LAS SEMILLAS DE UN JARDÍN

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LAS SEMILLAS DE UN JARDÍN Visión de futuro La pulsera verde Cadena de generosidad Como vela en candelero Rayos de luz en un mundo de sombras CAMBIA TU MUNDO CAMBIANDO TU VIDA

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LAS SEMILLAS DE UN JARDÍNVisión de futuro

La pulsera verdeCadena de generosidad

Como vela en candeleroRayos de luz en un mundo de sombras

C A MB I A TU MUNDO C A MB I A NDO TU V I DA

Page 2: LAS SEMILLAS DE UN JARDÍN

1. V. Efesios 4:1

2. Salmo 18:32

3. Eclesiastés 12:13 (dhh)

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Director Gabriel García V.Diseño Gentian SuçiProducción Samuel Keating

© Aurora Production AG, 2013www.auroraproduction.com Es propiedad. Impreso en Taiwán por Ji Yi Co., Ltd.A menos que se indique otra cosa, los versículos citados provienen de la versión RV, revisión de 1960, © 1960 Sociedades Bíblicas en América Latina; © renovado 1988 Sociedades Bíblicas Unidas. Utilizados con permiso.

Año 15, número 3

A N U E S T RO S A M IG O Sl a r a z ón de se r

Desde hace miles de años, filósofos y teólogos han procurado esclarecer uno de los grandes enigmas de nuestra existencia: ¿Qué otorga sentido a la vida? ¿Cuál es nuestra razón de ser? Todo el mundo anhela alcanzar la felicidad y sentirse realizado; pero ¿cuál es la felicidad verdadera y de dónde emana?

Los antiguos griegos entendían que la fuente de la felicidad es interior y que se cultiva llevando una vida plena. Tenían un término para ello, eudaimo-nía, que según Aristóteles es un estado de plenitud y armonía del alma como consecuencia de participar en actividades que nos obliguen a ejercitar nuestro talento y estimulen nuestras capacidades, de realizar acciones que redunden en beneficio de otros y de encauzar nuestra vida por una senda de principios y virtudes. No basta con poseer habilidad o disposición para algo; la eudaimo-nía exige que esa habilidad se traduzca en hechos.

En su Epístola a los efesios, el apóstol Pablo ruega a los cristianos que lleven una vida digna de su vocación1. Prosigue diciendo que para ello es necesario que actúen con humildad, mansedumbre, paciencia, tolerancia y amor, y que se esfuercen por estar en paz con sus semejantes.

Llevar una vida virtuosa y regirse por buenos principios parece una buena idea. Desafortunadamente, dada nuestra naturaleza imperfecta, los seres humanos no podemos alcanzar a pulso ese ideal. Los creyentes, sin embargo, podemos echar mano del poder divino para trascender nuestras limitaciones. «Dios es el que me ciñe de poder, y quien hace perfecto mi camino»2.

Salomón, considerado el hombre más sabio de la Historia, también descubrió lo inútil y estéril de una existencia centrada en uno mismo y en el mundo. No obstante, dio con una solución. En el libro de Eclesiastés, al término de su bús-queda de la felicidad y el sentido de la vida, concluye: «Ya todo ha sido dicho. Honra a Dios y cumple Sus mandamientos, porque eso es el todo del hombre»3.

En la medida en que aprendamos a centrar nuestros pensamientos y nuestros actos en Dios y en el bienestar de los demás, nuestra vida tendrá un norte y un sentido más trascendente.

Gabriel García V.Director

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Era un día primaveral, perfecto. Una brisa suave, cálida y sugestiva anunciaba el comienzo de la estación. Todo el mundo a mi alrededor estaba de buen humor. Pero a menudo sucede que en días así, cuando menos nos lo imagi-namos, Dios nos sorprende con pequeñas enseñanzas.

Aquella mañana recibí una carta inesperada de un amigo. Contenía un terrible manchón de malas noticias, suficiente para hundir mi nave de felicidad y unas cuantas más. Quedé deshecha. De repente, la alegría de los demás me resultó molesta. Solo deseaba que todos se fueran y se llevaran consigo su buen humor.

Todo tipo de pensamientos inquietantes se agolpaban en mi cabeza cuando recibí una llamada de mi vecina.

—Me cambiaron la cita con el médico para esta tarde, pero tengo un inconveniente: no habrá nadie en casa para cuidar de Valerie. ¿Crees

que podrías pasar un rato con ella hasta que yo vuelva?

Con un último petardeo, mi nave se fue a pique. ¿Hacer de niñera? ¿Yo? Lo último que deseaba era contaminar la infantil inocencia de una niña con mi miserable estado de ánimo.

Traté de escabullirme, pero finalmente acepté. «Pobre niña», pensé.

Al rato estaba en su apartamento, estresada y de mal humor.

Valerie entró corriendo —¡Tengo nuevos lápices de

colores! —exclamó.Viendo que ella sonreía, esbocé

una sonrisa forzada. —¿Quieres decir… que vamos a

colorear?La nena asintió con la cabeza

antes de desaparecer, y en un abrir y cerrar de ojos regresó con un male-tín rojo lleno de útiles de dibujo.

