujeres en la historia de Colombia, ed. Magdala Velásquez, (Bogotá:

Norma, 1995), 336. 71 En ese mismo año erigieron un convento en capital del país llamado el Monasterio de la Enseñanza de monjas

Benitas Patricia Londoño Vega, Religión, cultura y sociedad en Colombia, Medellín y Antioquia 1850 – 1930.

(Bogotá: Fondo de Cultura Económica, 2004), 103. 72 “La educación del bello sexo”, El Catolicismo, Bogotá, 25 de agosto, 1857, 273. 73 “Educación de la mujer”, El Catolicismo, Bogotá, 6 de enero, 1857, 8. 74Martha Cecilia Herrera, “Las mujeres en la historia de la educación,” en Las mujeres en la historia de

Colombia, editado por Magdala Velásquez. (Bogotá: Norma, 1995), 97.

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la educación de las niñas”75. Las maestras tenían relevancia en la sociedad, y más aun para

la Iglesia católica, porque principalmente se ocupaban de enseñar la doctrina católica, la cual

se estimaba de igual o mayor importancia que cualquier arte o rama del conocimiento.

Las condiciones que legitimaron a las mujeres como maestras, además de su condición de

católicas, tenían que ver con sus condiciones de madres, estimado como el rol femenino por

excelencia: si una mujer estaba en condiciones de educar a sus hijos, de la misma manera

podía hacerlo con los hijos de los demás. El ser madre no era una condición obligatoria, pero

se consideraba que todas las mujeres tenían el “instinto” maternal. La maternidad se pensaba

como la identidad natural y única de las mujeres, además de ser de suma importancia para el

régimen republicano, debido a que de las mujeres dependía la primera educación de los

futuros ciudadanos y de las niñas que luego serían madres y esposas. La escritora Soledad

Acosta aseguraba que la maternidad y las labores hogareñas eran la profesión más seria en la

vida de una mujer, y agregaba que su único equivalente era el ser maestra.

El respaldo a las mujeres en su labor como maestras estaba basado principalmente en su

prestigio moral, religioso y social, visto su ejemplo como vital para educar a las niñas y

jóvenes76. Las mujeres que lideraban los establecimientos educativos, solían ser viudas o

solteras (no podemos olvidar que para que las mujeres casadas ejercieran su labor como

maestras debían tener la autorización de sus maridos)77. La prensa católica da cuenta de las

estrategias e iniciativas de las mujeres frente a la educación, de quienes fundaban colegios e

impartían clases particulares. Ellas acudían a la prensa para promocionarlos. Y dentro de sus

motivaciones por abrir establecimientos educativos y ser instructoras, figuraba el tener un

ingreso económico, ocupar su tiempo libre o tener reconocimiento familiar y social, pero lo

que resaltaba la prensa católica en cuanto a su labor, era su contribución con la educación de

las niñas.

Las mujeres acudían a la prensa católica para promocionar sus colegios, publicaban sus,

prospectos los cuales incluían la fecha de inicio de clases, el plan de estudios y la lista de

maestros y maestras; de paso invitaban a los padres de familia a inscribir a sus hijas. Los

periódicos El Catolicismo y La Caridad, al tener circulación en varias regiones del país,

fueron espacios para que los colegios se dieran a conocer no solo en Bogotá sino en otras

ciudades. De la misma manera, quienes residían fuera de la ciudad también anunciaban sus

establecimientos educativos en estos periódicos. Las encargadas de la dirección de los

colegios e impartir las clases, en varias oportunidades eran familiares, incluso hermanas; por

citar algunos ejemplos en la década del sesenta, señalados por La Caridad, están los colegios

del Sagrado Corazón de María, La Merced, La Santísima Trinidad, Nuestra Señora de la Paz,

75“Influencia del sacerdocio católico en la educación i bienestar social de los granadinos”, El Catolicismo,

Bogotá, 1 de diciembre, 1849, 26. 76 “Educación de la mujer”, El Catolicismo, Bogotá, 6 de enero, 1857, 8. 77"Código Civil y de Comercio". En Los doce códigos del estado de Cundinamarca, Bogotá, Imprenta de

Echeverría Hermanos, 859, tomo 2, título preliminar, capítulo 4, art. 22, 18.

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pero estas alianzas no fueron exclusivamente entre mujeres, como fue el caso de Juana

Sandino Groot con su hermano Jesús Sandino. Las mujeres se apoyaban no solo entre ellas

o en sus familias para llevar a cabo su proyecto educativo, sino que acudían a diferentes

maestros de colegios masculinos para impartir instrucción a las niñas, entre ellos los señores

Benigno Perilla, Roman Isaza, Oresteres Sindici, Celestino Figueroa, Victor Touzet entre

otros reconocidos maestros de la ciudad.

La enseñanza de música, arte e idiomas era un conocimiento agregado que contribuía a

moldear el ideal femenino de las mujeres de élite, pues se consideraba indispensable formar

mujeres “brillantes en el gran mundo”78. No todos los colegios ofrecían música, ni los

idiomas inglés o francés; pero para llenar esos vacíos, había mujeres que hacían público el

anuncio de ofrecer sus servicios como profesoras en estos ramos de la enseñanza. La sección

de avisos de La Caridad permite apreciar que las tarifas que cobraban las maestras; los

precios dependían si las clases eran a domicilio o en planteles educativos, de la intensidad

horaria y del número de alumnas.

Abigail Silva ofrecía enseñanza de piano con clases teóricas y prácticas, impartidas a

domicilio o en su casa de residencia en donde las lecciones eran más económicas79. Las clases

no solo eran en las casas, también estaba la opción de ofrecerlas en los colegios, como el caso

de Madalena Lion80, quien ofrecía clases de francés. Lucia Dikson, profesora de inglés, fue

un poco más allá del resto de las mujeres educadoras de niñas: se dirigió a los directores de

los colegios de varones masculinos, pretendiendo acceder a un espacio casi exclusivamente

masculino. Como en otras oportunidades, había quienes intermediaban en los roles

educativos de las mujeres, en este caso los interesados en las clases de Lucia debían hablar

con José Joaquín Ortiz o con Ricardo Carrasquilla, dos figuras públicas muy conocidas por

la élite bogotana.81.

El hacer público el ofrecimiento de sus servicios de instrucción a los colegios no era

exclusividad de ninguno de los dos sexos, como son los casos del señor Froilán Gómez, quien

se ofrecía a enseñar los últimos métodos y “descubrimientos” en el arte a precios módicos y

en corto tiempo. Y del señor Diego Fallon quien se dirigía a las señoras y señores regentes

de colegios, para prestar sus servicios como profesor de inglés, música, religión, moral y

ciencias intelectuales82. Pero el caso de las mujeres que hemos señalado muestra que éstas

eran muy activas, dinámicas, y que no dudaban en recurrir a múltiples iniciativas.

78 Valido en la medida que la primera mujer graduada de una universidad en Bogotá en la segunda mitad del

siglo XIX lo hizo en música, en la Universidad Nacional. 79“Lecciones de piano”, La Caridad, 2 de junio, 1870, 80Magdalena Lion, “A las señoritas”, La Caridad, Bogotá, 15 de diciembre, 1865, 209. 81 "Anuncios", La Caridad, Bogotá, 7 de octubre, 1868, 224. 82 “AnunciosLa Caridad, Bogotá, 10 de diciembre, 1868, 368

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El reconocimiento a su labor

Para el año de 1853, El Catolicismo habla de la señora Juliana Malo, quien trabajó junto con

su esposo, el señor José Joaquín Ortiz, fundador, director y profesor del Instituto de Cristo;

a ella se le reconoció la manera impecable de llevar a cabo su trabajo como administradora

doméstica del colegio. Primero se resaltaba su relación matrimonial, sus virtudes y luego su

condición de ama de casa y madre, permitiéndole cumplir a cabalidad su labor en favor de

los niños de un establecimiento educativo:

… pues debe ocupar un lugar mui distinguido el de la estimabilísima

Señora Juliana Malo, digna compañera de su virtuoso esposo Dr. Jose

Joaquin Ortiz. Esta Señora, cuyo espíritu de órden i buen gobierno es

admirable, se halla dotada de una amabilidad tan natural, de un carácter

franco i apacible, que mas que Señora de la casa, aparece en ella como

madre universal de todos los niños confiados á la vigilancia i

responsabilidad de su esposo: á todos atiende, i con admirable inteligencia

tiene en el mas exacto órden i regularidad todo lo concerniente á la

economía doméstica del establecimiento. I me atrevo á asegurar que en

ningun Colejio de los establecimientos hasta ahora en esta ciudad, ha

habido una mesa mas esmerada, mas abundante, ni servida con mas aseo i

esmero, cuidado encargado enteramente á tan estimable señora83.

Este reconocimiento público a la labor administrativa de Juliana muestra dos aspectos: el

primero, la extensión directa de los deberes domésticos de las mujeres a los establecimientos

educativos; segundo, si pensamos que el grupo de mujeres al que alude El Catolicismo estaba

constituido por mujeres viudas que tomaban los hábitos religiosos y se dedicaban a la

educación, en este caso se trata de una mujer casada a quien su esposo le proporcionó un

espacio diferente para hacer las labores del hogar. Así, las mujeres no solo legitiman su

presencia en la educación por ser madres, sino por ser organizadoras del hogar, por ello aquí

podemos encontrarlas no solo como maestras, sino administradoras de establecimientos.

Si tenemos en cuenta que en la mayoría de los colegios femeninos, las directoras cumplían

funciones de maestras, vemos que las mujeres, tal como se aprecia en la prensa católica,

fueron objeto de reconocimiento público por las diversas tareas que llevaban a cabo como

educadoras: ya fuese como fundadoras, directoras o maestras, o por todas a la vez.

Ya para el año de 1868 evidenciamos que además de elogiar las virtudes y laboriosidad de

las señoras vinculadas a la educación, se resaltaba también su método de enseñanza:

Si á la demostración que han dado las señoras mencionadas en su

laboriosidad y de la bondad de los métodos empleados, se agrega la

esmerada educación y virtudes que a ellas las distinguen y el trato material

que dispensan á las alumnas, no hay duda que el establecimiento que

83 Fernando Caicedo i Camacho, “Al deber i a la amistad”, El Catolicismo, Bogotá, 3 de diciembre, 1853, 222.

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dirigen ofrecen a los padres de familia todas las garantías apetecibles para

la educación intelectual y moral de sus hijas84.

Para hablar de la distinción a las mujeres como gestoras de la educación femenina, debemos

aludir su papel como fundadoras de establecimientos educativos. El abrir un nuevo colegio

femenino dentro de los parámetros conservadores era motivo de congratulación, afirmando

que era una obra con beneficios religiosos, morales y civilizatorios para la sociedad. En el

momento de la inauguración, asistían las autoridades gubernamentales y eclesiásticas, padres

de familia y demás ciudadanos a respaldar la nueva iniciativa. El evento se amenizaba con

coros de niñas, que acostumbraban a cantar en las ceremonias religiosas85. El reconocimiento

venía, en la mayoría de las veces, de los clérigos y señores reconocidos socialmente, quienes

daban su aval y en ocasiones colaboraban con la iniciativa de las mujeres; aparte de hacer

público su respaldo, contribuían con dinero o con el alquiler de la casa en donde funcionaría

el colegio86.

