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39 39 39 39 39 LETRAS Revista Casa de las Américas No. 253 octubre-diciembre/2008 pp. 39-42 Sábete Sancho que la imaginación no es un perfume de mujer como dijo Al Pacino en esa película, es más que esa película, se parece a una mariposa grande de antes del Mundo, tiene cómo decírtelo belleza y tristeza como cuando llueve encima del mar y el zumbido es un hilo hilísimo de silencio. Nada entonces de perfume de mujer, el único perfume primordial es el clítoris sagrado que parpadea y gotea fémino y másculo, nupcial y cerebral y por lo visto húmedo y espérmato, trémulo hasta el frenesí, animal contra animal oloroso, ¿y tú, Sancho, cómo te fue con el placer? Sábete Sancho que estoy triste, ¿de qué se acuesta el hombre para morir?, ¿de qué latido pernicioso, con la sien entrando hacia dónde de la almohada y la oreja, oreja ya de quién, nadando cuál de los torrentes sombríos: el pantano o el vacío sin madre, de cuál de las espinas de la especie? GONZALO ROJAS Sábete Sancho

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Sábete Sancho que la imaginación no es un perfume de mujercomo dijo Al Pacino en esa película, es másque esa película, se parecea una mariposa grande de antes del Mundo, tienecómo decírtelo belleza ytristeza como cuando llueve encimadel mary el zumbido es un hilo hilísimo de silencio.

Nada entonces de perfume de mujer, el único perfumeprimordial es el clítoris sagrado que parpadea ygotea fémino y másculo, nupcialy cerebral y por lo visto húmedo y espérmato, trémulohasta el frenesí, animalcontra animal oloroso, ¿y tú,Sancho, cómo te fue con el placer?

Sábete Sancho que estoy triste, ¿de qué se acuesta el hombrepara morir?, ¿de qué latidopernicioso, con la sien entrando hacia dóndede la almohada y la oreja, orejaya de quién, nadando cuálde los torrentes sombríos: el pantanoo el vacío sin madre, de cuál de las espinas de la especie?

GONZALO ROJAS

Sábete Sancho

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Merepito, me, ¿y los Urales, Sancho?, saquende una vez al muerto.

Toda mujer es tajosuave pero tajo, fascinaciónpero tajo, unas hebras finísimasde alto abajo pero tajo, un olora madera recién cortada para la preñez peropor qué no decirlo tajo torrencial de donde manatodo Hado, con dos cítarasde veinte cuerdas cada mes: la del llantoy la del encanto, con párrafos de histeria yrisa desencadenada hasta donde alcanzaa llover, de donde se deduce que su armazónes necesariamente húmeda.

De repente me puse a hablar en siete milidiomas: –Parenles dije a las estrellas, así no,así no voy a hablar nunca, estos excesosson atroces, volvamosa las sílabas, las verdaderas madres son las sílabas, laspersas especialmente a escala de frescor, todo lo cualsábete Sancho quiere decir que

hubo una vez un pieen el aire, libre, libertino, como en la Roma imperial,pie desnudo con tobillo y todo que volaba ypensaba, bellísimo ese pie, las arteriaspintadas por Duchamp lo descifraban todo, habíaque leer ese pie directamente en su destello airoso allá por lascumbrescomo quien va a una fiestay ya no hay baile que bailar. Porque, sábete Sancho, un piees un pie y no un despilfarro.Coleóptero no es.

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Todo fulgor perecerá, salvoOsip Mandelstam yclaro Apollinaire. Oh jazz, único jazz, cosmonautade los dioses, adiósviejos vanguarderos del 2008, qu’ est ce que le nouveau?Chacales gruñendo en torno de un manantial seco.

Me quedo con las hermosasque hacen versos, conlas otras no, tienen que ser hermosas, llámense Safo,Teresa de Ávila, Lou Andreas Salomé, LeonoraCarrington, Emily Brontë, más la otra EmilyDickinson, más Ajmátova, de repente Gabriela, Nadjá que vioa Dios.¡Me quedo con mi vaticinia de Chihuahua!

Me pierdo, todo anda bien en el universo, hay cosasque pertenecen y otras que nopertenecen, una carretacargada de heno hasta el tope New York arribapertenece, un Ferrari a 200 por hora no, ese no,no se le ven los bueyes, esaes mi discusión con el Al Pacino: él cree que basta conun carro veloz y un algo así como piernas largastetas rítmicas si queréis.

¿Y los duques de la fanfarria, Sancho? Por pudor no hablode esos archiduques menesterososdel petróleo, del fierro, del negociobursátil que de repente les estallaen la única mano que les queda. Dantelos metió en el Infierno con todos esos eurosque antes de euros fueron denariosdel imperio imperial. Allá elloscon ese poco imperio que les va quedando, Iraq,¿qué fue de Iraq?

Desensillar hasta que aclare, sábeteSancho que estoy ciego, de los dos

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uno me dijo el oftalmólogo a lo Hölderlin, ese derechono da para más, Príncipe,por último usted ya lo vio todo con el izquierdo, Alteza,y otra cosa, mi señor: duerma, duerma sin parar, en el sueñose ve con los dos, ¡ese sí que es ofta, Sancho!y adivino.

Uno termina siendo aluminio como el avión, orejas,nariz de aluminio, sesode aluminio, burro si tú me excusasde aluminio y vuela,¿por qué no va a volarcomo ese Dios colgado de un palo? Pues el Jesúsque tanto amamos fue un hombrecolgado de un palo,le decían crestón ymaricón pero fue todo un hombrecolgado de un palo.

–«Padre,¿por qué me has abandonado?».

Viernes Santo, 21 de marzo de 2008 c

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–Tu marido está vivo.No me era familiar, esa voz raspante de aquel hombre, para nada fami-liar, por mucho que buscara algo, cualquier cosa que me permitieraconfiar en él, creer lo que ese hombre al otro lado del teléfono decía,que mi marido seguía vivo. Pruebas, yo quería pruebas, quería pregun-tarle que dónde, cuándo, cómo, amigo, enemigo, cerca, lejos.

En vez de lo cual, en forma muy serena:–Bendito sea, si es verdad lo que dice.–Claro que es verdad. Anoche, lo vi anoche mismo. Terminamos

juntos en una celda, y me pidió que la llamara, me entregó su nombre.Pero todavía no me atreví a preguntar lo que de veras iba a tener que

preguntarle. Detrás mío, los niños comenzaron a llorar. ¿Por qué justoen ese momento, justo entonces? ¿Me estaban previniendo de que tuvie-ra cuidado? ¿Absorbían algo que se derramaba desde el idioma estran-gulado y sin aliento de mi cuerpo al aferrarme así al teléfono, la lentaladera de mi espalda que a él tanto le gustaba tocar y adelgazar con susdedos, mi esposo, mi esposo, este cuerpo mío que se pone tan rígido yrepentino que llena de miedo a los niños? ¿O era de hambre que lloraban,una cadena de sollozos iniciada por la más pequeña, la que nunca havisto a su padre, que ni siquiera sabe que algo como un padre puedaexistir, con ganas de mamar, hambre de mi leche, ella, mientras yosofoco mis palabras adentro del receptor, con ganas de los brazos de unpadre para consolarla cuando no hay leche, cuando las luces parpadeanen la noche y las bombas caen en la casa de en frente y mis pechos sevuelven agrios.

–¿Está bien, me está diciendo que mi marido está bien?Y la respuesta es la que esperaba yo y la que no esperaba, no podrá ser

nunca la que espero, la respuesta desde esa ronquera, esa voz que hatosido demasiado, tal vez por un exceso de cigarrillos, tal vez por unexceso de gritos arrancados: –Nadie puede decir que está bien ahí, enese lugar, en ese infierno, en ese hoyo que es tan oscuro que no tepuedo decir ni cómo es la cara de tu marido, lo que lleva puesto, no te lopodría describir si me lo pidieras –pero no me lo pidas, no me lo pidas–.Está vivo, eso te tiene que bastar, eso, y no me preguntes, no me pidasnada más.

ARIEL DORFMAN

Estofado

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La educación (Spencer R. Herrera)

–Lo único que pido es que vuelva al hogar. –Y agrego, para que ese tipo en el teléfono no se engañe,para distanciar a este hombre y su ronquera, por si acaso, por si esta vez este también tiene un plan,algún otro propósito, me lamento–: Es que lo necesitamos tanto, a mi marido, digo. Desde que lovinieron a buscar, no tenemos ingresos, ni un centavo, solo un paquete que nos llega cada semana desu vieja madre –y acentúo esa palabra, vieja. Esa palabra, madre. Las pronuncio morosamente, lasenfatizo con dilación, a ver si eso lo conmueve, a ese tipo al otro lado de la línea, lo mueve a encontrarun dejo de compasión, que comprenda que somos como huérfanos, que no tenemos nada que ofrecer-le, nada que él pueda estrujar de esta familia, sacarme a mí, nada que...

El hombre me interrumpe.–Estoy apurado –dice, de pronto impaciente, y algo se le enfría súbitamente en la voz. Como si

resintiera mi insinuación de que él espera algún tipo de recompensa, como si se diera cuenta de queestoy dudando de sus buenas intenciones.

–No puedo seguir hablando. Me dijeron que si llamaba a alguien, si le contaba a una persona, a unasola persona, lo que me pasó, dónde me tuvieron estos meses, bueno, ellos me iban a venir a buscarotra vez. Te conocemos, sabemos dónde vives, dónde vive tu hermano, tu madre; mi madre tambiénes vieja. Así que te llamo más tarde, cuando pueda. Adiós.

Ahora sí que no pierdo ni un segundo pensando lo que debo responder. Ahora le susurro en formaurgente:

–Espere, espere...Nada más que eso. Que espere, que espere.Y él se permite desgajar un par de palabras más, despojándose de ellas como si fueran moscas en su

boca, una a una:–Te voy a llamar cuando pueda –eso es lo que me dice–. Ahí te cuento más.–¡Espere, espere!Y entonces el teléfono se muere, se calla, antes de que yo pueda agregar: –Dígame dónde está,

cómo salvarlo, por qué se lo llevaron, haré todo lo que pueda, todo lo que me pidan, con tal de quevuelva vivo.

Haré todo lo que pueda, lo que me pidan, con tal de que vuelva vivo.Lo que le dije al otro, esa otra vez, la última vez, cuando sonó el teléfono hace dos meses y otra voz,

sin ronquera, esa voz como de miel avisándome que mi marido estaba vivo, que todavía seguía convida. Y agregó en esa ocasión, te voy a contar más cuando nos veamos, me pidió dinero, me pidió quese lo trajera a la esquina de aquella calle y también ese estofado que preparas, tu marido dice quepreparas un estofado de maravillas, mujer, y cómo lo voy a reconocer, me vas a reconocer, voy a estarfumando y soy un hombre grande, un hombre más bien corpulento, no te va a costar nada reconocer-me. Y dos días y diez horas más tarde, lo miré, al hombre aquel, miré cómo contaba los billetes bajo la luzde un farol, mojarse el pulgar cada vez para asegurarse que no faltaba ni un billete y entonces, no essuficiente, dijo, sabía que iba a decir eso, insuficiente, dijo, si voy a arriesgar mi vida para liberar a tumarido, sobornando a los guardias, sabes, voy a necesitar más, mucho más que esto. Y enseguida probóel estofado, ví sus dedos entrar a la olla y aparecer con un pedazo de carne y oh sí, oh sí, esto está bueno,tan bueno como me lo dijeron, pero no es suficiente, es insuficiente. Y él sabía, ese hombre con elinmenso bulto de su lomo, esos huesos delicados suyos sosteniendo el peso descomunal de esos múscu-los, él lo sabía y lo sabía yo, sabíamos los dos que las cosas no iban a terminar ahí, en esa calle. Le habíadicho que haría todo, todo lo que pudiera, para rescatar al padre de mis hijos, que volviera con vida, habíacometido yo ese error. Y también supe, más tarde esa noche cuando nos despedimos y juró que mellamaría de nuevo con aquella voz llena de miel, supe yo que nunca más me iba a contactar.

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¿Y ahora? ¿Qué hago ahora?Ahora, dos meses más tarde, espero con el teléfono en la mano y a mis espaldas los niños, los tres

bruscamente mudos, y es peor que cuando lloriqueaban, y el zumbido muerto del teléfono muerto esmás familiar que esa voz que acaba de decirme adiós, ya estoy echando de menos la carrasperareciente de aquella voz, el relámpago de una promesa en esa garganta que puede que haya gritadodemasiadas veces en la oscuridad, te voy a llamar cuando pueda, te voy a llamar de nuevo. ¿Dijo eso?¿Te voy a llamar de nuevo? ¿Ahí te cuento más?

¿Qué pasa si se encuentra marcando este número ahora mismo y suena ocupado? ¿Si se le olvidócontarme algo? ¿Si está dispuesto a presentarme pruebas de que mi marido sigue con vida? ¿Qué pasasi ese otro, el hombre con esa voz melosa y sus manos tan inmensas bajo la luz débil de esa calle, quépasa si él está marcando al número ahora mismo?

Pero no suelto el teléfono. Tan pronto como retornó el receptor, lo dejé serpentear como un reptilhasta el sitio donde dormía antes de esta última llamada, sé que apenas lo devuelva a su cuna, ahísanseacabó, así es, así va a ser, no voy a poder hacer nada con mi cuerpo salvo quedarme acá paradacomo un poste, y entonces sobrevendrá el amanecer y un nuevo día y enseguida la semana que vieney un mes y otro mes, esperando, esperando, nada más que esperando la próxima llamada, el hombreronco o el hombre con la voz como miel u otro hombre, otro hombre con la voz que sea que su madrele brindó como una ofrenda la noche sin luna en que él nació, alguien, alguien que traiga noticias, elhombre que sea, la voz que sea, con tal de que le pueda preguntar si mi marido todavía tiene puesta lamisma camisa que llevaba cuando vinieron por él, si le destaparon la cabeza pronto, acaso no se dancuenta de que tiene asma, que no puede respirar bien debajo de ese saco áspero y oscuro con que lecubrieron su cara tan linda, le sepultaron su pelo enrulado y tan lindo, alguien a quien preguntarle quiénle cose los botones, si tiene hambre, si tiene ganas de comer la carne que le voy a preparar para cuandovuelva, suculenta y jugosa y levemente dulce, si acaso sabe que el bebé fue mujer, si sabe que tiene unahija, alguien, alguien al que se le pueda preguntar, alguien al que yo le respondería que sí, que sí, sí, sí,haré todo lo que pueda, todo, todo, todo lo que pueda, para que me devuelvan sano y salvo y respiranteal único amor de mi vida.

Todo, todo, lo que sea.El teléfono sigue en mi mano y la niña ha comenzado a llorar.Cuelgo el receptor, coloco al receptor en el lugar que le corresponde y espero la próxima llamada. c

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OSCAR HAHN

Noche y niebla

Qué esconderá la nieblaen esa densidad impenetrableque flota al anochecercomo un aquelarre de espectros

En su seno se juegan cosasque no son de este mundo

Y cuando se va la nieblatambién se van con ellaimpensables posibilidades

El mundo vuelve a la nitidezy todo permanecesospechosamente claro

Porque la claridad puede esconderlos peores secretos

La niebla no pretendeaclarar nadatransparentar nada:

obnubilar es su oficiodifuminar el mundoescamotear la realidad

Y nos dice con palabras de vaho:«Hay más cosas en el cielo y la tierrade las que sueña tu filosofía»

Para contemplar esas cosasno hay que disipar la nieblaHay que ser de nieblay mirar hacia adentro

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HERNÁN RIVERA LETELIER

Carne nueva

El sol parece quieto en mitad del cielo. La mujer deja el bolso en elsuelo salitroso, junto a unos calamorros entierrados. Se pasa la manopor la frente y golpea a la puerta con la perla de uno de sus anillos.Mientras espera, contempla los calamorros mineros con punta de fierrodesde cuyo interior asoman, como lagartos oreándose al sol, un par demedias embarradas. Después mira el número del camarote y lo verificapor segunda vez con el de la dirección que lleva en un papel:

Pasaje VergaraCamarote 56Don Manolo Palma

Como no hay respuesta, vuelve a llamar. La perla roja del anillo con elque golpea –el más grueso de los que enjoyan sus manos– fulgura es-candalosamente con los rayos solares. Tras otro rato de espera la puertase abre. Un anciano de torso desnudo asoma en el vano. Con una manohace visera al cegante alud de sol que se le viene encima, mientras conla otra se afirma los calzoncillos largos. Por la expresión de su cara, escomo si lo hubiesen despertado a medianoche.

