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María Paula García

1. Introducción

2. Micaela Bastidas “Por la libertad de mi pueblo he renunciado a todo”

3. Bartolina Sisa la generala aymara

4. Juana Ramírez la avanzadora

5. Manuela Sáenz envuelta en amores y revolución

6. Juana Azurduy la amazona de la libertad

7. Magdalena Güemes y las mujeres de la resistencia salteña

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LIBERTADORAS DE LA PATRIA GRANDE

María Paula García

LIBERTADORASDe la Patria Grande

María Paula García

Cuadernos de 4

Edición y corrección: Ulises BosiaDiseño de tapa y de interiores: Ignacio Fernández CasasIlustración de tapa: Paola Gigante

Se terminó de editar en junio de 2016 en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Argentina.

Cuadernos de Cambio es una publicación de Patria Grande@PatriaGrandeArgPatria GrandePatria [email protected]

Se autoriza la reproducción parcial o total, siempre y cuando sea sin fines de lucro y se cite la fuente.

ÍNDICE1. Introducción

2. Micaela Bastidas “Por la libertad de mi pueblo he renunciado a todo” ...... 15

3. Bartolina Sisa la generala aymara ...............................................................................27

4. Juana Ramírez la avanzadora .........................................................................................37

5. Manuela Sáenz envuelta en amores y revolución .................................................45

6. Juana Azurduy la amazona de la libertad .................................................................57

7. Magdalena Güemes y las mujeres de la resistencia salteña ......................... 69

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1. INTRODUCCIÓNSe cumplen 200 años de la declaración de la independencia

de nuestro actual territorio. Sin embargo hay tantos bicentenarios como lecturas e interpretaciones del mismo, porque ellas son un campo de disputa. Qué se lee y cómo, qué se narra y de qué manera, dónde se pone el foco y dónde no, quiénes son protagonistas y quié-nes no, son elecciones que se toman. Siempre.

Cuando titulamos a este cuaderno Libertadoras de la patria grande la intención fue desafiar las lecturas tradicionales de la his-toria. Una historia oficial donde los abanderados indiscutibles de la gesta independentista fueron siempre varones y sólo ellos han merecido el honor de ser nombrados Libertadores. Una historia no casualmente fragmentada y construida en base a hechos que pare-cen haberse producido por la simple voluntad de estos héroes con-vertidos en bronce.

En la extensa historiografía disponible sobre esta gesta, casi nunca se mencionan los roles cumplidos por las mujeres, sus his-torias de vida, su participación en los procesos. Las mujeres y su diversidad y los sectores subalternos, populares, dependientes, no fueron considerados sujetos de acciones relevantes y sus nombres fueron ignorados o eliminados de la transmisión histórica, generan-do una grave orfandad en la construcción de nuestras identidades.

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La independencia de la corona española no fue un momento y mucho menos un momento exclusivo de nuestro territorio: fue un largo proceso político, social y cultural, en el que hubo lucha, resistencia y guerra. Fue un proceso continental, nuestroamericano.

La emancipación de nuestros pueblos maduró a través de siglos de sufrimiento y genocidio. Porque la conquista europea se impuso a sangre y latigazos, a trabajo forzado y sometimiento, con la espada y con la cruz. A medida que el poder colonial se extendía, se fue configurando a la par una sociedad dividida en diversos estra-tos bajo un mismo yugo: a los pueblos originarios ya de por sí muy diversos que habitaban el continente, se fueron sumando españoles y españolas, criollos y criollas nacidos en estas tierras, esclavas y esclavos comerciados desde África. El mestizaje complejizó toda-vía más esa realidad, pero, a diferencia de la visión romántica que muchas veces se intentó imponer, el mestizaje no fue romántico. En parte también fue el fruto de violaciones sistemáticas.

La conquista fue la apropiación de territorios y el saqueo de bienes naturales, y al mismo tiempo la apropiación de los cuerpos de las mujeres. La imposición de un capitalismo depredador fue inseparablemente la imposición de un sistema racista y patriarcal violento, que colonizó, dominó y disciplinó a las poblaciones con-sideradas subalternas por la Corona y especialmente a las mujeres, tanto originarias como criollas y afrodescendientes.

El proceso independentista fue naciendo de las ideas revo-lucionarias de tantísimos hombres y mujeres intelectuales, de jefes militares que lideraron las operaciones armadas y de políticos que decidieron tomar las armas, de amplios sectores del pue blo domi-nado y violentado que vio en la lucha contra el enemigo opresor la esperanza de una vida mejor. El carácter de la independencia fue nuestroamericano y popular.

Las mujeres, o bien no aparecen en la historia oficial o apa-recen como excepciones, retratadas bajo estereotipos machistas, como hijas, madres, hermanas, amantes o esposas, casi siempre por fuera de contexto en el proceso independentista. Muy pocas han te-nido nombre propio e incluso no todas se mencionan; en general

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sólo se ha reivindicado el valor de las damas criollas e invisibilizado a las mujeres del pueblo. Y no podía ser de otra manera. Porque las clases dominantes han construido una historia afín a su sistema de dominación: colonial, capitalista, racista y patriarcal. Sin embargo creemos que es posible calzarse otros lentes, ver otras cosas y re-construir otra historia.

Las mujeres en su gran diversidad estuvieron allí, y no como excepción. Originarias, mulatas, zambas, criollas y afrodescendien-tes. Todas tenían razones para luchar contra los conquistadores y sin su aporte nada hubiera sido posible.

Nombrarlas libertadoras implica el desafío de deconstruir la idea de una patria que sólo tuvo padres y en donde las mujeres, en el mejor de los casos, sólo cosieron banderas y uniformes o sólo arro-jaron aceite caliente desde los techos.

Pero también, hablar de libertadoras de la patria grande es un intento de ir más allá de la simple incorporación de las mujeres. Liberarnos de las narraciones funcionales al sistema no puede sig-nificar proponer otra construida en base a sumatorias. Ser feminis-tas populares es precisamente asumir este reto: rescatar a las mu-jeres permite dotarnos una lectura integral de la lucha de nuestros pueblos por la emancipación.

Libertadoras de la patria grande intenta aportar en este sentido. Sólo asumiendo una mirada integral puede verse que las mujeres, de muy diversos orígenes étnicos y de clase, fueron parte del proceso independentista a través de muy variadas acciones. Que fueron protagonistas, e incluso, en muchos casos, motores de líneas de acción y pensamiento más radicalizadas que la de los varones. El enemigo lo sabía. Por eso, cuando le fue posible las torturó sin piedad. Ser mujeres no las libró de la venganza. De igual manera lo sabían los libertadores. Hombres de la talla de Bolívar, San Martín, Belgrano o Güemes, entre otros, supieron reconocer el valor y el aporte de las mujeres del pueblo.

Los capítulos que siguen hablan de algunas de ellas. Queda-ron afuera una gran cantidad y ello será motivo, ojalá, de próximos

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cuadernos. No obstante las que elegimos son representativas de un proceso histórico en el que hubo muchas más.

Rescatar la vida de estas mujeres en este bicentenario es un acto de justicia frente al anonimato y a la invisibilización. Si bien todas fueron diferentes entre sí, tuvieron en común la valentía, el coraje, el haber asumido desafíos no permitidos o no esperados para las mujeres de su época y condición. Y también fueron muje-res con cuerpo de mujer, con olores de mujer, con deseos, amores y pasiones. Ellas amaron a sus hijos, pero igualmente amaron a su pueblo y amaron a sus hombres. Combatieron literalmente contra el enemigo opresor y a la vez debieron imponerse al interior de sus propios movimientos revolucionarios y luchar contra todo tipo de prejuicios, a veces con los líderes que no las escuchaban. Luchando por su libertad nos liberaron a todos y todas. Y las que no fueron ejecutadas murieron solas, en la más triste pobreza o sin reconoci-miento alguno.

Ponerlas de esta manera humaniza a la historia y humaniza al mismo tiempo a esos hombres que la historia oficial inmortalizó como de bronce y llenos de virtudes. Así, veremos hombres que pe-learon y dejaron todo por la causa de la libertad, pero que dudaron, sufrieron, se obstinaron y hasta se arriesgaron por amor. Muchos que anhelaban un futuro mejor para sus pueblos tanto como el vol-ver a las camas a hacer el amor con sus mujeres. La historia oficial ha omitido también, en definitiva, el componente amoroso y sexual de todo proceso revolucionario.

En los últimos años, los procesos de lucha contra el neoli-beralismo en nuestramérica, encarnados en figuras como Hugo Chávez o Evo Morales, significaron una reivindicación del papel histórico de las mujeres en la lucha por la libertad de nuestros pue-blos. Reconocer que estas mujeres marcaron nuestra historia es vital para avanzar en el reconocimiento actual de la participación de las mujeres en la vida social y política latinoamericana. Nuestro feminismo popular y latinoamericano se reconoce en ellas. Lleva la honda de Bartolina, la espada de la Juana Ramírez y de la Azurduy, la dignidad de Micaela, el pensamiento estratégico y feminista de

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Manuela, el coraje de la Juana Moro y la determinación inflexible de la Macacha.

Su lucha es nuestra lucha, sobre todo porque fue parte de la que todavía aún libramos: la de la segunda y definitiva independen-cia de nuestra patria grande.

Quiero agradecer especialmente la valiosa colaboración de Mariel Martínez en la elaboración de este cuaderno. Sin su ayuda y sus consejos no hubiera sido posible.

M. Paula G.

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2. Micaela Bastidas: "Por la libertad de mi pueblo he renunciado a todo.”

…“Esta mañana voy a morir y no me asusta. Hace tiempo que la muerte está caminando conmigo. A pesar de que estaré

en todas partes y en ninguna, extrañaré un poco las costumbres de mi pueblo. Eso de ser llorada en Tungasuca, Pampamarca

y Surimana, de quedar entre las mantas más bellas apretadas como un niño, con guirnaldas de flores sobre el pecho y salir al cementerio de la iglesia con el señor cura por delante con capa de oro, incensario y la cruz alta. Ayer noche no he podido dor-

mir tratando de coger los recuerdos más queridos. Viéndome en Surimana, bordeando sus veredas de Qantus rojos, evocando

a mi madre en las aventuras de Marcos, el atoq, y Dieguillo, el huk’ucha: amarrando a mis hijos recién nacidos con el chunpi de los guerreadores Canas; escuchando de lejos el Ángelus de

las campanas sobre el campo; o subiendo el Q’oyllur Rit’i, para dejar mi primer allwi en las faldas de la gran “estrella de nieve”, sin saber que alumbraría mi camino hasta la horca, porque ella me está dando la paz que ahora siento. Porque quiero creer que

seguirá proyectando su luz sobre mi pueblo para otro amanecer. Porque quiero confiar en que esta muerte tiene que ser fecunda y que al librarnos de ella saldremos victoriosos. Otros días y otros

hombres vendrán a realizar lo nuestro. Así tiene que ser.”

Habla Micaela, Alfonsina Barrionuevo (Fragmento)1

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Estas palabras de Micaela son ficticias. Se las imaginó la es-critora cuzqueña Alfonsina Barrionuevo plasmándolas en su novela Habla Micaela. Pretendió escribir una biografía, pero lo poco que se sabe de la vida de Micaela Bastidas dificultó la tarea. Entonces se inspiró para hacerla hablar a partir de lo que sus enemigos hicieron con ella y dijeron sobre ella. Que hable Micaela es todo un símbo-lo, justamente porque sus verdugos determinaron que antes de ser ahorcada se le corte la lengua.

En mayo de 1781 Micaela Bastidas fue encontrada culpable al finalizar el juicio conducido por Benito María de la Mata Linares y Vásquez Dávila. El visitador José Antonio de Areche pronunció la sentencia:

“Condeno a Micaela Bastidas a la pena ordinaria de muer-te, con algunas cualidades y circunstancias que causen terror y es-panto al público, para que a vistas del espectáculo se contengan los demás y sirva de ejemplo y escarmiento. Y la justicia que le man-do a hacer es que sea sacada de este cuartel donde se halla presa arrastrada por una soga atada al cuello, atados pies y manos, con voz de pregonero que publique su delito, siendo llevada de esta for-ma al lugar del suplicio en donde se halla un tabladillo en que por su sexo y en miras de la decencia, se le sentará y ajustará el garro-te, cortándole allí la lengua. Inmediatamente se le hará morir con el instrumento, lo que verificado se le colgará en la horca, sin que de allí se le quite hasta que se mande. Y luego será descuartizado su cuerpo, llevando su cabeza al cerro de Picchu, donde será fijada en una picota con una tarja que indique su delito; un brazo a Tun-gasuca, otro a Arequipa, una pierna a Carabaya, y la otra a Tinta. Conduciendo lo restante del cuerpo al cerro de Picchu, donde será quemado junto con el resto del cuerpo de su marido en el brasero que estará allí.”2

Además de la brutal ejecución, se impartió la orden de extin-guir toda su descendencia hasta el cuarto grado, arrasar todas sus

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pertenencias y demoler su casa de Tungasuca, exigiendo que, de allí en adelante, no se erija ni edifique casa o habitación alguna.

¿Qué había hecho esta mujer de 37 años para ser sometida a tanta crueldad? ¿Quiénes fueron su marido, sus hijos y varios de los suyos que corrieron la misma suerte?

Micaela Puyacawa nació en 1744. Dentro de la racista catego-rización colonial era considerada zamba, por ser afrodescendiente por parte de padre y quechua por vía materna. Nació en el actual territorio de Perú, pero dos localidades se disputan el honor de ha-berla visto nacer. Si bien durante el juicio previo a su muerte decla-ró haber nacido en Pampamarca, Cuzco, otras fuentes sostienen que habría nacido en Tamburco, provincia de Abancay.

