LECTURAS

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EL RATONCITO PÉREZ Pepito Pérez era un pequeño ratón de ciudad que vivía con su familia en un agujero de la pared de un edificio. El agujero no era muy grande pero era cómodo, y allí no les faltaba la comida. Vivían junto a una panadería, por las noches él y su padre iban a coger harina y todo lo que encontraban para comer. Un día Pepito escuchó un gran alboroto en el piso de arriba. Y como ratón curioso que era trepó y trepó por las cañerías hasta llegar a la primera planta. Allí vio un montón de aparatos, sillones, flores, cuadros…, parecía que alguien se iba a instalar allí. Al día siguiente, Pepito volvió a subir a mirar y apuntaba a ver qué era todo aquello, y descubrió algo que le gustó muchísimo: habían puesto una clínica dental. A partir de entonces todos los días subía a mirar todo lo que hacía el doctor José María. Miraba y aprendía, volvía a mirar y apuntaba todo lo que podía en una pequeña libreta de cartón. Después practicaba con su familia lo que sabía. A su madre le limpió muy bien los dientes, a su hermanita le curó un dolor de muelas con un poco de medicina. Así fue como el ratoncito Pérez se fue haciendo famoso. Venían ratones de todas partes para que los curara. Ratones de campo con una bolsita llena de comida para él, ratones de ciudad con sombrero y bastón, ratones pequeños, grandes, gordos, flacos. Todos querían que el ratoncito Pérez, les arreglara la boca. Pero entonces, empezaron a venir ratones 4

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EL RATONCITO PÉREZPepito Pérez era un pequeño ratón de ciudad que

vivía con su familia en un agujero de la pared de un edificio.

El agujero no era muy grande pero era cómodo, y allí no les faltaba la comida. Vivían junto a una panadería, por las noches él y su padre iban a coger harina y todo lo que encontraban para comer.

Un día Pepito escuchó un gran alboroto en el piso de arriba. Y como ratón curioso que era trepó y trepó por las cañerías hasta llegar a la primera planta. Allí vio un montón de aparatos, sillones, flores, cuadros…, parecía que alguien se iba a instalar allí.

Al día siguiente, Pepito volvió a subir a mirar y apuntaba a ver qué era todo aquello, y descubrió algo que le gustó muchísimo: habían puesto una clínica dental. A partir de entonces todos los días subía a mirar todo lo que hacía el doctor José María.

Miraba y aprendía, volvía a mirar y apuntaba todo lo que podía en una pequeña libreta de cartón. Después practicaba con su familia lo que sabía. A su madre le limpió muy bien los dientes, a su hermanita le curó un dolor de muelas con un poco de medicina.

Así fue como el ratoncito Pérez se fue haciendo famoso. Venían ratones de todas partes para que los curara. Ratones de campo con una bolsita llena de

comida para él, ratones de ciudad con sombrero y bastón, ratones pequeños, grandes, gordos, flacos.

Todos querían que el ratoncito Pérez, les arreglara la boca. Pero entonces, empezaron a venir ratones ancianos con un problema más grande. No tenían dientes y querían comer turrón, nueces, almendras, y todo lo que no podían comer desde que eran jóvenes.

El ratoncito Pérez pensó y pensó cómo podía ayudar a estos ratones que confiaban en él. Y, como hacía siempre que tenía una duda, subió a la clínica dental a mirar. Alí vio cómo el doctor José Mª le ponía unos dientes estupendos a un anciano. Esos dientes no eran de personas, los hacían en una gran fábrica para los dentistas. Pero esos dientes, eran enormes y no le servían a él para nada.

Entonces, cuando ya se iba a ir a su casa sin encontrar solución, apareció en la clínica un niño con su mamá. El niño quería que el doctor le quitara un diente de leche para que le saliera rápido el diente fuerte y grande. El doctor se lo quitó y se lo dio de recuerdo.

El ratoncito Pérez encontró la solución: “Iré a la casa de ese niño y le compraré el diente”, pensó.

Lo siguió por toda la ciudad y cuando por fin llegó a la casa, se encontró con un enorme gato y no pudo entrar. El ratoncito Pérez esperó a que todos durmiesen y entonces entró en la habitación del niño.

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El niño se había dormido mirando y mirando su diente, y lo había puesto debajo de su almohada.

Al pobre ratoncito Pérez le costó mucho encontrar el diente, pero al final lo encontró y le dejó al niño un bonito regalo.

A la mañana siguiente el niño vio el regalo y se puso contentísimo y se lo contó a todos sus amigos del colegio.

Y a partir de ese día, todos los niños dejan sus dientes de leche debajo de la almohada. Y el ratoncito Pérez los recoge y les deja a cambio un bonito regalo.

EL NIÑO QUE QUERÍA SER MAYOR

En un pueblecito del Polo Norte vivía con sus papás un niño llamado Jaime, al que llamaba “Jaimito el Esquimalito”. Tenía 7 años y le gustaban mucho las aventuras y jugar a ser mayor. Siempre estaba bromeando con sus amiguitos, diciendo:

- Cuando sea mayor seré igual de fuerte y grande que mi papá. Y saldré a pescar y nadie me ganará.

Jaimito era un niño muy divertido y soñador. Pero también muy valiente y bondadoso al que todos apreciaban por su gran corazón.

Un día cansado de esperar a ser mayor, Jaimito decidió demostrarles a todo el mundo que podía ser mayor sin llegar a la edad que necesitaba, así que salió de su iglú con su caña y decidió sorprender a sus papás con una gran cena.

Paseando por el Polo, descubrió de pronto a un pequeñín de la familia Pingüino en apuros. Éste se había caído al agua, sin saber nadar aún, y se debatía inútilmente entre las frías aguas.

Pero Jaimito, nuestro valiente amiguito, sin perder la sangre fría y con gran serenidad, lo rescató de las aguas con rapidez e ingenio. Y lo llevó entonces, con sus papás que estaban ya muy preocupados. Al verlo sano y salvo dieron alborozados alegres grititos saltando de alegría. Jaimito sonreía feliz: -“Soy mayor, porque he salvado a este amigo”, se decía.

Siguió su camino, pero de pronto se oyó un estremecedor rugido. Era el temible oso polar, fiero como siempre, que se abalanzó sobre nuestro asustado amiguito que apenas tuvo tiempo de reaccionar, dando un ligero salto. Éste emprendió velozmente su huída, perseguido muy de cerca por la peligrosa fiera.

Jaimito saltó rápido a una piragua y remó sin cesar, pero la fiera ya casi estaba encima y, en ese mismo instante, salió en su ayuda la familia Pingüino que de esta forma tan expresiva le demostraron su agradecimiento por la salvación de su pequeño cuando cayó al agua.

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Después del susto, Jaimito decidió volver a casa muy contento y satisfecho porque todo había salido bien.

A la orilla del camino se encontró a Don Ciervo, que en un descuido había quedado atrapado enredado en unas matas, débil e indefenso. Sin dudar ni un solo momento, pues la generosidad y grandeza de corazón no tiene límites, le da la libertad con palabras de ánimo y alegría.

Pero entretanto, se había echado la noche rápidamente y se encontraba acorralado en todas las direcciones, por amenazadores lobos. Cuando parecía que estaba todo perdido, apareció Don Ciervo, que con un ímpetu y coraje arremetió contra los lobos, que salieron despavoridos.

De esta manera regresa ya alegremente al poblado guiado por Don Ciervo, donde es esperado ansioso por sus papás preocupados por su ausencia. Al llegar, sus padres le besaron y abrazaron, diciéndoles que estaban orgullosos de él, por ayudar a los demás.

Tras tantos sucesos ocurridos, Jaimito decidió que ya no quería ser mayor, y que esperaría a que le llegara su momento.

LA ESTATURA DE

PULGARCITO

En una casita del bosque vivían unos leñadores que tenían siete hijos, al más pequeño de los cuales llamaban Pulgarcito. Tanto el padre como los hijos pasaban el día cortando árboles y haciendo leña, mientras la madre cuidaba de la casa.

Pulgarcito era tan pequeño y tenía tan poca fuerza que apenas podía ayudar a sus hermanos mayores.

Un día, los siete hermanos oyeron por la chimenea a sus padres:

-¡No podemos seguir manteniendo a nuestros pobres hijos!

Por eso, al día siguiente los enviaron a correr mundo en busca de fortuna.

-¡Adiós, hijos míos! ¡Os deseamos mucha suerte!

Cuando iban de camino, se les terminó la comida: -¡Hemos de hallar trabajo o nos moriremos de hambre!

Decidieron así, recorrer todo el bosque en busca de alimentos con los que saciar el hambre atroz que tenían. Por la tarde fueron en busca de algún albergue donde resguardarse de las inclemencias del tiempo,

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pero poco después empezó a llover y los pobres hermanitos no tenían aún sitio donde refugiarse.

Pero Pulgarcito que era tan chiquitito se había subido a un árbol y había divisado una casa a lo lejos donde se dirigieron huyendo del aguacero.

Al llegar a la casa, Pulgarcito se cogió al gran aldabón para llamar la atención de sus habitantes:

-¡Abrid, que estamos mojados!-¿Quién se atreve a llamar a estas horas?La buena mujer los hizo pasar y les preparó una

cena muy abundante:-¡Podéis quedaros aquí a pasar la noche!Pero les advirtió que en la casa vivía un Ogro

feroz que tenía prisioneras a siete niñas. Pulgarcito como era tan diminuto, y podía pasar desapercibido con facilidad, quiso saber dónde estaban.

Sin que nadie le viese, fue recorriendo toda la vivienda, bajando hasta el sótano. De repente divisó una puerta entreabierta y, lleno de curiosidad, atisbó por allí sin dejarse ver.

¡Allí estaban las siete niñas prisioneras!. Pero de pronto, Pulgarcito oyó unos pasos muy ruidosos y pensando que era el Ogro corrió a ocultarse dentro de una tinaja.

El Ogro quería comerse a las pequeñas, por eso fue a ver a su criada:

-¡Las harás estofadas con aceite y vinagre! Pero, ¡me parece que he olido carne de niño!, ¿ha venido alguien mientras yo estaba fuera?

-¡No, amo mío, no ha venido nadie!-¡Pues yo huelo a carne de niño! ¡Ay de ti si me

engañas!Entonces el Ogro vio a Pulgarcito que asustado

hizo caer la tinaja.-¡Ay, ya sabía que hoy tendría un buen postre!-

dijo el Ogro- Pero primero devoraré al jabalí que he atrapado…y después me comeré este pequeñuelo…aunque no me llegará ni a un diente.

Y el Ogro se puso a darle mordisco a grandes pedazos de jabalí, ante el asombro y el temor de Pulgarcito. Pero Pulgarcito, desde el gancho donde lo había colgado el Ogro, con un palo empujó el caldero donde debían cocerse las niñas.

La olla se volcó y todo el aceite hirviente cayó encima del Ogro.

Con grandes esfuerzos, Pulgarcito consiguió sacar la llave del cinto del Ogro y corrió en busca de sus hermanos y rápidamente fueron a liberar a las hermanitas, que se pusieron muy contentas.

El Príncipe de aquel reino recompensó a Pulgarcito por su valentía a pesar de ser tan pequeñito.

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NUESTRAS DIFERENCIAS

FÍSICAS

Había una vez, una niña muy curiosa llamada Nuria. Nuria siempre se interesaba por todo, en el colegio era la número uno y eso que sólo tenía 7 años. Un día a Nuria le dio curiosidad por investigar las diferencias que había entre todos las personas. Fijándose y fijándose se dio cuenta de que los niños y los mayores son muy diferentes:

- Los niños somos pequeños y los mayores muy altos- se decía para ella. Pero esto ¿por qué sería? Así que se puso a preguntar a su mamá y esta le contó que los niños nacen pequeños pero luego van creciendo y creciendo y creciendo hasta que se convierten en mayores, a los niños les sale más bello y la voz cambia, y las niñas se hacen unas mujercitas. Nuria no entendía muy bien eso, pero ella prefería seguir siendo una niña siempre porque según ella “la vida de los mayores es muy dura”.

TÍA DOLOR DE MUELAS

Desde muy pequeño, adoraba a mi Tía Mille porque siempre tenía caramelos preparados cuando iba a verla, y cada vez que venía de visita a casa traía exquisitos dulces y pasteles comprados en las mejores confiterías. Además, me halagaba diciendo que de mayor me convertiría en un gran poeta.

La Tía Mille influía en mis dientes, pues a causa de las golosinas que ella me traía, éstos se veían afectados por la caries y las infecciones con frecuencia, al contrario que los suyos, blancos y perfectos, que cuidaba con esmero aunque nunca se iba a dormir con ellos. La Tía Mille también influía en mi mente, pues alentándome a ser poeta excitaba mi imaginación y afán de conocimiento: - Escribe todos tus pensamientos, - me decía - pues algún día la gente querrá conocerlos.

Cierta mañana, Tía Mille me contó que había tenido un sueño en el que se le caía un diente. - Significa sin duda que perderé un amigo. - Comentó. Pero un amigo suyo que asistía a la conversación comentó: - Si es un diente postizo, ¡sin duda se tratará de un falso amigo! - Y fue entonces cuando comprendí que mi Tía Mille había perdido hacía mucho su dentadura.

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Cada vez que hablaba con ella, cada vez que entablábamos una conversación o terminaba un relato, ella me regalaba con dulces y me repetía: - Eres un poeta, y siempre serás un poeta. ¡Serás el mejor poeta del mundo! Y me recalcaba que estaba muy orgullosa de mi y que se sentía muy dichosa por tener un sobrino con tales cualidades.

Llegó la navidad e invité a mi Tía Mille a pasar esas fechas en casa. Hacía un tiempo horrible, la tempestad soplaba con fuerza y el hielo y la nieve se asentaban en las calles y sobre las casas. Por la noche, el viento aullaba en las rendijas y el frío se colaba por las grietas de la pared. Tumbado en la cama, tuve la peor pesadilla que recuerdo. Tal espanto sufrí que mi vida cambió para siempre. Os relataré lo que soñé y sentí.

La luz que se filtraba por la ventana de mi cuarto revelaba en el suelo una figura parecida a la que dibujan los niños pequeños cuando quieren representar a una persona, con el cuerpo formado por una línea, un círculo a modo de cabeza y apenas dos trazos formando las extremidades. Poco a poco tomó apariencia humana y me habló con una voz que hacía que cada pelo de mi cuerpo se erizara como si éste fuera el último susto que recibiera en mi vida:

- Soy la Tía Dolor de Muelas, acabo de llegar y debo afilar mi aguijón en la dentadura humana. Necesito dientes blancos como la nieve

para saciar mi apetito, y eso es lo que veo en tu boca de poeta. Dientes resistentes al calor y al frío, al dulzor y a la acidez. Dientes firmes en sus encías son mi nutrición y alimento hasta que consigo ablandarlos y moverlos desde la base, hasta que consigo arrancarlos y hacerlos míos. Y tu, mi querido poeta, ¡posees una dentadura envidiable!

- Además - prosiguió Tía Dolor de Muelas - Eres poeta, ¿No? Entonces te ayudaré en tus propósitos, pues el sufrimiento es mayor musa que la alegría. Prometo concederte el dolor más agudo, aquel que tocará tus nervios desde la raíz como si fuera un hierro candente. Aquel que agitará tus pensamientos hasta la locura, pues no hay nada que exalte más la imaginación. Te brindaré un dolor de muelas digno de un gran poeta.

- ¡No! Déjame ser un poeta insignificante, quiero un dolor de muelas imperceptible. Puedo incluso simplemente, tener accesos poéticos, accesos de dolor de muelas. ¡Ten piedad! - Insté al espectro. - ¿Reconoces ahora que soy más importante que la poesía, el arte, la ciencia y la filosofía? - Retó Tía Dolor de Muelas. - Por supuesto, sin duda, ¡nada hay más grande que tú!

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- ¿Renuncias entonces a escribir un sólo verso más? - Dijo Tía Dolor de Muelas. - Renuncio incluso a pensarlos y escucharlos, pero ¡vete ya!

No sé si mi Tía Mille estaba relacionada con la pesadilla, pero en lo sucesivo, no volví a verla por miedo a que me diera más dulces o a que me preguntara por mis poesías que, desde luego, no escribí nunca más por temor a recibir de nuevo la visita de Tía Dolor de Muelas.

EL DIENTE SUCIO

Érase una vez la boca de un niño tan, pero tan bonita, que los que allí vivían estaban felices de pertenecer a ella, pero eso incluía a: los labios, la lengua y los dientes, pero sobre todo los dientes eran los más orgullosos. Todos los dientes estaban tan, pero tan limpios, que unos podían verse en los otros y peleaban por ser el diente que reflejara mejor la luz.

Pero había un diente que era diferente a los demás, estaba muy, pero muy sucio, estaba tan atrás, que el cepillo no lo alcanzaba y aunque cada vez que el cepillo pasaba cerca, él se estiraba hacia adelante para tratar que lo limpiaran, no lo conseguía y por este motivo estaba muy, pero muy triste.

Unos cuantos dientes al, ver esta situación se reunieron y decidieron que debían sacarlo de la boca:

¡Que lo saquen, Que lo saquen!, -gritaban los otros dientes-.

El dientecito sucio se acurrucaba muy asustado, no era su culpa, él también quería estar limpio pero no sabía cómo arreglar el problema. Todo se complicaba más y más a cada momento, el susto era mayor y no se encontraba una solución:

¿Qué hago?, -se preguntaba el dientecito-.

El susto aumentaba a cada momento, y más y más dientes se unían a los primeros dientes con el objeto de sacar al pobre dientecito sucio y botarlo a la basura, eso decían ya casi todos los dientes. Pero, como siempre en esas situaciones desesperadas, cuando creemos que todo está perdido, siempre aparece un amigo que nos ayuda. Uno de los incisivos, que es uno de los dientes más elegantes de la boca, por ser muy estilizado, grande y al estar adelante era uno de los dientes mis importantes, el era un verdadero y leal amigo de nuestro querido dientecito sucio aunque él no lo sabía.

Este incisivo levantó su potente voz y exclamó:

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No señor, el dientecito sucio no saldrá de nuestra casa, -refiriéndose a la boca-; porque aquí todos somos importantes e iguales, ninguno de nosotros por nuestra cuenta podría cumplir la función de masticar, todos nos necesitamos unos a otros y, por ello, debemos reunirnos y buscarle una solución al problema de nuestro compañero.

Y en ese momento todos los dientes, también los que más alto habían gritado que sacaran a nuestro dientecito, se miraron a los ojos e incluso en algunos brotó alguna pequeña lágrima de esas que duelen mucho, porque son de vergüenza; todos se arrepintieron de lo que habían tratado de hacer.

Se reunieron los cuatro dientes más viejos y más sabios, llamados también las muelas del juicio, gordas y pesadas, señoriales y muy circunspectas para buscar una pronta solución. Pasaron los días, pero no encontraban una solución al problema de cómo limpiar al dientecito sucio. En vista de que no podían conseguir una solución decidieron llamar a una asamblea general. Para ello era necesario convocar a todos los demás dientes y así lo hicieron, se sentaron todos en el piso de la boca alrededor de la gran mesa con el objeto de buscar una solución adecuada, pero por más que hablaron y discutieron no llegaron a ninguna solución.

Al poco tiempo el diente más pequeño, ese al que nunca escuchaban por ser un diente de leche y por demás muy joven, decidió hablar fuerte para que escucharan su idea. Todos se extrañaron y se reían subestimando de antemano lo que diría:

Qué va a tener este pichurrín, que casi no sabe ni masticar, una solución a este problema tan serio y delicado, -comentaban entre risas y burlas algunos dientes-.

Agotados de tanto reírse a carcajadas, se produjo un gran silencio, aprovechando esta situación en alta voz inició su discurso:

Compañeros, disculpen, todo lo que necesitamos para solucionar este dificil problema que desespera y afecta a todos, es fabricar un cepillo especial liviano y tan, pero tan largo, que pueda llegar hasta nuestro amigo "el diente sucio".

Asombrados, todos se vieron las caras y después de entender lo expuesto por el joven diente, todos gritaron de alegría.

¡Viva, Viva, Viva!, esa es la solución, hemos conseguido la solución.

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El diente sucio saltó de la emoción y corrió a abrazar a su compañero y a darle las gracias. Sin perder más tiempo se pusieron manos a la obra, buscaron un palo largísimo de esos de tumbar mangos, y los incisivos con su borde tipo sierra se encargaron de darle forma de cepillo. Los caninos especializados en cortar y desgarrar le dieron el toque final. Las muelas del juicio calcularon la distancia exacta para llegar al objetivo con mucho cuidado. Los colmillos se encargaron de abrir los huecos para colocar y arreglar las cerdas de nylon, y suavizarlas para que así puedan cumplir su objetivo. Después de un arduo trabajo, el cepillo más importante y más largo del mundo estaba listo para entrar en acción.

Todo estaba preparado para iniciar la faena de limpieza. Y el dientecito sucio estaba feliz, muy orgulloso y dispuesto a entregar su barriga para que se la limpiaran. Todos los dientes tomaron el cepillo, los labios y la lengua también estaban colaborando. A la cuenta de tres, empujaban hacia adelante o hacia atrás. Todos unidos gritaban:

Uno... Dos... y Tres... Adelante... Uno... Dos... y Tres... Atrás... Uno... Dos... Tres... Adelante...

Y así continuaron hasta remover el sucio por completo. Después de mucho ir y venir nuestro

dientecito sucio se transformó en el diente más limpio de todos, estaba muy orgulloso, se veía cachetón, barrigón y casi no cabía en la boca.

Después de mucho trabajar acordaron hacer una gran fiesta con piñata y todo. Bailaron hasta quedar exhaustos, brindaron por vivir en la boca más limpia de todo el mundo.

A partir de ese día todo fué felicidad; todos los dientes brillaban de orgullo y satisfacción porque había aflorado la amistad, la confianza, la unidad y la colaboración entre ellos, habían expulsado al egoísmo y otros defectos que algunas veces se apoderaban de los grandes amigos.

A CORRER...

Cuentan que cierto día, estaban en el bosque un caballo y su pequeño hijo, ambos gustaban de correr sin rumbo fijo, solo por el placer de sentir el cálido aire sobre sus cabezas.

Padre e hijo disfrutaban mucho de estas carreras y el compartir sus conversaciones que tanto bien hacia a ambos, siempre tenían pláticas de lo más

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amenas y realmente existía una comunicación constante entre ellos.

Una mañana, salieron como era su costumbre a correr, estaban muy felices porque era un día espléndido, cuando de repente el pequeño caballo tropezó y cayó rodando, su padre se detuvo de inmediato volviendo sobre sus pasos para ver que le había sucedido a su pequeño hijo.

Se acerco a él para averiguar si se encontraba bien, y el pequeño no lograba levantarse, muy asustado le dijo a su padre:

- Siento que no podré volverme a levantar, me siento muy lastimado de una pata.

- Hijo, debes levantarte, acaso ¿Te has roto algo?- Padre, le dijo el caballito, creo que no me he roto nada, sin embargo, un caballo nunca se cae y cuando lo hace, le resulta sumamente difícil levantarse.

- Hijo, estás equivocado, algunos animales como nosotros caen, pero vuelven a levantarse y tu te levantarás, porque tu no tienes nada roto, tu voluntad hará que te levantes y vuelvas a caminar y a correr como siempre lo has hecho, no permitirás que tu mente te haga tomar una decisión equivocada, creyendo que

porque has caído no podrás levantarte, además, yo te ayudaré a hacerlo, porque yo  precisaré de tu ayuda, cuando caiga y necesite levantarme igualmente.

- Pero padre, ¿cómo podría yo ayudarte a levantar si soy tan pequeño?

- Hijo no se necesita fuerza física para dar esa clase de ayuda, solo se requiere  un gran amor, esa es la clase de ayuda que necesitamos, sentirnos apoyados por nuestros seres más queridos, y yo te amo mucho y por esa razón te digo que te levantes, porque todavía tenemos muchos caminos que recorrer juntos.

Y nuestro pequeño caballito, se levantó, se sacudió el polvo, empezó a caminar junto a su amado padre y pronto empezaron a correr como era su costumbre.

CAERSE no es lo importante, lo importante es LEVANTARSE cuantas veces sea necesario.

Anónimo

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MI CUERPO

Esta es mi cabeza,este es mi cuerpo,

estos son mis manosy estos son mis pies.Estos son mis ojos,

esta mi nariz,esta es mi boca,

que canta plim, plim.Estas orejitas sirven para oir,

y estas dos manitas para aplaudir

EL CAMINANTE DE LOS PIES GIGANTES

Gloria Morales Veyra

 

Había una vez un señor muy alto, que tenía los pies tan grandes, que con un solo paso avanzaba como si hubiera dado tres.

El señor estaba orgulloso de sus pies, porque gracias a ellos podía hacer lo que más le gustaba: viajar.

Así, recorría con gusto los caminos. Su única propiedad era una bolsa donde guardaba un recuerdo de cada lugar que visitaba.

Un día se encontró a un pastor; luego de platicar un rato, éste le presumió:

—Fíjate que allá en mi tierra, viven unos peces que vuelan; y tú ¿de dónde eres?

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El señor se quedó callado. No recordaba de dónde era, por eso respondió:

—No sé. Hace tanto tiempo que viajo, que ya se me olvidó.

—Si quieres te llevo con alguien que te puede ayudar —dijo el pastor.

Entonces fueron a ver a un gran sabio que vivía en una cueva.

Allí, el sabio dijo:

—Busca unas piedras que tienen huellas de pies como los tuyos; aunque escuches ruidos extraños, no temas, allí conocerás tu origen.

A partir de ese día, el señor caminó más rápido aún, pues deseaba encontrar las piedras. Fue al mar, a los cerros y al bosque, pero las piedras no aparecían.

Luego, tropezó con una señora muy malora y le preguntó por las piedras.

—Si me das tu bolsa, te digo dónde están —respondió la mujer.

Muy triste porque iba a perder sus recuerdos, el señor le dio la bolsa. La mujer le dijo que caminara en dirección al sol.

Así lo hizo, pero su viaje era cada vez más largo. Ya le dolían los pies y miraba sin interés lo que había a su alrededor.

Una tarde oscureció temprano y el señor no pudo continuar su viaje. De pronto, oyó unas voces en el viento. Asustado, puso una mano sobre su oído y se durmió.

En su sueño, vio dos gigantes parecidos a él, aunque más altos y con pies enormes.

—Ha terminado tu búsqueda —le dijo uno de ellos.

El otro gigante continuó:

—Un día, a nuestro pueblo lo destruyó el egoísmo. Tú eres el último gigante, ahora que lo sabes, sigue tu viaje y haz el bien.

En eso, el señor despertó. Frente a él, estaban las piedras que tanto buscó. Eran muy grandes y tenían las huellas de sus antepasados.

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Luego de un rato, recogió una piedrita y la guardó en la bolsa de su pantalón. Era tiempo de seguir su camino, ya sabía dónde había nacido.

EL DEPORTE

Ya estamos con la eterna pregunta. ¿Hacen los habitantes de la Huerta suficiente deporte? La respuesta no puede ser otra que un rotundo: depende. Sí, amigos, depende de lo que llamamos deporte; si es ejercicio físico, en este apartado llevan mención especial Ratas y Ratones, ¡cómo se ejercitan delante del Gato! También resaltan en este apartado Pájaros y Bichos varios. Pero la realidad es que el resto del personal es más bien sedentario.

- Véase sin más a los Rábanos, todo el día apalancados sin hacer nada por sus cuerpos, sólo chupar y chupar. Claro que como contrapunto tenemos a las esforzadas Lentejas, todo en ellas es pundonor. La respuesta que más sorprende cuando sacamos nuestros micrófonos a la calle es la de:

- "Pa cuatro días que nos separan de la cazuela, qué deporte ni leches".

Como ven, en la Huerta no hay mucha pasión por el deporte, más allá del de alto riesgo, practicado

por Ratas y Pájaros. Pero ustedes hagan caso a esta radio: "un poco de deporte qué daño os va a hacer". Si no, preguntarle al abuelo Olmo, que todas las mañanas hace gimnasia sueca y va para los doscientos años.

EL GORDO

Autor: Desconocido.

Había una vez un niño el cual comía mucho, lo que le ocasionaba estar gordo y que todos se burlaran de él. Un día, cuando él se dirigía hacia su casa, el niño escuchó que alguien estaba gritando, así que corrió hasta el lugar; y cual fue su sorpresa al llegar y ver a un duende que estaba atrapado entre las ramas de un árbol y el cual le estaba pidiendo ayuda.

-Niño, decía el duende- por favor ayúdame a bajar de estas ramas; si lo haces, te daré la oportunidad de pedirme lo que quieras.

El niño, que no era nada tonto, corrió hasta su casa y regresó al lugar con una escalera, por la que subió y logró bajar al duende.

-¡Oh, gracias niño, me has salvado la vida!, ¿Cómo podré pagarte?

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-Oh, no es nada, respondió... bueno, solo quisiera que me quitaras esta panza, la cual es la causa de que las personas se burlen de mí.

-¡Por supuesto!, Respondió el duende.

Así que sacó unos polvos mágicos de un costalito que tenía y los arrojó sobre el niño; de repente, el niño despertó... Finalmente, era de día, su mamá le hablaba para desayunar y se levantó. Cual fue su sorpresa, cuando se vio en el espejo y vio que ya no tenía esa horrible panza que odiaba tanto, sino un escultural estómago al cual todos sus compañeros envidiaron al llegar a su escuela; pero lo que se preguntaba el niño, era por que nadie mas que él recordaba su horrible panza y cuando pensaba esto, vio caer del cielo un gorro de color verde, así que el niño lanzó una sonrisa y se fue feliz a su casa y vivió feliz.

Fin.

EL REY QUE NO QUERÍA BAÑARSE

Ema Wolf

Las esponjas suelen contar historias interesantes.

El único problema es que las cuentan en voz muy baja y para oírlas hay que lavarse bien las orejas.

Una esponja me contó una vez lo siguiente: En una época lejana las guerras duraban mucho. Un rey se iba a la guerra y volvía treinta años después, cansado y sudado de tanto cabalgar, con la espada tinta en chinchulín enemigo.

Algo así le sucedió al rey Vigildo. Se fue de guerra una mañana y volvió veinte años más tarde, protestando porque le dolía todo el cuerpo.

Naturalmente lo primero que hizo su esposa, la reina Inés, fue prepararle una bañadera con agua caliente. Pero cuando llegó el momento de sumergirse en la bañadera, el rey se negó.

-No me baño -dijo- ¡No me baño no me baño y no me baño!

La reina, los príncipes. La parentela real y la corte entera quedaron estupefactos.

-¿Qué pasa majestad? -preguntó el viejo chambelán- ¿Acaso el agua está demasiado caliente?

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¡El jabón demasiado frío? ¿La bañadera es muy profunda?

-No, no y no -contestó el rey- Pero yo no me baño nada.

Por muchos esfuerzos que hicieron para convencerlo, no hubo caso.

Con todo respeto trataron de meterlo en la bañadera entre cuatro, pero tanto gritó y tanto escándalo hizo para zafar que al final soltaron.

La reina Inés consiguió que se cambiara las medias -¡las medias que habían batallado con él veinte años!-, pero nada más.

Su hermana, la duquesa Flora, le decía:

-¿Qué te pasa Vigildo? ¿Temes oxidarte o despintarte o encogerte o arrugarte...?

Así pasaron días interminables. Hasta que el rey se atrevió a confesar:

-¡Extraño las armas, los soldados, las fortalezas, las batallas! Después de tantos años de guerra, ¿qué voy a hacer yo sumergido como un besugo en una bañadera de agua tibia? Además de aburrirme, me sentiría ridículo.

Y terminó diciendo en tono dramático: ¿Qué soy yo, acaso, un rey guerrero o un poroto en remojo?

Pensándolo bien, Vigildo tenía razón. ¿Pero cómo solucionarlo? Razonaron bastante, hasta que al viejo chambelán se le ocurrió una idea. Mandó hacer un ejército de soldados del tamaño de un dedo pulgar, cada uno con su escudo, su lanza, su caballo, y pintaron los uniformes del mismo color que el de los soldados del rey. También construyeron una pequeña fortaleza con puente levadizo y cocodrilos del tamaño de un carretel, para poner en el foso del castillo. Fabricaron tambores y clarines en miniatura. Y barcos de guerra que navegaban empujados a mano o a soplidos.

Todo esto lo metieron en la bañadera del rey, junto con algunos dragones de jabón.

Vigildo quedó fascinado ¡Era justo lo que necesitaba!

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Ligero como  una foca, se zambulló en el agua. Alineó a sus soldados y ahí nomás inició un zafarrancho de salpicaduras y combate.

Según su costumbre, daba órdenes y contraórdenes. Hacía sonar la corneta y gritaba:

-¡Avanzad, mis valientes! Glub, glub. ¡No reculéis, cobardes! ¡Por el flanco izquierdo! ¡Por la popa...!

Y cosas así.

La esponja me contó que después no había forma de sacarlo del agua.

También que esa costumbre quedó para siempre.

Es por eso que todavía hoy, cuando los chicos se van a bañar, llevan sus soldados, sus perros, sus osos, sus tambores, sus cascos, sus armas, sus caballos, sus patos y sus patas de rana.

Y si no hacen eso, cuénteme lo aburrido que es bañarse.

LA HORA DE LA SIESTA

La hora de la Siesta en la Huerta siempre es respetada: Naranjas, Alcachofas, Cardos, Espárragos, Guisantes, Habas Verdes... todos duermen. Unos descansan prestos a despedirse hasta el año que viene, otros como las Fresas, resuman fuerza; y... ¡Madre, qué ronquidos!

A esta hora sólo algunas Golondrinas y Aviones se disputan un Cielo despejado. El Hortelano dormita mientras que su mujer sueña a través de la ventana de la televisión.

Bajo el atenuado calor de abril, algunos Escarabajos trabajan con sus Bolas, pero son los menos. Lo único que de verdad tiene vida son las Hormigas. Hasta una de ellas nos hemos acercado con nuestros micrófonos:

- Querida amiga, usted... ¿por qué no duerme como el resto de la Huerta?

- Lo siento, perdóneme... es que llevo prisa.- Pero, ¿prisa? ¿Para qué? El invierno queda

muy lejos, si lo hemos dejado hace poco...Lo sentimos pero la Hormiga ha seguido con su

tarea. Y nosotros, ahora, vamos a acercarnos hasta este esforzado Escarabajo Pelotero.

- ¿Cuál es su nombre caballero?

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- ¿Yo?, es a mí. ¿Son de la radio? Hola, me llamo Manué.

- Dígame, ¿por qué no duerme usted?- Bueno verá... ¿puedo saludar? - Luego.

Prosiga, prosiga... - yo es que cuando duermo la siesta me dan unos ardores tremendos, oiga. Y me pone de un mal cuerpo y de una mala Leche.

- Vaya, vaya. Eso es porque usted duerme poco por las noches y la Siesta resulta demasiado breve para

arreglar los estragos de la noche anterior. Y ahora... salude usted.

- Pues nada, decirle al José que esta noche me espere en donde siempre para tomar unos Zurullos.

- Muy bien, muchas gracias, amigo. Y nosotros nos despedimos de ustedes, como todos los días, hasta mañana a la misma hora.

TIMOTEO Y LOS SENTIDOS

Timoteo es un topo que ha vivido con los hombres y los conoce muy bien. Ahora que es anciano pasa mucho tiempo con sus sobrinos y les enseña muchas cosas.

- Hoy os voy a explicar cómo funcionan los sentidos de las personas- comenzó Timoteo-. Un gran defecto de los humanos es que son un poco sordos y no pueden oír las pisadas de un lobo a unos pasos, ni el batir de las alas de los patos al alzar el vuelo.

