Libro de cuentos 1° borrador | joaquin toledo medina

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THE VOID Relatos de otra dimensión. Joaquín Toledo M.

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“The Void”Relatos de otra dimensión.

Joaquín Toledo M.

Sentir ese hedor emanar de cada uno de sus poros, ver como brotaba y bro-taba toda esa espesa y obscura masa plasmática de sus oídos y lagrimales, e incluso tan solo con escuchar esos chillidos infernales que surgían de las entrañas mismas de mi amigo… estar tan solo en presencia, en aquella situación horripilante, terminó con mi existencia.

Jamás debimos involucrarnos tanto, debimos quedarnos con la curiosidad intacta. Ronn, mi mejor lo dijo una y otra vez, sin ser escuchado por mi arrogancia. Era una locura introducir nuestras mentes en aquellos libros prohibidos que hablan sobre las penumbras mitológicas, donde demonios y magia negra reinan en sus gastadas páginas… Pero jamás escuché. Siem-pre mantuve aquel interés sobre lo desconocido, indagando en pergaminos con lenguas desconocidas y algunas innombrables, que conjuran hechizos milenarios invocando criaturas que tan solo Poe o Lovecraft sabrán su pro-cedencia. Lo obscuro me invadió y me llevo a donde estoy, sentado frente al cadáver putrefacto de mi amigo, mientras ectoplasma cae por sus oídos y fosas nasales… Una imagen imborrable.

Ronn fue partícipe de mis lúgubres experimentos, entregando su vida con ello. Ronn siempre mantuvo cierta curiosidad morbosa sobre mis investi-gaciones, siendo aquello lo que lo amarró a lo prohibido. Aquel “apoyo” fue lo que nos llevo a buscar el paradero de aquel libro. Ambos nos em-peñamos cada noche en leer y releer un añejado y polvoriento pergamino adquirido en uno de mis viajes por el viejo oriente. Intentando descifrar una frase en especifica que nos daría una dirección, aquella latitud donde estaría enterrado desde edades olvidadas, el Necronomicón. La ley de los infiernos, el libro de los muertos, el saber del obscuro… ese era nuestro gran objetivo, sin saber en realidad con que fuerzas nos está-bamos metiendo.

El Gusano

Dos años de tortuoso estudio y cambios tanto físicos como muy bien dicho, espirituales nos marcaron y fueron desgastando aquel afán a lo maldito. Nuestra amistad con Ronn fue lo único que perduró con fuerza durante el tiempo, pero nuestras mentes luego de nadar por pasajes y rin-cones demoniacos, se fueron trastornando de formas atroces.

Una noche, mientras Ronn estudiaba bajo la luz tenue de una lámpara en mi estudio, me atacó a la mente la idea de quemar todos mis libros, archi-vos, pergaminos e incluso el estudio entero…Sólo con el fin de terminar con esa condena que conllevaba esa maldita frase en lengua Arcana, que me daría con la puerta de los infiernos. Me levanté del enorme sillón en el cual reposaba la conciencia, me aproximé al antiguo pergamino, lo tomé con mucho cuidado intentando alzarlo desapercibidamente sobre la espal-da de mi amigo, para que este no pudiera intervenir en mi desquiciada e irónica decisión. Leí por última vez aquella frase…

-Vinnsom balak et sabbathi lensum ta’ denum holl. Jillsaw vektu gore ib ouix yu blak zum-.Sin embargo, no logré darle significado coherente. la cólera me atacó nue-vamente contra mi exhaustivo estudio. Cogí uno de los enormes candela-bros que predominaban en número en las paredes de mi salón, acerqué el fuego de la llama al muy bien cuidado pergamino y comencé a quemarlo por una de sus esquinas inferiores. Ronn introducido de cabeza en aquel enorme libro de Howard Phillips, no percibió la llama que acababa con nuestra investigación. A los pocos segundos y una combustión bastante lenta debo decir, Ronn percibe la humadera, volteó rápidamente y con un grito desaforado se abalanzó ha-cia mí.

.- ¿Qué es lo que te sucede imbécil?, esto es nuestro tesoro, no podemos perderlo.-. Dice Ronn con una mirada de lujuria.

.-Esto se acabo, amigo mío. La búsqueda debe acabar-. Murmure leve-mente mientras mis ojos bailaban al son del fuego.

Justo antes de quemar aquellas líneas de tinta, las cuales con tanta lo-cura y efervescencia trabajaron en nuestras mentes por largo tiempo, observé que aquella frase comenzaba a traducirse justo al reverso de la hoja, debido al calor del fuego. Recordé de inmediato aquellas le-yendas antiguas del pasado medieval, donde los hechiceros de magia negra escribían sus maleficios en tinta de polvo negro, las cuales sólo eran percibidas si ésta era sometida a una leve sensación de calor...

No dudé en apagar la llamarada de inmediato, aparté de un solo ma-notón todos los utensilios que se encontraban en la mesa de centro y coloqué el viejo e incinerado pergamino dado vuelta sobre esta. El re-verso, justo donde estaba escrita aquella endemoniada e indescifrable oración, se notaba muy nítidamente la siguiente escritura:

BAJO EL HOLOCAUSTO DEL ECLIPSE SE VERAN LAS VER-DADERAS RAICES.EL SAUCE OSCURO DEL ORIENTE, DONDE SE PONE EL SOL, TIENE EL REFUGIO DEL NECRO.

Enseguida entendí el mensaje, como enloquecido por una motivación sin coherencia comencé a buscar entre mi extensa y diversa biblioteca. Busqué hasta que de una enorme enciclopedia árabe sobre las almas, extraje un pequeño trozo de tela con escrituras y coordenadas en latín. Era el mapa que una vez en mis viajes por el mundo, un extrovertido estudioso llamado Kain, me hizo entrega. Este trozo de tela, de muy dudosa procedencia, tenía quien sabe cómo, un mapa del viejo conti-nente del oriente.

Ya con coordenadas claras y nuestro pergamino completamente des-cifrado, planeamos nuestro viaje junto a Ronn en dirección al viejo sauce del oeste. Escatimamos que nos demoraríamos unos tres días en llegar al lugar, puesto que las condiciones de viaje por aire no eran las ideales. Luego de preparar el equipo de excavación, las provisiones, dos perros siberianos de guías y los pergaminos muy bien guardados; emprendimos viaje por tierra a través de las costas del mar muerto demorándonos alrededor de dos noches en llegar al término de nuestro camino.

Llegamos en la madrugada del tercer día, a un terreno apartado de toda civilización, ruido e incluso vida. Era un espacio fangoso, de moribundo hedor y una lúgubre presencia. Ronn fue el primero en pisar aquella tie-rra virgen, fue seguido por los dos perros que de inmediato se pusieron agresivos pasando posteriormente a un estado de terror sicológico. Yo desenfundé los antiguos escritos y comencé a buscar la tumba de tan esperado tesoro, el Necronomicon.

Nuestra búsqueda se alargó hasta el amanecer de un sol eclipsado. Los perros en un descuido tanto de Ronn como mío, huyeron despavoridos. Algo tenebroso y jamás corrompido estaba cerca de nosotros. Camina-mos por horas en círculos alrededor del pantano sin tener resultados, cuando por iniciativa de mi querido amigo, nos introducimos de lleno en el corazón del inmundo terreno. Cada paso que nos internábamos, se nos hacía más y más difícil, puesto que el suelo en si comenzaba a tornarse blando y pegajoso. Con ayuda de las palas utilizadas como bastón, nos introducimos en una abundante maleza de plantas y árboles desconocidos por los vivos. Flores rojizas brillaban por todas partes, un aroma a azufre dominó en el ambiente y unas pequeñas esporas anaranjadas caían sobre la piel, haciendo cierto efecto de corrosión tanto a las prendas como a nuestros brazos y piernas. Ronn fue quien primero cayó bajo el cansancio de la jornada, en cambio mí apasionada curiosidad por lo prohibido y mis ansias de descubridor, me mantuvieron en pie y con vigorosa vitalidad.

Tardamos toda la tarde del tercer día en recorrer por completo el lugar, como bien decía, mi cuerpo estaba preparado para continuar con la bús-queda, sin embargo mi ánimo y a la vez paciencia sucumbieron ante mí.

Insinué a Ronn que tomáramos un descanso en las gigantescas raíces de un árbol que por frondosa naturaleza, no supimos su especie. Mi amigo accedió sin pensarlo y tomo asiento junto a mí. Ambos estábamos nota-blemente abatidos y por ende dedujimos que retornar a nuestro hogar, era la más sabia opción.

Instantes previos a que Ronn se levantara de su reposo, una grotesca y viscosa gota comienza a caer sobre los hombros de Ronn. El goteo fue aumentando su frecuencia y con este, su asquerosidad. Mi estimado no demoró en levantarse de su lugar y levantó la mirada en busca del naci-miento de este horrendo espectáculo. Me di cuenta de inmediato, debido a la expresión de mi camarada, que lo que yacía sobre nuestras cabezas era algo proveniente del inframun-do, una horripilante imagen perturbadora que curiosamente se nos hacia presente en este lugar.

.-No creerás lo que estoy viendo…-. Dijo Ronn con espasmos en todo el cuerpo.

Con ayuda de una pala, logré levantarme de mi momentáneo aposento y divisé sobre nuestras cabezas, una escena tan escalofriante que por razo-nes obvias, no pertenecía a este mundo. Sobre el enorme tronco en el cual nos vimos abatidos, colgaban ramas de sauce de color negro. Éstas daban un aspecto putrefacto, debido también al evidente hedor a carne descompuesta, mientras que de sus hojas gotea-ba aquella sustancia gelatinosa de la cual tanto nos aterramos. El sauce en dimensiones, era gigante, Tan alto como un edificio de seis pisos. Este se imponía sobre todo el resto de la flora de aquel virgen cementerio.

Debido a nuestro hallazgo, procedimos a examinar más de cerca este cu-rioso espécimen, dándonos así la mayor de nuestras sorpresas. El tronco de aquel sauce llorón, no era de algún tipo de madera e inclusive no era rígido. Al contrario, era de muy blanda consistencia, incluso llegaba a ser gelatinosa. Insinué a Ronn que introdujera una larga vara dentro de aquella asquerosa viscosidad, a lo cual Ronn se negó rotundamente:

.- Perdone estimado, pero yo no pienso acercarme a eso por más que sea su curiosidad e inclusive afición a lo desconocido… no señor. Nosotros estamos pisándole la cola al de abajo y eso no es bueno-. Murmura Ronn, mientras sus pupilas engrandecen dando un aspecto espectral a su rostro.

