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    Adis a la universidad El eclipse de las Humanidades

    Traduccin de Albert Fuentes

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    Galaxia Gutenberg Crculo de Lectores

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  • Quid est enim retas hominis, nisi ea memoria rerum veterum cum superiorum retate contexitur?'

    CICERN, Orator, 120

    Mittere retro memoriam perque omnia secula et per omnes terras animo vagari; versari passim et colloqui

    cum omnibus, qui fuerunt gloriosi viri.'

    PETRARCA, De vita solitaria, l. VI.6

    POET: How goes the world? PAINTER: lt wears, Sir, as it grows.

    POET: Ay, that's well known. 3

    SHAKESPEARE, Timan of Athens, I.r

    Ce qui concerne l'ducation publique n'a ren de variable, ren qui dpende essentiellement des

    circonstances. Le but en sera le meme dans tous les siecles: faire des hommes vertueux et clairs.4

    DIDEROT Plan d'une Universit pour le gouvernement de Russie

    'Der Vater aber liebt am meisten, daiS gepfleget werde der feste Buchstab, und bestehendes gut gedeutet. 5

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    FRIEDRICH H6LDERLIN, Patmos

    The crisis of authority in education is closely connected with the crisis of tradition, that is with

    the crisis in our attitude toward the realm of the past. 6

    HANNAH ARENDT Between Past and Future, 5. IV

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    12 Adis a la universidad

    Apndices ............................... 373 Manifiesto redactado por diversos profesores

    de las facultades de letras de la UB a raz del Plan Bolonia ................ 3 7 5

    Carta abierta de la Facultad de Filologa de la Universidad de Salamanca a la Ministra Cristina Garmendia sobre las Humanidades ............... 3 8 I

    La descomposicin de la Universidad, por Jos Luis Pardo . . . . . . . . . . . . . . . . . . 3 9 r

    d. ' . n 1ce onomast1co ........................ 397

    Prlogo

    Este libro narra las experiencias vividas por su autor a lo largo de una vida universitaria de cuarenta y tres aos, que empez como estudiante en 1965 y termin como catedrti-co, de forma prematura, en 2008: un plan de prejubilacin pensado por las autoridades de la Universidad de Barcelona -entonces tambin vigente en otras muchas universidades es-paolas- acab por convencer al autor de la idoneidad de acogerse al mismo, algo que quiz no hubiese hecho si las cir-cunstancias de la vida acadmica que se explicarn seguida-mente no le hubieran invitado a tomar tal decisin.

    A lo largo de todos estos aos, el autor ha vivido experien-cias y momentos de una gran belleza, de provecho y de mu-cha dignidad, pero tambin ha vivido otros que caen de lleno en el malestar y en la consternacin, cuando no en el horror. El autor abundar en la narracin de los hechos ms positi-vos de su vida universitfria, pero no olvidar otros, de corte problemtico y muy turbio. Procurar hacerlo sin malqueren-cia -sine ira et studio-, e intentar que todas y cada una de las situaciones narradas vengan acompaadas de una reflexin ora pedaggica, ora poltica, tambin moral, para hacer que el libro resulte til a las generaciones presentes de estudiantes, profesores y directores de enseanza secundaria y de las uni-versidades de Catalua y de toda Espaa, as como a las prximas generaciones de estudiantes de Humanidades, que el autor empieza a compadecer.

    El libro no tiene, por lo tanto, ninguna intencin secreta, ni

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    mucho menos aviesa: solo desea ofrecer a los lectores de su ciudad y del pas un conjunto de reflexiones que, en el mejor de los casos, sern tiles para hacer ms dignas las condiciones en que se desarrolla la vida de los estudiantes universitarios y la labor de los profesionales de la enseanza superior y, en gran medida, de la enseanza secundaria. Sorprende que ciertos as-pectos de nuestra vida universitaria, que se arrastran desde hace dcadas, sobre todo los ms negativos, apenas hayan mo-vido a los profesores -s a los estudiantes, por desgracia en ac-ciones sin transitividad- a discutir en voz alta lo que se dicen por lo bajo cuando, por azar, se encuentran en el claustro de la universidad o por la calle. Hay circunstancias que son tan de-plorables, y episodios que terminan tan mal, que se entiende que nadie quiera hurgar en una herida que solo duele a quien mete el dedo en ella sin que esto suponga mejorar ninguno de los elementos que podran y deberan ser criticados con lama-yor seriedad, y resueltos con carcter perentorio. Es la propia impotencia de la clase profesora! del pas, el cansancio quiz -a veces la indiferencia-, la responsable de que se corra, sobre la vida universitaria, un velo que oculta verdades muy gordas y que explica, asimismo, que por puro sentido de la superviven-cia -maana ser otro da>>- muy poca gente de la que se de-dica a este noble trabajo se haya tomado la molestia de airear-las en sus aspectos ms sofocantes.

    El autor pondr en estas pginas, de trecho en trecho, el punto de irona que le ensearon sus lecturas preferidas, sea de la literatura catalana y espaola, sea de la literatura uni-versal-Marcial, Luciano, Rabelais, Cervantes, Sterne, Swift, Flaubert, Carner, entre otros muchos- y as la explicacin ser ms llevadera y ms amable. Ningn colega del autor puede sentirse aludido en ninguna de estas pginas. Todo lo que no sea autobiografa o anlisis ser invencin literaria, por mera deformacin profesional del autor.

    En cuanto al ttulo del libro, este significa dos cosas: hace referencia al adis del autor a la universidad como catedrti-co en activo, pero tambin remite a aquello que se apresura a calificar como el final, acaso no definitivo, de la pujanza o

    Prlogo 15

    crdito de las Humanidades en el seno de nuestras universida-des y sociedades. Al menos, eso es lo que se figura el autor, y as lo explicar.

    En su mayor parte, los captulos de este libro estn estruc-turados de la siguiente manera: en primer lugar, un apartado de corte autobiogrfico -que suele ser el primero y a veces es el nico- en el que el autor repasa las etapas y los avatares de su formacin y de su dedicacin a la universidad; y, en segun-do lugar, una parte terica donde se discuten aspectos diver-sos de la cuestin universitaria, haciendo hincapi en el pano-rama que se abre a partir de la homologacin de los estudios superiores en la Unin Europea: tambin a veces este aparta-do es el nico del captulo.

    Para que la lectura de un libro colmado de referencias a las fuentes de la tradicin sea ms til y para ahorrar un aparta-do bibliogrfico que resultara pedante, las notas se presentan siempre a pie de pgina, en una numeracin reiniciada en cada captulo. Las fechas que aparecen entre corchetes (por ejemplo: [193 r]) remiten a la primera edicin en lengua origi-nal del libro correspondiente; procedimiento este que no he-mos empleado en el caso de las literaturas clsicas.

    Al final del libro, los apndices recogen dos manifiestos -que valen como ejemplo de las decenas que se escribieron a raz de la discusin del Plan Bolonia- y un artculo de un co-lega de Madrid sobre las mismas cuestiones que aborda el li-bro. El autor expresa su agradecimiento a los autores de di-chos apndices por ha4_erle permitido reproducirlos en este libro.

    Ignacio Echevarra, Andreu Jaume, Adria Targa y Arnau Barios leyeron la primera ver,sin del libro y sus comentarios lo han mejorado en la medida de lo posible. Se lo agradezco mucho. Amicus fidelis, protectio fortis.

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    Los estudios universitarios

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    Tuve la suerte de estudiar en una universidad, en torno a la fecha polticamente sealada de 1968, donde a duras penas se daban clases. Esta circunstancia, que en condiciones norma-les todo el mundo juzgara negativa, no lo fue en modo algu-no durante aquel momento de la historia de las universidades espaolas por el hecho de que todas ellas estaban llenas de profesores reaccionarios, franquistas del ms viejo estilo, an falangistas disimulados y catedrticos que haban logrado su plaza gracias a una adiccin a menudo declarada a los princi-pios ideolgicos -si es que aquello mereca tal nombre- del rgimen. Tambin haba, por cierto, profesores solventes.

    Cuando empec los estudios haca poco que profesores de tanta categora como Agustn Garca Calvo, Jos Mara Val-verde, Jos J;.-us Lpez-Aranguren y otros haban abandonado, unos por fuerza, otros por solidaridad, las aulas universitarias, de manera que, pese a !:1 presencia en mi universidad de cate-

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    drticos de notable vala acadmica y personal -como Emilio Lled, quien ms tarde sera mi maestro, aunque yo no fuese alumno suyo-, r el ambiente .era ms bien penoso, repleto de

    I. Tras la cada del rgimen franquista, Emilio L!ed y yo sostuvi-mos cada ao una conversacin, entre 197 5 y 1978, paseando por la Rambla de Barcelona, durante la cual l sostena que deba irse a Ma-drid para que sus hijos, todava pequeos y sin madre, recibieran all el afecto y el apoyo de su suegra -una catalana de quien se deca que haba sido uno de los modelos para la Ben plantada de Eugenio d'Ors, casada

  • r8 Adis a la universidad

    fenmenos , por mencionar un catedrtico de Historia y Geografa muy paradigmtico de aquella poca, an-daluz, para quien un tifn era como el remolino que hace el agua cuando se cuela por el sumidero de la baera, solo que : no deja de ser una metfora.

    Conviene matizar la afirmacin vertida unas lneas ms arriba. El ambiente, en s mismo, no era lamentable: s lo eran los planes de estudio, los mtodos de enseanza de muchos profesores y tambin la vida acadmica en el sentido ms alto de la expresin. Pero la vida estudiantil, es decir, el ambiente que reinaba entre las filas de estudiantes, filas naturalmente segregadas del resto de la comunidad universitaria, posea una energa que, seguramente, no ha vuelto a producirse en la universidad espaola desde aquellos aos. El fenmeno re-volucionario>> marcado por las doctrinas procedentes deBer-keley, en Estados Unidos, y fomentadas por Herbert Marcuse y otros pensadores, haba cruzado las aguas del Atlntico -no las del Pacfico- y haba echado races en la vida universitaria de casi todos los centros de enseanza superior de Europa: en este sentido, Espaa no fue una excepcin.

    con un gineclogo de gran renombre y posicin en la capital- y yo le insista que nuestra universidad le necesitaba. A la postre, Emilio Lled emigr a Madrid con sus hijos. Nunca lo dijo, pero tuve siempre la im-presin de que no se senta a gusto en una Barcelona donde la lengua catalana empezaba, naturalmente -y sin ninguna discriminacin, como ha sido el caso, en general, desde entonces-, a convertirse en la lengua predominante en los medios universitarios. Sea como fuere, siempre lament la desaparicin de Emilio Lled de las aulas de la Universidad de Barcelona, pero me felicito de que en Madrid pudiera desarrollar, aunque demasiado lentamente y pese a trabas lamentables, una carrera muy brillante. Cuando hemos hablado, en aos ulteriores, sobre la supuesta confrontacin entre la lengua catalana y la castellana en los medios universitarios, siempre hemos convenido en que lo ms impor-tante, toda vez que las dos lenguas se entienden en Catalua perfecta-mente, era ver qu deca la persona que hablaba y no en qu lengua lo haca: doctrina que parece haber convencido, finalmente, a los rectores de las universidades catalanas.

