LECTURA 1
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COMPRA
JEFFRY A. FRIEDEN
CAPITALISMO GLOBAL
El trasfondo económico de la historia del siglo xx
Prólogo de Paul Kennedy
Traducción castellana de Juanmari Madariaga
CRÍTICA BARCELONA
3
Éxitos de la Edad de Oro
La Exposición Universal de París en 1900 fue la mayor que el mundo había conocido. Fue la última de una serie de siete ferias mundiales francesas y británicas iniciadas con la Gran Exhibición en el Palacio de Cristal de Londres en 1851. Las exposiciones anteriores habían mostrado los logros industriales del pasado; la de París en 1900 apuntaba hacia el siglo xx.
Los visitantes de aquella feria mundial podían caminar por los jardines del Trocadéro hasta la torre Eiffel, construida para la Exposición de París de 1889. Sus puertas se abrían a una gran combinación internacional: «Carillones flamencos se mezclan con campanas medievales; cantos de almuecín con el tintineo de cencerros suizos; las ciudades de Nuremberg y Lovaina, viviendas húngaras, monasterios rumanos, palacios javaneses, chozas de paja de Senegal, castillos de los Cárpatos, constituyen una asombrosa miscelánea internacional bajo un cielo gris de Cuaresma».1
Los nuevos avances científicos e industriales del siglo llenaban la exhibición. A un francés le parecía que «el mundo se mueve tan rápidamente que uno se marea ... agitado en un torbellino de progreso».2
Los visitantes veían las últimas tecnologías: un telégrafo sin hilos; el telescopio más poderoso del mundo; un Pal�cio de la Electricidad. «¡Electricidad!», escribía un entusiasmado comentarista:
¡Nacida del cielo, como los verdaderos Reyes! La electricidad triunfó en la Exhibición, como triunfaban los opiáceos en los gabinetes de 1900. El público reía ante las advertencias -¡Peligro de muerte!en los postes de conducción, porque sabía que la electricidad puede curar todos los males, hasta la neurosis que está tan de moda; que es el progreso, la poesía tanto de los ricos como de los pobres, la fuente de la luz, la gran señal; ha dejado obsoletas las lámparas de acetileno apenas nacidas ... La electricidad se acumula, se condensa, se transforma, se embotella, es conducida por filamentos, enrollada en bobinas, y luego descargada en el agua, en las fuentes, o liberada en los tejados de las casas o entre los árboles; es el azote y la religión de 1900.3
Los visitantes podían llegar en el nuevo Metro de París, avanzar por pasillos semovientes de un pabellón a otro y subir utilizando la primera escalera mecánica -del mundo (sólo subir) para contemplar nuevos avances sorprendentes. «En el Pabellón de la Óptica se puede ver -horrible visión- una gota de agua del Sena aumentada diez mil veces, y un poco más adelante está la Luna, a sólo un metro de distancia. El doctor Doyen, un cirujano proclive a hacerse publicidad, utiliza un nuevo invento, el cinematógrafo, para mostrar cómo realiza una operación quirúrgica ... En otro lugar sincronizan la voz de un fonógrafo con una película.» 4
Un escocés se maravillaba ante las nuevas tecnologías y sus propagandistas: «Los ingenieros y electricistas entre las patentes de Siemens o lord Kelvin, los propietarios de ferrerías que se amontonan para comprar el colosal motor de combustión interna que utiliza las energías hasta ahora desperdiciadas del alto horno y que obtiene literalmente una potencia de mil caballos de lo que hasta ahora no era más que polución inútil del aire ... El espectáculo de los automóviles, las últimas lentes fotográficas, las máquinas de escribir, los mejores manzanos de jardín, los más recientes antisépticos y filtros».5
Entre todas las pruebas del progreso tecnológico, los cincuenta millones de visitantes de la exposición pudieron apreciar otra realidad: el liderazgo industrial estaba pasando de Gran Bretaña y sus más tempranos colegas industrializadores, Francia y Bélgica, a nuevos caudillos. Un inglés pensaba que la exposición presagiaba «la americanización del mundo». En general, no obstante, era Alemania
la que dominaba la exposición, «como si se hubiera apoderado de toda la maquinaria del planeta. Insistía en la belleza del acero y la comodidad del sillón Luis XV quedaba proscrita. Va a aplastar y a pulverizar el mundo».6
Un chico francés escribía: «Oí hablar a mi.s padres. ¿Has visto los alemanes? ¡Son sorprendentes! ¡Meten aire en botellas! ¡Fabrican frío!». Alemania, un país que apenas contaba treinta años de existencia y considerado durante mucho tiempo un país atrasado de campesinos sencillos, asombraba a los visitantes con su pabellón: «Bajo su aspecto rústico, bajo sus torres de madera verdes y amarillas, el Palacio del Reich oculta una verdadera explosión de método, ciencia y trabajo que da lugar a un inmenso sistema de estrategia práctica, el mayor ejemplo de cerco comercial que se ha visto en el mundo».7 El visitante francés observaba más adelante: «Ninguna otra raza ha conseguido hasta ahora tan estupendos resultados de la tierra con el sudor de su frente. Recuerdo la gran impresión que me produjeron la enorme dinamo Hélios de dos mil caballos de vapor de Colonia, junto a las máquinas de vapor y otros generadores de Berlín y Magdeburgo y la grúa capaz de levantar veinticinco toneladas, que dominaba toda la galería; junto a ellas, las máquinas de otros países parecían juguetes». 8 Los veteranos franceses que habían vivido la derrota de su país treinta años antes movían tristemente la cabeza, recordando la batalla decisiva de la guerra franco-prusiana: «Esta exhibición es un Sedan comercial».9 Los alemanes habían ofrecido, según se rumoreaba, proporcionar toda la electricidad necesaria para la feria, pero los franceses, humillados por la eventual interpretación que cabría deducir de su subordinación industrial, habían rechazado la oferta.
Aún más asombroso era el surgimiento económico de un archipiélago de Asia conocido por su exotismo, no por su industria. «Comienza bien el siglo, este joven vencedor», decía un observador.10
Otro se sentía incómodo, viendo que llegaban desde Asia sombras de Alemania y de su poderío militar: «Japón parece ser el eco oriental de esa gran voz del Rin que canta un himno al trabajo, a la patria y a la guerra ennoblecedora ... ¿Cuál es el significado de todos esos blindajes, esas calderas tubulares, esa política aventurera, esa arrogancia co-
mercial? Ya sabíamos cómo era N agasaki y sus farolas, ¿pero qué pasacon Kobe y sus altos hornos?».11
Para muchos ciudadanos de los principales países industriales, lasrevelaciones del progreso económico en otros lugares que les mostrabala exposición eran intranquilizadoras: «Esos países que se están construyendo una nueva vida --escribía un francés-, ¿saben algo de la políticay de la actitud neurótica, degenerada, fin de siglo, contra la que se proponen ensayar su fuerza?».12 Desde Europa central hasta Australia, desde Argentina hasta Japón, el antiguo núcleo industrial del mundo se estaba viendo superado por un cúmulo de países de fuera de ese núcleo.Un visitante de la Exposición Universal de París de 1900 podía preguntarse cómo era posible que la Europa noroccidental hubiera perdido su liderazgo hasta entonces incuestionable en la economía mundial.
GRAN BRETAÑA SE QUEDA ATRÁS
A medida que las economías se integraban, los procesos de fabricación modernos se extendían desde su limitada base en Gran Bretañay el noroeste de Europa al continente europeo, a Norteamérica y hasta Japón y Rusia. En 1870 Gran Bretaña, Bélgica y Francia juntas ge-·neraban casi la mitad de la producción industrial del mundo, pero en1913 apenas producían una quinta parte. La producción industrialalemana superaba a la británica y la estadounidense la duplicaba concreces.13 En 1870 las áreas industriales urbanas eran escasas, inclusoen Europa, pero en 1913 constituían la norma. En 1913 todos lospaíses de Europa occidental, excepto España y Portugal, estaban industrializados. Las tierras austriacas y checas del imperio austrohúngaro, Estados Unidos y Canadá, Australia y Nueva Zelanda, Argentina y Uruguay tenían todos ellos una proporción menor de lapoblación dedicada a la agricultura que Francia y Alemania.14 En 1913 se podía decir verdaderamente -a diferencia de lo que sucedíaen 1870- que partes sustanciales del mundo, desde Chicago hastaBerlín y desde Tokio hasta Buenos Aires, eran industriales.
Gran Bretaña, el primer país industrial del mundo y durante mucho tiempo su líder, había sido superado por varios países y estaba a
punto de serlo por otros, y así se constataba a todos los niveles, fueracual fuera el índice que se utilizara. El nivel de vida en Estados Unidos, Australia y Nueva Zelanda era más alto que en el Reino Unido, yArgentina y Canadá se estaban aproximando. La producción industrial en Alemania y Estados U nidos era mucho mayor que en GranBretaña, especialmente en los principales sectores: en 1870 la producción siderúrgica británica era mayor que la de esos dos países juntos, mientras que en 1913 Alemania y Estados Unidos juntos producían seis veces más que el Reino U nido. Gran Bretaña había perdidotambién su ventaja tecnológica. Los alemanes habían realizado progresos significativos en la ingeniería eléctrica y la producción química, y los estadounidenses habían introducido métodos revolucionarios de producción en masa.15 /El país originario de la revoluciónindustrial se estaba quedando atrás.¡ Los países de industrialización rápida no eran idénticos. Estados/u nidos y Alemania, a los que distinguía para empezar su riqueza, tenían una economía agrícola y comercial productiva y la transición a laindustria moderna se produjo de forma relativamente paulatina.Otros países de rápida industrialización, como Italia, Austria-Hungría, Rusia y Japón habían empezado desde mucho más atrás, conuna economía agrícola atrasada ( en el caso de Rusia y Japón, a unpaso del feudalismo) pero a principios del siglo xx se desarrolló enellos un dinámico sector fabril. Seguían siendo en gran medida rura-les, y a menudo la economía campesina quedaba muy por detrás de la (urbana; pero contaban ya con imponentes bases industriales.
Las experiencias de Rusia y Japón eran especialmente espectaculares. En ambos países, afligidos por la pobreza, la renta per cápita en1870 apenas se distinguía de la de otros países pobres de Asia y estaba muy por debajo de la de Latinoamérica; pero en los últimos añosdel siglo XIX se desarrolló en ambos un importante avance industrial.Sus gobiernos se concentraron en la ampliación de las exportacionesy eq. atraer capital extranjero para impulsar la industria.
(La autocracia zarista buscaba inversiones industriales en el extranJero, exportaba materias primas y grano para obtener divisaspara la industria y protegía la industria nacional con elevadas barreras comerciales. La velocidad del desarrollo industrial ruso era nota-
ble. La producción de acero se sextuplicó entre 1890 y 1900, y luego volvió a duplicarse entre 1905 y 1913 (durante los primeros años del siglo ese desarrollo se vio parcialmente interrumpido por la guerra con Japón y una revolución democrática fracasada). La producción de carbón y arrabio se sextuplicó como hemos dicho entre 1890 y 1913, y las industrias de bienes de consumo crecían casi con la misma velocidad. En 1914 había en Rusia dos millones de obreros industriales y algunas de las fábricas mayores del mundo.16 Sin embargo, la mayor parte de la agricultura seguía siendo premoderna. Rusia se industrializaba rápidamente, pero de forma muy poco equilibrada: unas pocas islas de modernidad rodeadas por un campo extraordinariamente atrasado.
El desarrollo económico de Japón fue más equilibrado. La restauración Meiji de 1868 puso fin al poder militar de los señores feudales del shogunato. El nuevo gobierno imperial pretendía la modernización económica mediante la participación plena en la economía mundial. Incorporó ávidamente la tecnología y el capital extranjero, y al cabo de unos pocos años el país estaba exportando con éxito a los mercados europeos. La agricultura japonesa era relativamente eficiente, a diferencia de la rusa, y el crecimiento industrial se basó tanto en un desarrollo económico amplio -incluido el aumento de ingresos en el campo- como en el comercio exterior. El primer crecimiento industrial de Japón estaba estrechamente ligado a sus ventajas comparativas, especialmente en el comercio de la seda. Todavía en 1914 la tercera parte de las expqrtaciones de Japón estaban constituidas por seda cruda o elaborada.17 Ayudada por la abundante mano de obra, relativamente instruida, la industria algodonera también creció rápidamente. Entre 1890 y 1913 la producción de hilo de algodón pasó del 42 a 6 72 millones de libras. Las exportaciones de hilo aumentaron desde cero en 1890 hasta 187 millones de libras en 1913, y las de paño de algodón de cero a 3,6 millones de metros cuadrados en 1913, cuando los tejidos de algodón constituían la quinta parte de las exportaciones totales de J apón.18
Japón demostró hasta dónde llegaban los frutos de su éxito económico cuando derrotó a China en la guerra de 1895, se apoderó de Taiwán, aumentó su influencia sobre Corea y obtuvo una cabeza de
playa en la lucha por esferas de influencia en China. Realizó una demostración aún más espectacular en la guerra contra Rusia de 1904-1905, cuando las fuerzas navales japonesas aplastaron a las rusas; era la primera ocasión en la historia moderna en que una potencia asiática derrotaba a una europea. Los europeos se sintieron especialmente turbados por la batalla naval en el estrecho de Tsushima en mayo de 1905. La flota japonesa se demostró más rápida, más moderna y mejor armada que la rusa, a la que prácticamente destruyó.
La ciencia alemana, la tecnología estadounidense y el poderío militar japonés deslumbraron al viejo núcleo industrial del mundo. Un puñad9_ de países que a mediados del siglo XIX estaban muy lejos del círculo de la sociedad industrial moderna habían saltado a principios del xx al centro del círculo. Se habían convertido en miembros de pleno derecho del selecto club de gente elegante que era el capitalismo global de la Edad de Oro.
LAS NUEVAS TECNOLOGÍAS Y LA NUEVA INDUSTRIA
Las modificaciones en la propia naturaleza de la fabricación industrial propiciaron la rápida extensión de la industrialización. El uso generalizado de la energía eléctrica, técnicas más baratas para producir acero, el desarrollo de una industria química moderna y otras modificaciones técnicas transformaron la producción industrial. U na oleada de inventos aportó también nuevos productos como las máquinas de escribir, bicicletas, fonógrafos, cámaras fotográficas y la «seda artificial» llamada rayón. Los motores de combustión interna \ llevaron a la invención del vehículo de motor y dieron lugar a la in- 1 dustria más importante del siglo xx. A mediados del siglo XIX la fabricación industrial se aplicaba sobre todo a los textiles, ropa y calzado, pero a finales de siglo se concentraba en el acero, productos químicos, maquinaria eléctrica y automóviles.
La producción en masa y el consumo de masas crecieron de la mano. Los productos industriales anteriores atendían sobre todo a las necesidades básicas de la vida. Cuando la renta per cápita en Europa, Norteamérica y las áreas de reciente colonización se duplicó entre
1870 y 1913, la demanda de bienes de consumo distintos de los alimentos, ropa y vivienda se duplicaron. Por otra parte, los nuevos inventos posibilitaron un nuevo conjunto de aparatos domésticos. Ahora muchas familias contaban con luz eléctrica, máquinas de coser,teléfonos, fonógrafos y finalmente automóviles y aparatos de radio.Estados Unidos encabezaba la tendencia a producir maquinaria parael consumo de masas, especialmente los nuevos aparatos domésticos.Dado que en Norteamérica había una escasez crónica de mano deobra, los sirvientes domésticos resultaban demasiado caros para laclase media y las mujeres tenían posibilidades mucho mayores de trabajar fuera del hogar que en Europa. Esto dio lugar a una notableavidez de aparatos para disminuir la carga de las tareas del hogar y liberar la mano de obra femenina para otras actividades.