La verdad es que yo no tenía muchas ganas de colorear, pero hice de tripas corazón y ayudé a Valerie

a volcar todo sobre la mesa. Pusimos un CD de Chaikovski y comen-zamos a colorear una imagen de una mujer salvaje de larga cabellera multicolor. Sorprendentemente, el tiempo pasó volando, y me dejé transportar a una utopía de música clásica y creación artística.

Bueno, no sé si se podría llamar artística; digamos que fue una terapia.

Al cabo de tres horas habíamos creado varias obras abstractas y escuchado un montón de El lago de los cisnes, y yo había encontrado la paz. Ya con la mente despejada me di cuenta de que, aun cuando nos sobrevienen grandes decepciones o contrariedades, siempre hay una solución.

La mía fue simple. Inesperada. Revitalizante.

Y muy recomendable.

A nna Ther esa Koltes es escr itor a independiente y trota mundos. ■

ValerieterapiaAnna Theresa Koltes

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Paseando por uno de los jardines botánicos de Calcuta (India), me cautivaron los colores vivos y radiantes de las flores. Por unas horas me sentí trans-portado a un mundo magnífico, lejos del bullicio de la ciudad. Al salir pasé por la oficina para felicitar al personal por el buen trabajo que habían hecho en la disposición y el cuidado de las plantas.

Ese día se encontraba el director, quien se mostró muy abierto a entregarme información sobre el lugar. Me enteré de que el misionero William Carey fundó la institución en 1820 —es la más antigua de ese

tipo en toda la India— con el objeto de prestar una ayuda práctica a la población de la ciudad. Vio que los campesinos de la zona empleaban semillas de poca calidad y técni-cas agrícolas ineficientes. Quiso mejorar sus medios de subsistencia y ayudarlos a tomar conciencia de «la capacidad del suelo para enriquecer casi indefinidamente a una nación», según sus propias palabras.

Carey aspiraba a mucho más que la simple siembra y exhibición de flores bonitas. Reunió plantas casi extintas, cuidándolas en el jardín de la institución para asegurar su conservación. Asimismo importó de diversos países el maíz, el algodón, el té, la caña de azúcar y el quino1, e introdujo en esa región de la India el concepto de los cultivos a gran

escala. Logró convencer a otros de las bondades de su plan, y la sociedad que creó fue la primera en introducir una amplia variedad de cereales, cultivos industriales, frutales, verduras y otras plantas.

Me llamó la atención que el legado de Carey haya perdurado casi dos siglos desde que se le ocurrió la idea. El concepto de ese jardín fue algo muy innovador; probablemente tuvo que superar muchos obstáculos y se enfrentó a no poca oposición. Sin embargo, continuó con su labor, ade-más de cuidar a su esposa enferma, de traducir la Biblia a varios idiomas regionales y de intentar abolir el rito del satí (inmolación de las viudas).

El jardín fue trasladado varias veces hasta que finalmente, en 1870, se estableció en su actual ubicación,

1. Árbol de hoja perenne cuya corteza

se utiliza en la producción de la

quinina, un alcaloide antimalárico

Las semillas de un jardínCurtis Peter van Gorder

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D E J E M O S H U E L L A

La vocación de todo hombre y de toda mujer es servir a los demás. León Tolstói (1828–1910)

«A mí me gustaría contribuir a la vida con algo de belleza —dijo Ana en tono soñador—. No me interesa tanto que la gente sepa más […], aunque reconozco que esa es la más noble aspiración […]. Me encantaría lograr que la gente tenga una vida más agradable gracias a mí, que disfrute de pequeñas alegrías o de pensamientos felices que nunca habría tenido de no haber nacido yo». Ana Shirley en «Ana, la de Avonlea», de Lucy Maud Montgomery (1874–1942)

Imagínate al agricultor. Acaba de terminar un año difícil; se preocupa por el futuro. ¿Será mejor la cosecha del año que viene? Por muy descorazo-nado que esté, no puede quedarse en la casa, sentado a la mesa de la cocina, ensimismado en su taza de café. Tiene que pensar en el futuro y en su familia.

Así que se levanta y sale vacilante a sembrar. Vendrán vientos, caerá lluvia, brillará el sol. Con el tiempo crecerán los cultivos, y él volverá a su casa mucho más feliz, sabiendo que la cosecha está a salvo en el granero.

De no haber visualizado los resul-tados, jamás habría salido a sembrar. De no haber salido, no habría habido cosecha. Abandonemos nuestra zona de confort y salgamos a alcanzar nues-tras metas, aun cuando sean difíciles. Así dejaremos huella. Chris Hunt ■

donde ha sobrevivido a guerras, disturbios, sequías y catástrofes. Los extensos terrenos en que se encuen-tra se han avaluado enormemente y son ahora un costoso bien inmueble en el centro de la ciudad. Estoy seguro de que muchos querrían que se les diera un uso más rentable como parte de algún plan de urba-nización. Sin embargo, el jardín se ha convertido en un gran atractivo de la ciudad y es poco probable que muera a manos de la codicia. Pretender desarrollar un proyecto así hoy en día, en ese mismo lugar, sería una tarea monumental, por no decir imposible. Gracias a la previsión de Carey y a su ardua labor hace tantos años, la gente puede disfrutar hoy de un pequeño paraíso terrenal.