En ocasiones, las mismas mujeres al abrir un colegio, buscaban el aval de personas

reconocidas en el campo educativo, con la finalidad de darle credibilidad a su institución y a

sus capacidades como orientadoras y educadoras. En el caso de las hermanas Eloísa y Zoila

Franco, quienes fundaron el Liceo de niñas: “Como comprobante de nuestra aptitud para la

enseñanza, nos atrevemos a evocar el testimonio de la señora Directora i los señores

profesores del Colegio La Merced”87. Y de otra parte, está la señora Abigail B. de Jessup,

quien por medio de una carta le pidió al señor Isidro Arroyo, uno de los maestros del colegio

de La Merced, que diera su opinión sobre ella como posible educadora. En su respuesta, el

señor Arroyo decía:

Mi muí estimada señora: Contesto gustosamente a U. la pregunta que me

hace diciéndole: que recuerdo perfectamente que U. fué una de las

distinguidas alumnas de las muchas del Colejio de "La Merced" i mui

aprovechada en los ramos que espresa geografía i aritmética), i que estudió

bajo mi dirección. En consecuencia, creo que U. tiene las aptitudes

necesarias para la enseñanza de los indicados ramos, i que concurren en U.

las circunstancias que demanda la dirección de un Establecimiento de

educación88.

El respaldo muchas veces venía acompañado de recomendaciones. Para el año de 1866

diferentes artículos mostraban aspectos importantes que se debían tener en cuenta en el

momento de asumir la instrucción de las niñas y los niños, entre ellos, la educación moral, el

84 Felipe Zapata, Leónidas Olarte, Diego Uscategui, Aquileo Parra, entre otros, "Colegio de señoritas de Velez",

La Caridad, Bogotá, 17 de diciembre, 1868, 85 “Colejio del Sagrado Corazón de Jesus”, El Catolicismo, Bogotá, 8 de enero, 1856, 568. 86 “Colegio de la Providencia”, La Caridad, Bogotá, 4 de marzo, 1869, 549. 87 Eloísa y Zoila Franco, “Liceo de niñas”, La Caridad, Bogotá, 20 de enero, 1865, 288. 88Isidro Arroyo, “Colejio de Santa Ana”, La Caridad, Bogotá, 2 de diciembre, 1864, 176.

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deporte y la higiene. En una carta dirigida a la señora Faustina Saenz de Melgar, el señor

Fernán Caballero le aconsejaba inculcar la obediencia con cariño para no hacer de ellos niños

rebeldes; para las niñas sus juguetes deben ser muñecas y cocinas, ya que podrían ser el ABC

de las mujeres de su casa y de madres de familia; las niñas se deberían vestir sin lujo, además

de inculcarles obediencia y sumisión89. En el mismo año, la señora María de Jesús Santander

Herreros, desde la ciudad de San José de Cúcuta, dirigió una carta al señor Rafael Niño,

director de la Escuela de San Agustín, a quien felicitó y le expresó su admiración por su

labor:

Al felicitar a usted por el feliz resultado de sus primeros ensayos, brindo

mi homenaje de mi admiracion a sus esfuerzos; i al alentarle con el consejo

de mi experiencia a no desmayar ante tan espinosa carrera, permítame

usted que, con la autoridad de mis años i valida de la influencia i bondad

que le son características, le exhorte dar preferentemente a sus alumnos

educacion moral i relijiosa, porque creo que conviene dar mas en este siglo

formar completamente el corazon según el evangelio i las altas enseñanzas

católicas, que abrir solo de par en par las puertas del saber humano, sin el

apoyo i norte de la verdad relijiosa90.

María de Jesús no solo reconocía la labor del hombre, sino que además le recomendó enseñar

la moral y la religión a sus estudiantes; quien así se atrevía a aconsejar, validaba su autoridad

en su mayoría de edad y en su experiencia como educadora. La legitimidad, como vemos al

menos en este caso, no siempre venía del lado de los varones.

Los certámenes como escenarios de reconocimiento

Una manera de legitimar y, al mismo tiempo, de publicitar la buena labor de las maestras,

fue a través de la celebración de los certámenes. La gran mayoría de los establecimientos

educativos, públicos y privados, llevaban a cabo certámenes que consistían en evaluar a los

estudiantes en las diferentes áreas y en la exposición de trabajos manuales, obras literarias

y/o artísticas. A estos eventos asistían las directivas y maestros del colegio, los padres de

familia y algunas personalidades públicas, como clérigos y representantes del gobierno.

Podían tener la duración de uno a tres días y por lo general se llevaban a cabo al finalizar el

año escolar. Su fin era dar cuenta de los avances y resultados de los estudiantes, demostrando

así que la inversión de los padres en materia educativa había sido fructífera. La publicación

de dichos eventos en la prensa católica contribuyó para que se le reconociera públicamente

el liderazgo y el buen trabajo de las mujeres en los colegios femeninos. Entre otros ejemplos,

podemos aludir al del colegio de Santa Teresa de Jesús:

89 “Sobre la educación”, La Caridad, Bogotá, 2 de febrero, 1866, 354. 90 María de Jesús Santander Herreros, "Instrucción pública", La Caridad, Bogotá, 19 de enero, 1866, 334.

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…han quedado sus asistentes “sorprendidos y admirados” de los progresos dirigidos por

la señorita Clelia Peña “joven matrona de virtudes i de instrucción, i de sus hábiles i

virtuosas hermanitas. La enseñanza moral i relijiosa, la mas importante de todas, se dá

allí por un Sacerdote ilustrado i de notoria virtud, aparte de que esa enseñanza, así como

la de urbanidad i de cultura91.

Las mujeres eran conscientes de la importancia de brindar un servicio educativo que llenara

las expectativas tanto de los padres de familia como de cualquiera que estuviera en condición

de juzgarlas, se preocupaban por sus currículos, por los profesores que les colaborarían con

ciertas materias92, con las instalaciones del colegio, entre otros aspectos. En cuanto podían,

las directoras agradecían a los padres de familia por la confianza que habían depositado en

ellas y se comprometían a seguir educando a las niñas con esmero para así no desmeritar el

respaldo y la confianza que ya habían conseguido.

Los colegios femeninos no eran los únicos reconocidos por sus buenos resultados en los

exámenes, también estaban los colegios masculinos, y por lo mismo los directores y maestros

así mismo eran congratulados en la prensa. Es pertinente anotar que no solo se mencionaba

los logros de los colegios de Bogotá, sino de otras provincias, como el caso del Colegio de

señoritas de Vélez, que tenía como directoras a las señoras Araceli de Codazzi y Hersilia de

Codazzi, en donde un grupo de doce “distinguidos” señores evaluaron a las niñas en las áreas

de religión, historia sagrada, aritmética, gramática castellana, geografía, dibujo, escritura,

manualidades y música teórica y práctica. Estos señores afirmaron: “...habiendo quedado

completamente satisfechos del resultado de dichos actos, nos creemos en el deber de

recomendar a los padres de familia este interesante plantel”93. Araceli y Hersilia de Codazzi

invitaron a evaluadores reconocidos y externos como una forma de garantizar públicamente

el nivel académico de su colegio.

Otra manera de reconocer su labor fue vincular sus establecimientos en una lista única de los

mejores colegios. Para el año de 1879, La Caridad hablaba de los cinco mejores

establecimientos educativos de Bogotá, advirtiendo que no se trataba de desmeritar a los

demás. No hacían mención del nombre del colegio, sino el de sus directores. Dos de los cinco

seleccionados eran planteles femeninos: uno de ellos bajo la dirección de la señora Eufemia

Cabrera, viuda del escritor y poeta José Joaquín Borda; el otro, dirigido por las señoritas

Isaza94.

91 “Colejio de Santa Teresa de Jesus”, El Catolicismo, Bogotá, 14 de diciembre, 1858, 402. 92 Los colegios de niñas contaban con un sacerdote, profesoras de canto, piano, bordados, tejidos y otras

costuras. Y profesores de francés, castellano, aritmética, geografía, caligrafía y dibujo. 93Felipe Zapata, Aquileo Parra, Leónidas Olarte, entre otros. “Colegio de señoritas en Vélez”, La Caridad, 17

de diciembre, 1868, 364. 94 “Educación”, La Caridad, Bogotá, 9 de enero, 1879, 598.

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El respaldo y el reconocimiento a las mujeres educadoras expresado en la prensa fue una

constante. Sin embargo, los elogios en ocasiones cedían el paso a ciertos cuestionamientos,

como le sucedió a la señora Sixta Pontón de Santander.

Los cuestionamientos a Sixta Pontón de Santander

La señora Sixta Pontón de Santander, quien tras la muerte de su esposo, el general Santander,

decidió invertir su fortuna en obras de educación, fundó tres colegios, uno femenino, otro

masculino y el tercero, una escuela gratuita para niñas pobres, además de dos congregaciones.

La señora Sixta fue una de las mujeres más reconocidas en la labor educativa; sus obras eran

resaltadas recordando la imagen de su esposo, afirmándose que ella hacía honor a la memoria

de quien siempre se preocupó por la educación de la república. Y ella misma se amparaba en

la memoria de su esposo para validar o exaltar su rol como directora y educadora95. Por su

labor se pensaba que lograría librar a muchos de la ignorancia y las malas costumbres. Y

otros afirmaban: “… aprecio i gratitud con que nosotros recomendamos esta accion jenerosa

i de efectos tan trascendentales para el bien moral de la capital de la República”96.

Sixta fue una mujer que recogió las distintas condiciones que llevaban a las mujeres a ser

figuras públicas: venía de la clase alta, casada con un hombre influyente públicamente, madre

y devota religiosa, a tal punto que, una vez enviudó se convirtió en monja. Invirtió su dinero

en colegios, se interesó en educar a las mujeres para que fueran madres y maestras cultivando

la religión en ellas, y dado el caso en orientar la vocación de aquellas que serían ser monjas.

Se distinguía por sus obras de caridad, y uno de los medios para lograrlo fueron los colegios.

En El Catolicismo, con la fecha del primero de junio de 1850, a la señora Sixta Pontón se le

ratifica su labor como directora y maestra del Colegio del Corazón de Jesús, afirmando que

50 alumnas a su cargo, demostraron en los certámenes adelantos religiosos, morales e

intelectuales. Este acto fue visto como un gesto de porvenir para la República y se agregaba,

no sin sorpresa, que “no se podía comprender cómo en tan corto tiempo pudieron hacerse

procesos tan rápidos y notables en la variedad de materias como las que se habían presentado

en los certámenes”97. Sixta fue un ejemplo de lo que mencionábamos anteriormente: a saber,

que algunas mujeres contribuían con el modelo educativo pensado por la Iglesia y el

conservadurismo, a la vez que alcanzaban el reconocimiento público por su buenos resultados

como directoras y maestras.

Sin embargo, la señora Sixta presentó algunos inconvenientes. Para finales del mes de

diciembre de 1856 se publicó en El Catolicismo el prospecto de su nuevo colegio masculino,

95 Sixta Ponton de Santander, “Escuela del Sagrado Corazon de Jesus para la enseñanza de las niñas pobres”,

El Catolicismo, Bogotá, 12 de noviembre, 1853, 195. 96 “Escuela gratuita de niñas”, El Catolicismo, Bogotá, 12 de noviembre, 1853,195 97 “Colejio del Corazon de Jesus”, El Catolicismo, Bogotá, 1 de junio, 1850, 131.

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el Sagrado Corazón de Jesús. En él podía leerse: “cada niño debe estudiar todos los ramos de

la enseñanza”. El periódico El Porvenir afirmó que esta frase era errada, manifestando que

los conocimientos que se les impartía a los niños debían ir de acuerdo con sus edades, que

un niño de ocho años no debía aprender lo que aprendía el niño de 13 años. Además, agregó

que solo los jesuitas sabían y podían dirigir bien la enseñanza.