El automóvil era un producto industrial arquetípico que llevó anuevas pautas de producción y consumo. El «carruaje sin caballos»satisfacía la demanda de transporte personal que aumentaba con losingresos y el tiempo de ocio disponible. La cadena de montaje puso alautomóvil, originalmente un artículo de lujo artesanal, al alcance dela clase media. El arranque inicial de energía en la industria se produjo en los diez años anteriores a la Primera Guerra Mundial, aunqueentonces se trataba de un fenómeno esencialmente estadounidense;Europa no se incorporó en serio a la era del automóvil hasta la déca-.da de 1920. En 1905 había aproximadamente 160.000 vehículos demotor en el mundo, la mitad de ellos en Estados U nidos. En 1913 yahabía alrededor de 1,7 millones de automóviles en las carreteras delmundo, tres cuartas partes de ellos en Estados U nidos. Por otra parte,las innovaciones de Henry Ford redujeron el precio de un Ford modelo T de 700 a 350 dólares entre 1910 y 1916, en una época en quelos demás precios aumentaban un 70 por 100. Dado el aumento desalarios durante esos años, eso significó que a un obrero estadounidense medio le costaba un año y medio ganar lo bastante como paracomprar un modelo T en 1910, pero sólo seis meses de trabajo en1916. Al dispararse la productividad, los precios cayeron y la demanda aumentó. La producción de Ford pasó de 34.000 automóviles en1910 a 730.000 en 1916, cuando en el conjunto del país se fabricabanmás de un millón y medio de automóviles, tres o cuatro veces más de
los que existían en el resto del mundo. El automóvil había llegado y laindustria moderna no volvería a ser la misma.19
El automóvil era el más vistoso de esos bienes de consumo duraderos, como se les llamaba para distinguirlos de productos más perecederos como los zapatos o la carne enlatada. La producción de bienesde consumo duraderos utilizaba muchos más insumos manufacturados intermedios -artículos en una fase intermedia de acabado, comoacero, cables de cobre y vidrio- que los anteriores bienes de consumoperecederos, normalmente a pocos pasos de la m·ateria prima. También se empleaba para fabricarlos maquinaria más sofisticada.
Los nuevos sectores industriales solían dar lugar a empresas y fábricas mucho mayores que las anteriores. Antes de la década de 1890la mayor parte de la fabricación se podía hacer en pequeños talleres.Fábricas con cuarenta o cincuenta obreros podían apreciar fácilmentelas ventajas en la especialización, la maquinaria moderna y la máquina de vapor; pero las nuevas técnicas solían requerir mayor cantidadde mano de obra y equipo. Los altos hornos para la fabricación deacero eran ejemplos paradigmáticos: en 1907 tres cuartas partes de lostrabajadores del sector siderúrgico alemán trabajaban en fábricas conmás de mil obreros; en 1914 las fábricas de acero estadounidenses tenían un promedio de 642 trabajadores.20 El tamaño medio de lasplantas industriales aumentó espectacularmente en la química, maquinaria y productos de ingeniería, metalurgia e incluso en lo que antes eran bastiones de la pequeña empresa como el sector textil. La fábrica típica pasó de ser un pequeño taller a una enorme plantaindustrial. Las economías de escala eran mucho más importantes enesas factorías complejas que en los sectores típicos de la primera revolución industrial. El tamaño medio de las fábricas era mucho ma- 1yor en el automóvil y en la química que en el sector textil, como sigue)sucediendo hoy día.
Los nuevos bienes de consumo duraderos eran productos carosque la gente compraba para utilizarlos durante años, así que su reputación en cuanto a fiabilidad y servicios era importante, como lo eraen consecuencia el reconocimiento de la marca, y no es una coincidencia que la publicidad moderna se remonte a los primeros bienesde consumo duraderos. Cuando cobran importancia el reconocí-
miento de la marca, el servicio y otros factores anejos, existe una tendencia natural a que sean unas pocas firmas muy grandes las que dominen el mercado, y así sucedió. Singer, Ford, General Electric, Siemens, etc., ocuparon la escena coincidiendo con el auge de la industria de bienes de consumo duraderos. Los países de rápida industrialización tenían la ventaja de llegar más tarde. Alemania y Estados Unidos, por ejemplo, estaban bien situados para adoptar las nuevas pautas de producción y consumo que hacían cada vez mayores las fábricas y las empresas. Alemania, Estados U nidos y otros países de desarrollo tardío pudieron empezar con las plantas y equipos más modernos, en enormes fábricas que producían los últimos inventos con las últimas tecnologías. En cambio, la historia pesaba sobre la manufactura británica, con sus anticuadas industrias, fábricas más pequeñas y empresas lentas en ponerse a la par con la enorme escala de las estadounidenses y continentales. La segunda oleada de industrialización tenía al frente a países que aprovechaban su incorporación reciente para batir a los británicos en su propio terreno industrial. 21Esos países recién industrializados tenían de su parte la apertura de la economía mundial. La difusión internacional de nuevas tecnologías dependía de la integración global; la mayor parte de las industrias también necesitaban la escala de un mercado global más que de mercados nacionales limitados. Los mercados de capital de Londres y otras ciudades europeas estaban dispuestos a dar crédito a cualquier proyecto razonable. Suecia, que alcanzó un gran éxito en este período, ilustra el papel central de la integración económica en la segunda oleada de desarrollo industrial.22 En 1870 era uno de los países más pobres de Europaoccidental, pero el rápido crecimiento en otros lugares aumentó la demanda de exportaciones suecas, especialmente de madera y productos simples como fósforos de seguridad. El boom de la madera permitió a Suecia construir nuevas industrias -acero, maquinaria y otros artículos de alta calidad- destinadas al mercado exterior. La industrialización sueca se vio también impulsada por los créditos extranjeros, que financiaron alrededor del 90 por 100 del endeudamiento del Estado; gran parte del capital extranjero acudía, directa o
indirectamente, para construir los ferrocarriles, infraestructuras de servicios públicos e instalaciones portuarias del país. Para Suec� como para otros países de industrialización reciente, la industria mo-/ cierna llegó de la mano con el acceso a los mercados exteriores, la tecnología extranjera y el capital extranjero. LA PROTECCIÓN DE LA INDUSTRIA INCIPIENTE
Aunque los rivales de la capacidad fabril de Gran Bretaña dependían del acceso a los mercados, proveedores, capital y tecnología extranjeros, también solían alzar barreras comerciales para proteger su industria. Sus dirigentes empresariales y políticos favorecían la inversión extranjera, las finanzas internacionales y la inmigración libre, y veían el comercio como un importante motor del crecimiento, pero muchos industriales que se consideraban muy internacionalistas en lo económico también defendían enérgicamente la protección comercial para su propia industria. Esto sucedía en diferentes grados -los fabricantes estadounidenses eran mucho más proteccionistas que sus colegas alemanes o japoneses-, pero casi todos los países que pre-) tendían industrializarse rápidamente eran proteccionistas en alguna medida. Los fabricantes nacionales que disponían de protección. frente ª. la comp�tencia ext�rior podían el�var los �recios nacionales fpor encima del mvel mundial y obtener as1 benefic10s muy altos que' volvían a invertir en la industria. Esa industrialización artificialmente rápida era justamente lo que esperaban y deseaban quienes creían que la protección estaba justifica- ( da si el fin era la industrialización.{El teórico más conocido de la industrialización mediante la protección era Y�ie� Li?.!, un macroecono- { / mista y activista político alemán del siglo XIX. List consideraba el libre comercio como el objetivo último, pero argumentaba que se necesitaba una protección comercial temporal para equilibrar las relaciones entre las principales potencias: «A fin de que la libertad de comercio funcio-ne de forma natural, los países menos avanzados deben antes elevarse por medios artificiales hasta la fase de aprovechamiento de los recursos a la que se ha elevado artificialmente la nación inglesa».23
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List y otros partidarios de la protección concentraban sus argumentos acerca de la industria incipiente en las necesidades únicas de la industria moderna para la producción a gran escala: «El sistema de protección se puede justificar sola y únicamente con el propósito del desarrollo industrial de la nación».24 Apuntaban que no se podía construir una industria siderúrgica moderna poco a poco, sino que había que comenzar con grandes acerías integradas; en un primer momento, argumentaban, esas acerías podían ser poco eficientes, pero con el tiempo serían competitivas y se podría eliminar la protección. Los proteccionistas señalaban que ningún país se había industrializado sin barreras protectoras; el Reino Unido no había levantado los controles mercantilistas sobre el comercio hasta conseguir una gran capacidad industrial. Y también solían argumentar que la seguridad nacional exigía tanta autosuficiencia industrial como fuera posible. De hecho, List consideraba que su argumentación valía sobre todo para países grandes y relativamente ricos, en los que la industria era crucial para el poder y la influencia nacional. Por muchos sacrificios a corto plazo que implicara el proteccionismo, para esos países los beneficios a largo plazo hacían que valiera la pena: «La nación debe sacrificarse y renunciar en cierta medida a la propiedad material a fin de adquirir cultura, habilidad y capacidad de producción; debe sacrificar parte de las ventajas actuales a fin de asegurarse las futuras».25
El argumento de que la industria incipiente necesitaba apoyo del gobierno estatal era aceptada incluso, aunque con cautela, por promotores tan prototípicos de la teoría clásica del comercio como J ohn Stuart Mili, contemporáneo de List. También a principios del siglo XX muchos economistas neoclásicos aceptaban en principio el argumento de la industria incipiente. Mili y los neoclásicos, no obstante, siempre consideraban la protección como una medida coyuntural que había que tolerar más que ensalzar.
Fuera cual fuera la teoría que se predicara, en términos políticos prácticos los fabricantes de la mayoría de los países de industrialización tardía querían protección y eran lo bastante poderosos como para obtenerla. Prácticamente todos esos países, desde Estados Unidos a Japón y desde Italia hasta Rusia, tenían aranceles industriales relativamente altos. El gobierno ruso impuso algunos de los aranceles
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más altos de la historia moderna, del 84 por 100 sobre los productos manufacturados ( casi el doble de los que eran probablemente los se
gundos de tales aranceles, con un promedio del 44 por 100, en Estados U nidos). 26 Además del desarrollo industrial a gran velocidad,esto daba lugar a una estructura industrial peculiar. Los niveles de protección muy altos propiciaban la creación y consolidación de monopolios. Las altas barreras comerciales también contribuían a que gran parte de la industria fuera de propiedad extranjera, ya que las firmas europeas a las que se impedía la exportación al mercado ruso lo que hacían era saltarse las barreras arancelarias y establecer sus propias empresas dentro del imperio. De hecho, los contemporáneos a menudo señalaban dos rasgos distintivos de la industria rusa, ambos relacionados con la pauta de industrialización promovida por el régimen zarista: gran escala y propiedad en gran medida extranjera. Alrededor del 40 por 100 de la industria era propiedad de extranjeros, y más del 40 por 100 de los obreros trabajaban en fábricas con más de mil empleados. Esta proporción desacostumbradamente elevada de mano de obra industrial concentrada en fábricas muy grandes facilitó sin duda las actividades de los grupos revolucionarios que vertebraron al proletariado ruso antes y durante la Primera Guerra Mundial.27
Las barreras comerciales en Japón eran mucho más moderadas que en Rusia o Estados Unidos; según la mayoría de las estimaciones los aranceles japoneses eran aproximadamente iguales a los de la Europa continental.28 El país dependía mucho de la exportación de productos manufacturados simples ( tejidos de seda y algodón) y había enganchado decididamente su vagón industrial a la economía internacional. Pero la industria era protegida y subvencionada por el Estado y los resultados económicos eran sobresalientes, como pudo constatar el mundo entero durante la guerra ruso-japonesa.
La protección comercial tenía algunos efectos perturbadores. Los teóricos clásicos del comercio habían señalado desde hacía tiempo dos consecuencias indeseables de las barreras comerciales. En primer lugar, al elevar los precios, la protección transfería renta de los consumidores a los productores. Un arancel sobre los zapatos los hace más caros, en beneficio de los fabricantes de zapatos y en detrimento de
L'apitaltsmo global
quienes los calzan. En segundo lugar, la protección desviaba la economía de su ventaja comparativa: al hacer artificialmente rentables las actividades protegidas, la protección comercial desviaba recursos a usos ineficientes. Un arancel sobre los zapatos induce a un país a producir más zapatos de los que debería teniendo en cuenta su ventaja comparativa. El primer efecto es distributivo, perjudicando a los consumidores para beneficiar a los productores; el segundo efecto reduce la eficiencia (o bienestar conjunto), desviando recursos de usos más productivos a otros menos productivos.
Además, los aranceles estaban asociados con la cartelización, coaliciones formales o informales de grandes empresas. A veces un cártel existente pedía protección comercial. Los miembros del cártel acordaban limitar la oferta y elevar artificialmente los precios, algo imposible de mantener si se permitía la entrada de productos importados; los productores extranjeros no integrados en el cártel obligarían a bajar los precios. Así pues, la estabilidad del cártel requería protección frente a la competencia extranjera. A veces el proceso funcionaba a la inversa y era la protección la que promovía la cartelización: al sentirse protegidas por las barreras comerciales frente a la competencia extranjera, las firmas nacionales acordaban no competir entre sí a fin de mantener altos los precios. En Estados Unidos el desarrollo de los trust se solapó con la expansión de la protección comercial. El auge de los trusts del azúcar y del acero y de otros combinados oligopolistas habría sido imposible sin las elevadas barreras arancelarias estadounidenses.
Las industrias del continente europeo, muy cartelizadas y protegidas, constituían un caso similar. El gobierno alemán, por ejemplo, limitaba las importaciones de hierro y acero, aunque las empresas siderúrgicas alemanas estaban entre las más eficientes del mundo. Esto permitía a las mayores empresas de la industria siderúrgica alemana crear cáFteles formales y totalmente legales para mantener altos los precios. Los cárteles proporcionaban a las grandes compañías integradas alemanas cientos de millones de marcos en beneficios adicionales, pero esto perjudicaba a las empresas más pequeñas que no formaban parte de un cártel, y por supuesto a los consumidores que tenían que pagar sus elevados precios.29
Los mejores años de la época dorada, 1896-1914 99
Los ganadores y perdedores a consecuencia de la protección se enfrentaban frecuentemente en duras batallas políticas. Los granjeros estadounidenses se resistían a una política comercial que los obligaba a vender su trigo y su algodón a los precios del mercado mundial, mientras que tenían que comprar sus fertilizantes, maquinaria y ropa a precios un 40 por 100 por encima de los mundiales. Esto equivalía, se quejaban, a un impuesto sobre la agricultura. La situación era análoga en Europa, aunque allí eran los obreros industriales los que combatían los elevados aranceles sobre el grano y la carne importada. El Partido Obrero (socialista) Belga se quejaba en 1913 de que «el elevado coste de los alimentos se deja sentir en todas partes, pero los países proteccionistas, incluido Bélgica, son los que más sufren ... Las medidas proteccionistas que se han tomado en nuestro país benefician únicamente a los terratenientes y el cierre de las fronteras para las importaciones de ganado también veda a las clases trabajadoras una alimentación adecuada».30
La contribución de la protección comercial a la rápida industria- 1lización de finales del siglo XIX y principios del x x era pues controvertida y el juicio de la historia sigue siendo ambiguo. La protección comercial perjudicaba a los consumidores: los industriales pagaban más por los insumos que compraban, y los consumidores pagaban más por l_os alime�tos, r?Pª y o�ros artícu:os ne_cesarios. La producción se fdesviaba hacia las mdustnas protegidas sm tener en cuenta su efi-ciencia. Cierto es que la protección industrial aceleró el desarrollo de ¡ las industrias protegidas, y el sistema de cárteles y aranceles fue res-ponsable, al menos en parte, de la duplicación de la producció� de acero en Alemania cada seis o siete años durante las décadas preVIas a 1913. Sigue siendo una cuestión abierta si los costes superaban a los beneficios para el conjunto de la sociedad. Alemania y Estados Unidos se habrían industrializado igualmente aun sin aranceles, y a ambos países les podría haber ido mejor con menos industria pesada; pero ésta no era una opción popular entre los industrialistas del país ni entre sus elites políticas y militares.
En general, aunque la protección de la industria incipien_te era habitual durante las décadas previas a la Primera Guerra Mundial, no interfería sustancialmente con la apertura general de la economía in-
l.VV Lapttattsmo gto/Jal
ternacional. Proliferaban las barreras a las importaciones, pero solían tener objetivos concretos y no se aplicaban universalmente. Los países de industrialización rápida que protegían su industria solían permitir la entrada prácticamente libre de materias primas y productos agrícolas que no competían con la producción nacional, y de insumos intermedios de los que no se disponía localmente. El comercio crecía muy rápidamente en todos los países, incluidos los más proteccionistas; en 1913 los principales países exportaban una parte mucho mayor de lo que producían e importaban una parte mucho mayor de lo que consumían con respecto a 1870.31 Hacia el cambio de siglo los países de rápida industrialización participaban entusiásticamente en el comercio y la inversión internacional, pero estaban dispuestos a infringir las reglas del libre comercio si eso suponía rápidas ganancias o una rápida industrialización.
