Las Trece Colonias y La Rebelión de Las Ideas

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28 LA AVENTURA DE LA HISTORIA NTRE EL 7 Y EL 25 DE OC- TUBRE DE 1765 se cele- bró en Nueva York el Congreso de la Ley del Timbre. Fue la primera reunión de representantes de las 13 colonias americanas para discutir sobre su res- puesta a las medidas conculcadoras de sus libertades tomadas por el Parla- mento británico. Un año antes, la Ley del Azúcar puso en guardia a los co- lonos. Inglaterra trataba de reorde- nar su comercio atlántico. Los ame- ricanos la percibieron como una ame- naza a su prosperidad y una alteración innecesaria y arbitraria del statu quo. Entonces, ocho colonias redactaron una petición al rey Jorge III para que la derogara. En el Congreso de la Ley del Tim- bre, las colonias tomaron conciencia de que debían actuar conjuntamente, algo que ya intuyó Benjamin Franklin en 1754, cuando promovió en el Congre- so de Albany, al que se sumaron siete colonias, un plan de Unión con la crea- ción de un Gran Consejo, presidido –eran otros tiempos– por un repre- sentante del rey. Lo cierto es que par- te de la oprobiosa Ley del Timbre se redactó para interrumpir precisamen- te la relación entre las colonias, pues in- cluía un arancel sobre intercambio y envío de documentos, publicaciones y panfletos. “Solo este golpe –procla- mó un delegado de Nueva York– ha he- cho perder a Gran Bretaña el afecto de todas sus colonias”. El pastor pres- biteriano de Nueva Inglaterra Andrew Eliot exclamó encendido que la su- misión a un gobierno traidor y a un “po- der exterior” era un “delito”. Los treinta y siete delegados de nue- ve colonias (faltaron Virginia, New Hampshire, Carolina del Norte y Geor- gia) reunidos en la populosa Nueva York –tenía más de 25.000 habitan- tes, tantos como Filadelfia– aproba- ron una declaración de derechos y agra- vios, eliminaron la distinción entre im- puestos externos e internos y asumie- ron que la representación real era invia- ble –no podían exigir que representan- tes de las colonias se sentaran en el Par- lamento británico–. Por tal motivo, Westminster debía aceptar las resolu- ciones de las asambleas coloniales. La presión surtió efecto: económica- mente, porque la decisión que adopta- JAVIER REDONDO. AUTOR DE PRESIDENTES DE ESTADOS UNIDOS, LA ESFERA DE LOS LIBROS, 2015. E HACE 250 AÑOS, LAS COLONIAS DE NORTEAMÉRICA SE UNIERON CONTRA “LA TIRANÍA” JORGE III declaró a las colonias en rebeldía en 1775. REVOLUCIÓN EN LAS TRECE COLONIAS CLÁSICOS PARA LA LA REBELIÓN SEPARADAMENTE. JAVIER REDONDO REPASA LOS HITOS PREVIOS A LA INDEPENDENCIA .

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LAS TRECE COLONIAS

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LA AVENTURA DE LA

H I S T O R I A

NTRE EL 7 Y EL 25 DE OC-

TUBRE DE 1765 se cele-bró en Nueva York el Congreso de la Ley del Timbre. Fue la primera reunión de

representantes de las 13 colonias americanas para discutir sobre su res-puesta a las medidas conculcadoras de sus libertades tomadas por el Parla-mento británico. Un año antes, la Ley del Azúcar puso en guardia a los co-lonos. Inglaterra trataba de reorde-nar su comercio atlántico. Los ame-ricanos la percibieron como una ame-naza a su prosperidad y una alteración innecesaria y arbitraria del statu quo. Entonces, ocho colonias redactaron

una petición al rey Jorge III para que la derogara.

En el Congreso de la Ley del Tim-bre, las colonias tomaron conciencia de que debían actuar conjuntamente, algo que ya intuyó Benjamin Franklin en 1754, cuando promovió en el Congre-so de Albany, al que se sumaron siete colonias, un plan de Unión con la crea-ción de un Gran Consejo, presidido –eran otros tiempos– por un repre-sentante del rey. Lo cierto es que par-te de la oprobiosa Ley del Timbre se redactó para interrumpir precisamen-te la relación entre las colonias, pues in-cluía un arancel sobre intercambio y envío de documentos, publicaciones y panfletos. “Solo este golpe –procla-mó un delegado de Nueva York– ha he-cho perder a Gran Bretaña el afecto de todas sus colonias”. El pastor pres-

biteriano de Nueva Inglaterra Andrew Eliot exclamó encendido que la su-misión a un gobierno traidor y a un “po-der exterior” era un “delito”.

