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GAJES DEL OFICIO —Vida y milagros de algunos aspectos de mi quehacer literario: Una breve mirada interior— Para el escritor y amigo Ariel Barría Alvarado, quien mucho sabe de estas inquietudes L o único mejor que contar con éxito una buena historia real en un cuento literario es hacerlo con una buena historia totalmente inventa- da. La satisfacción, créanme, se duplica. Entre otras razones porque uno sabe que los logros de la creatividad, por singulares e inauditos, suelen superar en méritos a los de la memoria en lo que atañe a la escritura de una obra que, precisamente por ser literaria, aspira a ser artística. Esto a pesar de que se ha dicho mucho en ciertos círculos que la Realidad supera siempre a la Ficción en fuerza y audacia. Puede ser, tal vez en su propio terreno; pero difícilmente desde el punto de vista del arte. Éste, ilimitado y dúctil, es su propio espejo de verosimilitud, pero también de imprevisibles sorpresas infinitas. Y para muestra un botón. O en mi caso, muchos. La mayor parte de los numerosos cuentos muy breves, breves, medianos y extensos que hasta el momento he escrito -unos 350, inclui- dos los aún inéditos- son por completo imaginarios; es decir, producto de la inventiva. Por lo tanto, no fueron pensados o concebidos primero y redactados después tratando de plasmar ideas y experiencias propias o ajenas, personajes, situaciones o atmósferas que en algún momento tuve en mente, sino creados sobre la marcha siempre, mediante una progresiva asociación de ideas, debido al desarrollo de profundas intuiciones, o bien empujado por impulsos súbitos e indomeñables. Y casi siempre escribo estos cuentos en una sola sentada, de un tirón…, como espero que sean leídos. Por supuesto que en realidad uno no crea de la nada, sino a partir de un arsenal de confusas o claras experiencias o motivaciones que ni uno mismo sabe del todo que existen en nuestro interior. A mi juicio, funda- mentalmente escribo para saber, a veces para percibir lo que nunca antes fui capaz de sentir … Otra característica de mi obra cuentística es que desde las prime- ras incipientes narraciones (unas pocas escritas entre 1960 y 1963) hasta los más recientes (más de 80 cuentos escritos hasta la fecha en 2006) -es decir, en un lapso de 46 años-, he ido creando historias de corte realista 81 Enrique Jaramillo Levi

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GAJES DEL OFICIO

—Vida y milagros de algunos aspectos de mi quehacer literario:

Una breve mirada interior—

Para el escritor y amigo Ariel Barría Alvarado, quien mucho sabe de estas inquietudes

Lo único mejor que contar con éxito una buena historia real en un cuento literario es hacerlo con una buena historia totalmente inventa-

da. La satisfacción, créanme, se duplica. Entre otras razones porque uno sabe que los logros de la creatividad, por singulares e inauditos, suelen superar en méritos a los de la memoria en lo que atañe a la escritura de una obra que, precisamente por ser literaria, aspira a ser artística. Esto a pesar de que se ha dicho mucho en ciertos círculos que la Realidad supera siempre a la Ficción en fuerza y audacia. Puede ser, tal vez en su propio terreno; pero difícilmente desde el punto de vista del arte. Éste, ilimitado y dúctil, es su propio espejo de verosimilitud, pero también de imprevisibles sorpresas infinitas. Y para muestra un botón. O en mi caso, muchos. La mayor parte de los numerosos cuentos muy breves, breves, medianos y extensos que hasta el momento he escrito -unos 350, inclui-dos los aún inéditos- son por completo imaginarios; es decir, producto de la inventiva. Por lo tanto, no fueron pensados o concebidos primero y redactados después tratando de plasmar ideas y experiencias propias o ajenas, personajes, situaciones o atmósferas que en algún momento tuve en mente, sino creados sobre la marcha siempre, mediante una progresiva asociación de ideas, debido al desarrollo de profundas intuiciones, o bien empujado por impulsos súbitos e indomeñables. Y casi siempre escribo estos cuentos en una sola sentada, de un tirón…, como espero que sean leídos. Por supuesto que en realidad uno no crea de la nada, sino a partir de un arsenal de confusas o claras experiencias o motivaciones que ni uno mismo sabe del todo que existen en nuestro interior. A mi juicio, funda-mentalmente escribo para saber, a veces para percibir lo que nunca antes fui capaz de sentir …

Otra característica de mi obra cuentística es que desde las prime-ras incipientes narraciones (unas pocas escritas entre 1960 y 1963) hasta los más recientes (más de 80 cuentos escritos hasta la fecha en 2006) -es decir, en un lapso de 46 años-, he ido creando historias de corte realista

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a la par de historias eminentemente fantásticas, y en ambas modalidades los grandes temas predominantes -no los únicos, por supuesto- han sido de una manera u otra el erotismo, el tiempo y la muerte. Por lo general, la elección de estos temas no ha sido deliberada, sino que surge de una fuer-te necesidad intrínseca que por lo tanto en buena medida es totalmente inconsciente. Sólo después de escrito un cierto número de textos me doy cuenta de esa tendencia o inclinación temática. En todo caso, creo que una investigación seria y exhaustiva en torno a la producción cuentística panameña demostraría que hasta el momento soy el autor nacional que más sostenidamente ha incursionado tanto en la literatura fantástica como en la de corte metaficcional, y uno de los primeros en hacerlo de forma sistemática, en cada uno de sus libros -a menudo ahondando, por cierto, en los tres temas antes mencionados-; por supuesto habría que valorar si con o sin fortuna estética.

Por otra parte, debo manifestar que al escribir cuentos la forma es tan importante para mí como el fondo; es decir, como los contenidos. Me parece que no puede ser de otra manera. Incluso me atrevería a decir que en muchos casos la forma resulta ser lo más importante, en la medida en que los diversos procedimientos o técnicas de expresión empleados -y por tanto la estructura del texto y el estilo mismo- inciden de manera determinante en la historia que pretendo contar. A veces, cómo negarlo, el cuento nace ya con una forma prederminada, o sea que se va contando de cierta manera, una manera que no me es dado controlar, que se me impone, y que me sería difícil cambiar por capricho. Son cuentos -los más- que en buena medida ya nacen cuajados, cristalizados en su esencia anecdótica y en su expresión, lo cual no niega un necesario proceso de gradualidad y de progresión en su desarrollo. En otras ocasiones, no obstante, elijo deliberadamente una forma u otra de contar la historia, y a medida en que avanza su escritura puede ser que vaya haciendo cambios, o que los haga después, una vez terminado el cuento.

En realidad, me parece que no estoy explicando aquí nada nuevo o inusual: a mi juicio, mediante estas dos premisas proceden casi todos los escritores al crear, es natural que así sea. Lo que es mucho menos fre-cuente, me parece, es esa forma de escribir en la que desde hace muchos años me ejercito casi sin remedio, y que consiste, como ya lo he señalado en diversos sitios u oportunidades, en dejarme llevar por una escritura au-tomática -un poco a la manera de los surrealistas con su “cadáver exquisi-to”-, que en más de un sentido se va creando a sí misma sobre la marcha. Es como si el lenguaje, nutriéndose de sí mismo, autogenerándose, pro-

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creara más lenguaje. Pero resulta que las palabras significan, tienen un sentido, proyectan imágenes decidoras y consecuencias.

En un buen número de cuentos de mis libros más recientes –En un instante y otras eternidades (2006), La agonía de la palabra (2006), Gato encerrado (2006), Escrito está (inédito)- así como en algunos de varios de los anteriores -Para más señas (2005) y En un abrir y cerrar de ojos (2002), esta vieja predisposición a escribir sin plan previo, o sea instintivamente o guiado por la intuición y por una serie de impulsos subconscientes (siempre ha sido así, desde que empecé a escribir a los 16 años), se manifiesta en la creación de textos fundamentalmente me-taficcionales. Y esta curiosa forma de escribir, cuyo extrañamiento soy el primero en reconocer, es sin duda el vector que más certeramente me conduce al ejercicio de la llamada metaliteratura, a su frecuentada praxis. En este punto debo aclarar que entiendo por metaficción un tipo de texto narrativo cuyo tema es precisamente la manera de ser o de comportar-se de su propia escritura, o que tiene a un escritor o a un lector como protagonista, o bien cuyo asunto central alude a algún aspecto literario importante o referido de manera principal a determinada modalidad del vasto arte creativo.

Creo no exagerar cuando afirmo con no fingida satisfacción que soy el escritor panameño, y en general del área centroamericana, que para bien o para mal ha producido la mayor cantidad de textos -cuentos, poemas, ensayos– de índole exclusivamente metaliteraria, y uno de los primeros de Panamá en cultivar sostenidamente esta modalidad. Una in-vestigación prolija así lo demostraría. Por supuesto, no hago en torno a la calidad de los textos juicio alguno de valor, ya que eso le toca eventual-mente determinarlo al lector y a los buenos críticos. Sin duda, Rogelio Sinán (1902-1994) fue el primer autor nacional en hacer metaficción pura en la novela, con Plenilunio, de 1947.

En todo caso, para mí la metaficción, como también la metapoesía (ver mis libros más recientes en este género: Conjuros y presagios, de 2001; Echar raíces, de 2003; y Entrar saliendo, de 2006, así como ciertos poemas de los anteriores, incluyendo el primer poemario publicado en 1978: Los atar-deceres de la memoria) –y sin duda cabría añadir también la metaensayística (término muy poco frecuentado por la preceptiva literaria y por los críticos), de cuya naturaleza rebosa, por cierto, el presente ensayo–, son fascinantes territo-rios intelectuales decididamente abiertos también a los procesos de la creación literaria, siempre y cuando se sepa lidiar con ellos con el debido ingenio estéti-co, sin caer en las rigideces de ciertos planteamientos de carácter pesadamente reflexivo y sin que se pretenda dictar recetarios de ningún tipo ni fabricar dog-

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máticos podios ideológicos desde donde ejercer la docencia, la indoctrinación o la simple moraleja de forma abierta o solapada y por tanto tramposa. Una prueba al canto: Mi más reciente poemario publicado, Entrar saliendo, pone de manifiesto esa permanente preocupación por la Palabra como generadora de otras muchas palabras, pero también como la matriz de imágenes que sólo son posibles gracias al poder encantatorio del lenguaje. Así, buena parte de los 171 poemas que integran esa obra hibridizan la reflexión sobre el proceso creativo -más propio de la naturaleza del ensayo- con la necesidad de elaborar metáforas sugestivas capaces de darle su carácter lírico a los textos.

No está de más señalar aquí que de todos los géneros literarios el ensayo es el que, por su naturaleza indagatoria, analítica y reflexiva, más se presta a la interpretación profunda de la experiencia narrativa, poética o ensayística. Por tanto, es mucho más común encontrar que determinados ensayistas escriben sobre estos temas sin que por ello se le denomine me-taensayos a sus textos, que hallar esta inquietud plasmada en sus escritos por los narradores (no olvidemos también a la novela) y por los poetas. Por cierto, también el teatro ha abordado, aunque con poca frecuencia y éxito, esta clase de temas; así, una de las obras metateatrales más señeras en la historia es Seis personajes en busca de autor, del Premio Nobel de Literatura 1934, el italiano Luigi Pirandello (1867-1936). Pero volviendo al ensayo, en todos mis libros ensayísticos hay textos que de una forma u otra abordan algún aspecto de la preceptiva literatura, de sus característi-cas de producción en Panamá o de mi propio quehacer escritural, por lo que resulta que literalmente son de índole metaliteraria: La estética de la esperanza (tomo I, 1993; tomo II, 1995); La mirada en el espejo: el arte de la creación literaria -visión de mundo, razón de vida (1998); Nacer para escribir y otros desafíos (2000); Manos a la obra y otras tenacidades y desmesuras (2004); y Gajes del oficio (2006). Hasta los títulos mismos de todas estas obras denotan la esencia de su naturaleza.

La pregunta obvia es: ¿por qué esta necesidad –verdadera ob-sesión dirán sin duda algunos– de abordar de modo tan conspicuo y fre-cuente el tema literario al hacer literatura? Hasta hace muy poco me he puesto a meditar con detenimiento sobre el tema –una auténtica reflexión doblemente metaliteraria–, en vista de la insistencia con que yo mismo noto que produzco este tipo de textos en varios géneros, pero debido tam-bién al hecho de que últimamente he tenido que preparar conferencias y ponencias para diversos foros a los que he sido invitado, relativas a mi quehacer literario.

Para resumir, he llegado a las siguientes conclusiones: 1) El pro-fesor universitario que con cierta frecuencia imparte cursos de literatura o

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talleres literarios, al igual que el investigador que desde hace más de cua-renta años hay en mí, sumado al crítico empírico, al promotor cultural, al antologista y al editor, han ido determinando mi interés en estos temas, que de ninguna manera puedo desligar de mi cotidiano quehacer como escritor. Todas han llegado a ser con el tiempo caras de la misma moneda, como en un cuadro cubista cuya multipolaridad angular y conceptual no hace más que reflejar una búsqueda experimental de la simultaneidad con que desearíamos percibir y comprender la sinuosa, inasible realidad. 2) Necesito, cada vez más, entender el fenómeno de la creación literaria, sus numerosas aristas y posibilidades, sus dificultades, su volatilidad y opaci-dades, sus verdades contundentes y sin embargo a menudo evasivas … 3) Necesito comprender mi relación personal con la literatura, lo que me ha ofrecido hasta el momento, lo que todavía me puede brindar en materia de satisfacción estética y humana. 4) Quiero, a través de mi comprensión del arte de escribir, tratar de entenderme mejor yo mismo. Porque si uno escribe para ahondar en la experiencia humana, en los problemas de la sociedad, también lo hace para ayudarnos a vivir, a veces incluso sólo para sobrevivir mejor ante los embates del sinsentido y los peligros del abismo exterior y del que no pocas veces tenemos dentro minándonos sin piedad nuestras defensas.

Los otros temas que frecuento desde hace muchos años (mi pri-mer libro de cuentos, Catalepsia, es de 1964) son, como ya lo señalé, el erotismo, el tiempo y la muerte. Poco es lo que tengo que decir sobre mi interés en ellos. Debo confesar que, hasta ahora, tampoco había reflexio-nado gran cosa sobre el asunto, tal vez porque me ha parecido un interés no sólo normal sino de índole universal. Prácticamente todos los grandes escritores del mundo se han interesado también en estos temas, desde siempre. Y no sólo los escritores: todas las artes -sobre todo las artes plás-ticas y la música- han abordado siempre de una forma u otra la naturaleza de lo erótico, del tiempo y de la muerte. Sin duda es parte de la propia naturaleza humana interesarse por temas en los que uno vive inmerso indefectiblemente desde que se nace hasta que se deja de existir.

En mi caso particular, el erotismo, el tiempo y la muerte suelen manifestarse juntos en no pocos de mis cuentos y poemas, como parte de una misma inexorable nuez. Entre otras razones porque así percibo sus manifestaciones. Lo cual no significa, por supuesto, que no puedan ser tratados por separado, de manera específica, como en efecto lo he hecho también en algunos de mis textos. Difícilmente podríamos negar que es-tamos hechos de tiempo, y que también llevamos dentro las semillas den-sas de Eros y de Thanatos. Nuestra relación con el mundo, y en particular

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con los demás, se rige en buena medida por estas coordenadas, por lo que no es de extrañar que el escritor que soy se interese en abordarlos como parte de su quehacer cotidiano.

En el fondo uno jamás escribe sobre lo que no conoce, goza o teme. Así, lo que no sabemos sólo se vuelve expresión creativa en la medida en que hayamos investigado sobre el tema o hayamos vivido ex-periencias que nos permitan entender. Es cierto que en el artista -todo buen escritor lo es- una vívida y desenvuelta imaginación suele suplir con creces lo que la memoria no tiene almacenado porque no hay experien-cias que sustenten la existencia de esa función retenedora. Pero tampoco se puede pedir peras al olmo cuando la ignorancia es crasa. Simplemente no es posible inventar eficazmente a partir de cero. No se crea en el vacío, sino ahondando en las variantes infinitas del conocimiento y la intuición. Pero aun la intuición requiere de un cierto bagaje de experiencias previas para poder operar. O sea que incluso cuando se escribe sobre nuestros temores, es indispensable un conocimiento mínimo del tipo de cosa que se teme, haberlo investigado. Así, sólo la imaginación artística, mezclada con la experiencia a través de la memoria consciente o subconsciente, produce obras literarias dignas de tal nombre. A esto se añade, por su-puesto, el oficio: Sólo se aprende a escribir escribiendo; y leyendo mucho y de todo, habría que añadir.

Mis cuentos y poemas abordan principalmente, es cierto, lo eró-tico, el tiempo y la muerte; pero también, cada vez más, la creación artís-tica. Lo hacen porque no puede ser de otro modo. Son temas que vivo o investigo, sobre los que reflexiono e imagino. ¿Cómo no habría de escri-bir sobre ellos? Aun el tema de la muerte, quizá el que cualitativa y cuan-titativamente más me obsesiona al escribir, y que a Dios gracias todavía no forma parte de mi experiencia “real” (paradójicamente, si así fuera no lo sabría siquiera), insiste cada tanto tiempo, desde los lejanos inicios de mi escritura allá por 1961, en imponérseme. No tengo dudas de que ocu-rre porque su influjo deriva del mismísimo temor a su inexorable arribo. Es mi manera de exorcizarla, de irme curando del susto en salud. El temor también es una presencia, también existe. Pero como tema existe sobre todo plasmada en numerosas obras de arte, y por supuesto en la literatura. En este sentido, mi obra cuentística y poética no es ninguna excepción.

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KLENYA MORALES: NUEVA CUENTISTA PANAMEÑA

I

Escribir cuentos literarios supone – aunque no se tenga conciencia plena de ello – una necesidad de comunicación; de complicidad; de

convertir experiencias, conocimientos e intuiciones personalísimos en palabras cuya secuencia, estilo e intencionalidad se gestan en una singu-lar energía vital que exige ser liberada de inmediato – generalmente de un tirón; es decir, de una sola sentada -, materializándose en un texto autóno-mo y autosuficiente. Pero conforme avanza el tiempo y la experiencia va enriqueciendo el oficio de escribir, la normativa estética exige una mayor perfección, un oficio escritural más depurado. Hasta que las obras que salen de nuestro ser profundo adquieren un grado tal de esmero formal y de contenidos, que pueden ser apreciadas con verdadera admiración y gozo intelectual y humano por críticos y lectores exigentes.

Este es el proceso normal, cumulativo, que le es propio a todo escritor de ficciones breves. En la medida en que su arte logre dominar los requisitos fundamentales del género cuento, habrá entrado por la puerta angosta de la profesionalidad y, acaso, de cierta consagración li-teraria. Así, la concisión, la armonía entre las partes del texto, la unidad de efecto o de impresión de determinadas situaciones, el saber empezar la narración enganchando al lector y terminarla mediante un desenlace apropiado, el desarrollo de un estilo – un lenguaje, una particular estruc-tura, una actitud diferenciada-, la creación de atmósferas y personajes convincentes y verosímiles, entre otras cosas, serán algunos de los recur-sos indispensables que un buen cuentista tendrá que dominar.

Si esto es así – y creo, por mi larga experiencia literaria, que lo es-, ¿ qué podemos esperar de un primer libro de cuentos? Cómo juzgar méritos y posibles defectos es una obra que, tímidamente y a la vez con lógico orgullo, se lanza al mercado? ¿ Debe haber paliativos en el ejerci-cio de la crítica – exigente por naturaleza – por el hecho de que quien se autopublica, con los esfuerzos económicos y de voluntad que una aven-tura como ésta supone, es una joven mujer, chiricana y de nombre hasta ahora desconocido para más señas?

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II

Antes de entrar en la necesaria reflexión que estas preguntas anticipan, considero conveniente esbozar un rápido panorama de la narrativa

de ficción breve panameña que en los últimos 43 años producen algunas talentosas escritoras de nuestros país.

En realidad, para todo efecto práctico, es obligante tomar 1962 como fecha inicial, emblemática casi, de dicha producción, ya que ese año aparece Yesca, primer libro de cuentos de Moravia Ochoa López (1941); una obra señera, personalísima, en la que ya se anuncian los dos elementos que habrían de caracterizar la narrativa de esta importante cuentista y poeta: la introspección lírica y la preocupación social. Las décadas de los sesentas y setentas tendrían como portaestandartes de la cuentística femenina nacional a esta autora y a Bertalicia Peralta (1940), también poeta destacada, quienes con inquietudes humanas y literarias afines pero diferentes en el estilo, con otras obras habrían de conquistar un sitio especial en la literatura nacional. En efecto, libros de cuentos como El espejo (1968), Juan Garzón se va a la guerra (1992), En la trampa y otras versiones inéditas (1997) y Las esferas del viaje (2005), le dan a Ochoa López un sitial relevante en la historia del cuento feme-nino en Panamá. A su vez, obras como Largo increscendo (1967), Bar-carola y otras fantasías incorregibles (1973) y Puros cuentos (1998) permiten ponderar los méritos narrativos de Bertalicia Peralta. En ambas priva la sensibilidad, la imaginación y el dominio de su oficio. Otras autoras que publican interesantes libros de cuentos en los setentas son : Julia del C. Regales (1953), con El que tenga ojos... (1975) y Bessy Reyna (1942) con Ab ovo (1977).

Posteriormente habrían de aparecer en esta década otras tres escritoras que se inician tarde en sus vidas en la literatura nacional, pero con obras sobresalientes: Rosa María Brittón (1936), Beatriz Valdés (1940) e Isis Tejeira (1936). Cada quien desde su muy personal mirador virtual y con estilos muy particulares, pone su grano de significativa are-na en la amplia playa de las letras panameñas; Britton publica: ¿Quién inventó el mambo (1986) La muerte tiene dos caras (1987); Semana de la mujer y otras calamidades (2000); y La nariz invisible y otros mis-terios (2000); Valdés tiene dos libros de cuentos: Nada personal (1992) y La estrategia del escorpión (1997); y Tejeira ha dado a conocer una colección de cuentos, Está linda la mar... y otros cuentos (1991) y un cuento largo, El impostor (1999).

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En los ochentas aparecen: Griselda López (1938), con Piel aden-tro (1986) y Sueño recurrente (1989) y Giovanna Benedetti (1949), con La lluvia sobre el fuego (1982).

Gloria Guardia (1940) llega tardíamente a la cuentística nacional en los noventas con Cartas apócrifas (1997) y La carta (1997). También aparecen en esta década Katia del C. Malo (1961), con Cruz alta / Cruz baja (1997); Consuelo Tomás F. (1957), con Cuentos rotos (1991) e Inau-guración de La Fe (1995); y Aida Judith González Castrellón (1962), con Pájaro sin alas y otros cuentos (1999) y Espejismos (2000).

A partir de 2000 se da a conocer una pléyada de cuentistas nue-vas de talento: Digna R. Valderrama (1964), con Planeta Venus (2000), Melanie Taylor (1972), con Tiempos acuáticos (2000); Yolanda J. Hac-kshaw M. (1958), con Corazones en la pared (2000) y Las trampas de la escritura (2000); Amparo Márquez (seudónimo de Delia Cortés; 1948) con Vivir del cuento (2001); Marisín Villalaz de Arias (1930), con Mon-dongos para el Señor Obispo y otros relatos (2002); Marisín González (1931), con Aries al ponerse el sol (2003); Érika Harris (1963), con La voz en la mano (2003); Marisín Reina (1971), con Dejarse ir (2003); Lu-pita Quirós Athanasiadis (1950), con Si te contara… (2004); y Francys de Skogsberg (1954), con De fantasmas y otras realidades (2004).

Tres nuevas cuentistas, de muy diversas edades: Annabel Migue-lena (1984), con Punto Final (2005), Isabel Herrera de Taylor (1944), con La mujer en el jardín y otras impredecibles mujeres (2005); y Gloria Melanie Rodríguez Molina (1981), con Cartas al editor (2006).

Salvo las tres últimas escritoras, todas las demás aparecen an-tologadas en mi compilación titulada: Flor y nata (Mujeres cuentistas de Panamá), publicada a fines de 2004 por Editora Géminis. Ese libro también incluye a autoras que todavía no publican libros, así como a es-critoras de cuentos infantiles. Para entonces, K.M. Morales no aparecía aún en el panorama de las letras nacionales, al menos no con rotundas señas de identidad.

III

Es entonces en este tejido variado y complejo, sobre todo si entende-mos que necesariamente las mujeres cuentistas de Panamá son parte

de un diseño más amplio que incluye a un importante y creciente número de cuentistas varones, en donde se inserta K.M. Morales (1975) – Klen-ya, para sus amigos y familiares – con su primera colección de cuentos:

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Demencia temporal; que aunque fechado en 2004, apenas se presenta al público lector ahora en abril de 2005. Un libro que, a mi juicio, ya presen-ta esas “rotundas señas de identidad” a las que aludía antes, y que no son más que el sello particular de un estilo, de una visión de mundo, de una intencionalidad narrativa y, por supuesto, de un oficio. Veamos...

Este libro contiene 11 cuentos, los cuales oscilan en extensión desde uno de una sola página – “Rush hour” –hasta un texto largo de 42 páginas - “ La historia de Danielita Trejos”–, subdividido en seis segmen-tos que aunque tienen su propia autonomía se inscriben perfectamente en la narración mayor; visto así este cuento, se trata probablemente del más extenso de la literatura panameña, desbancando así uno mío que ocupaba ese sitial (me refiero a “El inédito”, de 30 páginas, que forma parte del libro Caracol y otros cuentos (2002).

En una especie de mini – prólogo al libro, la poeta Virginia Fá-brega señala: “Las narraciones que aquí se recogen abordan con fluidez y un estilo ya propio, una diversidad de temas que atrapan al lector en las primeras líneas. La economía de lenguaje, el dominio del idioma, los planteamientos existenciales, el tema del viaje en el tiempo y un ojo avi-zor a la interioridad de los personajes, así como el entorno de los mismos, son ases bajo la manga de esta novel narradora”. Concuerdo 100% con la prologuista, quien ha sabido sintetizar algunas de las virtudes específicas de Demencia temporal. Pero evidentemente, un análisis más a fondo de la obra debe poner de manifiesto no sólo el contexto en que estos cuen-tos se perfilan y adquieren identidad, sino la manera en que estos méritos literarios consiguen encarnar en los textos. No de otra manera podremos entender por qué K.M. Morales ha entrado con excelente pie, pisando firme y segura de su talento, en este amplio tapiz de la cuentística pana-meña que sigue enriqueciendo día a día su diseño.

En primer lugar, la autora sabe empezar una historia, enganchar al lector, mantener su interés hasta el final. “El hombre que odiaba a las mujeres”, primer cuento del libro, dice en su párrafo inicial:

“Roberto odiaba a las mujeres. Esto no significa que no saliera con ellas o que no le gustaran físicamente. Roberto simplemente odiaba la mente de las mujeres. A pesar de ello siempre se le podía ver muy bien acompañado. Era uno de esos tipos cuyos affaire eran vox populi Cada vez que salía con una chica, cada detalle de sus experiencias, modifica-das y exageradas, se hacían del domino público”.

Sin duda queremos saber más sobre este don Juan tropical, sobre este machista que pese a sus desplantes tiene a sus pies a las mujeres. El punto de vista narrativo, si bien filtrado por el narrador omnisciente, es el

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de Eva, novia de Gerardo, el mejor amigo de Roberto. Ella vive angustia-da por las humillaciones a que siente son sometidas las mujeres por éste. Y decide darle una lección. Para ello fragua un plan, y este plan, lógica-mente, tiene consecuencias imprevisibles... O tal vez no tan imprevisibles después de todo. Narrado por segmentos, con diálogos intercalados y cierta dosis de humor, este cuento goza de una admirable frescura, y está bien tramado. Su final, como casi todos los del libro, puede considerarse abierto. Si bien el cuento claramente termina, bien podría seguir. Esto no es una virtud ni un defecto de la estructura ni del argumento, sino sim-plemente la manera que tiene la autora de concebir sus historias.

Por otra parte, “Nido vacío” es un cuento que fluye; comienza enfocando la vida cotidiana de una ama de casa un sábado en que se encuentra sola, desde el punto de vista de ella, pero en tercera persona gramatical, y termina de la misma manera, sólo que ya no está sola: la hija ha regresado a casa tras fracasar en la gran ciudad, y busca adaptarse a su situación familiar de antes. En el interior de la historia se nos entre-gan las reflexiones de esa hija a través de un extenso monólogo, también filtrado indirectamente por el narrador omnisciente, sin que lo que se comenta decaiga ni un momento. En este sentido, es sorprendente cómo la autora no necesita poner en primera persona las diversas narraciones; es decir, en boca de quienes hacen el recuento de sus vidas pequeñas y algo grises, para que estos discursos resulten efectivos. También en este cuento tenemos un final abierto, sencillo, sin estridencias, uno de esos finales que bien podrían continuar indefinidamente, con nuevas formas de conformidad y resignación, como a menudo ocurre en la vida misma, esa con la que muchos lectores sin duda podrán identificarse.

“Nikita” es un cuento breve, intenso, tierno, que se basa en la des-cripción minuciosa de sitios y sentimientos nacidos ante la vista de la pobreza en un ámbito marginal. Aquí todo gira en torno al poder de observación de la protagonista y sus reacciones ante un mundo de miseria que le es ajeno, y al cual llega en compañía de su novio, con quien tiene grandes incompatibi-lidades sociales e ideológicas. Narrado también en tercera persona desde la perspectiva de ella, denota la fina sensibilidad humana de la autora.

“El libro verde” es una fantasía hecha realidad a través de la magia de un libro antiguo, del Renacimiento italiano, cuyas páginas co-munican un mensaje intelectual y hondamente humano a la protagonista, quien continúa la historia en su mente como si ésta fuera el sitio del encuentro metafísico que ella vive como real con el autor de aquella obra encontrada al azar en una biblioteca pública, como si la historia hubiera estado esperando toda la vida sólo por ella, pues no ha tenido antes otro

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lector. Si bien la técnica de contar es la misma, en esta historia la ima-ginación se torna protagonista y nos devuelve ese hálito romántico que todos llevamos preso en el alma, aunque pretendamos negarlo.

“2045” no es, a mi juicio, un cuento, y por tanto en su forma ac-tual no debió incluirse en el libro. Su ambiente de anticipación de lo que será la vida dentro de sólo cuarenta años está bien descrito. Pero no hay conflicto alguno, no hay una historia que se desarrolle y su protagonista femenina es un ser estático, sin problemas y sin emociones con las que el texto pueda trabajar. Lamentablemente, es la pequeña mancha en el con-junto, por no tener dialéctica. Sin embargo, reescribiéndolo, o quizá con simplemente colocar al personaje en una situación de angustia o de con-frontación a partir de donde ahora termina el texto, podría imprimírsele un desarrollo y un desenlace interesantes. Esto es algo que la autora debe considerar seriamente para cualquier reedición de Demencia temporal.

“Al otro lado del espejo” también es un cuento futurista, pero fun-ciona. Aquí sí hay una trama, aunque sutil y de lento desarrollo. Ante el cuerpo moribundo de su abuela, la protagonista se plantea las disyuntivas que ella habrá de tener de ahora en adelante bajo las rígidas normas del Gobierno Central Mundial que rige el planeta desde hace setenta años. Ha preservado en su ser profundo los sentimientos, las emociones y el idioma original de su antiguo país, inculcados en secreto por la abuela que la crió, y ahora se dispone a transmitirlos, a su vez, al hijo que lleva en las entrañas. El idioma universal único vigente, creado como una manera de ir borrando fronteras y diferencias culturales que en el pasado procuraron odio y guerras, no impedirá que esta mujer preserve , como lo hizo con ella su abuela, la herencia espiritual cuya parte positiva también había sido condenada, por decreto, a desaparecer de la faz de la tierra. También este cuento está narrado, como los anteriores, en tercera persona gramatical, pero desde la óptica de la protagonista.

“En torno al girasol” es el único cuento del libro narrado di-rectamente por la protagonista, sin el filtro de una voz omnisciente. El girasol del título es un cuadro extraño en el apartamento de soltero que tiene en el Casco Viejo un amigo de la narradora, y que es el sitio en el que se reúne una vez al mes un grupo de amigos. Todo el cuento gira en torno al tema del dejá vú, esa sensación que a veces se tiene de que he-mos vivido antes una cierta experiencia o hemos estado en determinado sitio, cuando en realidad es la primera vez. A través del diálogo se da una larga discusión al respecto entre amigos, esbozando diversas teo-rías para explicar el fenómeno, propiciada por el anfitrión. La principal explicación a la que finalmente se llega en la reunión, es que los dejá vú

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sugieren que hemos tenido vidas anteriores, de las que sólo recordamos parcialmente ciertas experiencias. Según propone la narradora, basán-dose supuestamente en su propia experiencia de los últimos cinco años después de aquella tertulia en casa de su amigo, “al descubrir el secreto” las cosas cambian y todo es “distinto de allí en adelante”. Y esto trae por consecuencia que nuestra vida no coincida más con las vidas pasadas, y por tanto no es posible recordar nada de lo ocurrido en ellas. Se trata, entonces, evidentemente, de un cuento más bien intelectual, incluso me-tafísico, en su contenido.

“Rush hour” es un minicuento perfecto: bien narrado, con un estilo sobrio cuyo foco se alterna entre un personaje innominado y otro – él y ella – que se encuentran fortuitamente en la calle, hacen contacto visual, sienten una mutua atracción, imaginan cómo sería tener al otro en su vida como pareja, no hacen nada al respecto, y dejan ir el momento y la oportunidad al seguir cada quien su camino.

En “Atrapada”, la autora se plantea el tema de la importancia de saber tomar decisiones, de cuando se toma la decisión equivocada y se ansía tener una segunda oportunidad, de que “las equivocaciones de la gente deberían poder borrarse” y del desencanto de saber finalmente que “el tiempo no vuelve hacia atrás”. También está el tema del viaje en el tiempo, que directa o subliminalmente recorre varios de los cuentos del libro, y el del terror que se siente al despertar en otro sitio (si bien conocido) y en un cuerpo de una época anterior a la del presente. Pero en resumidas cuentas, la protagonista – narradora en primera persona gra-matical – llega a la conclusión de que ha retrocedido algunos años en su reloj biológico y esto le causa gran ansiedad. “¡Estoy atrapada, en mi pro-pio pasado!”, dice. Teme no actuar bien en esta oportunidad y arruinar su presente; es decir, su futuro, y todo gira en torno a su amor por Diego, a quien no quiere perder. Este cuento tiene en realidad tres segmentos o partes: la primera plantea, a manera de inquietudes del personaje, los temas antes esbozados; la segunda, -que tiene un título “Perdida”-, sitúa a la protagonista en sus años de universitaria como si viviera un presente, pero con conciencia plena del futuro que ya ha vivido diez años después. Ella sabe que debe cambiar ciertas cosas, pero no todas, de ese futuro para que su relación con Diego sobreviva en las mejores circunstancias posibles. Cómo no fallar, cómo hacer bien las cosas sin conocer realmen-te las reglas de este juego imprevisto del que ahora forma parte, es su principal angustia en este segmento. Sin duda conocer lo que habrá de suceder puede ayudarla a modificar lo que ya sabe que hizo mal, sobre todo en su entonces incipiente relación con Diego... Pero entonces se da

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cuenta de que, justamente, cambiar cualquier detalle puede significar no llegar de la misma manera a la relación que diez años más tarde tendrá con su amado; “si cambio algún detalle – piensa – quizá podrían suceder millones de cosas que nunca sucedieron”. Ella entiende entonces que “una primera y única oportunidad es suficiente para dibujar nuestros ca-minos. La primera vez todos hacemos lo mejor que podamos”. Y deja ir la oportunidad de cambiar las cosas, pues en realidad no hay cómo saber si es posible cambiarlas para mejorar, para bien. Termina haciendo las mismas cosas por segunda vez; es decir, en el plano temporal en que ahora está.

El tercer segmento, de sólo dos párrafos, titulado “La realidad”, vuelve a situar a la protagonista en su presente del año 2005. Dice que Diego recuerda el momento en que empezaron a ser amigos, pero ella no: la escena única que ella vivió de otra manera en el segmento anterior, cuando precisamente le pide a él que no olvide ese momento aunque no entienda su comportamiento extraño al irlo a ver a su casa y luego de no hacer nada pedirle que la lleve de regreso a la suya y luego a la estación de buses porque se va de vacaciones de verano. Lo interesante es que Diego, quien se va becado a estudiar a Barcelona mientras ella decide esperarlo, le dice que ella escribió un cuento, “una fantasía acerca de nosotros y de cómo empezó todo... Dice que el cuento habla del viaje en el tiempo y toda la cosa, pero por alguna razón no quiere mostrarme el texto. Quizá surgió en otro plano de existencia que él confunde con nuestro presente. Quizá en un universo paralelo en donde algo tan ficticio como el viaje en el tiempo pueda existir”. Y termina señalando: “Todos sabemos que las cosas suceden una vez”, con lo cual la autora no sólo nos hace un guiño travieso, sino que en la práctica ha incursionado por primera vez en una suerte de literatura metaficcional – literatura que alude a sí misma o que reflexiona sobre su gestación.

Es así que Klenya Morales demuestra gran maestría, sensibili-dad e inteligencia como escritora, pues ha logrado crear un cuento lúdico que oscila entre la ciencia ficción, la fantasía y la literatura confesional, sin entrar en tecnicismos ni rebuscamientos semánticos e intelectuales que sólo entorpecerían su recepción en lectores no especializados, que son la mayoría.

“La historia de Danielita Trejos”, cuento extenso subdivido, como se dijo al principio, en seis historias con títulos propios, es una fascinan-te saga familiar que empieza con la vida de Caira Serrano – “chiquilla de piernas largas, piel aceitunada y enredados cabellos negros, con un ojo del color de la miel y el otro negro como el café sin leche” – y termina en

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Danielita Trejos, quien le da nombre al relato, a la edad de noventaicinco años, 42 páginas más tarde.

Tanto las situaciones inexplicables que van marcando el destino de los personajes, al igual que la magia que en otros casos la provoca me-diante los poderes innatos de cada quien, van marcando el desarrollo de estas historias como un lento sortilegio colectivo. Narrado poéticamente y dando por sentado que lo esotérico juega un papel inexorable en la vida de los personajes, este cuento reafirma el control que tiene la autora sobre las secuencias anecdóticas que va creando con palabras certeras y recursos narrativos eficaces.

Varios ejemplos de cómo narra Klenya Morales en “La historia de Danielita Trejos”, a veces de forma realista aunque elíptica, otras de manera metafórica pero real, siempre inmersa en el halo de misterio que el cuento exige:

“Entre otros muchos secretos, Danielita decidió que su vida se-ría perfecta. Decidió no equivocarse y avanzar sólo por las sendas co-rrectas, pero la vida le fue saliendo muy diferente a como ella tramaba. “Los errores se pagan” le había dicho alguien; en su temor de no seguir cometiéndolos, ella los había multiplicado geométricamente. Llegaban solos, y la enseñaron a vivir a la fuerza”.

En una escena muy anterior, referida a la niñez de Caira, perso-naje – matriz del cuento todo, se narra la misteriosa aparición de Mariana Esperanza, abuela de Danielita Trejos:

“Poco a poco, de la mano de los fantasmas, las velas y los san-tos, la niña fue aprendiendo a ganarse la vida. Una noche salió rumbo al cementerio con su libro de embrujos y sus magias a medio aprender, a pedirle a las estrellas y a los espíritus que le enviaran un gran amor que calmara su soledad. Ya estaba cansada de hablar con las hormigas y con los fantasmas. En respuesta a su súplica una estrella fugaz se desprendió de los cielos y al pasar frente a sus ojos hizo estremecer la tierra, llenan-do el entorno de una luz blanquecina y un aroma a gardenias y jazmín.

El llanto de un niño recién nacido le desgarró el alma. Corrió hacia el lugar de donde provenía y, al pie de una tumba solitaria, bajo el árbol grande del cementerio, se encontró una bebita de acaso dos días. Caira la apretó con todas sus fuerzas contra su pecho y prometió en ese momento – al cielo que se la había regalado – cuidarla siempre”

La descripción de una escena como la siguiente es poesía pura:“Detrás de las siluetas azules de los cerros que abrazaban el valle,

el sol perezoso comenzaba a tragarse una a una las blancas estrellas que aún brillaban sobre los techos rojos de las monótonas casitas esparcidas

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sobre la villa. Sobre las hojas de los árboles y la hierba titilaba el rocío. Los grillos y los pájaros hacían coro al nuevo sol, mientras que en las humildes casas las luces se encendían y el humo de las chimeneas ondulaba hacia el cielo anaranjado, obedeciendo el capricho de la brisa del mar.”

La búsqueda que emprende Danielita de sus raíces le permite ir atando cabos, pero también al lector. Hay una magia de presentimientos, coincidencias y respuestas en todo lo que encuentra al volver al pueblo de sus antepasados. Lo sobrenatural fluye naturalmente a su paso resol-viéndole gradualmente la mayor parte de los secretos, ofreciéndole expli-caciones que pueden ser descifradas pese a su hermetismo. Lo esotérico despeja sus enigmas. Danielita se entrega a la magia. “A veces - dice el narrador omnisciente – uno sólo puede dejarse llevar”.

La metafísica que impregna esta historia termina siendo una clave de “la sinfonía del universo”, esa que al final del cuento, en una escena bellísima y perfectamente lograda, a Danielita le es revelada por voces que le hablan al pié de la lápida en donde muchos años atrás su abuela Maria-na Esperanza fue hallada por la bruja Caira; voces que en respuesta a la pregunta “-¿ Y quiénes son ustedes”?, responden: “-Estrellas, Danielita. Pedazos de cielo. Piezas del universo. Átomos de la Creación”. Después vendrá una suerte de viaje astral:

“Como en sus sueños, Danielita se siente desconectada de su cuerpo y transportada a otro plano de existencia. Era un espíritu que volaba.” Lo que sigue es la visión acelerada, entre real y simbólica, de la vida de Caira y su abuela Mariana Esperanza, quien vino de las estrellas. Entiende al fin que ésta fue despojada de sus sueños por el odio silencio-so de Caira, porque “tras la lectura de las cartas, el aura de su abuela iba perdiendo brillo y se tornaba oscura y pesada. Pudo sentir la opresión de los días siguientes y el insomnio de Mariana. Sintió en su piel el sudor de la piel de ésta, los olores de su almohada de retazos. Luego sintió la soledad y la resignación de su vida con el abuelo Gandolfo. Su abuela ha-bía venido de las estrellas y la envidia había bastando para hacerla creer que no merecía el amor”.