El Catolicismo, en defensa de Sixta, expuso que el autor del artículo, como persona educada,

debió acercase a la señora Sixta para resolver sus dudas, como lo habían hecho otros padres

de familia, y no divulgarlo públicamente; y aseguraba que el plan de estudios del Colegio

Sagrado Corazón de Jesús estaba basado en los parámetros de la Compañía de Jesús. Acto

seguido, el periódico reconoció que hubo una equivocación por parte de la señora Sixta. Aun

así, sostuvo que la crítica fue injusta y altamente ofensiva con una mujer que había fundado

establecimientos educativos sobre la base de la religión y la moral, siendo a la vez una señora

consagrada a su patria, ofreciendo su juventud, su inteligencia y cuantiosos fondos en favor

de la sociedad, y como ella pocos ejemplos había, por lo que merecía todo respeto e

indulgencia en sus pequeños errores98.

Este nuevo colegio masculino suscitó con el tiempo nuevas críticas. Entre 1857 y 1858, Sixta

tuvo inconvenientes con monseñor Miecislao Ledochowsky, delegado apostólico. Este

hombre le afirmó al cardenal Antonelli, secretario de Estado, por medio de una carta fechada

en Bogotá el 11 de noviembre de 1858, que el establecimiento de niñas fundado y dirigido

por la señora Sixta se había elevado en breve tiempo a una insólita prosperidad, y él la

justificaba por la protección y apoyo de monseñor Mosquera, arzobispo entonces de Bogotá.

Ledochowsky llegó a afirmar que este establecimiento anduvo en perfecta regularidad hasta

la muerte de monseñor Mosquera, porque luego ella había asumido la regencia del

establecimiento a su manera99.

Monseñor Ledochowsky la acusó ante el arzobispo Antonio Herrán y solicitó a Pablo de

Blas, superior de las Jesuitas, que inspeccionara todos los establecimientos que ella había

fundado y dirigía. Ledochowsky afirmaba que Sixta permitía el contacto entre hombres y

mujeres por medio de una puerta que comunicaba el nuevo colegio de varones con el de las

mujeres y que los jóvenes seglares entraban con frecuencia al colegio femenino; que tenía el

cuerpo de su esposo debajo de la capilla, que cargaba en su cuello la llave del sagrario y junto

a ella la del cajón donde estaba su marido; aludía a los lujos del colegio, únicos en

comparación con los demás de la ciudad; insinuó que confesaba a sus monjas, impartía la

bendición trina a las alumnas, a quienes les pedía que besaran sus pies y les daba la orden de

arrodillarse cuando ella pasara cerca; la juzgaba por haber afirmado que había sido curada de

98 “Colejio del Sagrado Corazon de Jesus”, El Catolicismo, Bogotá, 1 de enero, 1856, 360. 99 Archivo Segreto Vaticano, Año 158, Rubr.251, fasc.2 fol. 3r-7v, en Luis Carlos Mantilla, “La viuda del

general Santander cuestionada por el delegado apostólico de la Nueva Granada”

Ramón Luis Acevedo Marrero, “Un poeta nacional: Juan Antonio Corretjer,” Revista del Instituto de Cultura

Puertorriqueña 8, no. 15 (2008): 15.

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35

una mortal enfermedad, que recibía revelaciones sobrenaturales y que gracias a sus oraciones

algunos niños habían sido liberados del limbo, y finalmente, que ella ejercía influencia y

superioridad sobre los sacerdotes100.

En total fueron 15 acusaciones, las cuales fueron confrontadas con Sixta y en su mayoría

resultaron ser falsas. Aun así se ajustaron algunas medidas por orden del padre Pablo de Blas,

quien inspeccionó durante dos meses los establecimientos. A pesar de que monseñor

Ledochowsky expresó su aprobación a lo que el padre De Blas había señalado, en una carta

posterior, fechada el 25 de septiembre de 1858, apretó sus exigencias y las resoluciones que

de acuerdo con el arzobispo Herrán había juzgado oportunas, a fin de que se las hiciera saber

a la señora, invitándola a cumplirlas. Entre las nuevas exigencias estaban el sellar la puerta

que comunicaba el colegio femenino con el masculino y prohibir a los alumnos visitar a sus

hermanas en el colegio que estaba continuo.

Tomaremos como ejemplo una de las acusaciones de monseñor Ledochowsky y

observaremos el manejo que se le dio: “Se afirmaba que Sixta asegura a las personas que la

acompañan, que ella ha sido milagrosamente curada de una enfermedad que sufría el año

pasado y que hace celebrar algunas fiestas anuales y mensuales en agradecimiento de esa

presunta resurrección”101. Ante este hecho, el padre De Blas responde: “… parece ser cierta,

pero sin que la señora pretenda que haya tenido lugar una verdadera resurrección, ni parece

que las fiestas que se celebran hayan tenido otro carácter que una acción de gracias a Dios

por un favor recibido de su divina mano”102. Monseñor Ledochowsky determinó suprimir las

fiestas mensuales y anuales con motivo de agradecimiento por parte de la señora Pontón,

advirtiendo que no quedaba prohibido agradecer a Dios por los beneficios recibidos.

La intención del clérigo fue disminuir el protagonismo de Sixta dentro del mismo

establecimiento educativo, apaciguando su liderazgo como directora y su imagen de religiosa

devota. No por ello, Sixta respondió a Monseñor Ledochowsky en una carta con fecha de 30

de octubre de 1858:

En algunos no hay materia para que recaiga prohibición; en otros se me hiere mi

delicadeza personal, cosa que de ninguna manera puedo dejar pasar en silencio, y otros

finalmente están en relación directa con casos muy delicados de conciencia que no pude

manifestar al padre Blas porque el restringe enteramente mi confianza manejando un

asunto tan delicado con personalidad, dando golpes tan profundos que no habrá en el

mundo quien pueda cicatrizar heridas tan mortales (…). En esta carta solamente me

propongo hacerle saber a vuestra excelencia que tengo motivos justos, los cuales no me

100 ASV, fol. 10r-12r 101 ASV, fol. 16r 102 ASV, fol. 17r

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36

permiten practicar cuanto se me exige. He sido sentenciada sin antes escuchar mis

razones particulares, que únicamente podrían ser expuestas a una persona imparcial103.

La respuesta de Sixta fue más que un gesto de defensa, asumió una posición frente a sus

acusaciones cuando ella lo contradice diciendo en algunos no hay materia para que recaiga

prohibición. Y el mismo Ledochowsky consideró la carta de Sixta agravante: “Señora:

deseando evitar consecuencias que podría producir la carta que usted se dignó

dirigirme…”104. Esta frase ratifica que los términos de Sixta no eran los más benévolos y

sumisos como se podría esperar, sino más bien una voz de protesta, y no lo miremos como

una injusticia a Sixta, como pudo o no haber sido, sino como la manera en que este clérigo

pretendió frenar el liderazgo de Sixta como regente educativa, poniendo en tela de juicio la

manera como ella conducía los establecimientos, y a ella misma como mujer religiosa, siendo

estos dos aspectos por los que las mujeres se debían destacar para validar su labor en la

educación.

Esta confrontación entre Sixta y el clérigo nos permite preguntarnos sí el respaldo a las

labores educativas de las mujeres por parte de la Iglesia no era generalizado, o sí consientes

de la autonomía ganada por parte de las mujeres, la Iglesia buscaba vigilarlas y controlarlas,

cualquiera de las dos opciones, nos llevaría a pensar en las dificultades que se les presentaron

a las mujeres al asumir el rol de directoras y educadoras. Lo cual será motivo de otras

investigaciones.

103 ASV, fol. 27r 104 ASV, fol. 135r

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37

Capítulo III

La presencia de las mujeres en las labores de caridad y beneficencia

Caridad vs. Liberalismo

Los periódicos El Catolicismo y La Caridad, para la segunda mitad del siglo XIX, publicaron

diversos discursos que hablaron sobre la caridad, dando una amplia y compleja definición

sobre ella, considerándola la vez como el principio, la condensación y el símbolo de todas

las responsabilidades cristianas, y al mismo tiempo, una forma de contribuir con la justicia y

el progreso de la sociedad. Se pretendía que la caridad cimentara un compromiso colectivo,

como el vínculo entre los cristianos y Dios, con el argumento de que para amar a Dios había

que amar al prójimo.

Jaime Blames105 afirmaba que la caridad era un mandato divino, una forma de llegar a Dios

y de concebir el "bienestar para el espíritu", una manera vivencial de ciertos sentimientos y

de poder transmitirlos, a la vez que se debían sentir los ajenos, es decir, la caridad permitía

que las buenas acciones estuviesen acompañadas de buenos sentimientos, consiguiendo ser

receptivo ante los sufrimientos del afligido e incentivando el compromiso de ayuda106. Se

consideraba que la religión católica era la más indicada para desarrollar la caridad, toda vez

que Jesús había sido su fundador y precursor. El dogma católico consideraba la caridad como

deber de todos los católicos y su cumplimiento llevaría a los clérigos a la santidad y a los

laicos a obtener el perdón de sus pecados107, además de ofrecer satisfacción personal a

todos108.

De otro lado, La Caridad advertía de la posible confusión entre los conceptos de caridad y

filantropía, debido a que podían ser interpretados como sinónimos. La Iglesia afirmaba que

quienes ayudaban a los necesitados con la bandera de la filantropía, lo hacían con la finalidad

de conseguir prestigio social, mientras que quienes lo hacían en nombre de la caridad, era

con sinceridad y por amor109. La discrepancia entre los dos términos se le achaca a las

105 Sacerdote, filósofo, apologista, sociólogo y político español; uno de los principales articulistas en la prensa

católica bogotana. Defensor de los principios católicos, tanto en el terreno de la filosofía como en el de las

cuestiones políticas y sociales; pensador familiarizado con la especulación doctrinal de Santo Tomás (M.

Grabmann, Historia de la teología católica, Madrid 1946, 342-343. 106 Jaime Balmes, "La Caridad", La Caridad, Bogotá, 1 de febrero, 1867, 409. 107 Manuel Canuto Restrepo, “Discursos pronunciados en la casa episcopal el día de la consagración del

ilustrísimo Sr. Dr. Antonio Herrán”, El Catolicismo, Bogotá, 24 de abril, 1855, 59. 108 “Caridad católica”, La Caridad, Bogotá, 17 de noviembre, 1865, 117. 109 Frente a esta distinción, podemos agregar que con la caridad los católicos podían lograr que sus pecados

fuesen perdonados, es así que, tanto la caridad como la filantropía buscaban un beneficio personal, sin importar

cuál fuese.

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38

diferencias que había entre la Iglesia y el liberalismo para la segunda mitad del siglo XIX,

así pues, el clero afirmaba que los liberales no asumían la caridad sino la filantropía.

Recordemos que uno de los propósitos del liberalismo fue disminuir la influencia de la Iglesia

en el pensar y accionar de la sociedad, por lo que puso en marcha la constitución sancionada

el 21 de mayo y la ley 15 de junio de 1853, estableciendo la separación completa de la Iglesia

y el Estado, motivo por el cual el arzobispo Antonio Herrán, por medio de El Catolicismo,

solicitó a los clérigos impedir que dicha reforma liberal atentara contra la buena marcha de

la Iglesia, manteniendo las costumbres católicas, orientando y gestionando los deberes

católicos, entre ellos la caridad:

… se unirán estrechamente en el noble i sagrado vínculo de la caridad, para

dirijir á los fieles todos, por el buen camino, recordándoles el cumplimiento

de sus deberes respectivos: (…) recordando al rico i poderoso la brevedad

de la vida i la nada de las grandezas humanas: que en medio de los goces i

comodidades que esas riquezas le proporcionan, no debe olvidar que hai

muchos seres hermanos suyos que sufren, i que él debe consolarlos i

socorrerlos110.