Los treinta y siete delegados de nue-ve colonias (faltaron Virginia, New Hampshire, Carolina del Norte y Geor-gia) reunidos en la populosa Nueva York –tenía más de 25.000 habitan-tes, tantos como Filadelfia– aproba-ron una declaración de derechos y agra-vios, eliminaron la distinción entre im-puestos externos e internos y asumie-ron que la representación real era invia-ble –no podían exigir que representan-tes de las colonias se sentaran en el Par-lamento británico–. Por tal motivo, Westminster debía aceptar las resolu-ciones de las asambleas coloniales.

La presión surtió efecto: económica-mente, porque la decisión que adopta-

JAVIER REDONDO. AUTOR DE PRESIDENTES DE ESTADOS UNIDOS, LA ESFERA DE LOS LIBROS, 2015.

E

HACE 250 AÑOS, LAS COLONIAS DE NORTEAMÉRICA SE UNIERON CONTRA “LA TIRANÍA”

JORGE III declaró a las colonias en

rebeldía en 1775.

REVOLUCIÓN EN LAS TRECE COLONIAS

CLÁSICOS PARA LA

LA REBELIÓN DE LAS IDEASSEPARADAMENTE. JAVIER REDONDO REPASA LOS HITOS PREVIOS A LA INDEPENDENCIA

.

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LA AVENTURA DE LA

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BENJAMIN FRANKLIN acusó al Parlamento británico, en 1775,

de condenar a su país “a la destrucción”.

LA REBELIÓN DE LAS IDEAS

ron las tres principales ciudades comer-ciales –Boston, Nueva York y Filadelfia– de no importar productos británicos provocó más daño a Inglaterra que el beneficio que generó la recaudación tri-butaria, y socialmente, porque los áni-mos se exacerbaron definitivamente. Se publicaron folletos y pasquines, apa-recieron agitadores y se sucedieron bro-tes de violencia: los funcionarios bri-tánicos temían por su integridad.

HIJOS DE LA LIBERTAD. Los colonos crearon ese mismo año de 1765 diversos grupos y sociedades para organizar la re-sistencia. Se llamaron primeramente los “hijos de la libertad”, en referencia a un discurso en la Cámara de los Comunes del liberal irlandés Isaac Barré en defen-sa de los colonos. Ellos se denominaron a sí mismos “comités de corresponden-

cia”. También se les conoció como “co-mités de salvación” o los true borns whigs (los verdaderos whigs –liberales–). Ingla-terra derogó la ley en febrero de 1766, pero no solo era demasiado tarde, sino que, además, en 1767, el Parlamento se descolgó con las Le-yes Towshend, de con-tenido similar.

Durante seis meses, todo tipo de escritos, libelos y octavillas mar-tillearon con las oscu-ras razones y nocivos efectos de la Ley del Timbre. En Nortea-mérica caló la idea de que la corrupción ram-pante de Inglaterra obligaba a exprimir a las fértiles colonias. El

moderado bostoniano John Adams, que durante casi toda la década siguiente se mantuvo a favor de suavizar las rela-ciones con la metrópoli, afirmó que Inglaterra era una país “venal, propen-so a la destrucción”, y apuntó que

“América ha sido seña-lada por la Providencia como escenario sobre el cual el hombre cons-truirá su verdadera imagen, donde la cien-cia, la virtud, la liber-tad, la felicidad y la gloria han de prosperar en paz”. Se fraguaba la gran rebelión de las ideas. América tenía un destino, en gran medida delimitado por su ubicación

LAS CLAVESLAS COLONIAS SE UNEN. El

Congreso de La Ley del Timbre

fue el punto de partida de la

unión de las trece colonias.

LOS ERRORES DEL REY. Los

colonos tendieron la mano al rey

en 1775. Querían negociar. Jor-

ge III los declaró en rebeldía.

LAS RAÍCES IDEOLÓGICAS.

Los revolucionarios recurrieron

con frecuencia a los autores clá-

sicos de varias épocas para jus-

tificar sus demandas.

BRITÁNICA Y CONVOCARON EL CONGRESO DE LA LEY DEL TIMBRE. NUNCA MÁS ACTUARON

Y LA INFLUENCIA DE LAS IDEAS Y AUTORES CLÁSICOS QUE INSPIRARON LA NACIÓN EMERGENTE

INDEPENDENCIA

Manifestación contra la LEY DEL

TIMBRE, en un grabado de finales

del siglo XVIII.

