Las Revistas Culturales Como Constructoras de Integración, El Caso Argentino (1860-1890)

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LAS REVISTAS CULTURALES COMO CONSTRUCTORAS DE INTEGRACIÓN: EL CASO ARGENTINO (1860-1890). Alejandra Ojeda y Julio Moyano Las cinco tribus del Canadá por medio de sus jefes en los tratados de paz con los ingleses se expresaron así: “Felices somos en haber sepultado bajo de tierra el hacha rubicunda, que tantas veces había sido teñida con sangre de nuestros hermanos. Ahora en este fuerte enterramos el hacha, y plantamos el árbol de la paz. Plantamos un árbol cuya copa se elevará hasta el sol, y sus ramas se esparcirán tanto que se vean lejos de aquí…”. (Ramón Ferreira, citando a Blair, en Revista del Paraná Nº 2, Paraná, Argentina, Marzo de 1861) El sistema de relaciones entre diarios, periódicos y revistas americanos y europeos constituyó a lo largo del siglo XIX una parte fundamental del modo de circulación de la información y los principales contenidos literarios en América Latina. Los periódicos de distintos países constituían a menudo la única o al menos la principal fuente de noticias, datos comerciales, materiales literarios y actualidad legal de distintas regiones y países. Simultáneamente, producían el mutuo reforzamiento de una autoconciencia de misión defensora de un sentido común de humanidad, de libertades humanas y de tarea de los periódicos en este proceso, en parte originado en la propia historia de los periódicos como instrumento de lucha en los años de las revoluciones burguesas, en parte por la impronta del movimiento romántico sobre los escritores que comenzaban a constituir la naciente profesión periodística en la mayor parte de los países americanos ( Rivera: 1990, 2000; Halperin Donghi: 1985; Moyano: 1996). Ya en la segunda mitad del siglo puede observarse un proceso expansivo de la prensa periódica respaldado por las revoluciones en las comunicaciones (ferrocarril, expansión de la navegación, caminos, líneas telegráficas, correo), en la alfabetización, en la industria y el comercio, las corrientes inmigratorias y en la consolidación de los Estados nacionales. En el marco de este proceso, a lo largo de todo el siglo, se desarrolla tanto en los núcleos dirigentes como en las tenues capas intelectuales nacientes, la idea, incluso la noción de tarea, de identidad americana. Sentimientos relativos al agrupamiento regional, a las ideas de Hispanoamérica, Iberoamérica, Latinoamérica, América/panamericanismo, nacen, se entrecruzan e incluso entran en posiciones polémicas y conflictivas, sostenidas en ámbitos intelectuales de acuerdo muchas veces con alineaciones e influencias de agrupamientos culturales europeos.

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LAS REVISTAS CULTURALES COMO CONSTRUCTORAS DE INTEGRACIÓN: EL CASO ARGENTINO (1860-1890).

Alejandra Ojeda y Julio Moyano

Las cinco tribus del Canadá por medio de sus jefes en los tratados de paz con los ingleses se expresaron así: “Felices somos en haber sepultado bajo de tierra el hacha rubicunda, que tantas veces había sido teñida con sangre de nuestros hermanos. Ahora en este fuerte enterramos el hacha, y plantamos el árbol de la paz. Plantamos un árbol cuya copa se elevará hasta el sol, y sus ramas se esparcirán tanto que se vean lejos de aquí…”. (Ramón Ferreira, citando a Blair, en Revista del Paraná Nº 2, Paraná, Argentina, Marzo de 1861)

El sistema de relaciones entre diarios, periódicos y revistas americanos y

europeos constituyó a lo largo del siglo XIX una parte fundamental del modo de

circulación de la información y los principales contenidos literarios en América

Latina. Los periódicos de distintos países constituían a menudo la única o al

menos la principal fuente de noticias, datos comerciales, materiales literarios y

actualidad legal de distintas regiones y países. Simultáneamente, producían el

mutuo reforzamiento de una autoconciencia de misión defensora de un sentido

común de humanidad, de libertades humanas y de tarea de los periódicos en este

proceso, en parte originado en la propia historia de los periódicos como

instrumento de lucha en los años de las revoluciones burguesas, en parte por la

impronta del movimiento romántico sobre los escritores que comenzaban a

constituir la naciente profesión periodística en la mayor parte de los países

americanos ( Rivera: 1990, 2000; Halperin Donghi: 1985; Moyano: 1996).

