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Jerez es la capital indiscutible del flamenco, la cuna de cientos de artistas que gustan de conservar las esencias del cante al margen de las modas o el famoseo. El flamenco es un arte de pueblo que brota en las celebraciones y también en las tabernas v en las casas, entre familias que lo transmiten como herencia.

Muy flamenca tiene que ser una ciudad para albergar dos barrios en permanente forcejeo por ver cuál atesora mayor hondura. San Miguel y Santiago son las jurisdicciones del cante, y Jerez de la Frontera, la orgullosa ciudad que las acoge. El flamenco vive en ellas en eterna disputa. Que si gitanos, que si gachós; que si calle Nueva, que si Plazuela; que si Manuel Torres, que si Tío José de Paula. La tesis de Jerez es que el flamenco no se aprende, va en los genes o brota de la tierra. La bulería, igual que la buganvilla, lo mismo que el geranio, nace en los arriates de la calle Cantarería, nombre que funde cántaros y cantares.

Gusta Jerez del flamenco de voces rancias y bailes raciales que tiren pellizco y salgan rastrillando las entrañas. Cante de los puertos y de la trilla. Desdeña las voces aflautadas y la danza afectada, tan en boga. En Santiago y San Miguel es tan difícil cantar y bailar jondo como comer garbanzos tostados con un flemón. Unas veces exige sentir que la boca se llena de sangre; otras, el perfume de las rosas y los melindres. Siempre demanda elegancia en los brazos y tronío en los tacones. Seguiriyas y alegrías, cantes agónicos y jaraneros.

Sostiene Luis Márquez, aficiona­do como pocos e histórico fundador en 1979 de la peña Antonio Chacón, que el cante y el baile de Jerez los dan la tierra y el potaje de berza, el trabajo en las viñas y entre toneles, las fiestas de vino en cubo servido en jarrillo de lata. Los traen el eco del patio sembrado de pilistras y el mostrador rezumante de aromas del bar Arco de Santiago. Cantes y bailes , anunciados en el bautizo, prolonga­dos en las primeras comuniones, fermentados en bodas de cuatro lunas, asentados en fiestas sin motivo aparente, y que no se apagan ni siquiera con el funeral del jerezano.

El barrio de Santiago alberga a la aristocracia del arte jóndo: gitanos de perfil lorquiano, de negro pelo y

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morena tez, que ronean y miran con altivez. En cambio, San Miguel respira aire plebeyo de gitanos blancos de pelo rubio y ojos azules. Sean prietos o sean blancos, jondos por igual. Juntos, que no revueltos, fluyen inacabables los manantiales de los Agujetas, la Paquera, Lola Flores, José Mercé, Terremoto, Manuel y Vicente Soto Sordera, Tío Borrico, Chocolate, Tío José de Paula, la Piriñaca, Manuel Moneo, Cepero, el Grilo, el Serna, Juan Hambre, Tío Juane, Rubichi, el Torta, Diego Carrasco... Mientras, resuenan en sus callejas las reverbe­raciones de los maestros de todos los tiempos, don Antonio Chacón y Manuel Torres. Catedrático Chacón, capaz de ungir catorce modalidades de malagueñas, cantaor total, tocado por la elegancia de los sabios.

En el flamenco de Jerez hay gitanos de Santiago y de San Miguel y después vienen los payos. Aunque nadie hace distingos, la ciudad sufre de calentura gitana. Cómo será la fiebre que los payos tratan de emular el arte y el donaire calé. Imitación sin esperanza posible, porque hay que ser muy gitano de Santiago o San Miguel y muy de Jerez para atesorar tanta clase. Los gitanos fijan el canon de la flamenquería. O lo intentan. Un respeto, gachó, que la elegancia también viene de la tierra. Los payos cantan y bailan, por supuesto.

Incluso abundan entre ellos grandes artistas como Antonio Chacón y José Cepero.

