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LAS SIRENAS Por Rodrigo FUENZALIDA Bade Capitán de Navio (R) Armada de Chile I QUEREMOS saber a ciencia cierta qué es una sirena, hay muchas definiciones. Existe un glosario de un humorista francés en el que dice con mucha agudeza que una sirena es “ un ser mitad mujer y mitad pez, cuyo grito anuncia los ataques aéreos y las salidas de las fábricas“. Pero ¿co- rresponde esto a lo que es la realidad? ¿Es fá- cil evadirse, esta vez seriamente, entre tantas otras sirenas, ya sean de las ambulancias, de los coches de policía, del ruido que emiten los bu- ques en la niebla; no olvidando, claro, a todas esas mujeres, más bien insólitas que, quiérase o no, obsesionan la imaginación de los hombres ? La verdad es que encontramos sirenas por todas partes. El nombre en el fondo no es más que una quimera, una idea y una imagen a la vez, una ficción, que puede estar encarnada en objetos inanimados o en seres de carne y hueso, que nos viene de los tiempos más remotos; es quizás el último sobreviviente de las antiguas mitologías, del conglomerado de dioses y dio- sas griegos, romanos, nórdicos, egipcios, etc. que la humanidad engendró desde su nacimien- to, que eran incontables, pues representaban desde el amor hasta la muerte; desde el cielo a las profundidades del mar; desde la belleza has- ta la deformidad. Los había de diferentes carac- terísticas, poderes extraordinarios, inmortales, pero con descendencia vulnerable a la muerte, capaces de crear cosas imposibles, de transfor- marse en lo que quisieran* enormemente pode- rosos y representados con diferentes nombres en cada mitología. Pues bien, todos ellos han desaparecido sin dejar huella, menos la sirena, que aún vive, como prototipo, omnipotente, ubicuo y protei- forme. Y sigue atizando nuestros temores y de- seos. ¿Acaso alguien se acuerda de las ninfas, de los elfos, las sílfides, las dríadas? Ha desa- parecido el dios Pan. Nadie piensa en Apolo, só- lo algunos aficionados a la gimnasia. Baco qui- zás sea uno de quienes los hombres de hoy man-

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LAS SIRENASPor

Rodrigo F U E N Z A L ID A Bade Capitán de Navio (R)

Armada de Chile

I QUEREM OS saber a ciencia cierta qué es una sirena, hay muchas definiciones. Existe un glosario de

un humorista francés en el que dice con mucha agudeza que una sirena es “ un ser mitad mujer y mitad pez, cuyo grito anuncia los ataques aéreos y las salidas de las fábricas“ . Pero ¿co­rresponde esto a lo que es la realidad? ¿Es fá­cil evadirse, esta vez seriamente, entre tantas otras sirenas, ya sean de las ambulancias, de los coches de policía, del ruido que emiten los bu­ques en la niebla; no olvidando, claro, a todas esas mujeres, más bien insólitas que, quiérase o no, obsesionan la imaginación de los hombres ?

La verdad es que encontramos sirenas por todas partes. El nombre en el fondo no es más que una quimera, una idea y una imagen a la vez, una ficción, que puede estar encarnada en objetos inanimados o en seres de carne y hueso, que nos viene de los tiempos más remotos; es quizás el último sobreviviente de las antiguas

mitologías, del conglomerado de dioses y dio­sas griegos, romanos, nórdicos, egipcios, etc. que la humanidad engendró desde su nacimien­to, que eran incontables, pues representaban desde el amor hasta la muerte; desde el cielo a las profundidades del mar; desde la belleza has­ta la deformidad. Los había de diferentes carac­terísticas, poderes extraordinarios, inmortales, pero con descendencia vulnerable a la muerte, capaces de crear cosas imposibles, de transfor­marse en lo que quisieran* enormemente pode­rosos y representados con diferentes nombres en cada mitología.

Pues bien, todos ellos han desaparecido sin dejar huella, menos la sirena, que aún vive, como prototipo, omnipotente, ubicuo y protei- forme. Y sigue atizando nuestros temores y de­seos.