Danielita es antropóloga, y “su entrenamiento científico le impedía aceptar lo ocurrido o cualquier cosa ilógica – dice el narrador al final de esa escena. Pero el corazón estaba convencido por la revelación”.

La última escena del cuento demuestra que la vieja maldición de Caira, a quien Mariana Esperanza le birla al amante al dejarse seducir por éste para al final no ser feliz, se ha roto. Danielita tiene una vida propia, una familia numerosa, un amor que se sostiene a sus noventa y cinco años. “Danielita ya no busca las razones por las que vino al mun-

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do” – señala el narrador -. Ni falta que le hace, añado yo, deslumbrado por la coherencia interna que puede tener la fantasía cuando ésta se nutre de la adecuada combinación de elementos reales, principios filosóficos, creatividad y oficio, en manos de una escritora talentosa como Klenya Morales.

“Kineton”, el cuento que cierra el libro, tiene como tema central la telekinesia, o habilidad de mover objetos con la mente. La trama trata de un viaje a Grecia que realizan una joven, que está por casarse, y un pintor que necesita estar un tiempo con ella para conocerla un poco a fin de hacerle un retrato a solicitud de la abuela rica de ella. El final no es claro, comporta cierta ambigüedad que parece ser deliberado. La boda no se realiza, el cuadro queda perfecto, y uno no puede más que suponer que la chica y el pintor que supuestamente era gay tuvieron una aventura que cambió la vida de ella. Tal vez sea este el cuento menos logrado – aparte del texto antes aludido, “2005” que, a mi entender, no es un cuento –; pero esta impresión podría ser, en este caso, cuestión de gustos.

En resumen: estamos ante una nueva escritora panameña de grandes dotes literarios a sus 30 años de edad. Su primer libro, Demen-cia temporal, así lo demuestra, fehacientemente. Esta obra tiene algunos defectos menores, sí: pequeños gazapos o descuidos editoriales, ocasio-nales palabras repetidas o términos que evidentemente salen sobrando en determinados contextos; algún final abierto que podría haber quedado mejor si el desenlace hubiera sido más cerrado y contundente; acaso un cierto abuso de la técnica narrativa que consiste en contar la historia en tercera persona gramatical mediante un narrador omnisciente que sin embargo elige la perspectiva o visión de mundo del personaje cuya histo-ria se relata; y finalmente, el haber elegido en todos los casos a mujeres como protagonistas, focos o ejes desde los cuales contar sus peripecias. Pero en realidad se trata más de cuestiones de naturaleza técnica, y en algunos casos hasta de gusto personal, que verdaderos escollos. En todo caso, cosas que la experiencia y futuras lecturas atentas remediarán fácilmente. Pocas personas que no sean críticos literarios o experimen-tados escritores las notarían.

Si en varios cuentos las protagonistas parecen tener gustos y costumbres que se adivinan similares a los de la autora – el más notorio acaso sea la gran afición declarada por éstas por la lectura-, tal tenden-cia es más que natural en un primer libro de cuentos. Lo que importa y es preciso destacar sin ambages es el impresionante talento creativo de Klenya Morales.

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Se trata, sin duda, de un don; de cualidades innatas: Sabe con-tar de forma amena historias interesantes, y lo hace con procedimientos literarios adecuados y que domina. Esto es lo principal, lo que sólo un verdadero escritor o escritora es capaz de lograr en un primer libro. Es bastante.

Acepté el honor de presentar esta obra no por que Klenya, sin conocerme personalmente, me llamó desde David un día y me lo pidió; sino porque después de leer el libro – condición lógica que puse para to-mar la decisión – supe de inmediato que la literatura nacional añadía un nombre a su ya amplia y variada bibliografía, y sobre todo una obra.

Puedes sentirte orgullosa, Klenya, pero no completamente satis-fecha aún. Sólo cuando publiques un segundo libro, tan bueno o mejor que éste, podrás saber con certeza absoluta que ya no hay marcha atrás; que lo tuyo, lo entrañable y permanentemente tuyo – además de ser abo-gada y profesora universitaria y quién sabe cuántas meritorias cosas más – es la Literatura. Sabrás que ser escritora no sólo es una honda responsa-bilidad, sino además, y sobre todo, un privilegio y un destino.

Panamá, 10 de abril de 2005

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LA BUENA NUEVA DE “CENIZAS DE ÁNGEL”,

DE ROBERTO PÉREZ-FRANCO

I

He procurado sostener en diversos foros que la literatura panameña ha mantenido su punta de lanza, de manera permanente, en la calidad y

cantidad de buenos cuentistas surgidos desde que Darío Herrera publica en 1903 el primer libro de cuentos de autor nacional: Horas lejanas. Y este singular fenómeno –totalmente demostrable- se mantiene hasta la fecha. Incluso ahora más que nunca.

En la década de los ochentas del siglo pasado se dan a conocer en Panamá cuentistas que enriquecieron el quehacer literario del país con obras sobresalientes. Menciono a algunos: Félix Armando Quirós Tejei-ra, Rogelio Guerra Ávila, Allen Patiño, Giovanna Benedetti, Raúl Leis, Consuelo Tomás, Claudio De Castro, Rey Barría, Juan Antonio Gómez, Víctor Rodríguez Sagel, Herasto Reyes (prematuramente desaparecidos estos dos últimos)... Y en los noventas, aparecen cuentistas como Beatriz Valdés, Rafael Ruiloba, Isis Tejeira, Bolívar Aparicio, Antonio Paredes Villegas, David Róbinson, Ramón Fonseca Mora, Aida Judith Gonzá-lez Castrellón, Cáncer Ortega Santizo, Katia del C. Malo, Oscar Isaac Muñoz, Pedro Luis Prados, Carlos Oriel Wynter Melo, Melanie Taylor, José Luis Rodríguez Pittí y Roberto Pérez-Franco, entre otros. En la dé-cada del 2000, se dan a conocer como cuentistas Ariel Barría Alvarado, Yolanda Hackshaw, Leadimiro González, Francisco Berguido, Digna Valderrama, Rafael Alexis Álvarez, Carlos Fong, Erika Harris, Eduardo Soto, Marisín Reina, Jorge Thomas (seudónimo de Juan David Morgan), Francys de Skogsberg, Mauro Zúñiga Araúz, Marisín González, Héctor Collado, Klenya Morales, Lupita Quirós Athanasiadis, Isabel Herrera de Taylor, Annabel Miguelena y Gloria Melania Rodríguez (la más reciente), entre otros. Una verdadera pléyade. Todos talentosos, pletóricos de fe en la literatura, dispuestos a emprender el desafío de continuar escribiendo.

Es interesante constatar que en cada una de estas décadas –por mencionar una forma de medición- aparecen cuentistas de muy diversas edades y profesiones, y que cada vez es mayor el número de mujeres entre quienes publican buenos libros de cuentos (todos los creadores alu-didos han publicado hasta la fecha al menos un libro de cuentos). Por

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ejemplo, los nuevos narradores de mayor edad son Manuelita Alemán (Madelag, 1920), quien en 2003 publica Los cuentos de Madelag y en 2005, Rombos; y Eudoro Silvera (1916), quien publica Cuentos en pri-mer persona singular en 2004. Y las dos más jóvenes son: Annabel Mi-guelena (1984), con su libro Punto final (2005) y Gloria Melania Ro-dríguez Molina (1981), con su recién estrenado libro Cartas al editor (2006). Y pronto verá la luz el libro Soñar despiertos (2006), un volumen colectivo de cuentos y poemas de un grupo de nuevos autores de diversas edades, egresados del Diplomado en Creación Literaria 2004 impartido por la U.T.P. Además, todo parece indicar que a principios de 2007 segui-rá otro volumen colectivo, esta vez con materiales de la mayoría de los egresados del Diplomado en Creación Literaria 2006, en el que el cuento ocupará un sitio de privilegio. Por supuesto, todas estas son voces nuevas que se suman a la efervescencia narrativa ya existente.

Es importante acotar que, de manera simultánea a todo lo anterior, no hemos dejado de escribir y de publicar libros de cuentos –y de otros géneros- muchos escritores de mayor trayectoria literaria y edad, cada quien a su ritmo y con sus características propias: Justo Arroyo, Ernesto Endara, Pedro Rivera, Álvaro Menéndez Franco, Moravia Ochoa López, Rosa María Britton y Enrique Jaramillo Levi, entre otros. Por otra parte, debo apuntar que desde hace muchos años nos deben nuevos libros de cuentos escritores importantes como Bertalicia Peralta, Enrique Chuez, Dimas Lidio Pitty, Griselda López y Roberto Luzcando, entre otros.

Lamentablemente, la mayor parte de estos nombres, de consi-derable valía literaria, muy poco o nada dicen a la mayor parte de los integrantes de la sociedad panameña, incluso a nuestra todavía reducida comunidad de lectores. Su talento narrativo permanece desconocido, ig-norado, pese a su significativo aporte a la bibliografía nacional. La pési-ma circulación de los libros, su exigua promoción, la casi nula existencia de investigadores y críticos profesionales que sostenidamente rescaten y valoren los méritos de quienes publican con enorme esfuerzo y tenacidad, así como el poco interés que en Panamá suelen despertar las obras cuyos contenidos apelan a la inteligencia y a la sensibilidad y no al facilismo simplón, son las principales causas de esta brecha enorme que hay entre la producción literaria y su debida recepción.

Y sin embargo, se mueve –dijo Galileo poco después de ser obli-gado por sus inquisidores a retractarse en torno a su afirmación de que eran la tierra y los demás planetas de nuestra galaxia los que giran alre-dedor del sol, y no al revés. Es decir, pese a los problemas de valoración, difusión y venta de los libros, se sigue produciendo en Panamá un cre-

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ciente y diferenciado entretejido de obras literarias y autores –también en poesía y novela, aunque bastante menos que en cuento- auge este que debe ser celebrado y alentado. Justamente esto hace, con entusiasmo y continuidad, la Universidad Tecnológica de Panamá. Como ninguna otra institución ni empresa en el país hasta el momento, aquí publicamos, mo-destamente, libros que tienen todos los méritos que debe tener una obra literaria para darse a conocer: un promedio de 12 al año. Este fenómeno singular, lamentablemente, no ha sido reseñado por los medios, prestos siempre a destacar como noticia lo negativo. No ha recibido el apoyo de la inmensa mayoría de los profesores de Español de secundaria y uni-versidad, quienes bien pudieran poner en contacto a sus alumnos con la nueva producción literaria nacional, en lugar de quedarse cómodamente anquilosados en los viejos textos seculares. ¡Mundo de paradojas y con-trastes el que vivimos o nos vive!

II

Dentro de este contexto aparece el libro Cenizas de ángel –Premio Nacional de Cuento “José María Sánchez” 2005- (certamen, por

cierto, auspiciado por la U.T.P. y que en su actual convocatoria entra ya a su décima primera versión), libro que acaba de ser publicado por esta Universidad en su Colección “Cuadernos Marginales”, y que esta noche nos convoca. Libro, por cierto, escrito por uno de los más talentosos au-tores de las recientes generaciones.

Roberto Pérez-Franco nace en 1976, en Chitré. Ingeniero Elec-tromecánico egresado de la Universidad Tecnológica de Panamá, tiene una Maestría en Logística por el prestigioso Inastituto Tecnológico de Massachusetts, y está por ingresar en unos días al Doctorado en Estrategia Logística de la misma institución. Miembro de la Asociación Universal de Esperanto, del Círculo de Escritores de Azuero y de la Asociación de Escritores de Panamá, es a mi juicio uno de los más versátiles escritores panameños de los últimos 20 años. Entre sus aficiones se encuentran la astronomía, la pintura, la fotografía, la música, los petroglifos y el ajedrez. Ha participado en las danzas de Corpus Christi en la Villa de los Santos. Es autor de cuatro libros de cuentos: Cuando florece el macano (1993), Confesiones de un cautiverio (1996), Cierra tus ojos (2000) –también publicado por la U.T.P.- y ahora Cenizas de ángel (2006). Es oportuno decir aquí que su cuento “Vida”, que pertenece a su penúltimo libro, se ha convertido en una especie de “clásico” de las nuevas generaciones

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debido a su intensa vivencia humana, narrada dentro de una estructura tradicional impecable y mediante el uso de un lenguaje sencillo y de gran precisión, desde el punto de vista de un niño vívidamente situado en una atmósfera rural. Lectura obligada para todo el que quiera saber cómo se cuenta hermosamente un cuento.

Sin duda llama la atención el hecho de que varios de los escrito-res –cuentistas y novelistas- que surgen en las últimas décadas en Panamá sean, al igual que Pérez-Franco, ingenieros: Javier Riba Peñalba, Ramón Varela Morales, Félix Armando Quirós Tejeira, Óscar Isaac Muñoz, An-tonio Paredes Villegas, Humberto Urroz, Carlos Oriel Wynter Melo y José Luis Rodríguez Pittí. Por supuesto, en otros momentos hemos tenido también escritores que fueron o son médicos, abogados, arquitectos, con-tadores, periodistas y profesores de Literatura, principalmente.

Los compañeros de generación de Roberto Pérez-Franco son también talentosos cuentistas: Melanie Taylor (1972), Carlos Oriel Wynter Melo (1971), José Luis Rodríguez Pittí (1971) y Marisín Reina (1971). Nada más hay una generación –emergente- más joven que ésa: la que por el momento sólo integran Annabel Miguelena (1984) y Gloria Melania Rodríguez Molina (1981), por tener ya cada una un libro publi-cado; pero sin duda pronto aparecerán libros individuales de la gente jo-ven que se congrega en los volúmenes colectivos ya mencionados. Estos nuevos escritores constituyen, junto con algunos de los de las generacio-nes inmediatamente anteriores, una auténtica fuerza de relevo para este singular género de ficción breve. Lo importante es que como creadores individuales continúen produciendo obras de interés humano y estético, procurando superarse en cada nueva obra. No tengo la menor duda de que el ejemplo dado por Roberto Pérez-Franco , sobre todo en sus dos últi-mos libros de gran calidad –Cierra tus ojos y Cenizas de ángel-, será un factor estimulante para que esta meta se alcance. Y, por supuesto, sé que la capacidad natural de este cuentista azuerense, sumada a su constancia como lector disciplinado y exigente, harán de él uno de nuestros más conspicuos narradores. Veamos brevemente, a partir de algunos ejemplos de su más reciente libro, por qué.

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III

Cenizas de ángel, como muy bien lo apunta el Fallo del Jurado Cali-ficador del Premio Nacional de Cuento “José María Sánchez” 2005,

tiene las siguientes características distintivas: los 15 cuentos que lo inte-gran “atrapan el interés del lector por su variedad temática, sus recursos expresivos, el uso de registros fantásticos, realistas e incluso regiona-listas.” Por otro lado, el autor “demuestra dominio de la narración, la descripción, el diálogo y una cultura literaria bien cimentada, además de utilizar técnicas narrativas propias de la literatura contemporánea, que sensibilizan y hacen partícipe al lector.” Una excelente síntesis del oficio narrativo de Pérez-Franco.

Así, a mi juicio, “La intrusa”, primer cuento de la colección, es una pequeña obra maestra de la imaginación. Su precisión semántica, estructura exacta y desenlace sorprendente e impecable, le permiten al autor manejar con verosimilitud las entretelas de un mundo onírico que se torna fulminantemente real.

Es un relato en el que todos los aspectos están consultados... y ejecutados. Tanto el enigma que impregna al texto de misterio, como el inexorable mecanismo de relojería literaria que le da sentido, están en-samblados con la más alta cuota de sabiduría estética. Lo onírico y lo eró-tico juntan sus coordenadas temporales para violar frágiles parámetros de la realidad y en el proceso ingresar al neblinoso espacio de lo fantástico.

Por otra parte, “Hacia el jardín” es otro cuento de antología. Sus dos páginas y media, fundamentalmente dialogadas, meticulosamente hacen penetrar lo sobrenatural al mundo cotidiano y le imprimen un sua-ve hálito poético que en su desenlace bien podríamos denominar, a falta de mejor nombre, “realismo mágico”, si no fuera porque este término ya está bastante pasado de moda. No de otra manera se puede entender el sutil entrecruzamiento de elementos del mundo de los vivos –sobre todo la mariposa-, al de los muertos que aún se comunican en sueños con cier-tos seres hipersensibles, y nuevamente de vuelta al plano de la realidad cotidiana. Cuando esto ocurre –ante el asombro de los incrédulos- deja de haber diferencias entre un ámbito o dimensión y otro, porque todo se torna real.

La contundencia de los finales de estos dos textos magistrales de Pérez-Franco los colocan, me parece –y no soy dado a exagerar en mis juicios literarios-, entre los mejores cuentos escritos en Panamá.

“La última rosa”, “Destino”, “La leyenda del rey viudo” y “Caña rota” tienen un encanto trágico. Construidos con meticulosa parsimonia

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en un lenguaje a ratos lírico que fluye hasta desembocar, por caminos distintos, en muerte súbita, tienen un halo de fatalidad que distorsiona propósitos y tuerce metas a los personajes. A veces suceden las cosas por el procedimiento ritual que alimenta al mito y a la leyenda, y cuya mani-festación es una prosa hecha de imágenes capaz de ir tejiendo símbolos y enhebrando sortilegios que fluyen naturales como parte de las histo-rias. En otros relatos, un estricto realismo –a veces regional- encadena indefectiblemente sus pautas hacia lo imprevisible, que también resulta ser lo inevitable. En todos los casos, se vuelve evidente un total dominio del oficio: el lector tiene en todo momento, y en cada historia contada, la sensación de que cada palabra, cada frase, cada párrafo –además de, a otro nivel, las tramas, las atmósferas y los personajes- están justo donde y como deben estar para que las cosas sean de cierta manera y no de otra, que además es la que el lector termina aceptando como la única.

“El corazón de oro” es un cuento que en varios niveles recuerda al célebre relato El corazón delator, de Edgar Allan Poe, padre del cuento moderno; sin duda muy admirado por Pérez Franco. Como solía hacerlo el famoso Maestro, nuestro autor razona mientras narra la historia por boca de su personaje. Esta mujer esgrime al máximo las reflexiones que buscan demostrar una gran lucidez, para lentamente ingresarnos en los estratos de la obsesión que tarde o temprano la conduce a la locura. Es un cuento articulado por la inteligencia y la investigación que caracteri-zan al personaje, puntillosa observadora del detalle (al igual que nuestro autor). Enajenada y a la vez previsora hasta la exacerbación por lo que pueda causarle mal a su segundo bebé –como antes ocurrió con el prime-ro, quien muere por dejar de respirar en su cuna-, esta madre se obsesiona con un reloj de leontina, con las fechas de ciertos aniversarios y con las consecuencias de determinada frase dicha sin pensar: leit motifs que in-defectiblemente conducirán a la desgracia. Así, el paralelismo que ella ve entre los desplazamientos interiores de los engranajes del reloj y los lati-dos del corazón del segundo bebé, así como la forma en que se preocupa por mantener en perfecta sincronía los dos mecanismos, constituyen el eje principal de la historia.

Pero no es lo mismo mirar desde fuera estos cuentos tratando de explicárnoslos a posteriori, que ingresar al inducido encanto natural de la lectura. Nada puede sustituir al placer que nos produce degustar cada texto haciendo el inevitable trayecto de la inocencia a la malicia. En todo caso, es necesario afirmar que Cenizas de ángel nace como una obra de plena madurez, de sorprendente versatilidad en temas y formas de narrar.

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En síntesis, la buena nueva es que se trata de un excelente libro. Créanme: ¡hay que leerlo!

Panamá, 19 de agosto de 2006

(Texto leído el 24 de agosto de 2006, en la presentación del libro Cenizas de ángel, de Roberto Pérez-Franco, en el Salón 306 del Edificio de Postgrado del Campus “Víctor Levi Sasso” de la Universidad Tecnológica de Panamá)

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Acercamientos

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APRECIACIONES EN TORNO A LOS CÍRCULOS DE LECTURA

Y LOS TALLERES LITERARIOS

Los círculos de lectura

Un círculo de lectura, debidamente conducido, puede cumplir diversas funciones importantes: unas de índole social, psico – pedagógica y

cultural; otras de naturaleza didáctico – literaria. Estas funciones - que en realidad coexisten y por tanto no son excluyentes – permiten el forta-lecimiento de un espíritu fraternal y solidario, a la vez que enriquecen el conocimiento y la identidad personal en el individuo.

Veamos por qué se cumplen cada una de estas funciones. Para ello, reflexionemos primero en torno a la manera en que operan los cír-culos de lectura. Entender a cabalidad sus características, e incluso su razón de ser, nos permitirá comprender cada uno de los beneficios que se derivan de formar parte de tales grupos, los cuales han proliferado en Panamá en años recientes, tanto en universidades y colegios secundarios, como en algunas empresas e instituciones, cárceles y en núcleos particu-lares.

Un círculo de lectura es una agrupación de personas que disfru-tan la lectura de libros de diversa naturaleza, quienes desean expresar sus opiniones en torno a las características de dichas lecturas y comparar sus impresiones con las de los demás. Por supuesto, esto sólo es posible si varias personas han leído el mismo libro. Hay círculos de lectura en que se usa este procedimiento, mediante la asignación previa de determinado libro. Así será posible confrontar juicios de valor, formas de interpreta-ción, actitudes frente a lo leído...

En otros grupos, en cambio, cada quien habla libremente acer-ca de una o varias lecturas recientes realizadas, a fin de compartir sus opiniones con los demás, pero a sabiendas de que posiblemente lo que exprese no pueda ser debatido porque otros no tienen la experiencia de ese libro particular como lectores.

Generalmente las personas que integran un círculo de lectura lo hacen de manera voluntaria, sin que existan presiones ni obligaciones tajantes. Al grado de que sólo hablarán sobre determinados libros quienes realmente deseen hacerlo, mientras otros preferirán permanecer callados escuchando, aprendiendo, a veces tomando notas. Porque tanto aprenden

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los que intercambian ideas en torno a una lectura como quienes son tes-tigos atentos, y respetuosos, de las diversas expresiones.

Si se trata de obras literarias, lo que se diga sobre una novela, un libro de cuentos o un poemario, por ejemplo, será producto, sin duda, de una lectura personal, intransferible como experiencia intelectual; y sin embargo susceptible de una interpretación que puede y debe ser expli-cada y compartida con los demás. Como se sabe, en una obra de índole narrativa por ejemplo – novela, cuento–, se puede hablar del tema, de la trama o argumento, de los personajes, de la atmósfera, de la estructura del texto, de las técnicas literarias empleadas; incluso podría hablarse un poco sobre lo que se sabe de la vida y demás obras de ese autor.

Pero, en cambio, si el libro leído es de otra clase – de historia, de filosofía, de política, de medicina, de autoayuda, etc.-, por lo general lo que se dice tiene que ver con la esencia de sus ideas principales, de sus propuestas, de sus postulados. Y uno suele comentar de qué manera exis-te o no una identificación con esas ideas que el autor expone en su obra.

En todo caso, lo importante es que el expositor sea capaz de sin-tetizar algunos aspectos importantes del libro leído, haciendo además al-gunos juicios críticos, de tal manera que las demás personas del círculo puedan tener una idea, al menos, de lo que trata la obra y de cómo aborda el autor el tema propuesto. Esto, por supuesto, sería lo ideal. Pero a menos que se trate de un grupo de especialistas o, en todo caso, de fervorosos aficionados a la lectura, y que, además, sean personas que tengan cierta experiencia y facilidad de expresión y de razonamiento, esta situación ideal no se dará a plenitud.

Sin embargo, el solo hecho de que haya personas dispuestas a conversar acerca de uno o varios libros como lo harían sobre una película o un acontecimiento reciente, con entusiasmo, interés, respeto y ganas de aprender, es sintomático de que existe inquietud humana, así como deseo de compartir ideas y emociones. Es decir, deseo de comunicación. No im-porta tanto, sobre todo al principio, el nivel intelectual en que se expresen los miembros del círculo de lectura. Lo importante es esa noción de co-municación espiritual, de intercambio, de solidaridad, que se desprende de toda experiencia colectiva. Porque si bien, en este caso, se trata en pri-mera instancia de una cuestión individual – la lectura -, que además suele darse en soledad, resulta que al reunirse un grupo de personas para hablar de libros – como ocurre cuando se habla de cualquier tema de interés co-mún -, se produce una convivencia que siempre enriquece la experiencia humana. Además, es sabido que al descubrirse la existencia de intereses

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similares, las personas tienden no sólo a fortalecer la estructura del grupo sino a cultivar nuevas amistades.

Todo lo anterior contribuye, además, a insuflar mayor seguridad y deseos de mejoramiento intelectual a quienes, por una razón u otra, han sufrido los estragos de la inseguridad, el aislamiento y la soledad, pues pertenecer a un grupo con el que uno se identifica es una manera de proyectarnos fuera de los confines estrechos de nosotros mismos, de sentirnos útiles, de hacer oír nuestra voz.

Los talleres literarios

Por otra parte, los talleres literarios también han alcanzado cierta relevancia en Panamá en los últimos años, al igual que una importante variante de éstos: el Diplomado en Creación Literaria que ha venido im-partiéndose anualmente en la Universidad Tecnológica de Panamá desde 2001.

Se trata, sin duda, de un espacio más restringido, más especiali-zado, y más creativo y personal que el que permiten los círculos de lec-tura. Esto es necesariamente así porque a un taller literario sólo acuden quienes además de leer libros de otros autores aspiran a escribir ellos mismos sus propias obras.

Porque obviamente no habría libros si antes no existieran autores deseosos y capaces de escribirlos. Y a veces ocurre que ciertos buenos lectores descubren en algún momento que también ellos quisieran crear mundos propios o, tal vez, reflexionar por escrito sobre los que han crea-do otros. O acaso prefieran mantenerse asidos a la realidad cotidiana y ejercitar la indagación para, mediante el análisis, como escritores tratar de entender mejor sus aspectos constitutivos, sus antecedentes o sus con-secuencias (es el caso de los ensayistas, por ejemplo). Se trata, entonces, del surgimiento de los nuevos escritores, ya sea de ficción o de exposi-ción científica.

Muchos de estos autores se forman solos. Acumulando lectu-ras, experiencia personal, vuelo imaginativo y, a veces, también algo de investigación documental, empiezan poco a poco a producir textos de diversa índole. Textos que, con suerte, tendrían los méritos literarios o científicos suficientes par arribar a la publicación. Se trata, por supuesto, de un largo y arduo aprendizaje que encontrará en el camino no pocos obstáculos, problemas y distracciones que sólo el verdadero escritor, ali-

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mentándose de su talento, voluntad de superación, disciplina y tenacidad indeclinables, podrá vencer.

Pero los talleres literarios, que nacen en realidad a mediados del siglo XX en los Estados Unidos y en México, también han servido a me-nudo para ayudar al futuro escritor a encontrar su camino. Porque estos talleres – paradójicamente – permiten la ejercitación individual de la escritura en el seno de un colectivo que se nutre de lo que produce cada quien y que retroalimenta a los demás mediante la crítica y la reflexión.

Un taller literario es, en primera instancia, un sitio de reunión para el ejercicio de la creación y la crítica literaria, para la producción de textos y su posterior valoración colectiva. En él no se hacen escritores, sólo se forman aquéllos que ya tienen en su ser los genuinos ingredientes del talento. El éxito de un taller depende de muchos factores; el profe-sor debe ser un buen escritor, con capacidad crítica y una metodología didáctica apropiada a la capacidad autocrítica, a la disciplina de trabajo y al deseo de superación personal de los participantes. Si bien riguroso en sus juicios, quien dicta un taller literario debe ser capaz de motivar a los alumnos y de desarrollar en ellos sus mejores aptitudes, respetando el estilo y la ideología de cada autor. En algunos casos, quienes creían tener “madera” de escritores, descubren que más les valdría dedicarse a otros oficios; pero también se aprecían en los talleres méritos susceptibles de convertirse en verdaderos hallazgos, a menudo minoritarios con respecto a la cantidad de participantes. De ahí que se pueda producir tanto frustra-ción como nuevos y contagiosos bríos para la creación.

En todo caso, ya sea que quien dirija el taller asigne determi-nados ejercicios a manera de tarea o para escribirse en la misma clase, o bien que éste permita que cada participante –futuro autor, tal vez- en-tregue a sus compañeros un cuento, fragmento de novela o poema para su lectura y discusión, de lo que se trata es de escuchar los comentarios de los demás en torno al texto que se somete a consideración. Así, cada quien opinará sobre diversos aspectos del escrito y, a veces, habrá opinio-nes encontradas, discusión, polémica.

Como procedimiento –aunque sin duda hay muchos posibles-, es recomendable que el escritor que dirige el taller (que por lo general es sobre un solo género literario: cuento, novela, poesía, ensayo, obra teatral...) se limite a propiciar e inducir la discusión a manera de modera-dor, pero sin tomar partido hasta el final; es decir, que sólo cuando todos hayan opinado podrá él (o ella) expresar sus juicios de valor, tanto sobre lo dicho por los participantes en el taller, como acerca de sus propias im-presiones. Y sólo entonces, para cerrar, se le dará la palabra al autor para

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que comente los comentarios expuestos y explique sus motivaciones y sus intenciones al escribir tal o cual segmento o el texto en su totalidad.

Por supuesto, hay que procurar que la crítica sea constructiva, rigurosa, seria, propositiva; que realmente deje una enseñanza. En todo caso, el autor tomará nota de las sugerencias y decidirá, más adelante, ya a solas con su trabajo, qué recomendaciones atenderá, o si en lo funda-mental deja el texto como estaba.

Lo importante es que tanto el contenido como las cuestiones for-males de la escritura se analicen a fondo, con la mayor objetividad posi-ble, sin ofender, sin agresividad ni deseos de humillar; que los aciertos se comentan y razonen, al igual que las fallas. Un taller literario deber ser una experiencia no sólo analítica y reflexiva frente a un texto determina-do, sino también creativa. En este sentido, debe servir para ampliar cono-cimientos, afinar técnicas, propiciar nuevos giros de la imaginación en la construcción de posibilidades que sirvan para enriquecer esa experiencia humana profunda que es en realidad todo acto de escritura.

La oportunidad que significa el poder compartir un texto creado por uno con personas que también escriben y que, por lo tanto, buscan y esperan con ilusión –y a menudo con temor e inseguridad – las impre-siones de los demás, al igual que cada uno de los otros las aguarda a su vez con respecto a su propio texto, es algo muy especial y generalmente muy útil. Porque de algún modo esta experiencia representa un anticipo de los juicios de valor –de las críticas positivas o negativas o mixtas- que algún día podría recibir ese mismo autor de parte de lectores potenciales de un libro suyo, cuando al fin se anime –si es que se anima- a publicar su obra. Una obra, por cierto, que tal vez haya mejorado su calidad a tiempo, gracias a consejos y observaciones atinados recibidos precisamente en un buen taller literario. Un taller conducido con experiencia, oficio, sabidu-ría y entusiasmo por un escritor acreditado.

En cualquier caso, tanto los Círculos de Lectura como los Talle-res literarios ofrecen a los futuros lectores y escritores la valiosa expe-riencia de convivir con personas que, al compartir afinidades y metas, sin duda propician la adquisición paulatina de vivencias colectivas e indivi-duales que expanden y enriquecen la creatividad del ser.

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LA U.T.P. A LA VANGUARDIA DE LA PROMOCIÓN

LITERARIA EN PANAMÁ

La Universidad Tecnológica de Panamá, como parte de su política de extensión cultural, y consciente de la necesidad de apoyar de diver-

sas maneras la labor creativa de los escritores panameños y, en particular, la bibliografía literaria nacional ante la falta de oportunidades de publi-cación en nuestro país, emprende en 1996 un modesto pero innovador trabajo de incentivación y promoción de la buena literatura, así como una política editorial agresiva, pese a las consabidas limitaciones presupues-tarias.

Para ello se crea la Coordinación de Difusión Cultural como un organismo dependiente de la Vicerrectoría de Investigación, Postgrado y Extensión. Entre sus funciones está el diseñar incentivos a la creación literaria en general y a la publicación de obras literarias en particular. Se escoge a la Literatura como primer campo de acción porque, además de ser una de las principales Bellas Artes, representa un ámbito artístico y humano en el cual convergen prácticamente todas las manifestacio-nes del arte y la cultura. También, porque investigaciones previas habían comprobado que existe en Panamá un impresionante caudal de nuevos talentos literarios éditos e inéditos necesitados de estímulos, orientación y promoción.

Así, desde el principio se crearon dos certámenes literarios im-portantes, que habrían de marcar decisivamente la producción y divul-gación de textos de alta calidad estética: el Premio Nacional de Cuen-to “José María Sánchez” y el Premio Centroamericano de Literatura “Rogelio Sinán”; ambos se convocan cada año. De manera ocasional se han sumado otros dos concursos literarios: el Premio “Maga” de Cuento Breve (en seis oportunidades a lo largo de los años) y el Premio Nacional de Poesía “Pablo Neruda” (este último sólo en 2004, con el apoyo de la Embajada de Chile en Panamá). Estos certámenes han permitido aflorar un número importante de nuevos autores y obras (todas las premiadas se publican poco después), y en varios casos ha puesto sobre el tapete nue-vamente a escritores de reconocida trayectoria y talento. Ejemplos nota-bles de lo primero son: Carlos Oriel Wynter Melo, Aida Judith González Castrellón, Ramón Varela Morales, Carlos E. Fong A. y Eduardo Soto P.; mientras que de lo segundo: Justo Arroyo y Ernesto Endara.

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Simultáneamente, se fundan tres colecciones de libros: “Cuader-nos Marginales”, “Testimonios Nacionales” y “Premio Rogelio Sinán” (esta última, en algunos casos, en coedición con Editora Géminis S.A.). La primera, se crea con el fin de dar a conocer colecciones o compendios de textos breves de alta calidad literaria, sobre todo de nuevos autores nacionales, en los géneros: cuento, poesía y ensayo. La segunda, para al-bergar obras más extensas, tanto de autores reconocidos como de nuevos creadores. La tercera, para dar a conocer la obras que ganen el Premio del mismo nombre. Asimismo, esta universidad publica de dos a tres núme-ros anuales de “Maga, revista panameña de cultura” en coedición con la Fundación Cultural Signos, como una forma de contribuir adicionalmente a la difusión de textos individuales de escritores nacionales y extranjeros. Cabe indicar que la Coordinación de Difusión Cultural organiza un acto de presentación para cada libro y revista que se publique.

Entre 1997, que es cuando se publica el primer libro, y diciembre de 2006, la U.T.P. habrá publicado un total de 60 libros de autores pa-nameños. Ente éstos, a nuevos autores tales como: José Luis Rodríguez Pittí, Yolanda J. Hackshaw M., Melanie Taylor, Francys de Skogsberg, Annabel Miguelena, además de los ya mencionados ganadores de los cer-támenes literarios de la U.T.P. Adicionalmente, en los últimos diez años esta universidad también habrá editado 33 números (algunos dobles) de la revista “Maga”. Resulta de justicia resaltar entonces que ninguna otra institución estatal o privada panameña edita anualmente la cantidad de obras literarias que publica la U.T.P., lo cual la coloca sin duda a la van-guardia en tan poco frecuentado campo. En este sentido, su contribución al enriquecimiento de la bibliografía literaria nacional ha sido muy signi-ficativa. Cabe añadir que el 80% de los autores publicados en los últimos 10 años por la U.T.P. son nuevos (pero de muy diversas edades); es decir, se trata en cada caso de su primer libro. Por su brevedad, los géneros que más se publican son: cuento, poesía, ensayo y entrevista (colecciones de textos).

Si bien la Universidad Tecnológica de Panamá tiene como fin primordial la formación de ingenieros y técnicos que contribuyan al desa-rrollo de nuestro país, no sólo ha dedicado tiempo y esfuerzo a la creación de certámenes y publicaciones, sino que en sus aulas también se ofrece, a través de la Facultad de Ciencias y Tecnología, un Diplomado en Crea-ción Literaria dictado por escritores y críticos reconocidos, en el que par-ticipan anualmente personas de diversa edad y experiencia que aspiran a afianzar su sensibilidad, conocimientos y herramientas técnicas para escribir mejor. Hasta la fecha este Diplomado se ha impartido cinco ve-

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ces. Diversas personas egresadas de estos breves pero intensivos estudios literarios han publicado posteriormente su primer libro, lo cual resulta muy gratificante: ‘‘Érika Harris, Roberto Rivera, Marisín Reina, Cris-tóbal Martínez Reyna, Aura Jazmín Lezcano, Rosella González Araúz, Humberto Urroz, Lupita Quirós Athanasiadis, Isabel Herrera de Taylor, Rafael Alexis Álvarez, Angélica Aparicio, Eduardo Soto P., Gloria Mela-nia Rodríguez Molina, entre otros.

Por otra parte, esta institución ha colocado en Internet una página web denominada Directorio de Escritores Vivos de Panamá (www.pa/secciones/escritores), que presenta referencias bio-bibliográ-ficas acerca de más de 200 escritores literarios panameños, lo cual representa un sólido apoyo para investigadores y público en general en nuestro país y en otros ámbitos.

Durante la primera semana de octubre de 2005 la Universidad Tecnológica de Panamá, junto con la Asociación de Escritores de Pana-má, organizó con éxito un gran Congreso de Escritoras y Escritores de Centroamérica en nuestro país, evento que reunió a más de 100 escrito-res del área, incluidos los panameños.

Por último, es importante destacar que fue esta institución la que propuso y logró que se creara la Ley 14, del 7 de febrero de 2001, que da origen al “Día de la Escritora y el Escritor Panameños”, el cual se celebra desde entonces cada 25 de abril, fecha del natalicio del desta-cado escritor nacional Rogelio Sinán; esta misma ley también creó tanto la Condecoración “Rogelio Sinán” por la excelencia de la obra literaria de toda una vida, como el Consejo Nacional de Escritoras y Escritores de Panamá, organismo que cada dos años convoca a las instituciones y grupos culturales legalmente acreditados para que postulen candidatos a esta presea, y que finalmente decide qué escritor o escritora merece tal distinción.

Sin duda, la Universidad Tecnológica de Panamá, que este año celebra veinticinco años de su fundación inmersa no sólo en sus habi-tuales especializaciones científicas y tecnológicas sino también en la dinámica de una múltiple actividad incentivadora de Cultura, habrá de continuar con esta labor, que ya empieza a merecer el beneplácito de la comunidad. Así sea.

Panamá, 11 de mayo de 2006

* Texto revisado a mediados de 2006

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Producción editorial, 1997-2006

Universidad Tecnológica de PanamáVicerrectoría de Investigación, Postgrado y Extensión

Coordinación de Difusión Cultural

Colección Cuadernos marginales

1. Félix Armando Quirós Tejeira. La ciudad calla (cuentos), 1997.

2. Porfirio Salazar. Guitarra de fe (poesía), 1997.

3. Margarita Vásquez de Pérez. Inventario crítico (ensayos), 1998.

4. Rodolfo Pinzón Pereira. La fiesta del jabalí (poesía), 1998.

5. Rogelio Guerra Ávila. El suicidio de las Rosas (cuentos), 1999.

6. Carlos Oriel Wynter Melo. El escapista (cuentos), 1999.

7. Winston Churchill James. Almaflor. Poemas selectos (poesía), 1999.

8. José Luis Rodríguez Pittí. Crónica de invisibles (cuentos), 1999.

9. Aida Judith González Castrellón. Espejismos (cuentos), 2000.

10. Roberto Pérez -Franco. Cierra tus ojos (cuentos), 2000.

11. Alex Mariscal. Casa vacía (poesía), 2000.

12. Yolanda J. Hackshaw M. Las trampas de la escritura (cuentos), 2000.

13. Melanie Taylor. Tiempos acuáticos (cuentos), 2000.

14. Damaris Serrano Guerra. Pablo Menacho: un corazón de poeta (ensayo), 2001.

15. Carlos Raúl Acevedo. El último gigante y otros cuentos (cuentos), 2001.

16. Héctor M. Collado. Toque de diana (poesía), 2001.

17. David C. Robinson O. Vértigo (in ego volantis) (cuentos), 2001.

18. Javier Alvarado. Caminos errabundos y otras ciudades (poesía), 2001.

19. Eyra Harbar. Donde habita el escarabajo (poesía), 2002.

20. Rafael Alexis Álvarez. El trueque (cuentos), 2002.

21. Ariel Barría Alvarado. Al pie de la letra (cuentos), 2003.

22. Carlos E. Fong A. Desde el otro lado (cuentos), 2003.

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23. Salvador Medina Barahona. Vida en la palabra vida en el tiempo (ensayos), 2003.

24. Eduardo Soto P. Cuentos nada más (cuentos), 2004.

25. Indira Moreno. Al borde de la vida (poesía), 2004.

26. Álvaro Menéndez Franco. Rezongos de Adán (poesía), 2004.