Ya en la segunda mitad del siglo puede observarse un proceso expansivo

de la prensa periódica respaldado por las revoluciones en las comunicaciones

(ferrocarril, expansión de la navegación, caminos, líneas telegráficas, correo), en

la alfabetización, en la industria y el comercio, las corrientes inmigratorias y en la

consolidación de los Estados nacionales. En el marco de este proceso, a lo largo

de todo el siglo, se desarrolla tanto en los núcleos dirigentes como en las tenues

capas intelectuales nacientes, la idea, incluso la noción de tarea, de identidad

americana. Sentimientos relativos al agrupamiento regional, a las ideas de

Hispanoamérica, Iberoamérica, Latinoamérica, América/panamericanismo, nacen,

se entrecruzan e incluso entran en posiciones polémicas y conflictivas, sostenidas

en ámbitos intelectuales de acuerdo muchas veces con alineaciones e influencias

de agrupamientos culturales europeos.

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Desde los llamamientos bolivarianos hasta la doctrina de Monroe, desde

los intentos de agrupamiento, concertación y defensa mutua plasmados en las

Conferencias de 1856 en Santiago y 1864 en Lima, hasta el primer encuentro

panamericano de 1889-90, si la mayor parte de los esfuerzos diplomáticos

resultan por el momento cuanto menos frustrantes, en la segunda mitad del siglo

comienza a notarse, aún en medio de un terrible panorama de guerras (como la

del Pacífico o la del Paraguay en Sudamérica, o la guerra de secesión

norteamericana) resultados más alentadores en tanto una tenue pero creciente

capa de escritores, artistas, editores e intelectuales con inserción en puestos

subalternos o de poca incidencia política directa sobre las decisiones de Estado

asume para sí la tarea de construcción de relatos de origen común fundando los

cimientos de la historia y las literaturas nacionales, de una jurisprudencia propia

sistematizada, de reflexiones sobre la propia identidad desde la geografía, la

economía o la filología. Estos nuevos –aún débiles- agentes sociales llegarán en

el mediano plazo a incidir sobre el discurso predominante en las elites de cada

una de estas jóvenes naciones.

El rol de las revistas en el proceso de conformación y preservación de un

mandato de unidad americana fue –en el caso argentino- muy importante, en un

ciclo que adquiere fuerza aproximadamente a partir de la segunda mitad de la

década de 1850 y se sostiene hasta fines de siglo, cuando –cumplida su tarea

histórica- nuevas formas de periodismo y de agrupamiento intelectual heredarán

su lugar. Puede trazarse un eje de unidad a lo largo de la monumental obra que

significaron las revistas culturales surgidas poco después de concluido el ciclo

rosista y que marcaron la transición hacia la constitución de nuestra modernidad

en el campo intelectual, de nuestra literatura y de nuestra industria editorial. Por

cierto que con anterioridad al cierre del período rosista existieron importantes

esfuerzos en este campo, tanto en el Buenos Aires del Restaurador como en el

Montevideo de los desterrados. Pero es con “El Plata Científico y Literario” de

Miguel Navarro Viola, revista aparecida en 1854, que comienza una nueva época

en que estas revistas cumplirían un rol central en la constitución del ambiente

intelectual, de un espacio de intercambio y debate y en la conformación de una

agenda temática acorde con las tareas de la Organización Nacional. Un

programa similar al de “El Plata Científico y Literario” tendrá la “Revista del

Paraná” de Vicente G. Quesada, con una formulación de tareas más explícita, y

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con un esfuerzo más centrado en la construcción de nuestra identidad cultural,

poniendo especial énfasis en los trabajos históricos y literarios. “Al fundar en esta ciudad una revista mensual de historia, de literatura, de

legislación y economía política, tenemos por objeto reunir en una publicación regular y sistemada, los trabajos serios o amenos (…) cualquiera que sea el color político de sus autores y la actitud que asuman en la política militante. Creemos que la Revista será un medio eficaz para propender a la formación de un círculo literario nacional, que se consagre literario nacional, que se consagre preferentemente al estudio de nuestro país y lo dé a conocer en todos sus aspectos; que preste a la historia, literatura y legislación americana una atención especial, poniéndonos al corriente del movimiento intelectual de la repúblicas Hispano-americanas”.