LAS ÁREAS DE COLONIZACIÓN RECIENTE
A finales del siglo XIX en varias regiones del rriundo se estaban abriendo nuevas áreas de reciente colonización a la agricultura, la minería y otras explotaciones. Esas áreas, que antes apenas participaban en la economía global, crecían con extraordinaria rapidez. Contaban con recursos naturales cuya extracción no se había hecho económicamente factible hasta la reciente exploración, inmigración y cambios tecnológicos.
La Pampa, las Grandes Llanuras y otras planicies habían existido siempre, por supuesto, como habían existido el interior de Australia y los depósitos minerales del sur de África. En algunos casos, los europeos no tenían noticia de ellos; en otros, no se podían explotar hasta contar con nuevas tecnologías, como el transporte refrigerado para llevar carne de cordero o de vaca a Europa desde los confines de la tierra. Una vez que esas posibilidades quedaron claras, la gente se apresuró a convertir el potencial natural de aquellas tierras en dinero en efectivo. Australia, Nueva Zelanda, Canadá, Estados Unidos, Sudáfrica y el Cono Sur latinoamericano (Argentina, Uruguay, Chile, sur de Brasil), en su totalidad o en parte, bullían con esa nueva actividad.
Los mejores años de la época dorada, 1896-1914 IOI
Esos países se hicieron ricos a partir de sus recursos naturales; la agricultura y la minería promovieron el desarrollo económico general. Los ranchos de ganado dieron lugar a mataderos, plantas conserveras, curtidurías y fábricas de zapatos. El cultivo del trigo dio lugar a graneros, astilleros y ferrocarriles. Los trabajadores de los almacenes, del ferrocarril y de los puertos tenían que alojarse en algún sitio, lo que propició el crecimiento del sector de la construcción y con él de las acerías, fábricas de ladrillos y de otros materiales de construcción. Los puertos y conexiones ferroviarias necesitaban centrales eléctricas y presas. La creciente población necesitaba ropa, teléfonos, lámparas y libros, y pronto los fabricantes locales se expandieron de forma notable. Allí donde existía cierta base industrial, como en Norteamérica, el boom de los recursos aceleró el proceso de crecimiento industrial; y donde apenas había industria, pero sí una reserva de conocimiento, capital y empresa, la industria moderna se desarrolló rápidamente.
Las áreas de reciente colonización diferían del resto del mundo. Estaban escasamente pobladas; en algunos casos, la población preexistente había sido expulsada o exterminada. Sus habitantes creaban economías modernas -granjas y minas, carreteras y ferrocarriles, pueblos y ciudades, fábricas y puertos- allí donde antes apenas existía actividad económica. 32 Pocos intereses creados estorbaban la explotación de los recursos primarios (agrícolas y minerales) de esas regiones o su desarrollo comercial.
Las instituciones locales también contribuyeron al desarrollo económico de esas áreas. Muchas de ellas formaban o habían formado parte del imperio británico e importaron -'-junto con millones de británicos- algunas variantes de su sistema político y legal, lo que significaba, muy en particular, una tradición de respeto a los dere��osde la propiedad privada tanto en el terreno legal como en el político ( estos derechos estaban por supuesto limitados a los europeos y no se extendían a las poblaciones indígenas, cuyas propiedades habían sido normalmente robadas sin empacho). A diferencia de muchas otras áreas de desarrollo, eran en general políticamente estables y legalmente previsibles. Los granjeros que cuidaban su tierra podían estar razonablemente seguros de que sus inversiones no serían confiscadas arbitrariamente por otros o por el Es_tado. Las instituciones políticas
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capaces de incorporar a nuevos grupos sociales también permitían que importantes intereses económicos pudieran confiar en que el gobierno se tomara en serio sus preocupaciones. El escepticismo a este respecto era muy habitual en otras regiones del mundo subdesarrollado y tendía a frenar el desarrollo; pero en las áreas de reciente colonización, la riqueza era una obsesión nacional, y la propiedad, casi sacrosanta. En el Cono Sur latinoamericano quedaban vestigios de las instituciones coloniales españolas y portuguesas, quizá menos adecuadas para los propósitos del desarrollo, pero comparada con regiones que no habían conocido nunca derechos de propiedad estables, ese área también era bastante avanzada.33
Las áreas de colonización reciente también contaban con la ventaja de climas templados y tierras fértiles y apropiadas para la agricultura y la ganadería. Las tecnologías desarrolladas en la agricultura templada, que habían dado a Europa occidental su ventaja desarrollista durante siglos, se podían aplicar ahora directamente en esas tierras. La producción de grano por hectárea en la agricultura templada era dos o tres veces más alta que en otras zonas, y con la mecanización la producción per cápita se multiplicó aún más.34 Ese nivel europeo de productividad agrícola permitió a las áreas de colonización reciente pagar salarios de estilo europeo y atraer así a inmigrantes europeos. En los trópicos y regiones cercanas el nivel de productividad de la tecnología agrícola existente era mucho más bajo, como lo era el nivel de vida, por lo que los europeos no sentían muchos deseos de trasladarse allí como campesinos.
Era el carácter de la producción agrícola, más que algo innato a los europeos, lo que los hizo más productivos que otros; y en los pocos lugares ( como en zonas de Latinoamérica) donde las tierras fueron cultivadas por agricultores japoneses y chinos, rendían tanto como las de los europeos; pero los emigrantes europeos se concentraron en las áreas de elevada productividad con niveles de vida más altos que en sus países de origen.
Oleadas de inmigrantes europeos acudieron a las regiones templadas escasamente pobladas para construir en ellas nuevas sociedades con una economía agrícola, ganadera y minera muy productiva. En aquellos espacios abiertos consiguieron niveles de producción y
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renta per cápita que en general solían superar los de Europa. Los altos niveles de renta proporcionaron a su vez un gran mercado interno para productos producidos localmente. En un primer momento la producción local se concentró en cosas difíciles de importar -construcción y otros servicios, energía eléctrica, materiales de construcción pesados- y ahí es donde solía comenzar la industria local. Con el tiempo, cuando Buenos Aires y Río de Janeiro se convirtieron en ciudades de más de un millón de habitantes, parte de ellos aprovecharon la prosperidad local para crear industrias manufactureras, especialmente para el procesado de productos primarios locales.
Las llanuras uruguayas eran ideales para el ganado y el grano, y en la década de 1870 el país comenzó a crecer muy rápidamente sobre la base de las exportaciones agrícolas y ganaderas a Europa. Cientos de miles de españoles, italianos y otros europeos acudieron a Uruguay ( que aunque pequeño a escala latinoamericana, es sustancialmente · mayor que Inglaterra). Pronto el puerto de Montevideo bullía de actividad y su prosperidad elevó el nivel de vida del país hasta hacerlo comparable al de Francia o Alemania. En los primeros años del siglo xx el orden político uruguayo se remodeló de acuerdo con su nueva riqueza.José Batlle y Ordóñez dirigió el proceso de reforma, sirviendo dos veces como presidente entre 1903 y 1915. Introdujo la educación universal y gratuita, la jornada de ocho horas y una regulación laboral progresista, seguro de paro y pensiones públicas, un sistema sanitario muy amplio, el divorcio legal y amplios derechos para las mujeres, y otras medidas que llegaron a caracterizar a las sociedades ricas de finales del siglo xx, por lo que Uruguay se ha considerado a veces como el primer Estado del Bienestar moderno. Todo esto fue posible gracias al nivel de vida proporcionado por las lucrativas exportaciones agrícolas y ganaderas del país.
Al igual que Uruguay, otras áreas de colonización reciente crecieron debido a su acceso al mercado mundial, con economías organizadas para producir bienes que podían exportar a los mercados europeos. Estaban pobladas por millones de inmigrantes europeos, y el capital europeo alimentaba gran parte de su crecimiento, financiando todo, desde los ferrocarriles y centrales eléctricas hasta los mataderos y las fábricas.
Capitalismo global
La economía mundial de la Edad de Oro era la fuente de gran parte de la prosperidad en la que vivían argentinos, canadienses, australianos o uruguayos. Las áreas de colonización reciente tenían las características nacionales adecuadas para aprovechar las oportunidades que . les ofrecían los avances en los transportes y comunicaciones,y que ?ieron lugar a un extraordinario rendimiento en los años que precedieron a la Primera Guerra Mundial. En 1896 Australia, Canadá y Argentina producían cerca de tres millones de metros cúbicos de trigo, apenas una sexta parte de la producción de Europa occidental, pero en 1913 esos tres países juntos producían más de quince millon.es de metros cúbicos de trigo, más que toda Europa junta.35 Su crecimiento no se limitaba a la agricultura y ganadería: en 1913 Canadá, Australia y Nueva Zelanda producían más artículos manufacturados per �ápita que cualquier país europeo excepto el Reino U nido; Argentma, más que Italia y España. Y esto por no hablar de Estados Unidos, gran parte de cuyo territorio compartía muchas características con otras regiones recientemente pobladas. El conjunto de esas áreas -Australia y Nueva Zelanda, Argentina, Uruguay, Chile y el s�: de Brasil; 1:1"orteamérica � oeste del Misisipí- tenía una poblac10� de doce millones de habitantes en 1870, equivalente apenas a un terc�o de la po�lación de Francia; en 1913 su población conjunta era de cm.cuenta millones de habitantes, una cuarta parte mayor que la de Francia.
Por cualquier índice que se considere, esos países experimentaron un notable desarrollo económico, como señalaban los informes de muchos viajeros sorprendidos y admirados. Un visitante británico de Buenos Aires en vísperas de la Primera Guerra Mundial escribió al visitar el barrio de Palermo: «Una combinación de Hyde Park y del Bois de Boulogne: amplias extensiones y parques encantadores, un doble bul�var c�n estatuas y mármoles conmemorativos en medio, jardines bien cmdados, flores radiantes y bandas de música tocando. Un paseo por Palermo al atardecer lo deja a uno boquiabierto pensando que nos encontramos a diez mil kilómetros de Europa. En ningún lugar del mundo he visto tal exhibición de caros automóviles, miles de ellos». Resumiendo sus impresiones, aquel británico decía: «No se puede viajar por el país y ver su fecundidad, ir a los mataderos de La
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Plata o Buenos Aires, observar los grandes cargueros transatlánticos con la UnionJack ondeando en la popa, en cuyas bodegas se van depositando toneladas de vacas abiertas en canal, o incalculables cantidades de trigo vertidas sin descanso desde las cintas transportadoras de grano en los puertos de Bahía Blanca y Rosario, destinado todo ello al consumo europeo, sin que la imaginación se desborde pensando que esto no es más que el umbral de las inmensas posibilidades de esta nueva tierra».36
CRECIMIENTO EN LOS TRÓPICOS
Otras áreas del mundo potencialmente ricas también se desarrollaron rápidamente. Contaban con recursos naturales prometedores, como las áreas de reciente colonización, pero también con poblaciones mucho mayores. Esas áreas solían ser tropicales o semitropicales y estaban ya insertas en el comercio internacional. Sus exportaciones, y más en general sus actividades económicas, se vieron impulsadas (¡o arrastradas!) por los avances tecnológicos y el crecimiento global.
Muchas regiones de África, Asia y América Latina participaron en el rápido crecimiento de la economía internacional. Sus éxitos han quedado oscurecidos en la memoria histórica por muchos sonoros fracasos, como el de China, y su notable desarrollo económico por la dramática expansión del colonialismo que tuvo lugar poco más o menos en la misma época en algunas de esas mismas regiones; pero un examen meticuloso de lo que ahora se suele llamar Tercer Mundo revela algunas tendencias económicas impresionantes.
La mayor parte de Latinoamérica estaba, a diferencia del Cono Sur y la Amazonia, densamente poblada. La región tenía una larga experiencia en el comercio mundial, que se remontaba a la colonización española y portuguesa. La expansión comercial posterior a 1870 tuvo sus efectos más espectaculares en Argentina y Uruguay, pero otros países les seguían los pasos. Las minas de plata y cobre de México vertían sus metales en el mercado mundial. El dictador Porfirio Díaz, que gobernó el país desde 1876 hasta 1910, perseguía el objetivo de abrir su riqueza mineral a la inversión extranjera y de ace-
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lerar su tránsito a los mercados exteriores. El descubrimiento de petróleo generó una apreciable prosperidad en la costa del Caribe. En 1910 la minería y el petróleo suponían casi la décima parte de la actividad económica nacional, pero no eran más que la punta de lanza de un crecimiento más rápido. La agricultura moderna se expandió rápidamente, especialmente en las enormes haciendas que dominaban la producción para la exportación. La economía se diversificó y apareció cierta industria local, que en 1910 suministraba por ejemplo el 97 por 100 del consumo nacional de textiles. En 1930 la producción per cápita de México era comparable a la de Portugal, Rusia o Japón, países pobres, evidentemente, pero que ya se habían introducido en la vía del desarrollo.37
Más al Sur, Brasil se aseguró un puesto privilegiado en el mercado mundial, produciendo en 1900 cuatro quintas partes de las exportaciones mundiales de café. El gobierno hizo uso de planes sofisticados para aprovechar ese cuasi-monopolio y mantener alto el precio mundial del café; las enormes ganancias obtenidas en ese comercio iban a parar al estado meridional de Sao Paulo donde se concentraban los cultivadores. La mitad de la tierra cultivada del país se dedicaba al café, y se exportaban dos terceras partes de la producción agrícola. Las exportaciones de café -y el boom del caucho en la Amazonia que duró hasta 1910- estimularon un desarrollo económico más amplio. Sao Paulo se convirtió en un importante centro industrial. Ayudada por los altos aranceles, la producción industrial del estado de Sao Paulo en 1915 incluía 122 millones de metros de tela de algodón, muchos millones de metros de tejidos de seda, lana y yute, junto con cinco millones de pares de zapatos y 2,7 millones de sombreros, habiendo partido casi de la nada veinte años antes. 38 En aquel momento más de la mitad de los productos industriales que consumían los brasileños se producían en Brasil.
Colombia aprovechó la capacidad de Brasil para mantener altos los precios del café abriendo sus tierras altas del oeste al cultivo de cafetos e incrementando la producción del país de 30 a 140 millones de libras de café entre 1890 y 1,913.39 Muchos países más pequeños de Centroamérica también participaron en el boom del café. En otros lugares de Latinoamérica los detalles eran diferentes, pero el perfil
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general era semejante. La gente que cultivaba u obtenía un producto primario y lo exportaba a Europa o a Norteamérica hacía grandes fortunas. Para Chile fueron los nitratos y el cobre; para Cuba el azúcar; para Perú el algodón y el azúcar en las plantaciones de la costa, la plata y el cobre en las tierras altas de los Andes, y el caucho en el Amazonas. Los capitalistas extranjeros proporcionaban préstamos e inversiones para construir las carreteras, vías férreas, puertos y otras infraestructuras necesarias. Los beneficios se volvían a invertir en nuevas explotaciones agrícolas y minerales y finalmente en empresas industriales. En vísperas de la Primera Guerra Mundial los principales países de la región habían comenzado a industrializarse.
