Lecturas Obligatorias 2013

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HISTORIA DE LA PSICOLOGÍA: LECTURAS OBLIGATORIAS (2013) WILHELM WUNDT: Los métodos de la psicología. SIGMUND FREUD: El aparato psíquico. FRANCIS GALTON: Las capacidades intelectuales son innatas. JAMES R. ANGELL: El credo funcionalista. BURRHUS F. SKINNER: ¿Hombre autónomo o control ambiental? LEON FESTINGER: La disonancia cognitiva. THOMAS SZASZ: El mito de la enfermedad mental.

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HISTORIA DE LA PSICOLOGÍA:

LECTURAS OBLIGATORIAS (2013)

WILHELM WUNDT: Los métodos de la psicología.

SIGMUND FREUD: El aparato psíquico.

FRANCIS GALTON: Las capacidades intelectuales son innatas.

JAMES R. ANGELL: El credo funcionalista.

BURRHUS F. SKINNER: ¿Hombre autónomo o control ambiental?

LEON FESTINGER: La disonancia cognitiva.

THOMAS SZASZ: El mito de la enfermedad mental.

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WILHELM WUNDT (1832-1920)

Los métodos de la psicología

[1896]

1. Siendo el objeto propio de la psicología no los contenidos específicos de la experiencia sino la experiencia general en su naturaleza inmediata, no puede servirse de otros métodos que de los usados por las ciencias empíricas, tanto en lo que respecta a las afirmaciones de los hechos, como en lo que respecta a los análisis y a la ligazón causal de los mismos. La circunstancia de que la ciencia de la naturaleza hace abstracción del sujeto y la psicología no, puede ciertamente implicar modificaciones en el modo de usar los métodos, pero en manera alguna en la naturaleza esencial de los métodos usados.

Ahora bien, la ciencia natural, que como campo de investigación primeramente constituido puede servir de ejemplo a la psicología, se auxilia de dos métodos principales: el experimento y la observación. El experimento consiste en una observación en la cual los fenómenos observables surgen y se desarrollan por la acción voluntaria del observador. La observación, en sentido estricto, estudia los fenómenos sin semejante intervención, tal como se presentan al observador en la continuidad de la experiencia. Siempre que es posible una acción experimental, hacen uso de este método las ciencias naturales; siendo en todos los casos, incluso en aquéllos en que los fenómenos se prestan a una observación fácil y exacta, una ventaja el poder determinar voluntariamente su nacimiento y su desarrollo y aislar las partes de un fenómeno complejo. Pero en la ciencia de la naturaleza ya se encuentra establecido un uso distinto de estos dos métodos, según sus diversos campos. En general, se cree el método experimental más necesario para ciertos problemas que para otros, en los cuales no es raro se llegue al propósito deseado mediante la simple observación. Estas dos especies de problemas se refieren, prescindiendo del corto número de excepciones procedentes de relaciones especiales, a la distinción general de los fenómenos naturales en procesos naturales y objetos naturales.

Cualquier proceso natural (por ejemplo, un movimiento de luz o de sonido, una descarga eléctrica, el producto o resultado de la descomposición de una combinación química, así como un movimiento estimulante o un fenómeno de cambio en el organismo de las plantas o de los animales) requiere la acción experimental para la exacta determinación de su desarrollo y para el análisis de sus partes. En general, tales acciones experimentales son deseables, porque sólo es posible hacer observaciones exactas cuando se puede determinar el momento de aparición del fenómeno. Son, pues, necesarias para distinguir entre sí las diversas partes de un fenómeno complejo, porque esto, en la mayor parte de los casos, solamente puede suceder cuando arbitrariamente se pasan por alto algunas condiciones o se le agregan otras, o también cuando se modifica su importancia.

Cosa muy diferente sucede en lo que respecta a los objetos naturales, los cuales, relativamente, son objetos permanentes que no necesitan producirse en un momento determinado, sino que a cualquier hora se hallan a disposición del observador. Generalmente, tratándose de tales objetos solamente se requiere una investigación

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experimental cuando queremos indagar los procesos de su nacimiento y variaciones; en este caso encuentran aplicación las mismas consideraciones hechas en el estudio de los procesos naturales, porque los objetos naturales se consideran como productos o como partes de procesos naturales. Cuando, en lugar de esto, únicamente se trata de la naturaleza real de los objetos, sin tener para nada en cuenta su formación y sus variaciones, basta entonces la simple observación. En este caso se encuentran, por ejemplo, la mineralogía, la botánica, la zoología, la anatomía, la geografía y otras ciencias semejantes que son de mera observación mientras en ellas no se introduzcan, como sucede a menudo, problemas físicos, químicos o fisiológicos; en una palabra: los problemas que se refieren a procesos naturales.

2. Si transportamos estas consideraciones a la psicología, aparece desde luego manifiesto que, por su propio contenido, se halla, sin duda, constreñida a seguir el mismo camino de las ciencias en las cuales sólo es posible una observación exacta bajo la forma de observación experimental, y que, por este motivo, nunca puede ser una ciencia de mera observación. En efecto, el contenido de la psicología consiste en procesos y no en objetos persistentes. Para indagar la aparición y el curso exacto de estos procesos, su composición y las recíprocas relaciones de sus diversas partes, tenemos, antes de nada, que producir a nuestra voluntad aquellas apariciones y poder variar las condiciones según nuestros propósitos, lo que únicamente es posible mediante el experimento y no por la mera observación. A esta razón general se agrega una especial para la psicología que no es igualmente aplicable a los fenómenos naturales. Puesto que en éstos hacemos abstracción del sujeto cognoscente, nos es posible servirnos, bajo ciertas condiciones, de la simple observación; sobre todo si ésta, como en la astronomía, se halla favorecida por la regularidad de los fenómenos, en cuyo caso es dado determinar con suficiente seguridad el contenido objetivo de los fenómenos. Pero la psicología, no pudiendo por principio hacer abstracción del sujeto, sólo podría encontrar condiciones favorables para una observación casual cuando, en muchos y repetidos casos, las mismas partes objetivas de la experiencia inmediata coincidieran con el mismo estado del sujeto. No es posible que esto acontezca por la gran complejidad de los fenómenos psíquicos, tanto más cuanto que de un modo especial la misma intención del observador, que siempre tiene que estar presente en toda observación exacta, altera substancialmente el principio y el curso del proceso psíquico. La observación natural, por el contrario, no se halla generalmente turbada por la intención del observador, porque desde el principio prescinde deliberadamente del sujeto. Consistiendo uno de los principales objetivos de la psicología en la exacta investigación del modo de surgir y de desarrollarse de los procesos subjetivos, es fácil comprender cómo, en este punto, la intención del observador altera substancialmente los hechos observables o los suprime del todo. Por el contrario, la psicología, por el modo natural en que surgen los procesos psíquicos, se ve constreñida, precisamente lo mismo que la física y la fisiología, al método experimental. Una sensación se presenta en nosotros bajo condiciones favorables a la observación si la suscita un estímulo externo, por ejemplo, una sensación del sonido por un movimiento sonoro externo, una sensación de luz por un estímulo luminoso externo. La representación de un objeto se halla siempre originariamente determinada por un conjunto más o menos complejo de estímulos externos. Si quisiéramos estudiar el modo psicológico en que surge una representación, no podríamos usar de ningún otro método que el de imitar a este proceso en su desarrollo natural. De este modo tendríamos la gran ventaja de poder variar a voluntad las mismas representaciones haciendo variar las combinaciones de los estímulos operantes en las representaciones, y así, conseguir una explicación de la

