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18 José Antonio Crespo-Francés Tras el cambio dinástico, las Reformas Borbónicas fueron los cambios introducidos por los monarcas borbones de la Corona Es- pañola, Felipe V, Fernando VI y, especialmente Carlos III, durante el siglo XVIII, en materias económicas, políticas y administrativas, aplicadas en el territorio peninsular y en las provincias ultramarinas de América y Filipinas. Estas reformas con base y fundamento en la Ilustración, se fue- ron aplicando dentro del ámbito del gobierno ilustrado y bajo el poder de un monarca absoluto. Se implementaron cambios en ma- teria fiscal, en la producción de bienes, en el comercio y en cuestio- nes militares. Estos cambios procuraban aumentar la recaudación impositiva en beneficio de la Corona, reducir el poder de las elites locales y aumentar el control directo de la burocracia imperial sobre la vida económica. Las reformas intentaron redefinir la relación en- tre España y sus territorios ultramarinos, en beneficio de la penín- sula y aunque la tributación aumentó, el éxito de las reformas fue limitado. Por otra parte el descontento generado entre las elites criollas locales, sumado al protagonismo y actuaciones exitosas de autode- fensa frente a los ataques extranjeros contra los territorios españoles, CAPÍTULO 2 Las reformas de Felipe V

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Tras el cambio dinástico, las Reformas Borbónicas fueron los cambios introducidos por los monarcas borbones de la Corona Es-pañola, Felipe V, Fernando VI y, especialmente Carlos III, durante el siglo XVIII, en materias económicas, políticas y administrativas, aplicadas en el territorio peninsular y en las provincias ultramarinas de América y Filipinas.

Estas reformas con base y fundamento en la Ilustración, se fue-ron aplicando dentro del ámbito del gobierno ilustrado y bajo el poder de un monarca absoluto. Se implementaron cambios en ma-teria fiscal, en la producción de bienes, en el comercio y en cuestio-nes militares. Estos cambios procuraban aumentar la recaudación impositiva en beneficio de la Corona, reducir el poder de las elites locales y aumentar el control directo de la burocracia imperial sobre la vida económica. Las reformas intentaron redefinir la relación en-tre España y sus territorios ultramarinos, en beneficio de la penín-sula y aunque la tributación aumentó, el éxito de las reformas fue limitado.

Por otra parte el descontento generado entre las elites criollas locales, sumado al protagonismo y actuaciones exitosas de autode-fensa frente a los ataques extranjeros contra los territorios españoles,

Capítulo 2

Las reformas de Felipe V

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les hizo tomar conciencia propia, lo cual aceleró el proceso de eman-cipación por el que España perdió la mayor parte de sus territorios americanos en las primeras décadas del siglo XIX.

Durante los siglos XVI y XVII gobernaron España los monar-cas de la Casa de Habsburgo, “los Austrias”. El último de estos fue Carlos II “el hechizado”, quien murió sin dejar descendencia, aunque antes de morir cedió los derechos al trono a su sobrino nieto Felipe9, el Duque de Anjou, hijo de Luis, Gran Delfín, y a su vez nieto del rey Luis XIV de Borbón, el poderoso Rey Sol de Francia.

Este reinado se puede dividir en dos etapas. La primera (de 1700 a 1724) de fuerte influencia francesa e italiana; y la segunda (de 1724 a 1742) caracterizada por el gran protagonismo de estadis-tas y ministros españoles.

En el primer periodo se vivieron los difíciles años de la Guerra de Sucesión. Aun así, gracias al gran apoyo de la esposa y regente de Felipe V, María Luisa de Saboya, se inició la renovación cultural en España; se fundó la Librería Real, después Biblioteca Nacional, la Academia de la Lengua y, más tarde, las de Medicina e Historia.

Tras la muerte de su primera esposa, María Luisa de Saboya, adquirió protagonismo el cardenal Julio Alberoni, quien impulsó la reorganización del Estado con el objetivo de fortalecer el absolu-tismo real; se abolieron viejos privilegios feudales y se centralizó la administración, otorgándose mayor poder al Rey.

Durante su largo reinado, consiguió cierta reconstrucción in-terior en lo que respecta a la Hacienda, al Ejército y a la Armada, prácticamente recreada por exigencias de la explotación racional de las Indias y como medio inevitable para afrontar las rivalidades marítimas y territoriales con Inglaterra. El logro fundamental, no obstante, fue el de la centralización y unificación administrativa y la creación de un Estado moderno, sin las dificultades anteriores en relación con los reinos históricos de la Corona de Aragón, incor-porados al sistema fiscal con sus fueros y derecho público, no así el privado, abolidos con la aplicación de los Decretos de Nueva Planta y además el gobierno de España se ejercería desde Madrid.