“Fundamos esta revista, además, porque estamos convencidos que es necesario desviar en lo posible a las inteligencias argentinas de la polémica ardiente y apasionada de la prensa política…”

Tal la declaración de principios firmada por Quesada –y por cierto cumplida

en los nueve meses de existencia de la revista- línea que se vería continuada y

profundizada dos años más tarde, en la “Revista de Buenos Aires” dirigida por

ambos directores –Quesada y Navarro Viola- y que fue la síntesis de los

proyectos precedentes, en un tiempo que empezaba a permitir la consolidación de

esfuerzos de esta naturaleza. De la experiencia de la Revista del Paraná

obtuvieron los directores otro adelanto fundamental: la presencia como editor de

don Carlos Casavalle, que garantizó la máxima calidad y profesionalismo en el

aspecto gráfico, en producción y distribución. Esta labor conjunta iniciada en

Paraná en aquel Febrero de 1861, constituye un hito definitivo en la historia

intelectual y periodística del Río de la Plata, y también un caso típico como

proyecto de integración (en este caso intelectual nacional y regional), un proyecto

que -explícita o implícitamente- se propuso y logró aportes significativos en la

constitución de un campo intelectual autónomo, en un país aun atravesado por el

discurso faccional y de guerra en la mayor parte de sus practicas, incluido el

periodismo. El traslado de tipógrafos con equipamiento de imprenta buscando

nuevos horizontes económicos, huyendo de persecuciones o ambas cosas a la

vez, fortaleció y catalizó este proceso.

Puede hallarse en la Revista del Paraná y en su continuadora la Revista de

Buenos Aires todas las huellas del rol implícita o explícitamente asignado para sí por

las revistas así como del efecto de tal asunción de rol en el proceso de constitución

de un tejido de relaciones temáticas y entre intelectuales a nivel regional y

americano. Ambas revistas constituyeron una rica red de corresponsales,

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colaboradores y distribuidores tanto en las provincias argentinas en proceso de

organización nacional, como en las naciones hermanas más cercanas (Uruguay,

Paraguay, Chile, Perú, Bolivia), e incluso explicitaron su intención de ocuparse

especialmente de la región del Plata más allá de sus fronteras políticas. Ambas

buscaron tópicos americanos tanto programáticamente como en cuanto a los temas

efectivamente logrados en sus colaboraciones. Así, Juana Manuela Gorriti envía sus

colaboraciones desde Lima a la Revista del Paraná, Francisco Bilbao llama la

atención sobre la poesía indígena mexicana así como sobre la perspectiva de los

estudios filológicos en América, utilizando para ello ejemplos basados en tres

lenguas aborígenes. Si bien por razones tanto idiomáticas como históricas, resultó

harto más sencillo constituir una red a nivel hispanoamericano, no faltaron en estas

revistas esfuerzos por incorporar temáticas relativas al Brasil, o a América del Norte.

En cuanto a esto último, ya la Revista del Paraná se proponía prestar especial

atención, desde su primer número a: “los estudios comparativos de la legislación

federal de los Estados Unidos”, e incluso se nota, en el afán de extensión americana

de cada tópico, el esfuerzo por consignar temas de todas las Américas, como lo

hace por ejemplo Ramón Ferreira en “Origen de la América y su descubrimiento”,

artículo en que junto a la más accesible información sobre la conquista española

aparecen informaciones sobre las exploraciones en América del Norte y los

primitivos habitantes de aquellas regiones, como parte naturalmente necesaria en la

conformación del espacio de los estudios históricos propuesto por la Revista.