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influencia que cada condición especial ejerce en el nuevo producto. Es indudable que las representaciones de la memoria no son suscitadas de un modo directo por impresiones sensibles externas, antes bien, sólo las siguen después de un tiempo más o menos largo; pero es evidente que también por sus propiedades, y especialmente por su relación con las representaciones primarias despertadas por impresiones directas, se llega a la explicación más segura cuando no se confía a su casual aparición, sino que se saca partido de las imágenes que dejan los estímulos precedentes en un modo experimentalmente regulado. No de otro modo se hace con los sentimientos y con los procesos volitivos, a los cuales podríamos poner en las condiciones más oportunas para una investigación exacta si a nuestra voluntad produjéramos las impresiones que, según la experiencia, están regularmente ligadas con las reacciones del sentimiento y de la voluntad. No existe así ninguno de los procesos psíquicos fundamentales en los cuales no sea posible usar el método experimental, ni tampoco ninguno que, por razones lógicas, no requiera este método en las investigaciones a ellos referentes.

3. Por el contrario, la observación pura, que es igualmente posible en muchos campos de la ciencia natural en el sentido estricto, es imposible dentro del dominio de la psicología individual, a causa del total carácter del proceso psíquico. Sólo podría pensarse como posible si existieran objetos psíquicos persistentes e independientes de nuestra atención, de la propia manera que existen objetos naturales relativamente persistentes y que no cambian con nuestra observación. Sin embargo, también en la psicología se presentan hechos que, por más que no sean verdaderos objetos, igualmente poseen el carácter de objetos psíquicos presentando aquellas características de naturaleza relativamente persistente e independiente del observador; además de estas propiedades, también poseen la de ser inaccesibles a una observación experimental en el sentido corriente. Estos hechos son los productos espirituales que se desarrollan en la historia de la humanidad, como la lengua, las representaciones mitológicas y las costumbres. Su origen y desarrollo se fundan en todas partes en condiciones generales psíquicas que se pueden inferir de sus propiedades objetivas. Por esto también el análisis psicológico de estos productos puede dar explicación sobre los procesos psíquicos reales y sobre su formación y desarrollo. Todos estos productos espirituales de naturaleza general presuponen la existencia de una comunidad espiritual de muchos individuos, aun cuando sus primitivas raíces sean evidentemente la propiedad psíquica perteneciente de antemano al hombre individual. Precisamente a causa de esta relación con la comunidad, especialmente con la comunidad del pueblo, se suele indicar el campo completo de esta investigación psicológica de los productos espirituales llamándolo psicología social [psicología de los pueblos] en contraposición a la individual, o como también puede decirse por el método que en ella predomina, psicología experimental. Aunque a causa del estado actual de la ciencia estas dos partes de la psicología la mayor parte de las veces se hayan tratado separadamente, constituyen, no diversos dominios, sino simplemente métodos diversos. La llamada psicología social [de los pueblos] corresponde al método de la pura observación, y su único carácter consiste en que los objetos de la observación son productos del espíritu. La íntima conexión de estos productos con las comunidades espirituales, conexión que ha dado origen al nombre de psicología de los pueblos, nace también de la circunstancia secundaria de que los productos individuales del espíritu presentan una naturaleza demasiado mudable para que puedan someterse a una observación objetiva; y que, por esta razón, los fenómenos reciben aquí la constancia necesaria para semejante observación sólo cuando llegan a ser fenómenos colectivos o de masas.

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Así, pues, aparece manifiesto que la psicología, no menos que la ciencia natural, dispone de dos métodos exactos: el primero, el método experimental, sirve para el análisis de los procesos psíquicos más simples; el segundo, la observación de los productos más generales del espíritu, sirve para el estudio de los más altos procesos y desarrollos psíquicos.

Wundt, W., Compendio de psicología. Madrid: La España Moderna, s.a. (pp. 32-38). Trad., J. González Alonso.

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SIGMUND FREUD (1856-1939)

El aparato psíquico

[1940]

El psicoanálisis parte de un supuesto básico cuya discusión concierne al pensamiento filosófico, pero cuya justificación radica en sus propios resultados. De lo que hemos dado en llamar nuestro psiquismo o vida mental son dos las cosas que conocemos: por un lado, su órgano somático y teatro de acción, el encéfalo o sistema nervioso; por el otro, nuestros actos de conciencia, que se nos dan en forma inmediata y cuya intuición no podría tornarse más directa mediante ninguna descripción. Ignoramos cuanto existe entre estos dos términos finales de nuestro conocimiento; no se da entre ellos ninguna relación directa. Si la hubiera, nos proporcionaría a lo sumo una localización exacta de los procesos de conciencia, sin contribuir en lo mínimo a su mayor comprensión.

Nuestras dos hipótesis arrancan de estos términos o principios de nuestro conocimiento. La primera de ellas concierne a la localización: presumimos que la vida psíquica es la función de un aparato al cual suponemos espacialmente extenso y compuesto de varias partes, o sea que lo imaginamos a semejanza de un telescopio, de un microscopio o algo parecido. La consecuente elaboración de semejante concepción representa una novedad científica, aunque ya se hayan efectuado determinados intentos en este sentido.

Las nociones que tenemos de este aparato psíquico las hemos adquirido estudiando el desarrollo individual del ser humano. A la más antigua de esas provincias o instancias psíquicas la llamamos ello; tiene por contenido todo lo heredado, lo innato, lo constitucionalmente establecido; es decir, sobre todo, los instintos originados en la organización somática, que alcanzan en el ello una primera expresión psíquica, cuyas formas aún desconocemos.

Bajo la influencia del mundo exterior real que nos rodea, una parte del ello ha experimentado una transformación particular. De lo que era originalmente una capa cortical dotada de órganos receptores de estímulos y de dispositivos para la protección contra las estimulaciones excesivas, desarrollóse paulatinamente una organización especial que desde entonces oficia de mediadora entre el ello y el mundo exterior. A este sector de nuestra vida psíquica le damos el nombre de yo.