Se sabe muy poco de sus primeros años de vida: siendo muy pequeña, Micaela y sus hermanos, Antonio y Pedro, quedaron huér-fanos de padre; era analfabeta y hablaba quechua.

Se casó a los 15 años con José Gabriel Condorcanqui, un rico propietario de haciendas y minas cuya principal actividad era el arrieraje. Con sus más de trescientas mulas recorría frecuentemente el camino entre Cuzco y el Alto Perú. Tuvieron tres hijos: Hipólito, Mariano y Fernando.

Micaela y José Gabriel eran muy diferentes: mientras que él pertenecía a la nobleza indígena y fue educado en prestigiosos cole-gios regenteados por jesuitas, ella tiene un origen muy humilde; no lee, no escribe, apenas entiende el español.

Las autoridades españolas mandaron a destruir todos los re-tratos que había de ellos después de sus ejecuciones, pero por al-gunos escritos pudieron reconstruirse sus figuras. Se dice que José Gabriel era alto, fornido, de pelo largo, penetrantes ojos negros y nariz aguileña. Y de ella hay menos referencias: mujer delgada, de ademanes enérgicos, finísimo cuello y belleza singular.

José Gabriel adoptaría años después el nombre de Túpac Amaru II en honor de su antepasado, el Inca de Vilcabamba, reivin-dicándose como su último descendiente. Llamándose así, iniciaría en noviembre de 1780 la mayor rebelión anticolonial que se dio en

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nuestro continente durante el siglo XVIII. Micaela sería mucho más que su esposa y compañera.

La rebelión liderada por Túpac Amaru II no fue un hecho aislado. Desde hacía tiempo se venían dando revueltas en las que muchos caciques, incluso descendientes del Inca como Túpac Ama-ru I, agotaron sus esfuerzos realizando peticiones pacíficas a corre-gidores, virreyes y a la Corona misma. Protestaban ante los abusos y exigían la restitución de sus derechos, la abolición de los trabajos forzados en la mita, la corrección de los altísimos tributos y la sus-pensión de la compra forzosa de mercaderías traídas desde España, que no tenían utilidad alguna para los pueblos originarios.

José Gabriel viaja en 1777 a Lima y, contando con el apoyo de otros caciques, solicita a las autoridades virreinales el estable-cimiento de una audiencia en el Cuzco: sostiene que es imprescin-dible alguna instancia judicial en la región que controle los abusos españoles hacia las poblaciones nativas. Pero sus pedidos no son escuchados y su título de descendiente de los incas es desconocido. Este viaje le sirve para darse cuenta del verdadero rostro de los es-pañoles. En palabras de Micaela, a José Gabriel se le habría abierto la cabeza en Lima.

La paciencia se estaba terminando y con Túpac Amaru II se daría, parafraseando al escritor Luis Valcárcel, una verdadera tem-pestad en los Andes. Tres años después del viaje a Lima, la rebelión se inicia con la captura del corregidor español Antonio de Arriaga: se lo juzga por sus abusos en un juicio popular y se lo termina ahor-cando en plena plaza de Tungasuca. Era sólo el comienzo.

Micaela estuvo decidida desde el primer momento y tanto su familia como la de José Gabriel se involucran en el proceso.

Túpac Amaru II obtiene su primera gran victoria en la batalla de Sangarará: los realistas intentaron sofocar el levantamiento con un ejército de dos mil hombres al mando del corregidor Fernando de Cabrera, pero un batallón de seis mil rebeldes salido de Tunga-suca los derrotó completamente.

Un levantamiento que comenzó contra los abusos y el mal gobierno, contra la mita y los excesivos impuestos, se fue radicali-

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zando poco a poco. Y al tomar cada vez más un curso campesino y anti realista, va a provocar que mestizos, algunos criollos y ciertos caciques le quiten el apoyo. Los blancos empiezan a sufrir la confis-cación de sus posesiones, la destrucción de sus haciendas y obrajes. Y el quiebre será total con la quema de la Iglesia de Sangarará donde se habían apertrechado los realistas sobrevivientes de la batalla y se negaban a entregarse.

Las tropas españolas estaban desconcertadas y Micaela pro-pone atacar la ciudad del Cuzco a sangre y fuego. Terminarlos antes de que pudiesen reaccionar. Pero su marido no está de acuerdo y prefiere extender la rebelión hacia otras zonas.

En diciembre de 1780, esta diferencia entre ambos quedará expresada en la carta que le escribe Micaela3:

Chepe mío,Tú me has de acabar de pesadumbre, pues andas muy des-

pacio paseándote en los pueblos y más en Yauri, tardándote dos días con gran descuido, pues los soldados tienen razón de aburrir-se e irse cada uno a sus pueblos. Yo ya no tengo paciencia para aguantar todo esto, pues yo misma soy capaz de entregarme a los enemigos para que me quiten la vida, porque veo el poco anhelo que ves en este asunto tan grave, que corre en detrimento la vida de todos y estamos en medio de los enemigos, que no tenemos hora segura de vida y por tu causa están a pique de peligrar todos mis hijos y los demás de nuestra parte. Harto te he encargado que no te demores en esos pueblos, donde no hay que hacer cosa ninguna, pero tú te preocupas en pasear sin traer a consideración que los soldados carecen de mantenimiento, y aunque se les dé plata, esta ya se acabará al tiempo, y entonces se retirarán todos despojándo-nos desamparados, para que paguemos con nuestras vidas.

Tu Mica

Micaela maneja la parte logística del movimiento, administra los recursos y sigue bien de cerca todos los movimientos militares. Si bien es analfabeta, dispone de un escribano que toma nota de sus

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pedidos, confecciona sus cartas y emite sus órdenes. Estaba conven-cida de que las tropas realistas se rearmarían en el Cuzco y le va in-formando a Túpac Amaru la situación casi día por día, reportándole además qué pueblos le son leales y en cuáles se presume la traición.

Mientras él está en el sur tratando de extender la rebelión, ella está al mando del campamento de Tungasuca: otorga salvocon-ductos, administra las provisiones, envía cartas a otros caciques y firma edictos como parte del gobierno rebelde. No era tarea fácil dirigir la retaguardia: había que mantener disciplinados y ocupa-dos a miles de hombres, hacer tareas de inteligencia y manejar una compleja red de espías.

El liderazgo de Micaela es retratado por el historiador Carlos Daniel Valcárcel de la siguiente manera:

“La cordura de sus acciones confirió a doña Micaela un gran prestigio entre los suyos, como es notorio en los textos de nu-merosas cartas enviadas por caciques, gobernadores y particula-res. En ellas más que a la esposa del jefe se dirigen a la autoridad superior, a la ‘Reina’ y le solicitan consejos para resolver varia-dos problemas. Las misivas procedían de pueblos de las diferentes provincias, sincerándose de acusaciones infundadas, consultando ciertos asuntos administrativos, dando noticias sobre envíos de hombres o movimientos sospechosos, remoción de autoridades o apoyo económico, atendidos invariablemente con justo criterio y raro tacto psicológico”.4

Ella nunca estuvo en el frente, pero hubo otras mujeres que sí se destacaron en el combate, como Cecilia Túpac Amaru, prima de Túpac Amaru, y Tomasa Tito Condemayta. Esta última fue una de las cacicas más pudientes entre todos los miembros que confor-maron la dirección del ejército rebelde: disponía de tierras, bienes cuantiosos y un numeroso ganado que le permitía llevar una vida holgada antes de la insurrección. Literalmente entregó y dejó todo por la lucha contra el poder español, incluso abandonó a su marido, el español Faustino Delgado, y a sus hijos Ramón, Lorenza y Maria-

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no por seguir la causa. Tenía unos 40 años cuando se convierte en una de las primeras que organiza su cacicazgo en aras de la insur-gencia, moviliza a sus hombres a través de los varayoq (autoridades de las comunidades campesinas) y pone a disposición su riqueza para financiar y sostener el movimiento. Como cacica de Acos se encarga de organizar la elaboración de rejones, picas y lanzas, pero también participa directamente de la insurrección dirigiendo los ejércitos rebeldes, avanzando en la primera línea de fuego.

Entre noviembre de 1780 y marzo de 1781, Micaela le envía a Túpac Amaru alrededor de veinte cartas. Algunas son comunicacio-nes de guerra y en otras le pide que tenga cuidado hasta de quiénes lo alimentan. Teme que pueda ser envenenado.

Quiere que apure su retorno a Tungasuca para sitiar el Cuzco de una vez por todas, ya que las fuerzas realistas avanzan preten-diendo cercarlos. Cuando finalmente llega, en enero de 1781, ya era demasiado tarde: la ciudad se había convertido en un bastión rea-lista y no recibe apoyo alguno de mestizos, criollos ni originarios.

Luego de la batalla de Chinchina, en Tinta, el 6 de abril de 1781, Túpac Amaru cae prisionero al día siguiente, cuando se retira-ba camino a Langui en una emboscada, clara traición urdida por sus propios colaboradores. El mismo día Micaela es capturada junto a sus hijos Hipólito y Fernando cuando se disponían a partir camino a Livitaca, también traicionados. Junto a la familia de Micaela caen también prisioneros la cacica Tomasa Tito Condemayta, Cecilia Tú-pac Amaru y el más leal colaborador de Túpac Amaru, el negro An-tonio Oblitas, entre otros tantos integrantes del movimiento.

Todos son llevados a Cuzco, encadenados. La ciudad entera presencia la entrada de los prisioneros llevados a cabeza descubier-ta. El visitador Areche los invita a que se despidan. Sólo volverán a verse en el patíbulo.

Areche llegó a ir al calabozo de Túpac Amaru para exigirle, a cambio de promesas, los nombres de los cómplices de la rebelión. Pero él sólo le responderá con desprecio: �Nosotros dos somos los únicos conspiradores; Vuestra merced por haber agobiado al país con exacciones insoportables y yo por haber querido libertar al pue-

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blo de semejante tiranía. Aquí estoy para que me castiguen solo, al fin de que otros queden con vida y yo solo en el castigo.”

Micaela también fue sometida a un largo martirio con el obje-tivo de doblegarla para que delate a los que aún seguían impulsando la insurgencia armada. Ninguno de los dos delató a nadie, se guar-daron para ellos el nombre y la ubicación de sus compañeros. To-dos fueron condenados a muerte, excepto el hijo menor de ambos, Fernando, de 12 años, que fue obligado a presenciar las ejecuciones.

El 18 de mayo de 1781, después de haber cercado la plaza del Cuzco con las milicias, se procedió a la ejecución de los prisioneros, entre ellos varios capitanes, Antonio Oblitas (que ahorcó al general Arriaga), Antonio Bastidas, Francisco Túpac Amaru, Tomasa Tito Condemayta, Hipólito Túpac Amaru -hijo de Micaela y Túpac Ama-ru-, Micaela Bastidas y el mismo Túpac Amaru. Todos fueron sa-liendo de a uno, uno tras otro. Venían con grillos y esposas, metidos en unos zurrones, como esos en que se trae la yerba del Paraguay, y arrastrados a la cola de un caballo aparejado. Acompañados por sacerdotes y custodiados por la guardia, fueron llegando al pie de la horca, y se les dieron por medio de dos verdugos, las siguientes muertes: al zambo y al hermano de Micaela, Antonio Bastidas, se les ahorcó llanamente. A Francisco Túpac Amaru, tío del insurgente, y a su hijo Hipólito, se les cortó la lengua antes de arrojarlos de la escalera de la horca. A la cacica Condemayta se le dio garrote. Luego Micaela y Túpac Amaru debieron ver con sus ojos la ejecución de su hijo Hipólito, también en la horca.

Después subió al tablado Micaela, donde en presencia del marido se le cortó la lengua y se le dio garrote, en el que padeció hasta el infinito, porque teniendo el cuello muy delgado el torno no podía ahogarla; entonces los verdugos, echándole lazos al cuello, tirando de una a otra parte, y dándole patadas en el estómago y pe-chos, la acabaron de matar de esa manera.

El salvaje espectáculo terminó con José Gabriel, quien vio morir a todos sin delatar a nadie, aún cuando le arrebataron a su hijo y a su Mica, con quien estuvo unido durante veinte años, hasta el final. Lo sacaron a la plaza, le cortaron primero la lengua y más

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tarde, despojado ya de los grillos y las esposas, lo pusieron en el suelo. Le ataron las manos y los pies a cuatro lazos, y asidos éstos a las cinchas de cuatro caballos, tiraban cuatro mestizos a cuatro dis-tintas partes: un espectáculo jamás visto en la ciudad.

Narra el historiador Valcárcel que en ese momento el peque-ño Fernando Túpac Amaru, obligado a presenciar el sacrificio de sus padres y hermanos, “dio un grito tan lleno de miedo y angustia que por mucho tiempo quedaría en los oídos de aquellas gentes...”

Los cuerpos de José Gabriel y Micaela se repartieron por par-tes en diversas zonas y el resto fue llevado a Picchu, a una hoguera en la que fueron arrojados y reducidos a cenizas que se arrojaron al aire y al riachuelo que allí corre.

El hijo restante, Mariano, fue capturado días más tarde y jun-to con su hermano Fernando fueron desterrados de por vida a presi-dios de África. Juan Bautista Túpac Amaru, medio hermano de José Gabriel, fue el único descendiente vivo.

A partir de allí, los españoles mandaron a quemar todo vesti-gio de la familia, prohibiendo incluso hablar en quecha y bautizar a los niños con nombres indígenas.

La brutal ejecución sólo tiene una explicación: crear el terror para que nada de ello volviera a repetirse. Y el ensañamiento parti-cular que el poder colonial descargará sobre Micaela es también un llamado de atención para todas las mujeres, para que a ninguna se le ocurriera alguna vez volver a levantarse.

Sin embargo, en palabras del poeta Alejandro Romualdo, la brutalidad también evidencia el inicio de la decadencia de un régi-men que caería décadas después.

