LAS TRINCHERAS - (Teografìas Digitales)

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BARUC 5

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Probablemente un cuento, probablemente un relato,

probablemente ficción. Probablemente.

Como en todos los materiales de Teografías Digitales,

te hacemos una invitación a la reflexión.

Este texto nació en medio de una batalla, lamentablemente

nació en medio de una batalla. Evidencia de la debilidad de su

autor.

Yosoypopo

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LAS TRINCHERAS

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Una explosión tan fuerte que te hace llorar. Eso es lo que

oyes tu primer día de vida. Antes de darte cuenta en dónde estás,

antes de tomar tu primera decisión, antes de poder almacenar un

primer recuerdo, la vida te da la bienvenida con un gran

estruendo. No llegas con una sonrisa, llegas con un incesante

llanto.

Pero el llanto se detendrá, y si tienes suerte puedes pasar

buena parte de tu infancia en lo más profundo, en el rincón más

protegido sin mayores deberes ni preocupaciones, tan sólo

recibiendo instrucciones básicas y simples a través de

entretenidos juegos.

Claro que esto depende de dónde te toque nacer. Porque

hay lugares que comienzan el adoctrinamiento desde muy

temprano y que han desarrollado con el tiempo exigentes

métodos para los más pequeños.

Pero todo sigue siendo un juego hasta que cierto día

comienzas a ver a las primeras armas, las primeras gotas de

sangre, los primeros heridos y desafortunadamente también te

enteras de los primeros muertos.

Entonces por fin lo comprendes, entonces por fin todo

cobra sentido. Entonces por fin entiendes dónde has nacido: en

una trinchera. Entonces por fin te das cuenta de qué se trata

realmente la vida: Una feroz batalla.

Por lo general no alcanzas a sacar demasiadas

conclusiones cuando ya te hayas sumergido en el

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adoctrinamiento intensivo. Comienzan a revelarse

paulatinamente los enemigos directos de tu trinchera. Te

enseñan a odiarlos, pero no se trata de un odio absurdo; pues te

dan coherentes argumentos, irrefutables argumentos,

argumentos que adoptas como propios, que se convierten en tu

causa, en tu pasión. Entonces estás listo, listo para salir de los

lugares más seguros, listo para ir al borde, al límite de la

trinchera, allí donde se libran las verdaderas batallas, allí donde

la vida tiene sentido.

El mundo se vuelve en colores, todos tus sentidos parecen

haber alcanzado máxima definición. Miras a tu alrededor y te das

cuenta que tienes una misión.

Llevas sólo un par de segundos al límite de la trinchera y

puedes ver como todos allí se entregan sin reservas a la causa. Te

das cuenta de que todos están mucho mejor preparados y

comienzas a tomar decisiones, entre explosiones, ruido de

metrallas, ráfagas de disparos y el constante movimiento de tus

compañeros, muchos de ellos evidentemente heridos. No puedes

quedarte con lo que tienes. Necesitas más.

Alguien dentro del límite se convierte en tu tutor. Nunca

es al azar, siempre hay una buena razón, a veces inexplicable

pero siempre buena. Tu tutor se convierte en tu guía, en tu

modelo, quieres ser como él. Él se ve mucho mejor preparado

para la batalla, él parece entenderlo todo de una manera más

completa. ¿Cuánto tiempo perdí allá adentro en el rincón más

seguro? Te preguntas con culpa y te respondes con valentía:

Llegó mi momento. Basta de juegos.

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Comienza allí el adoctrinamiento final. Una perfecta

mescla de teoría y práctica, en donde vas de los cuadernos a las

armas, del escritorio al límite, cargas lápices para luego

cambiarlos por granadas. Todos te animan, todos ven cómo poco

a poco te conviertes en una mejor persona, en alguien útil. Has

decidido vivir la verdadera vida, has dejado de jugar, por fin has

madurado. Se siente bien. Muy bien. Te sientes bien, muy bien.