Los Decretos de Nueva Planta10 impusieron el modelo jurídico, político y administrativo castellano en los territorios de la antigua Corona de Aragón, que habían tendido, especialmente en Cataluña, a apoyar las pretensiones del candidato austriaco. Sólo las Provin-cias Vascongadas y Navarra, así como el Valle de Arán en el Princi-

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pado de Cataluña, que habían demostrado fidelidad al nuevo Rey durante la guerra, conservaron sus fueros y sus instituciones forales tradicionales. Así, el Estado se organizó en provincias gobernadas por un Capitán General y una Audiencia, que se encargaron de la administración con total lealtad al gobierno central. Además, para la administración económica y financiera se establecieron las Intenden-cias provinciales, institución que se trasplantó a América, siguiendo el modelo francés, lo cual conllevó la aparición de la figura de los intendentes.

Para el gobierno central se crearon las Secretarías de Estado, an-tecesoras de los actuales ministerios, cuyos cargos eran ocupados por funcionarios nombrados por el rey. Se abolieron los consejos de los territorios desaparecidos jurídica o físicamente de la Monarquía Ca-tólica (Consejos de Aragón, Italia y Flandes). Quedaron pues el de Navarra, el de Indias, el de la Inquisición, el de Órdenes (el único que ha pervivido hasta nuestros días), etc. De hecho, todo se con-centró en el Consejo de Castilla. Además, se organizaron las Cortes de Castilla, en las que se integraron progresivamente representan-tes de los antiguos estados aragoneses. No obstante el declive de las Cortes Castellanas continuó como en los siglos precedentes, con un papel meramente protocolario, como las juras de los Príncipes de Asturias.

Felipe V se enfrentó a la ruinosa situación económica y finan-ciera del Estado, luchando contra la corrupción y estableciendo nuevos impuestos para hacer más equitativa la carga fiscal.

Fomentó la intervención del Estado en la economía, favore-ciendo la agricultura y creando las llamadas manufacturas reales. Al final de su reinado los ingresos de la Hacienda se habían multipli-cado y la economía había mejorado sustancialmente.

En el aspecto económico, se restauró la Hacienda y se protegió a la burguesía buscando el crecimiento de la industria nacional. En este sentido se implementó una política económica fuertemente proteccionista. El impulso a la producción nacional se reflejó en la creación de una Real Fábrica en Guadalajara11 para fabricar tejidos de lujo que llegó a contar con varios centenares de telares y varios miles de trabajadores. Se estimuló el comercio interior, suprimiendo las aduanas internas, y se impulsó al comercio exterior trasladándose en 1717 la Casa de Contratación de Sevilla a Cádiz, cuyo puerto ofrecía mejores posibilidades al calado de los buques.

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En el campo militar, se reorganizaron las fuerzas de milicias do-tándolas de disciplina, buscando la profesionalización de sus miem-bros, estableciendo una sólida jerarquía en los cuadros de mando y un procedimiento de reclutamiento que tendía a su carácter obliga-torio12.

Como consecuencia de las necesidades de la guerra y siguiendo el modelo francés, Felipe V realizó una profunda remodelación de los ejércitos, sustituyendo los antiguos tercios por un nuevo modelo militar basado en brigadas, regimientos, batallones, compañías y es-cuadrones. Se introdujeron novedades en la uniformidad, los fusiles y la bayoneta, y se perfeccionó la artillería.

Durante el reinado de Felipe V se inicia la reconstrucción de la armada española, construyéndose buques más modernos y nuevos astilleros y organizando las distintas flotillas y armadas en la Armada Española (1717). Esta política sería proseguida por sus hijos, y hasta finalizar el siglo el poder naval español siguió siendo uno de los más importantes del mundo. La Armada se fortaleció con la construc-ción de una base naval en El Ferrol, mejorando la infraestructura portuaria de importantes ciudades, y aparte de la construcción de numerosos barcos se activaron las industrias auxiliares de la navega-ción.

En enero de 1724, Felipe V abdicó a favor de su hijo, quien se coronaría como Luis I, sin embargo, la prematura muerte de éste, en agosto del mismo año, víctima de la viruela, le obligó a retomar el trono nuevamente.

En la segunda parte de su reinado destaca el papel desempe-ñado por los ministros españoles. Entre ellos, los ilustrados: José Patiño13, político, diplomático y economista; José del Campillo14, hacendista; y, luego, el marqués de la Ensenada15, gran político y magnífico planificador de la economía.

Con estos eficientes colaboradores se acentuó este proceso de reconstrucción nacional: se desarrolló la flota, mercante y de guerra; se reactivó el comercio, nacional y ultramarino, y se siguió prote-giendo la industria nacional. Para el suministro de materias primas se crearon varias compañías comerciales con América y se persiguió severamente el contrabando.

Como resumen de las reformas políticas y administrativas pode-mos citar:

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— La administración pública correría directamente por cuenta del Estado y se establecieron las intendencias. La administración sería ejercida en adelante por la Corona y por funcionarios públicos espe-cialmente nombrados para tales fines.

Todas las funciones de la administración pública debían recaer en manos de profesionales. El nombramiento de los funcionarios tendría en cuenta únicamente su preparación y competencia. Sólo ascenderían por sus méritos y debían percibir un buen salario para evitar la corrupción.