Características principales del “yo”

En virtud de la relación preestablecida entre la percepción sensorial y la actividad muscular, el yo gobierna la motilidad voluntaria. Su tarea consiste en la autoobservación, y la realiza en doble sentido. Frente al mundo exterior se percata de los estímulos, acumula (en la memoria) experiencias sobre los mismos, elude (por la fuga) los que son demasiado intensos, enfrenta (por adaptación) los estímulos moderados y, por fin, aprende a modificar el mundo exterior, adecuándolo a su propia

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conveniencia (actividad). Hacia el interior, frente al ello, conquista el dominio sobre a las exigencias de los instintos, decide si han de tener acceso a la satisfacción, aplazándola hasta las oportunidades y circunstancias más favorables del mundo exterior, o bien suprimiendo totalmente las excitaciones instintivas. En esta actividad el yo es gobernado por la consideración de las tensiones excitativas que ya se encuentran en él o que va recibiendo. Su aumento se hace sentir por lo general como displacer, y su disminución, como placer. [...] El yo persigue el placer y trata de evitar el displacer. Responde con una señal de angustia a todo aumento esperado y previsto del displacer, calificándose de peligro el motivo de dicho aumento, ya amenace desde el exterior o desde el interior. Periódicamente el yo abandona su conexión con el mundo exterior y se retrae al estado del dormir, modificando profundamente su organización. De este estado de reposo se desprende que dicha organización consiste en una distribución particular de la energía psíquica.

Como sedimento del largo periodo infantil durante el cual el ser humano en formación vive en dependencia de sus padres, fórmase en el yo una instancia especial que perpetúa esa influencia parental, y a la que se ha dado el nombre de super-yo. En la medida en que se diferencia del yo o se le opone, este super-yo constituye una tercera potencia que el yo ha de tomar en cuenta.

Una acción del yo es correcta si satisface al mismo tiempo las exigencias del yo, del super-yo y de la realidad; es decir, si logra conciliar mutuamente sus demandas respectivas. Los detalles de la relación entre el yo y el super-yo se tornan perfectamente inteligibles, reduciéndolos a la actitud del niño frente a sus padres. Naturalmente, en la influencia parental no sólo actúa la índole personal de aquéllos, sino también el efecto de las tradiciones familiares, raciales y populares que ellos perpetúan, así como las demandas del respectivo medio social que representan. De idéntica manera, en el curso de la evolución individual el super-yo incorpora aportes de sustitutos y sucesores ulteriores de los padres, como los educadores, los personajes ejemplares, los ideales venerados en la sociedad. Se advierte que, a pesar de todas sus diferencias fundamentales, el ello y el super-yo tienen una cosa en común: ambos representan las influencias del pasado: el ello, las heredadas; el super-yo, esencialmente las recibidas de los demás, mientras que el yo es determinado principalmente por las vivencias propias del individuo; es decir, por lo actual y accidental.

...

Toda ciencia reposa en observaciones y experiencias alcanzadas por medio de nuestro aparato psíquico [...].

En el curso de esta labor se nos imponen las diferenciaciones que calificamos como cualidades psíquicas. No es necesario caracterizar lo que llamamos consciente, pues coincide con la conciencia de los filósofos y del habla cotidiana. Para nosotros todo lo psíquico restante constituye lo inconsciente.[...] Todo lo inconsciente [...] que puede trocar fácilmente su estado inconsciente por el consciente, convendrá calificarlo [...] como “susceptible de conciencia” o preconsciente. [...].

Por tanto, hemos atribuido tres cualidades a los procesos psíquicos: estos pueden ser conscientes, preconscientes e inconscientes. La división entre las tres clases de contenidos que llevan estas cualidades no es absoluta ni permanente. [...] Lo

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preconsciente se torna consciente sin nuestra intervención, y lo inconsciente puede volverse consciente mediante nuestros esfuerzos, que a menudo nos permiten advertir la oposición de fuertes resistencias. [...] Lo que en el tratamiento analítico por ejemplo, es resultado de nuestro esfuerzo, también puede ocurrir espontáneamente: un contenido generalmente inconsciente se transforma en preconsciente y llega luego a la conciencia, como ocurre profusamente en los estados psicóticos. Deducimos de ello que el mantenimiento de ciertas resistencias internas es una condición ineludible de la normalidad. En el estado del dormir prodúcese regularmente tal disminución de las resistencias, con la consiguiente irrupción de contenidos inconscientes, quedando establecidas así las condiciones para la formación de los sueños. Inversamente, contenidos preconscientes pueden sustraerse por un tiempo a nuestro alcance, quedando bloqueados por resistencias, como es el caso de los olvidos fugaces, o bien un contenido preconsciente puede volver transitoriamente al estado inconsciente [...].

Presentada con este carácter general y simplificado la doctrina de las tres cualidades de lo psíquico, parece ser más bien una fuente de insuperable confusión que un aporte al esclarecimiento [...]. Es de presumir, sin embargo, que aún podremos profundizar esta doctrina si perseguimos las relaciones entre las cualidades psíquicas y las provincias o instancias del aparato psíquico que hemos postulado; pero también estas relaciones están lejos de ser simples.

La conciencia se halla vinculada, ante todo, a las percepciones que nuestros órganos sensoriales reciben del mundo exterior. Por consiguiente, para la condición topográfica es un fenómeno que ocurre en la capa cortical más periférica del yo. [...]

Procesos conscientes en la periferia del yo; todos los demás, en el yo, inconscientes: He aquí la situación más simple que podríamos concebir. Bien puede ser valedera en los animales, pero en el hombre se agrega una complicación por la cual también los procesos internos del yo pueden adquirir la cualidad de conciencia. Esta complicación es obra de la función del lenguaje. [...]

El interior del yo, que comprende ante todo los procesos cogitativos e intelectivos, tiene la cualidad de preconsciente. Esta es característica y privativa del yo [...]. El estado preconsciente, caracterizado de una parte por su accesibilidad a la conciencia, y de otra por su vinculación con los restos verbales, es, sin embargo, algo particular, cuya índole no queda agotada por esas dos características. Prueba de ello es que grandes partes del yo -y, ante todo, del super-yo, al que no se puede negar el carácter de preconsciente-, por lo general permanecen inconscientes en sentido fenomenológico. [...]

Lo inconsciente es la única cualidad dominante en el ello. El ello y lo inconsciente se hallan tan íntimamente ligados como el yo y lo preconsciente, al punto que esa relación es aún más exclusiva en aquel caso. Un repaso de la historia evolutiva del individuo y de su aparato psíquico nos permite comprobar una importante distinción en el ello. Originalmente, desde luego, todo era ello; el yo se desarrolló del ello por la incesante influencia del mundo exterior. Durante esta lenta evolución, ciertos contenidos del ello pasaron al estado preconsciente y se incorporaron así al yo; otros permanecieron intactos en el ello, formando su núcleo, difícilmente accesible. Más durante este desarrollo el joven y débil yo volvió a desplazar al estado inconsciente ciertos contenidos ya incorporados, abandonándolos, y se condujo de igual manera

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frente a muchas impresiones nuevas que podría haber incorporado, de modo que éstas rechazadas, sólo pudieron dejar huellas en el ello. Teniendo en cuenta su origen, denominaremos lo reprimido a esta parte del ello. Poco importa que no siempre podamos discernir claramente entre ambas categorías de contenidos éllicos, que corresponden aproximadamente a la división entre el acervo innato y lo adquirido durante el desarrollo del yo.