Así, una forma de la Iglesia de contrarrestar las medidas liberales, fue seguir manteniendo

las labores de caridad por las que se había distinguido desde siglos atrás, demostrando su

liderazgo en la gestión y la contribución social, además de legitimar su presencia en la

sociedad en un asunto que debía asumir el Estado. Para este mismo año se reconoció que se

debía llamar a las mujeres a ejercer la caridad, como una manera de hacerle frente a la

inconformidad política:

Preciso es confesar que, á la vanguardia de este ejército de caridad, se notan

siempre matronas i las vírgenes que ahora, mas que en ningun tiempo, están

llamadas a salvar con su ejemplo i su piadoso zelo la nave de la Iglesia, de

las embravecidas olas del indiferentismo. Grande i fructuosa es la mision

de la mujer cristiana; á su piedad deberemos en mucha parte el arribo feliz

al puesto de salvacion despues de la borrasca que hoy combate á la Iglesia

granadina111.

Se habla de la presencia femenina en la caridad, explícitamente como una forma de

salvaguardar los intereses de la Iglesia y de la sociedad. Así que le asignaba a la mujer los

destinos de la patria por medio de sus deberes como católica. En suma, las mujeres al cumplir

con su deber cristiano cumplían con un deber social y político, debido a que los intereses de

la Iglesia eran los mismos, según el clero, que los de la sociedad.

110 Antonio Herrán, “Nueva situacion de la Iglesia Granadina”, El Catolicismo, Bogotá, 1 de septiembre, 1853,

102. 111 “En el mes de María”, El Catolicismo, Bogotá, 6 de agosto, 1853, 71.

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Un llamado a la caridad

Desde la Colonia hasta bien entrado el siglo XX, la Iglesia se encargó de la asistencia social.

Durante la segunda mitad del siglo XIX, la Iglesia atendió desvalidos, huérfanos, viudas y

pobres, como también fue responsable de los hospitales, hospicios y asilos. Y dada la relación

de las mujeres con la Iglesia, fueron ellas las principales en ser vinculadas a esta labor.

A las mujeres era a quienes principalmente se les invitaba a contribuir con los pobres y

enfermos con el argumento de que eran por “naturaleza” más sentimentales que los hombres,

y se pensaba que los sentimientos era el lenguaje que facilitaba la comunicación con el

necesitado. Asimismo, la prensa decía que Dios había dotado a la mujer con un corazón más

tierno y más fácil de conmoverse, por tal razón se consideraba como una persona idónea para

asistir a los necesitados. Seguidamente se mencionaba que las mujeres que ejercían la caridad

respondían a un llamado celestial. Esta propaganda de la presencia femenina en la caridad,

durante el siglo XIX, fue auspiciada por el papado de Pío IX, acerca de las virtudes intrínsecas

de la mujer para ser difusora de la fe cristiana.

Se solicitaban personas para que colaboraran con diversos oficios que demandaban los

establecimientos de beneficencia, como la repartición de la comida, el cambio de camas, el

suministro de medicamentos, entre otras. Aparte de solicitar pizarras, lápices, vestuarios,

comida, medicamentos, ropa de cama, entre otros. Uno de los elementos más solicitados eran

las hilas, se pedían con insistencia a las mujeres, pues eran necesarias para los enfermos del

hospital San Juan de Dios y del Lazareto Agua de Dios:

Es cosa muy fácil y hacedera. En todas las casas sobra ropa blanca, y las hilas se

sacan sin trabajo, por distracción, y aun pudiendo conversar. No estamos seguro de

ello, pero creemos que aun se ganan indulgencias por mandar hilas á los hospitales.

¡Ved que clase de religion es la católica que abre las puertas del cielo… hasta al

que consume un artefacto destruido, hecho trizas, que para nada ni para nadie sirve,

y lo envía reducido a materia prima para alivio de los pobres enfermos! Señoras!

hablamos con ustedes! Y al hablar con ustedes… sabemos con quienes

hablamos112.

Los encargados de hacer este llamado se sentían, al parecer, con la libertad de exigir la

colaboración de las mujeres para con los enfermos, ya que se les consideraba obligadas social

y religiosamente a ejercer la caridad. Se consideraba que todas las mujeres debían ser

activistas en la caridad, sin importar su clase social o sus compromisos como madre y esposa,

ya que quienes tuvieran obligaciones con sus familias, podían desde sus hogares hacer

112 “Hilas para el hospital de San Juan de Dios”, La Caridad, Bogotá, 8 de abril, 1869, 593.

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40

plegarias por los necesitados y por aquellas personas que se ponían al servicio de los pobres

y enfermos.

Formas de contribución a los necesitados

En la sección “Fastos de Caridad” del periódico La Caridad, aparecía todo lo relacionado

con las obras de caridad. Allí se publicaban las donaciones, que se daban en dinero o bienes

materiales, por parte de diferentes sectores como el clero, las sirvientas, los artesanos, los

campesinos, los establecimientos educativos, tanto femeninos como masculinos, además del

seminario conciliar, las sociedades de beneficencia, señoras, señores, clérigos, jóvenes, niños

y niñas. Los registros de donaciones se hacían de manera individual o colectiva.

Los fondos contaban con las colectas y donaciones dominicales, de personas particulares, de

los colegios, de los bazares, de las rifas, de la organización de eventos culturales, de la cuota

de las congregantas y herencias. Las donaciones tenían diferentes destinos, como a las

familias pobres, mendigos, misiones, construcción y mantenimiento de templos y

monumentos, arquidiócesis, establecimientos de beneficencia y caridad, ente ellos escuelas

gratuitas, casa de refugio para los pobres y huérfanos, cárceles y hospitales. La mayoría de

las donaciones eran en dinero, aunque había quienes contribuían con elementos de aseo o

alimentos113.

Algunos eventos culturales como conciertos de ópera y lírica fueron organizados con el fin

de recolectar fondos a favor de los establecimientos de caridad y beneficencia; sus

organizadores eran quienes se llevaban todos los elogios. Situación que encontramos algo

contradictoria, cuando se publican las buenas ganancias y se menciona a la organización del

evento del señor Zenon Padilla como un “acto laudable de beneficencia”114. Y luego, en un

artículo que pretende hacer la distinción entre los conceptos de caridad y filantropía, de esta

última a la que se cuestiona duramente, se alude que: “marcha al ruido estrepitoso de la

publicidad i la fama, la caridad se oculta. La filantropía consuela el infortunio riendo, i pide

para ella i para el pobre en los bailes, los espectáculos i grandes reuniones, i juega así con la

frívola vanidad del mundo”115. Vemos, pues, que los eventos culturales avalados por la

Iglesia fueron elogiados, mientras que los que eran organizados por sectores liberales, eran

motivo de críticas.

Las mujeres también se encargaban de organizar eventos culturales de beneficencia; está el

caso de la Señora Vissoni, quien organizó una ópera en la ciudad a favor de los pobres de

113 Pan, chocolate, fideos, sagu, panela, cargas de maíz, bultos de papa, racimos de plátano, jabón, ropa de cama,

camisas, enaguas, medias, utensilios de cocina, una balanza de cobre para la botica, entre otros. 114 “La Traviata”, La Caridad, Bogotá, 10 de marzo, 1865, 399. 115 “La Filantropía y La Caridad”, La Caridad, Bogotá, 19 de mayo, 1865, 529.

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San Vicente de Paul116. Para ello, trabajó junto con un grupo de señores encargados de la

recaudación y distribución de los fondos de la función. El liderazgo de las mujeres en

organizar eventos culturales contaba con el respaldo y la congratulación por parte de las capas

altas de la sociedad bogotana; más que por su gestión, por la finalidad con que se hacía el

evento.

Para las misiones también se organizaban eventos culturales; la señora Rosalía Galindo de

Brigad organizó una función de teatro para recolectar recursos en beneficio de las misiones

del Casanare, a cargo de los Apóstoles de San Alfonso María de Liguorio. Los resultados de

la recolección de dinero fue tal, que la arquidiócesis de Bogotá encomendó a la señora

Rosalía, junto con las señoras Jacinta Rivadeneira de Rota, Natalia Gómez de Rivadeneira y

Mercedes Barreto de Torres, el recaudo de las contribuciones tanto de la capital como de

otras poblaciones cercanas. Antonio María Amezquita, en relación a la labor de este grupo

de mujeres, se dirigía a ellas afirmándoles que estaban cumpliendo con las exigencias de la

religión y la patria.

La caridad en los colegios

Podríamos abordar la caridad en los colegios117 desde dos perspectivas: una, nos permite dar

cuenta de cómo los establecimientos educativos fueron escenario para que las maestras y

alumnas ejercieran la caridad. Y otra, la organización de mujeres interesadas en ejercer la

caridad abrían escuelas gratuitas para niñas pobres. Dicho de otro modo, unas mujeres, a

partir de su proyecto de educación, llegaban a ejercer la caridad y otras, para ejercer la

caridad, llegaban a la labor educativa.

Los colegios femeninos se caracterizaban por cumplir con la cuota de caridad, la cual

consistía en ofrecer educación gratuita a un determinado número de alumnas. Por ejemplo,

en el colegio La Merced de 60 niñas, ocho de ellas recibían enseñanza gratuita. Las directoras

eran las encargadas de coordinar el ingreso de las niñas pobres. Los colegios masculinos

también cumplían con esta cuota de caridad, como la Academia Mutis, que tenía como

director a José Caicedo Rojas, con un número de 77 alumnos de los cuales 15 recibían

instrucción gratuitamente. Las escuelas les permitieron a las señoras directoras tener un

espacio para incentivar a sus alumnas a la caridad, de paso dar ejemplo concreto y contribuir

en la organización de donaciones a los más necesitados.

Las directoras de los colegios lideraban actos de caridad, exigiendo a sus alumnas contribuir

con limosnas para los pobres. Eustoquia Carrasquilla como directora del colegio de la

116 “Fastos de la caridad”, La Caridad, Bogotá, 22 de septiembre, 1865, 63. 117 La Iglesia en sus diferentes discursos hablaba de la condición de sufrimiento, abnegación y resignación que

debían tener las mujeres, condiciones que justificaban que ellas asumieran labores educativas y de caridad, ya

que eran oficios molestos, uno más que otro, pero ambos demandaba asiduidad y paciencia.

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Santísima Trinidad, quien con ayuda de sus alumnas hicieron una recolecta en favor de los

pobres que socorría la Sociedad de San Vicente de Paul, ante este hecho La Caridad se

refirió: “…séame permitido pensar, que no ha dejado satisfecha la justicia, ha pasado en

silencio, no solo su nombre, sino hasta el modo como se reúnen aquellas limosnas en su

colegio”118. Los colegios masculinos también contribuían con los menesterosos, recolectan

dinero y auxilian con comida y ropa cada sábado entre dos y cuatro familias vergonzantes y

a los alumnos pobres de su colegio119.

Como lo mencionamos anteriormente, las mujeres que daban ejemplo de virtud, eran

consideradas como las más idóneas para la instrucción de los niños y niñas pobres y

huérfanos, y en algunas oportunidades de instruir a adultos en el catequismo en las iglesias,

hospitales y cárceles. Es así como las mujeres comprometidas con la caridad ejercieron la

instrucción en los centros de beneficencia, en temas de religión y moral, lecciones de lectura

y escritura, a diferentes edad, clases y género.