–Hola, buenos días –dice la mujer–. ¿Usted es el señor Manolo Pal-ma?

El hombre, con su pelo blanco revuelto y sus ojillos de ratón entre-abiertos a duras penas, hace un leve gesto afirmativo con la cabeza.

–Es que me dijeron que usted prestaba el camarote para trabajar.Encandilado aún, el hombre se refriega los ojos con la mano libre,

abre un poco más la puerta y mira de arriba abajo el cuerpo macizo de lamujer. Luego farfulla algo ininteligible.

Ella levanta las cejas en signo de interrogación.El hombre le hace una seña con la mano para que espere un rato.

Deja la puerta abierta y le da la espalda. La mujer lo ve caminar como unborracho hasta el velador, lo ve meter la mano en un vaso con agua,sacar un par de prótesis dentales y metérselas en la boca. Primero la deabajo, luego la de arriba. Después, siempre afirmándose los calzoncillosde franela, vuelve donde ella. Re

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–¿Cuántos días piensa quedarse? –lo oye preguntar, ahora sí, en forma clara.–Solo por hoy. Mañana regreso al puerto –dice la mujer.–¿Es la primera vez que viene a trabajar aquí en Pedro de Valdivia?–Sí.–Ya me parecía.–¿Por qué?–Es que las conozco a casi todas.–Yo vengo de Tocopilla –dice ella.–¿Pasó ya por la Oficina de Bienestar?–Sí. Y por el retén de carabineros y por el policlínico. Tengo mi carné rosado al día. Aquí está, mire.–Ya, ya –dice el hombre, con un gesto de impaciencia–. Está bien, pase, pase.Una vez adentro, le ofrece la única silla que tiene. Él se sienta en la cama revuelta, rascándose la

cabeza y bostezando aparatosamente. La habitación es pequeña, no más de dieciséis metros cuadra-dos. Además de la silla, el velador y la cama, hay una mesa hecha de un carrete de cables eléctricos yun ropero destartalado y sin puerta donde colorea un casco de minero sobre un mameluco de mezclilla.Junto al velador se ve un lavatorio y un pichel de losa, ambos condecorados de saltaduras. El piso estálleno de polvo de salitre. Las paredes, pintadas de un verde botella, se ven en gran parte empapeladasde fotos de mujeres desnudas, recortadas de las revistas Pingüino y Viejo Verde.

–¿Me imagino que ya sabe las condiciones con que se prestan los camarotes aquí en los buques?,pregunta el hombre, sin dejar de bostezar.

–Algo me han dicho.–Bueno, ¿las sabe o no las sabe?–Sí, claro –se apura a decir la mujer. Y trata de sonreír. Sus dientes aparecen manchados de rouge–.

Solo se debe trabajar hasta las diez, no hay que hacerlo sobre las sábanas, y por la noche le toca lo quese llama «el derecho a pernada» al dueño del camarote, en este caso a usted.

–Y, algo importantísimo –apunta el hombre–, no recibir borrachos. Capaz que se pongan a buitrearsobre la cama.

–Por supuesto –dice la mujer–. No estoy tan necesitada como para meterme con borrachillas.–¿Y a todo esto: cómo se llama usted, lindura, si se puede saber? –pregunta con una mueca irónica

el anciano.–Marión.–¿Ese es su nombre de guerra?–No, es mi nombre real. No necesito otro. Me gusta.–¿Y ya sabe lo que le espera aquí, Marión?–¿Qué cosa? –alza las cejas ella.–Cómo que qué cosa. La fila de machos cabríos que se le formará a la puerta. Y tendrá que

satisfacerlos a todos.–Le haremos empeño –dice la mujer, con un guiño lúbrico–. ¿O acaso usted cree que este cuerpecito

no tiene aguante?–Bien, bien, ya lo veremos. Por ahora, como ya no podré dormir más, y ya deben de ser más de las

doce, me vestiré para que vayamos a la fonda a almorzar.–¿Siempre duerme hasta tan tarde?–Vengo saliendo del turno de nochero.–Pobrecito, y yo lo desperté.–No se preocupe –dice el hombre–, peor es mascar lauchas.

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Y dándole la espalda comienza a vestirse.La mujer lo observa risueña. Saca un cigarrillo, lo enciende, se cruza de piernas. Tiene el pelo teñido

de un amarillo canario, lleva un vestido rojo, corto y ajustado, y zapatos de taco aguja del mismo tonodel vestido.

–Aunque no me lo ha preguntado –dice exhalando sensualmente el humo del cigarrillo–, soy sepa-rada, no tengo hijos y acabo de cumplir recién treinta y dos años

Luego, haciendo batir las pestañas, mientras don Manolo se pone una camisa blanca, sin planchar,le cuenta risueña que la primera vez que oyó hablar de «los buques pampinos» se sorprendió, puescreía que se trataba de barcos. Qué tonta ¿no? Pero, claro, cómo iba a saber ella que así les llamabana los pasajes de solteros. Después, aspirando su cigarrillo con fruición, le dice en tono meloso que sidon Manolito quiere cobrar al tiro su derecho a pernada, por ella no había ningún problema.

–No, ahora estoy muy cansado –dice el hombre–. Y me gusta más por la noche.–¡Qué susto, me salió un vampiro!–Sabe qué más, preciosura –replica don Manolo mientras termina de abrochar sus zapatos bayos–,

conmigo se va a ir de Aliviol. Si a la mayoría de las chimbirocas les gusta quedarse conmigo, no estanto porque yo viva solo. Aunque le voy a decir que esto es un lujo en los buques, pues hay camarotesen donde viven de a cuatro mineros juntos; y en los tiempos de «enganche» se llegó a amontonar aocho por pieza. Pero, como digo, no es tanto porque viva solo que las niñas me buscan, sino porquedespués de una dura jornada de merecumbeo, conmigo se van en coche. Solo tienen que tener un pocode paciencia, buena muñeca y una voz pasable.

La mujer lo mira sin comprender.Él se le acerca y le pide que le muestre la palma de las manos.Ella se las extiende.Él las toca con las suyas, condecoradas de durezas por el trabajo de las minas.–No son las manos de la Reina Isabel –dice–, pero tampoco son un par de escofinas. Están bien. Luego le pregunta si todos esos anillos que lleva se pueden quitar, o si hay alguno que no sale.–Salen todos. ¿Por qué?–La Reina Isabel no usaba anillos –dice él como hablando consigo mismo. Y mientras descuelga y se

pone un anacrónico paletó negro, a rayas, le pregunta, como no queriendo la cosa:–¿Se sabe la canción esa que dice «La mar estaba serena, serena estaba la mar»?Ella se lo queda mirando perpleja.–No entiendo –dice.–¿Se la sabe o no se la sabe? –pregunta impaciente el anciano, mientras toma el candado de bronce

desde un clavo junto a la puerta.–Bueno, sí. Me la sé desde niña. Es esa donde se van cambiando las vocales ¿no? Pero, repito, no

estoy entendiendo un carajo, don Manolo.Él toma su sombrero de paño, ahíto de lamparones, y mientras le franquea la puerta le dice que solo

es cuestión de muñeca y no perder el ritmo.–Muñeca y sentido del ritmo. Nada más –le dice animoso.Al salir al patio del pasaje el sol les cae como un bloque ardiente sobre las cabezas. El anciano se ciñe

el sombrero y le aclara que Manolo Palma no es su nombre.–Es mi apodo –dice mirándola de reojo–. ¿Le cae la chaucha ahora?–Ya, ya, ahora voy entendiendo –dice ella desplegando una sonrisa maliciosa–. Si no soy tan babieca

como usted cree.

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Pasan por la garita de vigilancia. Cuando ella entró el vigilante estaba leyendo una revista Viejo Verdey apenas le había echado una mirada rápida a su carné rosado para ver si estaba al día. Ahora estájugando a las damas con un manco, mientras dos hombres observan. Cuando salen a la calle, alcanzana oír que uno de ellos dice, festivo:

–¡Llegó carne nueva, paisita!Afuera la gente camina buscando la sombra. Como es día de suple todos andan de buen ánimo.

Unos van a la oficina de pago, otros ya vuelven. A sus espaldas las gigantescas usinas de la Plantaenarbolan sus penachos de humo.

La pensión queda cerca de la plaza.La mujer camina pisando con cuidado. Sus tacos de aguja no son para esas calles de tierra. Tras

avanzar unos metros en silencio, se detiene, lo toma de un brazo y dice intrigada:–Una cosa no me queda clara, don Manolo.–¿Qué cosa, preciosura?–¿Quién miéchica era la Reina Isabel? c

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–El cerdo es un animal cosmopolita –declaró el señor Espinoza consu vocecita tenue y su cuidadosa pronunciación. Dejó caer la palabrasilabeando, veíamos cómo las sílabas iban bajando en el aire lentamente:

cos mo po li taDespués se produjo un silencio raro. ¿Se han fijado? A veces una

palabra resuena como un trueno, otra se pone a zumbar o castañeteacomo una matraca o hace ese ruido de minicatástrofe que surge cuandose derrumba el puñado de palitos de helados en el momento en que unoestá tratando con infinito cuidado de sacar uno solo sin mover los otros.O se repite de manera enloquecedora: mastiquemastiquemastique-mastiquemastique. O se queda flotando en el aire. El silencio fue largo ypesado, como el mercurio (elemento químico). Nos miramos unos aotros y luego, automáticamente, sin la más mínima señal, nuestros ojosse movieron por su propia cuenta y convergieron en la cabeza redonda,algo despeinada y algo rubia, del Guatón Blum.

Desde el comienzo lo llamamos Guatón. Después, alguno le puso«Porky»; a otros les pareció gracioso y lo repitieron un tiempo. Eragordo, rosado y tímido. El primer día de clases, en medio de la algarabíade los reencuentros después de vacaciones, los palmetazos, las risas ylos diálogos a gritos, se quedó solo. Nadie le habló y él no habló connadie. Seguramente venía de otro colegio. Yo pensé acercarme a él,decirle algo, pero se me contagió su timidez. Yo también venía de otrocolegio. Después supimos que su mamá, que hablaba gangoso yagringado, andaba siempre de sombrero y con un abrigo verdoso, comoeuropeo, como antiguo, con cuello y puños de piel, iba a dejarlo por lamañana y a buscarlo por la tarde. El Guatón también pasaba solo los re-creos. Miraba desde la orilla del patio la pichanga endemoniada de loscompañeros del curso, que teníamos doce o trece años, o la rayuela deotro grupo o, desde afuera, a los que jugaban a la josefina en un rincón.

Nuestro profesor de canto, el señor San Martín, descubrió que eraun tenor perfecto. Su voz era purísima, podía llegar sin esfuerzo a las

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notas más altas, casi una voz de soprano y, además, tenía un oído musical absoluto. Cuando consiguióque sacara la voz sin temor, pasó a ser el solista del coro. Este reconocimiento oficial no cambió grancosa la actitud de casi todos de ignorarlo o mirarlo como un pájaro raro: no se podía contar con él parael fútbol con pelota de trapo ni con pelota reglamentaria, tampoco para la rayuela. No fumaba en lascasitas. No echaba garabatos. No participaba en las chacotas brutales que se desataban en el recreolargo después de almuerzo o en las clases de castellano. Era buen alumno; se sacaba un siete enmatemáticas y en física. Los Mateos lo defendían de los empellones y las zancadillas. Sin embargo, nose puede decir que tuviera ningún amigo en el curso. Solo se le veía conversar a veces con un niñochico de preparatorias que era su primo.

La palabra produjo ecos y estos se extendieron, sin desaparecer del todo: cosmopolita... lita... lita... lita.Tal vez algunos la repetían entre dientes. Se sentía que se incubaba una fuerza extraña, algo latía y se estabahinchando. Sonó la campana que marcaba el fin de la última clase del mediodía y de pronto estalló en la salaun coro casi unánime: cosmopoli-tá, cosmopoli-tá, cosmopoli-tá. El señor Espinoza estaba inmóvil, sordo albarullo, de pie, muy gibado delante del escritorio, con su guatita inflada bajo el chaleco, y terminaba derevisar un alto de pruebas escritas. Tenía muchos surcos paralelos en la frente y estos surcos continua-ban hasta muy arriba, sobre su cabeza escamosa y escasa de pelos, y llegaban hasta la nuca.

De pronto todos los alumnos del curso (normalmente cuarenta y cuatro, pero habían faltado Lópezy Lawrence, con escarlatina y alfombrilla, respectivamente) estábamos de pie, gritando a voz encuello, cosmopoli-tá. Los más grandes fueron convergiendo gradualmente en torno del banco delGuatón Blum, que los miraba con la boca abierta, sin comprender. Sarmiento, su compañero de banco,también estaba gritando. Los ojos de Blum, muy abiertos, iban de una cara a otra como pidiendoauxilio. El círculo se cerraba más y más, aullando cosmopoli-tá, comopoli-tá. El señor Espinoza, consus pruebas y el libro de clases bajo el brazo, salió sin mirar a nadie. El niño acosado se levantótitubeando y avanzó hacia la salida de la sala. El círculo se abrió para dejarlo pasar, pero antes de quesaliera volvió a cerrarse en una operación de tenazas. El Guatón lanzó una mirada implorante al señorEspinoza, que ya se alejaba con sus pasitos cortos. Después de un breve forcejeo lo dejaron salir alcorredor, que bordeaba a la altura del segundo piso los cuatro costados del gran cuadrilátero del patiode los mediopupilos. Detrás de él salió el aluvión oscuro de sus compañeros de la clase, salimos todoschillando a coro: cosmopoli-tá, cosmopoli-tá. El niño se detuvo ante la baranda y giró para enfrentar ala turba. Esta lo rodeó repitiendo a gritos la palabra. Estaban tan cerca que de las bocas abiertassaltaban a su cara chispas de saliva rabiosa. El pobre Guatón se tapó los oídos, los miró con ojosextraviados por el miedo y se lanzó a correr. La masa corrió detrás de él. Unos pocos nos separamosdel grupo y nos quedamos mirando.

El Guatón corría y la jauría lo seguía de cerca repitiendo sin cesar aquella palabra. Estaban comoposeídos. Avanzaban pataleando con fuerza y producían un trueno continuo. Las viejas tablas delcorredor ondulaban a compás del pataleo, subían nubes de polvo, saltaban astillas. Al sentir el alboroto,salió de la sala vecina el inspector Correa, cetrino, ojeroso y flaco, como siempre con las manos en losbolsillos y el cigarrito en la boca, y se detuvo estupefacto mirando lo que sucedía. Luego, más allá elinspector Lineros, gordo y colorado y sudando, como siempre, se enfrentó a la masa aullante ycomenzó a gritar:

–¿Qué les pasa? ¡Basta! ¡No griten! ¡Vuelvan a su sala!Nadie lo escuchaba. La poblada avanzó, se abrió donde estaba el inspector, como un torrente ante

un peñasco, y se volvió a cerrar más allá. Correa se adelantó para enfrentar a los enardecidos, queseguían gritando: cosmopoli-tá, cosmopoli-tá, cosmopoli-tá y comenzó a llamar por sus nombres a losmás cercanos apuntándolos con el dedo:

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–Arenas... Álvarez... Bravo... –ante el imperio del dedo acusador los nombrados callaban, bajabanla cabeza y se apartaban del grupo–. Calvo, Carvajal, Donoso –gritaba Correa indicando sucesivamen-te a los nombrados. Estos salían e iban formando a un costado un grupo silencioso y cabizbajo. Peroeran más los que seguían gritando.

