Las Virtudes Cardinales

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Contenidos Claves de Asignatura Nombre Asignatura: ETICA Sigla: FET003 Semana 9 y 10 · Las Virtudes Cardinales En la lucha cotidiana por obtener un buen carácter nos encontramos con una realidad compleja, ya que son muchos los hábitos involucrados en su formación. Las interacciones entre vicios y virtudes son también complicadas, pues unos vicios que ya tenemos pueden llamar a otros y obstaculizar nuestra intención de formar una virtud particular. Por ejemplo, queremos formar la puntualidad en la llegada al trabajo en la mañana, y nos estamos esforzando en ello, pero al mismo tiempo estamos desarrollando el vicio de ver televisión desmedidamente en las noches. Obviamente ambos hábitos van a enfrentarse. Y así como este ejemplo, hay muchos más de virtudes y vicios que interaccionan en nuestro carácter, por lo que se hace útil un mapa o brújula que nos oriente en este camino hacia el buen carácter y la felicidad. Para esto estudiamos las cuatro virtudes más importantes de todas, que son las virtudes cardinales, y que agrupan a las demás. Las virtudes cardinales son cuatro, al igual que los puntos cardinales. La más importante es la prudencia, que es el hábito de hacer bien las cosas buenas, o bien, el correcto uso de la razón en las cosas que se pueden hacer concretamente. La templanza es el hábito que dispone a moderar los actos de tal modo que no superen el límite debido, especialmente los que se refieren a lo placentero. La fortaleza es el hábito de enfrentar y superar las dificultades, mantener la racionalidad de los actos aún en los casos más complicados. Y la justicia es la disposición a hacer lo que es debido respecto a los demás, dar a cada uno lo que le corresponde. Por ejemplo: si debemos llevar a cabo una acción complicada, como hablar un tema delicado con un jefe, tenemos que hacerlo inteligentemente, en el lugar adecuado, con buen tono, en el momento preciso; estaremos utilizando nuestra prudencia. Si estamos haciendo dieta, y vemos un barros luco (sándwich de carne de vaca y queso derretido) que nos encanta, debemos hacer uso de la templanza, la que se subordina a la prudencia, para no comerlo, porque no va de acuerdo con nuestros propósitos. Si queremos estudiar una carrera, sabemos que sería bueno para nosotros, pero no nos queremos esforzar para lograrlo, por lo que no lo intentamos, necesitamos recurrir a la fortaleza. Si alguna vez tenemos que pagar un sueldo adecuado, precisamos justicia. Como resulta evidente, unas virtudes cardinales se relacionan muy estrechamente con las demás. Será difícil, por no decir imposible, desarrollarlas una a una, por lo que el carácter se va construyendo completo. · Prudencia Para tomar una buena decisión, el hombre tiene una facultad para captar de un modo inteligente la realidad y conocer cómo reaccionar ante ella. Esta facultad se denomina inteligencia práctica y la virtud que instala la inteligencia práctica en el carácter se llama prudencia. La prudencia es la virtud que facilita al mismo entendimiento el definir lo que ha de hacer ante cada situación que se le presente. La prudencia es la más importante de las virtudes, pues es aquella virtud que se relaciona con el saber hacer. Este saber hacer significa tener una serie de conocimientos teóricos y técnicos y, al mismo tiempo, tener la virtud de llevar esos conocimientos a la acción, a la vida práctica. La prudencia es la virtud del emprendimiento, es decir, el hábito de quienes, teniendo conocimientos acerca de la vida del trabajo, ponen en práctica de una manera novedosa esos conocimientos.

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Nombre Asignatura: ETICA Sigla: FET003

