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  • La Ley de Divorcio de 1932 163

    LA LEY DE DIVORCIO DE 1932

    Presupuestos ideolgicos y significacin poltica

    JESS DAZA MARTNEZ Catedrtico de Derecho romano

    La ley de 2 de marzo de 1932, que estableca por vez prime-ra el divorcio en Espaa, constituye la realizacin ms im-portante dentro de la legislacin matrimonial de la Segun-da Repblica. El hecho de que el artculo 43 de la Consti-tucin de 1931 hubiera admitido que el matrimono poda di-solverse por mutuo disenso o a peticin de cualquiera de los cnyu-ges, era ya una garanta de su implantacin, aun en el caso de que las Cortes tuvieran que disolverse y dar paso a otras nuevas. Y significaba tambin, sin duda, un triunfo de la filosofa poltica y social que de-fendan los grupos de la mayora que haban accedido al poder. Por-que en esa decisin quedaban ya perfiladas las lneas generales de las normas que se iban a ir desarrollando posteriormente en el texto cons-titucional, inspirndose siempre en el principio de que en materia de legislacin matrimonial slo tiene competencia el Estado y que la ju-risdiccin civil es la nica competente para resolver las cuestiones de conflicto a que pueda dar lugar la aplicacin de esas normas.

    Un entendimiento mnimamente riguroso de la ideologa bsica del sistema poltico republicano, para el cual el divorcio constitua una exi-gencia irrenunciable, obliga a tener en cuenta los hechos ms relevan-tes que contribuyeron a su implantacin en Espaa. Porque slo as puede hacerse una aproximacin crtica al contexto real en el que la ley de divorcio fue proyectada, discutida y aprobada.

    Damos, pues, por supuesto el conocimiento de las primeras dispo-siciones del Gobierno Provisional y del Anteproyecto de Constitucin de la Comisin Jurdica Asesora, as como el Proyecto posterior ela-borado por el grupo parlamentario que presida Jimnez de Asa, que ayudan a entrever los motivos que inspiraron una determinada forma de entender el fenmeno de la modernidad, la lucha por las liberta-des, el laicismo del Estado y sus relaciones con la Iglesia.

    Teniendo presente que el artculo 43 de la nueva Constitucin ad-mita el divorcio, el 4 de diciembre de 1931 el ministor de justicia pre-

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    sent a la Cmara el correspondiente proyecto de ley, cuyo articulado iba a someterse a discusin a lo largo del mes de febrero siguiente.

    De igual modo que los debates en las Cortes a propsito de la fa-milia haban coincidido con hechos polticos y sociales de gran tras-cendencia, en esta ocasin se viven tambin situaciones de tensin y conflicto en Espaa l. Pinsese, por ejemplo, en el amotinamiento de los campesinos en comarcas de Badajoz, que fue interpretado por al-gunos grupos de izquierdas como el paso a la ofensiva de las masas y un avance importante hacia la revolucin social 2 y que encontr un eco importante en las sesiones de las Cortes. O recurdense los en-frentamientos sangrientos de huelguistas con la Guardia Civil, que obli-garon a Azaa a destituir al general Sanjurjo y llevar a cabo cambios en el ejrcito, al mismo tiempo que continan los desrdenes, las huel-gas y las movilizaciones 3. Es obligado hacer referencia tambin al mo-vimiento revolucionario de la cuenca del Llobregat dirigido por anar-cosindicalistas y comunistas y que fue causa de una serie de pertur-baciones en Espaa, provocando fuertes tensiones entre los Diputa-dos y llegando a decidir a Azaa a plantear la cuestin de confianza.

    A la conflictividad social y poltica se aada, en aquellos momen-tos, una agudizacin del problema religioso que era, sin duda, uno de los que absorba ms profundamente a los pensadores y polticos re-publicanos. En el campo concreto de la enseanza, la preocupacin fundamental consista en que la escuela fuera laica, esto es, en la eli-minacin de cualquier signo de confesionalidad, en el esfuerzo por ha-cer de ella un lugar neutral, al margen de propagandas y adoctrina-mientos que pueden coaccionar la conciencia de los nios.

    En otro orden ms general, era patente la voluntad de excluir a la Iglesia de la vida pblica de la nacin, de oponerse al derecho de pro-fesar y practicar la religin catlica, de limitar y controlar cualquier tipo de manifestacin externa religiosa, de obstaculizar el ejercicio del culto, de evitar cualquier apoyo a las instituciones eclesisticas, de in-cautar los bienes de las Ordenes religiosas e incluso de decretar la di-solucin de stas.

