Leonel Fernández y Yo

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Narra los contactos con el narcotráfico de NY que hizo el ex presidente Leonel Fernández antes de obtener su primer período presidencial.

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LEONEL FERNÁNDEZ Y YO

MEMORIAS INÉDITAS

EL ENGENDRO DE UN NARCOPRESIDENTE CARIBEÑO

JULIO CÉSAR VALDEZ

EDITORIAL VOX POPULI Santo Domingo, enero de 2014

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Prohibida la reproducción o cita impresa o electrónica total o parcial de esta obra, sin autorización expresa de su autor. Título original: The Making of a Caribbean Narcopresident Copyright © JULIO CÉSAR VALDEZ EDITORIAL VOX POPULI, 2014 Santo Domingo, DN © Diseño de cubierta: H® © Diagramación: H®

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Para mis padres Para mis hermanas

Para mis amigos Para quienes creyeron en mí.

Para los amigos leales, incluyendo a Peter Pan. Para todos mis profesores que me enseñaron el deber a la lealtad, a los principios éticos y morales de todo hombre, y en especial, a los que me

inculcaron siempre a decir la verdad para que la historia no sólo la escriban

quienes controlan el status quo

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PRÓLOGO

“Entre los recuerdos que todos conservamos de nosotros mismos hay algunos que sólo se los contamos a nuestros amigos. Otros, ni siquiera a nuestros amigos se los queremos confesar y los guardamos para nosotros mismos bajo el sello del secreto. Y existen, en fin, cosas que el hombre no quiere confesarse ni siquiera a sí mismo. En el curso de su existencia todo hombre honrado ha acumulado gran cantidad de estos recuerdos, incluso me atrevería a decir que su número está en proporción directa con la honradez del hombre.” FIÓDOR DOSTOIEVSKY, Memorias del subsuelo.

Leonel y yo...memorias inéditas, es la historia desconocida de unos de los últimos gobernantes de mi país, a través del cual comprenderán por qué la República Dominicana está sumida en la pobreza, por qué de la noche a la mañana nuestros dirigentes cambian de opinión, por qué los hilos del poder conducen casi siempre a la corrupción y al desastre de la democracia.

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Este no es libro de estudios ni de historia. Es, simple y llanamente, el relato de una verdad escueta, basada en realidades, con citas nombres propio, causas y efectos de lo que República Dominicana no se conoce y que, allende los mares, tendrá muchas repercusiones en diferentes frentes de la vida cotidiana de nuestro país.

Leonel Fernández Reyna fue el presidente dominicano durante cuyo mandato se construyeron todos los delitos habidos y por haber. Es político que habla bien, es un orador que persuade, que con elegancia mantiene viva la fogosidad y locuacidad en sus intervenciones, pero en el fondo, es un “lobo vestido de oveja”, que le importa poco qué bien o mal esté su pueblo, qué bien o mal esté el desarrollo social y económico de su patria, qué bien o mal tenga que violar el código penal, o lo que se le ponga por delante, con tal de alcanzar sus fines lucrativos y favorecer a su reducido grupo de amigos y consejeros.

Lo que cuento en estas pocas páginas del libro “Leonel y yo...” es quizás la forma más concluyente para encontrar las verdaderas y poderosas razones de lo que existe, hay y se desarrolla detrás del poder de un gobierno elegido por el pueblo y dizque para el pueblo.

Estoy seguro que para los ciudadanos dominicanos lo que se refleja en este libro es algo probablemente increíble, inaudito. Pero cuando en detalle conozcan la forma en que se desarrollaron los hechos, los métodos que se utilizaron para convertirlos en realidad, los efectos y las causas, el asombro será mayor, porque muchos de los personajes que conforman la trama son ampliamente conocidos, de la élite del poder, del gobierno y de la política.

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Y esa misma sensación de asombro permitirá confirmar que todos los hombres tenemos un valor, pero que no deberíamos tener un precio, y que en la clase política de nuestro país y probablemente de nuestra región, sólo se ha preparado para ocupar los altos cargos gubernamentales en procura de hacer para sí todo lo que provenga del bien o del mal, de lo bueno o lo malo, de lo limpio o de lo sucio. Porque al comienzo, cuando se plantean los planes y las cosas por desarrollar dentro del gobierno, uno dice en su interior, “estamos trabajando para un hombre que tiene el deseo de por lo menos acertar”.

Empero, cuando empieza el desarrollo de los acontecimientos de órdenes, trabajos y nombramientos, es cuando uno se da plena cuenta de que en el gobierno sólo pueden trabajar, colaborar y cumplir con las metas y propuestas, todos aquellos que pueden contribuir “a la causa” sin preguntar, sin contradecir, sin investigar, así se lleven por delante los planes sociales que se esgrimieron durante la campaña, los proyectos para mejorar la calidad de vida de sus habitantes y, desde luego, hacer de los actos gobierno los medios que conduzcan a sacar adelante a las naciones en desarrollo.

Nada de eso se puede conseguir, porque otros son los intereses, otras son las metas, y otras son las formas de gobernar, de discernir y de ejecutar las obras de gobierno. Por eso se apresuran a constituir fundaciones sin fines de lucro que, aparentando buscar propuestas innovadoras para el avance de nuestra Patria, y desarrollar causas sociales, son en realidad verdaderas plataformas para difundir mentiras, para la diatriba política, para construir senderos para volver al poder, para seguir haciendo de las suyas.

Cuando lean el libro, Dios quiera que no se sientan frustrados y apesadumbrados por lo que ha ocurrido en nuestra bella

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Quisqueya. Cuando lean el libro, hagan un acto de conciencia para saber con quién contamos y quiénes son los que nos gobiernan. Y las cuentas serán muy claras...

Mi relato, escrito bajo la óptica de la verdad, tal como la viví y la sentí, puede servir como punto de partida para cambiar la vida política de República Dominicana, mi patria, que ha sido maltratada, ofendida, pisoteada y, por qué no decirlo, humillada, arrasada, difamada internacionalmente y acabada social, económica y políticamente.

El Autor Nueva York, marzo de 2004

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10 DE SEPTIEMBRE DE 2002 Corría contra el tiempo para no llegar tarde al trabajo. Sabía que sería imposible estar a la hora prevista, pero albergaba la esperanza de que mi tardanza no fuera extrema.

El trayecto entre el tren y el autobús demoraba cerca de una hora, y yo entraba a laborar a las cuatro de la tarde. La gente andaba apresuradamente por las calles de la gran urbe, dejando conocer cierta tensión en el ambiente, actitud que era manifiestamente palpable en sus rostros y en la forma en que se desplazaban. El hecho de que al día siguiente se conmemorara el primer aniversario del atentado a las famosas e inolvidables Torres Gemelas, mucho tenía que ver, sin lugar a dudas, con todo lo que estaba ocurriendo en la metrópolis. Ya eran las tres y treinta de la tarde, y antes de abordar el subway, quería comprar un periódico dominicano para, por lo menos, leerlo durante el viaje y enterarme de esa manera de los últimos acontecimientos noticiosos de mi país.

Llegué a la tienda de siempre, donde expenden los periódicos

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latinoamericanos, buscando un ejemplar de El Caribe. Quería consultar la última encuesta publicada por dicho medio en materia de pronósticos políticos para las próximas elecciones presidenciales, que ya había visto en la versión internet, antes de salir de casa. La edición de ese día aún no había llegado a Nueva York, pero había ejemplares del día anterior, junto a otros periódicos latinos de diferentes países. De todos modos, tomé una edición del día anterior y procedí a hojearlo rápidamente. Una encuesta de la Penn Schoen & Berlan era destacada en letras llamativas en primera página: “La energía eléctrica es el principal problema nacional”. Pensé que tal vez lo que me interesaba estaba reseñado en las páginas interiores y continué mi búsqueda a toda prisa,

Lo que había visto en la versión on line actualizada de El Caribe no aparecía en ninguna parte. Sorpresivamente tropecé con un artículo en el que hablaba el ex-presidente Leonel Fernández que me hizo olvidar las encuestas que estaba buscando en la edición y que con tanta premura quería encontrar. Me concentré en lo que leía. El antetítulo decía: “El dirigente peledeísta, preocupado por el auge la delincuencia”. Más abajo le seguía el título en letras grandes: “Leonel Fernández propone un frente contra el crimen”.

Me devoré el primer párrafo del artículo que textualmente precisaba: “El presidente del Partido de la Liberación Dominicana (PLD), Leonel Fernández, llamó la atención sobre la necesidad de obviar las tendencias políticas, religiosas y de otra índole para crear un frente para darle una lucha frontal al narcotráfico y a la inseguridad ciudadana”.

Cualquier persona que no conozca ampliamente la trayectoria del hombre que hacía las declaraciones, hubiera elogiado los

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comentarios que había emitido. Yo, sin embargo, que fui testigo de varias de las andanzas de Leonel Fernández y cómo consiguió llegar a la primera magistratura del Estado Dominicano, quedé atónito, perplejo, fruncí el ceño, en actitud de increíble sorpresa. No pude contener una sonrisa suspicaz, tal vez socarrona, al estar leyendo tamaña propuesta. Pero igualmente recordé que la moneda tiene dos caras, como la hoja del árbol del caimito.

Suponía que eventualmente por tratarse de declaraciones del ex presidente dominicano otros periódicos habían recogido la misma versión. Decidí entonces, comprar también un ejemplar del periódico El Nacional, que informaba sobre lo mismo.

Salí de prisa de la tienda y subí a tomar el tren elevado en la estación que estaba totalmente atestada de gente, Cuando llegué al sitio del transporte masivo ya casi eran las cuatro de la tarde, Estaba repleto de estudiantes que cotorreaban unos con otros, mientras regresaban a sus casas después de asistir a la escuela. No tuve otra alternativa que abrirme paso a codazos, para no perder el tren que se había detenido instantes antes en el paradero.

Ya adentro, miraba a los muchachos hablando, mejor dicho, vociferando en forma tal que los otros compañeros, separado por la distancia y el resto de la gente, podían darse por enterados, a voz en cuello, sobre lo que estaban platicando. Recordé en ese momento que veintiséis años antes, en septiembre de 1976, yo era un estudiante común y corriente , y el personaje sobre el cual acababa de leer la noticia en el periódico, era para entonces mi maestro.

Cursaba el tercer año del bachillerato y Leonel Fernández su tercer año de una licenciatura en leyes. Eran tiempos diferentes, pero también similares a los actuales. Entonces, se hablaba en esa época de la “Guerra Fría”. Hoy se habla de guerra, que tiene dos nombres según quien la defina. Nosotros la llamamos

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“guerra contra el terrorismo”. Nuestros adversarios la bautizan como “guerra santa”. Antes, el conflicto era entre norteamericanos y soviéticos, ahora es entre norteamericanos y un grupo llamado Al Qaeda, que hace un año exactamente perpetró el peor acto terrorista de la historia en nuestro continente, un hecho que conmocionó el mundo y a todos los habitantes de esta gigante y desarrollada nación.

Más adelante me transferí de un tren a otro expreso, dejando atrás el bullicio de los estudiantes y conseguí rápidamente asiento, para poder leer las versiones periodísticas que tenía entre mis manos, con los pronunciamientos del doctor Fernández. Saqué primero El Caribe, que había guardado en mi mochila – un elemento indispensable para mí, pues siempre vivo cargando documentos, libros, revistas, periódicos, cámaras fotográficas, grabadoras, etc., y procedí a leer el artículo completo.

Las declaraciones del ex presidente Leonel Fernández sobre el narcotráfico, no pudieron llegar a mis manos en mejor momento, pues estaban relacionadas precisamente con el tópico sobre el cual estaba escribiendo por esos días.

Guardé de nuevo el periódico en la mochila y decidí darle una vistazo a dos libros que llevaba. Los libros me habían llegado a través de dos amigos periodistas. Uno de ellos con el titulo Mean Business, The Insider's Guide to Winning Any Political Election, de Matt Towery & Pierre Howard, (La guía interna para ganar cualquier elección política), que me había prestado un conocido reportero de una destacada cadena de televisión norteamericana. El otro, La rabia en el corazón, de la ex candidata a la presidencia de la República de Colombia y en la actualidad secuestrada por grupos subversivos en su país, Ingrid Betancourt, que me lo había obsequiado Tony, un reconocido periodista colombiano, como muestra de gratitud y de amistad, y quien

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conocía bastante a fondo mis inquietudes, para hacer conocer públicamente las cosas que sucedieron durante la campaña electoral en la cual participé.

Tony había venido exclusivamente a Nueva York por esos días, acompañado de su señora esposa, para tomarse unas vacaciones, y de paso aprovechar la ocasión para escribir una nota especial para varias publicaciones de América Latina sobre el primer aniversario del atentado terrorista contra las Torres Gemelas. A quien él por cierto le había correspondido hacerlo en pleno Nueva York el día funesto de los hechos, en su calidad de reportero para un semanario que se editaba en la gran ciudad.

Nos habíamos conocido en el pequeño semanario que había quedado en manos de un amigo común, poco después de que los originales inversionistas decidieran abandonar el proyecto, y con base en sacrificios hasta alimentarios, seguía sobreviviendo y publicándose, cada día con mayor circulación, y cada vez, más respetado y apetecido por la comunidad latina en Nueva York, en especial la dominicana.

Para que el semanario pudiera seguir funcionando, yo había conseguido que un amigo facilitara un local a un precio que aun cuando módico, nunca pudo ser pagado. Las cosas fueron de mal en peor, y cuando uno de los socios que no tenía la mas remota idea de lo que era el periodismo, decidió pedir sus computadoras y otros elementos indispensables para su publicación, el proyecto colapsó por completo. El “yo o don nadie” pudo más que el trabajo, y la colaboración de verdaderos profesionales del periodismo de diferentes países que, creyendo en el proyecto, cuando desayunaban no almorzaban, o cuando almorzaban no cenaban, y quienes se mantenían firmes, al pie del cañón, esperando dar un golpe periodístico o conseguir un buen respaldo financiero, económico y empresarial, que no dejara

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morir el semanario. Pero las cosas no se dieron y la publicación hubo de ser suspendida días más tarde.

Fue en esa época de infortunios, cuando le hablé a Tony sobre mis inquietudes y mi deseo de escribir un libro para contar la historia. Él se interesó muchísimo en el proyecto e inmediatamente me prometió su irrestricta colaboración para plasmar mi relato en una publicación.

Una verdadera historia que había quedado registrada con apuntes desorganizados en hojas sueltas o en cuadernos que incluían hasta números telefónicos de amigos y contertulios, y con otras notas que guardaba en disquetes de computadora, memorandos con citas y una que otra manera ingeniosa de tener a la manos datos, cifras, nombres de establecimientos, calles, personajes que, en el futuro, pudieran servir para fundamentar mi afición de escribir un libro sobre las campañas presidenciales, en especial sobre la que me tocó vivir, y la forma en que se nutren económicamente para desarrollarlas.

La idea inicial del libro me surgió cuando al regresar de Santo Domingo, en junio de 1995, después de haberme reencontrado con Leonel Fernández, llegó a mis manos una copia del libro The Selling of the President de Joe McGinniss. Inmediatamente pensé que escribir un libro que tratara cómo se lograba la Presidencia de la República Dominicana, podría ser algo interesante, Inclusive, sin pensarlo dos veces, me imaginé éste título en inglés: The Making of a Dominican President (La hechura de un presidente dominicano).

Con el objetivo de tener la mayor documentación posible, a partir de ese momento, me apertreché de dos cámaras fotográficas y una de vídeo Hi-8. Hablé con el candidato y le expliqué mi propósito. También se lo comuniqué a Jimmy Sierra, un amigo común, a quien convertí en fotógrafo personal en

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algunas ocasiones especiales, para contar con un testimonio gráfico de hechos, reuniones y personajes que me sirvieran para la publicación del futuro.

Cuando empecé a tomar apuntes había visualizado circunscribir mi libro al proceso por el cual mi candidato tenía que pasar para ganar las elecciones. Había pensado positivamente, pues si ganaba, el libro tendría gran acogida y coincidiría con el título escogido, Sin embargo, en la medida que avanzaba el tiempo e iba teniendo acceso a otros tipos de informaciones, me fui dando cuenta que mi proyecto, irremediablemente, tomaba un nuevo rumbo, un nuevo sendero, con una faceta y un núcleo central totalmente diferente al que había planteado en forma inicial.

Unos de los factores que más influyeron en la reorientación del plan inicial, fue la oportunidad única de codearme directamente con importantes figuras del equipo político de mi otrora profesor. La otra, quizás la más importante, el haber tenido la oportunidad de trabajar personalmente dentro del cuerpo diplomático de la República Dominicana, al haber desempeñado un cargo en el consulado dominicano en Nueva York.

Debo hacer la salvedad que mi paso por el servicio diplomático fue fugaz – un año y tres meses de servicio nada más – pero la experiencia vivida y las informaciones obtenidas, personalmente y a través de varios contactos, terminaron siendo muy sólidas y extensa, a tal punto que cambiaron para siempre el concepto preliminar que tenía para el libro. A medida que conocía ciertas informaciones, la curiosidad de confirmarlas me obligaba a recurrir a todos los métodos posibles, para lograr mi objetivo, llegando en algunas ocasiones, a utilizar formas no convencionales y, probablemente, hasta ilícitas.

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Desarrollé mi propia red de espionaje y ensamblé un equipo de “agentes secretos” y en varios casos, como ciertamente llegó a ocurrir, no sabían ni lo que estaban haciendo, ni para quién lo hacían, ya que su trabajo lo efectuaban a cambio de algún dinerito, sumas que, por cierto, eran irrisorias.

En casi todos los aspectos de la vida, como sucede en el tablero de ajedrez, lo que vemos desde afuera, resulta ser muy diferente a lo que vemos y palpamos desde adentro. Sería algo así como comparar el punto de vista de la audiencia de una película con el punto de vista del equipo de producción de la misma. O de igual manera, comparar el punto de vista de los clientes de un restaurante y los que preparan la comida en la cocina. Finalmente el resultado será el mismo, sin embargo, el punto de vista de los individuos que producen y el de los que consumen, siempre será completamente diferente. Sino, que le pregunten al torero qué siente cuando está en la arena, y qué sienten los aficionados ocupando asientos en los tendidos.

La política no es la excepción a la regla, y lo que los electores llegan a conocer de las campañas electorales es tan sólo una mínima fracción de lo que en realidad por dentro acontece, distando mucho lo que son las experiencias del elector y las vivencias que los participantes directos de la organización tienen de las mismas.

Casi todas las personas que no son políticas o no les interesa la política, tienen una percepción de que los políticos y sus campañas pueden hacer cualquier cosa menos que sean limpias y transparentes. En cierto modo, en la mayoría de los casos, están en lo cierto.

No escapa a la realidad el hecho de que la mayoría de las campañas políticas que han tenido lugar en nuestro continente han estado matizadas y salpicadas por escándalos de corrupción,

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bien sea política, económica o de otras índoles, y ni siquiera el padre de la primera democracia de América, George Washington, fue inmune a que se le acusara de incurrir en irregularidades mientras corría en su campaña por un escaño para la “Virginia House of Burguesses” en 1757, mucho antes de la formación de los Estados Unidos de América.

Las campañas presidenciales de la República Dominicana no sólo han estado teñidas por los sucesivos escándalos de corrupción y el tráfico de influencias, sino que debido a los incrementos en los costos de las actuales campañas y a la ineficacia del control y supervisión en el manejo de los recursos financieros por parte de los partidos y los candidatos, el auge del narcofinanciamiento ha tomado mayor preponderancia en las últimas dos décadas.

Pero el caso del que nos vamos a ocupar en estas páginas, es para demostrar que, mientras los gobernantes de otras naciones intentaron por todos los medios a su alcance evitar el ingreso de los dineros mal habidos, con cierto temor de que por lo menos se cubriera con el manto de la duda, Leonel Fernández hizo todo lo contrario y que fue directa y personalmente él, quien tocó las puertas de algunos narcotraficantes que él conocía, para obtener su apoyo con sumas de dinero que engrosaron los fondos de la campaña, para luego mantener el vínculo durante su gobierno, como “puente” para que los dólares llegaran a través de las conexiones diplomáticas y consulares a República Dominicana.

La problemática del narcofinanciamiento, en la política dominicana no es asunto exclusivo de las últimas elecciones, de un partido en específico, ni de un candidato en particular. Desde hace muchos años algunos politólogos vienen llamando la atención sobre este flagelo y han propuesto soluciones al problema que puedan detener por completo su presencia e

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influencia en las campañas políticas. Es por eso, y con la convicción de que este libro pueda

aportar un granito de arena para volver decentes los procesos políticos en América Latina, y específicamente en la República Dominicana, mi patria, mediante el establecimiento de mecanismos que diafanicen las contiendas electorales y preserven el sistema democrático, he decidido contar la historia que yo viví, en directo, como dicen ahora en los medios electrónicos y televisivos, y que nadie me contó.

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JUNIO DE 1995 Lo recuerdo como si fuera hoy. Ocurrió exactamente un día después de haberme recibido como licenciado en bellas artes, con una especialidad en ciencias de la comunicación en el City College de Nueva York. Fue el viernes 2 de junio de 1995, cuando finalmente tomé el vuelo con destino a la República Dominicana, mi país de origen, después de una ausencia ininterrumpida de casi siete años. La promesa de no regresar hasta cuando no tuviera un diploma bajo brazo, había sido cumplida.

Casi una década antes, había estado de visita en mi patria, para participar en la graduación de mi hermana Minerva, que se recibía de doctora en medicina de la Universidad Autónoma de Santo Domingo. Fui sólo por unos días y me gustó tanto que decidí quedarme permanentemente.

En aquel octubre del 1986, al arribar al Aeropuerto Las Américas, los organismos de seguridad del Estado dominicano, que ya sabían que había estudiado en la Unión Soviética, me detuvieron por varias horas para hacerme el interrogatorio

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acostumbrado a los que habíamos vivido en los países de la cortina de hierro. Esta entrevista duró tanto tiempo que, finalmente, me impidió asistir a la graduación de mi hermana como lo había establecido. Este mal rato, sin embargo, no me descorazonó y después de salir del aeropuerto olvidé el incidente, hasta tal punto que decidí dejar los Estados Unidos para establecerme en mi querido terruño.

Fue en ese viaje cuando me enteré de que el nuevo Hotel Jaragua estaba a punto de abrir sus puertas y me decidí a concurrir a sus oficinas de recursos humanos para solicitar trabajo, ya fuese como capitán en uno de los restaurantes o en cualquier división de la recepción. La noticia de mi elección para el puesto me llegó estando en Miami, donde residía por aquella época.

Entonces, a mediados del 1987, regresé con la intención de quedarme definitivamente y comencé a laborar allí. Mis primeras funciones fueron como capitán del restaurante Manhattan que era dirigido por el señor Santiago Pardo, un español radicado en República Dominicana durante muchos años y a quien llegué a tener gran estima. El director de alimentos y bebidas era el señor Carlos Luengas, de origen colombiano, otra persona que supo darse a querer por todos sus subordinados. En la posición de capitán del restaurante sólo trabajé algunas semanas, pues la persona encargada de dirigir las funciones de banquetes decidió dejar el cargo y Luengas me ofreció ese puesto – que acepté inmediatamente, pues con unos ingresos aproximados a los US$5000 mensuales, procedentes del porcentaje de las ventas, era inaudito no aceptarlo.

Mi estadía en el Jaragua duró siete meses, porque más pudo la razón que el corazón. Después de sopesar los pros y los contras, echando de lado la adoración por mi tierra, y los excelentes

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ingresos del Hotel, decidí regresar a los Estados Unidos. Era junio del 1988, dejaba de nuevo mi patria, llevando conmigo un maletín cargado de metas, esperanzas y con ansias de superación, enfocada, específicamente, en terminar una carrera universitaria en esa gran nación.

Esta vez, la experiencia obtenida en el Jaragua, me garantizaba más posibilidades de un mejor trabajo en la Gran Manzana y al poco tiempo de regresar, conseguí uno en un restaurante localizado en el centro de Manhattan, que administraba la Corporación Reise. Ni nueva jefa, Patricia Goldberg, me reafirmaría la importancia terminar una carrera universitaria y, para incentivarme, prometió ayudarme a mejorar mi inglés, meta que tomó de manera muy seria, ayudándome en forma paciente a mejorar mi pronunciación,

Para 1990, mi situación económica había mejorado y había cambiado trabajo. Ahora tenía dos, uno en el Downtown Athletic Club y el otro en el restaurante Windows on the World, en el último piso de una de las ahora desaparecidas Torres Gemelas. De este último cargo me botaron después que me opuse a la forma en que la gerencia distribuía las propinas de cada día. Más tarde me di cuenta de que lo que me hicieron fue un gran favor.

En 1991, comencé a tomar algunos cursos de cine y televisión, primero en la Escuela de Artes Visuales y luego en New York University. Tenía que asistir a las clases de adultos, en la Escuela de Educación Continuada, pues el trabajo de tiempo completo no me permitía tomarlas regularmente.

La primera Guerra del Golfo Pérsico trajo como consecuencia una gran recesión en los Estados Unidos y miles de personas perdieron sus trabajos, uno de ellos fui yo. Aprovechando el seguro de desempleo que tienen los trabajadores en este país, decidí registrarme en The City College, para completar la carrera

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de comunicación en la que ya había incursionado y tenía cierta experiencia. Así comenzaba a cristalizar el principal objetivo que me había propuesto cuando dejé Santo Domingo la última vez.

Avancé rápidamente y tomaba todos los cursos de verano. También asistí a todos los talleres que otros centros educacionales impartían. Para entonces, todos los gastos de mis estudios eran cubiertos por mis tarjetas de créditos, o por el gobierno norteamericano. En 1994, completé mi licenciatura normal en comunicación con el grado honorífico Cum Laude, y decidí hacer una especialidad en cine, que concluyó en junio de 1995.

Como es tradicional en mi familia, desde niño, he seguido los acontecimientos políticos que tienen lugar en mi país, y cuando Leonel Fernández se postulaba para la nominación del candidato presidencial por su partido, estuve muy atento a los resultados del evento en que participaba. Fue así, que cuando ganó dicha convención, en la última semana de abril del 1995, convirtiéndose en el candidato oficial de su partido, decidí viajar a Santo Domingo para ponerme a sus órdenes, lo que ocurre unas semanas más tarde.

Mi tardanza se debió a que primero tenía que concluir mi especialidad y participar en la ceremonia de graduación de The City College of New York. Ahora, con mi título debajo del brazo, tocaba de nuevo suelo dominicano. Nada me impedía regresar ya a la tierra que me vio nacer.

Pero algo más importante motivaba mi regreso ese 2 de junio del 1995. Viajaba a Santo Domingo para cumplir con otra promesa. La que le había hecho a Leonel Fernández en 1993 durante un encuentro que ambos sostuvimos en el centro donde yo estudiaba. Leonel acompañaba, entonces, al fallecido ex presidente dominicano Juan Bosch, uno los hombres más nobles

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y respetados de nuestra patria, quien recibiría una distinción honorífica de mi universidad.

A pesar de que la ceremonia de reconocimiento al profesor Juan Bosch se llevaría a cabo en The City College, de no haber sido por una amiga, llamada Ilka Tania Payan, quien declamaría uno de sus cuentos, creo que ese evento hubiera pasado inadvertido para mí, porque para entonces estaba asistiendo no sólo a City College sino también a New York University, donde terminaba un curso técnico en producción fílmica y televisiva.

Durante la conversación que en ese entonces sostuve con Leonel, le expliqué que pronto haría una especialización en comerciales televisivos, y que si alguna vez se lanzaba como candidato para algún cargo político, podía contar con mi asistencia. Como él agradeció mi gesto inmediatamente, di por sentada su aceptación y de paso mi promesa, por lo cual me aprestaba a cumplirla.