–Pero qué... qué quieren –gimoteó el niño acosado.El griterío aumentó. Estaban muy cerca de él, casi lo tocaban con sus cuerpos.–¡Cortenlá! –gritó el inspector Correa con voz muy aguda–, ¡hasta cuándo! –Volvió a indicar a los

más cercanos–. Lavín, Lira, Lermanda... Maldonado, Meneses –pero el dedo se debilitaba, perdía supoder petrificante. Algunos de los nombrados sacudían la cabeza como sacudiéndose una moscainsistente y seguían ahí mismo, gritando, sin moverse. Lineros gritó:

–¡Esto es un motín! Voy a llamar al Inspector General –bajó corriendo la escalera al primer piso.El grupo de los no beligerantes había crecido pero todavía éramos menos que los enardecidos. El

Guatón Blum volvió a correr en dirección a la esquina más lejana del corredor y el tropel lo persiguiógritando a coro: cosmopoli-tá, cosmopoli-tá. Pero se notaba una leve baja de la intensidad del grito,cierta vacilación. Al cabo de unos minutos, apareció subiendo la escalera, indignado y majestuoso, elinspector general don Clemente Rosales. Lo escoltaba, acezante, Lineros. El Inspector General sedirigió sin vacilar hacia los energúmenos y se detuvo a pocos pasos de ellos:

–¡Qué significa esto, señores!– dijo con voz tonante. Avanzó hasta quedar delante del Guatón, comoprotegiéndolo con su cuerpo. Se produjo un repentino silencio–. ¿Me pueden decir qué es este desorden?–bajó los ojos como buscando qué más decir, luego su voz sonó temblorosa de indignación–. ¡Vergüenzadebiera darles! vergüenza. Chivateando como... como indios. Hacer mofa de un compañero que no sepuede defender... ¡Abusadores! ¡Matones! Es una actitud indigna... indigna de institutanos.

–Van a volver inmediatamente a su sala –dijo don Clemente y se interrumpió de golpe porque losniños lanzaron un ¡ahhh! repentino: el Guatón Blum se había desplomado blandamente. Estaba inmóvil,de espaldas en el suelo, con los ojos cerrados. En el silencio alguien del grupo dijo a media voz: «Semurió». Fue como si lo hubiera gritado y el grito produjera un eco repetido: semurió semurió semurió.

–¡Por Dios! –dijo el Inspector General y se inclinó para mirar al niño, luego trató de levantarlo ensus brazos. No pudo hacerlo al primer intento porque pesaba más de lo que había imaginado y se leresbalaba. Entonces se adelantó Lineros, lo alzó por los hombros y marchó sujetándolo contra supecho como un gran muñeco de trapo, cuya cabeza suelta se bamboleaba hacia adelante y hacia atrás,las piernas gordas le bailaban como si las moviera el viento.

Lineros avanzó hacia la escalera llevando al niño en brazos. Lo siguió el Inspector General. Másatrás, indeciso, Correa dio unos pasos, pero se detuvo de pronto y se volvió hacia el grupo, ahora muydisminuido: muchos se habían escurrido calladamente y miraban desde cierta distancia o se ibanalejando a pasos cortos.

–¡Ya! –dijo furioso– vuelvan todos a su sala. ¡Todos!Todos sentados, muy formales, cada uno con las manos encima del pupitre. Nadie chistaba. Nos

mirábamos a hurtadillas, asustados, algunos fingían una sonrisa superior. Correa estaba sentado en lasilla del profesor, delante de la mesa y nos observaba con los ojos fruncidos por el humo delcigarrito que tenía en la boca y no decía nada. El tiempo pasaba con una lentitud desesperante. Sonóla campana que indicaba el fin del recreo y la hora del almuerzo. Correa no dijo nada y nadie se movió.Normalmente tendríamos que haber estado formados delante de la puerta de la sala para ir al comedor.

–¿Qué estará pasando? –me dijo en voz muy baja González– ¿se murió el Guatón?–No sé –le contesté–, parece que sí.–¡Silencio! –gritó Correa.

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Por fin, media hora más tarde, o puede que una hora, o dos horas después, cuando ya no podíamosmás de angustia y de lata, se escucharon pasos y apareció el Inspector General escoltado por Lineros.Don Clemente venía muy serio. Correa se levantó para cederle el asiento, pero él prefirió mantenersede pie. Lo veíamos inmenso.

–Lo que ha pasado es muy grave –dijo en tono grave–, es una insubordinación, una violación totalde la disciplina del establecimiento. Además, una agresión cobarde, en patota, de los alumnos de uncurso de nuestro Instituto contra uno de sus compañeros. En este colegio no se aceptan patotas.Quedan todos suspendidos. La Inspección General va a estudiar caso a caso para resolver si pueden ono seguir en el Instituto. Después resolverá el señor Rector. Ahora se van para sus casas y tendrán quevolver con sus apoderados el día que se les indique. Eso es todo.

Salió muy derecho, seguido por Lineros.–¿Y el Guatón? ¿Qué pasó con el Guatón? –preguntó alguno.–No creo que se haya muerto –dijo Fuenzalida–, habrían dicho algo. Habrían llamado a los pacos,

no sé. Algo así.–Ahora se van –dijo Correa–. Tomen sus bolsones y salen, callados y en orden. Ya saben: tienen que

volver con sus apoderados cuando se les cite. Están todos suspendidos hasta nueva orden.Salimos aturdidos, despavoridos.–¡Puta que la cagamos! –dijo Sarmiento–. Pero no nos pueden echar a todos –dijo en tono algo

vacilante. Y de pronto surgió ante nosotros esa posibilidad imposible: que nos expulsaran del Instituto.¿Qué iba decir mi papá? Formábamos en la salida de la calle San Diego un racimo indeciso,entrechocándonos con nuestros bolsones a la espalda. No nos decidíamos a separarnos.

–¿Qué pasó, cabritos? –preguntó el vendedor de los dulces árabes, que estaba como siempre a lapuerta del mediopupilaje, detrás de su carrito con vidrios.

–No, nada –dije yo–, hubo un... accidente. Un niño se desmayó.–Ah, ya –dijo el tipo– por eso es que vino la ambulancia. Yo vi que sacaban a alguien en camilla.Estuvimos suspendidos cinco días. Pero antes de que volviéramos a clases, nuestros apoderados

tuvieron que ir, por separado, a escuchar un severo sermón de don Clemente Rosales y a su vez sedesquitaron retándonos en la casa. O, en algunos casos, aplicando sanciones: un mes sin ir a la matiné,prohibición de ir al fútbol, suspensión de la mesada. Cosas así. El Guatón Blum no se murió. Dijeronoficialmente que había tenido un desmayo motivado por el miedo. No apareció más en el curso y yo,por mi parte, no lo vi nunca más en mi vida. Dijeron que lo habían pasado al Externado. Pero despuésse supo que la mamá lo había matriculado en el Liceo Amunátegui.

Ni ese año ni los siguientes volvió a hablarse del caso. Como si quisiéramos olvidar lo que habíapasado. Lo último que se comentó fue que un grupo en el que estaban varios del curso, entre ellosSarmiento, que había sido su compañero de banco y más o menos amigo de él, hasta lo había convidadouna vez a la casa a tomar once, se topó en la puerta del Instituto con la mamá del Guatón, la señora Sara,siempre de sombrero y con su abriguito verdoso con cuello y puños de piel. Estaba furiosa, desmelenaday le gritó varios insultos incomprensibles, algo como mechíguene o potz, y se acercó amenazándolo conel puño. Todos escaparon. Después se reían de manera algo forzada. Pero no comentaron mayormentelo sucedido. A mí se me había borrado el episodio del Guatón Blum, no lo había recordado en cuarentaaños o más.

Santiago, 2003 c

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I

Tránsfuga celestial del alba o pantalla boreal de la fugacidad lumbreeterna, movimos los labios y nos dijimos ruptura: cepillamos el cielo ycolgamos los cuadros eternos torrentes de figuras rasguñaste tu rostro,como si quisieras verte en los tráficos de belleza o seminarios cuchille-ros Oh Bronx en Nueva York dijiste: <<&$$.33 la edad de Cristo>>. Yote cepillé la cabellera y fuimos donde el esteta que serializaba a MarilynMonroe: rouge y fermentaciones rojecían la muralla de Basquiat, Ohesfinge de ébano y estuches blancos en el vestido de la Monalisa manospálidas o dormidas rezan oraciones ungidas como pesebreras rosáceaso manos yertas de color marmóreo y tenues al pecho con un manchónoscuro al filo en el centro del omóplato del entorno de la figura, doslíneas cenizas horizontal al prendedor del infinito gris en el costado iz-quierdo, hacia el derecho dos rayas de pecho de pizarrón o alfileresopacos o dos líneas después de las dosis fúnebres con que rociabas elinfierno y el pelo de la Monalisa fuera del Louvre en el París ensortijadode lumbre dorado liso y caído en el Harlem chamusco de mirra tieso;borlón en la tibieza del cuello chapoteando en la espalda como una cas-cada turbia de mechones al sacrificio de la paleta; un cadejo en el hom-bro recae en la muñeca que sostiene el haitiano ajeno a los tum tum de laisla apenas le sale un hueso en el sostén de los brazos y la boca sin llamacon el fulgor madreperlas sonríe de la historia de la pintura diabólica dela mueca del siglo Oh Jean Michel, a los ojos totales de la mirada estéti-ca tú frenético en esa señorona y armoniosa dama, tú dévora de lainfancia janette del bloc madreselva del insomnio de noches sin Juancon párpados entumidos como rieles en desuso garabatero de los mu-ros modernos de la metrópolis Oh Monalisa ajena rayada en la histeriadistorsionada la número uno como nota reservada por la ley federalgüiña en el iris.

CARMEN BERENGUER

Monalisa negra

(a Jean Michel Basquiat)

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II

En el norte del azur; grafiteros de molles antiguos rozaban el español espejo de la talla de don Pizarro,frenesí de dominio aymara, aymara lengua bermeja tridente colonial al quechua muchachos rayen,rayen la cancha de un arte Codigua, a un arte mohoso ensombrerado para ocultarse del Inti Sol Diosolde la mampara Ariqueña, antes de la puerta madre Arequipa, escribanos de los muros rayen sin cuartelfiligranas de púas las ruinas del Inca.

III

Grafiteros Rodriguistas –Díaz a aerosol un ruedo de manos y tenemos lumbre y tenemos arte de rayar,por frenesí, por ese vaivén del rayado, por ese afán, por ese lomo de la carretera rayen la sombraoculta, para hacerla deslumbrar y brillar en ese cielo, rayen ahí, como acto de fe lo que es sombrío, elInti ardiente y ya tenemos un sueño en las manos vacías por el arte de un rayado. c

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SERGIO GÓMEZ

Ulises Mardones

Ulises Mardones recibe un disparo de fusil en la espalda. Lo mantie-nen de pie antes de dispararle en el borde de la que será su tumba, la queél mismo debió cavar. Baja con dificultad del camión Land Rover que lotrae al lugar. La noche le parece triste. Tiene frío y una herida le rasguñalos codos, la espalda, le palpita con la insistencia de una infección. Losque vienen con él no dicen nada. Ulises Mardones, arriba del camión,supone que los demás saben hacia dónde los conducen y lo que ocurrirácon ellos en los próximos minutos. La resignación calma toda angustia,piensa Ulises Mardones. Desde el fondo del camión no alcanza a vernada, pero siente en las narices el olor del traje del soldado y el olor delos heridos y también el olor de la madrugada. Su rostro está cubierto depólvora seca que le dibuja halos violeta cerca de los ojos. Lo conducenpor un caminito de añañucas y chamizas blancas florecidas. Las re-cuerda porque son las flores de su infancia, de los veranos en la costadel sur del país. Unos conscriptos ven pasar caminando al grupo que sedirige a los camiones Land Rover. En ese momento, Ulises Mardonesgrita su nombre a uno de los conscriptos. Ulises Mardones, escucha elconscripto. El guardia lo golpea en la espalda. Alcanza a repetir su nom-bre otra vez en voz alta: Ulises Mardones. El conscripto, que lo observapasar y que escucha ese nombre, queda aterrado y huye hacia la som-bra de un barracón tratando de olvidar aquel nombre, aunque sabe queno podrá hacerlo y lo recordará para siempre. Les ordenan ponerse depie. Entonces aprovechan para despedirse de los que quedan maniata-dos en el suelo. Los que se levantan después de escuchar sus nombres,ayudan a desatarse las amarras de alambres a aquellos malheridos, antesde avanzar por el callejón de añañucas y chamizas movidas por el vien-to. Ulises Mardones se despide de Alvarito, que no es llamado cuandoleen los nombres de los que parten. Le susurra: cuídese, Alvarito, yavísele a mi mujer. Esas son sus últimas palabras. Alvarito siente quevomitará de miedo, pero se controla. Un oficial, ayudado de dos solda-dos, sostiene una ametralladora punto 50, empotrada en el suelo, frentea los prisioneros en la caballeriza. Un oficial llega con la lista definitiva,lee lentamente en voz alta para no equivocarse. Ulises Mardones escu-cha su nombre de la boca del oficial. Ulises Mardones, repite la voz, y él Re

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se levanta con dificultad por los alambres que lo inmovilizan en el suelo. Alvarito ve aparecer al oficialpor el callejón del regimiento y piensa, aquí se acaba todo. Los prisioneros no saben la hora en la quese encuentran, unos a otros se preguntan, pero ninguno conserva su reloj, se imaginan que es pasadala medianoche. Con el cambio de guardia llegan algunos conscriptos curiosos que quieren ver a losprisioneros divididos en dos grupos: los que se quedarán y los que partirán definitivamente después deque llegue el oficial y los llame por sus nombres. Otro oficial, que parece no querer estar donde seencuentra, atiende a los heridos menos graves, limpiando las heridas con paños y desinfectante. Algrupo de Ulises Mardones no lo atienden y todos presienten el motivo. Uno de los prisioneros hace unabroma por el olor de la caballeriza, algunos se ríen con los dientes apretados. Un soldado, gordo ysudoroso, distribuye a los prisioneros. Al grupo de Ulises Mardones lo dejan en un rincón, siguiendouna lista que el mismo soldado lleva anotada en un cuaderno. Nadie se atreve a hablar y todos asientencuando escuchan sus nombres, o dicen presente. Ulises Mardones escucha su nombre. En ese mo-mento llega un contingente cargando una ametralladora punto 50. El soldado gordo ordena dejar laametralladora en el suelo, apuntando directo hacia la caballeriza donde están los prisioneros. Lossoldados bromean martillando la ametralladora frente a los prisioneros solo para causar espanto. Unode los soldados, que es muy joven, imita el ruido de una balacera fregándose los labios. En el segundogrupo de camionetas que acarrean prisioneros desde el centro de la ciudad, desciende Ulises Mardones,junto a dos hombres viejos que él no puede reconocer porque llevan las caras carbonizadas y loscabellos humeantes. Nadie se atreve a hablar, los soldados los conducen con insultos hacia una caba-lleriza, donde instalan luces potentes y la rodean de soldados armados. El primer grupo llega arriba deuna camioneta GMC y de un avión mimetizado. Descienden los médicos y los detectives prisioneros.Entre ellos baja Alvarito, herido, con un brazo dislocado y espantado de dolor. En la camioneta, UlisesMardones logra ver las luces de los faroles de las calles mientras lo conducen desde el centro. Sedetienen a cada momento debido a los francotiradores de los edificios y a las barreras militares quedeben traspasar. Ulises Mardones piensa en su hija de dos años y en su mujer. Recién arriba de lacamioneta olfatea el piso de barro y el olor húmedo de los soldados sobre él. La ciudad se oscurece, seacaba el día. Desde el suelo de la camioneta incluso puede percibir el silencio y el abandono de lascalles, interrumpidas por disparos aislados. El soldado, a su lado, lo reconoce y le susurra con admi-ración: ¿Estaba adentro? Ulises Mardones asiente sin mirarlo a los ojos. Mira hacia el suelo en lavereda, escucha el griterío de los soldados nerviosos y descontrolados. Lo golpean, pero él no sientenada, absolutamente nada en el cuerpo. En el edificio los bomberos logran detener el fuego, rompen lasventanas astilladas del segundo piso para dejar salir el humo. Junto a él, en la vereda de la calle,reconoce a uno de los de su grupo que se limpia la cara tiznada y tose el carbón. La llovizna de lasmangueras de los bomberos comienza a mojar la vereda donde están arrojados los prisioneros comocuerpos muertos. El grupo entero se rinde y sale por la puerta lateral, bajando la escalera. Los soldadoslos empujan y gritan nerviosos. Se estrechan a las paredes para evitar a los francotiradores de losedificios cercanos. Ulises Mardones escucha el ulular de la sirena de los bomberos que llega por lacalle. No pueden avanzar estorbados por los tanques que dan vuelta por la plaza. El grupo más nume-roso se reúne en la Sala de Los Presidentes en medio de los disparos, pero que ahora se escuchanaislados. Alguien cuelga un delantal blanco en una escoba que sirve de bandera de rendición. Por lapuerta principal entran los soldados disparando y gritando. El incendio comienza a disminuir, aunque elhumo sofoca igual. En medio del humo se distinguen los soldados que asaltan el Palacio, llevan pañue-los de color naranja en el cuello para reconocerse entre ellos. Se escucha un disparo en el momentoque bajan la escalera dispuestos a rendirse. En el segundo piso, Ulises Mardones y Alvarito disparanhacia la calle, ambos están cansados, saben que todo está perdido. Se acercan peligrosamente a las