    En efecto, el da 24 de enero de 1932 publicaba LA GACETA un

    ' Un furioso huracn azotaba a Espaa, de Norte a Sur. Crmenes, atracos, choques sangrientos, motines, huelgas... En noviembre y diciembre de 1931 hubo huelgas generales en Palencia, Almera, Oviedo, Huesca, Tarrasa, Badajoz y Gi-jn (J. Arraras, Historia de la Segunda Repblica Espaola, I, Ed. Nacional, Ma-drid, 1970, pg. 285).

    2 Cf. Mundo Obrero, 2-II-1932; este mismo peridico haba dicho en su nme-

    ro de 15 de diciembre de 1931 que era urgente constituir los Soviets de campesinos por ser el arma ms formidable que podemos ofrecer a las fuerzas motrices de la revolucin.

    3 Jimnez, M. R., Los Grupos de presin en la Segunda Repblica, Ed. Tec-

    nos, Madrid, 1969, pgs. 72-73.

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    decreto que disolva la Compaa de Jess. En su prembulo se deca que el artculo 26 de la Constitucin declaraba disueltos aquellas Or-denes religiosas que impusieran estatutariamente, adems de los tres votos cannicos, otro especial de obediencia a autoridad distinta de la legtima del Estado, debiendo ser nacionalizados sus bienes y emplea-dos stos en fines de carcter benfico.

    Se entenda, pues, que era funcin del Gobierno ejecutar las deci-siones de la potestad legislativa, expresin de la soberana nacional; y como el precepto constitucional haca referencia implcita a la Com-paa de Jess, el decreto dispona en todo el territorio espaol, la apropiacin de sus bienes por parte del Estado y el cese de la vida en comn de sus miembros 4.

    Algunos das antes (el 19 de enero) haba quedado aprobado tam-bin el proyecto de ley de secularizacin de cementerios, hecho que coincidi con la suspensin indefinida del peridico El debate, acorda-da por el Consejo de ministros; esta medida se justificaba por consi-derar que en l se vena desarrollando una campaa insidiosa contra la Repblica. Lo cierto es, como dice J. Arrabas, que suprimido El De-bate desapareca el principal portavoz del catolicismo militante y, por tanto, un temible baluarte de la oposicin 5.

    En este contexto de lucha social, de crispacin poltica y de ten-sin religiosa, iba a desarrollarse el debate sobre la ley de divorcio. En la exposicin del ministro que, segn ha escrito F. D. Iribarren 6, constituye una sntesis magistral del sentido y del espritu de la refor-ma, se establece ya desde el primer momento una relacin entre la vo-luntad del Gobierno de la Repblica de secularizar el Estado y la aten-cin especialsima que se vena prestando desde el primer momento al matrimonio y a su estructura jurdica.

    Se trataba, por una parte, de romper con todo el sistema de pre-juicios sociales e imposiciones confesionales y, por otro lado, de posi-bilitar una moral familiar diferente, ms acorde con la mentalidad mo-derna y laica que inspiraba todo el sistema republicano.

    Por tratarse de una materia que afecta hondamente al fuero indi-vidual y al inters pblico, su regulacin deba hacerse mediante nor-mas que respetaran a un mismo tiempo la voluntad de las personas in-dividuales y las exigencias de la paz social.

    Partiendo de estos presupuestos, se afirmaba que en el texto cons-titucional ambas cosas bien comn social y libertad de los cnyu-ges haban sido respetadas. Se estableca el mutuo disenso como

    4 Gaceta, 24-1-1932; cf. Castells, J. M., las asociaciones religiosas en la Espaa

    contempornea. Un estudio jurdico-administrativo (1767-1965), Taurus, Madrid, 1973, pgs. 418 y ss.

    5 Arraras, J., Historia..., I, pg. 315.

    6 Iribarren, F. D., El divorcio. Ley de 2 de marzo de 1932, Madrid, 1932,

    pg. 154.

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    principio contractual en el divorcio, pero se recababa para el Estado la intervencin en su ejercicio y en la disciplina de sus efectos; se abra un cauce para la accin unilateral de divorcio, siempre que existiera justa causa, pero se rechazaba abiertamente todo sistema de repudio matrimonial por arbitraria decisin de uno de los cnyuges. Sobre es-tas mismas bases deba asentarse toda la reglamentacin que se inclua en el proyecto de ley que se presentaba a las Cortes Constituyentes y que quedaba estructurado en la forma siguiente:

    En el primero de los cinco captulos de que consta, dos artcu-los consagran las bases del precepto constitucional en forma de norma positiva como derecho jurisdiccionalmente aplicable. Los restantes son una enunciacin (ms ejemplar que taxativa, se-gn Fernando de los Ros) de las causas legtimas del divorcio. En la presentacin del proyecto se precisa que aunque son doce estas causas admitidas por expresa definicin de la ley, la inter-pretacin de los Tribunales podr obrar en su aplicacin con eficacia expansiva, teniendo siempre presente que el sistema de la ley se ha determinado preferentemente por el principio del divorcio culpable y que ha admitido slo por excepcin mo-tivos no culposos. Es indudable, en este sentido, que el pensa-miento que informa el proyecto de ley se muestra receloso ante el abusivo empleo que de la accin de divorcio pudiera hacer-se, por considerarlo enormemente perturbador para la regula-ridad de la vida civil.