Si aceptamos la división topográfica del aparato psíquico en un yo y un ello, con la que corre paralela la diferenciación de las cualidades preconsciente e inconsciente; si, por otra parte, sólo consideramos estas cualidades como signos de la diferencia, pero no como la misma esencia de éstas, ¿en qué reside entonces la verdadera índole del estado que se revela en el ello por la cualidad de lo inconsciente, y en el yo por la de lo preconsciente? ¿En qué consiste la diferencia entre ambos?

Pues bien: nada sabemos de esto [...] Nos hemos aproximado aquí al verdadero y aún oculto enigma de lo psíquico [...].

Tras todas estas incertidumbres asoma, empero, un nuevo hecho cuyo descubrimiento debemos a la investigación psicoanalítica. Hemos aprendido que los procesos del inconsciente o del ello obedecen a leyes distintas de las que rigen los procesos en el yo preconsciente. En su conjunto, denominamos a estas leyes proceso primario, en contradicción con el proceso secundario, que regula el suceder del preconsciente, del yo. Así, pues, el estudio de las cualidades psíquicas no ha resultado, a la postre, estéril.

Freud, S., Esquema del psicoanálisis. Madrid: Alianza, 1974 (pp. 107-110 y 121-127). Trad, L. López Ballesteros y R. Rey.

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FRANCIS GALTON (1822-1911)

Las capacidades intelectuales son innatas

[1869]

En este libro me propongo mostrar que las habilidades propias del ser humano derivan de la herencia, sometiéndose exactamente a las mismas limitaciones que la forma y rasgos físicos de todo el mundo orgánico. Por consiguiente, del mismo modo que es fácil, no obstante esas limitaciones, obtener mediante una selección cuidadosa razas estables de perros o caballos dotados de una capacidad especial para correr o para hacer cualquier otra cosa, asimismo sería completamente factible producir un linaje de hombres altamente dotados a través de matrimonios acertados durante varias generaciones consecutivas. Mostraré que los agentes sociales vigentes, cuyas influencias escasamente sospechamos, operan hoy por hoy favoreciendo la degradación de la naturaleza humana, mientras que otras lo hacen favoreciendo su mejora. Concluyo que cada generación tiene un enorme poder sobre la dotación natural de aquellos que la siguen, y sostengo que constituye una deuda para con la humanidad el investigar el alcance de ese poder, así como ejercerlo de un modo que, sin que sea indeseable para nosotros mismos, produzca las máximas ventajas a los futuros habitantes de la tierra.

Soy consciente de que mis ideas, publicadas por vez primera hace cuatro años en el Macmillan’s Magazine, van en contra de la opinión general; pero muchas de las principales autoridades en el tema de la herencia han aceptado -con gran satisfacción por mi parte- un buen número de los argumentos esgrimidos entonces. Al reproducirlos ahora de una manera mucho más elaborada y con una base inductiva mucho más amplia, estoy seguro de que no se negará la evidencia que el presente libro aporta en mayor cantidad, del mismo modo que mis argumentos de entonces fueron suficientes para merecer la aceptación del Sr. Darwin.

...

He perdido la paciencia con la hipótesis -a veces expresa y a menudo tácita, sobre todo en cuentos escritos para enseñar a los niños a ser buenos- según la cual los bebés nacen prácticamente iguales y las únicas influencias que generan las diferencias entre chico y chico, o entre hombre y hombre, son el trabajo diligente y el esfuerzo moral. Es desde el punto de vista menos cualificado desde donde cuestiono las pretensiones de igualdad natural. Las experiencias en el cuarto de los niños, el colegio, la universidad y las carreras profesionales, constituyen una sucesión de pruebas de lo contrario. No soy cicatero a la hora de reconocer el gran poder de la educación y los influjos sociales en el desarrollo de las capacidades activas de la mente, precisamente del mismo modo que reconozco los efectos del uso en el desarrollo de los músculos del brazo de un herrero, sin ir más lejos. Aunque el herrero se afane en trabajar todo cuanto quiera, hallará que ciertas proezas superan sus capacidades y más bien son propias para la fuerza del brazo de un hombre con vestigios hercúleos, incluso si éste ha llevado una vida sedentaria. [...]

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Cualquiera que se haya entrenado en algún tipo de ejercicio físico habrá descubierto perfectamente el alcance de su potencia muscular. Cuando comienza a practicar la marcha, remar, hacer pesas o correr, queda encantado al comprobar cómo sus músculos se fortalecen y su resistencia a la fatiga aumenta día a día. Mientras es un principiante, es probable que se sienta muy satisfecho de sí mismo creyendo que apenas existe límite para la educación de sus músculos; pero no tarda en descubrir que sus progresos diarios son cada vez más pequeños y terminan por desaparecer: su rendimiento máximo aparece como una cantidad rígidamente determinada. Cuando ha alcanzado el tope de su entrenamiento, llega a saber con una exactitud milimétrica cuál es la altura o longitud de sus saltos, y llega a saber con una exactitud de gramos qué fuerza es capaz de ejercer sobre el dinamómetro al comprimirlo. Puede dar puñetazos a la máquina utilizada para medir el impacto de sus golpes y hacer que la aguja ascienda hasta una determinada graduación, pero no más arriba. Lo mismo le ocurrirá en la carrera, el remo, la marcha y demás ejercicios físicos. Las capacidades musculares de cada ser humano tienen un límite determinado que ni el entrenamiento ni la educación permiten superar.

Tal experiencia es análoga a la que tiene cada estudiante con el funcionamiento de sus capacidades mentales. El chico aplicado que va por vez primera a la escuela y afronta retos intelectuales se queda asombrado de sus progresos. Se vanagloria de su firmeza mental recién desarrollada y de su creciente capacidad de trabajo, y quizá crea, en su inocencia, que está a su alcance el llegar a ser uno de esos héroes que han dejado huella en la historia del mundo. Pasan los años, el chico compite repetidamente con sus compañeros en los exámenes de la escuela y la universidad, y no tarda en ocupar el lugar que le corresponde entre ellos. Sabe que puede derrotar a tales o cuales competidores, que hay otros con quienes avanza igualado y que hay otros a cuyos logros intelectuales ni siquiera puede acercarse. Probablemente su vanidad aún siga tentándole y le incite a nuevas esfuerzos. [...] Entonces, con esperanzas renovadas y con toda la ambición de los 22 años, saldrá de la universidad dispuesto a entrar en un campo de competición más amplio. Aquí le espera la misma experiencia que en la etapa precedente. [...] Si el engaño no le ciega irremediablemente, en pocos años aprenderá a conocer con precisión cuáles son sus posibilidades y a reconocer que ciertas empresas están más allá del alcance de sus fuerzas. Cuando llegue a la madurez, su confianza sólo se sostendrá dentro de unos límites. El adulto se conoce o al menos debería conocerse a sí mismo coincidiendo con el modo como probablemente lo perciben los demás, con todas sus debilidades y con toda su innegable fortaleza. Ya no está atormentado ni es arrojado a empresas inútiles por los impulsos engañosos de una vanidad arrogante, sino que limita su esfuerzo a las acciones que caen dentro del ámbito de sus posibilidades, y halla un auténtico descanso moral en la honesta convicción de que está haciendo el trabajo para el cual su naturaleza le ha capacitado.