¿Acaso alguien se acuerda de las ninfas, de los elfos, las sílfides, las dríadas? Ha desa­parecido el dios Pan. Nadie piensa en Apolo, só­lo algunos aficionados a la gimnasia. Baco qui­zás sea uno de quienes los hombres de hoy man-

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Ulises y las Sirenas. Vaso griego. Museo británico.

tienen más en el recuerdo. Venus incluso, pare­ce haber perdido algún terreno. Habiendo sido expulsado de las playas y los concursos de belle­za por su falta de indumentaria, ha recuperado su fama gracias a los experimentos astrofísicos, igual que Marte y otros que sólo se nombran en el campo científico o en la navegación as­tronómica.

La sirena, en cambio, ¿dónde no hay un lugar que no se llame así? Numerosas fuentes y estatuas adornan ciudades, especialmente eu­ropeas, con sus figuras. ¿Quién no conoce la famosa “ Sirenita” de Copenhague, la de los cuentos de Andersen? También aparecían co­mo mascarones de proa en aquellos románticos buques a la vela, hoy virtualmente desapareci­dos. El año 1946 el modista francés Marcel Ro­chas creó la línea Sirena, caracterizada por un bordado de lentejuelas. La famosa actriz Mari- lyn Monroe luciría más tarde un vestido seme­jante. En las películas de cine suelen aparecer en su aspecto de mujeres—peces. Hay innume­rables adornos en artículos comerciales.

Cajas de atún enlatado- óstentan sirenas en sus nombres y en pequeñas figurillas, así co­mo en latas francesas de bonito, acompañados de algún tritón. Ninfas y Náyades. (Tarjeta postal).

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La famosa sirenita de bronce que se halla a la entrada del puerto de Copenhague. (Prota­gonista de un cuento de Andersen).

También se esculpían en la popa de los grandes navios o en las tapas de los radiadores de los primeros automóviles.

También figuran en ellas de cerveza dane­sa, en algunos cigarros puros, en cigarrillos del oriente, en cajas de fósforos y en emblemas de ciertos vinos del Rin.

Figuran en escudos de ciudades y Van Gogh inmortalizó el restaurante “ La Sirene” , en Montmartre. Se halla en los clubs, cabarets y discotecas y en todas partes donde pueda explo­tarse su seducción. Los viejos marineros, en cier­tos barrios de puertos europeos, se hacen tatua­jes perpetuándolas en los brazos, espalda o pe­cho, por medio de bisturís eléctricos. Y hasta figuran en los poemas en que se hacen loas al mar. ¿Y quién habrá visto una película de dibu­jos animados en que no aparezca úna sirena ma­rina?

Serían seres fabulosos creados por la lite­ratura griega y son consideradas como divinida­des inferiores cuya paternidad se atribuye al río Aqueloo o a Forcés, y la madre sería en al­gunos relatos Stérope, una de las Musas o Gea. El origen del mito es muy antiguo y parece que las sirenas formaban parte de las divinidades in­fernales. Hasta una época muy tardía no se des­cribe su forma, diciéndose que tenían cuerpo de pájaro y cabeza de mujer, pues los autores más antiguos que las citan no dan ningún pormenor sobre su estructura física. Podría creerse, pues, que como tantos otros seres míticos, habían si­do concebidas de diferente manera según las épocas, pues hay testimonios de que desde fe­cha muy antigua se les atribuía aquella forma; estos testimonios son los vasos pintados que reproducen sirenas de tal naturaleza desde el estilo de las figuras negras (por ejemplo una hi- dria ático—corintia del Louvre, encontrada en Caeré, adornada con dos pájaros con cabeza de mujer, llevando uno de ellos una inscripción que declara ser una sirena). En un vaso más re­ciente se reproduce esta forma.

En cambio, la literatura nos describe su carácter moral, su canto embelesador que atraía a los hombres que pasaban cerca de ellas; si no resistían a tal seducción, su muerte era segura.

