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Pablo Iglesias, Madrid y su tiempo

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© UGT-Madrid Primera Edición Enero 2011. © De los textos: los autores. Coordinador: Luis Soria Cruz. © Diseño de portada: Belén Sandía Rubio. Depósito Legal: ISBN: 978-84-937335-7-5


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Centenario de la elección de Pablo Iglesias como primer

diputado socialista. (1919 – 2010)

Ciclo de Conferencias: “Pablo Iglesias, Madrid y su tiempo”.


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ÍNDICE

LA CONJUNCIÓN REPUBLICANO-SOCIALISTA DE 1910. Por qué y para qué va Pablo Iglesias al Parlamento. Luis Gómez Llorente ........................................................................................ pág. 2

PABLO IGLESIAS: UNA VOZ COMPROMETIDA. Antonio Chazarra Montiel ....................................................................... pág. 46

LA LABOR MUNICIPAL Y PARLAMENTARIA DE DOS UGETISTAS MADRILEÑOS: FRANCISCO LARGO CABALLERO Y JULIÁN BESTEIRO FERNÁNDEZ. Aurelio Martín Nájera ............................................................................ pág. 80

EL LEGADO DE PABLO IGLESIAS EN EL SOCIALISMO ESPAÑOL. Francisco Cánovas Sánchez ................................. pág. 95

TIEMPOS LIBRES, CIUDADANOS LIBRES. Ocio, Tiempo Libre y Participación Juvenil. Alejandro Martín Jiménez .... pág. 115


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LA CONJUNCIÓN REPUBLICANO-SOCIALISTA DE 1910

Por qué y para qué va Pablo Iglesias al Parlamento

Luis Gómez Llorente Profesor

Introducción:

Hablar de la Conjunción Republicano-Socialista de 1910 quizá sea un tema muy puntual, aunque del máximo interés para los especialistas en el estudio de la historia del movimiento obrero, pues supuso un verdadero giro copernicano con respecto a la actitud que sobre la política de alianzas venía manteniendo el PSOE desde su fundación en 1879.

Precisamente por eso, por ser un cambio tan radical, una interpretación correcta de tal acontecimiento requiere a nuestro juicio comenzar por el examen de la trayectoria precedente, la llamada


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postura de “clase contre clase”, en la que se había mantenido intransigentemente el partido socialista hasta el momento que ahora conmemoramos.

Aclaremos de entrada que hablar de Conjunción Republicano-socialista en la primera década del siglo XX, significaba tanto como establecer una cierta alianza entre el partido obrero [el propio Pablo Iglesias solía referirse al PSOE con esta expresión, “el partido obrero”], y los republicanos, es decir, el sector más progresista de la burguesía, pero que al fin y al cabo, era un partido burgués, y por tanto de intereses en cierto modo antagónicos a los objetivos declarados por el PSOE en su programa fundacional.

Por otra parte, no cabe duda de que el interés por el tema de la Conjunción de 1910 se agiganta debido a la proyección y relevancia histórica que posteriormente hubieron de adquirir las relaciones entre el socialismo y el republicanismo, dado su efecto decisivo en orden a propiciar el 14 de abril, o, a sensu contrario, para que rotas esas relaciones se produjera la derrota electoral de 1933, comenzando el llamado bienio negro de la IIª República, y finalmente, el papel que juega la alianza restablecida de cara al triunfo del Frente Popular en 1936. Razón por la cual estimamos que el tema quedaría muy incompleto si al menos no hiciéramos una breve referencia a esa proyección ulterior que tuvo como antecedente primero la Conjunción de 1910.

En consecuencia dividiremos nuestra exposición en dos partes, aunque las abordemos con desigual extensión.

Sumario

I/ Apuntes sobre la trayectoria precedente.

II/ Análisis del cambio de estrategia electoral y referencia a su proyección histórica.


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I.- LA TRAYECTORIA PRECEDENTE.

Fundación del Partido Obrero.

Resulta sumamente significativo que el núcleo fundador del PSOE procediera de la filas de la Iª Asociación Internacional de Trabajadores, organización creada en 1864, cuya base no era otra sino las sociedades de resistencia –que hoy llamaríamos sindicatos- cuando aún no existían los partidos políticos que más tarde recibieron el nombre de socialdemócratas o de socialistas. Es decir: Primero fue la organización sindical de los trabajadores, y luego, de forma harto discutida, y no aceptada por una parte de la Internacional, (el ala bakuninista), la organización política, o de partidos políticos promovidos por la clase trabajadora.

El movimiento obrero se había ido configurando, tanto en Inglaterra como en los países centroeuropeos, al paso de la industrialización, como respuesta del proletariado ante las condiciones infrahumanas derivadas de los salarios ínfimos y las situaciones de paro, enfermedad y vejez sin cobertura de ninguna especie. Ante la catástrofe social generada por la revolución industrial, surgen las primeras formas de asociación obrera, primero por oficios y a escala local (en esto semejantes a los antiguos gremios), entidades que luego se fueron federando para adquirir mayor eficacia en su lucha contra la patronal. Esa es la forma más antigua y más genuina de organización de los trabajadores; la agrupación de los vendedores de trabajo que se asocian para resistir las condiciones de trabajo que trata de imponerles el empresariado siempre dispuesto a ahorrar costes reduciendo el valor de los salarios.

La Iª Internacional, en cuya ideología se forjaron inicialmente los fundadores del PSOE, se constituyó teóricamente para la mutua información de las entidades asociadas de los distintos países, así como para la solidaridad ante las huelgas, especialmente evitando el


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envío de esquiroles. Todo lo cual nos resultaría hoy un tanto extraño si desconocemos la importancia que entonces se atribuyó a la huelga como instrumento revolucionario, punto en el que luego insistiremos. Sin embargo, la verdadera utilidad y enorme trascendencia de la Internacional consistió en la labor teórico-doctrinal de los documentos y debates aportados en sus congresos, donde la asistencia de los más importantes líderes del movimiento obrero de cada país, permitió homogenizar líneas de pensamiento en torno a las formas de organización y de actuación, concibiendo objetivos a corto, medio y largo plazo. De este modo los acuerdos o resoluciones de sus congresos fueron perfilando los contenidos teóricos y operativos del socialismo. Esa fue la fuente primordial del pensamiento que anima a los miembros de la llamada Sección Española de la AIT.

Para ellos, el retablo político de las instituciones burguesas era tan ajeno como pudo serlo el de las instituciones políticas del absolutismo y del régimen aristocrático para los burgueses en vísperas de la revolución liberal. La clase obrera contemplaba el retablo político establecido por la burguesía como mero aparato de poder de la clase dominante, sin que a la sazón les faltaran razones poderosas para ello. Más bien pensaban que así como la revolución liberal trastocó el sistema político aristocrático creando instituciones de nueva planta basadas en otros principios, la revolución proletaria estaba llamada a crear su propio sistema económico y político basado en la idea eje de igualdad real y de disfrute de igual libertad para todos los ciudadanos. De ahí que no tuviera mucho sentido participar en el juego institucional de la burguesía, que por otra parte les estaba vedado mediante el sufragio censitario que restringía el derecho al voto como privilegio de la clase clerical, la minoría ilustrada, y los contribuyentes, o sea, la clase propietaria.

La frase famosa que afirma “la emancipación del proletariado ha de ser obra del proletariado mismo” fue una creencia básica común a todas las tendencias del movimiento obrero. Cosa distinta, como enseguida veremos, fue la forma de concebir la estrategia de esa lucha


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emancipadora a la estaba llamada la clase trabajadora. Pero lo que de momento nos interesa destacar es la convicción de que la emancipación no vendría de las instituciones creadas por la burguesía

sino de la acción revolucionaria del proletariado. En la famosa frase iba implícita la idea esencial de la organización que debiera hacerse para tal fin y que no podía ser otra sino la organización de la clase obrera en cuento tal, la agrupación de quienes objetivamente están del mismo lado porque les une la condición de tener que vender su fuerza de trabajo al patrón que se lo quiera

comparar so pena de carecer de lo más imprescindible para sobrevivir. Y a la vez quedaba meridianamente claro quien era el adversario y cual era el objetivo. Más allá de la malicia subjetiva del empleador está la determinación inherente al sistema que le impulsará a obrar como cualquier otro de su clase; la cuestión radical es el régimen de propiedad sobre el que asienta su poderío, de donde que la verdadera revolución emancipadora exige necesariamente la colectivización o socialización de los bienes productivos.

Este puñado de ideas, desarrolladas sesudamente en los densos volúmenes de El Capital, o divulgadas en los más elementales folletos y panfletos, llevan en sí mismas una carga mesiánica y emotiva que les

Mitin de la Conjunción republicano socialista, 8 de junio de 1910. El Dr. Esquerdo en un momento de su discurso, en la tribuna entre otros Benito Pérez Galdós y Pablo Iglesias. Fundación Pablo Iglesias


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hizo concebir la revolución como algo relativamente próximo, y desde luego como algo posible cuya facticidad dependía de los trabajadores mismos, de su estado de conciencia y de su disposición para la lucha libertadora. Más aún, como un paso inevitable en el devenir histórico que habría de protagonizar la clase trabajadora.

La Revolución Francesa seguía siendo el paradigma ejemplar del salto histórico: El hecho de la insurrección popular que derriba el orden social existente y crea un orden nuevo. Solo que en la nueva y definitiva revolución los desheredados no serían la comparsa, sino los protagonistas, de tal modo que al régimen formal de libertades sucedería el disfrute igualitario de la libertad realmente accesible para todos.

Sin embargo, un hecho histórico de gran magnitud y sumamente trágico vino a provocar una profunda reflexión sobre el curso que debería tomar la revolución obrera. Nos referimos a los acontecimientos de la Comuna de París, por muchos considerada como el primer intento de revolución proletaria. La guerra franco-prusiana iniciada en 1870, con motivo de las disputas en torno a la sucesión en el trono de España, vacante por el derrocamiento de Isabel II, y la negativa de Francia a consentir que reinase en Madrid un príncipe de estirpe germánica, condujo a la derrota del ejército francés en Sedán, quedando cautivo Napoleón III en Alemania. No obstante, la ciudad de París decidió resistir el cerco del ejército invasor, sin aceptar las condiciones de rendición pactadas entre el Gobierno de Thiers y los alemanes. En pocas semanas la Comuna (municipalidad) de París pasó a ser un poder autónomo en manos de las fuerzas revolucionarias iniciándose el diseño de un nuevo orden social, al tiempo que llamaban a las demás ciudades de Francia para reclamar su apoyo y para que siguieran su camino. Pero la Comuna quedó aislada, sin que de nada sirviera el heroísmo de sus defensores, y finalmente, tras varios meses de resistencia frente al asedio de los versalleses-consentido por los alemanes- la Comuna se desmorona en medio de una represión espeluznante.


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El más somero análisis de los hechos indica que si en las demás grandes ciudades de Francia el movimiento obrero hubiera adquirido el grado de madurez y de arrojo que demostró tener en la capital, y si hubieran actuado coordinada y solidariamente, las fuerzas reaccionarias no se hubieran podido concentrar en París, ni probablemente contener el envite de la revolución dada la precariedad del poder gubernamental debilitado por la reciente derrota del ejército frente a los alemanes.

Cuando Marx escribe sus reflexiones sobre estos hechos en el opúsculo “La Guerra Civil en Francia”, elogia el heroísmo de la Comuna, pero adopta cautelas acerca del grado de madurez que requiere la clase trabajadora de un país para acometer con éxito el salto revolucionario. De donde se desprenderá una cierta revalorización de las condiciones políticas, aun dentro de la sociedad burguesa, que permitan adquirir la consistencia, la organización, y la claridad de objetivos, que son necesarios para evitar en su día la derrota.

Es en esta nueva línea de actuación que reclama como necesidad inmediata la obtención de condiciones políticas favorables al desarrollo de las organizaciones, en las que se inscribe la importante resolución que la Iª Internacional acuerda en el Congreso de la Haya (sept. 1872): “Recomendar la acción política de acuerdo con las peculiares condiciones de cada país, trabajando para el logro de las reformas sociales y políticas, pero sin olvidar que la emancipación total del proletariado solo puede realizarse previa la posesión del poder político por los trabajadores”.

Esta estrategia que tan claramente llamaba al mantenimiento de una organización dúplice de la clase trabajadora, capaz de sostener por un lado la lucha estrictamente económica frente a la patronal, y por otra la lucha política de cara a las instituciones, no fue aceptada por los anarquistas que encabezaba Miguel Bakunin, quienes se retiraron del Congreso cuestionando su representatividad, y reafirmando su línea tradicional de estricto apoliticismo, siguieron considerando necesario


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el boicot a toda forma de participación en el entramado institucional de la sociedad burguesa, dado que a su juicio de otro modo se fortalecería aquello que es preciso derribar como paso previo a la instauración de un nuevo orden social. De esta suerte, a partir del Congreso de la Haya (1872) quedaron definitivamente deslindadas las orientaciones en el movimiento obrero, el socialismo de inspiración marxista, y el socialismo o comunismo libertario de inspiración bakuninista, al que en nuestro país suele llamarse anarquismo.

Todas estas experiencias tuvieron cumplido reflejo en los primeros pasos del movimiento obrero español. En España se reprodujo con notable demora un cierto despertar de la clase trabajadora similar al acontecido en centroeuropa y en Inglaterra, debido al retraso de la industrialización en nuestro país, y el desarrollo fue lento y circunscrito tan solo a ciertas zonas del territorio, porque era débil la implantación del maquinismo, reduciéndose prácticamente a las zonas periféricas estimuladas por las posibilidades del comercio marítimo, a determinadas comarcas de Cataluña, y a los enclaves minero-metalúrgicos de Asturias y del País Vasco.

A finales del siglo XIX, y a diferencia de las grandes capitales de Francia, Inglaterra, Bélgica, o Alemania, Madrid seguía siendo una ciudad cortesana, poblada por los empleados de la Administración central del Estado, los sirvientes del estamento acomodado y los menestrales que se ocupan en pequeños talleres artesanos, algunos obreros de la construcción y escasos operarios de la incipiente red de ferrocarriles. Es decir, no existían las concentraciones de proletariado industrial en las que germinó inicialmente el movimiento obrero.

La atroz incultura derivada del analfabetismo, especialmente intenso entre la población femenina, y la influencia abrumadora del clero, decididamente hostil al socialismo en todas sus vertientes y orientaciones, contribuyeron a dificultar la implantación de las nuevas ideas.


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Al margen de la política propiamente dicha, en la sociedad civil, lo más progresivo que podía detectarse como positivo de las clases medias era el aire renovador de la Institución Libre de Enseñanza, y el quehacer soterrado de la masonería.

No obstante, aun contando con tan escasos mimbres, a partir de 1868 comenzó a tejerse en nuestro país el entramado del movimiento obrero. En efecto, con ocasión de la Revolución de Septiembre, llamada por los liberales “la gloriosa” (destronamiento de Isabel IIª), pusieron sus ojos en España los dirigentes de la Internacional, pensando que la instauración de un nuevo régimen basado en un amplio concepto de los derechos civiles y políticos, sería coyuntura favorable para difundir la propaganda internacionalista. De manera inmediata, tanto el Consejo General, radicado en Londres, como el Comité de Sociedades Ginebrinas, enviaron sendos manifiestos de salutación a los trabajadores españoles.

Pero lo que realmente tuvo un efecto práctico operativo fue el envío de Giusepe Fanelli, comisionado del núcleo ginebrino (Bakunin), que fue quien organizó en España los primeros grupos de obreros adheridos a la internacional. Bajo su influencia se constituyó la Sección Española de la AIT (24-I-1869), que el mismo año emite un primer manifiesto dando razón de su existencia, y que al año siguiente, editará ya una publicación periódica, “La Solidaridad”, título de gran raigambre anarquista que reaparecerá posteriormente. En ese mismos año, ingresa Pablo Iglesias (18-III-1870), que publica a los pocos meses su primer artículo en la Solidaridad - “La guerra”-, un texto que combate la aventura colonial del Gobierno y el envío de tropas a las últimas posesiones de ultramar.

La proliferación se secciones en distintas localidades lleva al Congreso de Barcelona (junio de 1870), en que se crea ya la Federación Regional Española de la Iª Internacional, en cuyas resoluciones se palpa la influencia bakuninista por cuanto se resalta el rechazo a toda participación en las instituciones políticas.


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Habiendo quebrado la Solidaridad por dificultades económicas, surgirá un nuevo órgano periódico “La Emancipación” (julio de 1871), de cuyo consejo de redacción forma parte Pablo Iglesias.

Mas ese año de 1871 es el año, como antes dijimos, de la Comuna de Paris, y su trágico final, seguido de la represión en toda Francia de los dirigentes obreros, lo que determina la llegada a nuestro país de P. Lafargue, (yerno de Marx, colaborador y asiduo defensor de sus ideas), que daría lugar a la implantación en nuestro país de la orientación hegemónica en el Consejo General de Londres. Pablo Iglesias figura desde el principio en la gestación del núcleo marxista que se forma en torno a Lafargue.

La resolución adoptada por el Consejo General de Londres, bajo los auspicios de K. Marx, a raíz de la Comuna, en el sentido de afirmar la necesidad de que los trabajadores se apoderen del poder político como fase previa a la revolución socialista (reunión de17-25 de septiembre de 1871), ahondó las diferencias entre las dos orientaciones que venían conviviendo desde los orígenes de la Internacional, enfrentamiento que se reflejó así mismo entre los internacionalistas españoles, lo que culmina, tras diversas vicisitudes en la definitiva expulsión del núcleo marxista llevado a cabo por la Federación Madrileña (9-VI-1872), y la constitución por éstos de la “Nueva Federación Madrileña”, que solicita y obtiene su reconocimiento y adscripción al Consejo General de Londres.

Ruptura entre marxistas y bakuninistas que tanto a escala continental, como a escala de nuestro país, se hizo definitiva a partir del Congreso de la Haya (septiembre de 1872) en que por mayoría se acuerda “recomendar la acción política de acuerdo con las condiciones de cada país, trabajando para el logro de las reformas sociales y políticas, pero sin olvidar que la emancipación total del proletariado solo puede realizarse previa la posesión del poder político por los trabajadores”, ideas estas que jamás fueron asumidas por el bakuninismo.


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Procede reparar un momento en este apoliticismo tan característico de los anarquistas, dado que al ser la fuerza hegemónica en el movimiento obrero español hasta los años treinta, resultó ser condicionante de las estrategias de participación política que por el contrario sostuvieron los socialistas marxistas, y en particular,.de la estrategia electoral que contemplaremos enseguida.

“Ni Dios, ni rey, ni patrón” fue una divisa muy del gusto de los libertarios pues sintetiza las tres formas de opresión de las que a su juicio era preciso liberar al ser humano. En el libro de Bakunin “Dios y el Estado” queda muy clara la idea de que el hombre no puede ser plenamente libre en tanto asuma la dependencia de un Ser que impone sus leyes básicas de conducta, y consecuentemente mientras se sienta vinculado a una Iglesia que administra ese supuesto poder, del que deriva el poder eclesiástico. El otro poder que oprime a los hombres es el poder político, tan frecuentemente maridado con el poder eclesiástico. Y por último el poder patronal sustentado en la posesión del capital y la explotación económica de los trabajadores. De ahí que la revolución emancipadora integral tuviera que consistir en la destrucción de esas tres formas de opresión, frente a las cuales solo cabría una postura de rechazo absoluto y frontal enfrentamiento.

El apoliticismo anarquista es tan radical porque hunde sus raíces en una concepción filosófica o antropológica del ser humano y de la libertad de los seres humanos, postura que se refleja no solo en la estrategia ante las instituciones políticas, sino también en la propia concepción de la estructura interna de la organización anarquista, cuyo federalismo implica el rechazo a todo poder decisorio centralizado, dado que concibe como único órgano soberano la asamblea local, por encima de la que no cabe sino la libre confederación de esas unidades soberanas. (Al modelo organizativo de los socialistas marxistas lo calificaban de “autoritario”, afirmando que degeneraría en la instauración de nuevas oligarquías dominantes y opresivas). Su rechazo a intervenir ni siquiera en las instituciones del Estado demo-liberal, se basó en la convicción de que no puede existir verdadera


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democracia dentro de la sociedad de clases, es decir bajo el poderío hegemónico de la burguesía.

Con lo cual se comprende mejor el que propugnaran como metodología de trabajo la “acción directa”, que no ha de entenderse necesariamente como violencia y sabotaje, sino como reivindicación y presión sobre la patronal para concertar circunstancialmente las mejoras accesibles, y de ahí también su frecuente apelación a la huelga, y en definitiva el mito de la huelga general revolucionaria al que se aludió anteriormente. Es frente a estas posiciones, fáciles de entender y asumir por una clase obrera poco cultivada, físicamente hambreada, y socialmente menospreciada, frente a lo que lenta y costosamente tendría que ir abriéndose paso el complejo discurso del socialismo marxista, tan coincidente con el fin último del anarquismo y tan distinto en su teoría del Estado, de la organización y de la estrategia del movimiento obrero.

No es por casualidad que buena parte de los fundadores del Partido Socialista, como Pablo Iglesias, procedieran de la Asociación General del Arte de Imprimir, a la que con sobrada razón llamó Juan José Morato “la cuna de un gigante”, refiriéndose al hecho de que ciertamente en dicha Asociación no solo se mantuvo la cohesión del grupo marxista, sino además donde adquirieron una experiencia organizativa y un peculiar estilo de rigor cívico. Por razón de su oficio, los trabajadores de la imprenta constituían un cierta élite cultural dado su cotidiano acceso a los libros y periódicos que ellos mismos componían materialmente, circunstancia favorecedora del autodidactismo que caracteriza la formación intelectual de casi todos ellos.

Siguiendo la iniciativa que en otros países centroeuropeos habían tomado los socialistas de orientación marxista, el 2 de mayo de 1879 se creó el Partido Socialista Obrero Español, en una fonda de la calle Tetuán, de Madrid, nombrándose una Comisión que redactara los estatutos y Programa del nuevo partido, de la que formó parte Pablo


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Iglesias, y que concluyó su trabajo en ese mismo año de 1879, programa que con muy leves modificaciones sería ratificado en el primer Congreso de la organización (1888).

Al objeto que centra hoy nuestra atención –explicar la estrategia electoral del PSOE su giro en 1910- importa destacar dos hechos significativos en el momento de su fundación que subrayan el carácter específico y diferencial del nuevo partido en tanto que partido de clase. A nivel nominal, lo más simbólico es la voluntad explícita que Pablo Iglesias tuvo (frente a la opinión de Jaime Vera) de incorporar la palabra “obrero” en el nombre y en la sigla, idea que se refleja así mismo en la simbología del emblema, un yunque, sobre el que reposa un libro, acompañados en su día por una costelación de herramientas alegóricas a su vez de distintos oficios. Libro y yunque, la inteligencia y el trabajo, la teoría y la práctica, tras los cuales se perciben los rayos luminosos de un sol naciente o preludio de la nueva humanidad emancipada, lo que en el texto del programa se expresa verbalmente con aquellas palabras: “En suma, el ideal del Partido Socialista Obrero es la completa emancipación de la clase trabajadora; es decir, la abolición de todas las clases sociales y su conversión en una sola de trabajadores, libres, iguales, honrados e inteligentes”.

Y pasando de los elementos simbólicos al plano directamente organizativo y operativo, encontramos el que todo miembro del partido socialista tenía que pertenecer como afiliado activo en el sindicato de su respectivo oficio, aunque no se exigiera viceversa, que todo obrero sindicado tuviese que afiliarse al partido, pues se consideraba que la pertenencia al partido implicaba un grado mayor de madurez ideológica, y consecuentemente de un grado mayor de compromiso, de autoexigencia y de dedicación.

Todo lo cual era algo absolutamente novedoso y radicalmente insólito en la vida política, pues todos los demás partidos políticos del régimen demoliberal se consideran interclasistas; representaban ideologías transversales, aunque de hecho mantuvieran cierta conexión


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con la condición social de sus adherentes, pero al menos en teoría, podía ser por igual monárquico o republicano un burgués o un menestral; podía ser carlista un aristócrata o un labriego; podía ser liberal o conservador un plutócrata, o un modesto empleado.

Por vez primera aparecía un partido nuevo que convoca a una clase social, a los asalariados, y les convoca para subvertir desde sus cimientos el régimen de propiedad en el que se asienta el poderío de los que tienen sobre los que no tienen sino la fuerza de su trabajo para sobrevivir.

Ese objetivo, del que se deriva la condición clasista del nuevo partido es su esencia, es lo diferencial de cualquier otro, y de ahí que en el lenguaje de la época con frecuencia fuesen sinónimos el decir Partido Socialista o decir “el Partido Obrero”, expresión que con frecuencia utilizaba el propio Pablo Iglesias en sus escritos.

Todo lo cual nos permite aclarar la simpleza que a veces se les ha atribuido en el sentido que excluyeran de sus filas a los trabajadores intelectuales, como lo demuestra el enorme respeto y admiración por su obra de las que gozó el doctor Jaime Vera en su tiempo, o más tarde el catedrático Julián Besteiro, o la pléyade de intelectuales de primera fila que se adhieren al socialismo en la segunda década del siglo XX. Y desde antes, la acogida que dio la Casa del Pueblo a la Asociación de Maestros Racionalistas, en cuyas escuelas laicas, promovidas económicamente por los sindicatos, veían el modelo futuro de enseñanza.

No obstante, la composición sociológica del Partido Socialista, desde sus orígenes, hasta los años treinta del siglo XX, -sin ignorar las notables excepciones- podemos afirmar que procedía, tanto en sus bases como en sus cuadros dirigentes, de los trabajadores manuales, poseedores sin embargo de un conocimiento superior a la media del proletariado urbano y campesino, obtenido mediante el autodidactismo


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y la adquisición de conocimiento derivada de la vida societaria y de la actividad cultural de las Casas del Pueblo.

Por tanto, incluso sociológicamente, existía de hecho una fractura entre el colectivo humano que se agrupaba en las organizaciones obreras y las clases medias, que se tornaba en verdadero abismo con respecto a la oligarquía y la élite social.

No es por casualidad que el PSOE y la UGT se constituyeran federativamente agrupando los núcleos del partido y las entidades sindicales de orientación socialista, en sendos congresos casi simultáneos llevados a cabo en la ciudad de Barcelona en 1888 (UGT, 12,13 y 14 de agosto; PSOE, 23,24 y 25 de agosto). Tanto más claro queda la íntima conexión entre ambas entidades si se tiene en cuenta el número de dirigentes comunes presentes en la dirección de los dos organismos. Todo lo cual no significa sino la plasmación operativa de una teoría: El socialismo es el único y mismo fin, que actúa mediante dos brazos, el partido para la lucha política y el sindicato para la lucha económica. Dualidad que los socialistas interpretaban como el doble frente en que dentro de la sociedad clasista se desenvuelve inevitablemente la lucha de clases.

Por otra parte, si atendemos a los grandes debates ideológico-políticos de la época, podemos observar que aun cuando existieran puntos de coincidencia entre los socialistas y lo que venía siendo convencionalmente la izquierda del sistema, los argumentos de fondo son muy distintos, así como la perspectiva pro-futuro de los enfoques.

Tomemos algunos de estos asuntos como muestra: El dilema monarquía/ república; la cuestión religiosa; la organización territorial del Estado y el estatus de las nacionalidades; la cuestión colonial y el militarismo.