Galton, F., Hereditary Genius. Londres: Macmillan & co., 1869 (pp. 1-2 y 12-13). Trad., J.C. Loredo. (Se han eliminado las referencias).

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JAMES R. ANGELL (1869-1949)

El credo funcionalista

[1907]

En el momento presente la psicología funcionalista es poco más que un punto de vista, un programa, una ambición [...]. Lo que pretendemos no es dar una definición árida y meramente verbal, la cual para muchos de nosotros es un anatema, sino más bien una exposición informativa de los motivos e ideales que animan al psicólogo que marcha por este camino. [...]

La psicología funcional, cualquiera que sea su naturaleza, no es algo totalmente nuevo. En algunas de sus fases es claramente discernible en la psicología de Aristóteles, y en sus ropajes más modernos se ha hecho cada vez más evidente después de que Spencer escribiera su Psicología y Darwin su Origen de las especies. […]

[...] (U)n análisis de la literatura psicológica contemporánea revela que hay interpretaciones muy distintas de la tarea de la psicología funcionalista. […] Yo distingo tres formas principales del problema funcionalista con diversas variantes subordinadas […]

I

En primer lugar es preciso mencionar la noción que se deriva de un modo más inmediato de la comparación entre la psicología funcional y las metas e ideales de la llamada psicología estructural. Ello supone decir que la psicología funcionalista pretende discernir y retratar las operaciones típicas de la conciencia en las condiciones de la vida real, en contraposición al análisis y descripción de sus contenidos elementales y complejos. […]

[...] El punto de desacuerdo más básico que el funcionalista tiene con el estructuralismo en su forma más perfecta y consistente procede de este hecho, y la discusión se refiere a la factibilidad y valor de los esfuerzos por llegar al proceso mental tal y como se da en las condiciones de la experiencia real, y no tal como aparece al mero análisis “post mortem”. […] (U)na cosa es atender primariamente al modo como opera ese proceso mental y a las condiciones que regulan su aparición, y otra muy distinta ocuparse simplemente en separar las fibras de los tejidos. Esto último es útil y para determinados propósitos es fundamental, pero muchas veces está muy lejos de lo más básico y esencial de un fenómeno vital, a saber, de su modus operandi.

...

Por otra parte, las funciones son algo persistente, tanto en la vida mental como en la vida psíquica. Jamás podemos tener dos veces una misma idea, considerada desde la perspectiva de la estructura y composición sensorial. Pero nada nos impide tener tan

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frecuentemente como queramos contenidos de conciencia que signifiquen una misma cosa. [...]

Sustancialmente idéntica a esta primera concepción de la psicología funcionalista, aunque expresada con términos un tanto distintos, es la opinión que dice que el problema funcional es descubrir el cómo y el porqué de los procesos conscientes, más que determinar los elementos irreductibles de la conciencia y sus modos característicos de combinación. [...]

II

[...] El psicólogo funcionalista en su moderno atuendo no sólo se interesa por las operaciones del proceso mental, considerado únicamente en sí y por sí mismo, sino que además, y con mucho vigor, se interesa por la actividad mental en cuanto parte de una amplia corriente de fuerzas biológicas.[...] El funcionalista extrae sus ideas de la concepción básica del movimiento evolutivo, a saber, el concepto de que las características actuales de las estructuras y funciones orgánicas dependen en su mayor parte de su eficacia a la hora de ajustarse a las condiciones de vida existentes, las cuales reciben el nombre general de medio ambiente. Partiendo de esta concepción, el funcionalista intenta comprender el modo como lo psíquico contribuye al desarrollo de la suma total de actividades orgánicas.[...]

Este punto de vista lleva inmediatamente al psicólogo a beber en el mismo vaso que el biólogo general. [...]

...

Este amplio ideal biológico de la psicología funcional, del cual hemos hablado, puede ser expresado con un ligero cambio de énfasis vinculándolo al problema de descubrir la utilidad fundamental de la conciencia. Si el proceso mental tiene un valor real en la vida y mundo que conocemos para aquel que lo posee, ese valor tiene que depender necesariamente de algo que sin él no podría conseguirse. Ahora bien, la vida y el mundo son complejos, y parece improbable que la conciencia pueda expresar su utilidad sólo de una manera. De hecho, todas las indicaciones superficiales apuntan en la otra dirección. Quizá pueda hablarse, en cuanto mera forma de expresión, de que la mente es algo que contribuye en general a la adaptación orgánica al medio ambiente. Pero sus contribuciones verdaderas se darán de modos muy diversos y mediante multitud de variedades del proceso consciente. Por tanto, el problema del funcionalista es determinar en la medida de lo posible, los grandes tipos de estos procesos. [...]

III

La tercera condición que yo distingo en la práctica, suele ir unida a la segunda, pero supone la acentuación de un problema lógicamente anterior al problema allí suscitado, y por eso la tratamos separadamente. Frecuentemente se dice que la psicología funcional es en realidad una forma de psicofísica. Es cierto que sus metas o ideales no son explícitamente cuantitativos al modo de la psicofísica ordinaria, pero su interés principal radica en la determinación de las relaciones mutuas existentes entre las porciones física y mental del organismo.

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Indudablemente es verdad que muchos de los que escriben desde posiciones funcionalistas suelen introducir muchas referencias a los procesos fisiológicos que acompañan o condicionan a la vida mental. Además, ciertos seguidores de esta fe tienen propensión a declarar sin rodeos que la psicología es simplemente una rama de la biología, y que, en consecuencia, están en el derecho, si no en la obligación, de usar materiales biológicos cuando ello sea posible. Pero sin adoptar una posición extrema como ésta, una mera ojeada a una región familiar del procedimiento psicológico descubrirá las inclinaciones en esta dirección de la psicología.

...

No está claro que el psicólogo funcional, debido a su disposición a ensalzar el significado práctico de las relaciones mente-cuerpo, esté obligado a adoptar una teoría especial sobre el carácter de estas relaciones. [...] (M)e aventuraré a una breve referencia a esta doctrina en mi esfuerzo por presentar algunos de sus elementos esenciales.

La posición a la que me estoy refiriendo considera a la relación mente-cuerpo como a algo capaz de tratamiento psicológico, como una distinción metodológica más que metafísicamente existencial. [...]

...