27. Francys de Skogsberg. De fantasmas y otras realidades (cuentos), 2004.

28. Carlos E. Fong A. Fragmentos de un naufragio (cuentos), 2005.

29. Annabel Miguelena. Punto final (cuentos), 2005.

30. Sofía Santim. Encontrarás... (poesía), 2006.

31. Rodolfo De Gracia. Me basta una sola vida (cuentos), 2006.

32. Roberto Pérez-Franco. Cenizas de ángel (cuentos), 2006.

33. Francisco J. Berguido. La costra roja (cuentos), 2006.

Colección “Premio Centroamericano de Literatura Rogelio Sinán”

1. Manuel Corleto (guatemalteco). Con cada gota de sangre de la herida (novela), 1997.

2. Justo Arroyo (panameño). Héroes a medio tiempo (cuentos), 1998.

3. Miguel Huezo Mixco (salvadoreño). Comarcas (poesía), 1999.

4. Franz Galich (guatemalteco-nicaragüense). Managua, salsa city (¡Devórame otra vez!) (novela), 2000.*

5. Ernesto Endara (panameño). Receta para ser bonita y otros cuentos, 2001.*

6. Ronald Bonilla (costarricence). A instancias de tu piel (poesía), 2002.*

7. Ramón Varela Morales (panameño). Primum (novela), 2003.*

8. Jorge Ávalos (salvadoreño). La ciudad del deseo (cuentos), 2004. *

9. Cármen González Huguet (salvadoreña). Palabra de diosa y otros poemas (2005).*

10. Carlos Alberto Soriano (salvadoreño). Listones de colores (novela), 2006.

* COEDITADOS CON EDITORIAL GÉMINIS, S.A.

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Colección “Testimonios Nacionales”

1. Ricardo J. Bermúdez Dutari y Carlos Arellano Lennox. Contaminación y descontaminación en las áreas revertidas y otros sitios de la República de Panamá (ensayos), 1999.

2. Rogelio Sinán. Poesía completa de Rogelio Sinán, prólogo de Elsie Alvara-do de Ricord (poesía), 2000.

3. Rogelio Sinán. La isla mágica, tercera edición, introducción de Enrique Ja-ramillo Levi (novela), 2002.

4. Enrique Jaramillo Levi y Salvador Medina Barahona. Construyamos un puente —31 poetas panameños nacidos entre 1957 y 1983 (antología), 2003.

5. Pablo Menacho. Carta a Edmond Bertrand (poesía), 2004.

6. Enrique Jaramillo Levi. Manos a la obra y otras tenacidades y desmesuras (ensayos, artículos, prólogos y entrevistas), 2004.

7. Hector M. Collado. Cuentos de precaristas, indigentes y damnificados, 2004.8. Eudoro Silvera. Cuentos en primera persona singular, 2004.9. Moravia Ochoa López. Las esferas del viaje (Cuentos escogidos), 2005.10. Leadimiro González C. Cuando conversé con ellos (35 breves entrevistas

a escritores) (entrevistas), 2005.

11. Javier Alvarado. Por ti no pasa nunca el tiempo (y otros poemas al espejo) (poesía), 2005.

12. Isabel Herrera de Taylor. La mujer en el jardín y otras impredecibles mu-jeres (cuentos), 2005.

13. Melanie Taylor. Amables predicciones (cuentos), 2005.

14. Irina de Ardila. Impresiones y certezas (ensayos), 2005.

15. Colectivo del Diplomado en Creación literaria 2004. Soñar despiertos. Cuentos, poemas y relatos, 2006.

16. Enrique Jaramillo Levi. Gajes del oficio (ensayos, artículos, prólogos y en-trevistas), 2006.

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DISCURSO DEL ACTO INAUGURAL DEL PRIMER CONGRESO DE ESCRITORAS Y ESCRITORES DE CENTROAMÉRICA

Lejos estaba de imaginar, cuando propuse este Congreso durante el En-cuentro de Escritores Centroamericanos realizado en julio de 2004,

en el marco de una Feria del Libro Centroamericano en Tegucigalpa, la trascendencia y alcance que habría de tener este evento si realmente lle-gaba a realizarse. A veces se tienen ideas que, con tenacidad y empeño, fructifican en hechos cumplidos que puedan resultar satisfactorios.

El Primer Congreso de Escritoras y Escritores de Centro-américa que hoy nos congrega tras el despliegue de un enorme esfuerzo intelectual, económico, institucional y de organización, es un vivo ejemplo de uno de esos sueños que se vuelven hechos tangibles, y que sin duda están llamados a ser el inicio de un mayor conocimiento mutuo entre las escritoras y los escritores de la re-gión, así como de importantes proyectos y realizaciones literarios, en beneficio de nuestro países.

Casi está de más decir –pero es preciso hacerlo- que no ha sido fácil. La complejidad de los muchos aspectos que impli-ca la organización de un evento de esta magnitud a menudo puso en riesgo su éxito. Si bien ha sido efectiva la mancuerna integrada por la Vicerrectoría de Investigación, Postgrado y Extensión de la Universidad Tecnológica de Panamá, a través de su Coordinación de Difusión Cultural, con la Asociación de Escritores de Panamá, a través de su Junta Directiva y de un grupo de entusiastas volun-tarios y voluntarias, tuvimos que vencer un apreciable número de obstáculos y que lidiar a diario con la incomprensión, la apatía y la maledicencia de algunos. No nos dimos por vencidos. Aquí es-tamos, reunidos, empezando hoy a confraternizar, a intercambiar ideas, a inventar creativamente el futuro.

La literatura centroamericana goza de excelente salud, y lo que requiere es de estudio, valoración y divulgación oportunas. Pero antes de que esto ocurra con mayor logro que hasta el mo-

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mento, tanto por parte de críticos e historiadores literarios como por editoriales internacionales y lectores en general, era preciso re-unirnos para intercambiar información, libros, proyectos viables en procura de un conocimiento más eficaz de algunas de las obras que con tanto esfuerzo y vocación producimos en el istmo centroameri-cano quienes nos dedicamos a este duro y a la vez gozoso oficio.

La estructura de este Congreso es heterogénea pero integral e integradora: a lo largo de cuatro días participaremos con ponencias en Mesas Redondas sobre temas de interés literario y gremial, recitales poéticos, lecturas de cuentos, presentaciones de libros de reciente pu-blicación, y disfrutaremos de la conferencia magistral del destacado escritor nicaragüense Sergio Ramírez sobre el oficio de escribir. Pero además, debatiremos ampliamente, en asamblea plenaria, en torno a la conveniencia de crear un organismo gremial de los escritores de la región, cuyo fin primordial sería la defensa de los intereses de los escritores del área, y acaso también la divulgación de sus obras y una innovadora actividad editorial ejercida por nosotros mismos. Si este viejo sueño regional se logra en Panamá, dependerá de la voluntad que demostremos de realizar un trabajo en equipo, más allá de nues-tra tradicional necesidad de crear en soledad. ¿Seremos capaces de crear y, sobre todo, de implementar responsablemente este trabajo? Sabemos que hay quienes creen que quien escribe debe dedicarse sólo a perfeccionar su obra, y que no le corresponde involucrarse en cuestiones gremiales porque no está en su naturaleza hacerlo. Sin embargo, en muchos países del mundo existen asociaciones de escri-tores y grupos literarios que defienden sus afinidades y luchan por darse a conocer. Un gremio centroamericano amplio y democrático podría contribuir a mejorar las condiciones de la necesaria divulga-ción de nuestros libros y proyectos culturales en diversos frentes. En todo caso, invito a mis colegas a participar con entusiasmo y mente abierta en esta discusión el jueves a las 3:30 p.m. La Asociación de Escritores de Panamá tiene algunas ideas al respecto y una propuesta que compartir.

Hubiéramos querido recibir en nuestro país a una cantidad mayor de escritoras y escritores de Centroamérica. De hecho, al

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principio tuvimos una lista mucho mayor de personas interesadas en asistir al Congreso. Dificultades de índole personal impidieron que algunos colegas estuvieran aquí. Pero los que llegaron repre-sentan, en cantidad y calidad, una muy digna gama de la creatividad literaria regional. Son 43 las escritoras y escritores de Guatemala, Honduras, El Salvador, Nicaragua y Costa Rica que nos honran con su presencia, incluyendo a los escritores nicaragüenses Luis Rocha y Nicasio Urbina, y la poeta costarricense Leda García, quienes están por llegar. A esta cifra debemos sumar a los más de 60 escri-tores panameños presentes en este encuentro: más de 100 escritoras y escritores en total.

Sin duda se trata de un número alto, nunca antes congrega-do en un evento de esta naturaleza en cualquier país de la región. Esto, por supuesto, nos llena de dicha y nos compensa por el arduo y tenaz esfuerzo realizado.

Estamos seguros de que estos cinco días –el viernes es para pasear un poco y para socializar en un ambiente menos formal- serán de provecho personal e intelectual para quienes aceptaron el reto de viajar a Panamá y poner a prueba nuestra hospitalidad. Haremos todo lo posible para que así sea.

Gracias, Ingeniero Salvador Rodríguez, por su decidido apoyo a esta iniciativa cultural tan significativa para nuestro país y para Centroamérica toda. Gracias escritor José Luis Rodríguez Pittí por asumir tan desinteresadamente la coordinación general de este Congreso por parte de la Asociación de Escritores de Panamá. Gracias, igualmente, a todos nuestros patrocinadores, así como a las personas amigas que nos han apoyado con trabajo e ideas de diversa índole. Quiero aprovechar esta oportunidad para darle también las gracias a los directivos y administradores de la Coope-rativa de Ahorro y Crédito de los Empleados de la Caja de Seguro Social (COACECSS), por brindarnos este hermoso Auditorio de forma generosa y puntual.

Panamá, 3 de octubre de 2005

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REFLEXIONES ACERCA DEL DIPLOMADO EN CREACIÓN LITERARIA DE LA U.T.P. CON MOTIVO DE LA APERTURA DE SU QUINTA VERSIÓN

Cuando en 2001 la Universidad Tecnológica de Panamá abrió por primera vez un Diplomado en Creación Literaria a través de su

Facultad de Ciencias y Tecnología, y se inscribió un número importante de personas predispuestas a la escritura creativa, unas pocas de las cua-les incluso habían publicado ya algún libro, sentí lógicamente una gran satisfacción, ya que las autoridades universitarias me habían tomado la palabra al aceptar como bueno este proyecto para la formación inicial de un grupo selecto de posibles futuros escritores.

Con sus ambiciosos objetivos, su programa de doce concen-tradas materias impartidas por reconocidos escritores y críticos nacio-nales especialmente contratados para este fin, y una nueva mística de trabajo como parte de la amplia labor que ya venía desarrollando la U.T.P. en materia de incentivación y promoción cultural, este nuevo proyecto contó desde un principio con el apoyo decidido de las autori-dades universitarias, pese a que sus principales metas como institución de educación superior siempre han estado centradas en la preparación de ingenieros y técnicos que contribuyan al desarrollo del país.

Si bien la idea era nueva en Panamá, yo la había tomado, adap-tándola a nuestro medio, de un fructífero desempeño cotidiano que ha-bía visto funcionando durante mucho tiempo en México, país en el que viví y me ejercité profesionalmente durante quince años, en dos etapas de mi vida. En efecto, aparte de que los talleres literarios que se habían constituido como tales desde por lo menos los años sesentas del siglo pasado, en una afortunada praxis cultural mexicana tanto institucional como privada, fue en los noventas que empezaron a operar en diversas capitales de aquel inmenso país las llamadas Escuelas de Escritores, en buena hora creadas por la Sociedad General de Escritores de México (SOGEM). Con una gran variedad de asignaturas teóricas y prácticas que, además de los tradicionales talleres de cada género literario, in-cluían materias como “Historia de la cultura”, “Periodismo cultural”, “Guión cinematográfico y televisivo”, y muchas más impartidas por conocidos escritores mexicanos, yo mismo había tenido la oportunidad de ser profesor de “Técnicas narrativas” de 1993 a 1995 en una de estas Escuelas, ubicada en la ciudad de Querétaro, mientras en aquella época también daba clases en el campus que en dicha ciudad tiene el Instituto

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Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey. Aquella experien-cia en la Escuela de Escritores queretana había sido, además de muy grata, intelectualmente enriquecedora; y desde entonces la imaginé fun-cionando exitosamente algún día en Panamá.

Sabía, pues, que con un programa bien diseñado, un puñado de buenos escritores y críticos locales con capacidad docente y determi-nado número de estudiantes que además de tener sensibilidad, imagi-nación y gusto por la escritura y por la lectura estuvieran dispuestos a dar lo mejor de sí para mejorar sus conocimientos y técnicas literarias, se podía lograr resultados óptimos. Era lógico. Porque aunque por su-puesto no se puede “enseñar a escribir” a quien no tiene ya un talento innato, sí es posible acercar a cierto tipo de personas a las diversas ma-neras de entender la literatura, a determinadas formas de escribir y, por supuesto, a una variedad de lecturas afines específicamente recomenda-bles por sus cualidades ilustrativas o ejemplarizantes. Además, el solo hecho de poder hablar abiertamente de estos temas (y ser escuchado) ante personas de distintas edades, procedencias y experiencias pero con evidentes afinidades por la literatura, así como el lograr intercambiar ideas al respecto y escuchar las críticas del profesor y las de los miem-bros del grupo en torno a los textos que cada quien presenta a manera de tareas asignadas, representaba sin duda una oportunidad muy poco común hasta el momento en Panamá.

Sin embargo, aunque ya entonces habíamos creado desde 1996 el Premio Centroamericano de Literatura “Rogelio Sinán” y el Premio Nacional de Cuento “José María Sánchez”, y realizado a partir de 1997 una fuerte y continua labor editorial en beneficio de los autores paname-ños, y por tanto la Universidad Tecnológica de Panamá gozaba de cierta imagen como promotora de cultura, sabíamos -las autoridades de la U.T.P. y yo mismo- que nuestra apuesta por este nuevo proyecto, como todo lo que se inicia con intenciones genuinamente renovadoras, impli-caba un riesgo. Un riesgo que, felizmente, tuvo un buen desarrollo y un feliz término. Porque dio como resultado una vigorosa cosecha de gente comprometida con la literatura y, sobre todo, con su propia capacidad de cultivarla y producirla en diverso grado y medida. De su parte -la de cada quién- quedaba el mantener viva la llama, no claudicar, seguir escribiendo, pese a las consabidas dificultades del medio. Algunos -tal vez los menos- seguirán adelante y llegarán a ser auténticos escritores; otros no.

Como suele ocurrir en cualquier grupo -y ha continuado pasan-do en las versiones del Diplomado convocadas en los años siguientes-,

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hay personas que desde el inicio “dieron la talla” más que otras. Esto se veía claramente durante el desarrollo de los diversos cursos -partici-pación en discusiones teóricas, lectura de tareas-, y por supuesto se ha observado después. Por otra parte, tras egresar exitosamente de este Diplomado sin duda no hay ninguna obligación de publicar de inmedia-to; al contrario, a menos que el talento esté realmente a flor de piel y esperando la primera oportunidad para darse a conocer al publico lec-tor, no suele ser recomendable publicar tan pronto. Pero lo cierto es que los cuatro Diplomados en Creación Literaria que hasta el momento se han realizado en la U.T.P. para adultos de cualquier edad y experiencia (en 2001, 2002, 2003 y 2004 -en 2005 las condiciones sociales y polí-ticas del país no eran adecuadas para volverlo a convocar- y ahora en 2006), han propiciado que un número interesante de creadores literarios saquen a la luz su primer libro, y que algunos otros que ya lo habían hecho antes de ingresar continúen publicando. Sin duda el ambiente de creatividad generado en los Diplomados, al igual que el genuino talento que pervive en estas personas, han contribuido decididamente a ello.

Entre los primeros, cabe mencionar en el género cuento a Érika Harris (La voz en la mano; 2003); Marisín Reina (Dejarse ir; 2003); Humberto Urroz (Cuentos que perdieron el Miró, 1903); Rafael Alexis Álvarez (El trueque; 2002); Roberto Rivera (Mada Faká, 2003); Eduardo Soto P. (Cuentos nada más, 2004); Lupita Quirós Athanasia-dis (Si te contara…, 2004; también una novela corta: La viuda de la casa grande, 2006) e Isabel Herrera de Taylor (La mujer en el jardín y otras impredecibles mujeres; 2005); y en poesía a: Rosella González Araúz, Albalyra Franco de Linares (Liras y albas, 2003) y Angélica Aparicio Thils (Transparencias, 2005). Entre los que ya habían publi-cado libros, continúan haciéndolo: Javier Alvarado, Sofía Santim (seu-dónimo de María Gilma Arrocha), David C. Róbinson O., Eyra Harbar y Belisario A. Rodríguez Garibaldo. Sabemos de otros egresados que, a su propio ritmo y sin premuras -en Panamá es prácticamente imposi-ble dedicarse a tiempo completo a la literatura, a excepción de algunos autores ya jubilados-, siguen escribiendo; algunos se disponen pronto a publicar su primer libro.

Cabe añadir que tanto un egresado del Diplomado en Creación Literaria -Eduardo Soto P. (en 2003)- como un profesor del mismo -Ariel Barría Alvarado (en 2002)- ganaron el Premio Nacional de Cuen-to “José María Sánchez” de la U.T.P.; otro egresado -Javier Alvarado- ganó el Premio Nacional de Poesía “Pablo Neruda” (convocado por única vez en 2004 por la U.T.P. y la Embajada de Chile), así como el

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Premio de poesía “Gustavo Batista Cedeño” (auspiciado por el INAC) el mismo año; mientras que otros dos profesores del Diplomado gana-ron recientemente el Concurso Ricardo Miró; Héctor M. Collado en poesía, en 2004, y este servidor en cuento, en 2005. Además, el profesor Ariel Barría Alvarado obtuvo dicho premio, como novelista, en 2000; es decir, un año antes de que se iniciara este Diplomado en el que habría de impartir clases.

En 2006 se convoca por quinta vez el Diplomado en Creación Literaria de la U.T.P. Si con el tiempo, las materias se han reducido a nueve y en los últimos años hubo cambio de varios profesores-escri-tores, el entusiasmo de quienes lo organizamos y de quienes se ins-cribieron es el mismo de la primera vez: Todos entendemos que una nueva oportunidad de estar en un ambiente eminentemente intelectual y creativo no es algo común, y que ahora vuelve a suscitarse, por lo que es preciso aprovecharlo al máximo. Por experiencia sabemos que lo peor que puede ocurrir, si sucediera que el necesario talento literario innato no estuviera presente en determinados participantes, es que de este nuevo Diplomado resulten por lo menos algunos mejores lectores, gente más sensible a los retos de acceder a la buena literatura, ésa que interpreta al mundo y lo recrea en obras memorables.

Las nueve asignaturas que se imparten en dos módulos en el Di-plomado en Creación Literaria 2006, desde el 8 de mayo hasta el 13 de julio (10 semanas), a razón de 3 horas por clase durante 5 sesiones cada materia (de 6:00 a 9:30 p.m., de lunes a viernes), son las siguientes, con sus respectivos profesores: “Seminario-taller de Poesía” (Héctor M. Collado); “Literatura panameña contemporánea”: (Ariel Barría Alva-rado); “Seminario-taller de Dramaturgia” (Raúl Leis); “Teoría y crítica literarias” (Rodolfo de Gracia); “Seminario-taller de Narrativa” (Enri-que Jaramillo Levi); “Grandes obras de la literatura universal” (Juan Antonio Gómez); Seminario-taller de Ensayo” (Rodolfo de Gracia); “Seminario-taller de Novela (Ariel Barría Alvarado); “Géneros litera-rios y géneros periodísticos” (Enrique Jaramillo Levi). Cabe aclarar que desde 2001 a la fecha he sido el Coordinador Académico de este Diplomado, al que le sigo teniendo una enorme fe.

Su costo total es de B/. 415.00, y comprende un total de 144 horas. Está abierto a todas aquellas personas que sienten la necesidad de escribir creativamente y que además son buenos lectores de obras li-terarias. Si bien no da créditos, sí otorga un Certificado oficial expedido por nuestra institución. La matrícula queda abierta desde el 27 de marzo hasta el 5 de mayo, de 8:00 a.m. a 4:00 p.m., y se realizará en la Coor-

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dinación de Difusión Cultural de la U.T.P. (ubicada en la planta baja del único edificio que aún tenemos dentro del campus de la Universidad de Panamá, al entrar al circuito interior, diagonal a la Facultad de Arqui-tectura). Los únicos requisitos son: Pago de un abono de B/. 215.00; fotografía tamaño carnet; copia del diploma más reciente; y llenar ficha de inscripción y carta de compromiso de pago. Para mayor información, favor de llamar al teléfono 2056627 en horario laborable.

Panamá, 20 de marzo de 2006

* Entre los participantes del Diplomado en Creación Literaria 2005, egresados en mayo de este año, tres ya habían publicado al menos un libro: Victoria Jiménez Vélez, K. M. Morales y Francys de Skogsberg. Por otra parte, el escritor y profesor Juan Antonio Gómez, gana en septiembre de 2006 el Premio ADEP de Novela Corta “Ramón H. Jurado”.

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Señales

(Para Gloria Melania Rodríguez Molina, porque le diste valor a esta serie de artículos, y los publicaste contra

viento y marea en la página literaria “El Cosmos”, que coordinabas en La Estrella de Panamá)

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SEÑALES I

1

Si en verdad quieres escribir, hazlo sin modestia alguna, pero con rigor y tenacidad inclaudicables, cada día de tu vida. El tiempo – supre-mo antólogo – dirá la última palabra sobre temas tan esquivos como tu talento y vigencia.

2

Escribir es soltar amarras, romper diques de obligada contención, para que entre la luz y salgan los fantasmas.

3

La poesía sólo se logra a plenitud cuando un hálito incandescente se funde con su estela y ya no hay diferencia alguna entre placer y dolor. Pero el poema perfecto no existe más que en la imaginación de un gran poeta imperfecto.

4

Un cuento memorable es la elíptica narración de una historia que exige ser contada, no con pelos y señales sino de forma intensa y seduc-tora.

5

Una secuencia de palabras puede crear imágenes que perduren; ideas de un profundo sentido. O ser simples tatuajes cuyo mensaje artifi-cial nada más remite al vacío de sí mismo.

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SEÑALES II

Todavía hay gente que piensa que la literatura es o debe ser inevitable-mente una copia fiel de la vida; es decir, de sucesos cuya veracidad

en el “mundo real” resulte incuestionable. Para estas personas, que no son pocas, las novelas y los cuentos de mayor valor son los que representan situaciones, personajes e incluso lugares en buena medida reconocibles. Por supuesto, aun quienes defienden la necesidad de mantener elementos realistas como ejes o anclas seguras en una obra literaria, suelen com-prender el papel fundamental que cumple la imaginación – “ la loca de la casa”, según Santa Teresa de Jesús – en el desarrollo cabal de cualquier texto que se precie de ser artístico o al menos creativo.

Habría que aclarar desde el principio que para que una obra sea verdaderamente literaria debe ir más allá de la simple copia, reproduc-ción o representación de la realidad que conocemos o reconocemos. Y entonces, por supuesto, se plantea la pregunta obligada: ¿En qué medida debe entrar en juego dicha imaginación y hasta dónde sería necesario que esas características “reales” se hagan presentes en la obra?

Si bien son preguntas válidas para una mentalidad tradicional que desconoce la evolución del arte y la literatura, así como la inmensa va-riedad de posibilidades creativas que pueden echarse al ruedo al escribir, quien pretenda dedicarse con seriedad y de forma responsable a este duro oficio debe hacer mucho más que dejarse guiar por los imponderables de “la musa” cuando siente que de algún Olimpo ignoto llega la inspiración. Debe estudiar a fondo obras literarias de calidad haciendo de la lectura y de la escritura misma un trabajo constante e inclaudicable, siempre con la mente abierta y el corazón puesto en sus querencias y en sus errancias más entrañables. La discusión acerca de los matices y las connotaciones del realismo y de la fantasía es apenas uno de los innumerables temas que siempre se han debatido en los círculos literarios y por parte de los críti-cos y estudiosos; y el escritor actual, lógicamente, debe estar conciente de los alcances de tales tópicos.

En los tiempos que corren, esporádicamente en Panamá hay di-versos talleres de creación literaria que sin duda (si quien lo coordina tiene obras respetables y un mínimo de experiencia docente) ayudan a orientar y motivar a los participantes mediante la discusión creativa de las virtudes y defectos de los textos presentados. El Diplomado en Crea-ción Literaria que durante los últimos años ha venido dictándose en la Universidad Tecnológica de Panamá también ha dado luces, de manera

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significativa y responsable, a varias promociones de personas que sien-ten la necesidad de escribir. Por supuesto, no todo el que quiera hacerlo tiene realmente la capacidad; y en ese caso ni los conocimientos ni las herramientas técnicas adquiridas en clase podrán suplir la innata predis-posición con la que suelen nacer los artistas.

Sin duda hay muchas formas de escribir y no pocos gustos y cri-terios para evaluar las bondades y defectos de una obra. En todo caso, la Literatura, que es un arte, se beneficia enormemente de los conocimientos y la experiencia, pero no podrá prescindir nunca del talento.

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SEÑALES III

Pocos consejos suelen dar los escritores panameños de cierta trayecto-ria o prestigio a quienes se inician en el duro bregar de las letras que-

riendo algún día publicar libros que, por sus méritos, inciten a la lectura. Me atrevo, no obstante a esbozar al respecto algunas reflexiones, que no consejos.

No se trata sólo de saber escribir con propiedad y eficiencia. Lo que en verdad importa siempre es domar de tal forma el lenguaje que en sus moldes puedan crearse mundos diferentes y singulares; atmósferas, situaciones y personajes que no obstante su particularidad, logren conec-tar al lector con experiencias reales o posibles que resulten memorables. Lamentablemente, o acaso por fortuna, no existen para ello recetas ni fór-mula alguna. Cada quien debe hallar su propio camino leyendo mucho, y por supuesto, escribiendo con frecuencia, sensibilidad y rigor.

Sin embargo, hay indudablemente una voz interior que se torna insoslayable cuando escribir lo que dictan las experiencias reales e ima-ginarias se convierte en pasión y casi en vicio. Esa voz nos presiona y a veces incluso nos tortura obligándonos a expresar sus dictados. Y enton-ces va surgiendo un lenguaje que expone, describe o narra ciertas cosas de cierta manera. Las palabras se articulan en núcleos de frases que van formando párrafos que apuntan en determinada dirección porque llevan implícito un sentido. Casi a pesar nuestro empieza entonces a nacer un texto que denota y connota, porque ha ido constituyéndose en un micro-cosmos que, si el talento de su autor lo permite podría en un momento dado saltar de la página y volverse vivencia del lector.

Este es más o menos el proceso que a menudo ocurre cuando se escribe con pretensiones literarias y hay “madera” de artista en quien se vale del lenguaje para crear. Pero ¿cómo hacerlo? ¿Cómo cruzar realmen-te el umbral, el puente mismo, y convertir esas “ganas de ser escritor” en hechos consumados, en auténticas obras que aporten una visión fresca o diferente y que, por tanto, atrapen sin remedio al lector?

Hay sin duda numerosos manuales de preceptiva que mejoran el arte de redactar; y no faltan libros que meditan con seriedad sobre la creación literaria en sus diversos aspectos y facetas. También hay obras valiosas en las que determinados autores procuran explicar su forma de escribir en relación a su muy particular visión del mundo y de la literatu-ra; y otras en que respetables críticos analizan ciertos libros desmenuzan-do temas y técnicas a fin de justificar alguna teoría que sirve de sustento

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a la obra estudiada. Sin embargo, a la hora de pasar de una orilla a la otra para entrar a ese mundo propio y entrañable hecho de bullentes palabras cuya selección, secuencia, tono, disposición y sentido se organizan de una muy particular forma por primera vez, muy pocos consejos especí-ficos valen.

Uno sólo puede hacer su mejor esfuerzo poniendo en ello todo lo que se es; escribiendo de la mejor manera posible, como ángel o como demonio, y sabiendo que en ese momento nada es más importante en el mundo que escribir.

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SEÑALES IV

(A 20 años de la muerte de Cortázar)

A lo largo de la Historia surgen escritores que no sólo marcan una épo-ca, sino que a través de la calidad sobresaliente de su obra dejan

una estela luminosa que continúa viva por mucho tiempo; y a veces –los que llegan a convertirse en “clásicos” –, por siempre. La trascendencia humana de esa obra y el acierto de sus logros estéticos se enraizan así en innumerables generaciones de lectores y consiguen sobrevivir ideologías y estilos, sucesos políticos y actitudes, catástrofes y prejuicios. Sin duda, algunos de estos autores destacan más que otros por la inexorable calidad de su creación múltiple. Homero, Cervantes, Shakespeare, Dante, Tols-toi, Goethe, Flaubert, Poe, Kafka, Joyce, Faulkner, Camus, Milton, son apenas un puñado de nombres inolvidables cuya genialidad literaria llega hasta nuestros días. Pero por supuesto hay muchísimos más.

La historia de las Letras en América Latina –pese a que sólo ha contado con poco más de cinco siglos para asentarse y proyectar su influ-jo– es también rica en figuras que ya son emblemáticas en el desarrollo artístico de nuestro continente. Grandes poetas como Rubén Darío, Pablo Neruda y Octavio Paz, por sólo mencionar a tres, conviven en la memoria cultural no sólo del ámbito hispanohablante sino mundial, a la par que in-signes narradores como Horacio Quiroga, Miguel Ángel Asturias, Rómu-lo Gallegos, Alejo Carpentier, Juan Rulfo, Juan Carlos Onetti, Jorge Luis Borges, Julio Cortázar, entre muchísimos otros autores ya fallecidos. Y hay quienes apuestan por la creación de una ceñida nómina de “clásicos vivos” entre los escritores nacidos en algún país del continente america-no: Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa, Mario Benedetti, Car-los Fuentes y Ernesto Sábato son extraordinarios prosistas que no pocos críticos y lectores podrían fácilmente incluir en tan osada selección.

El 12 de febrero de 2004 se cumplieron 20 años de la muerte de Julio Cortázar (1914 – 1984), ese argentino –francés universal, autor de Rayuela (1963), una de las más célebres y leídas novelas de Hispanoamé-rica (anti-novela, la llamaron algunos en su momento), y sin duda uno de los grandes maestros del cuento contemporáneo en cualquier lengua. Para muchos, la sobresaliente calidad humana y formal de su narrativa, y su ejemplo de escritor profundamente comprometido con la Literatura y, en los últimos años de su vida, con el cambio social, lo han convertido ya en uno de esos “clásicos” relativamente recientes que mencioné antes.

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Otros libros importantes de Cortázar son: Bestiario (1951); Fi-nal del juego (1956); Las armas secretas (1959); Historias de cronopios y de famas (1962); Todos los fuegos el fuego (1966); 62, modelo para armar (1968); Libro de Manuel (1973); Octaedro (1974); Alguien que anda por ahí (1977); Un tal Lucas (1980); Queremos tanto a Glenda (1981) y Deshoras (1982). Es sabido que además dejó obras póstumas.

Hay que propiciar que las nuevas generaciones de lectores de Panamá y el mundo descubran la originalidad y excelencia de sus cuentos y novelas, siempre susceptibles al asombro y la reflexión; y que quienes conocemos su obra y guardamos por Cortázar un permanente hálito de respeto y admiración, volvamos a sus libros para otra vez, conmovidos, beber agua pura en la fuente.

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SEÑALES V

(Relevo generacional en nuestras letras)

No cabe duda: la literatura panameña cuenta hoy con un número im-portante de nuevos cuentistas y poetas. Este auge se inicia en la dé-

cada del ochenta del siglo pasado y dos son las compilaciones que dan fe de ello: Poetas jóvenes de Panamá (Editorial Signos, 1982), de Jai-me García Saucedo; y Hasta el sol de mañana (50 cuentistas nacidos a partir de 1949) (Fundación Cultural Signos, 1998), preparada por mí. Más recientemente se han publicado otras dos compilaciones en ambos géneros: Panamá cuenta –Cuentistas del Centenario (1851-2003) (Edi-torial Norma, 2003), en la que junto con muestras elocuentes del trabajo de cuentistas de otras épocas incluyo a un significativo núcleo de nuevos narradores; y Construyamos un puente -31 poetas panameños nacidos entre 1957 y 1983- (U.T.P., 2003), en el que Salvador Medina Barahona y yo ofrecemos una panorámica de la poesía aparecida en décadas más recientes.1

Por supuesto, este relevo generacional existe gracias a la calidad de los libros que individualmente ha publicado un número muy aprecia-ble de escritores panameños, de cuyos méritos dan cuenta estas cuatro compilaciones. Lo cierto es que el cuento y la poesía, hermanados en la voz de autores cuyo talento se pone de manifiesto con diversos grados de sensibilidad artística y oficio en busca de un estilo que los represente y de una obra personal que trascienda, continúan ocupando hoy –como en tiempos de Salomón Ponce Aguilera, Darío Herrera, Gaspar Octavio Hernández y Ricardo Miró poco antes de principios de la República- un sitio de vanguardia en la producción literaria nacional.

Menciono sólo a 24 cuentistas que han publicado al menos un libro estimable en los últimos años: Félix Armando Quirós Tejeira, Allen Patiño, Rogelio Guerra Ávila, Claudio de Castro, Rey Barría, Cáncer Or-tega Santizo, Consuelo Tomás F., Carlos Oriel Wynter Melo, Aida Judith González Castrellón, Ariel Barría Alvarado, Leadimiro González, Yolan-da J. Hackshaw M., Melanie Taylor, José Luis Rodríguez Pittí, Rober-to Pérez-Franco, Francisco J. Berguido, Carlos E. Fong A., Carlos Raúl Acevedo, Digna Valderrama, Rafael Alexis Álvarez, Marisín González, Érica Harris, Marisín Reina y Eduardo A. Soto P. 2

Entre los poetas de las últimas décadas están: Consuelo Tomás, Héc-tor M. Collado, Pablo Menacho, Porfirio Salazar, Moisés Pascual, Genaro

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Villalaz, Alex Mariscal, A. Morales Cruz, Luis Wong Vega, Mariafeli Domín-guez, Martín Testa Garibaldo, Eyra Harbar, Salvador Medina Barahona, Errol Caballero, Edilberto González Trejos, Javier Alvarado, Sofía Santím, Eloy Fisher y Javier Romero Hernández, para nombrar sólo a 19.

Se trata, entonces, de una eclosión de autores nunca antes vista en la historia de nuestras letras. Y eso sin referirme a no pocos escritores consagrados que siguen produciendo con determinación y excelentes re-sultados en estos dos géneros breves.

Habría que añadir aquí a los nuevos novelistas que también se dan a conocer en las últimas décadas con diverso grado de calidad li-teraria: Rogelio Guerra Ávila, Rafael Ruiloba, Rose Marie Tapia, Jorge Thomas, Ramón Fonseca Mora, Luis Pulido Ritter, Carlos Alberto Ortiz, Javier Riba Peñalba, Ramón Francisco Jurado, Edgardo Jiménez Romero, Ramón Varela Morales, Ariel Barría Alvarado, Mercedes Arias, Eduardo Lince Fábrega, Rosa María Tapia C., Franzela Llerena Launsett, Victoria Jiménez Vélez, Álvaro Linares, Maritza López Lasso, Pablo Asís Nava-rro Icaza, Jilma Noriega de Jurado, Álvaro López Blanco, Ariadnne M. Benedetti D., Stella Dupuis, entre otros.

Por otra parte, no se puede ignorar que el ensayo literario ha sido cultivado con variados logros, en los últimos 15 años, por los siguientes autores: Ricardo Arturo Ríos Torres, Isabel Barragán de Turner, Emma Gómez de Blanco, Rodolfo de Gracia, Ariel Barría Alvarado, Yolanda J. Hackshaw M., Allen Patiño, Melquíades Villarreal Castillo, Irina de Ar-dila, Rafael Ruiloba, Erasto Espino Barahona, Dalia Peña Trujillo, Ber-na de Burell, José Carr, Juan Antonio Gómez, Damaris Serrano Guerra, Vielka Ureta de Carrillo, Rodrígo Him Fábrega, Mario García Hudson, Fredy Villarreal Vergara, Nimia Herrera Guillén, Mariafeli Domínguez, Enrique Jaramillo Levi, entre otros; la mayoría de los cuales lamentable-mente no ha recogido en libros sus textos dispersos.

Es interesante notar, en todo caso, que entre los nuevos cuentis-tas, poetas, novelistas y ensayistas que empiezan a destacar a partir de los ochentas hay autores de diversas edades y estilos que, sin embargo, tienen en común algo fundamental para la continuidad y permanencia de las letras nacionales: una innata mística centrada en la importancia de escribir bien en Panamá.

Si una cuarta parte al menos de los autores aludidos persevera en su creatividad y publicaciones, la literatura panameña tiene asegurado su futuro. Las bondades literarias del pasado, aunadas a las múltiples del momento actual, así lo auguran.

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1. Posteriormente, han aparecido mis compilaciones: Pequeñas resistencias 2. antología del cuento centroamericano contemporáneo (Editorial Páginas de Espuma, Madrid, 2003); La minificción en Panamá. Breve antología del cuento breve en Panamá (Universidad Pedagógica Nacional, Bogotá, 2003) y Cuentistas panameños (Editorial Popular, Madrid, 2004) y Sueño Compartido (Compilación histórica de cuentistas panameños: 1892-2004) (Dos tomos; Universal Books, Panamá, 2005).2. Más recientemente han publicado buenos primeros libros de cuentos: Héctor M. Collado, Francys de Skogsberg, Eudoro Silvera, Annabel Miguelena, Lupita Quirós Athanasiadis, Isabel Herrera de Taylor, Manuelita Alemán, Gloria Me-lania Rodríguez Molina, entre otros.

* Este artículo ha sido actualizado en 2006

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SEÑALES VI

(Darle voz a las palabras)

Escribir es dar fe de uno mismo y del mundo, hurgar en sus vericuetos, en sus razones y sinrazones pese a las dificultades y por encima de

los obstáculos. Darle voz a las palabras, sentido a su intención.La creación literaria, cuando encarna sin remedio en alguien, es

sin duda un destino. Y como tal debe incubar sus propias normas y sus propias metas en el proceso de su consolidación. Por supuesto que uno no nace sabiendo; si bien el genio, como el talento artístico, sí nacen y deben desarrollarse a lo largo de la vida con tenacidad y cierto grado de disciplina, pasión y ambición de éxito.

En lo que toca a la narrativa (novela, cuento), sabemos que en el fondo sólo existen cuatro grandes temas: el amor, el odio (contrapartes entre sí), la vida y la muerte (también contrapartes entre sí); aunque, por supuesto, hay infinidad de subtemas y variantes que pueden ramificar-se indefinidamente, así como determinadas clasificaciones o “tipos” de cuentos, según el criterio ordenador que se emplee: abiertos o cerrados; de personaje, de ambiente o de situación (de acción); de tipo fantástico, realista, paródico, humorista, lúdico, absurdo, policiaco, de terror, meta-ficcional, de ciencia – ficción; cuentos largos, medianos, breves o mini-cuentos.

Quienes escriben intuitiva o empíricamente, que es como se hace cuando no se tiene demasiada experiencia ni se ha incursionado en la densidad de los estudios teóricos ni participado en talleres literarios se-rios, generalmente no están conscientes de estas denominaciones porque casi nunca tienen claros sus propósitos antes de sentarse a crear.

Por supuesto, algo similar ocurre con el estilo, que termina sien-do algo muy personal; y con las técnicas narrativas, que nutren en cierta medida ese estilo. Por ejemplo, a menudo no se tiene conciencia plena del tono que requiere el lenguaje, ni de si conviene elegir a determinado tipo de narrador o acaso tener varios; si la historia debe contarse en pri-mera persona gramatical o en tercera; ni se sabe lo que significa el “punto de vista” desde el que se debe narrar determinada parte de la historia; o si se tienen claros los parámetros de verosimilitud que facilitan la credibili-dad del personaje o del asunto narrado. Así, la falta de experiencia lite-raria y la pocas lecturas suelen ser factores que, junto con una redacción

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deficiente (ortografía, puntuación, vocabulario, dominio gramatical), las-tran la eficiencia del relato y le imprimen un cierto aire de torpeza o de evidente imperfección.

No se escribe impunemente. Una historia sólo debe empezarse a es-cribir cuando sus componentes –personajes, situaciones, atmósferas – pug-nan por hallar identidad mediante las palabras, y éstas obligan al creador a relegar ciertos momentos de su vida personal en aras de una impostergable necesidad de nuclearse en torno a lo que exige nacer. Y lo que se narra en determinada secuencia tendrá, inexorablemente, consecuencias: primero en el texto, en el autor mismo en seguida, y más adelante en el lector.

En lo que se refiere específicamente al cuento, el escritor de fic-ciones breves, como el poeta, tiene un compromiso ineludible con la bre-vedad y la concisión. Pero en su caso particular necesita lograr, además, un momento epifánico –revelación o descubrimiento- que trastoque las expectativas del lector sin traicionar la verosimilitud del texto. Todo lo demás es carpintería, y cuando hay talento el oficio se da tarde o tempra-no por añadidura.

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SEÑALES VII

(¿Por qué se escribe?)

Quienes se contentan con escribir una literatura “light”, y aquéllos que disfrutan sumisamente su lectura porque los entretiene, poco

tienen que ver con el verdadero arte de escribir ni con la sensibilidad es-pecial e inteligente que las obras trascendentes exigen al lector.

En este sentido, no es garantía de nada el mero manejo satisfac-torio de un amplio repertorio de palabras ni cierta facilidad para redactar más o menos bien. Asimismo, es un grave error pensar que con sólo rela-tar una historia sembrada de anécdotas interesantes y vender un número significativo de obras entre gente ávida de emociones previsibles se ha conquistado un sitio en la literatura de un país.

La buena literatura nunca es complaciente, conformista ni sim-plemente entretenida, por más que un número grande de lectores pueda creer lo contrario, o ni siquiera se dé cuenta de la superficialidad de sus gustos. Debe ser, en cambio, provocativa, imprevisible siempre, oblicua-mente misteriosa; capaz de sacudir los cimientos mismos de la buena conciencia, y de la mala también, así como de revelarnos inéditos aspec-tos de la realidad y suscitar afectos y desprecios inesperados.

Así, cualquier escritor que se respete procura -una vez logre sa-cudirse el inicial entusiasmo de las inspiraciones fáciles y generalmente súbitas- no quedarse en los simples enunciados ni en las enumeraciones con aires de sapiencia; busca ir más allá de la superficie de las cosas –historias, personajes, ideas, emociones-, para intentar aprehender lo más oscuro e inexpresable de la experiencia humana junto con los rasgos bá-sicos de lo más evidente. Porque tanto lo cotidiano que inevitablemente encarna en escenas bien contadas, como las matices metafísicos o raiza-les que asoman o se insinúan, importan en el desarrollo de la trama y en la gradual progresión del carácter de los personajes cuyo comportamiento dosifica la intensidad de ciertos pasajes y determina sus consecuencias.