El miedo se apodera de la situación por largos e incontables segundos, que parecieron horas. Pero ya estamos acá, qué más da…

Viendo las circunstancias en las cuales nuestro largo y exhaustivo viaje nos había llevado, arremangué los puños de mi camisa y con frivolidad, comencé por introducir mi brazo derecho por aquella extraña superficie mientras que mi otro brazo, afirmaba firmemente el antebrazo de Ronn. Me predispuse a cerrar mis ojos y dejar que mis sentidos me guíen. El primer instante en que palpé, supe de inmediato que no era correcto lo que estaba haciendo. Jamás en la historia, la sociedad como tal, ha permi-tido que el hombre penetre en las profundidades de lo obscuro y lo malig-no. Aunque muy pocos saben que en tiempos geológicamente olvidados, el humano sí tenía este tipo de contacto y bastante…

Comencé a sentir esa viscosidad entre mis dedos, los introduje hasta los nudillos. No encontré nada, seguí metiendo mi mano cuando algo al-canzó, una esfera del porte de mi palma, con dos protuberancias y muy dura. Noté al meter hasta la mitad del antebrazo, que eran varias esferas, de diversos tamaños. Dentro de mi comenzó a regurgitarse cada uno de mis órganos, el estómago se apretó, mi corazón latía tan rápido como escapando de la muerte, mis pulmones se oprimieron uno contra el otro. Finalmente metí mi brazo hasta los codos, los agité dificultosamente debido a la grotesca situación, palpando el interior. Pude contar en mi mente unas ocho de aquellas ásperas esferas. Con un pulso estremecedor, agarré firmemente una de estas y comencé a retirar mi brazo y con este, una esfera. Poco a poco, lentamente, saque cada centímetro de mi brazo. A momentos de sacar por completo mi mano y descubrir cuan terrible era la verdad sobre ese grotesco interior, un enorme trozo de corteza de árbol a mi lado se desprende por completo, dando a relucir la macabra escena. La piel del obscuro sauce estaba cubierta por miles y miles de dientes hu-manos, entre ellos se podían divisar mandíbulas inferiores enteras. Estos cayeron de a poco sobre el musgoso terreno. Un hedor putrefacto brotó del interior y con este, un líquido negro similar a la sangre descompuesta. Sin duda era sangre pensé…

Aterrado por la impresión de tan abominable suceso, mire mi brazo el cual estaba en cierta parte, dentro de aquel sauce. Respiré hondo, vaci-lé unos instantes y de un ágil movimiento, saqué mi mano del interior. Curiosamente en ningún momento solté la misteriosa bola. Cubierta de masa descompuesta, se encontraba en mi mano esta cosa. Noté de inme-diato que debía pesar cercano a un kilo, y de una dureza extraordinaria. Ronn, espantado ante lo que su persona presenciaba, comenzó a guardar rápidamente nuestras herramientas de excavación. Sin levantar mirada ni tomar respiro, juntó todo lo que llevábamos con nosotros, se dirige hacia mí y con un aire de súplica dice:

.-Amigo mío, es momento que nos vayamos. Hemos llegado muy lejos y aún podemos regresar con vida. Usted mejor que nadie, estudioso de tex-tos prohibidos y añejados pergaminos…Usted que ha hecho ciencia con lo desconocido, sabe que estamos a puertas de lo malo. Yo ya no aguan-to el pánico que me apodera, debo desistir con esto y si usted, querido amigo, respeta nuestra prolongada amistad, optará por acompañarme. -. Ronn agacha la cabeza, se abriga el cuello y hecha bolso al hombro.

Sin duda alguna, Ronn tenía razón. Hemos estado penetrando las catacumbas de lo obscuro, desconociendo realmente que es lo que encontraremos en sus secretos. Procedí a sacarme la camisa y envolver aquella viscosa bola con esta. En ningún momento pensé en limpiar aquella esfera y descubrir su procedencia. El instinto experimentado, me dijo que llevarlo a mi salón, sería lo apropiado. A decir verdad, ya poca claridad quedaba en mi mente y por mas perspi-caz que sea, no iba a limpiar la mucosidad de aquella cosa e iba a alzar investigación sobre esta en aquel lugar. Mejor opté por guardarla en mi morral y emprender camino junto a mi colega.

A los pocos pasos de alejarnos del sauce obscuro, ya el alba alumbra-ba la negra y espesa copa del árbol, cuando un crujido del inframundo retumba del interior de éste. Las húmedas y fétidas ramas del sauce se agitan por sobre nuestras cabezas y caen pesadamente sobre nues-tro paso. Ronn desenfrenado comienza a agitar su cuerpo en búsqueda de salida, mientras que yo, hipnotizado por el vaivén de sus hojas, ob-servaba jadeante el interior del árbol, el cual se abría en dos y soltaba a brotes, ese inmundo liquido negro. La desesperación se hizo grande cuando notamos que las largas ramas que nos envolvían y tapaban nues-tro camino, se iban oprimiendo y acercado hacia el árbol. Era como si el sauce estuviera vivo y con deseos de devorarnos, llevarnos a su interior, cubrirnos con esa masa y deshacernos por completo. La protuberancia que partía al tronco se agrandaba a cada instante y a su vez, brotaba más y más sangre podrida.

Bastaron segundos para ver la muerte ante mis ojos, mi mente se blan-queó y apagué mis sentidos. Abalancé mi cuerpo instintivamente hacia aquel portal que conformaba el árbol. Paso a paso, lentamente me entregué a una muerte justa, acorde a mi intrusión en la vida del maligno. Cerré mis ojos a pocos centímetros de la húmeda y descompuesta corteza del árbol, tomé un último respiro antes de lanzarme al inframundo, cuando con una fuerza descomunal, Ronn que ya había abierto salida de aquella prisión, me aparta de ese obscuro umbral de la muerte. Tomó mi brazo y lo cruzó con su hombro, se aferró bien a mi cinturón y corrió despavorido, conmigo pendiendo de él. Avanzamos unos cuantos metros, cuando un estruendo tenebroso, un gruñido feroz y unos llantos espectrales se escuchan a espaldas de nosotros. El suelo en el cual pisábamos se torno notablemente más blando, lle-gándose a ser aguado. Esto dificultó nuestra huida. ya recobrada mí con-ciencia me solté de Ronn y le facilité la labor. Misteriosamente, el alba poco alumbraba para el corazón de ese escalofriante bosque. Los arbo-les que nos rodeaban comenzaron a mecerse unos sobre otros, mientras crujían las raíces de estos.

Debo decir que el pánico y la locura se apodero de nosotros, corrimos en círculos por largos momentos, cuando por tropiezo, Ronn divisa una posible salida. Aferrado a mi morral, el cual yo bien sabía que su interior era muy valioso para nosotros, corrí veloz sin mirar atrás. Vimos mientras arrancábamos intactos de aquella prohibida travesía, que los árboles y plantas comenzaban a tornarse grises y luego negras, de aspecto necró-tico. El pavor hizo que nuestro cansancio se esfumara y abriera paso a la su-pervivencia, el salvar nuestras vidas. Corrimos a toda velocidad, esqui-vando todas aquellas raras plantas que inundaban el fangoso terreno, lle-gando por fin al aire puro. A una salida a nuestra increíble aventura por lo desconocido. Ronn abatido por la huida, se tiende sobre el suelo ya cubierto de pasto que abundaba al exterior de ese bosque. Yo por el contrario no pude sen-tar mi cuerpo, mi mente funcionaba al cien por ciento y mi pasión de in-vestigador ardía en mi interior. Cegado por esta curiosidad, levanté como pude a mi amigo del suelo, el cual se negó profundamente pidiéndome un respiro. No obstante, tomé mis cosas y emprendí el larguísimo camino a casa… Ronn no tuvo más remedio que seguirme.

Cuatro días tardamos en volver a mi querido aposento, completamente extenuado pedí ayuda a Ronn con una extraña petición. Convencí a este que hiciera de nuestro trabajo de investigación, su más grande secreto. Nuestro estudio en los campos del necronomicon era un castigo seguro ante los ojos de quienes desconocen. Así que comenzamos a cerrar ven-tanas y puertas de mi hogar. Con martillo y clavos, aseguramos todas las entradas y protuberancias por donde entrase el más mínimo haz de luz. Luego de unas cuantas horas de trabajo y sin descansar un solo segundo, quedamos a penumbras en mi estudio, solo iluminados por un viejo can-delabro de bronce y unas cuantas antorchas. Acerque la mesa de centro hacia la chimenea, mientras Ronn tomaba asiento y tembloroso se servía un trago. Aproveché el momento y le pedí uno. Coloqué el desaseado morral sobre la superficie de la mesa y saqué de su interior, la camisa manchada en negra sangre. Me detuve unos segundos mientras miré a Ronn fijamente a los ojos, él comprendiendo la mirada enseguida y con un leve movimiento, me insinúa que continuemos con esto. Cuidadosa-mente destapé la esfera, con la camisa misma comencé por limpiar su superficie, descubriendo así el mayor de todos mis miedos…el miedo a lo desconocido.

Sobresaltado, alejé la mesa de una patada y me paré de inmediato. Ronn asustado miró mi rostro y con sigiloso caminar, se acercó al mesón. El susto fue mayor cuando vio que lo que estaba sobre este, era una enne-grecida calavera, con facciones y rasgos tan abominables que sin duda, no pertenecían a esta vida ni este mundo. En la superficie de la cabeza se acentuaban unos pequeños cuernos, de unos dos centímetros. Sus col-millos superiores sobresalían sobre los inferiores y su mandíbula extra-ñamente alargada. Carecía de nariz y de protuberancias auditivas, lo cual nos llamó más la atención.

A lo que recobré la razón, sentí en Ronn una indescriptible actitud. Una postura lo invadió e hizo que cayera en la atracción hacia esa calavera. Lentamente y bajo un sonambulismo, comenzó a acercarse a esta. Me paré de inmediato para detener a mi amigo de cualquier actitud extraña que vaya a tomar. Con júbilo, le pido que no haga nada, que por razones obvias debamos detener este juego maldito y parar con la investigación. A lo cual Ronn me mira y con voz profunda dice:

.- Ya no hay vuelta atrás…Esta es la prueba de que el Necronomicón si existe…-.