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LA AVENTURA DE LA

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REVOLUCIÓN EN LAS TRECE COLONIAS

singular en el mundo. La “corrup-ción” y la “tiranía” británicas le brin-daron la oportunidad de perseguirlo. El general Henry Seymour Conway, pri-mero secretario de Estado del rey y lue-go comandante en jefe británico en Norteamérica, reconoció el fracaso de la Ley del Timbre: “Ha atemorizado a esas gentes irascibles y suspicaces has-ta hacerles perder la cabeza”.

Exactamente diez años después, el rey Jorge III cometió el último error letal: acusó a las colonias de tener como único objetivo la independencia. An-tes habían pasado muchas cosas: la ma-tanza de Boston, el motín del té, la im-posición de las leyes coercitivas, la revi-

talización del espíritu del Congreso de la Ley del Timbre en la convocatoria del Primer Congreso Continental en Fila-delfia, al que solo faltó Georgia; tur-bas, motines y revueltas... El clima de confrontación alcanzó su cénit el 19 de abril de 1775: comenzaron los en-frentamientos armados entre colonos y casacas rojas en Lexington y Concor-de (Massachusetts). Los soldados abrie-ron fuego mientras buscaban munición rebelde. En pocas horas, 15.000 colonos armados llegaron a Boston.

El Segundo Congreso Continental es-taba a punto de abrir sus sesiones, pre-vistas para el 10 de mayo. De hecho,

el propio Washington, que ya entrena-ba a una milicia, se enteró de lo suce-dido con ocho días de retraso. Estraté-gicamente, el Parlamento británico aprobó una resolución que ofrecía a las colonias que se mantuvieran leales al Imperio la exención de impuestos. Era un divide y vencerás en toda regla. Daba igual, el rey ya había dado instruccio-nes al general Thomas Gage, amigo de Washing ton, de reducir a los americanos por la fuerza. El 15 de junio de 1775, el Segundo Congreso Continental nom-bró a George Washington comandante en jefe de las colonias unidas. El 23 de agosto, Jorge III lanzó la proclama para sofocar la rebelión y la sedición.

El rey creía que el levantamiento era una conspiración de peligrosos trai-dores con la que podía acabar fácilmen-te. Disponía para ello del ejército me-jor preparado del mundo. Por ello se permitió el lujo de despreciar la últi-ma mano que le tendió el Congreso Continental, que aprobó, a instancias de John Dickinson, autor de uno de los panfletos más difundidos de la revo-lución, Cartas de un granjero de Pensilva-nia, la Petición de la Rama de Olivo, que de-claraba lealtad al rey y le instaba a rom-per con los miembros de su gobierno y del Parlamento que decretaban me-didas ignominiosas. No obstante, los

congresistas sabían lo que se traían en-tre manos y acordaron también, previ-soramente, la Declaración de las causas y necesidad de alzarse en armas, salida igual-mente de la pluma de Dickinson, esta vez con ayuda de Thomas Jefferson.

LAZOS ROTOS. En octubre de 1775 lle-gó a América la noticia de que el rey ha-bía declarado en rebeldía a las colonias. El Congreso debatió inútilmente sobre un último intento de negociación. Era la guerra. América rompía lazos con la madre patria. Benjamin Franklin lo ha-bía expuesto con claridad en una car-ta el 5 de julio de 1775: “Señor Strahan, usted es miembro del Parlamento y pertenece a esa mayoría que ha con-denado a mi país a la destrucción. Ya ha comenzado usted a incendiar nuestras ciudades y a asediar a nuestro pueblo. ¡Mírese las manos! ¡Están manchadas con la sangre de sus parientes! Usted y yo hemos sido amigos: ahora, es usted mi enemigo, y yo soy... Suyo”. Estas pa-labras desmentían al rey de Inglate-rra. Los americanos no buscaban to-davía la independencia; se considera-ban compatriotas de los ingleses y acep-tarían las resoluciones del Parlamento si previa o posteriormente pasaban por sus asambleas coloniales.