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    Los estudios universitarios 19

    A causa de esta influencia y a causa, tambin, de la situa-cin bajo el rgimen franquista, quien ms quien menos for-maba parte, en la universidad que conoc como estudiante, de una u otra organizacin poltica o, por lo menos, simpatizaba con alguna de ellas: de forma que la tan protegida y financia-da organizacin sindical llamada SEU (Sindicato de Estudian-tes Universitarios), formada ms para controlar los elementos disidentes de la vida universitaria que para garantizar los de-rechos y las vindicaciones de la clase estudiantil, se hall, du-rante toda su lnguida historia, ms bien eclipsada por la reac-cin de las plataformas de la ms diversa especie que quepa imaginarse: desde organizaciones de inspiracin cristiana, im-plantadas en la universidad como irradiacin de las que ya actuaban en los sindicatos obreros, hasta partidos obviamen-te clandestinos que abarcaban un abanico extraordinario: co-munistas, anarquistas, socialistas, trotskistas, marxistas de la lnea tradicional, marxista-leninistas, estalinistas, maostas y todo lo que uno pueda imaginarse. No es que todos los estu-diantes estuvieran formalmente afiliados a una u otra de estas organizaciones, pero entre la clase estudiantil se respiraba un aire de resistencia que insuflaba, en realidad, mucha moral y ofreca un cierto sentido a una vida universitaria que resulta-ba, desde el punto de vista acadmico, ms bien srdida.

    Nuestra situacin, casi de todo punto insignificante en el seno de las sociedades urbanas, y, obviamente, la falta abso-luta de poder dado el carcter clandestino de estas peas, ga-rantizaban que, prop!tmente, nunca se pudiera hablar de transitividad entre nuestros movimientos de opinin y la vida sindical, obrera y ciudadana: metamos mucha bulla de vez en cuando -en Barcelona, la. Gran Va se convirti, por as decirlo, en nuestra segunda casa, y su ocupacin, o las mani-festaciones que en ella convocbamos, en el sucedneo de las horas lectivas-, pero la cosa no pasaba de ah: vena la poli-ca, nos disolva literalmente (disulvanse!) y todo segua ms o menos igual, con la excepcin de las medidas represi-vas del cuerpo policial y judicial propias de aquellos aos, que llevaron a muchos estudiantes, y a nos cuantos profeso-

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    res, a las comisaras de muchas ciudades, tambin ante los tribunales y, en algunos casos, a la prisin o al exilio.

    Estos movimientos tenan una repercusin muy limitada (los diarios no los recogan o lo hacan, como es obvio, desde el punto de vista de las conveniencias del rgimen), pero sem-braron, en el espritu de la clase estudiantil, una consciencia muy crtica con la situacin poltica global de Espaa -y la particular de cada universidad- que no fue balda. Se recoge lo que se siembra; y es un hecho que una parte muy signifi-cativa de la clase profesora! de las dcadas de los aos 1980, 1990 e incluso de nuestros das, posee todava una suerte de tonsura identificada con aquella actitud crtica y contesta-taria: por asambleas que no quedase, y si pudimos celebrar tantas como quisimos fue porque la polica no entraba todos los das en el recinto universitario. Pienso an que el capital humano e intelectual ms importante que posea hasta hace poco mi universidad proceda de la generacin del 68 -que tambin fue la generacin de la Capuchinada2 en Barcelona-

    2. La Capuchinada es el nombre que recibieron los hechos que tuvie-ron lugar en el convento de los Padres Capuchinos de Sarri (Barcelona), entre el9 y el II de marzo de 1966 con motivo de la asamblea constitu-tiva del Sindicato Democrtico de Estudiantes de la Universidad de Bar-celona (SDEUB), en la que deba aprobarse la declaracin de principios y los estatutos del sindicato. Asistieron a la asamblea 4 so representantes de estudiantes, profesores e intelectuales, como Salvador Espriu, Ernest Lluch, Oriol Bohigas, Maria Aurelia Capmany, Antoni Tapies, Jordi Sol Tura, Raimon Obiols, Ricard Salvat, Joan Oliver, Jos Agustn Goy-tisolo, Albert Rafols-Casamada, Manuel Sacristn, y los estudiantes Francisco Fernndez Buey, Montserrat Roig, Josep Maria Benet i Jornet, Josep Maria Trias de Bes, Nria Vida! de Llobatera y Merce Sala, entre otros. El asedio y posterior asalto al convento por parte de la polica franquista, ordenados por el comisario Vicente Juan Creix y el responsa-ble de gobernacin Camilo Alonso Vega, dieron pie a un movimien-to unitario de solidaridad poltica y ciudadana que fue el germen de la Mesa Redonda Democrtica de la oposicin catalana (antecedente de la Asamblea de Catalua) y reforz la incorporacin a la lucha antifran-quista de sectores eclesisticos, con una notable y escandalosa manifes-tacin de sacerdotes en Barcelona el r r de mayo del mismo ao.

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    y ello se not en la forma de reorganizar las enseanzas uni-versitarias durante los ltimos veinte aos del siglo xx, en cmo los profesores escuchaban y dialogaban con los alum-nos e, incluso, en algunos casos, en el acceso al profesorado odinario. Ms adelante, como explicar cuando corresponda, la situacin dio un giro y puedo adelantar que aquella genera-cin, de la que formo parte, entr despus en un perodo de ensimismamiento, de impotencia o, sencillamente, de cansan-cio melanclico, dadas las nuevas formas de control de la ac-tividad universitaria y la burocratizacin de la universidad, entre otros factores.

    Sea como fuere, el hecho es que, durante los aos que cur-s la carrera de Letras -despus de un ao de Medicina, carre-ra que abandon por cobarda ante el sufrimiento huma-no-, en el patio de Letras de nuestra facultad se respiraba un optimismo prcticamente desmesurado, y alejado, por des-gracia, de la lucha que tena lugar, simultneamente, en los medios obreros, dada la evidencia de que el 8o %, por lo me-nos, de los estudiantes de aquella poca eran hijos de las cla-ses ms prsperas y acomodadas de la ciudad.

    Haba, entre nosotros, verdaderos lderes con carisma, pero casi todo el mundo, quitando la nutrida representacin de la seccin femenina de la clase eclesistica -que en aquellos aos resultaba muy visible e indisimulable a causa de sus h-bitos y costvmbres-, posea una relativa impregnacin pi-ca>>, fruto de las situaciones casi homricas en las que nos veamos inmersos, qui~as o no. Un da que la polica entr impunemente en la universidad -es sabido que la universidad tiene un privilegio especial por el que las fuerzas de orden pblico no pueden entrar en .su recinto, ni ayer ni hoy, sin el consentimiento del rector-, toda la panda que estbamos de jarana en el patio o en las aulas enzarzados en discusiones inflamadas, salimos a todo correr para ahorrarnos porrazos y detenciones. Yo y una bandada de aficionados al excursionis-mo trepamos por los muros que separan la universidad de los bloques de viviendas que hay por el lado de poniente, y el es-pritu caritativo, acaso de simpata poltica, del vecindario de

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  • 22 Adis a la universidad

    aquellas casas nos permiti que huyramos del asedio policial entrando en los domicilios por las galeras, cruzando despus los pisos bajo el guiaje de amas de casa solidarias y que, a la postre, saliramos a la calle por las porteras que dan a la calle Aribau, en aquella ocasin sin presencia de grises>>. A m me toc en suerte un ama de casa que se dispona a ir al mercado de la Boquera cesta en mano y urdimos la estrategia de llenar la cesta de ropa blanca -como si la mujer fuera a ir a la lavan-dera- y salir juntos a la calle, ella sujetando la cesta de un asa y yo de la otra. Aquel da me salv; no as en otra ocasin que solo cuento de paso.

    Fue a raz de un famoso encierro en la Escuela de Arqui-tectura, hecho que demuestra que los estudiantes vivamos la universidad como un cuerpo solidario formado por muchas secciones diversas, pertenecientes a las ramas ms varias del saber. Ocurri a primeros del ao 1968. Debamos de ser al-rededor de doscientos y pico estudiantes, todos congregados en el anfiteatro de dicha Escuela, dedicndonos a plantear acciones de guerrilla urbana y cosas por el estilo. Como, sin duda, deba de haberse infiltrado el inevitable representante del sindicato franquista, la polica tuvo noticia del aconteci-miento. Las fuerzas de orden pblico rodearon el edificio -ay, no haba viviendas acogedoras alrededor!- y nos obliga-ron a pasar, a todos y cada uno de los presentes, entre un pa-sillo de representantes del orden, que nos aporrearon ora por delante, ora por detrs, ora por la derecha, ora por la izquier-da. Al final del pasillo esperaba un comisario que exiga a todo el mundo la presentacin del carn de identidad, y de aqu pasaron a la comisara los que la polica ya tena previa-mente fichados; a los que todava no lo estaban, se les abri ficha por primera vez, y a todos se nos abri un expediente disciplinario. Al cabo de pocas semanas, todos los presentes en aquel anfiteatro recibimos un oficio dei Ministerio de Edu-cacin por el que se nos comunicaba que quedbamos expul-sados para siempre de las universidades del rea de Barcelona y durante dos aos de cualquier universidad espaola, de ma-nera que, si queramos continuar estudiando, no tenamos

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    Los estudios universitarios 23

    otra opcin que hacerlo, al cabo de dos aos, en otra ciudad universitaria, siendo, a la sazn, las ms prximas a nuestra ciudad las de Valencia y Zaragoza.

    Pero el rgimen no haba reparado en un detalle de impor-tancia. Entre los asamblearios no haba ni una monja ni un cura, pero quien ms quien menos perteneca a la clase bur-guesa o ms alta de la ciudad: haba hijos de grandes empre-sarios, hijos de familias muy devotas, hijos de hombres acau-dalados e incluso algunos que estaban emparentados con personalidades perfectamente alineadas con las filas del rgi-men. Los poderes pblicos no tuvieron otra salida, al cabo de seis meses, que sobreseer el expediente, noticia que muchos recibieron en casa y yo, personalmente, en la ciudad de Lon-dres, adonde mi padre decidi que me trasladara para apro-vechar el tiempo y estudiar ingls, extraando, eso s, a los amigos y la comida de casa, como Ovidio a orillas del mar Negro, pero con bastante menos pica y abatimiento.