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ventanas para aprovechar el aire fresco. El humo hace irrespirable el lugar. Alguien los convoca paraencontrarse en la Sala de Los Presidentes. La secretaria, desde la escalera, les entrega toallas mojadaspara resistir el humo. Alvarito tiene otra vez ganas de llorar cuando ve que cubren con una frazada auno de los periodistas que se acaba de disparar en la cabeza. Ulises y Alvarito están tendidos comomuertos, tosiendo y llorando por el humo asfixiante en el segundo piso. Uno de los doctores sube, searrastra por el piso, les informa que un asesor se ha disparado en la cabeza en el primer piso. Todo estáperdido, dice. Ulises Mardones le sugiere a Alvarito que oculte su arma, probablemente no tomaránrepresalias contra los funcionarios como él. Alvarito arrastra a Ulises Mardones hasta la Sala Indepen-dencia donde es posible respirar mejor. Ulises Mardones pierde la conciencia, moja el faldón de sucamisa con el agua fría que encuentra en el fondo de una tetera, se friega la boca y la nariz, pero elhumo no lo deja respirar. Para descargar un poco la tensión vuelven a disparar hacia la plaza cuando losaviones dejan de pasar. Ulises dispara y sus manos se queman con el arma recalentada. Caen lasúltimas bombas sobre el techo. La fuerza expansiva arrastra a Ulises Mardones y a Alvarito comomuñecos dentro de la habitación. Cada vez que escuchan un silbido sobre sus cabezas, ambos piensan:la próxima que cae sobre nosotros nos mata, nos parte la cabeza. El incendio comienza con mayorfuerza en uno de los salones del segundo piso y las primeras murallas de humo cortan los pasillos. Seescucha un ruido rebotando entre los edificios, Ulises Mardones reconoce el ruido de un avión decombate sobre ellos, enseguida un silbido agudo en el aire. El primer rocket impacta de lleno en el techodel Palacio. Faltan pocos minutos para el mediodía. Alvarito y Ulises Mardones se arrojan al piso.Ulises deja de disparar por un momento y avanza junto con Alvarito hasta la sala del gabinete. Seencuentran con un funcionario que no dispara, no tiene armas y solo se abraza en un rincón y dice:avisaron que vienen a bombardear. Ulises Mardones lo tranquiliza y le dice que eso no ocurrirá jamás.Dispara hacia la ventana, sentado en el piso, pero el alma se calienta y debe esperar. Ulises Mardonesle pide a Alvarito retroceder hasta el despacho. Encuentran a otro funcionario con la cara sudorosa,disparando desde una ventana. Le ordena que se retire hacia el interior del Palacio porque probable-mente dejarán caer bombas en los salones donde se encuentran. A las once de la mañana, uno de losescoltas, delgado y de pelo largo, entra riendo, dice que avisaron por la radio que los atacarán conaviones de caza. Los minutos pasan y nada ocurre. Alvarito y Ulises Mardones también se ríen,ninguno de los tres, casi abrazados en el estrecho lugar, sabe por qué se ríe, tal vez por los nervios yla tensión. El escolta los mira fijo, descubre que Alvarito tiene un pequeño cigarrillo de marihuana entrelos dedos. Los tres fuman cargándose de humo y sosteniendo la respiración. Miran los impactos de lasbalas en una pared del fondo. Repentinamente el escolta dice: Este es el último día. Los tres quedan ensilencio, midiendo el significado de esas palabras. En mitad de la mañana se corre la voz de un alto alfuego para permitir salir a las mujeres del cerco del Palacio. Las mujeres caminan llorando, mirandohacia atrás y con las manos en alto. Ulises Mardones se despide de una de las secretarias que conoce,pero no puede recordar su nombre. Alvarito aprovecha para distribuir de mejor modo los muebles quesirven de barricada de contención frente a las ventanas. Enciende un cigarrillo de marihuana y se sientaen una silla del siglo pasado. Se atrincheran en la oficina de los edecanes, el mejor lugar para dispararhacia el exterior, hacia la plaza. Enfrente, al final de la calle, ven correr soldados, protegiéndose en lasesquinas, atrincherados en el edificio de un diario y arriba de las ventanas y azotea de un hotel. Desdeel interior del Palacio disparan, pero es difícil e improbable que acierten. Se ven los fogonazos esporá-dicos de los francotiradores por las ventanas de algunos edificios cercanos, los que aún no han sidoocupados por los militares ni los carabineros. Ulises Mardones llega arrastrándose a la cocina, alcostado del Salón Independencia. Recibe fuego cruzado desde el otro lado de la calle, desde las venta-nas del edificio de enfrente. Alvarito entra a la cocina del segundo piso. Preparan dos tazas de café

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entre el ruido de las balas. Alvarito desenvuelve su pañuelo y construye un cigarrillo apretando la hierbacon las uñas. Lo enciende y Ulises Mardones dice que nunca ha fumado antes. Las balas entran por lasventanas del salón, astillando la madera. Sentados en el piso de la galería, deciden permanecer juntosmientras se prolongue el ataque. En un momento de confianza, Alvarito le cuenta a Ulises Mardonesque tiene una novia en Melipilla, a la que visita los fines de semana, cuando no está de servicio en elcuartel de Investigaciones. Ulises Mardones sube al segundo piso y se encuentra con Alvarito en lapuerta de la sala del gabinete, le previene sobre una amenaza que acaba de escuchar en la radio si no sehan rendido antes del mediodía. Alvarito se encoge de hombros. Ulises Mardones corre por el patiohasta una sala acondicionada por los médicos para recibir heridos. Los doctores conversan nerviosos.Sigue hasta una salita pequeña donde sabe que existe un teléfono. Cuelga el teléfono. Al otro ladocontesta su mujer que parece controlada y enterada de todo lo que ocurre en el centro de la ciudad.Ulises Mardones solo se atreve a prevenirle de que no salga de la casa y de que no se separe ni unmomento de su hija. Ella, antes de cortar la llamada, se despide, le dice: cuídate y te quiero, UlisesMardones, te vamos a esperar, tu hija y yo, en la casa. Un doctor, en la entrada de la salita, lo detiene,le dice que acaban de avisar que la ciudad entera está llena de tanques y camiones militares, todaresistencia es inútil. Ulises Mardones no tiene tiempo ni ganas de contestar. Desde el segundo piso,Ulises Mardones y un grupo a sus órdenes de la escolta, responden los primeros disparos hacia laesquina de la calle, donde se parapetan un grupo de soldados. Desde el edificio del ministerio, al frente,les disparan a corta distancia. Las balas desencajan las paredes del fondo y el polvo del cemento quedasuspendido como neblina. El primer disparo se escucha en el exterior, luego, nítidamente, un segundodisparo y enseguida se generaliza la balacera desde distintos puntos de la calle. Las balas golpean elcemento de la fachada, rompen los vidrios de las ventanas y astillan los marcos de madera. Pero losdisparos son erráticos, sin puntería. Las tanquetas que protegen la entrada se retiran lentamente por lacalle. La escolta, en el primer piso, autoriza que la guardia permanente abandone el lugar. Retienen losfusiles SIG de la guardia y se los entregan a algunos civiles, que por primera vez sostienen un arma. Undetective ofrece retirarse a sus hombres, salir de allí. Alvarito, uno de los detectives en servicio, seríe de la oferta. El inspector dice entonces: el que se queda tiene que disparar. Ulises Mardonesrecorre el Salón Toesca, más amplio y elegante, buscando un lugar adecuado desde donde dispararhacia el exterior. Se escucha un teléfono en el segundo piso, sobre un escritorio, es el único que estáhabilitado en esa parte del edificio. Ofrecen desde afuera la rendición y la promesa de respetar lasvidas. Ulises Mardones recorre el pasillo, reparte cigarrillos a los funcionarios, a los escoltas, detecti-ves y médicos. Se encuentra con Alvarito, juntos derriban varios escritorios y algunas sillas paraproteger las ventanas. Regresan de la calle. El inspector envía a Alvarito afuera para que informe quéocurre en la avenida. Ulises Mardones se ofrece a acompañarlo. La avenida principal de la capital estávacía. Un tanque se mueve en la otra cuadra, frente al edificio del ministerio. Una camioneta cruza atoda velocidad. Escuchan las risas desde el interior de la camioneta, son risas de jóvenes, alguien gritadesde allí: Viva Chile. Los escoltas reparten las pocas ametralladoras AKM escondidas en el lugar. Noson suficientes. A las ocho y media de la mañana, Ulises Mardones limpia su arma, mientras empleadosy funcionarios recorren frenéticamente los pasillos. En el saloncito, donde está sentado, se encuentracon Alvarito, se saludan con un abrazo. Ulises Mardones recorre los patios interiores. Uno de losmédicos de planta en el Palacio le dice: no hay vuelta, se veía venir. Por delante ve el grupo dedetectives que ingresa. Por la calle entra Ulises Mardones al Palacio, seguido por diez escoltas arma-dos, todos bajo su mando. Llevan ametralladoras cortas, con tirantes para sostenerlas cruzadas. Laprocesión de Fiat 125 color azul avanza por las calles del centro, junto a dos tanquetas. Se acercanrápidamente al Palacio. Por delante, al final de una calle, ven pasar un tanque como un fantasma que

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desaparece enseguida. Los curiosos se reúnen en la plaza. La comitiva recorre la Avenida Santa Maríadesde el oriente. Los escoltas, en los distintos Fiat, sonríen y preparan sus armas mostrando loscañones por las ventanas. Ulises Mardones está sentado en el segundo automóvil de la comitiva. Antesde que partan los Fiat, Ulises llega a la casa donde trabaja como escolta. El chofer del taxi, que lleva aUlises Mardones hacia el oriente de la ciudad, le dice que sucede algo grande, sus parientes de SanFelipe le advirtieron que tropas con soldados en camiones se movilizaban temprano en la mañanaafuera del regimiento. Además, dice, la guarnición de la capital está acuartelada y detienen a los auto-móviles en las avenidas de acceso a la ciudad. Al salir de su casa, Ulises Mardones ve camionetasarrancar a toda velocidad y a la gente preocupada por regresar a sus casas. Parece que lloverá, lamañana es fría. Se acomoda el arma en el cinturón del pantalón y se cubre con un chaleco negro. Sumujer lo besa en los labios, quiere decirle algo pero prefiere no decirlo. Ulises Mardones toma sudesayuno. Se ducha. Se levanta de la cama con una toalla amarrada a la cintura. Se acerca a la camitaolorosa de su hija pequeña. La besa en el rostro mientras duerme. Siente el beso tibio en la boca, perose equivoca porque es la tibieza de su propia sangre cuando la bala le atraviesa la espalda. c

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JAIME QUEZADA

Yo Augusto o elegía lírica a mí mismo

Sueño sentado en el living de mi casaUn día no cualquiera como hoy de ChileHago que me pasen un video sobre las torturasEl video dura horas días semanas meses añosPero no veo nada a no ser un caballo que se revuelca

/ en el picadero de la ciudadHago que me repitan el videoAños meses semanas días horasY tampoco veo nadaHasta el caballo ha desaparecidoSolo la pantalla roja rojaUna puesta de sol me digo¡Oh tardes de Bucalemu!Me traen un vaso de aguaDespués otroEn el segundo coloco una rosa marchitaY me bebo el primeroSalgo un rato a la terrazaNunca había mirado el cieloUna bandada de cuervos pasa volandoPido luego que me dejen soloCierro puertas y ventanasMe quito el uniformeY lo guardo cuidadosamente en un cajón del clósetMe quedo desnudo con la gorra y las botas puestasBusco papel y lápizEscribo una carta a mi nieto(Me dan ganas de cantarle una canción de cuna)Escucho como lluvia de piedras en el techoMe tapo con fuerza los oídosRe

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Pero igual más intensa la lluvia de piedras en el techoMe paso revista frente al espejoBusco una parte de mi cuerpo donde pegarme un tiroNo tengo corazónMe tiemblan las manos y las piernasEstoy pálidoSaco la rosa del vaso y me bebo el aguaEl vómito se me sube a la gargantaMe orino como un oso viejo¡Pobre Augusto! me lamentoYo el iluminadoYo el centro de la patriaYo el capitán general de la nueva repúblicaAl fin sale el disparoCaigo bocabajo en la alfombraAlcanzo a gritar pero no viene nadieNadie me recogeEntonces me veo en la pantalla del televisorCubierto con la bandera de ChileManchada de sangre.