En los años setenta yo era un simple estudiante más, que escuchaba la “Historia Patria” que Leonel impartía. Ahora, había decidido mirar la historia desde otro ángulo y convertirme en partícipe y testigo de la misma. Fue por eso que vaticinando que mi ex profesor se convertiría en parte de esa historia, no perdí tiempo reportándome a cumplir la nueva misión que me acababa de proponer.

Logré reunir el valor del pasaje y unos cuanto dólares más para los gastos de mi estadía, por medio de varios métodos que llegaron a incluir una colecta entre mis más cercanos amigos, encabezados por Raúl González, un mexicano, y Alejandra Wilson, una cubana, quienes estuvieron entre los que más respaldo me ofrecieron, tanto en términos económicos como morales.

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Durante mi permanencia en la capital dominicana me alojé en la casa de una prima que vivía en los Estados Unidos, la casa estaba localizada en la urbanización Fernández, un sector residencial de Santo Domingo, que por su ubicación geográfica me brindaba un fácil acceso a todos los lugares de la capital, por medio del servicio de transporte público, incluyendo el famoso “Motoconcho”, que no es más que el transporte en motocicleta, bien conocido en mi país, y que es utilizado por nosotros los dominicanos cuando los autos regulares no cubren una determinada ruta.

Mi primer paso tan pronto llegué a Santo Domingo fue ejecutar, sin vacilaciones de ninguna naturaleza, una misión de rastreo para localizar a Jimmy Sierra, otro de mis ex profesores del bachillerato, que aún seguía manteniendo una estrecha relación de amistad con Leonel Fernández.

Inicialmente su localización no me resultó tan fácil como había estimado en un principio, debido a que desde hacía casi ocho años había perdido su rastro y no sabía por donde empezar para encontrarlo. Sin embargo, se me ocurrió aplicar una idea que arrojó buenos resultados.

Como sabía que Jimmy era amante del teatro y había organizado y desarrollado algunas obras teatrales, decidí aportarme en los alrededores del Teatro Nacional y preguntar por él a todas las personas que entraba y salían del lugar. Después de varios e inútiles intentos, logré hablar con un señor que conocía muy bien a Jimmy.

-¡Si! Conozco muy bien a Jimmy Sierra. El está trabajando en la producción de una novela llamada “En la boca de los tiburones”, y lo pueden encontrar en un taller de edición de vídeo, casi al frente de donde están situadas las instalaciones de la Radio Televisión Dominicana”, me dijo el señor, a quien siempre agradecí.

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Procedió a describirme, con lujo de detalles, cómo era el taller de edición que debía buscar y qué ruta debía tomar para llegar. Me lo describió de tal manera, que hasta un forastero hubiese podido encontrar el sitio. El punto de referencia más importante era que estaba casi diametralmente opuesto a la estación de televisión estatal y preguntando en los alrededores no había forma de extraviarme.

-“Puedes estar seguro que ahí lo encontrarás”, me dijo al despedirnos.

Así fue. Tan pronto encontré el lugar, localicé a Jimmy. -“¡Julio César! ¿Qué haces por aquí?” me preguntó

sorprendidamente. -“¡Vine a cobrarte lo que me debes!” le respondí, haciéndole

broma. Me presentó al amigo con quien estaba charlando en esos

momentos y me invitó en seguida a sentarme. Le expliqué mi vía crucis para encontrarlo y con su sonrisita burlona de siempre exclamó:

-“¡Coño César! No eres más pendejo porque no eres más grande. Si hubieras querido encontrarme desde el mismo día que llegaste, sólo tenías que ir a preguntar por mí a “La Trinitaria” – la escuela donde nos conocimos y que pertenecía a su hermano Bolívar – “¡Me hubieras encontrado de una vez! Ahí están Zoila, Bolívar y todo el mundo,” me dijo, exclamando seguidamente... “vivo muy cerca de ahí”.

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VERANO DE 1950 Para el año de 1950, don Manuel Reyna y doña América Romero, los abuelos maternos de Leonel Fernández, nativos de la ciudad norteña de San Francisco de Macorís, llevaban viviendo en Ciudad Trujillo alrededor de tres años. Habían llegado a la capital dominicana con sus dos hijas, Yolanda y Elsa, desde Barahona, donde habían vivido durante casi dos décadas.

Inicialmente, y para escapar de la difícil situación económica que los agobiaba, toda la familia, con excepción de Yolanda Reyna Romero, tuvo que dedicarse a trabajar, Yolanda pudo así continuar sus estudios y en 1950 terminó un curso de enfermería, que le permitió integrarse a la fuerza laboral.

Para entonces, la joven enfermera prestaba sus servicios en diferentes hospitales de la capital de la República. Es en uno de

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ellos en donde conoce a José Antonio Fernández Collado, un militar de bajo rango, con quien procrea a su segundo hijo, Leonel Antonio Fernández, que nace el 26 de junio de 1953.¹

Para la época del nacimiento de Leonel Fernández, el represivo régimen dictatorial del generalísimo Rafael Leonidas Trujillo Molina, había logrado enquistarse firmemente en el poder y dentro de dos años se aprestaba a celebrar con bombos y platillos el vigésimo quinto aniversario de su macabra era. Trujillo había nacido en 1891, en la ciudad de San Cristóbal, a menos de 30 kilómetros de Santo Domingo, como originalmente se llamaba la capital dominicana desde su fundación en la época de la colonia española. Su familia pertenecía a una clase de modestos recursos económicos y origen mezclado entre español, criollo y haitiano.

Trujillo inicia su meteórica carrera militar en 1919, al enrolarse con el rango de segundo teniente en la Guardia Nacional Dominicana, que había sido creada por el gobierno de la intervención norteamericana en 1917. Después de haber participado en un entrenamiento en la Academia Militar de Harina, obtiene el rango de capitán saltándose el de teniente, y pasa a dirigir el puesto al mando de la Policía Nacional Dominicana, institución en la que se había transformado la reorganizada Guardia Nacional.

Recurriendo a todo tipo de tácticas y triquiñuelas, avanza inconteniblemente en el escalafón militar, y en 1928 ya ostenta el rango de general de brigada, llega a convertirse en Jefe del Ejercito Nacional, institución en la que se había transformado la Policía Nacional para 1930.

Las ambiciones militares de Trujillo se convierten en ambiciones políticas y en su posición de jefe del Ejército

1 Algunos biógrafos sostienen que el doctor Leonel Fernández nació el 26 de diciembre de 1953.

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Nacional orquesta un plan que le permite arrebatarle el poder a Horacio Vásquez, aprovechando la confusión y las pugnas internas que habían surgido dentro del gobierno democrática-mente elegido tras la desocupación del ejército norteamericano del suelo dominicano.

En menos de cuatro décadas, Trujillo había logrado pasar de

ser un oscuro segundo teniente en 1919, en la Guardia Nacional Dominicana, a ser el hombre más poderoso y rico del país caribeño, para 1955. Había amasado una cuantiosa fortuna para él y su familia, mediante el chantaje, el soborno, la tortura y hasta los asesinatos en serie y seleccionados.

En diciembre de 1955, el dictador celebró con gran estruendo el 25 aniversario de su era, con un rimbombante proyecto curiosamente bautizado con el nombre de “Feria de la Paz y Confraternidad del Mundo Libre”, que le costó a República Dominicana un tercio del presupuesto nacional de ese año, estimado en 30 millones de dólares.

A pesar de que los dominicanos habían estado viviendo durante veinticinco años bajo la férrea dictadura del generalísimo Trujillo, la situación económica de la República Dominicana no era la peor del Caribe, y aunque era cierto que el régimen no permitía la salida del país de todos los ciudadanos, de no tener problemas políticos, sólo dos tipos de personas pensaban en abandonar la patria: los ricos que querían estudiar en las universidades extranjeras o “algunos” privilegiados que habían entrado en contradicción con el “sistema” y tenían que escoger el camino del exilio o arriesgarse a terminar sus días encarcelados, si era que corrían con buena suerte.

El caso de doña Yolanda no caía en ninguno de los anteriores. Empero, gracias a las relaciones que había entablado con los

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militares del régimen trabajando como enfermera, consigue el anhelado pasaporte, documento al que no todos los dominicanos tenían fácil acceso para la época.

La situación había llegado a un punto insoportable y con todo el dolor de su alma, a doña Yolanda no le quedó otra opción que dejar a sus dos hijos al cuidado de sus padres, y marcharse a la ciudad de Nueva York, en busca de mejor vida, de un mejor futuro.

Mientras esto sucedía en la capital dominicana, a doscientos kilómetros de allí, en las costas del Atlántico, del otro extremo de nuestra media isla, mi historia estaba por comenzar. En julio de 1959, cuando ya Leonel Fernández contaba con seis años de edad, mis futuros padres, Julio César Valdez y Milagros Valdez, contraían matrimonio en un pequeño pueblo costero llamado Pepillo Salcedo, que los lugareños han rebautizado como Manzanillo, por la hermosa bahía donde está situado.

Mi abuelo materno, Gustavo Valdez Gómez, era nativo de Puerto Plata. Había nacido en 1893 y llegado a ese lugar cerca de 1950 con su esposa, Aracelis Hernández Sarita, para trabajar como maquinista de los ferrocarriles que transportaban el fruto de las plantaciones pertenecientes a una compañía bananera norteamericana, llamada Grenada Company, que operaba en esa región en la década del 1940. Había conseguido el trabajo gracias a un hermano de la ex esposa del dictador Trujillo, doña Bienvenida Ricardo, llamado don Juan Ricardo, de quien mi abuelo era conocido. Habían llegado a este pequeño pueblo de la línea fronteriza con Haití, con sus siete hijos, siendo mi madre la más pequeña de las hembras.

En 1956, Julio César, mi padre, comienza a trabajar en el taller de la Grenada Company en Manzanillo, dos años después de haberse graduado como técnico en metales, en una escuela de

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Ciudad Trujillo llamada “Escuela de Artes y Oficios”, tras conseguir una beca, en 1954, gracias al entonces secretario de educación, doctor Joaquín Balaguer.

Mi padre nació en diciembre de 1936, en Montecristi. Su madre respondía al nombre de Ana Mercedes García Cabreja y era descendiente directa de una familia llegada a la República Dominicana desde las Islas Canarias a mediados del siglo XIX, que se había radicado en Montecristi alrededor de 1860. Mi abuelo paterno se llamaba Rafael Enique Valdez, y era un hombre de color, que ejercía la carpintería, conocido por sus amigos y allegados con el sobrenombre de “Gambeta”.

Cuando tenía alrededor de 8 años, me enteré que mi bisabuelo se había opuesto rotundamente al matrimonio de ella con Gambeta, porque él era negro y consideraba que le echaría a perder su descendencia. Mi bisabuelo español llegó a ser tan injusto y racista con mi “pobre abuelo”, que se atrevió a poner su dominicanidad en cuestionamiento y lo llegó hasta a acusar de ser haitiano, algo que para mí siempre fue motivo de risa, pues como buen dominicano sólo recordaba nuestro refrán que reza “que todos tenemos el negro detrás de la oreja”.

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VERANO DE 1960 Nací un lunes, 13 de junio del 1960, sin embargo, por cuestiones eminentemente políticas, no hay duda de ello, mi padre le dio la gana de cambiarme la fecha original de nacimiento por el día “14 de junio”. Obviamente, nada podía hacer yo y menos cuando el sólo hecho de nacer ya había provocado enfrentamientos entre mi abuela paterna y mi mamá, que no se ponían de acuerdo sobre el nombre que debían darme.

Mi abuela, una ferviente católica, daba por sentado que mi nombre tenía que ser Antonio, por haber nacido el día de San Antonio; mi madre, por su parte, insistía en bautizarme con el nombre de Julio César, porque había recibido las instrucciones expresas de mi padre, cuando fue a visitarlo a la cárcel de La Cuarenta, donde guardaba prisión tras ser detenido por el régimen de Trujillo, para que se me impusiera ese nombre por ser su primogénito.

Las negociaciones entre mi abuela y mi mamá se habían estancado y no tenían otra opción que recurrir de nuevo a consultar a mi padre en la prisión, para salir del impasse. Habían

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barajado todas las variantes entre Antonio y Julio, y César con Antonio, Definitivamente, para mi mamá yo era “Julio César” y para mi abuela “César Antonio”.

Por buena suerte, el dictador Trujillo fue forzado por las presiones externas, incluyendo las de la OEA, a liberar a casi todos los presos políticos y mi padre salió de la cárcel algunos días después de mi nacimiento. De esa forma, mi papá tomó control de la situación y ordena a mi abuelo paterno a registrarme como “Julio César” y declararme nacido el “14 de junio”.

Resulta que mi padre había pertenecido al movimiento clandestino revolucionario “14 de junio”, que tenía como objetivo principal y único derrocar al dictador Trujillo, que fue detectado con anticipación, permitiendo que sus miembros fueran apresados a pocos días de ejecutar su plan. Todos sus integrantes terminaron en las cárceles del dictador, y los que lograron escapar con vida por lo menos fueron torturados cruelmente. Mi padre fue uno de los que corrieron con suerte y salió vivo. Por ello fue que decidió honrar el movimiento revolucionario por el cual había ido a parar a la cárcel, cambiándome mi fecha de nacimiento original para recordar a manera de homenaje la fecha de la fundación del movimiento político, forzándome a celebrar “dos días de cumpleaños”, como hasta ahora es mi costumbre.

De la historia familiar paterna me enteré directamente por boca de mi abuela, a quien yo llamaba “Mama Chea” con quien conviví varios años de mi infancia, La pobre abuela no podía escaparse a la incansable artillería de preguntas con que la recibía día tras día. De todos modos recuerdo que a ella le encantaba relatarme todo sobre sus años mozos, cuando su adorado Montecristi era un próspero puerto marítimo que

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conectaba a la República Dominicana con ciudades europeas y la ciudad flotaba el olor del dinero proveniente de las exportaciones del Campeche, un árbol del cual se extraía tinta, y otros productos que se comercializaban por el puerto de esa ciudad.

En cuanto a la vida romántica de Mamá Chea, me informó que aunque ella y mi abuelo se separaron mucho antes de yo nacer, Rafael seguía siendo el único amor de su vida. Me llegó a confesar en alguna ocasión que nunca le había perdonado el que la hubiera dejado por otra mujer; sin embargo, siempre me inculcaba cariño hacia él y me enviaba a visitarlo a la casa donde vivía. Me había prohibido terminantemente que lo llamara por otro nombre que no fuera “Papa Rafael”.

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DE NUEVA YORK A DOMINICANA Después de haber vivido en Nueva York por seis años, Leonel Fernández regresó a la República Dominicana en el otoño de 1968, para continuar sus estudios secundarios. Vuelve al sector de Villa Juana a la casa de sus abuelos maternos, de donde algunos años atrás había partido para Nueva York.

Para ese año, el doctor Joaquín Balaguer celebraba su segundo aniversario como presidente del país. Había llegado al poder en 1966, después de un periodo de inestabilidad política que siguió al derrocamiento de Juan Bosch, y que culminó en una guerra civil y la intervención norteamericana de mayo de 1965. Aún las heridas causadas por la guerra fratricida de abril estaban muy frescas, en la mente de muchos dominicanos, y el sector de Villa Juana se caracterizaba por ser un foco de oposición al régimen balaguerista, donde varios grupos clandestinos que combatían su gobierno habían establecido sus bases.

De no haber Leonel llegado en ese populoso sector controlado por grupos de resistencia gubernamental, su historia,

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eventualmente, hubiera sido otra, porque es en esa área donde conoce a un grupo de jóvenes activistas políticos, que rechazaban al gobierno del doctor Balaguer. Entre ese grupo de muchachos estaban César Pérez, Bolívar Valera, Narciso González y, en especial, Jimmy Sierra, uno de los lideres de una organización política de tendencia marxista que había sido apodado Lenin, por sus tácticas agitadoras.

En aquel entonces, el conocimiento de Leonel en materia política era nulo. Por eso confundió a Jimmy con el líder revolucionario soviético y se acercó a él a través de su primo David Báez Reyna, para pedirle trabajo en el partido que este lideraba. Jimmy no tuvo otra alternativa que explicarle a Leonel que en ese partido no necesitaban mecanógrafos sino personas dispuestas a tirar piedras y a incendiar neumáticos.

Jimmy le lleva casi diez años a Leonel, pero me cuenta que al poco tiempo de conocerlo notó que Fernández era un joven excepcional, estudioso, disciplinado e inteligente, y que por eso decidió incluirlo entre sus amigos. “El me seguía como a un padre o hermano mayor”, me aclaro Jimmy.

Leonel se inscribe en el colegio Cristóbal Colón ubicado en el mismo sector de Villa Juana, y gracias a un curso de verano, que equivalía a un año escolar, completó la secundaria en tres años.

Terminada la secundaria, Leonel ingresa a la Facultad de Periodismo de la Universidad Autónoma de Santo Domingo, y allí participa activamente en el movimiento político estudiantil. También, de acuerdo con su biografía ocupó el cargo de secretario general de la Asociación de Estudiantes de la Facultad de Ciencias Jurídicas y Políticas de esa Alma Mater.

Para esa época, Jimmy Sierra le había conseguido un trabajo de maestro en la Academia La Trinitaria, una escuela privada perteneciente a su hermano Bolívar Sierra, quien inicialmente lo

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rechazó por ser muy joven, pero por insistencia de Jimmy, y debido a una emergencia donde se vio urgido de emplear a un profesor, decidió probar al muchacho, En poco tiempo, Bolívar comprobó los méritos de Leonel y decidió emplearlo permanentemente con un salario de 60 pesos por mes.

Pero la atmósfera de activismo político en que vivía la República Dominicana de ese entonces era incapaz de dejar intacto a cualquier ser pensante y Leonel no fue la excepción. Jimmy lo describe así, cuando se refiere hasta que punto influyó el ambiente en el involucramiento político de Leonel Fernández:

“Desde cuando llegó al barrio, sintió el llamado de esa época. Era imposible para ningún joven de los años sesenta no dejarse arrastrar por el influjo de las tesis revolucionarias, Todos los que vivíamos por allí influimos en él pero, lo principal, fue la época”.

Inicialmente Leonel se acerca al Partido Comunista Dominicano por la influencia de sus amigos del barrio, en especial de Jimmy Sierra, sin embargo, rápidamente pasó a simpatizar por el Partido Revolucionario Dominicano (PRD), con la esperanza de conseguir una beca para estudiar en el extranjero.

Durante el tiempo que Leonel estudia en la Universidad Autónoma e imparte clases en La Trinitaria, viaja en las vacaciones de verano a Nueva York para pasarla con su madre y ganarse unos cuantos dólares en el supermercado de Manhattan donde trabajaba como ayudante, y en otros menesteres que no me interesa tratar. Con su salario y los otros ingresos, compraba libros, ropa nueva y regresaba a Santo Domingo apertrechado hasta el próximo año. Es el típico revolucionario latinoamericano, que odia a los yanquis, pero ama sus dólares y la buena vida.

Leonel comenzó a admirar al profesor Juan Bosch, a través de sus libros. Luego, cuando el destacado escritor dominicano

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abandona al PRD, en 1973, para crear su nuevo partido de tendencia marxista-leninista, Leonel ingresa a dicho movimiento, como miembro de unos de los primeros círculos de estudios que esta institución organiza, para adoctrinar a sus nuevos miembros.

Para 1975, Leonel Fernández estaba bien envuelto con el partido del profesor Juan Bosch, y escribía para el semanario del mismo llamado Vanguardia del Pueblo, Los puntos de vistas políticos entre éste y Jimmy Sierra se habían polarizado y las discusiones políticas entre pupilo y profesor era una constante. Para entonces, Leonel llevaba algunos años enseñando historia patria, inglés y moral y cívica en algunos centros educativos del área donde residía.

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VERANO DE 1968 En el verano de 1968, Germania, una de las hermanas de mi mamá, regresó al país junto con su esposo Miguel Perdomo, un gran amigo de mi padre desde la infancia. Miguel convenció a mi padre para que dejara República Dominicana y se fuera a trabajar a Nueva York, prometiéndole todo tipo de asistencia. Al poco tiempo mi padre consiguió una visa en el consulado norteamericano en Santo Domingo y para mediados del 1969, ya estaba en aquel país. Inicialmente pensó llevarse a toda la familia con él, pero terminó regresando al país después de año y medio, pues no pudo soportar la soledad y lejanía de la familia.

Durante el tiempo que mi padre vivió en Nueva York, Minerva y yo continuamos nuestros estudios en el colegio San José, de Montecristi, que colindaba con nuestra casa. A su regreso, mi padre consiguió un trabajo en el taller de Manzanillo que ahora se conoce como el Proyecto la Cruz de Manzanillo, donde estaba la Grenada Company.

En junio de 1971 nació Tania Aracelis Mercedes, mi otra hermana, y al poco tiempo todos nos trasladamos a Manzanillo

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para acompañar a mi padre, donde permanecimos hasta 1972. Mas tarde, mi padre se fue a trabajar a Cabo Rojo, un puerto

de la provincia de Pedernales, cuando Julián Cabreja, un primo suyo le consiguió un mejor trabajo. Estaba aburrido de Manzanillo y quería hacer algo diferente. Para mí y Minerva esto era deprimente, De nuevo teníamos que dejar a nuestros abuelos maternos, y los amigos que habíamos cultivado en esa región.

Mi padre llegó a Cabo Rojo primero y nosotros nos quedamos en Manzanillo hasta que terminó el año escolar de 1972. De nuevo usamos los servicios de Calu Ares, un conocido señor de Montecristi, que tenía un camión de transporte. También hicimos escala en Santo Domingo, la casa de tía Chechedes, que vivía en el Ensanche La Fe, cerca del Liceo Fidel Ferrer. El camino a Pedernales parecía interminable. Recorrimos toda la costa sur del país surcando las montañas que bordean el mar. El paisaje era impresionante, pero lo que más atrajo mi atención fue un fragmento de la carretera que serpenteaba una montaña y subía hasta casi tocar el cielo. Me dijeron se llamaba El Número, a pesar de que a mí me parecía más bien un círculo concéntrico interminable. “Aquí Trujillo desbarrancó algunos de sus enemigos”, me dijo mi padre, quien nunca desperdicia conversación para hablar sobre temas políticos. Lo que nunca se imaginaba mi padre era que, mientras más mal me hablaba de Trujillo, más interesado estaba yo en conocer a tal personaje. Diría que cada vez que él tocaba el tema, más curiosidad sentía yo por el dictador, lamentando no haber conocido un hombre tan enigmático.

No pudimos detenernos en Barahona donde vivía mi tía Zenayda Morales, porque el viaje era largo y teníamos que llegar antes de que anocheciera. Finalmente, llegamos a la provincia de Pedernales, que para mí tenía mucho parecido con Montecristi,

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por lo menos en la aridez del terreno y en los cactus que adornaban la vegetación. Algo que me extrañó mucho era color rojo de la tierra. Mi padre me relató que eso era bauxita, de donde sacaban el aluminio. Casi a la entrada de Cabo Rojo había unas pilas de piedras rosada, que salían de varias trituradoras grandísimas. De nuevo bombardeé a mi padre con todas las preguntas inimaginables para investigar qué eran eses piedras y por qué las cortaban tan pequeñas. Mi padre siempre me explicaba y me daba todas las informaciones necesarias, hasta sentir satisfecha mi curiosidad. Continuamos el viaje y al poco tiempo entramos a nuestro nuevo destino, porque cuando caía la tarde habíamos llegado a Pedernales,

El camión recorrió varias calles de la ciudad, entonces desconocidas para mí, y terminamos frente a una casita de concreto, parecida a las otras que la rodeaban. Me enteré que habían sido prefabricadas y hechas de concreto armado para evitar que los ciclones las destruyeran, La Alcoa, como se llamaba la multinacional para la que mi padre trabajaba, proveía las casas a sus obreros por una pequeña mensualidad, las cuales eran usadas para costear el valor de la vivienda. Al cabo de cierto tiempo, el obrero podía convertirse en el propietario de la misma. No era ni más ni menos que la compra a plazos de la vivienda, con créditos de la empresa.

Cuando me enteré del plan que la Alcoa tenía con sus viviendas, le pregunté a mi padre si eso era el comunismo, del que ya me había hablado. “No, muchacho… ¡estos son vampiros que te chupan la sangre y tratan de mantenerte contento para sacarte más!” Me pareció un tanto injusto por parte de mi padre que se expresara así de una compañía que le pagaba tan bien, nos daba tantos regalos, nos mostraban películas gratis y otras tantas cosas. Estaba seguro que mi padre era un inconforme y un

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ingrato, y que por eso se había enfrentado a Trujillo a pesar de que le dio una beca para estudiar mecánica industrial en la Escuela Nacional de Artes y Oficios. De todos modos, mi padre era mi padre y no lo podía cambiar. Él era así, pensaba yo, y punto.

Es cierto que a los trece años de edad, es muy poca la base que una persona puede tener para emitir juicios contra el criterio político de sus padres. Sin embargo, yo siempre he pensado lo que quiero y aunque me han dado muchos tablazos, nadie me ha podido imponer su criterio en ese sentido. No al menos por la fuerza.

Al poco tiempo, empecé a hacer nuevos amigos y a conocer la ciudad de esquina a esquina. Un nuevo elemento que me gustó mucho era que la ciudad de Pedernales quedaba a sólo unos pasos de un pequeño pueblo en la hermana República de Haití, llamado Anse à Pitre, algo que me brindaba la oportunidad de nuevas aventuras.

La casa estaba situada en una esquina frente a un árbol de cedro. Estábamos rodeados de un patio inmenso con un árbol grandísimo de roble, varias plantas de caña y un árbol de limón en la parte más lejana de la casa. La vivienda del lado estaba habitada por Rubén Tiburcio, su esposa y sus hijos, en cuyo patio había un almendro que daba frutos grandes y jugosos, y en que pasaba trepado recogiendo las mejores almendras.

Justo al frente, vivía la familia de una Señora llamada Dulce, y su hijo “Remedio”, que contrario a su nombre tenía la fama de tener la boca más sucia y amarga del barrio, pero que a mí me parecía fabulosa. Mi mamá nos había advertido que debíamos de respetarla para evitar enfrentamiento con ella. Así sucedió, y de hecho siempre que visité su casa, se me trató con educación y respeto.

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Al lado de la casa de “la malcriada”, como le llamábamos a Dulce, vivía Elorida, una vecina que era muy romántica y pasaba el día tarareando las últimas canciones del momento. Otro de los muchachos del barrio, que vivía en la casa de la esquina, diametralmente opuesta a la mía, construyó una especie de ring de boxeo improvisado y ahí nos la pasábamos practicando boxeo para ser los futuros Cassius Clay. La verdad es que, a veces, tenían que cuidarnos para que no nos rompiéramos los huesos.

Al salir de la casa, no muy lejos, hacia la derecha, llegaba a un bar y a los prostíbulos, que los dominicanos llamamos erróneamente “cabarets”. Antes de llegar al bar, vivía un viejo amigo de mi padre, de apellido Grillo, quien había estado preso en la era de Trujillo en la misma cárcel que estuvo mi papá, en La Victoria, por también haber formado parte del Movimiento 14 de Junio. Ahora trabajaban juntos en la Alcoa, en Cabo Rojo.

A mí me parecía un hombre alto, con rasgos españoles. No le noté tener mezcla de raza negra. Tenía varios hijos, incluido uno llamado Martín. Llegamos a ser muy amigos y siempre andábamos juntos, para el río, el canal o la playa.