La apertura de escuelas para niñas pobres tenía el mismo protocolo que otros

establecimientos educativos, contaban con la presencia de un numeroso grupo de ciudadanos

y señoras. Este acto de caridad dirigido al sexo femenino era importante ya que no solo

beneficiaría a las niñas, sino también a sus familias y en general a la sociedad. La Sociedad

de San Vicente de Paul no fue la excepción en fundar una escuela para niñas pobres, esta

tenía un número que oscilaba entre las 60 niñas, de las cuales siete eran asiladas en sus

instalaciones de beneficencia. Las mujeres en su mayoría eran quienes dirigían las escuelas

femeninas, pero hubo algunas excepciones como la de Leónidas Posada Gutiérrez, quien

dirigía la escuela de las hijas de San Vicente de Paul en 1868120.

En suma, la educación y la caridad fueron dos actividades que se mostraron viables para las

mujeres por medio de la prensa católica, bajo los preceptos religiosos que consolidaban un

deber ser femenino, por ello hablar de una mujer caritativa o maestra entraba en la lista de

ser madre, esposa o monja sin ningún ruido, al menos para un grupo muy reducido de

mujeres.

Reconocimiento a las labores de caridad

Por medio de la prensa católica se hizo público el reconocimiento a las mujeres por sus

labores de caridad y beneficencia. En ocasiones se referían a ellas, dependiendo de su edad,

como venerables matronas o virtuosas y bellas señoritas. Su reconocimiento venía de

118 “Al Sr. Presidente de la Sociedad de San Vicente de Paul”, Bogotá, La Caridad, Bogotá, 15 de diciembre,

1864, 119 “Jeneroso desprendimiento”, La Caridad, Bogotá, 14 de octubre, 1864, 63. 120 “Escuela de las hijas de San Vicente de Paul”, La Caridad, Bogotá, 26 de noviembre, 1868, 330.

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diferentes sectores de la sociedad: por parte de la niñez eran respetadas y queridas; vistas

como maestras, amigas y madres, y de sectores como el eclesiástico, el civil y el

gubernamental eran consideradas ejemplos de caridad y patriotismo.

La Caridad, en uno de sus números publicados en 1869, registraba el reconocimiento que le

hizo la legislatura del Estado de Antioquia a la señora María Josefa Zulaiba, por medio del

periódico Oasis de Medellín, en donde se le “reconoce, aprecia y recomienda á la gratitud

pública los importantes servicios prestados con acendrada y ejemplar caridad en el hospital

del Estado”121. La Caridad se preguntaba quién había sido esta señora, o cuáles habían sido

sus acciones para que la primera corporación del Estado de Antioquía se hubiera ocupado de

ella. El mismo periódico respondía que María Josefa se había distinguido por casi treinta

años de haber servido a los necesitados consagrándoles su juventud, salud e inteligencia, y

se decía que cuando ya no había espacio en el hospital, los enfermos acudían a su casa.

El reconocimiento más amplio y sentido venía de parte de las mismas mujeres. Cuando

Vicenta Gutiérrez murió, Silveria Espinosa de Rendón aludía a sus virtudes y labores de

caridad:

Si sobre la tumba de los buenos patriotas, de los héroes i de los sabios, se

pueden escribir grandes i ruidosos elojios, i grabar palabras que brillen a los

ojos del mundo; sobre la tumba de una mujer, por recomendables que hayan

sido sus cualidades personales, casi nunca se puede gravar sino palabras

modestas, dictadas por la ternura, por la amistad o por la gratitud. Los

hombres distinguidos dejan un gran vacio en la sociedad, las matronas

recomendables dejan el recuerdo de sus buenos ejemplos, el buen olor de las

virtudes (…). Sin embargo, tan grandes, tan jenerosas, tan heroicas pueden

haber sido las virtudes de una débil mujer, que no solo la sociedad a que

perteneció sino la humanidad entera, deban vestir luto i llorar su ausencia,

cuando se despide de la tierra que embelleció con su vida i enriqueció con

sus beneficios. (…) Ella fue contagiada de fiebre tifoidea y murió de 45 años

el 16 de enero de 1861. Su familia la quiso sacar de aquel lugar pero ella

manifestó que: “quería morir allí, como muere el buen artillero al pie del

cañon”122.

Silveria Espinosa hizo una comparación entre un hombre destacado por su labor con la patria

y una mujer por su labor de caridad, diferenciando la importancia de cada uno y determinando

que la humanidad entera debía valorar la labor la difunta. Al final de la cita encontramos que

tanto Silveria como Vicenta utilizan el apelativo de soldado como una forma de relacionar

las labores de caridad.

121 “La señora Zulaibar”, La Caridad, Bogotá, 30 de septiembre, 1869, 220. 122 Silveria Espinosa de Rendón, “Una perdida para la humanidad o un recuerdo de las virtudes de la señora

Vicenta Gutiérrez”, El Catolicismo, Bogotá, 12 de febrero, 1861, 108.

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Fue tal el reconocimiento que le hizo Silveria Espinosa a Vicenta Gutiérrez que, además de

un extenso discurso acompañado de un poema, invitó a que en honor a su memoria se fundara

una escuela para niñas pobres:

Todas las ciudades católicas de Europa i algunas de América tienen sus

conservatorios, en donde van a asilarse las esposas virtuosas abandonadas,

las doncellas piadosas i desválidas i las niñas pobres, para consagrarse, las

primeras a la enseñanza de las últimas, bajo la direccion de algún o algunas

matronas respetables i de algunos sacerdotes fervorosos; i allí, con el

trabajo mutuo i bien ordenado, procurarse los medios de subsistencia de

que carecen estando aisladas, cultivar en sus almas las semillas de la virtud,

i ser útiles para si mismas i para la sociedad. Entre nosotros, las buenas

Religiosas de la Enseñanza i la señora Pontón de Santander, tiene sus

escuelas en favor de las niñas pobres. Sin embargo, estos dos

establecimientos no son suficientes para satisfacer todas las necesidades de

nuestra pobre sociedad; i un Establecimiento como el que dejamos

descrito, sería una fuente de bendiciones para ella.123

La Sociedad de San Vicente de Paul estaba de acuerdo con la propuesta, pero no contaba con

los recursos para llevar a cabo el proyecto, razón por la cual Silveria pidió a la congregación

Hermanas de la Caridad, a la que pertenecía Vicenta, se comprometieran con la labor y

recolectaran los fondos necesarios. El reconocimiento de Silveria a las labores de Vicenta

pretendía ir más allá del discurso, al tener la intención de llevar a cabo el proyecto de caridad

que Vicenta en vida había pensado realizar.

El sentido de reconocérseles a las mujeres sus labores de caridad y beneficencia

públicamente, les permitió ser parte de círculos masculinos, no solo clericales, sino como se

evidenció anteriormente, gubernamentales. Ahora, si tomamos en cuenta las palabras y la

gestión de Silveria, una mujer que tuvo liderazgo en las labores de caridad y beneficencia al

igual que Vicenta, podemos deducir la forma en que las mujeres se percibían a sí mismas,

reconociendo sus propias labores como dignas de elogio y veneración. La prensa no

evidencia situaciones de desaire a las labores de caridad en las mujeres, pero al parecer se

presentaban algunos comentarios en contra, ya que les recomendaban hacer caso omiso a las

burlas y críticas por su labor124.

Sociedades de caridad y beneficencia

Las mujeres contribuyeron en la organización y gestión de las labores caritativas y de

beneficencia, especialmente por medio de sociedades, también llamadas congregaciones o

123 Silveria Espinosa, “Una perdida para la humanidad…”, El Catolicismo, Bogotá, 12 de febrero, 1861, 110. 124 "Casa de Refujio", El Catolicismo, Bogotá, 30 de octubre, 1855, 177.

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asociaciones. Estas organizaciones promovían la limosna, realizaban actividades para

recolectar fondos, distribuían donaciones a las familias pobres, y diferentes funciones en los

hospitales, casas de asilo, cárceles y escuelas. En algunos casos, cuando el clero tenía la

intención de llevar a cabo la construcción de un establecimiento de beneficencia o templo

religioso, se veían en la necesidad de acudir a una congregación de caridad, y dado el caso

de fundarla, con la finalidad de que las mujeres les ayudaran en la gestión de fondos para el

proyecto: "con la ayuda de las señoras y demás congregantas que se unirán con el tiempo se

llevará a cabo dicho edificio"125.

Las mujeres al hacer parte de una sociedad de caridad y beneficencia, en palabras de

Mercedes Arango, constituyeron una de las formas más importantes para “salir de casa”,

dejar en ámbito doméstico y abrir espacios diferentes al de la familia. En esos núcleos se

establecían nuevas sociabilidades, se consolidaban las relaciones de mujeres de la misma

clase social, se creaban nexos con otras clases sociales, se fortalecían los lazos con la Iglesia

y con los partidos políticos. Estas agrupaciones se convirtieron en la forma como las mujeres

se adiestraban en la consecución y administración del dinero, el rodaje de los hospitales, los

asilos y los orfanatos, el entrenamiento como maestras, y un aspecto muy importante, que

poco se ha resaltado, el ejercicio de la escritura, materializado en la elaboración de los

informes generales y de tesorería126. Estas mujeres hicieron parte de agrupaciones mixtas,

bajo la dirección masculina. Esta experiencia modificó su percepción del mundo, su idea de

sí mismas y, hasta cierto punto, su inserción pública127.

En la prensa católica las sociedades de beneficencia y caridad podían publicar sus informes,

y no solo las que estaban organizadas en Bogotá, sino en otras poblaciones. Como lo hizo la

directora de la Hermanas de la Caridad de San Gil, Ignacia Duran: hacia el año de 1868, se

dirigía a las señoras y hermanas que conformaban la sociedad, reconociéndoles que gracias

a ellas había llevado a cabo un año en el cargo de directora, y cumpliendo con el reglamento

rendía un informe general sobre los asuntos de la sociedad:

Si el objeto de nuestra Asociacion no fuera de caridad y de santificacion,

sino puramente mundano, no estoy segura de que hoy tendría el gusto de

saludaros en este recinto y de dirigiros la palabra en vuestra cuarta reunion

semestral, habiendo pasado por las penalidades y angustias que hemos

125 Pedro José Vargas, "Congregación de caridad en San Gil", El Catolicismo, Bogotá, 2 de diciembre, 1856,

397. 126 Gloria Mercedes Arango, Sociabilidades católicas, entre la tradición y la modernidad. Antioquía, 1870 -

1930 (Medellín: Universidad Nacional de Colombia, sede Medellín – IME dirección de investigaciones, 2004),

15. 127 Michelle Perrot, “Salir”, Historia de las mujeres, Vol.8, Georges Duby y Michelle Perrot (Madrid: Taurus,

1993), 155-189.

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46

tenido que atravesar. Dios vela, pues por vuestros pobres, y nos estimula

con ello á no desmayar en la labor emprendida128.

Este fragmento del discurso de Ignacia, deja ver que la caridad era motivo para que ellas se

organizaran, y se consideraba que era la religión la que estimulaba sus labores y la manera

de afrontar las dificultades.

Se reportaba en la prensa la creación de nuevas sociedades de caridad y beneficencia de

diferentes ciudades y pequeñas poblaciones del país, dando cuenta de las labores que allí se

hacían, entre ellas Chiquinquirá, Neiva, San Gil, Honda, Medellín, Pasto, Tunja, entre otras.

Y de ciudades extranjeras como Caracas, Buenos Aires, Santiago de Chile y México. Cuando

se publicaba sobre las sociedades extranjeras, no solo se hacía mención sobre la organización

de las mujeres, sino que se comparaba con las neogranadinas129. De otra parte, se deduce que

eran con el propósito específico de incitar a fundar sociedad de caridad y beneficencia, ya

que eran publicadas en 1854 por El Catolicismo, año en que no se registraba aún ninguna

sociedad bogotana.