En la rebelión conducida por Túpac Amaru II y Micaela Bas-tidas perderán la vida unas cien mil personas. Micaela representa a las miles de mujeres que lucharon por la justicia, sacrificando su vida por la libertad y la dignidad de su pueblo.

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Notas1. Barrionuevo Alfonsina (2015), Habla Micaela, Cuzco, Perú, Dirección Des-

concentrada de Cultura de Cusco, Ministerio de Cultura.2. Ferreyra, Norma Estela (2013), Próceres de papel y héroes olvidados en la

independencia argentina, Argentina, Lulu.com.3. Guardia Sara Beatriz (2012), Micaela Bastidas y las heroínas de la inde-

pendencia del Alto Perú, en Visiones de la Independencia Americana, Subalternidad e Independencias, Madrid, España, Ediciones Universidad de Salamanca.

4. Valcárcel, Carlos Daniel (1973), “Micaela Bastidas”, en La Rebelión de Tu-pac Amaru, Lima, Perú, Peisa.

Para profundizar recomendamosGarcía Jordán Pilar e Izard Miquel (1991), Conquista y resistencia en la his-

toria de América, Barcelona, España, Publicaciones de la Universidad de Barcelona.

Mires, Fernando (2005), La rebelión permanente: las revoluciones sociales en América Latina, Argentina, Siglo XXI Editores.

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3. Bartolina Sisa: la generala aymara

Bartolina Sisa, mujerEres fuerte como la tierra

Bartolina Sisa, mujerTu sangre es nuestra sangre

Las que vestimos allmillas y aqsusSiempre te recordamos

Bartolina Sisa, mujerEres el aroma de nuestra tierra

De ti siempre nos recordamosAmada Bartolina

Contigo BartolinaMuchas veces sueño

Tu sangre también es mi sangreAmada Bartolina

Luzmila Carpio

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Corre el mes de junio de 1781. Apenas pasaron semanas de la ejecución de Micaela Bastidas, José Gabriel Condorcarqui y varios de los suyos, y los habitantes de la ciudad de La Paz están desespe-rados. Hace más de 100 días que están sitiados por tropas ayma-ras alojadas en El Alto bajo el mando de Túpac Katari. Desde allí bajan y realizan ataques diarios con hondas y piedras, asaltan las viviendas de los alrededores, destruyen las acequias y evitan que los alimentos lleguen a la ciudad. La falta de alimento hace que 30 mil almas distribuidas en apenas 20 manzanas recurran a lo que sea; hasta las mulas comienzan a comerse y miles empiezan a morir por infecciones. Pero el cerco se mantiene y las milicias españolas sólo pueden resistir.

Finalmente, llega un ejército de apoyo español, al mando de Ignacio Flores. “¿Quién está al mando de los rebeldes?”, preguntó. “Responden al líder Túpac Katari, señor”, le expresan tímidamente. “¿Túpac Katari?”, dice Flores, incrédulo, “si tenemos noticias de que se alejó hacia el norte para reorganizar tropas dispersas”, aseguró. “Es cierto señor, pero dejó a su esposa al mando”, susurró un rea-lista en voz muy baja. “¿Me están diciendo que no pudieron romper el cerco de un par de indios con hondas bajo el mando de una mu-jer?” gritó encolerizado José Ignacio Flores de Vergara y Ximénez de Cárdenas. “Sí, señor, no pudimos; parece que ella es peor que el marido”, apenas atinaron a decir.

Esa mujer de profundos ojos negros y de sólo 25 años de edad era Bartolina Sisa. Aymara de pura cepa.

Como muchas, Bartolina no escapa del mote de “la mujer de”; durante mucho tiempo la historia oficial la nombrará como la mu-jer compañera de Túpac Katari, uno de los líderes más importantes de las rebeliones contra la dominación española en el siglo XVIII. Tampoco escapó del racismo, y fue llamada “chola” o “concubina”, todos intentos por nombrarla sin nombre y todos pronunciados con el mismo rencor.

Muy contrariamente a esa imagen, Bartolina ocupó un lugar propio gracias a su contribución política y militar: al mando de sus propias tropas logró asombrar tanto a los suyos como a los enemi-

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gos. El punto más álgido de esa lucha fue el sitio de la ciudad de La Paz en 1781, donde al principio lo dirigió junto a su marido y luego lo mantuvo sola. Justamente, al saberse que el asedio lo comandaba una mujer, se envía un primer ejército para romperlo. Sin embargo Bartolina resiste y logra triunfar con hondas y piedras contra un enemigo que portaba armas de fuego. Es recién después de casi tres meses de cerco que el ejército español comienza a debilitarse por hambre, y la Real Audiencia de Charcas, al enterarse, envía 1.700 hombres para ponerle punto final.

Era ella quien organizaba a la gente, controlaba la provisión de víveres, recorría los diferentes campamentos y otorgaba los per-misos para que las personas pudieran desplazarse a través del terri-torio rebelde.

Algunas historiadoras como Marina Ari Murillo, intelectual afro-indígena, sostiene que:

Bartolina provenía de la línea de las Mama T’allas, mujeres autoridades a la par de los hombres que tenían incluso divinida-des femeninas propias. Mujeres inteligentes, laboriosas, guerreras que eran contempladas con respeto dentro de la filosofía Aymara de los opuestos complementarios. Lo femenino y masculino como complementariedad necesaria para el equilibrio. La solidaridad como principio extendido a las relaciones ser humano y natura-leza, hombre y mujer, cosmos y tierra. La solidaridad del Ayllu.1

Reconociendo estas características, es necesario destacar la absoluta novedad que representa el caso de una mujer que ejerce una actividad generalmente reservada a los hombres: la guerra. Bar-tolina cumplía con las pautas tradicionales de reciprocidad entre el estado y las comunidades, y al mismo tiempo con el desempeño de funciones atribuidas a los varones, como los cargos de autoridad y de guerra. Encarna tradiciones andinas milenarias pero también las transforma.

No hay acuerdo preciso sobre fecha y lugar exactos de su na-cimiento. Algunos historiadores señalan agosto de 1753 en la co-

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munidad de Sullkawi, del ayllu del mismo nombre; otros afirman agosto de 1750 en el ayllu de Uquri Q’ara Qhatu de la comunidad de Sullkawi, provincia Loayza del departamento de La Paz, actual Bo-livia. Lo que sí se sabe es que fue un 24 de agosto y que por ello sus padres, José Sisa y Josefa Vargas, le pusieron Bartolina: por el san-toral católico que establece ese día como el día de San Bartolomé.

Sus padres eran aymaras originarios del Alto Perú, y vivían del comercio de la coca y los tejidos, actividad que les permitía li-berarse del sometimiento al que estaban condenados todos los pue-blos originarios de esas tierras. Es esa vida la que lleva a Bartolina a recorrer muchas ciudades, pueblos, comunidades, minas, cocales, y a conocer de primera mano la situación de sus hermanas y herma-nos sometidos al yugo español. El comercio de la coca era próspe-ro debido a que los indígenas necesitaban ansiosamente la sagrada hoja de coca para mitigar la fatiga y el hambre. De todas maneras, la ganancia era muy poca; aunque se trataba de una hoja originaria de esas tierras, debían pagar un alto tributo a los españoles para poder comerciarla.

A los 19 años se traslada con su familia a Sica Sica, y habien-do ya adquirido experiencia en el comercio, se independiza, algo muy peculiar en una mujer muy joven y soltera. Bartolina, descrita como alegre, muy atractiva, esbelta, de piel morena y ojos negros, no necesitaba de un hombre para sobrevivir económicamente.

Allí en Sica Sica conoce a Julián Apaza. Él también era comer-ciante de coca, luego de haber realizado durante años trabajo forza-do en la mita de las minas de Oruro. Debió dejar la mita e incluso la ciudad porque lo iban a matar: organizaba a los indígenas para que rechazaran las extenuantes jornadas de trabajo y el maltrato.

Cuando les llegan las noticias sobre los masivos levantamien-tos de indígenas, mestizos y criollos pobres contra el poder colonial, deciden sumarse a la causa organizando a los suyos. El proyecto de Julián y Bartolina fue sitiar La Paz hasta que los realistas se rindie-ran. El 13 de marzo de 1781, al frente de veinte mil hombres y muje-res, empezaron las acciones militares. Para junio, se habían sumado casi cien mil.

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Julián fue proclamado virrey del Inca, por lo cual adoptó el nombre de guerra Túpac Katari. Bartolina, por méritos propios, fue nombrada virreina. Las crónicas de la época la describen como una generala en falda, una jefa, política y militar que dominaba el ku-rawa (la honda) y el fusil y sabía montar caballos. También como alguien que dispuso a sus tropas bajo tácticas novedosas: aunque tenían la superioridad numérica, había que compensar la falta de armas de fuego con las cuales atacaban los españoles.

En marzo de 1781 comienza el sitio de la ciudad de La Paz. El ejército español, al mando de Sebastián Segurola, construyó una gran muralla defendida también por milicias de civiles criollos jun-to con los soldados. Desde allí podían verse las hogueras nocturnas encendidas por los campamentos rebeldes en los cerros, mientras repercutía el son de “pututus”, instrumentos andinos de viento con-feccionados con una caracola que emitían un sonido muy potente. Se combatía de día y de noche: los españoles tenían armas de fuego, pero los rebeldes aymaras utilizaban piedras y propagaban incen-dios a través de proyectiles de lana ardiendo lanzados con hondas.

El cerco se mantiene y los pobladores de La Paz comienzan a morir de hambre y de infecciones. Una vez que Túpac Katari se aleja de los campamentos y va hacia el norte a reagrupar tropas, Bartoli-na queda a cargo. Cuando el jefe militar español comprueba que es una mujer la que está al frente de las fuerzas enemigas, recluta a la mayoría de hombres de la ciudad y trata de romper el cerco coman-dado por ella. Pero tiene que retirarse.

En junio los realistas embisten a las tropas de Túpac Katari en el norte y, si bien no lo derrotan, lo obligan a replegarse. Al mis-mo tiempo, llegan a La Paz los refuerzos españoles.

Los conquistadores habían aprendido varias lecciones en la guerra contra los levantamientos indígenas, especialmente contra Túpac Amaru: sabían que no alcanzaban las armas de fuego y la superioridad numérica; había que manipular al adversario, destruir su moral, ganarlo u obligarlo a traicionar. Por ello comienzan a ex-pandir el rumor de que las tropas de Túpac Katari habían sido de-rrotadas y les ofrecen a los rebeldes abandonar el sitio de La Paz con

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la promesa de indultos para todos los que ayudaran a la captura de los cabecillas.

Bartolina no cree en la noticia de la derrota, pero aún así de-cide trasladar a sus tropas a zonas más seguras. Pero la traicionan: algunos de los combatientes bajo su mando la capturan y la entre-gan a los españoles el 2 de julio de 1781. Como era de esperar, los traidores no recibieron indulto alguno, sino la cárcel y la muerte.

Los españoles todavía seguían sin creer que una mujer india los hubiera enfrentado con tal bravura.

En La Paz Bartolina es recibida con insultos, escupitajos y piedras. Estuvo presa más de un año, en una celda encadenada en la que fue torturada y violada por haber humillado al poder. Castigos duros que muchos no soportaron, muriendo antes.

Sólo hablaba aymara, motivo por el cual era interrogada por un intérprete. Se intentó sacarle información bajo tormentos sobre la insurrección. Pero no delató a nadie. Sólo afirmó: “Estoy presa por organizar a la gente bajo las órdenes de mi esposo. Porque fo-menté el sitio en su ausencia y porque capitaneé los combates”.

Su marido no la abandona nunca y continúa al mando de la rebelión. Reagrupa a las fuerzas alrededor de La Paz y aprovecha la ida de Flores para iniciar el segundo sitio a la ciudad, a principios de agosto de 1781.

El 24 es el cumpleaños de Bartolina: los aymaras bailan y marchan hacia las murallas con antorchas y pututus saludando a la prisionera. Julián Apaza intenta incluso canjear prisioneros para liberarla y amenaza con redoblar los ataques. Segurola le tiende una trampa en octubre, sacando a pasear a Bartolina cerca de la línea de asedio de los indígenas, sin grilletes, bien lavada, bien vestida, como prueba de que vivía. Pero Julián no cae en el ardid. Sabe que aún si él se entregara, a ella no la dejarían libre.

El cerco a La Paz se reorganiza, pero siete mil soldados llegan para romperlo definitivamente. Tras un mes de intensos combates, lo que no pudieron las armas enemigas lo logró otra traición: el 10 de noviembre Túpac Katari fue entregado.

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Luego de cuatro días de horribles torturas, sus extremidades fueron amarradas a cuatro caballos hasta descuartizarlo. Bartolina debió presenciarlo. Igual que a Tupac Amaru II, las partes de su cuerpo fueron repartidas y exhibidas por varios lugares para que sirviera de “escarmiento a los indios rebeldes”.

La sentencia dijo: “Ni al rey ni al estado conviene que quede semilla, o raza de éste o de todo Túpac Amaru y Túpac Katari por el mucho ruido e impresión que este maldito nombre ha hecho en los naturales”.

Desde ese día, muchas voces comenzarán a repetir que las últimas palabras de Túpac Katari fueron: “¡Yo muero hoy, pero vol-veré y seré millones !”.

Después de casi un año de encierro y sufrimiento diario, y sin haber delatado a nadie de los suyos, al amanecer del 5 de septiem-bre de 1782 fue ejecutada la guerrera aymara. El fundamento de la sentencia afirmó:

“A Bartolina Sisa Mujer del Feroz Julián Apaza o Tupac Ka-tari, en pena ordinaria de Suplicio, que sea sacada del Cuartel a la Plaza mayor atada a la cola de un Caballo, con una soga al Cuello y plumas, un aspa afianzada sobre un bastón de palo en la mano y conducida por la voz del pregonero a la Horca hasta que muera, y después se clave su cabeza y manos en Picotas con el rótulo corres-pondiente, para el escarmiento público en los lugares de Cruzpata, Alto de San Pedro, y Pampajasi donde estaba acampada y presidía sus juntas sediciosas; y después de días se conduzca la cabeza a los pueblos de Ayo-ayo y Sapahagui en la Provincia de Sica-sica, con orden para que se quemen después de un tiempo y se arrojen las cenizas al aire, donde estime convenir. (Archivo General de Indias. Buenos Aires 319).