    El captulo segundo regula el ejercicio de la accin de divorcio, de acuerdo con los principios antes expuestos. En los artcu-los 4-10 se especifica quines tienen capacidad para pedir el di-vorcio por mutuo disenso y mediante causa legtima, cuando se extingue la accin de divorcio, en qu condiciones no se podr ejercitar esta accin, cuando declarar culpable la sentencia al cnyuge que hubiese dado causa al divorcio (o a los dos en su caso) y cmo la reconciliacin pone trmino al juicio de divor-cio.

    El captulo tercero, dividido en cuatro secciones, regula sucesi-vamente los efectos del divorcio en cuanto a las personas de los cnyuges, en cuanto a los hijos, en cuanto a los bienes de los cnyuges y en cuanto a los alimentos.

    Por ltimo, el captulo cuarto del proyecto de ley establece el procedimiento judicial de los pleitos de separacin y divorcio so-bre las bases de tramitacin sumaria, y por tanto econmica, sin mengua de las garantas procesales. Se ensaya en el nuevo procedimiento la nica instancia ante las salas de lo Civil de las Audiencias territoriales, conservando la intervencin del Juez de primera instancia para la adopcin de las medidas provisio-

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    nales en esta clase de litigios, la direccin y vigilancia en la tra-mitacin escrita del pleito, etc.; contra la sentencia de instancia se concede un recurso especial de revisin por y ante el Tribu-nal Supremo, que sirve de garanta al litigante que se creyera agravado.

    El contenido de la ley se cierra con algunas disposiciones de ca-rcter transitorio. En su presentacin, el Ministro de Justicia ob-serva que estaban redactadas con un sentido de generalidad y que marcaban la pauta que resolver conflictos de apalicacin de la Ley en el tiempo, tanto en el mbito del Derecho mate-rial como en el orden del nuevo Derecho procesal establecido.

    El dictamen emitido sobre este proyecto de ley por la Comisin de Justicia de las Cortes Constituyentes, con fecha de 19 de enero de 1932, introduca slo leves modificaciones de detalle, mantenindose casi inalterado su contenido y orientacin. Pocos das despus, el 3 de fe-brero, comenz la discusin sobre la totalidad del proyecto, delinen-dose inmediatamente dos tendencias en la Cmara. Un breve examen de las razones qu invocaban una y otra puede ser esclarecedor en or-den al entendimiento del conflicto que enfrentaba entonces a los espa-oles.

    LA DEFENSA DEL PROYECTO DE LEY

    A favor de la totalidad del proyecto de ley hubo dos intervencio-nes importantes en las Cortes: la del diputado socialista J. S. Vidarte y la de C. Juarros, de la Derecha Liberal Republicana. Tambin ellos encontraron apoyo en la prensa de tendencia izquierdista y en los par-tidarios de las ideas que dominaban en los pases considerados ms pro-gresistas de Europa.

    En EL SOCIALISTA, por ejemplo, se deca que el Cdigo civil vigente en Espaa estaba llamado a desaparecer por inservible en esta poca y por anticuado 7, al mismo tiempo que se exaltaban las venta-jas positivas que se contenan en la ley de divorcio presentada a la C-mara. Otro peridico, refirindose a los motivos del divorcio, deca que en rigor no deba haber en la ley ms que uno: la voluntad de los contrayentes; conforme las Cortes van discutiendo el proyecto presen-tado, se va haciendo cada vez ms patente que se, y no otro, es el fondo del problema, la verdad que por imposicin del hbito y de los prejuicios sociales cuesta a todos demasiado trabajo reconocer 8.