Al poco tiempo de llegar a Pedernales, llegó a trabajar a mi casa una haitiana llamada Ivonne, que fue recomendada por uno de los vecinos y pronto se convirtió en parte de la familia. La pobre haitiana no podía hacer sus labores tranquila, porque yo siempre la molestaba para que me enseñara a hablar el creole. Fue así cómo empecé a tenerle aprecio a los haitianos y a aprender su idioma. No podía soportar ver a Ivonne hablar creole con algunos de sus compatriotas que venían a visitarla y no entender lo que decían. La curiosidad me carcomía el estómago.

Lamentablemente, lo primero que se aprende de un idioma extranjero son las palabras obscenas y como no tenía con quien practicar, aparte de Ivonne, el lío se armaba cuando sus amigos

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venían a verla. Asumo que ella los advertía, porque por lo general, en vez de responder mis insultos, se reían y terminaban por enseñarme otros nuevos. Así que a partir de la llegada de Ivonne a mi casa, inicié mi primera aventura en un nuevo idioma, convirtiéndose ésta en mi instructora.

A partir de ese momento mi interés se concentró en conocer Haití. Mis padres comenzaron a preocuparse, pues me conocían muy bien y sabían que me iría al otro lado de la frontera, a como diera lugar, inclusive ilegalmente en el momento que menos lo esperaran. Mi nuevo sueño no duró mucho en concretarse, a pesar de las amenazas que mis padres me hacían para que no cruzara la frontera. Al poco tiempo los vecinos de Anse à Pitre me conocían tan bien como los de Pedernales. Nada valió. Ni siquiera las precauciones que Ivonne tomaba para que no siguiera sus pasos cuando cruzaba la frontera, por temor a que algo me pasara en aquellas tierras.

Un día, cuando sabía que Ivonne se disponía a regresar a Anse à Pitre, la seguí a escondidas para que no lo notara, algo que no era nada difícil, ya que teníamos que cruzar algo que no era nada difícil, ya que teníamos que cruzar por montes llenos de arbustos. Nunca supe cuando había dejado atrás a República Dominicana ni cuando había entrado a Haití, porque no habiendo ninguna división notoria en la frontera, me era difícil saber de qué lado estaba. Cuando comprobé que ya estábamos en Haití, al notar que la gente del nuevo poblado sólo hablaba creole, me le fui delante a Ivonne y casi se muere del susto. “Oh! Mon Dieu! Qu’est-ce que tu fais ici, petit diable? (“¡Qué haces tú aquí, diablillo?”) dijo entre creole y francés acentuado.

“¡Te lo dije, le respondí, que sino me traías a las buenas yo vendría a las malas. ¡Y aquí estoy! ¡Y ya me aprendí el camino! ¡Eso sí, no te atrevas a decirlo en mi casa, pues tú sabes que me

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matan!”, le recalqué. Fue a partir de ese día, que me convertí en “Julio César”, en el lado mío y en el haitiano “Jules César”.

Ivonne entendió que no podía hacer mucho y optó por mostrarme la ciudad como le había pedido. Todos la conocían en el pueblo, que no era muy grande. Me trataron de maravillas. Ese sería el primero de interminables y continuos viajes, porque desde ese día Anse à Pitre se convirtió en mi otro patio. Llegué a conocer tan bien el manejo de la frontera en esa área que cuando mi tía María y mis primas Kelva y Zayda vinieron a visitarnos, las llevé al pueblo haitiano a comprar de todo y para todo, pues las cosas francesas eran más baratas en ese lado que en el mío.

Todavía no entiendo porque los hombres del mundo que comparten fronteras se llevan tan mal, si al final de cuentas somos iguales. Algunos más blancos, más negros, más altos, más pequeños, pero con los mismos sueños, las mismas alegrías y tristezas. ¿Por qué odiamos a nuestros vecinos si supuestamente creemos en Dios? ¡Todavía no lo entiendo! Pero esa es la triste realidad. Los hombres no se entienden ni ellos mismos. Dicen una cosa, pero hacen la otra. Fue entonces cuando empecé a darle la razón al Zorro que no podía entender al Principito, porque venía de la Tierra.

Para entonces cursaba el séptimo grado de la escuela y estudiábamos en el Liceo de la ciudad. La verdad es que como a todos los muchachos, no me agradaba mucho la escuela, porque me quitaba tiempo para mis andanzas y mis viajes a Haití, por esa frontera que conocía ampliamente. El liceo sólo me gustaba cuando los muchachos comenzaban a quemar neumáticos y a lanzarle piedras a los policías. No sabía por qué lo hacían, aunque decían que tenía que ver con el gobierno o algo relacionado al mejoramiento de la escuela. No importaba, la verdad, pero me excitaba el lío y me involucraba en él, como si fuera mi problema.

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Recuerdo que una vez lanzaron bombas lacrimógenas y la policía logró entrar al plantel. Yo que era de los que estaban al frente, fui de los primeros en escapar por la verja que separaba la escuela de una vivienda que quedaba detrás. En otra ocasión nos fuimos a hacer una protesta pacífica, frente al recinto de la policía, porque habían arrestado a algunos de nuestros compañeros revoltosos. La policía salió de recinto y se armó una corredera, Yo como siempre encabezaba la retaguardia y era el que más corría.

Mi padre se inscribió en el Club de Leones de la ciudad y asistíamos al club con frecuencia. Traté de enrolarme en los Boy Scouts, pero no llegué muy lejos en esa actividad, y no me pregunten por qué.

Cerca de la casa había unas fincas con frutas, que rápidamente estuvieron bajo el control mío y de mis amiguitos. Mi hermana Minerva también fue reclutada en la pandilla y no hubo un árbol que no recibiera nuestra visita.

Una vez tratando de agarrar una fruta de mamón, y estando en el cogollo del árbol, caí de nalgas entre unos ramos con espinas. Aún Minerva y yo recordamos este incidente y nos morimos de la risa cada vez que nos viene a la mente, por la forma en que tuve que soportar estoicamente la presencia de dichas espinas en esa parte tan noble del cuerpo.

Cuando mi papá no llegaba a tiempo a la casa, mi mamá me enviaba a buscarlo por la ciudad, pero no tenía que ir muy lejos. Yo sabía donde encontrarlo y aunque mi mamá sospechaba, la mayoría de la veces yo lo protegía para tenerlo “en buenas y santas paces con ella”. A veces, mi mamá me hacía alguna oferta o me ponía una que otra trampa para sacarme la información. Algo que me buscaba el rechazo de mi papá por un tiempo hasta cuando el asunto se olvidaba.

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Por esos años, había una prostituta llamada Juana Ceballo, que vivía en el mismo pueblo. Era una señora mayor, que conocía a mi familia porque era oriunda de la misma provincia de donde procedíamos. Siempre me cayó muy buen y sentía pena por ella. No entendía como una señora tan buena y de tan buen corazón se había dedicado a aquella profesión, la más antigua del ser humano. Juana a veces me guardaba algún dulce que hacía, porque sabía que yo siempre pasaba por su casa. No sé qué pasó con Corella o si aún vive.

La playa de Manzanillo fue remplazada por el río Pedernales y algunos canales que salían de él. Allá me iba en busca de camarones y algunos peces. Recuerdo que mi padre en uno de su “jumos” perdió un reloj costosísimo marca Longine, que había traído de Nueva York. Mi mamá lo acusó de haberlo botado por estar con los “cueros”, como le decimos en Dominicana a las prostitutas. Creo que ella tenía razón, pero no le eché más leña al fuego en ese momento, porque nada iba a solucionar.

Algunas veces me iba a la playa con los hijos del Grillo. Recogíamos las uvas que se daban en la orilla y nos bañábamos en la playa.

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EL OTOÑO DE 1973 En noviembre de 1973, el Partido Revolucionario Dominicano atravesó por una de sus peores crisis políticas, cuando su fundador y líder, el profesor Juan Bosch, abandonó el partido que había ayudado a fundar en 1939, debido, entre otras cosas, a la gran popularidad que José Francisco Peña Gómez alcanzaba con ciertas propuestas liberales como era el acercamiento a los congresistas norteamericanos, William Fulbright y Frank Church, que podían ayudar a fortalecer los vínculos con los Estados Unidos, en vez de continuar las alianzas ideológicas y políticas con personajes del comunismo radical de entonces, como Mao Tse-tung o Fidel Castro, según lo explica Jonathan Hartlyn, en su libro The Struggle for Democratic Politics in the Dominican Republic.

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Esa transformación en el estilo político de Peña Gómez, moderando su línea radical, y su acercamiento a elementos de los Estados Unidos, llegó a su clímax a finales de 1973, cuando la posición del pupilo de Bosch, con respecto a una alianza para desplazar a Balaguer del poder, cobró tantos adeptos que Juan Bosch no vio otra alternativa que formar tienda aparte y fundar un nuevo partido que bautizó Partido de la Liberación Dominicana (PLD).

Para entonces, y siendo mi padre un activista del Partido Revolucionario Dominicano, se involucró en la campaña política para las elecciones presidenciales de 1974, dándole apoyo logístico a un primo suyo, llamado Ezequiel García, quien pertenecía al Partido Social Cristiano, y que también formaba parte del Acuerdo de Santiago, el conglomerado de partidos políticos que tenía como único objetivo derrotar al doctor Joaquín Balaguer, quien aspiraba a su tercera reelección.

El doctor Balaguer logró obtener la victoria en esos comicios, cuando faltando 48 horas para las elecciones presidenciales, el Acuerdo de Santiago decidió retirarse de las elecciones, argumentando que no existían las condiciones necesarias para concurrir a las urnas. Las elecciones prosiguieron su curso y Balaguer derrotó abrumadoramente a su único competidor, del Partido Demócrata Popular que llevaba como candidato a Luis Homero Lajara Burgos.

Para mi padre esto no era nada nuevo, porque siempre había estado metido en asuntos laborales y en las cosas políticas. Para mí ésta fue la primera incursión directa y participativa en ese mundo tan convulsionado, tan difícil y tan complicado como es el de la política, y es a partir de ese momento que mi presencia en actos y reuniones se hizo más evidente, pues llegué a utilizar pancartas, pegar volantes y dar unos que otros vivas al movimiento que confirmábamos.

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Mi casa se convirtió en el depósito de parte de los materiales proselitistas de la facción que representábamos en esa contienda y entre los artículos que recuerdo había unos machetes de madera y unas banderas verdes que eran los símbolos del partido por el que mi padre hacía campaña.

Tan pronto comenzamos a hacer manifestaciones en la ciudad, empezaron los policías a acercarse a nuestra casa. Mis padres me dijeron que eso era para intimidarnos y que nada iba a pasar. La verdad es que a mí no me gustaba mucho la idea de tener a la policía tan cerca y aunque me gustaba el andar metido en las manifestaciones, no estaba seguro si valía la pena sacrificar la libertad por estar en este nuevo asunto.

A medida que la campaña arreciaba, la situación se iba poniendo más tensa. La policía se acercaba más y ahora venían los guardias con armas largas. No me gustaba nada la idea y temía que podían matarnos. Creyendo que los soldados podrían entrar en cualquier momento, comencé a construir un gran hoyo en el patio, que luego cubrí tierra y con matas de caña, por si teníamos que ocultarnos. Pensaba que en caso de que fuera necesario nos esconderíamos ahí para que no nos mataran. Cuando mi padre se enteró, se alegró mucho de mi osadía y estuvo muy orgulloso de mí. Sin embargo, me explicó que eso de poco serviría si los guardias decidían entrar a la casa y que bien pronto descubrirían la fosa.

Años más tarde, mi madre me confesó que mi padre salvó su vida gracias a la intervención de un prominente reformista, conocido por el apodo de Toño, que más tarde llegó a senador de la República, y quien le explicó a la autoridades militares, que mi padre no era una persona peligrosa y que no debía tocársele por ninguna razón.

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Mis constantes travesuras y mis frecuentes viajes ilegales a Haití motivaron a que mi padre me enviara a donde tía Norma, que vivía en San Cristóbal. Esta tenía la fama de ser muy recta y pensó que antes que “matarme” de una paliza, le daría una oportunidad a tía Norma para ver si me ponía bajo control.

Cuando llegué a San Cristóbal los exámenes de admisión del famoso centro educacional “Loyola” habían pasado y no pude ingresar a dicha institución. Entonces ingresé al colegio Max Henríquez Ureña, a donde cursé el primer año de bachillerato y donde nuevamente hice otras amistades. Aprovechando mi presencia en San Cristóbal, la ciudad donde había nacido el dictador Trujillo, me interesé mucho por su vida y comencé a coleccionar sellos, monedas, medallas y todo tipo de recuerdos sobre su época, de la cual oí tanto hablar en mi casa.

Cuando finalicé el primero de la secundaria, mi mamá y tía Norma se pelearon por 13 pesos que según mi tía, era lo único que a veces le enviaban, y decidieron llevarme con ellos de nuevo a Pedernales; pero esta vez mi estadía no fue por mucho tiempo, porque los resultados de las elecciones del 1974 obligaron una vez más a mis padres a salir huyendo de la localidad donde vivíamos, como consecuencia de una implacable persecución política, por las actividades en que mi padre se había envuelto anteriormente.

Minerva y yo nos tuvimos que “asilar” en Montecristi, yo con mi querida tía Jacinta Cabreja, y Minerva a donde otros parientes; en septiembre de 1975 ingresé al segundo año del bachillerato, y Minerva al primero, en el Liceo José Martí de nuestra ciudad natal. Mis padres y Tania Aracelis, se refugian en Santo Domingo, en casa de mi tía Chechedes, desprovisto de todo, de lo que hasta entonces habíamos conseguido como patrimonio.

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Entre los profesores que entonces me impartieron clases en el Liceo de Montecristi, recuerdo a las profesoras Gómez, el profesor Coco, la profesora la Negra y Enriquillo, el profesor de inglés, que no escondía sus preferencias sexuales, y a quien todos respetábamos y queríamos muchísimo, ya que su profesionalidad, su dedicación y el amor con que impartía sus clases, se sobreponían a su condición personal.

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VERANO DE 1976 Terminado el año escolar de 1975-1976, en Montecristi, Minerva y yo, nos trasladamos a la capital para reunirnos con nuestros padres y con Tania, quien desde hacia varios meses se había radicado en esa ciudad, en el ensanche La Fe. Al igual que muchos otros cientos de dominicanos, habíamos llegado a la gran ciudad en busca de libertad, que en el caso nuestro habíamos perdido en Pedernales, de un mejor futuro económico y mejores oportunidades.

La capital concentraba prácticamente todo el desarrollo de la República Dominicana, pese a que por esos días, la economía del país había entrado en un periodo de estancamiento, debido al incremento en los precios del petróleo y al descenso del precio del azúcar de caña en los mercados internacionales.

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Algunos meses más tarde, el doctor Joaquín Balaguer celebraría su décimo aniversario en el poder. Su gobierno, hasta poco tiempo atrás, se había caracterizado por su gran auge de recuperación económica. Las inversiones nacionales y extranjeras, respaldadas por ayudas financieras de los Estados Unidos, iban en aumento. A esto se sumaban los altos precios que alcanzaba nuestra azúcar en el mercado internacional, y que era el principal rubro de exportación del país en esa época.

El Producto Interno Bruto había llegado a superar un promedio superior al 10% anual en sus dos primeros períodos, convirtiéndose República Dominicana en esos años, en uno de los países de mayor crecimiento económico en el mundo. El gobierno de Balaguer pudo embarcarse así en importantes proyectos y hacer numerosas inversiones en agricultura, minería y turismo.

Grandes préstamos y donaciones del gobierno de los Estados Unidos, del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) y otras instituciones internacionales, habían sacado a República Dominicana del gran periodo de recesión en que había entrado en las postrimerías del régimen dictatorial de Rafael Leonidas Trujillo, que llegó a su fin en mayo de 1961.

Santo Domingo de Guzmán, ciudad primada de América, no era nada extraña para mí. Mi centro de vacaciones, ahora se convertía en mi nueva ciudad, mi casa y mi sede de estudios. En otras palabras, a partir del 1976 me transformaba en un nuevo capitaleño.

Cuando Minerva y yo llegamos a la capital, mis padres aún permanecían refugiados en la casa de tía Chechedes. Aunque mi tía vivía en los Estados Unidos, en la casa permanecían tres de sus hijas que estudiaban en varias instituciones de la ciudad. Kelva, la mayor, estudiaba medicina en la Universidad Autónoma,

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mientras que Zaida y Aleida, mis inmejorables amigas, estaban terminando el bachillerato en un colegio católico del área.

La ayuda de mis primas fue importantísima para mi adaptación a la ciudad capital y fui sometido a entrenamientos intensivos para dejar la mentalidad del campo atrás y convertirme en su nuevo chaperón. En poco tiempo me enseñaron a bailar merengue regular – pues sólo bailaba el ritmo “apambichao” – y el ritmo norteamericano que John Travolta popularizó con su película Saturday Night Fever.

Ahora todos los fines de semanas, tan sólo con el pasaje de ida y vuelta de nuestro “concho”, una botella de ron “lava gallos” (el ron más barato) que contrabandeábamos en la cartera de Aleida y unos contados pesos, suficientes para la entrada a la discoteca, nos robábamos la noche, adueñándonos de la pista de baile.

Más tarde mis primas hablaron con uno de los vecinos del barrio, que tenía una casa para alquilar, y nos mudamos no muy lejos de ellas.

Mientras me adaptaba a la nueva vida, fui haciendo amigos en el barrio y debido a mi pasión por el juego de ajedrez, logré concentrarme con uno de mis vecinos llamado Roberto Encarnación, quien vivía al lado de mi casa.

Fue Roberto quien, enterado de que yo andaba buscando una escuela para continuar mis estudios de bachillerato, me sugirió que la mejor opción del sector era la “Academia La Trinitaria”, el centro donde él estudiaba desde hacia varios años.

Fue así como durante la primera semana de septiembre de 1976, me encontré con Leonel Fernández frente a frente, por primera vez. Él apenas había cumplido los 23 años y yo los 16 años de edad, es a partir de este momento en que comienza nuestra historia.

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SEPTIEMBRE DE 1976

La puerta del aula se abrió. Un joven en sus tempranos 20 años, que cuando apenas le asomaban los bigotes, vistiendo pantalón grisáceo y una guayabera azul claro, si no mal recuerdo, entró y nos saludó en voz alta, a todos los alumnos que sentados esperábamos por el nuevo profesor.

-¡Buenos días! dijo. -¡Buenos días! respondimos en coro. El joven traía consigo un humilde maletín que a simple vista

parecía haber usado por largo tiempo, pero aún estaba en buenas condiciones. Colocó el maletín sobre la mesa que frente a nosotros servía de escritorio y dando unos pasos hacia la pizarra, tomo un pedazo de tiza y comenzó a escribir.

“Leonel Fernández Reyna, profesor de Historia Patria”.

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Más abajo, “Libro de texto: Historia social y económica de la República Dominicana, por Roberto Cassá”.

El joven se volvió de nuevo hacia nosotros, que permanecíamos impávidos en nuestros asientos, y mirándonos a todos reiteró el saludo.

-¡Buenos días! dijo otra vez. -¡Buenos días”, respondimos al unísono. “Mi nombre es Leonel Fernández Reyna y voy a ser su profesor

de historia patria durante este año”. Aunque el libro de texto es el que ven escrito en la pizarra, quiero que sepan que usaremos otros textos auxiliares y recurriremos a otros materiales para hacer de esta clase, no sólo la rutina pautada por el currículo de la Secretaría de Educación, sino algo especial donde todos tengan participación y puedan disfrutarla. La historia hay que verla desde varios ángulos, como todo en la vida, para entenderla mejor. Porque de lo contrario nos exponemos a ser manipulados por los que controlan el status quo. Éste es uno de los textos más avanzados y apegados a la realidad histórica que nos ha tocado vivir. Sin embargo, sería útil que ustedes tengan acceso a otro historiadores, tanto dominicanos como extranjeros, que pueden aportar otros puntos de vista que no estén necesariamente influenciados por la parcialidad que afecta a todo ser humano”.

Leonel, con voz suave y agradable, con su fisonomía característica del mulato dominicano, de piel no muy oscura, ojos marrones oscuros y cabello crespo, daba la impresión de ser una buena persona, que hablaba con pasión sobre tema que abordaba. Juiciosamente sabía que durante sus clases podría expresar cosas que él pensaba, formaban parte de la verdadera historia de nuestro país y que con su caballerosidad y su don de gentes, podía interesar a sus alumnos en la cátedra. Los meses nos darían la razón. Sólo había que verlo actuar al dictar sus clases, responder preguntas y soltar ideas, para llegar a entender que se estaba frente a un

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excelente orador, alguien que por el dominio de su expresión podía llegar a ser desde un gran pastor de una iglesia, un sacerdote o un excelente actor.

Terminada la pequeña introducción, Leonel bajó la cabeza, y desde la mesa frente a la que hablaba, tomó una lista que estaba colocada junto a su maletín.

“Me parece que una buena forma de comenzar es conociéndonos. Vamos a empezar por la primera fila”, dijo, mientras sujetaba la lista en sus manos.

El profesor Fernández apuntó al primer estudiante, que resultó ser una chica, sentada en la primera fila de izquierda a derecha, desde su punto de vista.

-Párese por favor. Díganos su nombre”, la instó a decir. _Mayra Victoria Cortorreal, respondió la joven. Leonel miró la lista y con la pluma que tenía en su mano

derecha marcó algo sobre la misma. “El próximo, por favor”, continuó “Jáquez Veras”, contestó el segundo. -Gracias. Próximo. -“Julio Alfredo Bastardo”, poniéndose de pies el tercero. Uno

de los estudiantes repitió: “¡Bastardo!” ¡Por favor, más respeto!, increpó el profesor.-¡El que sigue!

Nelson Sosa, Idelsa Peña, Cecilia Medina, Belkis Sánchez, Francia Luz Reyes, Julio César Sosa, Carlos Fuentes, Roberto Encarnación, Belkis Santana, etc., hasta cuando me correspondió mi turno “Julio César Valdez Valdez”, y continuaron los otros: Belkis Polanco, Adriana del Rosario, Nidia Colombina, etc.

El curso de historia patria durante ese año, fue convertido por Leonel en una extensión del partido al que pertenecía y por el cual yo llegué a desarrollar una gran simpatía.

Los escritos del reconocido profesor Juan Bosch sobre

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Historia de la República Dominicana, que aún conservo, fueron un complemento obligatorio del libro de texto-guía, que se nos había asignado.

Esos escritos de Bosch eran los que entonces se usaban en los cursos de adoctrinamiento en el seno del Partido la Liberación Dominicana, y prontamente muchos de los estudiantes, incluyéndome a mí, estábamos colaborando con el partido y leyendo Vanguardia del Pueblo, que era su órgano de información.

Habíamos sido reclutados sin darnos cuenta, o por lo menos, Leonel nos había seducido con su ingeniosa “labia” a tal punto que llegamos a creer ciegamente en los pronunciamientos políticos que nuestro profesor camuflaba con la historia que impartía dentro del recinto escolar.

Los ataques al gobierno de Balaguer estaban siempre a la orden del día y no había momento en que nuestro profesor no nos recordara que nuestros verdaderos enemigos no eran los haitianos, como los historiadores no querían hacer creer, sino que estaban muy dentro de la nación, sentados al entorno del hombre “más perverso” que había dado la República Dominicana, cuyo nombre, según nuestro profesor, era “Joaquín Balaguer” y a quien consideraba el máster de los fraudes electorales, que le permitían permanecer en el poder por medio de un sistema de gobierno represivo, corrupto y cuasi dictatorial.

Otros de los grandes causantes de la desgracia de nuestra nación, según el profesor Fernández, eran los yanquis, quienes según él, sólo veían América Latina, como el traspatio de su casa y la fuente para saquear los recursos naturales que le permitían mantener el dominio y la explotación de la región.

Estos planteamientos del profesor Fernández, fueron más tarde plasmadas en los libros Los Estados Unidos en el Caribe:

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de la Guerra Fría al Plan Reagan donde se refería a las inequidades que los Estados Unidos cometían contra los pueblos del Caribe; y Raíces de un poder usurpado, en el cual ponía en evidencia su absoluto rechazo a los métodos fraudulentos de los cuales el doctor Balaguer supuestamente se valía para perpetuarse en el poder, por medio del robo de las elecciones. En pocas palabras para Leonel Fernández, Joaquín Balaguer era un ladrón de elecciones.

Otras de las agudas críticas que Fernández hacía contra Balaguer, era que había implantado una dictadura neotrujillista, rodeado de matones y ladrones, que no sobrepasaban las trescientas personas. “¿Es que no se dan cuenta, que Balaguer ha ido eliminando a todos los hombres que se han opuesto al imperialismo yanqui? ¿Acaso no saben ustedes quién ha matado a los jóvenes pensantes de nuestra patria? Ese cuento de que existen fuerzas incontrolables, es otro de los cuentos del doctor Balaguer, quien quiere usar las técnicas de Poncio Pilato, lavándose las manos mientras ordena los crímenes, nos decía Leonel Fernández, en sus interesantes clases de historia patria.

Aún me parece estarlo oyendo. Comparando al gobierno de entonces presidente Balaguer, con los peores gobiernos que según él había tenido nuestra patria, entre los que destacaba los gobiernos de Buenaventura Báez.

Su rechazo y sus punzantes críticas contra el doctor Joaquín Balaguer, motivaban un permanente debate entre un grupo de estudiantes que rechazaban las crueles opiniones personales que nuestro profesor emitía contra alguien que era venerado por muchos de los alumnos.

Recuerdo a Francia Luz Reyes, quien era tan balaguerista que bautizó la pequeña calle donde vivía, con el nombre del entonces presidente, y quien en múltiples ocasiones le dejó saber al

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profesor Leonel, bien claro, que no importaban todas las cosas malas que él y los adversarios de su líder dijeran sobre el “doctor” –como le decían a Balaguer– pues para ella él era el mejor presidente que habíamos tenido los dominicanos, y el que más había hecho por la patria.

“Busquen en todo el país, a ver quién es que lo ha hecho. Lo que no construyó Trujillo, lo ha hecho Balaguer”, decía Francia, para agregar que “los hombres se conocen por sus hechos y sus obras, y no por sus bellas palabras, porque aquellas quedan para la posteridad y las palabras se las lleva el viento”.

Roberto Encarnación, los hermanos Nelson y Julio Sosa, eran otros de los que le enrostraban a Leonel que el único hombre que había hecho algo por el país era precisamente el doctor Balaguer, pues los otros sólo querían llegar para robar. Estas discusiones y opuestos puntos de vista hacían de las clases de historia algo muy entretenido, debido a que nadie se aburría de las mismas. Leonel manejaba esas críticas como todo un auténtico demócrata, porque nunca tuvo en cuenta esa posición política y casi todos los estudiantes, finalmente, aprobamos la asignatura con notas excelentes.

Fue así como conocí a Leonel Fernández Reyna, la primera semana del mes de septiembre de 1976, entre el bullicio de los otros alumnos que tomaban clases en las aulas colindantes y el aroma del café y el cacao que emanaba de las chimeneas de la fábrica “Industrias Banilejas”, situada apenas a algunos pasos de nuestro recinto escolar.

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OTOÑO DE 1978 Tan pronto terminé el bachillerato en La Trinitaria, inicié los trámites para ingresar a la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD).

Mis intenciones eran estudiar arquitectura, mas por influencia de mi padre no tuve otra opción que ingresar a la carrera de ingeniería civil, so pena de no recibir la asistencia necesaria para continuar mis estudios universitarios.

Para 1978, Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD) no permitía que los estudiantes ingresaran directamente en la carrera deseada, sino que era obligatorio tomar cursos complementarios, en lo que se llamaba el colegio universitario (CU), para llenar las inconsistencias dejadas por la educación secundaria.