África occidental también se dedicó a producir para el mercado mundial. La participación de la región en el comercio mundial se remontaba al siglo xv. La trata de esclavos, pese a toda la miseria que provocó, había creado una importante clase mercantil indígena que se pasó al comercio «legítimo» de importación-exportación cuando se abolió la trata; y por supuesto había poderosas empresas comerciales ,extranjeras en la región. Los lazos económicos internacionales de Africa occidental se intensificaron por la rebatiña entre las potencias europeas que puso casi la totalidad de la región -de hecho casi la totalidad del continente- en sus manos. Sigue siendo una cuestión controvertida hasta qué punto fueron importantes los intereses económicos extranjeros en la propia expansión colonial. Sin embargo, parece claro que las expectativas europeas acerca del potencial económico de la región contribuyeron a la política británica, francesa y alemana que llevó a esos tres países a apoderarse de ella.40
Tras la conquista europea, el comercio creció rápidamente; las exportaciones de la región se cuadruplicaron entre 1897 y 1913.41 El boom se concentró en las cuatro colonias más ricas e importantes, las británicas Nigeria y Costa de Oro y las francesas Senegal y Costa de Marfil. Esas regiones producían cacahuetes, aceite de palma y otros productos parecidos, con mucha demanda a raíz del rápido desarrollo industrial y la expansión del consumo de la clase obrera en Europa y Norteamérica. El aceite de palma se utilizaba para lubricar la maquinaria y en la producción de hojalata; el aceite obtenido del palmiste o carozo de la palma se utilizaba en la fabricación de jabón, velas y la
recientemente inventada margarina. El aceite de cacahuete era un sustituto barato del aceite de oliva. Al aumentar la demanda europea de esos productos, los africanos pasaron de recoger la palma salvaje a plantarla y ampliaron el cultivo de cacahuetes. Las exportaciones aumentaron espectacularmente, en especial cuando mejoró el transporte. En 1911 se completó una vía férrea desde la costa hasta Kano, en el norte de Nigeria. Cuando los comerciantes y campesinos se dieron cuenta de lo lucrativo que era el mercado europeo para los cacahuetes cultivados en la región, en el plazo de dos años el precio local de este fruto se quintuplicó. En menos de diez años las exportaciones de cacahuetes de Nigeria habían pasado de un par de millones de libras a más de ciento treinta millones. 42
A medida que aumentaba la producción de productos regionales, las exportaciones de otros cultivos más recientes (o recientemente valorados) crecieron con más rapidez aún. El cacao en la Costa de Oro pasó de la nada a dominar el mercado mundial; las exportaciones de madera de Costa de Marfil se sextuplicaron en veinte años; la producción de café y de ciertos minerales también aumentó meteóricamente. Esos cultivos solían correr a cargo de pequeños productores y arrastraron a porciones cada vez mayores de la población a la economía moderna. Sin embargo, en África occidental se desarrolló relativamente poca industria moderna. La fabricación para el mercado local era menos atractiva que en Latinoamérica, donde la renta per cápita era dos o tres veces mayor y las ciudades y otras infraestructuras eran mucho mayores y más desarrolladas. Además, el colonialismo limitaba la posibilidad de que los fabricantes locales recibieran la protección comercial que era habitual en toda Latinoamérica. Aun así, parecía que se habían sentado las bases para un crecimiento económico sostenido.
El éxito de algunas regiones del sur y sureste de Asia también estimuló la expansión de la agricultura existente y la roturación de nuevas tierras para capitalizar el creciente mercado exportador. Birmania y Tailandia producían arroz desde hacía mucho tiempo, pero sólo para el consumo local hasta que la nueva situación política y económica les permitió convertirse en grandes exportadores y abastecer los mercados del resto de Asia y otros lugares. La monarquía tailandesa
era favorable al comercio, aunque no le entusiasmaba la industria,'y bajo su dirección las exportaciones de arroz del país se decuplicaron, pasando de unas cien mil a un millón de toneladas en cuarenta años; a principios del siglo xx la mitad de la cosecha del país se exportaba.43
Los campesinos del delta del lrrawaddy en Birmania [ahora Myanmar] también cultivaban arroz desde hacía mucho tiempo, pero no intensivamente, ya que el gobierno prohibía su exportación. Cuando Gran Bretaña se apoderó de la región y la abrió por la fuerza al comercio, la gente se lanzó en tropel a las áreas costeras para cultivar arroz, y pronto éste inundaba el puerto de Rangún. En palabras de un historiador, Birmania se reconvirtió «de un área subdesarrollada y escasamente poblada del imperio Konbaung, en la principal área exportadora de arroz del mundo».44 En Indochina, bajo el régimen colonial francés, tan atento a las posibilidades comerciales, la extensión de tierras vietnamitas dedicadas al cultivo del arroz se multiplicó por más de cinco, y la colonia se convirtió en el tercer productor del mundo.
Ceilán, bajo la colonización británica, aportaba al mercado cocos y té; Malasia producía más de la mitad del estaño del mundo. A partir de 1900 en ambos países se amplió rápidamente la producción de caucho y pronto se convirtieron en grandes exportadores. Las Indias Orientales Holandesas también se incorporaron a la carrera para sustituir el caucho de la Amazonia, complementando sus importantes ventas de café, tabaco y azúcar. En Filipinas, convertidas en colonia estadounidense, se amplió la producción de azúcar para abastecer al gran mercado metropolitano. En Taiwán, entonces colonia japonesa, las autoridades coloniales fomentaron el desarrollo de la economía de la isla con la intención más o menos explícita de proporcionar arroz y azúcar a la metrópoli.
El impacto del boom exportador se sintió ampliamente en m�chos de esos casos. El arroz solía ser cultivado por pequeños campesinos y la prosp�ridad de principios de siglo impulsada por las e�port�ciones elevó los ingresos de amplias capas de la población de Tailandiay Birmania. Lo mismo pasó con el té en. Ce�án, que era _un cultivo acargo de pequeños campesinos. Los propietarios de las mmas de.estaño malayas solían ser chinos, y también los mineros que trabajaban
en ellas eran en su mayoría chinos, llegados por millones al sureste de Asia. Incluso allí donde las explotaciones y plantaciones más prósperas eran propiedad de europeos -como en Indochina, en las Indias Orientales Holandesas y en las plantaciones de caucho en Malasia-, el aumento de la demanda de mano de obra dio lugar a un notable incremento de la renta local. Pero al igual que en África occidental, no fue suficiente para inducir un desarrollo industrial significativo: el bajo nivel de vida local significaba que el mercado para la industria moderna era escaso, además de que las potencias coloniales desalentaban implícita o explícitamente el desarrollo industrial.
Esas regiones pobres y muy densamente pobladas se lanzaron -o fueron lanzadas por los gobernantes coloniales- al mercado mundial, que les proporcionó una gran prosperidad. En vísperas de la Primera Guerra Mundial gran parte de la población de una amplia y creciente franja de países tropicales, semi tropicales y coloniales -desde México y Brasil, pasando por Costa de Marfil y Nigeria, hasta Birmania e Indochina- trabajaba en la obtención de productos primarios para la exportación. Café, cacahuetes, cacao, caucho, aceite de palma, estaño, cobre, plata y azúcar salían de esas regiones de rápido crecimiento hacia Europa y Norteamérica a cambio de dinero y productos manufacturados. La modernidad había llegado a los trópicos.
En todas las regiones de rápido desarrollo, ya fueran áreas templadas de reciente colonización o zonas semitropicales densamente pobladas, las elites que dominaban el gobierno y la sociedad consideraban la participación en la economía mundial como la clave para la prosperidad y el éxito. ¿Qyé otra razón había para trasladarse a la Pampa o a las Grandes Llanuras sino dedicarse a producir para la exportación? Muchos imperialistas europeos, estadounidenses y japoneses argumentaban que las colonias eran valiosas ante todo como fuente de materias primas y productos agrícolas. Los regímenes coloniales, con entusiasmo y determinación, impulsaban a sus posesiones a exportar productos primarios.
Los terratenientes, propietarios de minas y comerciantes locales tenían ante sí la perspectiva de enormes ganancias. Los gobiernos locales preveían nuevas oportunidades para vender valiosas tierras o extraer impuestos de los productores para la exportación, lo que
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aumentaría su poder. El proceso se veía facilitado por la oferta aparentemente infinita de capital que llegaba desde Europa occidental, capital que se necesitaba desesperadamente para roturar nuevas tierras, llevar las cosechas y minerales al mercado, construir nuevas ciudades y permitir a los gobiernos satisfacer las demandas de sus poblaciones.
El estereotipo hostil de un país latinoamericano en el momento del cambio de siglo es el de una sociedad oligárquica dominada por los intereses exportadores coaligados con los inversores europeos. La oligarquía terrateniente, los agroexportadores, los sectores exportadores primarios, los vendepatrias: todos ellos se convirtieron en los enemigos satanizados de los líderes nacionalistas. Había algo de verdad en esa caracterización, en su identificación de los canales de poder e influencia que unían a esos países entre sí y con la economía mundial. Dependían de las exportaciones al sector primario, necesitaban acceso al capital y a los mercados europeos y tenían una visión europeísta del futuro y poco interés en compartir su riqueza con las masas empobrecidas. Lo que no se suele decir, incluso considerando los treinta y cinco años de porfiriato dictatorial en México, es que ese crecimiento orientado hacia las exportaciones también creó nuevas oportunidades económicas para la sociedad local, incluida gran parte de la clase media, el campesinado y la creciente clase obrera urbana.
Los grupos dominantes en muchas regiones subdesarrolladas estaban firmemente decididos a insertar su economía en la corriente principal de la economía internacional. Permitían, alentaban e incluso obligaban a los campesinos y a otros a vender sus productos en el extranjero. Invitaban a los inversores, banqueros y comerciantes extranjeros; se endeudaban a fondo en Londres, París y Berlín; construían vías férreas y puertos; mejoraban los cauces fluviales; creaban redes eléctricas y telefónicas; y aprovechaban los beneficios del comercio mundial para enriquecerse. Allí donde tenían éxito, en general, a gran parte de la sociedad también le iba bien, aunque evidentemente no tanto como a la elite. En las áreas de colonización reciente, en Latinoamérica y parte de África y Asia, la expansión orientada hacia la exportación sentó las bases de la incorporación al crecimiento económico moderno.
Laptrattsmo gtotJat
LA INTERPRETACIÓN DE HECKSCHER-ÜHLIN DE LA EDAD DE ÜRO
En 1919, después de que ese capitalismo global hubiera sido barrido por la Gran Guerra, el economista sueco Eli Heckscher intentó explicar la notable experiencia anterior a 1914. Junto con su alumno Bertil Ohlin, Heckscher propuso una forma de entender la participación de diferentes países en el comercio mundial que revolucionó el pensamiento económico y que también servía para captar una realidad compleja. Heckscher y Ohlin creían en la ley de las ventajas comparativas, como prescripción de lo que los países debían hacer y como descripción de lo que en general hacían. Los países tendían de hecho a exportar lo que producían mejor y a importar lo que producían peor. El problema era que esa teoría era casi tautológica. ¿Cómo se podía saber por adelantado lo que un país producía mejor sino observando si era o no capaz de exportarlo con éxito?
Así que los dos suecos trataron de explicar la pauta nacional de las ventajas comparativas. Es evidente que la ventaja comparativa no era simplemente resultado del esfuerzo. Las dificultades de los agricultores suecos no se debían, como sabían, a que la población rural no trabajara duramente. El problema era la escasez de tierra del país, no la pereza de su población. Allí donde la tierra era escasa y cara, la agricultura ofrecía poco rendimiento; donde había mucha tierra y era barata, el rendimiento de la agricultura era satisfactorio. La cuestión radicaba, señalaron, en que cada país contaba con una dotación diferente en cuanto a los factores de producción: algunos eran ricos en tierra; otros tenían una mano de obra abundante; y otros estaban atiborrados de capital. Esas diferentes dotaciones, decían, determinaban las ventajas comparativas de un país y, por tanto, lo que los diversos países podían producir y exportar con éxito. Si había dos países con la misma población y capital, el que contaba con menos tierra cultivable estaría en desventaja comparativa dedicándose a la agricultura, mientras que el que disponía de una oferta prácticamente ilimitada de tierra tendría una ventaja comparativa.
El resultado fue la teoría del comercio de Heckscher-Ohlin, cuya idea básica es muy simple: un país exportará los productos que hacen un uso intensivo de los recursos más abundantes. Los países con mu-
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cha tierra se especializarán en la producción agrícola, que requiere mucha tierra. Los países ricos en capital se concentrarán en productos intensivos en capital, especialmente en productos industriales sofisticados. Las regiones con mano de obra abundante producirán artículos o cultivos intensivos en trabajo. Esta pauta de especialización conducirá a pautas análogas en el comercio: los países ricos en tierra pero pobres en capital exportarán productos agrícolas intensivos en tierra e importarán productos manufacturados intensivos en capital. La teoría de los dos suecos se aplica igualmente a los movimientos de capitales y personas y no sólo al comercio. Esperaban que los países ricos en capital exportaran capital y los países ricos en mano de obra exportaran mano de obra (¡la tierra, evidentemente, no se puede exportar a través de las fronteras sin cambiar éstas!).
El enfoque de Heckscher-Ohlin explica razonablemente los perfiles generales del comercio, inversiones y migraciones internacionales en aquel período.45 Europa occidental, rica en capital y pobre en tierras, exportaba capital y productos manufacturados intensivos en capital al resto del mundo e importaba productos agrícolas intensivos en tierra. El sur y el este de Europa, ricos en fuerza de trabajo, exportaban emigrantes. Las zonas subdesarrolladas templadas y tropicales eran ricas en tierra y exportaban productos agrícolas; eran pobres en capital e importaban capital y productos manufacturados intensivos en capital. Dentro de esta categoría de países 5Íe rápido desarrollo y ricos en tierra, las regiones tropicales de Asia, Africa y América Latina contaban con abundante fuerza de trabajo y por eso exportaban productos agrícolas más intensivos en mano de obra que Norteamérica, Australia y Argentina, donde ésta escaseaba. Todos ellos crecían más que nunca; de hecho, Norteamérica y Sudamérica fueron las regiones del mundo con un crecimiento más rápido entre 1870 y 1913.
La teoría del comercio de Heckscher-Ohlin explica el éxito de países que se concentraban en la utilización de sus factores abundantes en la división mundial del trabajo. Los países ricos en tierra que se esforzaban por desarrollar su agricultura prosperaron; también lo hicieron los países ricos en capital que se concentraron en la inversión en el exterior. Los países originarios del capitalismo industrial inundaron el mundo con productos manufacturados intensivos en capital.
Desde las vastas planicies de la Pampa y las Grandes Llanuras fluía el grano y la carne; las tierras tropicales, bajas y altas, exportaban productos de palma, cacahuetes, caucho, té y café. La apertura económica internacional hizo posible a las sociedades volcadas en la industrialización y el desarrollo alcanzar a las naciones ricas del noroeste de Europa. La brecha entre países ricos y regiones de rápido crecimiento se iba cerrando.
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Fracasos en el _desarrollo
El cónsul británico en la colonia conocida como Estado Libre del Congo se desesperaba contemplando los infortunios de sus oprimidos habitantes. «Uno se pregunta en vano -escribía en 1908- qué beneficios ha obtenido esta gente de la supuesta civilización del Estado Libre. En vano buscaríamos ningún intento de recompensarlos de algún modo por la enorme riqueza que vierten -al Tesoro del Estado. Sus industrias nativas están siendo destruidas, se les ha arrebatado la libertad y su número decrece.»1
Pese a la revolución económica de la Edad de Oro, la mayor parte del mundo permanecía horrorosamente pobre. Aunque las regiones de rápido desarrollo iban trepando por la escalera del éxito industrial, gran parte de Asia, África y Oriente Medio, e incluso partes de Rusia, del este y el sur de Europa y de Latinoamérica se deslizaban a niveles cada vez más bajos.
Casi todas las regiones del mundo crecían, pero había grandes disparidades en sus tasas de cre�imiento. Las diferencias en cuestión -un punto porcentual acá o allá- pueden parecer pequeñas, pero elefecto de un crecimiento más lento se iba acumulando durante décadas. En 1870, por ejemplo, China y la India eran un 20 por 100 máspobres que México en términos de producción per cápita ( una diferencia aproximadamente equivalente a la que existía en 2000 entre
, n6 Capitalismo global
Europa occidental y Estados Unidos). Durante los cuarenta años siguientes la tasa de crecimiento de los gigantes de Asia era alrededor de un punto y medio menor que la de México. En 1913 México era tres veces más rico que los dos países asiáticos ( una diferencia casi equivalente a la que existía entre Estados Unidos y México en 2000).2 En general, Europa occidental, las áreas de reciente colonización y Latinoamérica crecieron unas cuatro veces más rápida que Asia y una vez y media más rápida que el sur y el este de Europa.
Las clases dominantes de esas sociedades eran los principales responsables de su incapacidad para aprovechar las nuevas oportunidades económicas. Muchos gobernantes eran incapaces o no deseaban crear las condiciones para un crecimiento económico sostenido. Algunos de ellos representaban a potencias coloniales extranjeras y utilizaban medios venales y parasitarios para explotar a la población local. El Congo era quizá el ejemplo más sobresaliente de una sociedad abrumadoramente explotada por los colonialistas.