Y así lo hicieron. Los españoles debían acabarla así, pues como había dicho la sentencia contra su esposo y la de Túpac Ama-ru II, “de lo contrario, quedaría un fermento perpetuo”. Lo mismo ocurrió con su cuñada y amiga Gregoria Apaza; y junto a todos ellos

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un hijo de Túpac Katari y Bartolina, de diez años de edad, fue apre-hendido y nunca más se supo de él. Se cree que los otros 3 hijos lograron sobrevivir cambiándose el apellido.

Pasaron años, pero la semilla de la libertad no pudo ser aplas-tada. Bartolina Sisa y toda la generación de rebeldes originarios de nuestro continente no murieron en vano: al odio con el cual fueron torturados y asesinados se les opuso una fuerza directamente pro-porcional que los convirtió en inmortales. Renacieron una y otra vez, en cada sublevación, en cada lucha contra el enemigo opresor.

El 5 de septiembre de 1983, el Segundo Encuentro de Organi-zaciones y Movimientos de América reunido en Tihuanacu, Bolivia, instituyó el Día Internacional de la Mujer Indígena, en honor de la heroína Bartolina Sisa, reconociéndola como valerosa y aguerrida mujer aymara brutalmente asesinada y descuartizada por haberse opuesto a la dominación y la opresión de los conquistadores espa-ñoles un 5 de septiembre de 1782.

En las elecciones presidenciales de 2005 Evo Morales ganó con el 54% de los votos, asumiendo el poder en enero de 2006. Se trata del primer presidente indígena de Bolivia, originario de un ay-llu aymara del Altiplano y ligado a la hoja de coca. Desde siempre se declaró heredero de Túpac Katari y Bartolina:

“Hermanas y hermanos, yo llego a la siguiente conclusión sobre Bartolina Sisa: para mí Bartolina Sisa es la madre de las madres anticolonialistas, antiimperialistas y anticapitalistas ( ) y el mejor homenaje que podemos hacerle es recuperando sus principios, que eran una lucha anticolonial, y por tan-to antiimperialista y anticapitalista, ésa era su lucha”2

La Confederación Nacional de Mujeres Campesinas Indíge-nas Originarias de Bolivia3 lleva por nombre Bartolina Sisa. Cuen-tan con más de un millón setecientas mil afiliadas, conocidas como “las Bartolinas”. Hoy en día es imposible pensar en las transforma-ciones estructurales y en la construcción del Estado plurinacional

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sin la presencia de esta organización, que se reconoce como la en-carnación de esta heroína en millones.

Las Bartolinas son hoy una organización fuerte, posicionada en el ámbito político y social boliviano en la defensa de los derechos de las mujeres y en lucha por la justicia y la igualdad.

Son una clave en la participación de las bolivianas en la ela-boración de políticas públicas y la gestión de los recursos del país, en la equidad de géneros, la recuperación de tierras y el desarrollo económico, productivo, industrial, social, político y cultural de las campesinas indígenas desde sus propias comunidades.

Notas1. Ari Murillo, Marina (2003), Bartolina Sisa: la generala aymara y la equi-

dad de género, La Paz, Bolivia, Editorial Amuyañataki.2. Discurso del presidente Evo Morales en el acto de conmemoración de los

263 años del nacimiento de la líder indígena Bartolina Sisa, agosto 2013 http://www.vicepresidencia.gob.bo/Evo-Morales-Bartolina-Sisa-es-la

3. Agencia Plurinacional de Comunicación 2015 “Confederación Nacional de Mujeres Campesinas Indígenas Originarias de Bolivia Bartolina Sisa - CN-MCIOB-BS” en http://www.apcbolivia.org/org/cnmciob-bs.aspx

Para profundizar recomendamosDel Valle de Siles, María Eugenia (1994) El cerco de La Paz. 1781. Diario de

Francisco Tadeo Diez de Medina, La Paz, Bolivia, Ed. Don Bosco.Del Valle de Siles, María Eugenia (1981), Bartolina Sisa y Gregoria Apaza

: dos heroínas indígenas, La Paz, Biblioteca Popular Boliviana “Ultima Hora”.

Guardiola, Lola Ganzález (2000), De Bartolina Sisa al Comité de Receptoras de Alimentos de El Alto:antropología del género y organizaciones de mu-jeres en Bolivia, Univ. de Castilla La Mancha.

Serulnikov, Sergio (2012), Revolución en los Andes: La era de Túpac Amaru, Buenos Aires, Penguin Random House Grupo Editorial.

Sierra, Julio (2013), Mujeres sin miedo, Buenos Aires, Argentina, Javier Ver-gara Editor

Todorov, Tzvetan (1982), La conquista de América. El problema del otro, Ar-gentina, Siglo XXI Editores.

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4. Juana Ramírez: la avanzadora

¡Las mujeres, sí soldados, las mujeres del país que estáis pisando

combaten contra los opresores, y nos disputan la gloria de vencerlos!

Todo hombre será soldado, puesto que las mujeres se han convertido en

guerreras, y cada soldado será un héroe por salvar pueblos que prefieren

la libertad a la vida.

Simón Bolívar, Proclama a los soldados del Ejército Libertador de Venezuela, Cuartel General de Trujillo 22 de junio de 1813.

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Entre una lluvia de balas, Juana avanza. Hacía tiempo ya que había organizado la escuadrilla de mujeres esclavas, libertas, indias, afrodescendientes, que en las filas revolucionarias codo a codo con la soldadera patriota peleaba, organizaba y curaba. Porque a las ta-reas tradicionalmente adjudicadas a las mujeres, las de Maturín ha-bían sumado una: la batalla.

Al capitán realista Monteverde lo desbordaba la soberbia y la valentía. Después de haber vencido al gran Francisco Miranda y de haber aportado su terrón de arena en derribar la primera república, iba por el Oriente, ultimo espacio de la resistencia republicana.

Pero bajo el mando del General Manuel Piar avanza Juana. Las tropas republicanas pelean, repliegan, dudan, retroceden. Es-peran. Especulan movimientos para ganar la contienda. Y Juana, que no puede hacer otra cosa que avanzar, camina decidida. Arran-ca con su mano derecha del cuerpo de un general realista muerto la espada que lo había matado. La enarbola como una bandera. Su mano izquierda se cierra en puño mientras avanza. Entre la balace-ra que no mira, avanza y grita.

La batería de mujeres avanza detrás de ella. Los soldados pa-triotas, detrás de las mujeres.

Y adelante Juana, con bandera de espada, que flamea metal.Juana es hija de Guadalupe, a la cual trajeron desde África

al puerto de Cumaná como una más de las piezas a comerciarse en América. Era tan una cosa, que ni su verdadero nombre trascendió a su historia más inmediata. Es bautizada con ese nombre por la tra-dición judeocristiana. Recala en una de las haciendas del territorio que hoy es Venezuela, en Chaguaramal, situado en el sur del estado de Monagas, en una hacienda perteneciente a la familia Ramírez.

Guadalupe es negra y esclava, por lo cual no se le pregunta acerca de sus deseos ni de sus pareceres. Se embaraza, pero nadie sabe de quién y tampoco importa. De la hacienda será. Y pare, el 12 de enero de 1790 a Juana Ramírez. Ramírez es, en este tiempo y estado, su marca de pertenencia, no de identidad.

De niña no juega. Lava, cocina, trabaja la tierra, cuida al ga-nado, monta caballos. Vive su infancia y primera juventud como es-

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clava, pero bajo la tutela de Teresa Ramírez, señora de la estancia y patriota. De ella escucha hablar de patria y de revolución. De ella aprende de dónde vienen todos sus males. Desde ella se transforma en liberta. Es de la mano de otra mujer que Juana se libera.

Antes de cumplir quince años, Juana empieza a acompañar a Andrés Rojas, señor de la estancia y también patriota, en las tareas que la gesta independentista exigía. El hablar y el hacer junto a los que abogaban por la república termina de forjar su espíritu revo-lucionario y la transforman en una aliada fundamental del general Rojas.

La primera república había caído, luego de mantenerse entre abril de 1810 y julio de 1812. Se inició en Caracas, cuando el gober-nador y capitán general Vicente Emparan y Orbe y otras autorida-des españolas son derrocados y sustituidos por una Junta Suprema de Gobierno que al comienzo se declaró "protectora de los derechos de Fernando VII" pero cuyos actos se orientaban al logro de la inde-pendencia absoluta de Venezuela.

Y termina con la entrada del jefe español Domingo de Mon-teverde a Caracas el 30 de julio de 1812.

Eran muchos los patriotas que trabajaban incesantemente por la instalación de la segunda república. Entre ellos el más impor-tante, el libertador Simón Bolívar.

Maturín, en el oriente de Venezuela, era un punto estratégi-co. Los realistas ya habían sido rechazados cinco veces en su intento de doblegarlo. Y en las cinco batallas había participado Juana.

Se desempeñaba como lavandera y había llegado allí después de la caída de la Primera República, huyendo de las confrontaciones y persecuciones contra los patriotas que se vivían en los Llanos del Guárico Oriental.

Sus principales acciones las desempeñó en el año 1813, cuan-do el realista Monteverde atacó a la ciudad de Maturín y los repu-blicanos dirigidos por José Francisco Bermúdez, Manuel Piar y José Tadeo Monagas la defendieron. Bajo la dirección de Piar estaba la “Batería de las Mujeres”, llamada así porque estaba formada en su totalidad por mujeres del pueblo, que al lado de los hombres lucha-

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ron denodadamente por la independencia. Juana Ramírez estaba entre ellas y en esa acción recibe el apodo de �La Avanzadora�, por ser la primera en avanzar hacia el enemigo, aunque también realizó en el campo de batalla diversas actividades, entre otras, apertrechar los cañones y auxiliar a los heridos.

Se gana el apodo en la batalla del Alto de Los Godos, el 25 de mayo de 1813. La batalla había comenzado a las 11 de la mañana. Al atardecer, la lucha no daba tregua y Maturín entero recibe una preo-cupante noticia: los patriotas se estaban quedando sin municiones. Los realistas aún disparaban sus últimos plomos.

Entonces Juana sale de su fosa, camina, desentierra una es-pada del cuerpo de un godo muerto y la enarbola como pabellón de guerra. Avanza Juana y detrás de ella la tropa patriota, animada, también avanza. La victoria es cuestión de horas.

De repente ya llegando a los altos, en columna de cuatro, con sus tres cañones arrastrados por mulas, aparecieron: Juana Ra-mírez comandanta, Marta Cumbale segunda al mando y al frente, Antonia Palacios, Juanita Ramírez, Valentina Mina, Graciosa Ba-rroso, Valencia Gómez, Rosa Gómez, Dolores Betancourt, Carmen Lanza, Luisa Gutiérrez, Isidora Argote, Eusebia Ramírez, Guada-lupe Ramírez, Rosalía Uva, María Romero, Josefa Barroso, Juana Carpio y Lorenza Rondón. Mujeres con nombre y apellido. Mujeres que existieron. Peleaban organizadas, evitando que los realistas lle-gasen hasta donde se encontraban sus niños y sus ancianos.

- ¡Soldadas de la Patria!, las saludó Piar, que de inmediato se puso al frente de ellas y la avanzada.

- ¡Vamos muchachas! ¡A morir por la patria! Pero antes va-mos a cortar cabezas godas por doquier.

- ¡Mujeres a la lucha!... ¡Avanzar!

Diría Monteverde en un oficio al coronel Tiscar: "Atacamos a Maturín con una intrepidez asombrosa: se rechazó su caballería por tres veces; pero por último los enemigos arrollaron la nuestra, y ambas el cuerpo de reserva, lo que causó una dispersión general. Yo

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escapé de milagro y he pasado trabajos que nadie se podía figurar, pero felizmente lo cuento. El punto de Maturín, es de mayor consi-deración, no como me lo han pintado siempre. Su situación local el más diabólico." 1

La batalla concluyo al anochecer, con el triunfo de la patria. En la plaza de Maturín, el general Piar montado en su caba-

llo diría a su tropa expectante: - ¡Compatriotas!, acabáis de escribir otra página gloriosa

en los anales de la Patria. Maturín, será recordada para siempre como el abismo fatal de los tiranos.

- Pelotón Femenino de Artillería, os declaro Heroínas de la Patria y os bautizo como Las Avanzadoras. En los anales de la his-toria humana, no encuentro parangón para ustedes, ¡mis soldadas inmortales!

Atardecía el 25 de mayo de 1813.Los muertos que peleaban por la república y los que peleaban

por la corona española, fueron velados en el rancho de Juana. Orga-nizó para todos ellos digna muerte y cristiana sepultura.

El proceso de la independencia duró muchos años, y muchas derrotas antes del triunfo definitivo. El siguiente año Maturín cayó en manos españolas al mando de Morales. Juana deja la ciudad, huye a las montañas y sigue desde allí combatiendo. No es hasta 1816 cuando, con el patriota Andrés Rojas a la cabeza, regresa y co-labora en la reconstrucción del poblado. El 24 de junio de 1821 Ve-nezuela logra su independencia.

Juana habitó en la calle Real de Maturín, actual calle Bolívar, hasta que obtuvo su liberación por los servicios prestados a la fami-lia patriota a la cual servía, y se retira a vivir al desaparecido caserío de Guacharacas, hoy San Vicente, a pocos kilómetros de la ciudad capital, donde muere en el año 1856, a la edad de 66 años, dejando como descendencia cinco hijas.