En el CU me destaqué por obtener altas calificaciones que, posteriormente, me exoneraron del pago de los siguientes semestres. También hice nuevas amistades muchas de las cuales aún conservo. Una de mis mejores amigas era Aracelis Franco,

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hija de quien en ese entonces era el sindico de la ciudad de Santo Domingo, y otra joven llamada Rosa Hilda Sánchez, quien estudiaba economía y que dos años más tarde, en 1980, me habló de las becas que la Unión Soviética ofrecía a los estudiantes de países del tercer mundo, para hacer algunas carreras especializadas.

Rosa Hilda y yo nos llevábamos muy bien y un día me comentó su intención de estudiar fuera del país. Confesarle a alguien que planifica viajar a una país comunista, en esa época, implicaba que se tenía aprecio y confianza en esa persona. Me propuso que si estaba interesado ella me podía ayudar a conseguir una beca también. No vacilé un instante en aceptar su propuesta. Desde ese día hice todo lo necesario para alcanzar mi objetivo.

Recurrí a Maritza Ruiz, la hermana de Guillermo Ruiz, quien era el esposo de mi prima Zaida. Maritza que era miembro activo del Partido Comunista, me fue útil para la consecución de la beca.

Maritza prometió ayudarme y así lo hizo. Algunos días después, en un evento que tuvo lugar en el cuartel general del Partido Comunista Dominicano, en la Avenida Independencia, me presentó algunos de sus contactos. Las personas que conocí quedaron impresionadas con mis altas calificaciones, y –según ellos, éstas me garantizaban la obtención de la beca. De todos modos, el hecho de que Maritza me recomendaba era otro punto a mi favor.

-“¡No te preocupes!” dijo uno de ellos. “Si yo fuera tú, comenzaría a empacar mis maletas”, terminó diciéndome.

Estos halagos me hacían sentir muy bien, pero no me garantizaban nada. Los estudiantes que habían aplicado para las anheladas becas eran alrededor de mil y la gran mayoría eran muy talentosos, posiblemente más que yo.

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Fuimos sometidos a todo tipo de pruebas, que iban desde exámenes académicos hasta físicos y siquiátricos. Finalmente el Partido Comunista publicó el listado de los estudiantes seleccionados o becados. Rosa Hilda Sánchez, mi vecina Roxana Guzmán y yo, estábamos entre los seleccionados. También había sido escogido Jorge Germosén, un amigo de mi pueblo natal, con quien había estudiado el segundo de bachillerato. Nuestro destino sería la Unión Soviética, pero desconocíamos la ciudad en donde residiríamos.

Pero mi alegría no fue completa, porque yo estaba esperanzado en ser enviado a Yugoslavia, Checoslovaquia o Alemania Oriental. La URSS era mi última opción, porque con las personas con las cuales había hablado previamente, me explicaron que el sistema soviético era más cerrado y menos democrático que en los otros países en los que yo deseaba estudiar. ¡Pero qué va! Lo importante era que el deseo de estudiar en el extranjero comenzaba a materializarse.

Tan pronto nos notificaron que iríamos a estudiar a la URSS comenzamos a tomar alguna lecciones del idioma con una rusa que se había casado con un dominicano egresado de una universidad soviética y que ahora residía en Santo Domingo. En esas clases aprendimos el alfabeto ruso y las palabras básicas que nos permitirían desenvolvernos en los primeros días de nuestro arribo al lejano país.

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A LA CORTINA DE HIERRO

Alguno dominicanos que estudiaban en la Unión Soviética y que ahora se encontraban en nuestro país de vacaciones, fueron a orientarnos sobre lo que nos esperaba a nuestra llegada a aquel país comunista. La mayoría hacía énfasis en que teníamos que tener cuidado con no hacer nada indebido para no meternos en problemas con las autoridades soviéticas. Algo que quedaba muy claro era que no debíamos involucrarnos en el mercado negro, vendiendo artículos procedentes de Estados Unidos, en especial los apetecidos pantalones jeans. Lo más interesante del caso es que mientras estas mismas personas nos pedían limitar la entrada de jeans al territorio soviético, por otra parte nos pedían que les hiciéramos el favor de llevarle algunos paquetes, que luego nos enteramos eran el exceso de estos artículos que en su equipaje no podían llevar. “Nos habían cogido de mulas”, no del narcotráfico, obviamente, como suele decirse ahora, sino de los jeans, mientras nos predicaban todo lo contrario. He aquí otro ejemplo de la doble moral de los seudo moralistas, que proponen una cosa, mientras hacen lo contrario.

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Mi madre y yo iniciamos los preparativos de mi viaje con una recolecta de dinero y ropas. Abordamos a algunos parientes, incluyendo a Jaime Núñez, un primo hermano de mi mamá que estaba muy bien económicamente. Otra de las personas que cooperó para que yo tuviera unos cuantos dólares para mi viaje fue Aquiles de la Rosa, un hermano de crianza de mi papá.

Cuando mi papá se enteró de que me proponía viajar a la URSS, trató de persuadirme por todos los medios: debía abandonar la idea, porque a partir de ese instante pasaría a formar parte de una “lista negra” en la que él no quería verme, por la amarga experiencia que había tenido por él haber sido incluido en de ella, debido a sus actividades políticas. En esa época, los dominicanos que viajaban al bloque socialista eran catalogados de comunistas, algo que podría ser más perjudicial que si lo acusaban de homicidio o de cualquier otro crimen.

Durante los encuentros que tuvimos con nuestros asesores en el Partido Comunista Dominicano, se nos había dicho muy claro que no podíamos hacer mención alguna del viaje a la Unión Soviética, debido a que los agentes de seguridad del Estado nos podrían someter a todo tipo de interrogatorios, que podrían causarnos una demora de tal magnitud que pudiéramos perder el vuelo, o peor aún, que simplemente nos impidieran viajar. Las instrucciones eran que si alguien nos preguntaba cuál era nuestro destino debíamos responder que era España. Tan pronto llegáramos a España, los contactos que allá nos esperaban se encargarían de recoger el visado en el consulado que ese país tenía en Madrid, lo que nos permitiría ingresar a la URSS, sin ningún contratiempo.

El 20 de agosto de 1980, mi mamá, Tania y otros miembros de mi familia me acompañaron hasta el aeropuerto internacional de la capital dominicana, a donde un grupo cercano a los cien

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estudiantes partimos alrededor de la 6 de la tarde, rumbo a la Unión Soviética, usando a España como nuestro puente de contacto para esconder el verdadero destino, Nada ni nadie pudo cambiar la decisión que había tomado meses atrás.

Nuestro vuelo llegó al aeropuerto de Barajas, en Madrid, España, en la mañana del 21 de agosto de 1980. El chequeo fue rápido, y no tuvimos ningún contratiempo con las autoridades de inmigración en ese país. Tan pronto todos recuperamos nuestros equipajes, un autobús nos trasladó hasta el centro de la ciudad y fuimos alojados en el Hotel Arosa, un hotel de cuatro estrellas, en el mismo corazón de la ciudad, porque estaba situado en la Gran Vía, Calle de la Salud 21. Nos asignaron nuestras habitaciones y nos sirvieron un suculento desayuno, que yo devoré como sino hubiera comido durante mucho tiempo.

Como sabíamos que nuestra estadía en Madrid era corta, después de tomar una ducha y acomodar mi equipaje en el cuarto que me habían asignado, aproveché la ocasión para salir inmediatamente a recorrer las calles de la ciudad. Jorge Germosén se prestó para acompañarme, pero no pudo caminar mucho. Después de un rato de estar caminando comenzó a sangrar por la nariz. Inicialmente se sentó en los alrededores del Corte Inglés, las famosas tiendas por departamento de la nación española, para ver si le pasaba el malestar, pero finalmente tuvo que irse al hotel, que prefirió regresar a su habitación para descansar. Recuerdo que se enojó conmigo, porque quería que yo regresara con él y yo no quise, ya que eso era algo sencillo que siempre le ocurría a él y así como le llegaba se iba la sangradera por las fosas nasales.

Nuestra permanencia en Madrid duró dos días y en ese tiempo recorrí toda la ciudad, sin dejar de visitar el Museo del Prado, el Parque del Retiro y la Plaza España, que ya conocía por la letra

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de una canción que me gustaba mucho. Me mataba la curiosidad por conocerla.

En el Museo del Prado recuerdo que mi principal objetivo era localizar la Maja desnuda de Goya, y verla con mis propios ojos. Cuando entré al Museo caminé apresuradamente para apreciar la obra pictórica, que conocía por referencias bibliográficas. Fue otra curiosidad satisfecha. El inolvidable cuadro estaba muy bien cuidado por un guardia de seguridad, que no dejaba que uno se acercara mucho.

El 23 de agosto, habiendo obtenido las visas para ingresar a la Unión Soviética, partimos haciendo escalas en Barcelona y en Varsovia, lugar este último en donde tuvimos muy limitados nuestros movimientos por los problemas que entonces existían entre el gobierno de ese país y el Movimiento Solidaridad.

Nuestro arribo a Moscú tuvo lugar temprano en la tarde, allí un grupo de dominicanos que estudiaban en esa ciudad, nos fue a recibir al aeropuerto Sheremétievo. Mientras esperábamos por el autobús que nos recogería en el aeropuerto, los muchachos, que habían traído guitarras, interpretaron diferentes canciones, incluyendo algunas piezas rusas, para ofrecernos una bienvenida por lo menos calurosa y de sincera colaboración. Algunos de los que “nos habían usado de mulas” por los jeans, se presentaron a recoger sus envidiables mercancías, que nos habían hecho creer que eran cosas sin importancia.

Alrededor de las tres de la tarde, hora de Moscú, un autobús nos trasladó a un hotel de estudiantes localizado en el centro de la ciudad, donde ya habían llegado estudiantes de otros países, incluidos los de América Latina. Ahí nos asignaron habitaciones y se nos entregaron treinta rublos a cada uno, para que nos desenvolviéramos hasta que llegáramos a nuestro destino final, porque aún no sabíamos las ciudades donde íbamos a estudiar. El

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intérprete para los estudiantes hispano-parlantes no estuvo disponible, por lo que me ofrecí para hacer la traducción al español del intérprete que hablaba francés. Nos explicaron que sólo estaríamos en ese hotel por algunas horas, en espera de recibir la lista del departamento de educación para enviarnos a los centros académicos donde estábamos seleccionados.

El deseo de salir a recorrer Moscú era inmenso, pero el temor a que me fueran a detener por salir del hotel sin permiso o a perderme en la gran ciudad, me detuvo e hizo que no me alejara de los alrededores del hotel. La propaganda que había oído, logró su efecto y todo me parecía muy rígido y represivo, aun a simple vista. Cuando nos llevaron a comer al restaurante público, la mayoría de los estudiantes dominicanos no quisieron ingerir alimentación alguna, porque la comida sabía muy diferente a lo que estamos acostumbrados en República Dominicana. Yo no tuve problemas porque siempre he sido “caballo de buena boca” como decimos en mi país.

Alrededor de las 8 de la noche del mismo día, nos reunieron y me dieron la desconcertante noticia que dentro de algunas horas saldría con destino a Kiev, la capital de Ucrania, donde iría a estudiar al Instituto de Ingenieros Civiles, conocido por sus siglas como el KISI.

Durante el viaje no me despegué de las ventanas del tren, viendo el paisaje que la noche permitía. En el trayecto hice amistades con unos estudiantes de Nepal, quienes también iban a estudiar al mismo instituto. Nos comunicábamos por señas, porque ellos aparte de su lengua nativa sólo hablaban inglés y yo, para esa época, no hablaba ni jota de ese idioma.

Llegamos a Kiev alrededor del mediodía del 24 de agosto, donde una comitiva de estudiantes latinoamericanos, encabezada por una bella ucraniana llamada Anna, nos recibió en la terminal

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del tren. Anna hablaba español perfectamente y trabajaba en el instituto KISI. Entre los estudiantes dominicanos que nos fueron a recibir estaban Maritza Mera, procedente de Santiago de los Caballeros, y otro estudiante de la capital llamado Nelson, que apodaban “El Tigre”.

En el KISI estudié aproximadamente dos año, y logré hacer muchísimas amistades de todo el mundo, entre los que estaban Sergio Jiménez, Carlos García, Victoria Mijáilovna, y otros tantos, que no cabrían en este libro. Sin embargo, debido a que no me pude adaptar al hipócrita sistema comunista soviético, opté por trasladarme a los Estados Unidos, hecho que ocurrió el 29 de diciembre de 1981. Inicialmente mi vida en Nueva York fue bien difícil, como le ocurre a casi todos los dominicanos, porque desconocía el idioma y no contaba con documentos legales, todo era más difícil. Mis familiares no estaban de acuerdo con que yo me quedara viviendo en la Gran Manzana, y sin su apoyo, no tuve otro camino que arrimarme a vivir en casa de unos amigos colombianos que había conocido en Kiev, Ucrania, entre los cuales habían algunos que tenían contactos con gente de la mafia del narcotráfico del ahora más que nunca conocido Cartel de Cali.

Cuando me di cuenta de la andanzas de estas amistades, decidí abandonar el lugar porque no compartía dicha conducta, y como pude, me fui a vivir solo, en medio de grandes angustias económicas, pero con la tranquilidad absoluta de poder alejarme de tales compañías, porque tal como lo presumí desde el comienzo, la mayoría de esos muchachos traviesos terminaron detrás de las rejas de las cárceles, a pesar de todas las advertencias que respetuosamente les hice para que en vez de estar en esas andanzas, se dedicaran a estudiar o a desarrollar actividades completamente lícitas.

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VERANO DE 1995

Veinte años más tarde, cuando vine a visitar a Jimmy, para que me pusiera en contacto con Leonel y voluntariamente vincularme a su campaña presidencial, el teórico literato seguía siendo el mismo. Con la excepción, que no había podido escapar a la inclemencia de los años como logró hacerlo de las balas de la Guerra de Abril. El tiempo había dejado sus huellas en el color de sus cabellos, que ya no eran negros, como antes, sino sal y pimienta, y también noté que cuando emitía su característica risotada, a ambos lados de los ojos se le formaban sendas “paticas de gallinas”, lo que las damas de alcurnia ahora se apresuran a señalar como líneas de expresión. “¡Así es César! No eres más bruto porque no eres más grande. ¡Y eso que tienes casi seis pies de estatura!” volvió a bromear Jimmy, con su risita socarrona.

Se alegró mucho de que estuviese de vuelta en la patria y más en saber que había viajado para ayudar exclusivamente en la campaña de nuestro común amigo Leonel. Lo único que Jimmy quiso aclararme era algo que yo desconocía por completo, por lo

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menos hasta ese momento. “Sólo tengo un problemita que quiero que sepas cuanto antes. Yo estoy con Peña Gómez”, me informó mi amigo, pero al mismo tiempo, admiraba mi determinación clara y contundente, de haber hecho mi viaje para darle la mano a un amigo, en un momento tan crucial como era éste.

Estaba consciente de que Leonel Fernández necesitaba de todos sus amigos; sin embargo, sus convicciones políticas no le permitían apoyar la candidatura de nuestro común amigo, aunque siempre le deseaba lo mejor. Es más, a Jimmy le hubiera gustado muchísimo que Leonel alcanzara la Presidencia; empero, me dio a entender que las circunstancias actuales y el resultado de las elecciones anteriores, de antemano indicaban que el próximo presidente de la república sería el candidato del Partido la Revolución Dominicana, PRD, José Francisco Peña Gómez, de quien también era amigo y con el cual se había ligado íntimamente en su campaña.

Las convicciones políticas de Jimmy eran muy firmes y con mucha profundidad, casi como si fuera vidente, dándome a entender que un eventual triunfo de Leonel, estaría supeditado a un respaldo del actual presidente Joaquín Balaguer y, por consiguiente, sería el continuismo del régimen balaguerista y del status quo, donde Fernández sería una marioneta del anciano caudillo, quien como todos sabíamos, no era por parte del aspirante el hombre del cual fluían los mejores afectos por el eterno presidente de los dominicanos.

“Nosotros hemos luchado toda una vida contra Balaguer, y los hombres de principios no cambiamos nuestro rumbo por más fuerte que sople el viento”, me advirtió firmemente Jimmy. “Ahora bien, yo creo que como tú no tienes compromisos políticos con nadie, tú debes de ayudar a Leonel. No puedes dejarlo solo, porque él necesita de gente como tu, que eres su amigo”, agregó.

Esta explicación de Jimmy me parecía muy confusa. Por un lado no apoyaba a Leonel Fernández, pero por el otro, insistía

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que yo sí tenía que apoyarlo y darle la mano porque los amigos debíamos de ser leales. Jimmy tuvo que explicarme muy claro lo que para mí parecía una tremenda contradicción tanto política como personal. En resumen, la explicación más convincente me la dio haciendo énfasis en el principio de la lealtad a la amistad y a la firmeza en los principios de criterio político.

“Tú no eres antibalaguerista y tú nunca has luchado contra el régimen del doctor Balaguer. Entonces tú no estás comprometido con nada ni con nadie. Yo sí. Ambos somos amigos de Leonel y aun cuando yo no respalde su candidatura en estas elecciones, Fernández siempre será mi amigo y hasta le deseo la mejor suerte posible. Ahora bien, yo siempre he sido de los que creemos fervientemente que Peña Gómez tiene que ser presidente de la república y que su gobierno, el de su candidato, consolidaría fuertemente la democracia en nuestro país y erradicaría, en gran medida, el problema de la corrupción. “Tú eres amigo de Leonel, y tu compromiso, en estos momentos, tiene que ser con él”.

Le expliqué que había tratado de contactar a Leonel a través de la Casa Nacional de su partido y que algunos jóvenes en el departamento audiovisual habían prometido conducirme hasta su oficina. Jimmy me sugirió una idea mejor, que aproveché al máximo. Me advirtió que fuera por Leonel a la casa de su señora madre, porque a través de su partido me exponía a sufrir todos los obstáculos inimaginables, habidos y por haber, que me impedirían llegar fácilmente ante él: “Te verán como un advenedizo que viene a quitarle a otros lo que ellos creen suyo”, me sentenció. Para garantizarme que no tendría inconvenientes en encontrar a Leonel, Jimmy me esbozó sobre un pedazo de papel, que aún conservo, la calle y la casa donde encontrarlo, al tiempo que me decía que sólo tenía que preguntarle al sastre del

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área, adónde estaba localizada la casa de doña Yolanda, la progenitora de Leonel.

Tomé todas las informaciones que me ofreció Jimmy, incluida la dirección de la casa y el teléfono, indicándome adicionalmente, las horas habituales en que podría localizarlo, y regularmente, dónde se la pasaba. Le prometí que estaría en contacto con él durante mi estadía en Santo Domingo.

Antes de despedirme, Sierra me tiró un anzuelo que a conciencia mordí. El estaba filmando una novela para la televisión y en esos días viajaría a Puerto Rico. Necesitaba mi cámara, la que había traído para grabar los últimos paisajes de mis país. No tuve otra opción que filmar los paisajes en otra oportunidad, porque a partir de ese momento mi camarita de video pasaba a formar parte, temporalmente, del equipo de producción de Jimmy,

Los muchachos que había conocido en La Casa Nacional del Partido de la Liberación Dominicana, me llamaron adonde estaba alojado y pasaron a recogerme. Me explicaron que habían hecho una cita con Leonel y que ese mismo día lo vería, cita que nunca había sido hecha, según lo pude comprobar después. Cuando llegamos a su oficina, localizada en el sector de Naco, Leonel no estaba y mucho menos sabía que yo lo quería ver. El viaje no fue en balde, ya que me sirvió para aprenderme el camino y no tener que depender de nadie a partir de ese momento.

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SANTO DOMINGO, 13 DE JUNIO DE 1995 Eran aproximadamente las dos de la tarde cuando toqué la puerta de las oficinas de Leonel Fernández y Asociados. Una joven secretaria me abrió la puerta y me invitó a pasar. Más tarde me enteraría que su nombre era Génesis, en honor al zodíaco. El mismo nombre de “El Gran Comienzo”, como en el primer capítulo de la Biblia. Y no era para menos, porque para mí igualmente el momento también representaba el inicio de una gran aventura con un final feliz que culminaría en el mismo Palacio Presidencial.

Había escogido el día de mi cumpleaños número treinta y cinco, porque siempre me han gustado los días trece. Para mí el número trece resulta ser de suerte, contrario a lo que se dice, que es de mal agüero. Quería saludar a mi maestro Leonel Fernández, al cual no veía desde 1993, cuando nos encontramos por última vez en el City College de Nueva York.

Con una acogedora sonrisa, Génesis abrió la puerta y me saludó cortésmente.

-¡Hola!, me dijo a manera de saludo ¿cómo estás?

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-Saludos, le respondí.- ¿Es esta la oficina de Leonel Fernández?, le pregunté.

-Sí señor, me respondió sonrientemente. ¿En qué puedo servirle? agregó.

-Vengo de Nueva York y deseo hablar con él, le contesté. Me invitó a seguir. Entré a una pequeña antesala que creo,

estaba pintada de azul verdoso y en cuya pared colgaba un cuadro con motivos hípicos. Había un escritorio, un sofá y al lado una pequeña mesa con un teléfono de teclado, color blanco. El ambiente era tranquilo, pero yo sabía que en la oficina de atrás había gente, porque se escuchaba el murmullo de una conversación.

Había viajado a Santo Domingo a ponerme a la órdenes del hombre que había sido mi profesor de historia patria y, moral y cívica en 1976. Ahora, 20 años después, el maestro que me enseñaba historia, hacía la historia; y yo, quien fui su alumno, había decidido convertirme en testigo de la misma.

-Tome asiento, por favor, dijo Génesis. Me senté en el sofá mientras Génesis se dirigía al despacho

principal, localizado casi detrás de su escritorio, un poquito a la derecha. Observé que le dijo algo a un señor sentado en el escritorio de la oficina principal. Luego retornó a su lugar.

-Pronto lo atenderán, me indicó Génesis. -“¡Gracias!” le contesté, sin otro comentario adicional. Al poco tiempo, un joven señor vino hasta la antesala donde

yo esperaba. -¡Hola! ¿Cómo estas? me dijo, al tiempo que me extendía su

mano. Yo soy el asistente del doctor Fernández. Me llamo Miguel Solano”, se presentó.

-¡Saludos, soy Julio Valdez, para servirle! le dije. ¡Vengo de Nueva York y quiero hablar con el profesor Leonel!

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-¿Y con referencia a qué desea usted verlo? me inquirió. -Es algo personal, le contesté rápidamente. En ese momento

me acordé de las palabras de Jimmy. Me había advertido que no era fácil llegar directamente hasta donde el profesor Leonel y temí que sí le decía la verdadera razón de mi visita, nunca lograría verlo. Recordé seguidamente las sugerencias que me había hecho Jimmy, de no tratar de hablar con Leonel a través de sus contactos políticos, porque sin querer queriendo me cerrarían las puertas. Fue por eso que cuando Miguel Solano me hizo la pregunta, por mi mente pasó de manera nerviosa y preocupante esta frase: “hasta aquí llegué”. Pero no me di por vencido.

Recordé en ese momento el refrán que dice “una foto vale más que mil palabras”. Tomé una foto que llevaba en el bolsillo de mi chaqueta y en la parte atrás escribí:“Profesor Leonel: deseo hablar con usted. Julio Valdez, exalumno de La Trinitaria.”

Le extendí la foto a Solano y le pedí que por favor se la entregara a Leonel para que él decidiera si me quería recibir o no. Miguel Solano la recibió y se fue hasta el despacho de mi exprofesor. Unos segundos más tarde, Leonel salía con la foto en la mano a recibirme.

-¡Hola Julio!, se presentó mientras me daba la mano. -¿Cómo está, profesor? le respondí. Haciendo un gesto con su mano derecha. Leonel me invitó a

seguir a su despacho, al tiempo que me decía “acompáñeme, por favor”. Entonces, dando media vuelta, caminó hacia su oficina. Le seguí teniendo la duda de si de verdad me recodaba o si sólo estaba siendo cortés.

“Tan pronto entramos en su oficina-biblioteca, Leonel me invitó a sentarme.

-Dime… ¿qué te trae por aquí? preguntó.

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Antes de entrar en detalles, quise asegurarme de que Leonel me recordaba bien y lo primero que hice fue preguntárselo.

-Si, perfectamente. De la Academia La Trinitaria, me indicó, permitiéndome seguidamente que yo le citara que “la última vez que nos vimos fue en el 1992, en Nueva York, cuando acompañó al profesor Juan Bosch al City College, para recibir un reconocimiento.”

-Lo recuerdo bien, me respondió. -Bueno, Pues… yo terminé una licenciatura en producción de

anuncios televisivos en la Escuela de Artes Visuales de Nueva York. Como usted está aspirando para la Presidencia, me gustaría trabajar en su campaña, le informé.

Leonel escuchó atentamente mi exposición, Cuando terminé, el tomó su turno.

-Mira Julio, a mí me alegra mucho tu interés en trabajar en mi campaña. El único problema es que en lo que respecta a los anuncios televisivos, ya nosotros tenemos las personas encargadas de eso, me confesó de manera gentil.

-Sí profesor. Lo que pasa es que yo no he venido a venderle mis servicios. Yo he venido a ponérselos a su disposición, completamente gratis, le añadí.

-¡Oh, qué bien! ¡Muchas gracias! ¿Y dónde estás viviendo ahora… estás aquí? me interrogó.

-No, Vivo en Nueva York y sólo he venido de vacaciones y para verlo a usted.

-Pues bien, Julio, yo quiero que tú trabajes conmigo desde Nueva York. Apunta este nombre y esta dirección.

-Leonel me dio el nombre de Jaime Vargas, su dirección y su teléfono.

-“Ponte en contacto con él, tan pronto regreses a Nueva York. Jaime está encargado de la estrategia publicitaria en esa ciudad, y

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estamos trabajando con una empresa de consultores políticos que se llama Global Strategy Group”, me explicó.

Me habló brevemente de lo que los consultores estaban haciendo. Como había venido a su oficina con dos libros, “Picture Perfect, the art and artifice of public image making” y “The Spot, the rise of political advertising on television”, tomé el primero y le escribí una dedicatoria, obsequiándoselo.

-Mire profesor, estoy seguro de que este libro le será útil, le expliqué mientras se lo entregaba.

-Muchas gracias, respondió sonriendo. Tomó el libro y le dio una rápida mirada.

-Parece muy bueno, confesó. -Este es sobre la historia de los anuncios televisivos, le mostré

el otro libro. -Déjame verlo.- El profesor tomó el libro y le dio un vistazo.

Entonces me preguntó si tenía otra copia. -¡Ah caray! Pensé. Este no estaba dentro de mis planes para

regalárselo., me dije. Pero como él podía darle mejor uso que yo, que podía hacer. ¿Acaso no era él quien estaba aspirando a la Presidencia?

-Tómelo también. Cuando regresé a Nueva York conseguiré otro, le comenté.

Leonel se paró y dio un paso hasta alcanzar un libro titulado The Marketing of the President, Political Marketing in Campaign Strategy. Lo retiró del estante y me lo mostró.

-¿Conoces este libro?, me preguntó. -No, no lo conozco, le contesté. -Sería bueno que cuando regreses a los Estados Unidos, trates

de conseguirlo. En este libro está el plan que yo pretendo seguir para alcanzar la Presidencia. Lo conseguí a través de Jaime Vargas. Fue la técnica empleada por Bill Clinton para derrotar a George Bush, me comentó.

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Tomé el libro. Le dí un vistazo y revisé algunas páginas. Anoté los datos necesarios para buscarlo en Nueva York.

-Lo compraré tan pronto llegue, le indiqué. Como le había dicho que tenía algunas ideas para desarrollar

comerciales políticos, me dio el nombre y el teléfono de José Tomás Pérez. Me dijo que lo podía encontrar en la Universidad Intec porque él dictaba clases allí. También le conté que había estado yendo al Museo de Radio y Televisión en Nueva York, para analizar los comerciales de las campañas presidenciales de los Estados Unidos y que muchos estaban increíblemente bien elaborados.

