Las prisas nunca fueron buenas - Wolters Kluwer

2
Nº 232 • Mayo • 2009 Capital Humano 104 EL PUNTO SOBRE LA iLas prisas nunca fueron buenas JOSÉ MANUEL CASADO, socio de Talent &Organization Performance de Accenture Una famosa frase proverbial española sentencia que “las prisas nunca fue- ron buenas”; sin embargo, hoy en día vivimos en un permanente estado de ansiedad y prisa creado por nosotros mismo; un estado, en el que la inme- diatez del aquí y ahora parece lo único importante. Da la sensación de que todos estemos terriblemente ocupa- dos y que no tengamos tiempo para nada y lo peor de todo es que, en la mayoría de las ocasiones, mucho de lo hacemos apenas aporta valor. El mun- do actual, a la vez que nos lo ofrece todo nos despoja del tiempo para no hacer nada; a la vez que nos acerca todo lo intrascendental, nos separa de todo lo crucial. Hace apenas diez o doce años nadie andaba por ahí consultando Internet en un ordenador portátil, leyendo su mail en un iPhone, manteniendo una conferencia a través de un teléfono móvil o enviando e-mails mediante su BlackBerry a cualquier hora del día o de la noche y desde cualquier lugar del mundo. Me pregunto ¿cómo po- díamos vivir entonces sin ningún tipo de conexión? Muchos de nuestros an- tepasados dicen que mejor, y quizá no les falte razón; porque ahora tenemos cada vez más artefactos que hacen en pocos minutos lo que antes se tardaba semanas y que, en teoría, nos aho- rran trabajo. Pero, sin embargo, en la práctica, nuestro tiempo es cada vez más escaso. Si uno se fija en los ejecutivos actuales, se nos ve corriendo de un sitio a otro como intranquilos, impacientes, pero incapaces de mantener nuestra aten- ción durante unos minutos porque pa- recemos estar condenados a realizar, de manera tan convulsiva como inefi- caz, muchas tareas al mismo tiempo. Es como si dijéramos que esperar, ir despacio, no hacer varias cosas a la vez y sin prisas, es malo. Es patético asistir a reuniones y obser- var a los ejecutivos del máximo nivel con sus flamante portátiles sobre la mesa o móviles de última generación en sus inquietas manos, leyendo o con- testando sus e-mails mientras los de- más hablan o alguien expone y sin, por supuesto, prestar la atención debida a las cosa importantes que se estén dis- cutiendo; cayendo incluso en una falta de sensibilidad y casi respeto hacia los demás, sean estos compañeros, cola- boradores o, incluso, clientes. Tengo dudas sobre si este comportamiento se produce por demasiada ocupación; de lo que no tengo ninguna es de que responde a una mala educación. ¿Cuál es el mensaje que usted recibe si está hablando o realizando una pre- sentación y percibe que su auditorio, para los que usted se esta esforzando en hablar con esmero, está conectado a portátiles o mirando o respondiendo un mail a través de sus BlackBerrys? Quizá algo así como “soy muy impor- tante y por eso estoy muy ocupado, y lo que usted me están contando no me interesa los más mínimo; prefie- ro ignorarle y dedicarme a otra cosa más provechosa, como es responder o replicar mi correo electrónico”. Cada responsable de reunión debería pro- hibir este tipo de actitud ya que, ade- más de mostrar una acusada falta de respeto hacia los demás, supone una terrible perdida de tiempo. La gente se siente increíblemente ocupada pero nuestra productividad suele ser ridículamente baja. Mientras algunos afirman con orgullo que la tecnología les permite mantenerse en contacto desde cualquier parte y en cualquier momento, otros comienzan a notar, no sin horror, que esa mis- ma tecnología les obliga a estar en contacto siempre y en todo lugar, sin saber bien para qué, ni por qué. Pero, además, es esa misma tecnología, que llamaré de la interacción social, la que tiene una especie de sustancia psicoló- gica, altamente adictiva, y que de ma- nera inconsciente y casi patológica nos invita a estar enganchados a la red. En los espacios laborales, esos ladro- nes sutiles que consumen la atención, el tiempo y la energía mental, suelen estar más presentes que en ninguna 104_s_Punto I_232.indd 104 104_s_Punto I_232.indd 104 23/04/2009 17:27:04 23/04/2009 17:27:04

Transcript of Las prisas nunca fueron buenas - Wolters Kluwer

Nº 232 • Mayo • 2009Capital Humano 104

EL PUNTO SOBRE LA “i”

Las prisas nunca fueron buenas

JOSÉ MANUEL CASADO, socio de Talent &Organization Performance de Accenture

Una famosa frase proverbial española sentencia que “las prisas nunca fue-ron buenas”; sin embargo, hoy en día vivimos en un permanente estado de ansiedad y prisa creado por nosotros mismo; un estado, en el que la inme-diatez del aquí y ahora parece lo único importante. Da la sensación de que todos estemos terriblemente ocupa-dos y que no tengamos tiempo para nada y lo peor de todo es que, en la mayoría de las ocasiones, mucho de lo hacemos apenas aporta valor. El mun-do actual, a la vez que nos lo ofrece todo nos despoja del tiempo para no hacer nada; a la vez que nos acerca todo lo intrascendental, nos separa de todo lo crucial.

Hace apenas diez o doce años nadie andaba por ahí consultando Internet en un ordenador portátil, leyendo su mail en un iPhone, manteniendo una conferencia a través de un teléfono móvil o enviando e-mails mediante su BlackBerry a cualquier hora del día o de la noche y desde cualquier lugar del mundo. Me pregunto ¿cómo po-díamos vivir entonces sin ningún tipo de conexión? Muchos de nuestros an-tepasados dicen que mejor, y quizá no les falte razón; porque ahora tenemos cada vez más artefactos que hacen en pocos minutos lo que antes se tardaba semanas y que, en teoría, nos aho-rran trabajo. Pero, sin embargo, en la práctica, nuestro tiempo es cada vez más escaso.