    En Londres, en el barrio de Kensington, no lejos de Holland Park, fui vecino de un soltern calvo, torpe y pede-rasta al mejor estilo pausanias3 -haba estudiado Filologa Clsica, pero solo lea novelas de policas y ladrones-, quien me alquil una habitacin confortable, con vistas a un jardn, provista de la imprescindible salamandra que se encenda un rato, siempre escaso, cuando se introduca en ella una mone-da de veinte centavos. El buen hombre no mostr el menor inters por mi persona, quiz por la edad provecta que yo exhiba en aquel tiemp~. Redondeaba la paga de mis padres trabajando en el Hotel Fleming, cerca de Piccadilly Circus, establecimiento donde serva el desayuno con un mandil ne-gro muy aseado, camisa blan!=a y pajarita, en las habitaciones y muy de maana, cosa que me hizo abrir, por vez primera, los ojos al mundo de la sexualidad ms desenfrenada y varia

    3. No el autor de la Descripcin de Grecia, sino uno de los invitados al Simposio, de Platn, el que se muestra ms partidario de las relacio-nes pedersticas en el sentido moral, educativo y poltico (tambin d-rico) de la palabra. ...

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    24 Adis a la universidad

    -hombres con mujeres; hombres con hombres; mujeres con mujeres, y ms cosas que no digo. En Londres no hice mucho ms que estudiar lengua inglesa y trabajar, y el hito ms sea-lado de aquel medio ao de estancia en la ciudad fue conocer personalmente a Mario Vargas Llosa, gracias a los buenos oficios de Juan Antonio Masoliver, sobrino de Juan Ramn, amigo de mis padres y emparentado con ellos: frecuentba-mos al novelista peruano en su casa y caminbamos a su lado cuando sacaba a pasear en el cochecito a su segundo hijo, Gonzalo, recin nacido. 4 En el mes de agosto de 1968, en pleno sofoco veraniego, recib la noticia del sobreseimiento del expediente acadmico, regres a Barcelona y todava pude examinarme, con un xito forzosamente relativo.

    As, a trancas y barrancas, termin en 1971 la carrera de Filosofa y Letras, no sin cierta dignidad: ms poltica, por as decirlo, que acadmica. Siempre me falt, a causa de esta carre-ra tan accidentada, aquello que mis colegas de Filologa La-tina denominan institutio -una slida formacin en lenguas clsicas, en crtica textual y en filologa positiva-, cosa que, por otra parte, nunca he lamentado, excepto en lo que se re-fiere al conocimiento del griego y del latn. He podido tradu-cir al cataln las Elegas, de Holderlin, y Las flores del mal, de Baudelaire, e incluso acompaar el texto de notas eruditas, pero sera incapaz, aunque dominase las lenguas clsicas -para no aguar el goce de la lectura-, de hacer una edicin

    4 Aos ms tarde, en la poca de estudiante de doctorado, segu un curso de Vargas Llosa en la Reial Academia de Bones Lletres de Barce-lona, sobre Madame Bovary, de Flaubert. El escritor peruano dict este curso por invitacin de Martn de Riquer, presidente de la institucin -empez a extraarme que un seminario como ese no se celebrara en las dependencias universi~arias-, como ocurri tambin en el caso de Joan Ferrat, aos despus -sin que entonces me extraara de ello-, habien-do regresado este de su exilio americano. Ferrat imparti en la misma academia un curso sobre Ausias March -del que surgi una edicin del poeta valenciano en la editorial Quaderns Crema-, invitado por el Ins-titut d'Humanitats, la nica institucin de Barcelona que honr, por no decir aprovech, la sabidura y los mritos de Ferrat.

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    Los estudios universitarios 25

    crtica de un autor clsico de verdad: le tengo demasiado res-peto a la Antigedad.

    El ttulo que acabo de referir, Filosofa y Letras, resulta de una enorme significacin: en aquel tiempo, las facultades de Letras estaban todas reunidas en una sola facultad, en el edificio histrico de la universidad. Nadie se licenciaba en una cosa pequea o parcial, sino que todos hacamos una carrera muy generalista, con enseanzas obligadas de histo-ria, geografa, filologa, filosofa, lenguas clsicas y lenguas modernas. Ello fue consecuencia del mejor plan de estudios que haya conocido mi universidad en todo el siglo xx, el lla-mado Plan Maluquer -hombre que fue decano de la facultad de Letras entre 1969 y 1974-, que consista en un mapa muy amplio de asignaturas, entre las de nivel A, que eran obligato-rias y generales, las de nivel B, que eran ms especializadas y se escogan en funcin de la deseada o concreta formacin del estudiante, y las de nivel e, habitualmente con una docena de estudiantes, que estaban configuradas como los seminarios de las buenas universidades europeas, con obligada y fcil participacin en clase de los estudiantes. Este extremo, ligado a lo que he dicho un poco ms arriba sobre nuestra conscien-cia poltica, es otro de los factores responsables de lo ms granado que hoy se encuentra entre la clase profesora! de nuestra universidad: los de clsicas saben de filosofa, los fil-sofos tienen, inters por la literatura y el lenguaje, los historia-dores leen a Hegel o Balzac, y los literatos saben historia.

    Pero esta situacin QO dur mucho. Eran los aos en que l<

    el Opus Dei ganaba impulso y poder en los centros de poder del Estado, y, de la misma manera que se haban organizado los Planes de Desarrollo con un xito relativo -en un viaje en avin, Fabia Estap, comisario de aquel plan, sac una re-vista pornogrfica y le ense la portada a un amigo mo di-cindole: Esto es desarrollo y lo dems son puetas! >>-, asi-mismo a los ministros de Educacin Pblica se les ocurri que, dada la incipiente masificacin de la universidad y el pe-ligro que eso supona de una perturbacin del orden pblico, y, en especial, dadas las leyes del mercado laboral -empezan-

  • 26 Adis a la universidad

    do por la clase profesora!, que siempre ha puesto sus miras en las ctedras, por encima de cualquier otra cosa-, sera conve-niente desmenuzar la facultad de Filosofa y Letras y conver-tirla en una serie de facultades particulares y especializadas. Es esta una de las circunstancias ms penosas que han tenido que padecer muchas universidades espaolas, que no todas, a lo largo de los ltimos decenios de su historia. Los planes de estudios que incluan las materias humansticas ms diversas, que permitan hacerse una idea cabal de.los grandes mo-vimientos espirituales, religiosos, histricos y culturales de nuestro continente -porque en aquel tiempo la universidad espaola, cuando no era hispanocntrica, era eurocntrica, pero nunca fue perifrico-nacionalista, opcin que los estu-diantes consideraban una causa tan de derechas como ser -, aquellos planes de estudios excelentes, deca, fueron liquidados y se transformaron en una serie de licencia-turas, con las correspondientes facultades, donde los estu-diantes solo estudiaron ya, como sigue siendo el caso, o bien Filologa, o bien Filosofa, o Geografa, o Historia, o Pedago-ga y unas cuantas disciplinas ms, todas desgajadas del saber general propio de las Humanidades. El espritu humanista que todava posea mi facultad mientras curs la carrera que-d desintegrado y urbansticamente disgregado, de manera que, desde entonces hasta el da de hoy, hemos tenido que presenciar, cada vez ms, cmo un estudiante de Virgilio poco o nada sabe de Dante, un estudiante de filosofa aristotlica no sabe lengua griega, un estudiante de Historia de Amri-ca no sabe nada de Melville, un estudiante de Shakespeare no conoce el reinado de la reina Isabel, un estudiante de filologa catalana no ha ledo nada de Machado, un estudiante de filo-loga espaola no ha ledo a Caries Riba, y los estudiantes de pedagoga o psicologa no saben -y lo escribo adrede en letra cursiva, porque una cosa es dominar estrategias y estadsti-cas, y otra distinta saber- nada de nada.

    As, me vienen a la cabeza aquellas sabias teoras de la uni-versidad de la generacin romntica alemana -que fue la que hil ms fino en esta cuestin, hasta tal punto que an hoy los

    Los estudios universitarios 27

    planes de estudios de la universidad de aquel pas presentan una transversalidad que nosotros no podemos sino envidiar-, segn las cuales no se puede concebir una formacin univer-sitaria digna de ese nombre que no pase por la suma y la mezcla contrastada de todos los saberes que cabe o cabra esperar en el perfecto humanista. No son reliquias que pue-dan subestimarse a la ligera; baste recordar los casos de histo-riadores como Vicens Vives y sus discpulos, o los de Miguel Batllori y Martn de Riquer, para darse cuenta de que la inte-gracin de todas las ramas humanas>> no poda sino aca-rrear ventajas para la investigacin humanstica, la poblacin estudiantil e incluso todo el panorama culto de la ciudad y del pas entero.

    En este sentido, pues, he citado en ms de un artculo, o en algn libro de entre los pocos que he escrito, aquellas palabras tan sensatas de Friedrich Schelling, contenidas en sus Lecciones sobre el mtodo de los estudios acadmicos, que dicen: En la ciencia [en el sentido ms general de "sa-ber", Wissenschaft], como en el arte, lo particular solo tie-ne valor cuando acoge en s lo general y lo absoluto. Pero muy a menudo ocurre, como lo demuestran muchos ejem-plos, que en la preocupacin por los estudios especiales se descuida la cultura general; en la aspiracin a llegar a ser un abogado o un mdico perfecto se olvida el designio mu-cho ms elevado del erudito y del espritu ennoblecido por la ciencia. [ ... ] La filosofa [yo, aqu, hubiese dicho "la filo-loga", porque opino gue ella es la verdadera madre del cordero de las Humari:tdades, como vieron muy bien los humanistas italianos y muchos contemporneos de Schel-ling, como Humboldt o Schleiermacher], que abarca al hombre entero, y comprende todos los aspectos de su na-turaleza, se presta mejor an para librar el espritu de las limitaciones de una educacin unilateral y elevarlo al reino de lo universal. [ ... ] Resulta, de lo antedicho, que una me-todologa de los estudios acadmicos solo puede proceder del conocimiento verdadero y real de la conexin viviente que enlaza todas las ciencias entre s, y que, sin ella, toda

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    enseanza resultar forzosamente muerta, apagada, unila-teral, e incluso limitada>>. 5

    El mismo sabio alemn, en el mismo lugar, abundaba so-bre este particular: Como las partes aisladas del saber y por lo tanto todas las ciencias particulares, en la medida en que han perdido el espritu universal, ya no pueden ser, en gene-ral, ms que medios para el saber absoluto, la consecuencia necesaria de ese desmembramiento fue que, por dedicarse a los medios y a los procedimientos para el saber, se perdi el saber mismo>>. 6 Era una manifestacin -de las muchas que encontraremos a partir de ese momento en la bibliografa so-bre la universidad- que apuntaba a la crtica de la especializa-cin, uno de los mayores males que se daban entonces en las universidades europeas y que azota en particular a la espa-ola desde hace muchos aos, un mal que no ha hecho sino multiplicarse con la implementacin del Plan Bolonia.