La prensa católica muestra con insistencia dos eventos relacionados con las sociedades de

caridad y beneficencia: los bazares y los ejercicios espirituales. Por un lado, los bazares a

favor de la caridad, los cuales se definían como una piadosa industria que buscaba recolectar

la mayor cantidad de objetos posibles para la venta. Y quienes donaran los productos, como

quienes los compraran, realizaban una obra caritativa, debido a que las ganancias serían

destinadas a los establecimientos de beneficencia y obras de caridad. El bazar se llevaba en

un local alquilado o tienda con reconocimiento en la ciudad, este tendía a durar varios días,

en ocasiones semanas.

El primer bazar que registró, promovió y respaldó El Catolicismo fue en 1855, organizado

por un grupo de señoras de Colozal, con el fin de recolectar fondos para la construcción de

un templo. Considerado como un ejemplo para las mujeres bogotanas. La prensa católica era

uno de los principales aliados de los bazares. La Caridad era un medio de comunicación para

convocar a las mujeres hacer parte de la comisión del bazar: "… se solicita respetuosamente

que las virtuosas señoras de Bogotá se encarguen de la penosa, pero humanitaria comisión

que en ella se les asigna, procede convencido de que emplea un recurso completamente

análogo a la naturaleza de la Sociedad". De igual manera, allí se publicaba todo lo relacionado

a la organización de los bazares.

La comisión del bazar se encargaba de solicitar la colaboración de los bogotanos,

principalmente se dirigían a las preceptoras de los colegios y casas de educación de niñas,

128 Ignacia Duran, "Fastos de la Caridad, Informe presentado por la señora directora de la hermandad de La

Caridad de San Gil en la sesión solemne del 1° de julio último", La Caridad, Bogotá, 5 de agosto, 1868, 66. 129 "Sociedad de caridad", El Catolicismo, Bogotá, 22 de abril, 1856, 87.

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para que las alumnas donaran sus manualidades, y a las señoras y señoritas, para que

contribuyeran con objetos de sus casas que estuvieran en condiciones de venta; o los

recolectaran por las casas en nombre de los pobres.

Los bazares tendían a ser organizados por las sociedades de caridad y beneficencia, las cuales

nombraban una comisión encargada. Dependiendo de los organizadores se hacían llegar las

donaciones, en los bazares de la Congragación de Caridad era la superiora la encargada de

recibir los objetos para luego hacerlos llegar a las demás mujeres del bazar quienes debían

organizarlos y venderlos. Mientras que en la Sociedad de San Vicente de Paul, al comienzo

cuando era exclusivamente conformado por socios, los objetos se entregaban al tesorero,

luego cuando las mujeres tuvieron participación en la Sociedad, cualquiera de las señoras

integrantes de la comisión podían recibirlos. Para el bazar de 1865 la encargada fue la señora

Rudencia Otero de Quijano junto con nueve señoras más130.

La sociedad de San Vicente de Paul mantuvo el liderazgo en organizar bazares, cada año

como lo indicaba su reglamento, y sus principales organizadores eran los hombres, por ser

una sociedad de caridad y beneficencia masculina, pero no por ello la presencia de las mujeres

fue evidente, ya que eran ellas sus fieles colaboradoras. Para el bazar de 1866, la señora

Sótera Lorenzana de Mejía lideró una comisión de 50 señoras, 15 de ellas solteras. Sótera

tenía la autonomía de organización como ella lo viera conveniente, al igual que las demás

señoras que hacían parte de la comisión. El bazar tuvo gran éxito que fue resaltado por los

socios de la Sociedad. Para la organización del bazar de 1867 se hizo un llamado público a

un determinado grupo de señoras, como fue el caso de las señoras Isabel Santamaría, Trinidad

Sarmiento, Isabel Caicedo de Acevedo y Evarista Quijano de Caicedo, para que cada una

ellas se organizara con diez señoras, y cada una de éstas formaban un círculo de otras diez,

de modo que en total se completaban cuatrocientas colaboradoras con el Bazar de los pobres.

Para el bazar que se organizó en el mes de agosto de 1868, el reconocimiento a las mujeres

que contribuyeron en su organización fue evidente: "Los nombres de las señoras Carolina

Elvers de Pizano, Antonia Gölkel de Paredes, Ana Orrantia de Pérez y María Josefa de Arias

Vargas quedan inscritos con letras de oro en el libro de los benefactores de la Sociedad, por

el interés que manifestaron en la obra del bazar"131.

Para 1873 se mantenía la costumbre de invitar públicamente a un grupo de señoras para

contribuir con el bazar de los pobres. El presidente de la Sociedad de San Vicente de Paul,

Justino Valenzuela, se dirigió a la señora Isabel Bunch de Cortés y a un grupo de 38 mujeres,

130Ana Rebolledo de Pombo, Joaquina Cordovez de Tanco, María de Jesús Pinzón de Sáenz, Teresa Sáenz de

Restrepo, Carmen Duque de Duque, Isabel Santamaría, Evarista Quijano de Caicedo, Josefa Siz de Gómez,

Bárbara Álvarez de Obregón. 131 "Fastos de la caridad", La Caridad, Bogotá, 19 de agosto, 1868, 104.

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considerándolas como “las principales donantes y quienes tomaban parte activa, prestando

sus servicios con abnegación y desinterés, logrando que sus indicaciones no fuesen

desatendidas; consagradas a hacer el bien, obteniendo fácilmente los medios, además que su

acción causaban los mejores efectos”132.

Los fondos recolectados en el bazar de 1874 fueron los más altos a comparación de los años

anterior, aquí el agradecimiento iba dirigido a la señora Carlina Paris de Leheman y demás

mujeres que habían colaboraron. En 1875, el consejo directivo de la Sociedad de San Vicente

de Paul, debido al bazar que se llevó a cabo en noviembre de ese año, acordó ofrecer el mayor

elogio y agradecimiento a la señora Sara París de Lafaurie y demás señoras que recogieron

los efectos y el dinero del bazar:

Yo doy constancia del trabajo y la buena voluntad. Todos los del consejo

directivo ofrecen el mayor elogio y agradecimiento por su labor y las de

las señoras deseándoles bendiciones del cielo. (…) gracias a todas las

señoras que prestaron el importantísimo servicio de recoger efectos y

dinero para el bazar que se llevó a cabo en noviembre de 1875133.

La presencia de las mujeres en los bazares -estos como principal fuente de donaciones-,

organizados por la Sociedad de San Vicente de Paul, esta sociedad de beneficencia

masculina, conscientes de la importancia de la ayuda por parte de las mujeres, nos evidencia

la manera como los señores estimulan a que las mujeres salieran de sus casas a colaborarles,

invitándolas y exaltando sus resultados para así seguir contando con su apoyo.

Por otro lado, para la segunda mitad del siglo XIX en Bogotá los ejercicios espirituales fue

una modalidad católica de congregar a los católicos. La prensa católica menciona en

constantes oportunidades la importancia y la organización de estos, pero no aclara en qué

consistían. Al parecer los sacerdotes allí abrían espacios de confesión, oración y reflexión134.

Eran dirigidos a las señoras, señores, jóvenes, artesanos, sirvientas, campesinos, hombres y

mujeres en prisión. Los ejercicios espirituales hacían parte de la caridad, era igual de

valorados como la asistencia a los enfermos y pobres, porque en lugar de dar alimento y

medicamentos, se estaba ofreciendo alimento espiritual. Siendo así, una de las actividades de

las sociedades de caridad y beneficencia. Y así mismo entraba en la lista de gastos de las

132 “Bazar de los pobres”, La Caridad, Bogotá, 20 de noviembre, 1873, 404. 133 J. J. Marroquin, “Beneficencia, Señora Sara París de Lafaurie”, La Caridad, Bogotá, 23 de marzo, 1876,

344. 134 Fue en Manresa, donde Loyola escribió su libro sobre cómo debían establecerse los ejercicios espirituales,

practicados al pie de la letra por él mismo; estos se convirtieron en su más atinado medio para convencer a sus

primeros correligionarios, y tras ello todos los jesuitas los habrían de practicar invariablemente. La práctica se

extendió por supuesto a sus seguidores laicos y se empleaban para dar paso a la confesión. En:

http://www.archivohistorico.buap.mx/tiempo/2001/num6.htm consultado 12-06-2013 -por María del Pilar

Paleta Vázquez, Casa de Ejercicios Espirituales de los jesuitas, en Año 4/ No. 6, H. Puebla de Zaragoza a 22

de marzo de 2001, Tiempo Universitario, Gaceta histórica de la BUAP

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asociaciones. Por ejemplo en la Sociedad de San Vicente de Paul hacía parte de los gastos de

la sección docente.

Estos retiros espirituales eran orientados por sacerdotes y su organización no fue exclusividad

de las sociedades de caridad y beneficencia, también los costeaban personas particulares, y

en los casos en que iban dirigidos a las señoras y señores de clase acomodada, cada uno

costeaba la actividad. Beatriz de Pombo fue una de las señoras encargadas de organizar los

ejercicios espirituales para las señoras, las interesadas en tomarlos debían hablar con ella. En

1857 un hombre con la intención de hacer un acto caritativo, reunió cincuenta pobres para

que asistieran a los ejercicios espirituales que había organizado en el Convento de San

Agustín. Los ejercicios espirituales también conocidos como retiros, fueron criticados por la

prensa liberal, sosteniendo que esta era forma de ganar dinero el prelado, ya que el dinero

que se cobraba era más del que realmente se utilizaba para pagar el alquiler del lugar y la

alimentación de los días que duraba el retiro. Por supuesto las autoridades eclesiásticas

respondían que no era cierto, que los únicos beneficios recibidos era una sociedad en progreso

social, ya hiciera algo similar "las constituciones y las leyes que se expiden anualmente por

las legislaturas"135.

Ahora es preciso hablar de las sociedades de caridad y beneficencia bogotanas que figuraban

en la prensa católica, entre ellas: la Sociedad de San Vicente de Paul, una de las primeras

sociedades masculinas en Colombia, protagonista por sus significativas labores,

especialmente con los pobres vergonzantes y la fundación y gestión de sus establecimientos

de beneficencia. Esta sociedad se creó en 1857 y se encargó de la fundación y manutención

del hospital de caridad que llevaba su nombre. La gestión en el Hospital de San Vicente de

Paul fue uno de los proyectos más visibles en el periódico La Caridad. El hospital,

inicialmente, fue un lugar de hibridación de las diferentes labores de caridad que ejercía esta

sociedad, allí no solo se cuidaban a los enfermos, sino también se hospedaban algunas viudas,

ancianos desamparados y niñas huérfanas. Incluso en un cuarto aledaño abrieron la primera

escuela gratuita para niñas. Allí todos los domingos se acostumbraba a enseñar la doctrina

cristiana, concurriendo entre 30 y 40 personas. El hospital no solo fue escenario de enlace

entre las labores de caridad, sino de la relación entre hombres y mujeres, el contacto que

tenían las mujeres con los enfermos y los médicos.

Allí es interesante observar cómo las labores de caridad y beneficencia permiten que tanto

hombres como mujeres se relacionen en un mismo espacio y con funciones similares, esto se

afirma específicamente por el caso de Leoncia Ardila, quien llegó a ser la Directora del

Hospital San Vicente de Paul, con la ayuda de sus hermanas. Es pertinente tomar en cuenta,

como se hizo en el capítulo anterior al referirnos al respaldo que solicitaba una mujer para

135 "Ejercicios espirituales", El Catolicismo, Bogotá, 15 de julio, 1856, 210.