    7 El Socialista, 5-II-1932 (lo que falta en el divorcio).

    8 El Diluvio, 18-11-1932 (Zozaya, A., el nico motivo); el articulista dice que

    es intil pretender enumerar las causas del divorcio en la ley; los motivos raciona-les que justifican la ley son innumerables: tantos como los que determinan el

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    Desde un planteamiento ms concreto, se aluda directamente a la relacin que exista entre la posibilidad de admitir el divorcio y la se-paracin real entre la Iglesia y el Estado. Se entenda que la razn de-terminante del contrato matrimonial no puede ser otra que el amor y que, desaparecido ste, los contrayentes han de disponer de medios le-gales para disolver una sociedad que ya no tiene sentido. Frente a este criterio liberal, la Iglesia opone el suyo, que es calificado como inhu-mano, reaccionario e injusto 9. Cuando esta ley de divorcio quede in-corporada a la legislacin de la Repblica conclua el artculo, se culminar una etapa importante de las Cortes Constituyentes; en po-cos meses estas Cortes habrn estructurado una de las constituciones ms liberales del mundo.

    Hay que recordar, a este propsito, que en Francia el intento de A. Nacquet para incorporar a la ley su proyecto de divorcio hubo de dar la batalla a lo largo de tres legislaturas (1866, 1878 y 1881) y slo en 1884 consigui ver realizado su programa, pese al apoyo que pres-taron a la campaa tanto a la prensa como las personalidades ms re-levantes de la poca.

    En el momento de defender el proyecto de ley de divorcio en las Cortes, el diputado socialista J. S. Vidarte estaba convencido de que nuestros conceptos relativos al matrimonio y al divorcio no eran dis-tintos a los que regan en la mayor parte de Europa 10 y de que, a pesar de ello, era inevitable el choque con la concepcin tradicional que defenda la oposicin n .

    Al comienzo de su intervencin califica como un bello sueo la pretensin de que el matrimonio sea indisoluble y que la unin entre marido y mujer se conserve siempre con ese carcter. Es cierto que hay una gran mayora de matrimonios que no necesitan el divorcio; pero lo que tienen presente los defensores de la ley son los otros ma-trimonios que viven desunidos, que se han acogido al divorcio imper-fecto de que habla la Iglesia y a la separacin de sus cuerpos, apoyan-aborrecimiento mutuo. La solucin sera declarar que el matrimonio puede y debe ser disuelto por voluntad mutua y manifiesta de los cnyuges (ib.).

    El Socialista, 19-11-1932: para la legislacin civil, purificada de las injeren-cias del Derecho cannico, el matrimonio pierde su carcter sacramental para con-vertirse en un contrato consensual.

    10 Vidarte, J. S., Las Cortes Constituyentes..., ed. cit., pg. 345.

    11 Ib., pg. 344; el diputado socialista, como antes haba hecho su compaero

    Banus al discutirse la constitucionalizacin del divorcio, estaba convencido de que la forma ms perfecta de la organizacin sexual humana es la monogamia estable, porque slo dentro de ella la familia cumple su verdadera funcin social. Pero cuan-do, por las causas que sean, se rompe la estabilidad, querer que se mantenga in-conmovible un vnculo ficticio, es tambin condenar a la familia, cnyuges e hi-jos, a la desgracia (ib., pg. 346). Para esos casos, el divorcio es el remedio en cualquier sociedad civilizada.

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    dose en la conviccin de que es necesario resolver la situacin de tales matrimonios de la manera ms adecuada a los nuevos tiempos.

    Este supuesto, intenta poner de manifiesto cmo las aparentes ra-zones que se esgrimen contra el divorcio son, en muchos casos, meros prejuicios religiosos y morales. Comenzando por los primeros, su-braya que la indisolubilidad del vnculo ha sido algo muy discutido den-tro de la misma Iglesia catlica y que la intransigencia surge desde el Concilio de Trento, haciendo notar que, al mismo tiempo que la Igle-sia intentaba reducir las causas del divorcio y lo repudiaba, iba acu-mulando y multiplicando las causas por las cuales poda llegarse a la nulidad del matrimonio, abriendo el camino a abusos, discriminacio-nes y privilegios.

    En cuanto al problema moral, el divorcio vincular no supone nada para los matrimonios que viven unidos, e incluso contribuye a que esa unin se consolide; el problema surge en aquellos matrimonios que es-tn rotos, cuando ya no es posible la convivencia entre los cnyuges por haber surgido entre ellos el hecho diferencial que ha separado sus almas para siempre 12.

    La opinin favorable que merece a Vidarte el proyecto de ley pre-sentado a la Cmara se basa precisamente en que en l se recogen to-das las causas fundamentales de divorcio, tanto las llamadas de mo-tivacin culpable como la de motivacin causal o de discrepancia objetiva. Su preferencia por estas ltimas es, por otra parte, evidente.