    Al cabo de unos cuantos decenios, Arthur Schopenhauer pensaba algo parecido: Los talentos de primer orden jams sern especialistas. La existencia, en su conjunto, se ofrece a ellos como un problema a resolver, y a cada uno presentar la humanidad, bajo una u otra forma, horizontes nuevos. Solo puede merecer el nombre de genio aquel que toma lo grande, lo esencial y lo general por tema de sus trabajos>> .7 Volver ms adelante sobre esta cuestin, en especial cuando hable del panorama que nos espera a causa de las ideas sobre la enseanza superior que se derivan del llamado Plan Bolonia. Nietzsche todava pensaba lo mismo que he expuesto cuando escriba, en su leccin inaugural de Basilea, en I 869: Con eso ha de resultar manifiesto que toda y cualquier actividad filolgica debe estar cercada y albergada por una concepcin filosfica del mundo, en la que todo individuo y lo individua-

    5. Friedrich Schelling, Lecciones sobre el mtodo de los estudios acadmicos [r8o3], Buenos Aires, Losada, 2008, pp. 8-9.

    6. Id., ibid., pp. 26-27. 7 Arthur Schopenhauer, citado a partir de: Escritos literarios, Ma-

    drid, Mundo Latino, s.f., p. 3 r.

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    Los estudios universitarios 29

    !izado queda como algo vaporizado y solo el todo y lo unita-rio subsisten>>. 8 El problema, como queda patente en la si-guiente cita de Bertrand Russell, no hizo sino agravarse a lo largo del siglo xx: Uno de los defectos de la educacin superior moderna es que se ha convertido en un puro entre-namiento para adquirir ciertas habilidades y cada vez se preo-cupa menos de ensanchar la mente y el corazn [de los estu-diantes, pero tambin de los profesores] mediante el examen imparcial del mundo>>. 9

    En cuanto a los estudios de Medicina, debo aadir que, pese a que carecan del carcter de estudios generales que he comentado, tuvieron en lo que a m respecta dos virtudes: por un lado, s, desde entonces, qu es la contingencia humana, y voy por el mundo sin los humos subidos y por la calle con cierta precaucin; por el otro, un profesor de la asignatura de Anatoma>> me cautiv desde la primera clase y me aproxim -no poda imaginrselo- al mundo de las letras. Era el Dr. Joan Lluch i Caralps, quien muchos aos atrs haba sido pro-fesor de la Universidad Autnoma, en tiempos de la Repbli-ca. En aquellos momentos era ya un hombre mayor -muri en r990-, enormemente calvo si as puede decirse, con una capacidad prodigiosa no solamente para el dibujo sino tam-bin para la narracin, pese a que imparta una disciplina tan compleja como la anatoma craneal: en lo que respecta al ex-terior, bastaQa con observar su mollera, ptima para un fren-logo. Al explicar los afluentes de las llamadas venas profun-das>> del cerebro, o ven~ de Galeno, el Dr. Lluch se explicaba poco ms o menos de est~ guisa: La vena del cuerpo estriado procede de lejos -ya ha viajado un buen rato, pero no muestra signos de desfallecimiento, todo lo contrario- y sigue adelante por el surco que separa entre s al tlamo ptico y el ncleo caudado. Pero no vayan ustedes a creer que en este trayecto

    8. Friedrich Nietzsche, Homero y la filologa clsica (r869], Ma-drid, Ediciones Clsicas, 1995, p. 76.

    9 Bertrand Russell, La conquista de la felicidad [1930], Madrid, Debate, 2000, pp. 174 y s.

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  • 30 Adis a la universidad

    esta seorita camina sola, porque las muchachas, a la bella edad, gustan de ir acompaadas. En efecto: primero traba re-lacin, por el lado externo, con una gavilla de jvenes, los numerosos y voluminosos fascculos que han salido un rato del ncleo caudado, del ncleo lenticular, de la cpsula interna y del centro oval: ya ven que esta dama no carece de atracti-vos; pero, despus, la vena del cuerpo estriado, no del todo complacida con dicha compaa, no tarda en plegarse o incli-narse hacia dentro, como vergonzosa, y se esconde un rato, para tener un resuello, debajo del trgono; y sale finalmente a respirar hondo, aturdida por los muchos pretendientes, por el agujero de Munro; despus, como las muchachas no reciben mejores consejos que los de su madre, se apresura a buscar, en su origen, la vena madre de Galeno, y entonces se conforta>>. Debo decir que, ms tarde, supe que el Dr. Lluch era biblifilo, que reuni una coleccin muy notable de libros histricos de su especialidad y que tena, en el recibidor de su casa, un atril puesto permanentemente, con una edicin del Quijote en letra grande. Cuando llegaba a su casa despus del trabajo en el hospital, lo primero que haca era leer un captulo entero, aun-que fuese de los largos. Su mujer le llamaba: A la mesa, Joan! >>,pero l no acuda hasta que haba terminado del todo la lectura del captulo cotidiano. He de suponer, pues, que mi decisin de abandonar los estudios de Medicina y pasar a la facultad de Letras vino determinada, en buena medida, por las narraciones anatmicas>> del Dr. Lluch, de feliz memoria.

    Un da, pues, termin la carrera de Letras, aunque calculo que solo tuvimos, a lo largo de cinco aos, una tercera parte de las clases que deberamos haber tenido: eso oblig a todos los estudiantes de mi quinta a espabilarse, leer y estudiar mucho en casa y tener los cinco sentidos repartidos entre las aulas y toda la serie de estmulos -que, aunque pocos, existan- que ofreca la ciudad. No s cmo sucedi, porque an nos en-contrbamos en pleno rgimen franquista, pero el caso es que nuestra generacin adquiri una formacin propiamente ciu-

    Los estudios universitarios 31

    dadana, educada en todos los sentidos de la expresin, muy al estilo de lo que siempre haba proclamado la educacin republicana en Espaa, por no hablar de la educacin roma-na o la de los siglos humansticos. Ante una circunstancia fortuita como esta solo puedo sentir una enorme gratitud. La falta de clases nos permiti dar largos paseos por el claustro, a veces del brazo de los profesores -al estilo castellano-, visi-tarles siempre que se nos antojaba en sus despachos y mante-ner con ellos largas conversaciones. En una de las pocas en que la facultad estuvo cerrada viajaba cada da -siempre, como puede verse, con una misteriosa vocacin monstica a cuestas- al claustro de Sant Cugat del Valles para leer Del sentimiento trgico de la vida, de Unamuno, no s si por un hipo metafsico o por contaminacin con la situacin poltica del pas. Nos vimos obligados, por as decirlo, a entender la educacin como un esfuerzo personal y no como algo que vena dictado desde la tarima, por mayor que fuera el respeto que sentamos por los mejores profesores de la casa, que tam-bin los haba. No nos convertimos en especialistas en nada -me gusta la manera como se defina Jos Mara Valverde a s mismo: especialista en generalidades- y hoy nos costara superar las pruebas de acceso al funcionariado que se han inventado los nclitos pedagogos; pero salimos de la universi-dad, pese a todas las circunstancias, formados humanstica y cvicamente, y esto nunca nos lo quitar nadie, aunque a al-gunos ms bien les incomode .

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    Con una gran dosis de nostalgia, pero tambin una cierta ig-norancia, ha podido leerse, durante los ltimos aos, que la Universidad de Bolonia haba fundado con un criterio deter-minado, a finales del siglo xn, los estudios universitarios del continente y que ella misma los haba enterrado con otro cri-terio en el siglo xx, mediante el llamado Plan Bolonia, del que trata especficamente otro captulo de este libro. En realidad,

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    32 Adis a la universidad

    cuando se acusa al mencionado plan de haber potenciado los estudios tcnico-cientficos y especializados, y haber hecho hincapi en la relacin de la universidad con el mercado labo-ral, se olvida que la universidad medieval de aquella ciudad italiana funcionaba exactamente de esta misma manera.

    Las universidades medievales ms antiguas -la menciona-da de Bolonia, las de Oxford y Pars, y la de Montpellier, to-das ellas fundadas entre los siglos xn y xm- nacieron de la transformacin de unas escuelas catedralicias, o vinculadas a los obispados y a la clereca, muy dinmicas en el siglo XII -Angers, Orleans, Pars, Chartres, Reims ... , tambin en la Re-nania-, las cuales, a su vez, procedan de las escuelas mons-ticas de los siglos anteriores y coincidieron con ellas cierto tiempo; y estas escuelas monsticas se derivaban, en suma, de las instituciones cultas y cristianas de la alta Edad Media, en las cuales el saber se orden, como es sabido, conforme a dos ejes: las artes liberales -gramtica, retrica, lgica, arit-mtica, msica, astronoma y geometra- y las ciencias sa-gradas, ms adelante llamadas teologa>>, disciplina que era considerada la coronacin de las artes liberales.

    Los sabios de la Edad Media, los reformadores o los peda-gogos de las pocas carolingia y otoniana (siglos IX y x), no hicieron ms que retomar ese programa que se halla en la base de la educacin europea cristiana; si bien tendemos a considerar, sin equivocarnos, que la revolucin de la corte de Aquisgrn signific un verdadero protorrenacimiento en la historia de las instituciones y de las corrientes espirituales y eruditas de Europa.

    La transformacin de estas escuelas del saber entre la alta Edad Media y el siglo XIII fue de la mano con la transforma-cin de las estructuras econmicas, el crecimiento de las ciu-dades y la aceleracin del libre intercambio de mercancas. La Iglesia, en primer lugar, pero tambin las iniciativas laicas de las clases dirigentes, en especial en el mbito del Mediterr-neo, haban experimentado la necesidad de tener, adems de una clase eclesistica, una casta de letrados, notarios, ama-nuenses y maestros competentes; y ya en el siglo XII muchas

    Los estudios universitarios 33

    de estas escuelas haban logrado notables adelantos con res-pecto a las enseanzas de los siglos anteriores, utilizando (en Italia) el Corpus iuris civilis -herencia del Derecho romano, con la mediacin del emperador Justiniano- en el terreno de las letras, y empleando los textos de Aristteles -gracias a las traducciones que generaron los reinos de Espaa y de Sicilia- para un desarrollo ms eficaz de las ciencias.

    Como herencia de esta tradicin, toda vez que aquellas escuelas monsticas y catedralicias se haban quedado atrasa-das o se haban disuelto, Bolonia -que ya en I I 55 posea una escuela de Derecho tan importante como para que Federico Barbarroja le concediera un patrocinio relevante- fue la pro-tagonista, hacia finales del siglo, de la reunin de los estudian-tes de toda Europa en algo que dio en llamarse naciones -colectivos de estudiantes procedentes de Inglaterra, Alema-nia, la Tosc$lna, la Provenza o la Lombarda-, las cuales, al cabo de pocos decenios, se organizaron en colectivos ms nu-merosos llamados universidades (en singular, universitas; palabra que en latn medieval se utilizaba para asociaciones gremiales de muy distinta ndole). En I252 Bolonia ya posea un estatuto propiamente autonmico, avalado o sufragado por una clase burguesa emergente y controlado primero, pero despus aceptado como institucin relativamente autnoma, por el Papado.

