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En la zona Arquitectura proletaria y bebop Parece que hace frío, pero hace calor. Cielo, encapota- do y gris. Hojas de árboles, algunas por el piso. Vien- tos, moderados del sector sur, como para mover las cosas y dar la ilusión de otoño. Calles, vacías. Mes del año, abril. Si esto fuera una foto, de esas que tie- nen la fecha impresa en la parte de abajo, a la iz- quierda, no cabría ninguna duda de que hace frío. Pero no es una foto y hace calor. Solamente en Rosa- rio existen estos fenómenos climáticos. Para colmo, no hay un alma en la vereda y las ventanas, todas distintas, de madera, de chapa de zinc, de perfiles de aluminio, grandes y chicas, diferentes inclusive en el mismo frente de una sola casa, están cerradas. No tengo la menor idea de cómo serán las vías que pa- san entre dos galpones en los barrios abandonados de Detroit, Michigan, pero me imagino que se deben parecer bastante a esos rieles de trocha angosta que cortan el barro entre esos paredones de ladrillo en la cuadra de Colón, o la de Ayacucho, entre 27 de Fe- brero y Gálvez. Hay grafittis, basura por todos lados y, más que nada, bolsitas de nylon dando vueltas. No se por qué, pero tengo la sensación de que la basura y los grafittis pueden llegar a desaparecer en algún momento, pero las bolsitas estarán para siempre. En fin, la cosa es que ese pasillo ferroviario que quedó después de la privatización de los trenes parece ser el centro de todos los males, una especie de vórtice del terror, para algunas señoras del barrio. Viéndolo hoy, un sábado a la siesta que parece frío pero en realidad es caluroso y húmedo, la verdad es que lo entiendo. Para colmo, hay una pochoclera móvil con un cartel de “Se vende”, que está pintada como si fuese un tanque de guerra, camuflada. De todas formas, me sigue causando gracia la his- toria de que mi mamá y una compañera de trabajo (son maestras y trabajan en la primaria Constancio Vigil, de Ayacucho y Gálvez), una noche que volvían tarde de la escuela, se pegaron la vuelta y llamaron un taxi para recorrer cuatro cuadras porque vieron una bicicleta apoyada en el paredón de la vía, y pen- saron que el dueño las estaba esperando escondido para asaltarlas, o vaya a saber qué cosa peor. Al otro día, con la luz del sol, se dieron cuenta de que la bici seguía ahí, y que estaba pintada en la pared como tantas otras iguales que el artista Fernando Traverso dibujó por toda la ciudad, en homenaje al asesinado Pocho Lepratti. Es que en Tablada, según el diario La Capital, “no se puede salir a la calle”, porque “bandas de delin- cuentes asolan la barriada”, que está rodeada por “asentamientos” hacia el este, y hacia el sur. Por si fuera poco, esos “malvivientes” responden a nom- bres pintorescos, como Torombolo o Monedita –antes fueron Paco Mono o Congo–, y se transforman fácil- mente en el tema preferido de vecinos chismosos. La verdad es que no está todo bien: el barrio limita en su vértice sudeste con una de las villas miseria más grandes de la ciudad, y una de las más antiguas y consolidadas, y las banditas de pibes que buscan ga- narse la vida fuera de la ley se tirotean mientras (esto es una apreciación absolutamente personal) la policía los deja hacer según su conveniencia. Pero tampoco es que no se puede salir a la calle. Yo llegué de grande al borde de esos lugares algo sórdidos que aparecen en los noticieros, donde los periodistas leen en off el parte policial y le ponen el micrófono en la boca a gente que pide fusilamientos instantáneos. En mi pubertad de barrio España y Hospitales, allá por la mitad de los ochenta, mis lími- tes de Tablada eran: al sur, la línea que arrancaba en el Geriátrico provincial, en Ayolas y Necochea, y se- guía por Ayolas, bajaba después por 1º de Mayo a bulevar Segui, continuaba por su cantero central has- ta la adoquinada San Martín; ahí arrancaba, yendo para el lado del centro, la frontera este con barrio Es- paña. El límite norte eran las vías que pasan por la estación Central Córdoba, media cuadra antes de 27 de Febrero. Mi Tablada, para el este, llegaba primero hasta Necochea, y un poco más al sur se corría para el lado del río hasta el pasaje Santafesino, para luego volver a Necochea. Es cierto que este dibujo es arbi- trario. Pero teniendo en cuenta la cantidad de nom- bres que tuvo el barrio a lo largo del tiempo y que su denominación oficial desde hace un tiempo General San Martín (sic), creo que está absolutamente permi- Andrés Conti Fotos: Giselle Marino TABLADA: EL BORDE DE LA HISTORIA Un periodista vuelve al barrio de su infancia y se encuentra con un doble recorrido, el de su tránsito personal y el histórico. Un territorio que acopia en su arquitectura los cambios del país: la Vigil, los frigoríficos, la vivienda obrera CRÓNICA “Llegué de grande al borde de esos lugares algo sórdidos que aparecen en los noticieros”. 19 Lenta Prisa Lenta Prisa 18