Simpaticemos o no con esta ala del partido funcionalista a la que acabamos de dirigir nuestra atención, ciertamente creemos que es poco honrado poner la dificultad mente-cuerpo en los dientes del funcionalista, cuando en buena lógica él no es más culpable que sus vecinos psicológicos. Ninguna psicología valiente de la volición puede dejar de mirar de frente al problema mente-cuerpo, y de hecho toda descripción importante de la vida mental contiene una u otra clase de doctrina en esta materia. Una psicología de la volición literalmente pura sería una especia de jardín colgante de Babilonia, maravillosa pero inaccesible para el psicólogo con hábitos de andar por la tierra. El funcionalista es más pecador que los demás, únicamente en cuanto que cree necesaria y provechosa una insistencia más constante en la traducción del proceso mental al proceso fisiológico, y viceversa.

IV

Si ahora juntamos las distintas concepciones consideradas anteriormente será fácil presentarlas convergiendo hacia un punto común. Debemos considerar al funcionalismo 1) como la psicología de las operaciones mentales, en contraposición a la psicología de los elementos mentales: o dicho de otro modo, la psicología del cómo y del porqué de la conciencia. 2) Tenemos que el funcionalismo trata el problema de la mente concibiéndola como ocupada primariamente en la tarea de mediar entre el ambiente y las necesidades del organismo. Esta es la psicología de las utilidades fundamentales de la conciencia; y por último, 3) hemos descrito al funcionalismo como psicología psicofísica, esto es, una psicología que constantemente reconoce y urge la importancia esencial de la relación mente-cuerpo para toda apreciación justa y global de la vida mental. [...]

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Angell, J.R., “La provincia de la psicología funcional”. En J.M. Gondra, La psicología moderna. Textos básicos para su génesis y desarrollo histórico. Bilbao: Desclée de Brouwer, 1982 (pp. 328-344). Trad., J.M. Gondra. (Se han eliminado las notas del autor).

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BURRHUS F. SKINNER (1904-1990)

¿Hombre autónomo o control ambiental?

[1971]

Incapaces de comprender cómo y por qué la persona que observamos se comporta como lo hace, atribuimos su conducta a una persona a la que no podemos ver. Una persona cuya conducta, es cierto, tampoco podemos explicar, pero sobre la cual ya no somos propensos a indagar demasiado o hacer preguntas. Muy probablemente adoptamos esta estrategia, no tanto por falta de interés o posibilidades, cuanto por causa de una convicción antigua y arraigada según la cual la conducta humana, en su mayor parte, carece de antecedentes de importancia. La función del hombre interior consiste en proporcionar una explicación que a cambio no pueda ser explicada. La explicación concluye, pues, en ese hombre interior. No es un nexo de unión entre un pasado histórico y la conducta actual, sino que se convierte en el centro de emanación de la conducta misma. Inicia, origina y crea, y al actuar así se convierte, como fue el caso entre los griegos, en algo divino. Aseguramos que ese hombre es autónomo, lo cual es tanto como decir milagroso –al menos desde el punto de vista de la ciencia de la conducta.

Esta actitud, por supuesto, es vulnerable. El hombre autónomo nos sirve para poder llegar a explicar cuanto resulte inexplicable desde cualquier otro punto de vista. Su existencia depende de nuestra ignorancia, y va progresivamente descendiendo de status conforme vamos conociendo más y más sobre la conducta. El cometido de un análisis científico consiste en explicar cómo la conducta de una persona, en cuanto sistema físico, se relaciona con las condiciones bajo las cuales vive el individuo. A menos que exista alguna intervención caprichosa o creacionista, estos hechos deben estar relacionados, y de esta forma ninguna otra intervención resulta ya necesaria. Las contingencias de supervivencia, responsables de la herencia genética del hombre, es posible que le produjeran la tendencia a actuar agresivamente, pero no en cambio sentimientos de agresividad. El castigar la conducta sexual cambia la conducta sexual, y cualquier sentimiento que pudiera surgir por ello no podría ser considerado, en el mejor de los casos, sino como una consecuencia. Nuestra época no sufre por ansiedad, sino por accidentes, crímenes, guerras y otras realidades dolorosas y llenas de peligro a las cuales la gente, con tanta frecuencia, queda expuesta. Los jóvenes no abandonan los centros de enseñanza, ni rechazan el trabajo, ni se asocian con los de su edad, precisamente porque estén alienados, sino más bien por causa del ambiente social defectuoso que encuentran en sus propias casas, en las escuelas, en las fábricas y en cualquier otro sitio.

Deberíamos seguir el camino que nos trazan la física y la biología. Deberíamos prestar atención directamente a la relación existente entre la conducta y su ambiente, olvidando supuestos estados mentales intermedios. [...].

...

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Dos facetas, particularmente, del hombre autónomo causan problemas. Desde el punto de vista tradicional, la persona es libre. Es, por tanto, autónoma en el sentido de que su conducta no tiene causas. Por consiguiente, es responsable de lo que hace y será justamente castigada cuando lo merezca. Esta opinión, así como las consecuencias prácticas a ella inherentes, debe ser re-examinada cuando un análisis científico revela relaciones de control insospechadas entre la conducta y el ambiente. [...].

Al poner en duda el control ejercido por el hombre autónomo, y al demostrar el control ejercido por el ambiente, la ciencia de la conducta parece, por ello mismo, poner en duda la dignidad. Una persona es responsable de su conducta, no sólo en el sentido de ser susceptible de amonestación o castigo cuando se comporta mal, sino también en el de reconocerle mérito y admirarle por sus logros positivos. Una análisis científico transfiere tanto el mérito como el demérito al ambiente. [...].

Hay una tercera fuente de problemática en este terreno; y es que, conforme el énfasis queda transferido al ambiente, el individuo parece expuesto a una nueva clase de peligro. ¿Quién habrá de construir ese ambiente que determina la conducta humana? ¿Con qué finalidad se construirá? [...].

...

La mayoría de nuestros problemas más importantes implican conducta humana, y no se pueden resolver recurriendo solamente a la tecnología física o biológica. Lo que necesitamos es una tecnología de la conducta, pero hemos tardado mucho en desarrollar la ciencia de la que poder deducir este tipo de tecnología. Una dificultad evidente estriba en el hecho de que casi todo cuanto es denominado ciencia de la conducta continúa aun ahora relacionando la conducta a estados mentales, sentimientos, peculiaridades del carácter, naturaleza humana, etc. La física y la biología siguieron durante un tiempo prácticas muy parecidas, y avanzaron solamente cuando se liberaron de semejante rémora. Las ciencias de la conducta han tardado mucho en cambiar, en parte, por causa de entidades explicativas que a menudo parecían ser observadas directamente, y también en parte, porque no se encontraba fácilmente otra clase de explicaciones.