Cierto día el tutor te da la oportunidad de hacer lo que

hace tiempo venías pidiendo a gritos: lanzar tu primer ataque

real. El tiempo de adoctrinamiento intensivo allí en el límite ha

llegado a un momento crucial. Tu primer ataque.

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Y allí estás tú y la granada en tu mano. Has quitado el

seguro. Sólo tu dedo mantiene retenida esa explosión mortal.

Respiras hondo y piensas en todo lo que has vivido. Tu infancia,

tus días en el rincón seguro, las distintas fases de tu

adoctrinamiento, todos los que comparten la trinchera contigo,

todos los que la defienden de día y de noche, todos los que han

entregado su vida en esta noble misión, y ya no quieres esperar

más. Botas el aire por tu boca y por primera vez levantas tu

cabeza por sobre el límite de la trinchera.

Lo que verás será más bien una fotografía. Más de dos

segundos en esa posición y de seguro te vuelan el cráneo.

El adoctrinamiento te ha preparado para este momento.

Para tomar decisiones frías y calculadas. Precisión mortal.

Y entonces la fotografía se revela. Humo, mucho humo, de

explosiones anteriores y de las que están ocurriendo justo en ese

instante. Fuego, mucho fuego. Trincheras, muchas más de las

que habías imaginado. Todas activas. Todas atacando. Todas

defendiendo. Hay movimiento de personas, entre trincheras, de

unas a otras. Y fuego, y humo. Mucho fuego, mucho humo. Pero

como el adoctrinamiento te lo enseñó, concentras rápidamente

toda tu atención en el mejor objetivo. Asó logras divisar con

dificultad la cabeza descubierta de alguien como tú apuntándote

con una ametralladora desde la trinchera equivocada. Es tu

enemigo. De eso no hay duda. El juicio ya está hecho. La condena

ya se ha declarado. Es tu deber ejecutarla.

Tomas el impulso necesario y sueltas el artefacto mortal,

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esperando a que dé en el blanco antes de que te conviertas tú en

el blanco de alguien más.

Y entonces la primera sorpresa: eres más fuerte de lo que

pensabas. El adoctrinamiento no ha sido en vano. Ves cómo la

granada vuela con fuerza en perfecta dirección impactando en el

cráneo de tu enemigo sin que éste logre siquiera reaccionar. Lo

siguiente que ves es un perfecto estallido, allí en donde antes

había un enemigo apuntándole a tu trinchera. VICTORIA! VIDA!

El éxtasis, la euforia, el éxito. Todo lo que alcanzas en un

mortal y explosivo segundo.

Vuelves a agacharte bajo el límite de tu trinchera con el

corazón lleno de triunfo. Tus compañeros te regalan sonrisas de

aprobación, tu tutor parece más emocionado. “Bien hecho” dice,

“Bien hecho, ya sabes de que se trata todo”.

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La vida en las trincheras es intensa pero también es cierto que en

ocasiones la batalla mengua, sólo un poco. Lo suficiente como

para permitirte ver con más nitidez el horizonte, sin la imperiosa

necesidad de atacar por reflejo. Entonces logras ver la infinidad

de trincheras levantadas por todo el mundo. Logras ver que hay

distintos tipos. Algunas tan grandes y sólidas que parecen

inamovibles, otras pequeñas y frágiles que están a punto de caer.

Algunas llevan años y siglos erguidas, otras aparecieron de pronto

sin que nadie se percatara.

Allí, en esos escasos instantes de relativa calma, es donde

las historias encuentran un espacio para ser contadas.

Se habla de las épicas victorias. De cómo pequeñas

trincheras lograron destruir grandes fortalezas. De cómo en tal

trinchera usan adoctrinamientos letalmente efectivos. También

se habla de los desertores, aquellos que abandonaron su

trinchera cuando más los necesitaban. Esos que se dejaron llevar

por sentimentalismos, los que no soportaron la autoridad, los

que cuestionaron el adoctrinamiento o los que simplemente

dejaron de creer en la causa de su trinchera.

