Las virtudes sacerdotales

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Las Virtudes Sacerdotales V Encuentro Retiro Seminario Nacional N.S. De Los Ángeles, San José Costa Rica. Noviembre 2009 R. P. Randy Soto, SThD

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Las Virtudes SacerdotalesV Encuentro

Retiro Seminario Nacional N.S. De Los Ángeles,

San José Costa Rica.Noviembre 2009

R. P. Randy Soto, SThD

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Virtudes HumanasLas que más aprecia la humanidad

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Virtudes Humanas

"Todo cuanto hay de verdadero, de noble, de justo, de puro, de amable, de honorable, todo cuanto sea virtud y cosa digna de elogio, todo eso tenedlo en cuenta" (Flp 4,8).

El fundamento de una personalidad sacerdotal sólida está formado por una serie de virtudes humanas, sin las cuales el sacerdote, además del daño para sí mismo, podría correr el serio peligro de ser un obstáculo y no un puente entre Jesucristo y los hombres. Todo sacerdote está llamado a ser imagen viva de Jesucristo Cabeza y Pastor de la Iglesia, y por tanto es necesario que haga todo lo posible por reflejar en sí mismo la madurez humana de Cristo; así su ministerio será más creíble y aceptable entre los hombres, y será capaz de conocer profundamente el corazón humano, saliendo al encuentro de cada persona. Cfr., PDV, n.43.

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Virtudes Humanas

El amor a la verdad, la lealtad, el respeto por la persona, el sentido de la justicia, la fidelidad a la palabra dada, la verdadera compasión, la coherencia, el equilibrio de juicio y de comportamiento. La capacidad de relacionarse con los demás, ofreciendo personalmente y suscitando en todos relaciones leales y fraternas: tal capacidad es esencial para el sacerdote que debe ser 'hombre de comunión'. Ella se manifiesta en virtudes como: la afabilidad, la hospitalidad, la sinceridad, la prudencia, la discreción, la generosidad, la disponibilidad para el servicio sin considerarse a sí mismo como un bienhechor, la comprensión, sensibilidad humana para interesarse sinceramente por la vida de cada persona, acogiéndola sin temor y sin juzgarla a priori; disponibilidad para conocer y compartir con cada persona, capacidad de diálogo y de escucha, capacidad de aceptar y superar el propio dolor, y saber participar en la experiencia del dolor ajeno; saber perdonar y saber consolar (cf. 1Tm 3,1-5; Tit 1,7-9). También son muy apreciables en el trato social: la bondad de corazón, la fortaleza de alma, la constancia, la preocupación por la justicia, la urbanidad, la paciencia, la sociabilidad (PDV 43).

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VIRTUDES CRISTIANASFe, Esperanza y Caridad

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Fe

Por la fe, el creyente acepta la Palabra de Dios, entra en una relación personal con Jesucristo, Palabra eterna del Padre; aceptando radicalmente a Jesucristo le da un sí generoso. La fe lo introduce al mismo tiempo en la Iglesia - comunidad de fe - y lo hace partícipe de su vida.

El sacerdote está llamado a conservar y crecer en la fe que profesa, que es la fe de la Iglesia: "Fe en la Santísima Trinidad: fe en el Padre, de quien provienen todos los dones; fe en Jesucristo Redentor del hombre; fe en el Espíritu Santo", llegando así a ser una persona profundamente creyente, que sepa mirarse a sí mismo, a todas las personas y realidades que le rodean con los ojos de Cristo, en la plenitud de su verdad (lo que él es, lo que son los demás, lo que son y significan - a la luz de Dios - cada una de las realidades que lleva entre manos). Cf. PDV §55; CS, § 4.

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Esperanza

Por la esperanza el sacerdote es consciente de que Cristo no dejará de dar los medios adecuados para conseguir la vida eterna prometida por Él a los que le siguen. Sabe que el triunfo definitivo y eterno es suyo y así lo comunica a los demás, aun en medio de las dificultades y fracasos aparentes

El sacerdote es el hombre de la gran esperanza cristiana, ha de testimoniarla y sostenerla en los fieles, particularmente en nuestro tiempo en el que abundan los dramas y sufrimientos humanos. Se trata no sólo de desarrollar una esperanza en el cambio de las situaciones humanas, sino sobre todo de aquella "esperanza que no falla porque el amor de Dios se ha derramado en nuestros corazones por virtud del Espíritu Santo que nos ha sido dado" (Rm 5,5); es una esperanza que se dirige a Cristo y que lo espera todo de Él. Tal esperanza brota de la fe en la victoria de Cristo sobre las fuerzas del pecado, es fruto del Cenáculo y del Calvario; uno de sus frutos es el optimismo, que no ignora las adversidades y dificultades humanas, sino que se fundamenta en el poder soberano de Cristo que supera todo mal y toda dificultad