Dibuje en un cuadernoLa vaina del guisanteLa caja de la adormideraLa cabezuela de la margaritaLa umbela del hinojoLa antera de un estambre con su saquito de polenEl cono del pino

Y escribaEl cáñamo es una planta textil

Lección de botánica que tuvo Alicia paraaprender prontamente poesía

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Cuerdas y tejidos salen de sus fibrasTambién el hachísEl agramarLa estopaEl abacá

Memorice ahora a manera de lecciónLa borraja tiene flores azulesLas raíces del brezo sirven para hacer carbón de fraguaCiertas encinas echan bellotas dulcesLa fucsia tiene flores rojas colgantes

El recuerdo del color de una rosa amarilla es de BorgesPúrpura la rosa de Rilke blanca la de MartíLa mimosa se abre y se cierra al contacto de la manoLa ortiga es irritante al simple contacto de la manoA ramalazo de ortiga Teresa de Ávila alcanzó penitente santidadOrtigosa yo Amado a tus piesSostenedme con flores fortalecedme con manzanasQue me desmayo de Amor

Las orquídeas son plantas epífitas y monocotiledóneasLas más hermosas orquídeas crecen en países de bosques tropicalesEn Chile no hay orquídeas

El apio es una planta umbelíferaEl apio es comestibleLa cicuta es una planta umbelíferaLa cicuta es venenosaNatura non facit saltus la naturaleza es perfecta dijo SócratesY se murió

El muérdago es una planta parásita antigua y sagradaBebida agridulce de dioses galos cisalpinosEl jugo del áloe es jugo curativo a pesar de su amargorY el suspiro azul se queda en suspiro azul y es dulceEl reino vegetal tiene propiedades que el duodeno entiendeEl hombre es un junco que piensa pensó Pascal

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El fruto del níspero se llama níspolaNaranjo es el árbol de la naranjaÁrboles machos dan frutos hembras y viceversaRevolución de las especies¿No ves que florece el manzano para morir en la manzana?Unisexuales las flores del pehuén o araucaria de ChileLas masculinas en amento las femeninas globosasY su fruto milenariamente alimenticio y sabroso

Hermafroditas las flores del sándaloSemejantes al lirio del campo al narciso a la amarilis al ajenjoEl ajenjo es una planta medicinal amarga y aromáticaArdiente y devota en una copa de VerlaineLa higuera es dicotiledónea al igual que el moral y la moreraVallejo escribió versos dicotiledóneos en su aldea del PerúEs de madera mi paciencia sorda vegetalEl capulí es una planta solanácea cuyo fruto se parece a una uvaAlucinadora y fernandeziana

El estoraque tiene el tronco resinoso y torcidoSus flores sin embargo son blancas y olorosasComo el romero de Castilla como el copal de QuerétaroCiertas adormideras tienen propiedades narcóticasLa raíz del beleño es narcótica el opio de la adormidera tambiénLa amanita de Tuxtla el zumo de la amapolaY la amapola sin embargo también es una flor

La amapola tiene flores róseas y resplandecientesDijo Alicia al despertarse una mañana en el jardín¿Cuáles son las partes de una flor?Se preguntó en alta voz concluyendo su lección de botánicaCáliz corola estambres y pistilos se respondió prontamenteY siguiendo el sistema natural de LinneoRepitió al revés y al derecho para no olvidarsePistilos estambres corola cálizCáliz corola estambres y pistilosY así varias vecesHasta ser ella misma la amapola floreciendo en el jardín. c

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PEDRO LEMEBEL

Pisagua en puntas de pie

Y recién hoy, cuando el país saltó al futuro con una mochila cargadade cadáveres que gotea la senda de su reconciliado desarrollo. Cuandolos días de espanto parecieran haberse evaporado y queda en el ayer laaureola menstruada de aquel tiempo. Noches de allanamientos, maña-nas con camiones verde oliva en la puerta, esperando pasajeros en viajede relegación. Hacia el sur, hasta una isla perdida en el mapa. Hacia elnorte, hasta alguna oficina salitrera implementada como campo de con-centración. Y ahí, en ese momento de abandonar el pasado, la vida fami-liar y la casa, con los milicos urgiendo la partida, con los milicos, metra-lleta en mano, empujando a los detenidos, que histéricos no sabían quéechar en la maleta del destierro. Agarrando el abrigo, la bufanda y laparka por si hacia frío. Que José, no se te olviden los remedios. QueCarmen, las jeringas de la insulina para la diabetes. Tampoco calzonci-llos, calcetines y toallas higiénicas para esa niña-mujer detenida en elcolegio. Y en el apuro, sin saber destino ni futuro, era difícil saber quéllevar en el equipaje de la relegación. Sobre todo si solamente se dispo-nía de unos momentos, presionado por los gritos y empujones de lossoldados amontonando izquierdistas bajo la lona verde sin esperanzasdel blindado camión.

La mañana cuando vinieron a buscar a Gastón, su casa era un revol-tijo de ropas y bultos que armaban y desarmaban las manos coliflorasdel bailarín y coreógrafo. Fotografías, maquillajes, mallas stretch y za-patillas de ballet regaban el piso, mientras él, un artista de la danza quehabía puesto su corazón en puntas de pie para apoyar el sueño allendista,cogía una manta, desechaba un pijama de seda, elegía un chaleco, du-daba tomando una camisa sport, guardaba unas botas con taco, se lecaía un cepillo, al tiempo que dos milicos impacientes lo apuntaban conel dedo en el gatillo. ¿Usted sabe dónde nos van a llevar?, preguntó Gastónarqueando su ceja depilada. Es un secreto militar que no se lo puedo decir.Y apúrese que tenemos poco tiempo, murmuró el conscripto casi ladran-do. Pero yo tengo que saber si es el norte o el sur, si hace frío o calor, paraver qué ropa llevo. Creo que usted va al norte, le dijo cortante el soldado.Pero, ¿a qué parte del norte?, ¿playa o cordillera? Parece que a Pisagua.Eso es playa, arena, mar y sol, pensó Gastón agarrando a la pasada sutraje de baño y una toalla.Re

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Y en esas largas tardes de campo de concentración, frente al mar de Pisagua, mientras los compa-ñeros se juntaban en largas reuniones políticas donde él no era invitado, mientras el resto de losprisioneros tallaban artesanías o escribían poemas de lucha y resistencia a escondidas de los guardias.Cuando el sol amarillo contrastaba con el azul turquesa de las olas, a la distancia, enmarcado por lasalambradas de púas, la figura en zunga de Gastón tomando el sol en su toalla naranja era casi uncomercial de bronceador en ese paisaje de aislamiento y muerte. Sin duda, era una rara contradicciónla imagen somnolienta del bailarín doblemente relegado en su metro de arena, exilio, alambradas ytorres de vigilancia, donde los guardias se burlaban de su frívolo veraneo en esa cárcel a cielo abierto.Pero en realidad, era Gastón el que burlaba la depresión y la gravedad de aquel cruel confinamiento.Era la única manera de huir de allí, aunque fuera bronceándose mariconamente en el mismo territorioque luego se transformaría en las anónimas fosas del norte.

No podis ser tan maricón, Gastón. Aquí estai en un campo de concentración, güebón, no en lasplayas de Río de Janeiro, le recriminaban con dureza sus compañeros de partido.

¿Y qué iba a hacer yo?, si ellos se lo pasaban en reuniones y más reuniones y había un sol tan lindoa la orilla del mar. A veces, las minorías elaboran otras formas de desacato usando como arma laaparente superficialidad. Gastón, dorándose en su toalla playera, escapaba de ese patio de tormento,como si su loca irreverencia transformara la toalla en un tapiz volador, en una alfombra mágica quelevitaba sobre las rejas, flotando más allá de las armas de los guardias, elevándose imaginariamentesobre ese campo del horror.

Es posible que algunos de los prisioneros que lograron salir de allí con vida aún recuerden la mañanacuando a Gastón le llegó su salvoconducto para salir de ese encierro, y luego partir al exilio en algúnpaís europeo. Gastón, con una sonrisa de par en par, dobló cuidadosamente la toalla, guardó el traje debaño y respiró hondo tragándose todo el aire, como si quisiera borrar de un suspiro la atmósferamacabra de ese sitio. Después, se despidió de todos sus compañeros, y caminando en puntas de pie,cruzó las púas de la entrada y con su bronceado tropical desapareció en la polvareda del camino sinmirar atrás. c

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TERESA CALDERÓN

A Clelia, mi mejor enemiga

Nunca escuché que la muerte era carne de muerte.Sin embargo te he visto,fumándote un huiro en la esquina de la cité.

Te está esperando,tu maldad grita en forma de cáncery se escurre como un pus violento en la acequias.

Dicen que ya no robas en las tiendas, Clelia,que se te van yendo las fuerzas,que tan vieja como estástienes miedo que te pilleny pierdas el botín.

Oh, vanitas vanitatis,te han prohibido teñir las raíces de tu pelola quimioterapia y la tintura no se llevan bien pero se llevanlos premios,en la complicidad de los ministerios y los misterios.

Te han visto, Clelia, encendiendo cigarrilloscon billetes de cien dólarestú, la dueña de casa, engrasada en condilomasy fumas y bebes para que la muerte se confunday entre tú y ella, se lleve a sí mismaal averno más negro.

Pero la muerte te conoce hace rato,y contigo ya nadie se equivoca.

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Te quiero, Clelia,te quiero muerta y repodrida como el gusano que eres.¡Que tengas una muerte inolvidable!

Ubi Sunt

Sumergida en atardeceres y enfermedadespuedo verlacuando escribe testamentos sobre mi piel antigua.Como un palimpsesto va llenándose de signosque quisiera comprender mejor.

¿Hacia dónde han partido la tersuray la inocencia?

¿Dónde esperan los amigos,los parientes muertos?

¿Solo huelo el aire de antiguas desdichasy una infancia atropellada?

¡Ave Muerte,los que vamos a morir te saludamos! c

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ELICURA CHIHUAILAF NAHUELPAN

Ñi Kallfv pewma mew ñi epew /Relato de mi sueño azul

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Ñi Kallfv ruka mu choyvn ka ñi tremvn wigkul mew mvley wallpaleywalle mu, kiñe sause, kamapu aliwen, kiñe pukem chi choz aliwen rvmeltripantv mu kiñe antv allwe kochv ulmo reke ka tuwaymanefi chillko tapu pinza rvf chi kam am trokiwiyiñ, kiñe rupa kvnu mekey! Pukemwamfiñ ñi tranvn ti pu koyam ti llvfkeñ mew wvzam tripalu. Zum zumnar chi antv mu tripakiyiñ, pu mawvn mu ka millakelv nar chi tromv muyeme ketuyiñ ufisha –kiñeke mu gvmañpekefiñ ka kura ñi nvtramkakenta kulliñ lan mu egvn weyel kvlerpun mu pu ko egvn–. Pun feyallkvtukeyiñ vl, epew ka fill ramtun inal kvtral mew neyentu nefiyiñ tinvmvn kvtral kofke ñi kuku ka ñi ñuke ka ñi palu Maria, welu ñi chawegu ta ñi laku egu –Logko lechi lof mew– welu kvme az zuwam pukintukeygu. Pichikonagen chi zugu nvtram kaken welu ayekan chi pu komzugu no. Welu fey mu kvme kimlu ti vlkantu trokiwvn. Fillantv pvramniel chi mogen welu pichike inakan zugu no wilvf tripachi kvtral, pu gemu pu kvwv mu.

Luku mu metanieenew ñi kuku allkvken wvne ti kuyfike zugu tatialiwen egu ka kura ñi nvtramkaken ta kulliñ ka ta che egu. Fey kamvten,pikeenew, kimafimi ñi chum kvnvwken egvn ka allkvam ti wirarchizugu allwe ellkawvn mu kvrvf mew. Ñi ñuke reke wvla, kisuñvkvfkvlekey che mu rume pekan llazkvkelay. Fey pekefiñ ñi walltrekayuwken tuwaykvmekey ñi kuliw poftun mu ti lvg kalifisa. Fey tifvw fey kvme pun ga witralkvley kvme ñimiñ zewkvlerpuy.

Sentado en las rodillas de mi abuela –monolingüe del mapuzugun / elidioma de la Tierra– oí las primeras historias de árboles y piedras quedialogan entre sí, con los animales y con la gente. Nada más, me decía,hay que aprender a interpretar sus signos y a percibir sus sonidos quesuelen esconderse en el viento.

También con mi abuelo, Jefe de la comunidad (bilingüe en mapuzuguny castellano), compartimos muchas noches a la intemperie. Largos si-

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lencios, largos relatos que nos hablaban del origen de la gente nuestra, del Primer Espíritu mapuchearrojado desde el Azul. De las almas que colgaban en el infinito, como estrellas. Nos enseñaba loscaminos del cielo, sus ríos, sus señales. Cada primavera lo veía portando flores en sus orejas y en lasolapa de su vestón o caminando descalzo sobre el rocío de la mañana. También lo recuerdo cabalgan-do bajo la lluvia torrencial de un invierno entre bosques enormes.

Con mi madre y mi padre salíamos a buscar remedios y hongos; con ellos aprendí los nombres delas flores y de las plantas. Los insectos cumplen su función. Nada está de más en este mundo. Eluniverso es una dualidad, lo positivo no existe sin lo negativo. La Tierra no pertenece a la gente,Mapuche significa Gente de la Tierra –me iban diciendo.

Este relato / poema –«Sueño Azul»–, cuyo breve fragmento refiero, se ha transformado en lacolumna vertebral de toda mi Oralitura (la escritura al lado de la Palabra de los Mayores, intentandosiempre acercarla a sus cadencias, a su implícito canto). Columna vertebral, digo, porque es el centrode mi pensamiento, de mi memoria, en el cobijo de mi familia que me otorgó el privilegio de la vivenciay el entendimiento de la Ternura y la Libertad, siempre en el contexto de la filosofía indígena de que «laTernura también a veces duele». Eso significa una disciplina de cariñoso respeto a los Mayores y ala Naturaleza. Lo que digo en ese texto es tan solo la descripción de la realidad de mi vida interior yexterior, no hay nada inventado en esas líneas. Es también mi posición ante la denominada «moderni-dad» intercultural.

Nuestra cotidianidad transcurría la mayor parte del tiempo en una gran cocina a fogón. Allí recibimos,sin darnos cuenta, la transmisión de lo mejor de nuestra cultura en todos sus aspectos: el arte de laConversación y los Consejos de nuestros mayores. La Conversación ritual en la que –para despertartodos los sentidos, nos decían nuestros abuelos y nuestras abuelas– se compartía la Palabra discursivao cantada, la comida, la bebida y, a veces, el dulce sonido de los instrumentos musicales, mientras ennuestra visión ardía la llama de la imaginación. Cada uno de los que estábamos en torno al fogón –niñosy adultos– adoptábamos la posición que mejor nos acomodara, de tal modo que se cumplieran lascondiciones necesarias para el difícil y permanente aprendizaje de Escuchar.

Por las mañanas nuestros mayores se preguntaban unos a otros si habían soñado: «Pewmatuymi? /¿Soñaste?», decían. La cultura mapuche sigue siendo una cultura en la que el lenguaje de los Sueñosocupa un espacio muy importante. Desde allí surgen, con frecuencia, nuevas Palabras, nos dicen. Losverdaderos Sueños tienen un carácter de anunciador de lo que vendrá. En los Sueños se constata quecuando andamos dejamos huellas, pero al mismo tiempo proyectamos otras. Por eso podemos develarsu derrotero en el devenir del tiempo, porque son huellas más prístinas y pueden –por lo tanto– ser«leídas» más fácilmente que aquellas del pasado lejano o inmediato y menos o más cubiertas por elpolvo de la tierra y el recuerdo.

Escuchando a nuestras Ancianas y a nuestros Ancianos, los niños y niñas comenzábamos a apren-der el arte de iluminar los Sueños para –en el transcurso de los años– acercarnos a la sabiduría de sucomprensión. Porque, dado que somos una pequeña réplica del Universo, nada hay en nosotros que noesté en él. La gente viaja por la vida con un mundo investido de gestualidades que se expresa antes queel murmullo inicial entre el espíritu y el corazón sea realmente comprendido. Por eso, nuestros Sueñostienen su trascendencia en el círculo del tiempo (somos presente porque somos pasado y solamentepor ello somos futuro) tal como lo ha sido el Sueño de la Tierra contenido en el relato de origennuestro, el relato de nuestro Azul. Sí, «el primer espíritu mapuche vino arrojado desde el Azul», perono de cualquier Azul sino del que fluye desde el Oriente, dijeron. Es la energía Azul que nos habita y que

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cuando abandona nuestro cuerpo sigue su viaje hacia el poniente para reunirse con los espíritus de losrecién fallecidos y juntos continuar el derrotero hasta el lugar Azul de origen para completar el círculode la vida.

Itro Fil Mogen es el centro de nuestra filosofía y significa la totalidad sin exclusión, la integridad sinfragmentación de todo lo viviente, de la vida. Es la biodiversidad, nos dicen hoy desde la culturaoccidental. Somos apenas una pequeña parte del Universo, una parte más de la Naturaleza –la Tierra–de la cual aprehendemos nuestra Palabra. Una parte más con todo lo esencial que ello implica en lareciprocidad. Por eso, nos dicen, debemos tomar de la Tierra solo lo necesario para vivir. No somosutilitarios en el misterio de la vida. Así, la Tierra no tiene un sentido utilitario para nosotros. Tomamosde ella lo que nos sirve en el breve paso por este mundo, sin esquilmarla, así como ella nos toma –pocoa poco– para transformarnos en agua, aire, fuego, verdor. Por eso, nuestra gente nos dijo y nos estádiciendo: A mayor Silencio, y consiguiente Contemplación, más profunda será la comprensión delLenguaje de la naturaleza y, por lo tanto, mayor será la capacidad de síntesis de los pensamientos y desus formas con las que vamos fundamentando la arquitectura de la poesía, el canto necesario paraconvivir con nosotros mismos y con los demás.