    Ninguna- de las grandes universidades creadas en el si-glo XIII fue ajena a la cuestin que he apuntado ms arriba, es decir, la necesidad de p'i!oveer a las clases dirigentes, laicas o eclesisticas -todava no puede hablarse de mercado labo-ral-, de licenciados con unos conocimientos que garantiza-sen la buena marcha y administracin, por un lado, de los negocios, las transmisiones patrimoniales y las transacciones comerciales, y, por el otro, de las funciones y actividades sa-cerdotales -entre ellas, el estudio, la divulgacin y el comen-tario de la Biblia y de los textos cannicos. En honor de un pas que, siglos ms tarde, demostr un escaso inters por las universidades, las naciones ibricas conocieron el mayor des-pliegue de la institucin universitaria en el siglo XIII, casi

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  • 34 Adis a la universidad

    siempre por iniciativa de los soberanos de cada uno de los reinos respectivos: as nacieron las universidades de Salaman-ca (1218), Valladolid (finales del siglo XIII), Lisboa (1290) y Lrida ( 13 o o). En las postrimeras del siglo XIII, Europa no contaba mucho ms de doce o trece universidades propia-mente constituidas; aadamos, a las ya sealadas, las de Or-leans, Angers, Avin, Perugia, Pavia, Cahors, Florencia, Per-pin o Siena, y las primeras del mundo germnico, como Praga o Viena. Con el ltimo tercio del siglo XIV, las universi-dades de Europa todava no llegaban a la treintena, pero el Gran Cisma (1378-1417) fue el responsable de la emergencia de distintas Iglesias y del origen de varios Estados nacin, y, en consecuencia, hacia el ao 1500, las universidades llega-ron a ser ms de sesenta. La mayor parte de los estudiantes de estas universidades, entre los siglos XIII y xv, procedan de las clases medias -hijos de notarios, mercaderes, artesanos acomodados, acaso el hijo de algn eclesistico perverso-, y no llegaba ni al 5% el nmero de estudiantes que procedan de la nobleza, ni al 10% el de los procedentes de las clases ms bajas. Como en la Roma clsica, entonces, y hasta el si-glo XVIII, la nobleza se educaba particularmente, no en insti-tuciones pblicas, ni tampoco con el designio de realizar tra-bajo alguno que pudiera considerase crematstico: pro pane lucrando no era un lema que debiera preocupar entonces a la gente acaudalada; poco ms o menos como en la actualidad.

    Con respecto a estos tres primeros siglos de la universidad, hay que sealar dos cosas: por un lado, los conocimientos que se impartan siempre fueron considerados como una emana-cin y multiplicacin del saber alto-medieval -Jacques Le Goff afirm, con relativo anacronismo, que las escuelas monsticas y las universidades medievales fueron las res-ponsables del nacimiento en Europa de la figura social del intelectual>>-/ 0 pero, del otro, estos conocimientos se pusie-

    ro. Jacques Le Goff, La Vieille Europe et la n6tre, Pars, Seuil, 1994, p. 32; vase tambin Id., Les Intellectuels au Moyen Age, Pars, Seuil, 2ooo.

    Los estudios universitarios 35

    ron al servicio, de manera cada vez ms eficaz, de los poderes laicos y eclesisticos del momento. Bolonia no cre, pues, un modelo muy distinto del que propugna el plan con este mis-mo nombre de finales de siglo XX: se trataba, bsicamente, de formar unos profesionales que resultaban necesarios para la buena marcha de los tres ejes fundamentales del regimiento de la sociedad hasta finales del siglo xv; el Derecho, la Iglesia y el comercio.

    Si hay un aspecto encomiable de la educacin universitaria durante este perodo es>, este no es otro que el he-cho de que las lecciones siempre fueron orales, sin el apoyo de nuestros manuales>> o libros de texto>>, y que los estudiantes tenan casi prohibido tomar apuntes durante las lecciones, quiz debido a que el papel lleg tarde y no era barato: escu-chaban, retenan las lecciones en la memoria y, solo despus, en las celdas o en las bibliotecas, estudiaban los textos escola-res o cannicos. Eso s: el estudio de lo que en francs se llaman les belles lettres -en este caso, las literaturas clsicas- apenas si tuvo papel alguno en estas universidades, como tampoco lo tuvieron ni las tcnicas -que se asociaban a las artes mecni-cas, indignas de los doctores eclesisticos-, ni la arquitectura, ni la ingeniera, disciplinas, estas, que aparecieron mucho ms tarde en el marco pedaggico>> medieval, y que durante unos cuantos siglos se transmitieron al margen de la institu-cin universitaria.

    Por todo ello no es de extraar que las primeras crticas a la enseanza superio-r~ medieval las protagonizaran los hu-manistas, quienes, en su mayora, no llegaron a formar parte del corpus universitario -pese a que se haban formado en l en cierta medida- y desplegaron sus actividades ms bien en cenculos y academias tambin urbanas, pero al margen de las instituciones sabias oficiales>>, siempre protegidas sea por la Iglesia, sea por las aristocracias locales.

    El humanismo puede definirse como la e,mersin de la sabidu-ra clsica -primero la latina, despus la griega- y de los stu-

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    ~ .;\ > de los estudios clsicos -como la que protagoniz la corte de Carlomagno, como se ha apun-tado- y ms en especial en el siglo xn, considerado tambin escenario de una anticipacin de las corrientes humansticas. Pero estos protorrenacimientos no tuvieron, en el continente, el impacto que tendra el episodio cultural del humanismo propiamente renacentista, entre los siglos XIV (Petrarca) y XVI-XVII (Montaigne, Bud, Vives o Erasmo).

    Las obras de Alberto Magno o de Toms de Aquino no pueden ser consideradas, stricto sensu, al mismo nivel que el

    1 r. Vase Cicern, Pro Archia poeta, VI-VIII. 12. La mejor introduccin al humanismo italiano siguen brindn-

    dola los libros de P. O. Kristeller, El pensamiento renacentista y sus. fuentes, Madrid, FCE, 1982, y Renaissance Thought, 2 vols., Nueva York, 1961-1965; tambin es un estudio riguroso el de Eugenio Garin, L'umanesimo italiano, Bari, 1965. El libro de Jakob Burckhardt, Die Kultur der Renaissance in Italien, 2 vols., Basilea, r 869, muy tradu-cido, ha quedado superado, pero an resulta una fuente de informacin utilsima. Otros estudios importantes son: E. Cassirer, P. O. Kristeller y J. H. Randall, Jr. (eds.), The Renaissance Philosophy of Man, Chica-go, 1948; Ernst Cassirer, Individuum und Kosmos in der Philosophie der Renaissance, Leipzig y Berln, 1927; Andr Chastel, Art et Huma-nisme a Florence au temps de Laurent le Magnifique, Pars, I 9 59; E. Garin, La cultura filosofica del Rinascimento italiano, Florencia, r 9 6 r; P. O. Kristeller, Ocho filsofos del Renacimiento Italiano [1964], Mxi-co, FCE, 1996; Erwin Panofsky, Renacimiento y Renacimientos en el arte occidental [1965], Madrid, Alianza, 1975; B. Weinberg, A History of Literary Criticism in the Italian Renaissance, 2 vols., Chicago, 196r; Roberto Weiss, The Spread of ltalian Humanism, Londres, Hutchinson University Library, 1964; Edgar Wind, Los misterios paganos del Rena-cimiento [1968], Barcelona, Barra!, 1972; R. Wittkover, Architectural Principies in the Age of Humanism, Londres, 1952; Francisco Rico, El sueo del Humanismo. De Pl'trarca a Erasmo, Barcelona, Des-tino, 2002.

    Los estudios universitarios 37

    humanismo moderno, porque es un hecho que los estudios de gramtica y de literaturas clsicas de las escuelas catedrali-cias enseguida se vieron eclipsados y substituidos por la filo-sofa escolstica, por la teologa y por el estudio del Derecho romano y cannico en las universidades de los siglos XIII y XIV. En este sentido, cabe afirmar que, desde su fundacin, las universidades han sido ms bien reacias a la forma de sa-ber que corresponde propiamente a las Humanidades: un Campo del saber que presenta unos excedentes>> extraor-dinarios, a lo largo de la historia, con respecto al marco tan circunscrito de archivo y repeticin de competencias y sabe-res propios de la universidad como institucin.

    As, en los Estados y Repblicas de la pennsula itlica del siglo xv y ms an del XVI es donde floreci esta nueva con-cepcin, mucho ms secularizada, de los estudios que llama-mos Humanidades: rara vez fue la universidad su escenario, sino que lo fueron, ms bien, las escuelas urbanas, como el Studio de Florencia, la Sodalitas de Venecia, la Escuela de San Pablo, en Londres, o el Colegio de Lectores Reales, en Pars. Durante la primera mitad del siglo XIV, los studia humanitatis consistieron en todo un ciclo de disciplinas que incluan el estudio de la gramtica, la retrica -estas dos en decadencia en las universidades propiamente dichas-, la poesa, la histo-ria y la filosofa moral; es decir, un abanico muy amplio de enseanzas ~eculares, en cierta forma independientes de los saberes que la Edad Media haba dejado bien asentados -como la teologa, la ~tafsica, la filosofa natural, la medi-cina o las matemticas-, pero no irreconciliables entre s, de suerte que no se haba llegado a producir discordia alguna entre unas disciplinas y otras<

    Fue caracterstica de los humanistas del Renacimiento la familiaridad con las lenguas y las literaturas clsicas latina y griega, despus la hebrea, de la que derivaron unos modelos que sentaron las bases de la filologa contempornea, y co-rrespondi a este momento pletrico de las Humanidades la idea de que la literatura y las lenguasclsicas tambin son tiles para la educacin de los ciudadanos y, por tanto, para

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  • 38 Adis a la universidad

    el regimiento de la res pblica. ' 3 Los prehumanistas de Padua -Albertino Musato, mi doblemente antepasado Lovato Lava-ti, Geremia da Montagnone, Rolando da Piazzola o Geri d' Arezzo- sembraron una semilla que Petrarca recogi para convertirse en la indiscutible figura mayor del movimiento durante el siglo XIV, y as hasta llegar a un fillogo y humanis-ta tan decisivo como Angelo Poliziano, hombre de letras, eru-dito, fillogo y amigo de las artes, que fue el primer italia-no>> que lleg a dominar el griego clsico ignal que los griegos emigrados del Imperio otomano. La tarea de todos aquellos maestros del humanismo, as como el rendimiento poltico de su actividad, quedan resumidos perfectamente en estas pala-bras de Giosue Carducci: Afrontando los peligros de largos viajes, descendan radiantes de una abada gtica con un c-dice bajo el brazo [ ... ]y los seores feudales se rean sin saber que de aquel cdice haban de salir la palabra y la libertad>>. ' 4

    La base para la divulgacin de la antigua literatura de Roma fue el descubrimiento y la difusin de muchos manus-critos conservados durante la Edad Media, a los que no se haba prestado suficiente atencin hasta aquel momento. Muchos autores latinos, como Virgilio, Ovidio y Sneca, eran conocidos desde mucho antes, pero otros, como Lucrecio,

    13. Agreguemos aqu una consideracin que el lector terminar de entender en captulos ulteriores de este libro: los humanistas menospre-ciaban la tirana (aunque, a menudo, vivieran de ella), pero eran toda-va ms reacios a cualquier gobierno -por lo dems, algo inverosmil en aquel tiempo-: ; James Hankins, , en Jill Kraye (ed.), The Cambridge Companion to Renaissance Humanism, Cambridge [1996], Cambridge University Press, 2oo8, p. 120.