EL REY LEOPOLDO y EL CONGO
William Sheppard era un misionero afroamericano que llegó al África central con la intención de convertir a sus habitantes al presbiterianismo. Por accidente se vio complicado en un escándalo mundial que puso en la picota a uno de los regímenes c�loniales más asesinos de los tiempos modernos.3
Sheppard nació en Virginia en las últimas semanas de la guerra civil estadounidense, en una familia de negros libres. Fue ordenado como pastor presbiteriano a la edad de veintitrés �ños y pronto se . presentó voluntario para el trabajo misionero en Africa. En 1890, Sheppard y un pastor estadounidense blanco, Samuel Lapsley, crearon una misión en Luebo, en la remota región de Kasai en la cuenca central del Congo.
La presencia de los jóvenes estadounidenses en aquella región aislada se debía a los extraordinarios designios y la insistencia de un monarca europeo obsesio�ado por las riquezas de África. En la época en que Sheppard llegó a Africa, el rey Leopoldo II de Bélgica llevaba
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veinte años construyendo un imperio personal en el continente. Leopoldo sabía que Bélgica no podría nunca conquistar por sí misma una colonia, ya que no tenía armada ni marina mercante, y el propio Leopoldo era prácticamente el único belga destacado con ambiciones imperiales, por lo que se presentó como un -benefactor que pretendía llevar el cristianismo a la población africana. Criticó con especial dureza la trata de esclavos en el continente, que una vez que las potencias europeas suprimieron la trata transatlántica en la década de 1840 se había convertido en una cuestión interna entre esclavistas árabes e indígenas. Leopoldo predicaba que la explotación de «seres humanos totalmente inocentes, brutalmente reducidos a la cautividad, condenados en masa a trabajos forzados ... es motivo de vergüenza para nuestra época.» 4
El rey Leopoldo II comenzó su carrera en África como patrocinador de exploradores, financiando la expedición de Henry Stanley que fue el primero en seguir el río Congo desde su nacimiento hasta el Atlántico (1879-1884). Una vez establecidas sus credenciales, Leopoldo II convenció a las potencias europeas para que le concedieran la autoridad personal sobre toda la cuenca del Congo, una área tan grande como Europa occidental y de la que se suponía que acumulaba enormes riquezas naturales.* Su éxito en obtener el control del Congo no fue consecuencia de su capacidad ni de la influencia geopolítica de Bélgica, ambas ínfimas. Para las potencias europeas que se estaban dividiendo África, el nuevo Estado Libre del Congo era un útil amortiguador que separaba las colonias francesas, británicas, alemanas y portuguesas de la región. Leopoldo aceptó permitir a todos los extranjeros igual acceso a las riquezas del área, así que los europeos no tenían necesidad de preocuparse de que la región quedara fuera de sus ambiciones.
Sheppard, Lapsley y otros misioneros protestantes estadounidenses sirvieron a los propósitos de Leopoldo. Contrarrestaban la influencia de los misioneros católicos portugueses y franceses, de los que Leopoldo sospechaba que favorecían a su patria respectiva. Como
* En la Conferencia de Berlín (1884-1885), en la que también participó Estados U nidos. (N del t.)
J.J.O 1..,apuattsmo gtooat
estadounidenses podían recabar apoyo en Estados U nidos para las ambiciones belgas. Los protestantes también podían ayudar a abrir áreas en el interior del Congo para el Estado Libre de Leopoldo, cuya influencia estaba limitada por la vastedad del país. Leopoldo se reunió con Lapsley cuando los dos misioneros se dirigían a África y el ingenuo pastor de veinticuatro años quedó conmovido por la «evidente simpatía del Rey hacia mi misión . .. Su expresión era muy amable y su voz igualmente agradable ... Me asombra hasta qué punto ha podido Dios cambiar las cosas para que un rey católico, sucesor de Felipe II, pueda hablar de misiones en el extranjero con un chico estadounidense presbiteriano».5 Leopoldo aconsejó a Lapsley que acompañara a Sheppard a la región de Kasai; le dijo que las tropas de su Estado Libre podrían protegerlo mejor allí que en otros lugares. De hecho, Leopoldo quería que los jóvenes estadounidenses fueran a Kasai porque era un área que las autoridades del Estado Libre no conocían ni controlaban, y las misiones podrían ayudar a asegurar la influencia y autoridad de la administración de Leopoldo.
Sheppard le cogió cariño a África y a sus habitantes desde el primer momento. Aprendió las lenguas locales y construyó una red de amigos y aliados. Cuando Lapsley murió antes de cumplir dos años en la misión, Sheppard dirigió solo durante cinco años la misión presbiteriana en Kasai. Estudió la sociedad indígena con gran interés y éxito, consiguiendo finalmente entrar en la corte del poderoso y prácticamente desconocido reino de Kuba. Impresionó al público europeo y estadounidense con sus informes y su colección de artefactos, y en 1893 se convirtió en el primer afroamericano y uno de los más jóvenes en ser elegido para formar parte de la Royal Geographic Society británica, probablemente el más alto honor que se podía conceder a un explorador. La Royal Geographic Society también bautizó a un lago de la región de Kasai con el nombre de Sheppard, que lo había «descubierto».
El descubrimiento por aquella época de una contabilidad más doméstica tuvo mayor impacto en el Congo. A finales de la década de 1890 Edmund Dene Morel trabajaba para la línea naviera británica Elder Dempster que disfrutaba del monopolio del transporte de mercancías desde Boma hasta Amberes, ciudad que visitaba a menu-
Los me;ores anos ae La época aoraaa, 1 lfCJó-1 Y 14
do para controlar sus negocios. Morel creía firmemente en el libre comercio y al principio era un entusiasta partidario de la iniciativa de Leopoldo II, pero acabó observando un hecho sospechoso. «El Congo -escribía Morel más tarde- exportaba crecientes cantidades de caucho y marfil por los que, teniendo en cuenta las estadísticas de importación, los nativos no recibían nada o prácticamente nada ... No les llegaba nada a cambio de lo que salía de allí.» Casi lo único que la Elder Dempster transportaba al Congo desde Amberes eran armas y municiones para los soldados del Estado Libre. Y tampoco les podía llegar por otra vía, ya que la línea de Morel tenía el monopolio. A los africanos del Congo no se les permitía utilizar dinero, así que, si no se les pagaba en especie, es que no se les pagaba en absoluto por el suministro de marfil y caucho. Morel sacó la inevitable conclusión: «Trabajos forzados terribles y continuos eran lo único que podía explicar tales beneficios inauditos ... Trabajos forzados de los que el gobierno del Congo era el beneficiario inmediato; trabajos forzados dirigidos por los socios más cercanos del propio Rey».6
Morel había descubierto así la lógica económica del reino africano de Leopoldo. Éste esperaba obtener enormes beneficios en el Congo; pero primero había que conquistar la región y gobernarla, y esto era inmensamente caro, tan caro que Leopoldo II tuvo que endeudarse mucho para conseguir que su Estado Libre funcionara. Duran te una década el marfil de la región proporcionó parte del dinero necesario, pero a mediados de la década de 1890 el caucho sustituyó al marfil como producto más importante de la colonia. La demanda mundial de caucho crecía meteóricamente a medida que las innovaciones técnicas hacían el material más versátil y que inventos como la bicicleta y el automóvil multiplicaban la necesidad de neumáticos de caucho.
El caucho salvaje del Congo era un recurso muy cómodo para el rey sediento de dinero, ya que se producía naturalmente y no costaba nada plantarlo. El problema era que reunirlo resultaba difícil y doloroso: las lianas de las que se extraía estaban dispersas en la selva, donde llovía incesantemente y no había senderos, y a menudo la única forma práctica de convertir el látex en caucho era que el cosechador lo r�partiera sobre su cuerpo hasta que coagulara y se secara, arran-
cándoselo después junto con el vello corporal. La cosecha era de hecho tan difícil que los administradores coloniales no podían inducir a los congoleños a cosechar el caucho voluntariamente a cambio de otros artículos, así que el Estado Libre recurrió a la fuerza, estableciendo un «impuesto» que los nativos debían pagar en caucho.
Los soldados del Estado Libre utilizaban infinidad de métodos para obligar a la población a cosechar el caucho crudo. A veces secuestraban a las mujeres y los niños de las aldeas, manteniéndolos como rehenes hasta que los varones entregaban la cuota establecida de caucho. A veces sobornaban a los caciques locales para que obligaran a sus súbditos a proporcionar el caucho. Cuando todo eso fallaba, los soldados quemaban y arrasaban las aldeas recalcitrantes hasta los cimientos y masacraban a sus habitantes como escarmiento para las aldeas vecinas.
Las noticias sobre las fechorías cometidas en el Estado Libre acabaron filtrándose fuera del Congo. En 1899 el nuevo encargado de la misión presbiteriana, William Morrison, envió a Sheppard a investigar los informes sobre el conflicto entre el reino de Kuba y una tribu caníbal comerciante en esclavos llamada de los zappo-zap. Sheppard regresó a la capital de Kuba* y comprobó con horror que la región había sido devastada. El brutal sistema de recogida de caucho del Estado Libre había llegado a Kuba, que se había resistido viéndose reducida su población a trabajos forzados. El Estado Libre de Leopoldo II había contratado a los zappo-zap y los había enviado a pacificar Kuba, sobre la que establecieron un reinado del terror.
Sheppard tropezó por fin con u�grupo de zappo-zap que lo llevaron ante su jefe, Malumba N'kusa. Este creyó que era belga y se jactó ante él de haber destruido aldeas enteras. El propio Sheppard vio montones de cuerpos a los que habían cortado trozos para consumo de los soldados. Según escribió Sheppard, el jefe Malumba «nos condujo a un armazón de estacas bajo el que ardía un fuego lento, y allí estaban las manos derechas de los cadáveres. Llegué a contar ochenta y una en total». Malumba le explicó a Sheppard: «Aquí está nuestra prueba. Siempre les corto la mano derecha a los que matamos para
* Nsheng, la actual Mushenge. (N del t.)
1-,os me;ores anos aeta epoca aoraaa, lc'fYO-lYlLf I2I
mostrar al Estado cuántos hemos matado».7 La lógica de Leopoldo II también funcionaba allí. El Estado Libre suministraba armas y municiones a sus mercenarios pero temía que los utilizaran más para cazar que para los asuntos del Estado. Para hacer ver que estaban cumpliendo con su deber, los soldados tenían que demostrar que las armas Y municiones del Estado se estaban utilizando para finalidades militares. Las manos derechas ahumadas de sus víctimas demostraban que el dinero del Estado Libre no se estaba dilapidando.
Al cabo de unás semanas el informe de primera mano de William Sheppard sobre las atrocidades en la región de Kasai apareció en las primeras páginas de los periódicos de todo el mundo. Entretanto Edmund Morel había proseguido sus investigaciones sobre el fraude comercial de Leopoldo II con un esfuerzo sistemático por revelar al mundo la realidad congoleña. Comenzó un diario que publicó página tras página los horrorosos detalles sobre la brutali�ad de la administración belga. Pocos meses después de las revelac1on:s. de Sheppard un hombre de negocios estadounidense, Edgar Camsms, fue testigo de una expedición de castigo de los soldados del Estado Libre. En el transcurso de seis semanas, según Canisius, las tropas habían «matado a novecientos hombres, mujeres y niños nativos», con el objetivo de «añadir ... veinte toneladas de caucho a la cosecha mensual».8 Tras la difusión de estos informes, en 1903 la Cámara de los Comunes británica protestó oficialmente ante Leopoldo II de Bélgica. El Foreign Office británico envió a su cónsul :n el _Congo arealizar una investigación que duró meses por todo el mtenor y que confirmó las críticas más severas contra Leopoldo.
La Asociación de Reforma del Congo de Morel movilizó a la opinión mundial contra el saqueo del Congo. �� mov�m�ento ganó fuerza rápidamente, recibiendo el apoyo de antumpenalistas como Mark Twain, cuyo Soliloquio del rey Leopoldo de 1905 es u�a �marga obra maestra de sátira política. Hasta convencidos impenal1stas se unieron al clamor contra Leopoldo II porque sus desmanes desacreditaban el dominio colonial «responsable». En enero de 1905, de h:cho, uno de los principales imperialistas estadounidenses, el presidente Theodore Roosevelt, recibió a William Sheppard en la Casa Blanca y respaldó sus esfuerzos en pro de los congoleños. A las po-
122 Capitalismo global
tencias europeas, más pragmáticas, les preocupaba que Leopoldo no estuviera cumpliendo su compromiso de mantener el Congo abierto � comercio y la in:ersión de otros y estuviera reservando las oportumdades de benefic10 a sus propios sicarios.·
El poderoso Partido Obrero y otros reformadores belgas se unieron � �taqu_e: pidiendo_ que el imperio africano del rey quedara bajoadmm1strac10n del gobierno belga para ser regido de forma más responsable por un poder colonial adecuado. Sólo los más radicales conce?ían la posibilidad de la �ndependencia, ya que, aparte de las repúblicas blancas del sur de Africa, en aquel momento sólo había dos países independientes en toda el África subsahariana.* Leopoldo II respondió nombrando una comisión de investigación, pero incluso és�a encontró pr�ebas contra él: «La exacción de un impuesto en tra�ªJº es tan opres1�a que los nativos a los que afecta no tienen apenas h�ert�d ... Los na�1:os son prácticamente prisioneros en su propio terntono». La com1s1ón condenó las frecuentes «expediciones puniti:'ªs ... con el propósito de aterrorizar a los nativos y que paguen un1r:npuesto ... que lo� comisionados consideran inhumano».9 El rey se v10 finalmente obligado a ceder el control de la colonia al gobierno belga, que suprimió los peores excesos.
Sin embargo, los conflictos de William Sheppard con las autoridades congoleñas no habían acabado. En 1907 describió elocuentemente cómo los comerciantes de caucho habían destruido la estructura social del medio millón de habitantes de Kuba:
Hace tan sólo unos pocos años, los viajeros que llegaban a este país encontraban a sus habitantes viviendo en grandes casas, cada una de ellas con entre una y cuatro habitaciones, amando y viviendo felizmente con sus muje:es e hijos; era una de las tribus más prósperas e inteligentes de toda Africa, aunque viviera en uno de los lugares más remotos del planeta ... Pero durante esos tres últimos años, ¡cuánto han cambiado las cosas! En sus tierras de cultivo crecen matorrales y jungla, su rey es prácticamente un esclavo, sus casas ya sólo son habitáculos semiconstruidos y están muy abandonadas. Las calles de sus ciuda-
* Se refiere a Liberia y Etiopía. (N del t.)
Los mejores años de la época dorada, 1896-1914 123
des no están limpias y bien barridas como solían estarlo; incluso sus niños lloran pidiendo pan. ¿Por qué este cambio? La respuesta se puede resumir en pocas palabras: hay centinelas armados de las compañías estatutarias comerciales que obligan a los hombres y mujeres a pasar casi todos sus días y noches en los bosques de lá región recogiendo caucho, y el precio que reciben es tan bajo que no pueden vivir de él. 10
Los ofendidos directores de la compañía comercial estatutaria local, la Compagnie du Kasai, presentaron una denuncia por difamación contra Sheppard en un tribunal congoleño. Morel y los presbiterianos crearon una red mundial en su apoyo cuando iba a ser juzgado en Léopoldville [actual Kinshasa]. El gobierno estadounidense protestó contra el juicio y el dirigente del Partido Obrero Belga* Émile Vandervelde se apresuró a viajar al Congo para actuar como abogado de Sheppard. Aquel espectáculo puso aún más de relieve la naturaleza cruel del dominio de Leopoldo II y los beneficios que obtenían sus compañías preferidas; finalmente el juez rechazó las acusaciones contra Sheppard. Después de casi veinte años en el Congo, éste optó por regresar a casa. Se retiró del trabajo misionero y pasó sus últimos veinte años como pastor en Louisville, Kentucky. El propio Leopoldo II murió en 1909, poco después de la absolución de Sheppard, en un estado tan próximo a la desgracia como podía estarlo un monarca reinante.
El Estado Libre del Congo de Leopoldo II fue el epítome de los males coloniales modernos. Sir Arthur Conan Doyle, el autor de los relatos protagonizados por Sherlock Holmes, llamaba a la explotación de Leopoldo II en el Congo «el mayor crimen de la historia, el mayor por haber sido llevado a cabo bajo una odiosa pretensión de filantropía».11 Por exagerado que pudiera parecer este juicio, expresaba la repugnancia popular frente a los horrores del dominio colonial, una repugnancia expresada gráficamente por el poeta jazzista estadounidense Vachel Lindsay en su poema épico El Congo:
Escuchad los alaridos del fantasma de Leopoldo Ardiendo en el averno por el cerro de manos cortadas.