Hablo fundamentalmente de la novela, aunque al cuento de cierta extensión también se le puedan aplicar estas reflexiones. Basta con leer las de Sábato, Carpentier, Vargas Llosa, Fuentes, García Márquez, Dono-so, Rosa Bastos y Onetti, en el ámbito hispanoamericano, para confirmar que, pese a la heterogeneidad de propuestas y estilos, todos comparten una búsqueda de trascendencia a través de la sostenida inmersión en la

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densidad del instante, lo cual a menudo entraña una paradoja, pues tal instante suele ser fugaz.

No se escribe entonces para fotografiar la realidad ni para filmar, repitiéndolos, los aspectos que ya están a la vista. La verdadera literatu-ra, la que nos transforma –como escritores, como lectores-, es otra cosa menos banal. Se escribe para conocer, para descubrir, para revelar; para imprimirle un orden al caos y darle un sentido al absurdo. Se escribe para identificar, finalmente, lo que no somos; lo que anhelamos ser.

Y no hay que olvidar que el verdadero escritor es un artista.

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SEÑALES VIII

(Guillermo Sánchez Borbón: “Condecoración Rogelio Sinán 2004 ”)

La obra poética y novelística de Tristán Solarte, seudónimo de Guiller-mo Sánchez Borbón, está investida de un alto grado de originalidad y

excelencia literaria y humana, con lo cual contribuye al enriquecimiento y desarrollo de la cultura nacional latinoamericana y universal. Se añade la valiente y lúcida labor realizada durante años por Sánchez Borbón en el campo del periodismo de opinión desde su columna “En pocas pa-labras”, así como en años recientes a través de artículos diversos en el diario “La Prensa”, lo cual contribuyó, y todavía contribuye, a denunciar inteligentemente lo excesos del poder y, por extensión, a formar la con-ciencia ciudadana. En este sentido, tanto su obra literaria como su trabajo periodístico como orientador de opinión son, no sólo cónsonos con los valores cívicos y humanos fundamentales, sino extremadamente impor-tantes y siempre oportunos para la buena marcha del país.

El ahogado, la novela más estudiada y difundida de Solarte –tie-ne múltiples ediciones-, es una obra abierta en la que rige, con maestría nunca antes vista en la narrativa panameña, un perspectivismo múltiple (siete personajes presentan su punto de vista sobre el protagonista, la no-ticia de cuya muerte violenta inicia la historia), y una ingeniosa estructura de “falsa novela policíaca”, como acertadamente la llama el crítico pana-meño Víctor Fernández Cañizalez. La primera edición panameña de esta obra es de 1957, y es la que le mereció en 1954 el Primer Premio en el Concurso Literario Ricardo Miró. A partir de la segunda edición, argen-tina, que es de 1962, Solarte hace una minuciosa revisión de la novela, sometiéndola a pequeñas pero importantes correcciones, supresiones y añadidos que le imprimen un carácter mucho más universal y acentúan los diversos aspectos de su gran perfección formal. Las reediciones pos-teriores mantienen esta versión de la obra.

En su momento, El ahogado mereció reseñas sumamente elogio-sas en diarios y revistas de Buenos Aires y Montevideo. Todas destacaron su carácter dramático y en ocasiones alucinante, enmarcados en un hálito poético en el que el paisaje y las contradicciones humanas conviven y se confunden. Esta novela fue publicada en francés en 1964. La crítica de ese país alude a una obra maestra “de bruma y maleficio” en la que predo-mina el análisis psicológico y el trasfondo de leyenda con fragmentación de la continuidad cronológica y espacial. “Una visión fragmentaria, rica

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en abstracciones y, sin embargo, de un fuerte realismo, a veces exaspe-rado, son características muy acusadas de este excelente libro del autor panameño”, señala un reseñista parisino en 1965. Otro crítico francés alude a “una extraña y misteriosa poesía que revela la inquietante magia de esa América Latina que empezamos a descubrir gracias, aquí, al ta-lento excepcional de Solarte” (1965). Y otro crítico dice: “Novela breve, admirablemente construida, de una medida y de una claridad que uno se ve tentado a llamar toda francesa”. Otro más declara: “Con delicadeza a menudo de filigrana, la exuberancia tropical es allí lo que acecha (...) Esta parábola de la vida constantemente amenazada por la muerte, de la voz ahogada por el silencio, de la nostalgia de la infancia amenazada por el crepúsculo del hombre se cierne al borde de las páginas de esta sorpren-dente novela panameña. Allí está su valor esencial.”

El valor universal de El ahogado es asumido entonces en otros ámbitos con respeto y admiración, si bien la obra se inserta en el espacio local, bocatoreño en este caso. Se trata de una obra maestra de la narra-tiva nacional como existen pocas en Panamá. Cabe recordar que hay un importante libro, de 384 páginas, del crítico nacional Víctor Fernández Cañizalez, que estudia ésta y otras obras de Solarte: Análisis de la obra literaria de Tristán Solarte (1986).

Otras novelas de Tristán Solarte son: Confesiones de un magis-trado (1968), La serpiente de cristal (2000) y La luz de esta memoria (2002), obras que aún no han tenido la crítica que se merecen. Como poeta, Solarte ha publicado: Voces y paisajes de vida y muerte (1950), Evocaciones (1955), Aproximación poética a la muerte y otros poemas (1973), Vienen de lejos (2002) y El camino recorrido (2002). Si bien en cada poemario se siente la hondura existencial luchando en el seno de la ambigüedad y la pasión humana, en Aproximación poética a la muerte y otros poemas se compendia esta tendencia y se representa en su momento más lúcido y formalmente más perfecto.

El poema que le da título a este libro es de los más personales y, a la vez, más universales de cuantos ha escrito Solarte. La fuerza estru-jante de su gravedad humana, su angustia existencial, su vuelo al mismo tiempo metafísico y a ras de tierra, hacen vibrar al lector y conmueven su sensibilidad como pocos poemas panameños lo hacen. En general, en la poesía de Solarte convergen un humanismo que grita su desolación y su desesperanza, y una sed de trascendencia que termina iluminando la an-gustia de sus versos. Tristán Solarte es, sin duda alguna, un gran poeta.

Cuando en 2001 se hace merecedor al Premio de poesía en el Concurso Ricardo Miró con Vienen de lejos, después de muchos años

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de dedicación al periodismo de opinión, sólo se pone de manifiesto el hecho ya incuestionable de que este autor sigue vigente, dictando pautas de sensibilidad hondamente creativa. Su obra toda -novelística, poética y periodística- es un himno al compromiso que todo escritor debe tener, no sólo con la escritura, sino con la vida; esa “maestra vida” cotidiana e inefable a la que canta Rubén Blades.

Por éstas y otras razones, la Condecoración Rogelio Sinán, otor-gada este año (2004) a Guillermo Sánchez Borbón (Tristán Solarte), es un merecidísimo homenaje a quien, en las Letras panameñas, honor me-rece.

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SEÑALES IX

(Se aprende a escribir escribiendo)

Sería un pretexto muy pobre, al enfrentarse uno con la página en blan-co del artículo pendiente de publicación, decir que no se tiene a mano

un tema adecuado. O esgrimir falta de tiempo, cansancio u olvido como excusas valederas. Como suele ocurrir ante cualquier responsabilidad o compromiso previamente adquiridos, lo correcto, lo legal, lo decente, es buscar simplemente la forma de poner manos a la obra sin más dilación, e ir sacando adelante, de la mejor manera posible, aquello que nos com-promete. Eso, o renunciar a tiempo a la tarea, a fin de que otra persona pueda suplirnos.

Pero, ¿cómo renunciar a un espacio cultural, de los poquísimos que se nos ofrecen en Panamá en los medios escritos, por razones tan coyunturales, y en el fondo tan pedestres, como no tener en un momen-to dado un tema predispuesto para convertirlo en materia prima de la escritura? O ¿ cómo no tener tiempo, siendo que éste no es más que un dispositivo que uno mismo se fabrica dentro de una estructura mayor que pocas veces es inamovible?

Cualquier otra excusa, que no sea de fuerza mayor, me parece inadmisible. Así es que no voy a invocar ningún argumento que intente justificar lo injustificable, y más bien pondré más empeño en hacer esto que he venido haciendo a lo largo ya de dos párrafos como un ejercicio de disciplina, buena voluntad y cumplimento de la responsabilidad ad-quirida: escribir un artículo que pueda ser de provecho; o que al menos sirva de ejemplo para aquellos que todavía no se convencen de que uno puede escribir sobre cualquier tema en este mundo, incluyendo éste que por falta de mejor nombre podríamos llamar “falta de tema”.

Lo importante, en todo caso, es que quienes pretenden dominar el oficio de redactar artículos de opinión, al igual que aquellos que desarro-llan un gusto especial por la creación de cuentos o poemas, por dar sólo tres ejemplos, se acostumbren a ejercitarse lo más a menudo posible en las tareas que anhela dominar, por más que cada tanto tiempo se produzca un “bloqueo de escritor”, ese nefasto obstáculo en el camino al que es preciso aprender a vencer.

¿Y si llega a surgir ese bloqueo, si se planta frente a nosotros como una malvada gran pared cuyo sólido silencio gris nos reta? Pues en ese caso habrá que intentar derribarlo a mazazos hechos de racimos

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de palabras que, agremiándose, vayan encontrando su propia lógica, un sentido particular, una cierta intransferible dirección. Palabras duras e incisivas, o dulcemente seductoras. ¡Palabras!

No hay otra forma de aprender a escribir. Y cualquier tema, por más nimio, trivial o intrascendente que parezca, es válido si se entra en él con humildad, pero con determinación y ganas de explorar sus pequeñas vetas, sus intersticios, hasta su mismísima aparente inconsecuencia. La cosa es saber observar, meditar, y luego con calma expresar lo observa-do; interpretarlo con rigor y autenticidad, sin temores. Darle la palabra al pensamiento mediante la insobornable fuerza de las palabras. No hay más. Se aprende a escribir, sí, escribiendo. Incluso cuando se tiene la im-presión –a menudo errónea– de que no se dispone de un tema idóneo.

Te aseguro que hay ocasiones –como ésta– en que la escritura es tan sabia que logra inventarse poco a poco a sí misma. Entonces, si esto es así, imagínate nada más el inexorable poder de las palabras cuando se conoce de antemano el verdadero tema que habrá de ser abordado, ese que yace en algún sitio externo o en nosotros mismos esperando su cris-talización. ¡Piénsalo!

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SEÑALES X

(Reflexiones sobre el inicio de un cuento)

Hay muchas maneras de empezar un cuento. Tantas como cuentos puedan concebirse. Procuraré esbozar apenas unas cuántas, en un

intento por convertir en material didáctico un tema bastante difícil de asir, como a menudo ocurre con algunos de índole artística.

Habría que empezar por señalar que un cuento no es simplemente la narración de una historia, aunque por supuesto ese suele ser uno de sus componentes principales. Hay relatos que, siendo narrativos por natura-leza, no alcanzan a ser verdaderos cuentos literarios. Para que lo sean, idealmente éstos deben compendiar una serie de elementos adicionales que le impriman calidad artística al texto. Se trata de una suma de aspec-tos que, si bien a veces nacen empíricamente con el escritor, a menudo pueden aprenderse mediante las buenas lecturas, en los buenos talleres literarios o mediante la gradual acumulación de conocimientos, habilida-des y destrezas que da la experiencia bien aprovechada.

Me refiero al logro de un inicio, un desarrollo, un nudo o clí-max y un desenlace interesantes (no necesariamente en ese orden, por supuesto) y, a la vez, convincentes y sugestivos; al adecuado manejo de situaciones y ambientes; a la eficaz creación de personajes memorables; al desarrollo ingenioso y al mismo tiempo imprevisible de la trama; a la intuitiva habilidad para dotar de una sólida estructura al cuento; al manejo impecable de un lenguaje cónsono con el estilo mismo del autor. Además es necesario tener un determinado (aunque variable) bagaje vivencial que nutra a las historias, una cierta malicia literaria, una innata capacidad de síntesis y, por supuesto, algo interesante que contar. Todo esto permeado indefectiblemente por una vívida imaginación y una generosa dosis de sabiduría cotidiana.

Evidentemente, ¡no es poca cosa! En realidad son muchas cosas, acaso demasiadas, como podrá notarse, las que se requieren para llegar a ser un excelente cuentista. A mi juicio muchas más que las que exige de un novelista óptimo la gran Literatura, que es sin duda una de las Bellas Artes. De ahí que, a mi juicio, leerse de corrido todo un libro de cuentos implique a veces, por parte del lector, una mayor capacidad intelectual, que leerse de la misma forma una novela, ya que – a otro nivel- lo pri-

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mero exige de él un similar esfuerzo interpretativo a la plenitud creativa que requirió el escritor en la composición de tantos pequeños mundos disímiles entre sí. Es decir: propongo que la asimilación cabal y disfrute de cada uno de los cuentos que integran un libro supone una capacidad superior.

Y en cuanto a las maneras de iniciar el cuento, propongo las si-guientes cinco:

a) Mediante la descripción de un sitio, ambiente o situación, que luego tendrán que ver de forma directa o indirecta con el desarrollo de la historia.

b) Narrando de inmediato las secuencias de una acción, o de una escena, en la que van sucediendo ciertos hechos que luego tendrán aside-ro en la trama.

c) Poniendo de relieve un diálogo entre personajes cuyas accio-nes u omisiones se manifestarán posteriormente.

d) Metiéndonos en la mente de un personaje a través de un mo-nólogo interior que más adelante resultará no sólo pertinente sino indis-pensable para comprender la historia.

e) Presentando un pasaje en el que el lenguaje expositivo emplea-do por el narrador ayude a ubicar algún aspecto conceptual o ideológico del tema central del cuento.

Sin duda, hay otras formas de dar comienzo a un cuento. Pero estas cinco son de las principales. Y, por supuesto, cada autor lo hará a su manera, con su propio estilo.

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SEÑALES XI

(Pensar la escritura)

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Lo primero que hay que dejar muy claro –aunque en realidad resulta clarísimo y, además, se cae de su peso– es que primero fue la escri-

tura y después la lectura. Sin la una, obviamente no existiría la otra. Los caracteres que llamamos letras y que al formar palabras puestas en cierto orden articulan sentido mediante una indispensable aplicación de cierta gramática, implican en su uso el dominio de un lenguaje. Este lenguaje nos permite expresar ideas, emociones, hechos, información... Todo texto es, entonces, la expresión de un mensaje que busca comunicarse a través de dicho lenguaje, el cual tendrá, en cada caso, características propias; eso que suele llamarse un estilo. Y, decía Bufón, el estilo es el Hombre. O, lo que es lo mismo, cada individuo se expresa de acuerdo a su muy particular forma de ser y de hacer. Y el lenguaje escrito es una de esas formas.

2

Resulta que no es posible hablar cabalmente acerca de la lectura, sus características, implicaciones y consecuencias, su estimulación y

promoción como una forma de conocimiento, de búsqueda de identidad o de simple entretenimiento, si antes no reflexionamos en torno al fenó-meno de la escritura. La escritura como necesidad de expresión y como oficio, se entiende.

La pregunta de cajón, esa que no se puede eludir porque supone una necesario definición, o al menos un intento de esclarecimiento con-ceptual, es ¿qué significa escribir? Y sin duda habría una inicial respues-ta, aparentemente elemental: Escribir es comunicar algo a través de un lenguaje que se comparte con quien reciba el mensaje. Si bien desde el principio de estas reflexiones anticipé ciertas señas que ayudan a expli-citar el fenómeno, ahora es preciso entrar más hondamente en materia, procurando, sin embargo, mantener cierto nivel de sencillez en las ex-plicaciones, lo cual supone tratar de no caer en tecnicismos ni en formu-laciones abstractas, que en su peculiar expresión hagan complicada la

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comprensión de un tema ya de por sí complejo. Porque es sabido que el empleo de un metalenguaje, o si se prefiere, de un lenguaje tan especiali-zado que sólo pueden descodificarlo los entendidos, sin duda le aclara a éstos lo que necesitan comprender dentro del campo de sus conocimien-tos previos, pero a los legos en la materia no hace más que espantarlos, alejarlos rápidamente de lo que se busca comunicar. Trataré, por tanto, de mantener estas reflexiones dentro de un campo semántico accesible, formulando mis ideas de la manera más sencilla y directa posible. Aun-que no será fácil. Lo más difícil del mundo es expresar ideas complejas en sencillos términos.

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Retomo e integro, entonces, lo antes dicho. Si analizamos el esfuerzo realizado en este mismo texto hasta el momento, en el sentido de tra-

tar de puntualizar ciertos conceptos básicos en torno a la escritura como antecedente y contraparte del fenómeno de la lectura, creo que podríamos ver aplicados aquí mismo algunos principios que trato de teorizar. He estado avanzando hacia la idea de que toda escritura requiere la formula-ción de un contenido expresado con la coherencia que la gramática suele dar a la expresión, a fin de que el lector –receptor del mensaje cifrado en la escritura– entienda lo que se le ha querido comunicar. Para ello, tanto el emisor (escritor) como el receptor (lector) deben compartir un lenguaje común; o lo que es lo mismo, deben hablar (escribir) el mismo lenguaje.

Por lenguaje quiero decir aquí la esfera o ámbito cultural al que pertenece el sistema de grafías (letras) y fonemas (sonidos) que sirven para emitir el mensaje (texto). Si escribo en español, o si lo hago en in-glés, resulta evidente que mi interlocutor real o virtual deberá también conocer con la mayor elocuencia posible ese mismo sistema de señales si ha de comprender lo que quiero transmitirle. Pero al mismo tiempo es obvio que la experiencia y el oficio, además de la creatividad particular, serán elementos fundamentales tanto en la articulación del texto como en su forma de ser percibido. Porque además de un contenido, que puede ser en lo fundamental el mismo en varios escritos formulados con similar in-tención y conocimientos, siempre hay una manera de presentar las ideas; es decir, un estilo.

Tal vez podría concluir esta aproximación al entendimiento de lo que significa escribir, diciendo que cuando un contenido determinado y un estilo singular se juntan formando un binomio lingüístico llamado

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texto, estamos frente a un tipo de comunicación que se singulariza, acer-cándose a lo que podría considerarse un escrito literario. Me refiero, por supuesto, a esa categoría o clase de texto en la que hay una cierta elabo-ración formal del material expresado, un estilo particularmente singular. Acaso ese texto pueda merecer el calificativo de artístico.

4

Hay quien tiene facilidad innata para las cosas. Lo cual no niega la necesidad de perfeccionar habilidades y conocimientos; de afinar

experiencias; de cultivar los materiales que, por afinidad, sirvan de enlace para enriquecer contenidos pero también matices.

Quien aspire a ser escritor está sujeto a ciertas normas generales, como ocurre con cualquier vocación u oficio. Ciertas guías o señales que es preciso llegar a dominar. De otra forma estará sujeto al reino brumoso de la improvisación permanente, a la inercia exagerada del azar, a la triste posibilidad de sólo llegar a tocar la flauta por casualidad.

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Tantas veces escribir es recordar lo que nunca existió. Todo creador literario auténtico lo sabe. Tal vez no de manera racional, explícita;

pero en su ser profundo, esperando encarnar, yace tal conocimiento. Y en todo caso, basta pensar un poco, hacer acopio de las experiencias y emociones que parecen surgir de hechos reales al describir sus detalles y narrar sus secuencias, para que tomemos conciencia del grado de in-vención que intersecta cualquier pasaje sin que, en los mejores textos, se note, Sí, basta pensar un poco sobre el arte de escribir. Escribir –se entiende– como expresión artística. Pensar un poco, sí, como lo hago ahora. A posteriori.

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Hay quien te dirá, categóricamente, que es indispensable pensar la escritura, meditarla a fondo antes de darle forma en el papel. No se

puede escribir bien lo que antes no fue bien pensado, insistirá convenci-do. Y la verdad es que suena irrefutable porque, sin duda, el asunto tiene su lógica.

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Sin embargo, el 90% de mis cuentos –y ya van siendo cerca de 300– son producto del procedimiento contrario: surgen de la escritura au-tomática; de un ritmo febril e incontrolado de generación de palabras que van acoplándose unas con otras, yuxtaponiéndose, formando frases de implícita corrección gramatical porque a grandes rasgos obedecen a una cierta conceptualización subliminal previa. Y esto ocurre mediante un flujo continuo que funciona por asociación de ideas. Ideas que tal vez ha-yan estado subyacentes, impensadas pero presentes como larvas en algún estrato de la mente, y que sólo afloran cuando algo las imanta; cuando se sienten convocadas, atraídas por palabras que, catapultándose inconteni-bles, se unen unas con otras buscando un sentido, una razón de ser.

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No en balde la literatura superior es un arte. Esa literatura que nos hace sentir y pensar, que nos intriga y nos reta. Esa que gira en torno

a un enigma, un misterio; la que de alguna manera se sale siempre por la tangente porque es inesperada, imprevisible, y sin embargo fascinante, incitante, diferente. Una literatura que no se contenta con entretener, que no es complaciente, y que sin embargo exige mucha complicidad de parte del lector.

La literatura empieza siendo artística desde el ensamble mismo de las palabras; desde la textura de éstas, convertidas en resorte de preci-siones o sugerencias a través de sus tonalidades y ritmos, de sus conno-taciones y denotaciones ineludibles, a veces inapelables, siempre envol-ventes como un dictamen, o por el contrario, como un incierto manto de ensueño.

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Soy lo que escribo cundo lo escribo. El otro soy, porque su piel y sus angustias son las mías, porque vivo sus esperanzas como propias,

porque la experiencia no la compartimos sino que es una sola cada vez que ocurre en el texto, que es como decir en la vida misma de ambos.

No se puede crear un personaje desde afuera y pretender que re-sulte convincente. El escritor necesita despersonalizarse, trocar su voz por la del personaje que empieza a latir, a tener fisonomía material y psí-quica; que lentamente asume su vida y la hace creíble porque es la única que tiene; el personaje puede o no saberse creado, pero en todo caso en

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Prólogos

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FRANCYS DE SKOGSBERG: BREVEDAD Y CONDENSACIÓN

Cuando uno descubre talento innato en un nuevo escritor, cuando se da la posibilidad de que reúna ciertos textos y dé a conocer su primer

libro, y sobre todo cuando uno mismo se convierte en el editor de tal publicación y además en el prologuista, no hay más remedio que sentirse grandemente regocijado. Esta es mi situación frente a los 12 cuentos bre-ves que estrena Francys de Skogsberg. Una situación, debo añadir sin sonrojos, de privilegio.

Conocí a Francys hace más de 13 años. Asistió por un tiempo a uno de los primeros talleres de cuento que impartí hacia 1991 en casa del escritor Félix Armando Quirós Tejeira. Otros asiduos participantes, quienes pasando el tiempo publicarían sus primeros libros, eran Ramón Fonseca Mora, David Róbinson O., Rafael De León-Jones (q.e.p.d.) y Marisín Reina. Recuerdo que le publiqué sus primeros cuentos, en las revistas “Maga”, “Viceversa” (INAC) y, más adelante, en “Umbral”, los cuales ahora integran, con algunos otros, este libro. En aquella época la animé a ir preparando un libro, para el cual surgió ya desde entonces el título que ahora adopta esta publicación: De fantasmas y otras realida-des. Pasaron los años, y Francys no dio más señales de vida. Hasta que hace unos meses nos encontramos en la II Feria Internacional del Libro celebrada en Panamá y decidimos retomar el viejo proyecto con viejos y nuevos materiales que, a mi juicio, tienen los méritos necesarios para formar esta colección.

Esa es la historia, en síntesis, de mi escueta relación profesional con esta autora -profesora de inglés de Educación Media-, cuya obra se suma al conjunto de buenos primeros libros de cuentos publicados en años recientes por nuevos escritores nacionales, y en particular por otras talentosas narradoras tales como Melanie Taylor, Yolanda J. Hackshaw M., Aida Judith González Castrellón, Digna R. Valderrama, Marisín Gon-zález, Érica Harris y Marisín Reina.

Pero lo que en realidad importa es aludir a la otra historia, la que nutre y caracteriza la escritura de los cuentos que ahora salen a la luz ocupando un mismo espacio editorial, una misma intencionalidad; la que entraña el inexorable riesgo de ser frente al lector, tras haber sido para su autora en el momento de la creación. La historia que cada cuento

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relata en el marco de su exquisita brevedad y concisión, con mano segura, dejándose ir.

Tres aspectos me parece fundamental resaltar aquí, en relación con el hecho consumado de la publicación de esta colección de 12 bre-ves ficciones de Francys de Skogsberg. En primer lugar, lo ya dicho: su singular brevedad y condensación. Ambos conceptos, que en esta auto-ra coexisten y se retroalimentan, no necesariamente se dan juntos en un cuento. Los hay que, siendo breves, no son concisos; y también puede ha-ber síntesis en ciertos relatos de mayor extensión. Sin embargo, cuentos como “El retrato”, “La carrera” y “El lirio” logran la fusión perfecta de estos elementos, la simbiosis ideal. Tal vez el secreto estribe en el hálito poético que subyace en la idea misma que da origen a cada uno, en el casi relámpago de su trama.

Otro mérito literario presente en De fantasmas y otras realidades es su ambiente gradual de extrañamiento, de inverosimilitud que permea casi todos los cuentos. Es como si la cotidianidad estuviera inmersa en un paréntesis gradualmente alucinatorio: o al revés, como si cierta atmósfera enrarecida, a ratos francamente sobrenatural, buscara tornarse natural para quedarse en el mundo como un ser vivo más.

La tercera característica no es menos importante. Se trata de cuentos escritos con un lenguaje sencillo, totalmente carente de rebus-camientos semánticos ni de experimentación formal. Ni falta que hace. Estamos frente a una escritora que sabe contar historias y lo hace con sorprendente seguridad y fluidez de principio a fin. ¿ Qué más se le puede pedir?

Acaso debamos, no obstante, requerirle un compromiso más sos-tenido con la literatura: un renovado esfuerzo de creatividad. Su talento ha estado siempre a flor de piel, esperando el mejor momento para mani-festarse. Ese momento ha llegado, pero apenas empieza. Indispensable es darle continuidad y renovados bríos.

Panamá, 7 de abril de 2004

* Prólogo del libro De fantasmas y otras realidades de Francys de Skogsberg (Panamá: Universidad Tecnológica de Panamá, 2004).

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PREGUNTAS CERTERAS QUE DENOTAN

FIBRA INTUITIVA E INVESTIGACIÓN

Siempre me ha impresionado la capacidad de trabajo, entusiasmo y logros que poco a poco ha ido desplegando, tanto en el periodismo

cultural –tan venido a menos en Panamá en años recientes- como en la narrativa breve, Leadimiro González C. Su sección “Anagrama” ha so-brevivido a los avatares sociopolíticos y culturales de nuestro país por más de 10 años en el diario El Siglo; y los excelentes cuentos reunidos en Bajo el calor del fuego (2000) –se trata del segundo autor de origen kuna que publica un libro de ficción corta en nuestro país (el primero fue Arysteides Tturpana)-, están entre lo mejor del género producido por los nuevos escritores durante la última década.

Pacientemente había venido entrevistando a diversos autores na-cionales y de otros ámbitos en su aludida sección en El Siglo, y ahora re-coge buena parte de esas pláticas en un tomo que titula Cuando conversé con ellos, y que con gran satisfacción publica la Universidad Tecnológica de Panamá en su Colección “Testimonios Nacionales”. Cada una de las 37 entrevistas aquí reunidas por Leadimiro González C. aporta informa-ción útil y algún tipo de vislumbre acerca de la vida y obra de estos crea-dores, y por tanto enriquece el conocimiento del lector y, por extensión, la bibliografía literaria panameña.

Sin alardes de erudición y en un tono absolutamente coloquial, mediante preguntas certeras que denotan fibra intuitiva e investigación previa, González toca puntos neurálgicos de aspectos que sabe substan-ciales en el devenir de cada autor con quien conversa. Así, desde crea-dores como César A. Candanedo, Carlos Francisco Changmarín, José Franco, Justo Arroyo, Rosa María Britton, Roberto Luzcando, Enrique Jaramillo Levi y José Guillermo Ros-Zanet, entre los escritores paname-ños de mayor trayectoria, hasta nuevas voces como Porfirio Salazar, Da-vid Róbinson, Ariel Barría Alvarado, Carlos Fong, Carlos Oriel Wynter Melo, Genaro Villalaz, Javier Alvarado y María Angélica León–Roux, entre otros, nos dicen en estas páginas sus verdades múltiples rescatadas bajo el señuelo de las preguntas y los comentarios del entrevistador. Algo similar ocurre, de diversas maneras, con autores reconocidos de otros paí-ses, tales como Sergio Ramírez (nicaragüense), Julio Escoto (hondure-ño), Anacristina Rossi (costarricense), Rosa Montero (española), Ronald

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Bonilla (costarricense), Jacinta Escudos (salvadoreña), Xavier Velasco (mexicano) y Carlos Cortés (costarricense), quienes habiendo estado sólo brevemente en Panamá para alguna actividad literaria en años recientes, fueron aprovechados a cabalidad por González para que conociéramos sus puntos de vista sobre diversos temas de interés.

Cuando esta clase de periodismo comparte con la literatura no sólo el arte de escribir sensible e inteligentemente, sino el de convertir la efímera oralidad propia de la conversación en textos como éstos, que sin dejar de entretener imparten conocimientos, estamos frente al tipo de periodismo cultural que abre horizontes y ayuda a que se cumpla el noble propósito iluminador de los buenos libros. Libros, por cierto, como Cuan-do conversé con ellos, que habrán de recordarse por mucho tiempo.

Panamá, 30 de septiembre de 2004

* Prólogo del libro Cuando conversé con ellos (Entrevistas a 37 escritores), de Leadimiro González C. (Panamá: Universidad Tecnológica de Panamá, 2004).

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HÉCTOR MIGUEL COLLADO, CUENTISTA:

DECIR MUCHO CON POCAS PALABRAS

Los buenos cuentos suelen sorprender, conmover o simplemente inte-resar porque develan aspectos inéditos de la realidad o posibilidades

imprevistas de la imaginación, de los que no se tenía conciencia plena; además, deben estar, por supuesto, muy bien escritos, lo cual implica un manejo impecable de estilo y un dominio absoluto del oficio. Si bien exis-ten innumerables tipos de actitud y de metas frente a este difícil género, y por lo tanto muy diversas maneras de concebirlo y escribirlo, lo cierto es que las características antes señaladas dominan el gusto de críticos y lectores.

Cuando un poeta se hace cuentista, este género indudablemente sale ganando, pues a las consabidas técnicas narrativas que es preciso co-nocer habrán de sumarse los recursos singulares que provee la poesía en tanto concepción de vida y en cuanto elaboración de un lenguaje; también en lo referente a la capacidad de sentir y pensar mediante imágenes. Todo lo cual tiende a exacerbar la calidad artística del cuento.

Tal sincretismo se torna más laudable aún cuando se trata de la escritura de minicuentos; o al menos de ficciones cuya extensión es más bien reducida. En este caso, si bien la gran concentración del texto im-posibilita que haya un desarrollo apreciable de la trama e incluso de los personajes – aspectos destacados del cuento clásico-, se privilegia en cambio la atmósfera o ambientación, además del tema central mismo, ya que por lo general es precisamente una particular situación planteada lo que más importa en los estrechos márgenes de tal clase de cuento. Casi todas las narraciones reunidas en Cuentos de precaristas, indigentes y damnificados, colección de 28 relatos del poeta Héctor M. Collado, tie-nen estas señas de identidad.

Intuitivo, acertadamente lúdico, dueño de una imaginación selec-tiva y poderosamente esencialista, pero con una sensibilidad social a flor de piel, Collado alcanza en estos cuentos la meta ideal de todo hacedor de ficciones breves: decir mucho con pocas palabras. A pesar de la preci-sión del lenguaje – que sin duda hay que aplaudir -, que a veces da lugar a descripciones vívidas por su dramatismo explícito o sugerido, logra crear en no pocos de sus relatos un tono alegórico, gracias en parte a la plastici-dad con que remonta el frágil asidero de la simple anécdota para dejarnos una ambigüa sensación que se nutre de la sátira o de la pura poesía.

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Es así que el poeta reconocido que es Collado nos revela ahora su diestro oficio de narrador minimalista en esta obra, formalmente su primer libro de cuentos, que con gran satisfacción publica la Universidad Tecnológica de Panamá.

Si en 1982 prologué con entusiasmo y edité en la Editorial Sig-nos Trashumancias – su primer poemario-, en 2004 – 22 años más tarde – prologo y edito con sumo agrado estos Cuentos de precaristas, indi-gentes y damnificados, convencido de que estamos frente a un nuevo cuentista panameño significativo.

Panamá, 2 de septiembre de 2004

* Prólogo del libro Cuentos de precaristas, indigentes y damnificados, de Héc-tor Miguel Collado (Panamá: Universidad Tecnológica de Panamá, 2004).

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LA FICCIÓN BREVE DE MORAVIA OCHOA LÓPEZ :

TALENTO HONDO Y PURO

I

El cuento es un género literario que ha tenido en Panamá un flore-cimiento de particular mérito y continuidad. Como es sabido, nace

hacia 1892 con Salomón Ponce Aguilera, quien publica los primeros cuentos propiamente literarios en la “Revista Gris” que dirigió en Bogotá con Maximiliano Grillo hasta 1896; y se reafirma con la producción de los escritores modernistas - Simón Rivas, Gaspar Octavio Hernández, Adolfo García, Alejandro Dutary, Hortensio de Ycaza y Darío Herrera, injustamente olvidados casi todos. Sin duda el más importante de éstos, Herrera demuestra su maestría en Horas lejanas (1903), libro que coloca al cuento panameño en un sitio privilegiado en aquella época.

Aunque prevalece el cuento rural durante la primera parte del si-glo XX, con autores sobresalientes como Mario Augusto Rodríguez, Lu-cas Bárcena, Ignacio de J. Valdés Jr., Moisés Castillo, José María Núñez Quintero, César A. Candanedo, José María Sánchez y Carlos Francisco Changmarín, entre otros, la modernidad se presenta en el ámbito nacio-nal con los cuentos sobresalientes de Rogelio Sinán. Después publican narradores como Renato Ozores, Manuel Ferrer Valdés, Ramón J. Jurado y Ricardo J. Bermúdez, quienes también destacan por su sentido de lo universal.

Más tarde habría de irrumpir un grupo de escritores que trasto-caron la concepción tradicional del género, al introducir técnicas y con-ceptos novedosos en la estructura de sus relatos: Justo Arroyo, Ernesto Endara, Enrique Chuez, Pedro Rivera, Álvaro Menéndez Franco, Mora-via Ochoa López, Dimas Lidio Pitty, Bertalicia Peralta, Enrique Jaramillo Levi. Tardíamente aparecen cuentistas como Rosa María Britton, Isis Tejeira, Beatriz Valdés, Raúl Leis, Griselda López, Benjamín Ramón, y Gloria Guardia, entre otros.

Mas adelante surgen nombres como Héctor Rodríguez C., Julia de C. Regales, Claudio de Castro, Juan Antonio Gómez, Víctor Rodríguez Sagel, Rey Barría, Giovanna Benedetti, Rogelio Guerra Ávila, Félix Ar-mando Quirós Tejeira, Allen Patiño, Rafael De León – Jones, entre otros. Y después se desata una verdadera avalancha de cuentistas nuevos, entre los cuales cabe mencionar a Ariel Barría Alvarado, Carlos Raúl Acevedo, Aida Judith González Castrellón, Leadimiro González, Melanie Taylor, Rafael Alexis Álvarez, Carlos Oriel Wynter Melo, Yolanda J. Hackshaw

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M., Roberto Pérez-Franco, José Luis Rodríguez Pitty, Carlos E. Fong, Marisín González, Érica Harris, Marisín Reina, Humberto Urroz, Eduar-do Soto P. y Francys de Skogsberg. Son sólo algunos nombres, ya que el panorama es incluso más abarcador entre las figuras – de diversas edades – que han publicado hasta la fecha al menos un libro de cuentos merito-rio. Se trata, entonces, de un verdadero enjambre de hacedores de ficción breve, gente talentosa que sin duda aportará nuevas obras a la bibliografía narrativa panameña.

Baste aquí, como preámbulo, este rápido pincelazo. Siempre hay un contexto inevitable, acaso útil – por afinidad o contraste -, en el que está inserto quien escribe. En este caso, cantidad y variedad literaria asombrosas ofrece el panorama de 112 años transcurridos para este gé-nero (1892-2004).

II

¿Qué lugar ocupa la obra narrativa de Moravia Ochoa López en este nutrido caudal de autores de ficción breve? A mi juicio, un sitio

muy destacado. Veamos...Importa consignar que eran muy pocas las mujeres que escribían

cuentos cuando en 1962 Moravia Ochoa López irrumpe con su libro Yes-ca en las Letras de Panamá. De hecho, ninguna lo había vuelto a hacer en los 31 años que siguieron a la aparición en 1931, en Santiago de Chile, de Terruñadas de lo chico, de Graciela Rojas Sucre (1903-1994), primera escritora panameña en dar a conocer un auténtico libro de cuentos litera-rios, y de excelente factura además.

No se sabe el por qué de este largo silencio narrativo, que ni siquiera un investigador acucioso y tenaz como Rodrigo Miró indagó ni menciona en sus textos. Cuatro años antes, cuando sólo tenía 17 años de edad, Ochoa López se había dado a conocer como poeta al ganar el Con-curso Ricardo Miró con Raíces primordiales. Desde entonces, la poesía que vibra en ella no deja de permear la savia de sus relatos, vigorizán-dolos, haciendo más raizal y sugestiva su visión de mundo. De ahí en adelante su concepción lírica de la prosa se convertirá en un invaluable elemento estructurador de sus narraciones breves, de tal manera que la ficción y la forma poética resulten inseparables.

La mujer que escribe poemarios como Raíces primordiales (1960), Cuerdas sobre tu voz de albas infinitas (1966), Donde transan los ríos (1967), Círculos y planetas (1975), Hacer la guerra es ir con

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todo (1978); Ganas de estar un poco vivos (1975), Me ensayo para ser una mujer (1984) y Contar desnuda ( 2000), también produce otras colecciones de cuentos de sorprendente originalidad: El espejo (1968), Juan Garzón se va a la guerra (1992) y En la trampa y otras versiones inéditas (1997). Y ahora aparece una colección de “Cuentos escogidos” bajo el sugestivo título: Las esferas del viaje. La ternura, el vigor narra-tivo, la penetración psicológica, la conciencia social solidaria, y el vuelo lírico son características particularmente bien logradas en su imbricada contextura en buena parte de las ficciones que integran estas obras.

En buena parte de los cuentos que integran esta selección, la prosa fluye mezclando la expresión cotidiana, a ratos popular, y el ha-llazgo de metáforas inesperadas y sin embargo perfectas en su intención descifradora. Esto se da en todos los órdenes del relato: en la lenta acu-mulación de atmósferas y ambientes, en la exposición de motivos que dan lugar a determinadas situaciones, en la presentación sugestiva de sus mejores personajes.

Y varios son, por cierto, los personajes que destacan y se tornan memorables en su honda humanidad singular. Por ejemplo, “ el ciego que toca el acordeón todos los sábados” (en el cuento alegórico del mismo nombre) y Abuelita (en “La foto”). Las minuciosas y siempre tiernas des-cripciones de estos seres y la forma en que se van intercalando fragmen-tos de lo que dicen al conversar con el personaje que narra la historia, en ambos cuentos, nos los van haciendo cada vez más entrañables; también la manera en que dicho narrador – en realidad narradora – interpreta la manera de ser de cada quien, la infinita sensibilidad con que los acoge y matiza, son todos rasgos definitorios de la poética narrativa de Ochoa López al crear sus ficciones breves.

Varios son los elementos que hurgan en el sentimiento de la hu-millación de la esposa maltratada, agredida. En ese monólogo sordo que se desata cuando las cosas, por insoportables, llegan a un límite; desbor-dan sus cauces, toman conciencia de su vulnerabilidad largamente explo-tada por la arrogancia, la prepotencia y la cobardía de un marido o amante abusivo, explotador, violento. Relatos en los que se narra la necesidad in-contenible de liberación emocional, de reconquista de una dignidad tanto tiempo mancillada. Me refiero a cuentos como “En la trampa”, “Segunda versión de los fantasmas”, “Cuarta versión sobre fantasmas” y “Pieza dentro de los fantasmas”. Se trata de un descenso a los abismos hasta tocar fondo, y luego de tomar conciencia del escarnio y la sumisión que contextualizaron la tristeza de una vida que merece redención empinarse sobre el dolor y hallar aire nuevo en una existencia diferente. En este sen-

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tido, me atrevo a pensar que los aspectos realistas que alimentan la esen-cia temática de este grupo de narraciones, que sin embargo están llenas de recursos poéticos admirables, han logrado superar su posible perfil auto-biográfico –tal vez pasando por una catarsis siempre útil, necesaria– para fundar una literatura personalísima, auténtica, hondamente social a pesar del tono intimista, a ratos confesional, pues no pocas mujeres paname-ñas y del mundo se verán reflejadas en estas historias; pero –lo más im-portante- también redimidas y exaltadas. Y más aún: quienes valoramos al máximo la dimensión estética de la literatura, su intención artística, también encontramos en los cuentos de Moravia Ochoa López un logro plenamente ético, resultado de la sensibilidad moral de la autora.

Algunos de sus cuentos son como un susurro que insiste en ganar su espacio, en defender su identidad, en simplemente ser. No son narra-ciones de acción, lo importante no es la secuencia anecdótica, ni siquiera el desarrollo paulatino de un argumento. Su trama, si es que existe, está en la manera de irse articulando un cierto lenguaje existencial que, por acumulación e inferencias, se torna poético. Más bien se trata de una delicada trenza de sentimientos que buscan expresar su epicentro, su mejor instante epifánico, a partir de la cotidianidad; de la vida que es al mismo tiempo pasado y futuro porque el presente necesita nutrirse de otros tiempos del alma, de querencias y errancias que predisponen y marcan huellas.