Si uno se fija en los ejecutivos actuales, se nos ve corriendo de un sitio a otro como intranquilos, impacientes, pero incapaces de mantener nuestra aten-ción durante unos minutos porque pa-recemos estar condenados a realizar, de manera tan convulsiva como inefi-caz, muchas tareas al mismo tiempo. Es como si dijéramos que esperar, ir despacio, no hacer varias cosas a la vez y sin prisas, es malo.

Es patético asistir a reuniones y obser-var a los ejecutivos del máximo nivel con sus flamante portátiles sobre la mesa o móviles de última generación en sus inquietas manos, leyendo o con-testando sus e-mails mientras los de-más hablan o alguien expone y sin, por supuesto, prestar la atención debida a las cosa importantes que se estén dis-cutiendo; cayendo incluso en una falta de sensibilidad y casi respeto hacia los demás, sean estos compañeros, cola-boradores o, incluso, clientes. Tengo dudas sobre si este comportamiento

se produce por demasiada ocupación; de lo que no tengo ninguna es de que responde a una mala educación.

¿Cuál es el mensaje que usted recibe si está hablando o realizando una pre-sentación y percibe que su auditorio, para los que usted se esta esforzando en hablar con esmero, está conectado a portátiles o mirando o respondiendo un mail a través de sus BlackBerrys? Quizá algo así como “soy muy impor-tante y por eso estoy muy ocupado, y lo que usted me están contando no me interesa los más mínimo; prefie-ro ignorarle y dedicarme a otra cosa más provechosa, como es responder o replicar mi correo electrónico”. Cada responsable de reunión debería pro-hibir este tipo de actitud ya que, ade-más de mostrar una acusada falta de respeto hacia los demás, supone una terrible perdida de tiempo.

La gente se siente increíblemente ocupada pero nuestra productividad suele ser ridículamente baja. Mientras algunos afirman con orgullo que la tecnología les permite mantenerse en contacto desde cualquier parte y en cualquier momento, otros comienzan a notar, no sin horror, que esa mis-ma tecnología les obliga a estar en contacto siempre y en todo lugar, sin saber bien para qué, ni por qué. Pero, además, es esa misma tecnología, que llamaré de la interacción social, la que tiene una especie de sustancia psicoló-gica, altamente adictiva, y que de ma-nera inconsciente y casi patológica nos invita a estar enganchados a la red.

En los espacios laborales, esos ladro-nes sutiles que consumen la atención, el tiempo y la energía mental, suelen estar más presentes que en ninguna

104_s_Punto I_232.indd 104104_s_Punto I_232.indd 104 23/04/2009 17:27:0423/04/2009 17:27:04

Nº 232 • Mayo • 2009 105 Capital Humano

otra parte, inhibiendo por completo la creatividad, la aportación de valor y reduciendo la inteligencia de los trabajadores. Se ha llegado a estimar que el e-mail nos roba unos 75 días al año; alrededor de tres horas diarias son las que dedicamos a gestionar la información que recibimos por correo electrónico; expertos como Tim Burres, autor del libro “La invasión de los e-mails”, así lo aseguran.

Además, cuando estamos conecta-dos y haciendo una tarea, la llegada de un nuevo correo, que puede no ser ni importante ni urgente, distrae nuestra atención y reduce de esta manera nuestro tiempo, aumentando nuestro estrés, a la vez que disminu-ye nuestra productividad. En su libro “No te vuelvas loco”, el psiquiatra y autor Edward M. Hollowel ha acuña-do la difícil palabreja Gemmelsmerch para describir esa fuerza omnipresen-te que nos distrae de lo que estamos haciendo para prestar atención a otro

mensaje que nos acaba de llegar y que tiene muchas posibilidades de ser in-trascendente.

Si acostumbra a viajar en avión, fíjese en lo que hace la mayoría de los ejecu-tivos –o los que lo parecen o intentan parecerlo– antes casi de haberse de-tenido siquiera el avión. Todos sacan su móvil, lo encienden y rápidamente escuchan su buzón de voz o llaman a alguien para decirle: “¡ya he aterri-zado!”; a la vez que transmiten con miradas expresivas y gritos de silen-cio a los que estamos a su alrededor: “soy un tipo muy importante”. No sé qué habrá de necesidad o, quizá, de notoriedad para reforzar un débil ego que necesita mostrar la importancia del personaje a través de manifesta-

ciones de sofisticados atributos en for-ma de dispositivos móviles de última generación.

Como electrones excitados y conven-cidos de que esperar es nocivo, los ejecutivos parecemos forzar a los ár-boles para que crezcan más rápido y nos levantamos antes para que ama-nezca más temprano, dedicamos mu-cho tiempo a lo trivial y urgente y no dejamos casi nada para lo importan-te y trascendental. Paradójicamente, este mundo de altas velocidades, en el que elogiamos a quienes van con prisa y en el que veneramos los artilu-gios en pro de una mayor libertad de tiempo, nos hace prisionero de unas prisas que, como ya decían nuestros abuelos, nunca fueron buenas.

Convencidos de que esperar es nocivo, los ejecutivos

dedicamos mucho tiempo a lo trivial y urgente y no

dejamos casi nada para lo importante y trascendental

104_s_Punto I_232.indd 105104_s_Punto I_232.indd 105 23/04/2009 17:27:0423/04/2009 17:27:04