- ¿Pero pueden olerlos?- preguntó Topito.- ¡No! ¡El olfato no saben ni lo que es! Hace tanto

tiempo que no lo utilizan que lo han perdido del todo. Nunca se olfatean entre ellos, y con los ojos cerrados

son incapaces de reconocer el olor de sus propios hijos…

- ¡Deben de tener muy buena vista!- dijo Topete.- ¡De eso nada! ¡La tienen fatal! La mayoría de los

humanos ven muy poco; por eso han inventado unos aparatos que se ponen delante de los ojos para ver mejor. Son las gafas.

Los topitos se habían quedado pensativos. Todos le daban vueltas a lo mismo.

- Escucha tío Teo. Si no oyen, ni ven, ni huelen… ¿cómo es que no se los han comido los zorros o los lobos?

- ¡Premio a la pregunta! Pues porque son muy espabilados. Los humanos son unos animales muy listos. No solo se las han ingeniado para que nadie se los coma, sino que han arrinconado a los otros seres vivos y se han convertido en los dueños del planeta. ¿Sabéis cómo?

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Los topitos dijeron que no con la cabeza.- Pues gracias a que tienen la cabeza tan grande

como un melón, redondo y con bultos llenos de pensamientos e ideas. Con la cabeza piensan; ese es su principal defecto: piensan demasiado.

- Tío, ¿qué comen los hombres?- preguntó Topita.- Su sentido del gusto es muy raro, comen de todo

y todo les parece bien. Comen cosas repugnantes y con frecuencia las queman antes. A eso le llaman cocinar. Les gustan los corderos como a los lobos, las gallinas como a los zorros, el trigo como a las golondrinas, los

huevos como a las culebras, las zanahorias como a los conejos, las hierbas como a las cabras, la miel como a los osos y las raíces como a nosotros… Pero en vez de comerlas fresquitas y crudas, las cuecen, las secan…

- ¡Puaaaa! Todo eso tiene que saber muy mal…- dijo Topita.Se hizo tarde y Timoteo se despidió de sus sobrinos con un beso.

- Venid mañana- les dijo -. Os seguiré contando más cosas sobre los humanos.

LA ALEGRÍA DE DANIEL

En una mansión muy bonita vivía una familia que tenía mucho dinero. Esa familia era papá, mamá, y los abuelitos. Tenían dos hijos, una niña muy bonita llamada Jessica y un niño muy guapo llamado Daniel. Aunque lo tenían todo, no eran felices con tanto dinero, ya que no podían darle a su hijo Daniel lo que él pedía, el poder ver la luz del día.

Daniel es ciego de nacimiento. Sus papás recorrieron casi todo el mundo buscando hospitales y médicos que pudieran operar a su hijo para que pudiera ver el mundo. Nadie nunca pudo hacer nada por él y

por eso Daniel siempre estaba muy triste. Todos sufrían por Daniel, especialmente su hermanita Jessica, porque él quería jugar con ella. Pero a veces le preguntaba:

- Jessica, ¿cómo está el día hoy?

- El día está muy bonito, las calles están blancas, está nevando mucho. Anda vamos a jugar afuera y juntos haremos un muñeco de nieve- respondía Jessica, Daniel se enfadaba mucho, quería ver la nieve, no quería hacer un muñeco de nieve que no pudiera ver.

Los papás de Daniel al ver su tristeza pusieron un anuncio en todos los periódicos y revistas ofreciendo la mitad de toda su fortuna a la persona que

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hiciera que su hijo recuperara la vista. Llegaron médicos de todo el universo, pero ninguno pudo asegurar que Daniel pudiera volver a ver. Cada día Daniel se ponía más triste y se cansó, entonces lo que prefirió fue estar más cerca de su hermana Jessica para que le describiera cómo era un día de sol.

Pasaron cinco meses y la navidad se acercaba. Todo era alegría por las calles, la gente muy contenta y adornando sus casas para las fiestas, los árboles de navidad. Jessica le explicaba todo lo que pasaba a su alrededor y éste parecía contento y con una sonrisa le daba las gracias.

Una noche fría Daniel se puso su abrigo y se fue al balcón de la casa para mirar hacia el cielo. No veía nada, solo oscuridad y silencio. Con sus ojitos bañados en lágrimas se decía, "¿porqué todos en casa pueden ver el mundo y yo no?”

En ese momento se sintió un ruido muy fuerte en el balcón. Todos salieron para ver qué estaba ocurriendo. Pensaron que Daniel se había caído y se temieron lo peor. Se sorprendieron cuando vieron a una joven muy bella que secaba las lágrimas de los ojos de Daniel. Éste permanecía quieto y no decía nada. Su papá preguntó algo nervioso:

- ¿Quién eres jovencita y a qué has venido?- ¿Qué le haces en los ojos a mi hermanito?-

preguntó Jessica.

Ella seguía secando las lágrimas de Daniel, sin mirar a nadie. Después le dijo a Daniel:

- Abre tus ojos. Daniel reaccionó y abrió sus ojos. ¡Qué sorpresa

Dios mío!! Daniel pudo ver a seis personas frente a él. ¡Veía, podía mirar al cielo y ver la luna y las estrellas!! Gritó con alegría:

- ¡Mamá, Papá, abuelitos, Jessica, puedo ver, el mundo es muy bonito!!

Todos lloraron de felicidad, hasta aquella extraña jovencita también lloró.

- Dígame jovencita - preguntó la mamá- ¿de qué país vino, es usted médico?

- No lo puedo creer, nadie, ni los mejores especialistas del mundo, pudieron sanar a mi hijo y usted con sus bellas manos lo ha logrado. La felicito, se ha ganado la mitad de nuestra fortuna - dijo el papá-

- No necesito nada, solo quise ayudar y darle a un niño felicidad. Esa fortuna compártala con todos los pobres que no tienen nada, con comida, ropa, zapatos y medicinas- respondió con una brillante sonrisa.

Ésta se retiró y todos abrazaron a Daniel.- Anda Jessica, vamos a jugar con la nieve, quiero

hacer un hombre de nieve tan grande que llegue hasta el cielo.

- ¿Quién sería esa jovencita que le había dado luz a los ojos muertos de su hijo? – pensó la mamá.

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- ¡Qué importa! comentó uno de los abuelitos- Tenemos qué cumplir lo que prometimos y hacer felices a todos los niños del mundo.

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LA TRISTEZA DE LA NIÑA FLOR

Érase una vez una joven llamada Aurora. Se casó con Juan, el hombre al que amaba. Pasaron los años y todas sus amigas tuvieron hijos…, menos ella.

Aurora sentía una envidia terrible.- ¿Por qué no puedo tener un niño… o, mejor, una

niña?- se preguntaba.Un día cogió todo el dinero que su marido y ella estaban ahorrando para comprar una casa nueva, y se fue a ver a una hechicera.

- Te daré todo lo que me pidas si consigues que tenga una hija.

- ¿Por qué te empeñan en conseguir lo que no tienes? Tu marido te quiere…

- No seré feliz mientras no tenga una hija- insistió la mujer.Viendo que no podía convencerla, la bruja le entregó una semilla.

- Plántala en una maceta, cuídala con cariño y, al cabo de un año, nacerá…

- ¿Una niña?- preguntó Aurora.- Bueno…, algo así – respondió la hechicera,

mientras se guardaba el dinero en la faltriquera.

Nada más volver a casa, Aurora plantó la semilla. Desde entonces, cada mañana, regaba la tierra con sus lágrimas.

- Son de alegría- le explicaba a su marido-. ¡Siento tanta emoción al pensar que voy a ser madre! ¡La querré tanto!Pero al año, en vez de una niña, nació una rosa. La más hermosa que Aurora había visto jamás. Aurora regó la flor con sus lágrimas, pero esta vez no eran de alegría.

- ¡La bruja me ha engañado!- gemía.Al mojar los pétalos, la flor se abrió. Dentro apareció una niña diminuta que le preguntó:

- ¿Por qué lloras?- ¿Acabas de nacer y ya sabes hablar?- Claro…

La voz de la niñita era como el trino de un pájaro.- ¡Qué guapa e inteligente es mi pequeña!- dijo

Aurora.- La llamaremos Gracia- añadió Juan, enternecido.

Y los dos se sintieron felices. La pequeña Gracia nunca creció porque no era una niña, sino un hada de las flores. Pero hizo dichosos a Aurora y a Juan.Su padre la fabricó una cama, una mesilla y un armario con pétalos de rosa. Su madre le cosió un vestido con hojas de azucena. Y todos los vecinos acudían a oírla cantar.

- ¡Es tan dulce y tan bonita!- decían.

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La casa de Aurora y de Juan se llenó de alegría. Unos años después, las hadas de las flores llegaron, montadas en mariposas, a recoger a Gracia.

- Debe venir con nosotras a estudiar la carrera de hada- les dijeron a Aurora y a Juan-. Gracias por cuidarla tan bien.Sus padres la despidieron con lágrimas en los ojos.

- ¡Nunca os olvidaré!- murmuró la pequeña-. ¡Volveré a visitaros cuando acabe mis estudios!

- Nos has hecho muy felices, pequeña Gracia.El amor y la felicidad que habían sentido nunca abandonaron a Aurora y a Juan, desde entonces a Aurora la llamaron “La niña flor”.

FIN

EL REGALO DE UNA SONRISA

Había una vez una niña cuyo único deseo era conseguir que alguien le regalara una sonrisa. Siempre que hablaba con otros niños o con adultos buscaba incansable que al final de cada conversación asomara en alguna cara esa sonrisa que tanto deseaba. Pero nunca la encontraba. ¡Yo quiero una sonrisa! pedía con ingenuidad a cada persona con la que

hablaba.

Esa niña cada día se sentía más niña porque en vez de tener el aliento que tanto deseaba siempre había palabras duras para ella, miradas esquivas, reproches, reprimendas, castigos: no hagas esto, me has fallado, te equivocas, no debes ser así, no eres justa... eran las desgastadas palabras que siempre escuchaba pero ella aún esperaba ansiosa esa diferente caricia de gestos que nunca llegaba, a cambio solo tenía cada día más pena en su corazón, sintiéndose torpe y poco apreciada.

Un día la niña se miró al espejo, trataba de ver al menos una sonrisa en su cara pero a cambio el reflejo le devolvió unos ojos tristes, una mirada perdida, un desencanto en los labios. Y viendo en qué se estaba transformando comenzó a llorar. Lloró durante tanto tiempo que las lágrimas habían empapado sus sábanas de ositos y el dibujo se había desfigurado. También había llorado en el salón y sus lágrimas habían caído en la alfombra que de tono azul claro había pasado a tener un color azul intenso y profundo. En cada una de las habitaciones su paseo de lágrimas había conformado diferentes colores en los objetos en que caían. Cansada de tanto llorar y viendo lo que había producido con su llanto cogió sus sábanas, su alfombra, las cortinas y todos aquellos

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objetos que había empapado con su llanto y los sacó fuera de la casa, a la parte trasera del jardín para que se secaran.

Un hombre que andaba cerca del jardín, al ver todo aquel cúmulo de colores y objetos diferentes de extraños matices se quedó impresionado por el dibujo que formaban. Atónito se acercó al umbral de la puerta, llamó con los nudillos y asomó por una ventana un rostro infantil que inocentemente le preguntó:

- ¿Qué desea?- He visto una sinfonía de color en su jardín

cuyos dibujos me han llamado la atención y quería comprar todas sus pertenencias porque son muy originales y nunca he visto nada igual.

- Yo no sé que precio ponerle a todo ello, sin embargo si usted me promete que un día me regalará de una forma especial una sonrisa suya yo se lo regalo todo.

El hombre que estaba muy interesado en llevarse aquellos, a su parecer, tesoros únicos, accedió sin detenerse a pensar cómo cumplir tan extraña petición y se marchó de allí cargando en su

coche todos los objetos que tanto le habían gustado.

A la mañana siguiente la niña se levantó muy contenta y animada esperando junto a la ventana el paso del hombre con su regalo. Pero el hombre no apareció. Llegó la noche y se acostó pensando: “mañana seguro que aparece”.

Pasaron los días, los meses y los años y aquel hombre no volvió a acercarse a su puerta. La niña fue creciendo y un día, ya siendo mujer, paseando por un cercano parque a su casa le pareció divisar a aquel hombre que no había cumplido su promesa. Se acercó hasta él y le dijo:

- ¿No me recuerda?- Ni idea, ¿quién eres?

Entonces la mujer sacando un pañuelo se lo tendió en la mano y le dijo:

- Soy aquella niña que por llorar tanto creó bonitas formas de colores en unos objetos que usted se llevó para que arroparan su casa, vengo a dejarle mi pañuelo. El hombre al recordar quien era se disculpó.

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- ¿Y por qué quiere ahora darme su pañuelo?

- Porque después de tantos años he pensado que si es capaz de incumplir su palabra por desear tanto poseer aquellos objetos que tenían las lagrimas de una niña tal vez sea que nunca ha llorado lo suficiente para tener cosas especiales en su propia vida. Tenga mi pañuelo es lo único llorado que aún no le había dado.

El hombre callado, se quedó mirando el pañuelo y su rostro empezó a desencajarse y temblar por lo que había escuchado mientras en sus ojos comenzaron a brotar unas tímidas lágrimas. Y sin darse apenas cuenta, comenzó a llorar y cada gota que iba cayendo se limpiaba con aquel pañuelo. Después de llorar un buen rato se incorporó miró a la mujer y le dijo:

- Perdone buena señora, le hice una promesa que no cumplí, me quedé con sus cosas y fui un desconsiderado.

- No se preocupe buen hombre acaba usted de hacerme mi regalo.

De repente el hombre miró hacia el pañuelo y se quedó perplejo, en él se había formado con las gotas de humedad de su llanto... el dibujo de una sonrisa. Y la niña, ya mujer, se alejó con su pañuelo y su sonrisa.

FIN

ADIVINANZAS DE ALIMENTOS

En verdes ramas nací,en molino me estrujaron,

en un pozo me metí,y del pozo me sacaron 

De verde me volví negra y me molieron con tino, 

hasta que al final del todo,de mí hicieron oro fino. 

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a la cocina a freír.(El aceite)

(La aceituna)

Negra por dentro, negra por fuera,es mi corazón negra madera.(La aceituna)

Tengo cabeza redonda,sin nariz, ojos ni frente,y mi cuerpo se compone

tan sólo de blancos dientes.(El ajo)

Ave me llaman a vecesy es llana mi condición.

(La avellana)

Ave soy, pero no vuelo;mi nombre es cosa muy

llana:soy una simple serrana,hija de un hijo del suelo.

(La avellana)

Soy ave y soy llana,pero no tengo pico ni alas.

(La avellana)

Blanquilla es mi nombrey endulzo la vida al

hombre.(El azúcar)

Blanco soy como la nieve,me sacan de una caña,y aunque soy del otro

mundo,

Una señora muy enseñorada,

con el sombrero verde y la falda morada 

ahora ya nazco en España.(El azúcar)

(La berenjena)

Ver, ver, ver,cierra la puerta y ¡zas!

(Las berzas)

Con el dinero lo compro,con los dedos lo deslío,por la cara me lo como.

(El caramelo)

Son de color chocolate,se ablandan con el calory si se meten al horno

explotan con gran furor.(Las castañas)

Me abrigo con paños blancos

luzco blanca cabelleray por causa mía llora,

hasta la misma cocinera.(La cebolla)

En el campo me crié, atada con verdes lazos, y aquel que llora por mí 

me está partiendo en pedazos.

(La cebolla)

Fui a la plaza y las compré bellas,

llegué a mi casay lloré con ellas.(Las cebollas)

Vive bajo tierra, muere en la sartén,sus diez camisitas

Tengo duro cascarón,pulpa blanca

y líquido dulce en mi

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llorando se ven.(La cebolla)

interior.(El coco)

Col es parte de mi nombre,mi apellido es floral,

más si lo quieres sabera la huerta has de marchar.

(La coliflor)

Col, col, colera; flor, flor, florera: si estamos juntas, 

¿Qué planta apuntas?(La coliflor)

Somos blancos, larguiruchos,

nos fríen en las verbenas,y dorados, calentitos,

nos comen nenes y nenas.(Los churros)

Soy un viejo arrugadito que si me echan al agua

me pongo gordito.(El garbanzo)

Entre col y col lechuga,entre lechuga, una flor,que al sol siempre está

mirando,dorándose a su calor.

(El girasol)

Bonita planta, con una flor 

que gira y gira buscando el sol. 

(El girasol)

Dentro de una vaina voyy ni espada ni sable soy.

(El guisante)

Blanca soyy, como dice mi vecina,

útil siempre soy en la cocina.

(La harina)

ALMUERZO CON DIOS

Autor: Desconocido

Un niño pequeño quería conocer a Dios; sabia que era un largo viaje hasta donde Dios vive, así que empacó su maleta con pastelillos y refrescos, y empezó su jornada.

Cuando había caminado como tres cuadras, se encontró con una mujer anciana. Ella estaba sentada en el parque, solamente ahí parada contemplando algunas palomas.

El niño se sentó junto a ella y abrió su maleta. Estaba a punto de beber su refresco, cuando notó que la anciana parecía hambrienta, así que le ofreció un pastelillo.

Ella agradecida aceptó el pastelillo y sonrió al niño. Su sonrisa era muy bella, tanto que el niño quería verla de nuevo, así que le ofreció uno de sus refrescos.

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De nuevo ella le sonrió. ¡El niño estaba encantado!

El se quedó toda la tarde comiendo y sonriendo, pero ninguno de los dos dijo nunca una sola palabra, mientras oscurecía, el niño se percató de lo cansado que estaba, se levantó para irse, pero antes de seguir sobre sus pasos, dio vuelta atrás, corrió hacia la anciana y le dio un abrazo.

Ella, después de abrazarlo le dio la más grande sonrisa de su vida.

Cuando el niño llegó a su casa, abrió la puerta. Su madre estaba sorprendida por la cara de felicidad. Entonces le preguntó:

-Hijo, ¿qué hiciste hoy que te hizo tan feliz?

El niño contestó:

-¡Hoy almorcé con Dios!...

Y antes de que su madre contestara algo, añadió: -¿Y sabes qué? ¡Tiene la sonrisa más hermosa que he visto!

Mientras tanto, la anciana, también radiante de felicidad, regresó a su casa. Su hijo se quedó

sorprendido por la expresión de paz en su cara, y preguntó:

-Mamá, ¿qué hiciste hoy que te ha puesto tan feliz? La anciana contestó:

-¡Comí con Dios en el parque!... Y antes de que su hijo respondiera, añadió:

-¿Y sabes? ¡Es más joven de lo que pensaba!

Fin.

CAMI SALVA LA FÁBRICA DE LOS HELADOS

 ¡Menudo sábado mas aburrido!, afuera está lloviendo y no hay quien salga a dar un paseo, así que la pequeña Cami, una preciosa niña de pelo largo y

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castaño, que suele llevarlo recogido en dos pequeñas colas, decide ver una película de Disney para entretenerse, pero como hoy había madrugado mucho, al ratito, se queda completamente dormida en el sofá frente al televisor.

Empieza de pronto a soñar........., está en la fábrica de helados de su ciudad, ha ido de excursión con el colegio porque mañana es final de curso y van a hacer la fiesta del helado, será maravilloso, helados de todas las formas y sabores para todos los niños, los papás y los maestros.

El autobús aparca en la puerta de la fábrica, los niños bajan ordenadamente y entran en el maravilloso mundo de los helados, huele a fresa, a vainilla, a chocolate, a pistacho, a menta, a nata, a crema..... ¡ Ummmmm, que delicia!

El Director de la fábrica acompaña a los niños en la visita, les enseña las máquinas que hacen las cremas, las que preparan los barquillos, las que les dan la forma..... Pero de pronto suena una sirena.

- ¿Qué ocurre? - pregunta el director al vigilante que se aproxima.

- Su amigo el ratón Fabín se ha llevado para jugar la llave que hace funcionar todas las máquinas y ahora no lo puede encontrar.

- ¡Qué desastre! - exclama el Director - no podremos preparar los helados de la fiesta del colegio si no funcionan las máquinas.

Cami, se hace cargo de la situación enseguida, será horrible no poder hacer la fiesta, todo el mundo está emocionado con la idea, en especial ella a la que le encantan los helados de crema cubiertos de chocolate.

- Si estuviera aquí Agustina sabría lo que hacer, sobre todo si tuviéramos un perrito que nos ayudara a encontrar la llave - pensó Cami mientras buscaba la manera de ayudar.

- ¡Ya sé! - se dijo de repente - yo misma buscaré la llave.

Con mucho cuidado para que nadie se diera cuenta, se apartó del grupo y buscó el despacho del Director.

Una vez que lo encontró, entró y buscó al pequeño Fabín.

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- ¿Fabín estás aquí? - preguntó sigilosamente la niña.

- Sí, detrás de la cortina - contestó una vocecita asustada.

- ¡Hola, soy Cami. y he venido a ayudarte a buscar la llave.

- Te lo agradezco mucho, pero la he buscado por todas partes y no está, ha desaparecido.

- Las llaves no tienen piernas, y no salen andando de los sitios - dijo Cami un poco enfadada, así que ánimo y ayúdame a encontrarla, la fiesta de mi colegio tiene que celebrarse mañana.

La niña y el ratón salieron del despacho e iniciaron la búsqueda, Fabín le dijo todos los lugares en los que creía haber estado jugando con la llave, y uno por uno los fueron recorriendo.

Primero fueron a la sala de las frutas, donde eran lavadas, peladas y cortadas para triturarlas y añadirlas a las cremas, pero allí no encontraron nada.

Después buscaron en la sala de las cremas, donde se batían la leche con el azúcar y se le añadían

los trocitos de chocolate o las almendras, avellanas o pistachos.

Al comprobar que tampoco estaba allí la llave, Fabín empezó a llorar.

- ¡Todo es culpa mía! - no paraba de repetir - si no hubiera jugado con la llave, nada de esto estaría pasando.

- No te preocupes pequeño - intentaba consolarle Cami - yo también hago a veces cosas que no debo, y mi mamá me regaña, pero al final siempre se soluciona.

- Si no encontramos la llave antes de las 4, la fábrica no podrá hacer todos los helados que hacen falta para mañana.

Eran ya las 3, quedaba poco tiempo, Cami no estaba muy segura de poder solucionar el problema, hasta que de pronto tuvo una idea.

- Fabín, ¿has pasado cerca de las cubas de crema, las grandes que parecen piscina?

- Sí Cami, he pasado por allí, pero ahí no podemos buscar, yo no sé nadar.- No hace falta nadar, tú eres muy chiquitín, pero a mí

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la crema me debe de llegar como a la altura del ombligo más o menos, tan solo necesito unas gafas de bucear, estoy casi segura de que la llave se te cayó en alguna crema.

- Los señores que arreglan las máquinas tienen unas gafas que te pueden servir, ahora mismo las traigo.

Dicho y hecho, Fabín volvió en un santiamén con las gafas y Cami se las colocó y comenzó la búsqueda.

- ¡Allá voy, deséame suerte! - dijo la intrépida niña cuando se quitó los zapatos y se zambulló en la primera piscina de crema de plátano.

Cami parecía un elefante rebozándose en el barro, con la riquísima diferencia de que ella estaba pringada hasta las cejas de crema dulce.

- ¡Aquí no está Fabín! - dijo la pequeña un tanto decepcionada - ayúdame a salir e iré a la piscina de crema de manzana.

Cami fue buceando de piscina en piscina sin obtener ningún resultado, la llave no aparecía por ningún sitio, y ella estaba ya cansada, además de que parecía una piruleta de mis sabores y colores.

- Solo nos queda la piscina de la crema de caramelos de colores- dijo Fabín - es la que está mas cerca de la puerta por donde me he marchado de la sala.

- Pues agotemos la última posibilidad - contestó Cami con la esperanza de que esta vez si iba a encontrar la llave.

Tras un buen rato de bucear y explorar la piscina, que estaba llena de crema y trocitos de caramelo, Cami tocó algo.

- ¡Fabín, Fabín.... aquí hay algo! - gritó emocionada la niña.

- ¿Qué es, qué es? - contestó el ratoncito expectante.

Cami sacó la mano de la crema, y ante el asombro y la alegría de los dos, apareció por fin la llave.

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- ¡Viva, viva! - celebraban los dos amigos - hemos encontrado la llave, ya se pueden fabricar helados..........!

Enchastrados hasta las orejas y resbalándose por los pasillos, corrieron a buscar al Director para darle la buena noticia.

- Señor Director - interrumpió la niña - aquí esta la llave.

- ¿Cómo la habéis encontrado?, el personal de la fábrica lleva buscándola todo el tiempo y no habían conseguido nada.

- Ha sido muy fácil señor, tan solo había que chapotear un poco.

- ¡Dios Santo, si pareces un helado de tutifrutti! - reparó por fin el Director.

- No se preocupe señor, seguro que mi madre comprenderá que hoy llegue a casa un poco manchada.....!!!!

Ja, ja, ja.....! Todos rieron felices, por fin se había solucionado el problema, el Director le dio la llave al encargado y le dijo que empezaran cuanto

antes a preparar los helados de la fiesta del colegio para el día siguiente.

El pobre Fabín que se sentía culpable por todo lo que había ocurrido, se había marchado de allí y Cami insistió en buscarlo antes de regresar a casa con el resto de sus compañeros.

Cuando lo encontró, en el despacho del Director, Fabín había preparado sus cosas para marcharse de la fábrica.- ¿A dónde vas Fabín ? - preguntó Cami muy sorprendida.

- Debo marcharme Cami, he organizado un lío tremendo y seguro que ya no me quieren aquí.

Pero el Director que había ido detrás de Cami dijo:

- ¡Claro que te queremos con nosotros Fabín!, lo que ha ocurrido hoy no tiene nada que ver con el cariño que todos te tenemos todos aquí en la fábrica.

Fabín por fin sonrió y le dio un fuerte beso a Cami que prometió que le invitaría algún día a su casa para que le conociera su familia, y el Director le dijo a Cami, que siempre que quisiera, podía ir a comer los helados que mas le gustaban. Al cabo de un ratito,

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Cami se despertó hecha un ocho en el sofá y le preguntó a su madre.

Mamá tenemos helado en la nevera......

F i n

CUENTO SOBRE LA CONSTITUCIÓN

¡Hola amiguitos! Me llamo Constitución y estoy muy contenta porque el 6 de diciembre es mi cumpleaños y habrá una gran fiesta para celebrarlo, ese día será de vacación y no tendréis que venir a la escuela. Además, la radio y la televisión hablarán de mí y me felicitarán. Quiero ser amiga vuestra pero como todavía no me conocéis os voy a contar la historia de mi vida. Lo primero que os tengo que decir es que soy un poco rara porque en lugar de tener un cuerpo como el vuestro, el mío está formado por hojitas de papel, como un libro o una revista. No fui la primera de mi familia, ya había tenido varias antepasadas... ¿qué pasa? ¿que no sabéis que es una antepasada? Pues ahora os lo voy a explicar: antepasados son los familiares que han nacido muchos años antes que nosotros, sí como los abuelos y los bisabuelos. Yo he tenido 6 antepasadas, pero cuando

nací todas se habían muerto ya porque se habían quedado muy viejecitas.

Nací el 6 de diciembre de 1978, así que ahora voy a cumplir 25 años ¿verdad que ya soy muy mayor? Cuando nací todo el mundo se alegró muchísimo porque desde que se murieron mis antepasadas no había ninguna constitución en España. Como ya sabéis, cuando nace un bebé todo el mundo va a verlo y le lleva regalos, así que os voy a contar el montón de cosas que me dieron: El mago Catapún Chispún, que es muy amigo mío y sabe predecir el futuro me dijo que hablaría castellano pero que como soy muy lista también hablaría otras lenguas cuando saliera de viaje a algunos sitios de mi país que es España. Me regalaron un vestido muy bonito hecho con la bandera de España ¿sabéis cómo es? Con dos franjas rojas y una amarilla en el centro.

 También me dieron una chapa con un escudo nuevo. Desde entonces lo llevo siempre en mi vestido.

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Estaba tan cansada al acabar el día que después de tomar mi biberón me quedé dormida y empecé a soñar. Y soñé que iba volando por el cielo y volando veía muchas cosas feas: la gente reñía por todo, había muchas discusiones y peleas, yo me puse muy triste y quise solucionarlo, así que me fui a una casa donde estaban reunidos unos hombres muy listos y les pedí que escribieran en mi cuerpo unas normas para que la gente se portara bien y no riñera más (acordaros que mi cuerpo está hecho de hojitas de papel) esos hombres empezaron a escribir y siguieron escribiendo hasta rellenar todo mi cuerpo.

Cuando me desperté ¡qué sorpresa! Todo aquello se había convertido en realidad y mi cuerpecillo estaba lleno de letras. La noticia corrió por todos los sitios y venga a venir otra vez gente y más gente. Desde entonces cuando las personas empiezan a discutir leen lo que tengo escrito en mi cuerpo para saber quien tiene razón y llegar a acuerdos en lugar de pelearse.

Ahora termino ya de contar mi historia pero recordad que mi cumpleaños es el día 6 y tenéis que celebrarlo conmigo.

¡HASTA PRONTO AMIGUITOS!

Actividades de comprensión:

¿Qué día es el cumpleaños de la Constitución? ¿Cuántos años cumple? ¿De qué está hecho su cuerpo?¿De qué colores era su vestido?¿Qué había dibujado en la chapita que le regalaron?¿Qué escribieron en su cuerpo? ¿Para qué?¿Ha habido otras constituciones antes que ella?

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EL ESTOFADO DE LOBO

  Había una vez un lobo al que le gustaba comer más que cualquier otra cosa en el mundo. Apenas terminaba una comida, empezaba a pensar en la próxima.

Un día, al lobo le dio antojo de estofado de pollo. Pasó el día en el bosque buscando un pollo apetitoso y finalmente vio una gallina. "¡Ah! es justo lo que necesito". El lobo acechó a su presa hasta que la tuvo cerca, pero cuando ya la iba a agarrar... se le ocurrió otra idea.

"Si hubiera forma de engordar esta ave un poco más, tendría más carne para comer", se dijo. El lobo corrió a casa y se puso a cocinar.

Primero hizo cien deliciosos panqueques, y por la noche los dejó en la puerta de la casa de la gallina. - Come bien, gallinita querida. ¡Ponte gorda y sabrosa para mi estofado!

La noche siguiente, le llevó a la gallina cien apetitosas rosquillas.

- Come bien, gallinita mía. ¡Ponte gorda y sabrosa para mi estofado!, le dijo.

Al día siguiente le llevó un apetitoso pastel, que pesaba más de cien kilos, y relamiéndose le dijo:

- Come bien, gallinita linda. ¡Ponte gorda y sabrosa para mi estofado!

- Por fin llegó la noche que el lobo había estado esperando. Puso una enorme olla al fuego y salió alegremente a buscar su comida. "Esa gallinita debe estar tan gorda como un balón", pensó. "Voy a verla".

Pero apenas se asomó a espiar por el ojo de la cerradura... la puerta se abrió y la gallina cacareó:

- ¡Ah! ¡Así que era usted, señor lobo!

- ¡Niños, niños!, los panqueques, las rosquillas y ese exquisito pastel no eran un regalo del Niño Dios. Los trajo el Tío Lobo.

Los pollitos agradecidos saltaron sobre el lobo y le dieron cientos de besitos.

- ¡Gracias, gracias, Tío Lobo! ¡Eres el mejor cocinero del mundo!

El Tío Lobo no comió estofado esa noche, pero Mamá Gallina le preparó una cena deliciosa. "No he comido

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estofado de pollo, pero he hecho felices a los pequeñuelos", pensó mientras volvía a casa.

"Tal vez mañana les prepare cien apetitosas galleticas".

FIN

LA BRUJA COCINERA

Había una gran cabaña de madera en el bosque donde todo el mundo decía que vivía una bruja muy mala, muy mala. Nunca nadie se había atrevido a entrar. Un día mientras recogía hojas para un trabajo de su escuela, un chico se acercó a la cabaña. La curiosidad le llevó a entrar al jardín, y luego se acercó a una de las ventanas de la cabaña, pero no pudo ver nada. Como quería saber lo que había, pensó que no le pasaría nada, y entró en la casa. Parecía que estaba vacía que no había nadie. Pero al fondo divisó una viejecita que removía la cuchara junto al fuego. Se acercó con mucho cuidado, y la tocó en el hombro. -Buenas tardes, señora. - Hola muchacho - respondió ella. ¿No tienes miedo de mi? La pobre anciana estaba muy arrugada y no tenía dientes. El muchacho dijo que no. La anciana se puso muy contenta e invitó al muchacho a merendar. Le contó que de joven había sido un hada buena, pero cuando se había hecho mayor todo el mundo creyó que era una bruja, y no podía ir a

la ciudad. Ya se había acostumbrado a vivir sola en aquella cabaña, pero siempre le gustaba pensar que algún día alguien entraría a verla. Y así fue. Como el muchacho fue tan amable con ella, le dijo que le pidiera un deseo, pues se lo concedería. Y el muchacho de buen corazón viendo a la anciana tan contenta por su visita le pidió que su jardín se convirtiera en un parque infantil para niños. Y así fue, todos los niños jugaban allí y la anciana les hacia la merienda, siendo muy feliz, muy feliz al saber que la gente ya no le tenía miedo. Y todo el mundo la llamaba cariñosamente la bruja cocinera.

(Consejo: No hables mal de otros niños sin conocerlos.)

FIN

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LA MERIENDA

Esta mañanea llamado por teléfono a mis amigos. Se me ha ocurrido que nos podemos reunir en mi casa y preparar una merienda. Mamá se ha comprometido a preparar los bizcochos y el chocolate caliente.

- Necesitamos harina, azúcar, huevos, leche, chocolate,… - me dice mientras consulta un libro de cocina.

- Primero, poned los ingredientes de los bizcochos en ese recipiente y mezcladlos bien.

- Yo quiero hacer el chocolate – interrumpe Silvia emocionada.

- Pues bien, echa la leche en ese cazo y lo pondremos al fuego.

Después de las explicaciones, nos ponemos manos a la obra. Silvia se sube en un taburete para remover el chocolate. María, Víctor y yo amasamos los

ingredientes de los bizcochos y Hernald nos mira un poco extrañado.

Mamá con la ayuda de un rodillo, alisa la masa y corta pedazos en forma de bizcocho. Al verlo, Hernald toma un trocito de masa y con el mango de una cucharilla le da forma de luna.

- ¡Podemos hacer bizcochos de diferentes formas! – exclama Víctor.

Todos nos divertimos jugando con la masa. Después, ponemos los bizcochos en el horno y, mientras esperamos que se hagan, limpiamos la cocina.

- ¡Está subiendo la masa! – anunció mirando por la ventanilla del horno.

Todos se acercan y me empujan para verlo.- ¡Venga, a merendar! – dice mamá-.

Preparad la mesa para el jardín y no olvidéis lavaros las manos.

FIN

¿QUIÉN ROBO LOS PASTELES?

 ¿Has oído la historia de los pasteles que hizo la Reina de Corazones? ¿Y puedes decirme qué pasó con

ellos? ¡Por supuesto, claro que sí! ¿No es lo que cuenta la canción?

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La Reina de Corazones hizo unos deliciosos pasteles.

Un día de verano el Paje de Corazones los robó. El muy villano se los llevó a un lugar lejano.

Bueno, sí, la canción dice eso. Pero no se podía castigar al pobre Paje simplemente porque sale en una Canción. Había que meterle preso, encadenarles y llevarle ante el Rey de Corazones para celebrar un juicio como es debido.