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Ya en el exilio de la ciudad, en medio del viento que hacía crujir nuestra casa de madera, comencé a leerespecialmente narrativa chilena y todas las revistas y libros a los que tuve la posibilidad de acceder.Textos que despertaron mi curiosidad, mi nueva necesidad de asomarme a espacios desconocidos.Porque el mundo es como un jardín, nos dijeron y nos están diciendo; cada cultura es una delicada florque hay que cuidar para que no se marchite, para que no desaparezca, porque si alguna se pierde todosperdemos. A veces pueden parecernos semejantes, pero cada una tiene su aroma, su textura, sutonalidad particular. Y aunque las flores azules sean nuestras predilectas, ¿qué sería de un jardín solocon flores azules? Es la diversidad la que otorga el alegre colorido a un jardín (al mundo lo reencantany lo enriquecen todas las culturas o no lo reencanta ni lo enriquece ninguna, me digo). Así inicié estaconversación conmigo mismo, en la lejanía de mi gente y de mis lugares, en la que me hablabantodavía más intensamente las voces de mi infancia.

Pero, ¿de qué sirve la Palabra Poética si uno no la asume como un modo de vida? Soy mapuchey chileno, pertenezco a la Nación –a la cultura– Mapuche. Soy una expresión de su diversidad. Voy yvengo desde un territorio en el que nuestra gente ha permanecido durante siglos sosteniendo una luchapor Ternura, cada cual desde el lugar en que la causalidad lo ha situado. Ñuke Mapu es nuestra MadreTierra, nos consideramos sus hijos e hijas como uno más entre los seres vivos. Por eso, nos dicen,¿qué hija, qué hijo agradecido no se levanta para defender a su madre cuando es avasallada? En elcírculo de la vida, somos presente porque somos pasado y solamente por ello somos futuro. No esposible escindirlo, no es posible el olvido. Olvidarse es perder la memoria del futuro, nos dicen.

Escribo, escribo, escribo; escribo en mi corazón. Dolorosa ha sido también nuestra historia. A estahora –como a toda hora, nos dicen– unos vigilan Soñando –trabajando– en la construcción de laLibertad y la Ternura para todos los seres humanos, mientras otros vigilan calculando el mejor modode socavar esos Sueños para que se derrumben, para que se obnubilen.

Quiero recurrir otra vez no solo a la memoria de mi gente sino también a la memoria de personasque en el mundo, desde lo mejor de sus culturas, nos han permitido saber que el ser humano es unosolo mirando su universo interior y exterior desde diferentes perspectivas en la dualidad que nos habitay que habitamos. Personas que nos han permitido pensar acerca de nuestra condición construida

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también con historias –y desde identidades– particulares que contienen la misma inquietud de búsque-da de la libertad y de la igualdad sostenida en la constante pregunta respecto de qué es el ser, paraalcanzar algún día esa Ternura verdadera por la vida de todas las culturas, de todos los pueblos.

Han transcurrido poco más de cien años desde que el Estado chileno consolidó la irrupción violentaen nuestro País Mapuche. ¿Y qué ha cambiado? Sí, digo, algo ha cambiado, algo que no sé expresarcon claridad porque no ha alcanzado su hondura en la Palabra que se pronuncia y que pronuncio. Poreso no ha logrado hacerse prístino en los espíritus, en las miradas que siguen pesando sobre la piel delos que somos indígenas, y que comienza a pesar también hoy sobre la piel de tantos blancos categorizadosde «hispanos» y que son condenados a ejercer los peores trabajos por la sinrazón de las sociedades queno conversan y concluyen generando, paradójicamente, sus propias dictaduras de libremercado.

Hay unos pocos, abiertos o encubiertos, dueños del poder –cada vez menos quizá, pero más fero-ces– que nos igualan en mayorías marginadas de sus historias oficiales, de sus milagros económicos,de sus «modernizadas» justicias. Ahora recorren otra vez la tierra para confabularse. ¿Y qué debemoshacer nosotros?, nos están diciendo algunos de nuestros mayores, nuestros Lonko, y nuestros jóvenesdesde las cárceles chilenas.

Tenemos nuestros Sueños acosados por esa dura realidad. La memoria del joven Jefe Sealth, desdetierra Suquamish, nos está diciendo: Si incluso consideráramos

[...] la posibilidad de que el hombre blanco nos compre nuestra Tierra, mi pueblo pregunta: ¿qué eslo que quiere el hombre blanco? ¿Cómo se puede comprar el cielo, o el calor de la Tierra, o lavelocidad del antílope? ¿Cómo vamos a venderos esas cosas y cómo vais a poder comprarlas? ¿Esque acaso podréis hacer con la Tierra lo que queráis, solo porque un Piel Roja firme un pedazo depapel y se lo dé al hombre blanco? Si nosotros no poseemos el frescor del aire, ni el brillo del agua,¿cómo vais a poder comprárnoslo? ¿Es que acaso podéis comprar los búfalos cuando ya habéismatado al último?

La memoria del joven Martin Luther King nos está diciendo:

Este no es el momento de tener el lujo de enfriarse o tomar tranquilizantes de gradualismo. Ahoraes el momento de hacer realidad las promesas de Democracia; ahora es el momento de salir deloscuro y desolado valle de la segregación al camino alumbrado de la justicia racial. Entonces lesdigo a ustedes que aunque nosotros enfrentemos las dificultades de hoy y de mañana, aún yotengo un Sueño. Es un Sueño profundamente arraigado en el Sueño americano.

Algo ha cambiado en Chile –me dicen–, algo ha cambiado en el trato del Estado chileno hacianuestro pueblo, mas ¿qué ha cambiado? Pienso en mis hijas y en mis hijos, pienso en mis antepasadosmuertos. Me dicen: «No, no somos solos; no estamos solos». Hoy día, ante la amenaza de la anulacióny de la destrucción, en el espíritu y el corazón de la humanidad silenciosamente germina y se construyealgo que responde a las leyes de la lenta reconstitución de las hebras del más antiguo tejido universal.

Recibimos el regalo de la Palabra, nosotros optamos por ahondar en su tierno y a veces durocamino. Sabido es que nuestro «oficio» es solitario, pero lleno de las voces de nuestra gente y delUniverso infinito. Nos nutrimos de la observación que nos invita al Silencio. Y aunque escribamos paranosotros mismos, escribimos a orillas de la oralidad de nuestros mayores, de cuya memoria aprende-mos los sonidos y su significación ya develada. Ellos, ellas, nos entregan el privilegio –el desafío– de

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lo por nombrar. La palabra dicha o escrita con verdad siempre brillará como una estrella, nos dicen.Por eso, me sigo diciendo, no podemos olvidar que los pasos cotidianos en el territorio nuestro tienenque ver con los pasos del viento, pero también con los del más pequeño insecto. Con la mirada delcóndor en alto vuelo, mas también con la oruga. Con el grito de los ríos torrentosos, pero también conel silencio de los lagos. Con la prestancia del huemul, mas también con la humildad del pudú. ¿Puede elbosque renegar del árbol solitario? ¿Puede la piedra solitaria renegar de su cantera?

La primera y más importante grada en la creación y en el método científico es la Observación. Enla búsqueda de respuestas sin certezas –generadoras siempre de nuevas e infinitas preguntas– respectode cómo nos instalamos en esta tierra, ella le sigue otorgando la energía de ser, de existir. La observa-ción definió la visión de mundo desde la que comenzaron a creer y a crear todas las culturas, todos lospueblos, en todos los continentes, sin excepción. El círculo del pensamiento –Silencio, Contempla-ción, Creación– permitió que cada sociedad escuchara, percibiera y, por lo tanto, nombrara su entornovisible e invisible de una manera propia.

Otra vez la Palabra en la construcción de lo nombrado, y proyectando también los despojos de uncuerpo que será nuevamente tierra, fuego, agua, aire. El impulso constante de la Palabra intentando asirel misterio de la vida. La Palabra, agua que fluye pulimentando la dura roca que es nuestro corazón. LaPalabra, el único instrumento con el que podemos tocar aquello insondable que es el espíritu de un otro /una otra. La Palabra, esa penumbra en la que podemos acercarnos al conocimiento (a la comprensión)del espíritu de los demás seres vivos y también al de aquellos aparentemente inanimados. c

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VERÓNICA ZONDEK

Boqueo

Aireaire para vivirdijoy dio palmadase inhaló mierday sollozólamió su primer vagidoy luego otroy otro máshasta que la vida le movió el piso de los ojoslos pieslas uñas ybailóbailó boqueando por airehasta que ay-yay-yayla Violeta no quiso másvino y se negóal aire se negóporque sin cariñodijono hay aire que valgayun agujero en su cuerpo se plantóun querer queriendo se hizoquisono más respirar en la viday el águila abandonole el almahasta posar sus dos garras en el aireaire de cielo rojo y plateadoavión de carne y huesoarrebujado en celeste vaina

con su gracia Violeta entre las alasy luego ay-yay-yayel suspirola negación del aireaireaire con veneno para respirary el sueño en jaula de oroy el firmamento azulado tan solo a vecespero es máses peorporque gris el aire nutre hospitalesinvade niños que ni llorar puedenpuro Chile en el tingladoboqueando como peces botados por la olacongrios calcinados sobre la playa calientepúblico ávido y tibio en las butacasávido en el teatroresuello de trompetasde trombones/flautas/saxos/traversassentado, mullido en el aplauso entusiastaatentoplatea alta y bajaigualado por el oxígeno tan democráticosorbensorben un aire expulsado hasta sus tan ro-sadas orejasay -suspiran ternurasrecuerdosemociones temblorosasy el gas gotea

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gotea de oreja en narizde nariz en pulmónhasta que atroz y tronanteun silencio invade la grietay en pleno Moscúen el invernal y hermoso del Kremlinboqueanboquean otra vez los cuerposbreganbregan por restos de airevidami vida amadami amada vidaporque aún no acabo de mascar lamarraquetae irmey desertar no quierobajarme no del tren no puedomas el aire se tiñe con interesesy el yo no valeno sirvees número más o número menosy cuántoscuántos hay que son túque son yoy esos otros tan ellostan humanostan despojo de sí mismosdesnudos en la cámaraaullantes en la cámara de gasdesnudosvergonzadosdesnudosdesnudos y vivospataleanse apisonan unos a otrosboqueanboquean elegidos los congriosblancos/negros/colorados

unos sobre otros en pilasabajo los viejos sin airelos niños encima sin airesin aire las mujeres más arribay sobresobre toda la humana carroña anfibiaesoslos más fuertes, musculosos y en saludboqueanboquean sin airebuscangritansusurran por aireaireaireaire que ya no veoquéquéque me muerodóndedónde si no respiro entre el humono huelono huelo el desecho que somosla basura hasta el cogote no sientoaire habíaaire de peces habíaaire de avesaire para ser de carnedóndedónde para bailarpara enamorar dóndey el clamor de las manitasel clamor por el espejopor un último respiro en la imagenpor saber la muerte ciertaantesantesantes dea.......ban.......do.......nar. c

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Querida Julliette:

Me gustaría tanto conocer más cosas de tu vida. Saber, por ejemplo,qué dulces te gustaba saborear cuando tenías siete años, a la salida delcolegio, ¿los camotillos, los empolvados, la sustancia de Chillán? Saberen qué parque se iniciaban tus vuelos a los doce, sobre un columpiosupersónico. Saber qué afortunado Príncipe Azul hacía latir tu corazóna los quince. Y a quién miraban tus ojos sorprendidos en esta últimafotografía que te tomaron y que no me canso de contemplar.

Es que te pareces mucho a Magdalena. Y sé también que tu vida y lade ella son demasiado semejantes. Admiro el cuello largo y fino entreesos cabellos castaños que pasan de los hombros; tus labios tranquilosque no se abren; esa nariz respingona que asciende suavemente haciatus ojos amarillos que parecen disparar su brillo en la dirección de lossueños. Y me muerdo los labios al comprender otra vez que mis pregun-tas nunca tendrán respuesta.

Tus rasgos y los de Magdalena. Tu vida y la suya, Julliette. Y lahistoria, desde luego.

Te detuvieron el 20 de junio de 1975, caminando por una callecita deÑuñoa. A ella la detuvieron el 27 de septiembre, cerca del Parque Fores-tal. Dos militares la obligaron, igual que a ti, a subir a un vehículo. Tutenías ocho meses de embarazo; Magdalena, seis. Vivían en un mundodominado por tanques, fusiles y helicópteros que vigilaban la ciudadpara una pandilla de criminales que creían tener la razón.

El hijo de Magdalena no alcanzó a nacer. Del tuyo, se desconoce eldestino. ¿Es que nadie quedó para entregarnos una mínima noción delos hechos? Alguien reconoció tu voz en un laberinto de Villa Grimaldi.La voz de Magdalena, en esa misma prolongación del Infierno, la llegó adistinguir Alex Gutiérrez, alias El Nutria.

Probablemente, igual que a ella, cuando subiste al automóvil te ven-daron la vista y estamparon tela adhesiva sobre tus labios. Si acasotenías una cita esa tarde, como ella, tampoco pudiste acudir. Y quizá,

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también como ella, se cerraron tus ojos durante alguno de los interrogatorios, y partiste con los labiosmuy sellados.

Tú eres la realidad, Julliette. Y Magdalena es la ficción: el personaje de una novela que escribí. A ellala conozco bien, porque la inventaron mis sueños. Quizá a ti te conozca tan solo porque la conozco aella. Pero entonces, ya no podrás salir de mi corazón. c

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LUCÍA GUERRA

Emboscadas de la memoria

No me pregunte por qué le estoy hablando, compadre... Hay tantascosas que no tienen ninguna explicación en este mundo. Pero vale lapena contar nuestros errores, sacárselos de aquí adentro como si fue-ran paladas de barro removiendo el pasado hasta quedar limpio... Conlos años uno se da cuenta de que la vida es un puro melcoche, unarevoltura de hechos que nunca terminan de comprenderse porque estáncambiando constantemente. A mí a veces se me ocurre que la vida esigualita a esos cuadros de aceite y arena que ahora andan vendiendo porla calle... paisajes imprevistos, compadre, que se van armando en la cajade plástico a medida que sube el aceite siempre verde o azul para dejar laarena convertida en una montaña, en un gigante descabezado bajo lasnubes y entre la copa de los árboles... Pero basta que uno ponga el cuadropatas pa’ arriba para que la arena vuelva a desmoronarse y el aceite subacreando otras formas siempre imprevisibles. Yo no sé si usted conoceestos cuadros, funcionan con el mismo mecanismo de un reloj de are-na, nada más que ahora han inventado el aceite de color que irrumpecomo burbuja haciendo de las suyas con la arena que antes caía en unflujo ordenado. Así creo yo que es la vida, compadre, totalmente ines-perada, incomprensible, por la pucha, y a mí me parece que le estoyhablando porque necesito ponerle un poco de orden a mi vida, aunquesolo sea a través de las palabras, y sobre todo porque las palabras lim-pian, van sacándole a uno tanta mugre que lleva adentro.

Mientras le estoy hablando, se me figura que esos volcanes que seven allá atrás empiezan a vomitar y toda la lava va a caer al mar, ola a oladesafiebrándose, perdiendo la capacidad de quemar hasta convertirseen peñascos dando tumbos en el agua. No sé si me entiende, compadre,pero a mí me parece en este momento que si le cuento lo que pasó esanoche, mis frases van a ser como el agua enfriando este fuego taninmundo que he llevado dentro de mí durante tanto tiempo.