    14. Citado por Gaetano Righi, Historia de la filologa clsica, Bar-celona, Labor, 1969, p. 88.

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    Tcito o Manilio, fueron, de hecho, un descubrimiento de los humanistas. De Cicern, se conocan varias obras, pero casi todos los Discursos y el Epistolario -que se convertira en un modelo para la redaccin de cartas, sumamente importante durante todo este perodo- fueron divulgados, y en parte tra-ducidos, por los humanistas. Gracias a todo ello brot una gran actividad intelectual, y no solamente acadmica, qve in-cluy a copistas, coordinadores de ediciones, impresores, tra-ductores y editores, como el insigne veneciano Aldo Manuzio, en el siglo xv, responsable de la primera edicin completa y bilinge de las Opera Omnia de Platn. ' 5

    El humanismo italiano alcanz el cnit en el siglo XVI, cuando se incorpor, al estudio de las letras latinas, el cono-cimiento de la lengua griega, algo que result posible gracias al hecho de que el Imperio bizantino y la religin ortodoxa de Oriente haban conservado esa lengua durante toda la Edad Media -entre la cada de Roma y la toma de Constantinopla por los turcos en I4 53- y la haban extendido hasta el sur y el norte de Italia. Manuel Crisolaras fue uno de los primeros estudiosos bizantinos que divulg la lengua griega en la pe-nnsula itlica, y despus lo hicieron un tropel de participan-tes en el Concilio Ecumnico de Florencia, como el cardenal Basilio Bessarin. A raz de la cada de la ciudad de Constan-tino, muchos estudiosos bizantinos, conocedores de la lengua antigua de Grecia, se instalaron definitivamente en la penn-

    r 5. Con gran envidia dti>o relatar que vi una edicin princeps de este libro en la biblioteca particular del helenista Santiago Olives, autor de una importante obra sobre la figura de Bergnes de las Casas: Santia-go Olives Canals, Bergnes de las Casas, helenista y editor, r8or-r879, Barcelona, Escuela de Filologa, 1947. Cuando muri, sus herederos me ofrecieron, a modo de recordatorio, un libro de la biblioteca de este hombre de letras, al que admiraba, y, discretamente, me llev un libro no de coleccionismo -ni hablar del ficino-, pero de suma importancia para bien entender y traducir la novela de Holderlin, Hiperin, o el eremita en Grecia, a saber: Raymond Chandler, Travels in Asia Minar, I764-r765, editado y abreviado por Edith Clay, Londres, The Trustees of The British Museum, 1971. ..

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    sula itlica. Y al revs: en pleno dominio turco, muchos estu-diosos italianos visitaron la antigua Constantinopla -Aurispa, Tortelli, Filelfo, Ciriaco d' Ancona- y adquirieron all manus-critos de autores griegos: as empezaron a conocerse y exten-derse por todo el continente una cantidad ingente de textos griegos, tambin latinos, que haban sido escasamente asequi-bles hasta entonces. La nmina de los autores traducidos, y de los editores correspondientes, es inabarcable: en lengua grie-ga, va de la edicin de Esopo (circa I478) y de Homero (I488), Eurpides ( I49 5 ), tambin Herodoto, Tucdides, Jenofonte e Iscrates, hasta la de Esquilo, Marco Aurelio o Focio, estos ya en la segunda mitad del siglo XVI. En latn, la aparicin de la imprenta permiti, asimismo, la divulgacin de Cicern (De officiis, De oratore, I465), de Plinio y Virgilio (I469), de Suetonio, Tcito, Ovidio, Horacio, Plauto, Lucrecio, Celso y muchos otros autores, hasta las postrimeras del siglo XVI. 16 La labor de traduccin de muchos de estos autores alcanz una meta de gran relevancia con la edicin aldina de las ya citadas Opera Omnia de Platn (finales del siglo xv), a cargo de Fici-no, fundador de la academia florentina a imagen y semejanza de las academias de Grecia y Roma. Esta obra permiti una difusin de los textos originales de Platn mucho ms exhaus-tiva que la que se haba producido durante la Edad Media, cuando de este filsofo fueron conocidos y divulgados los di-logos Timeo y Menn, y poco ms, aparte de la difusin de su pensamiento por parte de los neoplatnicos Plotino y Porfi-rio, y por los autores cristianos -a menudo confundidos con los neoplatnicos-, como Agustn. 17

    Fue mrito de los humanistas italianos no menospreciar en absoluto la lengua volgare -empezando por Petrarca, quien escribi en lengua toscana todo su Canzoniere, una de las bases de la divulgacin en Europa del endecaslabo ita-

    r 6. John Edwin Sandys, A History of Classical Scholarship [ 1903], Nueva York, Hafner Publishing, 1964, vol. II, pp. ro3-ros.

    17. Vase Raymond Klibansky, The Continuity of the Platonic Tra-dition, Londres, The Warburg Institute, 1939.

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    liano y de la forma estrfica del soneto-, sino convivir con ella, con el afn -de gran rendimiento para muchas capas de la poblacin que ya no saban latn- de difundir de manera ms amplia el nuevo espritu del Humanismo.' 8

    A efectos de las tesis que contiene este libro, debemos te-ner en cuenta que la historiografa y la literatura humanstica mostraron en todo momento una dimensin moral y poltica de primer orden. Los humanistas tenan la idea de que uno de los cometidos ms importantes de la literatura de la Antige-dad consista en la leccin moral y poltica que se desprenda de ella. 19 Pensaban -como todava lo pens Diderot en el si-glo XVIII- que la naturaleza humana siempre haba sido una sola y misma cosa -extremo que solo puede comprenderse si concedemos un lugar central al lenguaje y sus producciones cultas en materia de educacin, sociabilidad y regimiento de la res publica-, y, as, que era posible estudiar a los antiguos como un modelo de conducta, aprender de sus errores e imi-tar sus mejores logros. Es como decir que los humanistas nunca consideraron que la historia constituyera un progre-

    r8. A este respecto, debe concederse que Petrarca tuvo un escaso inters por la lengua toscana como lengua de expresin literaria porque vea, segn deca l mismo, cmo se extorsionaban y se vulgarizaban, en toscano, los versos de la Divina Comedia, de Dante. Es bastante significativo que Petrarca diera un ttulo en latn a una de sus escasas produccionesen lengua vulgar, el llamado Canzoniere: Rerum vulga-rium fragmenta.

    19. Una vez ms debenws atribuir a la cultura bizantina la super-vivencia de esta idea clsica; as lo leemos, por ejemplo, en Cecau-meno, Consejos de un aristcrata bizantino, Madrid, Alianza, 2ooo, p. 39:

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    so>> ni que se desplegara de una manera evolutiva o segn una ley gentica -es la misma filosofa de la historia que caracteri-zara, siglos ms tarde, a un pensador como Walter Benjamn, a diferencia de lo que sugiere la filosofa de la historia hegelia-na o marxista, invenciones, en realidad, de hace cuatro das, y hoy, por cierto, sumidas en una crisis evidente.

    La imprenta, pues, termin de asegurar la expansin del humanismo a partir de la segunda mitad del siglo xv y ello permiti -he aqu una movilidad estudiarrtil autnticamente eficaz, garantizada por el conocimiento de la lengua latina de toda persona cultivada- que las universidades y academias del norte de Italia fuesen visitadas por un gran nmero de es-tudiantes transalpinos; de tal forma que, al cabo de unos po-cos decenios, los studia humanitatis estaban ya implantados en Basilea, Erfurt, Lovaina, Viena, Pars, Oxford, Cambridge o Salamanca, aunque es indudable que las universidades con-tinuaron ms bien ancladas en disciplinas vinculadas a la en-seanza medieval, como es el caso de la teologa y los estudios cannicos.

    Los estudios se desarrollaron con fuerza al margen de la corriente literario-humanstica a consecuencia de la slida supervivencia de los saberes aristotlicos duran-te la Edad Media: deberemos estar siempre agradecidos a los traductores rabes y judos, y algunos cristianos, por las traducciones que elaboraron durante la Edad Media y el Re-nacimiento de la obra original del Estagirita. Esta conexin aristotlica, que no fue general en los centros de enseanza superior medievales y renacentistas, pero que se encuentra en universidades tan importantes como las de Padua y Pars, fue, en realidad, la garanta de ulteriores descubrimientos cientficos muy importantes, como fue el caso fundamental de Galileo.

    As naca, justo cuando lo hacan las ms antiguas univer-sidades del continente, la separacin entre la cultura letrada y la cientfica, escisin que, pese al parntesis que supusieron los perodos de la Ilustracin europea y el Romanticismo ale-mn, ha llegado con toda evidencia a nuestros das: la tesis de

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    C. P. Snow segn la cual la cultura conoce una firme disocia-cin entre las letras y las ciencias tiene sus races en este nfa-sis en la cultura letrada por parte del Humanismo -un nfasis que posee las caractersticas propias de todo arbitrarismo, tanto como puede serlo la filosofa de la cultura de Eugenio d'Ors y de muchos noucentistes catalanes de principios del si-glo xx-, 20 y sigue siendo, como propsito muy digno, del todo vigente. 21 A este respecto, cabe decir que quiz en nuestros das -gracias a las nuevas tecnologas- se ha conseguido bo-rrar en parte la frontera que, desde la figura de Petrarca -no as en el caso de Miguel ngel o de Leo Battista Alberti, por poner dos ejemplos de hombres de tcnicas [artis] y de letras al mismo tiempo-, ha existido entre la cultura cientfic:l y la literaria. Eso s; si esta distancia entre las ciencias (ms bien la tcnica) y las letras ha disminuido relativamente en los lti-mos decenios, ello se debe a la colonizacin de las Humanida-des por parte de las nuevas tecnologas -no al revs- y tam-bin gracias a la atencin que las ciencias han prestado, en los ltimos tiempos, a cuestiones de orden tico y ecolgico. 22

    20. Vase Eugeni d'Ors, Vers l'humanisme>>, Foc d'humanisme>>, Que s l'humanisme>>, , Obra catalana com-pleta. Glosari I906-I9IO, Barcelona, Selecta, 1950. En el primero de estos artculos (p. 189) leemos: Ea, deprisa, deprisa, vengan Mu-seos, vengan Academias, vengan Exposiciones, venga Educacin, venga Cultura, venga Vida Civil, venga Urbanidad, venga Frivolidad, ven-ga Galera de Catalanas hermosas, venga el deseo de todos, y el valor de todos, y el esfuerzo de tod~, porque hoy, en el mes de junio, en el da de las Vestales, los catalanes, santamente ambiciosos, nos hemos pro-puesto alcanzar, en su ruta rumbo al Humanismo, a los navos de Pan-tagruel, hijo de Garganta>>. ,.