Esa visita me llevó a tomar con-ciencia de que lo que hacemos ahora puede tener enormes repercusiones

en el futuro y en las generaciones venideras. El trabajo de Carey en el jardín es una muestra del legado que podemos dejar. Él persiguió un ideal, el cual ha dado mucho fruto, tanto en sentido literal como figurado. A veces no apreciamos plenamente la magnitud de la influencia que ejercemos. Cada vez que entramos en contacto con una persona y la ayudamos, se inicia una reacción positiva que se va extendiendo a lo lago del tiempo. Todo jardín se empieza roturando el suelo y plantando la primera semilla.

Curtis Peter van Gor der es guionista e instructor de pantomima (http://elixir mime.com/). Vive en Bombay (India) y está afiliado a La Fa milia Inter nacional. ■

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Nunca olvidaré la pri-mera vez que asistí al festival de rock Exit, que se celebra anualmente a la sombra de una imponente fortaleza en Novi Sad, bonita ciudad serbia a orillas del río Danubio. Había escenarios en todas partes. Multitudes pulula-ban por las calles. Grandes tiendas de campaña resonaban con los más variados estilos de música. Se sentía el aroma del ćevapi —el plato de carne típico— y se respiraba un ambiente de fraternidad, informali-dad y libertad. Con todo y con eso, hubo un momento en que pensé que yo no iba a poder participar en el evento.

Había viajado desde Bosnia con un chico danés que, como yo, era voluntario, y unos colegas que organizaban labores humanitarias en Serbia y Kosovo nos recibieron a la entrada del recinto. El plan consistía en reunir a un grupo de 50 y tantos voluntarios que, por medio de la música, transmitieran

LA PULSERAVERDE

Mila Nataliya A. Govorukha

a la juventud el amor de Dios y dieran un mensaje contra las drogas y la violencia.

Nos habían asegurado el ingreso gratis; pero por desgracia eso no se materializó. Los organizadores nos ofrecieron un descuento, pero no podían dejarnos pasar sin pagar.

Mi compañero y yo no sabíamos qué hacer. No era tanto dinero, pero contábamos con escasos recursos. Si pagábamos la entrada nos arriesgá-bamos a quedarnos cortos de dinero para el viaje de regreso. Lo otro era volver inmediatamente a casa, sin realizar nada de lo que habíamos ido a hacer. ¡Cómo envidiábamos a los que llevaban las pulseras de color verde brillante que permitían entrar al recinto del evento!

Entonces se nos acercó una mujer a la que no conocíamos y se puso a conversar con nosotros. Cuando nos presentamos, exclamó:

—¡Uy, he oído hablar de su trabajo en Sarajevo! Tengo que ir a buscar algo; ¿me esperan un rato?

La mujer —que se llamaba María— regresó a los pocos minutos con un par de pulseras verdes, una para cada uno. Mientras nos ponía las pulseras en la muñeca comentó:

—Tenía pensando comprar algunos recuerdos, pero me parece más importante que ustedes puedan entrar.

Eso fue el comienzo de una magnífica experiencia en el festival Exit. Cantamos en las calles y en las plazas, distribuimos impresos cristia-nos, participamos en dramatizaciones cortas con mensaje, sostuvimos innu-merables conversaciones con gente de diversas edades y nacionalidades, oramos con cientos de personas y pasamos unos días inolvidables con nuestros amigos.

Gracias, María, por tu generosidad, que hizo posible nuestra participación.

Mila Nataliya A. Govorukha es profesor a de inglés y r ealiza labor es voluntar ias con una ONG en Jár kov (Ucr ania). ■

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Por momentos he tenido la impresión de que juego a ser una buena persona; por ejemplo, cuando me ofrecí de voluntario para realizar labores de socorro tras el terremoto y el tsunami que azotaron Japón el 2011. Por una parte deseaba since-ramente entregar ayuda a la gente y aliviar su situación; por otra, sabía que estaba bien visto querer colaborar y me daba cierta satisfacción que se me considerara una persona solidaria.

Así fue como me consagré en cuerpo y alma a las tareas de auxilio. Servir me hacía sentirme bien. Que se me reconociera mi altruismo, aún mejor. Al poco tiempo comencé a cuestionar por qué otras personas no se entregaban tanto como yo y me di cuenta de que miraba en menos a los demás. En cuestión de días todo se empezó a desbaratar.

