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LAS TRIBULACIONES DE UN CHINO EN CHINA JULIO VERNE

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  • L A S T R I B U L A C I O N E SD E U N C H I N O E N

    C H I N A

    J U L I O V E R N E

    Diego Ruiz

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    CAPTULO PRIMERODonde se van conociendo poco a poco la fisonoma y la

    patria de los personajes.

    - Sin embargo, es preciso convenir en que la, vida tienecosas buenas, dijo uno de los convidados que tena los co-dos sobre los brazos de su asiento de respaldo de mrmol yestaba chupando una raz de nenfar con azcar.

    - Y malas tambin, responda, entre dos accesos de tos,otro que haba estado a punto de ahogarse con una espinade aleta de tiburn.

    - Seamos filsofos, dijo entonces un personaje de msedad cuya nariz sostena un enorme par de anteojos degrandes cristales, montados sobre armadura de madera. Hoycorre el riesgo de ahogarse y maana todo pasa como pasanlos sorbos de este suave nctar.

    Esta es la vida, ni ms ni menos.Esto diciendo aquel epicreo de genio acomodaticio, se

    bebi una copa de excelente vino tibio, cuyo ligero vapor seescapaba lentamentede una tetera metlica.

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    - A m, dijo otro convidado, la existencia me parece muyaceptable cuando no se hace nada y se tienen los medios deestar ocioso.

    -Error! Repuso el quinto comensal. La felicidad consisteen el estudio y en el trabajo. Adquirir la mayor suma posiblede conocimientos es buscar la dicha...

    - Y llegar a saber que en resumidas cuentas no se sabenada.

    -No es ese el principio de la sabidura?-Y cul es el fin?La sabidura no tiene fin, respondio filosficamente el de

    los anteojos. La satisfaccin suprema sera tener sentidocomn.

    Entonces el primero de los comensales se dirigi al anfi-trin que ocupaba la cabecera de la mesa, es decir, el sitioms malo, como lo exigen las leyes de la cortesa. El anfi-trin, indiferente y distrado, escuchaba, sin decir nada,aquella disertacin nter pocula.

    Veamos, Qu piensa nuestro husped de esas divaga-ciones entro copa y copa? Encuentra la existencia buena omala? Est en favor o en contra de ella?

    El anfitrin estaba comiendo negligentemente pepitas desanda y se content, por toda respuesta, con adelantar des-deosamente los labios, como hombre quien no interesa laconversacin.

    -Pse! Dijo.sta es la exclamacin, por excelencia, de los indiferen-

    tes. Dice todo, y no dice nada; es propia de todas las len-guas, y debe figurar en todos los diccionarios del globo; es

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    un gesto articulado. Los cinco convidados a quien daba decomer aquel aburrido personaje le estrecharon entonces consus argumentos, cada uno en favor de su tesis. Queran, detodos modos, saber su opinin. Al principio, se neg a res-ponder; pero, al fin, concluy por decir que la vida ni erabuena, ni era mala. A su entender, era una invencin bas-tante insignificante y, en suma, poco agradable.

    - Esa opinin pinta a nuestro amigo.-Y cmo puede usted hablar as, cuando ni una hoja de

    rosa ha turbado jams su descanso?-Y cuando es joven!-Y cuando, adems, tiene buena salud!-Y cuando, sobre todo, es rico!-Muy rico!-Riqusimo!-Demasiado rico, tal vez!Estas interpelaciones se cruzaron como petardos de un

    fuego artificial, sin producir siquiera una sonrisa en la impa-sible fisonoma del anfitrin. Se haba contentado con enco-gerse ligeramente de hombros, como hombre que, ni poruna hora siquiera, haba querido nunca hojear el libro de supropia vida y que no haba abierto ni las primeras pginas.

    Sin embargo, aquel indiferente tena, todo o ms, treintay un aos, salud robustsima, gran caudal y un talento regu-larmente cultivado. Su inteligencia era mas que mediana;tena, en fin, todo lo que falta a tantos otros para ser uno delos felices de este mundo. Por qu no lo era?

    Por qu?

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    La voz grave del filsofo se levant entonces y, hablandocomo un corifeo del coro antiguo, dijo:

    - Amigo, si no eres feliz en este mundo, es porque, hastaaqu, tu felicidad ha sido negativa. Sucede con la felicidad loque con la salud; para gozar bien de ella, es preciso habersentido su falta alguna vez. Ahora bien, t no has estadonunca enfermo, ni has sido tampoco desdichado. Eso es loque falta a tu vida. Cmo puede apreciar la dicha quien noha conocido la desgracia ni siquiera por un solo instante?

    Hecha esta sabia observacin, el filsofo alzando la copallena de champagne de la mejor marca exclam:

    - Bebo a que se presente alguna mancha en el sol denuestro husped y tenga algunos dolores en su vida.

    Despus de lo cual, vaci la copa de un trago.El anfitrin hizo un ademn de sentimiento y volvi a

    caer en su apata a habitual.Dnde ocurra esta conversacin? Era en un comedor

    europeo en Pars, en Londres, en Viena, o en San Pe-tersburgo? Los seis convidados conversaban en el saln deuna fonda del antiguo o del nuevo mundo? Quines eranaquellos hombres que trataban semejantes cuestiones en unacomida, sin haber bebido mas de lo que era de razn?