Además, en los cuentos de Moravia Ochoa López – desde los primeros de Yesca -, suele haber como un sub-texto que, como tal, se mantiene siempre subyacente, sumergido, implícito, pero sugerente. Son relatos hechos de silencios, insinuaciones, sospechas, verdades inferidas y por tanto nunca expresadas con claridad. Es como si la autora, a través del personaje – que casi siempre es protagonista y además mujer – se empeñara en mantener un diálogo elíptico consigo misma – casi monó-logo – que en verdad se tiene con el lector; con su capacidad de sentir y de entender.

Podría decirse entonces que la voz que narra es interlocutora y destinataria de sí misma, de su propio mensaje, siendo a la vez su refe-rente principal, a veces único. Y esta manera de narrar – con pocos perso-najes diferenciados y una trama casi nula -, de lo cual resultan segmentos relativamente estáticos, más bien autorreferenciales, no es muy frecuente en la narrativa breve nacional. No en balde dice el escritor Manuel Ferrer Valdés en el Prólogo del primer libro de cuentos de la autora : “Después de leer Yesca se siente la impresión de que ha ocurrido algo insólito en la

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literatura panameña”. Después de leer estos “Cuentos escogidos” – añado ahora – también (y mucho más).

Se trata de una literatura intropectiva, a menudo hermética en su aparente sencillez. Muchas claves, que podrían surgir de una mayor descripción o de diálogos más explícitos o de pasajes expositivos de ma-yor carga ideosincrática, están ausentes en no pocos de estos cuentos que sin embargo nos intrigan o conmueven pese a su talante enigmático y abrumado por la nostalgia o la tristeza. Es el caso de relatos como “El ma-nuscrito”, “El capítulo” y La cita”. Y es que la autora sabe contener sus historias, enhebrarlas hacia adentro, mostrar sólo ciertos elementos que más que denotar, sugieren. Es como si nos contara sólo los intersticios, unos cuantos atisbos de lo que será la verdadera historia; vislumbres de su posible evolución, de sus consecuencias...

Pero lo sorprendente, sin duda, es que ese estilo está atravesado en muchos de sus cuentos, como ya se dijo, por la ternura, por una sen-sibilidad que no cae en lo cursi porque su hálito nos sacude auténtico, no es afectado, late raizal. La poeta que hay en Moravia Ochoa López ha sabido conquistar un espacio vital dentro de este tipo de narraciones, dándoles un estatuto diferente; una carta de identidad en la que la ficción se hibridiza con la lírica para generar una prosa aleatoria, sincrética, que ella domina a la perfección. Sólo otra cuentista, también notable poeta, tiene un estilo similar –pero propio, personalísimo igualmente, distinto– : Bertalicia Peralta, de quien extrañamos hace años la aparición de nuevos aciertos narrativos.

Cuentos como “La vuelta”, Madrecita”, “Sin madrugada”, “Aguacero”, “La foto”, “El Señor Apuro”, y casi todos los de la sección de textos inéditos de esta antología, ponen de manifiesto, con mayor o menor densidad conceptual y de lenguaje, pero siempre dentro de los parámetros generales antes esbozados, la enorme capacidad que tiene la autora para crear cuentos artísticos. Cuentos que, pese a la carga autobio-gráfica que se presiente en algunos – o quizá debido a eso – construyen su estructura con talento hondo y puro.

Otra variante de la narrativa de Ochoa López son los cuentos –conmovedores– en que presenta retratos sutiles, pero a la vez descarna-dos, de una vertiente de la realidad panameña, que también es universal: familias o barrios en los que la miseria, el hambre, la injusticia social y la desesperanza comparten o no sus vivencias con la heroicidad anónima que significa el poder sobrevivir con dignidad al desamparo. Además, también tiene cuentos de impresionista lucidez premonitoria en los que se siente la presencia ominosa de la muerte, siempre ahí, dentro y fuera de

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los personajes, esperando. Así, Una noticia de impacto y El señor Apuro resumen magistralmente ambos extremos del primer tipo de relato seña-lado, mientras que textos como Vuelta del pescador, Aguacero y Las esfe-ras del viaje son ejemplos vívidos de cómo el tema de la muerte preocupa a la autora; tema, por cierto, artísticamente sublimado, trascendente.

Y cómo ignorar la destreza narrativa, la autenticidad de relatos como Juan Garzón se va a la guerra y Las luces, que escenifican litera-riamente la cruenta invasión norteamericana a Panamá en diciembre de 1989. Si bien en lo personal tengo profundas diferencias ideológicas con Moravia Ochoa López, reconozco sin ambajes la versatilidad sobresa-liente de sus cuentos y poemas, su cuidada forma, la densidad vivencial de sus contenidos; pero también la calidad humana y el patriotismo per-sonal de esta escritora injustamente relegada, rescatada ahora del fondo del baúl para que podamos compartir su mundo literario “de infiernos y purificaciones”, como diría ella, como lo sugieren sus cuentos.

Me ha encantado hacer esta selección de cuentos de Moravia Ochoa López – 49 en total - porque es preciso establecer su importancia incuestionable dentro de la narrativa breve de Panamá; y no sólo entre las mujeres que aquí han escrito y escriben cuentos. Se trata, en muchos sen-tidos, de una pionera de la femenina modernidad literaria panameña, que analizados sus textos con el prisma actual, sin duda habría que denominar postmodernidad. Y la razón principal se puede reducir a una sola: esta autora hace una narrativa diferente, difícil de clasificar; capaz de sugerir estudios singulares que aún están por realizarse. Porque es preciso que los críticos nos expliquen cómo es que estos cuentos, precisamente por ser tan personales, tan valientes, tan ellos mismos en su estética peculiar, vistos ahora en su conjunto al agruparse bajo este paraguas unificador llamado Las esferas del viaje (Cuentos escogidos), ponen decididamente una pica en Flandes. O al menos en Panamá. Y ya es mucho decir.

Panamá, noviembre de 2004

1. Véase mis compilaciones: Panamá cuenta – Cuentistas del Centenario – (Editorial, Norma, Panamá, 2003); La minificción en Panamá (Breve antolo-gía del cuento breve en Panamá) (Universidad Pedagógica Nacional, Bogotá, 2003); Flor y nata (Mujeres cuentistas de Panamá) (Editora Géminis, Pana-má, 2004) y Sueño compartido (Compilación histórica de cuentistas paname-ños: 1892-2004) (2 tomos, Universal Books, Panamá, 2005).

*Este ensayo es el Prólogo del libro Las esferas del viaje (Cuentos escogidos), de Moravia Ochoa López (Panamá: Universidad Tecnológica de Panamá, 2005).

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MÁS TEMPRANO QUE TARDE

I

Cada tanto tiempo, como ocurre en los asombrosos procedimientos y ciclos de la vida, a la Literatura llegan nuevas criaturas dispuestas

a forjarse en el duro oficio de la creatividad. Seres que, recién llegados, aportan en determinado momento su pequeña cuota de sensibilidad e imaginación a la escritura. Unos de ciertas maneras, otros de otras, los nuevos autores dan de sí lo que les es dado ofrecer; su muy personal visión de mundo.

Como es de suponer, su contribución suele ser desigual. A veces más meritoria que en otras ocasiones. Sobre todo si los nuevos autores logran pasar con éxito los filtros que sin duda implican una necesaria lec-tura crítica, y por tanto un riguroso autoescrutinio de los textos creados; pero que además pasan a menudo por la severa lupa de un conocedor o estudioso que no sólo revisa, corrige y sugiere determinadas enmiendas, supresiones o añadidos, sino que finalmente ayuda a seleccionar el ma-terial que, a su juicio, es el más logrado. Es decir, los textos que habrán de integrar, como es el caso en este volumen colectivo, una suerte de antología representativa de cierto grupo de creadores literarios. Una labor que, con miras a la publicación del presente libro, me ha tocado en suerte a mí como Coordinador del Diplomado en Creación Literaria auspiciado por la Universidad Tecnológica de Panamá, así como en mi condición de editor de esta institución.

El grupo de autores que conforman esta antología está integrado por 13 de las personas de diversas edades y experiencias -ciudadanos panameños y también nacidos en otros ámbitos- que en 2004 se congre-garon en el ya mencionado Diplomado, que por cuarto año consecutivo convocó la Facultad de Ciencias y Tecnología de la U.T.P. con el apoyo de la Coordinación de Difusión Cultural. Un conglomerado entusiasta y dinámico -sin duda disímil en edades, expectativas, genuina vocación literaria y talento-, que a mitad de camino de los cursos impartidos (10 se-manas de duración tiene este Diplomado) ya había decidido que más ade-lante habría de dar a conocer lo mejor del grupo en una publicación ini-ciática como la que hoy motiva este Prólogo y que, ojalá, lograra motivar la consecuente lectura de los textos escogidos. Una muestra, si se quiere,

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que pudiera funcionar como vitrina o escaparate de futuras posibilidades literarias de cada quién al dejar en el lector un grato sabor de boca.

Y de eso, por supuesto, se trata Soñar despiertos. Porque este libro que en 2006 publica la Universidad Tecnológica de Panamá en su colección “Testimonios Nacionales” (diseñado admirablemente, en todos sus aspectos, por la mexicana Silvia Fernández-Risco, quien utilizó para la portada una pintura de Minerva de Jované, ambas integrantes del co-lectivo), es un auténtico muestrario de capacidades creativas en dos géne-ros de escritura: el cuento (en forma abrumadoramente mayoritaria, como sucede desde hace más de 20 años en el sorprendente resurgimiento de la literatura panameña) y la poesía. También hay textos un tanto híbridos o de difícil clasificación, en los que no resulta fácil determinar su natu-raleza exacta, lo cual añade interés al conjunto. Pero no tendría sentido esta antología si quienes lo conforman no tuvieran la intención de seguir escribiendo, superándose, hasta en algún momento -feliz- atreverse cada quién a publicar su propio libro, con las consabidas dificultades emo-cionales y económicas que esto entraña. Una meta que sin duda ronda a casi todo escritor que se respete. Mientras tanto, como reza el dicho, para muestra un botón (o muchos, porque son de autoría diversa).

II

En Panamá no se acostumbra, en términos generales, publicar volúme-nes colectivos de índole literaria. Es mucho más común que los que

escriben seriamente se armen de una adecuada dosis de autocrítica, dis-ciplina, tenacidad y, a la larga, dinero, y que publiquen eventualmente su primer libro propio; aunque ya después no vuelvan a hacerlo, lo cual sería triste si se tratara de gente talentosa. Sólo habrán acertado, por supuesto, quienes hayan dado ese paso confiados en que sus esfuerzos y méritos sean reconocidos en algún momento por el público lector. Pero es sabido que una cosa es lo que uno piensa y siente, y otra lo que puedan pensar y sentir los demás.

Sin duda, entonces, un libro que despliega textos de varia inven-ción y logros diversos por parte de un grupo de personas que comparten o han compartido una experiencia similar o una misma meta, es en Panamá una rara avis. Así, Soñar despiertos es una obra colectiva que tiene ese primer mérito necesario en una empresa como ésta: la humildad. Y, ha-

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bría que señalarlo, el de compartir una actitud fraterna y solidariamente responsable ante la coexistencia literaria en un común espacio múltiple .

Además, esta antología demuestra que cada tanto tiempo en Pa-namá siguen dándose a conocer autores que se toman muy en serio la escritura creativa. Tanto, como para mostrar su trabajo inicial al público y someterse así a juicios que, por supuesto, podrían resultar favorables pero también adversos. Se trata siempre de un riesgo intelectual y humano. Y éste puede llegar a cambiarnos, para bien o para mal (con justificada razón o sin ella), una significativa porción de vida, dependiendo de la im-portancia que cada quién le dé a su recién adquirida condición de escritor o escritora.

Yo tengo para mí que un número mayoritario de los nuevos crea-dores que pueblan con sus textos este libro habrán de pasar la prueba, a sabiendas de que lo que más adelante ocurra dependerá de la evolución y talento de cada uno. Porque no se puede ser escritor bisiesto, ocasional. Una vez iniciado el difícil trayecto, es menester recorrerlo siempre hasta el final, de las diversas maneras que sean posibles, de la forma que resulte necesaria. Y tratar de ser cada vez mejor, lo cual requiere de permanente estudio y perfeccionamiento; también, lamentablemente, de una fuerte disposición a ejercer el sacrificio y a enfrentar la incomprensión. El me-dio en el que vivimos no suele ayudar, pero un buen escritor construye su propio medio, reta a la adversidad y procura superar los escollos. Y sigue adelante.

III

La realidad y la imaginación no podrán nunca ser incompatibles. Por el contrario, se complementan y se funden imperceptiblemente según el talento y la voluntad de ser de quien crea. Son la materia prima del arte. Y la buena literatura es siempre un arte. Incluso a pesar de su creador.

Mis mejores deseos para los apreciados participantes en el Diplo-mado en Creación Literaria 2004, que aquí se dan a conocer literariamente al lanzarse al ruedo. Ellos son: Angélica Aparicio Thils, Vannie Arrocha Morán, Rosella González Araúz, Sabúl Hernández Sánchez, Alejandra Jaramillo Delgadillo, Lilia Korsi, Lissete Lanuza Sáenz, Mercedes Martí-nez, Minerva Núñez de Jované, Silvia Fernández-Risco (mexicana), Dai-ro Herrera Cortina (colombiano), Daniel H. Rizzotti (argentino), María Valarini (brasileña).

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Ojalá que, más temprano que tarde, se conviertan sin discusión en escritores y escritoras en propiedad. Con señas de identidad plenamen-te reconocibles, irrepetibles, memorables.

Panamá, 5 de mayo de 2006

* Prólogo del libro Soñar despiertos, Cuentos, poemas y relatos, Colectivo del Diplomado en Creación Literaria, generación 2004 (Panamá: Universidad Tecno-lógica de Panamá, 2004)

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LOS SABROSOS CUENTOS DE NECO ENDARA

I

Por supuesto, no es poca la responsabilidad que se asume al intentar hacerle un prólogo a una antología de cuentos escogidos de un des-

tacado escritor como Neco Endara. Por ser mi colega y amigo, se supone que debo tratarlo bien, escribir sólo alabanzas acerca de su persona y obra. O al menos sobre su obra; acerca de sus cuentos, en este caso. Pero sucede que, por un lado, un prólogo que se respete no quema sus naves vertiendo elogios gratuitos ni busca complacer la vanidad de nadie; y por otro, uno no adopta un reto como éste a menos que tenga un criterio muy bien cimentado en torno a la calidad del material que habrá de comen-tarse. Los juicios de valor sobre cualquier artista -en torno a su obra- son un asunto demasiado serio como para emitir opiniones hilvanadas en el aire, sin asideros sólidos capaces de sustentarse en un minucioso examen posterior o en una reflexión valedera.

También me parece de rigor expresar que fui yo quien le propuso a Neco la posibilidad de que 9 Signos Grupo Editorial, S.A., nueva empresa que recién iniciamos nueve idealistas amantes de la buena Literatura, pu-blicara como uno de nuestros primeros libros una muestra antológica de su producción cuentística, representativa de su quehacer narrativo desde sus inicios hasta la fecha, incluyendo algún texto inédito. La intención edito-rial claramente era -sigue siendo- combinar el rescate y la divulgación de valiosas obras de autores nacionales consagrados, con la de autores menos conocidos e, incluso, del todo inéditos. En este sentido, mis socios de in-mediato pensaron en la ya tradicional calidad de los cuentos de creadores como Ernesto Endara (1932), Justo Arroyo (1936), Pedro Rivera (1939), Dimas Lidio Pitty (1941) y Enrique Jaramillo Levi (1944), entre otros: gente que habiéndose dado a conocer en este género con obras de calidad fundamentalmente en la década de los setentas, continúan creando con dedicación y esmero literario en los años que corren. Con el primero que pude hablar fue con Neco, quien de inmediato aceptó nuestra propuesta.

El placer de escribir algo sobre los cuentos de este multifacético escritor -también destacado novelista, dramaturgo, ensayista, poeta y arti-culista-, surge (lo confieso) de una doble combinación de factores, que no siempre se dan juntos: un profundo respeto por su obra y una sincera amis-tad; si bien ocurre que mucho antes de ser su amigo disfruté de sus diversos libros, pero sobre todo de sus singulares cuentos. Además, qué remedio, debo

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confesar también que fui yo quien le ofreció a Neco permitirme el honor de hacerle el prólogo de este libro. La verdad es que pensé que no aceptaría. Para mi sorpresa, su entusiasmo arreció manifestándose en seguida en esa gran sonrisa afable que le es consubstancial, una parte apenas de su admi-rable don de gentes. El escritor que más premios ha merecido en nuestro Concurso Nacional de Literatura “Ricardo Miró”, y en diversos géneros, exclamó de inmediato sin ambages: “¡Estupenda idea”!

Mi empírica vena de investigador y crítico procura mantenerme al día en relación con cada nueva colección de cuentos publicada en el país, por lo que me resulta inevitable acumular impresiones que, a veces, buscan convertirse en comentarios que terminan siendo juicios de valor. La obra cuentística de Neco Endara está entre las que, desde el principio, han merecido mi admiración y respeto. Tratar de reseñar brevemente el por qué, es uno de los modestos propósitos de este prólogo ahora que la oportunidad se presenta con motivo de la aparición de esta necesaria an-tología. Espero que las nuevas generaciones de entusiastas lectores, así como las de otras épocas -pasadas y futuras-, concuerden con mi modesta valoración.

II

Muy poco común es encontrar escritores cuyas obras reflejen, al mismo tiempo, un conocimiento profundo, de primera mano, de las vivencias populares, cotidianas, enraizadas en la realidad nacional y en la condición humana de la población humilde, y una evidente sofisticación filosófica e intelectual en el manejo de las ideas y en el dominio del oficio de narrar, pero que sin embargo no hacen -en la escritura misma de sus textos- ostentación alguna de su ecléctica destreza. Y esta mezcla de ac-titudes y de habilidades que sin duda están profundamente enraizadas en la personalidad misma del autor y, por tanto, en su visión de mundo, está presente siempre en la narrativa de Neco Endara. Al menos yo siempre he tenido esa sensación, sin poderla explicar del todo racionalmente, al leer los amenos cuentos y novelas del autor de obras ya célebres como Las aventuras de Piti Mini (cuentos), Pantalones cortos y Pantalones largos (novelas), entre otras de singular textura literaria y humana.

Ya se trate de temas urbanos en contextos de cierta marginalidad, o de asuntos de índole histórica o de naturaleza más bien mitológica, uno siempre tiene la impresión de que el autor domina sobradamente los detalles, y también los menos obvios recovecos ocultos tras de aquéllos. Sentimos que existe un conocimiento que sustenta todo lo que ocurre o deja de ocurrir. Pero, principalmente, disfrutamos como lectores de la

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seguridad que sentimos de que hay una especie de certera verosimilitud en cuanto se nos relata, porque la manera en que las descripciones se combinan con los segmentos narrados o con los breves diálogos, y con un lenguaje expositivo que a menudo permite que el autor cuele sus reflexiones y puntos de vista para así ir ubicando sucesos y precisando atmósferas, contribuye a crear mundos ahítos de vívidas escenas; de reconocibles sitios, situaciones y personajes. Y aunque no los reconociéramos, nos los creemos a pies juntillas. Por algo será. ¡Y es que eso sólo se logra con genuino talento literario!

En general, además de referirse en algunos cuentos a sucesos tomados de la Historia y de los mitos, recreando a su gusto y medida de-terminadas anécdotas y añadiendo de su imaginativa cosecha otras, Neco maneja con sabiduría y sorprendente precisión semántica temas alusivos al mar y a la aventura de los barcos; a la niñez que sin duda le viene de recuerdos autobiográficos. Pero también domina el anecdotario íntimo de ciertos barrios y personajes emblemáticos panameños, así como diverso tipo de narraciones populares permeadas por la picardía, el humor y un erotismo franco pero nunca vulgar. Lo hace no pocas veces de forma do-cumentada, aunque sin que se le note la erudición. Esto se debe, en gran medida, a la utilización de un sabroso lenguaje coloquial, a ratos salpicado de refranes, y a la fluidez de su prosa que a menudo parece conversada. Además, la impresionante habilidad en el uso de metáforas inesperadas, junto con una sostenida capacidad fabuladora y la originalidad de sus percepciones dentro de propuestas a menudo lúdicas, sin duda contribuyen a que sus relatos toquen fibras de oculta ternura o sorpresa que redimen la fe del lector en la condición humana. La tendencia del autor, en no pocos de sus cuentos, a poetizar o a asumir la reflexión autoral como procedi-mientos narrativos válidos en sí mismos, pone de manifiesto su gusto, sobre todo en los libros más recientes, por la hibridación de los géneros literarios como una manera de presentar la experiencia humana de forma más integral, y de auscultar sus múltiples vetas y aristas.

Varios de sus libros están construidos como si estuviera presen-tando segmentos de una misma novela, que sin embargo pueden ser leídos individualmente y perfectamente asimilados como cuentos. Es el caso, por ejemplo, de Las aventuras de Pity Mini (1983), que ha tenido varias reediciones, y se lee con regocijo en algunos colegios secundarios; Un lucero sobre el ancla (1985) y La ciudad redonda (2005). Sus otros libros de cuentos son: Cerrado por duelo (1977) -su primera colección de fic-ciones breves-, Panamá milagrosa (1999) y Receta para ser bonita y otros cuentos (2001) -en donde incursiona en la metaficción-, que le mereció el

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Premio Centroamericano de Literatura “Rogelio Sinán” 2000-2001. Cabe notar que las cinco primeras obras ganaron, en su momento, el Concurso Nacional de Literatura “Ricardo Miró”.

La presente selección de cuentos escogidos (por el propio autor) recoge diecinueve narraciones tomadas de sus seis libros de ficción breve, y dos relatos inéditos. El titulado “Blackjack” fue escrito específicamente para esta antología. En una de nuestras últimas conversaciones con miras a llegar a un acuerdo sobre la elaboración de esta compilación, resultó que Neco ya tenía en mente para ello 20 de sus cuentos más representativos; entonces le dije que por qué no escribía el cuento número 21 y así cerraba con broche de oro la colección, como en el célebre juego de naipes llama-do “veintiuno” (blackjack, en inglés). Me tomó la palabra, y literalmente escribió poco después un cuento nuevo al que, para mi sorpresa, llamó así. Sin duda ambos habíamos intuido esa tarde que el libro llevaría pre-cisamente por título el sonoro nombre Blackjack.

Ernesto Endara nació en la ciudad de Panamá en 1932. Estudió Marina Mercante en la Escuela Náutica de Venezuela, donde se graduó en 1952 como Oficial de Máquinas. Ha sido marinero, deportista, profesor, periodista y bombero. Además de cuentista, es dramaturgo, novelista, ensayista y poeta. Así, sus novelas Tic... tac (1992), Pantalones cortos (1997), Pantalones largos (1998) e Ida y vuelta (2001), junto con sus obras de teatro Una bandera (1978), ¡Ay de los vencidos! (1983), La mujer de sal (1983), El fusilado (1984), Demasiadas flores para Rodolfo (1986), Don-de es más brillante el sol (1991), Sir Henry, el pirata (1993) e In God we trust (1996), así como Con el diablo en el cuerpo y otros ensayos (2001), galardonados varios de estos títulos en el Concurso Miró, hacen de él una referencia obligada en la literatura panameña.

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12 voces de la voz

—entrevistas—

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LA IMANTADA PERSONALIDAD DE UN CREADOR POLIFACÉTICO

Por Guadalupe Ángeles (mexicana)

En ocasión del encuentro de editoriales independientes organizada en nuestra ciudad por la Escuela de Escritores Sogem y su entusiasta

directora, la escritora Martha Cerda, visitó Guadalajara el escritor pa-nameño Enrique Jaramillo Levi, a quien ya había tenido oportunidad de conocer a través del concurso de cuento centroamericano Rogelio Sinán, ya que al solicitar información del mismo, me contestó haciéndome no-tar que era limitante ser mexicana para participar en el concurso, ya que se había establecido para escritores de cierta zona territorial de nuestro continente. Una vez que se estableció el contacto personal con Jaramillo Levi, y de convivir gracias al azar, le pedí contestara algunas preguntas que quizá advierta el lector que se sienten un tanto inconexas con las respuestas que fue dando. Ello se debe a que tuvo la gentileza de con-testármelas por medio de un mensaje electrónico. En fin, quizá sólo sea esta aclaración un defenderme antes del golpe, sin embargo, estoy segura de que resultará interesante conocer la trayectoria de este escritor poco difundido en nuestro medio:

Cuando se asume un oficio en la vida, ello significa una manera de entender la existencia. Desde el punto de vista de un cuentista, ¿cuál es el papel del ser humano en la tierra?

Tratar de llevar una vida plena, de superación personal constante, solidaria y generosa con los demás en lo posible, explorando a fondo la condición humana sin dañar a terceros, dándole un espacio importante al espíritu pero también al intelecto y al cuerpo, no dejándose vencer por la adversidad y luchando contra la corriente. En realidad esta debería ser la forma de proceder de todo ser humano, escritor o no. Ya como escritor, uno tiene que tener algún tipo de disciplina, ser muy autocrítico, leer mucho, ser buen observador, dejar volar la imaginación, ser consciente de que cualquier experiencia puede convertirse en materia prima literaria. También hay que tener una posición ante el mundo, ante el sistema, ante la vida. Hay que luchar por los derechos humanos y tener ante problemas vitales de la humanidad una postura ética. Particularmente como cuentis-ta, es fundamental aprender todas las posibilidades técnicas del género,

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sivos (mas no gratuitos). En un cuento todo debe ser funcional, esencial. No hay tiempo ni lugar para ramificaciones, para regodearse en descrip-ciones largas, ni explicaciones de ninguna clase. Y jamás moralejas ni el tonito didáctico. Por otra parte, siempre experimento con la técnica. Trato de no contar dos historias de la misma manera. Y luego dejo descansar el texto, pasan días o semanas, y sólo entonces corrijo mucho después, pulo, recompongo, elimino obviedades y repeticiones semánticas y de concepto. Este es mi método, si es que puede considerarse como tal esta aparente anarquía que de algún modo misterioso encuentra su meollo en el proceso mismo de autogenerarse.

¿Y cómo procede el poeta?

De manera similar, pero más fresca, más inocente, menos cons-ciente de figuras del lenguaje o de tecnicismos. Mi poesía oscila entre lo emocional y lo discursivo. Siempre hay una filosofía que voy plasmando a través de los sentimientos. Estoy entre lo existencial y lo metafísico. La muerte y la vida, lo erótico, lo onírico y lo reflexivo se entremezclan en actitud y en lo temático. Tambíén dejo descansar el texto y luego lo pulo bastante.

¿Y el ensayista?

El ensayista sí suele reflexionar un poco antes de sentarse a es-cribir. Es menos espontáneo porque las ideas de algún modo preceden a la escritura, cosa que no siempre pasa -al menos no me pasa a mí- con los otros géneros en que la emoción, los sentimientos, la experiencia se con-funden y brotan hechos jirones que hay que poner en relación en algún orden secreto. En todo caso, creo que la creación literaria —cualquier género— es profundamente enigmática en su gestación. Imprevisible. Mágica. No así los textos como el ensayo y el artículo de opinión o la reseña crítica, en que hay que analizar, interpretar, reflexionar, tratar de convencer.

¿Qué pasa con el promotor cultural?

Tengo una profunda vocación de organizador de proyectos, de eventos, de utopías incluso. Me gusta investigar, rescatar textos y autores, darlos a conocer. Me estimula dictar talleres de cuento (de poesía no, no sabría por dónde empezar, ni cómo sistematizar las experiencias y los conocimientos). Me encanta hacer antologías, publicar revistas literarias, primeros libros de autores talentosos. A pesar de las dificultades econó-micas implícitas, y las de mercado. Lo he hecho en México y en Panamá

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por más de 30 años. Va de la mano con la docencia, con mi afán solidario hacia los demás, con mi código de ética, aunque sin duda me quita tiempo precioso de creación. Pero es parte de mi personalidad, lo hago volunta-riamente, me nace.

¿Cómo fue la revelación de que tu vocación era la escritura? ¿Cuál fue la epifanía, la señal?

No lo recuerdo con claridad, pero empezó a los 16 años, en el colegio San José-La Salle, en la ciudad de Colón, donde nací. Me gustaba leer historias, imaginarme en ellas. Era más lo que inventaba que lo que vivía. Creo que hasta la fecha. A los 17 años me autopubliqué una nove-lita cursi, claro que yo no sabía entonces cuán cursi era. Y la publiqué allá en Colón con el apoyo de anuncios comerciales de empresas locales, anuncios éstos que compilé al final del libro. Un libro plagado de defec-tos, incluso de errores (horrores) ortográficos, pero que acertaba en contar una historia y en esbozar la manera de ser de un par de personajes. Por ahí empecé. En mi caso, primero fue la prosa, la narrativa.

¿Cómo fue tu experiencia en el taller del Centro Mexicano de Escritores con Rulfo y Elizondo, dos grandes narradores mexicanos?

Fenomenal. Yo era el único extranjero. Entre mis compañeros becarios, todos muy jóvenes en 1971 al igual que yo, estaban David Huerta (poeta), Beatriz Espejo (novelista y cuentista), Carlos Olmos (dramaturgo), todos escritores reconocidos hoy. Para obtener esa Beca Centroamericana de Literatura esa única vez que la dieron, me enfrenté sin saberlo a otros 39 autores centroamericanos: novelistas, cuentistas, poetas, dramaturgos y ensayistas. Lo hice con mi libro inédito entonces, y publicado luego en la ciudad de México en 1974: El búho que dejó de latir. En el Centro escribí los 40 cuentos que aparecen en la primera de las cuatro ediciones que ha tenido mi libro Duplicaciones publicado en 1973 por la Editorial Joaquín Mortiz, de gran prestigio en esa época (la cuarta edición la acaba de publicar en octubre de 2001 la Editorial Casio-pea, de Barcelona), además de otros 20 cuentos que fueron a dar después a otros libros. La experiencia fue aleccionadora, crispante al principio, porque la crítica era dura, a ratos despiadada. No dejaban pasar nada que pareciese fallido o defectuoso, ni en forma ni en contenido. Sobre todo Rulfo. Hay cuentos que terminé rompiendo tras recibir los comentarios de uno o varios miembros del taller. Pero aprendí muchísimo. Y le tomé cariño a los talleres.

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En 1987, con la Beca Fulbright de Investigación Literaria, estuviste dos años en Austin, en la Universidad de Texas. Describe tu experien-cia con esta beca.

Al igual que a México fui ese primer año a escribir y no hice otra cosa, en Austin investigué a fondo la literatura centroamericana, sobre todo la narrativa, y la panameña del siglo XIX, y no hice otra cosa. Prác-ticamente nada de turismo en ninguno de los dos países. Eran oportuni-dades únicas. Para mí era casi inconcebible que me pagaran literalmente para escribir, o para investigar. Y eso hice. De la experiencia de Austin, sobre todo en la “Nettie Lee Benson Latin American Collection” de la bi-blioteca de la Universidad de Texas, salieron dos antologías que luego se publicaron en los Estados Unidos, una en la Latin American Literary Re-view Press, de Pittsburgh, Pennsylvania: When New Flowers Bloomed. Short Stories By Women Writers From Costa Rica And Panama (l991); y la otra en la editorial de la misma Universidad de Texas: Contemporary Short Stories From Central America, junto con Leland H. Chambers, quien reunió a un equipo de magníficos traductores, que lo incluía; am-bas publicadas en inglés y que tuvieron buena crítica. También fotocopié muchos cuentos panameños del siglo XIX que casi nadie conoce, y con los que algún día espero hacer una antología y publicarla. . .

¿Cómo se llevó a cabo la primera traducción de tu obra, cuáles fueron las condiciones en que se hizo, qué oportunidad surgió para que esto ocurriera?

Mi primer libro traducido fue Duplicaciones, por Leland H. Chambers, de la Universidad de Denver, en Colorado. De algún modo la primera edición de Joaquín Mortiz llegó a sus manos y quedó prendado de los 40 cuentos. Tardó en localizarme en Panamá, pero al fin dio con-migo y por supuesto le di el permiso para la publicación. Como sé inglés perfectamente, fui revisando sus traducciones hasta que ambos estuvimos satisfechos. Fue publicando algunas en revistas literarias gringas. Y al final el libro entero se lo aceptó la ya mencionada editorial Latin Ameri-can Literary Review Press. Se publicó en 1994 como Duplications And Other Stories, y en 1996 esa misma editorial (por tercera vez me publica-ba un libro) dio a conocer The Shadow, traducción de Ahora que soy él, publicada en Editorial Costa Rica en 1985. La traducción es de Samuel Zimmerman. Desde hace dos años Edward Waters Hood tradujo al inglés mi libro Caracol y otros cuentos, primer libro de un escritor panameño

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publicado por Editorial Alfaguara (México), pero todavía se le busca edi-tor en los Estados Unidos.

¿Crees que la vida imita al arte, o viceversa?

Ambas cosas ocurren, no me cabe duda.

Creaste en Panamá la Fundación Cultural Signos en 1997. ¿Cómo surge esa idea y qué frutos produce?

En realidad aprendo a ser editor, empíricamente y por imitación, en la ciudad de México, hacia 1979. Fundé ahí lo que llamé cooperativa-taller-editorial Liberta-Sumaria, con otros 18 jóvenes poetas y cuentistas mexicanos. Hacíamos taller con nuestras propias creaciones, y luego íba-mos publicando lo mejor del grupo mediante el pago puntual de cuotas mensuales; primero en pequeños volúmenes colectivos, luego mediante obras individuales; también publicamos, para tener más imagen y sacar algún dinero, obras de autores mexicanos y centroamericanos de presti-gio (Enrique González Rojo, Carlos Illescas, Juan García Ponce) y un par de antologías, entre éstas, una para mí fundamental, y para mi país: un voluminoso tomo de Poesía panameña contemporánea, precisamente en 1980, que luego se reeditó en otra editorial mexicana Penélope en 1982, corregida y aumentada. Esa antología dio a conocer internacio-nalmente la mejor poesía de mi país a partir de1929; así como antes, en 1971, yo había preparado y publicado en otra editorial lo que resultó ser mi primer libro aparecido en México: Antología crítica de joven narra-tiva panameña, que también ayudó mucho a difundir a la generación de cuentistas panameños de esa época; ese libro, por cierto, recibió una muy buena reseña de la gran poeta y novelista mexicana Rosario Castellanos. Después, en 1982, fundé en la ciudad de México la Editorial Signos, con un préstamo que obtuve del lnstituto Mexicano de Seguridad Social de los Trabajadores del Estado (yo ingresé como profesor a la Universidad Autónoma Metropolitana, en Iztapalapa, en 1975; casi cuando se funda; y ahí me quedé hasta 1983, año en que regreso a Panamá). Fui publican-do libros de autores panameños desde México, de autores mexicanos, y algunas antologías diversas. Ya en Panamá, sigo publicando en ambos países con ese sello editorial durante 1983, y luego sólo en Panamá has-ta 1987. También publicaba desde 1984, coincidiendo en febrero de ese año con la muerte de Julio Cortázar, la revista “Maga”, que ha tenido tres épocas (seguimos en la tercera, desde 1996, ahora con el apoyo de la Universidad Tecnológica de Panamá, donde dirijo la Coordinación de Difusión Cultural y también publico libros de autores panameños). Pa-

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sando el tiempo, la Editorial Signos se convierte en la Fundación Cultural Signos en abril de 1997. En total, entre estas dos instancias, además de en el Instituto Nacional de Cultura (Panamá), donde fui Jefe del Departa-mento de Letras (1990-1992), la Editorial Universitaria (Universidad de Panamá: 1993) y la Coordinación de Difusión Cultural de la Universidad Tecnológica de Panamá (1997 a la fecha), debo haber publicado más de 100 libros (en la primera etapa de Liberta-Sumaria, en México, no era yo el editor; pero ahí aprendí).

Estuviste en el Programa Internacional de Escritores de la Univer-sidad de lowa de 1967 a 1970. ¿Cómo fue esa etapa temprana de tu aprendizaje y convivencia con otros escritores?

Fue mi primera escuela como escritor. Durante dos años, porque se me renovó la beca, conviví con muy diversos escritores de múltiples países; de México me tocó conocer a Gustavo Sáinz y después a Fernan-do del Paso. Fue una gran cosa: conocer y compartir hábitos, costumbres, lenguaje, la experiencia literaria misma. Yo era entonces estudiante be-cado en la Maestría en Creación Literaria (fue la primera creada en este campo en una universidad en los Estados Unidos) del Departmento de Inglés; y me permitieron sumarme al prestigioso Programa Internacional de Escritores, creado por el poeta Paul Engle, quien me dio su respaldo. También debo decir que los talleres literarios en inglés que formaban parte del programa académico de la Maestría, fueron en mi vida los pri-meros, y por tanto muy formativos.

¿Cómo defines una literatura fiel a sí misma?

Como una suerte de vida interior que se exterioriza mediante el lenguaje, sin concesiones al público lector ni a los editores.

Para terminar, haz una brevísima autobiografía de tus sueños, los rea-lizados y los que no han visto la luz.

Una vez edité un libro en que recogía ponencias presentadas en un evento que inventé en Panamá (siempre ando inventando cosas), sien-do yo Jefe del Departamento de Letras del Instituto Nacional de Cultura; el libro lo llamé: Intentemos la Utopía. Eso es lo que hay que hacer, siempre, de una u otra manera: intentar la utopía, luchar para que se convierta en realidad; y luego hacer otras cosas difíciles. Las mejores son las que nunca se han hecho. Mi vida está llena de estas pequeñas luchas culturales; unas exitosas, otras no tanto. Cuando regresaba de México en

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1995 para radicarme otra vez en Panamá, en el avión soñé (despierto) con lo que sería la creación en mi país de un gran premio literario centroame-ricano: y en 1996 logré convencer a las autoridades de la Universidad Tecnológica de Panamá de que creáramos el Premio Centroamericano de Literatura “Rogelio Sinán”. Van ya seis años convocándose con éxito1. Otro sueño de muchos años se hace realidad también a través la Univer-sidad Tecnológica (que forma a los futuros ingenieros y técnicos del país, no a los humanistas): se crea por Ley de la República de Panamá, el 7 de febrero del año 2001, el “Día del Escritor” (que se celebra cada 25 de abril, dia del nacimiento de Rogelio Sinán, figura emblemática de la lite-ratura nacional. Por otra parte, los muchos libros que he publicado, tanto los míos como los ajenos, me llenan de satisfacción. Tengo tres hijas a las que adoro, viven en Querétaro (México), y un nieto queretano. Y tam-bién un hijo panameño. Sé que también en cada uno de ellos de alguna manera me estoy realizando. Empiezo a publicar en editoriales españolas, y ya en México hace tiempo que cada tanto publico libros. Aparezco en 19 antologías de cuento hispanoamericano: Hay 5 libros escritos sobre mi obra literaria, cuatro de ellos son compilaciones que reúnen ensayos, artículos y reseñas críticas de múltiples autores; los más importantes a la fecha: Puertas y ventanas (Acercamientos a la obra literaria de Enrique Jaramillo Levi) (Editorial Universitaria Centroamerica San José, Costa Rica, 1990); y La confabulación creativa de Enrique Jaramillo Levi, compilado por Yolanda Hackshaw (Panamá: 2000)2.

* Tomado de: “Tapatío cultural”, Guadalajara, Jalisco, México 13 de enero de 2002.

1. En abril de 2006 este premio centroamericano cumplió 10 años.2. Posteriormente apareció un nuevo libro que estudia mi obra; La estructura detrás de las historias. Coordenadas de la cuentística de Enrique Jaramillo Levi, de Fredy Villareal Vergara (Fundación cultural signos, Panamá, 2006).

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LOS TIEMPOS LUMINOSOS DE JARAMILLO LEVI

Daniel Domínguez (panameño)

El martes 23 de julio, a las 6:30 p.m., se presentará el libro de cuentos Luminoso tiempo gris, de Enrique Jaramillo Levi (Colón, 1944) en la librería Exedra Books. A continuación una entrevista con este cuen-tista, poeta y ensayista, que ha sido incluido en 22 antologías de cuentos nacionales e internacionales, y que actualmente es coordinador de Difu-sión Cultural en la Universidad Tecnológica de Panamá.

¿ Qué esperas que perciba el lector luego de leer estos nuevos cuen-tos?

Madurez literaria, oficio muy cuidado, profundidad en el trata-miento de temas difíciles. Por un lado, temas eróticos tales como la rela-ción frustrada de adolescentes con mujeres maduras; el triángulo sexual que ocurre cuando dos amigos se ven inducidos a compartir a una bella y lujuriosa mujer que los seduce a ambos y disfruta la situación sin im-portarle las connotaciones de tragedia que está desencadenando; mi acer-camiento en varios cuentos a una especie de realismo poético en que lo surreal y lo absurdo se mezclan con la realidad, encarnando en metáforas inesperadas; la irrupción de lo paranormal en la vida de una familia que debe romper sus esquemas sexuales tradicionales para que sus problemas mejoren; y por otra parte, la experimentación con cuentos autorreferen-ciales que en su trama y escritura incorporan reflexiones sobre el oficio de narrar.

Graham Greene dijo en una ocasión que la capital del escritor es su infancia. Leyendo Luminoso tiempo gris uno podría pensar que esta frase te calza adecuadamente.

-Es posible. Aunque hay situaciones, gustos, temores, actitudes y fobias que todo escritor manifiesta al crear una obra, aunque no se haya propuesto deliberadamente el rescate de su pasado, ni de su infancia en particular -y en esto, por supuesto, no soy ninguna excepción-, no hay historias mías reales en este libro, sólo afinidades y posibilidades que sólo ahora se materializan en los cuentos.