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Su tumba fue, durante muchísimos años, la señal de dos cardones.

Monumentos y plazas la recordaban, pero fue durante el pro-ceso de la Revolución Bolivariana cuando recibió un poco del reco-nocimiento merecido

Pasaron 147 años hasta que el presidente Nicolás Maduro decretara el traslado de los restos de Juana Ramírez al Panteón Na-cional. Allí descansa desde 2015, junto a Simón Bolívar, a quien ella siempre respetó y admiró.

“Todos los 23 de octubre tenemos que venir a rendirle home-naje”, afirmó Maduro en la ocasión.

Juana la Avanzadora se convirtió en la sexta mujer que ingre-sa al Panteón Nacional y la tercera que es honrada por la Revolución Bolivariana. La primera fue Manuela Sáenz y la segunda, Josefa Ca-mejo. Además, es la primera afrodescendiente que es llevada al Pan-teón de los próceres de Venezuela.

Reflexionar sobre Juana Ramírez es reflexionar sobre el lu-gar de anonimato que la historia oficial relegó a las mujeres, pero también sobre el rol de las mujeres africanas y afrodescendientes en el proceso independentista. Se omitió a las mujeres en general, pero a las africanas y afrodescendientes en particular. Y participaron en todos los procesos que barrieron a la dominación colonial, permitie-ron la independencia y consolidaron las naciones.

Luchadoras, solidarias y resistentes, ellas supieron convertir su situación de esclavitud en un medio de liberación. Desde el inte-rior de la sociedad esclavista apoyaron activamente la lucha por la Independencia y se incorporaron a la misma, siendo reconocidas por los libertadores bajo cuyo mando pelearon. Sucedió con el Bata-llón de las Mujeres que integraba Juana y también con las denomi-nadas lanceras de Artigas, el líder de la Banda Oriental.

Los libros de historia nombran como al pasar la presencia de africanos y afrodescendientes. Había zambos, mulatos, negros, se esboza.

Durante el proceso de independencia se plantearon muchas propuestas de abolición de la esclavitud que, luego de la victoria,

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fueron olvidadas en muchos casos. No se concretó la abolición y para conseguirla hubo que transitar un largo proceso. No hubo re-parto de tierras, ni educación igualitaria en mucho tiempo. La in-dependencia significó seguir luchando contra la exclusión que, en-gendrada en la época colonial, no se modificó radicalmente con las nuevas repúblicas.

Esta exclusión generó la invisibilización del colectivo afro-descendiente en los procesos de construcción sociocultural de paí-ses como Argentina, Uruguay y tantos otros. Las mujeres afrodes-cendientes luchan y han luchado siempre por su derecho a una vida digna. Hablar de independencia es también nombrarlas y reconocer su gran aporte a la libertad de nuestros pueblos.

Notas:1. Baralt Rafael, María (1841), Resumen de la historia de Venezuela, París,

Imprenta H. Fournier.

Para profundizar recomendamosDuque Castillo, Elvia (2013), Aportes del pueblo afrodescendiente. La histo-

ria oculta de América Latina, USA, iUniverse.Perdomo Escalona, Carmen (1994), Heroínas y mártires venezolanas, Cara-

cas, Ediciones Librería Destino.Natera Amundaraín, Francisco, Juana Rámirez, la avanzadora. Un home-

naje al glorioso pueblo de Maturin. En Aporrea.org http://www.aporrea.org/actualidad/a171045.html

Juana Ramírez “La Avanzadora” al Panteón Nacional, en Portal de la cul-tura patrimonial del Estado de Monagas, http://historiadematurin.com.ve/?p=1587

Mujeres afro uruguayas, raíz y sostén de la identidad, Instituto Nacional de las Mujeres, Uruguay, Ministerio de Desarrollo Social, 2011.

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5. Manuela Sáenz: envuelta en amores y revolución

Tú fuiste la libertad,libertadora enamorada.

Entregaste dones y dudas,idolatrada irrespetuosa.

Se asustaba el búho en la sombracuando pasó tu cabellera.

Y quedaron las tejas claras,se iluminaron los paraguas.

Las casas cambiaron de ropa.El invierno fue transparente.

Es Manuelita que cruzólas calles cansadas de Lima,

la noche de Bogotá,la oscuridad de Guayaquil,

el traje negro de Caracas.Y desde entonces es de día.

Pablo Neruda, “La insepulta de Paita”, fragmento.

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Manuela estaba en pleno viaje cuando le entregan la carta con la noticia que nunca hubiera querido recibir. Corría el 17 di-ciembre de 1830. Y Bolívar había muerto.

Le había salvado la vida en dos oportunidades, cuando des-cubrió que la traición se había colado al interior del propio círculo de confianza. Dos veces impidió que Bolívar fuera asesinado, y no sólo porque lo amaba, sino porque estaba dispuesta a defender el proyecto de una América libre que él encarnaba. Hasta con su propia vida si era necesario. Tenía la ilusión de que mediante la llegada a su lado iba a lograr protegerlo como antes. Pero no llegó. Se fue a los 47 años fruto de una enfermedad y del desasosiego que le causó ver tantos traidores a la causa, en la Quinta de San Pedro Alejandrino, en Santa Marta, Colombia. “A la una y tres minutos de la tarde murió el sol de Colombia”, según constó en el comuni-cado oficial.

Muerto Bolívar, pronto vendría el destierro de Colombia y la imposibilidad de volver a su Quito natal. Pero ni el exilio forzado ni la condena al olvido doblegarán a Manuela: “Vivo lo adoré, muerto lo venero” afirmó sin temor.

Manuela Sáenz Aizpuru había nacido en Quito, Ecuador, un 27 de diciembre de 1797, en ese momento Virreinato de Nueva Gra-nada. La moral de la colonia la marcó como bastarda o ilegítima desde que asomó a este mundo, ya que fue el fruto de una “relación prohibida” entre Joaquina Aizpuru, una joven soltera criolla, y Si-món Sáenz, español casado y regidor de Quito.

La muerte de su madre la llevó a ser entregada a temprana edad al Convento de las Monjas Conceptas, aunque completó su edu-cación en el monasterio de Santa Catalina de Siena también en Quito, junto con las señoritas de las más importantes familias de la ciudad.

Fue una mujer que vivió plenamente su tiempo, pero que, a la vez, fue más allá de él. Gracias a la historia oficial, Manuela quedó en los libros como “la libertadora del Libertador” en el mejor de los casos y por haberle salvado la vida, pero mayoritariamente como “la amante de Bolívar”. Si bien es plenamente cierta la gran historia de amor que vivieron, ampliamente reflejada en las numerosas cartas que se inter-

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cambiaron, ello no puede tapar la vida y el pensamiento de una de las mujeres más importantes e interesantes del proceso independentista.

Aún con buenas intenciones, muchos historiadores preten-dieron reconocerla, pero resaltando fundamentalmente su belleza, su inteligencia y su entrega en el amor. Muy pocos han ahondado en su vida transgresora y en su pensamiento político en pos de la unidad de los pueblos latinoamericanos, su actividad revolucionaria y su participación activa en la batalla.

Manuela rompió el molde colonial al que estaban sujetas las mujeres de buena posición. No cocinó dulces, no zurció tapices, no se dedicó a formar una familia. Ya a los 17 años escapó del Convento de Santa Catalina de Siena con un enamorado. Y volvió a desafiar la moral de su época cuando abandonó a su esposo James Thorne y Wardlor, un acaudalado inglés 26 años mayor que ella, al enamo-rarse perdidamente de Simón Bolívar.

Cuando Manuela y Simón se conocen en 1822, ella ya tenía mucha lucha y militancia sobre sus espaldas. Abrazó la causa de Bo-lívar más allá de amarlo.

La primera gran influencia política la recibió cuando se con-formó la Primera Junta de Gobierno Autónoma de Quito en 1809, evento conocido en Ecuador como el Primer Grito de Independen-cia Americano. Este memorable grito constituyó el inicio del proce-so de emancipación de la región, se extendió entre 1809 y 1812, tuvo amplia repercusión en todo el continente y fue el germen de la Repú-blica del Ecuador. En el proceso participaron muchas mujeres, como Manuela Espejo, Manuela Cañizares (en cuya casa se realizaban las reuniones de los conspiradores), Josefa Tinajero, Mariana Matheu de Ascásubi (gran escritora de la época), María Ontaneda y Larrayn, Antonia Salinas, Josefa Escarcha, Rosa Zárate, María de la Vega, Rosa Montúfar y Larrea y mujeres del pueblo como María de la Cruz Vieyra y muchísimas más que han permanecido en el anonimato.

Manuela tenía apenas 12 años y se maravillaba con las ha-zañas de su vecina Manuela Cañizares, a quien tomó como heroína al enterarse de que los conspiradores se reunían clandestinamente en su casa.

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Su actividad política inició en Perú, lugar donde residió con su esposo inglés poco después del casamiento. Comenzó a asistir a las tertulias de Rosita Campuzano y otras mujeres independentistas que se reunían en Lima, a partir de las cuales desarrolló tareas de espionaje entre los oficiales realistas y realizó trabajos de propagan-da acerca de la urgencia de la independencia.

Ya en 1819, Manuela y su amiga Rosita brillaban en los gran-des salones de Lima, mientras la gesta de Simón Bolívar había libe-rado el territorio de Nueva Granada. Otro libertador, José de San Martín, se encontraba camino a Perú, y ella ya era una de las prin-cipales conspiradoras contra el orden colonial. Las reuniones se ha-cían en su casa, bajo la fachada de grandes fiestas; Manuela actuaba de dama al tiempo que espiaba y pasaba información. Participó de las negociaciones con el batallón de Numancia y una vez liberado Perú fue condecorada por el propio San Martín como “Caballeresa de la Orden del Sol de Perú”, el cual además le asignó la banda deco-rativa, por su patriotismo y lealtad a la causa. Junto con ella fueron condecoradas como caballeresas treinta y dos monjas y doce laicas, entre las que se encontraba su amiga Rosita Campuzano.

Luego del reconocimiento redobla la apuesta. Se entrevista con oficiales del ejército libertador de Quito, entre ellos con el gene-ral Antonio José de Sucre, con quien establece una estrecha amistad que durará hasta el fin de sus días, dona dinero para insumos milita-res y realiza apoyo logístico y humanitario en la Batalla de Pichincha.

Más tarde, comienza a participar en los preparativos para re-cibir a Simón Bolívar.

Simón Bolívar hace su entrada triunfal en Quito un 16 de ju-nio de 1822. Manuela escribe en su diario1:

“Qué emocionante conocer a este señor, a quien llaman el ‘Mesías Americano’, y del que tanto he oído hablar.

La caravana entró cerca de las ocho y treinta de la mañana por la calle principal, Bolívar, Libertador y presidente de Colombia estaba acompañado por el general Sucre. Las campanas reventa-

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ban y junto a la pólvora hacían coro a los redobles de los tambores de la banda de guerra. La excitación desbordaba y una hilera de vivas a la República y al Libertador se colgaron de las nubes. El corazón me palpitaba hasta el delirio, creo que esto de ser patriota me viene más por dentro de mí misma que por simpatía”.

Y continúa el relato:

“( ) de los balcones llovían flores y se fue formando en el ca-mino una alfombra de pétalos. En este ambiente festivo y desde el balcón, tomé la corona de rosas y ramitas de laureles y la arrojé para que cayera al frente del caballo de Su Excelencia; pero con tal suerte que fue a parar con toda la fuerza de la caída, a la casaca, justo en el pecho de S.E. ( ) pero S.E. se sonrió y me hizo un saludo con el sombrero pavonado que traía a la mano ( ). La caravana prosiguió hasta llegar a la plaza donde estaba un sillón para reci-bir al Libertador y donde fue coronado 12 veces. En la noche hubo fiesta para el pueblo y fuegos artificiales.”

Manuela llegó cerca de las ocho de la noche al baile en honor al Libertador en la casa de Juan Larrea. El propio Larrea la recibió y la llevó hasta el salón donde estaba sentado Bolívar conversando:

“… Al ver que nos acercábamos se levantó, disculpándose muy cortésmente y atento a nuestro arribo se inclinó haciendo una reverencia muy acentuada. ( ) S.E. Bolívar me miró fijamente con sus ojos negros, que querían descubrirlo todo, y sonrió. Le presen-té mis disculpas por lo de la mañana, y él me replicó diciéndome: “Mi estimada señora, ¡Si es usted la bella dama que ha incendiado mi corazón al tocar mi pecho con su corona! Si todos mis soldados tuvieran esa puntería, yo habría ganado todas las batallas”.

El baile de esa noche cambiaría sus vidas. Bailan toda la no-che, se enamoran y comienza entre ellos un amor que será muy cri-ticado debido al estado civil de Manuela. Pero a ella no le importa

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y vuelve a desafiar la moral colonial: abandona a su marido y se entrega a esa relación hasta su muerte.

La lucha por la independencia continúa y ella prosigue tam-bién con sus actividades militares, obteniendo diversos títulos y rangos como el de húsar, capitán de húsar y teniente de húsar. La valentía de Manuela provoca muchas discusiones con Bolívar. Él no quiere que participe en las batallas y ella le reclama fuertemente:

Cuartel General en Huaraz, a 9 de junio de 18242

Manuelita:Mi adorada:Tú me hablas del orgullo que sientes de tu participación en

esta campaña. Pues bien mi amiga. Reciba usted mi felicitación y al mismo tiempo mi encargo. ¿Quiere usted probar las desgracias de esta lucha? ¡Vamos! El padecimiento, la angustia, la impotencia numérica y la ausencia de pertrechos hacen del hombre más vale-roso un títere de la guerra [ ] Tú quieres probarlo [ ] Por lo pron-to no hay más que una idea que tildarás de escabrosa: pasar al ejército por la vía de Huaraz, Olleros, Chovein y Aguamina al sur de Huascaran. ¿Crees que estoy loco? Esos nevados sirven para templar el ánimo de los patriotas que engrosan nuestras filas. ¡A que no te apuntas! [...]