Si ahora miras el dibujo grande, el que está al principio de este libro, verás qué cosa más grandiosa puede ser un juicio cuando el Juez es un Rey.

El Rey está magnífico, ¿verdad? Pero no parece muy feliz. Yo creo que esa corona tan grande, colocada encima de la peluca, debe resultar incómoda y pesadísima. Pero, claro, tenía que ponerse las dos cosas para que la gente pudiera notar que era a la vez Juez y Rey.

¿A que la Reina tiene cara de mal humor? Está viendo sobre la mesa la bandeja con los pasteles que hizo con tanto trabajo. Y está viendo al malvado Paje (¿ves las cadenas que le cuelgan de las muñecas?) Que se los robó: de manera que no es extraño que se sienta un poco molesta.

El Conejo Blanco está de pie junto al Rey, leyendo la Canción, para que todo el mundo sepa lo malísimo que es el Paje: y los Jurados (puedes ver a dos de ellos en su estrado, la rana y el pato) son los que tienen que decidir si es «culpable» o «inocente».

Ahora te contaré el accidente que sufrió Alicia. Verás, estaba sentada junto al estrado: y la llamaron como testigo. ¿Sabes lo que es un «testigo»? Un «testigo» es una persona que ha visto al acusado hacer aquello de que se le acusa, o, por lo menos, que sabe algo que tiene importancia para el juicio.

Pero Alicia no había visto a la Reina hacer los pasteles ni había visto al Paje llevarse los pasteles: ni sabía en realidad nada de nada que tuviera que ver con el asunto: ¡De manera que, desde luego, no soy capaz de explicarte porqué la querían de testigo!

Pero el caso es que la querían. Y el Conejo Blanco tocó una gran trompeta y gritó: «Alicia!» y

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Alicia se puso en pie como un rayo. Y entonces... Y entonces, ¿qué crees que pasó? ¡Pues que la falda de Alicia se enganchó en el estrado de los Jurados, y lo volcó, y todos ellos salieron despedidos!

Vamos a ver si podemos identificar a los doce. Ya sabes que para formar un Jurado tienen que ser doce. Yo veo la Rana, y el Lirón, y la Rata, y el Hurón, y el Erizo, y el lagarto, y el Gallo, y el Topo, y el Pato, y la Ardilla, y un pájaro de pico largo que está gritando justo detrás del Topo. Pero sólo van once: nos falta uno.

¡Ah! ¿Ves una cabecita blanca que aparece detrás del Topo, exactamente bajo la cabeza del Pato? Ya están los doce.

El señor Tenniel dice que ese pájaro que grita es un Cigoñino (naturalmente, tu sabes bien lo que es eso) y que la cabecita blanca es un Ratoncito. ¿Verdad que es una monada?

Alicia los recogió con mucho cuidado. ¡Espero que no se hicieran mucho daño!

Lewis Carroll – Inglaterra

FIN

UN AGUJERO EN EL ESTÓMAGO.

Tristán se sienta al lado del cesto del pan. Le gusta el pan. Edu se ríe de sus orejas.

Tristán está triste y llora. Berta le acaricia.Tristona le dice a Edu: Te asusto si te ríes de

Tristán. A Edu le da miedo y sale corriendo.

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Tristán no quiere guisantes con jamón. Su mamá piensa: Está malo. Después su mamá ve el bote de miel.

- ¡Te has tomado todo!- El come miel si está triste.

Tristán llora. Prisco usa su cascabel.- A mí me gustan tus orejas.Su mamá le da besos. Tristán está más

contento. De sus labios salen melodías de flauta. FIN

¡VAYA BANQUETES!

Había en una aldea lejana dos animalitos que vivían en sus casitas, una frente a otra. Uno de ellos se llamaba don Cigüeño Zanquilargo. Su vecino, don Zorillo Chungoncete, era un zorro que siempre estaba urdiendo bromas para divertirse a costa de los demás.

- Cómo me arreglaré para burlarme de don Cigüeño? -cavilaba el zorro. Estuvo pensando y pensando, y finalmente halló la solución.

- Don Cigüeño -dijo un día al pescador, acercándose hasta él-, somos vecinos, pero apenas nos hablamos más de lo indispensable. No le parece que no está bien? Por mi parte, deseo que entablemos una gran amistad, y como prueba del mejor deseo que me guía, le invito a usted a comer en mi casa.

- Me parece una idea excelente, señor vecino. Cuente conmigo. Le parece bien mañana?

- Estupendo, don Cigüeño! Mañana le espero a usted sentado a la mesa.

- Así, cuando, al día siguiente, se presentó el invitado don Cigüeño, encontró sobre la mesa dos grandes platos de natillas.

- Oh, natillas! Con lo que a mí me gustan las natillas...! -exclamó, haciéndosele el pico agua.

- Pues, adelante -dijo riendo el zorro-. Empecemos a comer!

Y comía y comía. Pero no así el infeliz don Cigüeño, que picaba en el plato, pero no conseguía retener en su largo pico la golosina.

Don Cigüeño Zanquilargo picaba y picaba, ansioso del dulce festín; pero inútilmente. Aquel largo pico no lograba coger la más pequeña porción del apetitoso manjar. Las carcajadas de don Zorillo se oían desde la calle. Por fin, don Cigüeño se marchó de la casa de su vecino, conteniendo su mal humor. Y,

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entretanto, la risa del burlón zorro sonaba más y mejor. Transcurrieron dos o tres días, y una tarde que el burlón zorro se paseaba por la alameda, vio llegar junto a don Cigüeño, que le dijo:

- Señor don Zorrillo: tengo preparadas dos raciones de natillas que están diciendo: "Comedme". Quiere venir y las saborearemos tranquilamente?

- Natillas...? Son mi bocado predilecto! -aprobó el zorro-. Vayamos allá, amigo don Cigüeño. Precisamente hoy no he logrado encontrar caza y estoy en ayunas desde ayer.

- Hemos llegado a mi casa -dijo a este punto don Cigüeño-. Pase usted y sentémonos a la mesa.

Penetró don Zorrillo en la casa, pero bien pronto desapareció de su rostro el gesto de contento, al echar una mirada sobre la mesa. Allí había, sobre el limpio mantel, dos altas jarras de estrecho cuello, conteniendo la sabrosa comida.

- Siéntese el señor don Zorrillo y empecemos a comer -ofreció el amo de la casa, al tiempo que

introducía el pico por el estrecho cuello de una de las jarras y comenzaba así a saborear su contenido.

El zorro daba vueltas alrededor de la otra jarra. No podía meter el hocico por la estrecha abertura, y sufría viendo las natillas tan próximas a su lengua y, al mismo tiempo, tan lejos de ella.

Y empezó a lamer el cristal de la jarra, ya que no podía hacer mejor cosa, preguntando después a don Cigüeño:

- No tiene usted, señor vecino, alguna otra cosa que darme para postre de este convite?

- Sí -contestó el otro, terminando de comerse las dos raciones.

A continuación abrió un cajón de la mesa, y, sacando un paquete, se lo entregó a don Zorrillo. Al abrirlo éste, vio que dentro de él había solamente un cartel que decía: Donde las dan, las toman. Escarmentó desde entonces y ya nunca volvió a burlarse de los demás.

FIN

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ASÍ ME CUIDO

María es una niña muy responsable desde pequeña. Siempre le gusta estar pendiente de sus padres y cuidarlos como si fueran sus hijos. Por eso siempre les está diciendo cómo hay que cuidarse para que su vida sea mejor.

A ella le gusta mucho ir al supermercado con su mamá y comprar siempre productos que son buenos

para nuestra salud: frutas, verduras, pescados,… Siempre dice que hay que cuidarse muy bien por dentro y por fuera.

Ella se lava los dientes después de cada comida, se ducha todos los días y hace mucho ejercicio que le ayuda a estar en forma y cuidar así su cuerpo.

EL DESCANSO DE LA NOCHE

La Luna quiso descansar un poco pero no había quien tomase su lugar, sin ella las noches serían oscuras y tristes. Pidió ayuda al sol para que cambiasen sus papeles: ella trabajaría de día y el sol de noche, pero el sol le dijo que con su luz era muy brillante para la noche y la de ella muy débil para el día. La Luna le dio la razón y siguió buscando.

Se lo pidió al halcón, pero le dijo que ella pasaba muy lento por el cielo y él no podría seguirle el paso, además que él no era blanco.

Se lo pidió entonces a la gaviota, ella parece flotar en la brisa marina y es blanca, pero la gaviota le dijo que no era un ave nocturna.

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Le preguntó a las nubes, pero ellas le dijeron que en la noche no pueden verse. Siguió buscando por todos lados pero todos le ponían una excusa para no hacerlo.

La Luna estaba muy triste, ¡Ella quería un descanso!

Cuando la Luna se iba a poner a llorar, las estrellas se acercaron y hablaron con ella…

“Querida Luna, si pusieses atención y escucharas nuestro consejo, tú podrías descansar un día al mes como quieres, y es tan fácil que lo logres…

Cada noche desaparece un poquito, pero solo un poquito, hasta que una noche seas solo un rayo de pálida luz y desaparezcas a la siguiente noche, así podrías descansar esa noche y nosotros brillaremos más intensamente para que nadie te extrañe en la tierra”.

La Luna se puso muy contenta y siguió el consejo de las estrellas. Desde entonces, cada noche, la Luna desaparece un poco y cuando no la vemos, las estrellas brillan más intensamente para que nadie se dé

cuenta.FIN

EL PARTIDO DE FÚTBOL

Paco es un niño de ocho años, moreno, con unas pestañas muy grandes al igual que sus ojos. Cuando mira parece que observa todo lo que está enfrente de

él. Apenas parpadea. No se le escapa nada de todo cuanto ocurre en su alrededor.

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Por las noches, antes de dormir, le gusta que su abuelo le cuente algo. Normalmente le cuenta historias, algunas muy divertidas que le pasaron en su juventud y que a Paco le gusta escuchar. Y Paco le habla de todas las cosas que le han pasado durante el día, de su colección de cromos, del colegio, de sus amigos y sobre todo del fútbol.

Por las tardes, Paco juega al fútbol con sus amigos. Le gusta darle a la pelota. Tira muy fuerte; tanto que casi atraviesa el campo de lado a lado. Lo que más le gusta es meter goles para hacer tantos para su equipo.

Cuando lo consigue, da saltos en el aire, levanta las manos y grita:

- ¡Gol! ¡Yupi!

Va hacia Carlos y lo abraza diciéndole:

- Ya tenemos otro gol.

Su amigo salta de alegría y juntos dicen:

- ¡Viva! ¡Viva!

Después del partido, Paco con un palo dibuja en la tierra la jugada que les ha salido bien. A los jugadores de su equipo los dibuja con un círculo y a los contrarios con un cuadrado.

- Fíjate, Carlos. Estas flechas indican cómo ha ido la pelota. Suerte que me la has pasado y he podido meter el gol.

- Yo – dice Carlos – no podía tirar porque tenía delante de mí a Jesús.

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FERNANDO EL FOROFO

Fernando estaba aquella mañana desayunando sus crujientes galletas. Estaba deseando terminar para ir al polideportivo a jugar un partido de fútbol. Cogió su bicicleta, pero cuando atravesaba la Plaza Mayor se le cruzó un coche y Fernando se asustó, pisó el freno delantero y cayó hacia delante, dando tres volteretas y perdiendo el conocimiento. Cuando se despertó estaba en el Hospital, no se acordaba de nada, bueno sí,...tenía que jugar un partido, pero no iba a ser posible, porque se había roto una pierna, un brazo ¡y dos dientes! Fernando estuvo un mes en el hospital y luego en su casa en cama dos meses más.

Durante todo ese tiempo sólo pensaba en su gran afición: el fútbol. Sus amigos lo visitaban diariamente, charlaban y jugaba con ellos al parchís. Veía mucho la tele y se aficionó a resolver pasatiempos de “sopa de letras”. Fernando comprendió que además del fútbol hay otras cosas importantes, como los amigos, la lectura, y ¡por supuesto!... las sopas de letras.FIN

EL ABETO DE NAVIDAD

En un bosque había un abeto, lindo y pequeñito. Crecía en un buen sitio, le daba el sol y no le faltaba aire, y a su alrededor se alzaban muchos compañeros mayores, tanto abetos como pinos.

Pero el pequeño abeto sólo suspiraba por crecer; no le importaban el calor del sol ni el frescor del aire. Al año siguiente había ya crecido bastante, y lo mismo al otro año, pues en los abetos puede verse el número de años que tienen por los círculos de su tronco.

- ¡Ay!, ¿por qué no he de ser yo tan alto como los demás? -suspiraba el arbolillo-. Los pájaros harían sus nidos entre mis ramas, y cuando soplara el viento, podría mecerlas e inclinarlas con la distinción y elegancia de los otros.

Cuando llegaba el invierno, y la nieve cubría el suelo con su manto blanco, muy a menudo pasaba una liebre, saltando por encima del arbolito. ¡Lo que se enfadaba el abeto! Pero transcurrieron dos inviernos más y el abeto había crecido ya bastante para que la liebre hubiese de desviarse y darle la vuelta. En otoño se presentaban los leñadores y cortaban algunos de los árboles más corpulentos. La cosa ocurría todos los

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años, y nuestro joven abeto, que estaba ya bastante crecido, sentía entonces un escalofrío de horror. Los hombres cortaban las ramas, y los árboles quedaban desnudos, larguiruchos y delgados; nadie los habría reconocido. Luego eran cargados en carros arrastrados por caballos, y sacados del bosque.

Al acercarse las Navidades eran cortados árboles jóvenes, árboles que ni siquiera alcanzaban la talla ni la edad de nuestro abeto, el cual no tenía un momento de quietud ni reposo; le consumía el afán de salir de allí. Aquellos arbolitos - y eran siempre los más hermosos - conservaban todo su ramaje; los cargaban en carros tirados por caballos y se los llevaban del bosque.

-¿Adónde irán éstos? –se preguntaba el abeto-. No son mayores que yo; uno es incluso más bajito. ¿Y por qué les dejan las ramas? ¿Adónde van?.

- ¡Nosotros lo sabemos, nosotros lo sabemos! -piaron los gorriones-. Allá, en la ciudad, hemos mirado por las ventanas. Sabemos adónde van. ¡Oh! No puedes imaginarte el esplendor y la magnificencia que les esperan.

- Mirando a través de los cristales vimos árboles plantados en el centro de una acogedora habitación,

adornados con los objetos más preciosos: manzanas doradas, pastelillos, juguetes y centenares de velitas.

- ¿Y después? -preguntó el abeto, temblando por todas sus ramas-. ¿Y después? ¿Qué sucedió después?

- Ya no vimos nada más. Pero es imposible pintar lo hermoso que era.

- ¿Quién sabe si estoy destinado a recorrer también tan radiante camino? -exclamó gozoso el abeto-. Estoy impaciente por que llegue Navidad. Ahora ya estoy tan crecido y desarrollado como los que se llevaron el año pasado. Quisiera estar ya en el carro, en la habitación calentita, con todo aquel esplendor y magnificencia.

Seguía creciendo, sin perder su verdor en invierno ni en verano. Las gentes, al verlo, decían: - ¡Hermoso árbol! -. Así que, al llegar Navidad, fue el primero que cortaron. El hacha se hincó profundamente en su corazón y el árbol no volvió en sí hasta el momento de ser descargado en el patio junto con otros, y entonces oyó la voz de un hombre que decía:

- ¡Ese es magnífico! Nos quedaremos con él.

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Y se acercaron los criados vestidos de gala y transportaron el abeto a una hermosa y espaciosa sala. De todas las paredes colgaban cuadros, y junto a la gran estufa de azulejos había grandes jarrones chinos con leones en las tapas; había también mecedoras, sofás de seda, grandes mesas cubiertas de libros ilustrados y juguetes, que a buen seguro valdrían cien veces cien escudos; por lo menos eso decían los niños. Hincaron el abeto en un gran barril lleno de arena, pero no se veía que era un barril, pues a su alrededor tenía una tela verde, y estaba colocado sobre una gran alfombra de mil colores. ¡Cómo temblaba el árbol! ¿Qué vendría luego?Criados y señoritas corrían de un lado para otro y no se cansaban de colgarle adornos y más adornos. En una rama sujetaban redecillas de papeles coloreados; en otra, confites y caramelos; colgaban manzanas doradas y nueces, cual si fuesen frutos del árbol, y ataron a las ramas más de cien velitas rojas, azules y blancas. Muñecas que parecían personas vivientes - nunca había visto el árbol cosa semejante - flotaban entre el verdor, y en lo más alto de la cúspide centelleaba una estrella de metal dorado. Era realmente magnífico, increíblemente magnífico.

- Esta noche -decían todos-, esta noche sí que brillará.

-¡Oh! -pensaba el árbol-, ¡Ojalá fuese ya de noche! ¡Ojalá encendiesen pronto las luces! ¿Y qué sucederá luego? ¿Acaso vendrán a verme los árboles del bosque? ¿Volarán los gorriones frente a los cristales de las ventanas? ¿Seguiré aquí todo el verano y todo el invierno, tan primorosamente adornado?

Creía estar enterado, desde luego; pero de momento era tal su impaciencia, que sufría fuertes dolores de corteza, y para un árbol el dolor de corteza es tan malo como para nosotros el de cabeza.

FIN

ABUELITA

Autor: Hans Christian Andersen

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Abuelita es muy vieja, tiene muchas arrugas y el pelo completamente blanco, pero sus ojos brillan como estrellas, sólo que mucho más hermosos, pues su expresión es dulce, y da gusto mirarlos. También sabe cuentos maravillosos y tiene un vestido de flores grandes, grandes, de una seda tan tupida que cruje cuando anda.

Abuelita sabe muchas, muchísimas cosas, pues vivía ya mucho antes que papá y mamá, esto nadie lo duda. Tiene un libro de cánticos con recias cantoneras de plata; lo lee con gran frecuencia. En medio del libro hay una rosa, comprimida y seca, y, sin embargo, la mira con una sonrisa de arrobamiento, y le asoman lágrimas a los ojos.

¿Por qué abuelita mirará así la marchita rosa de su devocionario? ¿No lo sabes? Cada vez que las lágrimas de la abuelita caen sobre la flor, los colores cobran vida, la rosa se hincha y toda la sala se impregna de su aroma; se esfuman las paredes cual si fuesen pura niebla, y en derredor se levanta el bosque, espléndido y verde, con los rayos del sol filtrándose entre el follaje, y abuelita vuelve a ser joven, una bella muchacha de rubias trenzas y redondas mejillas coloradas, elegante y graciosa; no hay rosa más lozana, pero sus ojos, sus ojos dulces y cuajados de dicha, siguen siendo los ojos de abuelita.

Sentado junto a ella hay un hombre, joven, vigoroso, apuesto. Huele la rosa y ella sonríe - ¡pero ya no es la sonrisa de abuelita! - sí, y vuelve a sonreír. Ahora se ha marchado él, y por la mente de ella desfilan muchos pensamientos y muchas figuras; el hombre gallardo ya no está, la rosa yace en el libro de cánticos, y... abuelita vuelve a ser la anciana que contempla la rosa marchita guardada en el libro.

Ahora abuelita se ha muerto. Sentada en su silla de brazos, estaba contando una larga y maravillosa historia.

- Se ha terminado -dijo- y yo estoy muy cansada; dejadme echar un sueñecito.

- Se recostó respirando suavemente, y quedó dormida; pero el silencio se volvía más y más profundo, y en su rostro se reflejaban la felicidad y la paz; habríase dicho que lo bañaba el sol... y entonces dijeron que estaba muerta.

La pusieron en el negro ataúd, envuelta en lienzos blancos. ¡Estaba tan hermosa, a pesar de tener cerrados los ojos! Pero todas las arrugas habían desaparecido, y en su boca se dibujaba una sonrisa. El cabello era blanco como plata y venerable, y no daba miedo mirar a la muerta. Era siempre la abuelita, tan buena y tan querida. Colocaron el libro de cánticos

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bajo su cabeza, pues ella lo había pedido así, con la rosa entre las páginas. Y así enterraron a abuelita.

En la sepultura, junto a la pared del cementerio, plantaron un rosal que floreció espléndidamente, y los ruiseñores acudían a cantar allí, y desde la iglesia el órgano desgranaba las bellas canciones que estaban escritas en el libro colocado bajo la cabeza de la difunta.

La luna enviaba sus rayos a la tumba, pero la muerta no estaba allí; los niños podían ir por la noche sin temor a coger una rosa de la tapia del cementerio. Los muertos saben mucho más de cuanto sabemos todos los vivos; saben el miedo, el miedo horrible que nos causaría si volviesen. Pero son mejores que todos nosotros, y por eso no vuelven.

Hay tierra sobre el féretro, y tierra dentro de él. El libro de cánticos, con todas sus hojas, es polvo, y la rosa, con todos sus recuerdos, se ha convertido en polvo también. Pero encima siguen floreciendo nuevas rosas y cantando los ruiseñores, y enviando el órgano sus melodías. Y uno piensa muy a menudo en la abuelita, y la ve con sus ojos dulces, eternamente jóvenes. Los ojos no mueren nunca.

Los nuestros verán a abuelita, joven y hermosa como antaño, cuando besó por vez primera la rosa, roja y lozana, que yace ahora en la tumba convertida en polvo.

FIN.

ABUELITO DIME TU

Abuelito dime tuque sonidos son los que oigo yo.Abuelito dime tuporque en las nubes voy.

Dime porque huele el aire asídime porque yo soy tan feliz.Abuelitooo nunca yo de tí me alejareee

Abuelito dime tu

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lo que dice el viento en su canciónabuelito dime tuporque llovió porque nevó

Dime porque huele el aire asídime porque yo soy tan felizAbuelitooo nunca yo de tí me alejareee.

EL ABUELO OLMOEn todas las familias hay un abuelo, en algunas

el abuelo es bueno, en cambio en otras, los restantes miembros de la familia son malos. En la familia de la Huerta todos quieren al abuelo Olmo. Es tan viejo que no tiene nombre, todos lo llaman así: Olmo, porque él no quiere que se le llame de usted aunque si lo haces nunca se enfada. Dicen las buenas lenguas que aún sigue en pie porque espera ver llegar a la generación de los Hombres buenos y las malas dicen que antes, mucho antes, él no será más que el mondadientes de los hombres malos. Pero él nunca le regaña a estas lenguas... para él lo malo no es más que algo que está a punto de convertirse en bueno.

El último verano estuvo muy malito, una nueva enfermedad desconocida. Todos pensábamos que se nos iba, pero un día dejó atrás su color amarillento y dijo con su voz profunda aunque algo fatigada: "No hace falta que os desveléis más por mí, ya he vuelto".Hasta el Hortelano se alegró de verlo volver al color.Desde entonces se dice que habló con la Mamá Gaia y que le pidió que lo dejase un poco más con nosotros, que él bien dispuesto está en repartir su Ser en nuevos Seres, pero que después de tantas derrotas sólo le resta el orgullo de permanecer de pie, y puesto a esperar el nuevo mañana, prefería hacerlo con su cuerpo viejo.

Sea como fuese, mi abuelo ahí está como observándonos, protegiéndonos de los excesos del Agua, los Vientos, el Sol excesivo... de todo.

FIN

HISTORIA DE UNA MADRE

Hans Christian Andersen

Estaba una madre sentada junto a la cuna de su hijito, muy afligida y angustiada, pues temía que el pequeño se muriera. Éste, en efecto, estaba pálido

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como la cera, tenía los ojitos medio cerrados y respiraba casi imperceptiblemente, de vez en cuando con una aspiración profunda, como un suspiro. La tristeza de la madre aumentaba por momentos al contemplar a la tierna criatura.

Llamaron a la puerta y entró un hombre viejo y pobre, envuelto en un holgado cobertor, que parecía una manta de caballo; son mantas que calientan, pero él estaba helado. Se estaba en lo más crudo del invierno; en la calle todo aparecía cubierto de hielo y nieve, y soplaba un viento cortante.

Como el viejo tiritaba de frío y el niño se había quedado dormido, la madre se levantó y puso a calentar cerveza en un bote, sobre la estufa, para reanimar al anciano. Éste se había sentado junto a la cuna, y mecía al niño. La madre volvió a su lado y se estuvo contemplando al pequeño, que respiraba fatigosamente y levantaba la manita.

- ¿Crees que vivirá? -preguntó la madre-. ¡El buen Dios no querrá quitármelo!

El viejo, que era la Muerte en persona, hizo un gesto extraño con la cabeza; lo mismo podía ser afirmativo que negativo. La mujer bajó los ojos, y las lágrimas rodaron por sus mejillas. Tenía la cabeza

pesada, llevaba tres noches sin dormir y se quedó un momento como aletargada; pero volvió en seguida en sí, temblando de frío.

- ¿Qué es esto? -gritó, mirando en todas direcciones. El viejo se había marchado, y la cuna estaba vacía. ¡Se había llevado al niño! El reloj del rincón dejó oír un ruido sordo, la gran pesa de plomo cayó rechinando hasta el suelo, ¡paf!, y las agujas se detuvieron.

La desolada madre salió corriendo a la calle, en busca del hijo. En medio de la nieve había una mujer, vestida con un largo ropaje negro, que le dijo:

- La Muerte estuvo en tu casa; lo sé, pues la vi escapar con tu hijito. Volaba como el viento. ¡Jamás devuelve lo que se lleva!

- ¡Dime por dónde se fue! -suplicó la madre-. ¡Enséñame el camino y la alcanzaré!

- Conozco el camino -respondió la mujer vestida de negro pero antes de decírtelo tienes que cantarme todas las canciones con que meciste a tu pequeño. Me gustan, las oí muchas veces, pues soy la Noche. He visto correr tus lágrimas mientras cantabas.

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- ¡Te las cantaré todas, todas! -dijo la madre-, pero no me detengas, para que pueda alcanzarla y encontrar a mi hijo.

Pero la Noche permaneció muda e inmóvil, y la madre, retorciéndose las manos, cantó y lloró; y fueron muchas las canciones, pero fueron aún más las lágrimas. Entonces dijo la Noche:

- Ve hacia la derecha, por el tenebroso bosque de abetos. En él vi desaparecer a la Muerte con el niño.

Muy adentro del bosque se bifurcaba el camino, y la mujer no sabía por dónde tomar. Levantábase allí un zarzal, sin hojas ni flores, pues era invierno, y las ramas estaban cubiertas de nieve y hielo.

- ¿No has visto pasar a la Muerte con mi hijito?

- Sí -respondió el zarzal- pero no te diré el camino que tomó si antes no me calientas apretándome contra tu pecho; me muero de frío, y mis ramas están heladas.

Y ella estrechó el zarzal contra su pecho, apretándolo para calentarlo bien; y las espinas se le clavaron en la carne, y la sangre le fluyó a grandes

gotas. Pero del zarzal brotaron frescas hojas y bellas flores en la noche invernal: ¡tal era el ardor con que la acongojada madre lo había estrechado contra su corazón! Y la planta le indicó el camino que debía seguir.

Llegó a un gran lago, en el que no se veía ninguna embarcación. No estaba bastante helado para sostener su peso, ni era tampoco bastante somero para poder vadearlo; y, sin embargo, no tenía más remedio que cruzarlo si quería encontrar a su hijo. Echóse entonces al suelo, dispuesta a beberse toda el agua; pero ¡qué criatura humana sería capaz de ello! Mas la angustiada madre no perdía la esperanza de que sucediera un milagro.

- ¡No, no lo conseguirás! -dijo el lago-. Mejor será que hagamos un trato. Soy aficionado a coleccionar perlas, y tus ojos son las dos perlas más puras que jamás he visto. Si estás dispuesta a desprenderte de ellos a fuerza de llanto, te conduciré al gran invernadero donde reside la Muerte, cuidando flores y árboles; cada uno de ellos es una vida humana.

- ¡Ay, qué no diera yo por llegar a donde está mi hijo! -exclamó la pobre madre-, y se echó a llorar con más desconsuelo aún, y sus ojos se le desprendieron y cayeron al fondo del lago, donde

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quedaron convertidos en preciosísimas perlas. El lago la levantó como en un columpio y de un solo impulso la situó en la orilla opuesta. Se levantaba allí un gran edificio, cuya fachada tenía más de una milla de largo. No podía distinguirse bien si era una montaña con sus bosques y cuevas, o si era obra de albañilería; y menos lo podía averiguar la pobre madre, que había perdido los ojos a fuerza de llorar.

- ¿Dónde encontraré a la Muerte, que se marchó con mi hijito? -preguntó.

- No ha llegado todavía -dijo la vieja sepulturera que cuida del gran invernadero de la Muerte-. ¿Quién te ha ayudado a encontrar este lugar?

- El buen Dios me ha ayudado -dijo la madre-. Es misericordioso, y tú lo serás también. ¿Dónde puedo encontrar a mi hijo?

- Lo ignoro -replicó la mujer-, y veo que eres ciega. Esta noche se han marchitado muchos árboles y flores; no tardará en venir la Muerte a trasplantarlos. Ya sabrás que cada persona tiene su propio árbol de la vida o su flor, según su naturaleza. Parecen plantas corrientes, pero en ellas palpita un corazón; el corazón de un niño puede también latir. Atiende, tal vez

reconozcas el latido de tu hijo, pero, ¿qué me darás si te digo lo que debes hacer todavía?

- Nada me queda para darte -dijo la afligida madre pero iré por ti hasta el fin del mundo.

- Nada hay allí que me interese -respondió la mujer pero puedes cederme tu larga cabellera negra; bien sabes que es hermosa, y me gusta. A cambio te daré yo la mía, que es blanca, pero también te servirá.

- ¿Nada más? -dijo la madre-. Tómala enhorabuena -. Dio a la vieja su hermoso cabello, y se quedó con el suyo, blanco como la nieve.

Entraron entonces en el gran invernadero de la Muerte, donde crecían árboles y flores en maravillosa mezcolanza. Había preciosos, jacintos bajo campanas de cristal, y grandes peonías fuertes como árboles; y había también plantas acuáticas, algunas lozanas, otras enfermizas. Serpientes de agua las rodeaban, y cangrejos negros se agarraban a sus tallos. Crecían soberbias palmeras, robles y plátanos, y no faltaba el perejil ni tampoco el tomillo; cada árbol y cada flor tenia su nombre, cada uno era una vida humana; la persona vivía aún: éste en la China, éste en Groenlandia o en cualquier otra parte del mundo. Había grandes árboles plantados en macetas tan

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pequeñas y angostas, que parecían a punto de estallar; en cambio, veíanse míseras florecillas emergiendo de una tierra grasa, cubierta de musgo todo alrededor. La desolada madre fue inclinándose sobre las plantas más diminutas, oyendo el latido del corazón humano que había en cada una; y entre millones reconoció el de su hijo.

- ¡Es éste! -exclamó, alargando la mano hacia una pequeña flor azul de azafrán que colgaba de un lado, gravemente enferma.

- ¡No toques la flor! -dijo la vieja-. Quédate aquí, y cuando la Muerte llegue, pues la estoy esperando de un momento a otro, no dejes que arranque la planta; amenázala con hacer tú lo mismo con otras y entonces tendrá miedo. Es responsable de ellas, ante Dios; sin su permiso no debe arrancarse ninguna.

De pronto sintióse en el recinto un frío glacial, y la madre ciega comprendió que entraba la Muerte.

- ¿Cómo encontraste el camino hasta aquí? -preguntó.- ¿Cómo pudiste llegar antes que yo?

- ¡Soy madre! -respondió ella.

La Muerte alargó su mano huesuda hacia la flor de azafrán, pero la mujer interpuso las suyas con gran firmeza, aunque temerosa de tocar una de sus hojas. La Muerte sopló sobre sus manos y ella sintió que su soplo era más frío que el del viento polar. Y sus manos cedieron y cayeron inertes.

- ¡Nada podrás contra mí! -dijo la Muerte.

- ¡Pero sí lo puede el buen Dios! -respondió la mujer.

- ¡Yo hago sólo su voluntad! -replicó la Muerte-. Soy su jardinero. Tomo todos sus árboles y flores y los trasplanto al jardín del Paraíso, en la tierra desconocida; y tú no sabes cómo es y lo que en el jardín ocurre, ni yo puedo decírtelo.

- ¡Devuélveme mi hijo! -rogó la madre, prorrumpiendo en llanto. Bruscamente puso las manos sobre dos hermosas flores, y gritó a la Muerte:

- ¡Las arrancaré todas, pues estoy desesperada!

- ¡No las toques! -exclamó la Muerte-. Dices que eres desgraciada, y pretendes hacer a otra madre tan desdichada como tú.

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- ¡Otra madre! -dijo la pobre mujer, soltando las flores-. ¿Quién es esa madre?

- Ahí tienes tus ojos -dijo la Muerte-, los he sacado del lago; ¡brillaban tanto! No sabía que eran los tuyos. Tómalos, son más claros que antes. Mira luego en el profundo pozo que está a tu lado; te diré los nombres de las dos flores que querías arrancar y verás todo su porvenir, todo el curso de su vida. Mira lo que estuviste a punto de destruir.

Miró ella al fondo del pozo; y era una delicia ver cómo una de las flores era una bendición para el mundo, ver cuánta felicidad y ventura esparcía a su alrededor.

La vida de la otra era, en cambio, tristeza y miseria, dolor y privaciones.

- Las dos son lo que Dios ha dispuesto -dijo la Muerte.

- ¿Cuál es la flor de la desgracia y cuál la de la ventura? -preguntó la madre.

- Esto no te lo diré -contestó la Muerte-. Sólo sabrás que una de ellas era la de tu hijo. Has visto el destino que estaba reservado a tu propio hijo, su porvenir en el mundo.

La madre lanzó un grito de horror: - ¿Cuál de las dos era mi hijo? ¡Dímelo, sácame de la incertidumbre! Pero si es el desgraciado, líbralo de la miseria, llévaselo antes. ¡Llévatelo al reino de Dios! ¡Olvídate de mis lágrimas, olvídate de mis súplicas y de todo lo que dije e hice!

- No te comprendo -dijo la Muerte-. ¿Quieres que te devuelva a tu hijo o prefieres que me vaya con él adonde ignoras lo que pasa?

La madre, retorciendo las manos, cayó de rodillas y elevó esta plegaria a Dios Nuestro Señor:

- ¡No me escuches cuando te pida algo que va contra Tu voluntad, que es la más sabia! ¡No me escuches! ¡No me escuches!

Y dejó caer la cabeza sobre el pecho, mientras la Muerte se alejaba con el niño, hacia el mundo desconocido.

FIN

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LA ABUELITA RIGOBERTA

Fernando y Susana eran dos hermanitos que vivían muy felices con su papá, su mamá y la abuelita Rigoberta.

¡Ah!... y qué lindo era vivir con la abuelita. No todos los chicos tenían esa suerte, pero Fernando y Susana sí y la disfrutaban mucho porque Rigoberta era una abuela con una enorme paciencia: narraba viejas historias y cuentos interesantes; sabía las mejores canciones y los juegos más divertidos; cosía los vestidos de muñecas más lindos y cocinaba las tortas y los dulces más ricos.

Pero un día, porque sí nomás y sin que nadie supiera por qué, la abuela Rigoberta amaneció seria y preocupada.

Y no contó sus viejas historias ni cantó canciones, ni jugó con los chicos, ¡ni siquiera cocinó una torta!

¡Nada! Toda la familia se asustó: ¿Qué le pasaba a la abuela? ¿Estaría enferma? A la mañana siguiente, cuando se reunieron para desayunar, se

encontraron con que la abuela ya lo había hecho muy tempranito y estaba sentada en su sillón favorito leyendo el diario. Y eso no fue todo. Cuando le preguntaron qué leía y si había alguna noticia importante, la abuela contestó que sólo estaba buscando trabajo. Sí, tra-ba-jo. Pero no pudo terminar de hablar, porque el papá, al oírla, se atragantó con la tostada; la mamá se puso mermelada en los dedos; Susana derramó el café con leche y Fernando se cayó de la silla.