-Pues mira, me dijo Leonel, yo voy para Nueva York la segunda semana del mes de julio. Consígueme una cita para el 16 de julio. Quiero que me lleves a ese Museo, me encomendó.

Algunas otras cosas hicieron parte de la conversación, pero al final concluimos en que para todos los efectos, mi permanencia dentro de la campaña era un hecho, fijando mi base de trabajo en Nueva York.

Y así quedamos. Nos despedimos con el entendido de que a mi regreso a Nueva York procuraría localizar cuanto antes a Jaime Vargas, buscaría el libro que me había recomendado y, finalmente, le haría una cita para concurrir al Museo de Televisión.

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1. 1976 El autor, quinto de izquierda a derecha en la primera línea, en compañía de otros estudiantes de la Academia La Trinitaria, escuela donde conoció a Leonel Fernández.

2. Kíev, Junio de 1981 El autor, quinto de izquierda a derecha, junto a otros compañeros de estudio, y su profesora de ruso, parados frente al KISI.

3. Junio de 1981 El autor, primero de izquierda a derecha con algunos de sus compañeros de estudios y tres profesoras frente al centro académico donde cursaba estudios en la Unión Soviética.

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4 y 5. Moscú, diciembre de 1980. El autor caminando por la Plaza Roja, cuando estudiaba en la Unión Soviética.

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6. 1983 Leonel Fernández, acompañado de su madre, doña Yolanda Reyna y Jimmy Sierra, en uno de los patios de Villa Juana, buscando el respaldo de los vecinos a quienes luego dio la espalda.

7 y 8. 1993 El profesor Juan Bosch saludando a la actriz dominicana Ylka Tania Payan, durante el homenaje en The City College, al investirlo con un grado honorífico.

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9 y 10. Verano de 1995 Buscando “la plata” en Nueva York, a donde quiera que apareciera.

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11. Julio de 1995 El autor, junto al candidato Leonel Fernández y Jaime Vargas, frente a la tienda de ropas Bergdorf Goodman en la ciudad de Nueva York.

12. de julio de 1995 En Nueva York, comprando los trajes en Bergdorf Goodman, Leonel conversa con Ramón Emilio Jiménez Jr., mientras Jaime Vargas y Diandino Peña, parcialmente oculto, los escuchan. Detrás, el “viejo amigo” de Leonel que pagó los trajes. Foto del autor.

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13. Otoño de 1995 Leonel Fernández en compañía del entonces alcalde de Nueva York, Rudolf Giuliani Foto del autor.

14 y 15. Noviembre de 1995 Leonel y el autor en Tavern on the Green en la ciudad de Nueva York.

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16 y 17. Otoño de 1995 El autor acompañando al entonces candidato Leonel Fernández, en su recorrido por las calles de Nueva York

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18. Noviembre de 1995 Leonel Fernández hablando ante una pequeña audiencia en el restaurante Tavern on the Green, en una cena de recaudación de fondos. 19. En el condado de Queens, Nueva York, en otro evento similar. Fotos del autor.

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20. Junio de 1996 Santo Domingo. Punto de vista del autor, desde la tarima, durante el mitin celebrado en la parte oriental de la capital dominicana. Foto del autor.

21. Punto de vista del autor, durante el mitin de cierre, celebrado en la Avenida John F. Kennedy con Máximo Gómez, a finales de junio de 1996. 22. Pase especial del autor, para subir a la tarima del mitin de cierre.

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23. Verano de 1996 Frente al Hotel Lina en la capital dominicana, el día después de ganar la presidencia en la segunda vuelta.

24 y 25. Otoño de 1996. Visitando el consulado en Nueva York, ya presidente electo.

24. Hablándole a los presentes. Detrás, observan Bienvenido Pérez y el autor. 25. Firmando el libro de visitas. Bienvenido Pérez parcialmente oculto, detrás de Leonel.

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26. Otoño de 1996 El autor con el presidente Fernández escogiendo algunos libros en la librería de la ONU.

27. Otoño de 1996 Librería de la ONU, Leonel Fernández y Bienvenido Pérez en compañía de José, el narcotraficante convicto que contribuyó económicamente en su campaña presidencial de 1996 y al que han vuelto a abordar en la actual campaña de 2004

28. Agosto de 1997 El autor en el consulado dominicano en Nueva York.

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29. 1997 El autor recibiendo algunas instrucciones del entonces presidente Leonel Fernández en la visita que este hizo a la ciudad de Nueva York acompañado de algunos de los miembros de su gabinete.

30. Primavera de 1997 El autor recibiendo un tour de parte del presidente Leonel Fernández por las instalaciones del palacio, mientras Jimmy Sierra los observa, de espaldas a la cámara.

31. 1997 El autor en compañía del presidente Fernández, frente a su despacho presidencial en el Palacio Nacional de la República Dominicana, después de que Jimmy Sierra le informara que estaba escribiendo mis memorias. Foto de Jimmy Sierra.

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32. Durante una de las visitas del expresidente Leonel Fernández, el autor comparte con Norge Botello, entonces secretario de Interior y Policía, y el señor Luis Bonetti, quien era el secretario de estado de Industria y Comercio.

33. El autor con el entonces vicepresidente dominicano, Jaime David Fernández Mirabal, en un encuentro en The City College of New York.

34. El doctor Jaime David Fernández Mirabal, víctima de las triquiñuelas de Leonel Fernández y su grupo de los “Cinco jinetes del Apocalipsis”.

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35. Leonel Fernández visitando al ex presidente Joaquín Balaguer, otra persona a quien usó como escalón para sus metas, y a quien deseaba ver desaparecer, para heredarlo políticamente.

36. Marzo de 2004 Phyllis Gates, ex esposa de Rock Hudson durante una entrevista exclusiva para la NBC, manifestando que nunca imaginó que su flamante esposo fuera homosexual.

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37. Humilde tumba donde descansan los restos del glorioso Profesor Juan Bosch, en su pueblo natal de La Vega. Foto del autor.

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38. Majestuoso mausoleo, cuasi pirámide faraónica, del Dr. Leonel Fernández, construido aún en vida y que en la actualidad tiene un costo superior a los cuatro millones de pesos dominicanos.

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39. Junio de 1995 El croquis que me hizo Jimmy Sierra para que llegara a la casa donde Leonel Fernández vivía con su madre.

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FINALES DE JUNIO DE 1995 Tan pronto regresé a Nueva York, a finales de junio de 1995, me presenté a donde Jaime Vargas, informándole que venía de parte del doctor Leonel Fernández para asistirlo en el trabajo que se estaba haciendo en esta ciudad. Le conté de mi reciente encuentro con Leonel, en su oficina de abogados en Santo Domingo. La corta introducción fue suficiente para que Jaime Vargas me abriera las puertas de su negocio y me integrara de lleno al grupo de dirigía, para promover la candidatura de nuestro común amigo, en nuestra área.

El grupo que Jaime había organizado tenía por nombre “Los Amigos de Leonel”, y en sus inicios estuvo siendo dirigido desde su propia oficina particular en el Alto Manhattan, hasta cuando más tarde consiguió un local en la misma área. Trabajaban arduamente promocionando a nuestro amigo en la urbe y haciendo diversas actividades para recaudar fondos.

Mis relaciones con Jaime fueron muy cordiales y en nuestro primer encuentro descubrimos que ambos habíamos estudiado en la misma universidad, aunque en años diferentes.

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En los quehaceres del grupo, Jaime tenía como asistente a Teresa Gómez, una dinámica joven dominicana de mediana estatura y tez clara, que trabajaba incansablemente en un proyecto en el que creía firmemente al igual que todos: llevar a Leonel al poder.

La responsabilidad de Teresa era inmensa, porque todos los miembros del grupo, que por cierto era numeroso, recurríamos a ella buscando todo tipo de información referente a lo que teníamos que desarrollar en nuestras agendas.

Rápidamente me integré con sus miembros y comencé a asistir a las reuniones donde planificaban los diferentes proyectos que el grupo debía asumir, y que por lo general consistía en hacer actividades de recolección de fondos, tales como rifas y fiestas, y la promoción de nuestro candidato, además de del reclutamiento de dominicanos del área y distribuir propaganda política por todo Nueva York.

Como no era miembro del partido por el cual Leonel se postulaba a la presidencia, en algunas ocasiones tuve que actuar de conciliador ante las indirectas que algunas personas hacían a ciertos integrantes del grupo que se habían definido como balagueristas, pero que habían decidido dar su apoyo a la candidatura de Fernández

En le segunda semana de julio de 1995, Leonel Fernández y una reducida comitiva que lo acompañaba llegaron a Nueva York. Si mal no recuerdo, éste fue el primer viaje que Leonel realizó a esta ciudad como candidato oficial a la Presidencia, por su partido, por lo menos desde cuando nos vimos el mes anterior en República Dominicana.

Al día siguiente de arribar nuestro líder a Nueva York, Jaime Vargas me contactó por teléfono, informándome de su llegada y de que Leonel deseaba que me presentara al hotel donde estaba

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hospedado. Me dejó saber que me esperarían para que lo llevara al Museo de Radio y Televisión como lo habíamos acordado en la isla.

Salí apresurado de Brooklyn para encontrarlos en el céntrico hotel de Manhattan, donde se alojaban. Me vestí con camisa blanca y pantalones color gris. Descarté la corbata o llevar chaqueta, ya que estábamos en verano h hacía mucho calor. Tomé dos cámaras fotográficas y una de video Hi-8 y abordé el tren hacia el centro de Manhattan.

Llegué al hotel cerca de las once de la mañana, pero Leonel y su grupo ya habían salido. Pregunté por él a varias personas que conocía de vista en el vestíbulo. Me informaron que estuvieron esperándome, pero que al notar mi tardanza decidieron marcharse.

Como el Museo no quedaba lejos, decidí ir caminando para encontrarme con ellos, pero no los localicé. Regresé de nuevo al hotel, sólo para enterarme que habían vuelto por mí y al ser informados que yo iba rumbo al Museo regresaron para encontrarme allá. Corrí al Museo y llegamos casi juntos, yo a pie y ellos en auto. Entonces serían alrededor de las once y treinta de la mañana. Cuando Leonel me vio, se alegró mucho y nos saludamos un abrazo. Me preguntó si había hecho las reservaciones y le expliqué que me habían dicho que no era necesario.

Entre las personas que puedo recordar que acompañaban al entonces candidato Leonel estaban Jaime Vargas, Diandino Peña, Bienvenido Pérez, que hasta ese momento no me conocía, y Miguel Solano. También estuvieron otras personas pero no recuerdo sus nombres y un caballero, en particular, que luego supe era un gran amigo de Leonel desde hacía años. Este caballero me pareció la persona más amistosa del grupo y desde

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ese mismo día desarrollamos cierta relación que, con el tiempo, terminó siendo muy útil para los fines de conocer ciertos detalles que no todas las personas del entorno, del entonces candidato, conocían sobre el financiamiento de su campaña presidencial.

Después de saludarnos, Leonel y sus acompañantes fuimos al mostrador donde vendían las entradas y nos dirigimos al salón donde veríamos los comerciales políticos en que estábamos interesados.

Después de seleccionar algunas antologías de comerciales políticos en videos, nos asignaron una computadora donde nos sentamos para observar algunos de pasadas campañas políticas en los Estados Unidos. Como ya yo había visto los comerciales en otras ocasiones y conocía perfectamente el funcionamiento de la computadora, tomé control de la misma, mientras Leonel y Miguel Solano se sentaron a mi lado. Los otros acompañantes debieron sentarse en lugares diferentes o distantes, debido a que la institución no permitía más de cierto número de personas por computadora.

La visita al Museo que habíamos pensado duraría media hora, terminó tomándonos más de dos horas, debido a que Leonel se entusiasmó tanto con el archivo, que nos quedamos a ver todos los anuncios políticos posibles. Después de que vimos los “political spots”, por los que habíamos venido al Museo, Leonel se interesó en un programa especial sobre anuncios televisivos internacionales que el Museo presentaba para celebrar el octavo aniversario de su colección en ese renglón publicitario.

Subimos al segundo piso al salón Mark Goodson y duramos casi una hora viendo el especial que tenía el Museo y que llevaba por título “An advertising album”. El programa consistía en una colección de comerciales televisivos de diferentes países que cubría los últimos 45 años de publicidad televisiva. Antes de salir

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del edificio, Leonel compró algunos libros sobre tópicos relacionados con la política y la televisión. Yo adquirí un video sobre comerciales que me interesó muchísimo, y que aún conservo.

Leonel quedó tan impactado con el Museo y su organización, que me dijo que en caso de ganar las elecciones uno de sus objetivos sería construir uno similar en Santo Domingo. Le respondí que era una magnífica idea y que podía contar conmigo para tal fin.

Concluida la visita al Museo, siempre acompañado por el reducido grupo de personas, procedimos a hacer algunas diligencias en el área. Primero fuimos al departamento de caballeros de la exclusiva tienda Bergdorf Goodman, localizada en el 745 de la Quinta Avenida. Allí nos atendió el señor William Karam, un consultor en diseños y vestidos para caballeros que ayudó a Leonel a seleccionar varios trajes para mejorar su imagen, que muchos de los que andábamos con él, considerábamos no era la más adecuada para un candidato presidencial. Ahí coincidimos con Ramón Emilio Jiménez, Jr. Leonel intercambió algunas palabras con él y una jovencita con quien estaba, que parecía ser su hija. Los otros acompañantes de Leonel observaban la conversación que éste sostenía con Ramón Emilio Jiménez Jr., mientras yo me encargaba de captar algunas fotografías.

Cuando llegó la hora de pagar los trajes en Bergdorf, la cuenta de los mismos corrió a cargo del entrañable amigo de Leonel, con el que yo había desarrollado momentáneamente una cercana relación.

Después de salir de Bergdorf, entramos a una tienda de corbatas y Leonel compró varias para acompañar los trajes que había adquirido. Luego nos dirigimos a la oficina de Hernán

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Badillo, reconocido político puertorriqueño, y Leonel se reunió con éste cerca de una hora. Allá nos encontramos con los directivos de la Global Strategic Group, que ya había conocido en su oficina, que estaba localizada detrás de New York University, en una ocasión que fui a visitarlos con Jaime Vargas.

Terminadas las diligencias del área, fuimos a comer a un restaurante italiano en las cercanías de la Quinta Avenida y la calle 57. Durante todo el tiempo yo me dedicaba a tomar notas y captar fotos para mi futuro libro.

Durante este primer viaje que Leonel hizo a New York, anduvimos “la Ceca y la Meca” haciendo contactos con todo el que pudiera contribuir económicamente y de alguna otra forma para su campaña. No nos limitamos a Manhattan, sino que llegamos a salir a los suburbios del área metropolitana, siempre buscando colaboradores o asistiendo a invitaciones efectuadas por algunas personas que querían honrar la visita del candidato o entregar por adelantado sus contribuciones, para luego del triunfo del aspirante pasar sus “cuentas de cobro”.

José, uno de mis antiguos compañeros de estudios, quien también había sido alumno de Leonel, se apersonó en un encuentro que Fernández sostuvo en el local del partido en Manhattan, para entregarle un contribución de cinco mil dólares.

José y yo habíamos estudiado juntos en La Trinitaria, pero nos habíamos dejado de ver desde cuando viajé a la Unión Soviética. Nos volvimos a reencontrar en Nueva York a finales de los 80 y desde entonces seguíamos en contacto. Como todos los exalumnos de Leonel que residíamos en Nueva York. José también estaba muy al tanto de los acontecimientos relacionados con la campaña. De igual forma, Francia Luz Reyes y Belkis Santana, otras dos compañeras de La Trinitaria, hicieron acto de presencia en un evento que tuvo lugar en un concierto en

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Washington Heights, para darle su apoyo a nuestro exprofesor. José y yo no nos vimos más durante esta primera visita de

Leonel. Con quien si me encontré de nuevo en el lounge del hotel, donde el candidato y su comitiva se estaban hospedando, fue con el señor que había cancelado el valor de los trajes, En esa ocasión el nuevo amigo me escribió su nombre y su número telefónico en una tarjeta que aún guardo. Me dejó saber que estaba a mis órdenes para cualquier cosa que se me ofreciera y que sólo debía llamarlo al número que me había dado.

Ya Leonel había regresado a la República Dominicana cuando visité la bodega de José para mostrarle orgullosamente las fotos que había tomado con motivo de la visita de nuestro querido profesor. Quedó boquiabierto al ver las fotos, porque para su sorpresa, uno de sus “buenos amigos” y más importantes del bajo mundo, también estaba entre nosotros. José desconocía que dicho individuo estuviera tan cercano a Leonel, porque nunca habían coincidido en aluna reunión.

Si José quedó sorprendido, yo quedé atónito, cuando me enteré que el gran socio de José, era nada menos que el “nuevo amigo mío” y el “viejo de Leonel”. El mismo que había sido tan generoso con todos nosotros y que había cancelado el valor de los costosos trajes que Leonel compró en Bergdorf.

Fue a partir de entonces cuando me di cuenta de que la historia que me proponía documentar era más compleja e interesante de lo que inicialmente creí, y que como habían dicho José Martí y luego Juan Bosch, “en política lo que no se ve es más importante que lo que se ve”. Nunca había participado en una campaña presidencial y desconocía la cara oculta de lo que sucede en las mismas. Sin embargo, estas coincidencias me pusieron alerta y comencé a prestar más atención a todo lo que ocurría a mi alrededor.

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Lo que me contó José me confirmó algo que varios años atrás había leído en Memorias del Subsuelo, escrito por Dostoievsky, en donde el autor insinuaba que mientras más respetado es un hombre, más secretos esconde su pasado. Inmediatamente me di cuenta que detrás de todas estas caras simpáticas, había muchas máscaras y sólo podría descifrarlas si prestaba atención a todo lo que se movía a su alrededor.

Es indudable que estas nuevas informaciones que antes desconocía, fueron determinantes para que cambiara el enfoque que inicialmente tenía sobre el libro que me había propuesto escribir. Al principio no estaba muy seguro de si quería introducirme en ese otro nivel en que se estaban moviendo las cosas. Empero continué con mi trabajo de recopilar todas las informaciones que más podía y documentar todo lo que el tiempo me permitía.

Ahora bien. Lo dicho por José sobre el “viejo amigo de Leonel” me sorprendió muchísimo. De todos modos, el caballero en referencia me pareció una persona amistosa a pesar del trabajo al que se dedicaba, sobre el cual luego me di cuenta. La cordialidad con que me trató, al igual que a todos los que compartimos con él, es innegable.

José tenía una bodega en el Bronx y luego adquirió otra en Jamaica, cerca de Liberty Avenue y la calle 120. Entre los dos no había secretos y éste me había contado cómo había ingresado al mundo del narcotráfico y como usaba una de sus bodegas como parapeto o fachada para, en la parte trasera, realizar sus “negocios”.

Todo había comenzado cuando tuvo un problema económico y uno de sus asiduos clientes, de origen colombiano, lo sacó de un apuro prestándoles 20 mil dólares de un solo golpe. Eventualmente, el hombre le confesó a José que lo había estado

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observando por un buen tiempo mientras buscaba un punto para sus negocios y que le había parecido una persona confiable, con la cual quería trabajar.

De acuerdo con el hombre, la valentía que José había mostrado con los muchachos que frecuentaban la zona vendiendo narcóticos, era suficiente para saber que se daba a respetar. Otro factor que le importaba mucho, era que el lugar funcionaba entre dos recintos policiales, el 102 y el 118, que evitaban las posibilidades de “un tumbe”.

Inicialmente, el colombiano comenzó a lavar parte de su dinero surtiendo la bodega de José y luego procedió a establecer su punto de “venta” en la parte posterior del negocio, después de que el bodeguero sacó a los muchachos que menudeaban la droga en la esquina y de cuyo sector se adueñó más adelante él.

José le había cambiado la imagen al perímetro, y sus clientes, aunque fuera una botella de agua compraban, para dar la apariencia de que ahí no se entraba sino a comprar provisiones de última hora y alguno que otro transeúnte ocasional que, teniendo la bodega camino a su casa, ingresaba a adquirir el pan del día siguiente. Era un “hijo de puta”, como decimos los dominicanos, conocía a todos en el bajo mundo, desde Washington Heights hasta los campos de Boston.

No fue inmediatamente que pude darme cuenta hasta qué punto y en qué circunstancias Leonel Fernández había estado beneficiándose de los servicios y dineros provenientes del mundo del narcotráfico. Muchas informaciones importantes me fueron llegando tiempo después, cuando empecé a entrevistar a algunas personas para escribir mi libro. Varias de las informaciones las pude confirmar más adelante, gracias a los apuntes que tomé desde el momento que me reuní con Leonel, en junio del 1995.

Fui verificando mis notas, las fotos y todos los documentos

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que había archivado para escribir el libro que me había propuesto, el cual pude visualizar en forma retrospectiva desde mucho antes del inicio de la campaña de 1996, y Leonel Fernández había estado recibiendo contribuciones ilegítimas, de primera mano. ¿Cuánto? Esto no lo sé. Sin embargo, es muy probable que la contribución recibida directamente por Leonel Fernández podría ser insignificante en comparación con otras cantidades que pudieron ingresar de “dineros ilícitos”, después de iniciada la campaña presidencial de 1996.

Lo único que puedo confirmar es que José le entregó un sobre delante de mí. Esto tan sólo fue el inicio de una práctica que a medida que avanzaba la campaña, se convirtió en una fórmula. En el caso de José, éste inició su donación con $5 mil dólares, luego fue haciendo “desinteresadas donaciones”, algo que ni él mismo se creía, porque en verdad lo que estaba haciendo era “invirtiendo” para el futuro. En total yo diría que unos $50 mil dólares hicieron parte de su “contribución”.

Por suerte para Leonel Fernández, pocas personas conocen de su relación con José y su contribución a la campaña presidencial de 1996. Para mala suerte de él, sus “desinteresadas donaciones” no pudieron ser recuperadas como se proponía, porque muy temprano la mañana del 29 de junio de 1997, la Agencia Antinarcóticos de los Estados Unidos, conocida por sus siglas D.E.A. (Drug Enforcement Agency) le echó el guante, acusado de ser parte de una red de distribución y ventas de más de 200 kilos de drogas, que incluía heroína y cocaína. El arresto se produjo dos días antes de que José fuera a pasar su “contribución” a nuestro profesor amigo, quien para entonces ya era presidente de la república, por las “desinteresadas contribuciones” que le había hecho durante su campaña presidencial.

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Unos cuantos meses después, José fue convicto del crimen que se le imputaba y gracias a ciertos arreglos con la fiscalía norteamericana, logró disminuir su larga condena a sólo 36 meses de prisión. José obtuvo su libertad en junio del 2000, dos meses antes de terminar el periodo presidencial de nuestro amigo y ex profesor. De esos buenos días que José pasó con Leonel Fernández y de las contribuciones que hizo a su campaña presidencial de 1996, para él sólo quedaban recuerdos, pues los políticos “respetados” se cuidan mucho de no mezclarse con narcotraficantes convictos, para que nadie los pueda señalar.

Ahora bien, la contribución que José hizo a nuestro profesor podría ser considerada insignificante comparada con el dinero procedente de fuentes ilícitas que financiaron la campaña presidencial de Leonel Fernández. Es muy probable que el total de la suma de los dineros mal habidos que entró a la misma llegó a ser tan cuantiosa, que fácilmente superara con creces a lo obtenido legalmente en las recaudaciones que se hicieron por medio de peticiones en las calles, rifas y aportes directos de simpatizantes, miembros y dirigentes del PLD.

Esta creencia fue inclusive expresada por un agente federal de alto rango, del Departamento de Estado de los Estados Unidos, quien dijo estar convencido de que Leonel Fernández había recibido grandes contribuciones del narcotráfico en la campaña del 1996, a sabiendas o no, y que eso lo decía porque conocía de primera mano las confesiones de algunos de los contribuyentes que habían sido convictos por narcotráfico y guardaban prisión en cárceles federales de los Estados Unidos.

Para sólo citar otro caso en el que estuve presente, en los últimos días de marzo de 1996 se efectuó un banquete en un restaurante del Bronx, con el objetivo de recaudar fondos para la campaña de Leonel. El costo del cubierto fue de 200 dólares y se

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logró recaudar más de 75 mil dólares. Aunque el dinero recibido no necesariamente procedía directamente de fuentes ilícitas, el financiamiento del evento, por el contrario, si lo era y, por lo tanto, la recaudación final no fue más que una simple maniobra de “lavado de dólares” procedente del narcotráfico.

Cuatro meses más tarde, a pocos días de Leonel ser electo presidente en la segunda vuelta, el “comerciante” que financió el evento de recaudación en el Bronx, Teodoro Antonio Díaz Reynoso o Teodoro Antonio Reyes, fue encontrado muerto en el interior de su vehiculo con varios disparos en la cabeza, despeñado en un precipicio, en una zona de República Dominicana, tal como fue reportado por los periódicos dominicanos los días 13 y 14 de julio de 1996.

Debido a lo embarazoso de este incidente para el entonces victorioso candidato y su partido, la dirigencia de ese grupo político decidió desligarse de la víctima y aun cuando las autoridades encontraron en su posesión documentos que establecían la militancia del occiso en el partido de Leonel, aquellos negaron rotundamente que la víctima tuviera vinculación alguna con el partido y que, por tanto, lo desconocían. Eso pudieron decirlo en la República Dominicana, porque quienes vivíamos en Nueva York, sabíamos que la historia era diferente; era por supuesto, todo lo contrario.

Así le pagaron a un contribuyente al que en los momentos de angustia económica apelaban en búsqueda de recursos y al cual terminaron despreciando e ignorando ya muerto y cuando no les servía para sus fines.

Leonel frecuentaba Nueva York durante todo el proceso electoral, y en casi todos los actos proselitistas estuve presente. Nos reuníamos con empresario latinos, dominicanos, con comerciantes, profesionales, artistas, locutores, periodistas y con

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todos con quienes pudieran dar su aporte para la campaña, en diferentes eventos que iban desde caminatas, bailes, cenas y demás espectáculos, para recaudar dineros.

Cuando la campaña entró en la recta final, el 12 de mayo de 1996, me traslado a Santo Domingo y me mantengo involucrado en todas las actividades regionales en apoyo al aspirante a la presidencia, incluyendo caravanas y mítines.

Leonel Fernández salió victorioso en la segunda ronda de las elecciones, celebradas a finales de junio de ese año. Regreso a Nueva York la segunda semana de julio, después de hablar con Leonel en su oficina y acordar que trabajaría para su administración en los Estados Unidos.

El 16 de agosto asumió la Presidencia de la República para el período 1996-2000. Algunas semanas más tarde hizo las declaraciones de sus bienes y los que lo conocíamos muy bien, a diferencia de otras personas, ni nos inmutamos con el casi millón de dólares que declaró como patrimonio. Lo que sí nos preocupaba era que se pudiera descubrir que se había atrevido a utilizar el testaferrato que manejaba de ciertos narcotraficantes que asistía, y más cuando a inicios de los años 90 había declarado en Estados Unidos que ganaba más de 9 mil dólares al año.

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LA TRANSPARENCIA QUE NO SE DIO Durante la campaña, yo conversaba con el doctor Leonel Fernández sobre la importancia de hacer un gobierno limpio, que se tradujera en acciones sociales para las clases más necesitadas, y que enfrentara profundamente las desigualdades sociales que padece el pueblo dominicano, en especial en lo que concierne al flagelo de la corrupción en todos los estamentos gubernamentales, sobre cuyas propuestas el aspirante siempre se mostró interesado en desarrollar durante su mandato.