Quizás si la cita más antigua de las sirenas sea la “Odisea” en su canto X II, cuando Ulises, hijo de Laertes, encuentra, luego de haber aban­donado la morada de los muertos, a la maga Circe, que le previene: “ Todos esos peligros se han desvanecido. Escúchame con atención; te diré los que te esperan todavía; quieran los dio­ses que no olvides mis palabras. Primero se pre­sentarán en tu camino las sirenas, esas hechice­ras que fascinan a todos los hombres que se les acercan. ¡Desgraciado del imprudente que se pare a escuchar su canto! Jamás volverá a ver su hogar, su mujer y sus niños no podrán estre­charlo en sus brazos, ni podrán celebrar su re­greso con muestras de alegría. Las sirenas, sen­tadas en un verde y sonriente prado, cautivan a los mortales por la dulce armonía de sus voces; pero en torno a esos lugares, sólo se perciben montones de huesos y de cadáveres infestos que se pudren lentamente al sol. Pasa rápidamente ante esas riberas tras haber cerrado con cera perfumada los oídos de tus compañeros. A ti te será permitido escuchar dichos cantos, pero siempre que te aten estrechamente por pies y

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manos al mástil de tu navio alado, a fin de que puedas gozar sin peligro de la melodía de sus voces../’

De esta escena hay numerosas representa­ciones en vasos pintados y de Ulises amarrado al mástil, se encuentra en todas las enciclopedias. En el Museo Británico hay un vaso griego intac­to, donde se ven las sirenas con cuerpo de pája­ro, como se aprecia en la figura.

Estas palabras de Circe se repetían, sin duda, desde hacía mucho tiempo, de boca en boca, aprendidas de memoria, cantadas luego por los aedas ambulantes, generalmente ciegos, propagadas de ciudad en ciudad, de isla en isla, hasta que un poeta desconocido y como por ca­sualidad tuerto, llamado Homero, las fijara de­finitivamente en versos hexámetros hace apro­ximadamente veintiocho siglos, para que, gra­cias a la escritura alfabética, copiada por los griegos a los fenicios, su mensaje llegara hasta nosotros, costara lo que costara, poniéndonos en guardia contra los sortilegios de las sirenas y, en consecuencia, contra el poder de ciertas mu­jeres designadas, más tarde, con el apodo de “ fatales” , símbolos del amor imposible, del

* wmvJSEfrllEl pájaro "Syrin" del folklore ruso

amor que mata, guardianes en una palabra de algún secreto del sexo que no debe ser revelado a nadie. ¡Desgraciado del que quiere probar el fruto prohibido..., espejismos..., quimeras..., el mal hecho mujer i

Como era de esperar, Ulises resiste y esca­pa alas deslumbrantes promesas. Igual cosa ocu­rre con Jasón y los argonautas. Orfeo los vence con su canto y Jasón puede pasar sin dificultad. Por el lugar a que se suponía referirse el relato de la Odisea, se situó su isla en el occidente del Mediterráneo. En Homero, las sirenas sólo son dos. Más tarde su número es de tres. El nombre más antiguo que se conoce de una sirena lo te­nemos por un vaso del Museo Británico que nombra a una de ellas, Himeropa. Después se llaman Peisinoe, Aglaofe y Telxiépeia, o bien Parténope, Ligia y Leucosia. Una de las leyen­das referentes a ellas trata de un concurso de canto con las Musas, presidido por Hera, en el que fueron vencidas. Tenían dedicado un tem­plo en Sorrento.

El origen del mito de las sirenas se ha . discutido. Él alemán Furtwängler cree ser asiá­tico, pero lo que parece más lógico es reunirías al grupo de las harpías, erinias y otras divinida­des infernales y ver en ellas encarnaciones del espíritu de los muertos.

Con su fracaso ante Ulises y luego frente a los argonautas, la leyenda dice que las sirenas se suicidaron para obedecer a un oráculo que las condenaba a morir si un mortal conseguía pasar cerca de ellas sin pararse. Por ello se arro­jaron al mar y fueron convertidas en islotes o peñascos de las Sirenusas, que se encuentran' cerca de las costas italianas. Una de ellas, Par­ténope, vencida por Ulises, se arrojó al mar del mismo modo que sus hermanas, yendo a parar su cadáver a un lugar de las costas de Campa­nia, en donde se levantó un altar y en torno de éste se fundó la ciudad de Nápoles. En su honor se celebraba una fiesta todos los años.