    Ya en 1925 Q. Saldaa se mostraba de acuerdo con la tendencia a aplicar al problema del divorcio la doctrina llamada de la causalidad objetiva , que, a partir de la dcada de 1870-80 se haba ido impo-niendo en Alemania y, posteriormente, en Francia e Italia. A la res-ponsabilidad por mera culpa (Kulpahaftung) o principio de inculpa-cin (Culpaprinzip) se opona la responsabilidad por mera causa (Kau-salhaftung) o principio causal (Causaprinzip). Se trataba de una dis-puta que, nacida en el Derecho civil, con la doctrina de la reparacin de daos, haba dividido a la ciencia jurdica, tanto en Derecho priva-do civil y mercantil como en el Derecho pblico penal y adminis-trativo.

    De acuerdo con la doctrina causal, habra que acumular la respon-sabilidad civil, por daos, al que no se propuso causarles pero quiso correr el riesgo, ponindose voluntariamente en situacin causal de

    12 Ib. ib., pg. 3588; insiste Vidarte, una vez ms, que no es cierto que el di-

    vorcio sea ms perjudical para los hijos que para los propios cnyuges. Inspirn-dose en la exposicin del proyecto francs que haba hecho Mr. Richer, entiende que la situacin de un hijo ser siempre mejor cuando sus padres puedan contraer otros lazos nuevos y ofrecerles as otro segundo padre (u otra segunda madre) que reemplace al que han perdido.

    13 Cf. el Prlogo que antepuso el autor al libro de Tarragato, E., El divorcio

    en las legislaciones comparadas, Madrid, 1925, XIII-LXXXVII.

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    dao eventual. En el caso del divorcio, su aplicacin da origen a un planteamiento nuevo. La antigua concepcin que fundaba el divorcio en motivos de culpabilidad considerados como discrepancia subjeti-va (adulterio, bigamia, sevicia, etc.), da paso a la nueva causalidad objetiva, que es juzgada igualmente real, pero ms frecuentemente humana 14.

    Todos los argumentos en favor de la indisolubilidad ticos, so-ciales, histricos, naturales y polticos han de referirse, segn esto, a la efectividad de matrimonios naturalmente vivos y jams a la fic-cin social de interesadas galvanizaciones sobre restos hedientes de ma-trimonios muertos 15. Es inaceptable la solucin de continuar soste-niendo una situacin de quiebra matrimonial con el pretexto de un cas-tigo conyugal o como un sacrificio en favor de los hijos, tal como in-sinuaban algunas obras de teatro contemporneas en Espaa. Se trata de una ficcin legal que debe rechazarse, porque no tiene sentido de-clarar insoluble lo que est naturalmente disuelto.

    Vidarte lamenta que la Comisin no hubiera especificado claramen-te, entre las causas de divorcio, la causa de la discrepancia objetiva, entre las muchas causas que enumeraba el artculo 1. del dictamen. Por otra parte, manifestaba que era evidente que esa causa era la que ms duros embates haba sufrido tambin en otros pases, por consi-derar que equivala a romper el contrato matrimonial por voluntad de uno de los cnyuges, objecin que l no admite por entender que el contrato matrimonial es de especie muy singular, no equiparable a los otros contratos 16. En cualquier caso manifiesta que las nicas crticas que podran hacerse al proyecto de divorcio seran las relativas a cues-tiones de procedimiento. Porque parece como si siguiramos entendien-do que el divorcio es un mal, cuando, en realidad, es el remedio de un mal 17.

    Al final de su intervencin, Vidarte insiste en la necesidad de que los diputados acepten, con la extensin que merece, la doctrina ale-mana de la discrepancia objetiva a que antes haba hecho referencia, porque no son los jueces, sino los propios cnyuges, los que pueden decir cundo se ha producido la ruptura entre ellos, cundo y cmo surgi el hecho diferencial que separ sus vidas para siempre.

    14 Saldaa, Q., op. cit., pg. XXXIII.

    15 Ib., pg. XXXVI.

    16 Lo especfico y original de este contrato es que el objeto del mismo es el afec-

    to, el amor; no puede, por tanto, ligarse por la ley de tal manera que no pueda ya romperse nunca, porque, en ese caso, sera tanto como que volviramos a esta-blecer aquellos principios en virtud de los cuales poda ligarse a un hombre a ser-vidumbre para toda la vida (Diar. Ses. 110 (3-II-1932) pg. 3588). La ley, que ha suprimido el arrendamiento de servicios con carcter perpetuo, no puede estable-cer que la voluntad de los cnyuges sea invariable en los contratos matrimoniales.