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Nota sobre barrio Tablada en Lenta Prisa 1 (2006) escrita por Andres Conti

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En la zona

Arquitectura proletaria y bebop

Parece que hace frío, pero hace calor. Cielo, encapota-do y gris. Hojas de árboles, algunas por el piso. Vien-tos, moderados del sector sur, como para mover lascosas y dar la ilusión de otoño. Calles, vacías. Mesdel año, abril. Si esto fuera una foto, de esas que tie-nen la fecha impresa en la parte de abajo, a la iz-quierda, no cabría ninguna duda de que hace frío.Pero no es una foto y hace calor. Solamente en Rosa-rio existen estos fenómenos climáticos. Para colmo,no hay un alma en la vereda y las ventanas, todasdistintas, de madera, de chapa de zinc, de perfiles dealuminio, grandes y chicas, diferentes inclusive en elmismo frente de una sola casa, están cerradas. Notengo la menor idea de cómo serán las vías que pa-san entre dos galpones en los barrios abandonadosde Detroit, Michigan, pero me imagino que se debenparecer bastante a esos rieles de trocha angosta quecortan el barro entre esos paredones de ladrillo en lacuadra de Colón, o la de Ayacucho, entre 27 de Fe-brero y Gálvez. Hay grafittis, basura por todos ladosy, más que nada, bolsitas de nylon dando vueltas. Nose por qué, pero tengo la sensación de que la basuray los grafittis pueden llegar a desaparecer en algúnmomento, pero las bolsitas estarán para siempre. Enfin, la cosa es que ese pasillo ferroviario que quedódespués de la privatización de los trenes parece ser elcentro de todos los males, una especie de vórtice delterror, para algunas señoras del barrio. Viéndolo hoy,un sábado a la siesta que parece frío pero en realidades caluroso y húmedo, la verdad es que lo entiendo.Para colmo, hay una pochoclera móvil con un cartelde “Se vende”, que está pintada como si fuese untanque de guerra, camuflada.

De todas formas, me sigue causando gracia la his-toria de que mi mamá y una compañera de trabajo(son maestras y trabajan en la primaria ConstancioVigil, de Ayacucho y Gálvez), una noche que volvíantarde de la escuela, se pegaron la vuelta y llamaronun taxi para recorrer cuatro cuadras porque vieronuna bicicleta apoyada en el paredón de la vía, y pen-saron que el dueño las estaba esperando escondidopara asaltarlas, o vaya a saber qué cosa peor. Al otrodía, con la luz del sol, se dieron cuenta de que la biciseguía ahí, y que estaba pintada en la pared comotantas otras iguales que el artista Fernando Traversodibujó por toda la ciudad, en homenaje al asesinadoPocho Lepratti.

Es que en Tablada, según el diario La Capital, “nose puede salir a la calle”, porque “bandas de delin-cuentes asolan la barriada”, que está rodeada por“asentamientos” hacia el este, y hacia el sur. Por si

fuera poco, esos “malvivientes” responden a nom-bres pintorescos, como Torombolo o Monedita –antesfueron Paco Mono o Congo–, y se transforman fácil-mente en el tema preferido de vecinos chismosos. Laverdad es que no está todo bien: el barrio limita ensu vértice sudeste con una de las villas miseria másgrandes de la ciudad, y una de las más antiguas yconsolidadas, y las banditas de pibes que buscan ga-narse la vida fuera de la ley se tirotean mientras (estoes una apreciación absolutamente personal) la policíalos deja hacer según su conveniencia. Pero tampocoes que no se puede salir a la calle.