El punto de quiebre llegó una mañana en que, por una ironía de la

¿A QUIÉN PRETENDO SERVIR?Gene Kato

vida, me quedé dormido. Mi tarea ese día era ser conductor en un con-voy que debía partir para Tōhoku a las 6 de la mañana; pero mi desper-tador falló. Una llamada telefónica me despertó a las 6:15. Salté de la cama y me alisté apresuradamente. ¡Cómo había podido permitir que me sucediera aquello! Mi novia tenía pensado acompañarme, pero yo andaba tan apurado que me fui sin ella.

Desde el instante en que arran-qué, el gusanillo de la conciencia me dijo que algo no andaba bien; pero lo desestimé, pues iba con un tremendo dolor de cabeza y un auto lleno de voluntarios entusiastas que me hablaban sin parar. No obstante, al cabo de una hora de marcha recibí una breve llamada de mi novia, que estaba furiosa, y una serie de men-sajes de texto muy airados, el último de los cuales decía: «Te detesto».

Tuve cinco horas de viaje para reflexionar. Cuanto más lo hacía, más me odiaba a mí mismo. En los meses anteriores había dejado atrás también a otras personas, porque no podían seguirme el ritmo o porque yo quería estar solo en la vanguardia.

Aquella noche llamé a mi novia y le pedí que me perdonara. Nos reconciliamos, y luego pasé un rato hablando con Jesús para pedirle per-dón a Él también. Quisiera creer que algunas cosas cambiaron aquel día. No tanto en mis acciones, sino en mi manera de proceder. Tengo todavía muchas metas que me he propuesto, pero quiero cumplirlas como lo haría Jesús, con amor y amabilidad. Solo así perdurará y solo así tendrá sentido lo que yo construya.

Gene K ato vive en Japón. Está afiliado a La Fa milia Inter nacional. ■

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Hebreos 13:21 dice: «No se olviden de practicar la hospitalidad, pues gracias a ella algunos, sin saberlo, hospedaron ángeles».

De pequeña ya conocía ese versículo. Hasta recuerdo imaginarme que las personas con las que interactuaba eran ángeles de incógnito, lo que me motivaba, en la mayoría de los casos, a tratarlas con cortesía y amabilidad. Por desgracia, conforme me fui haciendo grande cada vez me resultaba más fácil adoptar una actitud dura y mantener las distancias.

A los diecisiete años, sin embargo, tuve una experiencia que hizo que ese y otros versículos sobre la amabilidad cobraran vida para mí. En aquel entonces mi familia vivía en Taiwán. Resulta que yo tenía hora para hacerme una revisión en el hospital. Mi papá había quedado en encontrarse allí conmigo para explicarme lo que dijera el doctor, ya que yo todavía no dominaba el chino como para entender la termino-logía médica. El caso es que mi papá se demoró más de la cuenta, y me entró pavor de pensar que tendría que arreglármelas sola en aquellas circunstancias.

Mientras intentaba rellenar un formulario en chino, un muchacho que hablaba inglés con soltura se me acercó y me preguntó si necesitaba ayuda. Presionada, y no sabiendo cómo reaccionar, me mostré un poco

molesta y distante. Así y todo, acepté su ayuda a regañadientes, pues ¡qué otra cosa iba a hacer!

Una vez que terminamos con los formularios, el muchacho me ayudó a encontrar el piso y la sala de espera de mi médico. Cuando se fue, respiré aliviada y llamé a mi papá para indicarle en qué parte del hos-pital me encontraba. Me llamaron a la consulta, pero mi padre todavía no aparecía. Entré al consultorio del doctor y le pregunté si hablaba inglés. Me dijo que no.

Me disponía a irme fastidiada cuando de pronto se abrió la puerta, y el mismo joven que me había ayu-dado antes entró sin previo aviso y dijo que con mucho gusto haría de intérprete. Hubiera debido mostrarme agradecida, pero no pude ocultar mi enfado ante una situación tan incómoda.

Por fin terminó la cita.—Será mejor que me quede contigo hasta que llegue

tu padre, no vaya a ser que necesites mi ayuda otra vez —dijo el muchacho cuando salíamos del consultorio.

En lugar de ponerme a conversar con él, me quedé en silencio con los brazos cruzados.

Cuando llegó mi papá después de tanto esperarlo, enseguida se puso a conversar animadamente con el muchacho. A la hora de despedirse, se dieron la mano efusivamente. Yo extendí también la mano para

Aunque no sean ÁNGELes

Sonia Purkiss

1. nvi

2. Colosenses 3:12 (nvi)

3. V. Tito 3:1,2

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despedirme, pero el chico retrocedió y con las manos en alto, dijo:

—No fue nada. Fue un placer poder ayudar.De camino a casa tuve tiempo para arrepentirme

de mi actitud. ¿Por qué había sido tan maleducada con él? «No fue culpa suya que mi padre no estuviera presente para ayudarme. La verdad es que se mostró muy servicial». Se me ocurrió entonces que si aquel joven hubiera sido un ángel, yo habría sacado un cero en amabilidad. En los días siguientes recordé muchas veces aquel incidente, no tanto para determinar si me había topado con un ángel, sino más para recapacitar sobre cómo trataba yo a las personas.