    17 Diar. Ses. 110 (3-II-1932), pg. 3588.

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    El doctor C. Juarros, de la Derecha Liberal Republicana, se limit en su discurso a sugerir algunos puntos de vista que deberan incorpo-rarse al proyecto de ley para evitar, segn deca, una serie de defec-tos concatenados 18. En sntesis, su posicin puede esquematizarse en los puntos siguientes:

    a) El defecto bsico del proyecto es estar escrito pensando en la sociedad actual nicamente. Se trata de un error importante, porque su renovacin y reforma se impondrn inmediatamente.

    b) En el proyecto se atiende excesivamente a lo individual y se descuida lo social. Hay una falta evidente de espiritualidad y un exce-so de egosmo. Se hace patente la necesidad de proclamar con valen-ta que cuando dos personas han roto los lazos espirituales que les unan, esto debe bastar para divorciarse 19.

    c) Falta una orientacin y fundamentacin tcnica (el diputado alude en concreto al concepto de impotencia prematura; considera improcedente que se consigne la impotencia masculina y se omita la frigidez femenina; tampoco considera aceptable que no se consideren las perversiones sexuales como causa de divorcio.

    OPOSICIN AL PROYECTO DE LEY Contra el proyecto se pronunci en primer lugar el diputado y ca-

    nnigo de Zaragoza S. Guallar, hacindose eco de la doctrina catlica tradicional sobre el divorcio.

    En realidad, y tal como hicieron notar algunos diputados, esta for-ma de abordar el problema significaba una puesta en cuestin de la pro-cedencia del divorcio, ms que una discusin de la ley propuesta como desarrollo del artculo 43 de la Constitucin. En efecto, el propsito de Guallar y de los diputados que apoyaban su punto de vista era pre-sentar a la Cmara una sntesis de la doctrina catlica sobre el matri-monio a fin de destacar su incompatibilidad radical con los nuevos plan-teamientos que estaban prevaleciendo en Espaa.

    Los puntos ms firmes de referencia eran las encclicas Arcanum de Len XIII, de 10 de febrero de 1880, y Casti connubii de Po XI, de 31 de diciembre de 1930. En la primera de ellas, el divorcio era con-siderado una claudicacin ante la perversidad de los hombres y la pre-sin de las ideas y comportamientos de los tiempos modernos 20. Len

    18 Diar. Ses. 110 (3-II-1932), pg. 3591.

    19 Ib. ib., pg. 3591.

    20 ... legumlatores, cum eorumdem iuris principiorum tenaces se ac studiosos

    profiteantur, ab illa hominum improbitate, quam diximus, se tueri non possunt, etiamsi mxime velint: quare cedendum temporibus ac divortiorum concedenda fa-cultas (Arcanum. 16).

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    XIII afirma que es difcil expresar el cmulo de males que el divorcio lleva consigo (...quanti materiam mali in se divortia contineant) y enumera una serie de ellos relativos a los propios cnyuges, a la fami-lia, a los hijos, a las costumbres pblicas.

    Prolongando este planteamiento, Po XI rechaza la que l describe como augescens in dies divortiorum facilitas, en la que ve el mayor obs-tculo para renovar y consolidar la institucin matrimonial. Las razo-nes que se aducan para intentar justificar el divorcio y precisar sus cau-sas, son consideradas como insensateces (insaniae) . La conclusin ltima era tambin que el divorcio es causa de daos sumamente per-niciosos (detrimenta perniciossisima) tanto para los individuos como para la sociedad en general.

    Era lgico que, apoyndose en la doctrina pontificia, reafirmada por los obispos espaoles, comentada y difundida por los intelectuales catlicos, la posicin de los diputados conservadores fuera idntica a la mantenida durante los debates acerca de la constitucionalizacin del divorcio. Por otra parte, coincidiendo con la presentacin del proyec-to de ley y con el desarrollo de los debates, en la prensa de tendencia conservadora se haca tambin una campaa en contra del divorcio, pa-ralela a otra de signo contrario protagonizada por los partidos de iz-quierda.

    En unos casos, se haca hincapi en el hecho de que, aquella cam-paa a favor del divorcio era expresin de un sectarismo anticatlico; en otras ocasiones, se pensaba que la ley de divorcio no iba a solucio-nar ningn problema sino que brindara mayores facilidades para el estrago y que, salvo, excepciones importantes, daba la impresin de que al legislador le importa ms la discordia definitiva que la recons-truccin del hogar 22. No faltaban tampoco voces que denunciaban una intervencin de la Masonera en la elaboracin y defensa a ultran-za de esta ley, camuflada con pretextos de bien social y de progreso.