No son pocos. Suele ocurrir. En todas las trincheras hay

desertores. Hay algunos que cambian una y otra vez. Muchos

caen muertos antes de lograrlo. No es fácil, pero suele ocurrir.

También están los espías, esos que aparentaban haber

cambiado de trinchera pero que sólo pretendían robar los

secretos de sus enemigos. Imperdonable, pero suele ocurrir.

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Alguien llevaba varios años atacando y defendiendo en el

límite de su trinchera. El mejor alumno de su generación, un

perfecto fruto de su adoctrinamiento, el orgullo de su tutor.

Pero cuando la intensidad de la batalla daba espacios para

pensar, él lo hacía. Comenzó a hacerlo más seguido. Cuando la

intensidad de la batalla en el límite de la trinchera disminuía, en

su interior iniciaba una silenciosa y mucho más feroz guerra.

Prestó atención a las historias, seguía defendiendo su

trinchera, seguía fortaleciendo su puesto, seguía profundizando

su adoctrinamiento, pero prestó atención a las historias.

Hizo preguntas. Prestó atención a las historias. Quería oír

más. “¿qué de aquel que nos traicionó?”, “¿qué de aquel que nos

dejó para construir una nueva trinchera?”, “¿es eso posible?”,

“¿Qué hay de los cadáveres entre las trincheras”?, “¿Son todos

desertores”? , “¿Qué hay de los enemigos?”, “¿son todos

igualmente malos?”, “¿es cierto que todos nos quieren atacar?”,

“¿es cierto que esto lo hemos venido haciendo desde el origen”?.

Las preguntas resultaban cada vez más incomodas. Ya

nadie quería oírlas. Ya nadie quería estar cerca de él. Su tutor le

recomendó el silencio. Él lo intentó, pero le fue imposible. Por

cada pregunta que callaba su boca, miles surgían en su corazón.

Hasta que alguien supo de sus preguntas. Alguien en el

rincón seguro. El débil anciano. Así le llamaban a un viejo inútil

conocido por haber optado al rincón seguro de la trinchera en

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vez de vivir sus últimos días batallando en el límite como una

persona noble. El débil anciano supo de aquel que hacía

preguntas. Y aunque el anciano era débil, salió del rincón seguro

en busca de una conversación, no de una batalla.

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Justo el día en que dos hermanos de trinchera se

convirtieron en desertores, justo el día en que la trinchera

eliminó a un centenar de enemigos, justo el día en que las

bombas enemigas destruyeron buena parte de la trinchera, justo

el día en que otra vez la batalla menguó, justo el día en que se

volvía a reedificar y fortalecer la trinchera, el Anciano se

encontró con el joven que hacía preguntas.

Evitaremos los primeros instantes de ese encuentro, para

oír, entre el ruido de explosiones lejanas, los momentos más

reveladores de aquella conversación:

- ¿Pero es cierto que siempre fue así? ¿Siempre entre

ataques y defensas? ¿Que acaso nunca nadie por fin ha

ganado? – pregunta el joven con cierta impotencia.

- Nunca o siempre es mucho tiempo, incluso para un

anciano como yo. Sólo estoy seguro que desde que

tengo memoria, todos los seres humanos se han

atrincherado para defender y atacar. – Respondió el

anciano.

- ¿Y no le parece que “todos” es mucho decir para un

anciano como usted? – objetó el joven desconforme.

El anciano sonrió ante la ocurrencia del joven. Y decidió contar

aquella historia. Aquella historia que ya casi nadie contaba.