— Una completa modernización de las técnicas administrativas. Esto sería posible gracias a la profesionalidad de los funcionarios pú-blicos y a la elaboración de leyes e indicaciones claras. La rendición de cuentas a las autoridades sería regular y periódica, y la fiscaliza-ción se realizaría permanentemente, pudiendo sustituir al funciona-rio que no cumpliera sus funciones.

— La obligatoria e inmediata observancia de la ley. Durante los siglos XVI y XVII muchas ordenanzas enviadas desde la metrópoli fueron «acatadas, pero no cumplidas» por las autoridades ultramari-nas. Según el historiador Céspedes del Castillo16, la meta reforma-dora consistió en sustituir esa fórmula por otra como esta: «Obe-dezco, cumplo e informo de haberlo hecho con rapidez y exactitud».

Por lo que se refiere a las reformas de la Iglesia: limitación del poder del Arzobispado y de las funciones de los obispos.

En cuanto a las económicas:

— Fortalecimiento y regulación de actividades económicas. Es-paña debía recuperar el comercio con sus posesiones de ultramar, arrebatándoselo a los franceses e ingleses, y combatir el contrabando.

— La mejora del sistema fiscal. Se aumentaron los impuestos y se crearon aduanas, encargadas de recaudar los impuestos del co-mercio interior y exterior.

Felipe V ratificó las medidas mercantilistas, como la prohibición de importar manufacturas textiles o la de exportar grano; y se intentó revitalizar el comercio colonial a través de la creación de compañías privilegiadas de comercio, al estilo de los Países Bajos o el Reino de Gran Bretaña, aunque no tuvieron demasiado éxito. Las cláusulas del tratado de Utrecht17 que daban a Inglaterra el derecho a un Na-

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vío de Permiso y el Asiento de Negros hacían que fuera más sencillo para los comerciantes ingleses que para los españoles, sujetos a las reglamentaciones monopolísticas de la flota de Cádiz y la Casa de Contratación.

Entre las reformas educativas encontramos:

— El control de la educación pasa a manos del Estado. La ins-trucción también fue objeto de reforma; la enseñanza primaria si-guió en manos de las órdenes religiosas ante la falta de profesorado competente. Sin embargo, la educación universitaria fue reformada a fondo.

Se crearon nuevas instituciones de educación superior llama-das colegios mayores, que eran administrados por el Estado, como el Colegio de Minería; en ellos se implantó el sistema de provisión de becas. Las academias científicas completaron las reformas en este campo.

En cuanto a política exterior podemos contemplar dos fases se-paradas por el breve reinado de su hijo Luis I, durante el que padre y madrastra mantuvieron el control, desde su retiro en la Granja.

La primera fase comprende de 1715 a 1724. Los protagonistas de este período fueron Isabel de Farnesio y el primer ministro Giulio Alberoni, agente de la corte de Parma que había negociado su enlace matrimonial y que funcionó como el hombre fuerte en la Corte. La muerte de Luis XIV produjo el ascenso como regente de Francia al duque de Orléans, enemigo personal de Felipe V, frustrando toda posible aspiración a intervenir de ningún modo en Versalles. Esto llevó a un giro en la política exterior, que se suma al producido en el interior.

Cabe destacar de esta fase la política exterior, que partió del rechazo de los tratados de Utrecht y Rastatt18 y tuvo como objetivo la recuperación de los territorios italianos para situar en ellos a los hijos de Isabel de Farnesio.

En 1717 las tropas españolas conquistaron Cerdeña e invadie-ron Sicilia al año siguiente. Por ello, Gran Bretaña, Francia, Ho-landa y Austria firmaron la Cuádruple Alianza contra España. Una escuadra inglesa destruyó la armada española en Cabo Pesaro y los

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aliados solicitaron la dimisión de Giulio Alberoni, promotor de esta política, como condición para la paz.

La segunda fase alcanza hasta 1746. En 1725 se firman trata-dos de paz y alianza con Carlos VI de Austria y al año siguiente comienza la guerra hispano-británica. Esta rivalidad, originada en las ventajas que había obtenido Inglaterra en el Tratado de Utre-cht, marcará el resto del reinado con incesantes incidentes marí-timos, desde 1739, como la conocida con el nombre de Guerra de la oreja de Jenkins. La organización de la Liga de Hannover en-tre las potencias europeas recelosas del tratado hispano-austriaco obligó a denunciarlo y a firmar el Convenio de El Pardo (1728), que reconoció definitivamente la vigencia del Tratado de Utrecht. Bajo la dirección de Patiño se reorientó la política exterior, bus-cando la alianza con Francia a través del Primer Pacto de Familia (1733), en el contexto de la Guerra de Sucesión Polaca. Felipe V dentro de este marco, se implicó en la pretensión de recuperar los territorios italianos. Precisamente en 1734 se producen los com-bates en las plazas de Bitonto19 y Bari, donde combatió el futuro virrey Eslava.