    Otra voz crtica del proyecto de ley de divorcio que se hizo or con fuerza en la Cortes fue la del diputado vasconavarro J. M. Leizaola. Su argumentacin culminara con la afirmacin de que las exigencias de la sociedad son exactamente las mismas que las exigencias de nuestra

    21 Casti connubii, 88 (alude a los propulsores del neopaganismo (neopaganis-

    mi fautores), afirmando que desconocen la triste realidad de las cosas (tristi re-rum usu nihil edocti) cuando rechazan la doctrina de la indisolubilidad y defien-den el divorcio con la pretensin de que unas leyes nuevas y ms humanas susti-tuyan a las antiguas leyes ya caducadas).

    22 De Cosso, F., El divorcio espaol, El Sol, 10-11-1932; el autor vea en la

    obsesin por el tema del divorcio un deseo infantil de exhibir ante el mundo leyes modernas y se preguntaba: y detrs? si sobre las pginas de una ley no vemos la vida, aquello no ser sino una ficcin, un engaapastores. Por eso, en Espaa tiene ms que hacer el costumbrista que el jurista.

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    fe catlica . En efecto, el inters de su intervencin consista en exa-minar las consecuencias sociales que iban a seguirse de la implanta-cin del divorcio en Espaa, apoyando sus reflexiones con datos con-cretos tomados de otros pases de Europa (aumento de la criminalidad en general y de la delincuencia juvenil en particular, desintegracin de la familia, relacin entre la vigencia del divorcio y el nmero de sui-cidios, etc.).

    Hay que hacer tambin referencia en este apartado al importante discurso del radical-socialista Ruiz de la Villa que, aunque no se mos-traba opuesto al divorcio, entenda que el proyecto de ley presentado en la Cmara adoleca de defectos notables. Su punto de vista puede esquematizarse en la forma siguiente:

    1. La aprobacin de la ley de divorcio significa un paso firme en orden a la secularizacin del Estado y se manifiesta la ms autntica y trascendental consecuencia del principio de la separacin de la Igle-sia y el Estado 24.

    2. Es incuestionable que al Estado le incumbe la regulacin jur-dica del matrimonio y de sus consecuencias. Hay en l no solamente un destino del individuo sino tambin una alta misin social que no se puede abandonar a otra potestad ni dejar tampoco al juego libre de la voluntad individual. En cualquier caso, la intervencin del Estado debe hacerse bajo una fuerte base tica, abrazando con sus normas toda la institucin, sin cortapisas ni desfallecimientos. Por este motivo, en-tenda el diputado que no deban prevalecer algunas tendencias pseu-do-reformistas que se apuntaban en la sociedad espaola (amor libre, matrimonio a plazo o a prueba, matrimonio polgamo, etc.).

    3. Aunque elogia el proyecto de ley y a sus artfices (han hecho una de las leyes mejor logradas de la legislacin comparada), pensa-ba que debera hacerse alguna modificacin sustancial. Por ejemplo, entenda que se trataba de un proyecto restrictivo, en cuanto que las causas de divorcio son taxativas y no se admita el hecho de la pertur-bacin objetiva, que dara una mayor flexibilidad a los motivos del di-vorcio. Por otra parte, consideraba positivo que ste se basara en el principio de igualdad de sexos, pero lamentaba que esto se hubiera ol-vidado en los artculos del proyecto de reforma del Cdigo penal. Fi-nalmente, prevena contra el afn inmoderado de recurrir al divorcio, negndose a admitir actitudes demaggicas inconvenientes.

    Desde el punto de vista social, se oponan abiertamente dos con-

    23 Diar. Ses. 110 (3-II-1932) pgs. 3592-3596.

    24 Diar. Ses. 110 (3-II-1932) pg. 3598; para el diputado radical-socialista es

    precisamente en este punto, como en otros muchos, donde se ve lo que es y lo que representa la Repblica, sin necesidad de insinuar actitudes y gestos que empeque-ezcan el marco del rgimen (ib. ib.).

  • 174 Jess Daza Martnez

    cepciones distintas del bien comn y de la familia. La argumentacin de quienes invocaban ese bien comn para rechazar el proyecto de ley, fue considerada inconsistente por los representantes de la mayora de izquierda de la Cmara, por entender que la liquidacin del derecho familiar vigente en Espaa era una exigencia bsica del nuevo Estado, de la nueva moralidad o ethos republicano. En particular, se pensaba que el bien de la familia quedaba ms slidamente garantizado al im-plantarse el divorcio, ya que dejaba de prestarse apoyo artificial a ma-trimonios rotos y carentes de autntico valor social, al tiempo que se favoreca y estimulaba la sinceridad de la unin de los esposos y la au-tenticidad de las relaciones matrimoniales.