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En este libro de cuentos hay un notable interés por convertir el oficio del escritor y el ejercicio de perdurar los hechos en papel como un per-sonaje más. ¿A qué se debe esta propuesta narrativa?

R. Para mí escribir es parte vital de mi existencia. Así ha sido desde los 16 años. Todo lo que hago y pienso tiene nexos con la escritura, o al menos con su posibilidad. Mi manera de manifestarme, de cuestionar lo sucio y feo, de dar cabida a fantasías imposibles, de entrar a terrenos escabrosos, es creando cuentos y poemas que no tengan nada que pedirle a la realidad, que sean, para sí mismos y para el lector, su propia autóno-ma realidad.

Amores inconclusos, romances imposibles y pasiones pasajeras mar-can la mayoría de las historias de esta obra. ¿Será que la felicidad es un proyecto humano, y por ende literario, muy difícil de lograr?

Así lo creo. Muy a menudo cometemos errores que terminan, de una u otra forma, descalabrándonos. También ocurre que el azar se ensaña y rompe vidas e ilusiones con enfermedades y, finalmente, con la injusta muerte a destiempo. Los finales de mis cuentos rara vez son felices, tienes razón. Hay mucho de tragedia griega en mis obras, ya sea que aparezca una “justicia poética” y castigue lo torcido, o que nosotros mismos nos labremos un destino negativo.

La muerte tiene una presencia más fuerte, argumentalmente hablan-do, que la vida en estos textos.

Por supuesto que no, el estar vivo es fundamental, y justamente es a la Muerte a la que denuncio —inútilmente, por desgracia— cada vez que le permito aparecer y desquiciar la vida de quienes la padecen en mis cuentos. También a nosotros, en la vida real, nos pasa esto, ¿no? Ningún control tenemos sobre ese horrible destino final. El asunto de las bondades de otra vida tras la muerte, de orden espiritual, está por verse, y no sabremos verdaderamente nada al respecto hasta que no estemos ya bajo tierra. Se puede tener fe, y yo lucho por no perderla, pero eso no nos da certezas reales, o al menos definitivas.

¿ En el libro que nos ocupa, qué le debe lo extrasensorial a tu litera-tura?

La cosa es al revés. Mi literatura le debe mucho a lo extrasenso-rial. Incluso a lo paranormal. Esas dimensiones existen, han sido estudia-das. Algunas personas las tienen.

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Juan José Arreola decía que el rencor y el resentimiento lo estimula-ban para escribir. ¿Qué emociones o sentimientos te estimulan para concebir este libro de cuentos?

Varias de mis motivaciones son o serían: los frenos que la so-ciedad pone a ciertas situaciones o gustos sexuales; la tendencia natural del hombre a la infidelidad; ei temor a la enfermedad y a la muerte (soy hipocondríaco y claustrofóbico); la necesidad inexorable de suplir mi pé-sima memoria con mi excelente imaginación; mi repudio hacia la doble moral, los fanatismos y los dogmas, la discriminación y la intolerancia; mi necesidad de crear mundos en los que pueda dar rienda suelta a lo que no puedo hacer en el mundo “real”.

¿Tienes alguna obra en proceso?

Alfaguara publicará mi libro de cuentos En un abrir y cerrar de ojos en septiembre. Pero acaban de aparecer dos libros más de cuen-tos, que aún no llegan a Panamá; El vendedor de libros (antología de mis cuentos largos), y De tiempos y destiempos (reedición, en un solo tomo, de dos libros publicados en México)1. Por otra parte, también se publicarán más adelante: Sueño compartido (Compilación histórica de cuentistas panameños); Flor y nata (Mujeres cuentistas de Panamá), y una antología de cuentistas centroamericanos contemporáneos.

* Tomado de: “Mosaico”, La Prensa. 21 de julio de 2002.

1. Posteriormente aparecieron: Entrar saliendo (poesía 2006), En un instante y otras eternidades (cuentos 2006); La agonía de la palabra (cuentos, 2006) y Gato encerrado (cuentos, 2006)

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“EL TIEMPO ES EL GRAN AGLUTINADOR ”

Por Leadimiro González (panameño)

Enrique Jaramillo Levi presentará su noveno poemario Echar raíces el miércoles 18 de junio, a las 6:30 p.m., en la Librería Exedra Books

(Vía España con Vía Brasil). Más conocido nacional e internacionalmen-te como cuentista destacado y promotor cultural incansable, en nuestro país fundó, dirige y edita desde 1984 (con algunas interrupciones) la re-vista “Maga”, única publicación panameña completamente literaria. Sus libros de cuentos han sido publicados por importantes editoriales interna-cionales, tanto en México como en España; es el caso de: Duplicaciones (Ed. Joaquín Mortiz, México, 1973 y Ed. Casiopea, Barcelona, 2001); Caracol y otros cuentos (Alfaguara, México, 1998); Luminoso tiempo gris (Ed. Páginas de Espuma, Madrid, 2002) y En un abrir y cerrar de ojos (Alfaguara, Panamá, 2002).

Integrado por 44 poemas escritos entre 1997 y 2003, Echar raí-ces será presentado por la Editorial Universal Books y por el Círculo de Lectura de la USMA. El presentador de fondo será el poeta Salvador Me-dina Barahora. Entre los libros de poesía publicados anteriormente por Jaramillo Levi, cabe mencionar: Fugas y engranajes (1982), Extravíos (1989) y Conjuros y presagios (2001). Entrevistamos brevemente a este prolífico autor, actual coordinador de Difusión Cultural de la Universidad Tecnológica de Panamá, presidente y fundador de la Fundación Cultural Signos y miembro del Consejo Nacional de Escritores y Escritoras de Panamá, con relación a su último libro.

Acaba de aparecer, en Universal Books, pequeña editorial nueva pa-nameña, tu noveno poemario: “Echar raíces”, el cual será presentado el próximo miércoles 18 de junio en la Librería Exedra Books. ¿Por qué el título? Háblanos un poco del libro.

El título alude a una expresión que aparece en dos de los poemas y se refiere a esa necesidad interior de anclaje emocional, de recuperar el pasado, de asentarse en seguridad y convicciones. En general, el libro está dividido en tres tipos de poemas: los metapoemas (que hablan de la poesía como concepto o bien reflexionan sobre el poema mismo que se está generando al escribirlo y mientras se lo lee; los de origen oriental,

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casi haikus ampliados, en los que hay impresiones sobre ambientes y hechos y aquellos que meditan sobre el erotismo, la falta de solidaridad humana y la incomunicación.

En el poema titulado “Víctimas”, el primer verso dice: “Trabaja el tiempo sus instantes como un lento roedor”. “En Poesía y vida” seña-las: “Estos son tiempos de mentiras, de atroces fraudes y de infamias” y en “Gaviotas y pelícanos” afirmas: “El mar nos asedia desde el fon-do del tiempo”. Tanto en tu poesía como en tus numerosos cuentos, El tiempo siempre es uno de los protagonistas, a veces materia prima de tus planteamientos. ¿Es algo deliberado, obedece a un plan, a una concepción de vida?

En realidad no. El tiempo es el gran aglutinador, el cemento que mantiene pegadas las cosas: ideas, anécdotas, sucesos, relaciones. Es im-posible que no esté presente en todo lo que es o ha sido. Pero es cierto, siempre lo menciono de una u otra forma o aludo a él en mis textos, al igual que a la muerte o al erotismo. Es como si los temas pasaran a través de esa red invisible, pero omnipresente que es el tiempo, tanto en poemas como en cuentos.

¿Por qué deben acudir a la presentación de “Echar raíces” los lectores panameños?

Porque se trata de un libro de una sensible coherencia interna, que plantea temas relevantes, siempre pertinentes: la necesidad de crear cosas nuevas, de comunicarnos, de expresar la fragmentación y el caos del mundo; el asco ante la corrupción que todo lo contamina y daña; los gajes del amor y sus manifestaciones triviales, pero también a ratos extremas; el anhelo de ver y sentir poesía en todo para no morir anticipa-damente de amargura ante la injusticia y la miseria humana.

El año pasado publicaste cuatro libros de cuentos, ya que además de los que se presentaron en Panamá, de Alfaguara y de la madrileña Páginas de Espuma, aparecieron otros dos libros, uno en El Salvador: El vendedor de libros y otro en Argentina: De tiempos y destiempos. ¿Por qué no se han presentado ni difundido estos dos libros en nuestro país? Llegaron en cantidades pequeñas a principios del presente año y entre una cosa y otra todavía no ha habido oportunidad de organizar la presen-tación. Tal vez más adelante. Ambos libros están en un par de librerías locales. El vendedor de libros es una antología de mis cuentos largos,

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once en total (suelo escribir cuentos breves); mientras que De tiempos y destiempos es la reedición, en un solo tomo, de dos pequeñas colecciones de cuentos que se habían publicado y agotado en México en la década de los setentas: El búho que dejó de latir (1974) y Renuncia al tiempo (1975).

* Tomado de: Sección “Play Magazine”, Anagrama, El Siglo, Panamá, 2003.

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EL PROBLEMA MAYOR ES CÓMO PUBLICAR

Por Aylín Vergara (panameña)

ENRIQUE JARAMILLO LEVI: Creativo, tenaz, solidario, idealista, sensible, impaciente, paternalista. Escritor y profesor universitario,

Director de Difusión Cultural de la Universidad Tecnológica de Panamá.

¿A qué autor lee?

Obviamente a muchos, nunca a suficientes. Entre los latinoame-ricanos: Horacio Quiroga, Julio Cortázar, Juan Carlos Onetti, Octavio Paz, Mario Benedetti, Mario Vargas Llosa; Sergio Ramírez. Entre los es-tadounidenses: Ernest Hemingway. William Faulkner, Saul Bellow.

Si pudiera cambiar un hecho de la historia de Panamá, ¿cuál sería?

La impunidad con la que los militares y sus lacayos civiles mani-pularon al país y desaparecieron a sus enemigos durante la dictadura.

¿Cómo ve el panorama literario en Panamá?

Muy prometedor. Hay, desde hace unos 15 años, un auge notorio de cuentistas de talento y, en menor grado, de poetas y novelistas nue-vos. Esto es un hecho comprobable al revisar la bibliografía nacional, las presentaciones de libros, los círculos de lectura y los talleres literarios. El problema de los autores panameños sigue siendo cómo publicar sus libros, aunque esta situación también ha mejorado.

¿En qué género literario se siente más cómodo escribiendo?

Soy cuentista, poeta y ensayista, aunque también he escrito tea-tro. Me siento muy cómodo con el cuento y la poesía.

Si ha escrito en la mayoría de los géneros literarios, ¿por qué aún no ha incursionado en el género novela?

Lo he hecho, pero no he publicado más en este género desde que lo hice prematuramente a los 17 años en Colón.

¿Qué dificultades encuentran los jóvenes escritores en Panamá?

El problema mayor es cómo publicar, aunque habría que añadir cuándo. Es decir, es muy difícil también saber cuándo se está maduro

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para publicar. No es fácil encontrar quien revise los textos; quien dé con-sejos desinteresados con un conocimiento cabal de la literatura; no sólo de la simple redacción, aunque esto es fundamental.

En una sociedad en la que la economía y la ciencia tienen mucha im-portancia, ¿qué valor tiene dedicarse a las letras?

Todo el valor del mundo. La literatura no es más que una forma artística de auscultar el mundo y sus problemas, de indagar en los ava-tares de la experiencia humana y social. El escritor escribe nada menos que sobre la vida, y su punto de vista, exacerbado por una imaginación fecunda y original, importa mucho para entender la realidad. Esto es así porque el escritor, si es bueno, es un artista que encuentra una estructura armónica a manera de molde que contiene múltiples significados que el lector comparte y habrá de valorar.

¿Cuál es su máxima aspiración en el campo de las letras?

Parece mentira, pero en mi caso esta es la pregunta más difícil. La verdad es que nunca me he planteado una máxima aspiración. Simple-mente quiero escribir buenos libros, sin ser complaciente y por tanto sin bajar el nivel. Esto, por supuesto, no ayuda precisamente a vender libros, pero es el rigor que, por cuestión de principios, me exijo a mí mismo.

¿Cree usted que realmente existe libertad de expresión?

Si te refieres a Panamá, creo que sí existe, pero tiene consecuen-cias. Hay funcionarios que no aceptan críticas, cuestionamientos que pongan en duda la eficiencia o la honestidad de sus procedimientos. Y la libertad de expresión tiene su lamentable contraparte en la libertad de impunidad en todo lo que se refiere a las múltiples formas, abiertas o solapadas, de corrupción.

¿Cuál de sus obras ha sido la que más satisfacciones le ha dado?

Duplicaciones, que lleva dos ediciones mexicanas y dos espa-ñolas, y que ha sido traducida y estudiada con seriedad; pero también Caracol y otros cuentos, primer libro de autor panameño que publicó la prestigiosa Editorial Alfaguara, en 1998.

Como egresado de la Universidad de Panamá, si estuviera en sus ma-nos solucionar la crisis por la que atraviesa, ¿cómo lo haría?

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Es un hecho conocido, pero no lo suficientemente estudiado y denunciado, que los intereses, compadrazgos y compromisos políticos que devastan todos los estratos de la vida institucional del país también están presentes y hacen enorme daño a la manera como funciona la Uni-versidad de Panamá. Desde los tiempos en que se nombraban rectores y profesores de a dedo, como se nombraron durante la dictadura varios presidentes, el clientelismo de izquierda que permeó al gobierno de To-rrijos introdujo la arbitrariedad y también la mediocridad intelectual en el campus de Méndez Pereira.

De los premios que ha recibido, ¿cuál tiene un significado especial para usted?

Hay dos becas que me gané como escritor, y que me permitieron explayar mis conocimientos y experiencias: una, quizá la más importan-te de mi vida, la enrumbó como escritor al llevarme a México: la Beca Centroamericana de Literatura, que me dio el Centro Mexicano de Escri-tores1.

*Tomado de: “El Ascensor”, Revista Siete, “Panamá América”, Panamá , 12 de octubre de 2003.

1. Hoy diría que psicológica y emocionalmente ha sido muy satisfactorio para mí, el haberme ganado en 2005 el Concurso Nacional de Literatura “Ricardo Miró” como cuentista.

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“LA PATRIA NO SE HACE CON DINOSAURIOS IRREDENTOS ”

Por Paco Gómez Nadal (español)

El libro de cuentos se llama En un instante y otras eternidades y el pre-mio Ricardo Miró 2005 que ha ganado se suma al inmenso historial literario de Enrique Jaramillo Levi. A sus 60 años, este colonense de letras vivas, recoge, cosecha.

¿Comparte el poder hipnótico de Mandrake?

Ojalá compartiera ese poder, es la aspiración de todo escritor. Si utilicé ese nombre como pseudónimo [en el premio], fue porque era un héroe de mi niñez; y por asociación con Maga, la revista que fundé y mantengo desde hace 21 años.

¿A qué horas descansa?

Sólo descanso cuando duermo, y aún entonces, entre bambalinas, estoy creando o preparándome para ello.

¿Qué le hace más falta a Colón: policías o libros?

Buenos libros que sean leídos por policías y maleantes.

Usted es uno de los principales editores del país... ¿está loco o confía en las utopías ?

Tengo absoluta confianza en las utopías como las que me han llevado a ser editor y escritor en un país como el nuestro.

Fomenta las humanidades desde una universidad tecnológica, ¿pone alma a los chips?

La verdad es que sé muy poco de tecnología. Sólo manejo los correos electrónicos y suelo escribir todavía a mano o a máquina. Pero las autoridades de la UTP saben desde 1996 que fomentar la cultura es importante y me dan luz verde.

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¿Dónde duermen los libros de autores panameños: en los estantes fríos de las bibliotecas o en la calidez de los hogares?

Lamentablemente, en las bibliotecas. Todavía se lee muy poca literatura nacional. Incluso hay autores panameños que le tienen aversión a los libros de sus colegas. O envidia.

¿Para qué le faltan las fuerzas... o tiempo?

Para soportar a los políticos.

¿Qué le falta?

Escribir una buena novela, estoy en eso.

¿A dónde le gustaría escaparse si pudiera?

Lo más lejos posible de la enfermedad y la muerte.

¿Dónde no lo veremos?

En discotecas, estadios y demás sitios de multitudes.

¿Qué le diría a George Bush?

Le recordaría su condición de genocida.

¿Y a Martín Torrijos?

Le diría que no se hace patria nueva rodeado de dinosaurios irre-dentos.

¿Cuál podría ser la primera línea de un nuevo cuento?

Un cuento debe sembrar inquietud desde el principio: “Dicen que nadie sabe para quién trabaja, pero yo no tuve más remedio que saberlo desde que nací.” O bien: “Hay noticias que son fulminantes, como la que acabo de recibir”.

Es imposible resumir el perfil de Jaramillo Levi en 11 estrechas líneas. El ganador del premio Ricardo Miró de cuento es Director de Difusión Cultural de la UTP, pero hay mucho más. Vea el Directorio de Escri-tores Vivos de Panamá: www.pa/secciones/escritores

* Tomado de: Knockout, La prensa. 6 de noviembre de 2005.

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ENRIQUE JARAMILLO LEVI: PREMIO RICARDO MIRÓ 2005

Marta Leonor González (nicaragüense)

Esta semana el narrador Enrique Jaramillo Levi fue sorprendido por un jurado al darle la noticia: “Has ganado el Ricardo Miró”, uno de los premios más prestigiosos de su país. El libro premiado lleva el nom-bre de En un instante y otras eternidades, fue presentado bajo el seu-dónimo Mandrake, y fue seleccionado por el jurado compuesto por Félix Quiros Tejeira (Panamá), Jaime Valdivieso (Chile) e Iván Egüez (Ecua-dor). La obra ganadora consta de 67 cuentos: unos muy breves (hasta de un párrafo), otros de dos o tres páginas, algunos más extensos, aunque predominan los cuentos cortos. El escritor panameño advierte que aunque tenga textos breves, el libro es voluminoso (182 páginas a doble espacio), escrito en año y medio. Los temas principales son la muerte, la incomu-nicación, el sin sentido, el tiempo, la hipocresía social... Hay cuentos fantásticos, realistas, del absurdo, metaficcionales, metafísicos. Toda la gama. “Un verdadero muestrario de mi quehacer ficcional. Pero sobresale la metaficción, entendida ésta como relatos cuyo principal referente es la reflexión y el desdoblamiento conceptual y de escritura misma en el pro-pio texto que estamos leyendo”, dice. Enrique Jaramillo Levi (Colón, Pa-namá, 1944), es poeta y cuentista, licenciado en Filosofía y Letras por la Universidad de Panamá, fundador, editor y director de la revista cultural Maga y de la Fundación Signos, así como de diversos premios literarios. Su currículo es extenso igual que su labor de promoción. Tiene una larga lista de libros publicados; Catalepsia (1965), Duplicaciones (1973), El búho que dejó de latir (1974), Renuncia al tiempo (1975), Caja de re-sonancias: 21 cuentos fantásticos (1983), Ahora que soy él (1985), La voz despalabrada (1986), El fabricante de máscaras (1992), 3 Relatos de antes (1995), Tocar fondo (1996) y Caracol y otros cuentos (1998). De los libros de poemas, Los atardeceres de la memoria (1978), Fugas y engranajes (1982), Cuerpos amándose en el espejo (1982), Extravíos (1989), Siluetas y clamores (1993), Recuperar la voz. Poesía selecta: 1970-1993 (1994) y A flor de piel (1997). De los ensayos, La estética de la esperanza, 1971-1993 (1993), El escritor y la honestidad intelectual (1995) y La mirada en el espejo (1998); y obras teatrales, ¡Si la humani-dad no pintara colores! (1966), La cápsula de cianuro (1966). Ha sido fundador y presidente de la Sociedad de Escritores de Panamá (1986-

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1987), jefe del Departamento de Letras del Instituto Nacional de Cultura (1990-1992), director de la Editorial Universitaria (1992-1993) y coor-dinador general de Ciencias Sociales y Humanísticas de la Universidad Tecnológica de Panamá (1996-1997). Fue profesor de inglés en colegios secundarios y actualmente de la Universidad Tecnológica de Panamá.

¿ Lo tomó por sorpresa ser el ganador del Premio Ricardo Miró 2005?

Por un lado, no me tomó de sorpresa. Aunque parezca increíble y acaso inmodesto, llevo exactamente 40 años esperando este premio. Te explico: en 1965 obtuve una Mención Honorífica en la sección de Teatro del Concurso Ricardo Miró, el más importante del país (creado en 1942), desde entonces han pasado 40 años, periodo en el que participé 12 veces con diversas obras, en varios géneros literarios: cuento; poesía y ensayo, sin éxito. Hasta ahora que gané el Premio como cuentista. Sin embargo, varios de esos libros después fueron publicados por editoriales interna-cionales, en México, España, Costa Rica y Venezuela. Me refiero a libros de cuentos como Duplicaciones (quizá el más conocido), Ahora que soy él, Luminoso tiempo gris, Para más señas. Es sabido que los concursos literarios son a veces como una lotería, hay muchos factores que inciden, incluyendo por supuesto el gusto de los diversos jurados que te toquen, la manera como entre ellos negocien sus preferencias. Claro que te estoy hablando de certámenes en los que uno participa con seudónimo, no con nombre propio.

¿Qué opina de los premios literarios, a propósito de la polémica susci-tada entre los ganadores del Premio Planeta y el jurado Juan Marsé?

Pienso que los premios literarios son importantes posibilidades de incentivación intelectual y económica, y ojalá también de publicación de la obra ganadora para su autor. Pero lamentablemente hay algunos concursos tramposos, que se guían por los intereses de las editoriales que los auspician. Cada día las grandes editoriales se inclinan más por una literatura “light”, porque vende más; y así distorsionan la búsqueda y el hallazgo del verdadero talento artístico, y de paso demeritan la creación literaria. Yo mismo he sido durante 10 años un organizador de certámenes literarios, la mayoría de los cuales he inventado tratando de estimular la buena literatura; así es que sé de lo que estoy hablando. Por eso me cui-do mucho de organizar certámenes limpios, lo más impecables posible, tratando de cubrir todos los flancos por donde pueda colarse una trampa o una componenda entre jurados, o entre éstos y los escritores partici-

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pantes. Por ejemplo, en la Universidad Tecnológica de Panamá fundé y organizo anualmente, desde hace diez años, dos premios importantes: el Premio Centroamericano de Literatura Rogelio Sinán (cada año cambia el género literario), que consta de US $4,OOO y la publicación de la obra ganadora; y el Premio Nacional de Cuento José María Sánchez, que da US $500 y la publicación.

La figura de Ricardo Miró es una de las más cimeras en la literatura panameña. ¿Ha influido en su quehacer de escritor?

Ricardo Miró me parece, en buena parte de su obra, un gran poe-ta nacional. Su poema Patria es un clásico para los panameños, quizá el más emotivo poema de la nacionalidad... También fue, como yo, un incansable promotor cultural. Creó y dirigió en Panamá la revista Nuevos Ritos durante muchos años. El Premio que lleva su nombre honra su me-moria y a quienes merecen nacionalmente ese importante galardón.

¿Su libro de cuentos “En un abrir y cerrar de ojos” publicado por la Edi-torial Alfaguara reúne una serie de episodios de la corriente que todos conocemos como realismo mágico o de alguna manera ciencia ficción?

En un abrir y cerrar de ojos mezcla, a mi juicio, lo fantástico y la metaficción. No estoy muy seguro de que sea propiamente el realismo mágico o la ciencia-ficción lo que prevalece, aunque hay cuentos que rozan esas tendencias. En general, visto en su conjunto, pienso que es un libro que podría ser de utilidad estética para quienes reflexionan sobre los tejemanejes del cuento y aspiran a dominar su técnica. Porque en muchos de los cuentos priva esta misma inquietud desde la escritura misma, o desde la conciencia de un protagonista-escritor.

EI vendedor de libros, una publicación editada por Concultura de El Salvador, muestra 11 cuentos entre los años de 1968 y el 2000. Se mezcla lo absurdo y/o fantástico. ¿Estos temas son recurrentes en su narrati-va?

El vendedor de libros, publicado por Concultura en El Salvador, en realidad reúne 11 cuentos largos, algo más bien inusual en mi produc-ción; pues tiendo a escribir cuentos cortos, a veces muy cortos. En este sentido, soy un escritor de corto aliento. Los cuentos de este libro son, también, textos en los que la trama es más compleja y densa. General-mente trabajo más bien con la escritura automática, como lo hacían los surrealistas; voy redactando y tramando por asociación libre de ideas.

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Aunque después pulo mucho lo escrito. Y en cuanto a lo fantástico y lo absurdo, pues sí, son dos de las líneas temáticas y estructurales que más cultivo, junto a lo erótico y la metaficción. Pensándolo bien, son en ver-dad las cuatro grandes líneas que atraviesan toda mi obra.

¿Le gusta mucho abordar en sus historias la ficción y también lo au-tobiográfico?

Toda obra literaria de carácter narrativo es fundamentalmente una obra de ficción. En inglés al escritor de cuentos y de novelas se le llama “fiction writer”. La realidad es lo que uno haga de ella. Y cuando se escribe se inventa siempre, por más que indefectiblemente haya asideros y referentes reales. Mi libro más autobiográfico es Caracol y otros cuen-tos (Alfaguara, México, 1998), pero no en sentido literal, por supuesto, sino porque hay situaciones que he vivido y que ahí recreo. Pero por lo general, casi todo lo que escribo es producto de mi inventiva.

¿Tomando en cuenta que usted es un poeta, entre los géneros poesía y cuento con cuál está más a gusto y qué le permite hacer mejor uso del otro?

Soy poeta, cuentista y ensayista, además de promotor cultural, editor independiente, investigador literario y profesor universitario. Es-cribo desde los 16 años, y estoy por cumplir 61. Durante todos estos años he escrito sobre todo poesía y cuento, pero soy mucho más conocido y valorado nacional e internacionalmente como cuentista. Por supuesto, quisiera que mi poesía fuera más difundida y apreciada. La escribo a la par de la creación de ficciones. Siempre he pensado que la Poesía es la madre de todas las Artes, y que muchos cuentos extraordinarios lo son precisamente porque tienen un sustrato y un sustento poético. Esto ocurre tanto en el tejido conceptual como en la escritura.

¿Qué debería tener en cuenta un narrador que inicia?

Quien se inicia en la literatura debe, obviamente, ser un dedicado y perseverante lector. Y debe leer de todo. Pero quien empieza a escribir ficciones debe leer a los buenos cuentistas y novelistas del mundo. Entre los cuentistas, a Chéjov, Maupassant, Poe, Hemingway, Quiroga, Borges, Cor-tázar, entre otros. Y debe tener en cuenta que la realidad y la ficción no son la misma cosa, la segunda requiere una reelaboración artística de la primera. No puede ser simplemente una fotografía de la vida. Una obra de arte es una nueva realidad que el creador añade al mundo, hace existir con vida propia.

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¿En la antología Flor y nata (Mujeres cuentistas de Panamá), en la que incluye 73 cuentos de 37 narradoras seleccionadas, ¿cuáles son las inquietudes de las narradoras panameñas, según el estudio que realizó, por qué temas están más preocupadas?

Esa recopilación pone de manifiesto la gran variedad de temas y estilos existentes entre las narradoras panameñas. Desde el cuento infan-til hasta el de carácter introspectivo sobre temas de intimidad, pasando por la literatura erótica, la de carácter social y la de orden más lúdico.

¿Además de los nombres de Giovanna Benedetti, Rosa María Britton, Gloria Guardia, Moravia Ochoa que destacan en la narrativa paname-ña, qué otros nombres agregaría a la lista como relevo generacional?

Entre las nuevas cuentistas panameñas es preciso mencionar a Melanie Taylor, Aida Judith González Castrellón, Yolanda Hackshaw, Érika Harris, Marisín Reina, Lupita Quirós Athanasiadis, Isabel Herrera de Taylor, Annabel Miguelena, Gloria Melania Rodríguez, entre otras. Aunque son de muy diversas edades, todas tienen una sensibilidad que es a la vez profunda y que está a flor de piel. Saben muy bien el oficio de narrar, y merecen un espacio en la bibliografía nacional.

¿Qué proyectos a futuro tiene?

Espero que el Instituto Nacional de Cultura publique en Panamá, en marzo o abril del 2006, mi nuevo libro de cuentos que ganó el Premio Miró: En un instante y otras eternidades. A fin de este mes sale en una nueva editorial costarricense -Eruk Ediciones- una antología de mis cuentos eróticos: Romper el molde. Espero publicar en 2006 un nuevo poemario: Entrar saliendo, y un libro de ensayos. Y ahora que ya pasó el Congreso de Escritoras y Escritores de Centroamérica que organizamos con éxito en Panamá, tengo un poco más de tiempo para mí, por lo que empiezo a escribir otro libro de cuentos y una novela. También pienso antologar pronto a las nuevas voces del cuento panameño, cosa que ya había hecho en 1998 con la antología Hasta el sol de mañana, pero que ya hace falta revisar y actualizar. . .

* Tomado de: “Una universidad de bolsillo”, La Prensa Literaria, La Prensa, Managua, 5 de noviembre de 2005.

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“POR ALGUNA RAZÓN LOS NUEVOS AUTORES PANAMEÑOS

APUESTAN POR EL CUENTO”

Entrevista de Rodolfo Caicedo Robles (mexicano)

Desde su inicio, nuestra revista ha ofrecido sus páginas a escrito-res de cierta trayectoria y a nuevos autores de México e Hispanoamérica. En México, sin duda, quienes saben de literatura conocen parte de la obra de Enrique Jaramillo Levi (1944), o al menos han oído hablar de este creador panameño que residió en nuestro país durante 15 años en dos momentos de su vida. Pero él ha continuado escribiendo y publicando –sobre todo cuento, si bien también es poeta, ensayista y hacedor de anto-logías- tanto en Panamá, como en España, los Estados Unidos, Argentina, Venezuela, El Salvador y Guatemala. También es un incansable promotor cultural y editor independiente en su país. La calidad de su obra creativa, así como el resto de su trabajo de difusión cultural, son admirables.

Es el autor panameño con más entradas y referencias en las bús-quedas que pueden hacerse en Internet, y sin duda el más antologado internacionalmente. Fue el primer autor de su país en publicar un libro de cuentos (en traducción al inglés) en los Estados Unidos y también en España, y sobre su obra se han escrito seis libros con trabajos de diversos críticos. Su trayectoria puede revisarse en el Directorio de Escritores Vi-vos de Panamá que está en Internet: www.pa/secciones/escritores

De ahí que “Oleajes” se sienta honrado con esta entrevista que nos concede el autor de Duplicaciones (Joaquín Mortiz, México, D.F., 1973), a nuestro paso fugaz por Panamá en junio de 2006. El grueso de esta entrevista se realizó en el aeropuerto de Tocumen, y luego se afinó en un breve intercambio de ideas por correo electrónico.

En alguna nota periodística reciente que se reproduce en Internet, se comenta que al finalizar 2006 habrás publicado cinco nuevos libros. ¡Es una enormidad! ¿Por qué publicar tantos libros nuevos en un mis-mo año? ¿Debe considerarse un mérito, o acaso podría ser una des-ventaja desde el punto de vista comercial; es decir, por la saturación de las posibilidades de venta de los diversos libros en un mismo país?

Lo segundo realmente no me inquieta. Pero en realidad: ni una cosa ni otra. Simplemente ha sido una coincidencia. Así, te comento el

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asunto en el orden de aparición de los libros: Primero salió por mi cuenta mi poemario Entrar saliendo, en Universal Books, aquí en Panamá, que en realidad contiene dos poemarios escritos entre 2002 y 2005. Por otra parte, En un instante y otras eternidades, que gana el Premio Ricardo Miró en octubre de 2005, sale ahora, cuando debe salir, incluso un poco retrasado con respecto a lo que dicen las Bases que rigen ese certamen nacional: me lo entregan en julio de este año (2006). La agonía de la palabra, que acaba de aparecer también, publicado en Guatemala por Le-tranegra Editores, y cuyos 35 cuentos fueron escritos apenas hace cuatro meses, se le antojó conveniente a sus editores tenerlo listo para presen-tarlo en el Segundo Congreso de Escritores de Centroamérica, que habrá de realizarse en agosto en Tegucigalpa, pues ahí está su mercado natural, además de en Panamá, claro. Y a fin de año aparecerán dos libros más: uno con el sello de la Universidad Tecnológica de Panamá, de ensayos, artículos, prólogos y entrevistas: Gajes del oficio. Este es un libro que re-úne una serie de ensayos y artículos de opinión, así como entrevistas que se me han hecho en diversos medios y países, bastante recientes la ma-yoría, además de algunos prólogos a libros de otros autores panameños. Llevo dos años preparándolo... Y también saldrá a fin de año en Editorial Norma, que como se sabe su casa matriz está en Bogotá, una amplia an-tología de cuentos que recorre toda mi producción, o sea más de 40 años de escritura narrativa: Cuentos enigmáticos, y que incluye algunos textos todavía inéditos. Este libro me lo pidieron hace un año.

Como vez, en realidad se trata de libros que simplemente coin-cidieron en el tiempo justo en que su publicación, por diversos motivos, se hizo posible: 2006. Es decir, por azares del mundo editorial. Dentro del ámbito de las letras a veces ocurren estas cosas, aunque muy poco, es cierto, en relación con un autor panameño. En ese sentido he sido muy afortunado, ya que no es fácil tener la oportunidad de publicar, y mucho menos tantas obras en un año1.

¿En qué género literario se siente más a gusto al crear, al publicar?

En el cuento, pero me encanta moverme también en la poesía y en el ensayo literario (es decir, investigación y reflexiones sobre temas literarios); los tres géneros se me dan con gran libertad y soltura. Y últi-mamente he vuelto también al teatro. Confieso que después de que gané el Premio Miró en octubre de 2005, se me desató una incontenible racha de creatividad que abarcó los cuatro géneros, de tal manera que en siete meses escribí dos nuevas colecciones de cuentos, un libro de poemas, una obra de teatro de cuatro actos y nueve escenas –hacía 42 años que no

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escribía teatro (en un lejanísimo 1965 publiqué La cápsula de cianuro, que también contiene la obra Gigoló, y ambas se representaron en su mo-mento)-, y también por lo menos cinco ensayos. Fue algo sorprendente, inaudito para mí mismo. Uno de esos libros de cuentos es el que ahora ha salido en Guatemala: La agonía de la palabra. Lo que más me gusta, en cuanto a la segunda parte de la pregunta, es publicar cuento y poesía.

¿Y qué pasa con la novela?

Hasta ahora no se me ha dado bien. A los 17 años publiqué una novelita cursi, prematura, escrita a los 16. Mucho después, a manera de tesis para optar a la Maestría en Bellas Artes con especialización en Crea-ción Literaria en el Departamento de Inglés de la Universidad de Iowa (Iowa City, Iowa, Estados Unidos), escribí una novela en inglés que per-maneció inédita hasta que hace algunos años la destruí. Ha habido inten-tos varios de escribir otra novela, pero sin éxito... El problema radica en que soy más bien un escritor de corto aliento, impaciente. Además, en general mis narraciones nacen más bien cortas, con pocos personajes, alrededor de un solo tema, con un solo conflicto. Darles mayor continui-dad sería tergiversarlas, traicionar su naturaleza profunda, su simiente, su propia actitud de mundo cerrado. Así ha sido al menos hasta ahora. Pero no descarto hacer nuevos intentos, me encantan los retos. Cuando me ju-bile, ya dentro de poco, tendré más tiempo. Una novela requiere tiempo, lo exige. No se escribe una novela de una sola sentada, como he escrito casi todos mis cuentos, que así mismo deben ser leídos.

¿Qué me dice de las numerosas antologías que ha preparado y publi-cado en Panamá y en otros países?

Me encanta investigar, seleccionar lo mejor de entre una serie de textos que tienen cierta afinidad, ya sea de época, de tema, de estilo, de género literario... Me gusta rescatar buenos textos perdidos u olvidados, dar a conocer los de la gente nueva y talentosa. Dentro de esta afición me he ido profesionalizando en la elaboración de diverso tipo de antologías y compilaciones históricas de cuentos y poemas. He publicado antologías de literatura mexicana, centroamericana y sobre todo panameña con el fin de difundir buenos textos de diversos autores, de tratar de interesar al lector en conocer después más a fondo la obra toda de esos autores, de una generación, de una época, de un país, de una región ... Varias de esas antologías, sobre todo las que se han publicado en el exterior, no se co-nocen casi en Panamá (porque no han interesado o porque no han llegado al país para su venta). Por ejemplo: Poesía panameña contemporánea,

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publicada en 1980 por Liberta-Sumaria y reeditada por Editorial Penélo-pe en 1982 (corregida y aumentada); y también Poesía erótica mexicana, que consta de dos tomos voluminosos, publicado por Editorial Domés, en la ciudad de México, y La minificción en Panamá, publicada en Bogotá por la Universidad Pedagógica Nacional en 2001, entre otros.

En 2005 publiqué en Panamá Sueño compartido (Compilación histórica de cuentistas panameños: 1892-2005), también en dos tomos voluminosos.

¿Por qué es una compilación de cuentistas y no de cuentos? Háblenos de ese esfuerzo, de sus implicaciones.

Fue un esfuerzo de cerca de 17 años de investigación y segui-miento de lo que se iba publicando –hablo de libros y folletos, no de textos sueltos- en Panamá. Quise rescatar autores, más que cuentos, aun-que por supuesto procuro escoger buenos cuentos. Y dar una mirada pa-norámica lo más exhaustiva posible, empezando con nuestros primeros cuentistas, a finales del siglo XIX, hasta llegar a los más nuevos. El libro empieza con Edmundo Botello y termina con Roberto Pérez-Franco, en ese momento el más joven de nuestros buenos cuentistas. Ya ahora hay dos más jóvenes que él: Gloria Melania Rodríguez Molina (1981) y An-nabel Miguelena (1984), quienes no están en esa exhaustiva compila-ción que se publica en 2005. Pero en realidad los dos grandes cuentistas nacionales que empiezan a publicar a fines del siglo XIX son Salomón Ponce Aguilera y Darío Herrera. Éste publica en 1903 el primer libro de cuentos de un autor panameño: Horas lejanas, que tuvo mucho éxito de crítica en su tiempo, incluso lo elogia el gran poeta nicaraguense Rubén Darío, a quien Herrera conoció personalmente.

Sueño compartido demuestra que el cuento siempre ha sido la punta de lanza –en calidad y cantidad- de la buena literatura panameña. Además, busca historiar su desarrollo a través de sus artífices, muchos de ellos completamente olvidados hoy, de quienes presento una reseña bio-gráfica y, cuando fue posible, una fotografía. El libro reúne a 134 autores a lo largo de 112 años. Y aún se me quedaron en el tintero, por diversas razones, unos pocos cuentistas que no alcancé a incluir.

Por algún artículo suyo reciente he sabido que el auge del cuento en su país –“punta de lanza de los géneros literarios en Panamá”, le ha llamado usted alguna vez- sigue produciéndose en Panamá. ¿Se dan a conocer nuevos cuentistas en lo que va de 2006 ?

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Así es, siguen surgiendo nuevas voces. Que yo sepa, están ya casi por publicarse dos primeros libros de cuentos: de Gloria Melania Rodríguez Molina, Cartas al editor; de Rodolfo de Gracia, Me basta una sola vida (ya conocido como crítico literario). Los dos tienen cuen-tos de los que lo menos que se puede decir es que son propuestas muy interesantes. Además, está por salir un interesante volumen colectivo de cuentos y poemas de trece de las personas que participaron en el Diplo-mado en Creación Literaria 2004, que ofrece la Universidad Tecnológica de Panamá (institución que es la que más libros de autores panameños publica actualmente en Panamá), titulado: Soñar despiertos. Otro grupo de egresados de ese mismo Diplomado, pero en su versión 2006, también se apresta a preparar un volumen colectivo propio, y entre ellos también hay futuros buenos cuentistas... Por otra parte, sé de otras personas que ya podrían publicar libros de cuentos propios, de calidad: Alberto Cabre-do, Victoria Jiménez Vélez, Indira Moreno y Vianor Pérez Rivera, entre otros.

En verdad es un auge significativo y sorprendente que, a mi jui-cio, empieza alrededor de 1980. Para esa época empiezan a surgir nuevos nombres como Rey Barría, Claudio de Castro, Víctor Rodríguez Sagel, Herasto Reyes (prematuramente desaparecidos estos dos últimos), Juan Antonio Gómez, Héctor Rodríguez, Félix Armando Quirós Tejeira, Allen Patiño, Rogelio Guerra Ávila, Raúl Leis, Consuelo Tomás, entre otros. Después se dan a conocer otros cuentistas talentosos: Ariel Barría Alva-rado, Melanie Taylor, José Luis Rodríguez Pittí, Aida Judith González Castrellón, Rafael Alexis Álvarez, Yolanda J. Hackshaw. Y más recien-temente: Érika Harris, Marisín Reina, Eduardo Soto, Héctor Collado (ya reconocido como poeta), Lupita Quirós Athanasiadis, Isabel Herrera de Taylor, entre otros. Por alguna razón los nuevos autores panameños, que son de muy variadas edades y experiencias profesionales, apuestan por el cuento. Los de mayor edad que han publicado su primer libro en años re-cientes son Manuela Alemán (Madelag) y Eudoro Silvera. Otros de edad madura también lo han hecho en la última década: Juan David Morgan (Jorge Thomas), Marisín Villalaz de Arias, Marisín González, Pedro Luis Prados, entre otros. Es evidente que de una manera u otra todos ellos necesitan contar diversas historias de temas varios, y manejan técnicas adecuadas para hacerlo bien. Sin embargo, algunos de los cuentistas de otras generaciones, varios de ellos de sólida trayectoria, también conti-núan escribiendo y publicando cada tanto tiempo, en varios géneros; es el caso de Ernesto Endara, Pedro Rivera, Rosa María Britton, Justo Arroyo,

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Dimas Lidio Pitty, Moravia Ochoa López, Alvaro Menéndez Franco y yo mismo, entre otros.