La ambivalente posición frente al tratado de Utrecht y la polí-tica europea de Francia también tuvo como objetivo la recuperación de los territorios italianos para al situar en ellos a los hijos de Isa-bel de Farnesio crear estados satélites de España. La tarea fue enco-mendada a Carlos, el futuro Carlos III de España, que empezó por Piacenza, Parma y Toscana (173220) para luego ocupar el trono de Nápoles (1734).

Los tres ducados hubieron de ser devueltos a Austria, para ser más tarde recuperados, menos Toscana, por el infante Felipe. Es-paña volvió a ser una potencia naval, dominando el Atlántico, y a tener en cuenta en el Mediterráneo Occidental, aunque Inglaterra sigue controlando Gibraltar y Menorca. El nuevo ministro, José del Campillo y Cossío, en el contexto de la Guerra de Sucesión Aus-tríaca llevó al Segundo Pacto de Familia (1743).

Los Pactos de Familia (1733-1789) fueron tres alianzas acor-dadas en distintas fechas del siglo XVIII entre las monarquías de España y Francia. Deben su nombre a las relaciones de parentesco existente entre los reyes firmantes de los pactos, todos ellos pertene-cientes a la Casa de Borbón. Dos de ellos se firmaron en la época de Felipe V y el tercero en la de Carlos III.

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España se da cuenta de que es necesaria una política de amistad con Francia, por lo que se firma un acuerdo por el que se ligaban militarmente, llevando a España a una serie de guerras europeas de la época:

Primer Pacto: El primero de estos pactos fue firmado por Felipe V de España y Luis XV de Francia el 7 de noviembre de 1733 en el Real Sitio de El Escorial. José Patiño Rosales y el conde de Rottem-bourg acordaron el pacto en nombre de sus respectivos reyes. Luis XV, tío de Felipe V21, estaba casado con la princesa polaca María Leszczynska, hija del rey Estanislao, lo que provocó la entrada de Francia en la Guerra de Sucesión de Polonia (1733-1738), por lo que este tratado hace intervenir a España en esta guerra que acaba con el tratado de Viena en 1738. En este tratado, el príncipe Carlos obtiene Nápoles y Sicilia.

Felipe V, nieto de Luis XIV de Francia, ascendió al trono espa-ñol en 170022, siendo el primer monarca borbónico de España tras la extinción de la rama de los Habsburgo, o Austria, con la muerte de Carlos II de España en 1700. Fue reconocido como rey por las principales potencias europeas a condición de que los tronos de Es-paña y Francia nunca estuvieran unidos. Su ascensión al trono fue seguida de la Guerra de Sucesión Española23, que terminaría con la firma de los Tratados de Utrech y de Rastatt en los que España per-dió Menorca, Gibraltar y sus territorios en Italia.

Ambos monarcas, español y francés, Felipe y Luis, se aliaron en el primer pacto de familia, haciendo un frente común contra Austria: Felipe con la intención de recuperar las antiguas posesiones españo-las en Italia, y Luis buscando refuerzos en su apoyo a Estanislao de Polonia. Luis XV no conseguiría restaurar a su suegro Estanislao en el trono de Polonia, pero Felipe V sí recuperaría Nápoles y Sicilia, donde entronizó como rey a su hijo el infante Carlos, el futuro Car-los III de España.

Segundo Pacto: firmado el 25 de octubre de 1743 en Fontaine-bleau, fue acordado por los mismos monarcas, Felipe V de España y Luis XV de Francia, en el transcurso de la Guerra de Sucesión de Austria. España entra en la guerra de sucesión de Austria en 1743, y cuando acaba esta guerra en el 1748, Felipe V ya había muerto, y por el tratado de Aquisgrán, gracias a esta alianza España ganó

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Milán y los ducados de Parma, Plasencia y Guastalla para el infante Felipe24, quien tomó posesión de ellos en 1748.

Tras la muerte de Felipe V en 1746, el nuevo rey, Fernando VI de España, llevó a cabo una política de neutralidad activa entre Inglaterra y Francia. Fortaleció la flota para evitar verse arrastrado a la guerra y liquidó el segundo pacto de familia, lo que le desligó de apoyar a Francia en sus guerras. A cambio, Inglaterra aceptó la su-presión del asiento de negros y del navío de permiso.

Tercer Pacto: Carlos III de España (1716-1788), rey de España desde 1759, volvió a la política belicista directamente contra Ingla-terra para recuperar Gibraltar y Menorca y firmó el tercer pacto de familia, que le llevó a entrar en la última fase de la Guerra de los Siete Años en apoyo de Francia contra Inglaterra, y a la derrota que le ocasionó considerables pérdidas al final, en 1763 las dos Floridas, que entregó a Inglaterra, y Colonia del Sacramento, al sur de Brasil, a Portugal.

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Si visitamos la ciudad de Londres podremos ver un famoso ba-rrio llamado Portobelo, o admirar en la Abadía de Westminster la tumba que rinde homenaje a la figura de Edward Vernon, sin em-bargo la realidad arroja una dudosa gloria debido a las acciones de un marino español, que vergonzosamente y en paralelo ha sido ol-vidado tras su participación en una de las batallas más desiguales y cruentas de la Historia Militar y Naval Española.