Y la abuela Rigoberta, sin darse cuenta de los desastres causados, siguió leyendo muy tranquila.Finalmente dijo, cerrando el periódico:

-¡Qué barbaridad! No puedo encontrar el trabajo que busco; tendré que poner un aviso ofreciéndome.

-¿Y cuál es el trabajo que estás buscando, abuelita? -preguntó Fernando.

-Justamente, de eso quiero trabajar, de "abuelita" -contestó Rigoberta y siguió explicando que había muchos nenes que no tenían abuela y que eso era muy triste.

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Entonces había pensado trabajar para esos chicos en su tiempo libre; es decir, cuando Fernando y Susana estaban en la escuela.

A la familia le pareció una "idea genial", como todas las que se le ocurrían a Rigoberta. Al día siguiente, el extraño aviso ofreciendo trabajo de abuelita, salió en el periódico y mucha gente llamó por teléfono. Fueron tantos los pedidos, que era imposible cumplir con todos. Y esto, por supuesto, preocupó a Rigoberta, que se encerró en su dormitorio a pensar. Y pensó… y pensó. Pensó tanto, que ese día no almorzó ni cenó; sólo apareció cuando ya todos habían terminado de comer el postre. Entonces anunció muy contenta, que ya tenía la solución del problema: estaba decidida a fundar la primera "Compañía de Abuelos Voluntarios". Era, en verdad, una excelente solución porque también había muchos abuelos sin nietos y eso era tan triste como nietos sin abuelos. Pero gracias a la abuelita Rigoberta, la "Compañía de Abuelos Voluntarios" fue un éxito y todos podían conseguir abuelos y nietos adoptivos a gusto. Y la abuela Rigoberta ya no se preocupó más y se sintió muy feliz. Y el que quiera un cuento contado por una auténtica abuelita, que llame por teléfono a la "Compañía de Abuelos Voluntarios".

LAS COLITAS DE LOS PERROS

Hace muchos, muchísimos años cuando Dios creó a los animalitos, también creó a los perritos, y éstos tenían la colita atornillada, así se la podían sacar cuando jugaban o se iban al río a bañar.

Un día que varios perritos estaban jugando uno dijo:

- ¿Vamos a bañarnos al río?Y todos corrieron hacia el río, y antes de

introducirse al agua, se sacaron las colitas para  no mojarlas y para que no se despeinaran

Jugaron felices en el agua, nadaron mucho y cuando ya atardecía se asustaron y salieron del agua a colocarse sus colitas y en el apuro tomaron cualquier colita.

Así un perro negro quedó con una colita blanca, uno café con una colita pintada y se armó un desorden tremendo y lloraron y lloraron porque nadie estaba conforme con la colita que eligió.

Desde ese día andan buscando todos su propia colita. Por eso siempre los verás  oliendo el trasero de otro perrito.

Se hizo una reunión de perros y se juraron, que por los siglos de los siglos  buscarían las colitas hasta encontrar la propia

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Y colorín colorado, este cuento nunca ha terminado, porque si tú te fijas, todavía los perritos buscan sus colas.

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LOS SUEÑOS DE MAMÁ

- (Gritando): ¡Papá, papá! ¡Pablo ha cogido todas mis pinturas!

- (En voz baja): Chist. Hablad bajito, que mamá está durmiendo la siesta.

- (Susurrando): Vale.- Pablo, haz el favor de devolver las

pinturas a tu hermana.- Está bien…- (Gritando): ¡Papá, papá! ¡Pablo ha

arrancado la cabeza a Rechupete!- Acusica.- (En voz baja): ¿No os he dicho que

no gritéis? Vais a despertar a mamá. Pablo, pon ahora mismo la cabeza al muñeco. Y no vuelvas a molestar a tu hermana. ¿Por qué no lees un poco?

- Vale.- ¡Papá, papá! Pablo le ha puesto la

cabeza al revés.- No tienen gracia, Pablo. Pon la

cabeza a Rechupete en su sitio.- ¿Así está bien?- Sí.- (Gritando): ¡Cáspita! ¡Nos atacan!- ¡Chist! ¿Y ahora que pasa? ¿No

estabas leyendo?

- Sí, pero es que los piratas acaban de lanzarse al abordaje…

- Pues los tiras por la borda con mucho cuidado y en silencio. Como oiga un solo cañonazo…

- (Susurrando): Vaaale.- ¡Uaaah! ¡Qué sueño!- Vaya, ¿no has dormido bien?- ¡Sí, pero he soñado unas cosas la mar

de extrañas!- ¿Qué has soñado mamá?- Para empezar, soñaba todo en blanco

y negro. Era un sueño sin colores.- ¡Vaya, que raro!- ¡De repente, alguien me arrancaba la

cabeza y luego me la volvía a poner! Pero era como si tuviera los ojos en el cogote. Hasta que alguien me giraba la cabeza y volvía a quedar en su sitio. Y de pronto, me atacaban unos piratas. Menos mal que al final papá me salvaba de los malvados piratas. Te mereces un beso. ¡Muac!

- Oye mami. ¿y nosotros no salíamos en tu sueño? ¿No nos merecemos un beso?

- Ya lo creo que salíais. Erais los piratas que atacaban mi sueño. Así que creo que en vez de un beso, os merecéis… ¡que os tire por la borda a la bañera! ¡Al abordaje!

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EL FANTASMA DE LA BIBLIOTECA

Tristán y Tristona van todos los sábados por la mañana a la biblioteca pública. Allí está Kas, un simpático señor que ha leído miles de libros y sabe montones de historias. También está Marina, que les enseña a dibujar y a hacer teatro. Además, tienen un carné y pueden llevarse a casa libros de la biblioteca para leer durante la semana.

Hoy ha venido una niña nueva y está un poco asustada. Tristona le dice:

- Hola, yo soy Tristona. ¿Y tú, como te llamas?- Me llamo Vicky – responde ella.

- Aquí lo pasamos muy bien. Hoy Kas nos va a contar la historia de un fantasma tan miedoso que no era capaz de asustar a nadie.

Pero sus palabras son ahogadas por los aplausos y los gritos de los niños recibiendo a Kas, que acaba de aparecer en escena.

- ¡Hola, Kaaaas!

- ¡Hola, niños! ¿Estáis dispuestos a vivir una nueva aventura?

- ¡Sííííi! – exclaman ellos.

- Pues bien, os voy a contar la historia de Colás, el fantasma que no era capaz de asustar a nadie. Colás vivía en un castillo de piedra enorme, en el corazón de Escocia. En ese castillo las pisadas retumbaban como tambores, el eco de las voces se colaba por todos los rincones y las puertas chirriaban como maullidos de gatos. Por eso Colás vivía permanentemente asustado. Y se escondía dentro de los pucheros de la cocina. O dentro del jarrón de la chimenea. O dentro del cesto de la ropa sucia. Allí se sentía seguro, protegido por las sábanas.

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Pero los otros fantasmas se burlaban de él y le decían que no servía para nada. Colás estaba muy apenado. A él le hubiera gustado salir por las noches y pasearse por las habitaciones asustando a los dueños del castillo, pero…

- ¡Ayyyyyyy! – gritan unos niños.- ¿Qué os pasa? ¿Os da miedo la historia?

- Es que… es que… es que aquí hay un fantasma. Se ha caído un libro de la estantería sin que nadie lo haya tocado.

- A lo mejor es Colás, que ha venido a visitarnos – salta Tristán.

Todos los niños se quedan mirando hacia el huevo donde estaba el libro, esperando ver aparecer el fantasma de un momento a otro. Y en esas, que los libros de la estantería empiezan a moverse solos, como si fueran las teclas de una pianola.

- ¡El fantasma! – gritan los niños corriendo hacia la puerta.

Bueno todos menos Tristona, que tiene una leve sospecha y se acerca de puntillas a la estantería. Vicky

está admirada de lo valiente que es Tristona. Ésta se pone a cantar:

“Pin, pinilla, parrapapiña.

Hay tres duendes

en la estantería.

Uni, dori, teri,

din, dan, don,

salid de ahí ahora mismo:

Pif, Paf y Pof”.

De pronto los libros se quedan quietos. Tan quietos como si hubieran estado allí durante siglos, sin moverse del sitio. Todos aplauden a Tristona, y Kas reanuda su historia.

Los niños se adentran por los pasadizos del castillo y se hacen amigos de Colás. Ya no tienen ningún miedo de que aparezca, al contrario, les encantaría encontrárselo en la biblioteca.

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POESÍA “SOLO TRES LETRAS”

Sólo tres letras, tres letras nada más,

sólo tres letras que para siempre aprenderás.

Sólo tres letras para escribir PAZ.

La P, la A y la Z, sólo tres letras.

Sólo tres letras, tres letras nada más,

para cantar PAZ, para hacer PAZ.

La P de pueblo, la A de amar

y la Z de zafiro o de zagal.

De zafiro por un mundo azul,

de zagal por un niño como tú.

No hace falta ser sabio,

ni tener bayonetas,

si tu te aprendes bien,

sólo estas tres letras,

úsalas de mayor y habrá paz en la tierra.

Sólo tres letras, tres letras nada más,

sólo tres letras que para siempre aprenderás.

Sólo tres letras para escribir PAZ.

La P, la A y la Z, sólo tres letras.

Sólo tres letras, tres letras nada más,

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para cantar PAZ, para hacer PAZ.

La P de pueblo, la A de amar

y la Z de zafiro o de zagal.

De zafiro por un mundo azul,

de zagal por un niño como tú.

No hace falta ser sabio,

ni tener bayonetas,

si tu te aprendes bien,

sólo estas tres letras,

úsalas de mayor y habrá paz en la tierra.

POESÍA “A TAPAR LA CALLE”

A tapar la calle

que no pase nadie.

Abrir un poquito que viene Manuela

y va a la escuela.

A tapar la calle

que no pase nadie.

Abrir un poquito

que viene Rebeca

y va a la biblioteca.

A tapar la calle

que no pase nadie.

Abrir un poquito

que viene Marcial

y va al hospital.

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EL CALENDARIO

Los días se vanel pobre Calendariose siente adelgazarde modo extraordinario.

Sus hojas de papelse las arranca el tiempoy tiene sentimientoporque ya se va a acabar.

El conejo Chúchusya tiene bigotes,usa pantalonesgrandotes, grandotes.

Va por la banquetasilbando, silbandoy dice doña Zorraque ya lo vio fumando.

El conejo Chúchusya escribe versitosa una conejitade ojos bonitos.

¡Cuántas cosas pasany cuántas pasaránmientras el Calendariose siente adelgazar!

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El conejo Chúchusya no es el de antessólo le preocupala ropa elegante.

Y sus ilusionescambiaron de metapasa días enterossoñando motonetas.

El conejo Chúchuscreció muy altoteya no quiere cuentosprefiere deportes.

¡Cuántas cosas pasany cuántas pasaránmientras el Calendariose siente adelgazar!

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VIAJE EN AUTOBÚS

Raquel sale muy decidida de casa, pero algo asustada. La primera vez que fue sola en autobús a casa de Iván se confundió de parada, y se bajó en el centro de salud en vez de en el ayuntamiento. Menos mal que preguntó a un policía y le indicó cómo llegar sin problemas.

En el autobús, alguien se sienta a su lado. “Es Ivo, el chico nuevo de la clase”, piensa con alegría. “¿Qué le digo? Seguro que o sabe ni quién soy”. En ese momento Ivo ve a Raquel.

- ¡Hola, Raquel!! ¿Adónde vas?- Voy a casa de Iván, a jugar con su nuevo

ordenador.

- ¡Qué suerte! Yo todavía no puedo jugar con el mío. Está en alguna caja de la mudanza – dice Ivo un poco triste. Raquel tiene una idea excelente y le dice:

- Oye, ¿por qué no vienes conmigo a casa de Iván? Así podremos pasar la tarde los tres juntos.

Ivo la mira con cara de asombro y agradecimiento. Aún no tiene amigos y eso es muy importante para él.

- ¡De acuerdo! Pero antes voy a hablar con mi madre.

Con tanta emoción, a Raquel le pasa lo mismo que la otra vez. Pero ahora se acuerda de las indicaciones del policía. Y además le acompaña su nuevo amigo Ivo.

FIN

EL TELÉFONO

Metida en su casita con su gorra y delantalestaba Doña Zorra ocupada en remendar,pero su teléfono no deja de llamar,y corre al audífono para preguntar:

Riiing Riiing ¡Bueno, bueno, bueno! ¿Con quién quiere usted hablar? No, aquí no es estanquilloni conozco a ese Pepillo al que quiere usted llamar. Riiing riiing ¡Bueno, bueno, bueno! Ya me empiezo yo

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a cansar. Señor está usted equivocado, aquí vive Doña Zorra y sus zorritos nada más.

Riiing Riiing ¡Bueno, bueno, bueno, bueno! ¿Qué me quiere usted decir? ¡Ay! ¿Qué tal Doña Patita? ¡Qué milagro comadrita que se deje usted oír!

Riiing Riiing ¡Bueno, bueno, bueno! la esperamos por aquí. Y así verá que mi zorrito el chimuelo y raboncito ya también sabe escribir.

Riiing Riiing ¡Bueno, bueno, bueno, bueno, bueno, bueno! ¡Le digo que aquí no es! A ver si se va usted fijando y cuando esté marcando no lo haga con los pies.

Riiing Riiing Riiing Riiing Bueno, bueno, bueno, bueeeeeeeeno! ya no sea usted tan molón,aquí no es la comisaría, ni me importa si su tíase ha caído del camión.

FIN

ENCUENTRO CON UN PUBLICISTA

Allá en el bosque, sentado sobre el tronco de un árbol caído, Cri Crí se ocupaba en borrar de la pauta muchas notas musicales sin porvenir, un ruido de pisadas en la hojarasca lo distrajo y alzando la cara vio venir hacia él un hombrecillo regordete con una facilidad de palabra que demostraba haber practicado mucho. El recién llegado se presentó: Ditirambo Farfulla a sus órdenes ¿Ordenes? Cri Crí no se las da a nadie como no sea un reloj despertador para que repiquete a las seis de la mañana. Bien, pues el muy conversador Ditirambo Farfulla resulto ser un publicista en busca de nuevos horizontes. Publicista es aquel que redacta y se encarga de hacer circular anuncios, avisos y toda clase de reclamo comercial. Este Farfulla pretendía entrar al País de los Cuentos, terreno virgen en cualquier tipo de promociones, mas aunque no se necesite pasaporte al país de los cuentos no se entra así como así. Es preciso tener costumbre de traspasar las fronteras entre lo real y lo imaginario.

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Como a Cri Crí le encanta introducir gente nueva, con la mejor voluntad tomó la mano de Ditirambo Farfulla y en menos que canta un gallo ya estaban ambos al otro lado.

Hay que confesar que el País de los Cuentos se parece mucho a nuestro mundo, excepto en el modo como ocurren las cosas. Sin dejar de pensar en el interés que le movía, Farfulla encauzó hábiles preguntas para averiguar quien era el personaje más rico en el País de los Cuentos.

"Yo soy rico" aseguro Cri Crí. Gasto menos de lo que gano y siempre me sobra, pero no era éso lo que Farfulla quería saber sino quien tenía más propiedades en aquella región. Después de un breve silencio Cri Crí recordó que el dueño de bosques, prados, lagunas y lomas era el gnomo ¿Y cómo llego ese gnomo a adquirir tantas riquezas? Muy sencillo respondió Cri Crí. Gritaba "esto es mío, esto es mío, esto es mío" y así gritando terminó porque todo era suyo. Ditirambo Farfulla estaba pasmado de admiración. A su vez, codiciando una vega florida, pretendió gritar ¡Esto es mío! "Imposible" le advirtió Cri Crí porque el Gnomo ya gritó antes. Lamentando no ser propietario a tan poco costo Ditirambo Farfulla se consoló con buscar a tan afortunado magnate para sacarle dinero a cambio

de publicidad, pero una cosa es buscar al Gnomo y otra muy distinta dar con él.

LA BRUJA DE LA TELEVISIÓN

La bruja apareció en la televisión y Tomás se asustó creyendo que en cualquier momento la bruja lo miraría directamente a los ojos para decirle que ella conocía todas las maldades que él había hecho durante ese día. Pero, la bruja encerrada dentro del televisor parece que ni siquiera se dio cuenta que Tomás la miraba y continuó como si nada, preparando sus embrujos.

Tomás entonces descansó un poco y se sintió mucho más tranquilo. Nadie le iba a contar a su mamá cuando llegara que se había comido todas las galletas que ella guardaba en la cocina, y podría perfectamente echarle la culpa a algún malvado ratón.

Además, nadie le diría tampoco del vidrio roto de la ventana del comedor, y él se podría hacer el leso como si no lo supiera.

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Pero, entonces, cuando volvió de nuevo a poner atención a la televisión, de repente, la bruja lo apuntó a él directamente con su feo y arrugado dedo y con una voz de vieja bruja terrible le gritó: " pórtate bien o si no..." Tomás no podía creerlo y se asustó tanto que cuando llegó su mamá lo primero que hizo fue contarle que él se había comido todas las galletas y quebrado el vidrio de la ventana del comedor.

El se esperaba un buen reto, pero en vez de eso su mamá le dio un gran abrazo y lo besó. No para felicitarlo por las maldades que había hecho, porque estaban mal, sino porque quería decirle con eso que estaba muy feliz de tener un hijo que fuera honesto y valiente y que se atreviera a decir siempre la verdad.

Y desde ese día Tomás se portó mucho mejor. No hizo más maldades y no le tuvo tampoco más miedo a la bruja de la televisión.

FIN

LA TELEVISIÓN CON OLOR

RESULTA QUE Franca quería hacer algo porque estaba aburrida. El Tío Chiflete le prestó su diario para que lo mirara.

- Es muy aburrido. Este diario no tiene colores - dijo Franca.

Entonces el tío le prestó una revista.

- Es muy aburrida. Esta revista no se oye.

Entonces el tío le prestó una radio.

- Es muy aburrida. En esta radio no se ve nada.

Entonces el tío le prestó un televisor.

- Es muy aburrido. En este televisor no se huele nada.

Entonces el Tío Chiflete le llevó el televisor al Vecino Inventor para que le pusiera olor. El vecino le dijo que lo fuera a buscar al día siguiente.

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Cuando el tío finalmente trajo el televisor, lo prendió y notó que tenía algo de olor. Franca se puso a mirar los dibujitos.

Al rato vino la mamá y dijo:

- ¿Qué es ese olor?

- La tele ahora viene con olor, - explicó Franca

- ¿Qué estás diciendo? ¿Cómo es posible? - se asombró la mamá.

- El Vecino Inventor la arregló - dijo el Tío.

- Qué bárbaro, las cosas que se hacen hoy en día. En mis épocas, teníamos la radio y gracias.

- ¿Porqué no tenías tele, mamá? - preguntó Franca.

- Porque no se había inventado, - contestó Peta con cara de oler feo. - Me parece que le voy a preguntar al vecino si no le puede bajar un poco el olor. Está muy fuerte.

La mamá fue a lo del vecino y le preguntó como se hacía para bajar el olor.

- ¿El qué? - preguntó el Vecino Inventor.

La mamá le explicó lo que pasaba y el Vecino Inventor le contestó que él no le había podido poner olor a la tele. Que la había desarmado y vuelto a armar, dejándola igual que antes.

- Qué raro - dijo la mamá. Entonces le voy a pasar un trapo húmedo.

Al rato Franca le dijo a la mamá:

- ¿Sabes que ahora la tele hace pis y caca?

- ¿Cómo? - dijo la mamá asombrada. Esto ya pasa de castaño oscuro. Que tenga olor vaya y pase, pero ¡qué haga pis y caca no puede ser!. Tío Chiflete, llámalo al Vecino Inventor por favor. ¡qué barbaridad!. Lo único que faltaba, va a haber que ponerle pañales a la tele.

El Tío Chiflete y el Vecino Inventor desarmaron la tele para ver que pasaba. Llenaron la casa de piezas y tornillos y cablecitos, hicieron un lío bárbaro y discutieron sobre televisores hasta que se hizo de noche. Hasta que por último se encontraron algo raro: ¡Había un ratoncito escondido en el televisor!

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Cuando lo sacaron y limpiaron todo, el olor desapareció.

Tardaron un rato largo en volver a armar todo, y si bien sobraron un par de piezas, anduvo bastante bien.

- Qué lástima - dijo Franca después de mirar un rato.

- Me gustaba más como estaba antes, con olor y ratoncito.

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UNA CARTA PARA UN CARTERO

Esta es la historia de Tomás el cartero: Tomás era cartero, igual que lo había sido su papá, su abuelo y su bisabuelo… y quizá también el papá de su bisabuelo.

Todos los días repartía un montón de cartas, ¡una bolsa llena! Las personas lo esperaban impacientes y cuando lo veían llegar, le preguntaban:

-Tomás, ¿hay algo para mí?

Y cuando recibían buenas noticias, hasta lo convidaban con caramelos. Pero a Tomás le gustaba llevarle las cartas a doña Eulalia. Su casa quedaba al final del recorrido, entonces, las suyas eran las últimas que repartía.

Doña Eulalia era una anciana afectuosa que le pedía que se las leyera porque no veía bien.Y a Tomás le encantaba hacerlo porque se las enviaba un nieto, que era capitán de un barco y siempre estaba ando la vuelta al mundo. Era tan lindo leerlas...Tomás se imaginaba que era él quien vivía todas esas aventuras y soñaba con países lejanos. Pero lo que

Tomás realmente deseaba, no era viajar, sino recibir una carta; aunque fuese una sola, pero con su nombre en el sobre, ¡nunca, en toda su vida, había recibido una! Pero, ¿cómo hacer, si todos sus amigos y parientes vivían cerca? Cada día se lo veía más abatido y preocupado y la gente comenzó a asustarse cuando lo veía llegar con esa cara triste. Todos le preguntaban alarmados:

-¿Qué pasa, Tomás? ¿Trae malas noticias?Y como a nadie le gustaba recibir a un cartero con cara triste y, además, querían mucho a Tomás, preguntaron y preguntaran hasta enterarse de qué era lo que lo afligía tanto y luego comentaron:

-¡Qué barbaridad! ¿Vio? Nunca recibió una sola carta... ¡pobre Tomás! con razón estaba tan triste.

Y por fin alguien dijo:

-¿Y por qué no le escribimos nosotros?Era una gran idea y a todos les gustó. Entonces escribieron a Tomás las cosas que nunca le habían dicho antes; es decir, cuánto lo apreciaban, cómo les gustaba verlo llegar, y le daban las gracias por todo eso.

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Al día siguiente, cuando Tomás fue al correo a buscar la correspondencia para repartir, encontró que su cartera estaba más llena y pesada que de costumbre y; ¡¡¡gran sorpresa!!! Su nombre y dirección estaba en casi todos los sobres. Sí, eran para él; por fin su sueño se había hecho realidad. Estaba tan contento y emocionado, que se puso a leerlas todas. Una por una. Y a contestarlas todas y... leyéndolas y contestándolas, se le hizo tan tarde que cuando terminó de hacer el reparto ya era de noche. Pero nadie se enojó y otra vez volvió a ser un cartero alegre y feliz.

FIN

AGUA DEL POZO

Autor: Desconocido.

Había una vez una vez un hombre de noble cuna, que después de atravesar el desierto llego a un poblado lleno de árboles y huertos y lo primero que encontró fue un pozo, sediento como estaba se acerco para saciar su sed , pero el agua estaba tan profunda , que era inaccesible y nada de su alrededor podía facilitarle el alcanzar el agua , por ello decidió sentarse junto al pozo a esperar que pasara alguna cosa y confiando en Dios.

Al poco rato, se aproximo una mujer con una jarra asentada en su cadera y una cuerda en la mano. Al verle allí sentado, con una sonrisa le saludó.

- "La paz de Dios sea contigo"

Y el le respondió.

- "Su paz sea contigo"

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Y la mujer sin decir nada, deslizo de sus manos la cuerda dentro del pozo y atada en un extremo la jarra, que hizo descender lentamente y con cuidado luego se oyó el chapoteo de la jarra al hundirse en el agua, entonces la mujer alargando el brazo, removió la cuerda para que se llenara el recipiente y empezó a tirar de ella hacia arriba con fuerza y cuidado.

Mientras el hombre sentado al lado del pozo le contaba , lo mucho que había viajado y que había conocido todo tipo de pozos .La mujer de cuando en cuando se lo miraba sin dejar de sonreír...y tiraba y tiraba de la larga cuerda subiendo la jarra .

Yo he conocido pozos mucho más grandes que este y he probado aguas salobres y otras más dulces y parece mentira la gama de sabores que pueda tener el agua... El hombre comentaba. Ella le dirigía alguna mirada asintiendo sus palabras...al final haciendo un último esfuerzo la mujer cogió por un asa la jarra, la descanso sobre el borde del pozo y recogió la cuerda, agarro la jarra mojada se la planto al costado y dirigiendo una mirada al hombre le dijo.

- "Pues muy bien, estad con Dios...” y se marcho.

El hombre sin moverse de donde estaba vio como se alejaba la mujer y abatido se dispuso a esperar que Dios en su Misericordia le proporcionara la manera de poder beber agua de aquel pozo...

EL AGUA DEL POZO

Claudet Beiarano, 10 años,

5° grado Unidad Educativa Anaco

 Un día lluvioso el agua que caía llenó un pozo que hacía tiempo que estaba seco. Cuando estuvo Ilenito, dijo al agua:

-¿Por qué me llenaste?

-Porque te vi tan seco que prometí que cuando Iloviera te llenaría-

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Poco a poco el agua se iba transformando en vapor de agua para luego volverse nube. Y el Pozo preguntó:

-¿Por qué te vas al cielo, agua?

-Porque el sol, el rey del cielo, me evapora para convertirme en nube blanca, como las demás que estaré allá, arriba.

Cuando ya el agua estuvo en el cielo, sucedió algo sorprendente: un eclipse de sol. El día se volvió noche y empezó a llover muy fuerte.

El pozo quedó convertido en un hermoso lago azul, tan azul como el cielo, y se llenó de cisnes, patos, ranas y sapos. En el fondo crecieron muchas plantas acuáticas.

Todos los animales que llegaron al lago para vivir en él o para calmar la sed, vivieron muy felices por toda su vida.

FIN

JUEGOS DE AGUA

A media tarde nos reunimos todos en casa de Silvia para jugar.

Víctor y Herald organizan un partido de fútbol. Silvia, María y yo empujamos con el dedo una hoja sobre el agua de la balsa.

- ¿Por qué no dejáis la pelota y organizamos algún juego? – dice Silvia con cara de aburrimiento.

Al ver que nadie le hace caso, se acerca a la balsa y nos propone jugar a carrera de barcos. Colocamos hojas de árbol sobre el agua y, soplando, las dirigimos hasta una meta imaginaria.

- ¡Ha ganado mi barco! – grita María emocionada.

De pronto, Silvia entra en casa y vuelve con unas manzanas. Las introduce en el agua y dice:

- A ver quien muerde una sin tocarla con las manos.

Víctor y Herald se una a nosotros y organizamos una competición. Es divertidísimo. Las

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manzanas se nos escurren de la boca y el agua nos salpica en la cara.

Al cabo de un rato, Herald nos propone otro juego: saca un globo de su bolsillo, lo llena de agua y lo ata. Nos colocamos en círculo y nos lo debemos pasar como si fuera una pelota.

- ¡Qué divertido! ¡A quien le estalle el globo pierde!

Primero lo hacemos con mucho cuidado, pero pronto nos animamos y cada vez tiramos con más fuerza.

- ¡Ay…, que se me cae! – grita Silvia asustada, intentando retener el globo.

Víctor se precipita sobre Silvia para ayudarla; pero ella, sin darse cuenta, lo lanza de forma que explota sobre Víctor. Todos nos echamos a reír. Víctor está empapado.

FIN

LA AVENTURA DEL AGUA

 Un día que el agua se encontraba en su elemento, es decir, en el soberbio mar sintió el caprichoso deseo de subir al cielo. Entonces se dirigió al fuego:

-Podrías tú ayudarme a subir mas, alto?

El fuego aceptó y con su calor, la volvió más ligera que el aire, transformándola en sutil vapor.

El vapor subió más y más en el cielo, voló muy alto, hasta los estratos más ligeros y fríos del aire, donde ya el fuego no podía seguirlo. Entonces las partículas de vapor, ateridas de frío, se vieron obligadas a juntarse apretadamente, volviéndose más pesados que el aire y cayendo en forma de lluvia. Habían subido al cielo Invadidas de soberbia y fueron inmediatamente puestas en fuga. La tierra sedienta absorbió la lluvia y, de esta forma, el agua estuvo durante mucho, tiempo prisionera del suelo y purgó su pecado con una larga penitencia.

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Fin

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LA CONTAMINACIÓN

José Ramón Rodriguez, 11 años, 4° grado

Hace mucho tiempo que en un hermoso bosque se encontraron un pájaro y una ardilla, y tuvieron el siguiente diálogo:

-¿Cómo te llamas?, preguntó el pájaro.

-Mi nombre es Andi, ¿Y el tuyo?

-Me llamo Turpial, ¿Y por que está todo tan sucio en este bosque?

- Amigo, esto lo ocasionan las personas que vienen de campamento, que dejan desperdicios por todas partes y así contaminan el ambiente.

Entonces los amigos conversaron acerca de la limpieza del bosque y como podrían hacerla. Decidieron limpiarlo entre ambos. Y el bosque quedó sin desperdicios y hermoso, como sólo un bosque puede serlo.

Y los pájaros volvieron a estar alegres y cantaban con una algarabía contagiosa. Los demás animales también disfrutaban de la alegría por haber recuperado su bosque querido.

Pensaron todos que lo mejor era hacer unos letreros con advertencias para los hombres, que dijeran:

NO CONTAMINES EL AMBIENTE.

ECHA LA BASURA EN LA CESTA.

CUIDA LOS ANIMALES Y LAS PLANTAS.

Y desde ese momento empezó a llegar la gente, que disfrutó del bosque limpio y que también atendió al llamado de los letreros colgados en los árboles. Así, nunca mas nadie se atrevió a dañar el ambiente.

Desde ese día, es el bosque más bonito de la ciudad y la gente no ha ensuciado más.

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LA GOTA DE AGUA

Seguramente sabes lo que es un cristal de aumento, una lente circular que hace las cosas cien veces mayores de lo que son. Cuando se coge y se coloca delante de los ojos, y se contempla a su través una gota de agua de la balsa de allá fuera, se ven más de mil animales maravillosos que, de otro modo, pasan inadvertidos; y, sin embargo, están allí, no cabe duda. Diríase casi un plato lleno de cangrejos que saltan en revoltijo. Son muy voraces, se arrancan unos a otros brazos y patas, muslos y nalgas, y, no obstante, están alegres y satisfechos a su manera.

Pues he aquí que vivía en otro tiempo un anciano a quien todos llamaban Crible-Crable, pues tal era su nombre. Quería siempre hacerse con lo mejor de todas las cosas, y si no se lo daban, se lo tomaba por arte de magia. Así, peligraba cuanto estaba a su alcance.

El viejo estaba sentado un día con un cristal de aumento ante los ojos, examinando una gota de agua que había extraído de un charco del foso. ¡Dios mío, que hormiguero! Un sinfín de animalitos yendo de un lado para otro, y venga saltar y brincar, venga zamarrearse y devorarse mutuamente.

- ¡Qué asco! -exclamó el viejo Crible-Crable.

- ¿No habrá modo de obligarlos a vivir en paz y quietud, y de hacer que cada uno se cuide de sus cosas?

- Y piensa que te piensa, pero como no encontraba la solución, tuvo que acudir a la brujería.

- Hay que darles color, para poder verlos más bien -dijo, y les vertió encima una gota de un líquido parecido a vino tinto, pero que en realidad era sangre de hechicera de la mejor clase, de la de a seis peniques. Y todos los animalitos quedaron teñidos de rosa; parecía una ciudad llena de salvajes desnudos.

- ¿Qué tienes ahí? -le preguntó otro viejo brujo que no tenía nombre, y esto era precisamente lo bueno de él.

- Si adivinas lo que es -respondió Crible-Crable -, te lo regalo; pero no es tan fácil acertarlo, si no se sabe.

El brujo innominado miró por la lupa y vio efectivamente una cosa comparable a una ciudad donde toda la gente corría desnuda. Era horrible, pero más horrible era aún ver cómo todos se empujaban y golpeaban, se pellizcaban y arañaban, mordían y

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desgreñaban. El que estaba arriba quería irse abajo, y viceversa.

- ¡Fíjate, fíjate!, su pata es más larga que la mía. ¡Paf! ¡Fuera con ella! Ahí va uno que tiene un chichón detrás de la oreja, un chichoncito insignificante, pero le duele, y todavía le va a doler más.

Y se echaban sobre él, y lo agarraban, y acababan comiéndoselo por culpa del chichón. Otro permanecía quieto, pacífico como una doncellita; sólo pedía tranquilidad y paz. Pero la doncellita no pudo quedarse en su rincón: tuvo que salir, la agarraron y, en un momento, estuvo descuartizada y devorada.

- ¡Es muy divertido! -dijo el brujo.

- Sí, pero ¿qué crees que es? -preguntó Crible-Crable.

- ¿Eres capaz de adivinarlo?

- Toma, pues es muy fácil -respondió el otro.

- Es Copenhague o cualquiera otra gran ciudad, todas son iguales. Es una gran ciudad, la que sea.

- ¡Es agua del charco! - contestó Crible-Crable.

LA VIDA Y LA MUERTE

Nasrudin subio a un arbol para aserrar una rama. Alguien que pasaba al ver como lo estaba haciendo le aviso: "¡Cuidado!... Esta mal sentado, en la punta de la rama... ¡Se ira abajo con ella!"

¿Piensa que soy un necio que deba creerlo? ¿O es usted un vidente que pueda predecir mi futuro?, pregunto el Mula.

Sin embargo, poco después la rama cedió y Nasrudin termino en el suelo. Entonces corrió tras el otro hombre hasta alcanzarlo: ¡Su predicción se ha cumplido!... Ahora dígame: ¿Como moriré?...

Por más que el hombre insistió, no pudo disuadir a Nasrudin de que no era un vidente. Por fin, ya exasperado le grito. ¡Por mi podrías morirte ahora mismo!

Apenas oyó estas palabras, el Mula cayó al piso y se quedo inmóvil. Cuando lo encontraron sus vecinos lo depositaron en un féretro.

Mientras marchaban hacia el cementerio, empezaron a discutir acerca de cual era el camino mas corto.

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Nasrudin perdió la paciencia y, asomando su cabeza fuera del ataúd, dijo: ¡Cuando estaba vivo solía tomar por la izquierda; es el camino mas rápido!...

FIN

LAS AGUAS NEGRAS

Onemar Marín 10 años, 5° grado

Había una vez una corriente de aguas negras que era muy, pero muy fea. Ella no tenía amigos pues su Color oscuro y su olor desagradable hacía que todos huyeran de allí, tanto los peces como los caracoles, los

cangrejitos y las plantas.

Ningún animalito se acercaba a esa corriente de agua para visitarla ni para calmar la sed.

La corriente de agua se sentía muy avergonzada por esto, en especial cuando escuchaba a la gente decir: "¡Fuchi!, ¡Qué mal huelen esas aguas y que feas lucen! Su color parece un mundo sin sol"

Mucha vergüenza sufrían esas aguas, pero ellas nada podían hacer para mejorar esa situación. Estaban desamparadas.