Poseído por alguna fuerza demoniaca, Ronn levanta sus brazos y toma entre sus manos aquella lúgubre y mortal calavera. Muy lentamente la levanta ante su mirada, la acerca a su rostro y comienza a besarla por todas partes. En ese momento perdí nuevamente la razón, entumecido tomé el brazo de Ronn para apartarle la misteriosa cabeza y con una mi-rada enrojecida me grita en una lengua poco entendible. El miedo atacó nuevamente mi interior y con cada uno de mis sentidos alertas, me aparté unos pasos.

Ronn, quien realmente ya no pertenecía a ese cuerpo, cuidadosamente introduce sus dedos por una de las cavidades del ojo. Y ante mi asombro, saca de este, un grotesco y brillante gusano negro. Lo mira atentamente bajo la luz del fuego que iluminaba la chimenea, lo coloca en su palma y comienza a acariciarlo. El gusano comenzó a moverse, a retorcerse y a soltar señales de vida. Ante esta situación, mis huesos y músculos que-daron completamente helados, entré en estado de shock. Sin retirar la mirada de aquel mugroso bicho, tomé asiento y contemplé la imagen más horrenda que jamás imaginé presenciar.

Ronn, en su locura endemoniada, cogió de la cola al gusano y lo alzo sobre su cabeza. Levantó la mirada ya perdida en cierto transe y poco a poco acercó el gusano a su nariz. Este comenzó a escarbar e introducirse por una de sus fosas nasales llegándole en cosa de segundos, al cerebro.

En ese momento y ya sin entender nada de lo que ocurría en mi estudio, me levanté y corrí hacia una de las salidas. Inútilmente forjé una de las puertas, las cuales muy cuidadosamente habíamos asegurado con clavos y madera. Corrí al otro extremo de la sala para intentar esta vez con una ventana que daba al exterior. Mi idea fue en todo momento, arrancar con vida. Con esfuerzos en vano, caí de rodillas asumiendo la situación y me entregué al destino, el cual con nuestro maléfico estudio en lo prohibido, habíamos formado. Miré a Ronn quien estaba de espaldas a mí, noté que su cuerpo comenzaba a tambalearse de un lado para el otro, dando peque-ños brincos sobre sí mismo. Su cuerpo comenzaba a emanar un vapor de entre su ropa. Me arrastré como pude por el suelo del salón y me ubiqué a su lado, justo antes de levantarme, Ronn cae de golpe al piso y comien-za a retorcerse sobre éste. Ya enloquecido, me propuse a despertar a mi amigo, ayudarlo con ese calvario que tenia dentro de su cabeza. Le tomé la cabeza y con horror, vi como su piel comenzaba a deshacerse entre mis dedos. Sus pupilas blancas se inyectaron en líquido tornándose finalmen-te en un mar de sangre. Bajo su piel, sentía como ese maldito gusano se desplazaba tan fácilmente como un parásito cualquiera.

Cada rastro de aquel fiel compañero de investigación y de vida, ya era consumido en una masa gelatinosa y grotesca. Ronn había desaparecido por completo. Su cuerpo soltaba un hedor a azufre de los mil demonios, sus ropajes aun emanaban ese vapor espeso de color rojizo. Cuando por fin acabó este desdichado sufrimiento tanto para él como para mí, solo quedaba esparcido por el piso, una masa gelatinosa de pegajosa consis-tencia. Era el cuerpo fundido de mi amigo…Me puse de pie para aterrarme aun más con lo que jamás pensé…lo que quedaba de cuerpo, estaba infestado en gusanos negros comiéndose las podridas entrañas de Ronn. Una imagen que jamás olvidaré…

El símbolo del trebolRelato atormentado

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Eran pasadas las tres de la tarde del 14 de octubre de ese maldito y calu-roso año, cuando Papá nos dio la noticia.

Bajo desconocidos motivos de mi padre, nos cambiábamos de casa. Des-pués de largos y privilegiados años nos alejamos de lo que fue nuestro tan adorado hogar. Una casona enorme construida piedra a piedra por la mano sabia y esforzada de mi abuelo. Esa partida significaba dejar atrás experiencias inolvidables, una cálida estancia y un cariño enorme por esos cimientos. Una pena total dejar ese lugar…A los pocos días, papá nos pide empacar. Mi hermana y Yo no sabemos qué decir. La repentina llegada de nuestro despojo fue una experiencia aterradora para mí.

Mi madre, siempre serena nos coge del brazo a ambos y nos llevó a su alcoba. Unas cuantas palabras y una caricia en la mejilla a cada uno y lograron por calmarnos. Comprendí de inmediato que un niño de diez años como yo, no tiene opción más que aceptar la realidad. Así que parti-mos cargando las cosas pequeñas como artilugios de mi padre, la loza de mamá, la enorme cantidad de cosméticos de mi hermana y ropa en nues-tro vehículo. Papá se iría delante de nosotros en un camión, con todos los muebles que adornaban y acomodaban el ambiente en nuestra valorada casa.

Mi hermana, cinco años mayor que yo, tiene el mismo nerviosismo al no saber cuál será nuestro destino. Para que hablar de mamá, que bajo la voz autoritaria de papá, cedió al instante. Ella sólo sabía que era una casa algo peculiar, algo de esa casa resaltaba la atención aunque no la conociese aún. Nos fuimos en caravana unas cuatro horas por la carretera hacia el norte, pasando por una infinidad de pueblos olvidados y viejos cimientos de lo que fueron alguna vez un punto en el mapa. Al llegar prácticamente a la “nada” de esa localidad, mi padre nos da la señal a través de un fuerte silbido, de que doblemos y nos internemos en un largo y árido camino hacia la montaña. Tanto mi hermana como yo, no podíamos creer donde estábamos. Pensamos seriamente en que era una macabra broma de parte de nuestros padres por habernos arrancado al baile de la escuela sin su permiso, pero la fría e indescifrable mirada de mi madre mirando hacia el polvoriento camino, nos quito la esperanza.

A la distancia, bajo una nube de polvo, se logra divisar lo que puede ser una entrada a nuestra “casa”. Miramos a nuestro alrededor y no veíamos nada más que tierra, cactus por doquier y un abrazante sol. En aquel momento, sucumbí ante mi absurdo destino, cuando de pronto un pellizco de mi hermana me hace levantar la mirada. No lo pude creer, era una visión o un burlesco espejismo lo que veía ante mis ojos.

La entrada de nuestro nuevo hogar se conformaba de una estructura me-tálica muy extraña similar al acero pero mucho más opaco, con pequeños diseños de flores en sus marcos y en la zona de la cerradura, un imponente trébol. Todo el largo y ancho de la reja que circundaba la casa, estaba cubierto de coloridas plantas, rosas de todos los aromas y pétalos de un largo escalofriante. El jardín era un paraíso terrenal jamás habitado, un ecosistema perfecto en el cual predominaban las fragancias. En medio del jardín una pileta formaba a causa de una erosión natural, lograba coronar la escena.

Mamá entre sollozos logra abrir sus ojos para admirar nuestro nuevo ho-gar. En estado de espasmo queda hasta que papá nos abraza a todos y nos da la bienvenida.

La casa tiene un aspecto lúgubre, con detalles coloniales en su techo y pi-lares. Una gigantesca puerta se impone ante nosotros. En la cerradura de esta, logro divisar el mismo signo del trébol. Sus altas ventanas, un tejado color rojo oscuro y un perturbante silencio en el ambiente causaban en mi, un profundo pánico. A causa de esto, mi hermana tras largos minutos, logró que yo ingresara a la casa.

Al pisar su interior, sentí una sensación similar a la de viajar en el tiem-po. Sentí que mi conciencia se transportaba a otro mundo, mucho más antiguo que el mío. Los suelos de esta casa datan del año 1725, lo cual acentúa el terror. Los muebles en el interior eran tan rústicos que ni supe de que estaban hechos. Envejecidas telarañas cuelgan por toda la casa, mientras lo poco y nada que hay al interior de esta, tiene una gruesa capa de polvo. Tras respirar una gran hondada de aire y armarme de valor, me introduje firmemente en la casa, llegando hasta un largo pasillo.

Cuando al mirar a mí alrededor, un curioso cuadro que colgaba en la mu-ralla me llamó la atención. Trataba del retrato de un viejo granjero frente a ésta casa, sigilosamente noté que en sus pies se notaban unas cinco pequeñas siluetas, obscuras y amorfas. Tras examinarla hasta donde mi paciencia lo permitió, volví por donde vine y salí al exterior.

Mientras papá, mamá y mi hermana descargaban lentamente el camión, Yo decidí ponerle la correa al “mancha”, mi Beagle inglés y salir a cono-cer el lugar. Nos alejamos de la familia unos instantes y partimos hacia los costados de la casa, pasamos traviesamente entre las malezas y grandes raíces, cuando de pronto mi perro se detiene a olfatear un agujero. Por más que lo tironeaba, no pude quitarlo de ahí. Cuando con un movimiento alo-cado, comienza a forcejear y menear su cuerpo para sacar el hocico aquel hoyo. El “Mancha” burdamente retuerce su cuerpo en la tierra hasta que con violencia lo jalan al interior del hoyo metiendo su cabeza por comple-to, mientras ladraba sordamente bajo la humeda tierra.

Con toda mi desesperación lancé un grito clamando ayuda a mis padres, que asustados corrieron tras mi ayuda. Mientras lloraba del terror, mi pe-rro logra zafarse de ese agujero y corre despavorido perdiéndose entre la frondosa naturaleza. Mi padre alertado llega a mi lado y me coge en bra-zos. Lloré aferrado a su hombro sin poder pronunciar ni una sola palabra. Mientras mi hermana y mamá salen tras el paso del “mancha”, internán-dose entre los árboles.

Papá y yo nos adentramos en la casa, él se dirigió a la cocina y trae de ahí un vaso de agua fría. Con su calma envidiable, intenta sacar alguna palabra de lo que me pasó pero el impacto es demasiado fuerte y no pude decir nada. Solo lloré hasta el cansancio sin entender que fue lo que sucedió.Tras una media hora, llega mamá junto a mi perro en brazos. En ese mo-mento sucumbió ante mí el pánico. El “mancha” se ahogaba con la sangre que le brotaba a borbotones de una profunda herida en el cuello. Su hocico estaba despedazado y los dientes le caían uno a uno. Con temblor en todo el cuerpo, se moría en los brazos de mamá. Mi padre no recurre a nada más que a sacarnos a mi hermana y a mí del salón de la casa y dejarnos afuera unos minutos.