Para el controvertido, ácido y mordaz ensayista Samuel Johnson, contempo-ráneo de la revolución, “el continente de Norteamérica suma tres millones, no solo de hombres, sino de whigs que

serán feroces por la li-bertad y que desprecian el dominio”. Resume la interpretación más ex-tendida de la revolu-ción: la independencia

es el momento decisivo. América repro-ducía, en otro grado, la división entre li-berales whigs (la palabra progresista no formaba parte del vocabulario de la épo-ca) y conservadores tories, que acabaron identificándose en las colonias con los leales a la Corona.

Algunos autores creen que no se pro-dujo una verdadera revolución, pues no se subvirtió el orden y las estructuras socioeconómicas: no fue una revolución social. No fue una lucha entre propie-tarios y no propietarios y, ni mucho me-nos, abolió la esclavitud, la forma de propiedad más indigna. Otros, entre los que se encuentra Gordon S. Wood, uno

El 15 de junio de 1775, el

Segundo Congreso Continental nombró a GEORGE WASHINGTON comandante en jefe

de las colonias unidas.

JOHN DICKINSON REDACTÓ EN MAYO DE 1775 LA “PETICIÓN DE LA RAMA DE OLIVO”, CON LA QUE EL CONGRESO CONTINENTAL TENDIÓ, SIN ÉXITO, LA MANO AL REY

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LA AVENTURA DE LA

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de los historiadores de la revolución más prestigiosos del último medio si-glo, se decantan por una fórmula in-termedia: con la independencia de las colonias, el sistema monárquico se des-compuso y, con él, el modelo tradicio-nal y las jerarquías de carácter estamen-tal. Fue una revolución política.

PESEBRE DE LA ILUSTRACIÓN. La “re-pública de la virtud” suprimió determi-nados tratamientos y privilegios, se pro-clamó en el pesebre de la Ilustración y auspiciada por las ideas de libertad e igualdad. Si en algo fracasó el modelo re-sultante fue en que no preservó el pa-trón clásico de las ciudades-estado re-nacentistas. Si bien el propio Wood re-conoce que, objeto de deseo de los gran-des imperios, la independencia de las colonias, cosida con alfileres, depen-

día de mantener su unión. Las colo-nias proclamaron su independencia en julio de 1776, pero la guerra no aca-bó hasta septiembre de 1783.

Salvo contadas excepciones, los re-volucionarios, delegados en los congre-sos y panfletistas no eran especialmen-te cultos, pero supieron dibujar un mapa de influencias e ideas que ins-piraron la revolución y de las que se nu-trieron para articular un sistema po-lítico radicalmente nuevo: las demo-cracias clásicas grecorromanas, el common law inglés, la Ilustración, el pu-ritanismo y el radicalismo liberal y ni-velador. Como subraya Bernard Bailyn, en muchos casos hicieron gala en sus escritos de una impostada erudición al amontonar desordenadamente auto-res, citas, imágenes y nociones. Sin em-bargo, estos pilares ideológicos ejercie-

ron un poder taumatúrgico y alimenta-ron el prodigio de la revolución. En 1776, entre todas las obras que se pu-blicaron, Bailyn destaca tres que, por orden de aparición, explican la hoja de ruta de la independencia de las co-lonias: Edward Gibbon, Historia de la decadencia y caída del Imperio romano; Adam Smith, La riqueza de las naciones, y Jeremy Bentham, Un fragmento sobre el Gobierno. Así se erigió una nación so-bre ideales.

Museo Arqueológico Regional de la Comunidad de MadridPlza. de las Bernardas s/n 28801, Alcalá de HenaresMartes a sábado de 11:00 a 19:00 h / domingos y festivos de 11:00 a 15:00 h / lunes cerradoEntrada gratuitawww.madrid.org/museoarqueologicoregional

Octubre -diciembre 2015

B. BAILYN, Los orígenes ideológicos de la Revolución norteamericana, Madrid, Editorial Tecnos, 2012.

J. RAKOVE, The Beginnings of National Politics, Nueva York, Alfred A. Knopf, 1979. J. REDONDO, “Rebeldes a la fuerza”, en La Aventura de la Historia, núm. 186, 2014. G. S. WOOD, La Revolución norteamericana, Barcelona, Mondadori, 2003.

LOS MÁS CITADOS EN LOS FUTUROS ESTADOS UNIDOS

JEREMY BENTHAMADAM SMITHEDWARD GIBBON

LA RIQUEZA DE LAS NACIONES (MARZO 1776).

HISTORIA DE LA DECADENCIA Y CAÍDA DEL IMPERIO ROMANO (FEBRERO 1776).

UN FRAGMENTO SOBRE EL GOBIERNO (ABRIL 1776).

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