A su vez, efectos mediatos de estos discursos de identidad común, de estas

redes estables de intercambio y de su esfuerzo por superar las divisiones de origen

faccional construyendo temas a salvo de esas divisiones, podrían observarse con

contundencia en las décadas siguientes. Porque por encima de otras tareas de gran

importancia, superar las facciones protegiendo temas y objetivos comunes entre

quienes deberían considerarse adversarios y no enemigos, abrir cauce a un relato

de origen y de sentido abarcador de la nacionalidad y de su lugar en el mundo –

generando con ello tanto el esfuerzo de una literatura como de una historia y

geografía nacionales-, constituir en tema de debate la consolidación de la

racionalidad jurídica -expresada como instituciones estables, reglas explícitas y

públicas y tipos cerrados-, abrir cauce a la economía política como ámbito temático

y programático común a todas las facciones (al menos en cuanto a los "grandes

temas": inmigración, moneda, crédito y bancos, vías de comunicación, instituciones

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de Estado permanentes), eran los tópicos centrales. Constituir estos imprescindibles

espacios comunes en tiempos en que el periódico aun se asociaba con el Estado, o

con el partido, fue, al menos en la mayor parte de los nacientes Estados

hispanoamericanos, tarea histórica inicial de las revistas. Rama recuerda que en

esta segunda mitad de siglo: “…se alcanzó algo que nunca había conocido el continente ni antes ni

después de Colón: la intercomunicación interna de la producción literaria de las diversas áreas hispanohablantes a las que escasamente comenzó a vincularse Brasil. Los medios de comunicación moderna –diarios, agencias noticiosas, redes de cables submarinos, telégrafos- favorecieron un mutuo conocimiento general, que fue acrecentado por un esfuerzo sistemático de los intelectuales para informarse de lo que hacían los colegas de otros puntos del continente. Esta tarea puede seguirse en la floración de revistas literarias que se registró en el período, donde la producción nacional e internacional se acompaña de la hispanoamericana: Desde la Revista Cubana (1885-1895), de Enrique José Varona, hasta la extensa y divulgada El Cojo Ilustrado, que apareció en Caracas de 1892 a 1915, pasando por las mexicanas Revista Azul (1894-1896) y Revista Moderna (1897-1911), las argentinas La Biblioteca (1896-1898) y El Mercurio de América (1898-1900), la uruguaya Revista Nacional de Literatura y Ciencias Sociales (1895-1897), etc. “ (Rama: 1985).

A consecuencia de ello, esta tenue capa de escritores accedió a tareas en

puestos no claves del Estado sin entrar en conflicto con problemas de facción, y

pudo por ello llevar en su práctica discursiva todos aquellos tópicos considerados

“comunes”, hacia el interior del discurso del Estado mismo. Así, consulados y

embajadas no estratégicas aseguraban sustento y estabilidad a escritores que al

mismo tiempo lograban reforzar lazos de intercambio y pertenencia con sus “pares”;

puestos menores dentro del país reforzaban lo hecho y permitían diseminar lo ya

logrado; otros roles convergían: la revista como revisión exhaustiva de un campo

científico-cultural, como espacio de contacto e intercambio entre grupos de

pertenencia; como revisión serena y más profunda del material cotidiano de los

diarios. Complementariamente, las revistas constituyeron también, en América del

Sur, un espacio facilitador y estimulador del desarrollo de bibliotecas particulares

con contenidos pertenecientes a literaturas de diverso origen: Editadas con

numeración consecutiva, permitían el acceso pronto y económico a textos que de

otro modo no llegarían o lo harían a costos inaccesibles para un público amplio, o

aún sin traducción desde su idioma original. Gran cantidad de novelas y ensayos

llegaron al público argentino como material incluido en revistas y periódicos, muchas

veces entregados por fragmentos consecutivos, para ser luego encuadernados

formando volúmenes.

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Dentro de este ciclo de revistas enciclopédicas de constitución del espacio

de producción cultural, hemos de recordar, entre otras, además de “El Plata

Científico y Literario”, en la década de 1850, a la “Revista del Nuevo Mundo”,

dirigida y redactada por el filósofo y periodista de origen chileno y de credo

americanista, don Francisco Bilbao, quien apenas llegado a la Argentina en 1857 dio

a luz los seis números mensuales de esa publicación, de fuerte influencia posterior

en Buenos Aires. La experiencia pionera de la Revista del Paraná (1861) y de la

Revista de Buenos Aires (1863-1871) fue continuada en 1871 por la “Revista del Río

de la Plata”, dirigida por Juan María Gutiérrez, Vicente Fidel López y Andrés Lamas,

que duró hasta 1877. En 1868 la Revista Argentina, fundada por José Manuel

Estrada y Pedro Goyena, mostraba la vitalidad del espacio cultural que permitía una

publicación quincenal de crítica filosófica y literaria, de perfil también enciclopédico

pero afirmando el punto de vista católico sostenido por sus directores. La Revista

Argentina duraría en su primer época de 1868 a 1872, y en la segunda de 1880 a

1882. Clausura este ciclo la Nueva Revista de Buenos Aires, publicada entre 1881 y

1885, bajo dirección de Vicente G. Quesada en colaboración con su hijo Ernesto.