    Tampoco era aceptable para ellos el razonamiento que se apoyaba en el bien de los hijos, apelando a su necesidad de proteccin, amparo y educacin para descalificar la ley de divorcio, ya que estimaban que en ella estaban previstos los medios para afrontar este problema con garantas de xito. Por ltimo, la mujer encontraba en la implantacin del divorcio vincular, segn ellos, una va hacia la posible liberacin de las discriminaciones de que tradicionalmente haba sido vctima, un apoyo al esfuerzo de emancipacin que haban venido reivindicando desde finales del siglo anterior.

    Falt, sin embargo, a mi juicio, una profundizacin rigurosa de la naturaleza y de los lmites de esa libertad y autonoma que se invoca-ban, as como de su relacin concreta con la tica y el derecho en la familia.

    En cuanto a las concepciones antropolgicas subyacentes en las dis-cusiones parlamentarias, es indudable la relevancia que tuvo la apela-cin al amor como razn de ser del matrimonio, coincidiendo con las exposiciones que se hacan en la prensa diaria de entonces. Pero el exa-men de las afirmaciones que se hacan a este propsito, ya sea para exigir el divorcio o para oponerse a l, revela la inconsistencia de los planteamientos y la falta de aportaciones rigurosas relativas a la natu-raleza de ese amor, a su vinculacin con la dimensin corporal y sexual del ser humano, a su significacin precisa dentro de la comunidad fa-miliar y matrimonial.

    REFLEXIN FINAL A sesenta aos de distancia, y a la vista de los planteamientos que

    se hacan entonces a propsito del divorcio y del matrimonio, parece indudable que uno de los fallos que deben descartarse, en las dos po-siciones que estaban en conflicto, es la poca o nula atencin que se prest a los problemas relativos a la estabilidad, firmeza y proteccin de la familia. Falt una conciencia ms viva de los llamados efectos institucionales del divorcio, esto es, del hecho de que la adopcin del

  • La Ley de Divorcio de 1932 175

    divorcio no es un cambio intrascendente en la legislacin familiar sino que supone un autntico cambio institucional de la familia, cuyos efec-tos trascienden a las convicciones sociales.

    Esa falta de sensibilidad explica, en gran medida, que la preocu-pacin fundamental no fuera lograr un ordenamiento jurdico capaz de proteger con eficacia la firmeza del vnculo conyugal o la estabili-dad del matrimonio, que es una exigencia fundamental del bien de la comunidad poltica, tanto si el divorcio est legalmente reconocido como si no lo est.

    Finalmente, hay que subrayar la estrechez de horizontes de los gru-pos conservadores, que se limitaron prcticamente a repetir de forma abreviada la doctrina catlica tradicional y las enseanzas pontificias. No se plante siquiera la posibilidad de que la autoridad civil pudiera llegar al reconocimiento de los casos de ruptura irrecuperable de una comunidad matrimonial, a travs del divorcio vincular, como algo no lesivo de lo que ellos entendan por bien comn. En otras palabras, no se contempl entonces la posibilidad de admitir que, en determi-nados casos, las leyes civiles que conceden el divorcio pueden ser una regulacin tolerante de un mal menor y, en consecuencia, una expre-sin de prudencia poltica y de realismo jurdico. Esta pobreza doctri-nal de los grupos opuestos al divorcio (ausentes, por otra parte, de la Cmara en momentos importantes de la discusin) es una de las cla-ves del triunfo del proyecto de ley de 1932 y de su intento de limitar la extensin de algunas disposiciones e impedir que la ley tuviera un valor retroactivo, entre otras cosas.

    En cuanto a los grupos sociales renovadores, entiendo que tendie-ron a identificar, sin suficiente discernimiento crtico, el proceso de mo-dernizacin con la aceptacin de los postulados laicistas. Esto explica, por ejemplo, que tanto en la legislacin como en la praxis poltica or-dinaria no se fuera ms all, en muchas ocasiones, de un anticlerica-lismo agresivo que Ortega y Gasset no dud en calificar de ridicula-mente arcaico. El propio Indalecio Prieto reconocera en 1941 que ese anticlericalismo haba sido el nico bagaje de sectores republica-nos muy densos.

    La forma como se procedi en la ley de divorcio, como en otras leyes republicanas importantes, recuerda muy directamente lo que ha-ba acontecido en Francia durante la Tercera Repblica, con motivo de la clebre ley de 1904 (ley Naquet). Ms que el triunfo de la razn laica o la puesta en prctica de un proyecto laico coherente, se busca-ba la imposicin de unos principios y de un sistema de valores que pu-siera fin a la prevalencia de modos de pensar y criterios de vida en co-mn que haban sido hasta entonces dominantes en Europa.