-No sé cómo era antes, antes del ahora. Llegué a este

mundo en el llanto de una explosión, y probablemente me

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iré escuchando un sonido igualmente mortal. Construir

trincheras es lo que hacemos. Tú las has visto, cuando la

batalla mengua. Todos tienen una buena razón para

construir su trinchera. El adoctrinamiento que tú recibiste

es uno entre miles, entre millones. Son todos distintos, y

todos iguales en una sola regla: Atacar y defender la

trinchera. La vida es una batalla feroz. Si no quieres morir,

entonces te tienes que defender, si no quieres morir,

entonces tienes que atacar. Distintas armas, distintas

trincheras, distintos tutores, distintos adoctrinamientos,

una misma regla: Atacar y defender.

El joven tiene tantas nuevas preguntas, pero no quiere

interrumpir al anciano porque presiente que su discurso se trata

tan solo de la antesala a una gran revelación. No se equivoca.

El anciano continúa:

- Los cuerpos que alcanzas a divisar en el campo de

batalla, entre las trincheras, no son sólo de desertores,

ni de espías. Algunos cuerpos son de los locos.

El joven esperaba otra conclusión. Un poco defraudado siguió

escuchando.

-Nadie habla de los locos, no merecen ser mencionados.

No encajan en este mundo. Resultaron demasiado débiles

como para defender su trinchera. Y no sólo eso, resultaron

también demasiado débiles como para darse cuenta de a

qué trinchera pertenecen. Consumidos por la locura,

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fueron en busca de algo oculto, de una nueva verdad, de

otro tipo de existencia, en realidad, fueron en busca sólo

de su locura. Murieron en el campo de batalla, asesinados

en medio de una batalla en la que ellos nunca tomaron

postura. Locos.

El joven ya no pudo seguir en silencio

- Entonces eso soy, en eso me estoy convirtiendo, en un

loco, ¿sólo un loco hace las preguntas que yo hago?.

¿Sólo un loco tiene…dudas?....tienes razón anciano,

estoy al borde de la locura.

El anciano lo miró fijamente a los ojos, y mientras el fuego

cruzado comenzaba a intensificarse allí en el límite, continuó con

su relato.

- Pero hay locos más locos que otros. Y hay uno, el más

loco de todos. No podrías conversar con nadie que lo

haya visto cometer su locura. Ocurrió hace mucho.

Hace tanto que su locura se confunde con mitos, con

leyendas, con rumor, y aunque no lo creas, su locura se

convierte día a día para algunos en una nueva

trinchera.

Ese loco. Lo que cuentan de él. Dicen que llegó al

mundo con una sonrisa. No con un llanto. Con una

explosión, pero con una sonrisa. De seguro ya venía

enfermo de locura. Dicen que creció en una trinchera,

como alguien normal, o aparentando serlo. Dicen que

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de pronto no se conformó con el adoctrinamiento de su

trinchera, dicen que los abandonó por otra. Pero dicen

que tampoco allí permitió ser adoctrinado. Y aunque

suene imposible, dicen que hizo lo mismo en cada una

de las trincheras conocidas. ¿qué podría pretender?

Ningún plan, simplemente un loco.

Y entonces, su locura más grande. Ya no fue en busca

de otra trinchera. Se dispuso a llevar a cabo lo que

venía advirtiendo en cada trinchera que visitó. ¿Cuál

era aquella locura? La más grande.

Cierto día, aquel loco, el primero de todos, el más loco

de todos, abandono las trincheras. Y simplemente

caminó. Lento, tranquilo. Desde las trincheras

comenzaron a divisar a este loco que caminaba por el

campo de batalla aparentemente sin ninguna dirección

coherente y totalmente, totalmente…desarmado.

Locura.

Nadie reaccionó. Por un instante, un desconocido

silencio inundó el mundo. Sólo por un instante. Fue

cuando ese Loco, en medio del campo de batalla

extendió sus brazos. Desarmados. ¿Qué estaba

haciendo? El silencio se prolongó todo el tiempo que la

humanidad en las trincheras pudo soportar semejante

acto de locura: Un loco desarmado. Y entonces el

silencio se rompió.