Yo llegué de grande al borde de esos lugares algosórdidos que aparecen en los noticieros, donde los

periodistas leen en off el parte policial y le ponen elmicrófono en la boca a gente que pide fusilamientosinstantáneos. En mi pubertad de barrio España yHospitales, allá por la mitad de los ochenta, mis lími-tes de Tablada eran: al sur, la línea que arrancaba enel Geriátrico provincial, en Ayolas y Necochea, y se-guía por Ayolas, bajaba después por 1º de Mayo abulevar Segui, continuaba por su cantero central has-ta la adoquinada San Martín; ahí arrancaba, yendopara el lado del centro, la frontera este con barrio Es-paña. El límite norte eran las vías que pasan por laestación Central Córdoba, media cuadra antes de 27de Febrero. Mi Tablada, para el este, llegaba primerohasta Necochea, y un poco más al sur se corría parael lado del río hasta el pasaje Santafesino, para luegovolver a Necochea. Es cierto que este dibujo es arbi-trario. Pero teniendo en cuenta la cantidad de nom-bres que tuvo el barrio a lo largo del tiempo y que sudenominación oficial desde hace un tiempo GeneralSan Martín (sic), creo que está absolutamente permi-

Andrés ContiFotos: Giselle Marino

TABLADA: EL BORDEDE LA HISTORIAUn periodista vuelve al barrio de su infancia y se encuentra con un doblerecorrido, el de su tránsito personal y el histórico. Un territorio que acopia ensu arquitectura los cambios del país: la Vigil, los frigoríficos, la vivienda obrera

CRÓNICA

“Llegué de grande alborde de esos lugares algosórdidos que aparecenen los noticieros”.

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tido que cada quien arme, recorte y pegue su Tabladacomo se le cante.

DesechosLa Tablada histórica arranca allá por 1774, con lacreación de la Posta del Rosario de los Arroyos, y elcuento se mezcla de entrada con la vecina Villa Ma-nuelita. La posta para carretas al servicio del inci-piente correo entre Buenos Aires y Asunción del Pa-raguay estaba ubicada en las manzanas que hoy ro-dean las calles Colón, Virasoro, Alem y 27 de Febre-ro, y se sabe que existió al menos hasta 1833, lo quequiere decir que fue primero parte de la colonia, lue-go del Virreinato del Río de la Plata y al final llegó aconocer a la precoz nación independiente.

Hasta 1874 lo que hoy es Tablada y Villa Manue-lita eran quintas y campo abierto, ya que Rosariollegaba, al sur, hasta el actual bulevar 27 de Febrero.Ese año, el municipio licitó la construcción del Ma-tadero Público en lo que por esa época era un limbode paso entre el balneario del arroyo Saladillo y laurbe. Para ser claros, el destino que tenían planeadolos rosarinos para la zona era, evidentemente, el dellugar de los desechos: todo lo que mandaban paraese lado generaba suciedad y contaminación. Prime-ro el matadero con sus tabladas, los sitios en dondese instalaban los corrales de madera para ubicar elganado hasta el momento del sacrificio que le die-ron el nombre al barrio. Después, las fábricas que

aprovecharon los residuos como jabonerías, grase-rías, curtiembres y saladeros. Por si fuera poco, a losrosarinos se les ocurrió tirar la basura en lo que hoyes el bajo Ayolas, primero de manera ilegal, y luegoblanqueando la actividad. Más tarde llegaron losasilos de ancianos y niñas descarriadas. El barriopoco a poco se fue poblando con inmigrantes quevenían a trabajar a las industrias de la zona, y sucrecimiento se hizo imposible de frenar. Toda estaactividad trajo los tranvías primero, y las vías delferrocarril y las estaciones de tren –la Central Cór-doba y la del Ferrocarril General de Buenos Aires,donde hoy está Gendarmería– después, junto con elpuerto cerealero cercano.