Cierto día, como otros tantos, paso un niño y les arrojó piedras y palos. Esto lo hacía porque él era insensible al problema de la contaminación que pueden sufrir las aguas. Entonces la corriente dijo, llorosa:

-No me tires piedras, Me lastimas' aunque no lo Creas.

-¡Cállate, tonta! Y el niño se fue.

NO PERMITAS QUE NUESTRAS AGUAS SEAN IGUAL QUE ESTA CORRIENTE DE AQUAS NEGRAS: ¡NO LAS CONTAMINES!

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¿POR QUÉ LLUEVE?

En un bosque, en medio de una vegetación exuberante, vivía un árbol muy frondoso. El sol, que salía todos los días con más esplendor, observaba como el árbol envejecía. Una nube, al verlo tan desganado, le preguntó el por qué de su tristeza. El árbol respondió:

-Estoy triste porque las ardillas ya no comen de mi fruto, las aves no hacen nidos en mis ramas y mis hojas están cayendo.

La nube, preocupada por su amigo, le propuso:

-Si quieres voy a buscar a mis demás amigas y juntas te traeremos el agua de la juventud.

El árbol aceptó. Las esperó días enteros, pero las nubes no llegaron. Agonizó, y como todos los árboles murió de pie.

Cuando las nubes llegaron, pensaron que ya era muy tarde. Las nubes lloraron y lloraron por la suerte de su amigo. De pronto empezaron a nacer nuevos árboles. Las nubes lloran vida, y es a este llanto, al que llamamos lluvia.

EN EL CORAZÓN DEL

NENÚFAR

Pedro y Ana han ido con su padre a dar los últimos toques a uno de los jardines que él diseña. Es un jardín de ensueño, que tiene un estanque con nenúfares y peces de colores. Su padre les promete que, cuando acaben los quehaceres, podrán dar de comer a los peces.

Para que les cunda más la tarea, deciden dividirse el trabajo. Ana va a plantar unas dalias, Pedro tiene que abonar los árboles que su padre le ha indicado, y Antonio va a ocuparse de la parra que ha plantado en el cenado.

Ana acaba pronto su tarea y Antonio va en busca de Pedro, a ver cómo le va a él.

- Estás abonando los magnolios y papá te dijo los camelios – le advierte.

- ¡Ay va! ¿Y ahora que hago? He gastado casi todo el abono.

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- No te preocupes, le decimos a papá lo que ha pasado y que nos dé más abono.

- ¿No se enfadará?

- Cualquiera puede equivocarse. Acuérdate cuando él echó sal en el pastel de moras de mamá.

Pedro le cuanta a su padre lo sucedido. Pero en la furgoneta ya no hay más abono, era el último saco que quedaba. Pedro está preocupado.

- No te preocupes, mañana me paso yo un momento y lo traigo- lo tranquiliza.

- ¿Quieres que quitemos las malas hierbas que hay alrededor del estanque?

- Me parece una idea magnífica – responde su padre.

Los niños, a gatas, se aplican a su tarea sin descanso. De vez en cuando levantan la vista para contemplar orgullosos su labor. Al terminar, se sientan junto al estanque a ver los peces hasta que llegue su padre con la comida que hay que darles. El movimiento del agua, junto con los reflejos del sol, hace un juego de luces amarillas y azules espectacular. Tan pronto son círculos que se alejan como pequeñas

estrellitas que parpadean. Los niños los contemplan absortos. Y de repente, sin saber cómo, aparecen en un lugar extraño, con un perfume muy penetrante.

- ¿Qué es esto? ¿Dónde estamos? – preguntó Pedro.

- No lo sé, parece un laberinto con las paredes suaves. Vamos a inspeccionar – le responde Ana -. Ayúdame a trepar hasta arriba.

Pedro se pone a gatas para que su hermana se suba a su espalda. Pero Ana, antes de poder alcanzar algún saliente donde agarrarse, resbala hacia abajo.

- Tiene el tacto de los pétalos de las flores. Yo creo que estamos dentro de una flor gigante. Ven, sígueme.

Los dos se adentran hacia el corazón de la extraña flor.

- Mira, Pedro, estos son los estambres, donde se fabrica el polen de las flores.

Apenas ha terminado la frase cuando oyen un zumbido terrible, como si el motor de un avión pasara por encima de sus cabezas.

- ¡Cuidado, Ana, es un monstruo volador!

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Los dos se esconden dentro de uno de los pistilos, una especie de botella donde se guarda el ovario de la flor.

- Es un aberrojo gigante – murmuran temblando por las turbulencias del vuelo.

Los dos deciden seguir avanzando por a flor hacia el tallo, un tubo enorme por el que se lanzan como si se tratara de un tobogán gigante.

En unos segundos aterrizan en el agua. Entonces caen en la cuenta de que estaban dentro de un nenúfar.

- ¡Eh, dormilones, despertad! – les dice su padre salpicándoles agua en la cara.

Los mellizos no pueden creer que los dos hayan tenido el mismo sueño, era demasiado real. Aunque es verdad que más de una vez han soñado lo mismo.

EL JAZMÍN DE LA PRINCESA

La princesa tenía un jazmín que vivía con su mismo aliento. Se lo había regalado la luna. La princesa tenía ocho o nueve años pero nunca la habían dejado salir sola de palacio. Y tampoco la llevaban donde ella quería.

Un día dijo a su flor:

– Jazmín, yo quiero ir a jugar con la hija del carbonero sin que lo sepa nadie.

– Ve, niña, si así lo quieres. Yo te guardaré la voz mientras vuelves.

La niña salió dando saltos. El carbonero vivía al principio del bosque. Pero, pronto la Reina echó de menos a su hija y la llamó:

– Margarita, ¿dónde estás?

– Aquí, mamá –dijo el Jazmín imitando la voz de la princesa.

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Pasó un rato y la Reina volvió a llamar:

– Margarita, ¿dónde estás?

– Aquí, mamá –contestó el Jazmín.

El principito, hermano de Margarita, llegó del jardín. Era mayor que su hermana y ya cuidaba de ella.

– Mamá ¿no está Margarita?

– Sí, hijo.

– ¿Dónde?

La Reina llamó a su hija y el jazmín contestó como siempre. El príncipe se dirigió al lugar de donde venía la voz pero no vio a nadie.

La Reina repitió la llamada y el jazmín contestó. Pero pudieron comprobar que la niña no estaba, ni allí ni en ninguna parte. Avisaron al Rey. Vinieron los cortesanos. Llegaron los guardias y los criados. Todo el palacio se puso en movimiento. Había que encontrar a la niña. La gente corría de un lado para otro en medio de la mayor confusión. La Reina lloraba. El Rey se mesaba los cabellos.

La Reina volvió a llamar esperanzada.

– Margarita, ¿dónde estás, hija?

– Aquí, mamá.

Se dieron cuenta de que la voz salía de la flor. Así que el Rey dijo que echaran el jazmín al fuego porque debía estar embrujado; pero la princesa llegó a tiempo para recogerlo.

Su hermano le dijo autoritario:

– ¡Entrega esa flor!

– ¡No la doy! Es mi jazmincito. Me lo regaló la luna. –Y lo apretó contra el pecho.

– Una flor que habla tiene que estar hechizada –dijo un palaciego.

– No la doy.

El Rey ordenó:

– Quitadle la flor a viva fuerza.

Y la niña, rápidamente, se la tragó. El jazmín, no se sabe cómo, se le aposentó en el corazón. Allí lo sentía la niña.

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Todos lloraban porque decían que la princesa se había tragado un misterio. Y que vendrían muchos males a ella y al Reino. Pero no. Sólo que, a la

Princesa Margarita, se le quedó para toda la vida la voz perfumada.

FIN

TULIPÁN

Érase una vez una semilla pequeñita. La semilla-bebé vivía debajo de la tierra de un gran prado y se pasaba el día durmiendo. Una mañana, un suave ruido despertó a la semillita:

– Chip chap, chip chop.– Hummmmm… ¿Qué será eso? –dijo la semilla

desperezándose.– Soy yo –le dijo la Lluvia–. ¿Por qué no sales

aquí arriba?La semilla tenía mucho sueño y no hizo caso a la

Lluvia. Se dio media vuelta y siguió durmiendo. Pasó un rato y una extraña claridad despertó otra vez a la semillita.

– ¿Eh? ¿Qué es esa luz?– Es uno de mis rayos –contestó el Sol–. Ven a

jugar conmigo.Pero la semilla tampoco hizo caso al Sol y se

volvió a dormir. Entonces la semillita tuvo un sueño

muy bonito. Se veía mayor, convertida en una planta llena de preciosas flores rojas.

Algunos días más tarde, la semilla volvió a escuchar un ruido. Una suave claridad acabó de despertarla. Abrió los ojos y preguntó:

– ¿Qué pasa? ¿Quién es?– Somos la Lluvia y el Sol. Queremos ser tus

amigos. Venga, déjanos jugar contigo.La semilla, cansada de dormir, decidió salir

afuera. El Sol la cogió de una mano. La Lluvia la agarró de otra y, juntos los tres, se pusieron a jugar.

Y… ¡qué sorpresa! Allí fuera, la semilla tenía un precioso vestido verde. Ya no era una semilla: ¡era una planta!

La Lluvia, el Sol y la plantita jugaban juntos todas las tardes. Y muy pronto la planta creció y se llenó de flores rojas, como había soñado.

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FIN

EL JARDINERO DEL COLEGIO

Carlos era el nuevo jardinero del colegio. Todos los niños pensaban que era algo antipático, porque cuando se cruzaba con ellos a veces no les respondía, y otras veces veían que hacía gestos al hablar, como si estuviera enfadado.

Un día Carlos y el profesor, Aldo, estaban haciendo cosas extrañas con las manos y riéndose.

- ¿Qué hacen?- preguntó con curiosidad Genoveva.

- ¿Será un nuevo juego?- quiso saber Claus.

- No, creo que es así como hablan los sordos- respondió Almudena.

En ese momento Aldo entró en clase.

- Aldo, ¿por qué estabas haciendo gestos con las manos a Carlos? – preguntó Almudena, levantando la mano.

Aldo les propuso hablar con Carlos para descubrir el porqué. Carlos estaba removiendo la tierra de los nuevos rosales. Cuando les vio llegar, les dirigió una sonrisa y empezó a hablar con lenguaje de signos, moviendo las manos y con un tono de voz muy claro.

- Carlos es sordo. Desde muy pequeño aprendió a leer los labios, pero necesita que le habléis despacio y uno a uno mirándole a la cara, para que os entienda.

Los niños aprendieron algunas palabras en el lenguaje de signos y cómo llamar su atención para comunicarse

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con él. Cuando tenían un rato libre iban a hablar con Carlos.

FIN

BHUHB Y LAS FLORES

 Un día, Bhuhb -que es un gnomo muy elegante-, buscaba flores para adornar su casa, pero Bhuhb es amigo de las flores del bosque y no las arranca si no que les pide que se vayan con él.

La señora Margarita le dijo que no podía ir a la casa de Bhuhb porque estaba cuidando a la señora Rosa que estaba enferma.

Bhuhb, que era un gnomo muy inteligente, revisó a la señora Rosa y se dio cuenta de que lo que le faltaba era agua.

Entonces le ofreció llevarla a su casa para darle un poquitito de té. Así fue que desde entonces todos los martes a las cinco, Bhuhb, la señora Margarita y la señora Rosa toman el té.

FIN

EL ÁRBOL MÁGICO

En el centro de una placita, en el pueblo, había un precioso árbol. El árbol tenía ramas muy largas para los costados y también para arriba. Parecía un poquito unos brazos locos que invitaban a los niños a subirse a él. Pero el árbol, que ya era muy viejito, porque tenía 103 años, estaba un poquito triste. Resultaba ser, que de tan abuelito que era, de tan pero requete tan gordo que estaba - Había bebido mucha lluvia decían - , le pusieron una cerca a su alrededor...con un cartel. Pero como el no sabía leer... Estaba más y más triste porque era un abuelito sin la alegría de sus chiquitos.

Un día escuchó el árbol - porque saben oír muy bien ellos, eh! - que alguien leía el cartelito: - Árbol centenario. Monumento histórico nacional. Plantado por.....

Pero al árbol no le interesaba nada esas cosas, el quería oír risas y sentir cómo se trepaban los chicos... oir los secretos que le contaban... pero no le gustaba nada cuando las personas grandes le hacían daño, escribiéndolo o rompiéndolo.

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Tanto tiempo había pasado... que el árbol ya se había cansado de esperar.

Cuando esa tarde de primavera, un chiquito, de unos 10 años, pasó la cerca! Qué contento se puso el árbol...! Tanto, que escuchen bien lo que pasó:

El chiquito fue a buscar a otro amigo para no estar tan solito. Treparon a una rama que iba para el costado del sol y se quedaron recostados contándose cosas... pequeños secretos de cosas que les gustaría hacer.

El árbol escuchaba todo y se reía con sus hojas alegres. Entonces pensó que sería una linda idea hacer un poquito de magia.

El chiquito que primero había trepado se llamaba Guillermo, el otro Agustín. Guillermo le contó a Agustín que él quería poder ganar muchas veces a las bolitas para que Jorge no se riera más de é en el colegio, y así Carlota se haría su amiga.

Al día siguiente misteriosamente, Guillermo ganó en todos los recreos a las bolitas y Carlota le dijo que lo había hecho muy bien y le regaló una bolita preciosa. Guillermo estaba muy contento y guardó esa bolita como "la bolita de la buena suerte"

Esa misma tarde, después del cole, fue saltando y cantando de alegría al árbol, a encontrarse con Agustín y le contó todo lo que pasó.

Así, el árbol escuchó todo y estaba muy feliz, ahora se reía muy fuerte con sus ramitas y sus hojas... - La magia funcionó! se dijo el árbol.

Agustín también le contó lo que quería hacer con muchas ganas y fue así como el árbol abuelito se convirtió en el ÁRBOL MÁGICO, el que concedía los sueños.

FIN

EL CUENTO DEL SUAVE PINO Y EL DURO ROBLE

Érase una montaña tan pero tan alta, que nunca era posible ver la cumbre; primero porque la vista no podía llegar tan alto y segundo porque ella siempre estaba cubierta de nubes, de muchas nubes; sólo el viento podía llegar a esa altura. En el tope de la montaña había algunas piedras, siempre acurrucadas por el frío, no había animales y en ella habitaban dos

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árboles; ellos eran muy valientes porque eran los únicos capaces de vivir en ese sitio, donde siempre había nubes, y casi no había Sol. Los dos árboles estaban uno al lado del otro y ambos eran muy altos, tan pero tan altos que ni siquiera con la imaginación más grande era posible ver sus copas.

Uno de ellos era un Roble, muy elegante, duro y serio; él se creía el árbol más fuerte y bello de todo el mundo; a su lado el otro árbol era un Pino, también muy elegante, pero no tanto como el Roble, era más blando y tierno, no tan fuerte, pero sí tan alto como el Roble; sus puntas estaban a la misma altura, claro con ciertas pequeñas dudas: el Roble era considerado como el mejor de los dos.

Un día de Diciembre, que era el mes de mayor frío, un viento del Sur sopló y sopló, ambos árboles sintieron que ese viento no era igual al de todos los días, era más caliente como son los vientos del Sur, era mucho más fuerte, entonces el Roble se dijo:

Con mi fuerza y mi poder no hay viento que me asuste.

El Pino, un poco más sencillo, se dijo:

Ese viento es peligroso, no se calma, más bien aumenta de intensidad; esto no me gusta.

El Viento sopló más y más fuerte, algunas de las piedras del piso se movieron de su sitio e incluso, algunas se hundieron en la tierra, las nubes se movieron con tal rapidez que sólo se les veía por un instante y ahí no terminó todo; el viento se puso aún más fuerte. El Roble no temía, él era fuerte y duro, y aguantaría cualquier cosa; el Pino que era más blando se comenzó a doblar y a doblar, e incluso hubo momentos en los cuales la punta del Pino tocó el piso, este sentía por eso gran dolor, pero se doblaba y no se partía. El Roble comenzó a doblarse y doblarse, pero era tan rígido y fuerte que al no permitir que él mismo se doblara, empezó a resquebrajarse y a perder sus ramas.

El Pino lo observó y le dijo:

Déjate doblar, así no te partirás.

Pero el orgulloso Roble, le contestó:

No, yo soy fuerte y no me doblaré, yo aguantaré, ya tú verás.

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Al Pino no se le partió ni una sola rama, pero el Roble al no permitir que sus ramas se doblaran, empezó a perderlas e incluso perdió parte del tronco; el Pino le decía:

Amigo, si no te doblas, te vendrás abajo, no te resistas.

Y el Roble le contestaba:

No permitiré que mi cuerpo, hermoso y elegante, se doble.

El viento sopló más fuerte, tan fuerte que ya las palabras no se oían; sólo se escuchaba el chirrido agudo que atormentaba los oídos y que sólo lo produce el viento al soplar muy fuerte. En ese momento el Roble comenzó a partirse por la mitad; el Pino viendo aquella situación decidió doblarse al máximo y así al acercarse, pudo soportar el peso del Roble y logró que éste no se partiera y muy poco a poco, fue logrando que el Roble se doblara hacia él, siempre, el Pino sosteniéndolo y de esa manera el Roble pudo tolerar la inmensa furia del viento.

Poco a poco el viento pasó, tardó días en dejar de soplar por completo, el Pino sentía un gran cansancio, no sólo por luchar contra el viento, sino por

tener que soportar el enorme peso del Roble para que éste no se partiera, y por ello el Pino, nuestro amigo, quedó extenuado. Al terminar de soplar el viento, el Roble se pudo enderezar y el Pino quedó doblado, había sido tanto el esfuerzo que no pudo enderezarse; el Roble había perdido parte de su tronco, muchas hojas y ramas, pero estaba todavía en pie y al ver al Pino doblado le dijo:

Amigo Pino, ¡que gran amigo eres tú!, te has sacrificado por mi, que incluso te despreciaba por tu debilidad; me has demostrado que la debilidad en algunos momentos de la vida, es lo que más fuerza nos da y que hay que ser flexible y eso te permite tolerar los vientos más fuertes, y me has enseñado que la fuerza esta en la amistad y en la tolerancia. Gracias, querido amigo, de los dos, tu eres el más fuerte y aún doblado, eres el más bello de nosotros dos.

Y así, luego de ese gran susto, ambos árboles estando aún de pie, fueron grandes amigos y lograron crecer aún mucho más, con el tiempo y con algunas ramas del Roble que ayudaron, nuestro amigo el Pino logro enderezarse y hoy por hoy, es un Pino muy derecho y muy bello.

FIN

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LA ROSA MÁS BELLA DEL MUNDO

Autor: Hans Christian Andersen.

 Érase una reina muy poderosa, en cuyo jardín lucían las flores más hermosas de cada estación del año. Ella prefería las rosas por encima de todas; por eso las tenía de todas las variedades, desde el escaramujo de hojas verdes y olor de manzana hasta la más magnífica rosa de Provenza. Crecían pegadas al muro del palacio, se enroscaban en las columnas y los marcos de las ventanas y, penetrando en las galerías, se extendían por los techos de los salones, con gran variedad de colores, formas y perfumes.

Pero en el palacio moraban la tristeza y la aflicción. La Reina yacía enferma en su lecho, y los médicos decían que iba a morir.

- Hay un medio de salvarla, sin embargo -afirmó el más sabio de ellos-. Traedle la rosa más espléndida del mundo, la que sea expresión del amor puro y más sublime. Si puede verla antes de que sus ojos se cierren, no morirá.

Y ya tenéis a viejos y jóvenes acudiendo, de cerca y de lejos, con rosas, las más bellas que crecían en todos los jardines; pero ninguna era la requerida. La flor milagrosa tenía que proceder del jardín del amor; pero incluso en él, ¿qué rosa era expresión del amor más puro y sublime?

Los poetas cantaron las rosas más hermosas del mundo, y cada uno celebraba la suya. Y el mensaje corrió por todo el país, a cada corazón en que el amor palpitaba; corrió el mensaje y llegó a gentes de todas las edades y clases sociales.

- Nadie ha mencionado aún la flor -afirmaba el sabio. Nadie ha designado el lugar donde florece en toda su magnificencia. No son las rosas de la tumba de Romeo y Julieta o de la Walburg, a pesar de que su aroma se exhalará siempre en leyendas y canciones; ni son las rosas que brotaron de las lanzas ensangrentadas de Winkelried, de la sangre sagrada que mana del pecho del héroe que muere por la patria, aunque no hay muerte más dulce ni rosa más roja que aquella sangre. Ni es tampoco aquella flor maravillosa para cuidar la cual el hombre sacrifica su vida velando de día y de noche en la sencilla habitación: la rosa mágica de la Ciencia.

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- Yo sé dónde florece -dijo una madre feliz, que se presentó con su hijito a la cabecera de la Reina-. Sé dónde se encuentra la rosa más preciosa del mundo, la que es expresión del amor más puro y sublime. Florece en las rojas mejillas de mi dulce hijito cuando, restaurado por el sueño, abre los ojos y me sonríe con todo su amor.

Bella es esa rosa -contestó el sabio pero hay otra más bella todavía.

- ¡Sí, otra mucho más bella! -dijo una de las mujeres-. La he visto; no existe ninguna que sea más noble y más santa. Pero era pálida como los pétalos de la rosa de té. En las mejillas de la Reina la vi. La Reina se había quitado la real corona, y en las largas y dolorosas noches sostenía a su hijo enfermo, llorando, besándolo y rogando a Dios por él, como sólo una madre ruega a la hora de la angustia.

- Santa y maravillosa es la rosa blanca de la tristeza en su poder, pero tampoco es la requerida.

- No; la rosa más incomparable la vi ante el altar del Señor -afirmó el anciano y piadoso obispo-. La vi brillar como si reflejara el rostro de un ángel. Las doncellas se acercaban a la sagrada mesa, renovaban el pacto de alianza de su bautismo, y en sus rostros

lozanos se encendían unas rosas y palidecían otras. Había entre ellas una muchachita que, henchida de amor y pureza, elevaba su alma a Dios: era la expresión del amor más puro y más sublime.

- ¡Bendita sea! -exclamó el sabio-, mas ninguno ha nombrado aún la rosa más bella del mundo.

En esto entró en la habitación un niño, el hijito de la Reina; había lágrimas en sus ojos y en sus mejillas, y traía un gran libro abierto, encuadernado en terciopelo, con grandes broches de plata.

- ¡Madre! -dijo el niño-. ¡Oye lo que acabo de leer! -. Y, sentándose junto a la cama, se puso a leer acerca de Aquél que se había sacrificado en la cruz para salvar a los hombres y a las generaciones que no habían nacido.

- ¡Amor más sublime no existe!

Encendióse un brillo rosado en las mejillas de la Reina, sus ojos se agrandaron y resplandecieron, pues vio que de las hojas de aquel libro salía la rosa más espléndida del mundo, la imagen de la rosa que, de la sangre de Cristo, brotó del árbol de la Cruz.

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- ¡Ya la veo! -exclamó-. Jamás morirá quien contemple esta rosa, la más bella del mundo.

LA ROSA

Érase una mujer pobre que tenía dos hijos, el menor de los cuales había de salir todos los días al bosque a buscar leña. Ya adentrado mucho en él, salióle al encuentro un niño muy pequeño que, acercándosele sin miedo, lo ayudó diligentemente a recoger la leña y a transportarla a casa; y, al llegar a la puerta, desapareció. El muchachito lo contó a su madre, pero ella se negó a creerlo. Al fin, el muchachito sacó una rosa y le explicó que el niño se la había dado, diciéndole: «Volveré cuando se abra esta rosa». La madre puso la flor en agua. Y una mañana, el muchacho no se levantó de la cama, y, al ir su madre a llamarlo, lo encontró muerto, pero con semblante apacible y dichoso. Y aquella misma mañana se abrió la rosa.

FIN

DICEN QUE ASÍ NACIÓ EL COCODRILO

En medio de la selva estaba tirado en tronco de cocotero. Hacía carios días que el huracán lo había tirado y así permanecía, temeroso de que vinieran los hombres con sus hachas a hacerlo pedacitos.

Una mañana calurosa se oyeron pisadas sobre la hojarasca. El tronco tembló de miedo, y tan grande fue su temblor que empezó a rodas hasta llegar a un pantano que estaba cerca. y pensó: "¡Qué bueno! Aquí puedo esconderme sin que los hombres me descubran".

Se acomodó entre el agua fangosa. Sólo cuando las pisadas de los hombres se alejaron, el tronco se atrevió a mirar para afuera.

Estaba tan bien ahí en lo húmedo, y hacía tanto calor en la selva, que decidió quedarse adentro un poco

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de tiempo. Y empezó a ponerse verdoso. La lama del agua iba quedándose entre sus escamas de árbol. Más tarde se dio cuenta de que iban naciéndole cuatro retoños, dos a cada lado del cuerpo.

-¡Qué bueno!- pensó-, ¡Creo que me estoy convirtiendo en animal! Buscaré un nombre que recuerdo mi origen. Me llamaré "cocodrilo".

EL ÁGUILA

  Cuentan los muy ancianos que en tiempos remotos el águila y el león se repartían el gobierno de los animales. Reinaba el león sobre osos, lobos y demás cuadrúpedos que poblaban el planeta. El águila, por su parte, dictaba prudentes reglamentos que regían la vida y costumbres de las aves. Un día se reunieron ambos soberanos.

- ¡Has de saber que el murciélago me ocasiona problemas! - dijo el águila -. ¡Cuando le beneficia dice que es un pájaro y se mezcla con ellos, alegando que como ellos, vuela! ¡Pero cuando su interés reside en librarse de mis leyes, dice que es un mamífero y, por lo tanto, una bestia de tu jurisdicción y vasallo de tu imperio!

- ¡Vaya con el avechucho! - respondió el león enfadado -. ¡Cuando intento someterle a las reglas con que gobierno a los cuadrúpedos, se niega a obedecerlas, alegando que, como vuela es un ave de las tuyas!

-¡Pues yo no le quiero en mi reino! - exclamó el águila.

- ¡Ni yo en el mío decidió el león! , convencidos ambos de que el murciélago era un pícaro, sólo dispuesto a desobedecer.

Moraleja

Quien tome dos partidos saldrá perjudicado: será, con desconfianza, por ambos despreciado.

FIN

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EL ASNO Y EL PERRITO

Un hombre poseía un perrito y un asno. El perrito era muy inteligente y juguetón; el asno, muy trabajador, aunque un tanto torpe. El perrito era, en verdad, sumamente gracioso y gran compañero de su amo, que le adoraba. Cuando el hombre salía de la casa, siempre, al regresar, le traía alguna golosina, pues le alegraba ver cómo el animalito daba grandes saltos para sacarle de las manos.

Celoso de tal predilección, el simple del burro dijose un día, sin disimular su envidia. - ¡Le premia por verle mover la cola, y por unos cuantos saltos le colma de caricias! ¡Pues yo haré lo mismo! Se acercó saltando y, sin querer, le dio una tremenda coz a su dueño, quien, furioso, le condujo para atarle al pesebre.

Moraleja

Asume tu papel con optimismo:

No todos sirven para hacer lo mismo.

EL BEBE CERDITO

 ¿Te gustaría que te cuente la visita de Alicia a la Duquesa? Puedes creerme que fue una visita de lo más importante.

Naturalmente, Alicia empezó por llamar a la puerta: pero no apareció nadie, y tuvo que abrirla ella misma.

Ahora, si miras el dibujo, verás exactamente lo mismo que vio Alicia al entrar.

La puerta conducía directamente a la cocina. La Duquesa estaba sentada en el centro de la habitación, cuidando al Bebé. El Bebé berreaba. La sopa hervía. La Cocinera estaba removiendo la sopa. El Gato --era un Gato de Cheshire-- sonreía, como lo hacen siempre los gatos de Cheshire. Todas estas cosas estaban ocurriendo en el momento en que Alicia entró.

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La Duquesa tiene un sombrero y un vestido muy bonitos ¿verdad? Pero me parece que la cara ya no la tiene tan bonita.

El Bebé --bueno, seguro que has visto varios bebés más guapos que éste; y con mejor genio, también. Sin embargo, fíjate bien en él, ¡y veremos si le reconoces la próxima vez que te reúnas con él!

La Cocinera, bueno, a lo mejor has visto cocineras más simpáticas que ésta, quizá una o dos.

¡Pero estoy casi seguro de que nunca has visto un Gato mejor que éste! ¿A que no? ¿A que te gustaría tener un Gato igualito que éste, con esos preciosos ojos verdes y esa sonrisa tan dulce?

La Duquesa estuvo muy grosera con Alicia. No es nada extraño. Incluso llamaba «¡Cerdo!» a su propio Bebé. Y no era un Cerdo ¿verdad? La Duquesa ordenó a la Cocinera que le cortara la cabeza a Alicia, aunque naturalmente la Cocinera no le hizo caso; ¡y para terminar le tiró el Bebé a Alicia! Así que Alicia cogió el Bebé y se marchó con él, y a mí me parece que hizo muy bien.

De manera que Alicia echó a andar por el bosque, llevando consigo a aquel niño tan feo. Y buen

trabajo que daba aguantarlo en brazos, porque no hacía más que moverse. Pero por fin descubrió cómo sujetarlo bien: había que agarrarlo muy fuerte del pie izquierdo y la oreja derecha.

¡Pero tú no sujetes nunca a un Bebé de esa manera! ¡Son muy pocos los que prefieren ser tratados así!

Bueno, el caso es que el Bebé seguía gruñendo y gruñendo, y Alicia tuvo que decirle, muy seriamente, «Mira, rico, si te vas a convertir en un cerdo, no quiero saber más de ti. ¡Así que te den cuidado!».

Por fin le miró la cara, y ¿qué crees que le había ocurrido? Mira el dibujo a ver si lo adivinas.

«Pero ese no es el Bebé que cuidaba Alicia, ¿no?»

¡Ah, ya sabía yo que no le ibas a reconocer, aunque te dije que te fijaras bien! Sí señor, es el Bebé. ¡Y ahora se ha convertido en un Cerdito!

Entonces Alicia lo puso en el suelo y le dejó trotar hacia el bosque y pensó: «Era un Bebé feísimo; pero como Cerdo resultaba bastante guapo, eso creo yo».

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¿No crees que ella tenía razón?

Lewis Carroll - Inglaterra

EL CIEMPIÉS BAILARÍN

Jimmy el ciempiés, vivía cerca de un hormiguero.

Su gran afición era bailar. Tenía unas patitas ágiles como las plumas.

Le encantaba subirse encima del hormiguero y empezar a taconear.

Jimmy cantaba: ¡Ya está aquí, el mejor, el más grande bailaor!

Era muy molesto oír tantos pies, retumbando y retumbando sobre el techo del hormiguero.

Las hormigas asustadas salían para ver lo que ocurría.

El ciempiés seguía cantando: ¡Ya está aquí, el mejor, el más grande bailaor!

¡Otra vez Jimmy! Decía: la hormiga jefe.

¡No podemos trabajar, ni dormir!

¡No puedes irte a otro sitio a bailar!

La hormiga jefe ordenó a su tropa de hormigas que llevaran a Jimmy a otro lugar.

¡No, hormiga jefe!

¡Ya me voy! Dijo Jimmy.

Jimmy se acercó a la casa del señor topo.

Se puso al lado de la topera y vuelta a taconear.

Seguía con su canción: ¡Ya está aquí, el mejor, el más grande bailaor!

El señor topo enfadado, salió y le dijo: ¡Jimmy, estoy ciego pero no sordo!

¿No puedes ir a otro sitio a bailar?

Jimmy estaba un poco triste, porque en todas partes molestaba.

Cogió sus maletas y se marchó de allí.

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Empezó a caminar y caminar, hasta que estaba tan cansado que no tuvo más remedio que descansar.

Se quedó dormido bajo un árbol.

Cuando despertó al día siguiente, estaba en un campo lleno de flores.

¡Este será mi nuevo hogar! : dijo el ciempiés.

Tanto se entusiasmo Jimmy, que no se dio cuenta que un gran cuervo estaba justo encima de él, en el árbol.

Jimmy se puso a taconear con tanta alegría que llamó la atención del cuervo.

El cuervo inclinó el cuello y vio a Jimmy taconeando.

¡Pobre Jimmy!

El pájaro se lanzó sobre él, con gran rapidez.

Abrió su bocaza y cogió al ciempiés.

El ciempiés gritaba: ¡Socorro, socorro!.

Un cazador, que andaba por allí, observo, al cuervo volando.

No le gustaban mucho los cuervos, pues él creía que le daban mala suerte.

Hizo un disparo al aire para asustarlo. El cuervo soltó al ciempiés.

Al caer, el ciempiés se dio un gran batacazo.

Esto le sirvió de lección. Aprendió a ser más responsable y fijarse bien dónde se ponía a bailar.

Buscó un lugar seguro y allí danzaba y bailaba.

No molestaba a nadie ni a él, le molestaban.

Así fue como el ciempiés empezó a ser respetado por todos.

FIN

EL CONEJITO BURLÓN

Vivía en el bosque verde un conejito dulce, tierno y esponjoso. Siempre que veía algún animal del

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bosque, se burlaba de él. Un día estaba sentado a la sombra de un árbol, cuando se le acercó una ardilla.

- Hola señor conejo. Y el conejo mirando hacia él le sacó la lengua y salió corriendo. Que maleducado, pensó la ardilla. De camino a su madriguera, se encontró con un cervatillo, que también quiso saludarle:

- Buenos días señor conejo; y de nuevo el conejo sacó su lengua al cervatillo y se fue corriendo. Así una y otra vez a todos los animales del bosque que se iba encontrando en su camino. Un día todos los animales decidieron darle una buena lección, y se pusieron de acuerdo para que cuando alguno de ellos viera al conejo, no le saludara.

Harían como sino le vieran. Y así ocurrió. En los días siguientes todo el mundo ignoró al conejo. Nadie hablaba con él ni le saludaba. Un día organizando una fiesta todos los animales del bosque, el conejo pudo escuchar el lugar donde se iba a celebrar y pensó en ir, aunque no le hubiesen invitado. Aquella tarde cuando todos los animales se divertían, apareció el conejo en medio de la fiesta. Todo hicieron como sino le veían. El conejo abrumado ante la falta de atención de sus compañeros decidió marcharse con las orejas bajas. Los animales, dándoles pena del pobre

conejo, decidieron irle a buscar a su madriguera e invitarle a la fiesta. No sin antes hacerle prometer que nunca más haría burla a ninguno de los animales del bosque. El conejo muy contento, prometió no burlarse nunca más de sus amigos del bosque, y todos se divirtieron mucho en la fiesta y vivieron muy felices para siempre.

(Consejo: Procura no burlarte nunca de la gente.)

FIN

EL CUERVO Y LA ZORRA

 Érase en cierta ocasión un cuervo, el de más negro plumaje, que habitaba en el bosque y que tenía cierta fama de vanidoso. Ante su vista se extendían campos, sembrados y jardines llenos de florecillas... Y una preciosa casita blanca, a través de cuyas abiertas ventanas se veía al ama de la casa preparando la comida del día.

-Un queso! - murmuró el cuervo, y sintió que el pico se le hacía agua.

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El ama de la casa, pensando que así el queso se mantendría más fresco, colocó el plato con su contenido cerca de la abierta ventana. -que queso tan sabroso!- volvió a suspirar el cuervo, imaginando que se lo apropiaba Voló el ladronzuelo hasta la ventana, y tomando el queso en el pico, se fue muy contento a saborearlo sobre las ramas de un árbol.Todo esto que acabamos de referir había sido visto también por una astuta zorra, que llevaba bastante tiempo sin comer. En estas circunstancias vio la zorra llegar ufano al cuervo a la más alta rama del árbol.