No nos cansaremos de insistir en la figura ejemplar de este hé-roe español. Si España ha sido siempre desagradecida con sus hé-roes, la injusticia llegó a su sublimación con este soldado y marino que dio su salud y su vida por España y su rey, recibiendo el pago del olvido y la degradación tras una vida de servicio y de éxito en combate sin parangón.

Debemos demostrarnos de una vez por todas que el español no es, ni puede permitirse el lujo de ser, un pueblo olvidadizo y cutre, sino un pueblo orgulloso, honorable y agradecido con nuestros an-tepasados, los que forjaron la arquitectura de lo que somos hoy.

Debemos reconciliarnos de una vez por todas con nuestro pa-sado, arrojando muy lejos esos complejos que la propia leyenda negra ha sembrado sobre nosotros a lo largo de los tiempos. Para renacer

Capítulo 3

Aspectos biográficos de Blas de Lezo, un héroe injustamente olvidado, hasta su llegada a Cartagena

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en estos momentos de crisis no podemos permaneces ajenos a los valores que nos han hecho grandes a pesar de las dificultades y para ello ejemplos no nos faltan en nuestra Historia. Lejos de ceder, he-mos de perseverar para acometer ilusionantes proyectos y aventuras colectivas, y esta, la memoria de Blas de Lezo, es una de ellas.

Blas de Lezo y Olavarrieta nace en Pasajes25, en la española pro-vincia de Guipúzcoa el 3 de febrero de 1689. Este marino español, teniente general de la Armada, sería conocido como Patapalo, y más tarde como Mediohombre, por las muchas heridas sufridas a lo largo de su vida militar. Fue uno de los mejores estrategas de la historia de la Armada Española.

Era el cuarto de diez hermanos, perteneciente a una familia hidalga con ilustres marinos entre sus antepasados y originaria de una villa dedicada en exclusiva a la mar. Por ello podemos imaginar a Blas en sus primeros juegos infantiles capitaneando alguna barca en su ciudad natal, imaginándose oficial del rey. Es enviado a Fran-cia a estudiar y con apenas doce años, en 1701, se embarca como guardiamarina al servicio del conde de Toulouse, Luis Alejandro de Borbón hijo de Luis XIV. Se integra en la armada francesa, en ese momento aliada de España en la Guerra de Sucesión, que acaba de comenzar al morir Carlos II sin descendencia.

Por otra parte la armada española era en ese momento apenas inexistente, la situación era calamitosa y lamentable, fiel reflejo del descalabro económico y la decadencia de los Austrias. La Guerra de Sucesión enfrentó a Felipe de Anjou por parte francesa y al archidu-que Carlos de Austria, aspirante al reconocimiento de sus derechos sobre la corona española, apoyado por Inglaterra, ya que esta última recelaba del poderío que alcanzarían los borbones en el continente.

La escuadra francesa había salido de Tolón y en Málaga se ha-bían unido algunas galeras españolas mandadas por el conde de Fuencalada26 y el duque de Tursis27. El 24 de agosto de 1704 se pro-dujo frente a Vélez-Málaga la batalla naval más importante durante la Guerra de Sucesión. En dicho combate se enfrentaron 96 naves de guerra francoespañolas, y el joven Lezo estaba embarcado en el navío de 104 cañones Foudroyant, nave capitana de la escuadra francesa al mando del conde de Toulouse. Dicha escuadra estaba compuesta por 51 navíos de línea, 6 fragatas, 8 naves incendiarias o brulotes, 12 galeras y otros 19 buques de guerra y transporte con 3.500 ca-

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ñones y 24.000 hombres, mientras que la escuadra anglo-holandesa disponía de 68 navíos de línea con 3.600 cañones y 23.000 hombres y estaba al mando del almirante George Rooke28.

En este combate sufrieron 1.500 bajas las fuerzas hispano-fran-cesas, y dos navíos y 1.500 bajas la fuerza anglo-holandesa29. Allí comenzó a forjarse el mito de Don Blas, cuando una bala de ca-ñón le destrozó la pierna izquierda, teniendo que amputársela por debajo de la rodilla. De esta manera se iría dibujando una personali-dad austera y resistente, basada en la autoexigencia y el sacrificio. El mismo conde de Toulouse quedó admirado por su valentía y arrojo en el combate. Ese mismo año, debido al valor demostrado en aquel trance y en el propio combate, es ascendido por Luis XIV a alférez de bajel de alto bordo, y se le ofrece ser asistente de cámara de la corte de Felipe V, algo que rechaza de plano. Evidentemente Lezo necesitó una larga recuperación, pero lo único que ambicionaba era conocer la artes marineras y convertirse en un gran comandante. Como dato curioso, la flota enemiga llevaba embarcado a otro joven cadete que supo de la valentía de este joven, se llamaba Edward Vernon, era cinco años mayor que Lezo, e iba embarcado en el Shrewsbury, na-vío insignia de Rooke. El destino les enfrentaría una y otra vez.