En realidad, el que fuera o no un ángel era lo de menos. Lo sucedido aquel día me hizo ver la impor-tancia de tratar a las personas con cortesía y respeto, independientemente de quiénes sean. Una persona se había desvivido por ayudarme y ¿cómo se lo había pagado? Adoptando una actitud altanera y guardando las distancias. Ni siquiera le pregunté cómo se llamaba.

¿Qué me habría costado mostrarme amable y agradecida como habría hecho Jesús? Probablemente solo una pizca de mi orgullo.

Tenía la esperanza de volver a encontrarme con ese muchacho para pedirle perdón y disculparme por

mi descortesía; pero no siempre se nos concede una segunda oportunidad. Yo no la tuve. Lo único que podía hacer era tomar la resolución de que aquella experiencia produjera un cambio en mí, de modo que la siguiente vez, con otra persona, me portara mejor.

Aunque otros sean desatentos o inclusive groseros —que no fue el caso aquella vez—, la Palabra de Dios nos insta a revestirnos «de afecto entrañable y de bon-dad, humildad, amabilidad y paciencia»2 en nuestro trato con los demás. Nuestra conducta amable no debe estar supeditada al trato que recibamos.

Desde entonces ya no ando buscando ángeles que vayan de incógnito, aunque no niego que sería emo-cionante conocer a alguno. Más bien me concentro en seguir el ejemplo que nos dio Jesús, el cual siempre estaba dispuesto a hacer el bien, ser considerado, pacífico y atento con los demás, y no hablar mal de ellos3. Yo debo procurar hacer lo mismo, aunque no sean ángeles.

Sonia Pur kiss es encargada de producción de Just1Thing (http://just1thing.com/), portal de Inter net que ofr ece lectur as de temática cr istiana par a adolescentes. ■

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La esencia de la vida cristiana es manifestar el amor de Dios a las personas que Él a diario pone en nuestro camino. Refiriéndose a ello, el apóstol Pablo llegó a decir: «Es el amor de Cristo el que nos apremia»1. Sean cuales sean las vías concretas que Dios nos indique para transmitir Su amor en nuestra parte del planeta, Él nos ha llamado a ser «la luz del mundo» y dice que «ha de lucir [nuestra] luz ante los hombres, para que, viendo [nuestras] buenas obras, glorifiquen [al] Padre, que está en los cielos»2.

A lo largo de los siglos, desde los albores del cristianismo, han sido muchas las ocasiones en que los cristianos fueron considerados una fuerza positiva en sus respectivas colectividades, y de esa manera dieron a conocer su mensaje. Incluso cuando las otras personas no adopta-ban la fe cristiana ni comprendían la

COMO VELA EN CANDELERO

religión que profesaban ellos, incluso cuando la sociedad los persiguió y los difamó, sus gestos amables y sus buenas obras claramente brillaron ante todos y suscitaron en la gente el deseo de entender qué los hacía destacarse tanto del resto. El apóstol Pedro nos aleccionó en ese sentido: «Mantengan entre [los incrédulos] una conducta tan ejemplar que, aunque los acusen de hacer el mal, ellos observen las buenas obras de ustedes y glorifiquen a Dios en el día de la salvación»3.

Si cada uno de nosotros procura tender la mano a sus vecinos y ofre-cer asistencia —de índole espiritual, práctica o de ambos tipos— a las personas con las que Dios hace que entre en contacto, si nos esforzamos por manifestar el amor de Dios a los demás y mejorar su calidad de vida en la medida de nuestras posibilida-des, ese buen ejemplo cundirá y será como una «luz sobre el candelero»4.

Al salir al encuentro de nuestros vecinos y traducir nuestra fe en acciones tangibles que expresen nuestro amor y preocupación por los

demás, damos vivo ejemplo del amor de Dios. Aunque no dispongamos de mucho tiempo ni de grandes recursos, podemos brindar apoyo a la comunidad y tomar la iniciativa de satisfacer determinadas necesidades, mostrándonos solidarios dentro de lo posible e interesándonos por el bienestar y la calidad de vida de los demás. Al obrar así, llevamos a la práctica el amor de Dios.

Peter A mster da m y su esposa, M ar ía Fontaine, dir igen el movimiento cr istiano La Fa milia Inter nacional. ■

1. 2 Corintios 5:14 (blph), énfasis añadido

2. Mateo 5:14,16 (nc)

3. 1 Pedro 2:12 (nvi)

4. Mateo 5:15

Trata a todos con cortesía, incluso a quienes son grose-ros contigo; no porque ellos sean atentos, sino porque tú lo eres. Anónimo

El menor acto de amabilidad vale más que la mayor intención. Gibran Jalil Gibran (1883–1931)

Adaptación de un artículo de Peter Amsterdam

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Marta, mi vecina, pasó a mejor vida esta semana tras una larga lucha con un enfisema. La extrañaré. De hecho, en los últimos días he pensado mucho en ella.