-Ay, si yo pudiera a mi vez robar a ese ladrón! -Buenos días, señor cuervo. El cuervo callaba. Miró hacia abajo y contempló a la zorra, amable y sonriente. -Tenga usted buenos días -repitió aquella, comenzando a adularle de esta manera. -Vaya, que está usted bien elegante con tan bello plumaje!

El cuervo, que, como ya sabemos era vanidoso, siguió callado, pero contento al escuchar tales elogios.

-Sí, sí prosiguió la zorra. Es lo que siempre digo. No hay entre todas las aves quien tenga la gallardía y belleza del señor cuervo. El ave, sobre su rama, se esponjaba lleno de satisfacción. Y en su fuero interno estaba convencido de que todo cuanto decía el animal que estaba a sus pies era verdad.

Pues, acaso había otro plumaje más lindo que el suyo? Desde abajo volvió a sonar, con acento muy suave y engañoso, la voz de aquella astuta: -Bello es usted, a fe mía, y de porte majestuoso. Como que si su voz es tan hermosa como deslumbrante es su cuerpo, creo que no habrá entre todas las aves del mundo quien se le pueda igualar en perfección.

Al oír aquel discurso tan dulce y halagüeño, quiso demostrar el cuervo a la zorra su armonía de voz y la calidad de su canto, para que se convenciera de que el gorjeo no le iba en zaga a su plumaje. Llevado de su vanidad, quiso cantar. Abrió su negro pico y comenzó a graznar, sin acordarse de que así dejaba caer el queso. Que más deseaba la astuta zorra! Se apresuró a coger entre sus dientes el suculento bocado. Y entre bocado y bocado dijo burlonamente a la engañada ave:

-Señor bobo, ya que sin otro alimento que las adulaciones y lisonjas os habéis quedado tan hinchado y repleto, podéis ahora hacer la digestión de tanta adulación, en tanto que yo me encargo de digerir este queso. Nuestro cuervo hubo de comprender, aunque tarde, que nunca debió admitir aquellas falsas alabanzas. Desde entonces apreció en el justo punto su valía, y ya nunca más se dejó seducir por elogios inmerecidos.

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Y cuando, en alguna ocasión, escuchaba a algún adulador, huía de él, porque, acordándose de la zorra, sabía que todos los que halagan a quien no tiene meritos, lo hacen esperando lucrarse a costa del que lisonjean. Y el cuervo escarmentó de esta forma para siempre.

FIN

EL GATO BANDIDO

 Michín dijo a su mamá: "Voy a volverme Pateta, y el que a impedirlo se meta en el acto morirá.

Ya le he robado a papá daga y pistolas; ya estoy armado y listo; y me voy a robar y matar gente, y nunca más (¡ten presente!) verás a Michín desde hoy".

Yéndose al monte, encontró a un gallo por el camino, y dijo: "A ver qué tal tino para matar tengo yo".

Puesto en facha disparó, retumba el monte al estallo, Michín maltratase un callo y se chamusca el

bigote; pero tronchado el cogote, cayó de redondo el gallo.

Luego a robar se encarama, tentado de la gazuza, al nido de una lechuza que en furia al verlo se inflama, mas se le rompe la rama, vuelan chambergo y puñal, y al son de silba infernal que taladra los oídos cae dando vueltas y aullidos el prófugo criminal.

Repuesto de su caída ve otro gato, y da el asalto "¡Tocayito, haga usted alto! ¡Déme la bolsa o la vida!"

El otro no se intimida y antes grita: "¡Alto el ladrón!" Tira el pillo, hace explosión el arma por la culata, y casi se desbarata Michín de la contusión.

Topando armado otro día a un perro, gran bandolero, se le acercó el marrullero con cariño y cortesía: "Camarada, le decía, celebremos nuestra alianza"; y así fue: diéronse chanza, baile y brandy, hasta que al fin cayó rendido Michín y se rascaba la panza.

"Compañero", dijo el perro, "debemos juntar caudales y asegurar los reales haciéndoles un entierro".

Page 102: LECTURAS

Hubo al contar cierto yerro y grita y gresca se armó, hasta que el perro empuñó a dos manos el garrote: Zumba, cae, y el amigote medio muerto se tendió.

Con la fresca matinal Michín recobró el sentido y se halló manco, impedido, tuerto, hambriento y sin un real. Y en tanto que su rival va ladrando a carcajadas, con orejas agachadas y con el rabo entre piernas, Michín llora en voces tiernas todas sus barrabasadas.

Recoge su sombrerito, y bajo un sol que lo abrasa, paso a paso vuelve a casa con aire humilde y contrito.

"Confieso mi gran delito y purgarlo es menester", dice a la madre; "has de ver que nunca más seré malo, ¡Oh mamita! dame palo ¡pero dame qué comer!"

 

Rafael Pombo – Colombia

FABULA DE LA LECHUZA Y LA CODORNIZ

 Muchas actitudes humanas que engendran conflictos e insatisfacciones, se pueden explicar con la ayuda de una fábula que se atribuye a un pensador Chino. Partimos de un diálogo entre animalitos. ¿Adónde pretendes volar?, le preguntó una codorniz a una lechuza que apareció por allí, fuera de horario, con el proyecto de un viaje lejano en mente, disconforme por la situación que le rodeaba.

Me voy hacia el sur; ya lo tengo decidido, fue la respuesta amarga de la lechuza.

¿Y por qué te vas? Desaparezco de aquí porque los vecinos de la aldea ya no soportan mis chillidos y gritos estridentes. Estoy cansada de amenazas... La codorniz, perpleja, tratando de no perder la calma, hizo una mueca intentando una sonrisa, y le aconsejó: -"No te apresures... pensá bien lo que vas a hacer. Con salir de aquí no se soluciona mucho el problema.

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Lo que tienes que hacer es cambiar ese grito estridente y molesto por otro más suave, cadencioso y en unas horas verás cómo la gente te va a apreciar y más de uno te admirará...

Si no te animas a cambiar tu ruidoso comportamiento, acuérdate de que en ningún lugar de la tierra encontrarás paz... a lo sumo que quieras habitar en un solitario desierto".

La solución no está en huir de las dificultades, sino en reubicarnos en la comunidad, respetando para que nos respeten.

Esta fábula se hace realidad muchas veces en la vida de los humanos.

Hay personas que son un problema continuado, para sí mismos y también para los que están cerca...

Los defectos personales no se solucionan sólo con cambiar de aire o de geografía. El cambio de posturas o conductas irritantes e hirientes por otras más humanas, hacen más fácil la convivencia.

El dominio de sí mismo y la superación de defectos ayudan a crecer y da personalidad. Por eso antes de huir de las realidades es preferible cambiar

nuestra manera de pensar, de actuar, de hablar, de vivir... Francisco de Sales nos dejó este pensamiento:"Obrar el bien, si además se hace con alegría, es un doble bien".

Comportándonos correctamente, sin mentirnos a nosotros mismos ni al prójimo, viviendo nuestra realidad y dejando vivir en paz a los demás, encontraremos el camino del equilibrio que lleva a la felicidad.

 

Reynaldo Vázquez

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LAS DOS GALLINAS

¡Figúrate!, Dos gallinas se pelearon por un grano de semilla y fueron corriendo a quejarse al gallo.

-¡Traedme el grano!- ordeno el gallo.

Las gallinas obedecieron, el gallo dio un rápido picotazo y el grano desapareció.

-¡No es justo! - gritaron las gallinas, y se fueron hacia el interior del bosque para decírselo a la zorra.

- ¡Traedme el gallo! Dijo la zorra, relamiéndose-. ¡Es sin duda más gordo que vosotras y el grano que ha engullido no le servirá para nada!

Las gallinas regresaron y atrajeron al gallo hacia el bosque. Con dos o tres golpes de mandíbula de la zorra el gallo desapareció.

-¡No es justo!- farfullaron las gallinas, y fueron corriendo a quejarse al lobo.

- ¡Traedme la zorra!- gruño el lobo.

Las gallinas atrajeron a la zorra hasta la cueva del lobo. El lobo mordió y mastico unas cuantas veces y la zorra desapareció.

- ¡No es justo! Cacarearon las gallinas y fueron al encuentro del oso.

-Nos hemos peleado por un grano de semilla y el gallo se lo ha comido. La zorra se ha tragado al gallo y el lobo se ha comido a la zorra. ¡Es realmente injusto!- se quejaron las gallinas.

-¡Traedme al lobo!- refunfuño el oso. Y en un par de bocados el lobo acabo en su panza-. Y ahora desapareced antes de que os coma a vosotras también- amenazo el oso. Y estas huyeron lo mas rápidamente que pudieron.

FIN

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UN DÍA EN EL ZOO

 Hacía una semana que la profesora de Daniel, había anunciado en clase que iban a irse de excursión al zoo.

    Desde aquel día Daniel y sus amigos habían estado contando los días, pues la idea de pasar una jornada viendo animales les parecía algo estupendo.

    Por fin había llegado el gran día. De camino al zoo todos los niños iban cantando canciones y pasándoselo genial.

    Al llegar al zoo, un señor les estaba esperando, era el guía y se encargaría de enseñarles todo el zoo y de explicarles cosas sobre los animales.

    El zoo era muy grande y había todo tipo de animales. Daniel y su amigos estaban entusiasmados, entre los animales que habían se encontraban, los fieros leones, los dormilones osos, los grandes elefantes, las altísimas jirafas, los simpáticos pingüinos, los amistosos delfines, los divertidos monos...Cada animal tenía algo de especial y todos están disfrutando del paseo.

    De pronto sonó una voz de alarma, uno de los monos se había escapado de la jaula e iba corriendo y asustando a la gente por todo el zoo.

    Los cuidadores del zoo intentaban cogerle pero no podían, entonces Daniel y sus compañeros, decidieron unirse a la captura y por fin le cogieron.

    Los cuidadores se pusieron muy contentos y le dieron las gracias a Daniel y sus compañeros, como recompensa por su ayuda, el dueño del zoo les invito a bañarse en la piscina con los delfines.

    Todos los niños empezaron a gritar y reír de alegría y de esta forma pasó la tarde, jugando y divirtiéndose con los delfines.

    Para Daniel y sus compañeros este fue el mejor día de su vida.

FIN

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LOS TRES CERDITOS

Eran tres hermanos.

Tres lindos cerditos músicos, que decidieron hacerse sus casas junto al bosque.

El primer Cerdito sin pensarlo mucho, hizo su casita de paja.

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Pero el malvado Lobo, que vivía en el bosque, era muy envidioso

Llegó cauteloso junto a la casita. Hinchó los pulmones, y sopló con fuerza,

iFFFFFF!

Y toda la casita se desmoronó, mientras huía el Cerdito.

 

El segundo Cerdito no hizo su casa de pala. La construyó con hierba fresquita del campo.

Y al contemplarla tan bella, se puso a cantar y a tocar la mandolina.

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Poco duró su alegría, Se acercó a la casa el Lobo y sopló como la vez anterior.

iFFFFFF!

La frágil casita se deshizo...

Y el pobre Cerdito huyó.

 

Siguió adelante el malvado Lobo y descubrió otra casa. Era la que el tercero de los cerditos se acababa de construir.

¡Bah! Pensó

el Lobo.- En cuanto sople sobre ella, volara. Y me comeré a los tres cerditos.

El lobo sopló y sopló, pero no pudo derribar la casa del tercer cerdito, pues esta era de cemento.El malvado lobo trató entonces de meterse por la chimenea, pero los cerditos se dieron cuenta y montaron una olla con bastante leña y fuego.

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En efecto, el agua hirvió prontamente, y el malvado Lobo cayó en la caldera y murió abrasado, con lo cual pagó sus muchas fechorías.

Nuestros tres cerditos entonces bailaron, pues del feroz Lobo todos se salvaron.

FIN

 

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ADIVINANZAS DE OFICIOS Y PROFESIONES

Ha bogado muchas veces,ya lo creo,

entre togas de los jueces,por un reo.

(El abogado)

Preparo el terrenoy la semilla siembro;siempre esperando que el sol y la lluvia

lleguen a tiempo.(El agricultor)

Ni torcida ni inclinadatiene que estar la pared,para eso tengo plomaday me ayudo del nivel.

(El albañil)

Hago paredes, pongo cimientos y a los andamiossubo contento.

(El albañil)

Todos los días del año me levanto muy tempranoa quitar los desperdicios 

y basuras de tu barrio.(El barrendero)

Con una manguera, casco y escalera

apago los fuegos y las hogueras.(El bombero)

Con madera de pino,de haya o de nogal

construyo los muebles para tu hogar.

Caminar es su destinoy, yendo de casa en casa,

de su valija de cuerosaca paquetes y cartas.

(El carpintero) (El cartero)

La cartera, compañera,me acompaña con

frecuencia,voy de portal en portal

llevando correspondencia.(El cartero)

Agita el cartucho,carga la pistola,pasa un algodón,y con un azote

pone la inyección.(La enfermera)

No soy bombero,pero tengo manguera

y alimento a los cochespor la carretera.(El "gasolinero")

Tocando el silbatoy moviendo los brazos

ordeno y dirijolos coches del barrio.(El guardia de tráfico)

Un valiente domadorque tiene la intrepidezde enseñar a la niñez.

(El maestro)

¿Quién es aquel caballeroque me causa maravilla,

que mientras alzan la hostia,

está sentado en su silla?(El organista)

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EL CONSEJO MATERNAL

Ven para acá, me dijo dulcementemi madre cierto día;(aún parece que escucho en el ambientede su voz la celeste melodía).

Ven, y dime qué causas tan extrañaste arrancan esa lágrima, hijo mío,que cuelga de tus trémulas pestañas,como gota cuajada de rocío.

Tú tienes una pena y me la ocultas.¿No sabes que la madre más sencillasabe leer en el alma de sus hijos como tú en la cartilla?

¿Quieres que te adivine lo que sientes?Ven para acá, pilluelo,que con un par de besos en la frentedisiparé las nubes de tu cielo.

Yo prorrumpí a llorar. Nada, le dije;la causa de mis lágrimas ignoro,pero de vez en cuando se me oprimeel corazón, y lloro.

Ella inclinó la frente, pensativa, se turbó su pupila,y, enjugando sus ojos y los míos,me dijo más tranquila:

- Llama siempre a tu madre cuando sufras,que vendrá, muerta o viva;si está en el mundo, a compartir tus penas,y si no, a consolarte desde arriba...

Y lo hago así cuando la suerte ruda,como hoy, perturba de mi hogar la calma:¡Invoco el nombre de mi madre amada,y, entonces, siento que se ensancha el alma!

FIN

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EL GRANJERO BONDADOSO

Un anciano rey tuvo que huir de su país asolado por la guerra. Sin escolta alguna, cansado y hambriento, llegó a una granja solitaria, en medio del país enemigo, donde solicitó asilo. A pesar de su aspecto andrajoso y sucio, el granjero se lo concedió de la mejor gana. No contento con ofrecer una opípara cena al caminante, le proporcionó un baño y ropa limpia, además de una confortable habitación para pasar la noche.

Y sucedió que, en medio de la oscuridad, el granjero escuchó una plegaria musitada en la habitación del desconocido y pudo distinguir sus palabras:

-Gracias, Señor, porque has dado a este pobre rey destronado el consuelo de hallar refugio. Te ruego ampares a este caritativo granjero y haz que no sea perseguido por haberme ayudado.

El generoso granjero preparó un espléndido desayuno para su huésped y cuando éste se marchaba, hasta le entregó una bolsa con monedas de oro para sus gastos.

Profundamente emocionado por tanta generosidad, el anciano monarca se pro-metió recompensar al hombre si algún día recobraba el trono. Algunos meses después estaba de nuevo en su palacio y entonces hizo llamar al caritativo labriego, al que concedió un título de nobleza y colmó de honores. Además, fiando en la nobleza de sus sentimientos, le consultó en todos los asuntos delicados del reino.

FIN

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EL PECECILLO PRESUMIDO

Érase una vez un pececillo muy bonito, de cuerpo corto pero robusto, con un color anaranjado muy intenso, y una zona central negra. Se parecía a un carbón encendido. En su pequeña cabecita tenía una franja nacarada que le bajaba directamente a los ojos. Sus aletas eran también anaranjadas, aunque las ventrales tenían una tonalidad oscura en su parte anterior.

Era muy vivaz nuestro pececillo. Aunque sus compañeros vivían en grupos pequeños, éste era muy solitario pues sólo sabía hacer una cosa que no podía compartir con nadie: presumir.

Un día, paseándose por entre unos guijarros en el fondo del mar, se encontró con el señor pulpo:

- ¡Eh, payaso!, ya que así se llamaba nuestro pececillo. En realidad era un pez payaso, pero como no tenía nombre, todos le llamaban payaso.

- ¿Qué quieres, ocho patas?, le contestó el pez payaso.

- ¡Ten cuidado!, hay humanos pescando, le dijo con cierto temor el señor pulpo.

- A mí que, contestó payaso.

- En vez de pavonearte tanto, deberías hacer algo, deberías aprender algo, si no..., el día menos pensado..., le comentó el señor pulpo, que pasa por ser uno de los animales más inteligentes.

- ¿Para qué?, yo soy tan apuesto y bello que no necesito aprender nada. Si me pescan, me soltarían por mi atractivo. Además, ¿para qué sirve aprender ?. Por ejemplo, ¿tú qué sabes hacer?, le dijo el pececillo al señor pulpo, no sin cierta prepotencia.

- Yo, con mis tentáculos, puedo defenderme, puedo coger varias cosas, puedo...

- Ya ves que interesante, le interrumpió payaso, lo que irritó un poco al señor pulpo, pues no está bien interrumpir a un animal o persona cuando está hablando.

- Bueno, bueno. Sigue así y verás que pronto te pescarán.

- Tonterías, comentaba payaso mientras se alejaba en dirección a unas algas.

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Siguiendo con su paseo, al girar una roca, se encontró con el pez globo.

- ¡Hola, payaso!, ¿qué haces?, le preguntó éste.

- Nada, contestó payaso, que estaba todavía algo irritado después de su encuentro con el señor pulpo.

- Pues si no haces nada, pronto acabarás en las redes de los humanos, le dijo el pez globo en un tono conciliador.

- ¡Otro!, dijo enfurecido payaso, y continuó más enojado aún: ¿Tú qué sabes hacer listillo?

- ¿Yo ? Pues mira, si me cogen, me hincho y me hincho y, de este modo, como no me pueden comer me sueltan, dijo el pez globo todo satisfecho.

Ahora sabéis ¿por qué se llama pez globo?, mis menudos amiguitos.

- Pues menuda tontería, replicó el pez payaso. A mí, si me cogen me soltarían por mi extraordinaria y sin igual hermosura, le dijo al pez globo, igual que antes había hecho con el señor pulpo.

- Yo que tú, empezó a indicarle el pez globo, dejaba de presumir tanto y me esforzaría en aprender algo, pues hay humanos pescando, comentó con cierto temor, también, el pez globo.

- Tonterías, volvió a replicar payaso y, dando un fuerte movimiento a su aleta caudal, se giró y se fue.

- Ten cuidado..., se quedó hablando el pez globo en la lejanía.

Así siguió durante parte del día el pececillo presumido y presuntuoso, hablando con unos y con otros sobre las distintas maneras de zafarse de un ataque de otros peces o de los humanos, las pinzas de los cangrejos, la tinta de los calamares, el mimetismo, etc., etc. Pero payaso no prestaba atención, pues pensaba que eso no era útil.

De repente, se oyó un gran estruendo que provenía de detrás de una gran roca que había en el lecho marino, un ruido como si algo grande se arrastrara por el fondo. El pez payaso se dio la vuelta y fue a ver que era eso, y...

En la cubierta de un gran barco de pesca, varios pecadores se encontraban separando los peces que

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habían caído en la red, cuando uno de ellos vio a payaso, tan bonito y tan pequeño:

- Seguro que éste le gusta mucho a mi nenita, pensó. Y lo metió en una bolsa con un poco de agua marina, y lo guardó en su cesta de comida.

Cuando empezó a recuperarse, payaso se preguntaba: ¿dónde estoy?, ¿qué es esto tan oscuro y tan pequeño?, pues intentando huir se daba de broces contra las paredes de la bolsa de plástico.

Al cabo de unas horas, alguien coge la bolsa y se pone a mirar a payaso.

Payaso abre sus pequeños ojos y ve a una niña tan rubia que sus cabellos parecían los rayos del sol, con unos ojos tan azules como el fondo del mar por el que presumía payaso, tan bonita, pensó, como él, o más.

- Mami, mami, decía la preciosa chiquilla, mira que me ha traído papá.

- ¡Que bonito!, le dijo su madre. ¿Qué vas a hacer con él?, le preguntó su madre.

- No se. De momento lo pondré en una pecera, dijo María, que era el nombre de esta muñequita.

Pasaron los días, las semanas, los meses,... Payaso estaba cada día más triste, y pensaba:

- ¡Ah!, que razón tenían mis amiguitos del mar. Sólo presumir y presumir. Antes podía presumir ante muchos. Ahora, ni eso. Sólo puedo presumir ante esta niña, que además es más bonita que yo. Si pudiera volver a mi mar..., pensaba una y otra vez el pez payaso totalmente arrepentido de su forma de ser.

Pero la niñita también pensaba:

- Pobrecillo, sin su mamá, sin su papá, sin sus amiguitos. Tan bonito como es y sólo yo puedo disfrutarlo.

- Mami, papi, empezó diciendo una tarde la pequeñina: he decidido devolver al pececillo al agua. Está muy solo y muy triste sin sus padres. No come casi nada y ¡es tan bonito! que debe seguir alegrando el fondo del mar con sus colores.

- Muy bien hija. Lo que tú digas.

Y se fueron en una barquita a devolver a payaso a su ambiente.

A payaso, que estaba adormecido por la hora que era, le llegó, de repente, un olor conocido, el olor

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del mar. En un instante, todavía sin desperezarse del todo, unas pequeñas manitas lo cogen, le dan un beso en la boquita, y lo meten en el agua, soltándolo a continuación.

Se puso tan contento payaso, que dio varias vueltas sobre sí mismo, y antes de alejarse, miró a la niña dándole las gracias y dejando escapar una pequeñísima lágrima de satisfacción. Claro, la niña no le pudo oír, pero lo entendió perfectamente.

Nadando a toda velocidad, fue a ver al pez mariposa para que le aceptara en la escuela de peces, y de este modo aprender todo lo que debe saber un pez de los peces y de los humanos, aunque la primera lección ya se la había aprendido bien.

Todos los peces marinos se enteraron pronto de que payaso había vuelto y lo celebraron con una gran fiesta en la que tocaron los cangrejos violinistas y el pez banjo, hizo trucos de magia el pez hada, no paró de contar chistes el pez papagayo bicolor y los peces saltarines no dejaron de hacer eso, precisamente, en toda la tarde.

Encima de ellos, la barquita iba en dirección al puerto. La niñita se había dormido en los brazos de su padre que le había contado el cuento de Pedro y el

lobo. El padre estaba muy satisfecho por lo que su hijita había hecho gracias a las cosas que había aprendido hasta ese momento.

Y, colorín colorado, este cuento se ha acabado.

Autor: Carlos Manuel da COSTA CARBALLO

EL PESCADOR FLAUTISTA

Un pescador que también tocaba hábilmente la flauta, cogió juntas sus flautas y sus redes para ir al mar; y sentado en una roca saliente, púsose a tocar la flauta, esperando que los peces, atraídos por sus dulces sones, saltarían del agua para ir hacia él. Mas, cansado al cabo de su esfuerzo en vano, dejó la flauta a su lado, lanzó la red al agua y cogió buen número de peces. Viéndoles brincar en la orilla después de sacarlos de la red, exclamó el pescador flautista:

-¡Malditos animales: cuando tocaba la flauta no teníais ganas de bailar, y ahora que no lo hago parece que os dan cuerda!

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Muchas veces no actuamos de acuerdo a las circunstancias que nos rodean, sino desatiempados o desubicados. Procuremos siempre estar bien situados.

FIN

EL PESCADOR REVOLVIENDO EL RÍO

Pescaba un pescador en un río, atravesándolo con su red de una a otra orilla; luego, con una piedra atada al extremo de una cuerda de lino, agitaba el agua para que los peces, aturdidos, cayeran al huir entre las mallas de la red. Vióle proceder así un vecino y le reprochó el revolver el río, obligándoles a beber el agua turbia; más él respondió:

-¡Si no revuelvo el río, tendré que morirme de hambre!

Igual sucede con las naciones: entre más discordia siembren los agitadores entre la gente, mayor será el provecho que obtendrán. Forma siempre tu propia opinión y no vayas a donde te quieran empujar otros sin que lo hayas razonado.

EL PESCADOR Y EL PECECILLO

Un pescador, después de lanzar al mar su red, sólo cogió un pececillo. Suplicó éste al pescador que le dejara por el momento en gracia de su pequeñez.

- Cuando sea mayor, podrás pescarme de nuevo, y entonces seré para ti de más provecho -, terminó el pececillo.

-¡Hombre -replicó el pescador-, bien tonto sería soltando la presa que tengo en la mano para contar con la presa futura, por grande que sea!

- Más vale una moneda en la mano, que un tesoro en el fondo del mar.

FIN

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EL PESCADOR Y LOS PECES PEQUEÑOS Y

GRANDES

Un pescador al tirar de la red sacó a tierra los peces grandes, pero los pequeños se le escaparon al mar escurriéndose entre las mallas.

Las personas de poca importancia pueden pasar desapercibidas sin problema, pero las de mucha fama no se escapan del juicio de sus semejantes.

FIN

EL TRACTOR

La Huerta se había hecho grande y más grande cada año, y en este Octubre, el Hortelano se compró un Tractor. Antes había un Borrico en la Huerta que comenzó andando y cargando muy joven, más tarde prosiguió arrastrándose y cargando, y finalmente; pareció un saco de pellejo y huesos en torno al cual giraba la hélice de su cola. Tuvo un final de desgracia, y cuando las Sombras de esta desgracia se habían desvanecido apareció el Tractor de segunda mano; un nosequé Ferguson.

El Hortelano parece algo, con su sombrero de paja y montado todo inhiesto en el Tractor.El Tractor no se lleva ni bien ni mal con los habitantes de la Huerta, pero es diferente.

FIN

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LA GRANJA DE SEBASTIÁN

La granja de Sebastián era una granja como todas las granjas; es decir, muy normal.Pero un día todo cambió porque a Sebastián se 1e ocurrió tomar un ayudante. La idea no era mala, ya que en la granja había mucho trabajo y Sebastián se sentía un poco cansado. El ayudante se llamaba Juanito y parecía muy bueno y trabajador; pero... como siempre había vivido en la ciudad, era algo torpe a pesar de su buena voluntad. El día que Juanito llegó a la granja, Sebastián le recomendó que se fuera a dormir temprano porque tenía que levantarse a la madrugada, junto con el sol, cuando cantaba el gallo.

"¡Vaya despertador más raro!", pensó Juanito mientras iba en busca del gallo para ponerlo sobre su mesa de luz. Y eso no fue nada... ¡lo peor fue cuando intentó darle cuerda! Tuvo que correrlo por todo el dormitorio porque el gallo no se dejaba retorcer la cola.

"Este debe ser un gallo automático, de ésos que tienen pilas", pensó y, cansado de correrlo, se acostó.

El pobre gallo, que no entendía lo que sucedía, se quedó dormido junto a Juanito y, como la cama era muy cómoda, los dos durmieron y durmieron hasta que el sol estuvo muy alto. El problema fue que como el gallo no cantó, todos en la granja se quedaron dormidos. El primero en despertarse fue el ternero y como tenía mucha hambre despertó a su mamá, la vaca, para que le diera la leche.

Después de alimentar a su hijito, mamá vaca esperó y esperó que Sebastián le llevara su comida. Entonces, muy hambrienta, se metió en la cocina de la casa y se tomó todo el café que encontró. Los cerdos, que ya se habían despertado y también tenían hambre, vieron entrar a la vaca en la cocina y decidieron imitarla. Pero por el camino pasaron por el gallinero y despertaron a las gallinas para invitarlas a desayunar con ellos en la cocina de Sebastián.

Para entonces, ya no se podía decir que la granja de Sebastián fuera como todas las granjas... porque de normal, ¡no le quedaba nada! Tanto alboroto en la cocina, despertó por fin a Sebastián que, al mirar su reloj, comprobó desesperado que ya eran... ¡como las diez de la mañana! Se puso las botas y fue al dormitorio de Juanito y, cuando entró, no pudo creer lo que estaba viendo: ¡Juanito y el gallo dormían

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plácidamente, uno junto al otro! Sebastián corrió escaleras abajo y, al entrar en la cocina, se encontró con que los animales de la granja se habían comido todo lo que encontraron. El desorden era increíble y Sebastián pensó que trataba de una pesadilla y que aún no se había despertado. A pesar de la ayuda de Juanito, a Sebastián le llevó todo el día poner en orden la granja hasta lograr que pareciera normal otra vez

Pero al día siguiente, cuando Sebastián ordeñó la vaca, ¡llenó un tarro entero con café con leche! Cuando Juanito vio esto dijo:

-¡Qué lástima que ayer la vaca se tomara el café en lugar de comerse el chocolate...! Pero lo que Juanito no sabía, era que el chocolate se lo habían comido las gallinas que, en ese momento, estaban poniendo ¡"Huevos de Pascua"!

FIN

LOS PESCADORES Y LAS PIEDRAS

Tiraban unos pescadores de una red y como la sentían  muy cargada, bailaban y gritaban de contento, creyendo que habían hecho una buena pesca.

Arrastrada la red a la playa,  en lugar de peces sólo encontraron piedras y otros objetos, con lo que fue muy grande su contrariedad, no tanto por la rabia de su chasco, como por haber esperado otra cosa.

 Uno de los pescadores, el más viejo, dijo a sus compañeros:

-Basta de afligirse, muchachos, puesto que según parece la alegría tiene por hermana la tristeza; después de habernos alegrado tanto antes de tiempo, era natural que  tropezásemos con alguna contrariedad.

Es rutina de la vida que a buenos tiempos  siguen unos malos y a los malos tiempos le suceden otros buenos. Estemos siempre preparados a estos inesperados cambios.

"PESCADITO", APRENDIZ DE VALIENTE

( Beatriz López Puertas )

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En lo más profundo del mar vive una familia de besugos formada por Papá Besugo, Mamá Besugo, Benjamín y Pescadito; Benjamín es aún un bebé y apenas si sabe nadar, pero Pescadito ha cumplido ya cuatro años y empezará pronto a ir a la escuela.

- Pescadito - decía mamá besugo - la semana que viene empezarás a ir a la escuela como los demás pececitos de tu edad. 

- ¡Pero si yo no necesito ir a la escuela mamá!, aprendo mucho más cuando me voy a nadar con el abuelo. 

- Ya sé que aprendes muchas cosas con el abuelo, pero en la clase te enseñarán muchas más y así podrás pronto ser un pez mayor.  Pescadito no parecía estar muy convencido, pero si su mamá se lo había dicho tendría que obedecer.  El lunes siguiente, Mamá Besugo despertó a Pescadito mucho más temprano que otros días. 

- ¿Por qué me despiertas tan pronto? aún no ha salido el sol.

- Ya lo sé, pero hoy es tu primer día de escuela y tienes que ir bien arreglado para que la maestra no piense que eres un pececito descuidado. Después de vestirse, peinarse y tomar un sabroso desayuno, Pescadito se fue a la escuela.

- ¡Buenos días pequeño ! - saludó la maestra - siéntate ahí junto a la Pequeña Ostra. La clase había

comenzado, Pescadito no prestaba demasiada atención y se dedicaba a hablar con su nueva amiga.

- Yo no necesito estudiar, ya sé todo lo que hay que saber sobre el mar, mi abuelo me lo ha enseñado.

- Entonces... ¿qué haces aquí? - preguntó la pequeña Ostra. 

- Es que mi mamá me lo ha mandado, pero...... creo que la voy a engañar y mañana en lugar de venir a la escuela iré en busca de aventuras. 

- No debes hacer eso, te podrías perder. - Yo no me pierdo, soy muy listo - dijo

Pescadito. - Y cuando la maestra pase lista y pregunte por

ti, ¿qué le voy a decir?- Tú le dices que no sabes nada.  Tal y como

había dicho Pescadito, a la mañana siguiente cuando se despidió de su mamá se fue por el camino contrario al de la escuela en busca de aventuras.  Después de nadar un buen rato, el pequeño se sintió cansado y decidió hacer un alto en el camino.

- Descansaré aquí sobre esta Estrella de Mar que está dormida, espero que no le importe. Pero la Estrella se despertó.....

- ¿Qué haces aquí, acaso has pensado que soy una cama? 

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- Lo siento mucho señora Estrella pero pensé que como estaba dormida no le importaría.

- ¡Pues claro que me importa! ¡Vamos, vete de aquí ahora mismo! 

La primera parada de Pescadito no había sido muy afortunada, así que decidió intentar descansar en otro lugar.

- Espero encontrar un sitio cómodo donde descansar, tal vez encuentre un Caballito de Mar que me deje sentarme en su lomo....  Pero como el pobre pececito no encontró ningún Caballito de Mar ni ningún otro sitio apropiado para descansar decidió volver a casa. La vuelta se le estaba haciendo demasiado larga, no recordaba haber nadado tanto, ¿se habría equivocado de camino? 

- Me parece que me he perdido - se lamentaba Pescadito - eso me pasa por escaparme y desobedecer a mamá, ¿qué voy a hacer ahora?  Nuestro pequeño amiguito estaba muy asustado, no sabía volver a casa y por allí no había nadie a quien pedir ayuda. Por fin llegó al final del camino y se encontró con la entrada de una cueva. 

- ¿Qué habrá en esta cueva?; tal vez sea un túnel. 

Pero Pescadito estaba equivocado, no se trataba de un túnel, sino de una verdadera cueva donde habitaban los peores peces del fondo del mar. 

- Esto está muy oscuro, pero no importa, no tendré miedo, seguiré nadando hasta llegar al final y encontrar la salida. 

- No encontrarás la salida - dijo un enorme pez negro que pasaba por allí - nunca mas podrás salir de aquí. 

- ¿Quién eres? - preguntó Pescadito un tanto asustado.

- Soy un Bonito Negro, y llevo aquí ya muchos años, un día entré aquí igual que tú, y todavía no he conseguido encontrar la salida. 

- Pero podemos dar la vuelta y salir por donde entramos. 

- No podrás, la corriente no te deja nadar hasta la salida, una vez que has entrado ya no puedes volver atrás. 

- Pero si sigues nadando llegarás a alguna parte...... 

- Claro que sí, pero no debes llegar nunca, te encontrarías con el palacio del Gran Tiburón. 

- ¿El Gran Tiburón? - Sí, vive ahí desde hace mucho tiempo y no

permite que se acerque nadie, además a lo largo del camino hay guardianes malvados que intentarán capturarte. 

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- No me importa - contestó Pescadito - mi abuelo dice que soy muy valiente, y por eso no tendré miedo del Tiburón. 

- Como quieras - contestó el Bonito - pero ve con mucho cuidado. 

- No te preocupes Bonito, no me pasará nada, y no te marches muy lejos porque cuando encuentre la salida volveré a buscarte. Pescadito emprendió el camino en busca de la salida convencido de que sería como jugar al escondite, pero según iba nadando, la cueva se iba haciendo más estrecha y oscura. El pequeño empezó a sentir miedo, y decidió coger un trocito de roca de coral por si acaso necesitaba defenderse. Pasado un buen rato, Pescadito detuvo la marcha.