    21. Vase Adela Cortina, El futuro de las humanidades>>, El Pas, 4 de abril de 2010.

    22. El socilogo Georges Gusdorf escriba en 1974: No se trata de oponer las ciencias de la naturaleza a las ciencias del espritu. [ ... ]Toda ciencia de la naturaleza es tambin una ciencia del espritu, toda ciencia particular aade su contribucin a esta Ciencia del Hombre, cuya uni-dad es lo nico que puede agrupar en una mir:ma perspectiva todos los aspectos del saber. Incluso en el caso de las disciplinas cientficas y tc-

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    Dos cosas haban asegurado el carcter universal>> de las universidades medievales: el cristianismo -al menos hasta el cisma de Avin- y el uso de una lengua vehicular nica: el latn. Aunque las lenguas vulgares ya estaban plenamente formadas cuando se fundaron las universidades medievales, lo cierto es que no se usaron en la enseanza superior hasta bien entrada la poca Moderna, por no decir Contempor-nea: los humanistas dialogaron entre s y se escribieron en esta lengua clsica prcticamente hasta el siglo xvm, y toda persona de cultura superior, hubiese pasado por la universi-dad o no, la lea, la escriba y a menudo la hablaba. Hasta aquel momento pudo hablarse de una koin de la enseanza universitaria en Europa, pero no despus; cosa que, por cier-to, deslegitima de raz la propuesta del reciente Plan Bolonia cuando este propugna una libre circulacin de estudiantes por todo el continente, propsito inviable a menos que acep-temos -extremo que nadie ha exigido por ley, pero que se ha convertido en apenas unos aos en un a priori tcito- que la nueva lengua vehicular de cultura para todas las universida-des europeas deba ser el ingls. En este sentido, cabe recordar que esa movilidad renacentista y de los siglos ulteriores co-noci, adems de los antecedentes de las nationes y las uni-versitates medievales, el notable precedente de la llamada pe-regrinatio academica -madre de la moda de los siglos xvm y XIX de enviar a sus vstagos a hacer un viaje inicitico, a la entrada de la juventud, por toda Europa, 23 y an base de

    nicas ms rigurosas, que parecen cerrarse sobre s mismas en un sistema formal perfecto, la ciencia del hombre interviene como un trasfondo metafsico cuya necesidad se impone para aproximar el dominio axio-mtico a la realidad humana>>; Georges Gusdorf, Introduction aux sciences humaines, Pars, Ophrys, 1974, p. 29.

    23. Vase Lynne Withey, Young Gentlemen on Tour>>, en Grand Tours and Cook's Tours. A History of Leisure Travel, I750 to I915, Nueva York, William Morrow and Company, r997, pp. 3-3 1; Walter Regg, , en A History of the University in Europe, vol. 11, Cambridge, Cambridge University Press, pp. 431 y ss. Fue de especial relevancia el llamado iter italicum, lugar comn en la forma-

    Los estudios universitarios 45

    la tendencia actual de enviar a los hijos a cursar al menos un ao de estudios en el extranjero.

    En el siglo IV a.C., Aristteles haba escrito que el propsito fundamental de toda educacin deba ser el de crear hombres instruidos, educados en la virtud y capaces de satisfacer deter-minadas necesidades propias de toda sociedad. Estas tres de-terminaciones para la educacin -el progreso del conocimien-to, una buena preparacin para la justa observacin de un cdigo de conducta social, moral y religiosa, y el adiestra-miento para desarrollar tareas profesionales cualificadas- pa-recen haber sido el trasfondo programtico sobre el que se ha movido la vida universitaria, sus planes de estudio y su incar-dinacin en la vida social. En realidad, empero, no todos los momentos en la historia de la universidad europea han satis-fecho al mismo tiempo estos a priori. Analizados los tres de una manera coordinada, cabe afirmar que la pretensin aris-totlica -herencia de la idea global de la paideia griega- solo alcanz un alto grado de perfeccionamiento durante el pero-do humanstico -y en cenculos y academias privadas y aris-tocrticas ms que en las universidades propiamente dichas-, luego durante los mejores aos de la Ilustracin -tambin, en este segundo caso, en instituciones parauniversitarias ms que en la upiversidad- y por fin en la universidad alemana inspirada en el modelo de Wilhelm von Humboldt. 24

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    cin de los humanistas y hombres de letras entre el Renacimiento y la Ilustracin; vase Hilde de Ridder-Symoens, , en Walter Regg (ed.), loe. cit., vol. II, pp .. 416 y ss., y Attilio Brilli, El viaje a Italia. Historia de una gran tradicin cultural, Madrid, A. Machado Libros, 2010.

    24. De hecho, an encuentro en la Espaa del siglo xx uno de los ltimos ecos de esta idea: ; vase , en Asamblea universitaria de I9I5, celebrada en Madrid del 22 al 26 de noviembre,

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    En el siglo xvn, por ejemplo, las universidades estaban mucho ms atentas al desarrollo del lgebra y de las mate-mticas en general, y tambin de las ciencias, que al mante-nimiento del prestigio de la filologa tal y como la haban cultivado los humanistas uno, dos y tres siglos antes. La pola-rizacin entre los saberes humansticos y los cientficos -des-pus, los tcnicos- es la ms elemental consecuencia, lgica incluso, de este progreso de unos saberes muy fidedignos, ms seguros y ms fiables a medida que avanzaba el conocimiento de las ciencias exactas. Humanistas de la ltima hornada, como Scaliger o Justus Lipsius, an pudieron disfrutar de un enorme respeto y admiracin en las universidades donde en-searon; pero el nuevo paradigma cientfico para las universi-

    Zaragoza, Tipografa del Heraldo de Aragn, r9r8, p. 98. Igualmen-te, en un opsculo de C. H. Becker del ao 1925, leo: Naturalmente, existen entre nosotros hombres triviales [Banausenj y de negocios, in-cluso entre los profesores, pero lo decisivo se encuentra en la bsqueda altruista y desprendida del conocimiento puro, y esta es, no solo para los sabios, sino para el conjunto del pueblo, lo ms importante cuando se habla de la Universidad, que alcanza, sobre la base de este postulado ideolgico, su incomparable posicin en la autoconsciencia de la Na-cin>>; Vom Wesen der deutschen Universitat, Leipzig, Quelle & Me-yer, 1925, pp. 8-9. Ya en 1915, Walter Benjamn, quien, en tanto que intelectual ajeno a la Universidad, la vea con una enorme distancia crtica, no se haca ilusiones respecto a la posible incardinacin de los estudiantes con la : ; Walter Benjamn,

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    48 Adis a la universidad

    gramtico y epistemolgico tradicional y . La potencia de los nuevos discursos cientficos, junto a la se-cularizacin progresiva de las universidades -cada vez ms desasidas del poder eclesistico-, depar este nuevo panora-ma de las universidades europeas; y donde antes se formaban clrigos y estudiosos de los textos sagrados -o considerados sagrados en funcin de su vinculacin a las lenguas griega y latina, hasta bien entrado el siglo xvm-, se formaron, a partir de los ltimos siglos modernos y primeros contempor-

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    Los estudios universitarios 49

    neos, los administradores de la cosa pblica y los especialistas en todos aquellos saberes que las nuevas sociedades impulsa-ban y necesitaban.

    Ahora bien: el hecho de que las universidades y las mate-rias que en ellas todava se impartan resultaran cada vez ms pasadas de moda, o el hecho de que el rbol general de la ciencia segn la idea an medieval perdiera terreno a marchas forzadas, no evit, ni de lejos, que ellas mismas -o aquellas instituciones directamente inspiradas en la universidad tradi-cional- suministraran un marco de referencia de la cultura humanstica y, lo que es ms importante, de la interrelacin de todos los saberes y de su imbricacin con la sociedad, en-tendida esta no como mercado de trabajo sino como comuni-dad de sabios y de ciudadanos. El mismo College de France, fundado por Francisco I en r 5 30 a instancias del humanista Guillaume Bud, signific un referente de alta cultura gene-ral, con un horizonte en verdad interdisciplinario, que inspir o ilumin una parte nada desdeable de la cultura de los dos siglos ulteriores. Sin la supervivencia de este espritu universa-lista de las grandes instituciones sabias del continente no se habra producido el fenmeno de la Ilustracin europea, el cual, indudablemente, es ms una iniciativa civil>> que uni-versitaria. Figuras tan imponentes como las de Samuel John-son, Joseph Addison, Richard Steele o Edward Gibbon, en Inglaterra -tambin Jonathan Swift, Henry Fielding o Lau-rence Stern;, que, en buena ley, es preciso considerar intelec-tuales y no solamente ~velistas-, o las de Voltaire y los enci-clopedistas franceses -con Le Breton, D' Alembert, Diderot y Turgot a la cabeza-, o las de Leibniz, Hamann, Herder, Kant, Wolff, Mendelssohn o Lessing en Alemania, todas estas figu-ras, decamos, solamente unas pocas vinculadas a las univer-sidades, dibujaron un programa para el desarrollo armnico de las ciencias, las letras y el saber que entronca con los idea-les humansticos y, por consiguiente, con los ideales educati-vos de la Antigedad. En estas figuras y en sus incansables iniciativas -las revistas inglesas The Sp(!ctator o las Philoso-phical Transactions, publicadas por la Royal Society, de Lon-

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  • so Adis a la universidad

    dres; el] o urna! des Sfavans, publicado por el a bogado Denis de Sallo a partir de r665; las Mmoires de l'Acadmie fran-yaise, los diccionarios de Bayle o la Encyclopdie des Arts et Mtiers francesa; el Giornale de' Letterati, publicado en Roma a partir de r 668; las Acta Eruditorum, publicadas en Leipzig a partir de r 68 2-, en estas figuras e iniciativas, decamos, es oportuno vislumbrar, en todo caso, la supervivencia de los esfuerzos ya llevados a la prctica por los humanistas italia-nos y de todo el continente.