Cuando mi marido, Dan, y yo nos mudamos al vecindario, Marta nos invitó a su casa a tomar un té con galletas. Nos sentamos en la sala, que mantenía inmaculada, y hablamos de nuestra familia y de la obra voluntaria que habíamos llevado a cabo en México. Nos sentimos muy a gusto, y yo muy agradecida de contar con una vecina como ella, que se preocupó de comu-nicarnos que éramos bien recibidos.

Estos últimos ocho años, casi todos los días he mirado por la ventana y elevado una oración por Marta. Sentía que debía velar por su bienestar y ponerme a su disposición cuando me necesitara.

Es que Marta vivía sola. No tenía hijos, y su marido ya había fallecido.

Como su salud se fue deteriorando en el último año, Dan recogía el periódico cada mañana y se lo dejaba junto a la puerta para que ella pudiera recogerlo con facilidad. Un día advertí que el jardinero estaba cortando el pasto de su jardín. Al cabo de un rato el ruido de la máquina se oyó más fuerte, y me di cuenta de que estaba cortando también el nuestro. Marta me hizo una seña desde su puerta, dándome a entender que era una forma de agra-decernos la consideración de Dan.

Yo admiraba el jardín impecable de Marta. Fue un honor para mí que me pidiera que me encargara de sus plantas cuando se fue de vacaciones. Sus plantas eran como sus mascotas. Las cuidaba con esmero y cariño, y estaban espléndidas.

El otro día vino a vernos su mejor amiga. Hablamos un rato, y nos explicó que Marta había abierto un fideicomiso y que el banco se

Joyce Suttin

quedaría con su casa. Le pregunté acerca de las plantas, y me aconsejó que las recogiera y las cuidara, pues una vez que vinieran los del banco y cerraran la propiedad, las plantas del patio trasero se perderían. De nuevo me sentí honrada. Sus plantas le traían mucha alegría. Ahora me la darían a mí y a mi familia.

Marta me enseñó mucho. Quiero asegurarme de que su legado de cariño y amistad perdure tanto como sus plantas. En el futuro me preocuparé de dar la bienvenida a las personas que lleguen al vecin-dario; no con el ánimo de curiosear o meterme en su vida, sino para expresarles que estoy a su disposición si les hace falta cualquier cosa. Todos necesitamos un buen vecino de vez en cuando.

Joyce Suttin es maestr a y escr itor a. Vive en San A ntonio (Estados Unidos). ■

Recuerdos de Marta

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Conservar la salud requiere esfuerzo; no es algo que se dé por sí solo. Generalmente supone algún sacrificio, un replanteamiento de nuestro orden de prioridades y una renuncia a ciertos placeres que pueden resultar perjudiciales. La buena salud a largo plazo exige una inversión de toda una vida; pero es lo más juicioso que se puede hacer. Mejor es hacer algo todos los días para robustecer nues-tro organismo que despreocuparnos y sufrir graves trastornos.

En lo que a salud se refiere —al igual que en muchos otros aspectos de la vida—, Dios no hace por noso-tros lo que nosotros mismos podemos y debemos hacer. Normalmente no

VIDA SANAnos libra de las consecuencias negati-vas que sufrimos cuando, pudiendo escoger, optamos por lo menos sano.

Principios esencialesFelizmente, Dios ha establecido

preceptos muy claros para conser-var la salud, los cuales se pueden clasificar en tres grandes categorías: espirituales, emocionales y físicos. En lo espiritual, la clave está en vivir en armonía con el Señor, descubrir el plan que Él tiene para nosotros y seguirlo. En lo emocional, un factor importante es mantener una actitud positiva, la cual reduce el estrés, la ansiedad y la angustia y es un paliativo para otras emociones negativas que inciden en nuestra

salud y felicidad. Y en el aspecto físico, lo esencial puede resumirse en este sencillo axioma: «Comer bien, dormir bien y hacer buen ejercicio».

Comer bien se reduce a seguir unas pocas pautas relativamente simples. Eso sí, será sencillo, pero no siempre fácil. Aunque modificar malos hábitos alimenticios requiere determinación y planificación, es impresionante lo rápido que se le despierta a uno el apetito por las comidas sanas y pierde el gusto por las malsanas.

Dormir bien puede parecer muy fácil, pero hoy en día mucha gente trata de desempeñarse con déficit de sueño. Si bien es cierto que algunas personas necesitan dormir menos

Adaptación de un artículo de María Fontaine

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diferir mucho de lo que resulta en otro. Además, las necesidades de una misma persona cambian con el tiempo a medida que entran a tallar otros factores. ¿Cómo saber, entonces, qué es lo mejor para cada uno de nosotros? Muchos autodeno-minados expertos ofrecen consejos que contradicen la información que dan otros. Por épocas se proclaman las bondades de determinadas dietas o alimentos, que luego se rectifican o se impugnan. ¿Qué programa nos conviene seguir entonces? El único que sabe con exactitud lo que más nos conviene es nuestro Creador. Él desea trabajar mano a mano con nosotros para que gocemos de una salud óptima.