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ofrecer sus servicios como maestra, en este caso es el doctor José Félix Merizalde quien

expresó:

Creo de mi deber recomendar a la Sociedad el manejo de las señoritas

Leoncia Ardila i hermanas, encargadas de dirijir el Hospital. Señor: unas

jóvenes en la flor de la edad, que se dedican exclusivamente al cuidado de

los enfermos, merecen, no esta recomendación que es un pequeño tributo

a su virtud; si no un premio grande, que solo Dios se lo podrá

conceder…136.

Leoncia fue una mujer destacada en las labores de caridad y beneficencia en la ciudad, a sus

17 años de edad en 1857 entró a servir a los pobres en el Hospital de San Juan de Dios,

haciendo parte de las Hermanas de la Caridad. En 1859 salió de allí para dirigir el hospital

fundado por la Sociedad de San Vicente de Paul, en 1868 debido a su muerte deja la dirección

del hospital. Fue la única mujer en ocupar el cargo de directora en dicho hospital para el siglo

XIX. Leoncia no solo se encargaba de su buen funcionamiento y de rendir informes a la junta

directiva del hospital, además servía como enfermera, había aprendido a hacer

procedimientos terapéuticos, entendido estos como curaciones de diferente tipo.

La Sociedad de San Vicente de Paul tuvo el apoyo incondicional de la Sociedad de

Beneficencia Bogotana. El 4 de marzo de 1865 se fundó esta sociedad, con el propósito de

proporcionar dinero, alimentos, vestidos y ropa de cama para los pobres y los enfermos. La

asociación la encabezaba la directora, la señora María Antonia Castilla de Márquez, y el

secretario, el señor José Joaquín Ortiz, quienes fueron elegidos por las socias. La directora

estaba acompañada de tres señoras que conformaban el concejo central. Cada una de las

integrantes del consejo central elegía a dos señoras, y cada una de estas dos señoras elegía a

otras dos, y así sucesivamente, haciendo que el número de consejos fuera indeterminado y

con la intención de cada socia se comprometiera a vincular más mujeres. Los consejos una

vez recolectaban la ayuda, la entregaban a una de las socias que estaba encargada del

almacén, y luego ella los podía a disposición del director de la sección hospitalaria de la

Sociedad de San Vicente de Paul, con destino al hospital de dicha Sociedad.

Las señoras que iniciaron la sociedad fueron Dolores Grillo de Murcia, Dolores Ortega de

Rivas, Eduvijis Vega de Sánchez, Josefa Benítez de Orrantia, María Regia Imbuetch de

Herrera, Mercedes Cabal de Mallarino, Rudencia Otero de Quijano, Susana Mallarino de

Delgado. Y las señoritas Omaira Silva, Nicolasa Grau y Martina Calvo. Estas mujeres eran

animadas por la prensa la cual exclamaba: “Rogamos al señor misericordioso bendiga a estas

piadosas señoras, a ellas, a sus familias i a todas las personas que les son queridas por el bien

que emprenden, i las fortifique para que no desmayen en la comenzada tarea”137.

136 José Félix Merizalde, “Sociedad de San Vicente de Paul”, El Catolicismo, Bogotá, 9 de octubre, 1860, 644. 137 “Beneficencia Bogotana”, La Caridad, Bogotá, 10 de marzo, 1865, 398.

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Bogotá no fue el único lugar donde se trazó esta estrecha relación entre las sociedades:

“Mientras que el mundo se preocupa por soluciones temporales, el catolicismo se esmera por

solucionarlo de manera callada y por la eternidad. Se habla de un joven sacerdote caritativo

llamado Hipólito Quintero, quien es párroco de Oiba y está estableciendo dos asociaciones:

la de San Vicente de Paul y la de Beneficencia de señoras. Finalmente, fue Bogotá el principal

lugar donde se empezaron a organizar las mujeres en congregaciones de caridad y

beneficencia, sirviendo como ejemplo a otras poblaciones, con el fin de llevar a cabo

proyectos sociales en nombre de la religión católica.

Pero al hablar de la primera sociedad de caridad y beneficencia femenina bogotana debemos

referirnos a la Congregación de Caridad. En 1857 la legislatura provincial por medio de la

ordenanza 231 sancionó su organización y reglamentación, conformada por un grupo de

mujeres y unos cuantos clérigos a la cabeza. En cada sección de la sociedad había una

superiora y un prelado. Una vez fundada la Congregación de Caridad se asignó como

superiora general a la señora Soledad de O´Leary y bajo la dirección del presbítero Vicente

Cándido Beltrán, además la secretaria general la señora Silveria Espinosa de Rendón y una

tesorera. Tanto el director como la superiora fueron los encargados de redactar el reglamento

que los regiría, y el cual debió ser aprobado por el arzobispo.

La congregación debía estar al servicio y cuidado de los enfermos de ambos sexos en los

hospitales, de los mendigos y expósitos en la Casa de refugio, se debían encargar de la

enseñanza de la doctrina cristiana a los expósitos y a las mujeres en la cárcel y de la

recolección de limosnas para formar un fondo para los gastos de traslado y mantenimiento

de las Hermanas de la Caridad. A partir de estas funciones se conformaron las secciones

respectivas: hospital San Juan de Dios, la casa de refugio y la cárcel.

Cada sección tenía un sacerdote que tenía como función vigilar y dirigir las labores de las

congregantas, una superiora que se encargaba de organizar y gestionar las funciones de su

sección, además de conducir las señoras bajo su cargo, y una tesorera quien recibía y

administraba el dinero recolectado en la sección. Estas mujeres con mayor responsabilidad

eran elegidas por las mismas mujeres que hacían parte en la sociedad de caridad y

beneficencia, este evento democrático estaba acompañado de un retiro espiritual, con el fin

que Dios guiara sus decisiones138. Y cada vez que había elecciones se le debía poner en

conocimiento al arzobispo.

La permanecía de las mujeres en la sociedad no siempre fue estable, en las mujeres entradas

en edad se veían obligadas a retirarse por motivos de salud, mientras que las más jóvenes por

cuestiones familiares, pero con el tiempo algunas volvían o se integraban nuevas mujeres.

138 “Congregacion de caridad”, El Catolicismo, Bogotá, 8 de julio de 1868, 201.

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Para el caso de la superiora de la sección hospitalaria, la señora siguiente Dolores Fernández

de Briseño, al retirarse de su cargo la prensa justificó: “…no pudo seguir como superiora

debido a que sus deberes de esposa i madre no le permitieron su reelección”139. Por otra

parte, la directora Joaquina Cordovez de Tanco invitaba a las 348 mujeres que para ese

entonces hacían parte de la congregación a no desfallecer con el argumento, que las

bendiciones eran muchas tanto para ellas como para sus familias140.

La voz de las mujeres en la prensa no solo se dirigía entre ellas mismas, también se observó

en el momento de rendir informes, de hacer solicitudes o simplemente de dar un

reconocimiento o agradecimiento. En esta ocasión, nos referiremos a quien fue la directora

encargada de la Casa de refugio de Bogotá en 1858, la señora Dolores Caicedo de Porteño,

quien se dirigió al gobernador agradeciéndole el nombramiento del señor Pedro Gutiérrez

como nuevo director de la Casa de refugio, y agregando reconocer la buena labor que hizo

su pasado director el señor Padilla. Enseguida, la señora Dolores deseaba que: “Ojalá que esa

Gobernación le pueda proporcionar los recursos necesarios para sostener el establecimiento;

i para dar impulso a las mejoras que necesita”141. Esta constante evidencia de tomar la palabra

las mujeres, ante personas y escenarios públicos, nos ratifica que el ejercicio de la caridad le

permitió a las mujeres relacionase en espacios diferentes al hogar. Podemos agregar el

agradecimiento de Silveria Espinosa se al señor Urbano Perilla:

El deber de la congregación es el alivio y moralización de los desvalidos,

en casa de refujio no son suficientes los recursos y los esfuerzos de la

congregación. Por este motivo se me ha dado la orden de manifestar a U.

el agradecimiento por los nuevos recursos y orden del establecimiento que

tanto le interesa a la congregación. Es esta una manifestación de aprecio y

gratitud en nombre del consejo directivo142.

Por otro lado, esta congregación de caridad bogotana no solo recolectaba fondos para auxiliar

los establecimientos oficiales de beneficencia, sino también tenían la responsabilidad de

reunir el dinero para traer a las hermanas francesas, conocidas como las hermanas de la

caridad. Agregando que la sociedad debía también recolectar fondos para la construcción de

monumento en el cerro Guadalupe, que consistía en una inmensa cruz que alcanzara a ser

divisada desde la ciudad.

139 "Congregacion de Caridad", 350. 140 “Informe de la direccion jeneral de la congregación de caridad”, El Catolicismo, Bogotá, 16 de marzo, 1858,

86. 141 Dolores Caicedo Porteño, “Sociedades de beneficencia i caridad”, El Catolicismo, Bogotá, 27 de abril, 1858,

132. 142 Silveria Espinosa de Rendón, “Congregación de Caridad”, La Caridad, Bogotá, 27 de abril, 1858, 132. En

esta cita vemos ha cambiado la “i” por la “y”.

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Como bien se dijo, la prensa en el siglo XIX fue un medio de comunicación entre los

diferentes sectores. El Neo-granadino afirmaba oponerse a que se utilizaran los fondos que

eran destinados para la venida de las Hermanas de la caridad para la construcción de la cruz

en el cerro de Guadalupe. EL Catolicismo respondió que dicho dinero estaba íntegro y

ganando intereses a la orden de la señora Soledad Soublette de O´Leary, quien era la

superiora general de la Congregación y a disposición del prelado diocesano. Y dado el caso

que el denunciante se hubiese referido a las limosnas que las señoras de la misma

congregación colectaban en los templos, estas se distribuían periódicamente para socorrer las

necesidades de la casa de refugio, el hospital San Juan de Dios y la cárcel de mujeres143.

Los editores de El Catolicismo invitan al prelado junto con las señoras de la Congregación

de caridad a contribuir con la construcción de la Cruz de Guadalupe, con la frase: "Eficaz

será la ayuda que preste la Congregación para esta obra..." se les comprometía a las señoras

a ofrecer sus limosnas y a invitar a la clase pobre de la sociedad, a que contribuyan con las

suyas para construir aquel monumento. A esta petición respondió Silveria Espinosa, como

secretaria de la congregación:

He tenido ayer el honor de presentar al consejo directivo, la atenta i piadosa

invitacion que, con este objeto, i para hacer participe a nuestra benéfica

Sociedad, del laudable proyecto de construir una Cruz monumental en la

cima del Guadalupe (...). Mui satisfactorio me es poder decir a UU. Que

este poético i santo pensamiento ha sido aceptado con entusiasmo, por el

Sr. Perfecto Jeneral i por todas las Señoras que componen el consejo

directivo de la Congregacion. I no podía ser de otro modo. Las hijas de la

Cruz, que deben a ellas su honor, su gloria, su dignidad, que la veneran

como el símbolo de su fé, que la bendicen con el apoyo de su esperanza, i

que la aman como la prenda santa144.