No es difícil imaginar que todo ese crecimientodescontrolado y ese abandono a la buena de Diosdaba como resultado malas condiciones de vida,hacinamiento y alguna que otra peleíta. Todavía al-gunos viejos llaman al bajo Ayolas con el nombrecon el que se lo conocía por 1915: el barrio de la Pu-ñalada. Pero, como es sabido, las dificultades sue-len sacar lo peor y lo mejor de los seres humanos, yel empuje y la solidaridad de los vecinos del lugarse contrastaba con esa imagen peligrosa que fomen-taban los rosarinos de 27 de Febrero al norte. Porsupuesto, con la llegada de las conquistas laboralesy sociales de la mano de Juan Domingo Perón, apartir de 1945, Tablada comenzó a vivir su época deoro. Época que yo no llegué a vivir, pero no me

cuesta adivinar hoy, a pesar de los tiempos difícilesque vinieron más tarde.

Siesta en el catreMi Tablada, en cambio, es más contemporánea y em-pieza con el recorte del primer recuerdo que tengo.Es esa imagen que queda grabada en la cabeza decuando uno era muy chiquito, a pesar de que todo loinmediatamente anterior y posterior es una nebulosaindescifrable. En mi caso, la memoria me llega hastauna pieza con cortinas naranjas y catres para dormirla siesta, en la guardería de la Vigil, y una señoritaque canta algo para que los otros pibes y yo apolille-mos y nos dejemos de joder. Mi mamá era maestrade la primaria que dependía de la Biblioteca, y diceque para entrar a trabajar ahí tuvo que rendir unexamen de conocimiento, hacer un test de Rorschach(el de las manchas en las hojas blancas) y una entre-vista con Rubén Naranjo, a la que fue sabiendo quecuando le preguntaran “¿tiene ideas progresistas?”tenía que contestar que “sí, por supuesto”. La guar-dería era para los hijos de las mujeres que trabajabaen las instituciones de la Biblioteca Popular, pero yodespués seguí en el jardín y el preescolar, hasta quela intervención militar de 1977 me hizo cambiar deescuela, igual que a mi mamá. Yo fui a una de Espa-ña y Hospitales, y mi vieja fue a parar a una de VillaManuelita.

De ese exilio me olvidé todo (uno suele negar las

cosas malas). De lo que sí me acuerdo es de querersubirme a la montaña que estaba en el parque, y deescaparme al bosquecito, que solamente estaba per-mitido para los alumnos de la primaria. Hoy la es-cuela Vigil existe, depende de la Provincia, y sigue enla manzana de Virasoro, Alem, Ayacucho y Gálvez.Lo que para mi era una montaña es una elevación detierra que no supera el metro, y el bosquecito es uncuarto de manzana con árboles que nada tienen quever con esos pinos que asustaban.

Volví a Tablada a los once años, a jugar un parti-do de fútbol contra el sexto grado de la escuela6.059, de Entre Ríos y Uruguay (ex Ayolas), inte-grando el equipo de sexto de la 527, de Uruguay yPresidente Roca. El terreno neutral elegido fue unacancha de 11 en lo que nunca termina de ser el par-que Hipólito Yrigoyen, perpendicular al estadio deCentral Córdoba. El partido fue un 1 a 1 espantosoen medio de un barrial, y que terminó con los onceintegrantes de mi equipo metidos adentro del Fiat128 Rural blanco de mi papá para volver a nuestroreducto en un éxtasis de transpiración, barro seco,ropa mojada y euforia de haber defendido digna-mente los colores.

Desde entonces, no paré de volver a Tablada,desde el país limítrofe de España y Hospitales.Siempre con cómplices y excusas varias, pero fasci-nado por la libertad de poder cruzar avenida SanMartín y entrar a ese mundo de calles y cortadas de

En la zona

Arquitectura proletaria y bebop

“Lo que identifica al barrioson las casas que se pueden leercomo un libro de historia”

“La Tablada histórica arranca allá por 1774 conla creación de la Posta del

Rosario de los Arroyos”.