Debido a esas inquietudes personales, me dirigí a varias empresas consultoras internacionales en manejo de imagen y asesoramiento para aplicar sistemas de anticorrupción, entre las que participó la prestigiosa firma Burson-Marsteller, con sede en Washington, cuyas carta está firmada por Kirby Jones, y respondida en francés, y la cual poseo en mis archivos personales.

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La carta en mención, con fecha del 22 de julio de 1996, firmada por Kirby Jones –el entonces presidente de Burson- Marsteller, en asuntos gubernamentales– es la respuesta a una conversación telefónica que sostuve con el señor Jones, y deja claramente establecido mi deseo para asistir a la administración del nuevo presidente Leonel Fernández, para que desarrollara un plan anticorrupción, para combatir los actos de corrupción en la administración del gobierno dominicano, además de ayudar a que se implementara un método transparente para privatizar las industrias estatales, en especial la del sector energético.

Mis inquietudes sobre esas propuestas de honestidad y transparencia terminaron enfrentándome a los grandes corruptos que viéndose obstaculizados por mis continuas y públicas preocupaciones, decidieron pedir mi cabeza en el cargo del consulado dominicano, difamándome a través de los medios periodísticos, presentándome como un enemigo de la comunidad, llegando, llegando inclusive a insinuar que estaba traicionando al presidente Fernández y a la patria. Lo mismo sucedió en República Dominicana, a pocos meses de iniciado el mandato en Leonel, cuando el economista Miguel Solano, su mano derecha durante la campaña presidencial, fue tratado en forma similar después de haberse opuesto rotundamente a actos de corrupción y denunciara públicamente las “travesuras” que Fernández y sus pandillas estaban cometiendo.

Miguel Solano fue tratado inmisericordemente y separado de su cargo, acusándosele de tantas barbaridades, que tenían como objetivo descalificarlo para siempre presentándolo como “l’enfant terrible” de la nueva administración, a pesar de sus grandes méritos como profesional y miembro del Partido de la Liberación Dominicana.

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EL ENGENDRO DE UN NARCOPRESIDENTE CARIBEÑO Pero es bien sabido que las campañas políticas son cada día más costosas, y de manera especial, las presidenciales. No es necesario ser un genio para darse cuenta de que el encarecimiento de las campañas presidenciales en América Latina, que han seguido el modelo de mercadeo político norteamericano, basado en una poderosa inversión publicitaria y que tienen como concepto que las elecciones se ganan o pierden en televisión, ha obligado a los partidos, a menudo, a buscar recursos financieros sin importar las fuentes de procedencia o aun conociendo claramente que su origen es ilícito.

El hecho de que Leonel tuviera que recurrir a cualquier fuente para poder conseguir su objetivo no me causó sorpresa alguna, ya que el que se embarca en una elecciones intenta ganarlas a como dé lugar. Lo que sí me sorprendía es que a diferencia de otros, que tal vez no saben la procedencia del dinero, o si lo saben se hacen de la vista gorda, Fernández personalmente recurrió a sus contactos con conocidos del bajo mundo para

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tocarles las puertas y obtener dinero, y con él financiar su campaña presidencial de 1996, en los momentos cuando ésta se iniciaba.

Durante la conferencia del destacado expositor Daniel Zovatto y su estudio elaborado para intervenir en el Seminario Internacional “Democracia y Partidos Políticos: Legislación y Expectativas de Cambio”, celebrada entre el 25 y el 27 de octubre de 2001, en Santo Domingo, él precisa la situación al explicar que “asimismo, la necesidad no sólo de mantener los aparatos partidarios en funcionamiento permanente sino, además, la de llevar a cabo campañas electorales crecientemente costosas. Esto colocó a los partidos frente al problema de tener que recaudar grandes sumas de dinero, sin indagar muchas veces el origen de esos dineros o, incluso, cerrando los ojos ante lo obvio de los hechos. Se ha ido abriendo así, paulatinamente, la puerta al financiamiento ilegal, al predominio cada vez mayor de fuertes grupos económicos, al tráfico de influencias y al flagelo del narco-financiamiento”.

Agrega el afamado conferenciante que “no es sino hasta años recientes que en la mayor parte de los países contemplados en ese estudio, se ha planteado, como parte del proceso de profundización de la corrupción, la necesidad de reformas político-electorales tendientes a garantizar una mayor transparencia en el financiamiento de la política, tanto en las nuevas como en las no tan nuevas democracias”.

En su obra Las elecciones dominicanas, del populismo al marketing político, el doctor Belarminio Ramírez Morillo expresa que la situación del narcofinanciamiento en las compañas políticas se está produciendo en países como la República Dominicana, y que además, quienes financian a determinados candidatos, lo hacen porque su triunfo les

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representa un beneficio, ya que en el actual proceso político ningún empresario invierte en un candidato, sino es en la búsqueda de un beneficio.

Obviamente, los narcotraficantes conocidos del doctor Fernández, buscaban con sus donaciones, desde borrar sus prontuarios judiciales hasta expandir sus conexiones a todos los niveles de su gobierno, para lograr un mayor poder en todos los ámbitos de la nación.

Esta situación, con respecto a la actual campaña presidencial de Leonel Fernández, se repite casi calcadamente con lo que ocurrió en la de 1996, cuando los dineros del narcotráfico fueron el soporte principal para desarrollar al candidato hasta cuando aparecieron otras fuentes de financiación, después que éste mostrara posibilidades de triunfo. Lo curioso del caso es que algunos de los actores de aquella época están de nuevo en plena campaña “de otorgar contribuciones” para luego sacarlas con intereses.

De hecho. Varios personajes del mundo del narcotráfico, están en la actualidad contribuyendo a la campaña de Fernández, y un caso muy particular lo constituye el de un individuo de origen cubano, que jugó un papel estelar en un reciente evento para recaudaciones de fondos y que en la actualidad, está siendo procesado en una corte federal de los Estados Unidos, después de ser inculpado de participar en la introducción de miles de kilogramos de cocaína por la costa este de Estados Unidos, procedentes de República Dominicana a través de Puerto Rico.

Es por todas estas razones que no pude contener la risa años más tarde –en septiembre de 2002– cuando leí en los periódicos dominicanos, que el mismo individuo que tanto se había beneficiado del narcotráfico, ahora se disfrazaba de moralista y proponía combatirlos frontalmente.

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VIEJOS VĺNCULOS Pero el vínculo que Leonel mantuvo con el narcotráfico no se inicia en la década del 1990. Desde mediados de la década de 1980, el joven abogado había servido como consejero y hasta de testaferro para algunos amigos que residían en Nueva York, que pertenecían al bajo mundo. De hecho, el señor que había “apoyado” a Leonel en su campaña, aquel que canceló el valor de los trajes y cubrió otros gastos en esa ocasión, ya había hecho algunas inversiones en Santo Domingo, gracias a los “juiciosos” consejos que Leonel le había dado. En realidad, la relación entre el candidato y “el señor de los trajes”, como prefiero llamarlo, más que de negocios, era una relación de amigos de infancia, de dineros y de gran apoyo para la campaña.

Por otra parte, la amistad que Leonel mantuvo con algunos muchachos del barrio de Villa Juana fue más allá de una simple amistad. El trato con Julio César y Luis Sánchez Capellán era casi de hermandad, debido a que se habían criado patio con patio y se conocían desde niños.

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De hecho, a finales de los años ochenta y principios de los noventa, Luis Sánchez había sido uno de los principales contribuyentes de la carrera política de Leonel. No pudo ser en 1996, porque la muerte lo había sorprendido algunos años antes. La muerte de Luis entristeció mucho a Leonel, por la gran amistad que los unía, y también porque perdía a uno de sus más fieles y valiosos contribuyentes “a la causa”.

En un principio, Leonel y sus amigos llegaron a pensar que la muerte de Luis podría haberse tratado de un ajuste de cuentas, porque coincidencialmente en esos días, el concuñado de éste, llamado Julio César, había caído acribillado en Washington Heights, cerca de la tienda de video que le servía de fachada a su centro de distribución de narcóticos. La alegada sobredosis de cocaína que acabó con la vida de Luis, aún hoy día no ha logrado convencer a todos sus amigos, y mucho menos a sus familiares y allegados.

La razón de las sospechas sobre la muerte de Luis residía en que, según sus amigos, éste no era “un arrebatado” y tampoco se le conocía una adicción desenfrenada por la cocaína. Por el contrario, un amigo común de Luis y Leonel, lo define como una persona disciplinada que se había dado a respetar por ser un hombre claro en sus negocios, algo que le había permitido que miembros de otros grupos mafiosos lo respetaran. Según la fuente, Luis era una persona metódica, cumplidora y amigo leal.

Antes de morir, Luis Sánchez había comprado una propiedad en Santo Domingo, siguiendo los consejos de su entrañable amigo de infancia, Leonel Fernández. De no haber seguido esos consejos, de que invirtiera su dinero juiciosamente, su esposa hubiera quedado totalmente desamparada, al momento de su inesperada muerte.

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Fue con parte de la venta de esa propiedad que Luis había comprado, que su viuda logró obtener la cuota inicial del apartamento que más tarde Leonel le consiguió en una de las torres construidas por su gobierno, en reciprocidad a la ayudas económicas que durante sus viajes a Nueva York recibió del occiso.

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SEPTIEMBRE DE 1996 El 6 de septiembre del 1996, Bienvenido Pérez fue designado cónsul general de República Dominicana en Nueva York por el recientemente posesionado presidente, Leonel Fernández.

Vía telefónica, pude contactar a Bienvenido desde la Gran Manzana en el Hotel Continental en Santo Domingo, donde celebraba con un grupo de amigos la designación que le acababan de hacer. Hablamos cordialmente y lo felicité por da designación. Durante el diálogo, aproveché para recordarle que no se olvidara de mí cuando llegara a Nueva York para tomar posesión de su cargo. La respuesta de Pérez fue positiva y me prometió que al llegar hablaríamos con más detenimiento.

El 9 de septiembre de ese año, Pérez tomó posesión de su cargo en reemplazo del saliente cónsul, doctor José A. Quezada. Las personas que conocíamos a Pérez antes de llegar al cargo consular estuvimos muy satisfechas con su nombramiento y decidimos respaldarlo en lo necesario para que lograra el mayor éxito en sus funciones.

Jamás dudé de las palabras de Pérez, porque creía conocerlo muy bien, ya que durante el tiempo que trabajamos juntos en la

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campaña presidencial, para llevar a Leonel Fernández al máximo cargo ejecutivo de nuestra nación, siempre lo tuve por una persona muy trabajadora, condescendiente, amable, seria y responsable.

Recuerdo que el 27 de junio de 1996, en Santo Domingo, después de terminada la gran reunión de cierre de la campaña del PLD-PRSC, en el intercepción de las avenida John F. Kennedy con Máximo Gómez, Bienvenido me invitó a tomar unas Cervezas Presidente en el malecón de la ciudad, y para completar el día, terminamos la noche dando un largo paseo en coche por toda la avenida George Washington y la avenida del Puerto.

Después que Pérez tomó posesión del consulado en Nueva York, esperé algunos días para presentarme a sus oficinas como él me había aconsejado. No tuve contratiempo alguno para verlo y nos saludamos con un abrazo. Hablamos un rato y le dije que Leonel me había prometido que me daría un trabajo en el consulado. Bienvenido me confirmó que efectivamente estaría trabajando con él por petición expresa del presidente Leonel.

Sin embargo, Bienvenido me aclaró que para evitar conflictos con los miembros del partido, había que esperar algunos días, para pensar exactamente en qué cargo me colocaría, algo que entendí con claridad.

Antes de volver personalmente al consulado, me comuniqué varias veces con Bienvenido por teléfono, pero no fue sino hasta dos semanas más tarde, el 23 de septiembre, cuando comencé a trabajar en la dependencia diplomática dominicana en Nueva York. Al principio la situación que encontré en el consulado era que estaba muy desorganizado y el señor cónsul no me asignó ninguna función específica. Al principio todo el mundo trataba de darme órdenes. Como nunca se me explicó quien era mi jefe, comencé a ayudar en lo que otros me asignaban. Máximo Padilla,

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uno de los asistentes de Pérez, me pidió que me encargara de de recortar artículos de los periódicos dominicanos y los publicados en Nueva York, que trataran los asuntos relacionados con la comunidad dominicana en la ciudad o sobre el gobierno dominicano.

Padilla siempre fue muy respetuoso y hacía lo posible para orientarme tratando de que pudiera serle útil a la institución para la cual trabajábamos. Otro de los que me pedía asistencia era Héctor Ortiz, quien era el asistente inmediato de Bienvenido y trataba de hacer otras funciones a la vez. Al principio me cayó muy bien, pero muy pronto noté que me estaba tratando de muchacho de mensajería. Quería que fuera a comprarle comida a la calle o servirle la comida al señor cónsul. Los primeros días acepté hacer lo que me pidieran y darme por desentendido de la situación, mientras buscaba una posición acorde con mi preparación académica, que era la comunicación.

Bienvenido me explicó que mi salario sería de 200 dólares semanales hasta cuando la situación se nivelara ya que, según él, el saliente cónsul había dejado las arcas del consulado totalmente limpias. Como no tenía motivos para dudar de la palabra del cónsul Pérez, no vi ningún contratiempo en aceptar la oferta, porque estaba seguro de que tan pronto la situación se normalizara, se me asignaría un sueldo digno. Doscientos dólares semanales en 1996 correspondía quizás al salario que los muchachos indocumentados ganaban en las fruterías coreanas, que no era, sinceramente, mi caso.

No tenía yo dos días de estar vinculado al consulado, cuando investigando me enteré que el salario de algunos empleados que llevaban mucho tiempo en esa oficina había sido disminuido por disposición de la nueva administración. Uno de ellos se quejó amargamente y me explicó que en el consulado ingresaba tanto

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dinero, que él esperaba un aumento y no una rebaja de su sueldo. Le pregunté que en qué se basaba para asegurar que en ese lugar ingresaba tanto dinero como él decía, y esto fue suficiente para que el individuo, quien tenía acceso libre a los reportes financieros del despacho diplomático, me mostrara varios de ellos.

Me quedé sorprendido por lo que el empleado me mostró. Aunque había escuchado que el consulado en Nueva York era el trofeo que el presidente daba al pago de grandes favores políticos, no podía creer lo que el joven empleado me mostraba con documentos en mano. Muchas cosas estaban en códigos, pero él las descodificó y me dio a conocer con precisión el verdadero valor de los ingresos del despacho, cuyas sumas alcanzaban a varios cientos de miles de dólares.

Aprovechando un descuido del empleado que salió de la oficina escondí algunos de los documentos en una copia del New York Times de la edición de ese día, que cargaba conmigo, y salí del edificio para reproducirlos. Caminé varias cuadras a la redonda donde nadie que me conociera me pudiera localizar fácilmente y se enterase de lo que estaba haciendo. Les saqué copias a los documentos y regresé al consulado para ponerlo en el mismo lugar, pero ya el empleado estaba de nuevo en las oficinas y yo no sabía qué hacer en ese momento.

Sutilmente saqué los papeles del periódico y los coloqué debajo del mismo. Me paré del asiento que había tomado y comencé a ver algunos libros sobre asuntos de comercio, hasta cuando pude colocar el New York Times y todos los documentos encima de donde estaban los otros documentos similares. Antes de salir de la oficina me aseguré de sólo tomar el periódico que entonces reposaba sobre la pila de los reportes financieros.

Fue así como logré enterarme de que “el tal faltante o la

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carencia de dinero que supuestamente había dejado el cónsul anterior nunca había ocurrido. El excónsul Quezada pudo haberse tomado el porcentaje que legalmente le correspondía a los funcionarios de ese rango, que era alrededor del 35 por ciento de los ingresos que diariamente recibe la dependencia.

De acuerdo con esos documentos, el consulado tenía ingreso promedio de treinta y tres mil dólares diarios, y en la primera semana de operación, el cónsul Bienvenido ya había logrado recaudar para sí cerca de sesenta mil dólares. Con esa mentira que le salió a flor de labios para decirme la asignación a la cual tenía derecho semanalmente, me destrozó la imagen que tenía de él y a partir de ese momento, cuán difícil sería recobrar la confianza que le tenía.

Otro grupo de individuos que merodeaban por el despacho consular era el de los periodistas, seudo periodistas y chantajistas, estos dos últimos grupos, siempre estaban dispuestos para todo lo que fuese comida, tragos y parranda, pero nada en beneficio de la comunidad o de los dominicanos que, por cualquier circunstancia, afrontan problemas en la gran metrópolis norteamericana.

Los periodistas, en cambio, venían al consulado a buscar las opiniones de Bienvenido con respecto a problemas relacionados con la comunidad o situaciones que acontecían en la República Dominicana, que tenían repercusiones en nuestros compatriotas radicados en Nueva York. Tanto es así, que cuando el huracán Jorge afectó a la isla, una batería de periodistas se presentó al consulado, donde Bienvenido improvisó varias ruedas de prensa de manera rápida y continua.

Los seudo periodistas y los chantajistas, por su parte, grandes personajes ellos, soltaban informaciones indiscretas que rápidamente hacían sonar las cajas registradoras del consulado para “apagar el fuego” que encendían. Me congracié con todos

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los que pude, teniendo en cuenta que decían a diario que tenían informaciones que pondrían a temblar el consulado sino le daban sus “mordidas”. Héctor Ortiz fue muy efectivo en calmar a esas pirañas, que de lo contrario hubieran acabado con Bienvenido antes de comenzar la fiesta. Algunos ya venían con sus cuentas listas para cobrar por reportajes en beneficio del cónsul, que habían publicado en periodicuchos y pasquines que improvisaban en mimeógrafos de “béisman” –sótanos– y que sólo ellos conocían de su existencia. Había que negociar para evitar la debacle. Éste era uno más de los shows gratuitos de todos los viernes de pago.

Entre la fonda que doña Rosa había montado en la cocina, con su deliciosa comida casera, y los escándalos de las pirañas, el viernes era el día de gallera y era el que más me gustaba. Algunas veces creí que los viernes alguien traía “gratei”, una sustancia que produce un árbol que causa escozor interminable y los dominicanos riegan para armar pleitos.

Otro de los espectáculos diarios, pero que el viernes se hacía exclusivo, era figura de “Madam Licra”, una de nuestras compañeras de trabajo, que con las ropas más ceñidas del mundo andaba revoloteando de sitio en sitio para efectuar una exhibición femenina que, en vez de causar rechazo, lo que daba era hilaridad. Desde luego, a muchos compañeros de las oficinas y para algunos periodistas y demás personajes que concurrían al sitio, lo de “Madam Licra” era algo divertido, tal vez exhibicionista, pero al fin y al cabo, no le hacía daño a nadie. Había venido al consulado como una pobre gatita y fue ganando terreno hasta que se convirtió en toda una leona.

Entre los periodistas serios sobresalía uno de origen español que trabajaba para el periódico más importante de Dominicana. Desarrollé una estrecha amistad con él y comenzamos a

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intercambiar informaciones. Como el estaba más enfocado que yo, pues sabía cómo se procedía en las investigaciones periodísticas, comenzó a instruirme y a darme ideas de cómo actuar, cuando le conté mi interés en desarrollar mis propias investigaciones sobre lo que acontecía en el consulado algunas veces él era muy claro conmigo, y en otras, sólo insinuaba para que yo elucubrara el paso por seguir,

“El español”, como le decíamos, tenía buenos contactos en el consulado y sabía informaciones que yo desconocía hasta entonces, pero que más adelante pude verificar. Según él, en un vuelo que había hecho a Santo Domingo con un vicecónsul de Nueva York, se había enterado del movimiento de dinero del consulado al mismo Palacio Nacional. De acuerdo con el vicecónsul, el dinero era repartido entre algunos de los miembros del alto gobierno, incluido el mismo presidente Fernández.

Como la información que me estaba entregando era tan comprometedora, decidí esconder una micrograbadora en mi bolsillo y grabarlo todo. Fue a partir de ese momento que sentí por dentro un rechazo espiritual hacia el gobierno. Sentí que no era posible que las cosas del Estado se manejaran en esa forma que hasta el propio jefe de estado estaba vinculado al procedimiento de recibir dinero de lo que se producía en Nueva York.

Entonces decidí observar más de cerca y con más detenimiento los movimientos de Bienvenido y empecé a escarbar hasta en los más recónditos lugares, para ver lo qué podía encontrar, con plenas pruebas. ¡Y encontré más de lo que jamás imagine!

El consulado era consulado solo de nombre, porque lo que allí se hacía iba más allá de lo contemplado en las funciones consulares, hablando en términos diplomáticos, pero sería como

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fachada para ejercer y desarrollar actividades totalmente ilícitas. Con la llegada de Pérez al consulado comenzó un flujo

inusual de individuos de todo tipo, buenos, regulares, malos, serios, indecentes y hasta groseros. Era verdad que Bienvenido era una persona muy amistosa, pero la entrada y salida de esos personajes de todos los pelambres de su despacho nada tenía que ver con asuntos de amistad. Lo que había era “asuntos de negocios”. Strictly business! como dicen los norteamericanos.

No sé si esto ocurría en la administración anterior, ya que nunca antes había trabajado en esa dependencia diplomática. Sin embargo, por los comentarios que hoy conozco de los viejos empleados de las mismas dependencias, ese tipo de gente no era la misma que visitaba al doctor Quezada. Según ellos, el cónsul Quezada tenía ciertas cualidades intelectuales y personales, cuyo don de gentes no le permitía asociarse con esa clase de personajes o individuos.

Las frecuentes visitas de ciertas personas o “personajes” diríamos nosotros, que por su sola apariencia dejaban muy claro en los negocios en que estaban, comenzaron a levantarle las cejas a más de un empleado. Algunos se definían como antiguos amigos que venían a felicitarlo o a buscar, simple y llanamente, lo que habían invertido en la campaña presidencial.

Otros individuos que sé categóricamente que no les importaba guardar las apariencias, comenzaron a visitar despacho del cónsul, exclusivamente los días exactamente anteriores a los viajes del diplomático Pérez a Santo Domingo. Me refiero, y me duele decirlo, a individuos pertenecientes a grupos de narcotraficantes de varias nacionalidades, que necesitaban sacar su dinero de los Estados Unidos para evadir el control de las autoridades norteamericanas. Algunos empezaron a usar los servicios del señor Pérez para repatriar su dinero mal habido a la

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República Dominicana, y otros, para usar a nuestro país como un puente para terceros países a donde finalmente llegaban los cientos de millones de dólares.

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OCTUBRE DE 1996 Para arreglar el asunto del salario, hablé en varias ocasiones con el cónsul Bienvenido. Como el presidente Leonel Fernández vino a Nueva York la primera semana de octubre de 1996 para intervenir ante la ONU, tuve la oportunidad de hablar directamente con él. Fui con la comitiva que lo recibiría en el aeropuerto “John F. Kennedy” y desde su arribo, lo seguí como su sombra. Fue mientras comprábamos algunos libros en la biblioteca de la ONU, que aproveché para explicarle el problema que estaba afrontando con mi salario, que me había asignado el cónsul. Me prometió arreglar el asunto y que luego me daría respuesta.

En esa oportunidad, Leonel compró una gran cantidad de libros que yo me encargué de llevar. Como el número de libros era grande, le entregué parte a José, nuestro amigo “El Bodeguero”, que de nuevo andaba con nosotros, para que me ayudara con los mismos.

Cuando salimos de la librería de la ONU, un grupo de reporteros de todos los medio de información nos emboscó y según mi madre, quien vio la transmisión por televisión, José y

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yo salimos entre los que acompañaban al visitante presidente. Ya los celos de algunos de los miembros del partido en Nueva

York se comenzaron a sentir. Al salir del edificio de la ONU, cuando nos proponíamos a ir a “Victor’s Café”, sucedió algo muy chistoso. José Santana, uno de los miembros del partido en Nueva York, ordenó que no se me permitiera ingresar a los carros que integraban la caravana. Yo desconocía esa orden e intenté abordar uno del os carros, pero noté que le pusieron el seguro y no pude abrir la puerta. Corrí hacia otro que quedaba detrás e hicieron lo mismo. Me di cuenta de que trataban de dejarme a pie y corrí hasta el carro de la Policía que encabezaba la caravana para informarles al os agentes con quienes antes había compartido que me habían enviado a que fuera con ellos, ya que sabía inglés y español, lo cual podría serles útil por cualquier eventualidad.

Los policías me permitieron ingresar al vehículo y llegué antes que el mismo presidente al restaurante. Aproveché la ocasión para recordarles a Santana y sus amigos, que no se olvidaran de quedarse afuera cuidando los carros, ya que yo entraría al restaurante con el señor presidente. En ese instante, ¡sentí que explotaban de rabia!

En las escalinatas de la residencia del cardenal O’Connor, el presidente Leonel me informó que ya había hablado con Bienvenido y que todo estaba arreglado. Una semana más tarde, Bienvenido me aumentó efectivamente el salario: ¡Mi nuevo sueldo era de 250 dólares por semana!

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NOVIEMBRE DE 1996 No fue sino hasta que me encontré con José en el consulado, portando un maletín plateado, que caí en la cuenta de que lo que se estaba moviendo era algo “pesao”, “heavy”, como decimos popularmente los dominicanos, cuando queremos indicar que algo es de gran magnitud. De haber estado enclaustrado en una oficina, estos movimientos pudieron haber pasado inadvertidos para mí. Sin embargo, al pasar la mayor parte de mi tiempo dando vueltas por los pasillos y entrando a las diferentes oficinas, me di cuenta de algo más que no esperaba conocer del a noche a la mañana.

Estando en el despacho del cónsul Bienvenido, conversando con José, Héctor Ortiz, quien no conocía la relación de amistad que tenía con mi interlocutor, me sacó del recinto en una forma muy inusual, tocando las manos como les hacen a los perros. José y yo nos miramos y me picó un ojo. Ese gesto fue la señal de que la “vaina” era grande y la curiosidad de saber de qué se trataba, me consumía las entrañas. Desde ese día comencé a idear la posibilidad de usar grabaciones o de colocar un micrófono escondido en el despacho del cónsul, para saber a fondo lo que

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ocurría allí adentro. Pero la lealtad de doña Brunilda, la señora que limpiaba las oficinas y el despacho, no me permitió concretar, en ese momento, mi nuevo plan.

Me clavé como un soldado, a varios pasos de la puerta del despacho del cónsul, para hacer turno hasta que José saliera. Tan pronto lo hizo, nos volvimos a reunir y le pedí que saliéramos del consulado. Noté que no traía el maletín con el que había entrado a la oficina, lo cual me causó profunda extrañeza, y traté inmediatamente de preguntarle sobre él, indicándole, a manera de consejo, que eventualmente lo había olvidado, para que no entrara en sospechas contra mí. Seguidamente él me hizo señas de que no hablara, lo cual me dejó más perplejo y pensativo. Tal vez, preocupado porque por todas esas actitudes, lo que yo estaba pensando en el fondo se estaba convirtiendo en realidad.

Caminamos por las calles del área y volvía preguntarle qué había hecho con el maletín que había traído. En principio no me respondió absolutamente nada, pero luego me dio una respuesta vaga, tratando de calmar mi inquietud. Mi interés entonces por saber qué había pasado con ese maletín fue mayor.

-Fue que en el maletín le traje una cosa al cónsul, me dijo,

tratando de ser casual. -¿Qué? ¿Cocaína? Le repliqué. -¡No, cabrón, yo no brego con esa vaina! ¡Eso lo hacen otros!

Me respondió aceleradamente, dándome a entender que a mí poco me importaba, pero insistí.