Todas las sociedades de caridad y beneficencia se caracterizaron por responder a los

designios católicos, a continuar y solidificar los proyectos de la Iglesia que venían desde los

tiempos de la colonia. Cada sociedad tenía su fin propio. Por ejemplo la Asociación del

Sagrado Corazón de Jesús, destacada por sus escuelas gratuitas. Esta asociación fue fundada

el 1 de agosto de 1864, su fundadora y primer directora fue la señorita María Josefa Osorio,

quien junto con las demás socias y el reglamento fueron avalados por el arzobispo Herrán,

concediéndoles a la vez, como se acostumbraba, indulgencias para todas las socias. Para el

año siguiente, la dirección fue asumida por la señora Evarista Quijano de Caicedo,

inicialmente contaba con 260 mujeres y al segundo año con 404; a pesar que, algunas mujeres

se retiraban de la congregación, nos atrevemos a decir que debido a sus deberes en el hogar,

ya que las mujeres que desistían eran por lo general jóvenes casadas.

143 "Cruz de Guadalupe", El Catolicismo, Bogotá, 24 de diciembre, 1855, 354. 144 Silveria Espinosa de Rendon, "Señores editores de El Catolicismo", El Catolicismo, Bogotá, 23 de octubre,

1855, 266.

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Las asociaciones se preocupaban por los enfermos, pobres y analfabetas, por ello el proyecto

de escuela era en la mayoría de los casos un objetivo a conseguir. En ese mismo año de

fundación abrieron una escuela con 8 alumnas inicialmente, y para el año de 1866 contaba

con 42 alumnas. También abrieron una escuela para niños con 42 alumnos. Como era

acostumbrado el colegio de niñas era dirigido por una mujer y el de niños por un hombre, en

este caso por Salómé Junguito e Ignacio Rojas, según corresponde.

Los fondos con los que contaban eran sus propias contribuciones, con ellos atendían a lo

largo del año un gran número de ejercicios espirituales para personas de ambos sexos, y cada

mes iba uno dirigido a las criadas; al cual concurrían cerca de trescientas. Estos ejercicios se

llevaban a cabo en el edificio del Dividivi, en la penitenciaria, en el Divorcio y en varias

casas de particulares. Otras de las actividades que promovieron misiones, en poblaciones

como Subachoque, Facatativa, Zipaquirá, Fute, entre otras. Además de organizar

matrimonios y bautizos145.

Para el año de 1868, las dos de las sociedades de beneficencia y caridad más tenidas en

cuenta, en relación al número de beneficios que brindaban a la sociedad menesterosa, la

Asociación del Sagrado Corazón de Jesús y la Sociedad de San Vicente de Paul, de ellas se

afirmaba que era una especia de "segunda providencia que venía en auxilio de los menos

favorecidos, para brindarles no solo lo material, sino lo más importante la limosna moral, la

instrucción, el consejo y al mismo tiempo desarrollar las virtudes”146.

La Asociación del Sagrado Corazón de Jesús de Bogotá, para finales de 1870, contaba con

739 socias, y sucursales establecidas en poblaciones como Chiquinquirá, Fómeque,

Mariquita, Moniquirá, Ráquira, Subachoque, Samacá, Sopó, Anapoima, Santa Ana, Tenza,

La Capilla, Zipaquirá, Ubaté, Neumocon, Onzaga y Santa Ana de las Lajas y ciudades como

Pasto y Medellín quienes acataban el reglamento de la asociación de Bogotá. La asociación

hacía misiones en zonas rurales y organizaban ejercicios espirituales, al año realizaban dos

para señoras, dos para señores, dos para artesanos, uno para sirvientas, uno para campesinos,

y dos más para los hombres y las mujeres de la penitenciaría. Allí distribuían

aproximadamente unos doscientos vestidos. Mantenían cuatro escuelas gratuitas, las cuales

reunían un total de 99 niñas y 71 niños. Y más de 100 concurrían dos veces a la semana a la

capilla a recibir instrucción religiosa. Entre otras responsabilidades asistían al hospital, a la

cárcel de mujeres y a la casa de asilo de indigentes a enseñar el catequismo. Para la natividad

preparaban a casi 100 niñas, actividad que venía en aumento, ya que el año anterior habían

sido 69. Y más de 60 adultos para la primera comunión, y durante el año habían facilitado

más de 60 matrimonios, costeando los derechos147.

145 “Sociedad del Corazón de Jesús”, La Caridad, Bogotá, 10 de diciembre, 1868, 354. 146 "Beneficencia y patriotismo", La Caridad, Bogotá, 31 de diciembre, 1868, 412. 147 “Una Asociación católica”, La Caridad, Bogotá, 8 de diciembre, 1870, 417.

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Los señores por diferentes motivos intervenían en las sociedades de beneficencia,

manifestaban estar en disposición de ayuda en lo que ellas necesitaran. Las rifas no eran de

los colegios, personas particulares y sociedades de beneficencia también acudían a este medio

para recolectar dinero. La congregación del Sagrado Corazón de Jesús, al recibir como

donativo un costoso prendedor de diamantes por una señora, decidió organizar una rifa y el

señor Ignacio Osorio Ricaurte fue el agente encargado148.

El periódico La Caridad sostenía que esta asociación de mujeres procuraba por mantenerse

y mejorar cada vez más, ser referían a las socias como un grupo de mujeres trabajaban

infatigablemente sin que nadie lo notara, a tal punto que los únicos que podían dar testimonio

de sus labores eran a quienes socorrían y los integrantes de sus hogares, ya que no tenían

secciones públicas, ni periódicos que se refirieran sus trabajos. Según la editorial, las mujeres

deseaban que todo se mantuviera en secreto, siendo una forma de enaltecer su labor de

caridad.

Uno de los grandes proyectos de la asociación fue el asilo de mujeres, en donde para 1872

refugiaba a un considerable número de mujeres pobres, instruyéndolas en las virtudes y el

dogma católico, y al mismo tiempo se les enseñaba trabajos manuales y hábitos de

laboriosidad, para ello, la asociación dispuso de una gran alberca para lavar ropa, un horno

para cocer pan y aparatos para moler chocolate, hacer dulces, torcer cigarros y aplanchar

ropa, y acomodó corredores para coser y hacer sombreros149.

En Bogotá, existieron otras sociedades más pequeñas, sin mayor mención en la prensa, de las

que se decía que se destacaban por hacer sus labores en silencio, causa por la cual la prensa

no hizo mayor mención sobre ellas. Estas pequeñas congregaciones se caracterizaban por ser

de medio tiempo, respondiendo al llamado de no descuidar las obligaciones del hogar por

atender los compromisos de la congregación, se les recomendaba sacar un momento de su

tiempo para llevar a cabo obras caritativas, como cuando disponía a dar un paseo o cualquier

otra diversión. Se afirmaba que pertenecer a una sociedad de caridad demandaba tiempo y

compromiso, razón seguramente por la que la mayoría de sus integrantes eran mujeres viudas

o solteras, y posiblemente por la que algunas mujeres esporádicamente se reunían a recolectar

limosna para los pobres, sin necesidad de pertenecer a una sociedad.

En último lugar, al pretender mostrar el respaldo, el reconocimiento y la organización de las

mujeres en las labores de caridad, se buscó a la vez posibles contradictores de su labor, y

encontramos un aparte que nos habla:

148 “Beneficencia”, La Caridad, Bogotá, 25 de mayo, 1871, 2. 149 “Asilo de mujeres”, La Caridad, Bogotá, 18 de abril, 1872, 712.

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Los espiritus desconfiados demieron por la existencia de nuestra benéfica

Sociedad, desde el mismo dia de la instalacion, jusgando que los esfuerzos

de los eclesiásticos i de las señoras, a quienes V. S. I. la confió, serian

impotentes contra los obstáculos que donde quiera se encuentran, cuando

se trata de fundar una obra grande, santa i digna de bendición; pero por

dicha, nuestra Sociedad ha continuado su marcha progresiva...150.

Surge la pregunta si esta supuesta reacción en contra de la sociedad de caridad venía de parte

de los liberales o se podrían incluir otros sectores y si fueron más visibles las críticas a las

amas de caridad en el resto de la prensa.

150 "Congregacion de Caridad", El Catolicismo, Bogotá, 28 de octubre, 1856, 350.

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Conclusiones

La prensa católica más representativa de la segunda mitad del siglo XIX en Bogotá, nos

permitió observar los diferentes escenarios donde la mujer se vio envuelta. Y a pesar del

discurso católico reducir a las mujeres a la esfera privada a partir de la imagen de la virgen

María y asimismo, de insistir en el ideal romántico de las mujeres virtuosas, obedientes,

sumisas; limitadas a los lineamientos generales de una sociedad patriarcal, fue mostrando

líneas que permitieron ver el lento cambio de las mujeres en la sociedad bogotana.

La prensa fue un espacio para las mujeres liderar sus propuestas, ser imágenes públicas, ser

reconocidas y respaldadas por la sociedad. Allí no solo se vio una imagen a través del

discurso, sino que ellas mismas se tomaron la palabra, no en la medida en que nos hubiera

gustado encontrarlas, pero si con las palabras necesarias para ampliar el concepto que se

tiene de la mujer decimonónica.

No se desconoce que las mujeres desde la colonia se habían dedicado a la caridad y la

instrucción que ellas daban en la segunda mitad del siglo XIX no iba más allá de la

catequesis, la música, las artes y la lecto-escritura, e incluso, a comienzos del siglo XX y

gran parte de este, las mujeres seguían caracterizándose por su rol de madres y esposas. El

cambio radica en la manera significativa como ellas empiezan a hacer presencia en la prensa,

y cómo a partir de un contexto político-social se requiere su inserción pública, como

responsables e idóneas en mantener y solidificar las tradiciones católicas.

Los mismos argumentos que redujeron a las mujeres al hogar, son los mismos que le

permitieron salir de él, su instinto maternal y sus altos niveles de sensibilidad y religiosidad

la llevaron ser las personas idóneas para educar, cuidar y consolar tanto a las niñas en los

colegios y asilos, como a los enfermos, pobres y mujeres encarceladas. No por ello el control,

la vigilancia, las recomendaciones y algunos juzgamientos de los hombres hacía ellas fue

una constante, sin ser un impedimento para que los hombres las elogiaran, las respaldaran y

solicitaran su colaboración. Estas mujeres demostraron que en medio de la posible presión

masculina, tuvieron iniciativas, hacían recomendaciones y peticiones, reconocían la labor de

otros y otras, además de ser líderes con reconocimiento público y respaldo en general de la

sociedad, y entre ellas.

El caso de Leoncia Ardila, una mujer que llegó a la dirección de Hospital San Vicente de

Paul, es uno de esos casos que nos permite evidenciar la inserción pública de las mujeres,

que en su condición de mujer llegó a ocupar un cargo masculino para el momento, aun así

no podemos desconocer que llegó a tal cargo gracias al respaldo que le brindaron en ese

momento personas reconocidas públicamente en la ciudad, y cabe agregar el reconocimiento

a sus cualidades como mujer entregada al sacrificio y a las obligaciones católicas como lo

era la caridad.

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Las mujeres fueron validando sus roles a partir de su experiencia, en las maestras en los

métodos y resultados de la enseñanza impartida, de la amas de caridad en la gestión de

eventos y otras formas de conseguir fondos, además, en el caso de las superioras de las

congregaciones, de conducir a un gran número de congregantas. Estas posiciones jerárquicas

dentro de las organizaciones le permitieron ser mujeres evidentes en la prensa, por las

peticiones, agradecimientos e informes que rendían en relación a la sociedad a la que

pertenecían.

Finalmente, cabe agregar que las mujeres en la prensa inevitablemente fueron vistas de forma

paralela, tanto las madres, esposas, literatas, costureras, niñas, las jóvenes, la amas de

caridad, las maestras y fundadoras, debido a que respondían a un interacción con el ideal

femenino en roles y edades diferentes.

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