El dilema monarquía v. república venía siendo la demarcación más significativa entre la derecha y la “extrema” izquierda del sistema, tanto más cuanto que con el republicanismo se asociaba una postura


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laicista, y a buena parte del republicanismo con una concepción federalista del Estado (Pi y Margall). Todo lo cual componía el contraste frente a la derecha católica, confesionalista y monárquica, fuese en su versión más ultramontana (tradicionalismo), o su versión más moderada (partidos turnantes del régimen, Conservador y Liberal).

Con respecto a ese modelo de “izquierda” que representaba el republicanismo burgués, el socialismo se posiciona indudablemente a favor de la República, pero afirma que no es este su objetivo primordial, del mismo modo que no son la panacea que permita resolver el problema social las reformas que proponen los distintos sectores del republicanismo. En definitiva, para el Partido Socialista tan adversario es en el quehacer del día a día un patrono monárquico como un patrono republicano, sea éste unitario o federal, sea más o menos anticlerical. Y desde esta experiencia cotidiana los socialistas marcan distancias con respecto al republicanismo convencional de entonces y consideran engañoso que los obreros se dejen seducir por las proclamas antimonárquicas como si el mero cambio de régimen político fuera evitar la explotación de los asalariados. Por eso, tan secundario es la cuestión de la forma de gobierno en la sociedad de clases, como para que en cierta ocasión en la que se acusaba a los socialistas de tibieza sobre la materia, Pablo Iglesias respondiera:

“Yo creo, con arreglo a mi doctrina, que mientras para el ciudadano no haya emancipación económica no hay completa emancipación política; pero dentro de la diversidad en el cumplimiento de estos principios hallamos más garantías en la forma republicana que la actual. No hemos dicho nunca que nos es igual la Monarquía que la República. No somos monárquicos porque no lo podemos ser; quien aspira a suprimir el rey del taller no puede admitir otro Rey; lo que pasaba es que no hacíamos cuestión batallona de este asunto...” (Diario de Sesiones, 20-I-1912).


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La cuestión religiosa fue otra divisa esgrimida por la izquierda del sistema, incluso más allá de las filas del republicanismo, pues los liberales disconformes con la confesionalidad del Estado, abogaban también por reducir los privilegios de la Iglesia católica, facilitar el matrimonio civil y el divorcio, secularizar los cementerios, etc. Ante la posición ultra conservadora de la Iglesia (Syllabus), todo progresista se hacia en cierto modo anticlerical, es decir, adversario más o menos crítico de la Iglesia-institución, decididamente opuesta a reconocer la libertad de cátedra, de enseñanza, y del igual trato para todas las confesiones. Mucho más opuesta todavía a la efectiva separación de la Iglesia y el Estado, con la consecuente supresión del presupuesto de culto y clero. Todo lo cual facilitaba y fomentaba que con frecuencia los templos y el clero fuesen blanco en cada revuelta de la ira popular.

Ahora bien, ocurre en esta materia algo similar a lo dicho sobre el republicanismo. Los socialistas asumieron todas y cada una de las reivindicaciones del laicismo, pero advierten que ni la Iglesia es “per se” el enemigo a batir por la clase obrera, ni la clase obrera debe equivocar su verdadero objetivo desviando en exceso sus energías hacia otras causas. Más aún, como buenos marxistas, seguidores de la crítica de la religión que Marx formula rectificando a Feuerbach, pensarán que la religión es un epifenómeno del sistema social, no su causa, y que por no ser su causa, el suprimirla no evitará de suyo la emancipación de los trabajadores. Antes bien, es la superación de la sociedad de clases lo que conducirá a la paulatina disolución de la religiosidad.

Dada la intensa agitación anticlerical de la época, Pablo Iglesias afirmaba: “Yo creo que para un verdadero socialista el enemigo principal no es el clericalismo, sino el capitalismo, que en los presentes momentos históricos aparece esclavizando a todos los pueblos. [...] El clericalismo no puede ser herido de muerte en plena sociedad capitalista... el clericalismo no desaparecerá hasta que el proletariado no se posesiones por completo del Poder. Excitar al proletariado a que dirija su capacidad y su energía contra los clericales


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antes que contra los patronos, es el error más grave de que pueden ser víctimas los que aspiran a terminar con la explotación humana”. (“La Revista Socialista”, I-XI-1903).

Con respecto a la organización territorial del Estado, el tipo de federalismo que propugnaban los socialistas tampoco tenía nada que ver con las aspiraciones de los nacionalismos periféricos que emergían en la España finisecular, y que tampoco fue capaz de asimilar el régimen de la Restauración. Si hay algo verdaderamente opuesto al nacionalismo es el internacionalismo. Sobre todo tal cual se interpretaba en la época clásica de la IIª Internacional, cuando el ideal socialista basado en la emancipación del trabajo fue considerado como una causa universal, aunque hubiera de irse construyendo mediante la revolución país por país.

Para los socialistas de la época, el nacionalismo que invoca la exaltación de los ancestros y de las diferencias particularizadoras de cada etnia, no deja de ser una ocurrencia patrocinada por la burguesía para legitimar el enfrentamiento entre los pueblos, ocultando que la colisión de intereses entre las naciones procede en realidad de la competición económica inherente al capitalismo, a lo cual son ajenos los intereses solidarios y no necesariamente competitivos de las clases trabajadoras.

Cosa distinta es la idea de federación, fundada en la igualdad de derechos y deberes de las entidades federadas, respetuosa de la libre autodeterminación de los pueblos, en la que se transfiere voluntariamente a un poder federativo la ordenación y la gestión de funciones imprescindibles para el mejor desenvolvimiento económico, poder federativo que por principio no debe asumir in una sola competencia de cuantas puedan ser ejercidas con eficiencia por los entes federados.

Muy interrelacionado con el tema de los nacionalismos aparecía el asunto de la guerra, de la prevención de la paz, y del


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armamentismo, asuntos todos ellos de los que se ocuparon reiteradamente los Congresos de la IIª Internacional, en todos los cuales participó el Partido Socialista español, que asume y defiende sus resoluciones.

Especialmente irritaba a los socialistas españoles el patrioterismo del que hacían gala las clases dominantes a la hora de despedir a las tropas que embarcaban para las guerras coloniales de África, Cuba y Filipinas, al tiempo en que cínicamente se mantenía un régimen de servicio militar obligatorio, pero del que los hijos de la clase pudiente podían redimirse mediante el pago de una cuota. De ahí la famosa campaña emprendida por los socialistas bajo el lema “O todos o ninguno”.

El antibelicismo de los socialistas tenía a su vez razones propias, distintas del pacifismo humanitarista que era un sentimiento más transversal a distintos estamentos sociales. El discurso antibelicista de la IIª Internacional tenía más que ver con la crítica del imperialismo (era la época en que todavía las grandes potencias industriales se estaban repartiendo el continente africano y el sudeste asiático), al que se consideraba como una fase trágicamente inevitable de la expansión capitalista, ávida de encontrar nuevos mercados donde obtener una óptima rentabilidad al capital excedente, y/o donde adquirir materias primas a ínfimo precio, con unos beneficios fabulosos procedentes de la hiperexplotación de la mano de obra indígena, prácticamente reducida a condiciones de semi esclavitud.

Es en ese tipo de discurso, netamente crítico del sistema capitalista, donde se inscribe la crítica al militarismo y a los gastos armamentísticos, que se consideraban como secuela inevitable de la expansión colonial, y de los enormes despliegues de tropas en lejanos países necesarias para mantener la subyugación de los pueblos dominados, fuera directamente o con la complicidad de títeres locales.


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Es en esa línea también en la que se sitúa la crítica y la denuncia del negocio de la fabricación de armamentos, el negocio sin riesgo comercial de producir buques de guerra y armas de todo tipo, dado que al producirse por encargo de los Estados están de antemano vendidos, y muy frecuentemente prefinanciada su elaboración.

Junto a todas esas razones de fondo, es preciso agregar la aversión que engendraba en la clase trabajadora el hecho de que ante cualquier conflicto social de cierta envergadura, se utilizara a la tropa como elemento represivo, mostrando una y otra ver el aparato coercitivo del Estado como mero defensor de los intereses de la burguesía, fuera cual fuese la tonalidad del Gobierno de turno.

En resumen: La diferencia entre los planteamientos políticos de los socialistas y los sustentados por el progresismo burgués, era tan acusada como para que durante mucho tiempo, desde la fundación del PSOE hasta 1909, no se considerase conveniente ningún tipo de alianza electoral que pudiera desdibujar el perfil del Partido Obrero, o desorientar a sus seguidores del objetivo central que constituía su razón de ser.

II.- ANÁLISIS DEL CAMBIO DE ESTRATEGIA ELECTORAL Y REFERENCIA A SU PROYECCIÓN HISTÓRICA

La conjunción republicano-socialista, pactada el siete de noviembre de 1909, que se puso en práctica en las elecciones generales de 1910, permitió el acceso de Pablo Iglesias al Parlamento, elegido diputado por Madrid, en una candidatura encabezada por Benito Pérez Galdós, el famoso escritor y prohombre republicano.

La conjunción republicano-socialista que a la mentalidad política actual pudiera parecer algo lógico y nada insólito, significó sin embargo un giro notabilísimo con respecto a la estrategia mantenida


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hasta entonces por el Partido Socialista que había seguido desde su fundación en 1879 una línea de actuación completamente distinta, a la que suele denominarse “clase contra clase”; es decir, lucha frontal en lo económico frente a la patronal y hostilidad sin concesiones en el plano político frente a los partidos burgueses, que eran todo los partidos integrados en el retablo político de la Restauración.

El salto estratégico es tan significativo como para que su justa ponderación requiera examinar tanto el punto de partida como el de llegada, percibiendo así la distancia o diferencia entre las dos posiciones. A tal efecto procede examinar primero la estrategia “clase contra clase”, sus razones doctrinales y los factores circunstanciales en que se produce, y ver luego las razones y circunstancias que impulsaron la alianza electoral con los republicanos en 1909.

A) La estrategia clase contra clase:

Obviamente, esta estrategia se fundamentaba en la teoría de la lucha de clases, pieza clave como todos sabemos de la interpretación marxista de los hechos sociales y del dinamismo histórico. (“La historia de la Humanidad es la historia de la lucha de clases”).

Consideraron que la lucha de clases era un hecho objetivo e inevitable por cuanto se derivaba directamente de la estructura de la propiedad, del hecho cierto e innegable de que mientras unos poseen los bienes necesarios para producir subsistencias y otros bienes que mejoren la condición de los seres humanos, otros carecen de propiedad y solo poseen su fuerza de trabajo como recurso de subsistencia. Lo cual divide a los seres humanos en dos categorías, los poseedores de los bienes productivos y los desposeídos (desposeídos en cuanto que se considera que la riqueza es fruto del trabajo).

Su experiencia de la vida era la prueba palpable de la teoría. El trabajador tenía que acudir al propietario para intentar venderle su trabajo y vendérselo como se merca cualquier otra mercancía, conforme a la ley de la oferta y la demanda, en condiciones tan


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desfavorables para los trabajadores que determinaban salarios ínfimos, con los que difícilmente podían sobrevivir. Ellos sufrían cotidianamente en propia carne la contradicción de intereses: Hubieran querido vender menos cantidad de trabajo a mejor precio, pero se les compraba una jornada de 10 o más horas y a muy bajo salario. (Recordemos que fueron aspiraciones lejanas y difíciles, la jornada de ocho horas, y la fijación pactada de salarios mínimos por oficio).

Recuerden Vds las tablas comparativas sobre el valor de los salarios y el precio de las “subsistencias” o artículos básicos de alimentación, tan características de los textos de Tuñón de Lara sobre la historia el movimiento obrero.

Tampoco tenían que profundizar mucho en la lectura de obras complicadas para poseer una intuición básica y clara acerca de la acumulación del capital, y la desigual distribución de la riqueza. Que unos pocos atesoraban la riqueza producida mediante el trabajo de muchos, y que esos pocos tenían un papel preponderante en la sociedad -clase dominante- les era algo patente en el día a día, como también lo era que las leyes garantizaban sobre todo la conservación y reproducción del orden existente.

Las apabullantes desigualdades sociales en el alojamiento, en el vestir, en el lenguaje y en el acceso al saber, demarcaban de facto dos culturas distintas, dos modos de ver el mundo. De ahí los prejuicios de superioridad de quienes componían la clase dominante, y el resentimiento de los más desfavorecidos. A partir de tales condiciones objetivas y subjetivas habría de germinar con el socialismo una nueva forma de conciencia obrera.

De esta suerte, el socialismo como teoría vino a ser para los trabajadores como un esclarecimiento, una comprensión más clara, más racional y más amplia de su propia experiencia de la vida. Y sobre todo, vino a abrir una perspectiva de esperanza haciéndoles ver y entender la historicidad de las formaciones económicas, su inevitable


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transitoriedad, con lo que –transcendiendo la resignación y el resentimiento- quedaba abierta la perspectiva a una posible y necesaria transmutación social, que pasaba por subvertir el régimen de propiedad haciendo real la abolición del salariado.

Una esperanza que de algún modo había empezado a ser prefigurada por el socialismo utópico, -fracasado por errar en la metodología del cambio-, y que adquiere verdadero arraigo entre las masas cuando el socialismo propone un camino transitable y creíble que conduce a la emancipación del trabajo: “La emancipación de los trabajadores ha de ser obra de los trabajadores mismos”. Esto es, la organización de la clase obrera en cuanto tal, en torno a lo que objetivamente la une como clase, que es la condición de asalariados y la necesidad de que se acabe con la explotación del trabajo ajeno. Esa es la fuerza capaz de redimir la injusticia en el reparto de los bienes, y construir esa fuerza es el camino a seguir.

Toman conciencia de que la clase obrera no solo es la más numerosa, sino que además el trabajo es lo imprescindible a la civilización y al progreso de la especie. Así, rescatados del menosprecio social, y del envilecimiento de las costumbres, surge una nueva moral, un orgullo que ha de entenderse como certeza en el valor salvífico de la empresa colectiva que emprende el movimiento obrero, cuyo antagonista objetivamente no es otro sino la clase poseedora, a la que es inevitable enfrentarse porque no va a ceder ni a renunciar voluntariamente a sus privilegios. De ahí que el imperativo sea la organización de la clase obrera en cuanto tal, y que el quehacer inevitable de la acción haya de ser el proceder clase contra clase.

En todo caso, el sistema demoliberal de la Restauración tampoco dejaba margen para integrar a las nuevas fuerzas políticas y sociales emergentes. La Internacional había sido declarada ilegal en el famoso debate de 1871, con el único voto en contra de los republicanos, y la ley electoral vigente hasta 1890, el sufragio


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censitario o sufragio restringido al censo de contribuyentes, excluía de hecho, privándoles del voto, a casi todos los asalariados.

Es cierto que en 1890 se estableció el sufragio universal masculino, para mayores de veinticinco años, pero no es menos cierto que bajo el régimen de la Restauración, antes y después de 1890 se produce la manipulación sistemática de las elecciones operada por el caciquismo, con lo cual pasamos a considerar las razones circunstanciales que ambientan el boicot de los socialistas al juego institucional de aquel régimen pseudoparlamentario.

Se trata de aquel sistema que el historiador Ramos Oliveira designa como “la oligarquía bicéfala”; en alusión al reparto del poder político entre los partidos turnantes, conservador y liberal. Por su parte, Joaquín Costa acertó a describírnoslo con estas palabras: “No es nuestra forma de gobierno un régimen parlamentario, viciado por corruptelas y abusos, según es uso entendido, sino, al contrario, un régimen oligárquico, servido, que no moderado, por instituciones aparentemente parlamentarias” [...] “eso que llamamos desviaciones y corruptelas constituyen el régimen, son la regla...”

“Esos componentes exteriores son tres: primero, los oligarcas (los llamados primates, prohombres o notables de cada bando que forman su “plana mayor”, residentes ordinariamente en el centro); segundo, los caciques, de primero, segundo o ulterior grado, diseminados por el territorio; tercero, el gobernador civil, que los sirve de órgano de comunicación y de instrumento. A esto se reduce fundamentalmente todo el artificio bajo cuya pesadumbre gime rendida y postrada la nación”. (Joaquín Costa, “Oligarquía y caciquismo”).

Pablo Iglesias sabe que aquel régimen pseudoparlamentario no puede ser cauce válido para que el Partido Socialista pueda realizar sus aspiraciones, pero percibe que la instauración del sufragio universal, aunque solo tuviere cierta realidad formal, supone nuevas


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oportunidades a la acción política que no se deben menospreciar, y por eso escribe: “Nosotros defendemos el sufragio universal por ser un excelente medio de agitación y propaganda de nuestras ideas, pero le negamos la virtud de poder por sí mismo emancipar a la clase trabajadora” (Comentarios al programa socialista).

Y en esa misma línea se pronuncia orgánicamente el Partido Socialista en el Congreso que celebra en 1890 (Bilbao, 29 a 31 de agosto. La Ley sobre sufragio universal es de 28-III-1890), en el que aprueba la siguiente resolución: “En las inmediatas elecciones de Diputados en Cortes los socialistas deberán hacer uso del sufragio en beneficio de su propio Partido, presentándose en cuantos distritos puedan candidaturas socialistas de clase, con el programa de transformación social que pretenden, y con el objeto de apoyar la serie de reformas de inmediata aplicación que constituyen la bandera del 1º de mayo”. [....] El Congreso ratifica el acuerdo de Barcelona referente a la conducta de los socialistas, que ha de inspirarse siempre en las doctrinas del Partido, rechazando todo roce, alianza o coalición con los partidos burgueses, llámense como se llamen”.

Así mismo, esta decisión de intervenir en los procesos electorales, pero sin desdibujar ni un ápice el perfil propio, y practicando una estricta estrategia de “clase contra clase”, es lo que hallamos ratificado en el Congreso PSOE, de Valencia, en 1892, en cuya resolución al respecto se afirma: “Los candidatos tendrán que estar afiliados al Partido y serán presentados por las Agrupaciones Socialistas. Serán excluidos del Partido Socialista las Agrupaciones y los individuos que hagan pacto o alianza con los partidos burgueses o con sus candidatos. Así mismo serán expulsados de él los que voten o realicen trabajos a favor de cualquier candidatura burguesa, salvo casos que lo hagan por ignorancia”.

Una tan reiterada insistencia sobre el carácter netamente de clase que habrían de tener las candidaturas, así como sobre la absoluta renuncia a “contaminarse” con cualquier tipo de alianza con los


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partidos burgueses, venía a su vez inducida por la presión que ejerce a la sazón el apoliticismo anarquista, lo que constituye otro factor circunstancial muy a tener en cuenta.

La calumniosa imputación a Pablo Iglesias y a sus seguidores de querer aprovechar el malestar de los obreros para instalarse en los cargos políticos y vivir más desahogadamente que el resto de los trabajadores, no procedía solamente de la derecha. Los anarquistas, si bien que con intención muy distinta, movidos por el deseo de evitar que la clase obrera se integrara en el sistema y perdida su combatividad revolucionaria, también criticaron a los socialistas el hecho de que el partido obrero interviniera en las campañas electorales, lo que les hubiera resultado mucho más criticable si en esa intervención los socialistas hubieran ido de la mano de los partidos burgueses, con programas electorales pactados hechos a base de renunciar al objetivo y al estilo revolucionario que era el usual de la prensa obrera.

De hecho, el apoliticismo anarquista –que no se olvide, era la organización obrera entonces mayoritaria-, no solo condicionó la estrategia electoral socialista, sino que fue durante lustros un severo lastre para su expansión electoral, dado que el ámbito propio de ampliación del voto socialista tenía que ser la clase trabajadora, en gran parte inhibida de ejercer el sufragio debido a las consignas de la acracia.

Nótese que todavía en los años veinte, bien entrado el siglo XX, los líderes socialistas tenían que seguir luchando por la izquierda frente a ese apoliticismo. Así, p.e, encontramos que Largo Caballero, en su “Presente y futuro de la Unión General de Trabajadores”, se siente en la necesidad de argumentar del siguiente modo:

“.... el apoliticismo obrero sería el baluarte más fuerte desde donde defendería la clase patronal su privilegio”.


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“El apoliticismo no es otra cosa que un error en el que han caído algunos elementos, por falta de comprensión de lo que es la lucha social. Creer que al capitalismo se le puede vencer sólo con la acción directa y económica contra la clase patronal, dejando a ésta intactas sus trincheras en el campo político, es como creer que las ostras se pueden abrir por persuasión. Al enemigo, para vencerle, hay que luchar con él allí donde se encuentre; combatirle sólo en el campo económico [el ámbito empresarial], es como disparar con balas de algodón, en tanto que él lo hace con balas de plomo. Además el apoliticismo en la organización obrera le hace ponerse constantemente en contradicción con sus actos en la lucha para mejorar su condición en el orden económico y moral.” (Ob. cit. Cap. XIII).

De hecho, para evitar que la lucha obrera sea como el velo de Penélope, un interminable tejer y destejer (subida de salarios que antes o después se devora la inflación, mejoras en una determinada empresa que puede desaparecer...), Largo Caballero orientó la acción de la UGT, como su propia actividad sindical, a la consecución de normas legales que consolidasen de forma estable y duradera una serie de derechos sociales extensibles a todos los trabajadores. Justificación práctica de la acción política, y argumento mayor contra el abstencionismo o apoliticismo.

B) El giro de la estrategia electoral:

Para describir el paso de la estrategia “clase contra clase” a la alianza con el sector más progresista de la burguesía, los republicanos (conjunción republicano-socialista), también tendremos que distinguir entre los componentes de tipo teórico-ideológico, y ls factores circunstanciales que contribuyeron a tan importante cambio en el modo de hacer política los socialistas españoles. Entre los primeros se ha de evocar la polémica suscitada en el seno de la socialdemocracia alemana entre el revisionismo de Bernstein y la postura más tradicional u “ortodoxa” de Kautsky, que tuvo amplio eco en todo el socialismo europeo, así como la polémica interna del socialismo


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francés en torno a la posible participación ministerial de los socialistas en gobiernos de coalición. Todo lo cual suscitó también encendidos debates en los Congresos de la IIª Internacional a los que puntualmente asistió siempre la delegación del PSOE con una delegación que al principio encabezaba Pablo Iglesias.

Lógicamente las resoluciones de los Congresos de la Internacional tuvieron su reflejo en los Congresos del PSOE, en cuyos textos iremos viendo como se va prefigurando el giro de estrategia electoral. Así mismo, en ese nivel ideológico debe situarse la reflexión que suscita en nuestro país la carencia de un verdadero régimen de derechos civiles y libertades políticas, carencia que se percibirá como una rémora al crecimiento, y cuya consecución aparecerá como condición imprescindible para llegar a ser la organización de masas capaz de producir el salto cualitativo.

Por otra parte, se han de recordar las circunstancias dramáticas en que se suscribe la alianza con los republicanos; el clima de intensa agitación social generada por la creciente protesta frente al envío de tropas para la guerra de África, y la explosiva culminación de esa protesta en la llamada Semana Trágica de Barcelona, de la que trajo causa la brutal represión que enmarca el fusilamiento de Ferrer Guardia.

En la última década del siglo XIX, la Internacional Socialista, reconstruida en el Congreso de París de 1889, con la exclusión de los anarquistas, ya no era como aquel cónclave de dirigentes obreros que en 1864 estaban poniendo en marcha las incipientes organizaciones obreras, sino que la estrategia preconizada por Marx tras la caída de la Comuna había dado sus frutos, y en los grandes países controeuropeos existía ya un movimiento sindical consolidado, así como partidos socialistas capaces de situar docenas de diputados en sus respectivos Parlamentos, siendo la socialdemocracia alemana la organización más desarrollada tanto en su dimensión sindical como política. Mientras tanto, en España, a consecuencia del secular retraso económico,


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cultural y político, el socialismo iba muy a la zaga del auge adquirido en los países del norte.

Ahora bien, las posibilidades del distinto uso que pudiera hacerse de esa fuerza sindical y política, hicieron que se replanteara el debate acerca de la vía más apropiada hacia la realización del socialismo. No otra cosa es la dialéctica que suele sintetizarse en el dilema reforma o revolución.No es casual que se situara el epicentro de esta polémica en Alemania, ni que sus principales contendientes fueran las más notables figuras del socialismo alemán, pues la socialdemocracia poseía no solo las organizaciones más numerosas, más coherentes y más disciplinadas, sino también la posibilidad de llegar a ser en unos pocos años más la fuerza mayoritaria en el Parlamento. Bernstein, principal teórico del reformismo, se consideraba a sí mismo continuador de la obra de Marx, aunque criticara y negase algunas de sus tesis fundamentales, como la del pauperismo creciente, la teoría de la concentración del capital, o el determinismo implícito en el materialismo histórico, básicas para justificar la necesidad inevitable de la vía revolucionaria hacia el socialismo.

Obviamente, no es este el momento de repasar en detalle la teoría reformista de Bernstein, sino tan solo de evocar un aspecto concerniente a la valoración de la vía parlamentaria como cauce, y a la política de alianzas. Bernstein rechazó la interpretación que se consideraba más ortodoxa del materialismo histórico; sin negar la enorme importancia del condicionamiento económico para la formación de los estados de conciencia, afirmara que también intervienen otros factores de tipo cultural e incluso religioso. En definitiva Bernstein creía que el socialismo no era algo que inexorablemente habría de suceder al capitalismo, sino que el socialismo representa simplemente un modo de organizar la economía y de distribuir la riqueza producida más justo y más conveniente para la inmensa mayoría que el capitalismo. De ahí que sean las convicciones morales, el impulso ético, el principal resorte que


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impulsará el avance gradual de las reformas económicas y sociales orientadas hacia el socialismo. Muy influido por el fabianismo y la práctica del laborismo inglés (país donde permaneció exiliado largo tiempo), daba un valor substantivo al régimen democrático y a la vía parlamentaria, de donde que tuviera una concepción más laxa o plural del partido, y una amplia apertura a la colaboración con cualquier otra fuerza política en que pudiera apoyarse para ir avanzando en el proceso de reformas.

Las tesis de Bernstein, que se condensan en su obra “Los principios del socialismo y las Tareas de la socialdemocracia”, fueron replicadas en otras dos obras clásicas del marxismo ortodoxo: “Bernstein y el programa de la socialdemocracia” de Kautsky, y “Reforma o revolución”, de Rosa Luxemburgo. [Aunque el dato pertenezca a época posterior a la que venimos refiriéndonos, nos parece interesante reseñar aquí que Julián Besteiro dedicó su discurso de ingreso en la Academia de Ciencias Morales y Políticas a refutar las teorías revisionistas, situándose por tanto en la tradición del marxismo ortodoxo. Véase J. Besteiro, “Marxismo y antimarxismo”; 1935]

Fueron varios los Congresos de la Internacional en los que se debatió el tema del reformismo (París, 1900, Ámsterdam, 1904) siendo rechazadas mayoritariamente sus tesis. En todos ellos los delegados del socialismo español también votaron en contra. Pero a pesar de esas solemnes declaraciones cada vez fue adquiriendo mayor relevancia la actuación parlamentaria del socialismo y la estimación de los logros parciales que por esa vía se iban consiguiendo en los países económicamente más desarrollados.

A finales del siglo, el asunto de la relación con los partidos burgueses avanzados era un tema muy controvertido que marcaba diferencias entre los socialistas de distintos países, y a veces dentro del propio país, como en Francia, donde Jaurés se mostraba partidario de una cierta colaboración en determinadas condiciones, frente a Guesde, que se mantenía impertérrito en la estricta observancia de lo que


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venimos llamando “clase contra clase”. A su vez, el ala más izquierdista del socialismo repudiaba toda colaboración por cuanto que subrayaba y urgía la revolución anticapitalista y por tanto antiburguesa, mientras que el ala moderada (el socialismo más o menos explícitamente evolutivo) consideraba que esa colaboración era imprescindible para el logro de avances graduales.