-¿Y entonces... qué era? Volví a preguntarle. -Dinero que tengo que sacar de aquí, antes de que me den otro

“jolop”, respondió. Seguidamente me contó que hacía poco tiempo le habían

robado unos setenta mil dólares que tenía en el sótano de la

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bodega y como no podía reportarlo a la policía, se tuvo que quedar callado. Le dije que esas “vainas” le pasaban por no dármelo a guardar a mí o invertirlo en un negocio legítimo, como sería un buen y acreditado restaurante o un centro de llamadas telefónicas con destino a nuestro país que, a buen precio, tendría una gran demanda y los ingresos podrían ser fructíferos.

¡Coño, tú si eres desgraciado! Le reclamé. ¿Por qué no me das esa plata para invertirla en un restaurante o un centro de llamadas? Le indiqué abiertamente.

-¡Estás loco! ¿Tú crees que yo me gano mi plata fácil para invertirla en una vaina de la que yo no sé nada? Yo lo que quiero es comprar propiedades en Santo Domingo. Casas y tierras. Eso es lo que tiene futuro. Además... ¿con qué ingresos vas tú a demostrar que puedes tener tanto dinero en el banco? Cuestionó.

-Bueno... yo nunca he tenido ningún problema con la ley. ¿Por qué tienen que sospechar que yo hago algo malo? Le respondí al rompe.

-¡Olvídate de esa vaina! Yo una vez te ofrecí abrirte una bodega y tú no quisiste.

-¿Y desde cuándo tú me has visto a mí la cara de bodeguero? Yo no quería estar con una pistola en la mano y otra en la caja registradora como tú”, le dije.

-Bueno, para hacer plata hay que tener “cojones”. Así que no te quejes. Las oportunidades en la vida que no se agarran en su momento, se van. Me replicó.

Mi amigo y yo nunca andábamos con rodeos, pues cada quien sabía en que pie estaba el otro parado y aún así seguíamos siendo amigos. Nos queríamos como hermanos y nuestros padres se conocían muy bien. Fue por eso que José me confesó en lo que estaba metido y ahora me contaba sobre el “modus operandi” para enviar su dinero a Santo Domingo. Estaba satisfecho con la

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rapidez que Bienvenido le ponía la plata en la isla, pero estaba enojado porque el tipo le quería cobrar un interés muy alto, a pesar de que le había dado muchísimo dinero durante la campaña.

-¡Ese tipo es un vampiro! Ni siquiera porque le ayudé a financiarla campana aquí, me considera, me aclaró.

Me preguntó si yo me atrevería a llevarle el dinero a República Dominicana, que me iba a tratar muy bien. Le dije que lo lamentaba, pero que él sabía que mí me agarrarían en el primer viaje porque el “vaho a mierda” alertaría que ahí iba una mula. Me dijo que por pendejo iba a morir pobre. Le dije que se quedara con todo su dinero, con sus cadenas y todas sus vainas materiales, que al fin y al cabo, cuando yo me muriera todas esas cosas no las podía llevar en mi última maleta de viaje. Se rió a carcajadas y me dijo que le devolviera lo que me había regalado.

-¡Sí... éste y un cohete! Le dije mientras le mostraba el dedo corazón de la mano, para indicarle que se lo metiera por el culo.

¡Tú ves! Sin plata no se puede ir a Santo Domingo. Te das cuenta que los diplomas no te sirven de mucho, si no hay “billete”, me reprochó, mientras sobaba los dedos de su mano para indicar “dinero”.

-Por eso es que te digo, tú pones la plata y yo la cabeza. Nos haríamos ricos en un “one, two, three”, exclamé.

-¡Trabaja primero! No sueñes con plata ajena. Aquí hay que trabajar y sudar las bolsas para luego disfrutar en la vejez, me respondió.

Era imposible que José y yo nos pusiéramos de acuerdo. Sus valores y los míos eran diametralmente opuestos, con la única diferencia que si él me daba su plata, a mí no me importaba de dónde procedía. Nuestra historia era la misma desde cuando nos conocimos en La Fe, en los años 70. Jugábamos ajedrez y cuando yo le ganaba, me pedía la revancha. Cuando empataba,

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me decía que era una mierda y que no le había ganado nada, entonces estábamos a la par. Y si él me ganaba una jugada por encima, entonces rehusaba continuar jugando, para decirme que me tenía “pisao” y que él era “el papaúpa de la matica”, “the best”.

Después de tantos años José seguía siendo el mismo fanfarrón de siempre. Es más, llegó a ir más lejos, porque no teniendo que esconder su antiguo vínculo con el narcotráfico, se definió más serio que los políticos, diciendo que “los políticos, aparte de ser criminales de siete suelas, también eran hombres sin palabra”.

-La única diferencia entre esos bandidos y yo, es que ellos son criminales legalmente constituidos, porque ellos mismos hacen sus leyes; sin embargo, en el negocio que yo he estado, no se firma nada, pero la palabra se cumple, dijo. ¡Fíjate que descarado es ese tipo! Llegó a decir José, siendo una de las razones por las cuales decidió colaborar con la prensa norteamericana, durante una investigación que estuvieron haciendo contra el gobierno de Leonel Fernández.

De hecho, parte de esas personas eran la fuente principal del periodista español, porque cuando nos reuníamos para intercambiar informaciones, muchas veces el relato era idéntico. Lo que el corresponsal no sabía era que yo grababa muchas de nuestras conversaciones con las informaciones que él había obtenido y que para mí servían como una segunda verificación o comprobación, tal como él pretendía hacer con las que yo le proveía. Para entonces, eso para mí se había convertido en vicio, es decir, sacarle fotocopia a todo lo que encontraba a la mano.

Sólo un periodista que trabajaba en el consulado conocía del plan investigativo en que me había envuelto y en varias ocasiones me sirvió de escudo mientras yo tomaba las documentaciones que quería. También llegó a prestarme su mini

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grabadora para hacer algunas de las grabaciones secretas, cuando por una u otra razón no tenía la mía.

Lo más triste del caso es que, a pesar de todo, el cónsul Bienvenido me caía muy bien y aunque sí quería que me aumentara mi sueldo, me parecía “un pobre infeliz”, que es una forma dominicana de decir ¡buena persona!

Es importante aclarar que el consulado dominicano en Nueva York siempre ha sido un foco de intrigas y por muchísimo tiempo ha estado bajo la mirada sospechosa de los oriundos de nuestro país que residen por estos lares. A propósito, aún en la actual administración del presidente Hipólito Mejía, otro vicecónsul dominicano asignado en el consulado de Puerto Príncipe, Haití, fue arrestado en República Dominicana, en agosto de 2002, cuando fue sorprendido usando sus privilegios diplomáticos en actividades relacionadas con el narcotráfico.

Indudablemente que los problemas generados por el uso de las sedes con inmunidades diplomáticas para fines distintos a las de sus verdaderas funciones, siempre ha acaparado el interés de la prensa internacional. Las frecuentes acusaciones entre diferentes países y las expulsiones de diplomáticos por alegadas violaciones de las funciones consagradas en la Convención de Viena, son casos recurrentes y, por lo tanto, no es exclusivo de la República Dominicana ni de los países tercermundistas.

A mediados de los años 80, un vicecónsul dominicano en Nueva York se vio envuelto en problemas de narcotráfico y terminó pagando varios años en la cárcel, después de que el gobierno de turno le retirara la inmunidad diplomática que tenía.

Ahora bien, el problema que se estaba presentando en el período 1996-2000, en el consulado dominicano en Nueva York, tomó proporciones inimaginables. Fue así cómo, sin temor a equívocos, durante la administración del señor cónsul

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Bienvenido Pérez, el despacho se transformó en un verdadero centro remesador, que repatriaba grandes cantidades de dinero del bajo mundo, no sólo de los “dominicanyorks” que usaban sus servicios, sino de grupos de otras nacionalidades, que llegaron tan campantes a hacer lo mismo. Lo digo, porque una vez se presentaron unos rusos, a quienes serví como intérpretes, que me dieron a entender que las transacciones que estaban haciendo con Bienvenido tomaban un ámbito internacional.

Pero la plataforma para lavar dinero proveniente del narcotráfico y cometer otros actos turbios, durante la administración de Leonel Fernández, no parece haberse circunscrito al uso del consulado en Nueva York. Existen evidencias de que otros centros andaban en acciones no muy claras, entre las que se encontraban estafar al país receptor con ilegítimas exoneraciones de impuestos y de paso al mismo Estado dominicano, librando a ciertos beneficiarios con exoneraciones de impuestos que no les correspondían. Esta preocupante situación puso en alerta a una división del Departamento de Estado de los Estados Unido, y al principio del mes de marzo de 1999, La Misión de los Estados Unidos ante la ONU envía una comunicación oficial al servicio diplomático dominicano, expresando su gran preocupación por ciertas irregularidades que se estaban cometiendo en la Misión de la República Dominicana ante la Organización de las Naciones Unidas.

Tiempo más tarde, cuando yo trabajaba para el consulado, y mientras recaudaba alguna información para escribir este libro, me habría de enterar, gracias a un individuo que conocí con un diplomático de la Misión de la República Dominicana ante la ONU, que las andanzas de Pérez venían desde hacía muchos años atrás. Ese señor, que se consideraba un narcotraficante

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confeso y arrepentido, nos confirmó al diplomático y a mí, que a finales de los años 80, cuando Bienvenido vivía en el Alto Manhattan, había participado en varias actividades criminales, donde hubo inclusive intercambio de narcóticos por armas y ventas de tarjetas de residencia y del seguro social norteamericanas falsas.

Por eso no me sorprendí cuando, en los medios de prensa estadounidenses se presentaron pruebas de pasaportes dominicanos que habían sido asignados a narcotraficantes, con nombres diferentes y con apenas algunos días de diferencia. Era muy bien conocido que en el consulado de Nueva York existía otro consulado paralelo, donde se vendían cartas de ruta y pasaportes dominicanos a ciertos individuos que necesitaban de los mismos, para hacer acciones ilegales. De hecho, en un reportaje exclusivo de la NBC, emitido en marzo de 1998, en el cual yo participé, el canal mostró fotos de pasaportes y otros documentos que indicaban las graves irregularidades que se estaban cometiendo en el consulado en Nueva York, durante la administración del cónsul Bienvenido Pérez.

Nadas de esto me causaba sorpresa, pues desde hacía cierto tiempo ya había conocido la cara oculta del señor Pérez, y muchos de sus subordinados sabíamos que era una persona dispuesta a violar cualquier patrón establecido, con tal de acumular la mayor cantidad de dinero, en el tiempo que le permitiera su paso por el consulado. Todos sabíamos que aunque era residente norteamericano, y estaba obligado a notificarlo al Departamento de Estado de los Estados Unidos, no hizo nada sino hasta que la NBC lo expuso ante el público, pues al no saber por qué tiempo estaría a cargo del consulado, no quería perder el privilegio de una residencia norteamericana. El problema se agravaba más, al no pagar los impuestos por concepto de sus

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ingresos, que todos los residentes norteamericanos deben de pagar al Departamento de Rentas Internas, conocido en inglés como el “IRS”. Esto implicaba que hasta el momento de su registro en el Departamento de Estado norteamericano, el señor Pérez estafó a los contribuyentes norteamericanos, al no pagar impuestos sobre más de un millón de dólares por concepto de sus ingresos.

Más tarde, cuando ya no trabajaba en el consulado, después de haber sido despedido tras sorprendérseme denunciando los actos de corrupción que en esa sede se llevaban a cabo, también me enteré por dos de mis contactos internos en esa institución, que una comisión de la Contraloría General de la República Dominicana, a cargo del entonces jefe de ese despacho, Haivanjoe NG Cortiña, había viajado a Nueva York, motivada por las graves denuncias que los medios de información habían estado haciendo sobre el cónsul Pérez, y que de no haber sido por la rápida acción de este, que destruyó todos los documentos comprometedores y apeló a la intervención de su contacto en la Presidencia de la República, la comisión hubiese abierto una verdadera caja de Pandora consular. Por orden directa del Palacio Presidencial, la misión enviada no tuvo otra opción que abandonar la investigación y regresar con las manos vacías.

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ENERO DE 1997

A mediados de enero de 1997, cuando llegué al consulado, me informaron que uno de mis compañeros de trabajo me buscaba urgentemente para entregarme un mensaje de alguien que me había llamado de la Misión ante las Naciones Unidas. Ese día había llegado un poco más tarde que de costumbre.

Cuando logré hablar con la persona que me buscaba, me informó que debía llamar inmediatamente a Sócrates Tejada a la Misión Dominicana ante la ONU. Así lo hice. Sócrates, a su vez, me explicó que nuestro amigo Jimmy Sierra estaba tratando de localizarme desde la República Dominicana, de manera urgente. Me dijo que me comunicara con él tan pronto pudiese. En efecto, Jimmy estaba esperando la llamada.

-¿Qué pasa, teórico, cuál es la urgencia? Indagué. -El Amigo me ha hecho unos encargos, ¡donde tú eres la

figura clave! Me dijo Jimmy. “El Amigo” era el nombre con el cual nos referíamos al

presidente Leonel Fernández, por lo que quedé un poco atolondrado. No sabía que Jimmy y Leonel habían restablecido

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relaciones, por lo que tuvo que darme ciertas explicaciones. Me aclaró que él y Leonel nunca habían roto sus relaciones,

aunque no había tenido mucho contacto durante los últimos meses de la campaña, pero que tan pronto Leonel asumió el poder, lo llamó inmediatamente y que en una reciente conversación sobre algunos proyectos que éste pensaba llevar a cabo, mi nombre había salido a relucir.

-Iré a Nueva York en dos días y “el Amigo” me dijo que te contactara para lo de la visita al Museo de Radio Y Televisión, entre otras cosas. También me dijo que tú tienes una idea del proyecto porque en una de sus visitas a Nueva York, ya ustedes trataron el tópico. Así que tú haces parte del proyecto, me indicó Jimmy.

Sierra igualmente me agregó que le consiguiera un hotel económico, pero estratégicamente ubicado, preferiblemente cerca de las oficinas del consulado. El único que se me vino a la mente era el Hotel Carter, que aunque estaba bien destartalado en sus instalaciones, era lo más barato que se podía conseguir en los alrededores de Times Square, en pleno centro de Manhattan.

-No te preocupes, cuenta conmigo. Por aquí hay muchos. Saldré a averiguar los más cercanos y buenos, y si tienen habitaciones disponibles por estos días, le comenté.

-A propósito, conozco uno que se llama “The Carter”, es un poco viejo, pero queda al doblar la calle donde queda el consulado. Además, es baratísimo, le agregué.

-Bueno, arréglame eso y nos vemos en Nueva York. Tan pronto esté allá nos veremos, respondió Jimmy.

No bien terminé de hablar con él, cuando empecé a hacer las citas para el proyecto en que nos embarcábamos. Llamé al Museo de Radio y Televisión. Allí hablé con Michelle Granville, quien era la gerente de la librería de esa institución y estaba

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encargada de los visitantes. Le había conocido en el verano de 1995, cuando llevé a Leonel a ese museo, para ver los spots políticos. Le expliqué brevemente lo que necesitaba y le pedí que nos recibiera. Me dijo que podía ir por sus oficinas ese mismo día.

Luego fui al Hotel Carter y averigüé lo de los precios. El hotel no era el mejor del área, pero como Jimmy sólo lo utilizaría para dejar sus maletas y dormir algunas horas por la noche, por el precio de $60 dólares por día, era el mejor.

Cuando visité a Michelle en el Museo de Radio y Televisión, me recibió con mucha amabilidad y hablamos extensamente del motivo de mi visita. Le expliqué que trabajaba para el gobierno dominicano y que “mi amigo”, el presidente de la República Dominicana, Leonel Fernández, estaba interesado en abrir un museo parecido al suyo en nuestro país.

-A propósito, aquella vez, cuando me diste tu tarjeta, vinimos juntos aquí. Fue desde entonces que le surgió la idea y me dijo que si ganaba la presidencia, construiría un museo como este en nuestro país, le dije con entusiasmo, agregándole que ya te puedes imaginar lo importante que es, porque en aquella ocasión vinimos sólo por unos minutos y nos quedamos por casi dos horas.

Leonel le había hablado a Jimmy de esa experiencia y parece que éste también estaba interesado en que en República Dominicana se pudiera construir algo parecido.

En lo que a mí concernía, desde cuando Leonel me había dicho que si ganaba construiría un museo como ese en el país, no pude dejar de soñar despierto. ¡Qué más podía pedir un cinematógrafo recién graduado y amigo de un presidente!

De hecho, yo le expliqué detalladamente a Leonel, durante uno de los viajes que hizo a Nueva York en plana campaña, la

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importancia que tenía el respaldar la industria cinematográfica en República Dominicana, mediante la creación de un instituto parecido al de Cuba. También aproveché en una ocasión, mientras ofrecía una conferencia de prensa en la Gran Manzana, en el local del Partido de la Liberación, para preguntarle qué haría por el cine y la televisión, en caso de ganar las elecciones venideras. Leonel dijo que establecería un Instituto de Cine y Televisión y construiría un Museo de Radio y Televisión. Más adelante, ya en Santo Domingo, Leonel volvió a reafirmar su postura durante una charla sobre “el presente y el futuro de la televisión dominicana”, que tuvo lugar en el Hotel Lina de esa ciudad. No sé si para entonces ya Jimmy le había propuesto el proyecto, pero me enteré de ese pronunciamiento por un artículo que leí en uno de los periódicos dominicanos que llegan a Nueva York.

Aparte del museo, por mi mente pasaron tantas ideas de establecer una industria cinematográfica en el país, que a los pocos días ya había contactado a todos los profesores de las diferentes universidades de cine a las cuales yo había asistido en Nueva York. Todos aseguraron que nos conseguirían el tipo de asesoramiento que fuera necesario para convertir en realidad nuestro futuro proyecto. El más interesado y que más garantía ofreció, fue el profesor Jerry Carlson, con quien había hecho una buena amistad durante mis estudios en The City College of New York.

Jimmy llegó por la tarde, cerca del 20 de enero, y se hospedó en el Hotel Carter, como habíamos planificado. Comentamos que el hotel estaba un poco viejo, pero por el precio y la ubicación era lo mejor que habíamos podido escoger.

Trajo varias botellas de ron y unos cuantos dulces para sus amigos. Hacía frío, estábamos en pleno invierno y Sócrates Tejada

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le había traído unas ropas usadas para protegerse, incluyendo un abrigo de cuero negro y un suéter Levi’s que aún conservo.

Salimos a dar una vuelta por Times Square y terminamos en una bodega coreana donde tenían un “salad bar”. Compramos comida por libra. Le pregunté que por qué, si trabajaba para el gobierno y nuestro amigo pagaba los gastos de estadía, no podía quedarse en un lugar más decente. Me dijo que no tenía por qué malgastar el dinero del pueblo y que al fin y al cabo, sólo vendría al hotel a dormir, ya que nos pasaríamos todos los días haciendo diligencias y contactos para poner a andar los proyectos acordados. Hablamos extensamente del motivo de su viaje y de lo bien que le había hablado a Leonel de mí.

Jimmy también me explicó que el malestar que Leonel había tenido con él por no integrarse a su campaña antes de obtener la presidencia ya se le había pasado y lo había llamado para que le sirviera de asesor y otras cosas. Jimmy no podía dejar a su viejo amigo solo y no lo pensó dos veces en prestarle su colaboración.

Fue entonces cuando Leonel le encomendó que viniera a Nueva York para hacer algunas cosas y me contactara “urgentemente”, pues necesitaría mi cooperación para que todo saliera bien.

Planificamos la agenda del próximo día, que habría de comenzar alrededor de la 9 de la mañana, y quedamos de acuerdo en encontrarnos en el consulado cuando abrieran las oficinas. Volvimos al hotel, y Jimmy me regaló una botella de ron y una pasta de dulce. Nos despedimos y me fui para la casa.

Al otro día, a primera hora, ya Jimmy estaba en el consulado cuando llegué. Tenía que escribir algo para enviarle al presidente Leonel en Santo Domingo y necesitábamos una computadora de manera urgente para desarrollar esa labor.

Ahí comenzó nuestro vía crucis. Lo que se esperaba que tomaría algunos minutos para conseguir, que una de las computadoras se pudiera utilizar, duró casi medio día. Nadie

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quería facilitarnos una, y la que pusieron a nuestra disposición, no servía porque tenía un virus que la había inhabilitado.

Fuimos a otra oficina y aunque la computadora estaba disponible, nos dijeron que la iban a usar en esos momentos y que lo lamentaban mucho, que no nos la podían facilitar. Volví en unos minutos al mismo lugar y me enteré que el “dueño” de la computadora no quería prestarla, porque la había adquirido con su propio dinero y era para su uso personal. Era cierto que el funcionario la había comprado cónsul dinero, y yo lo sabía, pero no entendía por qué tanta descortesía. De todos modos, era un trabajo corto y era para el presidente de la república.

Cuando intentamos en el Departamento de Finanzas, la computadora fue puesta al instante a nuestra disposición. El jefe de ese departamento, el ingeniero Modesto Díaz, le pidió a su asistente, Radhamés María, que nos prestara su computadora y esos dos caballeros nos asistieron en todo lo que pudieron.

Lamentablemente, llegamos a un punto que necesitábamos buscar una información en el Internet, y esa computadora no estaba conectada a la red. Teníamos que reiniciar nuestro viacrucis a partir de cero.

Fui a la oficina de Santiago Vargas, y hablé con uno de los vicecónsules, que tenía una computadora portátil. Me dijo que no la había traído. Pero al ver el maletín donde la portaba, le dije: “¡Pero mírala ahí donde está!”

“No, sólo traje el maletín, dejé la computadora”, me contestó. Fuimos al departamento de facturas consulares y estaban

haciendo un trabajo que, observamos personalmente, tomaría más de una hora. Ya Jimmy estaba impaciente y me preguntó si podíamos ir a otro lugar y alquilar una. “Esta gente es muy descortés y estamos perdiendo nuestro tiempo”, me confesó. Le dije que intentáramos de nuevo en otras dependencias, pero el

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resultado fue el mismo. Finalmente, cuando ya estábamos prestos a dejar las oficinas

del consulado, nos enteramos de que Bienvenido Pérez había llegado a su despacho, y nos mandó a buscar para que concurriéramos a su oficina.

Jimmy le explicó que necesitaba una computadora y yo le dije, textualmente, que los “hijos de putas estos que trabajan en esta oficina del Estado Dominicano, no nos la han querido prestar”, pese a que se trataba de una diligencia con premura que había que llevarse a cabo por orden del presidente Leonel. Jimmy me miró y me dijo: “¡César! ¡César! ¡Cógela suave!”

¡Qué suave la voy a coger! Le respondí airadamente, ¡no te das cuenta que estas personas no comparten lo suyo con nadie, ni siquiera cuando es algo para su propio presidente!”

Bienvenido nos prometió conseguirnos una computadora inmediatamente, y al poco rato, nos sobraron esos elementos. Las que “estaban dañadas” se arreglaron, y la del vicecónsul quien había dicho que la había dejado en su casa, llegó a las oficinas del consulado telepáticamente, o por obra y gracia del Espíritu Santo, y así sucesivamente.

Cuando el vicecónsul se entero de que Jimmy era amigo personal del presidente Leonel, se convirtió en nuestro más fiel colaborador, después parecía un “perro de caza”, de esos que lamen a sus amos a toda hora, en toda época y en todo lugar. Para colmo de todo, nos buscó una información en el Internet que nos tenía paralizada la labor por largo tiempo, imposibilitándonos de continuar el trabajo que teníamos en la computadora que usábamos.

Un trabajo que normalmente se tomaría unos 15 minutos para efectuarlo, se demoró cercas de 4 horas, y cuando tuvimos la información que necesitábamos y nos prestaron la computadora

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que nos conectaría con el Internet, Jimmy sólo necesitó 5 minutos para desarrollarlo.

Salimos de las oficinas del consulado tan pronto concluimos la tarea que se le había encomendado a Jimmy, y cuando estábamos en la calle, él me pidió que no abriera más la boca, durante un largo tiempo, porque quería decirme algo y no quería que lo interrumpiera.

“Viste a todas esas personas que no nos quisieron ayudar. Eso es poco para lo que está sucediendo en Santo Domingo. Esos son los que se dicen amigos del presidente Leonel cuando están cerca de él; pero en verdad son unos hijos de puta, son unos hipócritas, que sólo piensan en ellos. Es por eso que tú y yo no lo podemos dejar solo, pues si nosotros sí somos sus amigos y sabemos la clase de alimañas que lo rodean”.

Jimmy continuó dando un discurso que necesitaría varias páginas, quizás un tomo completo, para darlo a conocer de manera reducida. Pero yo lo escuchaba atentamente, mordiéndome la lengua para no interrumpirlo y al final, me tocó el turno.

Vomité la hiel y le dije lo frustrante que era trabajar en ese lugar, refiriéndome al consulado dominicano en Nueva York. Le conté de lo avergonzado que me sentía, del trato que se me daba y el que le daban a nuestros compatriotas que iban a buscar asistencia a ese lugar estatal.

“Eso es un centro de saqueo. Ahí les sacan hasta las córneas a todos esos infelices dominicanos que necesitan ayuda. Y yo de estúpido que creí en todas esas promesas que hicieron en la campaña. Los precios que debieron bajar, lo que hicieron fue todo lo contrario, los subieron. Y eso no es nada, los salarios los bajaron, y a mí sólo me pagan 200 miserables dólares. Parece que como Bienvenido, antes de ser cónsul lo que hacía era lavar

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platos y fregar pisos, cree que todos podemos vivir como él vivía antes de llegar ala posición de cónsul general de República Dominicana en Nueva York, en un cuarto de un sótano o sabe Dios en qué cueva!”

La verdad era que estaba enojado y al mismo tiempo alegre de que Jimmy pudiera vivir por sí mismo lo que yo estaba viviendo aquí, apenas algunos meses de nuestro amigo haber asumido el poder.

Volvimos al mismo restaurante coreano, en la esquina del a octava avenida y la calle 43, en donde el día anterior habíamos comprado la ensalada por libra, y aproveché la ocasión para preguntarle a un joven mexicano, que atendía el sector de las frutas, cuánto le pagaban. “250 dólares por semana”, me respondió.

“Ya tú oíste, Jimmy, le dije después de retirarme del lado del muchacho para que no me escuchara. Ese tipo es un indocumentado. Posiblemente no terminó ni la primaria y no habla inglés. Por eso tengo que ser sincero y dejar a un lado la hipocresía, admitiendo que cuando escogí el nuevo camino, había escogido el mismísimo camino a las puertas el infierno”.

Jimmy me miró y soltó una de sus peculiares risotadas punzantes. Entonces agregó:

“¡Pavimentado con muy buenas intenciones, y nada más!” A mí no me quedó otra alternativa que echarme a reír también. Durante el tiempo que Jimmy estuvo en Nueva York, recorrimos

toda la ciudad. Lo relacioné con mis contactos académicos e hicimos todos los puentes y conexiones necesarias para convertir en realidad lo que el presidente Leonel le había encomendado y otros proyectos que surgieron en nuestras constantes planificaciones, en su permanencia en la gran metrópolis norteamericana.

Durante un encuentro que sostuvimos con Jerry Carlson, en su oficina de CUNY-TV, éste le habló a Jimmy del programa “Charlando con Cervantes”, que conducía por televisión en

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coproducción con el Instituto Cervantes. El programa, de 30 minutos de duración, entrevistaba a personajes que se habían destacado en las obras literarias en español.

Jimmy le propuso un proyecto especial que sirviera para destacar a nuestros escritores y poetas más sobresalientes, en un justo reconocimiento a sus verdaderos valores culturales y de identidad dominicana. Fue durante ese encuentro que Jimmy le propuso a Carlson que estaría en la disposición de coproducir varios segmentos para conmemorar la semana dominicana en Nueva York y que podían empezar con don Pedro Mir, seguidos por otras destacadas figuras literarias y artísticas.