Estas sirenas griegas no tienen nada que ver con nuestras sirenas familiares que comien­zan con busto de mujer y terminan, a partir del ombligo, con cola de pez. La imagen más apro­piada para relacionarlas con el canto es el cuer­po de pájaro; de allí viene por otra parte su nombre (sir significa, en fenicio, canto); en cuanto al Syrinx, es propiamente uno de los nombres de la flauta de Pan.

No debemos asombrarnos, pues, de la pre­sencia en el folklore ruso del pájaro “Syrin”,

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con cabeza de mujer, que los artesanos tallaban y esculpían para decorar sus casas de madera.

En cuanto a la sirena marina, no se sabe por qué estas deidades fueron transformadas en seres acuáticos: bellísimas mujeres con cola cu­bierta de plateadas escamas. Parece que es una interpretación esencialmente romana.

El caso es que Ovidio cuando cuenta en su “ Ars amandi” el viaje de Ulises, escamotea a las sirenas de Homero y las sustituye diciendo: “ Las sirenas eran monstruos marinos cuya voz armoniosa detenía a las naves que se acercaban a sus costas. Tras haberlas oído, el nieto deSí- sifo estuvo a punto de sucumbir y de desatarse del mástil de su nave; había tapado con cera los oídos de sus compañeros para librarlos de la seducción...”

Horacio y Petronio también las describen mitad mujer, mitad pez. Plinio el Viejo, el único sabio entre todos esos literatos y poetas, va más lejos aún:

“ No se trata en absoluto de una leyenda. Sabed que las sirenas son exactamente los seres que tantos pintores han representado, con la diferencia, no obstante, de que su cuerpo está enteramente cubierto de escamas rugosas, inclu­so la parte que parece un busto de mujer. Es­toy absolutamente seguro de ello por la buena razón de que una sirena así fue vista y larga­mente observada sobre un banco de arena cerca de la costa, y cuando murió, las personas que vivían cerca del lugar la oyeron desde lejos, pues gemía lastimosamente, lloraba y se queja­ba en voz alta”.

Hay otras cosas curiosas respecto de estos misteriosos seres. Cuando los españoles llegaron a América se encontraron con los manatíes y creyeron hallar en ellos a las sirenas de la leyen­da, por lo que les dieron el nombre de peces- mujeres, quizás porque estos animales tienen sus mamas pectorales y dan de mamar a sus pequeñuelos sujetándolos con las aletas, de mo -

Náyades o Sirenas. Kunstmuseum, Berna. Oleo de Arnold Boeklin, 1887.

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La Sirena y abajo, un triton: 1887. Oleo de Arnold Boeklin. Kunstmuseum, Berna.

do tal que recuerdan a una mujer que da el pe­cho a sus hijos.

Paralelamente a las sirenas, la leyenda nos habla de los tritones, que se hallaban en el fon­do de los mares y eran mitad hombres y mitad peces.

Los cronistas de América, como Fernán­dez de Oviedo y otros, describen a los hombres marinos, que según la imaginación desbocada de los primeros europeos que llegaron a América se encontraban en las playas del Nuevo Conti­nente.

Leyendas y fantasías acerca de hombres- peces se hallan ya en autores antiguos, como Plinio, Aldrovando y otros. Según el primero, un hombre—pez cayó, siglos antes de la era cris­tiana, en las redes de unos pescadores de las proximidades de Cádiz. No obstante, como he­mos visto por las relaciones griegas e incluso las de Ovidio, los dominios de estas temibles sire­nas estaban al parecer, en las islas a lo largo de Nápoles, Faetón y Capri, junto a la península de Sorrento, donde, en la época romana, emer­gían todavía tres islotes llamados “ Sirenius” frente al caserío de Positano.