Asimismo surgen cada tanto tiempo nuevos poetas y novelistas nacionales, pero en forma mucho más dosificada e irregular. Para tener una idea más exacta de autores y de obras, se puede revisar el sitio que tiene en Internet la Universidad Tecnológica de Panamá denominado “Directorio de Escritores Vivos de Panamá”, cuya dirección es: www.pa/secciones/escritores Aunque en ese sitio no se hacen juicios de va-lor, refleja la realidad bibliográfica de la literatura panameña contempo-ránea, por lo que es de gran utilidad para investigadores y estudiantes de cualquier parte del mundo.

Tienes títulos muy singulares en algunos de tus libros. ¿Por qué, por ejemplo, Duplicaciones, Ahora que soy él, Luminoso tiempo gris, Conjuros y presagios, Entrar saliendo, En un instante y otras eterni-dades y La agonía de la palabra, entre otros?

Sí, me gusta escoger títulos un tanto enigmáticos o paradójicos.Mi gusto por la literatura fantástica, del absurdo, metafísica o

metaficcional tienen mucho que ver. Creo, por ejemplo, que siempre hay un misterio en lo que se escribe (o al menos en lo que escribo yo), y de ahí el aura de misterio que a menudo tienen mis títulos. Explicar cada uno me parece innecesario, realmente. Lo que sí te aseguro es que ninguno es gratuito ni fue escogido por motivos comerciales: todos tienen una razón de ser, pero a veces se trata de algo tan sencillo como el nombre de alguno de los textos más representativos que integran determinada obra.

Hablando de “motivos comerciales”, me parece que tus obras no son precisamente muy comerciales que digamos, todo lo contrario. Mu-chos de tus textos, sobre todo los cuentos, son más bien densos, incluso cifrados. Requieren un gran esfuerzo intelectual, exigen lectores cul-tos... Nada más alejado del típico “best seller”. En términos generales, ¿qué tal la venta de tus libros?

Mis libros no se venden muy bien porque no son para un públi-co idiotizado por fórmulas, modas ni situaciones y desenlaces previsibles. Nunca he sido un escritor complaciente. Insisto: el enigma, el misterio, lo paradójico, lo sobrenatural, además de lo erótico, son áreas de la experien-cia humana o paranormal que me inquietan. Además, lo he dicho otras ve-ces: no pienso en absoluto en el público cuando escribo. Si un libro gusta a determinado público, bendito sea Dios. Por supuesto, esta actitud no facilita

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la posibilidad de que las grandes editoriales comerciales se interesen en pu-blicar mis libros en diversos países. Sin embargo, en diversos momentos, a lo largo de los años, me han publicado editoriales y universidades de Costa Rica, México, Estados Unidos, España, Argentina, El Salvador, Venezuela, Guatemala y Colombia. Y cuentos sueltos míos se han traducido y publi-cado muy temprano en mi carrera en Alemania, Austria, Polonia, Hungría, Brasil, Francia. Algunas de estas editoriales tienen un merecido prestigio: Joaquín Mortiz, Diana, UNAM, Grijalbo, Siglo XXI Editores, Alfaguara y Norma. Lamentablemente, es un hecho que en Panamá es donde menos se me lee. Como ves, mi desempeño editorial y de ventas también participa en cierta medida de lo paradójico.

¿Qué escribes ahora?

Estoy en un receso creativo (cuento y poesía) tras la racha de creatividad de la que te hablé antes. Pero sí estoy terminando varios ensa-yos, un prólogo y un texto de presentación de un libro de otro autor. Me refiero a que estoy escribiendo algunas reflexiones sobre la cuentística de las mujeres panameñas, cuya producción se inicia tímidamente en 1931 con la obra Terruñadas de lo chico, de Graciela Rojas Sucre, y luego por alguna razón se paraliza y no se reinicia hasta 1962 con el libro Yesca, Moravia Ochoa López, y desde entonces continúa pujante hasta la fecha. En cuanto al prólogo, lo preparo para una antología de cuentos de Ernesto Endara que se publicará en Panamá a fin de año. Y el libro que presentaré es el de Roberto Pérez-Franco, Cenizas de ángel, que obtuvo en 2005 el Premio Nacional de Cuento “José María Sánchez”, y que está por salir, editado por la Universidad Tecnológica de Panamá. Después, con más calma, hacia fines de año espero empezar a preparar una nueva antología, Tiempo al tiempo, en el que selecciono a quienes representan, a mi juicio, el nuevo rostro de la cuentística de Panamá entre 1990 y 2006, un libro que pondrá al día aquella otra antología mía similar, ya mencionada: Has-ta el sol de mañana, de 1998.

¿A qué hora descansas?

Entre un libro y otro, a veces, pero muy poco.

¿Es a propósito ese frenesí intelectual, al que sin duda hay que sumar-le tu permanente actividad como promotor cultural, editor, antologis-ta, investigador literario y profesor universitario?

Es inevitable. Una manera de ser, de mantenerme en forma.

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¿Pero no descansas?

Ya habrá tiempo después de muerto, tema éste, por cierto, de muchos de mis cuentos y poemas.

¿Por qué?

¿Por qué es un tema en mi obra? No estoy seguro. También ha sido algo inevitable, tal vez como un exorcismo intelectual contra eso a lo que más temo.

¿Cómo definirías al cuento?

Las definiciones no son confiables en Literatura, porque lejos de ser una ciencia exacta es un arte. Y además un arte en el que está implícita la experiencia humana y social, siempre inestable, cambiante, a menudo imprevisible... Pero puedo intentaer algunas reflexiones al respecto, claro. En primer lugar, un cuento es una narración en la que siempre hay un conflicto –declarado o sutil- y algún tipo de desenlace. Esa narración implica una historia, que a veces es una simple anécdota o escena, tal vez sólo un momento. La historia la cuenta alguien en un cierto tono, con determinado punto de vista. Además, esa historia le pasa al mismo narrador o a otros personajes. Por otra parte, hay una gran concentración tanto en la información que se narra como en los recursos que se emplean para hacerlo. Recursos que no son más que la implementación de ciertas técnicas literarias a fin de producir determi-nados resultados en la percepción de la historia por parte del lector, así como en su interpretación. Ya está, te he dado una miniclase de teoría literaria.

Algunas preguntas ligeras, de interés humano. ¿Algunas cosas que detestas?

Tener que esperar largo tiempo por algo o alguien. Lugares de-masiado cerrados (elevadores, por ejemplo). La arbitrariedad, la injusti-cia, la prepotencia, la intolerancia y la impunidad, sobre todo viniendo de autoridades. La gente que presume de saberlo todo, o que pretende ser juez de los demás. La falta de altruismo y de generosidad en los indivi-duos. Los viajes demasiado largos. Eventos sociales donde casi no conoz-co a nadie, o donde debo participar por obligación. La falta de libertad. Las discotecas. El ruido...

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Cosas que te agradan mucho, que disfrutas.

El chocolate, el café, las sopas de todo tipo. Leer. Organizar iniciativas culturales, fungir como editor de libros y revistas literarias. El cuerpo sensual de una mujer... Hacer uso, de diversas maneras, de la imagina-ción.

Cosas de las que careces, y lo lamentas...

Tengo mala memoria, cada vez peor. Facilidad para funcionar en grupos de tipo social. Capacidad de contar chistes o anécdotas interesan-tes de forma verbal. Capacidad para manejar la más elemental tecnología. Capacidad para cocinar.

¿Lecturas favoritas?

Libros de cuentos, novelas, teoría literaria, biografías.

¿Qué es lo primero que te llama la atención en una mujer?

Sus ojos, sus senos, su cabello, su voz. En ese orden.

¿Personas a las que admiras más?

Mahatma Ghandi, Nelson Mandela, Sandino, Emiliano Zapata, Benito Juárez, Ernesto Sábato, Belisario Porras (un expresidente pana-meño), Guillermo Andreve (un promotor cultural panameño). Mis cuatro hijos (tres hijas y un hijo) y mi nieto.

¿Personas más detestables de la Historia?

Nerón, Hitler, Stalin.

Muy bien. Y ahora, una última pregunta, Enrique: ¿Qué es para ti la creación literaria?

Una necesidad vital, un estilo de vida, un delicioso y a la vez agónico quehacer, siempre dispuesto y estimulante. También, una forma de entenderme mejor, y de mejor comprender algunas de las complejida-des de la vida. La experiencia humana y el mundo de la imaginación son, por supuesto, las dos grandes fuentes permanentes de abastecimiento de ideas y emociones, pero también está el delicado mundo del lenguaje: sus precisiones y sutilezas, sus combinaciones son el invaluable instrumento de trabajo, la herramienta indispensable. Escribo desde los 16 años y voy a cumplir 62 en diciembre de este año. Te puedo decir entonces, con toda

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propiedad, como ya lo he manifestado en muchas ocasiones, que escribir es para mí más que una pasión, un auténtico e inexorable destino.

Tomado de la revista “Oleajes”, No. 32-33, San Luis Potosí, México, julio de 2006.

1. En diciembre de 2006 apareció, también, el libro de cuentos Gato encerrado. 9 Signos Grupo Editorial, Panamá.

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ENRIQUE JARAMILLO LEVI: ESCRITOR MULTIFACÉTICO

Por Ronaldo Luciano Aceves T. (mexicano)

Entrevistar al escritor panameño Enrique Jaramillo Levi (1944) no es una tarea fácil, ya que la diversidad de las facetas de su quehacer

profesional dan pie a un abundante caudal de temas de conversación que resultan de interés para cualquier persona culta. Tampoco es sencillo se-guirle la pista a sus numerosas y constantes actividades, a menudo si-multáneas, la mayoría de las cuales se generan en su espíritu siempre inquieto y renovador, y cuya razón de ser y resultados son, precisamente, parte importante de la temática de cualquier entrevista integral que pueda hacérsele.

Lo cierto, en todo caso, es que hay muy pocos escritores, no sólo en Panamá sino en toda Centroamérica, que han realizado una labor crea-tiva, docente, de investigación literaria, de promoción cultural, como antólogo y como editor, tan completa y admirable como la suya en los últimos 35 años. Además, es uno de los pocos autores panameños publi-cados, traducidos, antologados y estudiados internacionalmente. Sobre su obra literaria se han publicado seis libros que recogen una diversidad de estudios realizados por críticos de varios países.

Cuentista, poeta y ensayista, Jaramillo Levi es el actual Presiden-te de la Asociación de Escritores de Panamá y Coordinador de Difusión Cultural de la Universidad Tecnológica de Panamá. En octubre de 2005, gana en Panamá el Concurso Literario Ricardo Miró, el más importante de su país, por su libro de cuentos, entonces inédito, En un instante y otras eternidades.

Conocí a Enrique hace veinticuatro años en un congreso en el que coincidimos en el estado mexicano de Zacatecas. Ya entonces era un escritor conocido y respetado en México, en donde llevaba muchos años residiendo y publicando. Recuerdo que era profesor en la Universi-dad Autónoma Metropolitana ( Iztapalapa, Ciudad de México), y que ya tenía en su haber un buen número de libros, varios de ellos publicados en prestigiosas editoriales mexicanas, tales como Joaquín Mortiz, Diana, Siglo XXI, Grijalbo, Fondo de Cultura Económica y la UNAM, entre otras. Con los años hemos retomado el contacto a través de amigos co-munes. Esta entrevista se llevó a cabo en enero de 2006, aprovechando

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las maravillosas facilidades que ofrece el correo electrónico. Le envié al destacado escritor panameño un cuestionario de 25 preguntas basado en la investigación que pude hacer en Internet (en donde existen numerosas referencias y datos acerca de su persona y obra), así como en el cono-cimiento que tengo de algunos de sus libros, y él poco a poco me fue respondiendo generosamente en bloques de cinco. Lo que sigue es el re-sultado de esta larga y, a mi juicio, sumamente interesante plática virtual, que sin embargo espero difundir posteriormente tanto por Internet mismo como en papel.

Si naciste en diciembre de 1944, a fin de año vas a cumplir 62. Tu pri-mer libro es de 1961, publicado a los 17 años. Es sorprendente, pero llevas entonces 45 años escribiendo y publicando. ¿Qué te impulsa a escribir cuando te inicias, y por qué lo sigues haciendo ahora? Las de-más preguntas serán más breves y puntuales, así es que te agradecería mucho explayarte en ésta, de tal manera que tengamos una amplia semblanza de tu quehacer.

Descubro que me gusta mucho leer y escribir creativamente a los 16 años. Simplemente empiezan a fascinarme las palabras, y noto que puedo combinarlas de ciertas maneras para describir lo que veo, lo que recuerdo y lo que imagino. Es curioso pero tanto entonces como ahora soy muy malo para contar historias en forma verbal, pero tengo en cam-bio gran facilidad para irlas construyendo palabra a palabra, por asocia-ción de ideas, en un papel o en la pantalla de la computadora hasta que de ello resulte un texto verosímil, coherente. Cuando publiqué con mucho esfuerzo económico aquella novelita corta, que me salió cursi por melo-dramática y previsible, creí ser muy original.

Un día, pocos meses después, recibí una carta de una profesora de Español de un colegio secundario local (yo vivía en mi ciudad natal, Co-lón), diciéndome, según ella, lo bueno y lo malo de la obra. Comenzó fe-licitándome por mi esfuerzo y resaltando los siguientes méritos literarios: sabía contar una historia de manera fluida, describir situaciones externas y psicológicas, se notaba que estaba enamorado del lenguaje y tenía bue-na sintaxis. A continuación enumeraba 32 errores (horrores) ortográficos, citando la página, el párrafo, la línea de cada uno. Y señalaba también una serie de lugares comunes, tanto en las expresiones como en las anécdotas narradas. Era, por supuesto, la obra de un adolescente que había leído poco y que se había precipitado a publicar lo primero que escribió. Pero

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terminó instándome a continuar leyendo y escribiendo. “Tú serás un buen escritor, me dijo, en la medida en que estés más familiarizado con la vida y sepas tomar de ella sólo lo esencial. No pretendas describirlo o contarlo todo. No publiques más hasta que perfecciones al máximo tu vocación literaria. Lee mucho, escribe mucho, revisa y pule, sé muy autocrítico.” Esa carta me hizo mucho bien, aunque también me avergonzó. Desde entonces soy el más severo juez de mí mismo al escribir.

Diez años después habría de recibir consejos similares, aunque mucho más críticos en cuanto a otros aspectos más profundos de la crea-ción literaria, de ese gran escritor mexicano que fue Juan Rulfo, a quien tuve de asesor de taller, junto con los también escritores mexicanos Sal-vador Elizondo y Francisco Monterde, cuando obtuve la “Beca Centro-americana de Literatura”, del Centro Mexicano de Escritores, que me llevó a México en 1971, y que me fue renovada en 1972. Era la primera vez que se abría a concurso una beca para Centroamérica, en esa ocasión con el apoyo de la Fundación Ford de México. Partciparon 40 libros in-éditos, en todos los géneros, de autores del área. Fui el único panameño que compitió, y me la gané. Con esa beca, y asistiendo una vez por se-mana a ese taller, escribí mi libro más reconocido: Duplicaciones, que en 1973 publicó la prestigiosa Editorial Joaquín Mortiz, y que en 1982 reeditó Editorial Katún, también en México; y luego, en 1990, Editorial Orígenes, de Madrid; y en 2001 Editorial Casiopea, de Barcelona. No cabe duda que la edición de Mortiz de 1973 fue mi primer “lanzamiento” importante desde el punto de vista editorial. A raíz de la publicación de la primera edición fui entrevistado en México, en el periódico “Noveda-des”, por la destacada escritora y periodista Elena Poniatowska. Antes, en 1971, cuando publiqué mi Antología crítica de joven narrativa pa-nameña (Federación Editorial Mexicana), que reúne y comenta textos de escritores de mi generación, ese libro -el primero que publiqué en México- mereció una reseña muy positiva de parte de la gran poeta y narradora mexicana Rosario Castellanos (q.e.p.d.). Ambas escritoras, sin saberlo, ayudaron enormemente mi carrera literaria en ese país. Duran-te 12 años fui un escritor mucho más conocido y apreciado en México que en Panamá. Y cuando en 1990 editorial Orígenes publicó la tercera edición de Duplicaciones en Madrid, me convertí en el primer escritor panameño en publicar un libro de cuentos en España. Esto de ser el pri-mer panameño en publicar un libro de cuentos se repite en varios países: con la traducción al inglés del mismo libro, cuando éste fue publicado en los Estados Unidos por Latin American Literary Review Press como Du-plications And Other Stories en 1994, cuando CONCULTURA publica

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en El Salvador El vendedor de libros, en 2002; la Universidad Estatal de Salta publica ese mismo año en la Argentina De tiempos y destiempos; y Editorial Alfadil, de Venezuela, mi libro Para más señas, en 2005. Ade-más, fui el primer autor panameño en publicar en la prestigiosa Editorial Alfaguara, en México, en 1998, con Caracol y otros cuentos, y después con En un abrir y cerrar de ojos, en 2002.

Pero volvamos a mi experiencia mexicana. La verdad es que fue-ron tantos los estímulos que encontré en México que habiendo ido beca-do por un año, me quedé 12 años. Como sabes, en ese país se incentiva a los escritores mediante becas, certámenes y talleres literarios, por la existencia de numerosas e importantes empresas editoriales en donde los autores talentosos pueden publicar, con la presentaciones de libros, con la posibilidad permanente de publicar en revistas y suplementos culturales de periódicos en forma remunerada, etc. De hecho, cuando se me terminó la beca viví del periodismo cultural durante varios años. Cuando en 1975 se abrió la Universidad Autónoma Metropolitana, entré a trabajar como profesor de una materia que se llamaba “Redacción e investigación do-cumental”, de tiempo completo. Ahí estuve hasta 1983, cuando regresé a Panamá.

Ha pasado mucha agua, sí, bajo el puente: 45 años. Desde en-tonces he tenido numerosas satisfacciones como escritor. Entre las más importantes, el haber publicado varios libros en editoriales de España; y el haber ganado en octubre de 2005, en Panamá, el Concurso Literario Ricardo Miró como cuentista. La obra premiada, En un instante y otras eternidades, será publicada en unos meses por nuestro Instituto Nacional de Cultura. Ahora, en 2006, sigo escribiendo con más entusiasmo que nunca. Acabo de terminar varios nuevos libros de cuentos, escritos en sólo cinco meses; Por otra parte, en un par de meses publicaré mi décimo libro de poemas: Entrar saliendo; y probablemente a fin de año mi quinto libro de ensayos: Gajes del oficio: ambos en Panamá. Para mí escribir es una necesidad, casi una obsesión; sin duda un destino.

Escribo para complacer a mi imaginación, más que a la memoria. Por alguna razón, ésta siempre ha sido defectuosa, pobre. Por ejemplo, no tengo casi recuerdos concretos de mi niñez. No sé por qué, pues he in-dagado con la familia y parece ser que nunca tuve episodios traumáticos que hubiera querido reprimir. En cambio soy capaz de inventar historias con gran verosimilitud, y de plasmarlas con bastante precisión. Como ha-cen los actores, soy capaz de convertirme en el otro, de crear personajes diferenciados, si bien a veces algunos de éstos inevitablemente tengan rasgos míos. No planeo casi nunca mis historias, sino que las voy arman-

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do a partir de una primera frase que se me viene a la mente, de una ima-gen. Para bien o para mal, la Literatura es mi hábitat, el mundo en el que vivo. En realidad profesionalmente sólo sé hacer cosas relacionadas con la literatura: escribir, leer, dar clases, editar libros y revistas, investigar, preparar antologías, incentivar y promover todo lo que tenga que ver con las Letras. Por eso insisto: es un destino.

¿Cómo es la interacción, si la hay, entre tu producción cuentística, poética y ensayística? ¿Existen en tu obra afinidades temáticas, de orden estético o ideológico, intencionalidades entre tus textos en estos géneros?

Sí, por supuesto. No sólo hay nexos de diversa naturaleza sino incluso esa intencionalidad que mencionas, y que al principio fue com-pletamente inocente, casual. Es más, muchos de los temas de mi cuentís-tica están antes en mi poesía, pero llega un momento en que el proceso se invierte y es la poesía la que empieza a retomar temas y actitudes presentes en mi cuentística. En un principio no era algo pensado, pla-neado. Simplemente ocurría que ciertas obsesiones se colaban por todas partes, en todo lo que escribía. Lo erótico y la muerte, grandes temas de la literatura universal, son dos de ellos. Pero también está mi hipersen-sibilidad hacia el acto creativo y los procedimientos literarios, los pro-blemas que enfrenta el escritor, y por supuesto la reflexión sobre esas cosas (auténtico material ensayístico), quizá aupados por mi vocación docente y mi inclinación por impartir talleres literarios, por investigar y por hacer rigurosas antologías. Después, de forma mucho más deliberada, fui creando como un sistema interno de vasos comunicantes, de puentes, entre el tratamiento de estos temas de un género al otro. Creo que soy el escritor panameño que más a fondo, y con múltiples variantes, se ha metido en el sinuoso mundo de la metaficción y la metapoesía; esto tanto desde los cuentos y poemas mismos como en mis ensayos y en algunos prólogos a libros propios y ajenos. Se trata, creo, de un subgénero que no ha despertado mucho interés en Panamá, ni por parte de los escritores ni entre los lectores. Hay casos aislados, claro, como la novela Pleni-lunio (1947), de Rogelio Sinán (1902-1994), que a su vez viene de los experimentos de Pirandello (la obra teatral Seis personajes en busca de autor) y de Unamuno (la novela Niebla), entre otras obras de la literatura universal, incluyendo el mismísimo Quijote y Cien años de soledad de García Márquez en algunas de sus partes. Pero muy pocos más en nuestra literatura nacional.

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Y de los tres géneros, ¿cuál es tu preferido como escritor y como lector, y por que?

El que más se me facilita como escritor es el cuento, lo cual es curioso porque suele decirse que se trata de uno de los géneros más di-fíciles. Debo reconocer que tengo una gran facilidad para crear cuentos casi de la nada. Me siento, escribo una frase, y de ésta van saliendo otras por asociación de ideas hasta que empieza a perfilarse una historia cuyas aristas, subsuelo y posibilidades habrá que estudiar sobre la marcha. Muy rara vez tengo de antemano una trama, la semblanza de un personaje, los componentes de una atmósfera. Estas son cosas que van apareciendo en el camino. Y sin embargo, casi siempre logro atar los cabos sueltos que necesariamente aparecen, introducir los enlaces entre una situación y otra, entre un personaje y otro... Lo que sí es un hecho irrenunciable es mi necesidad de revisar y pulir después con el máximo rigor, innumerables veces, hasta que el cuento me satisface a cabalidad.

La poesía se me da como un remanso, entre una cosa y otra, cuando no estoy en condiciones de pensar mucho. Mis poemas suelen ser breves, fluidos, algo discursivos a veces por su carácter reflexivo y hasta filosófico. En ellos también cuido mucho el lenguaje, pero sobre todo la imagen que ese lenguaje buscar representar. Gran parte de mi poesía, has-ta el momento, tiene una temática filosófica o amorosa-erótica. El ensayo es lo más arduo para mí, quizá porque exige raciocinio, armonía interna de las ideas, capacidad de plasmarlas coherentemente sin que se pierda la secuencia ni el interés.

Como lector me apasiona leer cuentos y novelas más que los otros géneros. Pero leo de todo.

Algunos críticos e historiadores literarios te consideran uno de los mejores cuentistas centroamericanos; y el crítico chileno Fernando Burgos, de la Universidad de Memphis, te incluye en varios de sus libros entre los más destacados de Hispanoamérica. ¿Cómo te sientes ante estas nominaciones, habida cuenta de la indudable excelencia cuentística que ha existido en el continente durante por lo menos los últimos 60 años en este género?

Por supuesto, creo que es una exageración. Me considero -mo-destia aparte- un buen cuentista, uno de los que más oficio tienen en Pana-má. En Hispanoamérica hay una cantidad impresionante de buenos cuen-tistas cuya historia y logros empieza a finales del siglo XIX con algunos modernistas. Desde Manuel Gutiérrez Nájera y Amado Nervo en México,

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Rubén Darío en Nicaragua, Leopoldo Lugones en la Argentina, Horacio Quiroga en el Uruguay, pasando tiempo después por la luminosa trayec-toria literaria de los argentinos Borges y Cortázar; el colombiano García Márquez; los mexicanos Juan Rulfo, Carlos Fuentes y José Emilio Pa-checo; los uruguayos Mario Benedetti y Juan Carlos Onetti; el paraguayo Augusto Roa Bastos; el venezolano Julio Ramón Ribeiro; el dominicano Juan Bosch; el salvadoreño Salarrué; la costarricense Carmen Naranjo; el panameño Rogelio Sinán, y muchísimos más; hasta llegar a la pléyade de nuevos cuentistas excelentes que han surgido desde los setentas hasta la fecha... Sería no sólo imposible sino inútil hacer clasificaciones. Lo importante sería multiplicar los estudios sobre la obra de los cuentistas del continente, hacer compilaciones históricas y antologías con criterios rigurosos pero a la vez más incluyentes. Y claro, habría que hacer circular más los libros de otros países del área en cada país y en otros continentes, para que se conozca a los nuevos y viejos autores de talento; pero esto es casi pedirle peras al olmo, algo complicadísimo, y que nunca se ha logra-do realizar como es debido.

Sin embargo, debo decir que Fernando Burgos es uno de los grandes especialistas en el cuento hispanoamericano, un estudioso que ha dedicado su vida a valorar la labor de los mejores cuentistas de His-panoamérica. Sus juicios me honran muchísimo, por lo que siempre le estaré agradecido. También la crítica española Ángela Romero Pérez se especializó durante un tiempo en mi obra, y publicó incluso un libro al respecto: La mirada oblicua: voces, siluetas y texturas en “Duplicacio-nes” de Enrique Jaramillo Levi (Universal Books, Panamá, 2003). Hay otros cinco libros publicados en años recientes que recogen ensayos en torno a mi obra literaria de muy diversos críticos nacionales e internacio-nales. Y se prepara una nueva compilación con material crítico inédito de varios estudiosos.

¿Qué críticos panameños han estudiado con imparcialidad y justicia tu obra?

Comencemos por decir que aunque ha habido y hay críticos ca-paces en Panamá, es poca la labor que realmente desarrollan, debido esto a una serie de factores lamentables: cero retribución económica, muy poco reconocimiento académico y social, muy escasos espacios en don-de publicar textos individuales, poco público que leería libros de crítica literaria si los críticos recogieran sus trabajos inéditos o se pusieran a escribir expresamente con el fin de publicar un volumen. Casi siempre se trata de profesores universitarios de Español y Literatura, inmersos más

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en la docencia que en la crítica y la investigación que el auge literario panameño amerita.

Sin embargo, hay gente capaz, la cual debe ser estimulada para que estudien más a fondo la literatura nacional y para que publiquen los resultados de su indagación. Críticos buenos, ya fallecidos, y quienes la-mentablemente no dieron al país todo lo que podían dar en materia de crítica literaria, fueron, a mi juicio: Víctor Fernández Cañizales, Pedro Correa Vásquez, Ricardo Segura y Elsie Alvarado de Ricord, todos pro-fesores de la Universidad de Panamá. Los buenos de ahora, de quienes todavía espero una labor responsable y más continua: Isabel de Turner, Yolanda Hackshaw, Rafael Ruiloba, Emma Gómez de Blanco, Erasto Es-pino Barahona, Allen Patiño, Damaris Serrano Guerra, Melquiades Vi-llareal Castillo, Yolanda Hackshaw, Rodolfo de Gracia, Alondra Badano, Ariel Barría Alvarado, Berna Burrell, Fredy Villarreal Vergara, Irina de Ardila, Fulvia de Castillo, entre otros.

Ricardo Segura fue un crítico que se metió a fondo en mi obra y descubrió cosas interesantes, algunas de las cuales expresó en ensayos sueltos. Allen Patiño,Yolanda Hackshaw, Isabel de Turner, Melquiades Villarreal Castillo, Rodolfo de Gracia, Ariel Barría Alvarado y Fredy Vi-llarreal Vergara creo que son los que más conocen mi obra. Los dos Villarreal, que no son familia entre sí aunque vivan en la misma región (Azuero), preparan sendos libros en los que estudian algunos aspectos de mi aportación a la literatura panameña. Debo comentar que lo que más estudian estas personas es mi obra cuentística. Me gustaría mucho que alguno de ellos abordara mi poesía.

¿Cómo definirías al cuento?

En literatura, como en el arte en general, es peligroso intentar de-finiciones tajantes. Más bien uno puede hacer una aproximación al géne-ro, pero tomando en cuenta no sólo la experiencia personal sino también la ajena, pues el cuento es muchas cosas según quién lo escriba, cómo lo haga y cuándo. Dicho esto, me parece que todo cuento narra siempre -de acuerdo a ciertos procedimientos y actitud- un hecho o una situación, re-quiere de la existencia de un mínimo conflicto, y presupone un desenlace. Y esto se hace con gran economía de lenguaje y de recursos literarios en general, asumiendo cierto tono, y buscando crear en el lector determinada impresión. Obviamente, en un cuento debe haber un tema central, casi siempre único (a menos que se trate de un cuento muy largo, que también los hay), pocos personajes, y algún tipo de trama o argumento -lo cual a su vez configura una historia-, aunque sólo sea de manera esbozada.

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El norteamericano Edgar Allan Poe, padre del cuento moderno, observaba en el siglo XIX que en los buenos cuentos se da una unidad de impresión, lo cual es cierto. También Cortázar lo afirmaba. Y otro escritor norteamericano, O. Henry, decía que el cuento es una tajada de vida (slice of life); y esto también suele ser cierto, ya que en términos generales es preciso que el escritor escoja un momento -corto o largo-, una vivencia, y no las secuencias de toda una vida, sobre la cual trabajar en profundidad. A veces, señalaba Hemingway, norteamericano también, lo más importante de la historia no se narra, está como sumergido, oculto, y sólo aflora subliminalmente en el momento preciso para que ocurra la epifanía o revelación que impactará al lector. Era su teoría del iceberg. La literatura gringa, por cierto, también ha dado extraordinarios cuentistas, tres de los cuales he mencionado. Lamentablemente, en Hispanoamérica no conocemos a la mayoría.

¿Por qué haces antologías y compilaciones? Eres el investigador lite-rario panameño que, después de Rodrigo Miró, más libros de este tipo ha publicado; y no sólo sobre literatura de tu país, sino también sobre la de Centroamérica y México.

Rodrigo Miró publicó básicamente una antología -El cuento en Panamá, de 1950- y una gran copilación histórica sobre la poesía pana-meña -Itinerario de la poesía panameña, en 1972-; ambas en Panamá. Su labor fue importantísima, pero sobre todo por sus otros libros. Sin él no sabríamos gran cosa acerca de nuestra literatura colonial y del siglo XIX, por ejemplo; sobre figuras y libros específicos, sobre el contexto en que los autores escribieron; y sin sus reflexiones tal vez las letras del siglo XX serían incomprensibles.

Yo llevo numerosas antologías y compilaciones sobre cuento y poesía publicadas en Panamá, México y los Estados Unidos. La primera aparece en México en 1971 -fue mi primer libro publicado en ese país-: Antología crítica de joven narrativa panameña; la más reciente, pu-blicada en Panamá en 2005, Sueño compartido (Compilación histórica de cuentistas panameños: 1892-2004). Ahora preparo la que probable-mente sea la última, pues voy a dedicarme a mi propia obra creativa a partir de 2007, año en que espero haberme jubilado de mi trabajo como Coordinador de Difusión Cultural de la Universidad Tecnológica de Pa-namá. Esa antología, que publicará dicha universidad, se llamará Tiempo al tiempo (Cuentistas panameños que publican su primer libro entre 1990 y 2006).

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En cuanto al por qué de mi interés -obsesión, sin duda dirán algu-nos- por preparar antologías y compilaciones, te diré que se trata de una responsabilidad que me he impuesto durante muchos años: la de rescatar lo mejor de nuestra producción en los géneros breves -faltaría hacerlo, ex-haustivamente, con los muy dispersos ensayistas literarios del país; pero ya le tocará a otro-, darlos a conocer ordenadamente, dentro de un con-texto, en un mismo espacio editorial. Esto ayuda a ubicar a los autores, a buscar la totalidad de sus obras o la que específicamente pueda resultar de interés, ya que suelo incluir datos de los autores y bibliografías de consul-ta, además del prólogo o introducción de rigor. Y vale la pena señalar que es muy importanmte esto del rigor, sobre todo en la selección del material antologado o compendiado, pues los textos malos -al menos a juicio mío- no tienen cabida en este tipo de libro. Por supuesto, la diferencia entre una antología y una compilación o recopilación de textos es que la prime-ra exige criterios más selectivos, rigurosos, y a la vez representativos de lo que se antologa -toda antología, por definición, representa lo mejor de algo, lo más selecto de entre diversas cosas de la misma o similar especie. En cambio, en las compilaciones, como el mismo término lo indica, de lo que se trata es de reunir una cantidad apreciable de muestras de algo, con un criterio más panorámico, más histórico si se quiere, y aquí cabe la idea de “rescatar” textos o autores interesantes que se habían perdido o que francamente no se conocían; lo cual no quiere decir que no se emplee también cierto rigor, aunque menos estrictamente que en las antologías.

Se trata, pues, de una manera de poner a la vista en cierto momento un muestrario de buenos textos representativos de algo: una época, un gé-nero o sub-género literario, un estilo, una actitud, una ideología, etc.

Se supo por los medios de difusión panameños, y por Internet, que a fines de 2005 ganaste el Concurso Literario Ricardo Miró, el más importante de tu país, por un libro que entiendo publicará pronto el Instituto Nacional de Cultura: En un instante y otras eternidades. Háblanos un poco de lo que ha significado este premio para ti, y acer-ca del libro premiado.

Creado en 1942, el Concurso Ricardo Miró sigue siendo sin duda el más importante certamen literario de Panamá. Como en todos los con-cursos, el premiar determinada obra -que debe ser inédita y enviarse con seudónimo- es una decisión inapelable de un jurado (en este caso, for-mado por tres escritores: un ecuatoriano, Iván Egüez; un chileno, Jaime Valdivieso, y un panameño, Félix Armando Quirós Tejeira), y por tanto está sujeta a criterios específicos que pueden o no ser los más acertados

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desde el punto de vista de otras personas, pero que son los que valen. Yo me siento muy satisfecho, ya que Egüez y Valdivieso son muy buenos escritores latinoamericanos, y Quirós Tejeira es uno de nuestros mejores cuentistas nacionales. Mi obra cuentística, en general, tiende a ser difícil, densa, hermética a veces, técnicamente compleja. Yo llevaba muchos años compitiendo con diversos libros, inéditos entonces, que en su momento no fueron apreciados por diversos jurados (cada año son distintos), pero que luego fueron publicados por editoriales de otros países. Es el caso de Duplicaciones, Ahora que soy él, Caracol y otros cuentos, Luminoso tiempo gris, En un abrir y cerrar de ojos y Para más señas, entre otros. Todo concurso es una suerte de lotería intelectual que obedece a ciertos criterios y a determinados parámetros propios de la manera de pensar del jurado específico que toca en un momento dado. Eso es así. Esta vez tuve suerte, además de que considero que En un instante y otras eternidades es en realidad un muy buen libro, y que me tocó el jurado adecuado.

Consta de 67 cuentos: algunos son minicuentos, otros son de ex-tensión breve, mediana o más larga. Hay tanto cuentos realistas como fantásticos, metaficcionales y del absurdo. Los escribí durante dos años, inicialmente a mano, tratando como siempre de ser muy meticuloso con el lenguaje y en las técnicas. Junto con Duplicaciones, considero que es mi libro de cuentos más ambicioso, más profundo. En términos genera-les, es un libro bastante autorreferencial; en él ausculto desde múltiples ángulos el acto creativo, los problemas del escritor, sus actitudes, el mun-do de la crítica y de los editores... Hay cuentos que hablan sobre sí mis-mos durante su construcción paulatina o en el momento de su lectura... En fin, la metaficción llevada a algunos de sus límites. Estoy tratando de construir mundos híbridos; que participen, en sus formas o procedimien-tos, de varios géneros literarios y periodísticos, pero que al mismo tiempo combinen géneros, o géneros con subgéneros; tales como la literatura fantástica con la metaficcional, la entrevista con la reseña crítica, el relato realista con escenas que pudieran estar en una breve obra de teatro... En algunos casos el placer está en descubrir la verdadera historia oculta tras esas otras que en apariencia se narran. No pocas veces son los problemas que abruman el cotidiano desempeño de un personaje-escritor los que en realidad protagonizan mis historias. Así, no sólo enfrento mi propio quehacer en el acto mismo de la escritura sino, y sobre todo, desde los imprevistos avatares que signan la vida de mis conflictivos alter egos. Y por supuesto, como lo sugiere el título del libro, todo puede ocurrir en un instante, pero también en otras eternidades.

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¿No has escrito novela, verdad?

En realidad no, sólo aquella primera novelita primeriza y cursi escrita a los 16 años y publicada al año siguiente. Confieso que en los úl-timos 30 años he hecho varios intentos, que tengo algunos supuestos ca-pítulos guardados por ahí en carpetas viejas que nunca encuentro (tienen la mala -o buena- costumbre de escabullírseme cada tan tiempo)... Son de antes de este tiempo de computadoras. El asunto es que, en general, los capítulos me salen como cuentos independientes, cerrados, que no pue-den ya continuarse. Sin duda hasta el momento soy fundamentalmente cuentista. Pero voy a seguir insistiendo, sobre todo ahora que estoy meti-do en este ámbito un poco extraño y bastante obsesivo de la metaficción, ya que he pensado que esto me puede servir como superestructura, como marco de referencia, o al menos como parapeto. Ahora estoy intentando la novela corta, que sería lo más cercano a un cuento largo. Aunque tal vez el secreto sea precisamente no hacer este tipo de sutil transición, sino más bien un corte drástico en hábitos y actitudes de un género a otro, y lanzarme a una novela bien larga. Creo que esto lo haré apenas disponga de más tiempo al jubilarme, que espero sea en 2007.

¿Cómo anda la literatura panameña?

Me parece que anda bastante bien. No es más conocida porque si un número considerable de escritores locales se ven obligados a auto-publicarse (a falta de editoriales en Panamá), el libro está condenado a no salir casi del país. El gran problema es la falta de editoriales, la pési-ma distribución de los libros, no la falta de buenos escritores. Tenemos buenos cuentistas y poetas, pero a mi juicio muy pocos buenos novelis-tas, ensayistas literarios y dramaturgos. Pero hay un verdadero boom del cuento, pues entre 1990 y 2006 se han publicado unos 70 primeros libros en este género, de autores de muy diversas edades, hombres y mujeres, de los que el 80% son muy respetables. Creo haber contribuido en esta área, pues a través de la Editorial Signos y la Fundación Cultural Signos (entidades inventadas por mí para promover la literatura), y luego desde el Instituto Nacional de Cultura y la Universidad Tecnológica de Panamá, instituciones estatales en donde he laborado, me las he ingeniado para dar a conocer a una gran cantidad de nuevos autores nacionales en los últi-mos 25 años, la mayor parte de los cuales siguen escribiendo.

Autores como Justo Arroyo, Ernesto Endara y Álvaro Menéndez Franco siguen activos. De mi generación siguen escribiendo y publican-do, en diversos géneros, Pedro Rivera, Dimas Lidio Pitty, Moravia Ochoa López. Entraron cronológicamente en forma tardía a la literatura, pero

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con buen pie, Jorge Thomas (seudónimo de Juan David Morgan), Rosa María Britton, Isis Tejeira, Mauro Zúñiga, Rose Marie Tapia, Manuelita Alemán, Eudoro Silvera, entre otros. Hay cuentistas sobresalientes sur-gidos después, tales como Rey Barría, Claudio de Castro, Juan Antonio Gómez, Félix Armando Quirós Tejeira, Allen Patiño y Rogelio Guerra Avila; y poetas como Giovanna Benedetti, Manuel Orestes Nieto, Héc-tor M. Collado, Pablo Menacho, Consuelo Tomás. Entre los cuentistas más nuevos: Ariel Barría Alvarado, Carlos Oriel Wynter Melo, Roberto Pérez-Franco, Yolanda Hackshaw, Melanie Taylor, Eduardo Soto, Aida Judith González Castrellón, Carlos Fong, Érika Harris, para sólo men-cionar algunos. Y entre los nuevos poetas: Salvador Medina Barahona, Eyra Harbar, Javier Alvarado, Sofía Santim, Indira Moreno, entre otros. En realidad son muchos nuevos nombres para un país tan pequeño como el nuestro (cerca de tres millonres de habitantes).

Tengo entendido que presides una reciente Asociación de Escritores de Panamá. ¿Qué hace o pretender lograr este gremio?

En realidad nace, formalmente, en diciembre de 2004. Tiene, por el momento, 62 miembros. Buscamos unir a los escritores, trabajar en favor de su desarrollo y promoción. Buscar formas de mejorar la publica-ción de libros en Panamá. En octubre de 2005 organizamos en Panamá, junto con la Universidad Tecnológica, un magno Congreso de Escritoras y Escritores de Centroamérica al que asistieron unos 100 escritores del área (incluidos, claro está, los panameños); ahí se dieron los primeros pasos hacia la creación de una Asociación de Escritoras y Escritores de Centroamérica, que tendrá continuidad en un segundo congreso a reali-zarse en agosto de 2006 en Tegucigalpa, Honduras.

Recientemente convocamos por segundo año consecutivo (el año anterior se declaró desierto) un premio nacional de novela corta que lleva el nombre de uno de nuestros buenos novelistas ya fallecidos, Ramón H. Jurado. Además, hemos empezado a organizar, con la Universidad de Panamá, para septiembre de este año, un Encuentro de Escritores, Críti-cos y Lectores que debatirán sobre la Literatura Panameña Actual (1970-2006). También pretendemos crear nuestra propia revista. Por otra parte, estamos ensayando maneras de coeditar libros que otras entidades. Le hemos hecho propuestas tanto a la Universidad Tecnológica de Panamá como al Instituto Nacional de Cultura, pero aún no nos responden. Si no es con ellos, tengo fe en que encontraremos la manera de hacerlo por nuestra cuenta.