Miré a mi hermana, quien con la cara pálida y una mirada perturbada, se balanceaba de un lado para otro. A mi corta edad, jamás pensé estropear mi infancia de tal manera como fuese presenciar un acto tan extraño e inexplicable como éste. Minutos atrás salí a pasear a mi perro por el nue-vo lugar y ahora está desangrándose en el piso del salón de mi nueva casa.

Apreté fuertemente la mano de mi hermana y tomamos asiento en el verdoso pasto de aquel jardín. Esperamos sentados hasta que la puerta de la casa se abrió y dio paso a mi madre quebrantada en dolor, con sus manos ensangrentadas. Papá sale detrás de ella y la abraza como jamás en la vida. Comprendí enseguida que mi perro había muerto, no sé cómo diablos había muerto, pero lo estaba.

Acomodamos como pudimos nuestras cosas en la nueva casa y pasamos esa noche en completo silencio.

A la mañana siguiente, papá desde temprano comienza a cavar un espacio para el lecho de mi perro. Con mi hermana asomada por la ventana, veía-mos como mi padre le echaba vigorosamente, una espesa capa de tierra encima al bulto y palmoteaba sobre la superficie de éste. Ese día fue el más largo de mi corta vida, pasé prácticamente todo el tiem-po pensando en lo que había pasado sin encontrar explicación alguna.

Al atardecer salí junto a mi hermana a conocer la flora que abundaba por el lugar, recogiendo flores y frutos de diversos arboles. Mi curiosa intriga de niño me hace subirme a las ramas de un manzano y comenzar a ob-servar mí alrededor, cuando a mi espalda escucho unos ínfimos chillidos. Giré la cabeza de inmediato pero no pude ver nada, seguí subiendo por las ramas cuando de pronto al afirmarme de una de estas, sentí un puntia-gudo dolor entre mis dedos, que luego paso a ser una serie de pinchazos penetrantes en mi mano. Gritando del dolor, no pude aguantar más y me solté cayendo de una altura de dos metros al blando suelo. Mi hermana me recoge y se espanta al ver mi mano llena de pequeñas puntadas hechas con algo filudo y un pequeño mordisco entre mis dedos.

Conmigo al hombro, llegamos a casa para contar lo que nos había sucedi-do, haciendo que la noche y el ambiente se pusiera más tenso. Papá optó por mandarnos a dormir y esperar que el día de mañana fuera mejor.

Con los primeros rayos de sol que entraban por la ventana, despertamos algo desorientados dentro de nuestra nueva habitación, cuando desde el primer piso, escuchamos el grito aterrador de mamá. Mi hermana sin sa-ber que hacer quedó recostada mientras que yo bajé a toda prisa hacia la cocina en busca de mamá. Con gritos desenfrenados mi madre se retorcía en el áspero piso de la cocina. No tuve más remedio que coger a mamá y entrarla en razón. Con una mirada destrozada me apunta hacia la ventana que daba al exterior, al asomarme veo a mi padre recopilando pequeños pedazos de algo por todo el jardín.

Salí corriendo hacia él como pude para darme la más grande impresión. Mi padre estaba recogiendo los carcomidos y masticados huesos de lo que supuse fuera mi perro recién fallecido. Su cráneo a un lado de la pi-leta estaba despojado de todo pedazo de carne y piel, con pequeñísimas mordidas en la mandíbula. Su columna estaba hecha pedazos, como si las hubieran molido a palos.

Corrí sin parar hacia el lecho de muerte de mi perro y me sorprendió lo que vi. El hoyo estaba completamente escarbado hasta más de la profun-didad que hizo papá, con salvajes marcas en los bordes del agujero. Alre-dedor de esa escalofriante escena, unas pequeñas pisadas daban en todas direcciones, como huyendo de la escena del crimen. No hice más que seguir una de estas marcas y adentrarme entre las plantas que dominaban el lugar. Continué tras el rastro hasta que llegué a la corteza de un gran árbol detrás de nuestra casa. El árbol estaba curiosamente cubierto por todas partes de tréboles y misteriosamente tenía ilustrado en su corteza, un trébol gigante.

Mi curiosidad e inocencia fueron derrotadas por el impacto y me de-volví por donde vine, sin dar vuelta atrás. Mi padre, despojado de toda razón, intenta olvidar lo sucedido y nos adentra en la casa para cenar. Mi hermana coge de mi mano y me ubica en la mesa, sentándose a mi lado. Mi madre sollozando comienza a servir la cena, mientras que papá por más que lo intentase evitar, temblaba por completo. Tras largos minutos de cena, mamá rompe el silencio y alza la voz aconsejándonos que aho-ra más que nunca debemos estar juntos, con una razón absoluta… Solo es un mal comienzo, pensé yo.

El sol ya se había puesto en el obscuro atardecer de ese lugar, cuando junto a mamá comenzábamos a recoger los platos. El silencio abruma-dor del exterior de la casa es interrumpido por un peculiar sonido. Papá es el primero en escuchar, siguiendo por mi hermana quien con frivoli-dad se esconde bajo la mesa. Mamá no tiende a nada más que abrazar-me y cubrirme de todo peligro. El sonido evidentemente provenía de afuera y a cada momento se iba intensificando. Mi padre, aterrado por los nervios, se arma de un cuchillo de la cocina de mamá y comienza a asomarse por la ventana. Basto unos segundos que sacara su cabeza al exterior para arrebatarlo de toda valentía que existiese en algún momento. El sonido se magnificó por todas partes hasta que comenzamos a escuchar pequeños graznidos y algo que pareciera voces diminutas. Una conversación bien fluida se escuchaba pero acentuada por una agudas e infernales voces. En la azo-tea, en las ventanas, por debajo de la puerta y por la chimenea, todo el lugar estaba invadido por esas vocecillas.

Papá nos coge a mi hermana y a mí por sobre los brazos de mamá y nos lleva rápidamente hacia la pieza matrimonial. Mamá alocada por esos malévolos chillidos, nos sigue el paso y cierra la puerta con pestillo, poniendo además sobre esta, un enorme tocador. Mi hermana sigue mi ejemplo de esconderse bajo la cama en busca de escape, mientras que mi padre intenta sellar toda entrada de luz y ruido que pudiese haber.

Pasamos encerrados en esa habitación toda la noche, escuchando todo tipo de blasfemias, endemoniadas conversaciones y un forcejeo constan-te por entrar hacia a la casa por parte de algo desconocido para noso-tros. Dormimos unos cuantos minutos cuando los primeros haces de luz del exterior asoman su presencia. El silencio era cortante por la mañana, cuando mamá quita la cerradura y abre la puerta. La casa en su interior estaba intacta, todos los antiguos muebles en su lugar e incluso la loza sin lavar en la cocina. Todos nos miramos desconcertados y asentimos en que lo mejor era ordenar un poco el desorden de todo.

Mi madre comienza junto a mi hermana a asear la casa, limpiando el mugriento polvo, mientras que papá sale a dar una vuelta por los alre-dedores. Intento infructuosamente en acompañarlo pero con ímpetu me dice que me quede y acompañe a nuestras mujeres. Lo vi perderse entre los verdosos naranjos, pasando por encima de unos gruesos matorrales.

Poniendo en práctica mi impaciente curiosidad me adentro en los rinco-nes de la casa, conociendo los misteriosos pasajes que conforman esta. Abro puertas, reviso intrusamente cada cajón, cómoda y closet que hubie-se en la casa, hasta que llego nuevamente hasta ese intrigante cuadro. Si no tuviera esa efervescencia por investigar en mi sangre, hubiese dejado todo en su lugar, pero no pude contenerme y saqué de su lugar esa antigua fotografía. Le limpio el polvo y comienzo el análisis. La fecha en la cual fue tomada era indescifrable pero el deterioro me indica que hace dema-siado tiempo. Las siluetas que aparecen en los pies del granjero, siguen siendo poco entendibles. Al reverso del cuadro, un pequeño pedazo de papel se esconde en el borde del marco. Lo levanto ante mi mirada y lo leo.

-“Esta casa pertenece y pertenecerá a ellos por siempre. La hermandad del trébol”

Sin tomarle importancia alguna me devuelvo por el pasillo central hacia el salón donde esta mamá y mi hermana cuando una de las puertas rechi-na al abrirse. Percate que ninguna brisa de aire entró como para hacer que se abra por sí sola.

En completo silencio, voy caminando hacia la puerta cuando escucho bajo mis pies esa aterradora conversación que tanto nos perturbó en la noche. En mis pies se encontraban dos amorfas criaturas vestidas de es-tropajos de color verde, de unos treinta centímetros de altura y con una expresión abominable en sus caras. Ellas notan mi presencia y con fero-cidad intentan morder mi pierna. Enloquecí y corrí llorando despavorido por el pasillo, llegando a los brazos de mamá. Ella me levanta mi mirada y caí desmayado.

Un poco de agua en mi frente, me despierta tras un largo sueño. Cuando abro los ojos y recobro el conocimiento, veo a mi padre en el salón junto a un hombre alto, delgado como la muerte y con una túnica negra sobre la cabeza. Él al notar que desperté de mi inconsciencia, le insinúa al hom-bre que continúe su conversación afuera. Poco a poco me reincorporo y veo a mamá empacando sus cosas y apresurando a mi hermana para que la ayude a dejar el equipaje afuera. Al levantarme siento un mareo desconcertante y caigo al sofá nuevamente. Tras reposar unos segundo más, escucho el motor del auto de papá. Eso indica que nos largamos de este maldito lugar, que por menos de una semana, ha sido la peor de las experiencias en toda nuestra vida.

El sonido del vehículo tras largos intento, muere ahogado. Mi padre ya sin dormir ni reposar la conciencia ni un solo instante, entra por la puerta con una cierta euforia, con un arrebato de impotencia, arroja al suelo un par de cables provenientes del motor del auto. Cada uno de estos cables, estaban mascados y agrietados sin importar su grosor. Algo completa-mente irracional estaba ocurriendo y ese algo, no quería que nos marcha-ramos…

¿Dónde está mi cuerpo?