Por otra parte estaba la posición de aquellos partidos, como la socialdemocracia alemana, que -aun habiendo rechazado el reformismo- habían crecido tanto como para acariciar la perspectiva de poder alcanzar prontamente y por sí solos la mayoría parlamentaria, conseguida la cual procederían, con el apoyo de las masas encuadradas y movilizadas por los sindicatos, a introducir cambios drásticos en el régimen de propiedad, en las finanzas y en la organización del trabajo, confiados en que poseyendo además los resortes del Estado podrían dominar las resistencias que pudiera ofrecer la burguesía. Para una tal estrategia, la alianza con los partidos burgueses resultaba obviamente algo desorientador y un entorpecimiento.

Perspectiva harto distinta era la de los partidos socialistas francamente minoritarios en sus respectivos países, que difícilmente podían avanzar ni conseguir mejoras significativas para los trabajadores sin procurarse alguna alianza con los sectores más progresistas de las clases medias. Y por último, estaban los laboristas ingleses, cuya tradición de entendimiento con el partido liberal había llegado al extremo de pactar en determinados distritos la inclusión de candidatos procedentes del ámbito sindical, cuando todavía no existía el Partido Laborista como tal entidad política independiente.

Una tal diversidad de posturas, y la extrema dificultad de establecer una única política de alianzas común a todos los partidos socialistas de la Internacional, determinó que, pese a figurar el asunto en el orden del día previsto para el Congreso de Bruselas de 1891, se considerase tan inmadura y compleja la cuestión como para suspender


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el debate de la misma y remitirlo como tema pendiente para ulteriores comicios.

El asunto vuelve al primer plano en el Congreso de París, de 1900, suscitado por el caso Millerand, el ministro procedente de las filas socialistas que se incorporó con el solo apoyo de los millerandistas, una corriente del partido, al gobierno radical de Waldeck Rousseau, invocando la excepcionalidad de la situación creada en Francia por el affaire Dreyfus, y la tremenda confrontación nacional consiguiente que vino a poner en riesgo la preservación de los valores mismos y de las instituciones de la República.

Se trataba, pues, del tema de la participación, o integración de ministros socialistas en un gobierno de coalición con otras fuerzas políticas afines, expresión máximamente significativa del tema de las alianzas. Un asunto que por cierto habría de suscitar más tarde aguda polémica entre los socialistas españoles durante la IIª República, como luego mencionaremos. En el citado Congreso de París suscitó el tema vivísima discusión, polarizada entre Jaures que defiende a Millerand y el compromiso con la defensa de los valores republicanos llegado el caso, y Bebel que en nombre de la socialdemocracia alemana defiende la estricta autonomía del proyecto socialista y denuncia los inconvenientes de desnaturalización que entraña una alianza, por transitoria y excepcional que sea, con la burguesía.

En el arduo debate intervienen múltiples delegaciones, y se pone de manifiesto la diversidad de posturas. La mayoría quiere rechazar la conducta de Millerand, pero al final se redacta una resolución atenuada que evita toda exclusión, y que de algún modo deja la puerta entreabierta, en determinados casos, a la colaboración. La resolución adoptada al efecto, redactada por Kautsky dice:

“La conquista del poder político por el proletariado en un Estado democrático moderno no puede ser resultado de un coup de main, sino que ha de venir solamente como conclusión de una larga y


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paciente actividad para organizar al proletariado política y sindicalmente, para su regeneración física y moral, y para ir consiguiendo gradualmente puestos representativos en los ayuntamientos y en los cuerpos legislativos.

“Sin embargo, en donde el poder gubernamental está centralizado no puede conquistarse de esa manera fragmentaria. La entrada de un solo socialista en un gobierno burgués no puede ser considerada como el comienzo normal de la conquista del poder político: nunca puede ser más que un expediente temporal y excepcional en una situación de emergencia.

“Cuando en un caso dado existe una situación así, de emergencia, la cuestión es de táctica y no de principios. El Congreso no tiene por qué decidir esto. Pero en todo caso este peligroso experimento sólo puede ser ventajoso si es aprobado por un partido unido, y el ministro socialista es, y continúa siendo, delegado de su partido”.

De este modo, un tanto ambiguo, que preconizaba como regla ordinaria la estrategia defendida por los socialistas alemanes (primer párrafo de la resolución), se dejaba abierta la reconsideración por cada partido de las posibles situaciones de emergencia que como cuestión táctica aconsejaran otras opciones. Es claro que ya no se sostenía, al menos por todos los miembros de la Internacional, el rígido principio de clase contra clase como criterio unívoco y para cualquier situación en materia de alianzas. Todo lo cual facilitaría el giro de estrategia electoral que se iba a producir en nuestro país.

Los socialistas españoles, a estas alturas, a comienzos del siglo XX, no tenían que plantearse como sus compañeros franceses el modo de contribuir a la defensa de la legalidad republicana y de sus libertades, pues lo que había aquí era una monarquía oligárquica que respaldaba a un régimen pseudo parlamentario, y menos todavía tenían que discutir como los socialistas alemanes el papel y las expectativas


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de su importante minoría parlamentaria, pues aquí no había ni un solo socialista en el Congreso ni en el Senado. En España el problema era previo, era cómo conseguir un sistema auténtico de libertades públicas, que cada vez más percibían imprescindible para poder avanzar con mayor eficacia en la construcción del modelo que propugnaban, una organización de masas, formada ideológicamente, y habituada en los usos de la democracia interna, trasunto fiel del tipo de nueva sociedad a la que aspiraban.

Largo caballero, en la obra antes citada, lo dice claramente: “En España, los derechos políticos y sociales para los trabajadores han sido un mito. La constante suspensión de las garantías constitucionales y las frecuentes declaraciones del estado de guerra, han impedido que la clase obrera practique con libertad el derecho de reunión, de asociación y de pensamiento. En una palabra, que todavía no ha ejercido libremente el derecho de propagar sus ideales”.

El cambio de criterio sobre la política de alianzas que se va operando durante la última década del siglo XIX se constata si comparamos la resolución anteriormente citada del Congreso de Valencia (1892), con esta otra adoptada en el Congreso de Madrid, de 1899, que dice: “Considerando que las libertades políticas reconocidas por el actual estado de derecho, le son necesarias al proletariado para organizarse y alcanzar aquellas mejoras posibles dentro del actual orden social, el Congreso declara que el Partido Socialista deberá atender a la conservación de aquellas libertades, sin que el acuerdo de Barcelona referente a la actitud con los partidos burgueses, que en su esencia queda subsistente, pueda ser obstáculo para que el Partido preste su cooperación a otros partidos avanzados dentro del campo burgués cuando los principios democráticos corran el peligro de desaparecer o sean bastardeados en la práctica, debiendo adoptar aquellas actitudes y determinaciones que las circunstancias aconsejen”.


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En la misma línea hay que situar la resolución del Congreso, también celebrado en Madrid, de 1908, en que ya se precisa incluso el formato del trámite que habría de seguirse para aplicar, en su caso, la nueva estrategia que dice: “En casos excepcionales, el Partido Socialista, a propuesta de una o varias Agrupaciones, o del Comité nacional, puede coaligarse con los partidos burgueses avanzados, en toda clase de elecciones, cuando, previa consulta al Partido, hecha por medio del referido Comité, lo acuerden las dos terceras partes de los votantes, reformándose al efecto la organización general para ponerla en armonía con este criterio. Dicha consulta deberá hacerse tres meses antes de la fecha en que se verifiquen las elecciones y en casos excepcionales, el Comité nacional podrá reducir este plazo a dos meses”.

El factor circunstancial que determinó la aplicación práctica de estas resoluciones fueron los gravísimos sucesos de la llamada Semana Trágica de Barcelona (julio de 1909), así como la bárbara represión subsiguiente a los mismos.

Sería muy difícil de entender el estallido de la ira popular acontecido en el verano de 1909, si no se tuviera en cuanta la actitud totalmente negativa de la clase trabajadora con respecto a las aventuras coloniales, en España muy acusada por el desastre relativamente reciente del 98, y más en particular por el pésimo trato recibido por los heridos y lesionados a su regreso de las fracasadas campañas en Cuba y Filipinas, sobre todo aquellos que habiendo quedado incapacitados para el trabajo todavía deambulaban por las calles pidiendo limosna. Con lo cual, a la endémica escasez de la clase obrera, se sumaba la miseria de las viudas, los huérfanos y los ancianos que perdieron a sus hijos combatiendo por dudosa causa en tan lejanos países. La prensa obrera de la época ofrece abundantes testimonios de esa situación.

Que la guerra era un padecimiento adicional para los trabajadores y sus familias, quedaba escandalosamente subrayado por


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el ya mencionado régimen de cuota que permitía eximirse del servicio militar a los hijos de la burguesía.

Y en esas condiciones, el gobierno pretendía mantener la interminable guerra del norte de África, iniciando a comienzos de 1909 un nuevo periodo de operaciones que causó numerosas bajas, por lo que el gobierno Maura ordena el envío de nuevos contingentes. Esto es lo que provocó la explosión de una indignación largamente acumulada. En la tercera semana de julio, tanto en la estación del Norte, de Madrid, como en el puerto de Barcelona, se registran choques entre la multitud que pretende impedir el embarque de la tropa y los agentes gubernamentales.

Las noticias sobre la sangrienta derrota en el Barranco del Lobo, en las estribaciones del monte Gurugú, exacerbaron definitivamente los ánimos.

En un mitin celebrado el 11 de julio Pablo Iglesias había acusado al gobierno de ser el verdadero enemigo de nuestro pueblo, y no los marroquíes, advirtiendo que los trabajadores irían si fuese preciso a la huelga general para detener la contienda. En Barcelona, donde se había constituido un Comité conjunto de anarquistas y socialistas para sostener la huelga hubo paro generalizado desde el 26 de julio. La dirección del Partido Socialista acordó extender el paro a todo el país desde el dos de agosto, aunque este acuerdo apenas fue conocido porque el gobierno declaró el estado de guerra, detuvo a Pablo Iglesias y a Largo Caballero preventivamente, suspendió El Socialista, intervino la correspondencia e impuso la censura.

No obstante, en Barcelona, donde predominaban los anarquistas agrupados en los sindicatos de Solidaridad Obrera, se levantaron numerosas barricadas en los barrios populares para hacer frente a las fuerzas antidisturbios. Algunos grupos asaltaron las armerías para ofrecer mayor resistencia. A la huelga obrera se


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yuxtaponía una verdadera insurrección popular, tan intensa que algunos destacamentos se negaron a disparar contra la multitud.

Durante tres días buena parte de la ciudad estuvo en manos de los insurrectos. De nuevo algunos templos y casas religiosas fueron el pararrayos del resentimiento, siendo incendiados por agentes exaltados y/o provocadores.

En Sabadell, Mataró y Manresa, los obreros, dueños de la situación, proclamaron por su cuenta la República, y en Sabadell, Mataró, Granollers y Palafruguell, sendos comités obreros se hicieron cargo de la administración municipal.

El gobierno (Maura) reaccionó enviando abundantes tropas desde las provincias limítrofes, y el día treinta de julio la artillería pudo barrer sin contemplaciones las barricadas, dominar la situación e iniciar la cruenta represión subsiguiente.

El caso más notable y de mayor repercusión por las protestas que levantó en toda Europa fue el apresamiento y condena sin pruebas de Francisco Ferrer Guardia, el famoso anarquista fundador de la Escuela Moderna, a quien se le imputó la dirección intelectual de la revuelta, que fue condenado a muerte y ejecutado en los fosos del Castillo de Montjuich el día trece de octubre.

La arbitraria ejecución de Francisco Ferrer, erigido en verdadero símbolo del laicismo como fundador de la Escuela Moderna, del republicanismo federal, y del obrerismo, levantó una ola de indignación no solo en España, sino en otros muchos países europeos, lo que dio lugar a que se celebrasen multitudinarias manifestaciones de protesta en las grandes ciudades, manifestaciones que la derecha presentaba aquí como “antiespañolas”.

En cuanto Iglesias y Largo Caballero recobraron su libertad, el Partido Socialista emitió un manifiesto en el que declaraba: “El Partido Socialista.... luchará ahora, bien solo, bien al lado de toda


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fuerza democrática que se proponga este doble fin [restablecimiento de las garantías y desaparición de este Gobierno] a condición de que sus actos sean serios y honrados y de que no se encuentren en contradicción con las aspiraciones del proletariado consciente”.

El 17 de noviembre se suscribió el pacto electoral con los republicanos que dio lugar a la llamada “Conjunción Republicano-Socialista”. La Conjunción llevó a cabo de inmediato grandes mítines y manifestaciones reclamando el cambio de sistema, protestando contra la política represiva del gobierno, y exigiendo la pureza del sufragio frente a las prácticas caciquiles.

En el famoso mitin celebrado por la Conjunción en el frontón Jai-Alai, de Madrid, Pablo Iglesias acertó a definir con toda exactitud la razón del compromiso adquirido y la convicción con la que era asumido por los socialistas:

“Por una necesidad que es común a todos los aquí congregados, por defender las libertades políticas y darles las garantías posibles dentro del régimen social presente, hemos llegado a la unión con el partido republicano, y vamos a esta unión con tal sinceridad, con tal abnegación, con tal lealtad, que nadie podrá sobrepujarnos”.

La Conjunción gozó del apoyo de las clases medias progresistas, así como de los elementos intelectuales que venían demandando la “europeización” de España, y de la clase trabajadora comprometida con la acción política, dando pronto resultados electorales positivos, comenzando por las elecciones municipales de diciembre de 1909, que dieron en Madrid a los candidatos de la Conjunción la mitad de las concejalías del consistorio.

En las elecciones legislativas del 8 de mayo de 1910, la Conjunción obtuvo cuarenta diputados. De este modo Pablo Iglesias


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llegó al Parlamento, acta que conservaría en sucesivas elecciones hasta su muerte.

Ahora bien, el hecho de que Pablo Iglesias tomara asiento en un escaño del Parlamento no cambió para nada su opinión acerca de lo que esto significaba. Iglesias no se pasaba al campo de los revisionistas ni del parlamentarismo. Tuvo claro que con los republicanos se podía ir del brazo con toda lealtad hasta cierto punto: La consecución de un régimen auténtico de libertades. Pero no perdía de vista que la consecución de los ideales específicos del socialismo iban mucho más allá, y que para lograrlos se requeriría la acción persistente y enérgica del proletariado dispuesto a utilizar todos los recursos a su alcance.

Iglesias había escrito: “Es cierto que aspiramos a llevar representantes de nuestras ideas al Municipio, a la Diputación y al Parlamento, pero jamás hemos creído ni creemos, que desde allí pueda destruirse el orden burgués y establecerse el orden social que representamos. [...] Si nosotros queremos que vayan a aquellos sitios diputados o concejales socialistas, es porque merced a sus proposiciones o a sus proyectos de ley, además de poder arrancar alguna mejora para los trabajadores, harán que se manifieste el antagonismo de clase”.

“Al mostrarnos partidarios de que vayan representantes socialistas al Parlamento o a los cuerpos administrativos, no entra en nuestros cálculos sacar de ellos la transformación de los instrumentos de trabajo en propiedad común; lo que intentamos con eso es contribuir desde allí a la formación del ejército revolucionario” “Y formado ese ejército, preparadas que se hallen las fuerzas obreras, cualquier conflicto de los que necesariamente ha de producir el orden burgués, una guerra, una crisis económica, puede ponernos en el caso de intentar la conquista del poder....” [Comentarios al Programa Socialista]


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Por eso, fiel a este modo de pensar, en su primera intervención parlamentaria, dijo: “..... el partido que yo aquí represento aspira a concluir con los antagonismos sociales, a establecer la solidaridad humana, y esta aspiración lleva consigo la supresión de la magistratura, la supresión de la Iglesia, la supresión del ejército, la supresión de otras instituciones necesarias para este régimen de insolidaridad y antagonismo.

“No cree el partido que represento que de aquí pueda salir nada de esto.... Viene a buscar aquí lo que de utilidad pueda hallar, pero la totalidad de su ideal no está aquí: La totalidad cree que ha de obtenerse de otro modo. Es decir, que este partido no ha cambiado de opinión respecto a este particular” [Contestación al discurso de la Corona, 7-VII-1910]

Palabras que se comprenden mejor si recordamos que todavía quedaba mucho camino por recorrer para que en España hubiera un Parlamento que fuese fiel y verdadero reflejo de la voluntad libremente expresada por los ciudadanos.

* * * * *

Pablo Iglesias en el mitin de la Conjunción Republicano socialista celebrado en el frontón Jai-Alai de Madrid el 29 de octubre de 1911. Fundación Pablo Iglesias


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Y para concluir, ya con suma brevedad, añadiremos un par de pinceladas sobre la proyección histórica que tuvo la alianza con los republicanos iniciada en 1909.

En los años siguientes se mantuvo, pues la manipulación del sufragio era consubstancial al régimen de la Restauración, vicio que arrastra hasta que sucumbe definitivamente con la dictadura de Primo de Rivera.

El éxito de la Conjunción se había producido en las grandes urbes, mientras que en el medio rural, -donde entonces se asentaba la mayor parte de la población-seguía siendo el mosaico de feudos donde el caciquismo ejercía a sus anchas. Miguel Martínez Cuadrado, en su exhaustiva obra “Elecciones y partidos políticos en España, (1868-1931)”, describe con precisión las miserias del régimen: “A las lacras del sistema, la Ley electoral de 1907 [Maura] iba a añadirle una nueva y suplementaria en su artículo 29, que disponía: “En los distritos donde no resulten proclamados candidatos en mayor número de los llamados a ser elegidos, la proclamación de candidatos equivale a su elección y les releva de la necesidad de someterse a ella”.

“Cuando el 1 de mayo de 1910 se pone en práctica por primera vez, en la proclamación de candidatos a la Diputación en Cortes, se produce un acontecimiento sin precedentes: 119 candidatos.... son declarados electos sin someterse a votación al ser proclamados únicos candidatos. De esta manera 1.393.000 electores aproximadamente, el 30 por 100 del censo electoral, se veía privado del ejercicio del sufragio, precisamente cuando la ley recién estrenada declarase obligatorio el voto.” “El 30 por 100 de los escaños del Congreso se cubría por tan anómalo procedimiento. El gran beneficiario de este sistema era el Partido Liberal, lo que demostraba la eficaz red caciquil de que disponía”.

Y el mismo Martínez Cuadrado, en la citada obra, refiriéndose a la elección general de 1916 (20-III-1916), dice: “Romanones designa


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ministro de Gobernación a Santiago Alba. Ambos van a presidir unas elecciones donde el sistema electoral ha truncado definitivamente las ya reducidas posibilidades representativas: La suma total de electores privados del derecho de sufragio por la mecánica del artículo 29 de la Ley electoral y el volumen de abstenciones se eleva al 56’2 por cien del total del censo. Ciento cuarenta y cinco diputados van a sentarse en el 35 por 100 del total de escaños del Congreso sin haber pasado por el cauce de los votos. El sistema representativo se transforma mediante una paradójica pirueta. Las elecciones se convierten para el 35’7 por cien del cuerpo electoral en un lejano espectáculo ilusionista, donde los prestidigitadores de los estamentos políticos dirigentes practican a su gusto la negociación de los puestos representativos antes de las elecciones, a lo largo de la compaña electoral”.

Hacia 1916, España, que no había entrado en la Iª Guerra Mundial, sufría sin embargo las consecuencias económicas derivadas de la guerra, muy favorables pera unos pocos agentes exportadores, y muy negativas para las clases medias perceptoras de rentas fijas, a si como para el proletariado perceptor de bajos salarios, pues la demanda de los países en guerra, que tenían bloqueado en gran parte su sistema productivo, determinó el desabastecimiento interior, y la consecuente subida desenfrenada de los precios, situación que hizo más agobiante el problema social. Ante esta situación singular, el Partido Socialista vuelve a reclamar como un imperativo ya inaplazable la instauración de un régimen verdaderamente representativo, y convoca la huelga general revolucionaria de agosto de 1917, cuyo petitum es precisamente coincidente con los objetivos que en su día se propuso la Conjunción. El manifiesto de la huelga concluye en los siguientes términos: “Pedimos la constitución de un Gobierno provisional que asuma los poderes ejecutivo y moderador, y prepare, previas modificaciones imprescindibles en una legislación viciada, la celebración de elecciones sinceras de unas Cortes Constituyentes que aborden en plena libertad, los problemas de la Constitución política del país. Mientras no se haya conseguido este objeto, la organización


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obrera española se halla absolutamente decidida a mantenerse en su actitud de huelga” (12-VII-1917).

Hacia los años 20, los socialistas españoles distinguían con toda claridad entre la revolución liberal burguesa y la revolución socialista, considerándolas como dos etapas históricas sucesivas que era preciso recorrer, y percibían que la revolución liberal burguesa había sido algo fallido en España, nunca verdaderamente logrado debido a la debilidad de la burguesía española como clase y a la ineptitud de sus dirigentes. El problema para los socialistas consistía en dilucidar en qué medida y de qué modo tendrían ellos que suplir esas insuficiencias de la burguesía española sin adulterar ni frustrar la misión histórica específica de la clase trabajadora.

Ese debate es el trasfondo ideológico de la discrepancia que se suscita en 1930 entre Largo Caballero y Julián Besteiro. Hasta entonces, estos dos grandes dirigentes, pese a tener una personalidad tan distinta, se habían entendido perfectamente en las grandes cuestiones a las que el socialismo hubo de hacer frente. Ya decadente en sus facultades físicas Pablo Iglesias, que falleció en 1925, ambos, Largo y Besteiro abordaron de consuno el envite de 1917, y ambos compartieron presidio en el penal de Cartagena. Ambos afrontaron de consuno el envite de la escisión comunista, compartiendo la oposición a la IIIª Internacional. Sin embargo a partir de 1930, seguirían cominos divergentes, dando lugar a las famosas “tendencias” del PSOE, características de la época republicana.

Besteiro creía que era preciso apoyar a los republicanos, pero a distancia, dejándoles que protagonizaran por sí solos el cambio de régimen. En su mente gravitaba el desastre ocurrido a la socialdemocracia en la república de Weimar. No quería que el socialismo prematuramente incorporado al Gobierno tuviese que defraudar las expectativas del proletariado. No consideró conveniente que el partido se incorporase formalmente al Comité revolucionario que se hizo cargo del poder tras el 14 de abril. Ni formó parte de él, ni


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tampoco del Gobierno provisional de la República. Únicamente aceptó, tras las elecciones de junio de 1931 la presidencia de las Cortes.

Largo en cambio percibió que la burguesía republicana no se atrevería a dar el paso que implicaba el cambio de régimen sin contar con la colaboración explícita, y en cierto modo con la caución de los socialistas (PSOE y UGT), como fuerza organizada y disciplinada, capaz de asegurar la naturaleza pacífica del cambio hacia un sistema democrático. Largo inclinó la balanza hacia ese compromiso, que por otra parte venían requiriendo Prieto y De los Ríos, y no tuvo inconveniente en asumir la cartera de Trabajo en el Gobierno, una de las que podían ser más conflictivas, desde la que hizo por cierto tan excelente labor.

De nuevo se suscitó el debate de las alianzas en 1933, cuando los socialistas deciden finalmente ir por separado a las elecciones, con el fatal resultado que dio paso al llamado “bienio negro”. Volvió a estar el tema sobre el tapete a la hora de configurar el Frente Popular, en 1936. Es entonces cuando Largo insistirá en que los republicanos deberían asumir el papel de formar Gobierno cubriendo la etapa que corresponda con el programa electoral que se había pactado, llevándolo a cabo con el apoyo parlamentario de los socialistas, pero reservando al Partido y la Unión para protagonizar una fase posterior en el momento oportuno.

Sin embargo, la sublevación del 18 de julio, conduciría poco después (4-IX-1936) a Largo Caballero a encabezar un Gobierno de resistencia al fascismo, en el que hubo de integrar junto a los socialistas a ministros procedentes de todas las fuerzas políticas y sindicales (de la CNT en noviembre) más significativas, y entre ellas, por supuesto, a representantes de Izquierda Republicana, y de Unión Republicana.


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Todo ello sin olvidar el apoyo que los socialistas dieron a D. Manuel Azaña para que accediera a la presidencia de la República.

Cada uno de estos pasos, aquí simplemente mencionados, fueron objeto de debate en las filas del PSOE, pero simplemente evocados y puestos como en perspectiva muestran la estrecha relación que hubo entre el buen entendimiento con los republicanos y la defensa de la democracia en nuestro país.


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PABLO IGLESIAS: UNA VOZ COMPROMETIDA

Antonio Chazarra Montiel Profesor de Filosofía Ex Diputado de la Asamblea de Madrid de 1991 a 2007

Conmemoramos en este año, que está a punto de acabar, el centenario de la llegada de Pablo Iglesias al Parlamento. En esta sede de la Unión General de Trabajadores me propongo, en los próximos cincuenta y cinco o sesenta minutos, abordar la llegada del primer representante del Movimiento Obrero Español al Congreso de los Diputados, así como el significado y la importancia de este hecho histórico.

Comenzaré exponiendo qué condiciones marcaron el nacimiento de la Conjunción Republicano-Socialista para pasar, después, al núcleo de la conferencia, es decir, a comentar los aspectos más significativos y los momentos más destacados de la labor de Pablo Iglesias como parlamentario, hablaré, brevemente, después, del contexto nacional e internacional en que se desenvolvió y al que tuvo


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que hacer frente y, finalizaré, con el recuerdo que ha dejado Pablo Iglesias en intelectuales y poetas de gran valía contemporáneos suyos, en algunos casos, y más próximos al presente, en otros, que han meditado sobre el alcance y la trascendencia que tuvo su voz comprometida y transformadora al servicio de los intereses históricos de los trabajadores.

I.

¿Cómo se produjo la llegada de Pablo Iglesias al Parlamento?

Cuando Pablo Iglesias obtuvo, por primera vez, el Acta de Diputado formando parte de la Conjunción Republicano-Socialista, contaba sesenta años y su salud, de viejo luchador infatigable, ya estaba bastante quebrantada. Fue elegido por Chamberí, una de las circunscripciones en que estaba dividido Madrid, por más de 40.000 votos.

No fue la suya una presencia episódica ni circunstancial. Fue reelegido desde 1910 hasta 1923, es decir, dos años antes de su muerte.

Hablar del Pablo Iglesias Diputado es oportuno y conveniente, tanto, porque es ésta una faceta poco conocida de su labor infatigable como educador de muchedumbres, como agitador de conciencias, como portavoz de los intereses y del proyecto político transformador de los socialistas, como porque en estos años de desideologización y desinterés hacia la política y los políticos, hace falta decir fuerte y claro lo que representó en su tiempo y lo que sigue representando hoy en día su ejemplo y su firmeza.

Siento rabia cada vez que percibo, como en el Partido y en el Sindicato, no se hacen los esfuerzos necesarios para que su gigantesco ejemplo, su estrategia y su forma de organizar y de afrontar los problemas, sea transmitida a los jóvenes que hoy militan. Por el


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contrario, se ha reducido su figura a una foto que preside locales y salas de conferencias pero, al mismo tiempo, que se considera un santo laico, se ignora, paladinamente, su compromiso ideológico, sus esfuerzos movilizadores y su trabajo sostenido, valiente y tenaz.