A la amante idolatrada,Bolívar

Huamachuco, 16 de junio de 1824

Mi querido Simón:Mi amado: las condiciones adversas que se presenten en el

camino de la campaña que usted piensa realizar, no intimidan mi condición de mujer. Por el contrario. ¡Yo las reto! ¿Qué piensa us-

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ted de mí? Usted siempre me ha dicho que tengo más pantalones que cualquiera de sus oficiales ¿o no? De corazón le digo, no tendrá usted más fiel compañera que yo y no saldrá de mis labios queja alguna que lo haga arrepentirse de la decisión de aceptarme. ¿Me lleva usted? Pues allá voy. Que no es condición temeraria ésta, sino de valor y de amor a la independencia (no se sienta usted celoso).

Suya siempre,Manuela

Sin embargo, la relación amorosa entre ambos no es fácil. Está llena de dificultades y, sobre todo, de ausencias y soledad. La mayor parte del tiempo vivirán separados, debido a los compromi-sos militares de Bolívar.

Cuartel General en Ica, a 26 de abril de 1825

Mi adorada Manuelita: Mi amor, marcho hoy con destino al Alto Perú, a Chuquisa-

ca, lleno de proyectos que son mi ilusión de crear una nueva Repú-blica. Y por lo tanto, la demanda ha de ser mucho trabajo que rea-lizar con la dirección de la Providencia y donde alcanzaré lo más grande de mi gloria, que me tiene pensando en ti, a cada momento en que tu imagen me acompaña a todo lado, haciendo de ideas vi-vas el palaciego almíbar de mi vida y mis labores.

Sin embargo, soy preso de una batalla interior entre el de-ber y el amor; entre tu honor y la deshonra, por ser culpable de amor. Separarnos es lo que indica la cordura y la templanza, en justicia ¡Odio obedecer estas virtudes!

Soy tuyo de alma y corazón,Bolívar

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Lima, a mayo 1 de 1825 A S.E. General Simón Bolívar Muy señor mío: Recibí su apreciable, que disgusta mi ánimo, por lo poco que

me escribe; además de que su interés por cortar esta relación de amistad que nos une, al menos en el interés de saberlo triunfante de todo lo que se propone. Sin embargo yo le digo: no hay que huir de la felicidad cuando esta se encuentra tan cerca. Y tan sólo debe-mos arrepentirnos de las cosas que no hemos hecho en esta vida.

Su Excelencia sabe bien cómo lo amo. Sí, ¡con locura! Usted me habla de la moral, de la sociedad. Pues, bien sabe

usted que todo eso es hipócrita, sin otra ambición que dar cabida a la satisfacción de miserables seres egoístas que hay en el mundo.

Dígame usted: ¿Quién puede juzgarnos por amor? Todos confabulan y se unen para impedir que dos seres se unan; pero atados a convencionalismos y llenos de hipocresía. ¿Por qué S.E. y mi humilde persona no podemos amarnos? Si hemos encontrado la felicidad hay que atesorarla. Según los auspicios de lo que usted lla-ma moral, ¿debo entonces seguir sacrificándome porque cometí el error de creer que amaré siempre a la persona con quien me casé?

Usted, mi señor, lo pregona a cuatro vientos: «El mundo cambia, la Europa se transforma, América también» ¡Nosotros estamos en América! Todas estas circunstancias cambian tam-bién. Yo leo fascinada sus memorias por la gloria de usted.

¿Acaso no compartimos la misma? No tolero las habladu-rías, que no importunan mi sueño. Sin embargo, soy una mujer decente ante el honor de saberme patriota y amante de usted.

Su querida, a fuerza de distancia,Manuela

Bolívar tenía un proyecto, la creación de la Gran Colombia, una gran nación lo suficientemente fuerte como para competir con las potencias europeas y mantener su independencia. Sin embargo no prosperó, y su desintegración culminó con la creación de tres estados, Venezuela, Ecuador y Nueva Granada.

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Cuando esto se precipita, Bolívar decide abandonar Colom-bia, “para que mi permanencia no sea un impedimento a la felicidad de mis conciudadanos”. Pero a los pocos días, en La Gaceta de Ve-nezuela un artículo de opinión lo declara traidor a dicho país y pide que sea proscrito. Ésta fue una gran puñalada contra quien había liberado cinco naciones. El 8 de mayo decidió emprender viaje sin saber que sería el último de su vida. Se despidió de sus amigos más cercanos y de su amada Manuela, quien nunca imaginó que ése era su último abrazo. Ella creía que muy pronto Bolívar volvería triun-fante a Bogotá. Pero en Colombia empieza una campaña de despres-tigio y Manuela no duda en enfrentar tamaña afrenta. Cuando los pueblos venezolano y colombiano se levantan en apoyo a Bolívar, ella se compromete apoyando la insurrección. Se le pide a Bolívar que vuelva a Bogotá y se haga cargo del poder, pero él se niega ter-minantemente, está desencantado de todo y muy cerca del final, que se produce el 17 de diciembre de 1830.

Al día siguiente es desterrada de Colombia y no le permi-ten volver a Quito. El gobierno de Perú acepta recibirla, pero no en Lima sino en Paita, un pequeño pueblo del norte. Allí vivió des-de entonces, y allí también falleció, a los 59 años en noviembre de 1856, durante una epidemia de difteria. Su cuerpo fue sepultado en una fosa común del cementerio local y todas sus posesiones fueron incineradas, incluyendo una parte importante de las cartas de amor de Bolívar y documentos de la Gran Colombia que aún mantenía bajo su custodia. “No hay tumba para Manuelita, no hay entierro para la flor”, escribió Pablo Neruda en su memoria en la recordada elegía La insepulta de Paita.

Manuela Sáenz fue una de las mujeres más destacadas de la lucha por la independencia latinoamericana. Sus detractores la de-nigraron por ser una trasgresora para la época. Porque no se limitó al rol tradicional otorgado a las mujeres: no confeccionó uniformes ni banderas, no fue una simple acompañante del ejército, no fue co-cinera, ni prostituta, fue mucho más que enfermera o espía. Y aun-que quisieron mantenerla en el conocido lugar de ser “la amante de”, no lo lograron.

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Tuvo ideas muy avanzadas sobre la integración latinoameri-cana y los derechos de las mujeres. Intercambió sobre ello incluso con Juana Azurduy a través de varias cartas.

Bolívar fue el primero en reconocer su compromiso. En una carta al general Córdova, le recuerda a este el respeto que se merece: “Ella es también Libertadora, no por mi título, sino por su ya de-mostrada osadía y valor, sin que usted y otros puedan objetar tal. [ ] De este raciocinio viene el respeto que se merece como mujer y como patriota”.3

El 5 de julio de 2010, durante la celebración del 199° ani-versario de la firma del Acta de Independencia de Venezuela, fue colocado en el Panteón Nacional un cofre con tierra de la localidad peruana de Paita, donde fue enterrada Manuela Sáenz. Sus restos simbólicos fueron trasladados desde Perú, atravesando Ecuador, Colombia y Venezuela hasta arribar a Caracas por vía terrestre, don-de reposan junto al Altar Principal, donde yacen los restos de Simón Bolívar. Luego de 180 años, los restos de Simón y Manuela descan-san juntos en el panteón.

Además, se le concedió póstumamente el ascenso a generala de división del Ejército Nacional Bolivariano por su participación en la guerra independentista, en un acto al que asistieron el presi-dente Rafael Correa de Ecuador y Hugo Chávez, entonces presiden-te de Venezuela.

“Manuela Sáenz es una de esas mujeres inmortales, que aún después de muerta sigue naciendo todavía. Manuela, la despatria-da, la consecuente revolucionaria que siempre estuvo dispuesta a jugarse por la libertad, ha vuelto a tener patria”, afirmó Correa en su discurso. “Con este acto libertario podemos decir que no sólo la es-pada de Bolívar camina por América Latina”, agregó, “Manuela, con su claridad manifiesta, con el amor, con la valentía y la conciencia, cabalga de nuevo por la historia”. Valoró especialmente su mirada continental, integracionista y su sueño de unidad de los pueblos di-versos cobijados por una América unida, libre y soberana.

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Hugo Chávez, por su parte, celebró el acto de homenaje a Ma-nuela Sáenz como una reivindicación histórica al papel de la mujer en nuestros pueblos, a esas mujeres que siempre se las minimizó y se las excluyó de las páginas de la historia. “Manuela no es Manue-la”, culminó Chávez: “Manuela son las mujeres indígenas, las mu-jeres negras, las mujeres criollas y mestizas que lucharon, luchan y seguirán luchando por la dignidad de sus hijos, de sus nietos, de la patria”.

Notas1. En Perú de Lacroix, Luis (2005), Diario de Bucaramanga, Fundación Edi-

torial El perro y la rana, República Bolivariana de Venezuela, Ministerio de la Cultura.

2. En Ministerio del Poder Popular del Despacho de la Presidencia (2010), Las más hermosas cartas de Amor entre Manuela y Simón. Ediciones de la Presidencia de la República, Caracas, Venezuela.

3. En Manuela Sáenz, la prócer que batalló por la soberanía y libertad de América, en Venezolana de Televisión, http://www.vtv.gob.ve/articu-los/2014/12/26/manuela-saenz-la-procer-que-batallo-por-la-sobera-nia-y-libertad-de-america-5729.html

Para profundizar recomendamos

Bruzzone, Elsa María (2010), Semblanza de Manuela Sáenz. El pensamiento de Nuestra América, en Separata N° 9 Revista Aquelarre, Ibagué.

Sierra, Julio (2013), Mujeres sin miedo, Buenos Aires, Argentina, Javier Ver-gara Editor

Valcárcel, Isabel (2004), Mujeres de armas tomar, Madrid, Algaba Ediciones SA.

Von Hagen, Víctor W., Las cuatro estaciones de Manuela, Editorial Sudame-ricana.

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6. Juana Azurduy: la amazona de la libertad

Agosto de 1825. El general Antonio Sucre se apresta a declarar la independencia de Bolivia

en gran ceremonia. Una nueva porción de territo-rio fue liberada del yugo español y se suma como

gloriosa nación del continente. En las calles hay emoción y algarabía. Se vive una verdadera fiesta popular. La libertad se respira en el aire. Más aún

cuando se espera la presencia de Simón Bolívar como invitado de honor. Pero su llegada sorpren-de. Bolívar no sube al palco con los demás y enfila directamente hacia uno de los barrios más humil-des de Chuquisaca, a un mísero rancho de adobe donde vive Juana Azurduy. Sucre lo sigue. No se sabe a ciencia cierta qué se charló allí. Años más

tarde trascendería que dos de los militares más poderosos de América se mostrarían avergonza-

dos ante la situación de esa mujer y que Bolívar le comentaría a Sucre luego de ascenderla a Coronel:

“Este país no debería llamarse Bolivia en mi ho-menaje, sino Padilla o Azurduy, porque son ellos

los que lo hicieron libre”.

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Tiempo después, Juana recibiría una carta de otra coronela1:

Charcas, 8 de diciembre de 1825

Señora Cnel. Juana Azurdui de PadillaPresente.Señora Doña Juana:El Libertador Bolívar me ha comentado la honda emoción

que vivió al compartir con el General Sucre, Lanza y el Estado Ma-yor del Ejército Colombiano, la visita que realizaron para recono-cerle sus sacrificios por la libertad y la independencia.

El sentimiento que recogí del Libertador, y el ascenso a Coronel que le ha conferido, el primero que firma en la patria de su nombre, se vieron acompañados de comentarios del valor y la abnegación que identificaron a su persona durante los años más difíciles de la lucha por la independencia. No estuvo ausente la me-moria de su esposo, el Coronel Manuel Asencio Padilla, y de los recuerdos que la gente tiene del Caudillo y la Amazona.

Una vida como la suya me produce el mayor de los respetos y mueven mi sentimiento para pedirle pueda recibirme cuando us-ted disponga, para conversar y expresarle la admiración que me nace por su conducta; debe sentirse orgullosa de ver convertida en realidad la razón de sus sacrificios y recibir los honores que ellos le han ganado.

Téngame, por favor, como su amiga leal.Manuela Sáenz.

Ni Bolívar ni Manuela exageraban. Esas tierras eran libres en gran parte gracias a la lucha de Juana y su familia.

El destino de esta increíble mujer estuvo marcado desde el nacimiento: llegó a este mundo en Toroca, Intendencia de Potosí, Virreinato del Río de la Plata, un 12 de julio de 1780, el mismo año en que Túpac Amarú II y Micaela Bastidas comenzaban la gran re-belión anticolonial en el Perú.

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Era mestiza, hija de una madre pobladora originaria y un pa-dre español. De chica, esta Juana tampoco juega; trabaja en el cam-po de su padre junto a campesinos originarios a quienes siempre considerará como sus hermanos. De ellos aprenderá el quechua y el aymara.

Chuquisaca fue el lugar donde creció y se educó. A los doce años ingresó en el prestigioso Convento de Santa Teresa para ser monja, pero debido a su comportamiento rebelde la expulsaron a los diecisiete años. Como dijo el historiador Rogelio Alaniz, el ba-lance es limpio: la iglesia perdió una monja y la revolución ganó una heroína.

Vivir en Chuquisaca durante los primeros años del siglo XIX era estar en un hervidero. A la par de las conspiraciones revolucio-narias avanzaban las ideas que cuestionaban el viejo orden y crecía el deseo de libertad política y social.