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adoquines, donde las amiguitas de mis amiguitoseran sensiblemente más lindas que en mi barrio, sevestían mucho mejor y tenían bicicletas cross de fá-brica, que no eran el resultado de tunear una Gra-ciela rodado 20 como la mía. Una vez, con dos com-pañeros de grado, pasamos Necochea para el ladodel río y llegamos al pasaje Santafesino, el único deesta ciudad que hoy se puede vanagloriar de tenerdoble mano y cantero central como un bulevar, apesar de ostentar nada más que dos o tres cuadrasde largo. Ni registraba que doscientos metros másallá se podía ver el Paraná, pero ese día volví a micasa excitado como si hubiese descubierto la fuentedel Nilo. Mis viejos jamás se enteraron.

Construir y destruirLa historia de la Vigil es un poco más conocida, peroestá bueno contarla, por las dudas. Arranca alrededorde 1930, con algunas asociaciones vecinales en el ba-rrio que se juntaron unos años antes, y con la crea-ción en 1933 de la Sociedad Vecinal Tablada y VillaManuelita. La cosa es que por entonces, durante la

llamada Década Infame, los laburantes no cortabanni pinchaban en los lugares donde se cocinaba el es-tofado. Y para hacerse escuchar tenían que juntarseen sindicatos o vecinales, con la intención de obtenerconquistas sociales que les eran negadas. Sus prime-ros reclamos pasaron por la apertura de calles, exten-sión de las líneas de tranvías, construcción de edifi-cios escolares y creación de dispensarios. También serealizaban actividades culturales, como fiestas, recita-les y concursos literarios, pero todo cambió cuandose fundó la biblioteca dependiente de la vecinal, enfebrero de 1944.

Después de años de peleas internas, vaivenes polí-ticos del país, apogeo y decadencia de vecinales cer-canas y otras yerbas, la biblioteca Constancio C. Vigil(bautizada en honor al escritor y editor de la revistaEl Gráfico, la más leída en el barrio) se independizaen noviembre de 1959. A partir de entonces arrancanlas proyecciones de películas, las mesas debate, lostalleres de capacitación y el jardín de infantes, banca-dos por rifas y bonos contribución. Tras la compradel terreno de Alem al 3000, se crearon la escuela de

artes visuales, la de música y la de teatro. Cuando el primer edificio no alcanzó para conte-

ner a la gente y a las actividades que se realizaban, secompraron más terrenos y más casas de la mediamanzana de Alem, Gaboto, 1º de Mayo y pasaje Per-kins. Después, literalmente, se empezó a construirpara arriba: más pisos vinieron para contener a la es-cuela secundaria, el auditorio para 450 personas, losdepósitos para los miles de libros, hasta llegar a lossiete de un edificio que no tiene fecha de fundación,porque se fue haciendo de a poco.

La biblioteca, al cierre de la década del 60 era unverdadero complejo cultural que incluía educaciónprimaria, secundaria y Universidad Popular, museode ciencias naturales, mutual, centro recreativo en Vi-lla Gobernador Gálvez y departamento de construc-ciones, entre otras cosas. En cada uno de los proyec-tos que se emprendían, se buscaba imprimir el sellode lo moderno, de lo progresista, de buscar formasnuevas de enseñanza y de intervenir en la comuni-dad. Todo financiado con una rifa en cuotas mensua-les que llegó a tener 200 mil compradores dentro yfuera de la ciudad. Pero en 1977, los problemas finan-cieros provocados por años de inestabilidad econó-mica del país sirvieron de excusa a la dictadura mili-tar para intervenir la institución. Lo que tardó añosdoscientos años de historia barrial y cuarenta de his-toria institucional en construirse fue destruído enmeses por el terrorismo de estado. Hoy, a casi 30años de la intervención, es imposible calcular y nohay registros de todo lo que fue robado y destruído,a pesar de la intención política del actual gobiernoprovincial de colaborar con los que están intentandoreconstruir algo de lo que fue saqueado.

BebopEntre los libros que se salvaron de la quema de losmilitares, yo saqué con el carné de mi mamá de la bi-blioteca Vigil las obras completas de Julio Verne,donde se explica al detalle cada uno de los males delcapitalismo sin mencionarlo explícitamente ni unasola vez. También pude pedir prestado, por dar unejemplo, las siete novelas de Raymond Chandler enlas que el protagonista es el detective Philip Marlo-we, un tipo que jamás caga a una sola persona a pe-sar de laburar en el medio de la corrupción más as-querosa.