Pablo Iglesias fue mucho más que el primer diputado socialista y obrero que tuvo acceso al Parlamento de la Nación. Con ser esto importante, no podemos ni debemos olvidar, que fue el fundador del Partido Socialista, de la Unión General de Trabajadores, el alma y el director de un periódico “El Socialista” que llegaba a la fábrica y a los tajos y que servía para divulgar, para cohesionar y para unificar la acción de los trabajadores, un internacionalista que representó al PSOE en varios Congresos, como el de París de 1889, que fue determinante para la puesta en marcha de la Segunda Internacional, un organizador férreo, eficaz y constante de la acción obrera, un divulgador de las ideas transformadoras y emancipadoras, a la vez que un educador de muchedumbres, el primer concejal obrero que hubo en el Ayuntamiento de Madrid y con el que se inició la labor municipalista de los socialistas en las Corporaciones Locales y otras muchas facetas que sería muy prolijo tratar pormenorizadamente, pero que sería imperdonable dejar de tener presentes.

El Partido Socialista, nació como un partido de clase, como un partido nítidamente marxista. Desde su fundación en 1879 pasaron treinta largos años hasta que alcanzó representación parlamentaria; treinta años en que el crecimiento fue lento, donde primero hubo de moverse, en la clandestinidad y después en un ambiente de dificultades y obstáculos para llevar a cabo su proyecto, fortalecerse e ir incrementando su apoyo social.

No fue ajeno a estos obstáculos los supuestos ideológicos que sustentaron su praxis política. A título de ejemplo, la base 4ª de El Socialista, sostenía sin ambigüedad alguna, “combatir a todos los partidos burgueses y especialmente las doctrinas de los más avanzados, si bien haciendo constar, que entre las formas de


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gobierno republicana y monárquica El Socialista prefiere siempre la primera”.

¿Qué causas hicieron cambiar a Pablo Iglesias y al Partido Socialista de opinión? Es esta una pregunta pertinente y que requiere una respuesta bien fundada. Probablemente, son varias los motivos que van alterando la posición del Partido socialista desde un rígido planteamiento de clase a la colaboración con las fuerzas republicanas avanzadas. Entre estos, merecen citarse, las guerras coloniales que suponen una sangría para España y la pérdida de miles de jóvenes, la necesidad de combatir el caciquismo y sus secuelas, que venían paralizando, y manteniendo al país aletargado y sin capacidad para desenvolverse en circunstancias que fueran homologables a las de las sociedades europeas de nuestro entorno y otras varias. Pero, si hubiera que señalar la causa decisiva, la gota que colma el vaso, esta sería, sin duda, la Semana Trágica de Barcelona y la respuesta desmedida, poco o nada, escrupulosa y antidemocrática del Gobierno y la represión brutal que se llevó a cabo contra Ferrer i Guardia y otros trabajadores y hombres de izquierda, recurriendo a procesos sin garantías, a verdaderas farsas judiciales y auténticos “asesinatos, supuestamente, legales”

Junto a estos hechos, tiene para mí, una importancia vital y decisiva el esfuerzo de Benito Pérez Galdós. Pablo Iglesias confiaba en Galdós; a lo largo de muchos meses e incluso años era frecuente verlos pasear juntos por las calles de Madrid… por el paseo de Recoletos, por Rosales y poco a poco sus planteamientos y ofertas de colaboración fueron haciendo mella en el ánimo de Pablo Iglesias y venciendo sus iníciales resistencias que, también, ocasionaron el distanciamiento del partido de Jaime Vera, quien siempre se mostró partidario de abrir el Partido Socialista, de dar cabida en él a intelectuales y de converger con los republicanos que pretendieran, honda y sinceramente, contribuir a la democratización de España.


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En un mitin que tuvo lugar en el frontón Jai-Alai, Pérez Galdós pronunció unas palabras que no han de pasar desapercibidas ya que ponen de manifiesto, desde los motivos que sirvieron para configurar la Convención Republicano-Socialista hasta el afán por disipar cualquier posible aspereza de esta frágil unión.

“Formados ya en línea de batalla frente a un enemigo menos temido por su fuerza que por su astucia y por las pérfidas artes con que falsea la voluntad del pueblo los republicanos, cualquiera que sea nuestro nombre y abolengo, debemos

sofocar toda discordia entre nosotros y juramentarnos hoy

para expulsar de nuestros corazones hasta la menor chispa de

recelo…”

La Conjunción Republicano socialista, entre otras cosas sirvió para convertir al PSOE en partido de estado. Hizo, también, más republicanos a los socialistas e influyó en los representantes, de la burguesía avanzada, para que adoptaran un compromiso mucho mayor en materia social.

Comentaremos ahora un texto de Pablo Iglesias perteneciente a un discurso que pronunció el 7 de noviembre de 1909, es decir, cuando la Conjunción Republicano-Socialista ya se había formado pero aún no se habían celebrado las elecciones. Como Galdós no fue artificioso ni retórico sino que en su alocución fue “al grano”, pretendiendo dejar, paladinamente claro, que la conjunción con los republicanos no significaba alteración alguna en el programa del Partido. Pone de relieve, asimismo, que es la democratización y la defensa de las libertades lo que ha llevado al PSOE a esa alianza y, finalmente, pone de relieve la seriedad y la lealtad con que el Partido afronta su colaboración con los republicanos. En este discurso, están marcadas las líneas en las que se verá obligado a moverse el PSOE en adelante. Ser fiel a su programa y, también, cumplir con los compromisos que se derivan de las alianzas parlamentarias que vaya contrayendo.


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“Nosotros mantenemos en toda su pureza los ideales del Partido Socialista, o sea, la igualdad social; nosotros aspiramos a que el poder político sea conquistado por el proletariado; nosotros opinamos que la Iglesia es un soporte del régimen burgués y que otro soporte es el Ejército, y nosotros no sacrificaremos, ni ahora ni nunca, nada, absolutamente nada, de nuestro programa. Por una necesidad que es común a todos los que aquí nos congregamos, por defender las libertades políticas y darles las garantías posibles dentro del régimen social presente, hemos llegado a la unión con el Partido Republicano y vamos a esta unión con tal sinceridad y con tal abnegación, con tal lealtad que nadie podrá sobrepujarnos”.

La colaboración con los republicanos fue un hito, un primer intento fructífero de colaboración que tendría, como no podía ser menos, su prolongación. Hubo reticencias, sí, hay palabras del propio Iglesias en que considera que este pacto ha de ser temporal, pero no es menos cierto, que extinguida la convención se prolonga durante la segunda República la colaboración entre republicanos y socialistas e incluso más este acuerdo ampliado a las fuerzas de izquierdas no es otra cosas que el Frente Popular.

La Conjunción Republicano-Socialista fue beneficiosa para los dos componentes que la integraron. Triunfó especialmente en las grandes ciudades. No poca importancia la tiene el hecho decisivo de que los obreros solían abstenerse en los procesos electorales por no tener un candidato a quien sintieran suyo, a quien votar, con lo que el voto obrero fue, por primera vez, relevante. A su vez sirvió para que un representante de los trabajadores consiguiese, por vez primera, el acta de Diputado.

El significado de estos hechos no pasa desapercibido a la prensa. El periódico “El Liberal”, en un artículo de Pedro Répide, da cuenta a los lectores de cuanto hemos venido planteando.


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“… marcan las elecciones de ayer otra nota insigne. Por ellas tomará asiento, por vez primera, en el Parlamento Español un Diputado socialista. La voz de Pablo Iglesias es necesaria en el Congreso. Éralo tiempo hacía. Su inteligencia y su verbo fieles mandatario de los acuerdos de su partido, son harto menester en nuestra Cámara Popular. Como razón de equilibrio, allí donde las ideas caían demasiado del lado de la derecha”.

Por su parte el filósofo José Ortega y Gasset escribe en “El Imparcial” un inteligente artículo en el que expresa que con Pablo Iglesias ha entrado al Parlamento no sólo un soplo de aire fresco sino una actitud profundamente ética. En un ambiente progresivamente corrompido Ortega ve a Pablo Iglesias reencarnando la honradez intachable. Lo contempla como una esperanza por su limpieza y su altura de miras. Estas fueron sus palabras:

“Los cuarenta mil votos que han elevado a Pablo Iglesias hasta la representación nacional significan cuarenta mil actos de virtud. Merced a ellos, las urnas ciudadanas se han purificado: dentro de sus paredes de vidrio han solido albergar los crímenes más graves que puede cometer el hombre moderno, hasta el punto de desacreditar esta espiritual materia arenosa que un tiempo fue usada como emblema de la pureza”.

II.

Pablo Iglesias en sede parlamentaria

Antes de ser elegido Diputado, Pablo Iglesias ya era un excelente orador. Estaba acostumbrado a dirigirse a las masas, a incendiarlas, y a hacerlas conscientes de sus derechos. Proyectaba con decisión y brío sus pensamientos, con una convicción y entereza admirables.


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Fue la suya una etapa de oradores brillantes. Ocupaban éstos la tribuna y hablaban, sin más ayuda que unas notas o un esquema, a veces durante horas. Contrasta, poderosamente, con la actualidad donde oradores nada brillantes, por regla general, leen sus discursos de forma aburrida, discursos que frecuentemente no han escrito ellos sino sus asesores.

Como Diputado, sorprendió a todos. En ningún momento negó quien era o dónde estaban sus raíces. No tuvo nunca el menor

empacho en afirmar, clara y rotundamente, para qué estaba allí, de quién era portavoz o qué pretendía. A este respecto, en su primera intervención ya procuró dejar, rotundamente claro, cuál era su “curriculum vitae” y cuáles sus pretensiones y prioridades.

Sorprendió a la derecha que su actitud no fuese nunca corporativa, es decir, que no pidiese la palabra para solicitar aumentos de sueldo, ni mejoras laborales para los trabajadores. Como es natural, esto preocupaba y mucho al fundador del

PSOE y de la UGT, pero su voz, una voz de clase y comprometida, se alzaba para opinar y para posicionarse ante los problemas más candentes y más preocupantes de la España del momento, como las guerras coloniales o las consecuencias de la Semana Trágica, sin olvidar, tampoco la defensa de los oprimidos. En todo momento fue el

Pablo Iglesias Posse. Fundación Pablo Iglesias


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referente, el defensor y el representante de aquellos que le habían llevado hasta el Parlamento.

Con humildad, con conciencia de sus limitaciones pero, con lo que podríamos denominar, “orgullo de clase” Pablo Iglesias es plenamente consciente de a quien representa y de quien es instrumento. No es un intelectual pero ha leído textos marxistas y se siente plenamente identificado con el “corpus” teórico del viejo de Tréveris y de los que podríamos denominar padres fundadores de la Segunda Internacional, sobre todo Jules Guesde, lo que dota a su personalidad y a su pensamiento de un cierto dogmatismo y de una cierta intransigencia.

Pablo Iglesias consideraba que el Partido era un instrumento de la “clase” y, también maneja un concepto de origen hegeliano que Karl Marx reformuló y que era utilizado por los dirigentes de la II Internacional: la diferencia entre “clase en sí” y “clase para sí”.

Un obrero era “clase en sí”, por vivir bajo unas determinadas condiciones y por estar sometido a unas circunstancias socioeconómicas determinadas, pero era “clase para sí”, si tomaba conciencia de su papel histórico, de los objetivos y del carácter emancipador de la clase a la que pertenecía. Si el Partido era un instrumento de la clase, el individuo consciente e intencional, era a su vez, un instrumento del Partido concebido así como un medio para acercarse o para conseguir, cuando se dieran las condiciones objetivas, la revolución social.

Los dos textos que voy a citar a continuación pueden ser considerados como la presentación parlamentaria de Pablo Iglesias, como una tarjeta de visita y como un muestrario de sus experiencias personales, de su paso por el hospicio, por la cárcel, de ser marginado y condenado a no encontrar trabajo por agitador, así como de haber conocido, por experiencia propia, las injusticias que padece la clase a la que pertenece. Entiende que su obligación ha de ser conocer los


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intereses de aquellos a quienes representa y dirigirlos, mediante el ejemplo y la palabra a una lucha en la que defiendan sus derechos y aprendan a lograr mejoras sociales significativas.

1. “Represento, como todos sabéis, puede decirse que a una clase, y si no a una clase a la parte más consciente y avanzada. La causa es muy grande, el representante, muy pequeño. Yo soy un producto del taller, y como tal producto, habré de conducirme aquí”.

2. “… no tengo conocimientos especiales, no tengo apenas instrucción, pero sí conozco lo suficiente, por ciencia propia, para los debates que aquí puedan plantearse; sé lo que son los asilos, sé lo que es la cárcel, sé lo que es la autoridad gubernativa, sé lo que es la autoridad judicial, sé lo que son casi todos los organismo que funcionan en la vida del Estado. Esto lo sé por ciencia propia; pero aún sabiendo esto, no os habrá de extrañar mi falta de condiciones para que yo pueda estar en armonía con el debate”.

Probablemente sea pertinente preguntarse ¿qué era para Pablo Iglesias el Parlamento? Sin duda, una buena caja de resonancia para exponer sus ideas, para proyectarlas y para que la prensa –eso sí con el riesgo de que fueran manipuladas- las recogiera y las amplificara.

Iglesias, desde hacía muchos años, venía caracterizándose por su prudencia. Por eso, no puede extrañarnos que manifieste aspectos, de lo que podríamos llamar el núcleo duro del programa del PSOE y que se haga portavoz de una dialéctica de lucha de clases. En sus intervenciones era frecuente que manifestara su concepción gradualista. Las cosas hay que hacerlas poco a poco. No pueden ni deben darse saltos irresponsables en el vacío. La suma de las reformas acercará el presente a la meta. Los cambios cuantitativos acabarán por engendrar un cambio cualitativo.


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Creo que puede observarse, con nitidez, el rigor con el que se expresa y como rechaza que “su praxis” esté al servicio de ideales utópicos ni de aspiraciones quiméricas. Sus esfuerzos van destinados a la realización sistemática de una serie de eslabones que lo llevarán, paso a paso, hasta la meta final. Su formulación no pretende engañar a nadie. Por el contrario, es casi una síntesis, una divulgación de principios esenciales del materialismo histórico.

Todo esto puede extraerse, sin dificultad, del texto que voy a citar a continuación. De hecho, el método de ir glosando las intervenciones de Pablo Iglesias en el Parlamento, sin duda sería muy útil pero excedería, con mucho, el tiempo de esta conferencia.

“… el Partido que yo aquí represento aspira a concluir con los antagonismos sociales, a establecer la solidaridad humana, y esta aspiración lleva consigo la supresión de la Magistratura, la supresión de la Iglesia, la supresión del Ejército y la supresión de otras instituciones necesarias para este régimen de insolidaridad y antagonismo. El Partido que tiene esta aspiración, no vive fuera de la realidad, aspira a proceder por etapas, a realizar reformas, a obtener ventajas que le permitan llegar a su ideal”.

Cierta derecha se ha venido caracterizando por mantener, siempre que tiene ocasión, una actitud montaraz, faltona, agresiva, maleducada, calumniadora, malintencionada y esperpéntica, y por no pararse a distinguir la legalidad o ilegalidad en los procedimientos a la hora de combatir a quienes han caracterizado, previamente, como enemigos.

En un principio, recibió a Pablo Iglesias con extrañeza no exenta de curiosidad. Un Diputado obrero era un “ave raris” en el Parlamento pero, hubo de transcurrir poco tiempo para que desde los escaños más rancios y más casposos se escucharan infundios y descalificaciones de la peor especie. Así se convirtió pronto en el


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blanco de muchas de estas iras. Aquellos, a los que hoy podríamos tildar de ultras, tuvieron de inmediato una hostilidad manifiesta contra su voz valiente y comprometida.

Hubo campañas de intoxicación que se desarrollaban, también, en los periódicos y revistas de esa misma tendencia. Desde los escaños de la derecha podían oírse perlas como “usted no es un obrero, sino que vive de los obreros”, lo acusaban, asimismo, de aprovecharse de los trabajadores, de tener un gabán de señorito, de poseer fincas en El Escorial y otras calumnias semejantes.

¿Había algo de cierto en todo esto? La honradez de Pablo Iglesias fue paradigmática. Ejemplar fue, asimismo, su sobriedad y generosidad que le llevaba a desprenderse de todo cuanto tenía para entregarlo a los compañeros y a la causa.

Puede resultar aleccionador el breve relato que me apresuro a sintetizar. Entre los amigos de Pablo Iglesias puede cifrarse al platero, Inocente Calleja. La posición de Calleja era desahogada y en más de una ocasión, preocupado por la mala salud endémica del “abuelo”, lo invitaba a pasar algunos días o semanas de descanso en una finca de su propiedad en El Escorial. No hacía falta más. Fue acusado de ser el dueño de esa finca. Es más, probablemente, las atenciones, preocupaciones y desvelos de Inocente Calleja fueron decisivas para evitar que la enfermedad hubiera acabado con su amigo Pablo, mucho antes.

La capacidad de crear infundios es innata y, esa derecha malsana, recurría, ayer como hoy, a semejantes descalificaciones e infundios.

Pablo Iglesias vivió durante muchos años con Amparo Meliá, que lo cuidó y veló por su salud con un celo inconmensurable, pues bien, cuando a Inocente Calleja le diagnosticaron una enfermedad grave, que en poco tiempo lo llevó a la tumba, se apresuró a hacer testamento. No le dejó a Pablo Iglesias más que una cantidad en


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efectivo, el resto fue para Amparo Meliá a fin que de que lo fuera administrando y les permitiera vivir decentemente. Hizo bien en hacerlo así, porque la cantidad que heredó el líder obrero, fue a parar inmediata e íntegramente al Partido y a “El Socialista”.

Tras esta digresión volvamos a retomar el hilo de su labor parlamentaria. Fiel a sus convicciones votó en contra de la partida destinada a finalizar las obras de la Almudena. En otra ocasión pidió, también, la palabra para manifestar su agria queja porque algunas personas fueran condenadas a prisión o a castigos corporales por el simple hecho de no descubrirse al paso de procesiones religiosas. Argumentaba que este hecho amenazaba, seriamente, la seguridad individual y que ponía abiertamente en cuestión la libertad de pensamiento.

Los choques con la Iglesia Católica no fueron episódicos. Pablo Iglesias como marxista era ateo, pero como político y parlamentario, llegó a plantear rasgos de una tolerancia digna de encomio. Combatía las ideas, sí pero respetaba a las personas. Se oponía con vehemencia a lo que consideraba excesos e intransigencias de la Iglesia pero, en ningún momento, quería que se le pudiera considerar “un come curas”. Rechazaba cuerdamente cualquier planteamiento extremista y no incurría, nunca o casi nunca, en excesos verbales.

La Restauración está fuertemente marcada por el sello, la influencia y el poder de la Iglesia Católica, que llena todo este periodo de un tufillo a incienso, de oscurantismo, de cerrazón y de ignorancia.

Pablo Iglesias en un primer momento tiene unos esquemas rígidos sobre el significado de la religión. Es el opio del pueblo, en terminología marxista clásica. Lentamente, sin embargo, evoluciona hacia una postura laica que propugna la separación Iglesia-Estado, que no se logrará hasta la Segunda República, gracias al empeño de Azaña con su célebre y conscientemente malinterpretada frase, “España ha


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dejado de ser católica”. Durante todos estos años, la Iglesia defiende una postura del más rancio conservadurismo. Desde una connivencia con el Estado aspira a que sus dogmas y principios se conviertan en leyes y lo que es peor, que el Estado castigue civil y penalmente, a los infractores, a quienes se apartan de su doctrina.

Retomemos el hilo de su pensamiento y de su praxis política. En el Congreso de Gijón, comentando las agitaciones y disturbios a los que la propia Iglesia no fue ajena, y que se habían producido tras el estreno de “Electra” de Pérez Galdós, obra teatral que los reaccionarios consideraban anticlerical y subversiva y, por tanto, organizaron todo tipo de acciones para desacreditarla. Había que evitar, a toda costa, que el liberal y peligroso Galdós, de ideas avanzadas, obtuviera el Premio Nobel de Literatura. Lo que por cierto acabaron consiguiendo con estas algaradas impresentables que desencadenaron como reacción una serie de enfrentamientos violentos. Las palabras de Pablo Iglesias, amigo de Galdós, vuelven a insistir en su principio de combatir las ideas y respetar a los hombres, pese a que no era fácil mantener la cabeza fría y no dejarse influenciar por las provocaciones. Estaba convencido, además, de que con los disturbios y tumultos, a parte de dar un pésimo ejemplo cívico se estaban favoreciendo los intereses obscurantistas. El líder socialista, no tiene la menor vacilación, a la hora de condenar, explícitamente una vez más, el incendio de iglesias o las acciones violentas contra los religiosos.

“No piden los socialista que se arrastre a los frailes y se quemen los conventos, respetamos los hombres y combatimos las ideas”.

Es ésta una tesis nuclear en su pensamiento. Los virulentos ataques de Karl Marx hacia el “lumpen” los comparte en su integridad. Los tumultos, los actos incontrolados, las venganzas, los robos y otras acciones extremistas, para lo único que sirven es para desprestigiar a quienes las cometen y para retrasar la revolución. El texto que voy a


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citar a continuación es, nada menos, que de 1892, casi veinte años antes de su llegada al Parlamento.

“No se trabaja por la revolución social, no se va a ella hablando frecuentemente de matanza y de exterminio. No se va a la revolución social predicando al obrero que mate al patrono que le explota. Ni aconsejando a los trabajadores que se apoderen de lo que haya en los escaparates y en las tiendas. Ni hablándoles de quemar edificios ni de destruir otras propiedades. Ni haciendo uso de materias explosivas. Ni recomendándoles el motín. Todos estos medios en vez de beneficiar dañan a la revolución social, a la emancipación de la clase obrera. Predicar matanza y exterminio no es sólo desconocer lo que significa el triunfo del proletariado, sino hacer antipáticas y repulsivas a muchos individuos las ideas revolucionarias”.

Pablo Iglesias, también, alza su voz como buen internacionalista para interesarse por las personas, que procedentes de Argentina, intentan entrar en España. Se les retiene y se les amenaza de expulsión por creerlos anarquistas. No sentía simpatía por determinadas actitudes partidarias de la violencia y expeditivas. Sin embargo, ante un atropello, ante la amenaza de expulsión a quienes piden asilo político. Por creerlos, nada más que por creerlos libertarios, alza su voz solidaria y defiende, sin vacilar, sus derechos.

A lo largo de su dilatada andadura parlamentaria, también se posicionará contra la guerra –compartiendo las tesis marxistas-, que la consideran una manifestación del imperialismo, y, de forma específica, contra las guerras coloniales en África que están significando la muerte, la invalidez o la enfermedad, para los miles de jóvenes, que no pueden evitar mediante pago, ser enviados al norte de África.

Ya se manifestó con motivo del desastre del 98, a favor de la Independencia de los Pueblos y de su derecho a constituir una nación.


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Sus palabras, a este respecto, son ilustrativas: “…para nosotros no hay guerra legítima; si acaso hay una: la defensa de la independencia”. Son reiteradas sus intervenciones parlamentarias en las que alza su potente y comprometida voz contra las terribles consecuencias sociales de las guerras coloniales.

Fueron muchos los asuntos en los que intervino Pablo Iglesias durante el tiempo en el que el Parlamento estuvo abierto. Este periodo estuvo marcado por una fuerte inestabilidad política. Por eso no puede extrañarnos que en varios periodos de sesiones la Cámara permaneciera más tiempo cerrada que abierta.

He dedicado, tal vez, excesivo tiempo a hablar de la labor parlamentaria de Pablo Iglesias. No quiero rehuir los aspectos más conflictivos de su andadura como la defensa del atentado personal que realizó contra Maura, y con Maura delante. Tal vez, se excediese, con estas palabras extremadamente duras, pero no hay que olvidar que Antonio Maura había sido el responsable de la sangrienta y feroz represión de la Semana Trágica barcelonesa. Sin duda éste es el motivo que le lleva a personalizar el obstáculo y a defender su expeditiva eliminación física.

Ni que decir tiene, que se armó en la Cámara el consiguiente revuelo. Iglesias hubo de salir protegido y a partir de ese instante, cuando se produjeron magnicidios, como el de Canalejas, recibió insultos, amenazas y acusaciones de ser el inductor… el autor intelectual, como se diría hoy en día. A fin de divulgar con exactitud sus palabras, reproduzco una intervención que ha sido citada, innumerables veces, pero que muy pocas ha sido dada a conocer con rigor y literalmente.

“Tal ha sido la indignación producida por la política del Gobierno, presidida por el señor Maura, que los elementos proletarios, que nosotros de quienes se dice que no estimamos los intereses de nuestro país, amándolo de veras, sintiendo las


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desdichas de todos hemos llegado al extremo de considerar que antes de que Su Señoría suba al poder debemos llegar al

atentado personal”.

Paso, a continuación, a comentar la defensa que el Diputado Pablo Iglesias hace de la revisión del proceso de Ferrer i Guardia. Cree que las injusticias y atropellos pueden y deben enmendarse y que los “crímenes de Estado” deben denunciarse con energía.

Algunas voces, con menos valentía de lo que cabía esperar, se habían dejado oír, pero eran más, muchos más los que guardaban un cobarde e interesado silencio.

El llamado caso Ferrer i Guardia, no olvidemos que, el pedagogo de ideas anarquistas, ni siquiera se encontraba en Barcelona cuando sucedieron los trágicos hechos es, en cierto modo, homologable al caso Dreyfus, que fue un error judicial que conmovió a la sociedad francesa y que ha sido considerado el origen del compromiso intelectual.

Pablo Iglesias, antes de ingresar en el Parlamento, ya se había manifestado (el 13 de Octubre de 1909) con palabras duras contra el fusilamiento de Ferrer i Guardia, al que no dudó en calificar de asesinato, así como de viles y ruines a los gobernantes que lo habían perpetrado.

De ahí, que finalice su alegato, en el que pide la revisión del proceso, con unas palabras valientes y comprometidas: “esto vamos a hacer nosotros… agitar el país, trabajar para que la revisión del proceso se realice”. Estas palabras ponen de manifiesto otro eje constante en el pensamiento, en el discurso y en la praxis política de Pablo Iglesias: Unir la acción parlamentaria con la lucha en la calle.

Acostumbraba a ironizar Voltaire diciendo que pretender decirlo todo es la mejor forma de ser aburrido y cargante. Sin duda,


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podría ser interesante señalar las opiniones y las intervenciones del primer Diputado obrero sobre otros asuntos, pero razones, no sólo de tiempo sino de prudencia, nos impiden alargar más este epígrafe.

Recuerdo que fue mi padre quien primero me habló de la labor parlamentaria de Pablo Iglesias. Escuchar de sus labios su honradez, su incorruptibilidad y su valentía hizo que lo venerara y sirvió de acicate para realizar mis primeras lecturas sobre él e iniciar la adquisición de los conocimientos básicos sobre su figura señera. Vinieron después los textos de Morato, el libro de María Teresa Martínez de Sas, que recoge su tesis doctoral, las páginas de Tuñón de Lara, de Zugazagoitia y Araquistain... más tarde aprecié el valor metodológico y el trabajo exhaustivo de Martínez Cuadrado… después vinieron la historia del Partido de Gómez Llorente hasta el año 21, los escritos de Enrique Moral, los de Santos Juliá y sobre todo, la obra del propio Iglesias. Con ese material se fue conformando mi proceso de formación y aprendí no sólo a amar sino a apreciar y a respetar la gran tarea que realizó “el abuelo”.