No se tiene información precisa de cómo se conocieron Jua-na y Manuel Padilla, pero sí que se casaron en 1805 y vivieron en una quinta en las afueras de Chuquisaca. Él venía de enterrar a su padre, que murió preso por levantarse contra los españoles; ella ve-nía inspirada por los escritos de Voltaire y Rousseau, leídos clan-destinamente en el Convento. Los unirá el amor y la pasión, pero también los ideales revolucionarios.

Ambos se sumarán a la Revolución de Chuquisaca del 25 de mayo de 1809, aquella que destituyó al presidente de la Real Au-diencia de Charcas, Ramón García de León y Pizarro, precisamente un año antes de los acontecimientos de mayo de 1810 en Buenos Aires. Pero el levantamiento, liderado por un Bernardo de Montea-gudo de apenas 20 años y el militar Juan Álvarez de Arenales, ter-minará derrotado. No obstante, la chispa de la lucha en el Alto Perú, actual Bolivia, volvería a encenderse y esta vez no se apagaría.

El después de la derrota no fue fácil. Las propiedades de los Padilla, junto con las cosechas y sus ganados, fueron confiscadas; asimismo, Juana Azurduy y sus cuatro hijos fueron apresados, y aunque Padilla logró rescatarlos, tuvieron que huir y refugiarse en las alturas de Tarabuco. A las penurias se le sumaron las enferme-

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dades, y los cuatro niños murieron enfermos, uno tras otro. Emba-razada de su quinta hija Juana siguió combatiendo. Y cuando nació la niña, la puso al cuidado de una familia para continuar la batalla. Nada la detiene.

Producida la Revolución de Mayo en Buenos Aires, plena ca-pital del virreinato del Río de la Plata, Juana y Padilla se unen al Ejército Auxiliar del Norte enviado desde Buenos Aires, para com-batir a los realistas del Alto Perú, recibiendo a los jefes revoluciona-rios Juan José Castelli, Antonio González Balcarce y Eustoquio Díaz Vélez en las haciendas de Yaipiri y Yurubamba.

En 1812 se pone bajo las órdenes del general Manuel Belgra-no, nuevo jefe del Ejército Auxiliar del Norte, llegando a reclutar 10.000 milicianos. También prestó colaboración durante el Éxodo Jujeño, y recién después de la popular entrada de Díaz Vélez en Po-tosí el 17 de mayo de 1813, se reencontrará con Padilla.

Juana no estuvo en la derrota de la batalla de Vilcapugio, pero organizó el “Batallón Leales” que participó en Ayohuma en no-viembre de 1813, otra derrota que significó el retiro temporal de los ejércitos rioplatenses del Alto Perú. Desde allí, Juana y Padilla se dedicaron a realizar acciones de guerrillas contra los realistas.

La historiografía oficial llamará despectivamente a esa gue-rra de guerrillas como Guerra de Republiquetas. Sin embargo, esa táctica que libraron los caudillos del Alto Perú es la que impidió el avance de los ejércitos realistas y mantuvo viva la llama de la revo-lución. Cada caudillo comandaba un pueblo y sus tropas estaban integradas mayormente por pobladores originarios. De los 102 cau-dillos que combatieron sólo sobrevivieron nueve.2

El 8 de marzo de 1816, Juana atacó y tomó el cerro de Poto-sí, un lugar estratégico. Y tras el triunfo logrado en el combate del Villar, recibió el rango de teniente coronel por un decreto firmado por Juan Martín de Pueyrredón, director supremo de las Provincias Unidas del Río de la Plata, el 13 de agosto de 1816. En reconocimien-to a su contribución, el general Belgrano le entregó su sable.

Pero en noviembre de 1816 Juana fue herida en la batalla de La Laguna, y cuando su marido corrió a rescatarla una bala realis-

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ta lo hirió de muerte. Se llevaron su cuerpo, lo decapitaron y pu-sieron su cabeza en una pica, como hacían con todos los caudillos capturados, como escarmiento y para infundir terror a las fuerzas patriotas. Pero Juana no iba a permitir que después de todo lo que había perdido, el enemigo le quitara también el cuerpo de su ama-do. Decidida, recuperó la cabeza de su marido para darle sepultura, combatiendo, como tenía que ser. Ella no conocía otra vida que la lucha y el combate. Por eso no hay tiempo para los lamentos, y poco después de la muerte de Padilla se suma a las huestes de Martín Mi-guel de Güemes. Combatirá a sus órdenes hasta que éste fallece en 1821 y desde allí se verá reducida a la pobreza.

Cuando Bolívar y Sucre la visitan en 1825, la vergüenza que sienten se debe a que reconocían la enorme injusticia que se estaba perpetrando con Juana. Bolívar la asciende a Coronel y Sucre le au-menta la pensión, que apenas le alcanza para comer.

A pesar de todo ello, Juana no se arrepiente de nada. Y res-ponde a la carta de Manuela Sáenz con estas líneas3:

A la coronela Manuela Sáenz, Cullcu, 15 de diciembre de 1825

Señora Manuela Sáenz.El 7 de noviembre, el Libertador y sus generales, conva-

lidaron el rango de Teniente Coronel que me otorgó el General Pueyrredón y el General Belgrano en 1816, y al ascenderme a Co-ronel, dijo que la patria tenía el honor de contar con el segundo mi-litar de sexo femenino en ese rango. Fue muy efusivo, y no ocultó su entusiasmo cuando se refirió a usted.

Llegar a esta edad con las privaciones que me siguen como sombra, no ha sido fácil; y no puedo ocultarle mi tristeza cuando compruebo como los chapetones contra los que guerreamos en la revolución, hoy forman parte de la compañía de nuestro padre Bo-lívar. López de Quiroga, a quien mi Asencio le sacó un ojo en com-bate; Sánchez de Velasco, que fue nuestro prisionero en Tomina; Tardío contra quién yo misma, lanza en mano, combatí en Mesa

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Verde y la Recoleta, cuando tomamos la ciudad junto al General ciudadano Juan Antonio Álvarez de Arenales. Y por ahí estaban Velasco y Blanco, patriotas de última hora. Le mentiría si no le dijera que me siento triste cuando pregunto y no los veo, por Ca-margo, Polanco, Guallparrimachi, Serna, Cumbay, Cueto, Zárate y todas las mujeres que a caballo, hacíamos respetar nuestra con-ciencia de libertad.

No me anima ninguna revancha ni resentimiento, solo la tristeza de no ver a mi gente para compartir este momento, la ale-gría de conocer a Sucre y Bolívar, y tener el honor de leer lo que me escribe.

La próxima semana estaré por Charcas y me dará usted el gusto de compartir nuestros quereres.

Dios guarde a usted.Juana.

En 1830 dejará de percibir su pensión a causa de los vaivenes políticos bolivianos. Y en otra carta escrita en ese año, cuando vaga-ba por las selvas del Chaco argentino, expresará4:

“A las muy honorables juntas Provinciales: Doña Juana Azurduy, coronada con el grado de Teniente Coronel por el Supre-mo Poder Ejecutivo Nacional, emigrada de las provincias de Char-cas, me presento y digo: Que para concitar la compasión de V. H. y llamar vuestra atención sobre mi deplorable y lastimera suerte, juzgo inútil recorrer mi historia en el curso de la Revolución. ( ) Sólo el sagrado amor a la patria me ha hecho soportable la pérdi-da de un marido sobre cuya tumba había jurado vengar su muerte y seguir su ejemplo; mas el cielo que señala ya el término de los tiranos, mediante la invencible espada de V.E. quiso regresase a mi casa donde he encontrado disipados mis intereses y agotados todos los medios que pudieran proporcionar mi subsistencia; en fin rodeada de una numerosa familia y de una tierna hija que no tiene más patrimonio que mis lágrimas; ellas son las que ahora me revisten de una gran confianza para presentar a V.E. la funesta lá-

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mina de mis desgracias, para que teniéndolas en consideración se digne ordenar el goce de la viudedad de mi finado marido el sueldo que por mi propia graduación puede corresponderme”.

Pasará varios años en Salta, solicitando al gobierno boliviano sus bienes confiscados y la pensión por su marido militar. Y tan pa-triota fue la Juana que murió un 25 de mayo de 1862, cuando estaba por cumplir ochenta y dos años, en total indigencia. Fue enterrada en una fosa común.

Sus restos fueron exhumados cien años después y deposita-dos en un mausoleo que se construyó en su homenaje en la ciudad de Sucre.

La historia liberal de la Argentina nunca reconoció a Juana Azurduy. Se desentendió de Bolivia, por entonces el Alto Perú, como si nunca hubiera pertenecido a las Provincias Unidas, a pesar de que las provincias del Alto Perú enviaron diputados al Congreso de Tucumán, que declaró la independencia de las Provincias Unidas de América del Sur. Se borró cualquier conexión con el Alto Perú y por lo tanto con Juana y otros tantos revolucionarios.

En 2009, la presidenta argentina Cristina Fernández ascen-dió post-mortem a Juana Azurduy a general del Ejército Argentino y colocó su retrato en el “Salón de las Mujeres Argentinas” de la Casa Rosada. Cuando el entonces presidente de Venezuela, Hugo Chávez, visitó ese año la Casa de Gobierno saludó militarmente su imagen y la presidenta argentina le comentó: “Hacés muy bien en hacerle la venia. Perdió cuatro de sus cinco hijos en la guerra por la Independencia.”

En marzo de 2010, la misma presidenta entregó personal-mente el sable y las insignias de general del Ejército Argentino ante sus restos, resguardados en la Casa de la Libertad, en Sucre. Y junto al presidente boliviano Evo Morales firmaron un tratado que ins-tituyó el día del nacimiento de Juana Azurduy como el “Día de la Confraternidad Argentina-Boliviana”.

También dispuso que en la plaza Colón, contigua a la Casa Rosada de Buenos Aires, se ubique una estatua en honor a la figura

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de Juana Azurduy y que se reemplace el monumento a Cristóbal Colón, emplazado desde su inauguración, en 1921.

Pero Juana tuvo que seguir combatiendo después de muerta. Y además del olvido y de la miseria, se vio increíblemente envuelta en una polémica en la cual los sectores conservadores de la Argenti-na osaron enfrentarla nada menos que con Colón; ese personaje que trajo la dominación a nuestra patria grande fue casi parificado a la amazona de la libertad.

Y como si ello fuera poco, la llegada de otro gobierno liberal en Argentina hizo desaparecer la Galería de los Patriotas Latinoa-mericanos del Bicentenario. Mauricio Macri mandó a retirar el cua-dro de Juana, junto con los de otros patriotas de la talla de Belgrano.

No obstante Juana, la combatiente, la flor del Alto Perú, vie-ne ganando, por ahora, la batalla contra Colón. Y puede vérsela en el hermoso monumento del escultor Andrés Zerneri. De espaldas al río, mirando el continente, Zerneri la representó con una espada en su mano izquierda, como símbolo de liberación; un niño sostenido por un aguayo por la espalda y la mano derecha extendida en un gesto de protección hacia el niño y hacia el pueblo, al igual que el poncho que la cubre, que imita los pliegues de las lanas de etnias indígenas americanas.

De los diversos homenajes folklóricos a Juana Azurduy, tal vez el más conocido sea la canción con letra de Félix Luna y música de Ariel Ramírez, magistralmente interpretada por Mercedes Sosa. Sin embargo no es el único. Vaya esta zamba de Roberto Rimoldi Fraga, que también la homenajea:

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LA JUANA AZURDUY

Mujer brava en Chuquisaca,once leguas al este en Villar,desafiando la muerte te fuistela roja bandera del godo a arrancar.

Piedras, flechas, palos, chuzas...Todo sirve cuando hay que pelear.Maturrangos no van a mandarnos;nos sobra la Juana pa'l norte cuidar.

Montonera de un tiempo de gloria:Tu renombre en los cardos golpeó.Amazona valiente y guerrera:Alzada entre el Pueblo te armaste la vozcon la fuerza de la tierra jovenque en filo levanta la nueva canción.

Vienen desde el Potosílos refuerzos que manda Tacóndegollando indefensas mujeres,robando y matando, frío el corazón.

Vamos Juana, que Aguileracon pistola mató a tu Manuel;lo degüella y su cabeza llevaclavada a una lanza en Laguna a exponer.

Montonera de un tiempo de gloria:Tu renombre en los cardos golpeó.Amazona valiente y guerrera:Alzada entre el Pueblo te armaste la vozcon la fuerza de la tierra jovenque en filo levanta la nueva canción.

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Notas 1. En Mónica Deleis, Ricardo de Titto, Diego L. Arguindeguy (2001), Mujeres

de la Política Argentina, Editorial Aguilar, Buenos Aires.2. Reportaje a Araceli Bellota, Amazona de la libertad, en Página/12, 14 de

julio de 2013.3. En Mónica Deleis, Ricardo de Titto, Diego L. Arguindeguy (2001), Mujeres

de la Política Argentina, Editorial Aguilar, Buenos Aires.4. En Cantier, Joaquín (1980), Doña Juana Azurduy de Padilla, La Paz, Edi-

torial Ichtus.

Para profundizar recomendamos Alaniz, Rogelio (2005), Hombres y mujeres en tiempos de revolución. De

Vértiz a Rosas, Santa Fe, Universidad Nacional del Litoral.Macyntire, Iona (2012), La independencia. La participación de la mujer en

las guerras de la independencia del Río de la Plata, en “Visiones y revi-siones de la independencia americana. Subalternidad e Independencia”, Madrid, Ediciones Universidad de Salamanca.

Valencia Vega, Alipio (1981), Manuel Ascencio Padilla y Juana Azurduy. Los esposos que sacrificaron vida y hogar a la obra de creación de la patria, La Paz, Editorial Juventud.