En 1705 vuelve Lezo para aprovisionar la asediada Peñíscola, donde Don Sancho de Echevarría y siete valientes de guarnición, así como la población de la ciudad, resistían sin alimentos ni munición, hasta que entraron en el campamento enemigo y se adueñaron de alimentos, munición y dos cañones que posteriormente se fundie-ron y con los que se hicieron dos campanas para la torre de la Ermi-tana en Peñíscola.

Después de estos hechos hostiga el comercio de Génova, te-niendo que enfrentarse al británico Resolution, de 70 cañones, que se rinde ante el marino vasco. Continúa patrullando el Mediterráneo, apresando numerosos barcos ingleses y realizando valientes maniobras con un arrojo impropio, tanto es así que se le premia permitiendo lle-var sus presas a Pasajes, su pueblo natal, con tan sólo 16 años.

Los ejércitos de Felipe V asediaban Barcelona30 por tierra, mien-tras que por el mar los partidarios del pretendiente como Carlos III eran apoyados por una escuadra anglo-holandesa. Blas de Lezo ense-guida es requerido por sus superiores, se le dio el mando de una pe-queña flotilla para burlar el bloqueo aliado y así enviar desde Francia armas y pertrechos al ejército hispano-francés.

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Sirviéndose de su aguda inteligencia realiza su cometido bri-llantemente, escapa una y otra vez del cerco que establecen infruc-tuosamente los ingleses para evitar el aprovisionamiento.

En una ocasión se vio rodeado por varios buques de guerra ene-migos al mando del almirante Cloudesly Showell, que izaba su in-signia en el Britannia. Precisamente en este navío estaba embarcado el oficial Edward Vernon, que supo de nuevo de Lezo, por lo que era la segunda ocasión en que se encontraban. Para salir de la trampa nuestro marino se dice que prendió fuego a varios de sus buques para ocultarse con el humo y abrirse paso a cañonazos entre los ene-migos. Esta es la versión que circula en varias fuentes, mientras que el autor Pablo Victoria nos da otra explicación: cargó31 sus cañones con unos casquetes de armazón delgado con material incendiario dentro, con la intención de incendiar los buques británicos, además apiló paja húmeda en parrillas de hierro que puso flotando y que al quemarse producían un espeso humo, permitiéndole de esta forma tan ingeniosa huir con toda la flotilla.

En una biografía de Edward Vernon no se menciona este he-cho, e incluso se dice que en estos años se encontraba a bordo del Jersey con base en Jamaica.

Posteriormente Lezo es destacado para la defensa de la fortaleza de Santa Catalina de Toulon, donde toma contacto con la defensa desde tierra firme en combate contra los saboyanos. En esta acción que se desarrolla en 1707, Lezo ya cuenta con 18 años, y tras el im-pacto de un cañonazo en la fortificación, una esquirla se le aloja en su ojo izquierdo, perdiendo para siempre la vista del mismo.

Tras una breve convalecencia es destinado al puerto de Roche-fort, donde es ascendido a Teniente de Guardacostas en 1707. Allí realizará otra gran gesta, rindiendo en 1710, a bordo de la fragata Valeur, una decena de barcos enemigos, el menor de 20 piezas, y so-metiendo en un impresionante combate al Stanhope, mandado por John Combs, que casi lo triplicaba en fuerzas: más de 600 hombres contra apenas 250. Se mantuvo un cañoneo mutuo hasta que las maniobras de Lezo dejaron al barco enemigo a distancia de abor-daje, momento en el que ordenó lanzaran los garfios para llevarlo a cabo: “Cuando los ingleses vieron aquello entraron en pánico” 32.

Al abordaje los españoles casi siempre superaban a sus rivales, por tanto está versión no debió diferir demasiado con la realidad pues si no, no se explica que saliera victorioso cuando la tripulación

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de Lezo era notablemente menor que la de Combs. El abordaje de los españoles era una temible maniobra ofensiva, que los ingleses te-mían particularmente: los navíos españoles cañoneaban de cerca, tras lo cual lanzaban garfios y abordaban el navío contrario, buscando el cuerpo a cuerpo, hasta la rendición del enemigo. De este modo, con tripulaciones muy inferiores en número, los navíos españoles logra-ban apresar otros con mucha mayor dotación y porte. Durante este combate Blas de Lezo fue herido por una astilla que se clavó en su pecho. Cuando su primer oficial le indicó que se encontraba herido, él respondió: Solo es una astilla, he tenido suerte de que no me diera en el otro ojo, acabemos pronto y así podré bajar a curarme a la enfermería.

Sea como fuere Blas de Lezo se cubre de gloria en tan fenome-nal enfrentamiento, en el que incluso es herido, siendo ascendido a Capitán de Fragata.

En 1712 pasa a servir a la incipiente Armada española en la flota de Andrés Matías del Pes Malzárraga33, ya que no tenía sentido seguir en la francesa al distanciarse los monarcas español y francés. Este afamado almirante quedó maravillado ante la valía de Lezo y emitió varios escritos que le valieron su ascenso a Capitán de Navío un año más tarde. Posteriormente participa en el asedio a Barcelona al mando del Campanella, en el que el 11 de septiembre de 1714 se acerca con demasiado ímpetu a sus defensas y recibe un balazo de mosquete en el antebrazo derecho, quedando la extremidad sin apenas movilidad hasta el fin de sus días. De esta manera, con sólo 25 años, tenemos al joven Blas de Lezo tuerto, manco y cojo.