Un extraño caso sin resolver------------------------------------------------------------------------------

Radiante se asoma el sol por el cordón de cordilleras que rodean la ca-pital. Aquellos pequeños destellos de vitalidad, van despertando uno a uno los rostros de los transeúntes. El reloj apenas marca las 8 de la ma-ñana de aquel gélido martes de otoño, cuando Andrés en su camino a la universidad, se percata de algo en el suelo. Era pleno paseo Ahumada, esa concurrida avenida repleta de humeante gente caminando de prisa a sus trabajos. En el suelo, envuelto en un sutil pañuelo de seda, se encuentra una pe-queña caja tallada con varios símbolos extraños y manchada en su exte-rior por gotas de un tono rojo obscuro. Su curiosidad por el artefacto y su procedencia, no le evito tener la precaución de mirar a su alrededor en búsqueda de un posible dueño. Tras largos segundos y notar que na-die se había fijado de su presencia, se arrodilla velozmente para recoger-lo, notando que su peso era muy ligero, a la vez que algo se balanceaba en su interior al ser agitado.

Caminó un par de cuadras, hasta llegar a una plazuela del centro, se asentó en una desolada banca en un rincón para poder inspeccionar mi-nuciosamente su hallazgo. Sin saber porque, un inevitable temblor re-corrió todo su cuerpo, como si en su espalda se encontrase un peligro. Miró nuevamente a su alrededor y decidió por desenvolver el misterio. En el interior de la misteriosa caja de madera, un paño ensangrentado y arrugado, intenta disimular su contenido. Con cautela, entre cierra sus ojos y comienza a abrir la envoltura, llevándose una macabra sorpresa…

El puente Pio Nono, no da a basto, con la inmensa marea de estudian-tes a paso veloz hacia sus clases. Algunos se detienen para encender torpemente el cigarrillo matutino y continuar con su camino. Mientras otros hacen su parada habitual en los numerosos y ambulantes carros de “sopaipillas fritas”. Daniela por su parte, no despega su mirada de los penetrantes rayos de sol surcando los cielos de Santiago. A pesar de comenzar una jornada fatigante, su inalterable alegría y optimismo le arman de valor y energía. Paso a paso, se encamina a través de la gente cual automóvil en la autopista, cuando con un leve descuido de atención se tropieza con un extraño objeto.

Su asombro fue más cuando al agacharse a recogerlo, notó que se trataba de una hermosa caja artesanal de color rosa, adornado sutilmente con un cintillo blanco. Un pequeño regalo, pensó ella. No dudo en recogerlo, sin embargo la prudencia, le hizo aguardar para abrir el objeto. Prosiguió su camino, con una larga y estampada sonrisa en su rostro, hasta llegar a las escalas de su universidad, donde se detuvo de manera repentina. Su instinto de mujer, algo le precavía. Haciendo caso omiso a esto, se sentó en los primeros escalones, sostuvo en sus manos el pequeño objeto y comenzó a desatar suavemente la cinta. Con sus delicados dedos, destapó la caja, echó una mirada fugaz dentro de esta y con espanto, la lanzó lejos acompañado de un grito aberrante y desgarrador.

Ya puesto el sol sobre nuestras cabezas, el aire santiaguino era denso; no por el agobiante smog que nos invade diariamente, si no por una densi-dad intrigante e irreconocible, algo similar al miedo, a lo desconocido. La alameda se ve repleta de efectivos policiales, de un lado para otro, en cada esquina y rincón de la capital. Ellos no saben que pasa ni mucho menos que hacer.Según diversas fuentes, algo extraño está ocurriendo en la gran ciudad. Un leve aroma a nerviosismo y desesperación se va contagiando en los rostros de los peatones, acrecentando a pandémicos pasos, el terror entre la gente. Sin embargo, no todos sabían que estaba ocurriendo.

A un costado del palacio de la Moneda, junto a un mugriento basurero, reposa cómodamente Víctor, un extravagante personaje de aquellos sec-tores. Su historia es típica. Su vida fue atormentada por un padre alcohó-lico, una madre golpeada y abusada; lamentable. Sin embargo, en la calle encontró consuelo y tranquilidad. El no bebía, pues claro.Su rutina a diferencia del resto de esa humeante masa de gente, caminan-do a prisa a sus trabajos, era simplemente sobrevivir un día más en esta vida. Comienza su día por indagar en cada uno de los contenedores y rincones con basura, en busca de un digno y mal aprovechado desayuno, y si es posible una que otra colilla de cigarrillo por ahí.

Esto lo lleva por introducirse en un grotesco y repleto contenedor a un costado de la Casa de Moneda, hurgando meticulosamente entre cada uno de los desperdicios orgánicos y papeles. A pesar de no encontrar nada comestible, una pequeña caja de cartón llama su atención. Sin cuestionarlo, sus sucios dedos despojan de tapa a la caja. Los mete ciegamente en su interior, para tantear su contenido en búsqueda de un tesoro. Sólo encuentra un pañuelo ensangrentado envolviendo un montón de pequeños y ligeros filamentos de distintos colores y tamaños. Al ob-servarlos con detención, nota que son pelos, son un puñado de pestañas, arrancadas de cuajo y envueltas todas en un pañuelo.

Al pisar el atardecer en la capital, la noticia ya había causado estragos. Los medios locales han informado por diversos canales, que a lo largo de la gran capital y la nación, horripilantes descubrimientos han salido a la luz aquel frío martes. Desde el sector oriente, hasta los rincones del poniente, han aparecido misteriosamente en diversos paquetes, abandonados en lugares al azar, cientos de partes humanas, en específico ojos humanos, de diversos co-lores. Estos han sido arrancados, quien sabe cómo, de sus propietarios, quienes aún se les desconocen el nombre y el paradero.

Este macabro hallazgo ha movilizado a todo un país, haciendo actuar a las autoridades y sus fuerzas incontables, como reales locos desorbita-dos. Nadie sabe la procedencia ni el momento en que comenzó esta real escena de horror. La policía corre por todos lados, bloqueando avenidas y calles, mientras otros comienzan a paralizar las oficinas del centro. De-ben actuar rápido si quieren encontrar una respuesta, ya que la cuenta sigue avanzando al contar de los minutos. La policía de investigación por mientras, actúa sobre los cientos de hospitales, consultorios, clínicas y unidades de emergencias, en busca de victimas de esto sangrientos crí-menes. Sin embargo, la información que se da es clara y concisa; hasta el momento ninguna víctima se ha presentado, en ningún lugar.

El Presidente de la nación, asoma su presencia, alrededor de las 5 de la tarde, por cadena nacional. Su rostro se ve pálido y desconcertado. Tarda un par de segundos en reincorporarse al dialogo y comenzar a explicar qué era lo que sucedía.

A pesar de los enormes esfuerzos que el gobierno realizaba por encontrar al o los culpables, nada se sabía, absolutamente nada. Su discurso se vio obligado a apelar a la calma, la colaboración y la paciencia, más allá de eso, no quedaba nada más por hacer.

Mientras el atardecer desaparecía, junto a los últimos trazos de luz en la capital, la horrible cuenta de ojos encontrados, ya había superado fácil-mente los miles. Estos según información de último momento, han sido extraídos de sus dueños, hace un par de horas.

Fueron extirpados bruscamente, sin mayor conocimiento de medicina ni mucho menos de incisiones. El autor de estos actos, no debió utilizar ningún material específico para estas operaciones. Solo debió haber uti-lizado simplemente objetos caseros o como un horrible detalle medico arrojó, posiblemente fueron extirpados con una simple cuchara.

Cuando la desesperación por encontrar al culpable, había superado cual-quier indicio de cordura, miles de efectivos desde fuerzas armadas, cara-bineros, policía de investigación y empresas privadas de seguridad, inva-den absolutamente cada rincón, garaje, sitio eriazo, bodega o escondite en busca de un culpable. Registran hoteles, locales de comida, centros comerciales, hospitales, centros de entretención, oficinas, industrias, plazas, parques, bancos, ca-rreteras, apartamentos e incluso viviendas.

La ley Marcial estaba establecida hace un par de horas, todo personal de seguridad, estaba plenamente dotado de libertad para registrar viviendas sospechosas y de llevar detenido a cualquier, absolutamente a cualquier persona que pudiera ser índice de sospecha.

La gente a pesar de las medidas, huye por todos los medios a sus hogares, las calles se ven devastadas por la inmensa cantidad de gente corriendo, gritando y colapsando por todos lados. Las medidas tomadas no dan a basto con el horror que se apoderó de la gente. Las detenciones y los abusos de poder por parte de los efectivos, aumentan la tensión a niveles impensados.

La oscuridad se ha apoderado de la capital, mientras que esta se encuen-tra en un estado rebosante en pánico. Las comisarías y dependencias para interrogar sospechosos, se ven repletas hasta las masas, de posibles au-tores.

Filas enormes de esposados rodean cuadras en cada recinto policial. To-dos arrinconados sobre la muralla, apuntalados con armas de fuego, gri-tan y alegan su inocencia. La inocencia en estos minutos, no existe.

Desde trabajadores, cocineros, oficinistas, artesanos, médicos, abogados y civiles se ven recluidos bajo la mirada de las autoridades. Hombres y mujeres de distintas edades, son sospechosos. Solo por haber presentado alguna actitud, señal o tan solo una mirada sospechosa.

Miles de cientos de elementos son requisados. Posibles armas homicidas que pueden dar alguna pista si quiera de quien puede ser el autor de este día de horror.

El Presidente, junto a diversos funcionarios del país, hace su última pre-sencia en televisión y radio. La potencia masiva del Internet, transmite a lo largo y ancho del mundo. El rostro de todos los presentes, se ve dema-crado por un cansancio irreparable.

El mandatario, con el cuello y las mangas de la camisa desabotonadas, se apoya en el podio presidencial y dirige su mirada penetrante a través de las cámaras. Su mirada eufórica y desalentada llega a cada uno de los televidentes en sus casas y a lo largo del país.

Toma un poco de agua de un vaso y comienza a hablar.