    En todo caso, no eran franceses, pues que no hablabande poltica.

    Los seis convidados estaban sentados la mesa en un sa-ln de regular, extensin, lujosamente adornado. A travs delos cristales azules o anaranjados de la habitacin pasaban, aaquella hora, los ltimos rayos del sol. Exteriormente, labrisa de la tarde mova guirnaldas de flores, naturales o arti-

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    ficiales y algunos farolillos multicolores mezclaban sus res-plandores plidos con la luz moribunda del da. Sobre lasventanas, se vean arabescos con diversas esculturas, repre-sentando bellezas celestes y terrestres, animales o vegetalesde una fauna y de una flora fantsticas.

    En las paredes del saln, cubiertas de tapices de seda,resplandecan grandes espejos, y, en el techo, una punka agi-taba sus alas de percal pintado, haciendo soportable la tem-peratura.

    La mesa era un gran cuadriltero de laca negra. No tenamantel, y su superficie reflejaba la vajilla de plata y porcelana,como hubiera podido hacerlo una mesa del ms puro cristal.No haba servilletas. Hacan el oficio de tales, cuartillas depapel adornadas de divisas, de las cuales cada convidadotena cerca de s una cantidad suficiente. Alrededor de lamesa haba sillas con respaldo de mrmol, muy preferibles,en aquella latitud, a los respaldos almohadillados del mue-blaje moderno. Servan a la mesa muchachas muy amables,cuyos cabellos negros estaban adornados de azucenas y cri-santemos y llevaban brazaletes de oro o de azabache en losbrazos. Risueas y alegres, ponan o quitaban los platos conuna mano, mientras que, con la otra, agitaban graciosamenteun grande abanico que reanimaba las corrientes de aire mo-vidas por la punka del techo.

    La comida no haba dejado nada que desear. No podaimaginarse cosa ms delicada que aquella cocina, a la vezaseada y cientfica. El cocinero a la moda, sabiendo que dabaa comer a estmagos conocedores, se haba excedido a s

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    mismo en la confeccin de los ciento cincuenta platos quese compona el men de la comida

    Al principio, como para entrar en materia, figuraban tor-titas azucaradas de caviar, langostas fritas, frutas secas y os-tras de Ning-po. Despus, se sucedieron, en cortos intervalos,huevos escalfados de nade, de paloma y de ave-fra, nidosde golondrina con huevos revueltos, fritos de Ging-seng, aga-llas de sollo en compota, nervios de ballena con salsa deazcar, renacuajos de agua dulce, huevas de cangrejo guisa-das, mollejas de gorrin, picadillo de ojos de carnero conpunta de ajo, macarrones con leche de almendra de albari-coque, holoturias a la marinera, yemas de bamb con salsa,ensaladas de raicillas tiernas con azcar, etc. Anades de Sin-gapore, almendras garapiadas, almendras tostadas, manguessabrosos, frutos del Long-yen, de carne blanca, y de Lit-chi,pulpa plida, castaas, naranjas de Canton en confitura,formaban el ltimo servicio de aquella comida que durabadesde tres horas antes, acompaada de una gran cantidad decerveza, champagne, vino de Chao-chigne, y cuyo arroz indis-pensable, puesto entre los labios de los convidados por me-dio de palitos, iba a coronar, a los postres, aquella lista cien-tfica de manjares.

    Lleg al fin el momento en que las jvenes sirvientes lle-varan, no esos vagos a la moda que contienen un lquidoperfumado, sino servilletas empapadas en agua caliente, quecada uno de los convidados se pas por la cara, con la ma-yor satisfaccin.

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    Aquel sin embargo, no era mas que un entreacto de lacomida. Una hora de farniente para escuchar los acentos de lamsica.

    En efecto, una compaa de cantantes e instrumentistasentr en el saln. Las cantantes eran lindas jvenes, de as-pecto modesto y decente. Pero qu msica y qu canto!Maullidos, graznidos sin mtodo y sin tono se elevaban ennotas agudas hasta los ltimos lmites de la percepcin delsentido auditivo. En cuanto a los instrumentos, eran violi-nes, cuyas cuerdas se enredaban entre los hilos del arco,guitarras cubiertas de piel de culebra, clarinetes chillones,armnicas que parecan pequeos pianos porttiles que erandignos del canto y de las cantantes a quienes acompaabancon gran estrpito.

    El jefe de aquella orquesta, o mejor dicho, de aquellacencerrada, haba presentado al entrar el programa de surepertorio. El anfitrin hizo un gesto que quera decir quetocaran lo que quisieran y los msicos tocaron el ramillete delas diez flores, fantasa muy a la moda que gustaba mucho lasociedad elegante.

    Despus la compaa cantante y ejecutante, bien pagadade antemano, se retir saludada por muchos bravos, pasan-do a otras casas en cuyos salones esperaba recoger una co-secha de aplausos.

    Los seis convidados se levantaron de sus asientos; peronicamente para pasar de una mesa a otra, lo cual hicieronno sin gra