Dos años más tarde, en 1714, aún sirviendo en la escuadra de Andrés del Pes, comienza el ataque a Mallorca para recobrarla. En 1715, al mando del Nuestra Señora de Begoña y ya repuesto de sus heridas, se dirige en una extensa flota a reconquistar la isla; partici-pan en esta operación veintisiete navíos, entre 7 buques de línea, 10 fragatas, 6 galeras y otros cuatro barcos de diferentes clases, además de los transportes, cargados con diez mil hombres. Toda esta expedi-ción estuvo dirigida por Pedro Gutiérrez de los Ríos, logrando ren-dir la isla sin apenas resistencia.

Lezo parte hacia América

Un año después parte hacia La Habana, escoltando una flota de galeones, en el Lanfranco, barco que será retirado de servicio debido

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a su calamitoso estado a su regreso a Cádiz. Allí se queda hasta 1720 cuando se le asigna un nuevo navío bautizado también como Lan-franco, pero además conocido como León Franco y Nuestra Señora del Pilar y se le integra dentro de una escuadra hispano-francesa al mando de Bartolomé de Urdizu y Juan Nicolás Martínez, para pa-trullar con objeto de evitar la piratería y el contrabando que afecta-ban a la economía española en los llamados Mares del Sur, o lo que es lo mismo las costas de Perú.

La escuadra estaba compuesta por parte española de cuatro bu-ques de guerra, una fragata y por parte francesa por dos navíos de lí-nea34. Sus primeras operaciones fueron contra los dos barcos, el Suc-cess y el Speed Well, ambos de 70 cañones, del corsario inglés John Clipperton, que logró evitarles y tras hacer algunas capturas huyó a Asia, donde fue capturado y ejecutado.

A pesar de ello cuando la escuadra se separó el mando recayó sobre Lezo, que fue ascendido a General de la Armada el 16 de fe-brero de 172335.

En esos momentos también tiene tiempo para otras conquis-tas y el 5 de mayo de 1725 contrae matrimonio con doña Josefa Pacheco de Bustos, que un año más tarde le daría un hijo, también llamado Blas.

El primer cometido que tuvo como jefe de la Escuadra del Sur fue hacerla totalmente operativa, para ello necesitaba tres o cuatro navíos de guerra pero pocos fueron los medios con los que contó, teniendo incluso que desguazar la fragata, de nombre Peregrina, por el lamentable estado en el que se encontraba. Afortunada-mente se construyeron dos nuevos barcos por parte de los comer-ciantes peruanos en pago por lo que adeudaban a la corona. Con su pequeña escuadra de tres navíos se lanza a patrullar el Pacífico y pronto se encontrarán con cinco navíos holandeses mejor artilla-dos. Lezo ordena enfilar la proa hacia el enemigo para abordarlo, pero este reacciona organizadamente y frustra su intento, a lo que el marino español responde ágilmente ordenando concentrar el fuego contra la mayor embarcación enemiga, el Vlissingen. Tal fue el castigo que lo desarbolan y arrían su pabellón, poniendo en fuga al resto.

En otra salida posterior se lanzaría sobre seis navíos de guerra ingleses, rindiendo a todos ellos uniendo tres a su escuadra. Así Lezo consiguió formar una armada más que suficiente para proteger las

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costas peruanas, pero el nuevo Virrey, que había tomado posesión de su cargo hacía dos años, la desguazó e intentó colocar en puestos de la Armada a amigos y familiares, lo que provocó el enfrentamiento con Lezo. En todo ese tiempo los impagos al general se agravaron por el bloqueo del propio Virrey. La situación se volvió insostenible, llegando a pedir el retiro, pero el 18 de agosto de 1730 regresa a Cádiz como jefe de la Escuadra del Mediterráneo y pagándosele lo debido, tras la intercesión de Patiño, el ministro de la Marina, sabe-dor de la necesidad de gente de su valía en la Armada.

Vuelta al Mediterráneo

El día 28 de noviembre de 1731 se distinguen y reconocen los servicios del general al Rey, señalándose como distintivo para la nave capitana de Blas de Lezo, la Real Familia, el escudo de armas de Fe-lipe V, sobre una bandera morada, con el escudo orlado de las órde-nes del Espíritu Santo y el Toisón de Oro, y cuatro anclas en los can-tones de la misma. El 22 de diciembre del mismo año se le vuelve a reconocer encomendándole el traslado del infante Don Carlos a sus posesiones italianas, embarcando en una escuadra de 18 navíos y 7 fragatas al mando del marqués de Mari.