Semana 9 y 10

· Las Virtudes Cardinales En la lucha cotidiana por obtener un buen carácter nos encontramos con una realidad compleja, ya que son muchos los hábitos involucrados en su formación. Las interacciones entre vicios y virtudes son también complicadas, pues unos vicios que ya tenemos pueden llamar a otros y obstaculizar nuestra intención de formar una virtud particular. Por ejemplo, queremos formar la puntualidad en la llegada al trabajo en la mañana, y nos estamos esforzando en ello, pero al mismo tiempo estamos desarrollando el vicio de ver televisión desmedidamente en las noches. Obviamente ambos hábitos van a enfrentarse. Y así como este ejemplo, hay muchos más de virtudes y vicios que interaccionan en nuestro carácter, por lo que se hace útil un mapa o brújula que nos oriente en este camino hacia el buen carácter y la felicidad. Para esto estudiamos las cuatro virtudes más importantes de todas, que son las virtudes cardinales, y que agrupan a las demás. Las virtudes cardinales son cuatro, al igual que los puntos cardinales. La más importante es la prudencia, que es el hábito de hacer bien las cosas buenas, o bien, el correcto uso de la razón en las cosas que se pueden hacer concretamente. La templanza es el hábito que dispone a moderar los actos de tal modo que no superen el límite debido, especialmente los que se refieren a lo placentero. La fortaleza es el hábito de enfrentar y superar las dificultades, mantener la racionalidad de los actos aún en los casos más complicados. Y la justicia es la disposición a hacer lo que es debido respecto a los demás, dar a cada uno lo que le corresponde. Por ejemplo: si debemos llevar a cabo una acción complicada, como hablar un tema delicado con un jefe, tenemos que hacerlo inteligentemente, en el lugar adecuado, con buen tono, en el momento preciso; estaremos utilizando nuestra prudencia. Si estamos haciendo dieta, y vemos un barros luco (sándwich de carne de vaca y queso derretido) que nos encanta, debemos hacer uso de la templanza, la que se subordina a la prudencia, para no comerlo, porque no va de acuerdo con nuestros propósitos. Si queremos estudiar una carrera, sabemos que sería bueno para nosotros, pero no nos queremos esforzar para lograrlo, por lo que no lo intentamos, necesitamos recurrir a la fortaleza. Si alguna vez tenemos que pagar un sueldo adecuado, precisamos justicia. Como resulta evidente, unas virtudes cardinales se relacionan muy estrechamente con las demás. Será difícil, por no decir imposible, desarrollarlas una a una, por lo que el carácter se va construyendo completo.

· Prudencia Para tomar una buena decisión, el hombre tiene una facultad para captar de un modo inteligente la realidad y conocer cómo reaccionar ante ella. Esta facultad se denomina inteligencia práctica y la virtud que instala la inteligencia práctica en el carácter se llama prudencia. La prudencia es la virtud que facilita al mismo entendimiento el definir lo que ha de hacer ante cada situación que se le presente. La prudencia es la más importante de las virtudes, pues es aquella virtud que se relaciona con el saber hacer. Este saber hacer significa tener una serie de conocimientos teóricos y técnicos y, al mismo tiempo, tener la virtud de llevar esos conocimientos a la acción, a la vida práctica. La prudencia es la virtud del emprendimiento, es decir, el hábito de quienes, teniendo conocimientos acerca de la vida del trabajo, ponen en práctica de una manera novedosa esos conocimientos.

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La prudencia implica, por tanto, resolver lo difícil que es adecuar los conocimientos a la complejidad del mundo real. Sin la prudencia, los conocimientos técnicos son impracticables. La prudencia nos permite decidir racionalmente con mayor facilidad. Resultaría, por ejemplo, agotador tener que pensar cada vez que vamos a andar o a subir al ascensor cómo hacerlo del mejor modo y por eso el haberlo aprendido nos ahorra una gran cantidad de energía. Pero esto mismo ocurre en actuaciones menos rutinarias, como sería el caso de tomar buenas decisiones a lo largo de la vida. Quien ha asumido qué fines se propone y cuáles suelen ser los medios más adecuados para alcanzarlos y además se ha habituado a optar por ellos porque son lo que conviene, ahorra una inmensa cantidad de energía y con ello obra, claro está, racionalmente. Esto no significa en modo alguno que la inteligencia nos convierta en autómatas, porque siempre elegimos los mismos medios, sin ninguna capacidad de innovación. Adaptarse a los cambios culturales, sociales, técnicos y laborales es el primer paso, carente tal vez de creatividad; pero luego, viene la innovación y el cambio. Así, adaptación y creatividad se convierten en las dos características indispensables en la vida humana, y muy concretamente en la vida profesional para habituarse a hacer buenas elecciones. Significa más bien ser bien consciente de los fines últimos que se persiguen, acostumbrarse a elegir en relación con ellos y tener la habilidad suficiente como para optar por los medios más adecuados para alcanzarlos. Por lo tanto, la prudencia es la virtud del inteligente. El que decide con inteligencia, puede elegir caminos que ya otros han trazado y luego crear los propios. La prudencia tiene, además, un carácter moral intrínseco y no es sólo un hábito que nos permite ser más ingeniosos. Hacer las cosas bien al modo de la prudencia significa:

- acertar, triunfar, ser efectivo y eficiente, actuar sagazmente, rendir, etc. y - hacer el bien

Por ejemplo, un ladrón experimentado que aplica una serie de conocimientos tecnológicos y topográficos para llegar a la bóveda del banco desde una excavación, no es una persona prudente, porque, aunque ha sido eficaz, técnicamente eficiente, ha triunfado, ha acertado, etc., no está haciendo el bien, porque robar es siempre malo. Las habilidades prácticas que se ponen en juego para conseguir un mal es el hábito de la astucia, que con respecto a la prudencia, es un vicio. Además, el buen hacer técnico está íntimamente ligado a lo moral, a hacer el bien, porque el mal hacer técnico puede engendrar muchas más responsabilidades morales. Conducir un vehículo de carga o manipular una herramienta sin conocimientos técnicos suficientes puede acabar con la vida de otras personas. Lo contrario al astuto es el inútil que, queriendo hacer un bien, no logra hacerlo porque no da con los medios adecuados. Este personaje no es prudente porque no logra concretar una acción buena; sólo tiene buenas intenciones. La prudencia es, por tanto, hacer bien el bien. Este es el auténtico significado del saber hacer, lo que en otras palabras es ser excelente en lo que se hace, es decir, sobresalir por la calidad de la actuación. La realización de la acción prudente se da en tres etapas: La primera de ellas es la que dice relación con la optimización del pasado, la que se funda en la memoria, es decir, en la conservación de la experiencia, tanto de la propia, como de la ajena. El prudente es el que aprende de acciones pasadas porque estudia los antecedentes y, respecto de su acción, transforma antiguas experiencias en parámetros para decidirse por una u otra acción. De este modo, el hábito de consultar es propio de la memoria. El prudente es quien tiene el hábito de indagar en las experiencias anteriores y, por lo mismo, debe estar siempre dispuesto a

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aprender. Un buen consejo no sirve de nada si no se quiere aprender. Los estudios no sirven de nada si no se goza de humildad intelectual. La humildad intelectual no es inferioridad, sino todo lo contrario, enriquecimiento con la experiencia y los conocimientos ajenos. La segunda etapa es la que dice relación con el diagnóstico del presente. Quien se preocupa del presente se preocupa de los detalles. La minuciosidad significa saber mirar alrededor. Esta cualidad es difícil de adquirir porque es parte del comportamiento habitual del ser humano ver solo lo que se quiere ver. De ahí la necesidad de estar dispuesto a ver también lo que no se desea ver. Además de minucioso, el prudente es quien tiene el hábito de ver la situación más allá de los detalles. Esto es la inteligencia del presente, la que implica una visión del panorama de la situación actual que se vive. El que se queda sólo en los detalles, suele ver más problemas que soluciones. Finalmente, el prudente es quien tiene en cuenta el futuro. La prudencia implica necesariamente ser previsor y tener la capacidad de deducir conclusiones a partir de lo que se conoce de la experiencia del pasado y de la realidad de las cosas en el presente. En la práctica, la previsión del futuro es siempre incompleta, porque no podemos ver el futuro tal como será. Pero, siendo prudentes, debemos considerar que el futuro vendrá y que es siempre bueno mejorar las condiciones actuales para enfrentar lo imprevisible, aunque ello no nos asegure nada. Una persona prudente observa el pasado, describe el presente y se anticipa al futuro. La prudencia es, por tanto, la virtud por la cual nos habituamos a conocer la realidad sobre la que actuamos y esta habitualidad forja los cimientos a partir de los cuales sabemos hacer algo porque conocemos el ámbito en el que actuamos.