-. “Chilenos y chilenas de esta hermosa y apacible nación. Los hechos que han atormentado esta capital y a su humilde gente, han marcado y generado una herida en los corazones de todos. Los horrores que he-mos presenciado este día, no tienen humanidad alguna ni mucho menos compasión ante la naturaleza humana -su voz se quiebra por varios se-gundos-. A pesar de los esfuerzos que hemos realizado, por todos luga-res, en búsqueda del o los culpables, no hemos tenido éxito. Cada uno de los sospechosos ha sido interrogado por los mejores psicólogos y funcionarios policiales, sin embargo, todos han presentado cierto grado de inocencia. Los objetos encontrados por todo Santiago, han sido ana-lizados ante los mejores médicos y su resultado estará en un par de días. Su procedencia y su dueño será informado en la más próxima brevedad -sus ojos se cristalizan y un par de gotas caen por sus pómulos, mien-tras que el silencio vuelve nuevamente al estudio-. La horrible cuenta de objetos encontrados, ha paralizado su avance hace un par de horas, llegando a la macabra cifra de 3250 ojos extirpados horriblemente de inocente gente”-.

Tras estas últimas palabras, el Presidente experimenta un cambio en su estado depresivo y explota en un ataque de cólera y rabia. Sus manos empuñadas golpean incesantemente el podio frente a millones de espec-tadores, mientras su enojo se refleja en su rostro. Varios intentan calmar al mandatario, sin embargo con un arranque de euforia, los aparta de él, todo esto mientras las cámaras siguen transmitiendo en vivo. Luego de un largo sorbo de agua y recomponiéndose en parte de su actitud, dirige sus últimas palabras hacia la población.

-. Si el o los culpables que hicieron esto, están viéndome en este mismo instante por televisión, por favor y como última súplica, les pido que digan donde mierda están los cuerpos de las victimas-.Cierre transmisión.

Vagón 24Las apariencias engañan.

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El tiempo no paraba de contar en el circular reloj central. Incesante el mi-nutero avanzaba y avanzaba, volviendo los segundos en pestañeos. Debía llegar antes de medianoche al terminal de Montrosse, sin embargo por como iban las cosas, un perezoso tren la trasladaría a su destino. El so-berano abrigo de felpas de oso, la acobijaba en aquel crudo invierno. Su fino pañuelo de seda persa bailaba sutilmente ante el viento que corría por el terminal. Debía viajar y luego. Cogió firmemente un amplio maletín marrón y su sombrilla al brazo, camino suavemente a la boletería y se incorporo en la túnica que todo viajero expedito debe someterse.

-. Hacia Londres por favor-. Susurro levemente al cajero.-. Encantado dama, ¿viaja sola?-. Contesta el cajero, frunciendo una de sus cejas en signo de curiosidad.-.¿Acaso una mujer joven y vivaz como yo no puede viajar solitariamen-te?-. Firme y seco.-. Disculpe la pregunta, es que no es seguro ir por ahí solo, por más hom-bre que se pueda ser…-. Mientras miraba capciosamente a la joven.-.Creo que tanto el día como la noche puede ser casualmente peligroso para ambos, más aún eso no significa que debamos confinar nuestras vi-das a una jaula o a una caseta-. Contesta irónicamente la joven.

La situación tornaba un tono incomodo para ambos, acrecentado por la prisa de la viajera y las frías ráfagas nocturnas de los montes.

-. Creo que usted no sabe lo que dicen por ahí, de todas formas, su obs-tinada soberbia velará por usted. Aquí tiene su boleto a Londres, a su mano izquierda en el último vagón, el número 24. Muchas gracias y buen viaje.- concluye el hombre, mientras asoma una austera mirada por la ventanilla.

Las primeras bocanadas de humo emanadas del expreso London, aseme-jaban en la obscuridad una enorme pipeta de bronce exhalando su alien-to, cuando con una marcha lenta pero potente emprende su viaje hacia la capital. El tren compuesto por 24 fornidos vagones de hierro y una maquinaria a toda potencia, cortaba el viento cual flecha en la diana. El trayecto no debería tardar más de 5 horas, sin embargo la impaciencia de la viajera no daba basto.

En su vagón, a su lado, se encontraba una amigable anciana de cabello co-lor perla, entrelazando velozmente un montón de lana de colores, creando ante la mirada atónita de los demás, una delicada bufanda. En sus pies, un bolso de amplias dimensiones, que emanaba un suave olor a especies.

En los asientos de enfrente, junto a la ventanilla se encontraba un curio-so hombre de espesa barba y anteojos de vinilo. Una enorme cicatriz en unos de sus pómulos, delataba su fría personalidad. A sus pies, un bol-so de cuero con grabados indescifrables para cualquiera que lo observe, impone su voluptuosidad y clase. Una larga y desteñida túnica cubre su cuerpo, dejando solo a la vista, unas enormes y esqueléticas manos. Al otro extremo del asiento junto a la puerta de entrada, un apuesto joven, recorre velozmente sus paginas sin siquiera pestañear. Unos rizos dora-dos cubren sus hombros, mientras su vestimenta delata la alta alcurnia que habría de acobijar a aquel muchacho. En sus manos, un grueso libro de anatomía, desparrama conocimiento por montones en su mente. A uno de sus costados, un bolso viajero grisáceo aferrado firmemente a uno de sus brazos, asegura un viaje largo sin problemas.

A pesar de su notable situación social, el joven tenía un tremendo des-cuido de sus manos, delatando un evidente estado depresivo. Cada dedo de su mano, carecía de uña y prácticamente de piel. Grandes cicatrices y manchas marcan el largo y ancho de sus manos, como si hubiesen estado expuestas al infernal fuego o hubiesen sido castigadas firmemente por un verdugo.

La joven se acomodó hacia la ventanilla, deleitando a obscuras, un pai-saje desolador. Abre su maletín y se pone a escarbar entre un sinfín de utensilios para el viaje, desde frutas secas hasta libretas de estudio. Tras buscar incesantemente, saca un añejado libro de papel de maíz. Un ideal compañero de viaje para estos momentos. A su lado, la anciana agiliza cada vez más su obra, dando pequeños bordados por las orillas. Mientras el hombre de anteojos observaba inerte, los arboles y zarzamoras pasar a toda velocidad por la ventana. El joven nada más, continúa con su estu-dio, devorando cada frase y palabra con su hambrienta mirada.

Unos pasos acelerados por el pasillo del tren, alertan a los pasajeros del vagón que algo estaba sucediendo. Voces susurrando tras la puerta, orde-nes para allá y para acá, y un cargado aire de nerviosismo manchaba la escena. Afuera, a lo largo de la maquina, los funcionarios se reúnen en el comedor del tren. Indudablemente no sabían que era lo que sucedía, haciéndose preguntas impacientes entre sí.

Por la puerta principal, sale el maquinista del tren junto a uno de sus ayu-dantes, ambos con preocupación en su rostro. El “capitán” de la maquina toma asiento en un acolchado respaldo, extrae una gruesa pipa de caoba de uno de sus bolsillos y tras llenarla a tope con tabaco, enciende honda-mente de esta. Se quita el sombrero y con terror mira a los muchachos. Era una tripulación de siete personas; el maquinista y su ayudante, dos in-falibles mecánicos que mantenían firme y vivaz la máquina y por último tres ayudantes de viaje. Un grupo pequeño pero totalmente profesional.

Tras una larga bocanada, comienza:

-.Muchachos, ha ocurrido algo. Nuestro viaje y destino ha sido truncado por una situación inhóspita. Como ustedes muy bien sabrán, las calles de todo Londres y sus alrededores, se han visto atemorizadas por los inhu-manos y macabros crímenes de un desconocido asesino. Desde bellas jovencitas hasta inocentes niños han sido presa de los horrores de ese desconocido. Tan solo se posee una ilusa e insignificante pista, su apelli-do… Sabbati.Lamentablemente debo informarles, que según confiables fuentes poli-ciales, aquel asesino estaría en unos de nuestros vagones. – cesó unos minutos para rellenar la pipa y encenderla.

Debido a la tensa situación, todos los integrantes del transbordo quedaron helados, mientras quela desesperación de algunos por querer buscar refu-gio. Debían tomar cartas en el asunto y pronto.

-.Tranquilos muchachos –exhalo una gran bocanada de humo- debemos encontrar al individuo y ahora. Además la fuerza bruta de grandes tra-bajadores como nosotros, puede reducir fácilmente cualquier situación-. Pronuncia el capitán con alientos de optimismo y coraje.

Los muchachos de la tripulación volvieron en sí mientras con enorme valentía comenzaban a preparar un plan de emergencia. En una cuadrilla de cuatro hombres, comenzarían a buscar vagón por vagón en busca del individuo. El método seria sencillo, inspeccionarían cada boleto de viaje e identificación, con la mera excusa de un “supuesto” telégrafo en la siguiente estación de Bradsbury, donde el tren tendría que detenerse de todas maneras a descargar los fardos de telas persas que transportaban un grupo de comerciantes.

A pesar de la distancia que existía entre el comedor del tren y el último vagón, los aires de tensión se fueron magnificando a medida que pasa-ban los segundos. Largas zancadas daban los funcionarios a lo largo del pasillo, mientras que cerraban ventanas al paso.

En el vagón, la mujer de edad no cesaba de entrelazar velozmente sus dedos entre los coloridos montones de lana. Algo residía en aquel mo-vimiento, que inquietaba a todos los pasajeros. La joven mientras tanto decide por descansar el largo viaje en la oscuridad. Lentamente recoge del suelo su bolso y lo envuelve con su túnica, dándole protección en su reposo. El enigmático hombre en el asiento opuesto, opta por hacer lo mismo y con toscos movimientos, se acomoda en el respaldo y duerme. No así el joven, quien con una envidiable vitalidad, desgarraba página por página asimilando conocimientos. El trayecto era largo y constante, así que cada uno de los pasajeros lo sobrepasaba como pudiese.

Mientras tanto los improvisados pero muy bien pensados movimientos de la tripulación, estaban dando los primeros pasos. La cuadrilla de los hombres estaba conformada por Smith y Jones, quienes eran los encar-gados de la mantención y mecánica de la máquina. Y a la cabeza, el “Capitán” y su asistente. Todo el grupo estaba dotado de gruesas llaves inglesas y palancas además de una Colt .45 que portaba a escondidas el capitán en uno de sus bolsillos. El propósito era intervenir cortés y normalmente en cada uno de los vagones, con la visita personal del ma-quinista, dando la bienvenida a los viajeros además de presentarse per-sonalmente.