III.

Los contextos, nacional e internacional, en los que desarrolló su andadura parlamentaria.

Tuvo que hacer frente a una etapa violenta y convulsa en la que se produjeron la Primera Guerra Mundial, llamada por algunos historiadores Primera Guerra Civil Europea, la revolución bolchevique que dio lugar al nacimiento de la III Internacional, la quiebra de los principios internacionalistas, el ascenso del fascismo y la profunda modificación del mapa europeo.

Todo cuanto sucedía le interesaba y lo iba comentando o divulgando en “El Socialista”, en sus colaboraciones en otros medios y alguna vez, en sus intervenciones en el Congreso de los Diputados.


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Es significativa a este respecto su inicial simpatía por la Revolución Rusa pero, su oposición a que el Partido Socialista se adhiriera a la III Internacional, a causa de su férreo funcionamiento jerárquico, dictatorial y antidemocrático. Pablo Iglesia concebía el socialismo indisolublemente unido a la libertad y supo ver los peligros que entrañaba la obediencia ciega a Moscú.

Igualmente merece la pena destacar sus planteamientos en 1917 y su postura sobre la huelga general o que convirtiera la defensa del derecho de huelga en un punto estratégico de su pensamiento político y praxis sindical.

Considero que para entender cabalmente su vida y su pensamiento es necesario dar un somero repaso a las características más destacadas de la España que le tocó vivir.

España presentaba un considerable retraso económico, industrial y cultural con respecto a Europa. Sólo se habían incorporado a la industrialización Euskadi y Cataluña, el resto del país languidecía en medio de un páramo, nítidamente preindustrial. Voces intelectuales solicitaban europeizarse para combatir esta situación. España era el problema, Europa la solución.

España vivía un considerable atraso científico y cultural. Algunos habían señalado que la ausencia de pensamiento y de ciencia, eran las dos lacras históricas de mayor peso que tenían sumido al país en una gigantesca parálisis. El abismo que separa a España de los demás países europeos más avanzados puede apreciarse en los siguientes rasgos, expuestos a vuelapluma y naturalmente incompletos.

Durante los años que Pablo Iglesias ocupó un escaño en el Parlamento, Madame Curie logra aislar el radio y Thomas Hunt renueva la genética; mientras que Rutherford precisa la naturaleza del átomo así como su desintegración. Por desgracia, esto contrasta con un país que no ha logrado, ni siquiera, asomarse a experiencias científicas básicas, menos aún a investigaciones. Es éste el amargo


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fruto de siglos de aislamiento y oscurantismo en los que la Inquisición ha perseguido cualquier intento de hacer ciencia. Por su parte, en cuanto al desarrollo cultural y de pensamiento, por estos años, suceden los siguientes hechos de relieve: Sigmund Freud publica “La introducción al psicoanálisis” y Marcel Proust “En busca del tiempo perdido”, mientras que en España asistimos a las publicaciones, muchas de ellas casposas y casticistas, de la Generación del 98, con las notables excepciones de Machado y Valle-Inclán que fue acusado, por críticos atrasados y miopes, de escribir obras irrepresentables. En lo que a avances sociales, comparemos tan solo, la sociedad española de comienzos de siglo, con Gran Bretaña, donde las mujeres consiguen, tras la lucha de las sufragistas, el derecho a voto.

España presentaba un índice de analfabetismo muy superior al de los países de nuestro entorno. Faltaban escuelas, faltaban maestros, apenas tenían influencia los periódicos. El nivel cultural era muy precario. El panorama desolador.

España presentaba una caduca estructura caciquil del Estado, o dicho de otra forma, quienes gobernaban eran los caciques. Durante la Restauración ellos eran quienes decidían la vida política. Se ponían de acuerdo y mediante trampas, triquiñuelas y unas leyes electorales que amparaban sus manejos decidían las elecciones y controlaban la vida política. Me causa indignación y desasosiego la línea que sigue un determinado revisionismo reaccionario que intenta convertir la Restauración en un periodo de paz social, en cierto modo agradable y predemocrático e incluso, en muchos aspectos, en un ejemplo a seguir. La denominación, de la Fundación Cánovas del Castillo, no es ajena a este proceso.

España, como resultado de no haber realizado la revolución industrial, presenta una clase media cuantitativamente escasa y carente de peso específico. En estos años no es homologable la burguesía española a la europea, pese a excepciones notables y respetabilísimas, como el grupo de prohombres que fundaron la Institución Libre de


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Enseñanza o algunos núcleos regeneracionistas que propugnaban la necesaria modernización del país. Paralelamente la clase obrera era débil, aunque comienza a organizarse y a crear los primeros núcleos de resistencia.

He ahí, la tarea más destacada de Pablo Iglesias: organizar, vertebrar, expandir las ideas y dotar de una estrategia al naciente movimiento obrero.

La situación de los trabajadores es prácticamente manchesteriana, largas jornadas de trabajo y bajos salarios. Como de muestra, basta un botón, señalaré tan solo que hasta principios del Siglo XX no se promulgó la Ley de Descanso Dominical en la católica España.

La situación del campesinado es miserable y paupérrima, teniendo que sobrevivir en condiciones inhumanas en un país de grandes latifundios, de improductividad, de abusos y donde la máxima aspiración de algunos es vivir de las rentas.

España probablemente tenga la Iglesia Católica más medieval, atrasada e instalada en principios tan caducos como “la alianza del altar y el trono”. No pretende otra cosa que el catolicismo siga siendo la religión oficial del Estado, ejercer un control férreo de las conciencias y que sus principios se eleven a leyes identificando pecado y delito.

En ese marco y en medio de esos condicionamientos tuvo que desempeñar Pablo Iglesias su histórico cometido. Supo, por un lado, elaborar una estrategia a largo plazo y, por otro, luchar infatigablemente para conseguir avances tácticos significativos.

La España que le tocó vivir era manifiestamente corrupta y contra la corrupción se alzó sin contemplaciones su voz y su infatigable trabajo. Estoy convencido que un partido que combate la corrupción, es implacable con los corruptos y expulsa de su seno a


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quien incurre en ella, a la larga sabe ganarse el cariño, el respeto y el respaldo de sus bases de apoyo social.

Esos eran los años en que era frecuente escuchar… “los socialistas pueden meter la pata, pero no la mano”. Por el contrario, hoy, vivimos en una democracia de muy baja calidad, donde la corrupción acampa a sus anchas y, sobre todo, donde se entiende como algo natural disfrutar de las ventajas que comporta… y que los corruptos queden frecuentemente impunes. Tal vez, en los últimos procesos electorales los ciudadanos no hayan castigado a los corruptos pero es este un mal que si no se ataja se contagia y puede hundir en el mayor descrédito al sistema democrático a no mucho tardar.

Conmemoramos los cien años de la llegada de un Diputado socialista al Parlamento. Una conmemoración no es anotar fríamente una fecha en un calendario, es pensar que el pasado no está muerto, que puede servir para encauzar el futuro y, sobre todo, que en nuestra actuación de hoy la interpretación de ese pasado puede ser importante. De buena parte del legado de Pablo Iglesias y de sus lecciones de honradez, firmeza y valentía política podemos extraer enseñanzas que nos sean profundamente útiles en este presente incierto.

Pienso, por ejemplo, en el rigor y en la coherencia que logró imprimir Pablo Iglesias a su labor parlamentaria. Recuérdese, además, que era una minoría de uno y que hubieron de pasar largos años hasta que otros socialistas como Largo Caballero o Julián Besteiro lo acompañaran. Sin embargo, nunca se arredró, nunca dejo de hacer lo que sus convicciones le exigían.

Contrasta esto con la postura excesivamente reservona y timorata o el miedo que tenemos los socialistas a un mal resultado en los próximos comicios. Es importante contar con respaldo social, pero este sólo se logrará si no decepcionamos a nuestros votantes y si defendemos, sin arrugarnos, sus intereses. Es pertinente la pregunta ¿han abandonado los electores a determinados políticos? o por el


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contrario ¿no han sido acaso ciertos políticos quienes han dejado inermes, hastiados, a sus bases de apoyo social?

Pocas citas hay más conmovedoras del Quijote que aquella en que el hidalgo de la triste figura proclama: “Yo sé quien soy”. ¿Sabemos nosotros quienes somos? Pablo Iglesias, desde luego, lo sabía y a lo largo de su dilatada vida tuvo perfectamente establecido sus referentes. ¿Lograremos recuperar los socialistas los referentes que hemos ido dejando abandonados a lo largo del camino?

No debemos olvidar ante quien debemos rendir cuentas y que aquellos que nos han llevado a ocupar cargos institucionales tienen el derecho, no sólo de criticar nuestra labor, sino de que les rindamos cuentas y les demos explicaciones veraces de todos los pasos y decisiones que nos hemos visto obligados a adoptar y de los condicionantes que los han hecho inevitables. Por extraño que pueda parecerle a algunos, rendir cuentas es un acto profundamente democrático… y creer que se está por encima, un acto profundamente soberbio y… casi casi suicida.

Hubo un tiempo en el que era moneda de uso corriente hablar de la teoría de “las dos ruedas”. De la unidad y del reparto de papeles entre partido y sindicato. Pablo Iglesias fue el fundador del PSOE y de la UGT. Vamos bien cuando hacemos esfuerzos en la misma dirección y tiramos juntos del mismo carro. La unidad de acción del PSOE con los sindicatos de clase ha de constituir, a todas luces, un objetivo estratégico y tener un carácter, desde luego, prioritario. Puede haber críticas, puede haber desencuentros pero, por encima de éstos, olvidar nuestros intereses comunes… es abrir una dolorosa brecha que sólo puede beneficiar a la derecha.

Otra de las enseñanzas que podemos extraer de su ejemplo es el de mantener una línea de trabajo constante a lo largo de toda su vida. Nuestros fundadores creyeron en la capacidad transformadora del trabajo, en que el trabajo y el esfuerzo terminaban por dar sus frutos.


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Pablo Iglesias derrochaba trabajo a raudales. Junto a todas las áreas que hemos ido destacando, conviene traer ahora a colación, su faceta de luchador que iba eliminando obstáculos a fuerza de dedicación y de una voluntad férrea.

Acostumbraba “el abuelo” a ponerse en contacto con las Agrupaciones Locales. Periódicamente, por los motivos más nimios entablaba correspondencia con los compañeros y les comunicaba las acciones a emprender, les daba ánimos o comentaba sus avances en materia de afiliación… pues bien, sus cartas solían terminar con un “salud para los que por ahí trabajan”.

¿Nos hacemos, hoy, acreedores al saludo de Pablo Iglesias? La excesiva comodidad, la burocratización, la endogamia y la pérdida de contacto con nuestros votantes… son una parte importante de lo que nos pasa y de lo que nos ha llevado a una situación difícil y comprometida donde no es sencillo reconocer nuestros orígenes. Hemos de salir del ensimismamiento y saber que las cosas no se arreglan solas, que nuestro esfuerzo, unido al de otros, es el que puede animarnos, reverdecer viejos laureles y proporcionarnos nuevos éxitos políticos y sociales.

De nuestro fundador, también, podemos obtener otra enseñanza importante. Nos marcó el camino indicándonos que la ideología nutre y moviliza. El pensamiento lleva a la acción. Vivimos una etapa de bastante descreimiento, crisis de valores y hasta cinismo. La falta de ideología tiene el efecto de apartar a los nuestros de la lucha y nos perjudica. La desideologización nos impide creer en nosotros mismos y saber que tenemos un proyecto que realizar. Quienes luchan contra la desideologización son fieles al legado de Pablo Iglesias.

Por último, aunque podríamos seguir comentando las enseñanzas que podemos extraer de “el abuelo”, centraré la atención en un último aspecto. Luchó hasta la extenuación por arrancar


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conquistas sociales. Su labor, dadas las características de su tiempo, sólo alcanzó algunos objetivos parciales.

Sin embargo, la actuación de socialistas y socialdemócratas con la colaboración de otras fuerzas progresistas lograron implantar, tras la Segunda Guerra Mundial, el Estado del Bienestar. Por lo que respecta a España la universalización de derechos básicos, como la salud o la educación, la realizaron gobiernos socialistas.

¿Podemos asistir, impasibles, al desmantelamiento del Estado del Bienestar?, ¿podemos permitir que el sector público se privatice? Quienes hoy encarnan el legado del Pablo Iglesias han de posicionarse, nítidamente, en su defensa. ¿Cómo resistir los ataques de la derecha?, ¿cómo combatir ese furor liquidacionista que domina a sus líderes e ideólogos?

Aunque intenten desmoralizarnos y convencernos de lo contrario, hemos de seguir considerando que la fuerza de trabajo y el bienestar social tienen más importancia que las especulaciones, supuestamente, financieras de tahúres profesionales. La lección es clara. Trabajar, producir más, trabajar con competencia y profesionalidad, saber crear valor añadido… y, no olvidar que una buena formación es básica pero que la finalidad del trabajo es mejorar la sociedad y que la rentabilidad social tiene mucho más valor que los beneficios de unos pocos.

Hemos de saber, sobre todo, que los mercados, ayudados por los medios de comunicación no deben imponernos su tiranía, ni mucho menos, configurar una sociedad de mercado donde las personas y sus ideales no tengan apenas importancia.


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IV.

Pablo Iglesias en el recuerdo

El trabajo da sus frutos. La multiplicación de esfuerzos para sacar a delante proyectos de gran envergadura pese a su quebrantada salud, es un exponente más de su grandeza moral y de su altura de miras.

Su inteligencia, su honestidad, su defensa férrea de los oprimidos no pasaron desapercibidas a los hombres y mujeres de mayor talento y generosidad. Nunca pudieron olvidarlo, quienes tuvieron la oportunidad de conocerlo y de escuchar su voz comprometida… o quienes habiendo nacido tras su muerte recibieron el testimonio de quienes lo habían conocido.

La grandeza de un hombre se mide por el cariño, la admiración y el respeto que es capaz de dejar tras de sí. El entierro de Pablo Iglesias fue una gran manifestación de duelo, que congregó a todo el pueblo de Madrid, para decir adiós a quien lo había dado todo por

mejorar la situación de los trabajadores y luchar porque hubiera más justicia y más igualdad. Si hubiese que destacar los tres actos más

Pablo Iglesias leyendo El Socialista. Fundación Pablo Iglesias


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significativos del siglo XX que tuvieron lugar en la ciudad de Madrid, con toda seguridad, el entierro de Pablo Iglesias sería uno de ellos.

Su voz y su figura dejaron una profunda huella en todos los que le conocieron. Nos han ido brindando un conjunto de ideas y de visiones que nos sirven para trazar un nuevo perfil de Pablo Iglesias, el que los demás vieron, el que ha ido forjando el imaginario colectivo, la impronta que ha ido depositando en el corazón de políticos, intelectuales y poetas.

Quiero comenzar con unas palabras de cariño y afecto de Jaime Vera. Es oportuno recordar sus diferencias estratégicas, sus encontronazos, las posiciones claramente diferenciadas que mantuvieron con respecto a la colaboración con las fuerzas burguesas avanzadas y que motivaron, durante algunos años, el alejamiento del doctor Vera, del ateneísta Vera, del Partido Socialista.

Los hombres de bien tienen un corazón grande que no les impide sentir cariño y admiración hacia aquellos de los que discrepan en cuestiones políticas o estratégicas. Quizá fuese Jaime Vera el teórico marxista de más altura y nivel que tuvo el Partido Socialista en muchos años. Su famoso “informe” ha quedado como un texto de referencia. Las diferencias entre los dos amigos, se fueron mitigando. La presencia del PSOE en la Conjunción Republicano-Socialista y, sobre todo, un artículo de “el abuelo”, del final de su vida que lleva por título “El Partido Socialista no excluye a nadie” así lo atestigua. Pues bien, para Jaime Vera, Pablo Iglesias es, fundamentalmente un corazón en el que caben todos los socialistas. He aquí sus palabras:

“No extrañe a nadie nuestro cariño y nuestros sentimientos de admiración para mi viejo camarada Iglesias. Iglesias es nuestro órgano, Iglesias es nuestra lengua, Iglesias es parte

nuestra; de nuestra carne, de nuestra sangre; Iglesias es un


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pedazo de inmenso corazón que hemos formado fundiendo en

uno los corazones de todos”.

Ortega y Gasset, del que ya hemos citado un artículo comentando la presencia saludable y vigorosa de Iglesias en el Parlamento. Ortega, en su diario personal, tiene una visión del líder obrero casi mitificada.

Con “el abuelo” sucede que cada uno ve en él un ángulo, una perspectiva; curiosamente aquello que más valora. Para el filósofo madrileño, Pablo Iglesias es europeo, y forma parte de esa otra España que está en condiciones de superar las lacras y de sentar las bases de su futuro.

“Al anochecer voy al paseo de Rosales… la línea de la cortada sierra se desarrolla sobre el horizonte, limpia, clara, de color violeta… sobre este fondo se me aparece la figura de Pablo Iglesias que camina solo… dan los reflejos de oro y sangre una patética reverberación a su noble cabeza de apóstol europeo”.

Enrique Tierno Galván, que falleció en enero de 1986, fue un excelente teórico, intelectual, profesor y gran alcalde de Madrid. Consiguió, lo que muy pocos logran: ser querido y vitoreado con cariño por el pueblo.

Junto con el de Pablo Iglesias su entierro fue otra gran manifestación de duelo. Los madrileños personificaron en Enrique Tierno la labor y la gestión de los primeros ayuntamientos socialistas y de izquierdas de la etapa democrática.

Lo querían por su ironía, por su cercanía y por su sentido del humor. Hay ciudadanos que, todavía, conservan, como oro en paño, sus célebres bandos.

Pues bien, Tierno, valora especialmente el ejemplo ético de Iglesias que supo dar dignidad a toda la clase obrera. Y, también,


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destaca su tarea como organizador y creador de un Partido y un Sindicato efectivos e influyentes en la sociedad española y caracterizados por su honradez e incorruptibilidad.

“La clase trabajadora española, adquirió mayor densidad moral y un sentimiento profundo de su propia dignidad y de su responsabilidad como clase ejemplar, tanto más ejemplar cuanto más sufrida. Gracias a Pablo Iglesias, por su influencia personal, se construyó un partido de cuadros, que eran un modelo para el resto de la sociedad española y un sindicato que mantuvo principios inconmovibles de escrupulosidad en el comportamiento y en los compromisos”.

Podrían citarse innumerables textos de compañeros, de políticos o intelectuales que recogen el ejemplo y lo que ha significado la presencia de Pablo Iglesias en sus vidas. No obstante, me voy a ceñir a cuatro testimonios más aunque sería interesante en otra conferencia hablar únicamente de la huella que Pablo Iglesias ha sabido dejar en cuantos le conocieron y cuyo resplandor no se ha apagado hasta hoy.

Me interesa el testimonio de quienes han estado condenados a muerte, en las frías y lúgubres cárceles franquistas. Pues bien, ni olvidaron entonces, ni después, el significado de un hombre ejemplar, de un proyecto y de una clase. Es de destacar en el texto del poeta José Hierro, que cito a continuación la importancia de la transmisión oral del conocimiento.

El haber compartido cárcel con Zugazagoitia y con otros socialistas y republicanos despierta en el joven Hierro la curiosidad porque quienes le habían conocido le contaran de primera mano ¿cómo era Pablo Iglesias? El texto pone de manifiesto lo duro y brutal de la represión de la que, sin embargo, estos socialistas y republicanos ejemplares supieron salir para, tras años de silencio, preparar el camino a la libertad y a la democracia.


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Fue entonces cuando vi el rostro de Zugazagoitia. Aunque sería más exacto decir que no llegué a ver su rostro, sino su figura lejana, abajo, en el patio, cuando los demás estábamos en las galerías. Creo que eran cuatro figuras de nombre familiar: Cruz Salido, Teodomiro Menéndez, Rivas Cherif. Corrían rumores de que habían sido traídos a España por la Gestapo. Cuatro siluetas lejanas de las que llegué a conocer dos rostros: el de Rivas Cherif, cuñado del mitificado Azaña de mi padre, y el de Teodomiro Menéndez, grabado en mi mente adolescente cuando, durante el octubre de 1934, se arrojó desde una ventana cuando fue detenido. Un mito mío al que oí hablar con cerrado acento asturiano de pintorescos sucesos que tenían como protagonistas a los concejales republicanos del ayuntamiento de Gijón. Y pensé que algún día Zugazagoitia podría contarme cosas de aquel desvaído Pablo Iglesias.

José Hierro nunca pudo hablar con Julián Zugazagoitia porque lo fusilaron antes y no le quedaron fuerzas para leer su biografía de Pablo Iglesias. Sucedieron estos hechos en 1941 en la 4ª galería de la Cárcel de Porlier.

He guardado para el final, dos textos que hablan del poder persuasivo de la voz de Pablo Iglesias. El primero de ellos es, nada menos, que de Antonio Machado, quien dice haberse sentido traspasado en su infancia por el verbo ardiente y la verdad humana de Pablo Iglesias. Antes, incluso, de entender lo que dice, se conmueve por el timbre de su voz. Parece que es verdad lo que este hombre dice, o lo que es lo mismo, este es un hombre auténtico, un hombre de una pieza.

“De lo único que puedo responder es de la emoción que en mi alma iban despertando las palabras encendidas de Pablo Iglesias. Al escucharle, hacia yo la única honda reflexión que sobre la oratoria puede hacer un niño “parece que es verdad lo que este hombre dice: la voz de Pablo Iglesias tenía para


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mí, el timbre inconfundible e indefinible de la verdad

humana”.

El último texto que viene a cerrar este mosaico es de María Zambrano. La filósofa, profesora y ensayista, ganadora del Premio Cervantes, es un fiel exponente de una generación de mujeres republicanas, brillantes, decididas a luchar por sus derechos, que creyeron en sí mismas y en el nuevo papel que, gracias a la República estaban decididas a desempeñar. Fueron brutalmente golpeadas, asesinadas, exiliadas o silenciadas por la dictadura. María Zambrano ve a Pablo Iglesias como un arquitecto de la palabra, es decir, nada más y nada menos que un hombre que construye la realidad a base de palabras, es por tanto, la suya una voz que se proyecta y que sigue proyectándose, todavía, hasta el presente. La voz de Pablo Iglesias ha organizado y dado dignidad a una clase. Es una voz de la que los socialistas nos sentimos orgullosos. Una voz singular y única en la historia de España.

“¿Quién era, es Pablo Iglesias en verdad? Un arquitecto que edifica con la palabra hablada, no sólo un Partido político, no unas agrupaciones de obreros y trabajadores de todas clases con vistas a una sociedad nueva, sino con ser todo ello cosa seria, respetable y aún grandiosa es algo más, algo que viene

de lejos y que se hace entender por la palabra hablada, dicha

en alta voz y por tanto por la voz misma. Una voz”.

Voy a terminar estas reflexiones. Lo hago señalando mi total convencimiento de que Pablo Iglesias es un tema abierto. La historia y los hechos están ahí, son los que son, pero, es nuestra labor y nuestra responsabilidad interpretar esos hechos y extraer enseñanzas y consecuencias del pasado, que nos ayuden a orientar nuestra acción en el presente, sin perder el norte, los referentes ideológicos del proyecto del que formamos parte y al que pertenecemos.


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Como María Zambrano señala, Pablo Iglesias es una voz, y mucho más que una voz. Es, también, un guía político cargado de contenidos éticos.

He dedicado la mayor parte de esta conferencia a glosar al Pablo Iglesias, Diputado. El Parlamento ha sido, es y debe seguir siendo la casa de la palabra y no estaría de más que lo tuviéramos presente en lugar de convertirlo en un circo, como a veces sucede, o en la casa donde pueden leerse en el Diario de Sesiones textos mediocres, llenos de lugares comunes y de rutina… que difícilmente logran remontar el vuelo.

He intentado unir mi voz a otras voces para conmemorar un siglo de acción socialista en el Parlamento. Este ciclo de conferencias, iniciado tan brillantemente por Gómez Llorente, ha de servirnos para recordar quienes somos y para que no olvidemos cual es nuestro lugar, nuestras obligaciones y hacia donde hemos de dirigir nuestros anhelos.

¡Ojalá!, estas palabras puedan ser útiles a estos fines.


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BIBLIOGRAFÍA

En primer lugar citaré aquellas obras que por su contenido histórico han servido de base para conformar el marco en el que se fundó el Partido Socialista Obrero Español, así como los rasgos más destacados de la época, la vida y la obra de Pablo Iglesias.

� Elecciones y Partidos políticos de España (1868-1931) Miguel Martínez Cuadrado Editorial Taurus. 2 vol. - Madrid, 1968

� El socialismo y la España oficial (Pablo Iglesias Diputado a Cortes)

María Teresa Martínez de Sas Tucar Ediciones – Madrid, 1975

� Pablo Iglesias y su tiempo. (Apuntes Históricos) Andrés Saborit - Edición a cargo de Abdón Mateos Editorial Pablo Iglesias - Madrid, 2009

� Aproximación a la historia del Socialismo Español Luis Gómez Llorente Cuadernos para el Diálogo - Madrid, 1972

� Los socialistas en la política española (1879-1962) Santos Juliá Editorial Taurus, Madrid 1997

En segundo lugar aquellas biografías o textos que hacen de la trayectoria vital e histórica de Pablo Iglesias y de los momentos más significativos que vivió, el núcleo de atención.

� Pablo Iglesias, educador de muchedumbres Juan José Morato Ariel - Barcelona 1968


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� Pablo Iglesias, una vida heroica Julián Zugazagoitia Pablo Iglesias – México D.F. 1965

� Pablo Iglesias, rasgos de su vida íntima Juan Almela Meliá Madrid, 1926 Reeditada, obras completas. Fundación Pablo Iglesias -

Madrid. 2000

En tercer lugar me parece oportuno reseñar aquellas obras, por lo general colectivas, que han realizado Fundaciones y Centros de estudio, destinadas a dar a conocer el pensamiento, la trayectoria y la importancia de la figura de Pablo Iglesias.

� Pablo Iglesias (1850-1925) Perfiles de su vida y pensamiento Amalia Castro, Luis Gómez Llorente, Javier Ibáñez, A.

Martín-Nájera Escuela Julián Besteiro, Madrid 2001.

� Clásicos del Socialismo – Nº 1 Pablo Iglesias A. Chazarra, E. Moral, G.

Santesmases, E. Baquedano, A. Martín Nájera Fundación Cemes – FSM-PSOE, Madrid, 1997

� Pablo Iglesias, una figura señera Indalecio Prieto Oasis (Convulsiones de España), México 1967

� Pablo Iglesias, 1850-1925 Catálogo Exposición Diciembre 2000 Casa de Vacas, Madrid Comisarios de la Exp.: Virgilio Zapatero y Patricia

Barbadillo

En cuarto lugar, me ha parecido oportuno, indicar determinadas obras destinadas a divulgar los escritos de Pablo Iglesias


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pertenecientes a informes realizados por el Fundador del PSOE y de la UGT, así como artículos y colaboraciones aparecidos en El Socialista y en otros periódicos y revistas.