Desde una de las trincheras más radicales salió el

primer disparo. Certero. La mano izquierda de aquel

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loco desarmado fue atravesada. Un segundo después

desde otra trinchera alguien decidió completar la tarea

disparando certeramente en la otra mano del loco

desarmado. Desde otra trinchera intentaron

persuadirlo o intimidarlo disparando hacia sus pies.

Demasiado cerca. El loco continuaba de pie, en esa

absurda posición. Sus manos ensangrentadas

continuaban extendidas.

El loco estaba a punto de volver locos a todos en las

trincheras. La lógica de atacar y defender se rompía a

pedazos. La humanidad no pudo resistirlo. El extraño

silencio definitivamente se rompería con una ráfaga de

disparos, una incesante ola de proyectiles, granadas y

toda la artillería de todas las trincheras descargándose

sobre aquel loco desarmado.

Dicen que la furia de las trincheras duró tres días.

Cuando el fuego cesó, luego de tres días, ya no había

señales del loco. Evidentemente. Nadie podría

sobrevivir a semejante ataque.

El mundo volvió a la normalidad. La locura fue

erradicada. El loco, el más grande de todos, fue

desaparecido del mapa. No más locos sin trinchera. No

más locos que no saben a qué trinchera pertenecen.

Fin del loco. Fin de la locura.

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La batalla había explotado. Pero el que hacía preguntas no tenía

nada más en sus oídos que la historia del anciano. Aunque ya

había terminado, la seguía escuchando.

Como era de esperarse, el anciano volvió al rincón seguro, el que

hacía preguntas volvió a sus tareas de defensa y ataque al límite

de la trinchera. Pero la historia seguía en sus oídos.

Pasó largos días lamentándose. ¿Por qué no podía simplemente

disfrutar de la vida en la trinchera como todos? ¿Qué había hecho

mal? ¿Qué debía hacer para silenciar esas voces en su interior?

¿Por qué hizo tantas preguntas? ¿Por qué no se conformó con las

respuestas más seguras? Ahora, su extraño viaje, lo tenía al borde

de la locura.

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Han pasado varios años, el que antes hacía preguntas ha

recorrido una gran cantidad de trincheras. Tal vez intentando

ocultar su locura, tal vez en busca del adoctrinamiento definitivo,

ese que podría curarlo, ese que lo volvería una persona normal.

Pero no lo encontraba. En cada trinchera, las mismas preguntas.

En cada trinchera, brotaba su locura. Luchó, como le habían

enseñado toda su vida. Luchó, como mejor lo sabía hacer. Pero

finalmente perdió, perdió la batalla con la Locura. Lo normal fue

derrotado. La locura se desató.

Se peregrinaje lo había llevado a la trinchera que estaba

justo al frente de su trinchera de nacimiento. Eternos enemigos.

Enemigos directos. Allí, fue donde ocurrió lo que más tarde otros

contarían, lo que más tarde otros callarían, lo que más tarde

otros ocultarían, lo que más tarde, tal vez, muchos hasta

olvidarían.

En medio de un intenso fuego cruzado, el que hacía

preguntas comenzó a desprenderse de la ropa de combate. Fuera

casco, fuera chaleco antibalas, fuera cinturón con municiones,

fuera mochila de suministros. Soltó las armas, dejó en el suelo el

cinto de granadas, y acomodó en un rincón el fusil. Dio una

mirada a sus nuevos compañeros. Sólo un par de ellos se dio

cuenta de lo que hacía, pero ninguno alcanzó a reaccionar pues la

batalla era intensa.

El que hacía preguntas cerró los ojos por un instante, se

puso de pie, y abrazó su locura. Cuando volvió a abrirlos le

pareció que los usaba por primera vez.

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Con paso firme, abandonó la trinchera. Esta vez, no para ir

en busca de una nueva. No había trinchera capaz de soportar lo

que sus ojos veían. Su locura.