- ¡Uf....., estoy muy cansado!, este camino es muy largo; espero llegar a casa antes de cenar para que mamá no se entere de que no he ido a la escuela. Tan cansado estaba Pescadito que se quedo dormido, pero no le duró mucho el sueño porque fue despertado por unos ruidos muy extraños. 

- ¿Será el Gran Tiburón quien hace esos ruidos...?. Me esconderé por si acaso.  Pero antes de que le diera tiempo a esconderse, fue atacado por un enorme Pulpo. 

- ¡Suéltame...! - gritaba Pescadito - déjame seguir mi camino.  El Pulpo no hacía caso de los ruegos de Pescadito; era uno de los guardianes del

Gran Tiburón y quería impedir que el pececillo siguiera adelante. Los tentáculos del Pulpo empezaban a ahogar a Pescadito, tenía que intentar hacer algo para salvarse, ¿pero qué...?. Fue entonces cuando se acordó de la piedra de coral que había cogido. La sacó de su cartera y se la metió al Pulpo en la boca. Éste, como si se hubiera tragado una aceituna, empezó a toser y al quedarse sin fuerzas soltó a Pescadito, que salió nadando a toda velocidad para esconderse entre unos matorrales de algas. 

- ¡Qué susto, casi me ahoga!, menos mal que he conseguido escapar, pero de momento voy a quedarme aquí escondido hasta que se marche el Pulpo.  Pasado un ratito, el pececillo decidió salir de su escondite y continuar la marcha. 

- Estoy teniendo mucha suerte, espero no volverme a encontrar con ningún guardián más. Pero lo que no sabía nuestro amigo es que se estaba acercando al final del camino.

- Allí se ve luz, seguramente es la salida, pero de todas formas andaré con cuidado por si se trata de una trampa.  Poco a poco Pescadito se fue acercando a la luz, y se encontró con un gran trono de cristal en una inmensa sala rodeada de bellos tesoros, pero solo uno de ellos le llamó la atención. ¡Era la llave del túnel! 

- Por fin encontré la salida - exclamó el joven besuguito - ya puedo salir de este horrible lugar. Sin pensárselo dos veces Pescadito cogió la llave y empezó a

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nadar hacia la salida, pero cuando casi había llegado, apareció el Gran Tiburón.

- ¡Nunca podrás salir de aquí! - dijo el Tiburón. - ¡Claro que sí! ¡Si he conseguido llegar hasta aquí, lograré salir! - ¡Nadie ha podido hacerlo hasta ahora! 

Pescadito estaba muy asustado, ya no se sentía tan valiente como otras veces. No sabía qué hacer, tan sólo podía intentar escapar, pero cuando lo hizo, el Gran Tiburón le atacó ferozmente hiriéndole en una de sus aletas. Afortunadamente su amigo, el Bonito Negro, le había seguido, y al ver que el Tiburón le atacaba, se puso a luchar con él hasta que consiguió, dándole un fuerte golpe, enviarle contra unos corales en los que quedó atrapado. 

- ¡Bonito negro...! - decía entre lágrimas Pescadito - me has salvado la vida, muchas gracias.

- Debí enfrentarme con él hace tiempo, pero nunca tuve valor, ahora podremos salir todos de aquí y volver a ser libres. 

- Eres muy valiente Bonito, me gustaría ser como tú cuando sea mayor. 

- ¡Pero si tu dices que ya eres mayor! - Si, pero estaba equivocado; mi mamá tenía

razón, debo ir a la escuela como los demás pececitos

para aprender muchas cosas que todavía no sé. Por fin Pescadito se convenció de que debía obedecer a su mamá, y como había decidido ser bueno, le contó a su madre todo lo que le había pasado cuando llegó a casa a la hora de cenar.

FIN

EL CAPITÁNHoy ha ido a cenar a casa de Tristán y Tristana

un amigo de su padre. Se llama Horacio y es capitán de un barco pesquero.

Los niños lo contemplan con admiración.-¿Mandas tú en el barco? – le pregunta Tristán.- Sí, pero lo importante en un pesquero no es

quien manda, sino el trabajo en equipo. Cuando estás completamente aislado en medio del mar, te das cuenta de lo importante que es ganarte la confianza de los demás. Allí todos nos ayudamos, somos una piña.

- ¿A que conoces a Mermelada? – le pregunta Tristana.

- ¿Quién es Mermelada?- Es el hada de los mares. Tiene un vestido

hecho con espuma de mar y a través de él ves peces de colores. Ella guía a los pescadores hasta los bancos de peces y muchos se les quedan prendidos en el vestido.

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-Sí, creo que algunas veces nos ha visitado. En cambio, hay otras en las que parece que el mar está vacío de peces.

- Porque hay muchos barcos y ella no puede estar en todos los sitios a la vez – dice Tristán.

- Sí, supongo que será difícil contentar a todos.- ¿Pescáis con cañas? – quiere saber Tristán.- No, pescamos con unas redes grandes y con

líneas. - Pero entonces pescaréis también a los

pececillos pequeños.- Sí, pero a esos los devolvemos al mar para

que puedan seguir creciendo.- ¿Y alguna vez has tenido un tempestad en alta

mar? – se interesa Tristana.- ¿Qué si he tenido una tempestad, dices? Un

montón. Pero la peor fue una que tuvimos hace un mes. Era una noche oscura, sin luna. El cielo se llenó de nubes negras. Amenazadoras. Unas nubes que parecían decir: “Ahora os vais a enterar de lo que somos capaces”. El mar empezó a inquietarse y removerse en olas cada vez más grandes. Yo alerté a mis hombres de lo peligrosas que eran y nos pusimos el salvavidas. Todos nos esperábamos la descarga de la lluvia de un momento a otro. Pero nunca estás preparado para algo así.

Horacio paró un momento su relato para beber un trago de agua.

- ¿Y que pasó? – preguntaron los mellizos impacientes.

- Empezó a llover con tal fuerza, que era como si te cayeran cristales en los brazos. Y el cielo rugía con feroces truenos, parecía enfadado con el mar por alguna cuestión. Y el mar se levantaba en olas cada vez más altas. El barco parecía una pequeña cáscara de nuez en medio de ellas. Todos pensábamos que íbamos a volcar y nos agarrábamos a dónde podíamos. Entonces oí un grito lejano en medio del bramido del mar. “¡Marinero al agua!”, grité más por instinto que tener constancia de ello.

- ¿Se cayó un marinero? – preguntó Tristana.

- Sí, era Toñete. Y eso es lo peor que te puede suceder. De noche. En medio de aquella tormenta. Iluminamos el agua con las linternas y enseguida divisamos su impermeable amarillo. Me tiré atado con el salvavidas. Todavía no sé como conseguí atraparlo y que nos volviera a subir al barco. Aún tiemblo al recordarlo.

- ¿Sabes una cosa? Cada vez que coma pescado, me acordaré de ti – le dice Tristana.

FIN

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LA MÁQUINA MANIÁTICA

Había una vez un sabio, el profesor Estefanio. ¿Saben ustedes qué es un sabio? Pues es una persona que sabe muchas cosas. Y las que no sabe, las inventa. Nuestro sabio, el profesor Estefanio, sabía mil cosas. Y las que no sabía, las inventaba. Porque Estefanio, además de sabio, era inventor. El profesor Estefanio tenía un sobrino: Pepito. A Pepito le gustaba visitar el laboratorio del tío. ¿Saben ustedes qué es un laboratorio? Pues un laboratorio es el lugar donde el sabio inventa sus inventos. Pepito iba siempre a curiosear al laboratorio del tío Estefanio. Y era muy amigo de Liborio, el ayudante del sabio. Un día, cuando Pepito llegó al laboratorio, le abrió la puerta Liborio. -¡Hola, Pepito! Hoy el profesor está muy ocupado. Está trabajando en un proyecto muy importante.

-¿Puedo curiosear un poquito, Liborio?

-Sí que puedes, Pepito. Pero no hagas ruido. No distraigas a tu tío. El profesor estaba armando una máquina enorme.

-Buen día, tío. ¿Para qué sirve esa máquina?

-Es una máquina HACE-DE-TODO, Pepito. Pero quédate quietito. El tío está trabajando.

-Pero, ¿hace-de-todo de verdad?

-De todo. La venderé al gobierno. Cuando esta máquina funcione, nadie tendrá que trabajar más. Los hombres del gobierno fueron a ver la máquina. Estefanio la puso en marcha. ¡Qué maravilla! ¡La máquina hacía de todo: Encendía y apagaba las luces de la calles, hacía que los ómnibus marcharan de un lado a otro. Hacía pan y embotellaba leche. Hacía subir y bajar los aviones, controlaba el agua de las casas y los ascensores de los edificios. Los hombres del gobierno estaban encantados.

-Será una nueva era para la humanidad. Nadie tendrá necesidad de volver a trabajar.

-¡Viva el profesor Estefanio, el gran sabio!

Y la máquina comenzó a trabajar y todo el mundo a divertirse. Los cines estaban siempre llenos. Los parques de diversiones también. Pero la máquina empezó a volverse exigente. Con su ronca voz de máquina, decía:

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-Quiero 20.000 latas de dulce de batata. Más que corriendo iban a buscar las latas de dulce y se las llevaban a la máquina.

-Quiero 1.000 litros de perfume francés. Revolvían el país entero para hallar el perfume. Pero la máquina no se contentaba:

-Quiero un disfraz para el carnaval. Todo el mundo se sorprendía:

-¿Dónde se ha visto una máquina disfrazada?

-Yo no se nada -decía la máquina-. ¡Si no me traen un disfraz, no funciono más!

Y había que hacer un disfraz, de prisa, para la máquina. Tantas cosas pedía la máquina que la ciudad vivía trabajando para ella. Filas de camiones alineábanse frente al laboratorio del sabio, descargando las cosas que pedía la máquina. Y cuando no la atendían enseguida, se ponía furiosa y hacía una serie de maldades. Cortaba el agua de las casas, congestionaba el tránsito, dejaba de hacer pan. Y todos tenían que correr para atender los caprichos, cada vez más complicados, de la máquina maniática. El gobierno empezó a preocuparse. El pueblo estaba descontento porque trabajaba más que antes. El

profesor ya no podía controlarla. Cuando se acercaba, ella le daba una fuerte descarga eléctrica. Fue convocada una gran reunión de sabios para resolver el problema. Pepito fue a hablar con su tío:

-Tiíto, ¿sabes lo que habría que hacer?

-Silencio, Pepito, ahora no. Estoy muy ocupado. Pero no hubo reunión. A la hora indicada, todos los sabios quedaron encerrados en los ómnibus, los aviones, los trenes. Ninguno llegó a la reunión. Realmente, la máquina era muy pícara. Llamaron a todos los políticos. Pero la máquina no envió los telegramas llamando a los políticos, de modo que nadie respondió. Pepito fue otra vez hablar con su tío:

-Tiíto, ¿me dejas que te diga una cosa?

-Ahora no, Pepito, no puedo perder tiempo. Y la máquina estaba cada vez más maniática:

-Quiero una peluca rubia con muchos rulos.

-Quiero 20.000 litros de bronceador. Un día, la máquina amaneció cantando:

-"I don't want to stay here. I want to go back to Bahia." La máquina cantaba en inglés y nadie la entendía. Todos preguntaban:

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-¿Qué se le habrá ocurrido ahora a esta máquina maniática? El profesor Estefanio les explicó:

-Ella dice que no quiere quedarse aquí. Quiere irse enseguida a Bahía. Cuando la gente encendía la radio, sólo salía esta música:

-"I don't want to stay here. I wanto to go back to Bahia." Y si encendían la televisión, también se escuchaba la misma música. Pepito fue nuevamente a hablar con su tío.

-Tiíto, yo tengo una idea genial.

-Ahora no, Pepito. Tengo que resolver este caso.

-Pero tiíto, yo sé cómo resolverlo.

El profesor no podía escucharlo pues sólo se oía la música de la máquina, cada vez más fuerte. Fueron a consultar a las empresas de transportes para ver si era posible mandar la máquina a Bahía, pero la máquina era muy grande y nadie podía cargarla. Entonces Pepito se decidió, sin consultar a nadie. Se metió detrás de la máquina y la desenchufó.

-¡CHHHHHHHHH!

Y la máquina paró de cantar. Cuando se hizo silencio, todo el mundo sintió un gran alivio.

-¡Viva, la máquina maniática paró! ¡Viva!

Y todos salieron a las calles, cantando y bailando de alegría. Al frente de todos, iban el profesor Estefanio, Liborio y Pepito. Al día siguiente, todo el mundo volvió a trabajar en paz.

FIN

EL ROBOT

Edu, Lin y Zomba han ido a jugar a casa de Tristán y Tristana. Tristán está sacando los platos y los vasos del lavavajillas, como hace normalmente.

- ¡Qué rollo! Me gustaría tener un robot que metiera y sacara todo esto – comenta.

- También a mi, para que llevara la ropa a la lavadora – salta Edu -. Siempre se me olvida y mi madre no me puede lavar la ropa.

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- Puestos a pedir, a mi que me haga la cama – dice Lin.

- Y a mí que me ordene el armario. Lo ordeno un día y al siguiente está patas arriba, como si hubiera fantasmas – dice Zomba.

- ¿Por qué no hacemos uno? – exclama Tristana.

- ¿Un robot? – exclama ingenua Lin.

- ¡Venga ya! Tristana la fantástica – se burla Edu. ¿No sabes que un robot es la máquina más complicada que puede haber? ¿Por qué no jugamos un partido de fútbol?

- Vale – se apuntan Tristán y Zomba.

- Pues yo te ayudo a hacer el robot – dice Lin apoyándola.

- ¡Bah, niñas! – dice Edu fastidiado.

- Pues ¡verás de lo que somos capaces! – le responde Tristana dispuesta a demostrárselo.

Los niños se marchan al jardín y las niñas se quedan dentro de casa recopilando objetos y juguetes

ya inservibles y envases reciclables. Entre las dos forran una caja de galletas vacía con papel de aluminio, le hacen unos agujeros a modo de ojos y le pegan distintos objetos de metal para darle aspecto de robot. Luego hacen lo mismo para el cuerpo con una caja más grande. Tristana se mete dentro de esa caja y se pone la de galletas en la cabeza. Luego Lin le forra el resto del cuerpo. Gastan dos rollos de papel de aluminio, pero, al ver el resultado, comprenden que ha merecido la pena. Tristana ensaya los movimientos y los sonidos de un robot hasta hacerlo a la perfección. Prisco corre a esconderse asustado.

- Ya verás que corte se van a pegar los niños cuando te vean – le asegura Lin -.

- Tengo ganas de ver sus caras – dice Tristana animada -. Ve tu primero y me anuncias; entonces aparezco yo, ¿vale? Lin sale disparada, segura del impacto que va a causar el robot.

- ¡Atención! Dentro de breves momentos hará su aparición Tobor, el robot más perfecto que jamás nada haya podido inventar.

Los niños dejan unos segundos el balón y se quedan con la boca abierta al ver aparecer el robot en el que se ha convertido Tristana.

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- ¡Cómo mola! – exclaman Tristán y Zomba.

Pero Edu, a pesar de estar muy impresionado, no quiere dar su brazo a torcer.

- ¡Bah, no es un robot, es Tristana disfrazada! – dice despectivamente.

Tristana, ignorando sus comentarios, avanza por el jardín con sus movimientos robóticos y sus sonidos galácticos.

Edu se dispone a correr de nuevo tras el balón, cuando detrás de Tristana va a aparecer un robot dos veces más grande, que va directo hacia él con expresión feroz.

- ¡Eh, tú, vete a la cocina! – le grita él muerto de miedo.

Pero el robot sigue avanzando, sin hacerle caso. Edu corre por todo el jardín pidiendo socorro. La madre de los mellizos sale a ver que ocurre y en ese momento el robot grande desaparece. Tristán y Tristana saben que ha sido obra de los duendes.

- No pasa nada, es que Edu tiene miedo de los robots – dice Lin señalando a Tristana.

Edu comprende que sus comentarios no han sido muy afortunados y le pide perdón a Tristana. Los cinco pasan el resto de la tarde jugando a los robots, imaginando un mundo en el que las máquinas conviven con los hombres.

Fin

AVIONCITOS DE PAPEL

Cuando yo era pequeño, a mi clase venía una niña que era muy bonita. A mí me gustaba mucho. Y creo que yo a ella también, ya que un día cuando entré en clase, encima de la mesa me había dejado un avioncito de papel, al siguiente día, tenía dos, al otro, tres, hasta que llegó un día que tenía todo el pupitre lleno de avioncitos de papel. Y aunque era muy timido, ya no pude aguantarme más y le pregunté

- ¿Por qué me dejas tantos avioncitos de papel?

Y ella me contestó:

- Porque tú eres mi cielo.

FIN

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CRÓNICAS DE UN POLICÍA LOCAL

(Cuento interactivo recomendado para niños de ocho años)

Teresa Briz Amate, Francisco Briz Amate

Braulio, el policía autonómico más viejo de Ceuta, escuchó el pasado siete de marzo este extraño diálogo entre un coche que estaba mal aparcado y una de las grúas del ayuntamiento:

- ¡Buenos días, coche rojo! estás mal aparcado.

- Sí, es verdad, lo siento mucho, pero yo no tengo la culpa, mi dueño humano me ha dejado aquí porque se me ha acabado la gasolina sin plomo.

- Lo comprendo, pero las ordenanzas municipales dicen que tengo que llevarte al depósito de coches del ayuntamiento.

- No seas mala, grúa guapa, mi dueño está a punto de regresar con un bidón de gasolina, además

tengo el motor un poco cansado, creo que estoy averiado.

- Pero aquí no puedes quedarte, ¡está prohibido aparcar!

- ¡Mira grúa!, por allí llega mi dueño con vitaminas para mi motor.

- ¡Está bien! puedes marcharte, pero otro día procura no aparcar en un sitio prohibido.

- ¡Muchas gracias, grúa guapa!

- ¡Hasta la vista, coche rojo!

 Te vamos a hacer unas preguntas sobre el cuento para ver si lo has entendido todo:

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1. ¿Cómo se llamaba el policía?

2. ¿En qué ciudad se desarrolla el cuento?

3. ¿Quiénes hablaban?

4. ¿Quién es el dueño de la grúa?

5. ¿De qué color era el coche?

6. ¿Estaba el coche bien aparcado?

7. ¿Qué se le había terminado al coche?

8. ¿Qué tenía que hacer la grúa con el coche?

9. ¿Dónde estaba el dueño del coche?

10. ¿Qué hizo la grúa con el coche?

11. ¿Qué le dijo la grúa al coche?

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CUENTO DEL NAVEGANTE

Jesús Lázaro

Cuento aquí la historia del principio de mis aventuras, ya desde aquel lejano día en que partí con mi navío y algunos marineros a mi cargo de mis queridas tierras de España.

Me llamo Juan Ramírez Sánchez de Villalobos, hijo del escudero mayor de Su Majestad Imperial Alfonso VI de Castilla y Aragón. Castellano, navegante, pescador, aventurero o como la diosa Fortuna quisiese dejarme nombre.

Digo pues, que según mi historia empieza, fui yo a salir de mi amada tierra natal y aventurarme en lugares extraños, donde nunca algún otro navegante había llegado. Salí, despidiome de mis queridos y allegados - así como de algunas agradecidas cortesanas - y, dejando patente la ya conseguida gloria de mi abuelo como buen marino, partí del principal puerto con no poca gloria, valor, corazón y libertad.

No es menester que aquí explique las consabidas dificultades que llevaron mis viajes durante los años siguientes, hasta que a orillas de costas Escandinavas, y en una tormentosa noche, perdí la orientación de mis instrumentos de navegación y quedamos, yo y mis marineros, dejados a la desventurada mano de la deriva y penetramos hacia el interior del vasto Océano Atlántico, donde allí, decían, poblaban los mares monstruos marinos.

Perdidos, pues, mis aparatos de navegación e inútiles en aquella situación mis mapas, un sentimiento de pavor sobrecogió a mi tripulación, y aún a mi, y por lo tanto dimos por perdida la expedición, e incluso algunos sus vidas, sobre todo cuando después de numerosas semanas las bodegas del navío comenzaron a vaciarse.

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Y así siguieron pasando días y días, y las esperanzas mermaron aún mas. Ahora el miedo, no solo ya a los monstruos, sino a morir de hambre, se había ensañado con nosotros.

Así como digo que nos ocurrieron todas estas mal andanzas, una mañana y estando yo entonando algunos de los sonetos propios de mi tierra - con los cuales en vano yo probaba fortuna de levantar los ánimos de mis marineros- nos llego la voz del vigía diciendo que atisbaba en lontananza barco con signos comerciantes, o, a lo sumo, transportistas. Tal noticia levanto fuerzas y ánimos a mis marineros, y debo decir que lo mismo sucedió conmigo.

Reunimosnos, hablamoslo y decidí de que, valiéndonos de algunos cofres de oro que guardábamos bajo la cubierta, podríamos comprarles víveres con los que poder llegar a tierra, pues la deriva sin saberlo nosotros debía de habernos vuelto a llevar a costas europeas.

Di orden de izar velas y nos acercamos al barco, que resulto ser considerablemente mas grande que mi navío.

-¡Ah del barco! - Probé a decir - ¡Navegantes castellanos os piden ayuda!

Pero del barco nadie asomó. De hecho, nada se oía allá arriba en la cubierta, y dado el deterioro de sus velas, dimos por supuesto que aquel barco estaba abandonado.

Mande atar cabos a aquella extraña embarcación para que nuestro barco no se separase de esta. Después lancé una escalerilla a la cubierta con la que yo pudiese trepar a bordo y pudiera indagar cual era la suerte de aquel siniestro barco.

Hice, pues, lo que dije, y, subiendo por la escalerilla y poniendo pie sobre la cubierta de aquella soberbia nave - Pues su grandiosidad me dejo asombrado -, digo pues, que vi en esta rastros de sangre y material de navegación, no destrozado e inservible como las velas del barco, sino todavía útil e incluso en buen estado.

Estando escamado por el extraño matiz de la situación, vino a suceder que oí movimiento bajo la cubierta del barco, en lo que debían ser las tripas de este.

Tal acontecimiento me sobresaltó y pense si a bordo podía haber una epidemia de peste y aún si el barco debiera de estar en cuarentena. En cualquier caso no había bandera alguna que lo indicara.

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Acaricié nerviosamente con la punta de mis dedos el mango de mi espada y agucé el oído por si captaba algún otro sonido. Allá abajo en mi navío, los marineros empezaron a dar voces preguntando que qué ocurría.

No prestaba yo atención a estas razones debido a la tensión y a lo angustiado que estaba, cundo me pareció volver a oír movimientos, esta vez mas cercanos a la popa, donde allí había una trampilla.

Desenvainé mi espada y esperé.

Algunos de mis marineros comenzaron a trepar por la escalerilla.

La trampilla se abrió, y de ella surgió una cabeza de toro, seguida de un musculoso cuerpo de hombre.

Iba fuertemente armado con extrañas y descomunales armas, y finalmente se irguió sobre la cubierta cuan alto era. Se trataba del monstruo que en la mitología griega lo denominaban como un Minotauro, igual que el que encontró Teseo en el laberinto de Creta.

La visión del monstruo me dejó estupefacto y aún empeoró la situación cuando detrás de el aparecieron por la trampilla otros minotauros. Tras de mi, ya en cubierta, mis marineros sacaron espadas y se unieron a mi, tal era el desconcierto que sentían.

Los minotauros, dando muestras de inteligencia en el combate, nos rodearon. Su número nos aventajaba en mucho.

En esto que hicimos cara a los monstruos y amenazábamos con pelear - así fuese hasta la muerte -, otro minotauro salió de trampilla, este mas alto y mas fuerte que los demás, y correctamente vestido a la forma de capitán.

Los minotauros dejaron paso a tal figura, dando nuestras de gran respeto hacia el.

El extraño minotauro nos habló en un hosco y vasto idioma, y en esto me sorprendió casi comprender tal lenguaje, pues era muy parecido al de algunas tribus barbaras germánicas - Las cuales conocí en algunos de mis viajes por casualidad - salvo por algunas variaciones en los acentos y declinaciones.

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Tal hecho me sorprendió, y tras unos momentos, me arriesgué a hablar en tal idioma, con la esperanza de que me entendieran.

- Somos simples navegantes. No queremos pelear - probé a decir costosamente, y por cierto que me debieron de entender, pues ellos mismos se sorprendieron, dando muestras de asombro. Mis marineros también se asombraron.

Entonces el minotauro jefe se adelantó, y, bajando la hoja de su extraña arma - parecida a una espada de tamaño desmesurado -dijo solemnemente;

- Mi nombre es Chot, soy capitán de este barco. ¿Quiénes sois vosotros, extranjeros?

- Me llamo Juan Ramírez Sánchez de Villalobos - Dije al tiempo que yo también bajaba mi espada y hacia una seña a mis marineros para que hicieran lo propio - y esta es mi tripulación. Somos navegantes extraviados.

Decidí ocultar nuestra procedencia y no hablar de Castilla.

Chot dio la orden a sus marineros de que bajaran las armas y vigilaran los alrededores.

Tal hecho me extrañó, y, enfundando mi espada le pregunté que donde estábamos y que qué era lo que sucedía a bordo del barco.

- Cierto es que estéis extraviados.- contestó este lanzado una risotada y envainando también su espada. - Pues tranquilo, no temáis, extranjero, que vuestra situación esta algo al noroeste del Mar Sangriento de Istar. ¿O acaso dudabais? - volvió a reír. - Respecto a vuestra segunda pregunta - tomando un tono solemne - no la creo de vuestra incumbencia.

Me sorprendió la arrogancia del minotauro, y mas aún lo hizo la información que me dio sobre aquel mar sangriento del que me había hablado.

Aún así, y debido a nuestra posición, me decidí a pedirle que nos vendiese víveres y algunos mapas marítimos, si pudiese, y que hecho esto le dije que nos iríamos y no le molestaríamos más. Díjome que sí, que nos ayudaría, y nos cobró por unos pocos víveres una gran cantidad de oro.

Protesté por aquel abuso de precio, y me explicó que en Ansalón el oro no valía demasiado, que lo que más valor tenía era el acero.

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Impresionado quedé. Por lo visto existía al oeste de ese mar sangriento un continente, desconocido para mi y mi tripulación.

No tuve mas remedio que fiarme, pagué con nuestro oro, y di orden a mis marineros de que transportaran los víveres a nuestro navío, mientras yo ojeaba los mapas que me dio Chot.

Ahora pienso que debió extrañarle en sumo mi falta de conocimiento acerca de tal moneda de acero y demás, por lo que volvió a preguntarme acerca de nuestra procedencia, ante lo que respondí;

- No es menester, maese Chot, desvelar yo aquí mi procedencia y la de mis hombres, pues, al igual que yo respeto sus secretos, debe usted respetar los míos.

Hizo callar, así, su curiosidad, y respetó mi deseo, mostrándome así su honor y nobleza de caballero a pesar de su arrogancia.

Pero en esto sucedió, que, en tanto que los marineros cargaban los víveres en nuestro barco, un desgarrador alarido vino a sobrecogernos a todos.

Corrimos hacia el lugar del que provenía el grito y encontramos en el suelo, muerto, a uno de mis marineros.

Tenia desgarrado y ensangrentado el cuello como si se lo hubiesen arrancado de un mordisco. Quedé desolado, y, tras unos segundos, la furia me arrebató el conocimiento, tal era la deshonra para un capitán dejar morir un marinero a su cargo por fallo suyo. Digo pues, que la primera impresión que tuve fue que uno de esos monstruos debió de haberle matado y me maldije por haberme fiado de ellos. En esto que me volví hacia Chot echando mano de la empuñadura de mi espada, cuando se vino a producir otro alarido; esta vez en la proa del barco, esta vez, un bramido de minotauro. Salió Chot corriendo hacia la proa, y, con gran pesar, encontró a uno de sus minotauros también muerto, con las mismas heridas en el cuello.

Mandó que echasen el cadáver al mar, y acto seguido se volvió hacia mi, diciéndome; - Espero que esto aplaque tus dudas, extranjero, pues como ves, uno de mis hombres también ha sido muerto de la misma forma que el tuyo, y que la muerte de tu marinero no ha sido obra de ninguno de nosotros, tal como noté en tus ojos que pensabas. - callé avergonzado - Y nota también cual es el mal de esta embarcación, pues no es

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el primero de mis hombres que muere de tan extraña manera.

La situación se complicaba, por lo que Chot me contó que nadie había visto nunca al culpable de las muertes. Sin embargo, no podía dejar impune y sin vengar la muerte de uno de mis marineros, pues mi honor me lo requería.

Según como digo esto, también digo que vino a caer la noche.

Acordé con mis marineros que estos se quedaran en nuestro navío, el cual estaba amarrado al barco, y que allí estuviesen alerta a lo que pudiese suceder, pues yo decidí pasar la noche en el barco de los minotauros. Me reuní con Chot en su camarote, y, una vez allí, decidimos, sin avisar a nadie, pasar la noche en vela, vigilando los pasillos del barco. Así, una vez estuvo bien entrada la noche, y todo el mundo reposaba en sus camarotes, cogí un candil del camarote de Chot, la prendí, y, junto a él, salimos en completo sigilo de la habitación, abrimos la trampilla de la cubierta, y nos internamos en las sombras de las entrañas del barco.

Incontables fueron las vueltas que dimos por los innumerables pasillos de que disponía el barco, buscando indicios de lo que allí pasaba.

Nada extraño ocurrió durante la mayor parte de la noche. Nada, hasta que, al doblar una esquina, vimos al final de un largo corredor una pequeña sombra proyectada en la pared. Esta pareció moverse, para después desaparecer fugazmente.

Corrimos detrás suya, pero, llegando allí, no encontramos nada salvo otro corredor que partía hacia la derecha, aún más oscuro que los demás.

- Aquí parece estar nuestro culpable, maese Chot, y no creo que sea maldición lo que aqueja a tu barco, sino persona. ¿a dónde lleva este corredor tan siniestro?, pues parece aspirar la luz de nuestra lámpara de lo oscuro que es. - Dije alzando ante mi la lámpara.

- Así parece Ramírez, y si no fuese el mas fuerte de los minotauros me asustaría al pensar que este corredor conduce a la bodega.

La bodega. ¿Cómo no se me había ocurrido antes?

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Nos armamos de valor, y con la espada en una mano y el candil en la otra, no s adentramos en el pasillo. Llegamos a topar con una pesada gruesa puerta de roble macizo, la cual se encontraba levemente entornada.

Entramos en la bodega y cerramos a nuestras espaldas la puerta con llave. La oscuridad casi era palpable en la bodega. El aire, asfixiante, dejaba un sabor a vinagre y humedad que se agarraba a la garganta. Allí hasta donde llegaba a iluminar mi candil se extendían varias filas de toneles, así como numerosos cajones de madera, algunos gigantescos, apilados entre si y formando una red de pasillos enrevesados. Por lo visto, la bodega también hacia su uso de almacén.

Sacando una antorcha de una mochila, Chot, encendiéndola en mi candil, se aventuró a perderse entre los cajones.

En sumo le admiré yo por su valor, y, con el arma presta, yo también inicié la búsqueda. Pasó un rato sin que nada encontrara ni ocurriese, pero, estando yo buscando entre los grandes cajones, se produjo un ruido a mis espaldas.

No poco sobresaltado me di la vuelta, presuroso a cargar un golpe contra lo primero que viese, pero cual fue mi sorpresa al no encontrar nada que me extrañase.

Volví a oír otro sonido, insólito y susurrante, y esta vez venia de detrás de un enorme cajón que reposaba contra la pared.

Con todos mis sentidos alerta, me acerqué sigilosamente al cajón. Me estreché contra él, y agucé el oído; estaba seguro de que detrás de este había alguien escondido.

Doblé la esquina del cajón. De detrás de la siguiente esquina había venido el susurro. Mi mano atenazó el mango de la espada. Con el candil por delante y la espada preparada, doblé la última esquina. Nadie. Una sensación extraña me sobrecogió. Dirigí mi candil al suelo. En el rincón que hacia el cajón con la pared, reposaba tirado en el suelo un extraño muñeco de paja y madera.

Entonces observé una luz acercándose.

Era Chot, que venía en mi busca.

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- No parece haber nada en la bodega - susurró este.

- No nos fiemos. "Lo que sea" parece escurridizo y silencioso. ¿Hay alguna otra salida en la bodega? - indagué.

- Sí, pero.... - contestó el minotauro dubitativo.

-¿Cuál es?

- La hay. La compuerta del techo, por la que hacemos descender los cajones. Pero es inalcanzable. - ratificó Chot.

Dicho esto, y con gran estruendo, sobre nuestras cabezas la compuerta se corrió, quedando ligeramente abierta.

Ambos la miramos estupefactos.

- Al parecer acabamos de ser de gran ayuda para nuestro enemigo.- declaré burlón - "lo que sea" ha escapado. ¡Corramos a la cubierta! - exclamé.

Cuando salimos a la cubierta todo estaba en calma. Cerramos la trampilla, y después la compuerta con un recio candado; tal era nuestro interés de dejar atrapada a la criatura ya fuese dentro o fuera del barco.

Digo pues, que hecho esto, permanecimos un instante, allí de pie, escuchando.

Nada perturbaba la quietud de la noche. Sin embargo, rompió mi concentración el avistar con el rabillo del ojo una pequeña figura descendiendo a mi navío por la escalerilla.

Nervioso, puse en alerta a Chot y le conminé, entregándole el candil, a que fuese a buscar raudo a su tripulación mientras yo, porque no escapase, vigilaba la escalerilla y ponía en aviso a mi tripulación a voces. Hizolo, pues, y yo, ante la escalerilla, apretando fuertemente mi espada con mis dos manos, me puse a gritar a mi marineros que se pusiesen en pie, que encendiesen todas las luces que pudiesen y que echasen mano a sus armas.

Al punto, pues ninguno de mis marineros debía poder dormir a causa de la inquietud, funcionaron como un solo hombre, en completo silencio, y en pocos segundos todas las lámparas del navío estaban encendidas, y todos los hombres permanecían alerta.

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Aguardé en silencio, gotas de sudor frío corrían por mi frente. De repente, percibí un sonido susurrante en la escalerilla, y acto seguido, algo ascendió por ella con una rapidez endiablada y me golpeó en la barbilla, tirándome al suelo.

El muñeco me miraba con sus ojos pérfidos e inexpresivos. Las puntas de los dedos de sus manos se alargaron y se tornaron increíblemente agudas.

Me levanté de un salto y lancé mi ataque, pero la criatura esquivó mi ataque y clavó sus garras en mi brazo.

Aullé de dolor y me lo aparté de encima de un manotazo. El muñeco cayó torpemente al suelo y se volvió a levantar, sibilante.

Volví a atacar, lamentando no tener el candil para incendiar a la criatura, y mi ataque volvió a ser esquivado.

Esta vez hundió sus garras en mi pierna y empezó a trepar por ella buscando mi cuello.

Antes de eso la aparte golpeándola con el mango de mi espada. El muñeco volvió a caer para súbitamente saltar encolerizado hacia mí.

Fue el momento en que comprendí que mi vida dependía de una rápida y única estocada, y, con un fugaz movimiento de media vuelta, le golpee cercenándole la cabeza.

Aún así, el cuerpo de la criatura cayó sobre mí, hundiendo sus garras en mi espalda.

Mi vista se nubló y perdí la consciencia.

Desperté dolorido y magullado en el camarote de mi navío una tranquila mañana. Tenía vendadas mis heridas, pero aún así me encontraba perdido y desorientado.