� Pablo Iglesias (escritos 1) Reformismo social y lucha de clases

Recopilador Pérez Ledesma Ayuso - Madrid, 1976

� Pablo Iglesias (escritos 2) Artículos de Presa Selección Luis Arranz Ayuso - Madrid, 1976

En quinto lugar señalaré números monográficos dedicados a Pablo Iglesias realizados por revistas de Historia y Pensamiento

� Monográfico sobre Pablo Iglesias Enrique Moral, Antonio Elorza … Revista Sistema, Octubre 1975

� El “abuelo” romántico o revolucionario Besteiro, Araquistain, Ramos-Oliveira, Prieto… Revista de Historia, Noviembre 1975

He realizado, asimismo, consultas en la hemeroteca nacional y en el diario de sesiones del Congreso de los Diputados, especialmente en el periodo correspondiente a 1910-1914.

En cuanto a artículos de periódicos, por cuestiones de espacio no me ha parecido oportuno incluir ninguno excepto los que forman parte de las obras anteriormente citadas.


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LA LABOR MUNICIPAL Y PARLAMENTARIA DE DOS UGETISTAS MADRILEÑOS: FRANCISCO LARGO CABALLERO Y JULIÁN BESTEIRO FERNÁNDEZ

Aurelio Martín Nájera Director del Archivo y la Biblioteca Fundación Pablo Iglesias

Antes de entrar propiamente en materia, me gustaría hacer unas consideraciones generales previas sobre la historia del socialismo español.

Primera, señalar que al hablar de socialismo español nos estamos refiriendo a la historia conjunta de dos organizaciones que comparten fundador: Pablo Iglesias Posse. El Partido Socialista Obrero Español, que fue creado en 1879 y la Unión General de Trabajadores, que lo fue poco después, en 1888.


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En los más de 130 años transcurridos, la mayoría de este tiempo no ha existido distinción entre Partido y Sindicato; y, además, hasta época muy reciente, según los estatutos, todos los militantes del PSOE debían pertenecer obligatoriamente al sindicato UGT.

A excepción de los años de la Segunda República (1931 a 1939) y desde 1988 hasta nuestros días, lo normal era que las personas que pertenecían a la UGT considerasen que a su vez formaban parte también del PSOE.

Por ejemplo, tras la escisión del PSOE en 1921 la Memoria del siguiente Congreso ordinario del Partido citaba la disminución en la afiliación sufrida y no la achacaban al abandono de los partidarios de la Tercera Internacional que, finalmente, fueron muy pocos, sino al hecho de que muchos compañeros creían que con el pago de la cuota de militante en la UGT cubrían también su afiliación al PSOE. Se sentían socialistas y no hacían distinción entre sindicato y partido.

En las localidades pequeñas no existía nada más que una organización, generalmente una Sociedad Obrera Socialista que primero se incorporaba a la UGT y que más tarde o al mismo tiempo pedía el ingreso en el PSOE. Era una afiliación colectiva. Fue diferente en las grandes ciudades, pues al existir multiplicidad de sociedades y sindicatos, la afiliación al PSOE pasaba a ser una decisión individual.

De esta situación, que fue general durante mucho tiempo, hemos descartado el período de la Segunda República, ya que a partir de abril de 1931, la Comisión Ejecutiva del PSOE no admitió los ingresos colectivos de las Sociedades Obreras que ahora tenían una gran cantidad de afiliados. A estas sociedades obreras se les recomendó la pertenencia a la UGT y que sólo los más interesados de las mismas constituyesen la Agrupación Socialista que pidiera el alta en el Partido.


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Aun así, incluso en plena guerra civil, la Comisión Ejecutiva del PSOE solicitó reiteradamente la separación de lo que ellos denominaron «Sociedades Mixtas PSOE y UGT».

A partir de 1939, tras la derrota en la guerra civil, en el exilio y en la clandestinidad se volvió a la militancia única socialista, sin hacer distinción entre organización sindical y política. Y así fue de nuevo por lo menos hasta la «ruptura» PSOE-UGT que se inició en 1985 y que se confirmó con la huelga general de diciembre de 1988.

* * * El segundo tema que quiero abordar es el de la democracia en

las organizaciones socialistas: PSOE y UGT. El funcionamiento democrático real que siempre tuvieron tanto las Sociedades Obreras como las Agrupaciones Socialistas.

Los cargos orgánicos y de representación se elegían siempre en asamblea de todos los afiliados y aquéllos sólo rendían cuenta ante la misma asamblea que los había designado.

Tanto los concejales y los diputados provinciales como los vocales obreros en el Instituto de Reformas Sociales y de otros organismos de la misma índole, tuvieron siempre autonomía plena de funcionamiento. Ellos tomaban las decisiones que afectaban a su representación y posteriormente los colectivos que los habían elegido fiscalizaban su actuación, ratificando o desaprobando su gestión. Esto fue así tanto para los cargos representantes de la UGT como del PSOE.

El afiliado nunca podía ser expulsado por los organismos provinciales o nacionales. Eran las Sociedades Obreras o las Agrupaciones Socialistas las únicas que podían tomar medidas disciplinarias contra sus miembros y éstos siempre tenían la posibilidad de recurrir su sanción ante el órgano máximo de decisión.


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Eran los Congresos nacionales del PSOE y de la UGT quienes, en última instancia, decidían sobre las expulsiones de militantes.

Podríamos citar muchos ejemplos de lo que afirmamos. Vamos a limitarnos a dos.

En 1911, tras la huelga general en apoyo de los mineros de Vizcaya, fueron clausuradas numerosas Casas del Pueblo y encarcelada la Comisión Ejecutiva de la UGT. Entonces, los vocales obreros del Instituto de Reformas Sociales decidieron retirarse del mismo en señal de protesta por la represión desencadenada.

Al año siguiente, restablecida en parte la situación, se dirigieron a la Comisión Ejecutiva de la UGT pidiendo su aprobación para reintegrase a sus tareas en el Instituto de Reformas Sociales. El mismo Pablo Iglesias, según recogen las actas de la UGT, contestó a su petición «vosotros decidisteis salir, vosotros sois los que tenéis que decidir si volvéis o no».

El otro ejemplo. Cuando en abril de 1936 el Grupo Parlamentario Socialista en el Congreso de los Diputados cerró la puerta a un posible gobierno presidido por Indalecio Prieto, no fueron los órganos de dirección del PSOE (Comisión Ejecutiva y Comité Nacional) los que tomaron la decisión, sino que fue el Grupo Parlamentario en ejercicio de su plena autonomía (y con mayoría de diputados afines a las tesis de Largo Caballero) quien decidió rechazar cualquier tipo de colaboración gubernamental con los republicanos.

El funcionamiento democrático de las organizaciones socialistas se mantuvo aún en las condiciones de clandestinidad bajo la dictadura franquista. Al consultar los legajos de los Consejos de Guerra de las desarticulaciones policiales de las organizaciones socialistas en los años cuarenta, hemos encontrado en los mismos documentos muy relevantes. Entre ellos, circulares por las que el Comité Provincial del PSOE de Madrid consultaba la opinión de los


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presos socialistas de varias cárceles de la capital de España sobre importantes decisiones políticas a tomar. Por ejemplo, para la Asamblea de Delegados celebrada en 1947 en Francia, donde se debía decidir la aceptación o no por parte de Rodolfo Llopis de la presidencia de la República en el exilio, se solicitó a los presos su parecer; lo curioso era que en la misma circular se señalaba que lo más probable era que la respuesta no llegase a tiempo porque había que dar una contestación urgente, pero aun así ellos querían conocer la opinión de sus compañeros en prisión.

También disponemos de testimonios de cómo las colectividades de presos reprobaron algunas decisiones tomadas por los órganos de dirección. Por ejemplo, cuando en 1946 se expulsó a Juan Negrín y a varios de sus seguidores, el colectivo de presos socialistas de la prisión de Alcalá de Henares «recordó» a la Comisión Ejecutiva que ella no podía expulsar a ningún militante, que tenía que hacerlo la colectividad a la que éste pertenecía y, en última instancia, el Congreso del Partido.

Es importante resaltar estos ejemplos para ver que incluso en las difíciles condiciones de la clandestinidad, nunca desapareció el espíritu crítico y la participación democrática de los militantes socialistas. En las organizaciones socialistas españolas siempre existieron discrepancias y divergencias consecuencia del espíritu crítico de sus militantes y la libertad para la expresión de opiniones críticas y diferentes.

* * * El tercer punto previo que quiero señalar es el papel

desempeñado por las Casas del Pueblo en la historia del socialismo español.


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Las Casas del Pueblo fueron el espacio físico donde las organizaciones socialistas intentaron desarrollar una sociedad paralela y diferente a la que vivían de puertas afuera.

Las actividades que se realizaban en ellas eran de todo tipo. Desde la asistencia médica a través de las Mutualidades Obreras a la educación de niños y adultos por medio de las Escuelas Laicas Graduadas, pasando por todo tipo de actividades culturales y deportivas, como fueron la creación de grupos teatrales, orfeones, grupos excursionistas, etc.

Las Casas del Pueblo diseminadas por toda la geografía española ofrecieron a sus afiliados importantes servicios y prestaciones y además fueron una escuela activa del aprendizaje democrático ya que todos sus organismos practicaron escrupulosamente la elección y el control democrático de sus representantes.

Fueron la base en la que se cimentó el intento de construir una sociedad más libre, igualitaria y solidaria.

La labor de Julián Besteiro Fernández y Francisco Largo Caballero como concejales y diputados

Mientras vivió Pablo Iglesias fue, sin duda, el máximo dirigente tanto del PSOE como de la UGT. Pero esto no quiere decir que su criterio triunfara siempre.

Hay numerosos ejemplos de la falta de unanimidad respecto a sus propuestas e incluso de grandes «reveses políticos», como el que sufrió en la Agrupación Socialista Madrileña en 1903 respecto a la propuesta de colaboración con los partidos republicanos, que salió adelante contra su voluntad.


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En este sentido, Andrés Saborit ha expresado muy bien esta situación:

«Se ha de insistir en que el Partido Socialista no fue nunca una capilla donde un sacerdote dijera misa y todos los demás tuviéramos que oírle de rodillas. Nosotros nunca estuvimos educados en semejante escuela…»

Y, como ejemplo, cuenta lo sucedido en una asamblea de la Agrupación Socialista Madrileña, donde se discutió la postura del Partido ante la Primera Guerra Mundial:

«Después de dar cuenta de su gestión como Diputado a Cortes y defender su punto de vista sobre la participación de España en la guerra europea… Al preguntar el presidente de la Asamblea, como era obligado hacerlo, si se aprobaba la gestión del diputado socialista; yo sentado en mi sitio debajo del reloj de la pared del salón grande de la Casa del Pueblo dije, sin haber intervenido en el debate: con mi voto en contra. Y lejos de donde yo estaba, en los bancos de enfrente, surgió la voz de Largo Caballero que añadió: Y el mío.»

En los últimos años de su vida, la actividad de Pablo Iglesias se vio muy mermada por la enfermedad. Desde 1915-1916, un grupo reducido formado por Julián Besteiro, Francisco Largo Caballero, Indalecio Prieto y Andrés Saborit fueron paulatinamente haciéndose cargo de la dirección del PSOE y de la UGT. De tal modo que, en diciembre de 1925, cuando falleció Pablo Iglesias, este núcleo dirigente tenía todos los resortes del poder en los órganos de dirección nacional del socialismo español.

Besteiro y Largo Caballero eran dos personas antagónicas en cuanto a formación y clase social.


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Julián Besteiro, nacido en Madrid el 21 de septiembre de 1870, era Catedrático de Instituto desde 1897, primero en Orense y luego en Toledo. Amplió estudios en las Universidades de París, Munich, Berlín y Leipzig. En 1912 obtuvo la cátedra de Lógica de la Universidad Central de Madrid. Empezó militando en la Unión Republicana por la que fue concejal en Toledo en 1905. Ingresó en el Partido Socialista en septiembre de 1912 y desde 1913 a 1917 fue concejal del Ayuntamiento de Madrid.

Volvió a ser elegido concejal en 1917 y 1931, aunque en esas dos ocasiones no ejerció como tal; en 1917 porque era una candidatura política, ya que en ese momento estaba en la cárcel como miembro del Comité de huelga de agosto, era una manera de hacer propaganda a favor de la libertad de los encarcelados, donde se encontraba también Largo Caballero. Se presentaron como concejales a sabiendas que no podrían ejercer esa responsabilidad. (Besteiro porque acababa de serlo y Largo Caballero porque todavía lo era).

En 1931, tanto Besteiro como Largo Caballero fueron elegidos concejales del Ayuntamiento de Madrid, pero fueron las responsabilidades que asumieron tras el triunfo de la República (Besteiro fue elegido Presidente de las Cortes y Largo Caballero Ministro de Trabajo) lo que les impidió ejercer como concejales.

Besteiro lo sería de nuevo al final de la guerra civil, cuando abandonó prácticamente la política, regresando al Ayuntamiento e incorporándose como concejal durante la guerra.

Julián Besteiro Fernández. Fundación Pablo Iglesias.


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Besteiro entró en la Comisión Ejecutiva de la UGT en 1914. Fue vocal de 1914 a 1916, vicesecretario de 1916 a 1918 y vicepresidente desde 1918 a 1928. Sustituyó a Pablo Iglesias como Presidente de la UGT en 1928, siendo elegido en este Congreso, el primero celebrado tras la muerte de Pablo Iglesias. Lo fue de 1928 a 1931. En el Congreso de 1932 fue elegido otra vez Presidente y se mantuvo en el cargo hasta enero de 1934, cuando fue forzado a dimitir junto con toda la Ejecutiva por la radicalización de la UGT.

En el Partido Socialista Obrero Español fue vicepresidente desde 1915 a 1928 y presidente desde 1928 a 1931.

Fue diputado por Madrid en todas las elecciones celebradas desde el año 1918 a 1936, siendo el representante popular que obtuvo el mayor número de votos en toda España. Fue Presidente de las Cortes en el primer bienio de 1931 a 1933.

Hay que tener en cuenta que Pablo Iglesias fue el único diputado socialista desde 1910 hasta 1918. En 1918 salieron elegidos los cuatro componentes del Comité de huelga, más Indalecio Prieto, que fue elegido por Bilbao y Pablo Iglesias. Entonces había seis diputados y se formó por vez primera un grupo parlamentario socialista. Ésta fue la época en que Pablo Iglesias, por enfermedad, prácticamente no pudo asistir al Congreso de los Diputados. La labor parlamentaria la realizaron Prieto, Anguiano, Saborit, Largo Caballero y Besteiro. En general, la labor parlamentaria de Besteiro se centró en denunciar los problemas sociales y la sangría económica y humana que se produjo a consecuencia de la guerra de Marruecos.

Francisco Largo Caballero, nacido en Madrid el 15 de octubre de 1869, provenía de una extracción social totalmente distinta a la de Julián Besteiro. A los siete años ya trabajaba, a los nueve era estuquista y a los dieciséis maestro en su profesión. Ingresó en la UGT en 1890 y en el Partido Socialista en 1894. Hay que señalar además


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que desde 1904 era vocal del Instituto de Reformas Sociales y que también pertenecía al Consejo de Dirección del Instituto.

Como concejal fue elegido en 1905, cuando también lo fueron Pablo Iglesias y Rafael García Ormaechea en el Ayuntamiento de Madrid, siendo la primera vez que entraron representantes de la UGT y del Partido Socialista en el Ayuntamiento. También fue elegido en 1917 y 1931, aunque no se incorporó como concejal. En 1917 porque ya lo era y en 1931 por sus responsabilidades ministeriales.

Largo Caballero fue también diputado provincial de 1911 a 1915. En ese momento, sólo había dos diputados provinciales socialistas en España: Largo Caballero por Madrid e Indalecio Prieto por Vizcaya.

Caballero perteneció a la Comisión Ejecutiva de la UGT desde 1899. Como vicetesorero de 1899 a 1902, luego como vicesecretario desde 1902 a 1904. Desde 1908 hasta 1918 fue vicepresidente. En 1918 fue elegido Secretario General, sustituyendo a Vicente Barrio. Este cargo lo ocupó hasta el congreso de Octubre de 1932, donde se le eligió Secretario General, aunque no aceptó el cargo y no se incorporó a la Ejecutiva. Volvió a ser Secretario General tras la dimisión de la Ejecutiva de enero de 1934, cuando la Ejecutiva que lideraban Besteiro y Saborit fue forzada a dimitir por el Comité Nacional debido a la radicalización que se produjo en la UGT. El Comité Nacional aprobó el cambio de la Ejecutiva y Largo Caballero volvió a ser Secretario General desde

Francisco Largo Caballero. Fundación Pablo Iglesias


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enero de 1934 hasta octubre de 1937, en plena Guerra Civil, donde fue forzado a dimitir por el sector negrinista.

En el Partido Socialista perteneció a la Ejecutiva desde 1899. Fue vocal de 1899 a 1902 y de 1915 hasta 1928. Vicepresidente de 1928 a 1932 y presidente desde 1932 a diciembre de 1935.

Conviene resaltar el esfuerzo que tuvo que realizar Largo Caballero para desempeñar los cargos que ocupó. Basta con saber que escribió su primer artículo en la prensa socialista en 1914, cuando tenía cuarenta y cinco años. Lógicamente, la clase social determinó las habilidades de uno y otro. Para ver cómo él mismo era consciente de sus limitaciones como escritor, reproducimos el comienzo de su primer artículo periodístico:

«El ciego del cuento decía que había cosas que “hacían ver a Dios”; del mismo modo digo yo: “Hay cosas que obligan a escribir al que no sabe”.

Esta paradoja viene a cuento porque yo, que en veintitantos años que estoy en el Partido me he negado casi siempre a escribir para nuestra prensa, no por modestia ni por falta de voluntad, sino por la sencilla razón de no saber hilar, en este caso escribo espontáneamente y, por tanto, sin requerimiento de nadie.

Lo que me ha sacado de mis casillas, aunque no sea más que por esta vez, es que desde hace algún tiempo vengo leyendo en algunos periódicos socialistas la cantinela de que “en el Partido hay divisiones”, “las envidias que hay en el Partido”, “las persecuciones que contra algunos afiliados se realiza en el Partido”, “que el exponer libremente ideas constituye delito de opinión dentro del Partido” y otras cosas parecidas que, a juicio mío, no existen más que en la imaginación de los que las escriben, como lo prueba el que todavía no han señalado un


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hecho concreto que venga a demostrar, aunque fuera aparentemente, la exactitud de sus afirmaciones.» (Acción Socialista, 17 de octubre de 1914)

Sobre Largo Caballero también hay que resaltar que participó en la creación de la OIT en 1919 y desde ese año asistió representando a la UGT a todos los Congresos Internacionales Sindicales y a todos los Congresos de la OIT.

Largo Caballero fue diputado en 1918 por Barcelona y durante la República en 1931, 1933 y 1936 por Madrid. Dentro del reparto de atribuciones, Besteiro y, sobre todo Prieto, se centraban en el tema de la Guerra de Marruecos. Prieto fue el azote parlamentario que provocó el expediente Picasso, es decir, la petición de responsabilidades por el Desastre de Annual de 1921. Este expediente demostraba la participación directa del Rey en las órdenes para atacar Annual, donde hubo miles de muertos. Esta revelación del expediente precipitó el golpe de estado de Primo de Rivera.

A Largo Caballero le tocó en su período como diputado de 1918 a 1919 la labor social, sus intervenciones se centraron en transmitir las denuncias de tipo social donde se recogían las malas condiciones de trabajo, la lucha por el descanso dominical, la denuncia del trabajo de mujeres y niños, etc. Largo Caballero fue el continuador, con ese tipo de denuncias, de la obra y las intervenciones de Pablo Iglesias en el Parlamento desde 1910 a 1918.

Respecto a su labor municipal voy a transcribir dos párrafos de la memoria del Congreso del Partido en 1915, que condensan la labor de los representantes socialistas en esos años, tanto en la Diputación Provincial como en los municipios:

«La acción de los dos diputados provinciales con que contaba nuestro Partido encaminose, principalmente, a fiscalizar la administración de los intereses encomendados a las


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Diputaciones, a fin de conseguir que una buena administración beneficiase a los enfermos de los hospitales y a los asilados; a mejorar las condiciones de los trabajadores dependientes de las Diputaciones; a reglamentar en lo posible la situación del personal para evitar las injusticias que comete la recomendación; a impedir abusos que con enfermos y asilados se cometen; a impedir que a unos y otros se les impongan prácticas religiosas que pugnen con sus conciencias; y a proponer y defender mociones tan interesantes como la que en la Diputación de Vizcaya presentó nuestro correligionario Prieto encaminada a crear una Universidad del Trabajo en aquella región.»

Sobre los concejales dice:

«En general, que es como podemos ocuparnos de la labor realizada por nuestros compañeros concejales, han luchado para conseguir que el impuesto de Consumos fuese suprimido; para que, donde no podía ser y existía reparto, se hiciera éste con la debida equidad; para impedir las defraudaciones que al público se hacen en el pan y artículos de primera necesidad; para conseguir reformas que rebajen el precio de las subsistencias o consigan contener su marcada tendencia a la elevación; para que se dé asistencia médica y farmacéutica a los vecinos pobres; para que se amplíen y mejoren los cementerios; para que sean saneadas las cárceles; para que sean mejoradas las condiciones de trabajo de los obreros municipales; para impedir que los Ayuntamientos sean víctimas de las grandes empresas capitalistas, en cuya acción han hecho una gran labor los compañeros del Ayuntamiento de Madrid; para alcanzar que se celebren sesiones en algunos Municipios donde no se celebraban por voluntad de los alcaldes; para imponer una honrada administración y hacer que los ingresos del Ayuntamiento se apliquen de modo que mayores beneficios proporcione al vecindario; para remediar


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momentáneamente la crisis del trabajo, ejecutando obras por cuenta del Ayuntamiento o dando socorros en metálico.

En general, ha sido esta la labor realizada en los Ayuntamientos por nuestros correligionarios concejales.

Sus resultados han sido beneficiosos y han demostrado que es eficaz la labor que se realiza, si bien la eficacia no puede ser en el grado deseado y que alcanzaremos cuando vayan aumentando nuestras fuerzas y sea, por tanto, mayor el número de concejales socialistas que constituyan los Ayuntamientos.»

Estos párrafos reflejan muy bien cuál fue la labor de los primeros concejales socialistas.

Respecto a la labor municipal de los primeros concejales madrileños, resalto las palabras de Pablo Iglesias en el Ayuntamiento de Madrid cuando se dirigía, por vez primera, al resto de concejales:

«Como sabéis, señores, hasta hace pocos años la clase trabajadora estaba proscripta de los Municipios. Tenía, sí, en algunos, representación, pero no propia, no genuina; solamente indirecta. Hoy ya ocurre otra cosa, y por ser así hallámonos ahora en esta Casa.

»Nuestra entrada, pues, en el Ayuntamiento representa la entrada del proletariado madrileño. Un doble deber tenemos que cumplir aquí: como representantes legales del pueblo de Madrid, velar por los intereses de todos; como representantes de hecho de los trabajadores, mirar muy principalmente por los intereses de éstos.

»Celebraremos encontrar facilidades para el cumplimiento de nuestra misión; pero si no las hallásemos, no nos arredraríamos por eso, porque venimos provistos de paciencia


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y voluntad bastantes para lograr que nuestra acción se sienta en esta Casa.

»Seguramente dicha acción nos creará muchos enemigos; mas no nos importa. Merecer la enemiga de los que envenenan al pueblo de Madrid, de los que le roban y de los que le toman solamente como cosa explotable, será para nosotros una honra.

»Veremos –dijo al terminar- si las manifestaciones de simpatía que se nos han hecho persisten cuando realicemos nuestra labor.»

De hecho, en los días siguientes, las crónicas de El Socialista realizaron denuncias, en general, de casas en mal estado, de edificios en ruinas. En concreto se denunciaron las condiciones pésimas de un Asilo en Madrid, donde se superaba la capacidad de acogimiento, la situación de mala salubridad, etc. La respuesta del Alcalde a Pablo Iglesias fue: «Hágase usted cargo del Asilo». Pablo Iglesias le contestó que, tanto él como Largo Caballero, tenían que ganarse el pan cada día y además tenían demasiadas ocupaciones al ejercer también sus responsabilidades en el Partido, en el Sindicato y el periódico El Socialista. Le contestaron algunos concejales a Iglesias que se podía encargar García Ormaechea, que era abogado y éste le contestó al Alcalde que él era un «proletario a jornal».

Sirvan estas intervenciones para hacernos una idea de cómo era el día a día de los representantes socialistas en las instituciones municipales de la época.


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EL LEGADO DE PABLO IGLESIAS EN EL SOCIALISMO ESPAÑOL

Francisco Cánovas Sánchez Historiador

El socialismo español del primer cuarto del siglo XX se identificó en gran medida con la figura y la obra de Pablo Iglesias, símbolo del movimiento socialista. Tras su muerte, el paradigma que estableció en la acción política y sindical dejó una huella perdurable. Su vasta obra, su ejemplaridad, su cuidado de la organización y su proyecto político dejaron una fuerte impronta en sus seguidores, sobre todo, en los sindicalistas. Años después, en el socialismo español convivieron dirigentes y corrientes de diversa tendencia, el socialismo besteirista, el prietista y el caballerista, pero todos guardaron siempre un gran respeto a la memoria y el legado del fundador del Partido Socialista y la Unión General de Trabajadores.


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En esta intervención voy a ceñirme a dos aspectos: las principales realizaciones de Pablo Iglesias, en las coordenadas económicas, sociales y políticas de su tiempo y, finalmente, el legado que dejó.

I.-

El socialismo español se desarrolló en las coordenadas históricas del último tercio del siglo XIX: el marco de libertades que deparó la “revolución gloriosa” de 1868, la extensión de las reivindicaciones de la Asociación Internacional de Trabajadores, el establecimiento del sufragio universal, las misiones de Giuseppe Fanelli y de Paul Lafargue, las tempranas divergencias entre marxistas y anarquistas, la búsqueda de un espacio político propio, etc. El “Sexenio Democrático” fue liquidado en 1873 por el golpe del general Pavía, dando paso a la Restauración de Alfonso XII, ciclo liberal burgués que se irá agotando unas décadas después al ser incapaz de atender las exigencias ciudadanas.

Por aquel tiempo, España era un país mayoritariamente rural. Tenía una población de 18 millones de habitantes, cuya esperanza de vida tan solo alcanzaba los 35 años. El 75% residía en municipios de menos de 10.000 habitantes y realizaba trabajos agrícolas. El desarrollo educativo y cultural era muy bajo, siendo analfabetos el 68% de la población. Las condiciones de vida de la mayoría eran muy precarias. Los salarios de los trabajadores oscilaban entre 1 y 5 pesetas. Los tipógrafos y los obreros metalúrgicos estaban algo mejor retribuidos, mientras que los campesinos percibían salarios de hambre. Los obreros de la industria trabajaban 12 horas al día y los campesinos lo hacían de sol a sol. Las viviendas carecían de condiciones mínimas de habitabilidad. La legislación protectora de los derechos de los trabajadores era prácticamente inexistente, la atención a los desfavorecidos estaba limitada a la beneficencia y amplios sectores vivían en la miseria.