Dio un primer paso en medio del campo de batalla y el

mundo se detuvo. Eso fue lo que vio, eso fue lo que sintió, tal vez

eso fue lo que realmente ocurrió, tal vez. El mundo se detuvo.

Caminó con calma por el campo de batalla. Entre el humo,

entre el fuego, entre explosiones, entre disparos.

El humo le impedía ver más allá de cinco metros. Bajó la mirada

y se encontró caminando entre cadáveres. Todos armados. Todos

se fueron con el mismo ruido mortal con el que llegaron. Cada

cadáver cargaba algún tipo de arma. Ninguno logró asesinar antes

de ser asesinado. Los ojos del que hacía preguntas veían con tanta

claridad todo lo que ocurría. A pesar del humo que le impedía ver

más allá de cinco metros.

Caminó hasta el centro del campo de batalla. El constante humo

impedía verlo con total claridad desde las trincheras. El viento

sopló y le permitió ver desde allí su antigua trinchera. La primera.

El que hacía preguntas, estaba a punto de cambiar su apodo.

Porque entonces, allí, declaró definitivamente su locura…cuando

sin razón alguna, como alguna vez un loco, el más grande de

todos, lo había hecho, extendió sus manos en señal de rendición.

Nada de defensa. Nada de ataque. Cerró los ojos, tomó aire para

preparar un fuerte grito. Y entonces, junto con su grito, el mundo

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recuperó su velocidad:

- Me rindo! No más!

Todos lo vieron con las manos extendidas en medio del campo de

batalla, a pesar del humo. Muchos escucharon su grito a pesar de

los ruidos de guerra.

La feroz batalla continuó. Porque de eso se trata todo. Así le había

enseñado su tutor. Así lo había comprendido siendo aún muy

pequeño, naces en una trinchera porque la vida es una feroz

batalla.

Y allí estaba el loco, no era el más grande de todos, pero sin duda

era uno. Sin armas, con las manos extendidas en medio del campo

de batalla. El fuego se intensificaba. Muchas explosiones cerca de

él. Muchos disparos silbaban en sus oídos. El humo ahora era

negro. ¿Qué está pasando por su cabeza? ¿Cómo es eso de abrazar

semejante locura?

Un impacto de bala en su hombro le obligó a abrir los ojos. El

dolor duró sólo ese instante, pues entre el denso humo negro vio

algo que jamás habría imaginado. Una sombra ¿una nueva clase

de arma? Una silueta ¿Algún osado soldado en busca de una

nueva víctima? Finalmente…una persona, desarmada. Un

pequeño aprendiz de su primera trinchera, totalmente

desarmado. Un poco asustado, pero muy seguro en cada paso. El

desarmado aprendiz caminó hasta estar frente al sorprendido

loco. Antes de entender lo que ocurría, las siluetas se

multiplicaron. En distintas direcciones iban cobrando forma de

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personas, desarmadas. No podríamos llamarles soldados, pues no

tenían intenciones ni de atacar ni de defender. No podríamos

llamarles normales, pues no iban armados. En este punto sólo

podemos llamarles a todo ese grupo de personas reunidas en

medio del campo de batalla…como un montón de locos.

La guerra continuaba. El grupo de locos se buscó con las miradas.

Hasta hace poco sólo sabían que eran enemigos. Sólo sabían

defender y atacar. Ahora simplemente se miraban. Se descubrían.

Y aunque la guerra les explotaba y la muerte les guiñaba el ojo,

ellos sentían algo que podríamos llamar…vida. Aunque muchos

otros podrían definirlo simplemente como locura.

El fuego se detuvo. Era imposible ignorar lo que allí estaba

ocurriendo.

El mundo estuvo en silencio por algunos segundos.

La locura pareció romper las fuentes.