¿Se acuerda que cuando entré al ejército me mandaron a Temuco?Bueno, ahí pasé como dos años y después me trasladaron a Santiagodonde no tenía a ningún familiar, excepto a la señora Carmen, una pa-rienta lejana que me prestaba una pieza durante los fines de semana enque estaba de franco. Pa’ serle sincero, compadre, era bien poco lo queme gustaba salir del cuartel porque esta veterana, aunque era muy Re

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cariñosa, me ponía tenso... todo en la casa de ella transcurría como en cámara lenta y yo ya me habíaacostumbrado a las voces de mando, a los ejercicios en el campo de entrenamiento y a las viandas quevolaban a mediodía como si el tiempo fuera una metralleta. Así es que esa mañana armándome de mucha,pero mucha paciencia, me paseé por el patio esperando que la señora Carmen terminara de preparar eldesayuno con su parsimonia de anciana ya tembleque y, como siempre he tenido muy buen corazón,pese a todo lo que los milicos me hicieron hacer, cuando me senté a la mesa me dediqué a escucharla,aunque ya me conocía más que de memoria todas las historias que contaba...

¿Por qué será que la gente vieja siempre cuenta las mismas historias?... Es como si de ese montónde cosas vividas solo quedaran cuatro o cinco que siguen alumbrando y todos los otros hechos deluniverso de la vida, como diría un poeta, se hubieran extinguido para siempre... En fin, como le estabadiciendo, mientras tomábamos el desayuno yo la escuchaba, corrigiéndola sí de vez en cuando porque,en esos últimos fines de semana, a ella le había entrado la manía de inventar detalles y cambiarle losnombres a los muertos... Yo no sé si sería porque cuando uno está aburrido se pone a imaginar cosas,pero mientras ella hablaba a mí se me ocurría que los muertos de doña Carmen habían salido de latumba y estaban revoloteando entre el pan tostado y los pocillos de mermelada. Ahora me doy cuenta,compadre de que en esa época ya intuía ciertos hechos, pese a lo bruto que era. Pura intuición no más,porque a nivel racional pensaba otra cosa, pero muy dentro de mí, sospechaba que los muertos siguenviviendo en este mundo... Así es que intuyendo que oían todo lo que ella estaba diciendo, la interrumpíapara corregirla porque me parecía que les estaba faltando el respeto, aunque ahora también se meocurre que, como ella ya estaba con un pie en la sepultura, cambiaba un poco las cosas porque susmuertos, teniéndola tan cerca, le transmitían sus deseos, lo que ellos habrían querido que hubierapasado... ¿No le parece? Es muy posible que la Adelita, su hermana que murió tan niña de una pulmo-nía, hubiera querido morir en los brazos del novio que nunca tuvo y que su marido siempre hubieradeseado llamarse Claudio en vez de Ramón, y por eso ella le había empezado a dar ese nombre...

En todo caso, en esa época a mí me parecía que eran manías de la vejez, huifas de señora entradaen años... «¿Y qué va a hacer hoy día, Panchito?», me preguntó por puro preguntarme no más porquesabía muy bien que en mis días de franco a mí me gustaba prolongar el orden y la disciplina del cuartelsiguiendo siempre el mismo itinerario. Pero, como parte de esta otra rutina de civil que se repetía unavez cada tres semanas, le contesté que me iría un rato a la Plaza de Armas y que no se molestara enprepararme almuerzo porque iba a comer cualquier cosa en el centro, antes de irme a pasar la tarde alParque Forestal. Eso era lo que yo hacía siempre, compadre, y allá en el Parque nunca faltaba una minasola con quien entablar conversación... Como era tan relacho, ligerito me entraban ganas de cubrirla depiropos y frases que aprendía por ahí en la radio. Como a la descuidá, le tocaba la mano, la invitaba alteatro Santa Lucía y en lo oscuro me la zampaba a besos... Ahora si la ñata salía de buena voluntá, bienpoco que me costaba convencerla de que cruzáramos al cerro y, en un rincón a los pies de Caupolicán,le hacía el amor. Porque hasta pa’ eso me había puesto milico, pues, siempre en el mismo rincón y pormudo testigo al valiente héroe araucano...

De modo que siguiendo la costumbre, me bajé del metro en la estación de la Universidá y me fuicaminando por el Paseo Ahumada que a esa hora hervía de gente, toda arremolinada alrededor de losvendedores callejeros. Como tengo mucha más estatura que toda esa chamuchina de gente, empecé adarles sus buenos codazos pa’ que me dejaran pasar, de adrede pegando fuerte porque los milicos mehabían enseñado a despreciar a los civiles. Era un día lleno de sol, compadre, de esos días que le augurana uno buenos momentos, y bastante contento entré a la Plaza de Armas por el costado de la Catedral,aunque detestaba a los curas porque se habían puesto a jorobar al general Pinochet; usted se tiene queacordar que los sacerdotes habían creado la vicaría de la solidaridá pa’ proteger a los comunistas con

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abogados y querellas y el capitán, allá en el cuartel, no perdía ocasión para hablar en contra de ellos...Al pasar por la puerta de la Catedral, una chiquilla medio santurrona se me quedó mirando y yo, comoen ese tiempo le tenía rabia a los curas, le devolví la mirada como desafiándola. Pero algo había en losojos de ella que me hizo recordar a la muchacha aquella del campo de detención y, como si sus ojoshubieran sido el filo de un cuchillo que rompía la coraza de un fruto muy amargo, se me subió al pechouna bocanada de remordimiento... no sé de qué otra manera podría explicarle, compadre, esa sensa-ción de que súbitamente aflora la hiel del remordimiento inundándolo a uno de pies a cabeza...

Tratando de olvidar a la muchacha de la Catedral, me repetí tres o cuatro veces que hacía ya tiempoque ella estaba bien enterrada bajo tierra y que el sargento tenía razón de que no había que tenerlemiedo a los muertos porque eran puros huesos y piltrafas. Además me dije que no había nada departicular en que esa chiquilla me hubiera mirado porque por algo había sacado la buena facha de mitaita que nunca dejó de tener sus amoríos por otra parte... «Nació con suerte el gallito», me decía elviejo lleno de orgullo, «con la pinta que heredó de su padre, hijo, nunca le van a faltar mujeres». Pa’ quéle cuento lo que protestaba mi mamá en la cocina... «¡No se te ocurra hacer sufrir a las mujeres,Pancho, porque ahí mismito te agarro a correazos y si ya estoy muerta, te juro que vendré en la nochea tirarte de las mechas!». La pobre se la pasaba llorando porque nunca faltaba una vieja copuchentaque le viniera con el cuento de que habían visto a mi papá muy acaramelado con otra mujer, pero elviejo era vivo y pa’ consolarla le salía siempre con lo mismo... «¡Ya, Rosa, no llorís más!... hastacuándo te voy a decir que tú soi la Iglesia Mayor y todas las otras mujeres son puras capillas sinimportancia»...

Fue acordándome de ellos que se me desvió la mente y me liberé de esa sensación de remordimientoque me había producido la chiquilla santurrona y, ya aliviado, llegué hasta la estatua de don Pedro deValdivia... pero cuando las cosas andan mal, compadre, no hay manera de hacerles el quite, es como sicada paso que uno da ya hubiera sido determinado por el destino... Imagínese usted mi sorpresacuando descubro que un grupo de gente se había instalado en la plataforma de la estatua para comerhelado mientras los cabros chicos corrían y chillaban entre las patas del caballo, si faltaba nada másque se encaramaran arriba de la cabeza del notable fundador del ejército chileno, como lo llamaban alláen el cuartel... Me entró una rabia tan grande que me dieron ganas de fusilarlos a todos ahí mismo consus barquillos y sus chiquillos llenos de mocos. Echando garabatos me fui hasta la glorieta dondesiempre me entretenía un rato mirando a las mujeres que pasaban, pero ese día no pude disfrutar aninguna porque, sin querer, se me iba la vista hasta la estatua y me volvía la rabia y las ganas defusilarlos a todos... Ahora que lo cuento, me parece raro que la chiquilla de la Catedral y la gente arribade la estatua me hayan afectado tanto, compadre, porque no había ninguna razón lógica para sentirremordimiento ni ponerme iracundo, pero, claro, todo esto era una conjuración del destino que habíadecidido que yo ese día tenía que pasar por esas cosas que me forzarían a cambiar el itinerario fijo demi rutina de civil.

Molesto presentí que si me iba al Parque Forestal, también algo o alguien iba a lograr aguarme elpaseo, y entonces decidí ir a ver a mi otro compadre que no sé si usted alcanzó a conocer antes de queocurriera el accidente. A un hombrecito que vendía juguetes en la esquina, le compré una muñeca deTaiwán pa’ llevársela de regalo a mi ahijada que ya debería tener unos cuatro años, y de un salto, mesubí a una micro Recoleta... como no conocía mucho esos barrios viejos de la ciudad, en cuanto sedesocupó un asiento, me entretuve mirando las casas y la gente; después empezaron a aparecer lasfachadas de los negocios donde hacen las lápidas de mármol para los muertos, en una esquina a laderecha estaba un restaurante que se llamaba El Quitapenas, y a mi izquierda se veían los puestosllenos de flores y coronas. La micro se detuvo un rato largo frente al cementerio con sus mausoleos y

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cientos de hileras de cruces en la tierra... y no sé por qué me volvió a subir la misma bocanada deremordimiento que había sentido en la Catedral... miré la muñeca que llevaba en la falda y, ¡compadrepor Dios!, me entró tanto miedo... tenía la misma cara de la muchacha que había matado en el campode detención... y hasta me pareció ver que le temblaban los labios y que me iba a decir lo mismo queme dijo un prisionero allá en el sur... a él yo no lo maté, pero siguiendo las órdenes del sargento, metocó amarrarle los brazos con alambre y llevarlo hasta el tronco de un árbol donde se lo iba a fusilarjunto con otros cinco campesinos que habíamos aprehendido en una casucha en el medio del bosque.«No hay piedad en este mundo para los que no tienen piedad», me dijo con la misma voz que debehaber tenido Jesucristo... y cuando les corrieron balacera, sus palabras siguieron retumbando comoun eco que no se acababa nunca... A mí y a otros dos soldados nos ordenaron que caváramos la fosay le juro que cada golpe en la tierra volvía a repetir el eco, como si ese hombre aún no hubiera muerto...«Depositen los cadáveres», dijo el sargento, y ahí recién como que volví a la realidad, compadre, losmiré a todos medio despistado y por fin dejé de oír esas palabras... Pero ahora en la micro las volvía aoír, igual que si estuviera en medio del bosque, y la muñeca que llevaba en la falda era ella, la muchachaque se murió por culpa mía... aterrorizado y a punto de salir corriendo, miré a los otros pasajeros. A milado un viejo se dedicaba a leer el diario y más allá, en el asiento del frente, una señora iba tejiendo acroché, fue en eso que partió la micro dando un bocinazo que casi me saca el corazón por la boca... enunas cuadras más me tocaba bajarme, y cuando llegué a la casa de mi otro compadre que no veíadesde hacía tanto tiempo, menos mal que se me pasó esa sensación de pánico tan terrible...

Pa’ qué le cuento lo contentos que se pusieron cuando me vieron llegar... la comadre, muerta de larisa, se puso a hacer unas sardinas con cebolla y nos pasamos toda la tarde tomando vino y conversan-do. Ya cuando estaba oscureciendo, el compadre pa’ callao me propuso que nos fuéramos a una boîterebuena que habían abierto en el barrio. «¡Vamos, compadre! Yo le meto la chiva a la Alicia de que lovoy a acompañar a esperar la micro y nos arrancamos para allá... Le va a gustar, hay unas tontas másmacanudas...».

Así es que partimos pa’ la boîte y seguimos tomando mientras esperábamos que empezara el show.El compadre que ya estaba bien cocío se puso a silbar a todo chancho cuando aparecieron las coristasy yo que también estaba requeteborracho, me dediqué a fumar con la cabeza gacha, solo mirando devez en cuando hacia la pista. «¡Puta que tiene güenas piernas, mijita!», gritó de pronto el compadre yfue entonces cuando la vi... llevaba un bikini negro lleno de lentejuelas, en el ombligo se había puestoun botón que brillaba como un diamante y sobre la cabeza tenía una toca de plumas bien largas, coloresmeralda... Estoy seguro de que si el compadre no le hubiera dicho que tenía buenas piernas, a mí mehabría pasado desapercibida porque ya estaba cabeceando sobre la mesa... Después de echarle unaojeada rápida cuando oí el grito del compadre, empecé a fijarme en sus piernas tan blancas como laluna que avanzaban y retrocedían bajo la luz de los reflectores... de repente se salió del círculo de luzy se quedó por un momento agazapada en lo oscuro... en eso empezó un solo del saxofón y ella, de unamanera muy sensual, alargó una pierna que se apareció como un fantasma bajo la luz y ya no pudedespegar la vista de sus muslos color de luna porque eran los muslos de la muchacha que yo habíamatado en el campo de detención...

Esa noche estábamos haciendo guardia y se nos acercó el capitán pa’ decirnos que nos tocabarelevo y que fuéramos a darle gusto a los cojones por un rato. «Allá en la celda trece está la huevonaque no ha querido hablar con ningún tratamiento de tortura, échensela entre los cuatro pa’ que aprendaa cooperar»... Yo al principio no entendí bien lo que quería decir hasta que, al llegar a la celda, Ramírezse bajó el cierre del pantalón... arrinconada en la oscuridad estaba ella, como un animal asustado, ycuando Vélez prendió la luz vimos que tenía la cara toda moreteada... «¡Al abordaje, muchachos!»,

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dijo Ramírez, «El pico ordena. Al que se le pare primero, a ese le toca y tú, maricona, ponte a cooperarpa’ que se nos pare luego». Haciéndose el importante, la miró alargando el labio inferior como hacíanlos oficiales antes de castigar a alguno de la tropa y diciéndole obscenidades, empezó a desnudarla... lapobre estaba llena de cicatrices y quemaduras, sobre todo en los senos, con los boquerones que habíandejado los cigarros encendidos y, cuando la hizo tirarse de espaldas en el suelo, sus muslos tan blancosbrillaban igual que la luna en el cielo estrellado... Ramírez lanzó una carcajada, nos miró a todos con ungesto de triunfo y se le echó encima... los otros lo azuzaban y no sé cuánto tiempo estuvo violándolaporque yo parado cerca de la puerta, clavé la vista en una trizadura de la muralla. Mecánicamente mereía con los otros sin participar, pero haciéndome el que participaba, «otras poses, huevón», dijo Vélezy, cuando la muchacha lanzó un gemido, vi que la había puesto boca abajo y empezaba a violarla pordetrás... Vélez que se había quedado cerca de Ramírez y la muchacha para ver todos los detalles,caminó hasta donde yo estaba y, pegándome un manotazo, descubrió que no me había excitado... «Pa’mí que este no funciona con las mujeres... ¡Vengan, vengan a tocarle el pico que todavía lo tiene na’ nina’!»... Arreola que siempre me había demostrado mucho respeto, ahora me echó una mirada despec-tiva y Ramírez vino a toquetearme. «¡Chucha! este es maricón de pura cepa y bien escondío que se lotenía», dijo en un tono tan humillante, compadre, que me obligó a demostrar mi hombría... ¡Qué cosamás absurda!, me he dicho cada vez que me acuerdo por qué mierda me vi forzado a sacrificarla a ellanada más que para mostrarles a esos infelices que yo era bien hombre... Nunca, nunca en mi vidalograré explicármelo... Ramírez, escupiendo mofas y amenazas, me bajó los pantalones y me empujóhasta donde estaba el cuerpo de la muchacha que ahora yacía de espaldas. Por un breve momento,forcejeé retrocediendo porque, al ver sus muslos tan blancos como la leche, se me ocurrió que lavirgen María con toda su pureza se había reencarnado en ella. «¡Caliéntate de una vez, maricón!»,gritó Ramírez dándome un empujón que me hizo caer encima de ella y enfurecido me puse a sobajearla,le mordí los senos que supuraban un líquido ácido en las heridas, le pasé la lengua por el vientre y losmuslos deteniéndome en las quemaduras que habían dejado las descargas eléctricas mientras los otrosno cesaban de llamarme maricón... y se me vino la erección más potente que he tenido en mi vida.Entre gritos y aplausos, la abrí de piernas y la penetré con rabia, con ganas de matar a esos conchas desu madre... tuve la sensación de que mi cuerpo era una tempestad que azotaba el suelo y remecía lasparedes de la celda cada vez más fuerte, de que yo solo era capaz de echar todo el mundo abajo...Recuerdo que en un momento me pareció oírla toser, como si estuviera ahogándose y más rabia medio... apoyando las manos contra su pecho, empujé más fuerte entre golpes y sonidos guturales...cuando acabé, me tiré de espaldas al lado de ella y entreabriendo los ojos, vi que tenía la cara llena devómitos, estaba pálida y con los ojos fijos... «¡Bravo, huevón! Te pasaste», dijo Ramírez ayudándomea ponerme de pie mientras los otros dos murmuraban algo agachados sobre la muchacha... «Yo creoque está muerta, oye», dijo Vélez, «ya no respira. Se debe haber ahogado en su propio vómito [...]». YVélez tenía razón, cuando me acerqué a mirar el cuerpo ya sin vida, un hilillo de vómito todavía lecorría por el mentón y su cara opacada por la muerte se me quedó grabada para siempre....