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En este contexto, el 13 de marzo de 1870, cuando Pablo Iglesias tenía 20 años, se incorpora al grupo que estaba impulsando en Madrid la Asociación Internacional de Trabajadores, en el que destacaban Anselmo Lorenzo, tipógrafo, y los hermanos Francisco y Ángel Mora, zapatero y carpintero, respectivamente. Pablo era un joven tipógrafo, nacido en una humilde familia de El Ferrol, que conocía el desamparo, el hambre y las arbitrariedades patronales. A partir de entonces, Iglesias se implicó activamente en los trabajos de organización y desarrollo del movimiento obrero, gracias a lo cual el 26 de julio fue designado delegado de la Sección de Tipógrafos y un año después miembro de la Comisión de Organización Social. Pronto se irían dando pasos efectivos para crear una organización que defendiera los derechos de los trabajadores. A principios de aquel mismo año apareció el primer número del semanario “La Solidaridad”, órgano de la asociación madrileña de la AIT, que dio a conocer los principios de la asociación. La primera convocatoria pública de la sección española de la AIT fue el Congreso Obrero de la Región Española, celebrado en Barcelona, entre el 19 y el 26 de junio de 1870. Asistieron 90 delegados, que representaban a 150 sociedades de oficios diversos, de 36 municipios. Se trataba de obreros que tenían una formación elemental, un fuerte compromiso social y una manifiesta voluntad de mejorar sus condiciones de vida. En este congreso se abordó la creación de sociedades y cajas de resistencia, el modelo de organización basado en las secciones de oficios y el cooperativismo. Desde el punto de vista político se rechazó el régimen liberal y se alzó la bandera de la justicia y de la emancipación. Finalmente, se acordó la constitución de la Federación Regional Española y se designó el Consejo Federal como órgano de representación, coordinación y promoción. Estas iniciativas impulsaron la configuración de nuevos colectivos obreros en Madrid, Cataluña, Valencia y Andalucía.

Al año siguiente se celebró en Valencia la Conferencia de la AIT, comenzando a destacar Pablo Iglesias. Allí se adoptaron diversas medidas organizativas y políticas y se procedió a designar un nuevo Consejo Federal que quedaría integrado por Francisco Mora, en calidad


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de secretario, y por Pablo Iglesias y José Mesa, como vocales. El ambiente en el que se realizaban todas estas actividades no era propicio, ya que el Congreso de los Diputados el 10 de noviembre declaró inconstitucional la AIT, calificada por Práxedes Mateo Sagasta, Presidente del Gobierno, como “una utopía filosofal del crimen”, dando paso a un periodo de represión de los colectivos obreros1.

El segundo Congreso de Trabajadores de España se celebró en abril de 1872, apuntándose la ruptura entre socialistas y anarquistas, esto es, entre los partidarios de la participación de los obreros en la acción política e institucional y quienes se oponían a ella. El congreso de la Internacional, celebrado en La Haya unos meses después, sentenció la ruptura definitiva entre marxistas y bakuninistas. A partir de entonces la Nueva Federación de Madrid, inspirada por Paul Lafargue, yerno de Carlos Marx, constituyó el núcleo impulsor del socialismo español. Desde la revista “La Emancipación” realizó una labor informativa gracias a la cual se incorporaron nuevos colectivos obreros de Madrid, Alcalá de Henares, Zaragoza, Vitoria, Valencia, Lérida, Toledo y Cádiz, en fuerte competencia con republicanos y anarquistas.

Pablo Iglesias se fue convirtiendo en el puntal del movimiento obrero de orientación socialista. El 10 de mayo de 1873 asumió la presidencia de la Asociación del Arte de Imprimir, organización que tenía la finalidad de mejorar las condiciones laborales y sociales de los trabajadores de las imprentas. “Aquel día –afirmó Morato- quedó sujeto de por vida al engranaje de la predicación, la organización y la acción”. Pronto la Asociación superaría el millar de afiliados y se convertiría en un importante núcleo impulsor de las ideas socialistas. Pues bien, en torno a Iglesias se configuró un grupo que comenzó a trabajar de forma

1 Vid. la circular del Gobierno Sagasta a los Gobiernos Civiles sobre la disolución de sindicatos y secciones de la AIT, en La Gaceta de Madrid, de 17 de enero de 1872.


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decidida en la creación de un partido obrero, siguiendo con atención los pasos del flamante Partido Social Demócrata Alemán (SPD), fundado en 1869, así como la documentación que enviaba José Mesa desde París. La fundación del Partido Democrático Socialista Obrero Español, más adelante denominado PSOE, se materializó el 2 de mayo de 1879 en la taberna Casa Labra, de la calle Tetuán de Madrid. En el acto fundacional participaron diecisiete tipógrafos, cuatro médicos, un doctor en ciencias, dos joyeros, un marmolista y un zapatero. Una comisión integrada por Pablo Iglesias, Victoriano Calderón, Jaime Vera, Alejandro Ocina y Gonzalo Zubiaurre elaboró el programa y las normas organizativas del nuevo partido, aprobados en una asamblea celebrada el 20 de julio. El programa estaba inspirado en documentos divulgados por la publicación francesa L´Egalité, promovida por Jules Guesde. Tras unos considerandos previos en los que se manifiesta el antagonismo de clases, la diferencia entre ricos y pobres y las condiciones de explotación que sufrían los trabajadores, el programa constaba de dos apartados: el primero, de tres artículos, constituía el programa “máximo”: la emancipación de los trabajadores, procediendo a la abolición de las clases, la transformación de la propiedad individual en colectiva y el control del poder por la clase obrera. El segundo apartado contenía el programa “mínimo”: las reivindicaciones económicas, laborales y políticas concretas para alcanzar el objetivo final. Por lo demás, se procedió a designar la primera comisión ejecutiva del partido, que quedaría integrada por Pablo Iglesias, en calidad de secretario, Inocencio Calleja, de tesorero, Alejando Ocina, de contador y Victoriano Calderón y Gonzalo Zubiaurre, de vocales. “Entonces –recordaría años después Pablo Iglesias- empezó el periodo activo de la lucha, del trabajo sin tregua, atendiendo simultáneamente al arte de imprimir, al desarrollo del movimiento societario en toda España y al fomento del partido”2.

2 “Escritos y discursos. Antología crítica”, Edición de Enrique Moral, Ed. Sálvora, Santiago de Compostela, 1984, p. 622.


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El arranque del Partido Socialista fue lento y laborioso, acusando el atraso educativo y cultural, el escaso desarrollo industrial, la carencia de libertades y la falsificación caciquil de la participación política. El impulso de las libertades por el Gobierno Sagasta en 1881fue aprovechado por el PSOE para crear nuevas agrupaciones en los núcleos industriales y urbanos de Asturias, País Vasco, Madrid, Cataluña y Valencia, lo que le permitió superar el millar de afiliados. Al año siguiente se produjo una huelga de tipógrafos que reclamaba la mejora de las condiciones retributivas de los trabajadores. La huelga constituyó un éxito, favoreciendo la aproximación al nuevo partido de los metalúrgicos y los carpinteros, aunque Pablo Iglesias fue encarcelado durante dos años. Muchas veces volvería después a la cárcel y siempre rechazó el indulto.

En 1883 Segismundo Moret, Ministro de la Gobernación, constituyó la “Comisión para el estudio de las cuestiones sociales que afectan a la clase obrera”, a consecuencia de la cual se generaría un proceso de trabajo del que años después surgirán el Instituto de Reformas Sociales y el Ministerio de Trabajo. Pablo Iglesias y Jaime Vera presentaron a la comisión tres informes orales y escritos que representaron un paso adelante en la formulación teórica y política del primer socialismo español.

El 12 de mayo de 1886 se publicó el primer número del semanario “El Socialista”, editado y dirigido por Pablo Iglesias. Esta iniciativa fue financiada mediante la emisión de 3.000 acciones de una peseta, que fueron suscritas por militantes socialistas. La primera redacción estuvo integrada por Iglesias, García Quejido, Gómez Latorre, Pauly y Abascal. Los trabajos de impresión y distribución fueron realizados por militantes de forma altruista. “El Socialista” se fijó como objetivos divulgar los programas del PSOE, fomentar el asociacionismo obrero y apoyar las reivindicaciones de los trabajadores. Siguiendo esta iniciativa poco después se crearon los semanarios “La lucha de clases”


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de Bilbao, “Aurora social” de Oviedo, “Solidaridad” de Vigo, “Conciencia obrera” de Alcoy, “El sudor del obrero” del Puerto de Santa María y “El obrero balear” de Palma de Mallorca.

La promulgación de la Ley de Asociaciones de 1887 y del sufragio universal en 1890 favoreció el desarrollo del movimiento socialista. Aprovechando la Exposición Universal de Barcelona, entre el 12 y el 14 de 1888, se celebró el congreso constituyente de la Unión General de Trabajadores, sindicato promovido por 25 delegados, representantes de 44 sociedades de oficios, que agrupaban a 4.668 afiliados. La denominación del sindicato fue propuesta por Iglesias. El nuevo sindicato tendría como misión fundamental canalizar la organización del movimiento obrero y mejorar las condiciones económicas y sociales de los trabajadores. El primer artículo de sus estatutos establecía como prioridades “reunir en su seno a las sociedades, federaciones y uniones de resistencia. Crear nuevas secciones de oficio y constituirse en federaciones nacionales. mejorar las condiciones del trabajo. Mantener estrechas relaciones con las organizaciones obreras de los demás países, siempre que persigan el mismo fin que esta Unión y practicar con ellas siempre que sea posible el principio de solidaridad”. Para mejorar las condiciones de trabajo podrían convocarse huelgas debidamente organizadas que demandaran a los poderes públicos la adopción de leyes que favorecieran los intereses de los trabajadores. En aquel congreso se fijaron como principales reivindicaciones la jornada laboral de ocho horas, el establecimiento del salario mínimo y la igualdad de retribuciones entre hombres y mujeres. Antonio García Quejido fue designado presidente de la primera comisión ejecutiva.

Unos días después, entre el 23 y el 25 de agosto se celebró también en Barcelona el I Congreso Nacional del PSOE. La proximidad de las fechas no era algo casual, puesto que los mismos dirigentes obreros promovían el sindicato y el partido, organizaciones hermanadas que compartían los mismos fines. Participaron 18 delegados que representaban a 20 agrupaciones de Cataluña, Madrid, Castilla, Valencia


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y Andalucía. Según el testimonio de Francisco Mora, el congreso contribuyó a articular las distintas agrupaciones y a mejorar la unidad de acción, dándole un verdadero ámbito nacional. El partido asumió el programa básico de la II Internacional, reunida en París por Paul Lafargue, cuyas principales reivindicaciones eran las siguientes:

• La jornada laboral de ocho horas.

• La prohibición del trabajo infantil.

• La reglamentación del trabajo nocturno.

• El descanso semanal continuado de 36 horas.

• El establecimiento de sistemas de inspección del trabajo.

• La prohibición de procedimientos nocivos para la salud de los trabajadores.

Por otra parte, el Congreso reafirmó la estrategia electoral de “clase contra clase”, de obreros contra propietarios, rechazando “todo tipo de roce, alianza o coalición con los partidos burgueses, llámense como se llamen”, en alusión a los republicanos3.

En el año 1900 se celebró por primera vez en España el 1º de Mayo, movilización instituida por la II Internacional para homenajear a cuatro trabajadores ejecutados injustamente en Chicago tres años antes. El PSOE y la UGT organizaron manifestaciones y mítines en Madrid, Barcelona y Bilbao, encabezados por Pablo Iglesias, García Quejido y Facundo Pérezagua, en los que reivindicaron la jornada de 8 horas y

3 Vid. Santiago Castillo: “Pablo Iglesias: notas para la reconsideración de un liderazgo (1870-1905)”, estudio publicado dentro de la obra “Construyendo la modernidad. Obra y pensamiento de Pablo Iglesias”, Ed. Pablo Iglesias, Madrid, 2002, pp. 47-79. Asimismo, Luis Gómez Llorente: “Gestación y desarrollo del PSOE”, publicado en “125 años del PSOE” Fundación Pablo Iglesias, Madrid, 2004, pp 31-4.


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demás demandas requeridas por la II Internacional. Desde entonces, la conmemoración del 1º de Mayo constituyó la principal manifestación pública de los trabajadores y la expresión de su voluntad de luchar por una sociedad mejor.

Otra iniciativa que cristalizó por aquel tiempo fue el trabajo de movilización de los jóvenes. El periodista vasco Tomás Meabe, director de “La lucha de clases” de Bilbao, impulsó la creación de grupos juveniles. El VII Congreso Nacional del PSOE, celebrado en 1905, respaldó el interés de este proceso y procedió a la aprobación de las Juventudes Socialistas como una estructura más del partido. Al año siguiente, las juventudes celebraron su I Congreso Nacional estableciendo como cometidos “ayudar al Partido Socialista de todas las formas posibles, sobre todo en el periodo electoral, y dar a los jóvenes una educación socialista por medio de conferencias, lecturas, asambleas y excursiones”. En 1907 apareció “Renovación”, órgano de las Juventudes, en el que se dieron a conocer nuevos dirigentes como Indalecio Prieto, Manuel Llaneza y Mariano García Cortés.

En el umbral del siglo XX los socialistas fueron incrementando su proyección electoral, sobre todo en el ámbito municipal. Hasta entonces los resultados alcanzados habían sido bastantes modestos debido a la limitada implantación social, sobre todo en las zonas rurales, la carencia de recursos económicos, la competencia con los republicanos y los pucherazos gubernamentales que falseaban sin pudor el resultado de las urnas. En las elecciones de 1905 el PSOE logró un avance importante al conseguir 75 concejales en 30 municipios. Gran repercusión tuvo la entrada de Pablo Iglesias, Francisco Largo Caballero y Rafael Ormaechea en el Ayuntamiento de Madrid. “Tenemos –afirmó Iglesias entonces- un doble deber que cumplir: Como representantes legales del pueblo hemos de velar por los intereses de todos; como representantes de hecho de los obreros, hemos de mirar por los intereses de estos. Nuestra acción nos creará enemigos. No nos importa. Merecer


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el odio de los que envenenan al pueblo, de los que le roban, de los que le toman como cosa explotable, será para nosotros una honra”4.

En el año 1909 el PSOE comenzó una nueva etapa. El 29 de noviembre se inauguró la Casa del Pueblo de Madrid, gracias a los donativos aportados por los militantes que ascendieron a 449.850 pesetas. Establecida en el antiguo palacio de los Duques de Frías, de la calle Piamonte, nº 2, ocupó un espacio de más de 1.400 metros cuadrados que albergó las secretarías del partido y del sindicato, dos salones para reuniones y asambleas, una amplia cafetería-comedor y una luminosa biblioteca. Desde 1915 la Casa del Pueblo contó además con un Teatro, con entrada por la calle Gravina número 15, de tres alturas, con un aforo de 4.000 personas. Allí se celebraron los congresos y las asambleas del partido y del sindicato, así como importantes actividades educativas, sociales y culturales. Ante la falta de compromiso del Estado liberal, la Casa del Pueblo acogió e impulsó numerosas iniciativas progresistas que surgían en la sociedad. Allí disertaron intelectuales relevantes como José Ortega y Gasset, Américo Castro y Pablo de Azcárate y fueron apoyados proyectos innovadores como la Escuela Nueva, la Agrupación Artística Socialista, la Sociedad Cooperativa de Casas Baratas, el grupo deportivo Salud y Cultura y la Mutualidad Obrera Médico-farmacéutica. La Casa del Pueblo de Madrid y las que a partir de entonces se levantaron por la geografía española fueron unas escuelas de ciudadanía, espacios de encuentro y de formación en los valores de libertad, justicia y solidaridad5.

4 Para la gestión socialista en el Ayuntamiento de Madrid, vid. Juan José Morato: “El Partido Socialista Obrero. Génesis. Doctrina. Hombres. Organización. Desarrollo. Acción. Estado actual”, Biblioteca Nueva, Madrid, s.f., p. 123 y ss.

5 Un amplio tratamiento de las funciones desarrolladas por la Casa del Pueblo de Madrid puede verse en “Centenario de la Casa del Pueblo de Madrid”, Sociedad Estatal de Conmemoraciones Culturales, Madrid, 2008.


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En 1909, cuando permanecía fresco el recuerdo del desastre del 98, se produjo la “Semana Trágica” de Barcelona, otra profunda crisis que agudizó el declive del régimen de la Restauración. El 9 de junio los obreros que trabajaban en la construcción del ferrocarril que trataba de conectar Melilla con las minas de Beni-Buifur fueron atacados por los rifeños, originándose la guerra de Marruecos. El Gobierno Maura ordenó la movilización de los reservistas, lo cual fue rechazado por los sindicatos con la consigna de “O todos, o ninguno”, ya que las familias burguesas eludían el servicio militar de sus hijos pagando un canon de redención de 6.000 reales. El Partido Socialista desarrolló una campaña de movilizaciones contra aquella guerra impulsada por los intereses de los capitalistas y las ambiciones de los militares, que finalizaban con concentraciones delante de los cuarteles. El 26 de julio, cuando llegaron noticias de las bajas que se habían producido en la zona del conflicto, Solidaridad Obrera declaró huelga general, apoyada por anarquistas, socialistas y republicanos, que fue seguida ampliamente en Barcelona y otros municipios catalanes. El desastre del Barranco del Lobo, donde fallecieron 150 soldados de una columna copada, desató la insurrección popular en Barcelona, levantándose numerosas barricadas. El Gobierno suspendió las garantías constitucionales, movilizó al ejército y ordenó neutralizar a los insurrectos. En los días siguientes se produjeron duros enfrentamientos entre las tropas y los huelguistas. La revuelta se desbordó produciéndose asaltos a tranvías y comercios e incendios de centros religiosos. Al cabo de cinco días, el ejército, reforzado con tropas procedentes de Valencia, Zaragoza, Pamplona y Burgos, aplastó los últimos focos rebeldes, produciéndose un balance de 112 muertos y 500 heridos. El Gobierno Maura practicó una dura represión, ordenando el cierre de las casas del pueblo, las sedes sindicales y las escuelas laicas y procesando a 2.000 huelguistas, 175 de los cuales fueron desterrados, 59 condenados a cadena perpetua y 5 ejecutados, entre quienes estaba el pedagogo anarquista Francisco Ferrer y Guardia, fundador de la Escuela Moderna. Esta profunda crisis acentuó el declive del régimen. En las capitales europeas y españolas se produjeron manifestaciones de


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protesta al grito de “Maura, no”, que consiguieron finalmente imponer su cese. La entente entre conservadores y liberales quedó fracturada, produciéndose una fragmentación de los partidos políticos6.

Ante esta grave vulneración de los derechos humanos el Partido Socialista dio un giro estratégico: por una parte, considerará esencial afianzar y ampliar los derechos civiles del régimen democrático y, por

otra, pasará a impulsar el acercamiento a los intelectuales y a los partidos burgueses progresistas. La “Conjunción Republicano-Socialista” se estrenó en las elecciones municipales de 1909, pero alcanzó una especial repercusión en las elecciones generales de 1910, cuando logró 37 escaños del Congreso de los Diputados, uno de los cuales correspondió a Pablo Iglesias, según Ortega y Gasset, la novedad más refrescante de la anquilosada vida política española: “cuarenta mil españoles mayores de edad –escribió en El Imparcial- han mostrado que aún creen que hay en España un justo; por tanto que aún tienen salvación… Si se fuera a preguntar por qué creen

que hay en España un justo, un hombre ejemplar, probablemente coincidirían todos. La sugestión que emana de ese español inerudito, de ese obrero sin literatura ni jurisprudencia, que acaso haya leído un solo libro, proviene de que nos parece un hombre traspasado por una idea.

6 Vid. Julián Casanova y Carlos Gil: “Historia de España en el Siglo XX”, Ariel, Barcelona, 2009, pp. 46-8.

Revista Europa “Votad a Pablo Iglesias. 8 de mayo de 1910”. Fundación Pablo Iglesias.


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Pablo Iglesias es todo el socialismo”7. A partir de entonces, el líder obrero desarrolló una valiente labor parlamentaria. Desde su primera intervención, el 25 de junio de 1910, hasta la última, el 9 de julio de 1919, fue el altavoz de los trabajadores, utilizando la tribuna para reiterar el inequívoco compromiso del Partido Socialista con ellos, denunciando las precarias condiciones de vida que sufrían y la vulneración de la legalidad por los patronos, con la complicidad de las autoridades. Reclamó el escrupuloso respeto de las libertades de expresión, asociación y huelga, así como la adopción de medidas que contribuyeran a mejorar las condiciones de vida de los trabajadores. Por otra parte, Iglesias abordó los grandes temas de la actualidad: exigió la revisión del proceso de Francisco Ferrer Guardia, criticó el militarismo y se opuso a las guerras, especialmente la de Marruecos y la I Guerra Mundial y dejó claro que su actividad parlamentaria no implicaba la aceptación del régimen, ya que estaba convencido de que la Monarquía era incapaz de atender las demandas ciudadanas y que el avance hacia la República era imparable. Su labor no fue nada fácil. Soportó con entereza los desplantes de los diputados conservadores, pero, al cabo del tiempo, se ganó el respeto de la mayoría. “Dominaba Iglesias su pensamiento y su palabra - escribió a este propósito Morato-, no abordaba asuntos que no conociese hasta el menor detalle; las interrupciones y la hostilidad no le cohibían ni le alteraban; decía lo que quería decir en un lenguaje claro y desprovisto de adornos; llamaba a las cosas por su nombre; era duro en la expresión, en el ademán y en el gesto; no tenía nunca elogios para el adversario, pero tampoco tenía injurias ni reticencias; se conducía, en suma, como le ordenaba su conciencia; así que, desde luego, “desentonó” por no respetar convencionalismo ni tópico alguno”8. Su delicado estado de salud fue

7 “Pablo Iglesias”, El Imparcial, de 13 de mayo de 1910.

8 Juan José Morato: “Pablo Iglesias. Educador de muchedumbres”, Ariel, Barcelona, 1968, pp. 146-7.


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reduciendo paulatinamente su actividad parlamentaria, pero en 1918 recibió el refuerzo de Julián Besteiro, Largo Caballero, Indalecio Prieto, Andrés Saborit y Andrés Anguiano, que constituyeron la minoría parlamentaria socialista.

La huelga general de 1917 constituyó otro hito decisivo en la vida política española. El detonante de la crisis fue el alza de los precios y el desabastecimiento de alimentos y materias primas causado por la I Guerra Mundial, que enriqueció a los exportadores y creó grandes penalidades a los trabajadores, los funcionarios y la pequeña burguesía. A ello habría que sumar el rechazo de la sangría causada por la prolongada guerra de Marruecos, las demandas de los nacionalistas catalanes y vascos, las protestas contra la alianza de la iglesia con los poderosos y las precarias condiciones laborales de los trabajadores. Además, las Juntas de Defensa representaban el regreso del pretorianismo a la vida pública y la Asamblea de los parlamentarios nacionalistas, reformistas y republicanos de oposición revelaban la incapacidad del régimen para atender las demandas de la ciudadanía. El 16 de junio, Pablo Iglesias, Alejandro Lerroux y Melquiades Álvarez firmaron la Alianza de Izquierdas con la finalidad de impulsar un movimiento de regeneración política y reforma constitucional. Ente el 16 y el 24 de julio se produjo en Valencia una huelga de ferrocarriles y tranvías que fue reprimida por el Gobierno con dureza. El movimiento de solidaridad con los trabajadores despedidos empujó a la UGT y al PSOE a convocar una huelga general para el día 13 de agosto. Hasta entonces, los socialistas habían ejercido el derecho de huelga con suma prudencia, pero en aquella coyuntura crítica no dudaron en convocar una huelga indefinida, exigiendo unas elecciones limpias al Congreso de los Diputados, que elaborase una nueva Constitución e impulsara la regeneración democrática. “Mientras no se haya conseguido este objetivo –decía el manifiesto de convocatoria- la organización obrera española se halla absolutamente decidida a mantenerse en actitud de huelga”. El resultado de la huelga fue muy desigual, alcanzando un


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amplio seguimiento en las áreas industriales y mineras de Asturias, País Vasco, Cataluña, Valencia, Madrid y Andalucía, mientras que en las zonas rurales pasó inadvertida. A pesar de ello, el Gobierno conservador de Eduardo Dato gestionó muy mal los acontecimientos, apresurándose a declarar el “estado de guerra” y la censura de la prensa y realizando un ostentoso despliegue del ejército con armamento pesado en las grandes ciudades. El ejército se mantuvo sin fisuras al lado del Gobierno y se enfrentó a los huelguistas causando 95 muertos, 156 heridos y 2.000 detenidos. Los Consejos de Guerra castigaron con dureza a los dirigentes obreros, condenando a cadena perpetua a Besteiro, Largo Caballero, Saborit y Anguiano, miembros del Comité de Huelga. Pero su estancia en el penal de Cartagena estuvo jalonada por continuas manifestaciones de solidaridad. Se habían convertido en el símbolo de una protesta respaldada por la mayoría de los ciudadanos. Hasta los anarquistas votaron en las elecciones de 1918 para sacar a los presos de la cárcel con el acta de diputados en la mano.

La huelga general de 1917 representó el fracaso de la regeneración democrática y la puntilla definitiva del régimen de la Restauración, cada vez más alejado del pueblo. El Gobierno Dato fue derribado por las presiones militares abriéndose una etapa de gran inestabilidad gubernamental, actuaciones improvisadas y conflictos sociales, en la que el socialismo se convirtió en una fuerza decisiva. Pablo Iglesias, anciano y debilitado por la enfermedad, continuaba llevando las riendas del partido y el sindicato, pero a su lado surgió una nueva generación representada por Besteiro, Largo Caballero y Prieto que adquirirá un protagonismo creciente9.

II.-

El 9 de diciembre de 1925 falleció Pablo Iglesias a consecuencia de una uremia. Su cadáver fue expuesto en la Casa del Pueblo para que

9 Vid. Casanova y Gil, op. cit., pp. 60-4.


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los socialistas y los madrileños pudieran despedirse de él. 150.000 personas, el sepelio más multitudinario del aquel tiempo, acompañaron sus restos al cementerio civil de Madrid, siendo depositados en el mausoleo diseñado por Francisco Azorín. Pese a que se conocía el mal estado de su salud, el fallecimiento de “El abuelo” causó una gran conmoción, como reflejó Besteiro al día siguiente en “El Socialista”: “El Pablo Iglesias de nuestro recuerdo imborrable es el anciano de cabellos blancos, de cerviz llenada por el peso del dolor, de voz doliente y pausada, pero firme y segura en la expresión de su pensamiento, y de letra temblorosa, pero perfectamente ordenada, dócil y sumisa al servicio de un razonamiento riguroso. Es el privilegio de una senectud verdaderamente noble, en la cual todos los valores que ha producido una vida larga de abnegación y trabajo se condensan en una materialidad sutil, serena y constante, aliada de una espiritualidad imperecedera”10. Antonio Machado, Ortega y Gasset y otros intelectuales de diferentes orientaciones ideológicas elogiaron la honradez, la ejemplaridad y la coherencia del líder obrero.

Pablo Iglesias dejó en el socialismo español una profunda huella. Los valores que entrañó, su forma de concebir y de practicar la política y su proyecto político han ejercido siempre una gran influencia en los socialistas de todos los tiempos. A mi juicio, del legado que dejó hay que destacar cuatro aspectos:

� Para Pablo Iglesias el objetivo fundamental del movimiento socialista era la organización de la clase obrera. Sin una buena organización, decía, la clase obrera continuaría siendo explotada. Para él, la organización no era algo instrumental o funcional, sino estratégico. Si la clase obrera no conseguía organizarse eficientemente

10 El Socialista, 10 de diciembre de 1925.


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no estaría constituida como tal clase y no podría alcanzar sus aspiraciones.

El Partido Socialista y la Unión General son las dos organizaciones que vertebran y movilizan a la clase obrera. Dos organizaciones hermanas, estrechamente coordinadas, que deben compartir las prioridades políticas y sindicales y que deben actuar de forma sincronizada para transformar la sociedad capitalista.