Jerez, flamenco por los cuatro costados. La familia siembra, la pandilla riega y la peña cosecha, socializa. No hay reunión que acabe

las reuniones familiares o de amigos, en casa o en la taberna. En la peña La Bulería, un euro por copa, otro euro por la tapa y a seguir cantando. Alguien palmea un compás y estalla la bulería. Manuel Mesa, que tiene 87 años, viste corbata y chaqueta,

Menos en Semana Santa, por bulerías acaban los villancicos de las zambombas. También las bodas, comuniones, bautizos, ferias, rocíos y hasta por bulerías echan el cerrojo las discotecas

El Niño Gloria y su hermana la Pompi son dos personajes míticos del flamenco jerezano. Él vendía pescado con un canasto por las calles de Sevilla y pregonaba su mercancía cantando. Qué potencia tenía su voz que cuando actuaba en el teatro Villamarta había gente que se sentaba en las aceras de la calle a escucharlo.

de otra forma que por cantes de fiesta, bulerías sobre todo. Jerez tiene obsesión por la bulería. Menos en Semana Santa, por bulerías acaban los villancicos de las zam­bombas. También las bodas, comu­niones, bautizos, ferias, rocíos, y hasta por bulerías echan el cerrojo las discotecas. En Alfredo Copas, de la avenida Lola Flores, Manu Soto, sobrino de José Mercé, canta flamenco pop lo mismo que tonás, soleas o alegrías. Cien clientes del establecimiento hacen palmas a coro, los hombros alternativamente arriba y abajo, sin que suene un chasquido disonante.

Es lo que ocurre casi siempre en

mascota y elegante bastón, se arranca con una pataíta o un desplante. Más flamenco que toas las cosas. Tanto como su guapa nieta de 24 años, Marisa López Mesa, de manos siempre dispuestas al revoleo. Ella trabaja en el departamento de publicidad del Diario de Jerez y a veces en su tiempo libre enseña baile flamenco.

Esta tarde, entre copa y copa (mejor sería decir después de unas cuantas copas), Joaquín el Zambo ha desvelado a los parroquianos del Arco de Santiago la saeta que le va a cantar al Cristo del Amor en la procesión del Martes Santo. (Es tarde para disfrutar del concurso de

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saetas desde el balcón de la peña Los Cernícalos o de la Peña de la Buena Gente. Pero ya mismo están aquí las vísperas de la Semana Santa del 2010.) El Zambo le ha puesto los vellos de punta a los presentes. Después se pican Vicente Soto y Moraíto Chico hasta enhebrar la aguja con la que pespuntean cuatro horas de cante y baile. Agustín el Mondelo ha echado el cierre de su taberna en cuanto vio que la fiesta alcanzaba el punto de no retorno: esa estación a medio camino entre la realidad y el sueño donde habitan las sensaciones. La inspiración, dicen otros.

Momento de colgar el cartel de reservado el derecho de admisión. Agustinito argumenta que cuando se siente a gusto cierra y mete dentro sólo a los amigos. Para sortear la

cancela hay que ir bien acompañado. Por ejemplo, por Luis Márquez. Buena gente. Es un privilegio exclusivo de los amigos contemplar los quiebros que el Moraíto le hace a la máquina tragaperras por engatu­sarla con su arte y ver si le arranca el premio extraordinario. Le baila, le canta y hasta le da unos pases de pecho. Moraíto Chico vive enfrente del arco, y José Mercé, a la vuelta la esquina. Más allá, Fernando la Morena y Vicente Soto. Cotizadísi-mos parroquianos que derrochan hondura.

"Dicen que la pena mata / y yo digo que no / que si la pena matara / ya me habría muerto yo." En la peña El Pescaero canta el Tolo, flamenco joven de cante largo, tributario de los Peña y de los Carpio. El Tolo hace un cante que gusta a los mayores. En las

El cantaor El Diamante Negro junto a miembros de la peña Antonio Chacón. Una calleja del barrio de Santiago, en Jerez. Alumnas de la escuela de arte flamenco María del Mar Moreno. Niños costaleros portan un paso de procesión sin las imágenes durante los preparativos de la Semana Santa

antípodas del nefando flamenquito. "Yo canto puro porque ha llegado el momento del resurgimiento del cante auténtico", dice el joven. Jerez, cuna y reserva del flamenco. El cantaor Joselito Gálvez cree que sobre gustos no hay nada escrito. La época dorada de los años cincuenta y sesenta no vuelve. "Ahora lo que hay es otras maneras de expresión." Fernando Soto deja que cada cual coja su estilo, siempre que beba de los clásicos.