Pasan los años, centenares de años, y sin embargo, la Sirena, algo olvidada durante la de­cadencia romana y el trajín incesante de las in­vasiones bárbaras, renace poco a poco gracias a la enorme transformación de la Edad Media cristiana, introduciéndose clandestinamente en la Biblia a través de múltiples alegorías que se prestan a las más variadas interpretaciones. ¿Qué cosa más tentadora, en efecto, para com­batir el pecado, la perversión, la lujuria, que actualizar pura y simplemente esas viejas imáge­nes? Bastaba comentar los proverbios de Salo­món, por ejemplo, para encontrar la descrip­ción de esas mujeres insensatas (no tan alejadas de las sirenas de Homero) que atraen a los que pasan junto a ellas. Todo hace creer, efectiva­mente, que la alegoría cristiana no llegaba sufi­cientemente a los creyentes en germen, más bien rudos, poco capacitados para comprender las altas especulaciones teológicas y que para denunciar el mal, era preciso indicar nominal­mente su origen, su causa real, que no podía ser otra que la maldita pagana, la Sirena, a la que en adelante se podría indicar con el dedo.

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No tardó San Jerónimo de encargarse de ello, introduciéndola, desde el siglo V, en su Vulgata. Poco después seguía sus pasos San Ambrosio. Pero ya el legendario Juan Casiano, exe'geta de la mística cenobítica, muerto en el convento San Víctor de Marsella, se les adelan­tó al redactar un tratado en el que se condena, todo mezclado, a las sirenas, lamias, basiliscos, dragones..., en una palabra a cuanto ser fantás­tico se le ocurrió, que en la fértil imaginación contemporánea correspondían a la malicia y espíritus tenebrosos.

Se llegó al año 1000 y entonces todas estas bestias fabulosas franquean sin problemas el Mediterráneo, y subiendo hacia el norte cru­zan bosques y pantanos, penetran en chozas y palacios, se introducen en todas partes, hasta en los capiteles de las iglesias románicas en cons - trucción. Simultáneamente, la proliferación de todo el bestiario oriental comienza a inquietar profundamente a la Iglesia. Es por ello que San Bernardo funda la Orden Cisterciense y predica la segunda Cruzada, envía una carta tras otra para protestar contra la invasión de las iglesias por “ estos monstruos ridículos". Todo en vano: zurrón al hombro y cayado en mano, cruzados y peregrinos vuelven, no solamente con sus si­mulacros materiales, sino también con todos los fantasmas que ellos mismos engendran: el vene­no de las voluptuosidades inéditas, el atractivo de no sé qué felicidades que no osan confesar su nombre...

¿El remedio? Exorcizar, exorcizar y exor­cizar. Pero ya es demasiado tarde, el mal está hecho. A medida que pasa el tiempo, el ansia de felicidad terrestre—confundida con el amor puro y simple—no hace más que crecer y embe­llecer, con la diferencia, ciertamente, de que, gracias al saber y la educación en marcha, las fábulas se disipan, las máscaras animales caen una a una, dejando sólo el sentido oculto de su mensaje: ir más allá a todo precio, ya sea el de las sirenas de Homero.

“ Jamás viajero sobre negra nave ha pasa­do por delante sin escuchar el dulce son que sa­le de nuestros labios: con el corazón conquista­do, se va con mayor sabiduría".

O bien el “ Seréis como dioses" de la ser­piente enroscada en el tronco del árbol del bien y del mal de la Biblia. Todo es sensiblemente lo mismo y lleva directamente hacia un ser de se­xo femenino, sin que la realización de esas pro­mesas sea prácticamente posible.

Sirena pintada en la chimenea de una casa de Belle en Mer, por Micheline Boyadjian, pin­tora belga.

Desde esta toma de conciencia resulta evi­dente que las sirenas de antaño pueden reencar­narse en cualquier momento en alguna “ Eva" que aparezca en la esquina de la calle. Sólo con que sea detentora y dispensadora del oro y el moro. Y qué importa si el corazón común de los mortales acaba por olvidar que el preludio a este milagro se decidió en tiempos inmemoria­les, bajo los cielos griegos o en las olas que ba­ñan las costas de Italia. A sí van y vienen, apa-

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Una concha en la que canta una sirena. Estilo moderno, 1900.

recen y se desvanecen, provisionalmente, algu­nos de estos sueños, sólo recordados a veces por los artistas, los músicos y los poetas.

“ Cuando en la sala estés espaldas de oro, senos de sirena,

exclama “ El loco de Elsa”, Aragón, autor de es­te otro verso:

“ No hay amor feliz“ , lema inevitable y ordinario de todo comercio con las sirenas.