Antes de terminar el año vuelve a recibir órdenes por las que se le ordena recuperar dos millones de pesos que el Banco San Jorge de Génova retenía a la corona española. Al mando de seis buques entra en el puerto genovés y se sitúa enfrente del palacio de los Doria por-tando la bandera real en señal de hostilidades. Demanda lo adeu-dado y da un plazo de veinticuatro horas para su entrega, amena-zando cañonear la ciudad, siendo finalmente entregada la cantidad. La cosa no quedó así pues Lezo obligó a rendir honores a la bandera española antes de partir de nuevo a la península.

Blas vuelve al combate en 1732 a bordo del Santiago, acompa-ñado de una fuerza militar compuesta por doce navíos, 2 bombar-das, 7 galeras, 2 galeotas y 4 bergantines, en total 27 naves, además de 535 barcos de transporte con 30.000 hombres y 168 piezas arti-lleras. La flota atacó el puerto de Mazalquivir, donde se desembarcó con un fuego de protección aplicado desde los barcos. Los defen-sores, al ver las naves y la toma del puerto, huyeron en un alarde de cobardía, dejando la plaza amurallada y cinco castillos en manos de los atacantes. Esta fuerza, al mando de conde de Montemar, José

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Carrillo de Albornoz36, reconquista el 2 de julio de 1732 la plaza de Orán.

Una vez finalizada esta acción Lezo retorna a la península escol-tando 120 embarcaciones hasta Alicante, pasando en Cádiz a man-dar una pequeña escuadra.

El jefe enemigo de la plaza de Orán, el pirata Bey Hacen escapó y se alió con el Bey de Argel, disponiendo pronto un ataque contra la ciudad. Las potencias berberiscas respondieron a la toma de Orán coaligándose para hacer un ataque y asedio tanto marítimo como terrestre.

De esta manera Lezo volvió en febrero de 1733 para socorrer la ciudad con el Princesa y Real Familia y otros cinco navíos de guerra, romper el asedio y apoyar las tropas de las plazas fuertes, y una vez más logro con éxito su misión.

Una vez cumplidas las órdenes principales optó por dispersar y perseguir a los navíos enemigos. Las nueve galeras que bloqueaban su puerto huyeron en desbandada pero Lezo persiguió a la nave Capi-tana, de 60 cañones, del Bey de Argel hasta la ensenada de Mosta-gán37, defendida por dos fuertes y 4.000 enemigos. Para cualquier otro comandante habría sido un puerto seguro y aquí habría acabado la persecución, pero no para Lezo, quien mandó una flotilla de lanchas para incendiar el buque insignia mientras su barco abría fuego contra las fortalezas. Lejos de detenerse, Lezo entró en la ensenada, impe-tuoso como siempre, arrasando las dos fortificaciones con gran pericia de los artilleros y asaltando la nave capitana ante el terror de los mu-sulmanes. Logró incendiar el buque insignia y alarmados los defenso-res argelinos por el peligro español, piden socorro a Constantinopla.

Al saber que llegaban los apoyos, lejos de huir salió a patrullar para enfrentarse contra ellos y batirlos, pero esta vez una epidemia producida por la comida en mal estado le obliga a retirarse a Cádiz, donde él mismo llega muy enfermo.

A pesar de estar gravemente enfermo es recibido por el Rey y ascendido a Teniente General el 6 de junio de 1734. Se mantuvo en la comandancia de Cádiz, hasta que en 1735 se le solicitó en la Corte donde, tras un tiempo, pidió volver a la mar diciendo que tan maltrecho cuerpo no era una buena figura para permanecer entre tanto lujo y que su lugar era la cubierta de un buque de guerra. El Rey le nombró comandante de una flota de ocho galeones y dos na-víos de línea, el Conquistador y el Fuerte.

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Blas de Lezo y la defensa heroica de Cartagena de Indias 35

Regreso a América

Blas de Lezo, habiendo realizado todo tipo de hazañas y con aureola de tremendo lobo de mar, parte de Cádiz el 3 de febrero de 173738 con su familia, dirigiendo lo que sería su última Carrera de Indias39 con la flota de galeones, además del Fuerte y el Conquistador, hacia Cartagena, donde llega el 11 de marzo de ese año, como co-mandante del apostadero de Cartagena de Indias, donde entregaría su último aliento, plaza decisiva para la defensa del mar de las Antillas.

No cabe duda de que Don Blas de Lezo y Olavarrieta es uno de los marinos españoles más combativos y ejemplares del siglo XVIII. Su nombre se asocia a la defensa de Cartagena de Indias en 1741, mientras que el resto de su trayectoria profesional y familiar está prácticamente olvidada, habiendo servido al rey Felipe V en el Me-diterráneo, el Atlántico, el Pacífico y en el Caribe.

En Colombia se estudia su figura en las escuelas; tiene monu-mentos y es muy recordado y admirado.

¿Y en España qué?... en este ingrato país se desconoce casi todo de su vida, baste decir que murió olvidado en Cartagena, siendo en-terrado sin honores… Triste, muy triste el final de un gran marino que lo dio todo por su Patria, su Rey y la Armada.

Es necesario un tiempo nuevo en el que figuras señeras de nuestra Historia sean colocadas en el lugar destacado que les corres-ponde.