Porque el flamenco es un destila­do de la tradición, únicamente cortado por la droga, maldita, pena negra, maldita pena blanca, y por el éxito fácil. Los gitanos viejos andan indignados desde hace años con la droga que diezma a las jóvenes generaciones de artistas. El éxito prematuro también malogra artistas

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Aficionados de todas las edades participan en la zambomba jerezana

que prometen. Con frecuencia temen que un cantaor rompa tan temprano que el mercado lo malee con el estribillo fácil y pegadizo. Poco consuelo es que después vayan presumiendo de saber cantar auténtico y por derecho si sólo les acuna el sonido del parné.

Únicamente los buenos veneros no se agotan nunca. ¿Que hay escasez de cantaores? Eso será en otras fuentes, porque en Jerez da uno un zapatazo y salen cuarenta cantaores, otros tantos bailaores y más tocaores todavía Los pilares del triángulo del flamenco lo forman Jerez, Utrera y Lebrija, con una

prolongación histórica en Triana. Pero sólo el primero mantiene inamovible su fortaleza. Sostiene el flamencólogo Joaquín Rodríguez, cofundador de la peña Antonio Chacón, que Jerez ha dado al menos 270 artistas de gran categoría. A ver qué otra ciudad de las Españas ofrece más arte jondo por metro cuadrado. Trece peñas flamencas florecen y una "masa crítica", como dicen ahora los estudiosos, en la que cuajan con frecuencia nuevos virtuosos.

El Tolo, Jesús Méndez, Juanillo-rro, Momito, Ismael Heredia, Antonio el Cañero, el Niño la Fragua, el Carpio o el Mijita son algunos de

Dos bares con solera El Volapié y La Zambomba son dos establecimientos imprescindibles para conocer el flamenco jerezano. En el primero, en el barrio de la Asunción, han cantado los maestros Mairena y Caracol, entre otros. El segundo, de la plazuela de San Miguel, fue frecuentado por Manuel Torres, Diego Rubichi y los Moneo.

los novísimos. Flamencos de cante güeno. Auténticos. Nada de sucedá­neos flamenquitos. Jesús Méndez cuajó en silencio hasta que con 17 años rompió a cantar y comprobaron asombrados que tiene el mismo timbre y el mismo eco que los otros descendientes de la Paquera. Recuer­da que la Paquera le ponía los vellos de punta y que un día, sin saber por qué, oyendo a su tío Eduardo, se arrancó por tientos. No pudo parar y hoy es una de las figuras con más empuje.

Junto a los consagrados, en Jerez hay una extensa nómina de artistas anónimos que actúan en un cuadrito de forma esporádica. Incluso los reconocidos tienen que acudir regularmente a las peñas y a las tabernas de Jerez a beber en las fuentes. A cargar las pilas. El festival de flamenco reúne todos los años a lo más granado del baile, ejerce de escaparate del cante y atrae a centenares de aficionados y estudio­sos. Este año, a lo largo de 16 días, han participado 34.120 seguidores y más de mil cursillistas de 40 países. El flamenco es una industria internacional que tiene en Jerez su factoría matriz.

Semana Santa en Jerez. Caminen a partir de hoy los cristos por la calle Larga, plaza Rivera, la Plazuela, Yedra o calle Ancha. Aplíquese el jerezano a la saeta. Salga el Cristo del Prendimiento de su iglesia de Santiago a escuchar el cante güeno que derraman los balcones. Em­pléense a fondo Diego Carrasco, el Macanito y el Carpio. ¡Otra copa que entone la garganta, Agustín Monde­lo! Canten Juañares, Vicente Soto y los hermanos Zambo. Toquen y bailen los Rubichi y el Pipa. Entonen y bailan cabalmente el albañil, el funcionario y el pescaero. El jondo nace donde se le cultiva y hasta en barbecho, donde se le espera y donde no. Por los rincones de Jerez. Luego cada cual lo hace según su leal saber y entender. Esto no se enseña, sale de dentro como quien se arranqa un apéndice. Con dolor y alivio, rabia y alegría.