Sí, es cierto, hoy los restos vivos de la Vigil toda-vía están en el medio de Tablada, junto a otros monu-mentos con menos carga simbólica pero que no poreso dejan de ser representativos del barrio. Hay unOpel modelo 60 con calcomanías que te invitan a aso-

ciarte a Central Córdoba. También está la mejor pizzadel mundo (de molde, obvio), que se hace en la SantaMaría, de Garay y San Martín. Además, hay una cor-tada que se llama Alpatacal, que está en la mitad dela cuadra de Laprida al 3400 y que tiene una inclina-ción de unos 30 grados con respecto a la perpendicu-lar que hace que termine casi en la esquina de Bue-nos Aires y Ayolas.

No sé si tiene sentido seguir enumerando marcasde Tablada que tengo fijadas en la memoria. Creo quelo que más identifica al barrio es esa forma de cons-truir casas de no más de dos pisos que se pueden leercomo un libro de historia. Entre las lajas de imitaciónde mármol travertino o los ladrillos vistos truchosque se pegan a la pared, colocadas con la plata dulcede finales de los 70, se puede ver el frente de la plantabaja hecho en los 50, durante el peronismo. Arriba es-tá la ampliación de la planta alta, cuando la familiacreció y nadie se esperaba todavía el Rodrigazo del75. El menemismo después le tiró encima a la fachadauna pátina gris de mugre que ya nadie se molestó ensacar, aunque algunos apelen, últimamente, a un hi-

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Las tablas de los frigoríficosdonde sacrificaban a los

animales le dieron el nombre al barrio.

“Todavía algunos viejosllaman a la zona con el nombre por el que se laconocía en 1915: la Puñalada”.

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drolavado kirchnerista para levantar puntería. Esa arquitectura me hace acordar al bebop, ese es-

tilo del jazz que inventaron el saxo de Charlie Parkery el de John Coltrane, con la idea de improvisar lamayor cantidad de notas dentro de un solo compás.En Tablada, la cosa es meter la mayor cantidad depiezas en espacios ínfimos, mientras se improvisauna familia en el medio de una vida inestable de la-burante argentino. A las terrazas le crecen los dormi-torios como jorobas poliédricas, a los balcones se lesinventa cerramientos para hacer escritorios, a los pa-tios se les coloniza el césped para el parrillero.

Ni hablar de las casas de pasillos que se filtran enlos recovecos de los frentistas, para crear un lugarhabitable, humano y luminoso en terrenos increíbles,que sentarían de culo al arquitecto más famoso a lahora de proyectar. Yo vi con mis propios ojos apare-cer, atrás de una puertita de un patio de una casacualquiera de Tablada, una empresa textil de sirioli-baneses que no se puede ver ni a palos desde la vere-da. No creo que el escondite de Ana Frank haya pa-sado más desapercibido.

Por eso, creo que los mejores atributos del barriosolamente necesitan de un observador externo quepueda descubrir un pizarrón que ofrece una heladerafamiliar en el pasaje Facciano y lo festeje como si fue-ra el eslabón perdido de la evolución entre el mono yel hombre. Para ser más precisos, hace falta alguienque mire a Tablada desesperado, buscando la puerti-ta del pasillo, el cuartito en la terraza o el centro demanzana donde se esconde esa idea de felicidad quesé –porque estoy casi seguro– alguna vez anduvopor acá, porque se nota.

N. DEL A.: LOS DATOS HISTÓRICOS DE ESTE ARTÍCULOFUERON EXTRAÍDOS DEL LIBRO EL BARRIO TABLADA Y LOS

ORÍGENES DE LA BIBLIOTECA VIGIL, DE JORGE MALLEA,EDITADO POR LA VECINAL A.V.RO.S.E.

“En Tablada, la cosa esmeter la mayor cantidad depiezas en espacios ínfimos,mientras se improvisa una

familia en una vida inestable de laburante

argentino”.

“Mi memoria llega hasta unapieza de cortinas naranjas y catrespara dormir la siesta, en la guardería de la Vigil”.

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