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En todo caso, lo que buscamos es un mayor respeto por el escri-tor nacional, mayores oportunidades para quienes creamos literatura en este país; y también, de ser posible, una proyección internacional más a tono con el talento que aquí existe, pero que se desconoce fuera.

Háblanos de tu labor al frente de la Coordinación de Difusión Cul-tural de la Universidad Tecnológica. La información que aparece en Internet, en el sitio web de la Universidad, es sorprendente, sobre todo en relación a las casi nulas noticias que se pueden encontrar en otros sitios.

Desde 1996, año en que entré a la Universidad Tecnológica de Panamá, se creó una Coordinación de Difusión Cultural, que yo dirijo. Trataré de resumir nuestra labor diciendo que tenemos dos certámenes literarios importantes desde ese año: el Premio Nacional de Cuento “José María Sánchez” y el Premio Centroamericano de Literatura “Rogelio Si-nán”, además de otros más ocasionales. Las obras premiadas se publican, que es lo que más preocupa a un escritor; y además el primero de estos concursos consiste en $ 500.00 y el segundo en $ 4,000.00. Ambos han adquirido con los años mucho prestigio, local e internacional, respectiva-mente. En el aspecto editorial, en diciembre de 2006 habremos publicado 60 libros de autores nacionales y 33 números (varios dobles) de la tercera época de la revista cultural “Maga”, que yo había fundado en 1984, y que coincidió con la muerte de Julio Cortázar (de ahí su nombre, recordemos el apodo del personaje de su famosa novela Rayuela). Cada obra o revista que se publica, luego es presentada en un acto cultural, con expositores que las reseñan.

Por otra parte, desde 2001 convocamos cada año (a excepción del 2005) un Diplomado en Creación Literaria, en la que personas con propensión a la escritura creativa participan en asignaturas breves y muy concentradas que dictan profesores que también son escritores o críticos destacados; cursos estos que son teóricos unos, y otros son tipo taller (de narrativa, poesía, dramaturgia y ensayo).

¿Podrías adelantarnos algunos de tus proyectos a corto o mediano plazo?

Este año, poco antes de jubilarme a los 62 años de edad en 2007, deben aparecer cinco libros míos: En Panamá, el ya mencionado En un instante y otras eternidades (cuentos), obra que ganó el Concurso Ri-cardo Miró 2005; Entrar saliendo (poesía); Gajes del oficio (ensayos, artículos, prólogos y entrevistas); en la prestigiosa Editorial Norma, de

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Colombia, Cuentos enigmáticos (una antología selecta que recorre toda mi producción); La agonía de la palabra, cuentos, en Guatemala; y en Panamá Gato encerrado, cuentos.

Acabo de terminar dos nuevos libros de cuentos que empezaron siendo uno solo. Tengo que encontrar tiempo para revisarlos y pulirlos a conciencia. Y estoy empezando un nuevo poemario.

Apenas me jubile dedicaré más tiempo a escribir, y ya mucho menos a las labores de promoción cultural y a mi trabajo como editor in-dependiente. Espero entonces meterme de lleno en una novela. También quisiera en algún momento residir unos meses en España y en México, estar más cerca de las grandes editoriales en ambos países, antes de que me caigan encima los años.

¿Cómo haces tantas cosas, Enrique?

Pues, la verdad, no sé. Simplemente haciéndolas, supongo. Es una pasión permanente, una necesidad. Un destino.

¿Quieres añadir algo?

La verdad es que ha sido una entrevista muy exhaustiva, Ronal-do, y te la agradezco mucho. Gracias por estar tan bien informado. Difí-cilmente habría algo más que decir. Por el momento.

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UN ESCRITOR DE LARGO ALIENTO: Enrique Jaramillo Levi

Por Ángela Romero Pérez (española)

Esta entrevista podría titularse: “Dar voz a Centroamérica”. Y, en justa correspondencia, al pequeño país istmeño, “a Panamá”. Y de eso se

trata en esencia, ya que a menudo la crítica se ha mostrado esquiva con la literatura de esa geografía. Sería conveniente, por tanto, acercarse sin prejuicios y con sana curiosidad a la producción literaria de estos seis paí-ses. Con lo que comprobaríamos que después de Rubén Darío y Miguel Ángel Asturias ha seguido habiendo par aquellas tierras buenos escritores que luchan a diario con el desaliento de saberse ignorados y abocados a un espacio receptivo en el que únicamente se vislumbra el vacío. Sobre todo por la falta de programas editoriales permanentes, de apoyo estatal a la cultura, pero también de asociaciones gremiales y de incentivos ma-teriales, además de por una mala distribución y promoción editorial. Con todo, persisten empecinados en su labor creativa, como ejercicio pleno de dignidad y libertad individual. Y si hablamos de luchar contra molinos de viento, Enrique Jaramillo Levi (Colón, 1944) es un buen ejemplo por lo que respecta a Panamá. Infatigable promotor cultural, puede decirse que en la actualidad todo lo que de cierto interés literario acaece en su país (que no es poco), surge de su mano, incluido el Premio Centroamericano de Literatura Rogelio Sinán, pensado en memoria del escritor nacional, y sin duda uno de los mas rigurosos y concurridos de aquellos países en sus diferentes vertientes genéricas. Así como la revista Maga, única publicación literaria que existe en el istmo y una de las pocas de Centro-américa, o la Fundación Cultural Signos, creada con el fin de mitigar el perenne problema editorial que padece la literatura panameña, y que has-ta el momento ha publicado unos cincuenta libros. Son proyectos de los que se siente especialmente orgulloso, como no podía ser de otro modo. “Supe que iba a ser escritor desde los 16 años”. Esta certeza corrobora una pasión que ha guiado con suma coherencia por entero su vida. Se puede afirmar que ha seguido con sabia vehemencia la senda del maestro Sinán, trasgresor decidido de las formas narrativas y poéticas panameñas en su tiempo, un testigo que Jaramillo Levi ha tomado de la cuentística panameña y de la que es fiel valedor. Su narrativa breve se asoma al pano-rama literario nacional ya desde hace tres décadas y ratifica una maestría

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indiscutible en el género, que hace de él uno de los escritores más sobre-salientes y novedosos de su país. No en vano, además de que muchos de sus cuentos han aparecido en diferentes antologías hispanoamericanas, es autor de un libro de relatos emblemático en el panorama literario nacio-nal: Duplicaciones (1973), reeditado en España en dos ocasiones (Orí-genes, 1990, y Casiopea, 2001), y que lo convierte en el primer escritor panameño que ha editado un libro de cuentos en España. Su concurrencia en nuestro panorama editorial se incrementa con Luminoso tiempo gris (2000) y con la aparición reciente de una completa antología del cuento centroamericano contemporáneo, ambos en la editorial Páginas de Espu-ma. Esta entrevista se inició en el año 2000, con motivo de la asistencia del escritor a un Congreso en Salamanca, la continuamos virtualmente y la hemos actualizado en mis dos recientes estancias panameñas.

En los cuentos de Duplicaciones se produce tu ingreso dentro de lo que se considera el género fantástico o, con mayor precisión, neofantástico por la renovación genérica que entraña, ¿era una vocación preclara cuando arrancabas a escribir en México los cuarenta cuentos que lo componen, allá por el año 1971? Y si es así ¿a qué resortes intelectua-les, lecturas, gustos estéticos, obsesiones personales y forma de exorci-zarlos obedeció esta elección?, ¿existía un proyecto literario previo?

Los primeros cuentos fantásticos que escribí formaban parte del libro El búho que dejó de latir, escrito entre 1968 y 1972, pero publicado en México en 1974, un año después de Duplicaciones. O sea, que aquél es anterior en su escritura a éste, pero Duplicaciones se publica un año antes, en 1973, en la editorial mexicana Joaquín Mortiz. No tenía la inten-ción de que la mayoría de los cuentos fueran fantásticos o neofantásticos, pero sí una vocación que iba en esa dirección intuitiva y hasta emocional-mente. La inmensa mayoría de mis cuentos, desde 1968 hasta la fecha, no tienen argumento previo, un plan, una estrategia. Se van armando a partir de combinaciones de palabras que sugieren determinadas secuencias, las cuales surgen por simple asociación de ideas, o bien desde imágenes, sensaciones o estados de ánimo que necesito plasmar en palabras. Tengo una gran facilidad para idear la trama sobre la marcha y una inmensa curiosidad e íntima inquietud me va llevando de la mano hasta descubrir yo mismo para dónde va la historia, qué les pasa a los personajes y cómo será su desenlace. Hay casos, claro, en que lo conozco de antemano, y entonces de lo que se trata es de armar el rompecabezas hacia atrás, para saber de dónde vienen las cosas, y por qué los personajes terminan como

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terminan. Pero en el fondo es lo mismo, es decir: trabajo mucho por aso-ciación de ideas, mediante una especie de escritura automática que me va guiando, a veces metido en un torrente que no se detiene hasta que el cuento termina. Casi siempre sé exactamente cuando termina, o dónde debe terminar, de tal forma que no se le puede añadir una palabra más. En cuanto a los resortes intelectuales, los gustos estéticos, las obsesiones y las maneras de exorcizarlos, pues hay de todo. Lo primero es escribir en el momento de la urgencia, que puede ser intelectual, con ideas muy abstractas que luego tengo que conseguir que vayan encarnándose en es-cenas y descripciones concretas, en lo vivencial; o bien puede ser una urgencia emocional, mas a flor de piel y existencialmente reconocible. Muchos de los cuentos de Duplicaciones podría decirse, supongo, que obedecen al primer planteamiento; son más fríos, más cerebrales, más impecables en sus simetrías internas y externas, y en sus ritmos y reso-nancias. En cambio, los de Caracol y otros cuentos tienden a estar más anímicamente ligados a la realidad que he vivido, o que podría llegar a vivir y que, por tanto, prefiguro o exorcizo al escribirla cuando sus oscu-ridades me atemorizan.

Me imagino que eres muy consciente de lo crípticos que resultan mu-chos de tus cuentos, sobre todo los de Duplicaciones, ya que además de su temática, muy especifica, se presentan como artefactos creativos muy medidos. No obstante, se promulga una libertad de interpretación dejada en manos del lector. ¿Eres consciente de ello durante el proce-so de creación, tienes presente a los lectores, de qué manera?

Esta pregunta se liga con parte de la respuesta a la anterior. Ese hermetismo, esa falta de claridad que sin embargo para mí es clarísima cuando releo los cuentos, es parte del mundo mental abstracto, que tal vez sea mi forma de compensar el hecho de que para las matemáticas, para la física, para todo lo que tenga que ver con números y ecuaciones, y aun para la tecnología, soy una verdadera nulidad. Como si hubiera en esto una paradoja. Ni yo mismo lo entiendo. Pero sí tengo, cuando escri-bo, una gran capacidad de abstraerme en ideas o situaciones que no son fáciles de descifrar, pero que tienen su lógica interna, sus claves. En este sentido, me atrevería a decir que algunos de mis cuentos son de los más crípticos que se han producido no sólo en la literatura panameña, sino también en la centroamericana. Nadie ha estudiado este fenómeno hasta el momento. Los críticos no hacen análisis comparativos, ni conocen lo suficiente la obra de los demás autores de cierto nivel en el momento de estudiar mi obra, y por lo tanto sólo se centran en ésta, sin comparar. Por

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eso no se dan cuenta de este asunto. Pero creo estar escribiendo relatos más terrenales a partir de Caracol y otros cuentos. En los de En un abrir y cerrar de ojos y en Luminoso tiempo gris, opto por un camino interme-dio entre lo neofantástico y el realismo que se mueve entre lo surreal y el absurdo, y surgen algunos cuentos que tienen una veta o salida poética. Sería el caso de “La anciana en su amplísimo portal” y “EI vecino”, entre otros. Pero la verdad es que cada cuento es diferente, no obedece a esque-ma o plan alguno, y se meten en un mismo libro porque hay que encontrar el pretexto o la coyuntura editorial para publicarlos juntos, no por otra razón. Los cuentos se van escribiendo individualmente en el momento en que deben nacer, en el ambiente del que forman parte -tanto interno como externo-, y ya. Nunca me he sentado a escribir tras decir: “Ahora voy a escribir un libro de cuentos”. Y mucho menos tras afirmar: “Van a ser cuentos de este tipo o del otro, escritos así o de esta otra forma”. Respecto al lector, jamás pienso en él. A veces meto a un lector en el texto (como en “El lector”, de Duplicaciones), porque sí soy muy consciente del binomio inseparable que es la escritura y la lectura. Quien escribe se esta leyendo y quien lee rescribe el texto en el proceso, por supuesto. Y con esa noción sí he jugado intencionalmente no pocas veces. Pero no pienso en mis verdaderos lectores de carne y hueso. Tal vez por eso es poco probable que un libro mío llegue a ser un best-seller.

La especificidad temática de tus relatos, el sombrío rastreo de la parte más oscura del ser humano, anclado en situaciones límite y siempre abocados al desastre, ¿te afecta anímicamente a la hora de escribir-los? ¿Eres consciente de la conmoción que pueden causar sobre los lectores? ¿ Crees que hay escritores más dados, como si de una ten-dencia vital irreversible se tratase, a mostrar las zonas de sombra o, por el contrario, no es más que una dinámica natural que propician los acontecimientos que articulan los cuentos y las propias acciones de los personajes? Horacio Quiroga podría ser un ejemplo.

Sí soy consciente de que me estoy metiendo casi siempre por los ve-ricuetos más oscuros y desolados del ser humano, de los desenlaces a menudo trágicos o desesperanzados. Me preocupa mucho este asunto. Pero en los mu-chos años que llevo escribiendo no he podido componer cuentos felices, ama-bles, con finales que permitan un poco de esperanza. Lo que me tiene siempre tenso es el temor a la enfermedad y a la muerte. Soy hipocondríaco, y supongo que mis cuentos buscan exorcizar esos temores representándolos, haciéndolos materializarse en formas drásticas e irreductibles, inexorables.

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Además de Juan Rulfo, al que tantas veces has homenajeado como padre formal de tus relatos, ¿de qué escritores te sientes deudor por haber alentado tu pasión por la escritura? ¿En qué medida has incor-porado las miradas de esos escritores a tu obra?

Rulfo no es realmente el padre formal de mis relatos. He leído con devoción sus cuentos, aprecio mucho el rigor que los rige, pero son muy distintos a los míos. A él, personalmente, le debo las observaciones críticas que me hizo durante un año, junto con otro escritor mexicano, Salvador Elizondo, cuando en 1971 estuve en el taller literario del Centro Mexicano de Escritores, en la ciudad de México. Ellos, y don Francisco Monterde, Presidente de la Academia Mexicana de la Lengua, codirigían ese taller, en donde yo era el único extranjero (los otros cinco becarios eran jóvenes mexicanos; era un taller híbrido donde se discutían textos de todos los géneros). Rulfo decía que había que “castigar el lenguaje”, era inmisericorde con los adjetivos y los adverbios, inflexible con la repeti-ción innecesaria de palabras y conceptos, con las contradicciones, con las inconsistencias, con las explicaciones y las moralejas y los juicios de va-lor que son más propios de un cierto tipo de ensayo que de un buen cuen-to. Mis deudas son con ciertas lecturas que me empaparon de ambientes subyugantes o envolventes en lo telúrico, y de personajes muy bien cons-truidos. Me refiero a los cuentos de William Saroyan, O. Henry, Flanery O’Connor y Ernest Hemingway, de Horacio Quiroga y Carlos Fuentes, de las mexicanas Elena Garro y Rosario Castellanos, o los de Alberto Mora-via. Pero antes de todo eso, las Sonatas de Valle-Inclan, los cuentos del guatemalteco Mario Monteforte Toledo, las novelas Doña Bárbara, Don Segundo Sombra, La vorágine, y en Panamá varios cuentos de Rogelio Sinán, tales como “La boina roja”, “A la orilla de las estatuas maduras” y “Hechizo”. Con Cortázar tuve al principio coincidencias formales y de afinidad espiritual, sobre todo con el tema del doble y los juegos con el tiempo. Yo no lo había leído todavía cuando escribí El búho que dejo de latir. Pero sin duda después hubo influencia al profundizar aún más en estos temas. De Borges algo se me debe haber pegado, pero no mucho, acaso lo cerebral de algunos de sus cuentos construidos como si no lo fueran. En cualquier caso, fui con el tiempo un gran lector y admirador del Cortázar cuentista, bastante más que del novelista. Y conocí mucho la obra de Onetti, tanto sus novelas, la mayoría, como sus cuentos. De hecho, casi hago una tesis doctoral sobre su obra. Algunos ensayos que supuestamente iban a servir para ese fin terminaron publicándose sueltos, con muchos otros de mi vida de estudiante de doctorado en la Univer-sidad Nacional Autónoma de México (1974 y 1975), en el primer tomo

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de los dos que aparecieron con el nombre de La estética de la esperanza (1993 y 1995). En resumen, las miradas de todos estos escritores, y sin duda de otros también, están subsumidas e hibridizadas en mi obra. Creo que sí, pero no como proceso consciente.

Es indiscutible que tu cuentística ha supuesto una importante aporta-ción al genero en Panamá, básicamente en el aspecto temático y for-mal. ¿Cómo lo valoras hoy? ¿Te sientes vinculado a alguna tendencia o tradición literaria dentro del cuento hispanoamericano?

No siento vanidad ni modestia al pensar que sí he aportado una generosa ración de virtuosismo formal que otros autores nacionales no han querido o podido superar en el cuento panameño. Es un hecho objeti-vo, que sólo basta estudiarlo sin prejuicios, de forma imparcial y profun-da. Es un estudio que aún está por hacerse. Ricardo Segura, profesor de la Universidad de Panamá, ha dicho que Duplicaciones es la matriz de lo que se ha hecho después en otras generaciones de cuentistas panameños. En lo temático creo que también hay aportes. Sobre todo en el aspecto de la enajenación humana, de la pérdida y búsqueda de la identidad, de la escisión de la personalidad que se va tornando esquizoide. Creo que de-trás de la temática fantástica hay profundas vetas psicológicas que tocan fondo donde otros autores apenas han rascado la superficie de los proble-mas de conducta, aunque esté mal que lo diga yo... Mis cuentos serían una mezcla de lo neofantástico, lo onírico, lo absurdo y de la psicología profunda hecha conflictividad, pero ignoro si están dentro de tendencias o tradiciones. Lo mío es más híbrido, más proteico, más fluido.

En muchos de tus cuentos se manifiesta una imagen visual que se des-prende de su estructura más íntima. Algo que ya ha apuntado el crítico Lauro Zavala al hablar del cuento “La anciana en su amplísimo por-tal”. ¿Reconoces influencias cinematográficas?

Sin duda hay una visibilidad que viene tanto del teatro como del cine en algunos de mis cuentos, pero no es del todo consciente. La imagen es muy importante en mi escritura; y más que ésta como tal, la mirada. En muchos de mis cuentos hay alguien que mira, que espía, que acecha, que escruta, que vigila. O al revés, que es mirado o acechado. Tanto hombres como mujeres. A veces en sueños, otras en la realidad narrativa. Todo esto lo reflexiono apenas hoy, retrospectivamente.

Te reto a que trates de esbozar el proceso creativo que sigues en la composición de tus cuentos. Porque, ¿cómo afrontas las decisiones te-

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máticas, gramaticales, sintácticas y estructurales? ¿Cómo fragua una idea en un cuento? Y ya, por fin, ¿reconoces en ese trayecto alguna dificultad secreta o evidente?

La composición de cada cuento, por supuesto, obedece a mo-tivaciones diferentes, que a su vez generan procesos diversos, a todos los niveles: temático, estructural, respecto a técnicas específicas, punto de vista narrativo, manejo del lenguaje, tono, etc. Pero no suelo tener el argumento planeado, ni siquiera mínimamente. Trabajo por asociación de ideas, ya sea desde las palabras mismas que llaman a otras palabras que les son afines en ciertas circunstancias, o desde las imágenes que se van tornando palabras. A veces empiezo con una descripción, que se comienza a matizar y a bifurcar como si fuera un cuadro que crece en intensidad; otras, arranco con fragmentos de diálogo; pero en ocasiones el inicio es una narración en la que se van dando secuencias de acciones que surgen una de otra como en un torrente. Hay de todo. También ocu-rre que empiezo con un personaje y lo voy perfilando por lo que hace, piensa o dice, o por la explicación del narrador omnisciente acerca de sus emociones o temores o esperanzas para entonces hacerlo actuar en consecuencia, o interactuar con otros personajes. Como sabes, trato de experimentar con múltiples maneras de contar una historia, a veces en el mismo cuento, y otras en cada texto. Como ejemplo ilustrativo te puedo mencionar dos cuentos que me parecen emblemáticos de lo que digo: “Escritura automática” y “Breve historia de un relato breve sin historia”, ambos de Luminoso tiempo gris.

¿Intuyes cuando un relato es efectivo? ¿Qué relación guardas con la recepción crítica de tus libros?

Intuyo bastante bien cuando un cuento va por buen camino, y sobre todo cuando su desenlace es el adecuado. Generalmente sé el mo-mento exacto en que termina, y sé que no puedo añadir una sola palabra más. Por supuesto, me interesa mucho que el lector tenga esa misma sen-sación de finalidad, de cosa cerrada sobre sí misma, a menudo de sorpresa o revelación; esa especie de epifanía de la que hablaba Joyce. Un cuento debe ser leído de un tirón, igual que se escribe, a menos que se trate de cuentos largos. Y por supuesto, de los críticos serios, profesionales, sí que me interesan mucho sus interpretaciones y sus juicios de valor. Ellos son los puentes inteligentes que nos ayudan a llegar a más lectores, tal vez menos experimentados, menos cultos.

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Duplicaciones ha seguido un rumbo muy fructífero. ¿En algún mo-mento no te has sentido un poco lastrado par ese libro o supone la plasmación de lo que en su día fue un descubrimiento agotado hasta sus últimas consecuencias?¿Cómo nace un nuevo relato que alimenta la ilusión del avance?

En efecto, Duplicaciones continuó ejerciendo influencia temáti-ca, de actitud, de técnicas en relación con lo fantástico, e incluso filosó-fica, en mis textos posteriores. Pero ya está en los cuentos anteriores de El búho que dejó de latir, y luego de Renuncia al tiempo y de Ahora que soy él, libro anterior en su escritura, el primero y más o menos de la misma época que los otros dos; además de en algunos de El fabricante de máscaras (especie de cajón de sastre en que metí todo lo que no estaba en los demás libros). En cambio, se rompe en Caracol y otros cuentos. Este libro es menos cerebral, más humano. Fue una liberación. Ahora estoy en otros caminos. En realidad, me haces varias preguntas, disfrazadas de una sola. Un nuevo relato nace en mis libros más recientes: En un abrir y cerrar de ojos y Luminoso tiempo gris, producto de una visión acaso más barroca de la vida, que de pronto se contrasta con la simplicidad de lo trivial que está en lo cotidiano, todo en un mismo cuento. Y a ratos hay una visión más poética de la realidad. Ahora escribo cuentos más realistas y más descarnados -menos fantásticos- pero desde una visión más para-dójica de la vida. Hay también otras dos vertientes apenas esbozadas en libros anteriores, que ahora aletean con mayor seguridad y madurez en mis libros más recientes: algo que podría llamarse surrealismo poético porque la imagen se trabaja a través de metáforas y alegorías (como en “La anciana en su amplísimo portal”), y la metaficcion mediante la que se pretende significar los procesos mentales y la metodología formal vista por los personajes o por el narrador desde el propio cuento, y a menudo convertida en reflexión.

Desde la plena conciencia de que hay un transito de la alineación en toda su amplia gama en Duplicaciones, hasta una mayor humaniza-ción en Caracol y otros cuentos, ¿cómo se ha dado ese paso y con qué criterios?

Se produce por la experiencia de mi propia vida, y al tener una actitud más integradora, más ecléctica, más tolerante, menos disociadora.

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Se manifiesta, no obstante, un hilo discursivo que los hermana, ¿po-drías señalar esa continuidad temática y formal de ambos libros, en caso de que creas que la hay?

Ese hilo discursivo que hermana a ambos libros existe, pero toca a los críticos discernir las características de su existencia. Yo no lo sabría explicar. No es algo pensado. Los juicios que ahora hago sobre mi obra son todos a posteriori. Nunca discurro sobre lo que voy a hacer o a tratar de lograr antes de hacerlo, simplemente me dejo llevar por una especie de corriente misteriosa, un halo que me empuja o me dicta. Creo, con Cortá-zar, que en el momento de crear muchos escritores son médiums, a través de quienes pasa una energía que sale de su ser más íntimo, pero también de ámbitos supraterrenales que les son ajenos.

Has declarado en muchas ocasiones que la tensión en Caracol y otros cuentos está muy mediada por la carga autobiográfica que lo recorre. ¿Cómo consigues reelaborar aspectos privados y trasponerlos eficaz-mente en la creación? Debe haber una implicación emocional fortísi-ma.

Sí, en algunos textos de Caracol y otros cuentos hay una muy fuerte carga emocional. Es el caso de “El inédito”, “Fisuras” y “El intru-so”, por ejemplo, donde llevo a situaciones límite momentos que viví con menor dramatismo; es decir, ficcionalizo la vivencia reelaborándola, in-ventando matices. Soy muy dado a dramatizar, a llevar a extremos lo que no fue tan fuerte como experiencia vivida; pero al hacerlo, me desgasto mucho porque es volver a vivir, al límite, lo vivido, mezclándolo con lo imaginable, con lo posible.

Eres un escritor versátil que has afrontado diversas facetas de la escri-tura, amoldándote a sus registros dispares: poesía, cuento y ensayo; además de numerosos trabajos de periodismo cultural o de opinión. ¿Con qué ánimo y disposición afrontas estas diversas caras de la es-critura, y en qué medida se alimentan unas de otras?

En mi escritura los diversos géneros se retroalimentan. Esto es especialmente cierto en el cuento y la poesía, aunque en mis ensayos hay muchas reflexiones sobre cosas que como creador realizo sin explicación alguna. Por otra parte, durante buena parte de mi vida he sido un diná-mico y casi hiperactivo promotor cultural. Me encanta organizar cosas (talleres, conversatorios, congresos, gremios de escritores, antologías, revistas y colecciones de libros), y sobre todos estos quehaceres escribo.

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La otra parte es más de mi época mexicana (1971-1983 y 1993-1995), en la que logré vivir varios años del periodismo cultural. Ahora, en Panamá, hago menos periodismo cultural; mi última labor fue la publicación de un libro en que entrevisté a veintinueve escritores panameños: Ser escri-tor en Panamá (Panamá, 1999). En mi persona, el escritor, el periodista cultural, el antólogo, el editor, el profesor universitario, el promotor y el investigador, se complementan cien por cien. Ninguno estorba al otro, todo lo contrario.

¿Eres consciente de que esta multiplicación de actividades entorpece tu obra creativa?

Por supuesto, y me esfuerzo por escribir al menos dos libros al año en los últimos tiempos. Y siempre me he ocupado de publicitarlos, a falta muchas veces de quien lo haga, aunque para algunos sea criticable o poco modesto de mi parte. Lo que no haga por mi propia obra nadie más lo hará. Al menos así había sido hasta hace algunos años. Afortuna-damente, esto ya parece estar cambiando. Y la reciente publicación de Duplicaciones en Casiopea (Barcelona) y de Luminoso tiempo gris en Páginas de Espuma (Madrid) ha ayudado, pues parece que se están pro-moviendo y distribuyendo adecuadamente en España. También han apa-recido dos libros míos de cuentos en Alfaguara (en México y Panamá), que sin duda han abierto otras posibilidades de promoción y ventas para mí y para otros autores panameños: Caracol y otros cuentos (1998) y En un abrir y cerrar de ojos (2002).

En Duplicaciones hay un número nada desdeñable de cuentos en los que la voz narrativa es la de una mujer, una voz rasgada, violentada, sufriente, acallada y frustrada en sus relaciones de pareja, en muchos casos por prejuicios de carácter machista. También en la mayoría de los casos la única opción es la escapada, la evasión a otros lugares, es-pacios o formas desde los parámetros que ofrece el genero fantástico. ¿Por qué esta solidaridad y legitimación del dolor del alma femenina cuando desde el punto de vista de un hombre se haría más complejo? ¿Es una forma de conjurar la imposibilidad de comprender a la mujer desde la óptica masculina? ¿0 es que la mujer como ser complejo y enigmático es mas rica y ofrece más posibilidades para lo que quieres plasmar en tus relatos?

Es cierto que la narración que hacen personajes femeninos en algunos cuentos de Duplicaciones, o el punto de vista femenino que asu-

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men ciertos narradores omniscientes en otros, es una forma de solida-ridad con la opresión que viven estas mujeres a causa del machismo. Y sus desenlaces trágicos -suicidios, asesinatos, violencia, adulterio, o bien salidas fantásticas (una mujer se convierte en mesa y otra se metamorfo-sea en paloma, en sendos cuentos, por ejemplo)-, son maneras de poner el dedo en la llaga de la falta de iniciativas realmente liberadoras que tienen muchas mujeres ante esta opresión. Pero algunos críticos los han visto al revés, como cuentos machistas, agresivos con la mujer, cuando es lo contrario. La agresividad es contra el hombre, y a veces contra sí mismas, como una forma de cortar de raíz el problema porque no saben de otras soluciones; porque están frustradas, castradas, estigmatizadas por la cul-tura, por la tradición, por la familia, etc. La verdad es que no tengo más explicación que ésta que te he dado.

En algunos de tus cuentos dedicados a la reflexión metatextual aparece el vértigo de la página en blanco violada por la escritura, un tópico que guarda relación con un ritual de índole erótico. Coméntame esta idea.

La relación entre la “violación de la página en blanco” y el ritual erótico, a mi juicio, no es tal, o al menos nunca me lo propuse así. El no poder crear, el vacío o vértigo ante la página en blanco por supuesto es real, existe, muchas veces le ocurre al escritor. Lo erótico es otra cosa. Para empezar, si hay violación, deja de haber, en buena medida, para mí al menos, erotismo. En éste intervienen las emociones, la fantasía; y nun-ca se da en el vacío, sino en la llenura o en las sinuosidades de un cuerpo, el del otro, el propio, el que llena la imaginación como si existiera.

Siguiendo por este camino de la reflexión sobre la escritura plasmada en muchos de tus relatos tanto de Duplicaciones como de Caracol y otros cuentos, ¿podrías comentarme tu idea de la originalidad o con-vienes con Barthes en que ésta no existe ya que todo lo escrito no es más que un entrecruzamiento con otros textos ya existentes?

No cabe duda de que el concepto de originalidad es muy discu-tible, sobre todo en arte, y hasta en la ciencia. Y si lo es en estos campos de tanta vastedad temática y formal, de actitudes y de intencionalidades ¿cómo no habría de serlo en otros terrenos? Pienso que siempre se es original en mayor o en menor grado con respecto a algo, a alguien, a una época determinada o a un cierto público lector. Pero es cuestión de percepciones, de matices, de puntos de vista, de educación, de gustos, de conocimientos a la hora de juzgar. En todo caso, la originalidad sería el

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grado de novedad que se consigue al combinar de ciertas maneras ele-mentos que tal vez nunca antes habían sido mezclados de esa forma o vistos en esa luz, ya sea por el lado de los contenidos o en el aspecto for-mal, o en ambos. Nunca me he propuesto ser original, simplemente trato de ser diferente, y por supuesto fiel a mí mismo, a mi visión del mundo, a mis obsesiones, a mis propósitos, sueños o terrores. Sí creo, no obstante, que en ambos libros logro plasmar vivencias que no se habían plasmado antes en la literatura panameña, o al menos no de esa manera un tanto oblicua en que muchos de esos cuentos entran sutilmente, o bien a saco, en la realidad y la estremecen.

¿Qué lugar le asignas al autor como emisor del texto y al lector como receptor activo del mismo? En ocasiones parece que privilegias el pa-pel del autor como demiurgo, y en otros, por el contrario, contrapones esta idea con la de que sólo en el acto de lectura el texto cobra su ver-dadero sentido. ¿Cómo vinculas ambos extremos?

-La pregunta es importante, elemental y a la vez complejísima en sus aristas y niveles. Un poco, precisamente, como creo que son mu-chos de mis cuentos. Ambigüedad que se resuelve sólo en la ambigüedad misma. Hay cuentos, en efecto, en los que el lector es el protagonista y otros en que lo es el escritor. Lo que pasa es que en el fondo todo escritor es un lector obsesivo -hablo, en general, de los buenos escritores-; y todo lector aspira, tal vez secretamente, o en su inconsciente, a escribir, y por eso lee. Además, la escritura no es más que un acto de lectura al revés, y la lectura el reverso de un acto de escritura. Cuando un escritor escribe se está leyendo en el proceso, al igual que quien lee re-escribe el texto, añadiéndole los ingredientes complementarios que inexorablemente pro-vee su imaginación. De eso trata este juego, este proceso que es uno y el mismo. Porque no hay lectores sin escritores ni escritores que prosperen sin lectores. De ahí que en algunos cuentos prevalezca uno u otro. Aspi-ro ahora a fundir ambos en un solo gran texto, un poco como ya intenté hacerlo en el cuento “Libro sin tapas”, de Duplicaciones. Tal vez logre pronto ese cuento en que escritor y lector se descubren el mismo ser en el texto que los homologa. Hay un atisbo en “Escritura automática” que, aunque no siempre el lector panameño lo haya percibido, el narrador es la propia escritura.

¿Que escritores lees ahora con interés ?

Saramago, Sergio Ramírez, Roa Bastos, Mempo Giardinelli, Ál-varo Mutis, autores a los que, como a muchísimos otros, había descuida-

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do. Pero también a autores de la narrativa española actual como Muñoz Molina y Juan José Millas. La verdad es que mis muchas actividades han significado una notable merma en mis lecturas en los últimos años.

¿Hay alguna relación entre la práctica poética y tus ficciones? Si no es así, como creo, ¿por qué la has desechado precisamente en un país tan marcado poéticamente como es Panamá?, y ¿en qué medida hay una presencia de Panamá, real o traspuesta ficcionalmente, en tus cuentos? Por último, ¿te has sentido urgido en algún momento por un imperativo ético respecto a tu país, además del ineludible asunto del Canal?

Me intereso por el acontecer social y político como ciudadano, como patriota. Pero no me interesa expresar la política en mis escritos literarios. Sólo durante la última etapa de la dictadura militar panameña escribí ensayos y artículos de opinión contra el régimen. Aunque sí hay un cuento mío, largo, que es político: “Lección de historia patria”, que está en El fabricante de máscaras; y dos más, muy cortos, en el mismo libro: el que le da título y “Toda la sangre”. Los tres tienen que ver con los militares y sus acechos. También uno sobre tortura: “La sombra”, que está en Ahora que soy él. Y ningún otro de entre más de doscientos cuentos míos escritos entre el 1968 y el 2003 (1). En mi poesía sí hay algunos textos políticos, tanto en mi primer libro, Los atardeceres de la memoria (varios de tema antiyanqui, de tema canalero), como en Silue-tas y clamores. Pero son pocos, no más de diez. Y no creo que sean ni mis mejores ensayos, ni mis mejores cuentos, ni mis mejores poemas. Por otra parte, los políticos, como tales, me dan más asco cada día. Me avergüenzan. Al único que respeto con toda mi alma, aunque ya se jubiló de la política, es a Nelson Mandela, un hombre que supo luchar por sus ideales, por su pueblo, en los diversos frentes que tuvo a la mano, y que logró en su momento gobernar con justicia, sin deseos revanchistas, con lealtad al ser humano, y con la nobleza y sabiduría que hicieron de él un ejemplo a seguir.

Para finalizar, ¿qué libros tienes en puertas? Háblame de proyectos.

Acaba de aparecer en Panamá mi noveno poemario Echar raí-ces, en el que reúno cuarenta y cuatro poemas escritos entre 1997 y 2003. A fines del año pasado aparecieron otros dos: El vendedor de libros, una antología que recupera once de mis pocos cuentos largos, publicado en El Salvador por la editora estatal; y De tiempos y destiempos, editado por

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la Universidad Católica de Salta (Argentina), y que es una reedición con otro título y en un solo tomo, después de casi treinta años, de mis libros El búho que dejo de latir, de 1974, y de Renuncia al tiempo, de 1975. Fue por tanto un año de gran provecho editorial. En la actualidad, he em-pezado a escribir otro poemario, un libro de cuentos breves y el primer capítulo de una novela, y ando enredado también en la elaboración de varias compilaciones históricas y antologías sobre el cuento y la poesía de Panamá y Centroamérica. Acaba de aparecer en Costa Rica, en la edi-torial Norma, mi antología Panamá cuenta. Cuentistas del Centenario, que acoge a sesenta escritores panameños; y está prevista para finales de este año Sueño compartido, compilación histórica en dos tomos, que reúne a ciento treinta y cuatro cuentistas panameños desde 1892 al 2003, en una pequeña editorial de Panamá (Universal Books). Además, espero terminar dos antologías que preparo desde hace varios años, pero a las que ahora doy los últimos toques por razones coyunturales: Flor y nata (Mujeres cuentistas de Panamá) y La voz de los muertos (Cuentistas panameños del siglo XIX y principios de la República) (2), Todo este tra-bajo con el pretexto de aprovechar la inminente celebración en Panamá del Centenario de la República (nos separamos de Colombia en noviem-bre de 1903), y así aportar a la bibliografía nacional obras de consulta que ya van siendo necesarias, y casi indispensables, para su uso en colegios y universidades del país.

* Tomado de: Revista Quimera, Barcelona, 2003.

1. Posteriormente a esta entrevista han aparecido los siguientes libros de cuentos del autor: Para más señas (2005); En un instante y otras eternidades (2006), La agonía de la palabra (2006) y Gato encerrado (2006).2. Todos los libros señalados aparecieron oportunamente, menos el último, aún sin terminar (La voz de los muertos).

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Índice

PRÓLOGO 5

Gajes del oficio 7

LA CREACIÓN LITERARIA COMO ENIGMA Y DESAFÍO 9

UNA APROXIMACIÓN A LA CUENTÍSTICA 23ESCRITA POR MUJERES PANAMEÑAS: 1931 - 2006

PRODUCCIÓN CUENTÍSTICA FEMENINA DE PANAMÁ 35ENTRE 1962 y 2005:

ALGUNAS CONSIDERACIONES BÁSICAS ACERCA 50DEL CUENTO Y LA ACTUAL PRODUCCIÓN CUENTÍSTICA PANAMEÑA

AUTORREFLEXION Y EPIFANÍA DE LA ESCRITURA 66

GAJES DEL OFICIO 81

—Vida y milagros de algunos aspectos de mi quehacer literario: Una breve mirada interior—

KLENYA MORALES: NUEVA CUENTISTA PANAMEÑA 87

LA BUENA NUEVA DE “CENIZAS DE 99ÁNGEL”, DE ROBERTO PÉREZ-FRANCO

Acercamientos 107

LOS CÍRCULOS DE LECTURA Y LOS TALLERES LITERARIOS 109

LA U.T.P. A LA VANGUARDIA DE LA PROMOCIÓN 114LITERARIA EN PANAMÁ

LABOR EDITORIAL DE LA UTP 117

DISCURSO DEL ACTO INAUGURAL DEL PRIMER CONGRESO DE ESCRITORAS Y ESCRITORES DE CENTROAMÉRICA 122

REFLEXIONES ACERCA DEL DIPLOMADO EN 125CREACIÓN LITERARIA DE LA U.T.P. CON MOTIVO DE LA APERTURA DE SU QUINTA VERSIÓN

Señales 131

SEÑALES I 133SEÑALES II 134

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SEÑALES III 136

SEÑALES IV 138(A 20 años de la muerte de Cortázar)

SEÑALES V 140(Relevo generacional en nuestras letras)

SEÑALES VI 143(Darle voz a las palabras)

SEÑALES VII 145(¿Por qué se escribe?)

SEÑALES VIII 147(Guillermo Sánchez Borbón: “Condecoración Rogelio Sinán 2004”)

SEÑALES IX 150(Se aprende a escribir escribiendo)

SEÑALES X 152(Reflexiones sobre el inicio de un cuento)

SEÑALES XI 154(Pensar la escritura)

Prólogos 159

FRANCYS DE SKOGSBERG: BREVEDAD Y CONDENSACIÓN 161

PREGUNTAS CERTERAS QUE DENOTAN 163FIBRA INTUITIVA E INVESTIGACIÓN

HÉCTOR MIGUEL COLLADO, CUENTISTA: 165DECIR MUCHO CON POCAS PALABRAS

LA FICCIÓN BREVE DE MORAVIA OCHOA LÓPEZ : 167TALENTO HONDO Y PURO

MÁS TEMPRANO QUE TARDE 173

LOS SABROSOS CUENTOS DE NECO ENDARA 177

12 voces de la voz 181

LA IMANTADA PERSONALIDAD 183DE UN CREADOR POLIFACÉTICO

LOS TIEMPOS LUMINOSOS DE JARAMILLO LEVI 191

“EL TIEMPO ES EL GRAN AGLUTINADOR ” 194

“EL PROBLEMA MAYOR ES CÓMO PUBLICAR” 197

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“LA PATRIA NO SE HACE CON DINOSAURIOS IRREDENTOS ” 200

ENRIQUE JARAMILLO LEVI: PREMIO RICARDO MIRÓ 2005 202

“POR ALGUNA RAZÓN LOS NUEVOS AUTORES PANAMEÑOS 207APUESTAN POR EL CUENTO”,

ENRIQUE JARAMILLO LEVI: ESCRITOR MULTIFACÉTICO 217

UN ESCRITOR DE LARGO ALIENTO: 232ENRIQUE JARAMILLO LEVI

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Este libro se terminó de imprimir en el Departamento de Imprenta de la

Universidad Tecnológica de Panamá en enero de 2007, bajo la Rectoría del Ing.

Salvador Rodríguez G. La edición consta de 300 ejemplares y

estuvo al cuidado del autor.

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