A mí me pasó por la mente algo más ambicioso: Entrevistar no sólo a Pedro Mir, sino también a Juan Luís Guerra, al profesor Juan Bosch y al doctor Joaquín Balaguer. Rápidamente pensé que materializar un proyecto de tal envergadura me abriría las puertas para muchísimos más.

Jimmy se encargaría de todo cuanto se hiciera desde Santo Domingo, y yo sería el enlace entre Santo Domingo y Nueva York. Carlson sería el punto de apoyo estupendo para convertir en realidad ese sueño. Nuestro objetivo era claro: teníamos que demostrar que la República Dominicana tenía más que ofrecer al mundo que lo que muchos piensan, para romper el estereotipo de que sólo tenemos playas, ron, merengue y, en buena parte, prostitución, un hecho irrefutable en el sentido práctico de la palabra. Era el momento también para mostrarle al mundo que tenemos grandes valores humanísticos, políticos, culturales, y que un gobierno como el del presidente Leonel, tenía la oportunidad de proyectarlos, para minimizar y posiblemente eliminar las campañas negativas que por varias y diversas razones económicas, son pan de cada día contra nuestro pequeño, pero trabajador y pujante país.

El proyecto con el profesor Carlson se cristalizó, gracias a la asistencia de Radiotelevisión Dominicana, y contactos en el

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Palacio Nacional que facilitaron todos los trámites. Nos alojaron en el Hotel Lina y pudimos hacerle una entrevista exclusiva al poeta nacional don Pedro Mir. Esta era la primera vez que CUNY Televisión salía de sus estudios en Nueva York para realizar algo similar.

Lamentablemente, la entrevista al doctor Balaguer no pudo materializarse, pues debido a que el profesor Juan Bosch no estaba incondiciones de salud para ser entrevistado, “desde el palacio” se dio la orden de que tenía que cancelarse la entrevista con Balaguer, ya que era “injusto” dejar que él se robara el show sin darle participación a Juan Bosch. No tuve más opción que aceptar, pero me pareció ilógica esta determinación, pues nunca había visto mi trabajo como una competencia entre estos dos ilustres personajes de la literatura dominicana. Y soy explícito al indicar que para este proyecto con CUNY Televisión, nuestro objetivo principal era sus aportes a la literatura, pues “Charlando con Cervantes”, como se llamaba el programa televisivo, visualizaba a estos dos personajes no como políticos sino como literatos.

Pero lo que más pesar me dio fue el haber puesto a Héctor Rodríguez Pimentel, un conocido de mi familia y miembro del Partido Reformista Social Cristiano (PRSC), de “mojiganga”, haciendo los aprestos para concertar la entrevista con el doctor Balaguer, para que luego nos impidieran, por puras razones políticas, entrevistar al líder que, coincidencialmente, había ayudado a subir a los que ahora le cerraban el paso para un programa que lo proyectaría internacionalmente, como un gran literato dominicano.

Mi estadía en el consulado terminó en enero de 1998, después de que fui sorprendido haciendo críticas al manejo que el señor Bienvenido Pérez le estaba dando a dicha institución. Desde

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septiembre de 1997, había entrado en conflicto con Héctor Ortiz, un asistente del cónsul, quien trató de apropiarse del proyecto audiovisual, presentándolo como suyo. Ortiz desconocía que Héctor Olivo, a quien le estaba sometiendo su “nuevo proyecto”, había estado en coordinación conmigo y con Jimmy Sierra, desde el momento en que nos reunimos en Radio Televisión Dominicana, donde Olivo era el director. Otra cosa que el “ideólogo del proyecto de Jimmy” desconocía era que Héctor Ortiz y yo somos primos hermanos.

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MI RELACIÓN CON LEONEL

El jueves 25 de febrero de 2004, recibí una llamada a mi celular, que no pude responder inmediatamente, pues estaba durmiendo, ya que el día anterior había trabajado hasta tarde. Era un amigo que me llamaba desde Santo Domingo y me había dejado un mensaje muy preocupante.

“Llámame urgentemente que aquí ha explotado una maldita bomba. Llama, llama, llama. Es urgente”, decía el mensaje. Respondí la llamada al teléfono que aparecía en el identificador, pero nadie contestó. Entré a Internet para ver si los medios informativos de República Dominicana reportaban algo de la “bomba” que mi amigo había dicho. No encontré nada. Lo único que veía eran los reportajes sobre la situación en Haití, donde Jean-Bertrand Aristide enfrentaba una avanzada rebelde que cada vez lo dejaba más aislado del resto de su país.

Como no podía estar en paz hasta saber lo que había pasado, procedí a llamar a otros amigos. Nadie sabía nada. Finalmente contacté a una tía, que hablaba en la otra línea con otros parientes. A partir de ahí ya comencé a tener idea de lo que estaba pasando, pues ésta procedió a acusarme de haber escrito

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un tal libro y hasta me dio el título. Me pidió que llamara a mi papá, que estaba muy disgustado con mi supuesta actitud. Traté de explicarle que esas acusaciones eran infundadas y mal intencionadas, pero ella insistía que ya el libro estaba circulando y no quería hablar más del tópico.

No tuve más opción que despedirme y llamar a mi papá, quien aunque no tanto como mi tía, también comenzó a reclamarme el lanzamiento del supuesto libro. Tuve que decirle algunos “coños” para que me dejara explicarle que él tenía que creerme más a mí, que a lo que pudieran decir de mí, porque si yo hubiera publicado algún libro, el primero en saberlo sería él. Que él muy bien sabía que yo estaba escribiendo algo, pues lo había entrevistado a él y a todo el mundo, pero de ahí a que el libro estuviera publicado había una gran diferencia, y menos con el alegado título que me habían dicho.

-¡Eso es una infamia! Exclamé. Alguien está detrás de eso para hacerme daño. Yo no sería capaz de publicar un libro de esa línea. Usted sabe que yo me he sacrificado por superarme, no para caer tan bajo. Qué pena que haya personas capaces de hacer tanto daño, inventándose tales cosas, le dije. Eso sería una broma, o tal vez otro Julio Valdez, argumenté. Fíjese que ese nombre es muy común, usted lo sabe, agregué.

-Si... pero hasta Viriato Sención te mencionó y confirmó que fuiste alumno de Leonel, que trabajaste en el consulado y hablabas varios idiomas. Ese eres tú, insistió mi papá.

-¡Pues siga escuchando la radio el día entero, porque llamaré para desmentir esa maldita vaina! Yo no he escrito ese libro que me imputan y usted me tiene que creer porque yo soy su hijo y no un desconocido. Le juro que le estoy diciendo la verdad, terminé alegándole a mi papá, a quien noté que se sentía muy triste ante la situación.

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Terminada la conversación telefónica con mi padre, comencé a localizar a todos mis parientes que pudieran ponerme en contacto con mi primo, que es alto dirigente del PLD, y con quien ya había perdido contacto desde hacía algunos años. Les pedí que le explicaran mi posición y que necesitaba su ayuda para desmentir el incorrecto título con que habían bautizado el libro que desde hacía varios años escribía.

No tuve que esperar mucho. Al cabo de media hora ya mis parientes lo habían contactado y éste me devolvía la llamada, muy preocupado por la situación. Le pedí ayuda para que me sacara del lío y le expliqué que necesitaba desmentir lo que se me imputaba. Pensé responder en términos fuertes a Viriato, porque las informaciones que me habían llegado fueron que él había sido el iniciador del debate sobre el libro y del infame título del mismo. Quise llamarlo, pero no tenía ni la más remota idea de dónde contactarlo. Quería una explicación de su parte, para no cometer el mismo error que otros habían cometido conmigo, pero al no localizarlo, opté por usar mucho tacto al expresarme sobre él. Lo critiqué con altura y dije que me daba pena oír que alguien por quien profesaba estima, pudiera hablar así de mí.

Luego, sin mencionar nombre alguno, acusé a los que habían iniciado el lío de ser unos cobardes, que se escondían detrás de otros para decir lo que su poca valentía les impedía decir de frente. También de ser crueles, al no pensar en el daño que le acarreaban a personas inocentes como son las personas que sienten estima por mí.

En ningún momento hice referencia al alegado título que le habían imputado a mi obra. Me limité a desmentir la existencia de la misma, indicando que aunque era cierto, que desde hacía mucho tiempo escribía un libro sobre mi relación personal y

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política con mi otrora profesor. Inclusive dejé entender que el título podía ser más bien positivo que negativo, porque el mismo se circunscribía a una verdad ineludible que sin duda serviría para que las futuras generaciones conocieran la historia tal y como sucedió y no como pudo haber sido manipulada por los que controlaban el status quo de aquel momento. En el proceso de escritura había considerado varios títulos, éntrelos cuales se incluía: Leonel Fernández, mi inolvidable y querido...; Leonel Fernández, su otra historia; Leonel Fernández, rumbo al Palacio, y por último Leonel Fernández, memorias inéditas, el que finalmente se impuso a los otros, al consultar a varios de mis asesores académicos en los Estados Unidos.

También expresé en la radio dominicana, durante mi intervención telefónica donde desmentía la especulación rodante, lo que siempre he dicho sobre mi ex profesor: “que es lo que todos los ex alumnos de él diríamos, que fue un buen profesor y que nos sentíamos orgullosos de sus logros políticos y académicos”.

Ahora bien, el hecho de alguien escriba un libro que diga la verdad, apegándose a la ética de la investigación periodística y el uso de sus propias vivencias, no tiene que ser motivo de descrédito, aunque estén en desacuerdo con lo expuesto en el mismo. Obviamente, no siempre es posible satisfacer a todo el mundo.

Pese a que escribir las memorias de una persona no implica necesariamente tratar todos los aspectos de su vida, no estaba muy seguro si tratar la sexualidad de mi ex profesor era lo más conveniente, pues debo expresar que soy respetuoso de lo que las personas hacen en su intimidad, ya que cada quien tiene el derecho de hacer con su vida lo que le venga en gana, siempre y cuando esto no implique hacerle daño a otras personas.

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No era ajeno a los abundantes rumores que circulaban entre la población dominicana desde hacía varios años, en especial entre muchos de sus conocidos.

Ahora bien, sólo me resta decir que para las personas que me conocen, saben que la relación que ha existido entre Leonel Fernández y yo llegó más allá de las simples relaciones que regularmente entablan los profesores con sus alumnos, hasta tal punto, que cuando viajaba desde Nueva York a República Dominicana, durante su gobierno, algunas personas que eran miembros del Partido de la Liberación Dominicana, me veían con suspicacia y hacían comentarios burlones como: esos “continuos viajes” no eran exclusivamente para tratar asuntos de trabajo, como yo decía, sino para resolver otros asuntos...

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CUANDO EL RÍO SUENA...

“Deduzco por su carta que su hijo es homosexual. Me ha impresionado enormemente que usted no haya hecho mención de este término, cuando se refiere a él. ¿Podría preguntarle, por qué lo ha evitado? La homosexualidad, indudablemente, no es una ventaja, pero no es nada para avergonzarse, no es un prejuicio, no es una degradación, no puede ser calificada como una enfermedad; la consideramos como una variación de la sexualidad, producida por ciertos cambios en el desarrollo sexual. Muchos altamente respetados individuos, de la antigüedad y de los tiempos modernos, han sido homosexuales, varios de los más grandes, entre ellos Platón, Miguel Ángel, Leonardo da Vinci, etc...”

SIGMUND FREUD, “Carta a una madre americana”, publicada en el American Journal of Psychiatry, 107, de 1951.

Al igual que para muchísimas personas, el cuestionamiento

sobre la sexualidad de Leonel Fernández no ha sido desconocida para mí. Es un secreto a voces que en círculos muy íntimos cercanos al ex presidente, muchas personas le dicen “La reina”, aprovechándose de que su segundo apellido coincide con un

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mote con el que se denomina a las locas en el mundo homosexual. Todos estos comentarios tomaron más fuerza, cuando al poco tiempo de llegar al Palacio Nacional, el nuevo inquilino lo llenó de cisnes.

Es ampliamente conocido que en el mundo del espectáculo y la política, muchas personas guardan sus apariencias detrás de una máscara de payaso, para deleitar a la audiencia, aun cuando por dentro se están muriendo de infelicidad.

Estando yo coincidencialmente en Santo Domingo, para defenderme de las acusaciones periodísticas infundadas que habían salido a relucir en un medio de comunicación, que por todas las formas me bloqueó el derecho a la réplica – algo obligatorio en el periodismo ético y profesional – después de que se me acusó infundadamente que escribía un libro titulado Yo fui amante de Leonel o Leonel fue mi amante, algo que no era correcto, pues a pesar de que siempre he admitido que escribía un libro sobre mi relación con Leonel y su llegada a la presidencia –que él conoce y todos sus amigos también, porque llegué a informárselo personalmente frente a uno de sus mejores amigos –circunscribiéndome a un trabajo de periodismo investigativo, mezclado con vivencias personales y presentado en el formato de memorias.

No pude creer que al encender la televisión, a la una de la mañana del 11 de marzo de 2004, en el prestigioso programa de Larry King, en la cadena de televisión norteamericana CNN, se transmitía en exclusiva una entrevista con la ex esposa de Rock Hudson, Ms. Phyllis Gates, quien decía que nunca sospechó que su flamante esposo era más loca que una cabra, y hubiera muerto sin saberlo, si éste no lo hubiera admitido en los último días de su vida. De no haberse infectado de la terrible enfermedad del Sida, tal vez públicamente nunca se hubiera confirmado lo que

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en los círculos sociales de Hollywood era vox populi, pero que fuera de ese entorno no era un secreto muy bien guardado.

En 1975, cuando Minerva y yo fuimos a Montecristi para no perder el año escolar debido al traslado de mis padres a Santo Domingo, uno de los profesores más respetados que tuvimos, se llamaba Enriquito Franco Tertulien, y todos sabíamos que era homosexual. Sin embargo, eso nunca impidió que le respetáramos y todos los que lo recordamos, lo hacemos con mucho cariño y aprecio.

Sucede que después de que sus padres murieron, Enriquito, que para entonces vivía en la capital, se integró a un grupo de transformistas, quienes se dedicaron a recorrer República Dominicana, exhibiéndose por todo el país en un grupo de ‘transformadores de imágenes” y, más tarde, trabajando en Lapsus Night Club, con el nombre artístico de Rosi Panelli, cuando estaba a cargo del grupo de bailarinas del lugar.

Una de las cosas que todos admirábamos de él, fue que nunca escondió lo que era y aunque tampoco nos lo confesó abierta y públicamente, nos dejó entender, en muchas formas discretas por cierto, que él era diferente a otras personas en su vida sexual, pero que eso no lo hacía inferior a nadie. Esa calidad y personalidad de Enriquito aún perdura en nosotros, años después de que murió de Sida.

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PARA NO OLVIDAR

“¡Señores! Como son las cosas de la vida. Hay gente que luchan y luchan, y después que llegan dan un cambio…”

Letra de un popular merengue dominicano.

Del Leonel Fernández que conocimos en Villa Juana y en el Ensanche La Fe no queda nada. Su metamorfosis fue mas grande que la de Gregorio Samsa. Atrás quedaron los locrios de pica pica, las tripitas y cadenetas, el mangú con mortadela frita, los suculentos asopaos de los que aparecía o lo que los adorables vecinos le hicieran llegar. La botellita de vino Moscatel Caballo Blanco y el popular Ponche Crema de Oro, de las Navidades, fueron reemplazados por la champaña y el caviar, que parecen haberle provocado una severa amnesia selectiva, borrando de su memoria casi todos los platos cotidianos de aquel humilde pasado y que, definitivamente, incluía la famosa dieta de pico y pala y pichirrí guisado, con guineítos verdes o puntilla de arroz blanco.

La desesperación de esconder su humilde pasado, del cual se siente avergonzado, y que no sólo lo motivó a destruir la humilde

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casita donde vivía, sino que borró la manzana completa, construyendo en su lugar un centro cultural, con una entrada opuesta a sus antiguos vecinos para ni siquiera tropezarse con ellos, pues ya para él esa época nunca existió.

Al contrario, mientras sus antiguos vecinos, que fueron solidarios cuando él los necesitó, viven sumidos en la misma pobreza que antes, el doctor Leonel Fernández, aun en vida ya tiene garantizada su morada final, en un panteón monumental que no tiene que envidiarle nada a una pirámide faraónica, en un país donde muchos de nuestros congéneres apenas tienen un techo de cartón que los proteja de la intemperie.

Obviamente, y como es de esperarse, el monumental panteón, no aparece registrado al nombre de Fernández, como tampoco aparecen los cerca de 900 millones de dólares que logró amasar con la perfidiosa privatización de las Empresas del Estado, que no fueron hechas con criterios de beneficiar al pueblo dominicano, sino de saquear las arcas de la nación en un país donde prevalece la cultura de la impunidad y el silencio contra los delincuentes de cuello blanco, y los corruptos políticos se protegen unos a otros.

Pero la doble moralidad del seudo moralizador, no sólo se limita a ocultar su humilde pasado, sino a esconderse de sí mismo, pues sabiendo que los hombres no se miden por lo que hacen en su intimidad, sino por su aporte a la sociedad, ya no es necesario casarse al vapor para camuflar el estruendoso ruido que el agua del río ha estado trayendo por mucho tiempo.

Las reuniones secretas que tenían lugar en la casa de Arroyo Hondo, que nada tenían que ver con política, y en las que sólo participaban personas del sexo masculino que se transformaban en Andrea, en la Pinta, en la Mariposa… son parte de las andanzas que aunque creyeron tener muy secretas, terminaron

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siendo bien conocidas por muchas personas a las que entrevisté para el desarrollo de este libro, que me trajeron como recuerdo aquellas famosas giras que se organizaban en La Trinitaria, en donde el profesor Leonel disfrutaba al máximo, en especial cuando los acompañantes eran del sexo masculino.

Estas aventuras, nunca fueron extrañas para mí, pues ya estaba informado por fuentes fidedignas que cuando Leonel viajaba a Nueva York, en sus años mozos, compartía con íntimos amigos que “se les mojaba la canoa”, como dice un popular vallenato colombiano, sin tener que darse un trago.

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LA GRAN TRAICIÓN La inseguridad personal de Leonel Fernández lo ha convertido en un ser banal y frío, una persona traicionera hasta tal punto de no agradecer a los que en momentos difíciles le extendieron la mano.

Esta situación personal se puede demostrar con varios ejemplos a través del tiempo que me ha tocado conocerlo. Para no escribir otro libro sobre este tópico, me limitaré a dar unos cuantos ejemplos para ilustrar hasta que punto Fernández es capaz de ser desleal con los que lo ayudaron a salir del anonimato.

El primer caso que me parece interesante citar, es la forma asquerosa como trató a sus antiguos vecinos del barrio de Villa Juana. Sucede que cuando Leonel aspiraba a cualquier cargo político dentro de su partido, incluido cuando quiso ser diputado, los vecinos hicieron colectas de dinero vendiendo sancocho, frituras y haciendo rifas. Sin embargo, cuando Fernández llega al poder en 1996, no quería que se le mencionara a esos vecinos, pues éstos le recordaban su humilde pasado y los días cuando

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tenían que compartir lo poco que había para comer con él y su familia.

Fue tan sinvergüenza, según algunos de ellos, que no sólo destruyó la humilde casita donde vivía, sino que, como ya dijimos, borró la manzana entera donde estaba su casa para construir un centro cultural cuya puerta de entrada está del lado opuesto a sus antiguos vecinos, para no verles la cara si tenía que entrar a ese centro por alguna razón.

Leonel Fernández ha estado dispuesto a lograr sus propósitos a toda costa, aun si tuviera que traicionar a sus más cercanos compañeros de dirigencia política, cerrándoles el paso, para no permitir que surgiera otra figura que pudiera opacarlo en sus pretensiones de mantenerse en la órbita del poder.

El caso más conocido respecto a cerrarles el paso a sus correligionarios, se vio en el verano de 1999, durante la escogencia del candidato a la presidencia del PLD para el año 2000, durante el Congreso Elector que seleccionó a Danilo Medina como candidato presidencial, cuando Jaime David Fernández Mirabal tenía prácticamente asegurada la nominación del PLD para las elecciones.

Leonel sabía que Jaime David tenía luz propia y si ganaba esa nominación le haría competencia en el futuro próximo y podría quitarle el estrellato. Sabiendo eso, no vaciló en aplastarlo, y usando todos los métodos inenarrables, desde amenazas a cambio de votos, sobornos y secuestros a muchos de los simpatizantes de Fernández Mirabal, designaciones en puestos de trabajo, etc., etc., etc., le impidió el triunfo, que éste prácticamente tenía garantizado.

Esta desgarradora historia fue reseñada por la prensa dominicana en julio del 1999, y el sector seguidor de Jaime David bautizó al grupo que implementó el “atraco político”

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como el grupo de los “Cinco Jinetes del Apocalipsis”. Este grupo arrastró los principios fundamentales del PLD con tal de perpetuarse en el poder, o por lo menos cerrarle el paso a los que podían opacar la “estrella” que el doctor Joaquín Balaguer había ayudado a crear.

Otro caso que me gustaría citar, aunque no en orden cronológico como aconteció, es lo sucedido con la fenecida activista política antitrujillista y líder campesina Aniana Vargas. Sucede que ella trató de buscar la asistencia de Leonel en múltiples ocasiones durante su mandato presidencial. Nunca la recibió y la puso a esperar horas muertas. No la necesitaba en ese entonces, pues ya era presidente y ¿para qué podía servirle esta señora? Mejor la vio como una molestia. Alguien que venía a quitarle su apreciado tiempo.

Finalizando el 2002, cuando Aniana Vargas moría lentamente acosada por una terrible enfermedad, Leonel vio una oportunidad propagandística para las futuras elecciones. Necesitaba tenerlo en video, para luego sacarle el provecho político que tendría una visita al lecho de muerte de tan admirable figura. Fue así como se apareció en Bonao con un contingente de cámaras fotográficas y de video, que en vez de llevarle paz a quien tanto lo necesitaba, le llevó intranquilidad a la familia que permanecía al lado de Aniana, a tal punto que una de las personas presentes le ordenó sacar todas las cámaras de la casa y ser más respetuoso.

Leonel Fernández nunca fue a ver a Aniana Vargas porque le importara su salud. Sólo quería tener material videográfico para la próxima campaña que se avecinaba.¡Qué triste!

“Tapémonos las narices. Sabemos que esta gente nos apesta, pero también sabemos que la necesitamos para lograr nuestro objetivo”, una frase que aún retumba en los oídos de muchas de las personas que estuvieron presentes en la reunión que se hizo a

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los pocos días después de la proclamación del Frente Patriótico, para calmar a varios líderes del PLD que se habían disgustado con dicho pacto.

Eso dijo Leonel Fernández a los presentes, tratando de insinuar, que “sí”, que Balaguer y su gente le daban asco, pero que no tenían otra opción si querían ser gobiernos.

Y fue por eso que después de alcanzar la presidencia, Leonel sólo soñaba con la muerte del líder balaguerista, el mismo que le había dado la mano para que fuera alguien, pero que ahora, con su muerte, lo podía convertir en su heredero. O al menos así pensaba él. El tiempo dirá si sus cálculos eran correctos.

En fin, tratar de hablar de la inseguridad personal de Leonel Fernández, y sus actos de deslealtad con los que una vez le extendieron la mano, implicaría escribir otro volumen, pero antes de concluir, me gustaría que el pueblo lo viera por sí mismo, dándole un vistazo al humilde lugar donde reposa el líder y fundador del Partido de la Liberación Dominicana, y el fastuoso lugar que Fernández tiene garantizado como su morada final.

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LA VERDADERA CARA Las vivencias que tuve durante la campaña presidencial de Leonel Fernández Reyna, y con motivo de mi presencia en el consulado de República Dominicana en Nueva York, me permitieron comprobar que en efecto, la otra cara verdadera de quien fuera el mandatario de los dominicanos, es totalmente distinta a la que, gracias a su ágil manejo de los medios de comunicación, se conoce por el país.

Comprobado como queda el haber recibido dineros del narcotráfico para su campaña presidencial, Leonel manchó sus manos no sólo durante el proceso para llegar al palacio sino que, adicionalmente, siguió recibiendo en buenas cuotas, la participación que por el envío de dineros calientes a través del consulado en Nueva York, hacía bienvenido Pérez, a quien

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protegió hasta el último momento, tratando de colocarlo como embajador ante la Misión Dominicana en la ONU, cuando fue enfrentado por una familia miembro del PLD en Nueva York, que lo acusó de acosar sexualmente a su hija, cuando ésta fue en busca de asistencia al consulado.

La nominación del señor Pérez nunca fue aprobada por el congreso dominicano, y Leonel se vio obligado a revocarla semanas mas tarde, para refugiarlo en República Dominicana con el rango de secretario de estado sin cartera.

Carente de una verdadera personalidad, en su hoja de vida públicamente dada a conocer, Leonel Fernández, se avergüenza de su pasado, procedente de cuna humilde que, en nuestra opinión, por el contrario, lo que haría en tal caso era realzarlo. Sólo en ella se observan los grandes títulos y los cargos de importancia, olvidando incluir su ejemplarizante caso como simple profesor de escuelas de clase media.

No se enfrenta a responder sobre sus preferencias sexuales ni asume la responsabilidad que sea necesaria para responderla a esa comunidad, lo que evidencia una falta de carácter sobre su propia personalidad, colocándose la “máscara del payaso” para no decir la verdad.

Es enemigo de los Estados Unidos cuando apoyaba al antiguo bloque comunista y escribía libros y artículos contra esa nación cuando le convenía; pero se acerca a los funcionarios del gran país del norte en procura de encontrar “la mano amiga”, aun cuando les esté propinando “golpes bajos” a sus espaldas, colaborando con la destrucción de esa sociedad al vincularse con el narcotráfico.

Es balaguerista cuando para alcanzar el poder busca el respaldo de la numerosa votación de los seguidores del popular y fallecido caudillo político dominicano. Pero hipócritamente

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quiere borrar de su pasado, las calumnias que propaló por todo el mundo, al acusar al antiguo mandatario de ser el máster de las trampas y ladrón de las elecciones.

Sus “amigos” del narcotráfico deben contribuir para sus campañas, “ofreciendo sus donaciones” que se convierten en “facturas de pago” a corto, mediano o largo plazo; y siguen “contribuyendo a la causa” económica del líder político, pero rápidamente se deshace de ellos cuando han sido señalados como miembros de los carteles del manejo de la droga y los dineros calientes, o cuando son asesinados en condiciones sospechosas.

En fin, no terminaríamos nunca de explicar lo que es la verdadera cara de Leonel Fernández Reyna, el profesor que humildemente llegó a dictar unas clases de historia patria en la Academia La Trinitaria, con cuyos ingresos ayudó a pagarse sus estudios universitarios; el seudo-moralista, confeso marxista-leninista, ahora a los cuatro vientos intenta decir que es demócrata, para alcanzar el poder y convertirse en el hombre más rico de la nación, engrosando los aproximadamente 900 millones de dólares que logró amasar de las cuestionables privatizaciones de las empresas del pueblo dominicano. Dinero que ha invertido en bienes raíces, centros comerciales, propiedades en el extranjero y hasta el suntuoso mausoleo cuasi pirámide egipcia, que mucho contrasta con la humilde tumba del Profesor Juan Bosch, y que, interesantemente, como todos sus bienes, no aparece registrado a su nombre.

FIN

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Julio 22 de 1996 Carta que la empresa Burson-Marsteller le envió al autor, después que este le pidiera asistencia para acabar con la corrupción administrativa en la República Dominicana y para que la privatización de las empresas del Estado Dominicano se hiciera de forma transparente.