* Y presidente de la Segunda Internacional desde 1900. (N del t.)
124 Capitalismo global
Oíd cómo los demonios se chancean y aúllan cortándole las manos allá abajo en el infierno.
Los veinticinco años de desgobierno, saqueo y crueldad de Leopoldo II causaron la muerte violenta de millones de congoleños, pero provocaron un daño aún mayor: la destrucción de gran parte de la estructura social de la región. Los amos coloniales descoyuntaron o devastaron las comunidades locales, exacerbaron los conflictos entre los habitante� del área y no dieron a los congoleños la oportunidad de adoptar y adaptar lo que les pudiera ser útil de la metrópoli. La administración colonial imposibilitó prácticamente a los habitantes de una región con extraordinarios recursos naturales su utilización para desarrollar su economía. Leopoldo II nunca visitó el Congo; su interés era financiero y político, no personal. Pero el soberano feudal ausente y su Estado Libre hicieron un daño enorme a la región. Fueron los principales responsables del decepcionante rendimiento económico de la colonia centroafricana mientras la gobernaron y de su estancamiento en las décadas siguientes.
COLONIALISMO Y SUBDESARROLLO
Mark Twain llamaba a Leopoldo II y sus colegas «el trust de las bendiciones de la civilización». Sobre ese trust escribió: «Hay en él más dinero, más territorio, más soberanía y otros tipos de privilegios que en cualquier otro juego en el mundo».12 Muchos miembros del trust estaban decididos, como Leopoldo II, a exprimir el valor de sus posesiones. Extraían todos los recursos que podían en enclaves cerrados con minas de cobre u oro o plantaciones de bananas o caña de azúcar. Los propietarios, clientes y a veces hasta los trabajadores de esos enclaves no tenían ningún interés a largo plazo en la región, y el efecto sobre la economía local era mínimo. Con cierta frecuencia, cuando las explotaciones necesitaban trabajadores, como en el Congo, las autoridades coloniales imponían trabajos forzados a los residentes locales.
La economía de tales enclaves era poco más que saqueo organizado. Se extraían recursos valiosos sin dejar tras ellos ninguna riqueza,
Los mejores años de la época dorada, 1896-1914 125
tecnología o formación. Los colonialistas sometían a veces a los habitantes indígenas a condiciones próximas a la esclavitud, trastornando su modo de vida normal y destruyendo la economía local. Leopoldo II en el Congo y los portugueses en sus colonias fueron los principales explotadores coloniales. Aquellos regímenes eran tan depredadores que incluso en aquella época la difusión de las revelaciones sobre sus pillajes despertó una indignación general, como en el caso del Congo.
Las concesiones comerciales eran sólo un poco menos perniciosas que los enclaves extractivos. Constituían un retroceso· a los días del mercantilismo europeo de los siglos xvn y xvm, cuando a las compañías estatutarias por acciones como la Compañía Holandesa de las Indias Orientales o la Compañía de la Bahía de Hudson se les cedía todo el control sobre regiones enteras. En casos más recientes, el poder colonial asignaba el control de una región prometedora a un concesionario comercial, cuyo objetivo era obtener beneficios, no desarrollar la economía local. En palabras de uno de los dirigentes de la Compañía Británica del Sur de África, que administraba Rodesia del Norte (ahora Zambia), «el problema de Rodesia del Norte no es un problema de colonización. Es ... el problema de cómo desarrollar una gran hacienda sobre líneas científicas de forma que se pueda sacar de ella el máximo beneficio para su propietario».13 Si el éxito comercial y el desarrollo económico iban de la mano, bien estaba, pero cuando entraban en conflicto, la primera responsabilidad de los concesionarios era la que tenían con sus accionistas.
Cuando pequeños grupos europeos colonizaban áreas con grandes poblaciones indígenas, existía la misma posibilidad de abuso que en el caso del pillaje colonial desnudo. Ese colonialismo era fundamentalmente diferente de la emigración en masa de europeos a áreas tan escasamente pobladas como las praderas de Canadá o la Pampa argentina, donde los inmigrantes y su descendencia constituían prácticamente la totalidad de la población local. Un asentamiento de colonos, en cambio, era gobernado por una casta importada que dominaba y controlaba grandes poblaciones indígenas. Algunas autoridades coloniales alentaban el asentamiento de colonos a fin de desarrollar fuentes de abastecimiento agrícola; y había quienes consideraban a los co-
lonos como un bastión frente a la población nativa y otras potencias coloniales. Pero el desarrollo económico mediante el asentamiento de colonos era casi siempre un fracaso.
El asentamiento de colonos se solía promover entregando tierra a los europeos para que cultivaran pla._ntas que la población indígena no cultivaba. La experiencia de los colonos demostraba a menudo la sabiduría de los habitantes de la región al no pretender cultivos que fracasaban miserablemente. Los colonos perturbaban a veces deliberadamente las actividades económicas tradicionales a fin de obligar a los «nativos» a trabajar para ellos en las nuevas explotaciones. Muchos colonos sólo tenían éxito en la agricultura comercial gracias a las subvenciones de las autoridades: créditos, reducciones de impuestos, infraestructura barata, acceso privilegiado a los mercados, expropiación de los propietarios locales. A fin de que seis mil europeos se establecieran en Kenia en 1913, los británicos tuvieron que ceder tierras prácticamente gratis cerca de una nueva vía férrea, expulsar a miles de masais y kikuyus de sus territorios, imponerles tributos de capitación en dinero, o por sus chozas, o sobornar a los caciques locales para inducir a los africanos a trabajar para los colonos. Aun así, la agricultura de los colonos en Kenia fue en gran medida un fracaso.14
Hubo algunos éxitos importantes, en los que los colonos consiguieron desarrollar cultivos productivos. En Argelia, una vez que se consolidó el dominio francés a mediados del siglo XIX, cientos de miles de europeos se establecieron a lo largo de la costa mediterránea. La región era semejante a la del sur de Francia en clima y topografía y adecuada para cultivos muy conocidos por los franceses. Pronto los colonos estaban exportando grano y vino, con su posición competitiva apuntalada por una política colonial favorable y una mano de obra local barata. Al otro extremo del continente también hubo éxitos económicos en zonas del sur de África como Rodesia y la provincia de El Cabo, en las que las economías de los colonos acabaron siendo rentables y productivas, sobre todo en cultivos para el mercado.
Sin embargo, incluso las sociedades de colonos más dinámicas estaban basadas en políticas que les reservaban los beneficios económicos -ya fuera en Argelia o en Rodesia- y excluían a los habitantes locales. Los colonos rodeados por sociedades indígenas populosas
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exigían un tratamiento distinto y desigual al de los nativos; si se hubieran concedido iguales derechos al resto de la población, la situación privilegiada de los colonos se habría visto amenazada por la competencia de árabes y africanos dispuestos a trabajar más duro por menos salario. Lo que muchos colo�os querían no era el desarrollo general de la agricultura indígena sino una fuerza de trabajo cautiva y barata. Los esfuerzos por mejorar la situación de los «nativos» podían desvanecerse frente a la necesidad de los colonos de mano de obra barata. La mayoría de ellos se oponían pues a la asimilación de otros súbditos coloniales al sistema social, económico y político.
Los colonos que se oponían a incluir a la población local en el sistema colonial entraban a veces en conflicto con los propios poderes coloniales. 15 En un primer momento los gobiernos coloniales dieron la bienvenida a una capa de franceses y británicos llegados para supervisar sus posesiones; sin embargo, la población local no podía quedar subyugada por la fuerza para siempre y los poderes imperiales pretendieron más adelante alentar la participación de los nativos en la sociedad colonial, integrarlos en el nuevo orden. Los colonos se oponían a esa integración porque implicaba una reducción de sus privilegios especiales. Si a los musulmanes argelinos o a los negros keniatas o rodesianos se les concedía derecho pleno a la tierra, los servicios públicos o incluso el voto, pronto surgirían poderosas presiones para eliminar los favores concedidos a los europeos.
La oposición de los colonos a la integración de los nativos en el sistema colonial bloqueaba a menudo una integración económica internacional de amplia base y en general el desarrollo económico. Los colonos restringían el acceso a la prosperidad a ellos mismos y a sus aliados más cercanos; la marginación de la mayoría de los nativos excluía la posibilidad de un crecimiento de amplia base. U na Argelia o una Rodesia más inclusiva económica, social y políticamente podría haber ampliado las oportunidades económicas para la metrópoli colonial, una razón, junto con la mayor gobernabilidad, por la que Francia y Gran Bretaña optaron finalmente por tal integración. Cuando los colonos bloqueaban la democratización, también bloqueaban el desarrollo social y económico de la región, prefiriendo un trozo más grande de una tarta más pequeña.
Incluso allí donde el dominio extranjero no era tan pernicioso como en el colonialismo extractivo y de colonos, podía frenar el crecimiento local. Algunas potencias imperiales restringían el comercio de una forma que recordaba al mercantilismo europeo contra el que habían combatido los movimientos independentistas en el Nuevo Mundo y los liberales metropolitanos. Los mercantilistas habían obligado a las colonias a comprar y vender en el mercado metropolitano, sobrecargando a las colonias por lo que compraban y pagándoles menos por lo que vendían. Además de los precios discriminatorios contra las colonias, los mercantilistas solían desalentar o prohibir la industria local. Algunas potencias imperiales modernas utilizaban políticas de estilo mercantilista para obligar al comercio y la inversión a utilizar los canales coloniales, con lo que negaban a las colonias un acceso pleno a las mercancías, capital y tecnología de una economía mundial en auge. Algunas grandes potencias también obligaron a países subdesarrollados independientes a firmar tratados desiguales que proporcionaban a los países industriales un trato preferente.
Los tratados comerciales neomercantilistas y neocoloniales suponían un obstáculo para el desarrollo, pero no sustancial. Los imperios británico y alemán eran librecambistas, como lo era toda el África central; los aranceles formales eran bajos, cuando se llegaban a imponer; y la desviación del comercio informal no les costaba mucho a las colonias. Los tratados comerciales desiguales también tenían efectos limitados: los países que querían imponer altos aranceles, como Brasil, Rusia y Estados Unidos, nunca los aceptaban, y los que los aceptaban tenían poco interés en que los aranceles fueran demasiado altos. De hecho, cuando países como Siam y Japón quedaron liberados de los tratados comerciales desiguales, apenas modificaron su política comercial. Así pues, aunque las potencias imperiales manipulaban su comercio con los países pobres, esa manipulación no era tan radical como para retrasar de forma importante el crecimiento económico.
De hecho, la mayoría de las potencias imperiales pretendían que sus colonias participaran en la economía internacional, y no por pura benevolencia imperial, sino más bien porque hacer llegar los recursos de las colonias al mercado solía requerir una participación local activa.
Los me;ores anos aeta epoca aoraaa, lli':I0-1':114 129
En muchas colonias los productos para la exportación eran pro,ducidos por los campesinos locales, como sucedía en gran parte del Africa occidental, Ceilán y el sureste de Asia, y los gobiernos coloniales en esas regiones y en otros lugares se esforzaban por llevar sus productos al mercado mundial. Construían vías férreas, carreteras y puertos, establecían un orden judicial y monetario y alentaban a los comerciantes a buscar productores y consumidores tierra adentro.
Ahora bien, los gobernantes coloniales a menudo hacían poco por facilitar el acceso de las colonias a los mercados internacionales. A veces esto se debía a que la potencia imperial había adquirido el territorio por razones no económicas, como acuartelar tropas o guarecer y avituallar sus barcos. Otras veces se debía al abismal retraso de la potencia colonial, como en el caso de las colonias portuguesas y españolas, y otras a que el poder en la colonia dependía de gobernantes locales que temían los efectos de la economía internacional sobre su control social. A este respecto, la inadecuada oferta de oportunidades económicas a los súbditos coloniales -especialmente a los súbditos coloniales no blancos- era una deficiencia importante de la mayoría de las potencias coloniales.
Sir Arthur Lewis analizó las consecuencias del colonialismo, incluso el más benevolente, con su característica elocuencia y moderación. Escribiendo sobre su experiencia personal -fue el primer súbdito colonial (había nacido en Santa Lucía, en las Antillas) y la primera persona «de color» que obtuvo un premio Nobel en Economía-, decía en la década de 1970:
El retraso de los países menos desarrollados en 1870 sólo lo podía modificar gente dispuesta a alterar ciertas costumbres, leyes e instituciones, y a desplazar el equilibrio del poder político y económico arrebatándoselo a las viejas clases terratenientes y aristocráticas. Pero las potencias imperiales se aliaron en su mayoría con los bloques de poder existentes. Eran especialmente hostiles a los jóvenes instruidos, a los que, discriminándolos por su color, impedían el acceso a puestos en_ l�sque se podía adquirir experiencia administrativa, ya fuera en el servic1_0público o en negocios privados. Esa gente, decían entonces, no pod1a ocupar puestos destacados porque le faltaba experiencia gestora, así como el tipo de fundamento cultural en el que ésta florece. Una conse-
cuencia de esa actitud fue desviar a largas y enconadas luchas anticoloniales a muchos talentos brillantes que se podrían haber utilizado creativamente para el desarrollo.16
Pero ésos eran pecados de omisión más que de comisión. Evidenciaban una atención inadecuada a los requisitos del desarrollo económico más que una oposición activa a éste; pero aun así eran lo bastante reales e importantes como para coadyuvar a los fracasos del desarrollo en los años anteriores a 1914.
El colonialismo obstaculizó el desarrollo en la medida en que obstruía la integración económica de las colonias con el resto del mundo o la posibilidad de que los súbditos coloniales participaran en ese proceso. Esta conclusión contradice la opinión que entiende como principal problema la inversión y el comercio internacional. Muchos activistas anticoloniales de la época hacían críticas anticomerciales de ese tipo, que siguen siendo aún populares en algunos círculos. Acusaban a las grandes potencias de arrojar despiadadamente a las colonias a las turbulentas aguas de la economía global, sometiendo a regiones pobres a las constricciones del mercado mundial. Esta acusación es errónea, al menos en dos sentidos. En primer lugar los gobiernos coloniales más perjudiciales y objetables utilizaban las restricciones sobre el comercio, no el libre comercio, para extraer recursos de sus colonias. En segundo lugar, la inserción en el mercado mundial solía incrementar espectacularmente el crecimiento económico de las colonias. No es una coincidencia que los países latinoa-
. mericanos de crecimiento rápido comerciaran más del triple que los países asiáticos de lento crecimiento en proporción a la economía, y más del séxtuplo en relación con el PIB per cápita. Cuando se les daba una oportunidad, los pueblos de las regiones pobres aprovechaban enérgicamente las posibilidades de enriquecimiento ofrecidas por el capitalismo global. Las áreas coloniales que crecían más rápidamente eran aquéllas cuyos gobiernos eran más eficaces en la apertura de vías hacia los mercados globales. Los problemas de desarrollo eran más severos allí donde los regímenes coloniales estaban poco dispuestos o eran incapaces de permitir a los pueblos de las colonias aprovechar lo que la economía global les podía ofrecer.
Los mejores años de la época dorada, 1896-1914 131
El colonialismo era uno de los muchos factores que afectaba al crecimiento en el mundo subdesarrollado, y no era siempre negativo. El dominio colonial eficaz aceleraba el avance económico, del mismo modo que la explotación colonial corrupta lo retrasaba. Económicamente, la mayoría de las colonias estaba entre esos extremos: dotadas con un mínimo de servicios administrativos y de otro tipo; sometidas a tributos y cierta discriminación comercial. La relativa irrelevancia del colonialismo para las cuestiones del desarrollo se constata claramente desde una perspectiva más amplia: las diferencias de desarrollo eran tan grandes entre los países no coloniales como en las colonias. Por ejemplo, aunque gran parte de Latinoamérica creció rápidamente, áreas de Centroamérica y del noreste de Brasil se estancaron de forma desesperante. Dos de los casos más obvios de estancamiento, el de China y el del imperio otomano, no se debían al dominio colonial, ya que eran independientes. Algunos países coloniales se estancaron y otros crecieron rápidamente, como sucedía con los países independientes. Con excepción de casos de sa��eo ?irecto del estilo del Congo o del asentamiento de colonos privilegiados, el colonialismo no solía ser un obstáculo insuperable para el desarrollo económico.