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Caridad

El sacerdote es el hombre de la caridad, él es el hombre de Dios, el móvil de su corazón ha de ser siempre un impulso de caridad, es decir, un continuo deseo de amar a Cristo sin reservas, y de amar y servir a sus hermanos con la dedicación de todo su ser; solamente así serán auténticos su piedad y su celo apostólico. Justamente el sacramento del Orden le confiere una gracia especial de caridad - que es el don más grande del Espíritu -, ya que la vida del sacerdote sólo tiene sentido vivida en la caridad. El cura de Ars se refería continuamente en sus sermones y sus catequesis a ese amor que sentía la urgencia de vivir: "Oh Dios mío, prefiero morir amándoos que vivir un solo instante sin amaros... Os amo, mi divino Salvador, porque habéis sido crucificado por mí... porque me tenéis crucificado para Vos" Cf. MD del 18 de Febrero de 1990, en OR del 25 de Febrero de 1990, p.1; CJS 1979, en CS, n.2, p.14.

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Caridad 2

La especificidad de la caridad sacerdotal está marcada por los rasgos del Buen Pastor, por su amor heroico, que ama tanto a sus ovejas que da la vida por ellas (cf. Jn 10,11.15). Se trata de una caridad humilde y mansa (cf. Mt 11,29), sin afán de dominio o superioridad (cf. Mc 10,45; Mt 20,28), solidaria y compasiva con los sufrimientos de los hombres (cf. Mt 9,10-13.36; 15,32; Mc 6,34; 8,2; Lc 7,13; 15,1-2.20; Jn 11,33-35; Heb 5,2; 2,17-18; 4,15)

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Caridad 3 La fuente de esa caridad es siempre la Eucaristía,

Sacramento del amor, "centro y raíz de toda la vida del presbítero" (PO 14), él debe intentar reproducir en su vida lo que realiza en el altar, llevando por todas partes la gracia y la caridad que encuentra en el Santísimo Sacramento. Es preciso que el sacerdote pida al Espíritu Santo que es 'fons vivus, ignis, caritas' - agua viva, fuego, amor - que lo impregne de aquel amor que "es paciente, es servicial; no es envidioso, no es jactancioso, no se engríe; es decoroso; no busca su interés; no se irrita, no toma en cuenta el mal; no se alegra de la injusticia; se alegra con la verdad. Todo lo excusa. Todo lo cree. Todo lo espera. Todo lo soporta" (1Co 13,4-7). Es el Espíritu de Verdad y de Amor quien hace fructíferos todos los dones jerárquicos y carismáticos con los que Él provee y gobierna a la Iglesia. Al sacerdote le corresponde no disminuir ese amor, asumiendo las exigencias que él impone.

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Virtudes SacerdotalesLas propias del Ministerio

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Fidelidad

"Hermanos, poned el mayor empeño en afianzar vuestra vocación y vuestra elección. Obrando así, nunca caeréis" (2Pe

1,10). La fidelidad es la virtud esencial y decisiva en la vida y en el ministerio del sacerdote porque, como dice san Pablo "lo que a fin de cuentas se exige de los administradores es que sean fieles" (1Cor 4,2). Ciertamente el camino del sacerdote no está exento de diversas dificultades, pruebas, debilidades, pero cuenta con los auxilios sobrenaturales necesarios para llevar a cabo su empresa Él ha recibido al Espíritu que lo sostiene en la fidelidad y que lo acompaña y estimula para que se convierta continuamente, y sea fiel a Su voz que es distinta de la voz del espíritu del mundo. A los auxilios del Espíritu debe unir sus energías para no decaer y ser fiel hasta el final de su vida, amando el propio sacerdocio, descubriendo en él el tesoro del Evangelio por el que vale la pena venderlo todo (cf. Mt 13,44).