No es sólo casualidad tampoco si Eduard comienza su “ Antología de la poesía del pasa­do” con “ Sirena la mar frecuenta” , un poema de Philippe de Thaun, poeta anglonormando del siglo X II, y si Andre' Bretón escribe “ La Me- lusina después del grito”, en que la loca Nadja confesaba: “ Y o soy una amante errante... Y o soy Sirena...”

Rubens, Moreau, Kupka, Magritte y Dal- vaux la pintan; Rodin, Max Klinger, Laurens, la esculpen; Debussy y Stravinsky la cantan; An- dersen y Oscar Wilde escriben sobre ella sus me­jores cuentos; Méliés inaugura con ella el cine naciente y la primera novela del académico Felicien Marceau se titulaba “ Chasseneuil, o la nueva Melusina (Melusina era un hada, serpien­te alada, prima de todas las sirenas).

Pero el poema más largo que en cierta forma resume todo el problema de la Sirena mucho mejor que la mayor parte de las teorías y glosas eruditas, luce el enigmático título de “Siramour”. Dicho poema, publicado en 1942, representa en su autor, Robert Desnos, frente a frente los dos amores de su vida: Ivonne Geór- ge, amor inconfesado y desgraciado del poeta, y una pequeñísima sirena de cera, que lo inspi­ró. Este regalo “ envenenado” reveló, al parecer por una especie de premonición, el futuro ros­tro de Youki, a la que Desnos no conocía toda­vía y que se parecía a la Sirena como dos gotas de agua. Youki, que se convertirá en su Si re- . na satisfecha y saciada.

¿Y tú te acuerdas de esta sirena de cera que me has dado?

Tú te fijaste antes en que se te pareciera.Tú no mueres en la transfiguración de mi

amor.Pero con ella a la vista, es como si te vie­

ra.Es el amor quien influye por igual en ti y

en ella.Y tú no estarás verdaderamente muerta.Mientras no llegue el día en que haya ol­

vidado que te he amado...

Entramos aquí de lleno en el campo de las “ vamps” y otras mujeres fatales de todo ti­po, sin olvidar las investigaciones del “ eterno femenino” y sus arquetipos: la Antinea de Pie- rre Benoit en “ La Atlántida” ; la She, de Ridder Haggard y la Alvaume de Ewers, entre otras, sin olvidar la Selena de William Sloane, una sirena del año 2.000, una auténtica criatura de cien­cia-ficción, concebida mucho antes que el hom­bre descendiera en la Luna.

La creencia de las sirenas persistió aún mucho después de la extinción del paganismo. En la Edad Media se las llamó Mermaids (tal co­mo se las nombra en inglés) o hijas del mar u ondinas. Un periódico británico del siglo X V II I menciona todavía muy seriamente la maravillo-

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“ Mr. Peabody y la Sirena" : la más bella cola de sirena de la historia del cine, según anunciaba a su salida la Universal Film.

sa aparición de una “ mermaid” en las costas de Gran Bretaña.

El nombre de sirena ha sido adoptado en todas las literaturas para caracterizar las se- du cc i on es peí igrosas.

En lo referido al barón Charles Cagnard de Latour (1770—1859), el físico francés que inventó la sirena industrial, ¿cómo habría podi­do prever su extraordinaria fortuna postuma en esa atmósfera tan especial que sabrá crear más tarde, involuntariamente, a través del incesante ulular de los coches de policía y ambulancias, lanzando los rayos de sus faros giratorios, diri­giéndose a toda velocidad hacia algún accidente

o siniestro? Procedente de los Estados Unidos, allá por los años 25, ¿no se ha convertido, con cierto retraso, en nuestra ‘‘Sirena Negra” ? Siempre mezclados el amor y la muerte, la espe­ranza y la desesperación.

Con sirenas o sin sirenas, ¿no habrá nunca un amor dichoso?

Tomado en parte de “Noticias de Francia” Enciclopedia General del Mar— Garriga, Enciclo­pedia del Mar—Sopeña, Historia del Arte—Sope­ña, Enciclopedia Sopeña y Enciclopedia Uteha y “La Odisea”.

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