Después mis hombres me explicaron que había estado inconsciente durante varios días y que el capitán, como muestra de agradecimiento, nos había guiado hasta Ansalón y nos había obsequiado con víveres mas que suficientes, así como un misterioso paquete rectangular que descansaba junto a mi escritorio. Dicho paquete incluía señas de estar dirigido expresamente a mí por Chot.

Ordené salir a los marineros de mi camarote y, dificultosamente me conseguí levantar del camastro.

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Me acerqué, casi arrastrándome al misterioso paquete y lo abrí; dentro permanecía una hermosa espada con una ligera curvatura en la hoja, la cual se mostraba afilada y resplandeciente. Era una katana japonesa, símbolo de honor y gratitud en la civilización oriental, regalo de emperadores.

Harto agradecido y en deuda quedé con aquel noble minotauro.

Enfundé la katana y me la colgué al cinto. Desde aquel momento ella y yo seriamos inseparables.

Días después, y estando yo ya completamente restablecido, llegamos a orillas de aquel extraño continente al que llamaban Ansalón, y nos lanzamos a la aventura de conocerlo, descubriendo sus gentes, sus razas y su hermosura.

Fueron unos meses después cuando, tras gastar todo nuestro oro debido a reparaciones en el barco, llegamos a Bahía Buena, donde tuve que vender este para poder sobrevivir.

La terrible perdida de nuestro barco me entristeció en sumo, pero repartí el dinero con mis marineros y estos decidieron de adentrarse en el continente a buscar fortuna por separado.

Así pues, ellos partieron, y yo me quedé en Bahía Buena, durante varios años me gané la vida como pescador, aprendí el idioma común en todo el continente y me adiestré en el uso de mi katana.

Y permanecí, allí, solo, en las alegres costas de Bahía Buena, pero sin nunca olvidar mis orígenes, ni mi Castilla.

Y allí me quede durante algunos años, soñando con volver a conseguir otro barco, buscar al resto de mi tripulación, y volver a salir al mar, mi única pasión, para descubrir nuevos lugares donde ningún otro navegante hubiese llegado antes.

Fin

EL AVIÓN SIN PASAJEROS

Autor: Daniel.

En una noche tormentosa como las que suelen haber en los altos paramos andinos con rayos, truenos

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y centellas, Miguel escuchaba un nuevo ruido como el ronroneo de un lejano motor pero este se acercaba rápidamente.

En ese instante pensó Miguel; a Dios caracha quien será el loco que esta volando ese avión por estos lados. Cuando de improviso escucho un nuevo estruendo casi cerca de la casa, volvió a pesar para su interior ¡Caramba se estrelló ese hombre...!

Resolvió levantarse de la hamaca y vestirse rápidamente, llamo a gritos a sus tres hijos varones mientras María su esposa despertaba preguntado;

¿Que pasa Miguel...?

¡No oíste María, el avión...!

Se estrelló acá cerca dijo Miguel, saliendo hacia el zaguán de la pequeña casa donde habitaba, ya afuera con sus tres muchachos a medio vestir le preguntaban papá hacia donde vamos, a ver dijo Miguel asomándose al patio tras la torrencial lluvia vamos a subir hacia allá señalando un cerro donde tenían un sembradío de ajos, y de ahí nos orientamos, traigan linternas, los charapos, y algunos mecates vamos a ver que podemos ayudar, se colocaron sus ruanas y tomaron algunos plásticos y salieron todos juntos hacia el cerro cercano.

Ya en ese sitio mucho mas alto y despejado empezaron a mirar para todos lados cuando Julio el menor de los hijos dijo papá es por allá, se ve un incendio y con esta lluvia dijo el pelado.

Ya ubicado el sitio todos corrieron hacia donde señalaba Julio el avión había caído en medio de otro pequeño sembradío de ajos donde por cierto todos habían estado esa mañana abonando él cultivo, y se conocían de memoria el camino por la cantidad de veces que habían subido sacos de abono hacia esa pequeña parcela de siembra, al llegar todo era silencio tan solo se oía el chipotear de las llamas el crujir del metal caliente de los motores y partes incendiadas de las alas que hacían sonar cuando le caían las gotas de

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agua fría, producía un peculiar sonido como cuando cae agua en aceite hirviendo en una sartén.

Todo el avión lucia desmembrado, desintegrado parcialmente, objetos, partes de metal, piezas de plástico, butacas y maletas todo regado y oliendo a kerosina, mas no encontraban a nadie, ningún cuerpo, por mas que se empeñaron en rescatar a una persona no localizaban ningún cuerpo, ni a los miembros de la tripulación, ni a los pasajeros, se llegaron hasta lo que quedaba de la nariz del avión se veían la cabina toda retorcía pero no encontraban nada.

Ante este misterio Miguel resolvió mandar a Julio hacia la casa para que llevara un mensaje hacia el comisario del caserío al cual pertenecía su humilde casa, mas o menos unos 4 kilómetros mas abajo donde unas 20 casitas de otros lugareños vivían, anda y dile al Don José "El Comisario" que venga a ver lo que paso dile lo que viste, pero di el que antes de venir mande a alguien al pueblo a buscar mas ayuda, el muchacho salió raudo y veloz con sus 14 años corría cerro abajo a través de los caminos de la montaña hasta que llego jadeante a casa de Don José, tocando apresuradamente la puerta de la casa, Doña Matilde se levantó y preguntó:

¿Quien es y que quiere...?

A lo que Julio contó todo lo que había pasado, dijo doña Matilde válgame Dios y ese sinvergüenza no se quedo anoche en la casa, esta allá en el pueblo quien sabe con quien anda, ve y busca ayuda al pueblo le dijo doña Matilde.

A lo que dijo a Julio pero queda muy lejos para ir rápidamente a pie, amarra la mula que esta afuera ponle el bozal y ándate para ya pero rápido no pierdas tiempo, yo voy a avisar a los del caserío y vamos a subir a casa de tu mamá a ver en que podemos ayudar.

Julio se monto en la mula vieja y salió por el camino hacia el pueblo, pensando en la oscuridad menos mal que este animal se conoce este camino por que lo que soy yo no veo nada, y menos con esta lluvia. La mula apretaba mas el paso sabía que iba hacia el pueblo y más rápido caminaba porque cada vez que iba allá le daban buen pasto y melaza.

Julio no hacia nada mas que agarrarse de la crin de la mula que ya dejaba el pasi trote iba mas trotando casi galopando cerro abajo, ya muy cerca del pueblo a la entrada estaba la bodega de Don Lucio allá veía luz y gente allí.

Dirigió su cabalgadura hacia allá, cuando todos salían a ver quien era el loco que venia con esa lluvia

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corriendo, pues en el silencio de la noche los cascos de la mula retumbaban como tambores de guerra.

¿Pero si es el pelao de Miguel que habrá pasado se pregunto Don Lucio...?

A ver mijito a ti quien te trae con esa mula a estas horas de la noche le preguntaron todos a Julio.

¡Epa! Dijo esa mula es mía, tu que haces con ella, dijo Don José.

A ver que pasa mijito, dijo todos de los concurrentes.

Dale un palo de mistela para que se caliente dijo otro.

Bueno Don José es que Doña Matilde me dijo que lo buscara por lo que paso.

Acaba de contar que fue lo que paso, dijo Don Lucio.

Es lo siguiente y les relato lo ocurrido en la siembra a ajos, revolucionándose el ambiente todos salieron a despertar y dar la alarma al pueblo.

Otros a preparar las bestias para subir a la finquita de Miguel.

Bueno abra que enviar a alguien a la policía para avisar, dijo Don José.

Ya todos subían hacia la finca de Miguel preparados para socorrer a los ocupantes del avión.

Doña Matilde y otros del caserío ya habían llegado a casa de Miguel y con María preparaban un fuerte café para paliar el frío del páramo, todos en la casa señalaban hacia donde se veían aun las llamas del incendio.

A todas estas Miguel y sus otros dos muchachos revisaban y revisaban y no encontraban a nadie por mas vueltas que dieron no habían gente, que extraño se decía para sus adentros seria que saltaron en paracaídas se preguntaba, pero este avión no es militar es de pasajeros se ven ropas y maletas por todos lados y la gente donde esta, continuaba preguntándose Miguel.

Ya casi amanecía cuando empezó a oír gritos entre la niebla.

Miguel, Miguel, Miguel, donde estas?

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A lo que él respondió es ¡Por acá!

Vio cuando Don José y los del pueblo llegaban presurosos todos nerviosos y agotados de tanto subir, a ver que encontraste dijo Don José, mire por allá están los motores aun echan candela y humo, por acá parte del avión y un ala, por este otro lado esta la trompa (nariz del avión) pero yo no encuentro a la gente le dijo en tono bajito y casi al oído, será que no tenias luz para ver bueno ya casi amanece con la luz del sol podamos ver mejor dijo Miguel bueno muchachos a buscar la gente que venia en este avión dijo Don José, y todos empezaron a escarbar bajo los escombros del avión volteando las piezas grande y pequeñas pero luego de pasar casi mas de dos horas buscando en vano todos se acercaron a donde Don José y le dijeron que a pesar de ser ya de mañana y con buena luz no habían encontrado a nadie.

Que extraño, muy extraño se decían todos y donde están empezaron a decir que se desaparecieron ya entrada la mañana casi cerca del medio día llegaron los policías y bomberos de la ciudad más cercana todos ellos presurosos preguntaban dónde están los heridos y muertos, sobrevivió alguien preguntaban otros a los que Don José llamo a todos y le dijo bueno yo no se que paso acá pero el avión esta ahí todo destrozado pero gente viva o muerta no hay, por mas que

buscamos no encontramos a nadie y ahora que vamos a hacer se preguntaban otros como decimos que no encontramos a nadie quien nos va a creer, bueno yo solo se que de ese mamonazo que se dieron con el cerro todos deberían estar muerto, y los muertos no caminan donde están vaya a saber yo, para donde se fueron los muertos, otro dijo y si el avión venia solo, bueno y quien lo piloteaba no sé pero por lo menos una persona pero no encontramos a nadie.

Y en ese instante otra vez los gritos, Daniel, Daniel, despiértate que se te hace tarde para ir a clases, dijo mi mamá. Me desperté y me levante tan bueno, y tan bueno que estaba el sueño que tenia que no supe en que termino lo del avión sin pasajeros.

FIN

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EL CÉLEBRE MAQUINISTA DAGOBERTO Y LA

INCREIBLE HISTORIA DE LAS VÍAS DEL TREN

Hace muchos, muchos años, los trenes no iban por la vía. Como no existían las vías, los trenes podían ir por donde querían.

Los maquinistas eran los encargados de manejar las locomotoras que arrastraban a todos los vagones. Estos expertos maquinistas sabían muy bien cuál era la ruta a seguir y, continuamente, iban y venían por el mismo camino. Siempre igual. Día tras día, durante meses y meses y hasta ¡por años! Pero un día Dagoberto se aburrió de recorrer tantas veces el mismo camino y se fue con su tren, lleno de pasajeros, a la playa. Pasaron un día muy lindo y nadie protestó por no haber llegado a destino en el horario correspondiente. Ya muy tarde, subieron a los vagones para seguir viaje y, como era una noche sin luna, estaba muy oscuro y Dagoberto no pudo encontrar el camino y se perdió. Cuando salió el sol el tren estaba en la punta de una montaña. El paisaje era tan lindo, que los pasajeros le pidieron a Dagoberto que se detuviese un ratito. Entonces, todos se bajaron a

recoger flores y a correr un poco para estirar las piernas.

Y así fue como ese tren llegó a la estación con, ¡quince días de retraso! Fue por eso que el maquinista Dagoberto se volvió célebre. Y también fue por eso que los dueños del ferrocarril inventaron las vías: para que nunca más un maquinista aburrido se fuese de paseo o se pudiera perder por el camino. Desde entonces, todos los trenes del mundo van por la vía.

FIN

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BHUHB EN EL MONTAÑA

En la montaña vive Balarad, el Oso Montañés, que duerme todo el invierno, y cuando se despierta tiene muy buen humor, pero está tan dormido, que se tropieza con los árboles, pero con los árboles grandes que se pueden defender, no contra los chiquitos que se quebrarían.

Balarad, es un oso muy divertido, rojo como el otoño, y con unos dientotes muy grandes que los chicos usan para medir si está bien de largo el soporte de los barriletes. A Balarad le encantan los barriletes y es campeón de remontada de barriletes.

Una vez levantó uno que se enganchó en una estrella y tuvieron que cortar la soga. Con lo que tuvimos la primera estrella con barrilete. Luego se puso de moda y todas las estrellas bajaban a tratar de agarrar un barrilete. Balarad fabrica sus propios barriletes. Los hace de papel hojas secas de árbol y de ramitas que se cayeron. Las sogas se las manda a pedir especialmente, porque son sogas de seda de gusano de seda, por lo que remontar uno de los barriletes de Balarad es una cosa muy agradable para las manos. Lhahl siempre quiere quedarse con una de las sogas

para atarse el pelo, pero nunca se las pide porque es muy tímida.

Los barriletes que hace Balarad, son de todos colores, porque pinta cada hoja seca con un color distinto, y en algunas pinta cosas muy trabajadas como el de un Caballo-Gallo o una Gallina-Caballo.

Pero desde hace un tiempo, Balarad pinta las Aventuras de Bhuhb en los barriletes para que, cuando se le corta una soga o el barrilete se lo roba algún arbolito, tengan con qué entretenerse en los ratitos libres.

Es, por cierto, un oso muy trabajador. Se la pasa juntando hojitas en el otoño para cuando salga la primavera poder hacer los barriletes y remontarlos en el verano.

A la princesa Alba, en su cumpleaños, le regaló un barrilete hecho con hojas de Abedul, madera caída de un Arrayán, e hilo de barrilete de un gusano de seda Marroquí, experto en artes marciales.Tenía escrito muy chiquitito en un borde:

"Para la princesa más Azul y más bonita. Balarad".

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FIN

HISTORIA DE LA NIÑA QUE QUERÍA TENER SU

PROPIO MAR

  "Primero estaba el mar..." Mitología Kogui  A Jorge Raúl Garzón Tello.

Triste, acongojada, la niña le había dicho varias veces a su padre que quería tener su propio mar.

– Te llevaré de nuevo un día de estos a la playa –le decía su padre, tratando de consolarla.

 – ¡No! –replicaba ella furiosa–: ¡Yo quiero que me traigas el mar hasta aquí! ¡Quiero tener un lindo mar para mí sola, en el jardín de la casa!

El hombre no sabía qué hacer. Por mucho que pensaba y pensaba, no encontraba la manera de explicarle a su hija que el mar no tiene dueños, y menos la idea de traerle uno para ella sola. "Se regala una flor, un mango de corazón, un banano o una sarta de huevos de iguana... pero, ¿un mar? ¡Eso es imposible!", pensaba.

Una tarde, un azulejo lo vio cabizbajo, sentado sobre un tronco. A cada momento se llevaba las manos a la cabeza y dejaba escapar una que otra queja en voz alta. Lloraba. Curioso, el azulejo se le acercó.

– ¿Por qué tan triste? –le preguntó, posándose en las ramas más bajas de un arbusto cercano.

– Mi hijita Irene quiere un mar para ella sola –contestó el hombre, desconcertado.

– ¿Es eso todo? –inquirió el azulejo.

– Todo... –musitó el hombre metiendo la cabeza entre las manos–. ¡Pero yo no sé cómo traerle un mar hasta aquí!

– ¡Espérame un momento! –le ordenó el azulejo–: ¡Trataré de conseguir a alguien que quiera traerle un mar a tu hija!

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Y se fue. Al rato, el hombre oyó un intenso aleteo, miró hacia el cielo y vio al azulejo y a tres gaviotas bajar hasta el arbusto.

– Te traemos el mar que deseas para tu hija –dijo una de las gaviotas–: Azulejo nos contó de tu pena y del deseo de ella de tener su propio mar, y hemos decidido complacerla –agregó.

– ¿Mar? –exclamó el hombre, decepcionado–: ¡Pero si eso no es un mar! ¡Es un simple caracol...!

– Escucha... –le profirió una gaviota blanca de copete negro que había permanecido silenciosa–: ¡Aquí está el mar! ¿Lo oyes? Y le extendió el caracol.

Incrédulo, el hombre tomó el caracol y lo acercó a su oído.

– Sí, lo oigo –respondió–. Pero mi hija no lo quiere allí, dentro de un caracol. Lo quiere en su jardín, para bañarse en sus aguas para corretear en sus arenas blancas.

– ¡Tu hija es muy exigente! –chilló la gaviota más joven–: ¿Sí lo merecerá?

Y voló hacia un cámbulo florecido. Las otras gaviotas y el azulejo la siguieron.

Un buen rato duraron cavilando.

– ¡Es una niña muy exigente! –insistió la gaviota más joven.

– Todos los niños lo son –aclaró la del copete negro–: Pensemos en una solución...

– ¡Ya...! ¡Ya...! ¡La tengo...! –graznó la más veterana de las gaviotas–: Su hija...

– ¡Irene...! –exclamó el azulejo, frotándose las alas.

–... Su hija Irene tendrá su propio mar, porque así lo ha deseado.

Y volvieron donde el hombre.

– Tu hija tendrá un mar –dijo la más veterana de las gaviotas–. Pero habrá una condición.

– ¿Cuál? –preguntó el hombre.

– Tendrá que, con los días, empezarlo a compartir con todas las aves del contorno.

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– ¡Lo hará! –aseguró el hombre, radiante–. Y no sólo con las aves, sino también con los insectos y las plantas. ¡Y con sus vecinos!

– Bien –dijo la más veterana de las gaviotas–: Toma el caracol que te hemos dado, llévalo a tu casa, y siémbralo en el jardín.

– ¿Sembrarlo en el jardín? –objetó el hombre, confundido.

– ¡Claro! –insistió la gaviota– ¿Acaso no hay que sembrar para recoger?

Y levantó el vuelo, las otras dos y el azulejo levantaron también el vuelo, siguiéndola de cerca.

Desconcertado, el hombre se llevó el caracol para su casa. Pero una vez allá, comenzó a dudar. No sabía si colocarlo de adorno en su mesita de noche, si usarlo para que las puertas no se cerraran de golpe, o sembrarlo en el jardín, conforme se lo había aconsejado la gaviota. "¿Sembrarlo en el jardín?", pensaba: "Nunca había escuchado tanta necedad...".

– ¡Yo quiero un mar! ¡Yo quiero un mar! –gritaba su hija, inconsolable.

– Lo sembraré en el jardín –decidió el hombre–: Al fin y al cabo, nada se pierde con probar.

Y lo sembró en todo el centro del jardín, marcando el sitio de siembra con una estaca.

Pasaban los días, y la tristeza de Irene aumentaba. A pesar de sus exigencias, su padre guardaba silencio. A veces se le veía intranquilo, sobre todo cuando por las tardes se dirigía al jardín.

Una noche, un ruido extraño despertó al hombre. Rápidamente se dirigió al jardín. El ruido lo ocasionaba un topo que, escarbando, había dado con el caracol, y se disponía a hacerlo trizas.

– ¡Ea! ¡Deja eso ahí! ¡Es mío! –le gritó el hombre, visiblemente alterado.

Asustado, el topo se alejó por entre los matorrales, dejando el caracol al lado de un rosal, de donde el hombre lo rescató para volverlo a sembrar.

– Esta vez lo sembraré bien hondo –dijo el hombre.

Y lo sembró. Otro día, fueron las hormigas. Presurosas, llevaban el caracol en andas, buscando la

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manera de meterlo en uno de los tantos agujeros que tenían en el jardín.

– ¡Váyanse a otro lado! –les ordenó el hombre arrebatándoles el caracol–: ¡Conténtense con las hojitas y los tallos tiernos!

Desde entonces, decidió montar vigilancia en el jardín, sobre todo en las noches, que era cuando más peligro corría el caracol de desaparecer.

Pero nada sucedía en el jardín. Salvo el desplazarse sigiloso de una ardilla, el vuelo de una torcaza, el canto de las cigarras al atardecer o el ruido imperceptible de una flor abriéndose a la vida, nada extraordinario sucedía en el jardín. Aquélla siempre parecía condenada al fracaso.

Una mañana, cuando ya Irene había perdido las esperanzas de tener su propio mar, un aleteo intenso la despertó bien temprano. La niña saltó de la cama, se frotó los ojos y se encontró con que tres bellas gaviotas –una de ellas con un copete negro– se habían posado suavemente en el alféizar de su ventana. Una brisa ligera movía las cortinas y llenaba la estancia de un olor a trópico.

– ¡Levántate, Irene! –le ordenaron las gaviotas en coro–: ¡El mar que deseabas ya está aquí!

– ¿El mar...? –preguntó la niña intrigada.

– ¡Sí! ¡El mar! –respondieron en coro las gaviotas–: ¿Acaso no lo pedías? ¿No querías tener un mar para ti sola, en el jardín de su casa?

Irene no pudo responder. Emocionada, se dirigió al jardín: ¡Todo su jardín se había convertido en un inmenso oleaje azul, con palmeras y arenas blancas, alcatraces, cangrejos y corales, y, a lo lejos, la vela blanca de un barquillo se recortaba contra el cielo!

¡Allí estaba el mar, su mar!

Presurosa, la niña corrió a la habitación de su padre, que dormía profundamente en su catre, después de otra noche de vela en el jardín.

– ¡Padre! ¡Padre! –llamó–: ¡El mar! ¡El mar! ¡Por fin tengo un mar para mí sola, en el jardín de la casa!

Y con una alegría que le salía por todo el cuerpo, agradeció a su atónito padre el que le hubiese permitido tener su propio mar, allí mismo, en el jardín de su casa.

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– ¡Tendrás que compartirlo con las aves del contorno, los insectos, las plantas y tus vecinos! –alcanzó a decirle el hombre.

Irene ya no oía. Descalza, con el cabello suelto, corría por la tibia arena detrás de un cangrejo ermitaño que presuroso, volvía a su guardia en el brote rojizo de un hermoso coral.

LA LAGUNA DORADA

Tristán y Tristona están ya totalmente integrados en el mundo real, y el mundo de las hadas es apenas un sueño lejano. A los dos les gusta mucho ir al colegio, jugar con sus amigos y aprender cosas nuevas. Saber leer y escribir les ha descubierto un universo enorme.

Cada noche leen cuentos que les hacen vivir aventuras fantásticas y, una vez que sus padres les apagan la luz, prolongan las historias cuchicheando bajo las sábanas. A veces incluso las escriben y las dibujan al día siguiente.

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Prisco, a diferencia de cuando eran pequeños, pasa todo el día en el País de las Hadas, del que solo regresa para dormir a los pies de sus camas. Pero una noche no regresa. Los niños están apenados. ¿Dónde puede estar? ¿Por qué no ha venido a dormir con ellos? Nunca ha faltado a su cita. Esa noche tardan en conciliar el sueño. Los dos sueñan que Prisco está despidiéndose de ellos. Les dice que ahora ya no lo necesitan y que su lugar está en al País de las Hadas. Pero en prueba de su amor por ellos les regala su cascabel y se aleja haciendo piruetas.

Cuando se despiertan, lo primero que ven es el cascabel de Prisco brillando encima de la mesilla. ¿Entonces no ha sido un sueño? Es sábado y no hay colegio. La ausencia de Prisco les hace sentir una gran nostalgia. Su madre, al verlos así, les propone:

- Ya sé lo que haremos hoy, os llevaré a la Laguna Dorada.

- ¿De verdad nos llevarás?- preguntan incrédulos.

Su madre les ha hablado alguna vez de esa laguna, cuyas aguas son tan cristalinas que, a través de los rayos del sol que se reflejan en ellas, puede verse el País de las Hadas. Están entusiasmados con la idea. Ellos mismos preparan la bolsa de la comida con los bocadillos y la limonada que les enseñó a hacer su madre.

Hace un día precioso. El sol brilla con una amplia sonrisa, sin ninguna nube que le haga sombra. Huele a pino, a romero y a lavanda. Y el silencio de la laguna solo es interrumpido de vez en cuando por el canto del cuco o el arrullo de la alondra. Los niños contemplan maravillados aquella extensión de agua que parece un inmenso espejo de oro.

- Sentaos aquí, en la hierba, y quedaos muy quietos. Con la vista en un punto fijo- les susurra su madre.

- ¡Mira, es Brilada! – exclama Tristán, reconociendo los brillos de su falda.

- Ya está peleándose con Florada, siempre están igual – comenta Milada.

- ¿Por qué se pelean? – quiere saber Tristán.

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- Parece que Florada está enfadada porque Brilada ha puesto demasiado rocío en las flores. Dice que el verano está a punto de aparecer y que un exceso de agua sobre las rosas estropearía sus lindos pétalos. Pero Brilada le responde que, si no fuera por su rocío, el sol las secaría con sus potentes rayos.

- ¿Qué hacen ahora? ¿Por qué frotan su nariz una con otra? – pregunta Tristán.

- Es su manera de pedirse perdón y hacer las paces. El enfado apenas les dura unos segundos. La verdad es que se adoran – dice Milada.

- ¿Y qué son esos puntitos que aparecen y desaparecen? – quiere saber Tristona.

- Son Pif, Paf y Pof – le informa su madre-. ¿Ya no los reconocéis?

- Hace mucho que no aparecen por el colegio para hacer de las suyas – dice Tristán.

- Ni en casa – añade Tristona.

- Eso es que os estáis haciendo mayores, pero siempre recordaréis sus travesuras – les dice Milada.

Los niños pasan una tarde estupenda viendo a las hadas, los gnomos y los duendes, aunque sea a través de las aguas de la Laguna Dorada. Al regresar a casa, escriben un cuento con todo lo que han visto esa tarde y bailan al son del cascabel de Prisco.

FIN

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LAS VACACIONES DE

MARTA

Viernes, seis de la tarde… ¡¡YUUUUUUPIIIIIIII!!!. Después de haber estudiado durante todo el año, por fin había llegado el momento de descansar.

Marta con sus papás y su hermanito Luís, se fue de vacaciones a un tranquilo pueblecito de la costa, donde acostumbraban a ir a pasar todos los años las vacaciones. Era fantástico, Marta tenía un grupito de amiguitas y se lo pasaban en grande. Hacían todo tipo de actividades y se pasaban el día jugando.

Lo primero que hizo cuando llegó fue coger su bicicleta e ir en busca de sus amiguitas. Todas corrieron con sus bicicletas por todo el pueblo…

- ¡A ver quién llega antes a la fuente!

Una de las cosas que más le entusiasmaba, era ir al mar a pescar muy temprano con su papá y su hermanito Luís. Mientras su papá pescaba con sus

largas cañas, Marta intentaba pescar cangrejos, en las rocas…

- ¡Cuidado, que no se escape! – le decía a su hermano.

También era una gran jugadora de tenis. Procuraba ir todos los días a jugar, aunque claro, algunas veces también perdía. A pesar de todo, ella nunca se enfadaba por ello, procuraba cada día mejorar su juego.

Y después de una partida de tenis…¿A quién no le apetece una buena zambullida en la piscina? Y más cuando el sol brilla en medio del transparente azul del cielo.

FIN

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NOS VAMOS DE

VACACIONES

Pepe y Ana Rosa son dos hermanos de 18 y 17 años un poco alocados. Después de rogar bastante a sus padres, les han permitido viajar de vacaciones con sus amigos a un pueblo de la costa no muy lejos del pueblo donde ellos viven. Y para ello, su papá les ha regalado un coche para que el viaje sea mucho mejor.

- ¡Qué bien vamos a pasarlo de vacaciones! – decía Ana Rosa -. Nos divertiremos de lo lindo.

- Y con este coche nuevo que nos ha regalado papá aún lo pasaremos mejor – exclamó Pepe.

Una vez cargadas las maletas en el maletero del coche, Pepe y Ana Rosa emprendieron el viaje en

busca de sus amigos que estaban ya en el lugar de vacaciones.

- ¡Cómo corre! ¡Cómo corre! – gritaba Pepe, entusiasmado.

- Es un coche estupendo – dijo Ana Rosa.

- ¡Socorro! ¡Socorro! – gritaban las gallinas al verles venir a gran velocidad.

- ¡Uy! ¡Uy! – dijo el cerdito -. Esos niños traviesos por poco me atropellan.

- ¡Parad! ¡Parad! – gritaba aquel monito que estaba en medio de la carretera. Pero Pepe no hacía caso a las peticiones del mismo.

- Verás que susto voy a darle a ese monito – dijo Pepe.

- ¡Que me vais a atropellar! ¡Socorro! – gritó el monito, muy asustado.

- ¡Apártate de ahí! – dijo la niña.

Pero de pronto, la carretera quedó cortada y los dos hermanitos se encontraron volando por los aires.

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- ¿Qué pasa aquí? – dijeron asustados -. La carretera ha desaparecido.

- ¡Oh! – exclamó Pepe al estrellarse de narices contra el suelo.

- ¡Uy! ¡Uy! – se quejó la niña- . ¡El suelo está muy duro!

- Yo solo quería avisaros de que la carretera estaba cortada – les dijo el monito.

- Nos está bien empleado – contestó Pepe -. Esto nos ha pasado por correr demasiado y por querer asustar a los demás. Y la cuestión es que las vacaciones ya se han acabado por irresponsables, y coche de papá ha quedado destrozado.

CANCIÓN DE LA VACACIÓN

Cuando sea mayor, o muy mayor, no olvidaré esta canción de la vacación.¡Qué bien juego en el verano con mi hermana, con mi hermana!bajo el sol y sin abrigo,con mi amiga, con mi amigo,con la pelota de goma,¡chuto!, ¡toma!Con pelota y raqueta, con el verso del poeta,llegaremos a la metacantando la canción de la vacación.

LA PLAYA

Hacía bochorno ese día. La punta oeste de la playa estaba ocupada por los turistas que llegados el fin de semana se acomodaban en las hamacas verdes y blancas que el hotel ponía a su disposición. Apenas se movían intentando absorber los rayos de sol que

transformaría su piel, ahora blanquecina en un moreno dorado que lucirían a su vuelta a la ciudad. Algunos hojeaban un libro o una revista y otros, indolentes contemplaban los veleros fondeados en la bahía, porque el mar estaba en calma sin que la más pequeña brisa moviera el oleaje. Los surfistas sentados en la arena oteaban el horizonte esperando el menor atisbo de viento para cabalgar sobre las olas en sus tablas de

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colorines. Si apretaba el calor se levantaban y con paso cansino se acercaban al agua para darse un chapuzón que los mantendría frescos durante unos minutos. Cerca del espigón los más jóvenes jugaban a voleibol ante la expectación de un grupo infantil que jaleaban las jugadas.

Hacia el este la playa se prolongaba circundando la bahía. Desaparecían los hoteles y las torres de apartamentos y aparecía una extensión de arena fina y dorada rodeada por las dunas que el viento formaba, cubiertas por lentiscos y jaras. Era una playa casi salvaje solamente hollada por algún pescador que esperaba pacientemente fumando un cigarrillo que alguna mojarra o lisa picara el cebo de su caña.

Pero principalmente la playa era el hábitat de los charrancitos, vuelvepiedras, chorlitejos y gaviotas que paseaban por la orilla dejando un entramado de huellas parecido a un velo de encaje. De vez en cuando remontaban el vuelo y planeaban sobre el mar extendiendo sus alas sobre la sabana de sal. Luego caían en picado sobre la espuma de las olas dejando oír sus chillidos que se superponían al rumor del oleaje.

Tan sólo competían en el espacio con los panderos. Grandes cometas de mil formas y colores revoloteaban por el aire poniendo una nota alegre en el cielo. No eran como los de antaño, cuando los niños los hacían con sus propias manos. Sólo necesitaban dos cañas y papel de colores. Luego añadían una cola con retazos de tela. El aire los elevaba y los hacia girar a su compás ondulándose como una bailarina oriental. Hoy eran más sofisticados y vistosos de nuevas fibras que los hacía leves y airosos y adoptar mil formas diferentes, un pájaro, una estrella, cada uno de ellos más bello que el otro pero habían perdido su inocencia infantil y hoy los manejaban adultos que competían entre ellos.

Pero la niña del bañador azul no se fijaba ni en las gaviotas, ni en los panderos ni en los turistas. Inclinada sobre las rocas buscaba conchas que luego alineaba cuidadosamente sobre el suelo. Escogía de ellas y las introducía en un cubo de plástico amarillo con dibujos de peces rojos. El hombre que deambulaba cerca buscando cangrejos y muergos la contempló durante un rato mientras ella examinaba arrobada su tesoro.

-¿Qué estás haciendo? preguntó. Ella alzó sus ojos verdes de mar y contestó muy seria: -Recojo conchas. -Eso ya lo veo -dijo él- pero, ¿para qué? -

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Voy a ser la Reina de las Aguas en la función del colegio y mi mamá me va a hacer una corona como la de las sirenas, pero tiene que ser más bonita porque la Reina es más importante. Por eso sólo escojo las de nácar dorado.

El hombre se quedó un rato hurgando entre las rocas mientras pensaba con ternura que en verdad sería una hermosa reina con sus cabellos cobrizos envueltos en conchas de oro. Poco después se despidió de la niña y caminó despacio hacia el espigón. Apenas hubo andado unos pasos cuando, sin previo aviso, saltó el Levante, un viento que llega del interior de África, racheado y caliente que asombra no sólo por su fuerza sino también por su persistencia. En pocos segundos unos enormes remolinos de arena y salitre erizaron la superficie del agua y pusieron en movimiento hamacas y sombrillas que revoloteaban en círculos a lo largo de la playa El mar irritado por el brusco despertar de su letargo levantó inmensas olas que se erguían soberbias y luego se estrellaban contra las rocas desgranándose en una estela de espuma blanca que se extendía por la orilla.

Los turistas apresuradamente recogieron sus toallas, esterillas y bolsos y se encaminaron hacia el paseo marítimo buscando un cobijo donde resguardarse del viento y de la arena. El hombre decidió hacer lo

mismo, pero el viento le llevó retazos de gritos y frases sueltas y percibió una gran agitación entre los bañistas.

¡Ha sido un golpe de viento! ¡Se ha estrellado contra las rocas! ¡Pobrecilla! ¡Sólo es una niña! ¡Ya la traen!

Miró hacía la escollera. Dos socorristas llevaban en sus brazos el cuerpo inerte de la pequeña. La sangre se confundía con su pelo rojo y las manos caían lacias a lo largo de su cuerpo.

Abandonadas sobre las rocas, brillaban al sol las conchas de nácar.

UN DÍA EN LA MONTAÑA

No siempre hay consenso en las decisiones que se toman en la Huerta, a muchos no les gusta la Montaña: odian visitar parientes. A otros lo que más les molesta son las basuras que van dejando los de siempre, - una siembra de veneno - es como lo llama el abuelo Olmo a esto. Pero aún así, son los más los que se van de romería a la Montaña, aunque Nieve o no, en realidad, cuando Nieva la mayoría de ellos están en latas o en panzas, o viajando por los retretes camino de volver a engendrarse. La Montaña es

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bonita, se ve límpida (de lejos) y cuando uno se acerca, se da cuenta de lo pequeño que es; como le ocurre al Guisante, que cuando se apea del Caballo mira lo grande que es la Montaña. Es en la falda de la Montaña, cerca de las costuras, donde los amantes de las reuniones familiares se juntan, y es en la cima de la Montaña, donde los amantes de los amantes se juntan. Más de una vez todos ellos han sido sorprendidos por un cazador, eterno madrugador en busca de la presa, es entonces cuando suceden esos lamentables accidentes de caza. Cuando todos regresan para casa ven de frente a la comitiva mandada del pueblo para que recoja al mal habido cazador. Y es que la Montaña no quiere a todos sus habitantes por igual.