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AMOR A LA IGLESIA Y AMOR AL HOMBRE

El sacerdote es hombre de Iglesia, y por ello, un hombre que debe ir creciendo en una comprensión interior cada vez más profunda del “misterio de la Iglesia”

El sentido de Iglesia incluye también por parte del sacerdote: amor al hombre, es decir, interés por sus problemas más importantes, especialmente por los que miran a su salvación eterna; un sincero aprecio por la obra que realizan los otros hermanos sacerdotes; el aprecio de nuevos métodos pastorales, con tal de que se encuentren en el ámbito de comunión de fe y acción con la Iglesia. Cfr. CS§ 2.

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Espíritu Misionero, Celo por las Almas

"Cualquier ministerio sacerdotal participa de la misma amplitud universal de la misión confiada por Cristo a los apóstoles. Por la naturaleza misma de su ministerio, deben por tanto estar llenos y animados de un profundo espíritu misionero y 'de un espíritu genuinamente católico que les habitúe a trascender los límites de la propia diócesis, nación o rito y proyectarse en una generosa ayuda a las necesidades de la Iglesia y con ánimo dispuesto a predicar el Evangelio en todas partes". PDV, n.18.

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Las Virtudes Del Triple Munus

La participación del sacerdote en la misión y función de Cristo Cabeza y Pastor: Profeta, Sacerdote y Rey hace que el sacerdote viva proclamando con autoridad su Palabra (hombre de la Palabra de Dios), renovando los gestos sacramentales de Cristo (hombre del sacramento), congregando amorosamente el rebaño para conducirlo al Padre por medio de Cristo en el Espíritu (hombre de la caridad pastoral); de esta manera edifica, santifica y gobierna el Cuerpo Místico de Cristo.

El sacerdote es pues el administrador de los bienes de la salvación; el propietario, que es el mismo Dios, le confía sus bienes. Cf. PDV§ 15; CS§ 3

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Los Consejos EvangélicosObediencia, Castidad, Pobreza,

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Obediencia La obediencia es "la disposición de ánimo para estar

siempre prontos para buscar no la propia voluntad, sino el cumplimiento de la voluntad de aquél que los ha enviado (cf. PO n.15; Jn 4,34; 5,30; 6,38)".

Es una obediencia apostólica.- porque el sacerdote libre y responsablemente acoge la estructura jerárquica de la Iglesia, a la que ama y sirve en comunión con el Sumo Pontífice, y con el propio Obispo diocesano.

Es una obediencia que presenta una exigencia comunitaria.- en el sentido de que no se trata de obedecer la autoridad, sino de obedecer en el ser y en la misión a Cristo Cabeza y Pastor.

Es una obediencia que tiene un carácter de pastoralidad.- éste indica una total disponibilidad del sacerdote para la entrega exhaustiva a la grey; ocupado totalmente en evangelizar, en crecer y hacer crecer a los hombres en la vida divina, vida de fe esperanza y caridad. PDV § 28.

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Castidad

El celibato, que destaca entre los consejos evangélicos, es una dimensión de la vocación sacerdotal que enriquece admirablemente al sacerdocio, es un precioso y especial don divino, un don del Espíritu para la persona que lo recibe y para la Iglesia, es un carisma que no todos entienden, sino sólo aquellos a quienes se les ha concedido (Mt 19,11). Para que el sacerdote pueda estimar, amar y vivir el celibato plenamente es necesario que exista en él una base humana sólida, formada a través de los años y que vaya madurando desde mucho tiempo antes de la Ordenación. La virtud de la castidad tiene un gran valor para que el sacerdote pueda relacionarse con las personas con un amor sincero, humano, fraterno, dispuesto al sacrificio al estilo de Cristo. PDV § 50.

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Pobreza

La pobreza figura entre las exigencias que Jesús propuso a sus discípulos (cf. Mt 19,21; Mc 10,21; Lc 12,33; 18,22), ella se inspira en la fe y en el amor a Jesucristo, implica el desapego interior de los bienes terrenos, el desasimiento que nos hace ser generosos para compartirlos con los demás. En la PDV se describe la pobreza evangélica como la "sumisión de todos los bienes al Bien supremo de Dios y de su Reino". Para comprender y vivir la pobreza es necesario descubrir a Dios como único y máximo Bien, como verdadera y definitiva Riqueza. Quien es pobre no desprecia ni rechaza los bienes materiales que Dios ha creado, sino que usa de ellos con gratitud y cordialidad (cf. PO §17), y sabe renunciar a ellos por amor a Dios y a sus designios. PDV§30.

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Martín Francisco Quintana, La Santidad Del Presbítero En El Magisterio De Juan Pablo II: Síntesis: Raíces, Virtudes Específicas Y Medios De Santificación, Roma 1997.

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