· Templanza y Fortaleza Conocer no garantiza una acción buena. Ser virtuoso sería bastante más fácil si no existieran dificultades en el mundo del trabajo. Pero esto no es posible en la realidad y, quienes se desarrollan profesionalmente, tienen que ser fuertes para sobrepasar dificultades y poner en práctica aquello que saben hacer para lograr lo que se proponen. La fortaleza es la virtud que facilita resolver las cuestiones difíciles y permite estar en lo que hay que estar para poner los medios adecuados al fin: la resolución de la dificultad. La fortaleza es la disposición habitual para enfrentarse con dificultades y obstáculos, a fin de superarlos y lograr la meta. La eficacia de la práctica profesional puede deberse sin duda a la virtud de la prudencia que capacita al entendimiento para que acierte en los objetivos a lograr. Pero el acierto de los mejores objetivos es solamente una parte de la consecución de una meta. El esfuerzo para acceder al objetivo fijado, llamado fortaleza, permite lograr la consecución del objetivo. Entre más valor tenga el objetivo a lograr, mayores serán las dificultades e inconvenientes para alcanzarlo, pues cuando se trata de una meta de fácil acceso, la exigencia y, por ende, el esfuerzo, serán menores. La virtud de la fortaleza va de la mano con la prudencia, que conoce la realidad y puede estimar cuáles son los fines que puedo alcanzar. Sin embargo, aunque la prudencia resuelva racionalmente las dificultades que presenta la realidad para el logro de una meta, esa dificultad es solo racional (teórica) y no una dificultad real, que requiere una acción concreta, propia del hombre que posee la virtud de la fortaleza.

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Los actos de la fortaleza son principalmente dos: resistir y atacar. Resistir dice relación con el sostenimiento de la dificultad, es decir, con el hábito de no dejarse vencer por los problemas. Propio de la resistencia o constancia es también la paciencia, virtud por la que una persona impide que los males la depriman. El paciente es aquel que tiene el hábito de esperar los momentos más favorables para la resolución del problema. La fortaleza es la virtud que capacita al hombre para enfrentarse a las dificultades en el logro del objetivo. La constancia nos facilita enfrentarnos no con la dificultad, sino con la demora en la consecución de la meta. Así, la fortaleza con la constancia se enfrentan al tiempo y superan el cansancio. La constancia es aquella cualidad que ratifica a lo largo del tiempo la decisión tomada, venciendo la prolongación y el tedio. Atacar hace referencia al hábito por el cual nos enfrentamos al obstáculo disponiendo los medios necesarios para superarlo, esta es la virtud que tienen las personas proactivas. Como dijimos, la paciencia no facilita enfrentarnos a la dificultad, pero la proactividad sí lo hace. El que sabe actuar es quien tiene la actitud necesaria para enfrentar los problemas con ánimo de solución y no se queda esperando que los problemas se soluciones por sí solos, aunque siendo paciente espera el momento propicio para que la acción sea efectiva en la solución de problemas. La perseverancia está unida a la actitud proactiva. Perseverancia consiste en la persistencia a pesar de las molestias. La perseverancia, al igual que la paciencia, es una virtud del inteligente, que advierte que la realidad casi nunca se acomoda a sus deseos. La templanza es una virtud propia de la persona paciente, virtud fundamental en el logro de objetivos y metas. El templado es aquel que no se deja llevar por placeres inmediatos que pueden impedir la continuidad del trabajo. Lo contrario a la templanza es la pereza, es decir, el mal hábito de dejarse vencer por el placer inmediato del descanso innecesario; con la pereza la constancia en el actuar se interrumpe por el placer de la inactividad. El templado logra evitar los placeres que lo desvían de sus objetivos y prefiere pasar menos momentos placenteros con tal de lograr lo que se ha propuesto con su trabajo. El hedonismo, que consiste en la sostenida búsqueda del placer, supone una seria deficiencia para la ejecución del trabajo. El hombre que carece de templanza no está habituado a la represión del atractivo que los bienes sensibles y placenteros poseen. El templado no desprecia el placer, sino que lo ordena de acuerdo a los logros que quiere para su vida en el largo plazo. Ahora bien, si la fortaleza, la paciencia y la perseverancia son virtudes; los vicios que se le oponen resultarán fatales para cualquier tarea humana. Con las virtudes evitamos algunos vicios que dificultan aun más la consecución de los objetivos, como por ejemplo:

- La timidez o la cobardía, incapacidad de hacer frente a los obstáculos. - La inconstancia o falta de aplicación continuada de una determinada medida o

comportamiento. - La prepotencia, vicio por exceso de la fortaleza, es decir, el vicio de quien no se deja

aconsejar y, por lo tanto, equivoca, además, el camino de la virtud de la prudencia y la docilidad.