En esta oportunidad, era posible averiguar a tiempo quien era aquel enig-mático problema a bordo. El capitán debería estar alerta al instante en que se descubra al asesino por medio de su boleto e identificación y actuar con firmeza y coraje. La situación era tensa y muy peligrosa, pero acompaña-do de sus tres fornidos colegas, el nerviosismo cedía poco a poco.

El reloj principal del comedor tildaba sigilosamente los segundos, cuan-do afueras del primer vagón (1), guardaban la respiración la cuadrilla de hombres. Era el momento de acabar con todo esto y así lo hicieron. La revisión comenzó con normalidad, todo marchaba de acuerdo a lo previs-to. El “capitán” presento su equipo ante los ocasionales pasajeros, todo se veía con normalidad. Con un ademán de cortesía, uno de los funcionarios exige los boletos y con ello, la identificación de cada uno. Nadie opuso queja alguna, así que el funcionario comenzó a revisar minuciosamente cada palabra con cuidado de no parecer sospechosa la revisión.

-.Andrew Smithers, Comerciante-. -.Gerard Black, contador -.-.Isabella Hill, Estudiante de literatura-.-.Arthur Poe, Comerciante-.

Todo estaba en la normalidad, ningún nombre con apellido Sabbati estaba entre ellos así, que no quedaba más remedio que continuar con la tarea. El “Capitán” al ver a su colega resignar la mirada y devolver las identifi-caciones, no tubo más remedio que despedir la visita con un sutil apretón de mano a cada pasajero y salir de la cabina. Una vez afuera, conversaron sigilosamente un par de palabras y continuaron con su misión. Quedaban aún once vagones por inspeccionar y el trayecto sería tedioso, así que prosiguieron con el resto.

Mientras tanto en el vagón 24, la joven abatida por el mero descanso, opta por dormir. Quedaban varias horas de viaje aún, lo correcto era descansar. La anciana detiene su obra tan solo para descansar sus trabajados dedos y aprovecha de acomodar sus anteojos. El Hombre de la barba, ido en alguna dimensión, se mantiene erguido en su asiento sin siquiera exhalar respiro alguno. El joven de cabello rizado, acoge la acción de la anciana y cesa por unos minutos la lectura, alzando la cabeza por primera vez en todo el viaje. Su mirada recorre todo el vagón, analizando la situación. Sus ojos denotan nerviosismo y algo de excitación.

A unos 30 kilómetros de Bradsbury, la parada improvisada por el capitán, el tren ingresa a toda velocidad a un enorme túnel bajo el monte. Un re-pentino cambio de luces, pasando de la total claridad que proporcionaba aquella maravillosa luna a una absoluta y completamente profunda obs-curidad. Cada uno de los vagones quedo momentáneamente en silencio, mientras el tren crujía en la vía. Un largo tramo era el que tuvo que reco-rrer la máquina para atravesar ese lugar.

Instantes previos a salir de la obscuridad de ese túnel, un fuerte pero veloz estruendo es producido en el último vagón. Dentro del vagón no se podía ver absolutamente nada, así que todos los pasajeros optaron por guardar silencio y no moverse ni un instante. A pesar de eso, se escucho breve-mente un pequeño quejido como saliendo de las entrañas acompañado de un indescriptible sonido. Al momento de salir del túnel y volver a ver la luz, la horrible realidad les interpuso a los viajeros dentro del vagón, una escalofriante situación.

En una de las lámparas superiores que predominaban en el vagon, estaba ferozmente amarrado con lazos de lana, el cuello de la anciana mientras que el resto de su cuerpo se balanceaba al tambaleo del tren. Una expre-sión horrenda de asfixia junto a ojos desorbitados, estampan la cara de la anciana. La macabra acción había sido realizada con suma precisión y velocidad. La situación era en extremo tensa. Todos reaccionaron con sorprendente espanto a ver la escena, entrando en estado de histeria colec-tiva, sin pronunciar alguna palabra.

La joven horrorizada, se arrincona rápidamente junto a la ventana e inten-ta compactar su cuerpo bajo el enorme abrigo. Mientras que el hombre de la barba, con una mirada atónita, se saca el sombrero y los anteojos y con sigilo, reza una oración. El joven estudiante mira fijamente a la anciana, mientras su cuerpo mani-fiesta sus últimos reflejos.

Como era de pensar, nadie sabía que había sucedido ni mucho menos quien había sido. Mientras tanto, la inspección del capitán y sus hombres ya llevaba más de la mitad de los vagones, sin tener todavía resultados.

Para ellos, cada intento fallido por encontrar al asesino, era un suspiro de relajo. Luego de unos minutos ingresando a una serie de vagones, se ar-man nuevamente de valor e ingresaron con el mismo protocolo, al vagón nº 21.

En el último vagón era obvio que estaba el asesino, sin embargo eran los mismos protagonistas, los únicos en saber esto. El aire estaba demasiado denso, las miradas se cruzaban con enorme recelo y desconfianza. Nadie quería tirar la primera acusación por mero miedo a una agresiva reacción del posible asesino. El hombre de la túnica, procede a acomodarse en el asiento en señal de alerta, mientras se saca su vestimenta para quedar listo ante cualquier cosa. El joven observa perplejo, la obra del asesino mientras con fugases reojos no pierde nunca la retaguardia. La joven via-jera, sumida en un estado de shock, esconde sus brazos en búsqueda de protección.

A menos de media hora de llegar a la estación, nuevamente el tren pasa por un tramo de obscuridad, de menos longitud esta vez. Al momento de perder nuevamente la visión del lugar, la joven viajera grita espontánea-mente una señal de espanto. Un segundo estruendo es escuchado, un poco más leve. Seguido por un agonizante gemido, que caló hondo en el terror de la joven. Segundos después de haber escuchado eso, el tren vuelve a salir de la obscuridad y la escena se tornó aún más terrorífica al ver la luz.

Frente a la joven, medio tumbado se encuentra el cuerpo del hombre de la barba, con un enorme tajo abierto en el cuello. La sangre sale a bor-botones constantes, mientras espasmos sacuden el cuerpo bajo la túnica. El crimen ha dejado el piso, los asientos y parte de la ventana, salpicado en manchones de sangre. La joven entra en pánico y grita por ayuda con todas sus fuerzas, mientras en el otro extremo del vagón, el muchacho mira ansiosamente a la joven, mientras balancea en sus manos un ensan-grentado bisturí.

-.Veo que solo quedamos tu y yo-. Dice macabramente el muchacho.-.Por favor no me hagas nada, yo no diré nada a nadie, lo juro-. Suplica sollozando la joven.-. Creo que ya es tarde… mejor doy termino a mi obra de la forma más sublime-. Dice el joven mientras se levanta de su asiento y de su bolso saca una serie de implementos médicos. Oxidadas pinzas, punzones en-sangrentados y una seria de cuchillas son el arsenal del asesino.

Mientras la joven grita despavorida por socorro, el joven comienza a pre-parar la operación, afilando carnalmente los cuchillos unos contra otros. Su mirada busca donde lanzar el primer corte, escogiendo la profundidad y letalidad. Sus mal cuidadas manos, se agitan incesantes buscando co-menzar. En un momento de descuido de la joven, el macabro asesino la coge firmemente por la espalda y con brutalidad, la arrodilla dejándola en posición de decapitación. Sus diabólicas manos se desplazan por el cuello, junto a su más afilada navaja. Cesa por unos minutos su obra para observar tan delicada incisión, cuando tras pensar un rato escoge comen-zar directamente por la yugular, para luego rebanar y disectar cada parte del rostro de la joven.

Alza la mano para tomar un rápido y letal impulso anunciando la hora de la muerte, cuando de un fuerte golpe a su espalda, la puerta se abre dejando pasó al capitán y su tripulación, quienes al ver semejante escena, quedan inertes y sin reaccionar alguno. El capitán es el único en atinar y con seguridad, desenfunda su arma y apunta directamente al muchacho. El Joven asesino sin soltar a la muchacha de la posición, gira el torso para ver a sus captores. Sonríe alegremente al verlos y dice:

-. ¿A todos nos debe llegar la hora, tarde o temprano, o no?-.

Dicho esto, el joven suelta a la muchacha y con un decidido movimiento, levanta la cuchilla por debajo de su mentón y la entierra con todas sus fuerzas mientras esta pasa a lo largo de sus ojos, para salir en uno de sus pómulos. La muerte fue inmediata y sin explicación alguna.

La joven se quiebra en llanto mientras que el capitán saca rápidamente el cuerpo del asesino hacia el pasillo. Luego de limpiar rápidamente el lugar, el capitán saca a la muchacha y la lleva al comedor. Una vez sentados, le ofrece tabaco de su pipa a la cual esta se niega. Sin embargo le acepta algo cálido para beber. Tras interminables minutos de exaltación, el capitán por fin llega con un tazón humeante y se lo pasa a la muchacha.

-. Debes saber que cuentas con todo nuestro apoyo, esta pesadilla ya ha acabado. Por cierto, ¿Cuál es tu nombre? -. Susurra suavemente el capi-tán.

Tras un largo silencio, la joven dice:

-. Michelle… Michelle Sabbati.

“Merlot”El delicioso sabor de la muerte

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-.Ya se ha acabado la maldita cerveza... debo ir por otra-. Balbucea ebriamente el “Gordo Lucas”.

No le queda más remedio que partir en busca de unas cuantas más, mientras se abalanza torpemente sobre el vestíbulo de la casa. El día está radiante afuera, con suaves ráfagas de aire otoñal y un unísono canto de libres aves. Sin embargo, Lucas no está para eso. El quiere pasar el día entero en su sofá, bebiendo cerveza y enrolando enormes cigarrillos de hachís. Sus expectativas no dan para salir a pasear, están enfocadas en sentar su existencia frente al viejo televisor y perder un día más viendo las tardes de comedias burdas de los 60´s.

¿Qué importa? no hay jefe a quien responder ni mujer a quien respe-tar.

A pesar de no querer salir a respirar aire puro, debe ir a la licorería por un par de cervezas más y volver. Su aspecto es deplorable, una sucia camiseta de Los Lakers cubre su pecho engrasado con frituras, una larga barba le aumenta un par de décadas los años y sus ojos desorbi-tados se asoman sobre dos enormes ojeras.

-.Maldita sea, espero no encontrarme con nadie-. Gruñe para sí

Decide caminar bajo los árboles, ocultándose en la sombra de estos. Se detiene un segundo para observar la acera. Esta se encontraba infestada de gente caminando por todos lados, niños jugando en los jardines y vehículos a toda marcha. Toda la vida seguía su curso, sin embargo, Lucas prefiere mantenerse alejado de todo eso.