MAL GOBIERNO Y SUBDESARROLLO
La política económica de los gobernantes de un país era el factor principal que determinaba su desarrollo econ_ó�ico, ya se �ra�ara degobernantes coloniales o autóctonos. El crecimiento economico requería inversión, un fácil contacto con l_os clientes nacion1es y ext:anjeros, formación técnica y acceso al capital y a la tecnologia extr�nJera. Nada de esto podía tener lugar sin el apoyo, o al menos el permiso, de los gobernantes. . . . . Las sociedades pobres de finales del siglo XIX y principios del XX
eran en su cuatro quintas partes agrícolas y su agricultura estaba extraordinariamente atrasada. En comparación, en 1700 Gran Bretaña
1 . , 1 , d t" 17 era menos rural y sus exp otaciones agnco as eran mas pro uc ivas. Para modernizarse, los campesinos necesitaban mejorar su tierra,
aprender nuevos métodos y plantar nuevos cultivos. En las áreas que crecían rápidamente -las tierras bajas de Tailandia y Birmania donde se cultivaba arroz, las regiones del cacao de África occidental y las zonas del café de Brasil y Colombia- abundaban los agricultores independientes que desarrollaban sus tierras, y sus gobiernos les facilitaban el aprovechamiento de las oportunidades económicas.
Un requisito del crecimiento económico era la infraestructura, servicios que facilitaran la actividad eco.nómica. Los agricultores necesitaban información sobre técnicas y mercados, medios de transporte que les hicieran llegar maquinaria y en los que pudieran expedir sus cosechas, y crédito. Los gobernantes interesados en el crecimiento económico se esforzaban por que su población dispusiera de transporte, comunicaciones, finanzas y una moneda fiables.
El desarrollo también requería condiciones políticas y legales más sutiles, especialmente garantías para los derechos de propiedad. La protección de la propiedad privada no beneficiaba exclusivamente a los más privilegiados: en las sociedades pobres los principales propietarios eran agricultores con pequeñas parcelas. Para poder aprovechar las nuevas oportunidades económicas, tenían que reservar tiempo, energía y dinero para mejorar el suelo. Un agricultor tenía que arriesgar su sustento para plantar cafetos, roturar nuevas tierras o establecer un sistema de regadío.¿ Y cómo podía emprender inversiones tan arriesgadas si no estaba seguro de poder conservar sus ganancias porque los bandoleros le podían robar sus animales o quemar sus campos o los funcionarios del gobierno tenían autoridad para arreba-tarle cualquier riqueza que hubiera ahorrado e incluso la administración nacional podía llevarse con los impuestos todos sus beneficios?
La formación para mejorar las habilidades de los trabajadores y su alfabetización también tenían un efecto directo sobre la productividad. De hecho, los éxitos económicos reproducían casi exactamente el nivel de escolarización. En Estados U nidos y Alemania tres cuartas partes o más de los niños en edad escolar iban a la escuela; en J a -pón, la mitad; en Argentina y Chile, la cuarta parte. Además de la educación, también eran importantes la higiene y la sanidad pública, por razones sociales y porque permitían a la gente convertirse en miembros fructíferos de la sociedad.
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El mal gobierno era el obstáculo principal para el crecimiento económico. El mal gobierno impedía a los agricultores y mineros despachar sus productos al mercado mundial. El mal gobierno impedía a los africanos del este o a los centroamericanos mejorar sus tierras y ciudades. El mal gobierno, ya fuera de las autoridades coloniales o de gobiernos independientes, impedía incuestionablemente el desarrollo; y muchos gobernantes, independientes o coloniales, eran indiferentes u hostiles a las necesidades del desarrollo económico.
Signos evidentes de mal gobierno eran la ausencia de una red de transportes y comunicaciones adecuada, la escasez de bancos y la desconfianza popular hacia la moneda nacional. La primera línea ferroviaria en China fue construida veinticinco años después que en la India, por comerciantes extranjeros, y un año después el gobierno chino la levantó y la arrojó al océano.18 En 1913, China tenía todavía un sistema ferroviario más raquítico que el del minúsculo Japón y sólo una quinta parte del kilometraje de las líneas férreas de la India.
Otra señal de mal gobierno era la ausencia de un claro compromiso con un entorno económico fiable, de forma que la gente pudiera aprovechar las oportunidades que les ofrecía el crecimiento de la economía mundial. Los gobernantes tradicionales ·eran a menudo reacios a garantizar los derechos de los inversores; después de todo, respetar los derechos de propiedad privada significaba restringir las prerrogativas del gobierno. Hasta los primeros años del siglo .xx no dio China el paso elemental de adoptar un código empresarial que permitía a las empresas funcionar normalmente, e incluso entonces los funcionarios acostumbraban a vulnerar los derechos de los ciudadanos privados.
El mal gobierno también suponía una falta de compromiso por parte de la administración para mejorar la calidad de la vida humana y de los trabajadores. En la India sólo un niño de cada veinte iba a la escuela.19 En 1907 el 92 por 100 de la población adulta de Egipto era analfabeta, y no había signos de interés por parte del gobierno para reducir ese porcentaje.20 Muchos gobernantes -independientes, coloniales o neocoloniales- se despreocupaban absolutamente de proporcionar educación básica, saneamiento o salud pública.
¿ Por qué condenaban las clases dominantes a sus sociedades al estancamiento? En las colonias la respuesta podía ser que los gober-
nantes imperialistas no estaban interesados en la situación económica del país; pero muchos de los fracasos del desarrollo no dependían de la política, y cabe presumir que la mayoría de los gobernantes preferían que sus sociedades crecieran más que declinaran, aunque sólo fuera para generar más tributos. No se trataba pues solamente de falta de democracia; en casi todas partes los gobernantes eran oligarcas, tanto en los países pobres como en los ricos. Algunos soberanos estaban simplemente menos dispuestos o eran menos capaces que otros para facilitar un desarrollo económico de amplia base.
EsTANCAMIENTO EN As1A
Los fracasos más sobresalientes en el desarrollo eran los de China, el imperio otomano y la India. Las tres civilizaciones más viejas del mundo tenían, evidentemente, largas historias de compleja organización social. Como en la Europa premoderna, su economía consistía casi enteramente en pequeña agricultura de subsistencia y artesanía y se había mantenido durante mucho tiempo en cierto equilibrio, suficiente para alimentar y vestir a la población, aunque no para proporcionar un excedente sustancial susceptible de ser utilizado para la inversión y el desarrollo. Los gobiernos eran expertos en administrar sus amplias sociedades, proporcionando estabilidad social y seguridad militar. Los pocos sectores avanzados de la economía -las finanzas y el comercio a larga distancia y con el extranjero, la industria incipientecorrían a cargo de grupos muy concretos, a veces de una etnia distinta. Esas islas de actividad económica eran cuidadosamente controladas,, para evitar el surgimiento de centros de poder alternativos.
Las clases dominantes de esos tres grandes países temían que el desarrollo económico pudiera provocar cambios sociales que los hicieran ingobernables, o al menos ingobernables por sus elites de la época. Los gobernantes otomanos, chinos e indios estaban principalmente preocupados por la estabilidad de su orden social y el crecimiento económico los podía desestabilizar. Alentar el surgimiento de un próspero sector privado significaba comprometer a los gobiernos a respetar los derechos de sus súbditos de forma desacostumbrada.
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Crear la base para un desarrollo económico moderno significaba incorporarse a la economía mundial, cargar con impuestos a los ricos, educar a los pobres, mejorar el transporte rural, desarrollar mercados de crédito local. Casi todo esto implicaba cambios sociales poco deseados por las clases dominantes locales. Ninguno de los tres gobiernos hizo esfuerzos reales por superar la inercia secular hasta finales del siglo XIX, cuando ya era demasiado tarde. El tradicionalismo bloqueó la modernización. 21
Los partidarios de esos tres gobiernos argumentaban que la necesidad política los obligaba a subordinar el desarrollo a los objetivos de política exterior. Al parecer, los imperios otomano y chino tenían que afrontar amenazas a su soberanía que exigían demorar el desarrollo económico. Por ejemplo, una razón esgrimida para defender la hostilidad del gobierno chino a los ferrocarriles era que los militares, comerciantes o misioneros extranjeros los podían utilizar para comprometer la seguridad del país. Pero la propia decisión era reveladora, ya que suponía que los propios chinos no eran capaces de adoptar las nuevas tecnologías, incluido el uso militar de los ferrocarriles, mientras que los japoneses ya lo estaban haciendo; por otra parte, negar al país una revolución en los transportes simplemente para impedir el acceso a él de los extranjeros implicaba que la amenaza a la influencia del gobierno tenía más peso que las oportunidades de crecimiento económico. El poder y la estabilidad imperial eran más importantes que el desarrollo. El gobierno imperial cambió finalmente de opinión después de utilizar ferrocarriles para trasladar rápidamente tropas del gobierno durante la rebelión de los bóxers de 1899-1900 y emprendió un programa de construcción de vías férreas, sólo que cuarenta años tarde. El argumento de la necesidad militar estaba evidentemente equivocado: las crecientes vulneraciones de la soberanía china y otomana durante el siglo XIX y principios del xx eran consecuencia
de su retraso económico, no su causa. En el caso de la India se alega a veces su estatus como joya militar
mente crucial de la corona británica para explicar el retraso en el crecimiento debido a la falta de atención por parte del imperio a las necesidades económicas. Cierto es que las necesidades militares absorbieron la mayor parte del gasto británico en la India en la construcción de
una extensa red de carreteras y vías férreas. Pero lejos de retrasar el desarrollo, el ferrocarril era probablemente el cauce más importante para cualquier éxito económico que registrara la India, aunque por sí solo fuera insuficiente. Tanto los británicos con sus aliados en la India, como los gobernantes de los imperios chino y otomano, estaban preocupados ante todo por mantener el control político y miraban con suspicacia las políticas desarrollistas más audaces. 22
Durante las últimas décadas del siglo XIX quedaron claras las desastrosas consecuencias del retraso en el desarrollo, y en los tres países aparecieron movimientos reformistas. Había muchos agentes lúcidos y bien intencionados del cambio, incluso dentro del gobierno, pero en la mayoría de los casos sus esfuerzos se vieron obstaculizados por la prolongada resistencia imperial.
Algunos de los gobernantes chinos, por ejemplo, eran partidarios de la reforma económica y política; pero las credenciales reformistas del gobierno eran sospechosas, como mostró la emperatriz regente china al respaldar la rebelión antioccidental de los bóxers. Hasta los cambios que el gobierno chino puso en práctica se veían distorsionados por la influencia de las clases dominantes tradicionales.
U na de las tareas más acuciantes era el desarrollo de una industria moderna, que prácticamente no existía en China; pero los pocos gobernantes nacionales o regionales que alentaban la industria lo hacían sobre todo para ampliar su propia influencia. El gobernador provincial de Hubei-Hunan, por ejemplo, estableció una acería en Hanyang bajo su amparo personal. Él mismo realizó los encargos de equipo a través del embajador chino en Londres, insistiendo en que quería lo último en equipo británico. Dada la ignorancia siderúrgica del gobernador, no cabe sorprenderse de que el alto horno encargado fuera inadecuado para el mineral local, mientras que el carbón con el que se pretendía que funcionara era inutilizable. Para empeorar aún más las cosas, se construyó en una localidad demasiado pequeña y demasiado húmeda, pero que tenía la virtud de estar a la vista del palacio del gobernador. Aquel alto horno costó una fortuna y fracasó miserablemente. El historiador de la economía Albert Feuerwerker ha estudiado muchos de esos intentos de última hora del gobierno imperial de estimular la industria. En un caso tras otro los planes em-
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prendidos enriquecieron a unos pocos comerciantes y funcionarios pero no sirvieron en absoluto para enderezar la economía del país. «La abrumadora mayoría de la elite aristocrática ilustrada -escribía en 1995- se oponía o era indiferente a la industrialización.»23
Dado que los intereses creados bloqueaban la reforma, los adversarios de las clases dominantes enarbolaron la bandera de la renovación nacional. Los nacionalistas indios que querían mayor autonomía para la colonia encabezaron el movimiento por el desarrollo económico. Los oficiales de rango intermedio del ejército fueron la punta de lanza del impulso por la reforma en el imperio otomano. Los J óvenes T ureas tomaron el poder en 1908-1909, pero sus planes se vieron desbordados por la Primera Guerra Mundial. La guerra demostró lo calamitoso que había sido el retraso, con masivas pérdidas otomanas frente a los extranjeros y a los movimientos nacionalistas autóctonos. Cuando el imperio se hundió, otro joven oficial, Mustafá Kemal (Atatürk), dirigió los restos del imperio hacia la modernidad como la nueva Turquía laica y republicana. El relativo éxito de la T urquía de Atatürk sólo sirvió para poner aún más de relieve la naturaleza retrógrada del régimen al que sustituyó.
Las nuevas fuerzas económicas y sociales también tuvieron que esperar a la revolución para ocupar el primer plano en China. El programa de reformas del gobierno imperial era excesivamente apocado y en 1911 una coalición de oficiales del ejército sublevados y opositores civiles derrocó la monarquía. Sun Yat-sen y su Partido Nacionalista encabezaron el movimiento rebelde que proclamó la república el 29 de diciembre; pero al igual que en el imperio otomano, la reforma llegaba demasiado tarde para evitar el deterioro de la situación del país. Los señores de la guerra dividieron China en feudos regionales, dejando al país casi indefenso mientras un Japón más poderoso e industrializado ampliaba su control sobre territorio chino. Ningún grupo o persona parecía capaz de unificar el país para combatir contra los japoneses o para renovar el gobierno nacional. El resultado fueron casi cuarenta años de guerra civil e invasión japonesa, una calamidad tras otra que demostraban hasta qué punto el sistema imperial había dejado al país poco preparado para la era moderna. La civilización milenaria china, como la del imperio otomano o la de India, blo-
queaba más que permitía la adopción de, y adaptación a, las actividades económicas modernas.
ESTANCAMIENTO DE LAS PLANTACIONES
Los intereses creados podían obstaculizar el desarrollo económico incluso allí donde el peso de la historia no era tan abrumador. Los gobernantes que necesitaban peones para sus plantaciones o mineros para sus minas dispuestos a trabajar por una miseria podían perder la base de sus privilegios si los trabajadores se desplazaban a actividades más lucrativas. Los que dependían de trabajadores cautivos tenían poco interés en facilitar la transición de las masas a un nuevo orden económico. Las elites que no precisaban tanto una mano de obra barata, en cambio, podían beneficiarse del incremento general de prosperidad, actuando como banqueros o agentes a comisión para los pequeños agricultores prósperos, encargándose del lucrativo comercio de exportación-importación o como intermediarios entre los extranjeros y la población local.
La compatibilidad de los intereses de las clases dominantes con el desarrollo dependía en parte de la naturaleza de la economía. Diferentes cultivos o materias primas conducían a estructuras económicas basadas en las plantaciones, en minas enormes o en granjas familiares, y esto tenía efectos duraderos sobre la organización social.24 Al
gunas actividades eran particularmente proclives a la creación de oligarquías retrógradas que retrasaban el crecimiento económico; otras alentaban la incorporación de la población a la vida económica y política estimulando un mayor desarrollo.
Los cuatro principales cultivos para la exportación en los trópicos contrastaban notablemente en su organización de la producción y en las sociedades que generaban. Café, algodón, azúcar y arroz suponían juntos más de la mitad de las exportaciones agrícolas de los trópicos en 1913, y su impacto sobre las sociedades tropicales no podía ser más diferente. Era una opinión muy difundida que la caña de azúcar y el algodón eran cultivos «reaccionarios», mientras que el café y el arroz eran «progresistas», y los subsiguientes estudios han confirmado
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en gran medida esa opinión. Los primeros eran productos de plantación y dieron lugar a algunas de las sociedades más desiguales y anquilosadas del mundo; los últimos se cultivaban en pequeñas granjas y proporcionaban oportunidades para un amplio cre<Zimiento económico.