¿Por qué no le pides que te enseñe qué modificaciones debes introducir en tu régimen alimenticio o en tu programa de ejercicio? A veces Él nos habla justamente por medio de nuestro organismo. Por ejemplo, ese dolor que se agudiza día a día podría ser señal de que te estás excediendo o de que no estás realizando correcta-mente cierto ejercicio.

Mantenerse en forma es una opción de vida

La meta consiste en formarse el hábito de comer y dormir bien y hacer suficiente ejercicio toda la vida, no solo por unos días o unas semanas hasta reducir la cintura unos centímetros y poder usar una talla o dos menos. Si no corregimos

los malos hábitos que nos acarrea-ron esos centímetros de más, en poco tiempo los recuperaremos. Por eso las dietas y los programas de ejercicio que prometen resultados vertiginosos suelen ser ineficaces: están orientados hacia el corto plazo en vez de centrarse en prácticas regulares que generen cambios duraderos. Puede que en algunos casos haya que seguir un programa de corta duración para recobrar la salud o bajar de peso; pero después, si se quiere consolidar el terreno ganado, es preciso cultivar hábitos a largo plazo.

Si estás decidido a cambiar de costumbres en procura de un estilo de vida más sano, lo primero que debes plantearte es: «¿Qué puedo hacer para comer bien, dormir bien y hacer buen ejercicio a diario?», «¿Qué aspectos de mi mentalidad o forma de vida debo cambiar?», y: «Concretamente, ¿qué programa es el mejor para mí?»

Aunque inicialmente sustituir los malos hábitos de salud por otros mejores exija determinación, estudio y planificación, lo bueno es que con el tiempo se logran progresos auto-sostenibles. Nos sentimos tanto mejor que eso nos motiva a no abandonar lo que nos produce ese bienestar.

M ar ía Fontaine y su esposo, Peter A mster da m, dir igen el movimiento cr istiano La Fa milia Inter nacional. ■

que otras, las presiones de la vida moderna impulsan a muchos a llevar una vida ajetreada a costa de dormir menos horas de las que el organismo nos pide para gozar de óptima salud. Es un contrasentido, pues cuando hemos descansado bien, aprovecha-mos mejor las horas de vigilia.

Las personas que no tienen por costumbre hacer ejercicio regularmente tienden a minimizar la actividad física. Es más difícil hacer caso omiso de la necesidad de dormir, porque los efectos se sienten enseguida. En cambio, las consecuencias negativas de la falta de ejercicio son parecidas a las de una alimentación deficiente: tardan más en hacerse notar. El ejercicio da oportunidad al organismo de desintoxicarse y repararse. Además fortalece los músculos, huesos y órganos internos. Estimula nuestro sistema inmunológico y nos ayuda a mantener un peso corporal acep-table. Prácticamente no hay célula del organismo que no se beneficie cuando uno practica con regularidad algún tipo de ejercicio que sea adecuado para él.

Un programa personalizado

Las pautas básicas para la buena salud son universales; sin embargo, como hay grandes disparidades de edad y de constitución, y además cada uno tiene sus preferencias, lo que resulta en un caso puede

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En un día gris y lluvioso, sentada frente a la ventana en una pequeña casa de ladrillo de Leicester (Inglaterra), estuve observando los riachuelos que formaba la lluvia sobre el cristal. Un amigo me había dejado su casa mientras él estaba de viaje. Yo me encontraba en la ciudad para atender a un ser querido en la fase terminal de su enfermedad. El viaje en autobús de la casa hasta el hospital, donde me pasaba la mayor parte de los días, tomaba media hora.

Había ahorrado para aquel viaje, tomándome dos semanas de permiso sin sueldo y dejándome unos días extra por si acaso necesitaba prolongar mi estancia hasta que llegara otro familiar a ocupar mi lugar. Sin embargo, las dos semanas ya se habían convertido en tres, y el otro pariente seguía sin llegar. Ya me estaba quedando sin dinero, y en mi fuero interno comenzó a preocuparme cuánto tiempo más iba a poder continuar con mi reducido presupuesto.

Esa noche llamé a mi amiga Miriam y le expliqué la situación.

—Iré enseguida —dijo—. Puedo tomarme una semana libre en el trabajo y encantada te acompañaré.

La noche siguiente recogí a Miriam en la terminal de autobu-ses. Diluviaba, pero yo estaba tan agradecida de verla que apenas me di cuenta. Su llegada fue una respuesta a mis oraciones. Tuve la impresión de que, con la presencia de mi amiga, Dios me estaba tendiendo los brazos, y lo mismo a mi familiar enfermo.

Ella no solo me ayudó econó-micamente —compró la comida para esos días y alquiló un auto, lo cual facilitó los trayectos de ida y vuelta al hospital y las pequeñas salidas con nuestro paciente—, sino que también me dio el apoyo moral que tanto necesitaba. Luego de presenciar el sufrimiento que se vive a diario en el pabellón de oncología, yo había tocado fondo emocionalmente.