- La temeridad, también vicio por exceso de la fortaleza, pero en este caso de quien no valora, en su real dimensión, las dificultades antes de realizar una acción.

- La intemperancia, que se contrapone a la templanza y consiste en la incapacidad para limitarse en cuanto a las cosas placenteras.

- La insensibilidad, que también se opone a la templanza, y consiste en no conmoverse con aquello que debería conmovernos. No ayudar a los que nos necesitan, no pedir perdón aún sintiéndose apenado por lo hecho, etc.

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En resumen podemos decir que el hombre virtuoso es prudente porque, entendiendo la realidad en el tiempo, conoce el fin al que debe dirigir su acción y el modo de conseguirlo; es fuerte porque puede tiene el ánimo de la voluntad que le permite superar los obstáculos que se le presenten en la consecución de ese fin y es templado porque no se deja vencer por la tentación de los placeres inmediatos que le impedirían conseguir el fin que ya sabe que es bueno.

VIRTUOSO

OBSTÁCULOS

EVITAR

SUPERACIÓN

FIN

PLACERESINMEDIATOS

CONOCER EL MODO

FORTALEZA

PRUDENCIA

TEMPLANZA

· Disciplina La prudencia nos llevará necesariamente a la posesión o hábito de la templanza, respecto a las cosas agradables y a la fortaleza, respecto a las dificultades, pues para hacer bien las cosas hay que tener adquiridos esos hábitos. Esta combinación se llama disciplina y es una condición sin la cual no podemos alcanzar un buen desarrollo profesional. Así, la disciplina no es una virtud cardinal, pero es un aspecto importantísimo a tener en cuenta para la consecución de fines buenos en nuestra vida. La disciplina implica más que sólo obedecer ciertas normas; también significa la posesión del dominio personal necesario para abordar creativamente nuestra vida hacia una meta que consideramos esencial. Sin disciplina nunca podremos abordar seriamente la consecución de metas importantes en nuestra vida. La única posibilidad de desarrollar los propios talentos pasa por el dominio personal; quien carece de esta característica no puede desarrollar nunca ningún hábito. El dominio personal es la expresión visible de la fuerza de voluntad, y sin fuerza de voluntad no hay aprendizaje. La gente con un alto nivel de dominio personal expande continuamente su aptitud para crear los resultados que busca en la vida; resultados que pasan necesariamente por la voluntad de un aprendizaje continuo en la vida profesional. El dominio personal trasciende las competencias, las habilidades y los talentos, aunque se expresa en ellas. El dominio personal significa abordar la vida como una tarea un poco más creativa y menos reactiva. Cuando el dominio personal se transforma en una disciplina, en una actividad que integramos a nuestra vida, ocurren dos cambios en nuestra actitud:

- El primero consiste en que clarificamos continuamente aquello que es importante para nosotros. A menudo pasamos tanto tiempo afrontando problemas en nuestro camino que olvidamos por qué seguíamos en ese camino. El resultado es una visión borrosa e imprecisa de lo que realmente nos importa.

- El segundo consiste en aprender continuamente a ver con mayor claridad la realidad actual. Todos hemos conocido a personas atascadas en relaciones contraproducentes, que siguen empantanadas porque insisten en fingir que todo anda bien. Hemos visto que hay profesionales que dicen que todos los planes se están cumpliendo, cuando una ojeada

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honesta a la realidad indica lo contrario. Para moverse hacia un destino deseado, es vital saber dónde estamos ahora.