    Por ello puede decirse que las sociedades sabias y eruditas de los siglos xvn y xvm son un factor importante en el desplie-gue de la vida intelectual de su tiempo, perfectamente acorda-das con los ideales ilustrados, y a menudo portavoces e impul-soras de muchas de sus consecuciones. En 1750, Maupertuis describi a los miembros de la Academia berlinesa como hom-mes libres y citoyens de la Rpublique des Lettres, insinuan-do la ya evidente desafeccin de las universidades, en tanto que instituciones, con respecto a las antiguas Humanidades. En r 7 57, su sucesor al frente de aquella Academia, J ohann Formey, en un opsculo que se edit como suplemento de la gran Encyclopdie ou dictionnaire raisonn defini la labor de estas sociedades como el gran contra poder de la ignorancia en un siglo que l todava llam le siecle du demi-savoir. 26 Por-que no hay que olvidar que los ndices de analfabetismo fue-ron altsimos en Europa hasta, por as decirlo, hace cuatro das. Otra cosa, como veremos ms adelante, es el hecho de que estas instituiciones cultas vertieran su luz encima de am-plias capas de la sociedad y colaboraran, incluso, en algunas de sus ms relevantes y perdurables transformaciones.

    Echar un vistazo al estado de las universidades en el gran si-glo del progreso, el siglo xrx, debera llevarnos a analizar, en primer lugar, la reforma universitaria impulsada por el rgi-men napolenico, de carcter casi tan pragmtico como el

    26. J. Voss, loe. cit., p. 71, n.

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    Los estudios universitarios SI

    Plan Bolonia; pero en las pginas precedentes ya se ha comen-tado algo sobre la misma y se trata de una informacin al alcance de cualquier lector. Eso s, hay que hacer hincapi, para terminar este captulo, en la reforma universitaria del Estado prusiano, porque fue la ltima de las grandes reformas del sistema universitario europeo -exportada a muchos pases del continente- hasta el da de hoy: todo lo dems han sido remedios efmeros y remedos, incluso el malhadado Plan Bo-lonia, despus del cual resulta difcil imaginar un regreso a los patrones humansticos que determinaron, dentro o fuera de la universidad, la formacin de las elites culturales en Europa, entre Roma y mediados del siglo xx.

    El sistema universitario prusiano, puesto en prctica por Wilhelm von Humboldt a raz de la inauguracin de la Uni-versidad de Berln en I8Io, fue pensado expresamente contra el sistema

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    En su Deducirte Plan einer zu Berln errichtenden hoheren Lehranstalt (editado en r817), Fichte -pese a sealar, siguien-do el modelo napolenico de universidad, que en la univer-sidad el saber no debe constituir un fin ltimo, sino ms bien el arte de utilizarlo-, afirm que la universidad posea, como bien exclusivo, el arte de la crtica, de la discriminacin entre lo verdadero y lo falso, lo til y lo intil, y la subordinacin de lo ms importante a lo que no lo es>>. 28 En el corolario de su opsculo, Fichte escriba: Considerada en s y por s mis-ma, nuestra Universidad [ ... ] brinda la imagen de un Estado logrado: un engranaje, regulado como es debido, de las dis-tintas fuerzas que se funden en una unidad y en una totalidad orgnicas, con vistas a la promocin de un fin comn. El ver-dadero artista de la poltica ve en ella, presente y disponible, la misma fuerza que l pretende ofrecer a su materia, y aco-moda en ella su mirada, que en adelante no se dirigir satis-factoriamente a ningn otro lugar>>. 29

    Por su parte, Friedrich Schleiermacher (r768-r834) ex-presaba que la tarea de la universidad tena que consistir en

    , despertar el ideal de la erudicin (Gelehrsamkeit) en los j-venes de noble espritu ya provistos de un conocimiento en materias muy diversas; ayudarles a dominar el saber en el campo particular de conocimiento al que quieren dedicarse, de modo que, para ellos, se convierta en una suerte de segun-da naturaleza el considerar cualquier cosa desde el punto de vista de la erudicin, y ver cualquier materia concreta no ais-ladamente, sino en sus eruditas, estrechas conexiones, rela-

    do de enseanza que, por medio de preguntas, incitara a los alumnos a practicar un uso activo de su inteligencia>>.

    28. Johann Gottlieb Fichte,

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    infalible del predominio del espritu pro(esional y una lamenta-ble estrechez en el conjunto de los estudios [cursivas nues-tras]. Las propuestas que aspiren a transformar y a diseminar las universidades convirtindolas en escuelas especializadas emanan de personas que actan sin reflexionar y que se ha-llan contaminadas por un sentimiento pernicioso>>. 32

    Los planes para esta universidad -empezando por la de Berln- estaban obviamente inspirados en las tesis del Idealis-mo y, quiz por ello, algo que an es per.ceptible en la vida universitaria alemana de nuestros das, las facultades de Le-tras no acabaron de articular esta relacin entre saber e inves-tigacin tal y como la hemos ledo en la definicin de Schleier-macher: en los terrenos de la filosofa y de la filologa, ellas en especial, el saber fue ms poderoso que la inflexin , la cual, como veremos ms adelante, no dejaba de ser una contaminacin, de eficacia muy discutible -y de peli-gros ms que evidentes, como se ha demostrado con el tiem-po- derivada del campo de las ciencias y de la tcnica, todo, en suma, bajo el paraguas de un mito ms poderoso que el de la universidad humboldtiana, que es el mito del Progreso. A fin de cuentas, y as debe reconocerse, el idealismo de Hum-boldt qued cada vez ms amenazado por el pragmatismo que ya haba presidido la reforma universitaria napolenica.

    Entre I83o y I865, el nmero de universitarios en Alema-nia rond, casi sin variaciones, los quince mil estudiantes. En I9I4 ya sumaban cerca de 6I.ooo. Proliferaron las facul-tades especializadas, sobre todo en el terreno de la ciencia y de la tcnica, y menguaron los estudiantes de teologa -no los de filosofa o los de filologa, an muy numerosos en la Ale-mania de nuestros das. Los de la uni-versidad humboldtiana empezaron a ser reclutados entre la burguesa, como en toda Europa, y ello determin su acomo-do a un inevitable realismo; y las se convirtieron en un horizonte mucho ms poderoso que el idealismo apriorstico que haba presidido la concepcin sin duda en-caminada a una vida profesional rentable, aunque fuera cada vez ms especializada. Como se ver en otro captulo, ello no invalida las tesis fundacionales de la universidad de Hum-boldt; solo las contrasta, hoy con mayor virulencia que nun-ca, con los restos de la ideologa del Progreso y sus poderosos espejismos. 33

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    3 3. En este sentido, Walter Be~jamin, ya en el siglo xx, recordaba estas palabras de Friedrich Engels: ; Walter Benjamn, Obras, Il. 2, Madrid, Abada, 2009~ p. 70

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    La etapa del doctorado: peregrinus ubique

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    Lo que da en llamarse cursos de doctorado>> y tesis docto-ral -hoy combinados con los famosos masters, palabra in-glesa que ha sido adoptada en castellano automticamente y de manera innecesaria, porque es de origen latino-, constitu-ye una de las pruebas ms perversas a las que deben someter-se las personas que quieran dedicarse a la enseanza universi-taria. En el tiempo en que yo estudiaba, no haba ningn profesor que impartiera los cursos de doctorado, o casi nin-guno: uno se matriculaba en los cursos y al cabo de un ao reciba un papel que acreditaba que lo haba hecho. La medi-da, en aquel momento, era enormemente sensata -un docto-rando debe estudiar e investigar-, pero hoy lo sera todava ms, toda vez que los cursos se imparten en horarios en que la mayora de ~studiantes trabaja -cuando no han empezado a trabajar ya en plena carrera, por pura necesidad- y, por tan-to, tampoco pueden as~ir a ellos, ni dedicarles horas de lec-tura, de estudio o de investigacin.

    Estos cursos suelen formar parte, hoy, de unos programas supuestamente elaborados con gran detalle, pero en realidad consistentes en una falacia: se apresuran a cogerlos los profe-sores con ms poder acadmico, porque valen lo mismo que un curso de licenciatura pero reclaman una menor dedica-cin, y los cursos son bautizados con nombres que tienen buena pinta, pero que esconden los intereses de los profeso-res, de todos y de cada uno por separqdo, y no de los estu-diantes ni de ningn programa global y con un concepto da-

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    ro. Si una facultad de Letras un poco abigarrada ofrece un programa de doctorado, entonces es perfectamente posible que un estudiante tenga que someterse a un currculum de doctorado (o de maestra>>) tan extravagante como la suma de un curso sobre la correspondencia de Madame de Svign, otro sobre las danzas de los nativos del Misisipi, uno sobre la poesa del Foscolo, otro sobre la lengua y las costumbres de los aborgenes de Australia y uno sobre el uso de las nuevas tecnologas en la enseanza de la literatur~. Si hay suerte y un master est integrado por pocos estudiantes, puede ocurrir, por un maravilloso azar, que se transforme en un seminario en el que los estudiantes puedan hacer lo que deberan haber hecho desde tercero de carrera, si no antes: conversar, hablar y discutir, entre s y con el profesor. Si son muchos, entonces las clases se convierten inevitablemente en algo parecido a cualquier asignatura de la carrera, es decir, una leccin magis-tral, que es una frmula que suele arruinar, por la carencia de grandes maestros, el progreso intelectual de los profesores y la formacin crtica y el aprendizaje de los estudiantes en el arte de pensar por s mismos.'

    An resulta peor lo que da en llamarse la elaboracin de la tesis doctoral, porque esta no suele hacerse libremente. Hay que ir a buscar un profesor numerario, hay que pedirle por el amor de Dios que os dirija la tesis, y entonces pueden suceder dos cosas: que el profesor permita que el estudiante haga la tesis que mejor le parezca, aunque el tema no le haga la me-nor gracia al docente (como si tuviera que hacerle gracia a l, y no al estudiante), o que el profesor, arguyendo razones de orden casi cosmolgico, obligue al estudiante a pasar entre tres y cinco aos trabajando en algo que, o bien puede no te-ner el menor inters -como ciertos documentos hallados en

    r. Con ello, el autor de este libro no quiere decir que execre las

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    6o Adis a la universidad

    dispendio; despus el profesor le dice que ya puede depositar los preceptivos ejemplares de la tesis en el lugar que manda el protocolo acadmico; llega el da de la lectura pblica; el di-rector de la tesis la ha ledo por encima; este se sienta entre los asistentes para simular que todo es fruto de un trabajo hecho entre los dos en muy estrecha colaboracin; el doctorando resume en un tiempo siempre prudencial -expresin que es un insulto a la inteligencia del doctorando- el fruto de sus aos de esfuerzos; el tribunal delibera; y cae al final -no sea que el director de la tesis se enfurezca, poco importa aqu el estudiante- el habitual cum laude -cualquier otra nota es una humillacin para el doctorando y para el director de la tarea.

    Pero an queda un detalle de la mayor importancia: a cau-sa de no se sabe exactamente qu tradicin, el ya doctor -que suele ser una persona joven, con un trabajo precario y que ya se ha gastado un dineral en la elaboracin y la encuaderna-cin de los ejemplares que pide la administracin universita-ria, que no son pocos- tiene que invitar a los miembros del tribunal a una comida que vuelve a costarle un potos -no puede invitarse a una bandada