Los propietarios de plantaciones solían cultivar la caña del azúcar y el algodón con trabajadores forzados. Los capataces supervisaban el avance a través de los campos de hileras de trabajadores estrechamente vigilados, sin tener que recompensar ninguna iniciativa individual ni ofrecer motivación alguna. Por ésta y otras razones, en el cultivo de la caña de azúcar y el algodón había sustanciales economías de escala: las grandes explotaciones eran más eficientes que las pequeñas, y los pequeños agricultores independientes no podían competir con las grandes plantaciones.
El café y el arroz, en cambio, eran cultivos ideales para pequeños agricultores. En el caso del café, esto se debía en parte a que su cosecha exige una gran atención al detalle; las bayas maduran a diferente velocidad y el recolector debe observar meticulosamente lo que está recogiendo.25 A diferencia de lo que sucedía con la caña de azúcar y el algodón, el trabajo forzado a gran escala no era eficaz. En los casos del café y el arroz no cabían economías de escala y los pequeños agricultores dominaban su producción. Y allí donde el cultivo dominante era llevado a cabo por pequeños propietarios independientes, solían darse pautas de desarrollo político más equitativas y con una base más amplia.
En Latinoamérica había tanto sociedades «reaccionarias» basadas en la caña de azúcar como «progresistas» basadas en el cultivo del café. La caña de azúcar, como el algodón y el tabaco, se cultivaba originalmente en plantaciones de esclavos. Tras la abolición de la esclavitud, la tecnología y la competencia solían dictar que se siguiera cultivando en grandes plantaciones con salarios muy bajos. Allí donde los antiguos esclavos tenían la posibilidad, evitaban esas plantaciones como una plaga. Los plantadores se esforzaban por incrementar la oferta de trabajo y mantener bajos los salarios. En las islas del azúcar del Caribe y en la costa de Perú, los plantadores importaron miles de indios y chinos, a menudo con una servidumbre contratada. En el
noreste de Brasil los propietarios de las plantaciones hacían lo que podían para mantener a «sus» peones ligados a las ellas: limitaciones a la movilidad, deudas, coerción. El problema se exacerbó cuando los europeos comenzaron a cultivar remolacha y a subvencionar la exportación de su azúcar, haciendo bajar notablemente el precio mundial.26
La amarga consecuencia del dominio del azúcar era una terrible desigualdad. La elite rica dominaba señorialmente un empobrecido depósito de mano de obra, con pocos incentivos para alentar el desarrollo económico, social o humano, que habrían apartado a los trabajadores de las plantaciones de caña. Una situación parecida prevalecía en las regiones donde se cultivaba el algodón en grandes haciendas con mucha mano de obra. En el noreste de Brasil se cultivaba algodón además de caña de azúcar, condenando doblemente su estructura social. El orden económico y político reforzaban la posición de los ricos terratenientes y comerciantes que no veían razón para mejorar la calidad del gobierno, las infraestructuras o la enseñanza.
Los resultados solían ser pavorosos. En Venezuela, por ejemplo, la tierra buena de las grandes haciendas estaba rodeada por las pobres chozas de los campesinos sin tierra. Los grandes terratenientes -hacendados- utilizaban menos de la tercera parte de su tierra pero se negaban a arrendar el resto a los campesinos pobres ya que, si hubieran dispuesto de la tierra ociosa, éstos no habrían estado dispuestos a trabajar por un salario de miseria en las plantaciones, y los hacendados se habrían visto privados de los trabajadores necesarios para hacer económicamente viables sus grandes haciendas; por eso la mayoría de las tierras fértiles permanecían ociosas. A largo plazo eso no podía favorecer los intereses de los terratenientes, ya que la perpetuación de la miseria de los campesinos sin tierra limitaba severamente el mercado nacional, por no hablar de la conflictividad social siempre a punto de estallar. Pero la oligarquía terrateniente estaba más interesada por su riqueza y poder aquí y ahora que por el desarrollo a largo plazo.27
Esas pautas se repetían en una región tras otra y producto tras producto. El azúcar tuvo un impacto social retrógrado sobre las Indias Orientales Holandesas, Filipinas, Fiyi y Mauricio. El algodón tenía en Egipto efectos comparables a los del noreste de Brasil, reforzando la posición de las clases_ dominantes terratenientes y comer-
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ciantes. Algunos nuevos cultivos, como los de bananas en Centroamérica y el árbol del caucho (Hevea) en Malasia, dieron lugar a nuevas economías plantadoras en tierras en gran medida desocupadas, dominadas en ambos casos por empresas extranjeras que empleaban a peones sin tierra, a menudo importados expresamente de otras regiones pobres con esa finalidad.
Los países o regiones de Latinoamérica donde se cultivaba café, en cambio, consiguieron los mayores éxitos en el desarrollo en las décadas inmediatamente anteriores a la Primera Guerra Mundial. Evidentemente no es una coincidencia que el café, como el arroz o el trigo, fuera fácil de cultivar con costes muy bajos en pequeñas explotaciones. Bastaban unos pocos años para que maduraran los nuevos cafetos, por lo que los campesinos no necesitaban mucho crédito ni ahorros, y a diferencia de las plantaciones de caña de azúcar o algodón los pequeños cafetales podían ser extraordinariamente rentables. Más de· la cuarta parte de la producción del oeste de Colombia durante aquel período provenía de pequeñas explotaciones de menos de tres hectáreas. También era posible, evidentemente, cultivar el café en grandes plantaciones, y la producción de Sao Paulo provenía desproporcionadamente de grandes haciendas; pero en la región también abundaban las pequeñas explotaciones.28 De hecho, una de las ventajas del café era que los pequeños - agricultores podían cultivar maíz, yuca, frijoles o plátanos entre los cafetos, obteniendo así tanto alimentos básicospara sus familias como un lucrativo producto para el mercado. Y allí donde los campesinos disponían de la posibilidad de establecer su propio cafetal, los grandes terratenientes se veían obligados a pagar salarios más decentes a sus peones.
Ya se cultivara en pequeñas explotaciones o en grandes haciendas con peones relativamente bien pagados, el café se asociaba c?n la prosperidad general. Esto no se debía únicamente al _alto prec10_ demercado -entre 1899 y 1913 el algodón tenía precios sustancialmente más altos que el café, el arroz y el cacao29
- sino porque el café, por la propia natural�za de su producció�, conducía a �n �es�rrollo económico de amplia base, y sus benefic10s no se podian limitar fácilmente a una pequeña elite.
Había otros cultivos «progresistas» además del café, y el arroz era
· Capitalismo global
el más importante. Birmania, Tailandia e Indochina, que suponían las tres cuartas partes de las exportaciones mundiales de arroz, experimentaron un crecimiento extremadamente rápido que era casi tan inclusivo como en las regiones del café.30 Lo mismo sucedía en África central con el cacao, un cultivo de pequeñas explotaciones. Y allí donde cereales como el trigo se podían cultivar rentablemente en pequeñas explotaciones, como en el Cono Sur latinoamericano y en parte del norte de la India, las perspectivas de una prosperidad general eran mayores.
Brasil demostró el efecto de diferentes cultivos, ya que era un país en el que había tanto regiones fracasadas como con éxito. Su agricultura en el noreste estaba basada en grandes plantaciones de algodón y caña de azúcar. Los terratenientes propietarios de las plantaciones empleaban mano de obra antes esclava y ahora informalmente forzada para mantener sus haciendas en funcionamiento. Se esforzaban por mantener ftjos a los peones, porque sin fuerza de trabajo cautiva las plantaciones se vendrían abajo. En el extremo sureste del país, en los alrededores de Sao Paulo, se desarrollaba en cambio una trepidante economía agrícola basada en el café. Había una demanda constante de mano de obra para abrir nuevas tierras de cultivo. Muchas explotaciones eran pequeñas y muchos campesinos trabajaban para sí mismos; si lo hacían para otros recibían salarios decentes y se movían libremente de un patrono a otro. Aquí los ricos se resituaban por sí mismos en el sector exportador, las finanzas y el comercio. La elite paulista, no menos codiciosa que la del noreste, alentaba la roturación de nuevas tierras y el desarrollo de haciendas aún más rentables. El
. noreste se estancó mientras que el sureste prosperó. Al país le podría haber ido mejor si la población del noreste hu
biera emigrado hacia el sur, al cultivo del café, pero esto habría destruido la base económica de los plantadores del noreste, que hicieron cuanto estaba en su mano para mantener a la gente en las plantaciones: pasaportes internos, inexistencia de vías férreas, boicot a los intermediarios y a los contratistas de mano de obra. Ansiosos de mano de obra, los propietarios del sureste recabaron millones de labradores del sur de Europa; la demanda de trabajadores era tan grande que los gobiernos del Estado subvencionaban directamente sus pasajes.
Los mejores años de la época dorada, l 8'16-1 Y 14 143
La experiencia brasileña recuerda diferencias regionales análogas en Estados Unidos. Los cultivos reaccionarios en Estados Unidos eran el algodón, el tabaco y la caña de azúcar del sur, mientras que los cultivos progresistas eran el grano y el ganado del norte y oeste. Como en Brasil, las antiguas áreas de las plantaciones permanecieron atrasadas y estancadas durante décadas, mientras que los pequeños ranchos familiares crecían espectacularmente. De hetho el sistema de apartheid legal que reinaba en el sur de Estado.s Unidos -con su exclusión social y política de los descendientes de esclavos, el miserable sistema educativo, la hostilidad hacia los contratistas de mano de obra y la escasa inversión en transportes y comunicaciones- era uno de los muchos mecanismos para mantener la empobrecida fuerza de trabajo cautiva en una región cuyos oligarcas dependían de una abundante oferta de mano de obra no especializada y barata.
El proceso no era simplemente económico, ya que no había razones intrínsecas por las que la agricultura de las plantaciones no pudiera ser eficiente y dinámica; en otros lugares, como en Cuba, la economía basada en el azúcar experimentaba un rápido crecimiento. Lo que importaba era el efecto en sentido amplio de la agricultura de plantación, con su creación de una diminuta elite que dependía de una gran masa de trabajadores con bajos salarios. En tal marco era fácil limitar la posibilidad de movilidad social y participación política y las tentaciones de la clase dominante para limitarla eran grandes. Y allí donde mucha gente tenía acceso a oportunidades rentables de pequeñas explotaciones, en cambio, le era más difícil -y menos necesario- limitar las oportunidades económicas a la población.31 Las so-· ciedades basadas en las plantaciones y similares tendían a ser muy desiguales y polarizadas, dominadas por una elite autoritaria. Sus impasibles gobiernos rara vez estaban dispuestos a alentar el desarrollo socioeconómico -infraestructuras, finanzas y educación- necesario para que pudieran crecer libremente las fuerzas productivas del conjunto de la sociedad.
Un proceso similar, por el que la economía creaba intereses concentrados que mangoneaban el gobierno y bloqueaban el crecimiento económico, estaba asociado con varias materias primas. Cierta minería es similar a la agricultura de enclaves y su impacto económico
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queda restringido a las áreas donde se encuentran los minerales, y ese tipo de minería-cobre, plata, petróleo- tendía a crear grandes diferencias entre los productores de mineral y el resto de la sociedad. El alcance de ese fenómeno dependía de la importancia social y política de las minas. Una diferencia real entre la minería y la agricultura era que, como esas sociedades eran abrumadoramente agrícolas, la agricultura para la exportación en los países pobres solía abarcar a gran parte de la población, mientras que la minería solían llevarla a cabo pequeños grupos aislados de mineros.
La minería solía tener un gran impacto análogo al de la agricultura allí donde dominaba la economía local, y esto sólo sucedía en pocas regiones. Donde era así, como en los extraordinarios filones de oro del Transvaal, en Sudáfrica, el resultado solía ser la misma sociedad dual característica de las regiones de grandes plantaciones. La evolución social y política de Sudáfrica estuvo estrechamente relacionada con su dominio por agricultores exportadores y propietarios de minas que requerían una gran oferta de mano de obra barata.
Esas experiencias casi equivalían a una maldición de la riqueza en recursos naturales o al menos en cierto tipo de recursos. En las regiones idóneas para establecer plantaciones lucrativas o en las que había cierto tipo de depósitos minerales valiosos era probable que se desarrollaran estructuras sociales desequilibradas. Solían estar dominadas por elites muy blindadas y poco interesadas en proporcionar la infraestructura, educación o buena administración necesarias para que el desarrollo fuera más allá del boom inicial de los recursos naturales. Aunque había excepciones, el hecho llamativo es que la producción de cultivos y minerales valiosos en países pobres solía estar asociada con la pobreza y la desigualdad.
Pero no había nada determinista en el efecto de tales recursos naturales. Las características puramente económicas de la producción sólo eran el punto de partida para ese deterioro. Los efectos más sobresalientes de esos productos eran sociales y políticos, al crear poderosos grupos oligárquicos interesados en restringir el acceso al poder. La riqueza inicial se acumulaba en pocas manos y no se difundía, y sin una amplia movilización de la población no se producía la modernización económica. Ese proceso se podía evitar, pero en
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la mayoría
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de tales sociedades prevalecía la tendencia natural a que los gobernantes existentes utilizaran el boom de los recursos para consolidar su dominio, sin extender los beneficios del desarrollo al resto de la población.
ÜBSTÁCULOS PARA EL DESARROLLO
Había tantas razones para el estancamiento, declive y fracaso en el desarrollo de las regiones pobres del mundo como distintas sociedades en esas regiones. En algunos casos cabía culpar al saqueo colonial; en otros, el peso acumulado de siglos de tradicionalismo sofocaba el desarrollo económico moderno; en otros, la producción de las plantaciones y minas sustentaba el bienestar de una elite hostil o indiferente a las medidas necesarias para un desarrollo generalizado. Esa gente, procurando razonablemente su propio interés,* obstruía el desarrollo y destruía las perspectivas económicas de sus paisanos.
Los gobernantes locales desempeñaban un papel cuando menos cómplice en prácticamente todas las sociedades que no lograron aprovechar las oportunidades ofrecidas por la economía mundial antes de la Primera Guerra Mundial. Evidentemente, siempre había de por medio extranjeros codiciosos, ya fueran depredadores coloniales, colonos privilegiados o compañías monopolistas metropolitanas. Pero algunas sociedades se enfrentaron a ellos más eficazmente que otras, dejando abierta la cuestión de por qué fue así.
En los casos más escandalosos, la desigualdad social y política daba a las clases dominantes tradicionales pocas razones para alentar el desarrollo e incapacitaba a las masas para superar los obstáculos creados por sus amos corruptos o incompetentes. Allí donde la organización social daba a la población acceso a las nuevas oportunidades económicas y los gobernantes apoyaban -o al menos no bloquea-
* Alusión irónica a la famosa Theory of Justice de John Rawls (1971): «Rational people ... acting in their own interest would agree on the basic principle that all social values -liberty and opportunity, income and wealth, and the bases of selfrespect- are to be distributed equall�. (N del t.)
han- esas nuevas oportunidades, el crecimiento solía ser rápido.Pe,r� había muchas sociedades en las que esas condiciones al parecermm1mas no se cumplían.
Junto a la sugestiva visión de la gran riqueza que fluía desde la Pampa, la acelerada marcha de ciertas regiones pobres hacia la modernidad y la industrialización a toda velocidad de las más afortunadas
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gran parte de Africa, Asia y América Latina permanecían desesperadamente pobres y económicamente inertes. Esas regiones representabanalgunos de los problemas más difíciles y duraderos del orden internacional a punto de hundirse en la Primera Guerra Mundial.
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Problemas de la economía global
Los principales desafíos al capitalismo global de la Edad de Oro provenían de los disidentes en el centro del sistema, no de las masas empobrecidas de África y Asia. Los industriales británicos cuestionaban el compromiso de su país con el libre comercio y el liderazgo económico global. Los agricultores estadounidenses objetaban el patrón oro. Los sindicatos europeos y los partidos socialistas pretendían poner fin a calamidades nacionales que durante mucho tiempo se habían tenido por naturales. Todos ellos se apartaban del consenso de la época clásica sobre la primacía de los compromisos económicos internacionales por encima de las preocupaciones nacionales.
¿LIBRE COMERCIO O COMERCIO JUSTO?
Durante la década de 1880 los británicos descontentos con la ortodoxia del libre comercio reivindicaban originalmente un comercio justo, lo que para ellos significaba represalias contra las barreras protectoras de ultramar. Los productores que afrontaban la competencia de países recienteme�te industrializados encabezaban la ofensiva. Los propietarios de fábricas textiles y metalúrgicas estaban indignados con que los europeos y estadounidenses vendieran libremente en