—¿Cómo te podré pagar este favor? —le pregunté a Miriam cuando me despedí de ella con un abrazo.

—No te preocupes por eso. Estoy contenta de haber podido ayudarte.

Cuando pensaba que nadie era consciente de que me hallaba en una situación desesperada, Dios me demostró que Él sí lo sabía, tocando el corazón de una amiga que res-pondió y fue a rescatarme. Aquella experiencia me recordó cuánta bondad hay en muchas personas.

La próxima vez que Dios me indique que sea una samaritana para algún necesitado, sé que me sentiré más inspirada para responder a la llamada recordando lo que significó para mí la ayuda de Miriam.

Iris Richard es consejera. Vive en Kenia, donde ha participado activamente en labores comunitarias y de voluntariado desde 1995. ■

Creí que nadie lo sabíaIris Richard

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Es poco probable que uno llegue a tener la vocación de patriarca de naciones que tuvo Abraham1. No muchos tenemos la fuerza de Sansón para castigar a los malhechores2. Rara vez se nos concede, como a Ester, la responsabilidad de salvar a nuestro pueblo3. La mayoría carecemos de la valentía del profeta Daniel, que arriesgó su vida y su integridad física en defensa de su fe4, y menos el vigor del apóstol Pablo, que evangelizó casi todo el mundo conocido de su época5.

La mayoría nos asemejamos más a esos individuos anónimos que aparecen en los Evangelios, como

los que se sentaron en la hierba a escuchar a Jesús y comer pan y pescado. Como ellos, tenemos la esperanza de que Sus palabras penetren en nuestro corazón y transformen nuestra vida6. Desde luego, Él nos ha dado mucho que digerir.

No es menester que realicemos algo excepcional o llamativo para que nuestra vida valga la pena. El secreto está en descubrir cuál es el llamado de Dios para nosotros y en determinar la mejor manera de cumplirlo. Algunas de las vidas más emblemáticas se edifican a base de pequeños actos e innumerables gestos.

Dios mío, dame fe para creer, amor para dar preferencia a los demás, confianza para compartir con quienes sufren necesidad, fuerzas para hacer lo que haya que hacer, paciencia para escuchar y amabilidad para prestar atención a los que me rodean.

Me gustaría ser una persona más bondadosa y altruista, como Tú. Te ruego que entres en mi vida y me llenes de Tu Espíritu de amor, para que aprenda a pensar más en los demás. Ayúdame a llevar una vida plena, no necesariamente a causa de mis grandes logros, sino por todas las pequeñas acciones, amorosas y expresivas, que realice día tras día, no buscando la fama o alguna compensación, sino por el deseo de seguir Tus pasos, los del Hombre que fue por todas partes haciendo el bien7.

A bi M ay es docente, escr itor a y promotor a voluntar ia de sa-lud. Vive en el R eino Unido. ■

1. V. Génesis 12

2. V. Jueces 16

3. V. Ester 4

4. V. Daniel 6

5. V. Hechos 13–15,18

6. V. Mateo 14

7. V. Hechos 10:38

UNA VIDA PLENAMomentos de sosiego

No todos podemos hacer grandes cosas, pero sí pequeñas cosas con una gran medida de amor. Frase anónima, a menudo atribuida a la madre Teresa de Calcuta (1910–1997)

¿No tiene derecho el alfarero de hacer del mismo barro unas vasijas para usos especiales y otras para fines ordinarios? Romanos 9:21 (nvi)

Abi May

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De Jesús, con cariño

DEDICA TIEMPO A LOS DEMÁS

Es fácil que, aun siendo una buena persona, te encierres en tu propio mundo. Al fin y al cabo, sientes que no das abasto con el trabajo y las obligaciones que tienes. No es de extrañar, pues, que te parezca que dispones de muy poco tiempo para ir al encuentro de los demás.

Cuando estuve en la Tierra, Yo también tuve mucho que hacer, particularmente durante Mi ministerio público. Apenas contaba con tres años y medio para cumplir Mi misión. Así y todo, dedicaba tiempo a las personas, aun a las que, según algunos, no se lo merecían. Dejé que los niños vinieran a Mí. Charlé con la samaritana. Vi a Zaqueo subido en un árbol y le pedí que me invitara a su casa. Me preocupé de levantar el ánimo a

miles de personas, mediante incontables con-versaciones aparentemente tan triviales que no quedaron registradas en los Evangelios. Sin embargo, cada una de ellas tuvo un efecto importante en la vida de alguien. Si Yo me detenía a manifestar un poquito de amor, bondad y comprensión a quienes me rodea-ban, tú también puedes hacerlo.

Si comunicas amor con detalles así, Yo verteré un mayor caudal de Mi amor sobre ti, a fin de que tengas más para dar y para disfrutar. Verás que el esfuerzo que hagas por entregarte más al prójimo terminará no siendo un sacrificio. Te lo compensaré con creces, dándote mayor inspiración y otras bendiciones; y también te lo retribuirán las personas a las que dediques tiempo.