� Las organizaciones socialistas están fundamentadas en un código de valores que el propio Iglesias practicó a la largo de su vida: la austeridad, la honradez, el compromiso y la disciplina. El culto a la personalidad no se conocía entre aquellos socialistas, que discutían las cuestiones de igual a igual y de forma respetuosa y adoptaban de forma colegiada las decisiones. Ante el ambiente generalizado de clientelismo y corrupción que prevalecía en la vida política de aquellos años, Iglesias quería que los socialistas fueran el espejo ético en el que se reflejasen los ciudadanos responsables y comprometidos. Por eso convirtió las Casas del Pueblo en escuelas de ciudadanía que debían anticipar los valores de la cultura socialista y realizó campañas contra la bebida, la lotería, los juegos de azar, las algaradas y las corridas de toros.

� El proyecto político de Iglesias tenía la finalidad de

construir una nueva sociedad en la que todos los ciudadanos, sin discriminaciones, pudieran disfrutar de una vida digna. Para ello defendió la abolición de los privilegios, la garantía de los derechos y libertades fundamentales, la mejora de las condiciones laborales de los trabajadores, el impulso de la educación pública, la ampliación de los derechos de la mujer, la socialización de los bienes de producción y,


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mirando hacia el futuro, todas aquellas otras medidas que las necesidades de los tiempos demandaran.

Iglesias defendió que los socialistas debían tener una actuación

responsable, que excluía las algaradas y la violencia. A su juicio, el pistolerismo anarquista alentaba la contrarrevolución y producía al movimiento obrero un daño considerable. Pensaba que la huelga era un instrumento que debía ser utilizado con prudencia, porque perder una huelga era mucho más grave que no convocarla. Un observador privilegiado como Manuel Azaña reconoció explícitamente la participación responsable de la UGT en la resolución de los conflictos sociales frente a los delirios revolucionarios de los anarquistas11.

Pablo Iglesias fue un dirigente obrero, no un intelectual, que

construyó un proyecto político desde la clase trabajadora y para la clase trabajadora. Sus referencias ideológicas eran los principios y las reivindicaciones de la II Internacional, en la que participó activamente, así como las contribuciones de Friedrich Engels, Jules Guesde y José Mesa, todo ello contrastado con su experiencia personal de la realidad de su tiempo. El socialismo era para él una necesidad histórica ineludible para construir un Estado al servicio de todos, sin privilegios. Por eso, en aquel contexto sumamente adverso, alzó su voz en el parlamento y en la calle para exigir la extensión de los derechos de los trabajadores, demandar reformas legislativas esenciales e impulsar la democracia12.

11 Francisco Cánovas: “Yo, Manuel Azaña, tomo la palabra”, Ed. Corona Borealis, Arroyo de la Miel, 2008, pp. 43 y ss.

12 Sobre el discurso ideológico de Pablo Iglesias vid. José A. Piqueras: “Percepción de la sociedad española en Pablo Iglesias”, dentro de la obra “Construyendo la modernidad…, op. cit., pp. 273-302. Asimismo, vid. el estudio de Pedro Ribas: “Pablo Iglesias y el marxismo”, en la misma obra, pp. 25-46.


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� Finalmente, Iglesias concedió una gran importancia a

la pedagogía social, a la comunicación al mayor número de ciudadanos de las prioridades educativas, sindicales y políticas. Compartía con los impulsores de la Institución Libre de Enseñanza la necesidad de potenciar la educación y de acabar con el analfabetismo y el atraso. Por eso escribió tantos artículos, manifiestos y cartas y recorrió los pueblos de España propagando los ideales socialistas y transformando el resentimiento creado por la miseria en la esperanza de acceder a una vida mejor. Su palabra era “puro cristal” que llegaba con nitidez a todo el mundo. “La voz de Pablo Iglesias –escribió Antonio Machado a este propósito- tenía para mí el timbre inconfundible de la verdad humana”. Así recordaría el poeta en 1939 su primer encuentro con el líder socialista: “Era yo un niño de 13 años; Pablo Iglesias un hombre en la plenitud de su vida. Recuerdo haberle oído hablar entonces -1889- en Madrid, probablemente un domingo (¿un 1º de mayo?), acaso en los Jardines del Buen Retiro. De lo único que puedo responder es de la emoción que en mi alma iban despertando las palabras encendidas de Pablo Iglesias. Al escucharle hacía yo la única reflexión que sobre la oratoria puede hacer un niño: parece que es verdad lo que ese hombre dice… Lo cierto es que las palabras de Iglesias tenían para mí una autoridad que el orador había conquistado con el fuego que en ella exponía y que implicaban una revelación muy profunda para el alma de un niño. De todo el discurso, en el que sonaba muchas veces el nombre de Marx y de otros pensadores no menos ilustres… sacaba yo esta ingenua conclusión infantil: el mundo en el que vivo está mucho peor de lo que yo creía. Mi pobre existencia de señorito pobre reposa, al fin,


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sobre una injusticia…”13. Morato, su biógrafo, no dudaría en calificar a Iglesias como “educador de muchedumbres”.

Las organizaciones socialistas y las Casas del Pueblo tenían que desarrollar una labor de pedagogía educativa, social y cultural, promoviendo una cultura laica progresista, despojada de elementos reaccionarios, que permitiera a los trabajadores conocer los entresijos de la sociedad en la que se desenvolvían, tomar conciencia de las desigualdades y las injusticias y acceder a las mejores creaciones del pensamiento y las artes, que era la forma de acceder a la vida digna.

Hoy, cuando conmemoramos los 100 años de la entrada de Pablo Iglesias en el Congreso de los Diputados, vivimos en otra época, en otro entorno económico, social y político. La globalización, la revolución tecnológica, los movimientos migratorios, las transformaciones sociales y laborales, la comunicación audiovisual y el consumismo han creado un nuevo escenario en el que están emergiendo oportunidades, riesgos e incertidumbres. Un escenario en el que se han producido avances notables, pero en el que perviven situaciones de privilegio, de exclusión y de miseria, y como estamos observando estos días, el capitalismo financiero, sin legitimidad alguna, despliega toda su voracidad para aniquilar conquistas sociales y desestabilizar a países enteros. Pues bien, en este escenario las ideas y los valores de Pablo Iglesias continúan siendo esenciales para continuar luchando por una sociedad más justa y más solidaria.

13 Antonio Machado: “Desde el mirador de la guerra. Prosas completas”, vol. II, Espasa Calpe, Madrid, 1988, pp. 2478-9.


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TIEMPOS LIBRES, CIUDADANOS LIBRES

Ocio, Tiempo Libre y Participación Juvenil

Alejandro Martín Jiménez Responsable del Departamento de Juventud de UGT-Madrid

I.

Los jóvenes no queremos participar... o no hemos

sabido cómo hacerlo

He oído esta frase miles, de veces: Los jóvenes no quieren participar. Socialmente, la frase ha tenido una amplia aceptación: los jóvenes hoy lo tenemos todo, y pasamos de todo. Los jóvenes de hoy no son como los de antes. Los jóvenes no se comprometen. Los jóvenes no se van de casa ni con agua caliente. Este discurso caló hace ya tiempo y todavía hoy arrastra sus consecuencias.


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Sin embargo, la realidad es otra: Los jóvenes de los países desarrollados de los siglos XX y XXI hemos conocido unas condiciones de vida muy diferentes de las de nuestros padres; pero tenemos un problema que nuestros progenitores no tuvieron: no podemos dejar de ser jóvenes. Esta situación ha creado una distinta actitud y aptitud ante los procesos de participación cultural, social y política.

Y por tanto nuestro Tiempo Libre, Ocio y Participación son distintos de los de nuestros progenitores. Por lo que nuestra calidad social dependerá de la adecuación de los programas institucionales y asociativos y así como de una correcta implantación en los espacios en los que la juventud demanda ocio. Debemos ser nosotros los que nos acerquemos a los espacios de participación juvenil, y no esperar que seamos los jóvenes los que nos acerquemos a las organizaciones.

La pregunta sobre la que deberíamos reflexionar es: cómo podemos promover la participación de los jóvenes desde la administración, desde los distintos niveles técnicos, y desde los liderazgos juveniles.

También debemos tener en cuenta, que en nuestro comportamiento puede estar influyendo, lo que en Psicología se conoce como el Efecto Pigmalión o Profecía Autocumplida o Autorrealizada.

Este efecto hace referencia a cómo las expectativas de una persona y de su entorno, ya sean positivas o negativas, influyen en su comportamiento y sus resultados. Esto quiere decir, que si nuestro entorno (padres, profesores, administración, etc…) piensa que no nos implicamos, que no nos interesa nada, que no queremos ni trabajar ni estudiar… acabaremos comportándonos de acuerdo con estas expectativas y opiniones sobre nosotros; cumpliendo esta profecía y creyéndonos que somos así.

Con estas páginas, lo que se pretende es preguntarnos sobre cómo conseguir que nuestro Tiempo Libre, sea un espacio ocupado


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por un Ocio Liberador. Un Ocio capaz de construir ciudadanos activos, críticos y capaces de transformar la realidad. Capaces de cambiar un mundo que no nos gusta y no de no ser cambiados por ese mundo.

II.

Ocio, Tiempo Libre, Participación. Sociedad del

Ocio o Sociedad del Paro

El ocio: la actividad en el tiempo libre.

En primer lugar, conviene que diferenciemos el ocio del tiempo libre. El ocio es la actividad que realizamos. Mientras que el tiempo libre se refiere al periodo de tiempo en que se realiza.

Dumazedier señala, citado por Pedró, cuatro características del ocio: que tenga carácter liberador, gratuito, hedonístico y personal.

Esta breve aproximación conceptual nos sitúa ya en el campo del objeto de estudio:

El tiempo ocupado: es el determinado por las actividades necesarias y obligatorias

El tiempo libre: el conformado por las actividades condicionadas y el tiempo liberado.

El tiempo liberado: el ajeno a cualquier obligación externa al individuo.

El ocio: la actividad realizada en el tiempo liberado.

Por lo tanto, teniendo en cuenta estas definiciones, la Educación en el Tiempo Libre tendrá como objetivo, la capacitación para una utilización de los tiempos libres en un ocio liberador.


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La Sociedad del Paro o la Sociedad del Ocio.

En la sociedad del Primer Mundo, existe cada vez en mayor cantidad el tiempo libre. Debido a las conquistas del movimiento obrero y las revoluciones industrial y tecnológica han dado paso a jornadas laborales cercanas a las 35 horas semanales y al alargamiento del periodo de escolarización. Esto unido al aumento de la renta individual permite el disfrute de un tiempo libre con inmensas posibilidades.

En las sociedades avanzadas, una parte de la población está integrada laboralmente; y otra muy importante - sustancialmente nosotros, los jóvenes - nos hallamos al margen del mercado laboral o permanecemos largo tiempo en sus aledaños, con trabajo precario, inestable y contratación intermitente o no completa, ésto genera enormes bolsas de población ociosas. Esta situación, ha originado que muchos analistas, presentan un modelo social: La Sociedad del Paro, que margina a una parte de su población.

La Educación en el Tiempo Libre en el marco de la

Educación No Formal

El componente educativo de las intervenciones en el tiempo libre y su ajenidad a la institución educativa convierten a la Educación en el Tiempo Libre en una tipología esencial en el ámbito de la Educación No Formal. La especificidad de los sujetos de la intervención: los jóvenes, determinan conceptualmente la Educación en el Tiempo Libre.

La multiplicidad de acciones formativas

Multitud de las acciones desarrolladas en los colectivos juveniles presentan componentes que se mueven en el ámbito de lo educativo. Muchos de los objetivos y metas que se plantean las organizaciones juveniles, tienen una clara intencionalidad pedagógica. Una parte sustancial de las organizaciones juveniles se definen como entidades educadoras en el tiempo libre ¿son las entidades juveniles


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agentes educativos? Y, en esa hipótesis, ¿cuál sería la labor educativa de las entidades juveniles?

Reflexionar sobre estas preguntas -es decir, sobre nuestra acción- es el objetivo de estas páginas. Clarificar conceptualmente lo que se ha denominado “Educación No Formal”; sumergirnos en los procesos ámbitos de la metodología, analizar las dificultades de las acciones educativas; y situarnos en condiciones de elaborar propuestas que elevar al plenario de trabajo.

EDUCACION NO FORMAL Y ASOCIACIONISMO JUVENIL

En la Educación No Formal se enmarcan muchas de nuestras actuaciones.

Las organizaciones juveniles de partidos y sindicatos; o las entidades vecinales o ecologistas, tienen como uno de sus objetivos la formación en valores de progreso, de identidad comunitaria, de respeto al medio ambiente ¿Qué especifica la Educación No Formal con jóvenes? Existen tres elementos que debemos tener en cuenta: las características de la población sujeto de la intervención; el mayor peligro de adoctrinamiento; y la intergeneracionalidad entre los agentes y sujetos educativos.

En las sociedades desarrolladas, hemos alcanzado unos niveles de vida desconocidos por generaciones precedentes. La generalización de la enseñanza y sanidad de calidad, el acceso al deporte y la cultura… son ejemplos claros. Sin embargo, las dificultades de acceso a un empleo y vivienda dignos dificultan la creación de un núcleo convivencial propio.

Ésta situación supone un gran problema individual y social para incorporarnos a la vida adulta y provoca un mayor desarrollo de las patologías sociales como la delincuencia y la drogadicción. Nuestra generación no puede desarrollar las habilidades sociales que propicia el desenvolvimiento natural de la vida. El acceso al primer empleo, a la primera vivienda; o la fundación de un primer núcleo


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convivencial. Por lo que nuestra socialización se ve impedida y suponemos un problema social, para la sociedad que, con su configuración, ha impedido nuestra inserción y, por tanto, ha creado el problema.

A ese prototipo de jóvenes se dirige la acción educativa no formal de nuestros colectivos: ciudadanos que tuvimos la oportunidad de alcanzar unos altos niveles de enseñanza formal; fuimos atendidos por una sanidad universalizada y de calidad; disfrutamos en los barrios de centros deportivos y culturales; accedimos a las novísimas tecnologías; vestimos y comimos -¿y bebimos?- como no pudieron hacerlo nuestros padres; no sufrimos el azote de las drogas duras como nuestros hermanos mayores…, pero estamos condenados a no dejar de ser jóvenes. Tal vez, la Educación No Formal pueda ayudarnos a hacerlo. A dejar de ser jóvenes. A acceder a la vida adulta.

Los propósitos de la Educación No Formal entre los jóvenes.

El propósito de la Educación No Formal, desde el asociacionismo juvenil y hacia los jóvenes, hay que situarlo en un triple objetivo:

1. Facilitar nuestro proceso de maduración desde una amplia perspectiva personal y social, previniendo de esta forma las patologías sociales - drogadicción, delincuencia.

2. Facilitar el proceso de inserción social -desarrollando, en el tiempo libre y en el ejercicio de un ocio activo - valores, actitudes y habilidades que no tienen oportunidad de desarrollarse en los marcos de la inserción social.

3. Y por último, el desarrollo de una percepción del mundo - visión, valores, posicionamiento y compromiso frente a la sociedad - acorde con los planteamientos religiosos, filosóficos o ideológicos de nuestro colectivo.


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Las dificultades de la Educación No Formal entre los jóvenes

En general, las reflexiones de los directivos juveniles sobre las dificultades de funcionamiento de sus proyectos asociativos pueden clasificarse en cuatro tipologías:

1. Los referentes a las dificultades económico-infraestructurales: falta de recursos, subvenciones, espacios, materiales, profesionales…

2. Los referentes a las dificultades que funcionamiento: coordinación, información, liderazgos, formación....

3. Los que están ligados a las dificultades inherentes a la propia misión de la entidad: fomentar valores de solidaridad en una sociedad individualista; impulsar la participación en una sociedad pasiva…

4. Y un cuarto tipo que vamos a denominar conceptuales.

Los tres primeros tipos tienen una influencia relativa en las dificultades que atraviesa nuestra entidad - y en cualquier caso, no pertenecen al ámbito de rectificación propio y, por tanto, de mejora de nuestra entidad-. Aunque los recursos son fundamentales no son determinantes para la acción.

El segundo conjunto de dificultades más señaladas - la falta de coordinación, formación,…- hay que concebirlo como la dificultad que todo proyecto colectivo presenta para alcanzar sus objetivos.

Un tercer tipo de problema hacen referencia a la propia dificultad de una acción educativa que presenta un propósito de desarrollo de valores es una sociedad de disvalores. Fomentar la participación en una sociedad no participativa.


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Los problemas conceptuales

Es el cuarto tipo de problemas, los conceptuales, donde residen las causas que impiden el desarrollo de nuestro proyecto; y, que su solución, que depende de nosotros, puede permitir su evolución.

Esa necesaria la reconceptualización de cómo concebimos nuestra acción, nuestro proyecto educativo, nuestra relación con la población diana…, nuestra misma conformación, es la que nos permitiría resolver nuestros problemas. Y hacer eficaz nuestra acción. Diseñar nuestra misión, y hacer partícipes de ella a los miembros del colectivo.

UNA PROPUESTA METODOLOGICA CONCRETA PARA LA ACCION EDUCATIVA EN LOS COLECTIVOS JUVENILES

Un ejemplo de acción sistematizada es la Quíntuple Estructura, muy adecuada para un colectivo juvenil que se mueve en el ámbito de la educación no formal.

“La quíntuple estructura. Un modelo para la participación”.

La clave de la cuestión es: si nuestro objetivo es facilitar la participación de los jóvenes; debemos partir de que: existen diferentes niveles de potenciales de participación. Detectarlos y diseñar una oferta distinta y adecuada a cada nivel, será la clave del éxito.

La pirámide de la participación

Por ejemplo, en un instituto, los niveles serían los siguientes:

Los líderes y directivos juveniles. Son jóvenes susceptibles de participar en una estructura juvenil en calidad de líderes sociales o directivos. Su personalidad está configurada de tal manera que los hace susceptibles a convertirse en agentes activos en un grupo social. Estos jóvenes corresponden a los representantes electos de los alumnos y a los componentes de las Juntas directivas de las asociaciones de estudiantes.


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Los activistas. Son jóvenes activos, con capacidad para inducir a otros jóvenes a hacer acciones, actividades con un componente colectivo. Son los que lideran las actividades concretas del centro, por ejemplo la revista, el grupo de teatro…

Los miembros de grupos estables. Son jóvenes que participan semanalmente de la actividad de un grupo. Por ejemplo: grupos de teatro, música, revistas, rol.

Los usuarios. Son jóvenes que participan con algún nivel de asiduidad de las actividades y servicios de una entidad. Por ejemplo: espectadores de cualquier espectáculo, usuarios de servicios de información, de ciberespacios.

Los consumidores. “Consumen” muy esporádicamente una actividad asociativa. Por ejemplo: asistentes a un concierto masivo de rock; a una gran manifestación contra la guerra…

La totalidad de los jóvenes. En la pirámide que proponemos, su nivel de potencial de participación es cero. Lo que no significa que no debamos tenerlos en cuenta en nuestra acción. Por ejemplo: el conjunto de la matrícula del centro.

Variaciones de la pirámide

Junto a esta primera estructura, que nos garantizaría la atención a la totalidad de la población diana, otras cuatro nos completaría el pentasistema que presentamos. Un estructura de actividad, que ofrecería a cada nivel una acción formativa adecuada. Una estructura funcional que organizaría nuestra acción en programas específicos para cada nivel; y transversales en algún caso. Una estructura orgánica, donde se sustanciarían los procesos educativos. Y, por último, una estructura de recursos - financieros, materiales, humanos - que presentarían un destino acorde a los distintos niveles de participación y en función de los objetivos que derivan de nuestra misión.

Otros problemas conceptuales


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Los encontramos en el incorrecto tratamiento de los intereses patentes y latentes de los jóvenes; la no-discriminación entre necesidades y demandas; la desclasificación de las actividades y los usos del impacto educativo pretendido; la inadecuación y desinterés de nuestra realidad a la misión; o la desatención y/o descompensación del continuo de la suficiencia afectivo sexual.

Son, en definitiva, ese conjunto de errores conceptuales los que impiden el correcto desarrollo de los procesos asociativos. Y sitúan a nuestro colectivo en esa etapa que Llull define de estancamiento (Teoría y práctica de la Educación en el Tiempo Libre). Josué Llull Peñalba. CCS. 1999):

“Estancamiento: aquellas asociaciones que se enquistan en ese status mínimo, aceptando un crecimiento en la actividad y en el número de socios muy lento. La asociación se convierte en un “club capillita” y se cierra al exterior, no se propone nuevas metas, no sabe resolver sus problemas y languidece hasta disolverse al cabo del tiempo. En estas circunstancias surgen diversas excusas que justifican el distanciamiento o la dispersión de cada uno de los miembros, o bien la consideración de la asociación como algo transitorio e infantil que no conduce a nada”.

III.

El asociacionismo juvenil en España

La Década Prodigiosa: Los 80 y las Políticas integrales de

Juventud

1985, con la celebración del Año Internacional de la Juventud supone un reforzamiento de las políticas juveniles. Se generaliza la creación de los Consejos de la Juventud.

Las grandes organizaciones de la izquierda - partidos políticos, sindicatos, movimientos vecinales y sociales - se mantienen al margen de estas políticas, al margen de la relación y articulación de los


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jóvenes. Simplemente, para ellos, no existe nuestro Tiempo Libre, ni la voluntad de facilitar procesos de ciudadanía que nos incorporen a los grandes cambios institucionales que va a vivir el país.

Sólo la Iglesia, continuará con su acción pastoral entre los jóvenes.

Aún en este estado de cosas, muchos ayuntamientos y algunas autonomías desarrollan Políticas Integrales de juventud. Siguiendo las Directivas europeas, tratan de articular programas que atiendan a nuestros problemas globales, más allá del Tiempo Libre, situando la vivienda y el empleo como nexos básicos para la inserción juvenil. La segunda condición de las políticas integrales, nuestra incorporación a los programas institucionales de juventud, se enfrenta a dificultades mayores que la primera: ¿cómo incorporar a un segmento poblacional que no está articulado socialmente?

Para la existencia de un tejido social, sindical y político que sostuviese la nueva democracia española se articularon normativas facilitadoras, recursos ingentes, leyes que sancionaban el papel de la sociedad civil adulta. Los jóvenes no fuimos dotados de un marco legal y administrativo que nos permitiera tener espacio social para desarrollar nuestra ciudadanía. Y las experiencias sociales que excepcionalmente se desarrollaron en el país, pronto iban a desaparecer.

El desmantelamiento de las políticas de juventud

La llegada de la Derecha al poder local, autonómico y estatal de forma generalizada - en el noventa y cinco y noventa y seis - produce con mucha facilidad el desmantelamiento de las políticas de juventud. El problema de nuestro ocio y tiempo libre, se debe a los efectos que produce una situación social ligada al fracaso escolar, el desempleo o la desvalorización.

El debate social se establece en torno a la delincuencia juvenil, la drogodependencia, las enfermedades de la alimentación. El binomio


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joven / delincuente, joven / drogadicto oculta la génesis del problema y las responsabilidades institucionales y sociales en facilitar el desarrollo de una cultura de ciudadanía.

Se nos presenta como un ser que lo tiene todo y nada valora y quiere. Como el ciudadano egoísta que ha accedido a unos niveles desconocidos de calidad de vida y tiempo libre y nada quiere; ni siquiera irse de casa y hacerse adulto. Extendiendo un discurso reaccionario y único frente a un interlocutor inexistente. Las políticas de juventud democráticas, tras este discurso, tuvieron sus días contados.

IV.

Tendencias y estrategias en la Educación en el

Tiempo Libre

La responsabilidad de la administración y de las

organizaciones sociales

Fracasadas en gran medida las intervenciones públicas en materia de juventud - y agotado el impulso de los planes integrales de juventud -, las administraciones públicas se enfrentan, en este nuevo siglo, a la responsabilidad de articular nuevas políticas de juventud.

Éstas deberán centrar su acción en la atención a nuestro problema central: la inserción social y a la facilitación del acceso al empleo y la vivienda. Estas políticas emancipatorias, si quieren garantizar su eficacia, deben incorporar al mundo juvenil a su formulación. En este sentido, el Tiempo Libre puede ser un ámbito de actuación privilegiado.

Los programas de ciudadanización de los jóvenes deben contemplar la generalización de recursos para hacer factible el acceso a esa ciudadanía: Casas de Juventud, Centros de Recursos, Bancos de Actividades, Programas de Dinamización… deberán generalizarse, desde lo público, si se pretende darnos la oportunidad a la generalidad


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de socializarnos en una ciudadanía activa y comprometida; y si se quiere, de verdad, tener una incidencia resolutiva en las patologías que circundan nuestro mundo.

Y junto a esa red pública de espacios de socialización, es imprescindible impulsar un tejido asociativo plural, dotarnos de medios y recursos, que actúen de escuela de ciudadanía. Que pueda articular a una buena parte de jóvenes españoles; y que podamos actuar como una red social más de las que articulan nuestro país.

Si es impensable una acción política o sindical en nuestra Democracia sin las estructuras de los partidos políticos o las centrales sindicales, debemos imaginar la mayor dificultad de la acción juvenil.

Debemos apostar por el impulso del compromiso y la rebeldía inherentes a nuestra condición juvenil, articular un discurso progresista, sociológicamente riguroso, socialmente positivo e ideológicamente incluyente, es la acción inteligente que deberán desarrollar los movimientos sociales adultos, si tienen voluntad de permanencia, de eficacia social.

El movimiento juvenil ante una nueva oportunidad

En estas circunstancias se moverá el movimiento juvenil y el tiempo libre en los próximos años. Y frente a la actuación que deberán desarrollar administración y sociedad civil, su responsabilidad se centrará en articular una acción eficaz, adecuada a las distintas metas y fines del ideario de cada entidad que lo conforman.

Un tejido asociativo que deberá encontrar las formulas metodológicas capaces de hacer eficaz su intervención. Fidelizar esa intervención en el marco ideológico que define a cada asociación; y dotarse del poder suficiente para garantizar sus metas.

Cada asociación deberá querer, saber y poder desarrollar su acción. Querer, es decir, mantenerse fiel al espíritu y fines que marcan sus estatutos. Saber, por tanto dotarse de las capacidades y formación necesaria para optimizar la acción. Y Poder, acumular la fuerza


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necesaria - humana, infraestructural, financiera, relacional, mediática... - para hacer posible la intervención.

Tres infinitivos básicos para modificar sustancialmente el escenario del tejido asociativo.

Situar en esta triple estrategia nuestra actuación nos permitirá incrementar la capacidad del tejido asociativo, contar en una sociedad que no quiere contar con nosotros. Circunscribir nuestros deseos a tener un espacio colectivo donde comer pipas o hacer lo que nos apetezca; Circunscribir nuestra formación a la asistencia a un cursillo de vez en cuando; y circunscribir nuestro poder a la pelea por la conformación de la Junta Directiva de nuestra entidad o la presidencia del Consejo de Juventud de turno, son autolimitaciones que condenarán al tejido asociativo a ser una insignificante cáscara en un océano de atonía social. Y aunque no se trate de recuperar el tiempo perdido, todavía es tiempo de hacer lo que nunca se hizo: apuntar tendencias hacia la consolidación de redes juveniles capaces de jugar un papel en una sociedad, que sólo así podremos cambiar.

Porque todavía queremos cambiar el mundo; y para cambiar el mundo hace falta gente.

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