Un montón de locos desarmados era una gran locura. Pero lo que

estos locos estaban por hacer, no entraba en ninguna categoría

humana.

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Un extraño movimiento. ¿Qué estaban haciendo los locos? Desde

las trincheras se limpiaban los ojos para comprobar. ¿Qué es eso?

Muchos habían olvidado tanto la palabra como la acción. Se

trataba de una desquiciada postura. Consistía en acercarse tanto a

la otra persona, tanto que sus cuerpos se unían entrelazando los

brazos en la espalda del otro. Un desquiciado gesto de locos.

Quienes antes defendían y atacaban, quienes hasta hace poco

sabían perfectamente a donde pertenecían, quienes hasta hace

poco daban su vida por su adoctrinamiento; ahora se fundían en

esos desquiciados….abrazos.

Nadie sabe cuánto duró el silencio. Nadie sabe cuánto duraron

esos abrazos. Pero todos saben que en este mundo no hay lugar

para la locura. Duró todo lo que pudo ser soportada.

El que hacía preguntas, que ahora era uno entre tantos locos,

estaba fundido en un abrazo con quien había sido uno de sus

mortales enemigos. Cuando abrió los ojos pudo ver un pequeño

punto rojo en la espalda de su compañero. Lo mismo ocurría con

cada pareja de locos. Todos apuntados con láser desde distintas

trincheras. Los puntos se multiplicaban y los abrazos no se

terminaban.

¿Por qué no soltar de inmediato la brutal ráfaga de muerte? ¿Era

una amenaza? ¿Una advertencia? ¿Una oportunidad? Tal vez

desde las trincheras querían demostrar que la locura es débil, que

la locura es frágil, que puede ser manejada, que un loco puede

volver a ser adoctrinado, que el terror es más fuerte que cualquier

tipo de locura. Que la muerte es suficiente amenaza como para

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volver a la sensatez al más vil loco.

Pero los abrazos no terminaban.

Y desde distintas trincheras, las armas seguían cayendo. Y nuevas

personas comenzaban a caminar hacia el centro del campo de

batalla, desarmadas. Locas.

El mundo no lo pudo resistir más.

Estalló la guerra.

Las trincheras desataron su furia. Sólo por esta ocasión no se

atacaron entre sí. Sus enemigos eran los locos. Los locos que no

encajaban, que no servían. La epidemia debía ser cortada de raíz.

Quienes recién estaban dejando las armas, presos también de la

locura, continuaron con su marcha sin temor. Cayeron antes de

llegar al centro del campo de batalla. Pero cayeron desarmados.

El complejo, sólido y efectivo sistema de trincheras no podía

reemplazarse por algo tan simple como un….abrazo.

El profundo y completo adoctrinamiento de cada trinchera no

podía ser reemplazado por la absurda leyenda de un loco.

¿Qué harían con todo lo que han construido por años, por

décadas, por siglos?, ¿qué harían con sus trincheras?. ¿Qué harían

con sus adoctrinamientos, sus tácticas de defensa y ataque?, ¿qué

harían si todo es0 pudiera ser reemplazado por algo tan simple

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como un abrazo?.

Si el otro no es tu enemigo…entonces ¿quién es?

La violencia desatada fue salvaje. ¿Cómo es que un montón de

locos desarmados despiertan tanta furia?.

Todos cayeron. Todos desarmados. El fin de la locura.

El mundo tuvo que volver a la normalidad. Defensa y ataque.

Y aunque todos siguen llegando a este mundo entre llantos y

explosiones, cada cierto tiempo vuelve a aparecer algún loco. La

Locura que sembró aquel loco, el más loco de todos, el que llegó a

este mundo con el ruido de una explosión pero con una sonrisa

dibujada en su rostro, el que soportó la furia de las trincheras por

tres días, el que su cuerpo muerto jamás fue encontrado, esa

locura…nadie jamás ha podido erradicarla por completo.

Nadie jamás podrá.

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