Pero esta revista precisamente muestra el momento final de la transición, y la

perspectiva de una nueva época en que se desarrollarían complementariamente,

por un lado las revistas de alta especialización, y por otro las revistas de interés

general orientadas a un público de creciente masividad, en un marco de constante

interacción entre ambientes culturales de distintos países.

Así, pues, podemos ver un punto de partida en el comienzo de la época de la

organización nacional, con una acción periodística aún asociada a la labor de

Estado o a la facción política, realizando un gran esfuerzo por construir el espacio

de su autonomía. Dentro de ella, los primeros esfuerzos en los años ’50 por

constituir Revistas de interés intelectual enciclopédico e independiente. Este

esfuerzo se plasmó en el ciclo de oro de las revistas intelectuales iniciado en Paraná

en Febrero de 1861 y continuado en Buenos Aires a partir de 1863, ya en forma casi

ininterrumpida hasta 1885, ya en una Argentina modernizada que reclamaba otro

tipo de publicaciones. En este ciclo de oro los nombres de directores se repiten, se

unen, se desplazan según sus propias tareas hacia otras actividades y aún otros

países. Se repiten también los nombres de los editores y tipógrafos, y se repiten y

entrecruzan por supuesto los artículos y autores, entre una y otras revistas,

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mostrando una creciente unidad de pertenencia y pluralidad, que era el objetivo

programático principal de estas publicaciones.

El resultado de este proceso es múltiple y puede medirse en su magnitud

hacia comienzos del siglo XX: toda una generación de escritores con experiencia

de viajes por América y Europa, e intercambios tanto epistolares como de

artículos da lugar a la construcción de las primeras corrientes literarias de

identidad propiamente americanas, como lo es el tratamiento del modernismo a

partir de los aportes de Martí y Darío, entre otros. En 1898 resulta ya normal la

publicación de trabajos de Lugones e Ingenieros en la Revista Moderna en

México, de Darío en La Nación o en Caras y Caretas en Buenos Aires, o que la

guerra de independencia de Cuba constituya ya un “tema americano” que merece

atención y discusión en los foros y publicaciones intelectuales de América, como

lo serán luego el problema del Canal de Panamá, la Revolución Mexicana, la

Reforma Universitaria argentina o los nuevos movimientos políticos surgidos –

como es notorio en el caso del APRA peruano, o las corrientes afines al

socialismo- en estrecha relación con estos ámbitos de pertenencia y debate.

Si aún el debate sobre la identidad ponía en tela de sospecha la idea

panamericana (que por cierto avanzaba trabajosamente con base en aportes en

el ámbito diplomático), y polemizaba la pertinencia de los términos con que se

nombraba nuestra identidad (Latinoamérica, Indoamérica, Hispanoamérica,

Iberoamérica, América), la perspectiva de una mirada plural y de intercambio

abierto en el ámbito de la cultura, las artes y las ciencias abriría nuevos caminos

en el futuro.

BibliografíaHalperin Donghi, Tulio: José Hernández y sus Mundos. Edit, Sudamericana, Bs.As., 1985.Moyano, Julio: Prensa y Modernidad. Universidad de Entre Ríos, Paraná, 1996.Rama, Angel: La Crítica de la Cultura en América Latina. Bibliot. Ayacucho, Barcelona, 1985.Revista de Buenos Aires. Colección existente en el Museo Mitre, Buenos Aires.Revista del Paraná. Colección existente en el Museo Martiniano Leguizamón, Paraná. Rivera, Jorge: El Escritor y la Industria Cultural. Atuel, Buenos Aires, 2000.Thomas, A.J. y Van Wynen Thomas, Anne: La Organización de Estado Americanos. Edit. Uteha, México, 1968.

Ponencia presentada simposio internacional “El Proceso de Integración de las Américas”. Publicado en soporte CD-ROM, año 2000. Permitida su reproducción sin modificación, citando fuente y autoría.