El ambiente, obviamente, es importante, pero su función no ha estado clara. No empuja o absorbe, sino que selecciona. Y resulta difícil descubrir y analizar esta función selectiva. El papel de la selección natural en la evolución fue formulado por primera vez no hace mucho más de cien años. Y la función selectiva del medio ambiente en la modelación y mantenimiento de la conducta del individuo sólo ahora comienza a ser reconocida y estudiada. Conforme se ha llegado a conocer la interacción entre organismo y ambiente, por tanto, los efectos que hasta este momento se achacaban a estados mentales, sentimientos y peculiaridades del carácter, comienzan a atribuirse a fenómenos accesibles a la ciencia. Y una tecnología de la conducta, consiguientemente, empieza a ser posible. No se solucionarán nuestros problemas, no obstante, a menos que se reemplacen opiniones y actitudes tradicionales precientíficas; aunque bien es cierto que éstas, desgraciadamente, siguen muy profundamente arraigadas. La libertad y la dignidad ilustran este problema. Ambas cualidades constituyen el tesoro irrenunciable del "hombre autónomo" de la teoría tradicional. Y resultan de esencial importancia para explicar situaciones prácticas en las que a la persona se le reputa como responsable de sus actos, y acreedora, por tanto, de reconocimiento por los éxitos obtenidos. Un

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análisis científico transfiere tanto esa responsabilidad como esos éxitos al ambiente. Y suscita, igualmente, ciertas interrogaciones relativas a los "valores". ¿Quién usará esa tecnología y con qué fin? Hasta tanto no se despejen estas incógnitas, se seguirá rechazando una tecnología de la conducta. Y, al rechazarla, se estará probablemente rechazando al mismo tiempo el único camino para llegar a resolver nuestros problemas.

Skinner, B. F., Más allá de la libertad y la dignidad. Barcelona: Fontanella, 1972 (pp. 23-24, 30-33, 36-37). Trad., J. J. Coy.

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LEON FESTINGER (1919-1989)

La disonancia cognitiva

[1957]

Se ha comprobado a menudo, y a veces se ha señalado, que el individuo procura lograr la consistencia dentro de sí mismo. Sus opiniones y actitudes, por ejemplo, suelen existir en grupos que son interiormente consistentes. Claro está que hay sus excepciones probablemente. Una persona puede pensar que los negros son iguales que los blancos y, sin embargo, no querer vivir en la compañía de ellos; o puede opinar que los niños deben estar callados y sin molestar, pero al mismo tiempo estar muy orgullosa de que sus hijos se comporten de manera agresiva y de que capten así la atención de sus huéspedes que son personas mayores. Que se den tales incoherencias puede parecernos hasta algo teatral. En primer lugar, porque atraen nuestro interés y, en segundo lugar, porque se alzan en agudo contraste contra el telón de fondo de la consistencia. Lo que es una verdad innegable es que las opiniones y las actitudes de una persona son consonantes las unas con las otras. Estudio tras estudio nos confirma la realidad de una consistencia o conexión entre las actitudes políticas, sociales y otras muchas de una persona.

Hay el mismo tipo de consistencia entre lo que una persona sabe o cree y lo que hace. Un sujeto que cree que la educación universitaria es buena, probablemente alentará a sus hijos a educarse en la universidad; un chico que sabe que va a ser severamente castigado por una falta, tratará de no cometerla o, por lo menos, de que no le descubran. Ello no debe sorprendernos; es una regla tan general que ya la damos por sabida. Una vez más, lo que atrae nuestro interés son las excepciones y no la conducta normal. Una persona puede saber que el fumar es malo para su salud y, sin embargo, continúa fumando; muchos hay que cometen delitos, aunque saben que hay una gran probabilidad de que se descubran y que el castigo les aguarda.

Suponiendo que la consistencia es lo normal -quizá demasiado normal- ¿qué ocurre con esta excepciones que en seguida vienen a nuestra imaginación? Solo de tarde en tarde, si es que ello sucede alguna vez, se da al caso de que la persona en cuestión las acepte como inconsistencias. Lo común es tratar con más o menos suerte de racionalizar estas inconsistencias. Así, si una persona continúa fumando, a pesar de saber que el humo es malo para los pulmones, puede ser que sienta: a) que le gusta tanto fumar, que vale la pena; b) que las posibilidades de que su salud sufra no son tan importantes como parece a primera vista; c) que no siempre ha de ser posible evitar todo peligro y seguir viviendo, y d) que quizá, si dejase de fumar, ganaría peso, lo cual es igualmente nocivo para su salud. Así es que el fumar, después de todo, es lo más coherente con sus ideas.

Pero hay personas que no siempre tienen la misma suerte en racionalizar sus inconsistencias. Por una o por otra razón, los intentos para conseguir la consistencia pueden fracasar. Entonces, sencillamente, lo que pasa es que la inconsistencia sigue existiendo. En estas circunstancias -es decir, ante una incoherencia así- hay una incomodidad psicológica.

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Las hipótesis básicas, cuyas ramificaciones e implicaciones examinaremos en lo que nos queda de este libro, se pueden formular desde ahora. En primer lugar sustituyo la palabra “inconsistencia” por un término que tiene una connotación menos lógica, la palabra “disonancia”. Igualmente sustituiré la palabra “consistencia” por un término más neutral que es “consonancia”. Pronto daremos una definición más formal de estos términos; de momento vamos a continuar con el sentido ya adquirido implícitamente como resultado de esta discusión.

Las hipótesis básicas que quiero formular son las siguientes: 1) La existencia de la disonancia, siendo así que, psicológicamente incómoda, hace que la persona trata de reducirla y de lograr la consonancia. 2) Cuando la disonancia está presente, además de intentar reducirla, la persona evita activamente las situaciones e informaciones que podrían probablemente aumentarla.

Antes de seguir con esta teoría de la disonancia y de las presiones para reducirla, bueno será aclarar la naturaleza de la disonancia, qué clase de concepto es el que la define y adónde nos lleva la teoría que estamos tratando. Las dos hipótesis formuladas más arriba nos dan un buen punto de partido para esta aclaración. Aunque se refieren específicamente a la disonancia, de hecho son hipótesis muy generales. En lugar de disonancia se pueden poner nociones de naturaleza análoga, como el “hambre”, la “frustración” o el “desequilibrio” y las hipótesis, aún con estos cambios, tienen perfecto sentido.

En resumidas cuentas, lo que me propongo decir es que la disonancia, o sea la existencia de relaciones entre cogniciones que no concuerdan, es un factor de la motivación, y lo es por derecho propio. Por el término “cognición”, tanto aquí como en el resto del libro, quiero decir cualquier conocimiento, opinión o creencia sobre el medio, sobre uno mismo, o sobre la conducta de uno. Disonancia cognoscitiva es una condición antecedente que nos lleva hacia una actividad dirigida a la reducción de la disonancia; de la misma manera que el hambre nos lleva a una serie de actos que se orientan hacia quitar el hambre. Esta motivación es muy distinta de lo que los psicólogos están acostumbrados a tratar, pero como veremos en lo que queda del libro, no es menos poderosa. [...]