Por eso, cuando terminó la orquesta y ella sonrió recibiendo los aplausos, a mí me pareció ver lamisma mueca de sufrimiento que tenía cuando esa noche la dejamos tirada allá en el suelo... ¡Ay,compadre!, qué habría dado yo por no estar ahí, por no tener que volver a verla... mi primera impre-sión fue que alguien, destino o como se llamara, me había tendido una trampa, había desde la mañanaconstruido una celada para hacerme caer en la alucinación del remordimiento, único castigo verdaderopara los que no tienen piedad... «¡Puta que se ve desganao!», me dijo el compadre, y volviendo a larealidad, decidí que todo tenía que ser imaginación mía no más... «Es que se me ha pasao la mano conel trago, compadre», le respondí y, levantando el brazo, la llamé a la mesa y le ofrecí un trago.

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Entre coqueta y displicente, empezó a contarme que trabajaba en una tienda durante la semana y, aloír su voz, volví a llegar a la conclusión de que todo era pura imaginación mía porque la joven allá enla celda no había hablado nunca; en eso se inclinó pa’ dejar el vaso sobre la mesa y por el escote pudedivisar sus senos de piel muy tersa, sin una sola quemadura, y, pasándole el brazo por los hombros, ledije que algún día tenía que bailarme en privado y para mí solo... Ella, echando la cabeza sobre elrespaldo del asiento, lanzó una carcajada, muy parecida a la risa de una gaviota que acaba de posarsesobre una roca en los mares del sur... Ya totalmente convencido de que no era la misma, le ofrecí otrotrago aprovechando de rozarle la mano y mi compadre, en ese momento, me hizo una seña y me dijoque era hora de irnos... Apagué el cigarro, dispuesto a levantarme de la mesa para salir cuando, en esepreciso segundo, vi que ella se subía la falda y se cruzaba de piernas dejando ver sus muslos de nácar...titubeé... la miré a los ojos y se me vino la idea de que esta era la primera vez que la encontraba en mivida, que todo lo otro había sido mentira, una horrible pesadilla que nunca había sucedido en la reali-dad, y me dieron ganas de llevármela a una pieza de hotel, recostarla sobre una cama muy blanda ycubrirla con las caricias más tiernas que puede dar un ser humano. Ella me sonrió y me imaginé que,junto con hacerle el amor, le haría también un rostro aún más bello. «Váyase usted solo no más,compadre», dije despidiéndome y me acerqué a ella para darle el primer beso en la boca... Olvidándo-nos del bullicio a nuestro alrededor, seguimos besándonos sin parar hasta que le propuse que nosfuéramos a alguna parte para estar solos.

Al salir se había puesto un poncho largo y blanco que, entre la neblina y las luces opacas de la calle,le daba una apariencia etérea, casi la apariencia de un fantasma. Se mantenía en silencio y yo, poco apoco, también fui callándome porque empecé a sentir que una corriente muy extraña me arrastraba,como si alguien me hubiera aniquilado hasta la capacidad para pensar... «¿Dónde naciste?», le preguntédespués de hacer una carraspera que resonó en la vereda vacía. «En Puerto Montt», respondió con losojos fijos en la distancia y a la mente se me vino la imagen de Angelmó con sus botes pintados decolores brillantes balanceándose al ritmo de unas aguas muy profundas, desde los botes salían lostrazos cenicientos de cuerpos mutilados, piernas y brazos en un clamor angustiante... Nervioso mevolví a mirarla y me pareció que caminaba con la solemnidad de un alma en pena a punto de castigar-me... es verdad que podía haberme dado una vuelta y haberla dejado ahí parada en el medio de la calle,pero lo que estaba pasando, compadre, no tenía nada que ver con mi voluntad, al contrario, yo en esemomento era una hoja en la tormenta, un pájaro en medio del océano y a la merced de una marea recia,imprevisible...

No sé cómo llegamos a un hotel, tampoco me acuerdo a quién le pagué la tarifa, ni siquiera sirealmente pagué... Lo único que recuerdo es que ella me hizo entrar a la pieza, se detuvo al borde de lacama con un reproche en la mirada y, sacándose la blusa y el sostén, dejó al descubierto sus senosllagados... No fue culpa mía, iba a decirle, pero la culpa me tenía los labios sellados. Se me empezarona llenar los ojos de lágrimas y, entre las lágrimas, la vi desnuda en el lecho, tendiéndome los brazos enno sé si era un gesto de amor o de amenaza... pegué un grito, corrí hasta la puerta y seguí corriendohasta que llegué al puente sobre el río Mapocho. Acezando me incliné sobre la baranda y vomité unlíquido amargo en el agua barrosa que parecía traer cadáveres de ojos petrificados... No sé, compadre,cuánto tiempo estuve ahí arrojando hiel, pero debe haber sido un rato largo porque, cuando me sequéla transpiración, allá en el fondo empezaba a salir el sol entre los picachos de la cordillera... y, recor-dando la dulzura de sus besos, me dije que ella no había vuelto para vengarse de mí, sino para salvarmede tanto crimen y tortura que nos hacían hacer en el ejército. Aliviado me puse a caminar hacia lacarretera mientras despertaba de nuevo la ciudad con sus ruidos de bocinas y las mujeres que salían acomprar pan. Cada paso que daba, me purificaba, compadre, y durante muchas horas, avancé por la

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orilla del camino pavimentado hasta que un camionero de corazón piadoso se ofreció para traerme aPuerto Montt.

Y aquí estoy de vagabundo en estas tierras que ella iluminó con sus muslos color de luna, siempreperegrinando entre los árboles y las aguas del sur. A veces, en las cocinerías de Angelmó, me dantrabajo por un par de días cuando llegan las oleadas de turistas, y otras veces, me contratan para pintaralgún bote en los días en que no está lloviendo... Brocha en mano y bajo este cielo siempre limpio,aunque esté cubierto de nubes, siento que se me remoza otro pedazo más del alma... Y cuando alláabajo no hay pega, me pongo a caminar, como ahora, en dirección a la Isla de los Curas, hundiendo lavista en este mar azul rodeado de volcanes, siempre solo y en silencio, excepto hoy día en que mebajaron ganas de hablarle porque usted, estando muerto, es el único que puede comprender. c

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REYNALDO LACÁMARA CALAF

El fuego

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Levantamos esta hoguera desde la caverna–entre todos–edificada de experimentos y árboles entregados.Brilló la luz en el ojo,chispas sobre lo duro de la templanzay levantamos esta hoguera.

Los que habían padecido fríomarcados por el candor del que cree,opusieron una llama de encuentros,levantaron esta hoguera.

También los magos, los brujos,machis, amautas lúcidos,sostuvieron las ramas encendidas.

También los sabiosesos científicos parturientos, levantaron esta hoguera,encorvados sobre el microscopio hacia el calor de la frente,apuntando desde la penumbra los párpados abiertos al mundo,también, también ellos sostuvieronla purificación del glóbulo ardiendo en pasión.

Y a ti, debajo de las sábanas, mujer desnuda,encendida en tus dominios,te debo esta llama despierta,este movimiento de tu sombra levantada en la hoguera,el despertar desde la distancia y los siglos,en el resplandor de nuestra cavernabajo la noche infinita.Re

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Los signos

Piedra heridaque llora desde adentro,mensaje que nadie borra con el codo,ardiente mesnada que el odio no empaña.¿Por qué estas huellas, estos signosen el instante del misterio?

Amas una tribu que no existeporque ahondas febril en su texto.Vivamos con ellosese océano de tiempoque recoge el dolor de la tierray la esperanza entre sus dedos. c

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No, mamita, no, si usted no es fea. A ver, arréglese un poquito lachaleca… ¿Y ese hoyo en la manga? ¡Ya se pasó a llevar de nuevo la ropacon el fierro, no digo yo! ¡Si le he pedido no sé cuántas veces al vecinoque lo venga a arreglarlo! ¿Qué tengo que hacer para que lo haga elperla? ¿Tengo que prenderle velas? Va a tener que cambiarse no más, yaguardé toda su ropita y no quiero desordenarla así que, ya, vaya a bus-car la chaleca azul, sí, la de los botones dorados, la que le regalaron lashermanas de la iglesia, ¿se acuerda? ¿No? Se va a ver linda, le hacejuego con las calcetas. Eso, vaya a buscarla… ¿Cómo? Busque bien,tiene que estar ahí, si la lavé recién la semana pasada, la dejé en la últimarepisa del ropero, sí, por ahí, al lado de la bolsa con los pañuelos de mitaitita que en paz descanse, ¿la encontró? ¡Pero mami, ya está revol-viendo de nuevo el gallinero ya! ¿Qué está haciendo? Le dije la azul pues,no la negra, ¿no ve que está toda apolillada? ¿No ve que si no va a causarmala impresión? A ver, deje buscar la chaleca, mire, aquí está, pase lamano por acá, no pues, la otra, sí, ahora el brazo derecho, levántelo unpoco más, un poquito más, hacia atrás, ¿le duele? Ya, tranquilita que yapasó... Ahora abróchese los botones, ¿le ayudo? Míreme, mire para acá,levante la cabeza, eso, bien estiradita, si se ve tan linda así, parece unareina. Tenga, aquí tiene la peineta, ¿por qué no se arregla un poco esasmechas? Siéntese en la cama mientras apago la tetera, ya no demoranen venir a buscarla. ¡Ay! Me duele tanto la rodilla, pero mañana tempra-nito voy a buscar las radiografías al consultorio, quédese aquí tranquilitamientras voy a la cocina. ¿Le prendo la tele por mientras? ¿No? ¿Quieremirar estas revistas? Tenga, si es tan buena la patrona, ¿no? Mire queregalarme sus revistas… Yo siempre he dicho que me saqué la loteríacon mis patronas. Oiga, mami, ¿dónde quedó el paño de cocina? ¡Lovolvió a dejarlo en el frigidaire! ¿Pero cómo se le ocurre? ¡Ay mamita,no sé dónde tiene la cabeza! ¡Se le fueron los pavos pa’l cerro, mami!Listo, ya apagué la tetera, el martes voy con mi comadre a sacar unaeléctrica en cuotas, si dicen que son una maravilla. ¿Qué me dice? Sípues, si son todas lindas las chiquillas que aparecen en las revistas, sison modelos pues, no son ná cualquier cosa. Mire, aquí está la BoloccoRe

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CAROLINA BENAVENTE MORALES

La reina del hogar

a la memoria de Ana Luisa Palacios Pardo

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con su nuevo marido. ¿No sabe quién es ella? ¿Cómo no lo va a saber, mami? ¡Ay esta mamita! Si esla que fue Miss Universo pues, la que sale en el programa de los martes. ¡Ay mamita, que no le gustever tele! No sé qué le halla a estar todo el día mirando por la ventana, ¿qué tiene de entretenido mirarpor la ventana, mami? ¿No ve que a la gente no le gusta que la estén mirando todo el día? Si ya no pasanada por aquí, mamita, hace rato que el caballero ese se fue pa’ la casa… y además ¿qué le va a pasarlea usted? ¿Qué le van a venir a hacerle? Si todos la conocen por acá, aquí vive gente buena, la gentemala vive en la población de más arriba, para allá se va el helicóptero, ¡tan desconfiada que se hapuesto, mami! Ya, mamita, vamos al comedor que deben estar a punto de llegar, sí, se ve linda, lindacomo un sol, deje que le acordone bien los bototos, ¿no ve que luego se anda a trompezones? ¡Ay, mirodilla, Señor! Uf, si es tanto el frío que ha hecho, ¿no? Ayayay, Señor, parece que voy a tener que ira comprar más parafina. Ya, ahora sí, deje tomar el bolso y vamos al comedor, yo le guardé bien todassu pilchas, ¿no se le queda nada? Deje revisar por última vez, ¿por qué no recoge la bolsa de los pañalesmientras que reviso? Quedó sobre la cómoda, vaya usted a buscarla, a mí me duele tanto la pierna,mamita, ¡ay, mi mamita! Eso, vaya, pero trate de no apoyarse en las paredes, ¿no ve que recién vinomijito a pintar las manchas que dejó? Mi huachito… en denantes me contó que mi yerna por finencontró pega. Tan esforzada que es la chiquilla esa, si tiene el cuarto medio rendido, ná que ver conla otra yegua que lo tenía agarrado del cogote, y además es de Cartagena, ¿se imagina, mamita? ¡Ahoratenemos casa en la playa! Ya, mamita, deje la bolsa junto al bolso y siéntese aquí conmigo. ¡No! ¿Cómose le ocurre? ¡Tan arregladita que quedó y se va a llenar de migas! ¿Cómo le va a ir a tirarle pan a laspalomas a esta hora? Tan llevada a sus ideas que es usted, ¿no digo yo? Quédese aquí sentadita no más.No, mamita, si usted no es fea, parece una reina de lo linda que es, ¿cómo no va a ser linda si nos crióa mis hermanos y a mí? Tan malagradecidos que se han puesto con los años, ¿no digo yo? Si hay queser bien mujercita pa’ saber lo que es ser madre, yo siempre he dicho… ¡Llegaron los caballeros,mamita! ¿Vamos a abrirles la puerta? Venga, venga para acá, acompáñeme a recibirlos, si son muybuenas personas, la van a cuidarla mucho por allá, ¿no ve que yo no me puedo ni a mí misma, mamita?¿No ve que a mí también se me vienen encima todos los achaques? Yo la voy a ir verla todos los finesde semana. No mamita, si usted no es fea, ¿está llorando? No llore pues… ¿Por qué llora? ¿No ve quesi llora se pone fea? Tiene que sonreír, mamita, si usted sonríe siempre será la reina del hogar.

7 de septiembre de 2007 c

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CECILIA PALMA

El retorno del signo

I

Vuelvo de Siberia estatardellego al centro de la ciudady su bullicioel perro como siempreen la esquina de casasueña su sueño de perroes un hecho;la soledad sigue acuñandojuicios y en las paredescontinúan multiplicándosesombras de guiñoles desamparados.

V

Rimbaud hubiese cantadosu locuraa las luces en este sigloel sonido de Milesen sus oídoscontendría la esencia de unanota silvestrepero ya sabemosla ruta de la poesía sostendríael mismo dictamen.

VI

Vendrás al fin de la tardeal acecho

vendrástu obstinación de esa pérdidael propósito persistiráextirpará tus recuerdos en la reclusiónde tus enfoquesy no habrá quien repita losversos de un poeta acabadoni tus oraciones serán atendidaspor ese ángel que un día tejuró custodia.

VIII

¿Quién sino tú volveríasobre su propio rastro?

La dudaun inasiblela maldita hebra de un arcano

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la insólita certezade un lobo exhumado.

Un giro al Serun cruce con la prosapia.La invasión comenzó hace siglosel destierro es la coartada perfectalos límites quedan a la intemperiea la garra de Fouché Josephél sentó su jugadasusurró en la tormentatodas las versiones de unbeso en la mejilla del ilusionista. c