Sigue su camino hacia la licorería, cuando en la avenida principal, un anuncio gigante de publicidad, invita a viajar por el mundo arriba de un crucero. Lucas no le presta atención y agacha la cabeza, continuan-do su marcha.

Sus intenciones, no eran salir a disfrutar del mundo, conociendo gente y sonriendo por la vida. Su único deseo es comprar una cerveza, fumar un cigarrillo y pasar el resto de sus días bajo el solitario asilo de su hogar.

A pasos de llegar a su objetivo, una suave e indescifrable fragancia lo hace detenerse de forma repentina. A pesar de buscar una asimilación a ese olor, sus sentidos lo desorien-tan trayéndole un millón de pensamientos a su cabeza, todos ellos de un curioso e inexplicable carácter erótico. Su cuerpo comienza un breve transe, donde su piel fue el principal actor. Cada poro de su cuerpo, se vio implicado en una estática misteriosa, donde afinó los sentidos y le hizo experimentar una serie de orgasmos mentales. Tras quedar hipnotizado por largos instantes, la intensa fra-gancia desaparece a la misma velocidad con la que apareció.

-.Me da una cajetilla de Marlboro rojo y cinco cervezas Blow-. Bal-bucea a un pequeño hombre de una reluciente calva y grandes lentes, tras el mostrador. –Que feo era-. Pensó.

Al salir por la puerta de la licorería, aquella fragancia ya no revolotea-ba misteriosamente en el aire, sin embargo una presencia si la repre-sentaba de cierta forma. Antes de volver a su casa, lentamente bajo la sombra de los árboles, decide volver por algo más.

-.Debería comprar un par más para no volver hasta la noche-. Pensó. Tras esto giró y extendió su brazo hacia la puerta de cristal con el enorme neón de “cerveza 24/7”. La abrió suavemente, como querien-do no parecer entrar, con la intención de no recibir ningún ademán por parte del vendedor, quien tan amablemente lo había atendido.

Su impresión fue grande cuando notó que quien estaba tras la caja registradora no era el petizo sonriente, sino una esbelta mujer de ca-bellos largos y negros y un cuerpo voluptuoso, con finas curvas, bajo unos largos ropajes color merlot.

Su mirada estaba ya posada sobre la puerta, cuando el entró. Unos enormes ojos oscuros, con pestañas igualmente de enormes, obser-vaban cada paso de Lucas por los pasillos. Una leve mueca se dibujo en su cara, mientras deslizaba la punta de su lengua por sobre los labios, intentando humedecer estos. Aquel gesto no pasó inadvertido para Lucas, quien quedó perplejo ante aquella acción.

–Debe ser la cerveza-. Pensó.

-.Quiero estas dos cervezas y un par de raspes, por favor-. Dijo sua-vemente mientras su rostro enrojece por completo.

Tras largos instantes, no recibió respuesta ni gesto alguno por parte de la chica. Esto le hizo levantar la mirada, para encontrarse con que la mujer estaba totalmente inmóvil, con una mirada clavada en Lu-cas. Ahora la mirada no era de atracción, era de conquista.

-. Me puedes dar la cerveza por favor-.Volvió a repetir más sutilmen-te. Sin embargo, otro lapso de tiempo pasó antes que uno de los dos dijera algo.

-. ¿Eres Lucas cierto?-. Susurro la mujer, sin despegar una penetrante mirada de la cara.

-…¿Cómo lo sabes…?-. Responde Lucas.

-.Siempre lo he sabido-. Dice secamente la extraña mujer, mientras sigue humedeciendo sus labios con un vaivén suave y tentador.

Sin saber qué hacer, Lucas cancela con un par de billetes arrugados y sale tan aprisa como le es posible. Aquella situación, está por lejos de ser normal. No queda nada más que huir, ¿Pero de qué huía?

Tras una docena de cuadras a toda prisa y un corazón a punto de estallar, Lucas logra llegar a su casa. Deja las cervezas en el suelo, mientras busca ciegamente sus llaves dentro de su enorme bolsillo.

-.¿Dónde mierda están?... Aquí están, malditas llaves…-. Gruñe consigo mismo.

Con un torpe movimiento, Lucas ubica la llave dentro del cerrojo y lentamente comienza a girarlo, mientras hecha un último vistazo a su alrededor. Algo raro estaba pasando o serán las cervezas.Nada que un enorme vaso repleto de fría y refrescante cerveza no pueda solucionar, pensó. Acto seguido, de un sorbo inmensamente profundo, sin dejar espa-cio alguno para un leve respiro entre sorbo y sorbo, se toma todo el contenido de un vaso mientras hace un fugaz “zapping” por la tele-visión. Noticias, Futbol, Lucha libre, vida salvaje, porno, basura… Nada en la televisión parece satisfacerlo, sólo una burda versión de un clásico de Broadway logra calmar su ansiedad.

Con un ritmo impresionante, la totalidad de la cerveza se ha aca-bado, dando paso a un grotesco estado etílico, con repercusiones catastróficas sobre la alfombra y el sofá. La baba gotea fluidamente sobre su camiseta, mientras un ronquido sale de las catacumbas de su estómago. Lucas está dormido. Un cigarrillo a medio fumar en su mano iz-quierda y el control del televisor en la otra, se deslizan suavemente de sus manos como arrancando de sus sucios dedos, a la vez que el sueño va invadiendo cada rincón de su mente induciéndolo en un trance “eterno”.

“¡Ringgggg, Ringgggg!”-. Suena fuerte el timbre de la puerta.

Con un dolor inmenso sobre su cabeza y unas ojeras repletas de can-sancio, se levanta lenta y destartaladamente de su sofá. Ya está de pie, tan solo tiene que ubicar la puerta y ver quién es.

-.¿Quien mierda será? Espero que no sea ese Puto del cartero, que ya arto me tiene con sus visitas a todas horas.

“¡Ringgggg, Ringgggg, Rinnnggg…!”-. Suena nuevamente el tim-bre, ahora con un pesado sonido agudo y duradero.

-.Ya voy, ya voy… ¿Quién será el maldito?. De seguro será ese car-tero de mierda o la vecina metiche de al lado…-. Refunfuña tosca-mente al lento paso de su caminar hacia la puerta.

Al momento de abrir la pequeña ventanilla, que le permite ver quien lo busca, se detiene a pocos centímetros de la puerta. Su cuerpo se ha detenido nuevamente, dando paso a una escalofriantemente extraña sensación sobre sus hombros.

Sus manos tiemblan sobre el picaporte, como si no debiese abrir. Sus pies le exigen alejarse de la puerta, sin embargo no encuentran movimiento alguno para realizar. Está completamente paralizado.

Abre la puerta poco a poco, como intentando cerrarla a la vez. No quiere abrir, pero aún así lo hace.

Sus ojos destellan y sollozan a la vez, mientras se para firmemente sobre la entrada. Es la chica de la tienda, pálida, inmóvil, silenciosa.

-.”¿Qué…qué haces acá?-. balbucea Lucas.

La chica tan solo lo mira, lo absorbe.

-.¡Dime qué haces acá!. ¿Quién eres y porque sabes de mi? Acaso eres de Impuestos internos o alguna cobradora…-. Sostiene Lucas.

Con un lento y suave caminar, la Chica se acerca más a Lucas. Le ronronea, le danza, le atrae.

Con un movimiento furtivo y certero, la extraña Chica se desliza sobre el cuello grasiento y sudado de Lucas y lo recorre por com-pleto, con la aguda y rojiza punta de su lengua.

Unos labios rojo carmesí, gruesos e imponentes, comienzan a besar la ancha y mal oliente boca de Lucas, junto con rápidos jugueteos entre lenguas.

Lo ha conquistado, completamente. Él ha caído sumiso, entregado ante las inmensas y pecaminosas redes del placer. Su fragancia se ha mesclado con la de ella.

¿Pero qué es lo que sucede? Su mente viaja y se traslada por cada rincón del infinito universo.

Sus sentidos no responden, se han detenido. Él no existe, ni mucho menos esta situación. ¿O sí?

El intenso beso entre ambos, se ha detenido. No existe ya.

-. ¿Acaso no me harás pasar a tu casa?-. Dice impulsivamente la Chica, sin quitar sus enormes y profundos ojos sobre Lucas.

Tras decir eso, calla nuevamente.

-.¿Debería Hacerlo?-. Responde Lucas, mientras esa frenética e in-eludible fragancia le penetra por cada uno de sus poros.

La chica continúa en silencio.

-.Esta bien, pasa. Tan solo no te fijes en el desorden, ni en la sucie-dad o el mal olor. ¿Para qué quieres pasar? Mejor ven otro día. No sé ni quién eres, ni cómo te llamas. Por favor no me mires así. Dime algo, habla. Bueno pasa de una vez, siéntete como en casa- Dice Lucas.

Esta última frase, lo ha definido todo. “Siéntete como en casa…”.

Tras decir superficialmente esto, su vida dió un vuelco por completo.

Sin saber jamás porqué sucedió este ilógico suceso, su vida cambió totalmente. Sin saber siquiera el nombre ni la procedencia ni mucho menos la verdadera identidad de la Chica,

Comenzaron a vivir juntos, a vivir una inexplicable relación; fogosa, extraña, repleta de fetichismos y un descabellado sadomasoquismo, que los une y ramifica como individuos integros de su extraño amor.

No se conocen, no conversan, no se quieren. Lucas está loco por la Chica, se entrega completamente en cuerpo, en sudor y en sangre. Está cautivado a más no poder, por la mirada profunda y oscura de la Chica. Su fragancia es el único oxígeno que Lucas necesita. Él no sabe que sucede, él no sabe nada. Solo se entrega, se funde, desaparece entre los candentes labios de la Chica. Ella tan solo lo desea, lo consume. Ella se apodera de él, se alimenta de su ser.

Lucas ha perdido peso, ya van dos semanas sin comer. Ya no bebe ni consume nada. Ya no pierde su tiempo, tendido en el sofá bebiendo. Ahora no tiene tiempo. No quiere comer, solo quiere a la Chica de los labios rojizos. Solo tiene que alimentarse de ella, beber de su cáliz y nutrirse de sus fluidos.

Lucas ya no quiere comer, no lo necesita más.