Como la reducción de la disonancia es un proceso básico en los seres humanos, no ha de sorprendernos que sus manifestaciones sean observadas en tan gran variedad de contextos.

Festinger, L., Teoría de la disonancia cognoscitiva. Madrid: Instituto de Estudios Políticos, 1975 (pp. 13-17). Trad., J.E. Martín Daza.

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THOMAS SZASZ (1920)

El mito de la enfermedad mental

[1970]

[...] Así, las enfermedades mentales se consideran básicamente similares a otras enfermedades. La única diferencia [...] entre una enfermedad mental y otra orgánica es que la primera, al afectar al cerebro, se manifiesta por medio de síntomas mentales, en tanto que la segunda, al afectar a otros sistemas orgánicos -p.ej., la piel, el hígado, etc.-, se manifiesta por medio de síntomas que pueden ser referidos a dichas partes del cuerpo.

A mi juicio, esta concepción se basa en dos errores fundamentales. En primer lugar, una enfermedad cerebral, análoga a una enfermedad de la piel o de los huesos, es un defecto neurológico, no un problema de la vida. Por ejemplo, es posible explicar un defecto en el campo visual de un individuo relacionándolo con ciertas lesiones en el sistema nervioso. En cambio, una creencia del individuo -ya se trate de su creencia en el cristianismo o en el comunismo, o de la idea de que sus órganos internos se están pudriendo y que su cuerpo ya está muerto- no puede explicarse por un defecto o enfermedad del sistema nervioso. La explicación de este tipo de fenómenos [...] debe buscarse por otras vías.

El segundo error es epistemológico. Consiste en interpretar las comunicaciones referentes a nosotros mismos y al mundo que nos rodea como síntomas de funcionamiento neurológico. No se trata aquí de un error de observación o de razonamiento, sino de organización y expresión del conocimiento. En el presente caso, el error radica en establecer un dualismo entre los síntomas físicos y mentales, dualismo que es un hábito lingüístico y no el resultado de observaciones empíricas. Veamos si esto es así.

En la práctica médica, cuando hablamos de trastornos orgánicos nos estamos refiriendo ya sea a signos (p.ej., la fiebre) o a síntomas (p.ej., el dolor). En cambio, cuando hablamos de síntomas psíquicos nos estamos refiriendo a comunicaciones del paciente acerca de sí mismo, de los demás y del mundo que lo rodea. El paciente puede asegurar que es Napoleón o que lo persiguen los comunistas; estas afirmaciones sólo se considerarán síntomas psíquicos si el observador cree que el paciente no es Napoleón o que no lo persiguen los comunistas. Se torna así evidente que la proposición “X es un síntoma psíquico” implica formular un juicio que entraña una comparación tácita entre las ideas, conceptos o creencias del paciente y las del observador y la sociedad en la cual viven ambos. La noción de síntoma psíquico está, pues, indisolublemente ligada al contexto social, y particularmente al contexto ético, en el que se la formula, así como la noción de síntoma orgánico está ligada a un contexto anatómico y genético.

Resumiendo: para quienes consideran los síntomas psíquicos como signos de enfermedad cerebral, el concepto de enfermedad mental es innecesario y equívoco. Si lo

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que quieren decir es que las personas rotuladas “enfermos mentales” sufren alguna enfermedad cerebral, sería preferible, en bien de la claridad, que dijeran eso y nada más.

...

[...] [La noción de enfermedad mental] es la auténtica heredera de los mitos religiosos en general, y de la creencias en las brujas en particular. La función de estos sistemas de creencia fue actuar como tranquilizantes sociales, alentando la esperanza de adquirir dominio sobre ciertos problemas mediante operaciones mágico-simbólicas sustitutivas. El concepto de enfermedad mental sirve, pues, principalmente para ocultar el hecho diario de que la vida es, para la mayoría de la gente, una lucha continua, no por la supervivencia biológica, sino por “encontrar un lugar bajo el sol”, por alcanzar la “paz del espíritu” o algún otro sentido o valor. Una vez que el hombre ha satisfecho la necesidad de conservación de su cuerpo, y quizá de su especie, se enfrenta al problema de la significación personal: ¿Qué hará de sí mismo? ¿Para qué vive? La adhesión permanente al mito de la enfermedad mental le permite a la gente evitar enfrentarse con este problema, en la certeza de que la salud mental, concebida como la ausencia de enfermedad mental, les asegura que harán automáticamente elecciones correctas y seguras en la vida. Ahora bien, ocurre exactamente al revés: ¡son las elecciones sensatas que una persona ha hecho en su vida lo que la gente considera, retrospectivamente, como prueba de su buena salud mental!

Cuando afirmo que la enfermedad mental es un mito, no estoy diciendo que no existan la infelicidad personal ni la conducta socialmente desviada; lo que digo es que las categorizamos como enfermedades por nuestra propia cuenta y riesgo.

La expresión “enfermedad mental” es una metáfora que equivocadamente hemos llegado a considerar un hecho real. Decimos que una persona está físicamente enferma cuando el funcionamiento de su organismo viola ciertas normas anatómicas y fisiológicas; análogamente, decimos que está mentalmente enferma cuando su conducta viola ciertas normas éticas, políticas y sociales. Esto explica por qué a tantas figuras históricas, desde Jesús hasta Castro y desde Job hasta Hitler, se les diagnosticó haber sufrido tal o cual enfermedad psiquiátrica.

Por último, el mito de la enfermedad mental fomenta nuestra creencia en su corolario lógico: que la interacción social sería armoniosa y gratificante y serviría de base firme para una buena vida si no fuera por la influencia disruptiva de la enfermedad mental, o de la psicopatología. Sin embargo, la felicidad humana universal, al menos en esta forma, no es sino una expresión más de deseos fantasiosos. Creo en la posibilidad de la felicidad o bienestar humanos, no sólo para una selecta minoría, sino en una escala hasta ahora inimaginable; pero esto sólo se podrá lograr si muchos hombres, y no un puñado únicamente, son capaces de hacer frente con franqueza a sus conflictos éticos, personales y sociales y están dispuestos a salirles valientemente al paso. Esto implica tener el coraje y la integridad necesarios para dejar de librar batallas en falsos frentes y de encontrar soluciones para problemas vicarios –p.ej., luchar contra la acidez estomacal y la fátiga crónica en vez de enfrentar un conflicto conyugal.

Nuestros adversarios no son demonios, brujas, el destino o la enfermedad mental. No tenemos ningún enemigo contra el cual combatir mediante la “cura” o al cual podamos exorcizar o disipar por esta vía. Lo que tenemos son problemas de la vida,

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ya sean biológicos, económicos, políticos o psicosociales. [...] Mi argumentación se ha restringido a proponer que la enfermedad mental es un mito cuya función consiste en disfrazar y volver más asimilable la amarga píldora de los conflictos morales en las relaciones humanas.

Szasz, T., Ideología y enfermedad mental. Buenos Aires: Amorrortu, 1976 (pp. 32-34). Trad., L. Wolfson.