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7. Magdalena Güemes y las mujeres de la resistencia salteña

Cuentan que en medio de una batalla, un escuadrón de gauchos retrocedía ante

el avance de un grupo de realistas y que de pronto una mujer se adelantó y les gritó:

¡Cobardes, vean cómo pelean las mujeres en mi tierra!, empuñó su lanza criolla y se

dirigió a todo galope hacia el enemigo. Y en-tonces los gauchos volvieron sus caballos y

la siguieron peleando hasta que no quedó ni un soldado realista. Era Magdalena Güemes,

apodada la Macacha.

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Si bien esta mujer quedará por mucho tiempo en la historia como la hermana del caudillo salteño Martín Miguel de Güemes, tanto ella como muchas otras mujeres de la zona serán piezas fun-damentales de la resistencia a los realistas por la frontera norte de nuestro actual territorio.

José María Paz relata en sus memorias cómo la caída de Na-poleón y la restauración de Fernando VII al trono de España, son hechos que provocarán que la guerra por la independencia en Amé-rica tome otro carácter. Era necesario que viniesen más tropas a en-frentar el avance de los patriotas y junto con ellas llegaron muchos jefes y oficiales de mérito, instruidos en las más modernas tácticas de combate. Sin embargo, estos militares tenían una gran desventa-ja: no conocían el territorio ni a sus pobladores.

La guerra de guerrillas encabezada por los caudillos en el Perú les complicaba los planes, pero pudieron derrotarlos, resulta-do que les hizo creer que sería fácil conquistar las provincias bajas. Llenos de confianza y orgullo avanzaron hacia Salta. Pero no conta-ron con Güemes.

La valiente población salteña, y principalmente los gauchos acaudillados por Güemes, les opusieron una resistencia heroica. Agrega José María Paz1:

“No tenían los invasores más terreno que el que material-mente pisaban [ ] En un combate regular era indisputable la su-perioridad de la caballería española; pero, después de agotar sus fuerzas ensayando cargas sobre unas líneas débiles, que se les es-capaban como unas sombras fugitivas, concluían por haber su-frido pérdidas considerables en esas interminables guerrillas, sin haber obtenido ventaja alguna.”

Para enfrentar a las poderosas fuerzas realistas, Güemes se instalaba en la Quebrada de Humahuaca y desde allí sus gauchos aparecían y se esfumaban en un abrir y cerrar de ojos, sin que los enemigos atinaran a defenderse o contraatacar. Pero no estaban so-los. La guerra de guerrillas se complementaba con una amplia red

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de mujeres espías, muy audaces e ingeniosas. Damas, niñas, mu-jeres de la servidumbre y hasta esclavas, se disfrazaban, seducían, ocultaban papeles en el ruedo de la pollera, montaban a caballo y recorrían largas distancias para obtener información y transmitirla al ejército patriota. Los realistas no podían respirar sin que se ente-rara una de ellas y se activara la red de comunicación hasta llegar a oídos de los jefes independentistas.

En 1814, después de invadir Jujuy y Salta, el jefe realista, Joaquín de la Pezuela, le informará sobre ello al virrey del Perú2:

“Los gauchos nos hacen casi con impunidad una guerra len-ta pero fatigosa y perjudicial. A todo esto se agrega otra no menos perjudicial que es la de ser avisados por horas de nuestros movi-mientos y proyectos por medio de los habitantes de estas estancias y principalmente de las mujeres, cada una de ellas es una espía vigilante y puntual para transmitir las ocurrencias más diminutas de éste Ejército”.

La Macacha Güemes era una de ellas. De nombre completo María Magdalena Güemes, había nacido en Salta el 11 de diciembre de 1787, del matrimonio conformado por María Magdalena Goye-chea y de la Corte y por Gabriel Güemes Montero, tesorero de la Real Hacienda. En su diario describe cómo se despidió de su herma-no con un abrazo interminable cuando, aun siendo una niña, Mar-tín Miguel fue llamado a cumplir obligaciones militares en Buenos Aires. El amor hacia él siempre fue enorme y su vida estará unida a la suya y a su causa.

A los dieciséis años se casó con el militar Román Tejada, con quien tuvo una hija, Eulogia.

Tenía veintitrés cuando llegó a Salta la noticia sobre los acon-tecimientos de mayo de 1810 en Buenos Aires y no dudó, su adhe-sión fue total. Con un grupo de amigas y primas armó un taller en su casa y empezaron confeccionando uniformes para los soldados del Escuadrón de Salteños. Pero sus acciones trascendieron amplia-mente la costura. No tuvo una participación directamente militar,

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como sí la tuvo Juana Azurduy, pero fue una habilidosa espía que aprovechó su lugar social destacado. Y también una gran operadora política. Toda la información que recababa se la transmitía a su her-mano; era sus ojos, sus oídos y sus brazos en la ciudad; lo protegía y lo ponía sobre aviso de cualquier cuestión urgente. La Macacha no le tenía miedo a nada. Fue capaz de ir sola, embarazada y de noche, a galope de caballo por los caminos que conocía desde niña hasta los campamentos rebeldes para avisar de alguna emboscada.

Desde 1810, cuando se había formado el Ejército Auxiliar del Perú para recuperar las cuatro Intendencias Altoperuanas anexadas al Virreinato del Perú, las tropas provenientes de Buenos Aires riva-lizaron con las comandadas por Güemes. Los motivos eran diversos, pero lo cierto es que los oficiales veían con recelo tanto las tácticas militares del caudillo como la composición gaucha de sus escua-drones. Cuando la Jefatura del Ejército es asumida por Rondeau, la rivalidad aumentó junto con las difamaciones. La prensa porteña denostaba a Güemes, llamándolo caudillejo, cacique, demagogo, ti-rano. Sus tropas eran calificadas como repletas de bandidos, saltea-dores y montoneros.

Y la cosa empeoró todavía más cuando Rondeau, volviendo del Alto Perú derrotado en la batalla de Sipe Sipe, no tiene mejor idea que invadir la Salta gobernada por Güemes en marzo de 1816. Al encontrarse las negociaciones entre el jefe salteño y el general Rondeau en un punto muerto y se avizoraba una ruptura, fue la Ma-cacha en persona quien destrabó la situación y consiguió que se lle-gara a un acuerdo, conocido como el Pacto de los Cerrillos.

La noche del 7 de junio de 1821 sería trágica. Cuando ella se encontraba en su casa, llegó Güemes respondiendo a un supuesto llamado suyo, pero pronto se dieron cuenta que era parte de un ar-did de los realistas para atacarlo. Al abandonar la casa, escoltado por sus “Infernales”, fue herido gravemente y murió diez días des-pués. Dicen que en los brazos de su hermana.

Ya sin don Martín, Macacha continúo participando de los su-cesos políticos de la provincia, con la valentía que la distinguía. Mu-rió en su ciudad natal, un 7 de junio, en el aniversario en que Güe-

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mes fue herido de muerte, pero de 1886. Su pueblo la llamaba "la madre del pobrerío", por su generosidad con los más necesitados.

La chacarera Señora Macacha Güemes, de León Benarós y Agustín Carabajal, pinta cabalmente la manera en que permaneció en la memoria de su pueblo:

A ver Magdalena Güemespor lindo apodo Macachaahí andan los Infernalescayendo de puta y hacha.

Salteña de pura cepaaparcera de su hermanocuando luchó por los libresbien supo darle una mano.También lució en los salonespero según y conformeal soldado de la patriahaciéndole el uniforme.Que viva Macacha Güemespor su valor y corajerevistando de a caballolas tropas de su gauchaje.

Señora Macacha Güemesmujer de Román Tejadala patria le debe gloriapor noble y determinada.

Bien haiga la chacarerade aquella dama patriotamanteniéndose en el triunfocreciéndose en la derrota.

Bondades fueron las suyas

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la llaneza fue su escudoporque usted trató al humildelo mismo que al copetudo.Que viva Macacha Güemespor su valor y corajerevistando de a caballolas tropas de su gauchaje.

Todas las revoluciones, conjuraciones y sediciones ocurridas en Salta, desde el comienzo de la guerra de independencia hasta la caída del gobernador Latorre, en 1835, fueron hechas por las mu-jeres, que habían tomado la política como oficio propio de su sexo, afirma el historiador Bernardo Frías3.

A la par de la Macacha estaban otras valientes, como María Loreto Sánchez Peón de Frías.

María dirigió a un grupo de mujeres amigas de su mayor confianza, como Juana Moro, Petrona Arias y Juana Torino, entre otras. Las apodaban las Bomberas, porque ayudadas por sus hijos pequeños y sus criadas espiaban al enemigo realista e informaban a los patriotas, aprovechando de su sociabilidad y afición a las fiestas.

Secretamente pasó a ser la Jefa de Inteligencia de la Van-guardia del Ejército del Norte y como tal fue autora de un plan con-tinental de Bomberas, aprobado y autorizado por Güemes. Para cumplir con ello se contactó con otros patriotas del Norte, como por ejemplo Juana Azurduy.

En estas actividades estuvo desde 1812, en tiempos del Gene-ral Belgrano, hasta 1822, en todo el periodo de la guerra de guerri-llas comandada por Güemes.

Para tener una comunicación rápida y frecuente desarrolló un simple e ingenioso sistema: un buzón natural en medio de la nada. Un árbol al que se le había hecho un hueco y luego vuelto a tapar con la misma corteza, cerca de donde las criadas iban todos los días a lavar la ropa y a buscar agua. Ellas transportaban el papel con la ropa sucia y lo dejaban en el hueco sin ser vistas. Luego, el

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jefe patriota lo retiraba a la noche y dejaba a su vez instrucciones y pedidos de información.

No se les escapaba nada. Ni siquiera la cantidad de soldados realistas que había en cada momento. María se disfrazaba de vian-dera e iba con su canasta de comida en la cabeza y granos de maíz en los bolsillos a sentarse a la plaza donde estos acampaban. Cuando aparecía el oficial y empezaba a cantar uno por uno los nombres, ella pasaba un grano de maíz de un bolsillo a otro por cada presente y luego enviaba esa información a través del buzón del árbol. Cada vez que había un cambio, por deserciones o llegada de refuerzos, repetía la operación.

En 1817, el General realista La Serna planeó una entrada al Valle Calchaquí y para distraer a los salteños organizó un baile. Pero enterada María de la expedición por boca de un oficial atontado por su belleza, sin demora y en medio de la noche, montó un caballo para dar aviso a los patriotas, que pudieron organizar la defensa y derrotar al enemigo.

En otras oportunidades, vestida de gaucho, salía a cabalgar en plena noche internándose en el monte, por senderos que sólo ella conocía, para encontrarse con sus compañeros de causa. También se disfrazó de india, y se sentaba en los portales a vender pasteles y espiar. Sus criados llevaban a las �Bomberas� sus mensajes. Al-guna vez tuvo que llevar la información ella misma porque no había tiempo para hacerlo de otro modo. Conocía ese territorio arbusto por arbusto y montaba a caballo como una amazona.

Los realistas entraron en sospechas de las actividades de las damas salteñas y comenzaron a vigilarlas. Así es como María estuvo presa en el Cabildo.

Vivió muchos años y llevó la insignia celeste en el pelo hasta el final.

A los realistas los desvelaba la actuación de las mujeres. Y otra que los preocupaba muchísimo era Juana Moro, que también lideró con María Loreto la red de espías. Juana, humildemente ves-tida, se trasladaba a caballo espiando recursos y movimientos del

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enemigo. Era criolla, había nacido en Jujuy en 1785, se radicó con su familia en Salta desde pequeña.

La primera vez que la apresaron, la obligaron a cargar pesa-das cadenas, pero no delató a los patriotas. A la segunda vez el cas-tigo fue más grave: cuando Pezuela invadió Jujuy y Salta, fue dete-nida y condenada por espionaje a morir tapiada en su propio hogar. Por suerte, unos días más tarde una familia vecina horadó la pared y le proveyó agua y alimentos hasta que los realistas fueron expul-sados. Intentaron matarla a los 29 años, pero murió de anciana. A consecuencia de la difícil situación que atravesó recibió el apodo de “La Emparedada”.

Ella también es recordada en una canción folklórica que lleva su nombre, una zamba entonada por Roberto Rimoldi Fraga y cuyas letras pertenecen a Chazarreta y Giménez:

LA JUANA MORO

Era la Juan Morocriolla de Salta;del fondo de la historiatrae su memoria la zamba.Cuando fue sometidala tierra gauchallevaba los mensajesal paisanaje en batalla.Llegando al río Ariasdesde Quebrada del Torocon un parte guerrerola sorprendieron los godos,pero guardó el secretoa los nuestros la Juana Moro.El 20 de febrerodel año “13recuperaban Salta

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las fuerzas gauchas de Güemes.La libertad fue el gritobravo y sonoro,y en la prisión se oíael “¡viva!” de Juana Moro.Llegando al río Ariasdesde Quebrada del Torocon un parte guerrerola sorprendieron los godos.Fue mujer y leonaentre todas la Juana Moro.

Notas1. Memorias de José María Paz en: Graciela Meroni (1981), La Historia en

mis documentos. Desde la Revolución de Mayo hasta el triunfo federal de 1831, Buenos Aires, Huemul.

2. En Frías, Bernardo (1971-1972), Historia del General Martín Güemes y de la Provincia de Salta, o sea de la independencia argentina, Depalma, Buenos Aires.

3. Idem.

Para profundizar recomendamosDrucaroff, Elsa (2002), Conspiración contra Güemes: una novela de bandi-

dos, patriotas, traidores, Buenos Aires, Editorial Sudamericana.Drucaroff, Elsa (1999), La Patria de Las Mujeres: Una Historia de Espías en

la Salta de Güemes, Buenos Aires, Editorial Sudamericana.Deleis, Mónica; de Titto, Ricardo y Arguindeguy, Diego L. (2001), Mujeres de

la Política Argentina, Editorial Aguilar, Buenos Aires.Vitry, Roberto (2000), Mujeres Salteñas, Salta, Editorial Hanne.