Sobreponer lo que deseamos a una clara imagen de la realidad actual (dónde estamos en relación con el lugar en el cual deseamos estar) genera la claridad mental y la motivación para investigar cómo superar la realidad actual y lograr la situación que anhelamos. En este contexto, el aprendizaje no significa adquirir más información, sino expandir la aptitud para producir los resultados que deseamos, es decir, mejorarnos permanentemente a nosotros mismos. Así, el dominio de sí mismo es vital y se transforma en un hábito de particular importancia. El dominio personal tiende a concretarse en las personas a través de diferentes características: Quien tiene dominio de sí tiene también un sentido especial del propósito que surge de sus metas. Esas personas ven la realidad actual como un aliado, como una oportunidad y no como un obstáculo o enemigo. Han aprendido a percibir la realidad del cambio y a trabajar sin que ello sea un problema, sino una oportunidad. Son profundamente inquisitivas y desean ver la realidad con creciente precisión. Como se ha visto en la experiencia de varias organizaciones, las personas con alto nivel de disciplina son más comprometidas, poseen mayor iniciativa, tienen un sentido más amplio y profundo de responsabilidad en su trabajo y aprenden con mayor rapidez. La lógica del dominio personal o disciplina es la del aprendizaje. De un proceso permanente; una disciplina que dura toda la vida. La gente con alto nivel de dominio personal es muy consciente de su ignorancia, de su incompetencia en algunos ámbitos y de cuáles son aquellos campos en los que todavía les queda mucho por aprender. La razón más importante por la que el dominio personal es esencial en la carrera profesional es el impacto en el desarrollo personal pleno que ayuda en forma importante a lograr la felicidad de las personas. La conjunción de templanza y fortaleza hacen posible el trabajo de la prudencia, en el ámbito laboral tanto como en los demás.

· Justicia Las virtudes anteriores que hemos visto son virtudes que atañen directamente al individuo y son más bien inmanentes. Al menos en principio, actúan primero sobre nosotros mismos y después se podrán ver sus frutos en un contexto más amplio. Sin embargo, el ser humano tiene, además de una rica interioridad, una realidad social importante. Incluso ha sido definido por Aristóteles como animal social. Y hay una virtud cardinal que se refiere directamente a nuestras relaciones con los demás. La justicia es la virtud de dar a cada uno lo suyo (siempre a otros, no se puede ser justo con uno mismo). Se deben en tener en cuenta las necesidades, capacidades, merecimientos, dignidades, potestades, etc. La justicia puede ser conmutativa, cuando se desarrolla entre dos particulares (como cuando se paga el precio justo por un servicio profesional); o distributiva, cuando se distribuyen bienes comunes entre diversos individuos (como cuando el gobierno propone un presupuesto anual para el gasto estatal). Lo importante, en ambos casos, es dar a cada uno aquello que le corresponde y en la proporción que corresponde. Muchas veces lo difícil no es determinar qué hay que darle a alguien, sino

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cuánto. Una vez que sabemos que alguien es culpable de un robo, sabemos que debemos castigarlo, pero ¿cómo? ¿cuánto? Hay algunas acciones propias de esta virtud que están codificadas en la ley positiva, como ya vimos, de tal forma que la sociedad las tenga presentes. Pero esta ley no es la justicia; en cualquier caso es un sujeto quien la ejerce, y en el caso de lo regulado por leyes positivas, normalmente un juez o un árbitro. La justicia tiene como vicio la injusticia, que puede ser por exceso o por defecto. La injusticia por exceso se presenta cuando se da a alguien más de lo que le corresponde o cuando recibe castigos menos duros de los que merece. El vicio por defecto, que es la más común, se da al negar a alguien los bienes que le corresponden, o se le arrebatan, cuando se dan castigos más duros que los adecuados, lo que hace que las penas no sean proporcionales al delito. Por último, la justicia es muy importante en el trabajo. Se debe tener en cuenta que las relaciones dentro de una empresa, o de cualquier institución, deben tener en cuenta siempre la justicia. Desde lo más básico, como hacer un contrato de trabajo justo y cumplirlo, hasta lo más complejo y cotidiano, como respetar a los demás y tratarlos bien. La justicia juega un papel fundamental en la vida laboral. Es imprescindible ser justos, pues todo el trabajo es un servicio. Es decir, por justicia, porque corresponde a los clientes, los demás miembros de una empresa e incluso a la sociedad completa, hay que poner los intereses comunes antes que los propios. Y esto es servir, poner en primer lugar a los demás: no se trabaja, por lo tanto, principalmente para sacar provecho material, sino más bien para servir, pues esto es lo que corresponde por justicia.