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Hugo von Hofmannsthal compil estas narraciones, tal y como declara en elprlogo, guiado solamente por la peculiar belleza con que conmovieron micorazn en la juventud o en la madurez, convirtindose para m en algoinolvidable. Aunque la nmina de autores escogidos Goethe, Eichendorff,Brentano, Hauff, Tieck, Hoffmann, Hebbel, Bchner, Gotthelf, Von Droste-Hlshoff, Von Arnim, Kleist, Sealsfield bastara por s sola para refrendarsu inters, no carece de importancia el criterio de Hofmannsthal, puestodas tienen en comn una indeclinable belleza.

Aquellos cuyas narraciones estn aqu reunidas se han visto impulsadospor un amor puro y creativo a expresar alguna faceta de la existencia; algodel mundo, alguna conexin entre el ser humano y el mundo se habamanifestado en ellos de forma especial, dice el compilador. Si elromanticismo fue el depositario de un espritu que habra de fecundar losposteriores caminos de la cultura, de ello dan fe estas historias parecidas arostros desde los que nos contempla una mirada exenta de frialdad y deescepticismo. Por encima de lo real se aprecia en cada cuento un hlitocontinuo del ms all, de lo oculto. Su carcter maravilloso, lejos de habersido eliminado, acta como si continuamente hubiera gemas preciosasescondidas bajo los carbones y cenizas del hogar.

AA. VV.

Cuentos romnticos alemanes

H. von Hofmannsthal

INTRODUCCIN

HE compilado estas narraciones solamente por la peculiar belleza con la queconmovieron mi corazn en la juventud o en la madurez, convirtindose para men algo inolvidable, de tal manera que para ordenarlas no he necesitado msayuda que la de mi memoria. Todo lo que dir ms tarde, no lo fui descubriendoen ellas sino paulatinamente. Siempre me han parecido las ms bellas entre todaslas narraciones alemanas que conoca, y al haberlas concatenado hace y atiempo al menos en mi pensamiento o en mi deseo, no hice ms que seguir elimpulso que es inherente a cada hombre y que se pone de relieve en los nios yen los hombres de la Antigedad pura: el de vernos presos por lo armnico, paraconformarnos con ello o para servirlo y hacer lo rico ms rico o, como loexpresan las Escrituras, dar mayor abundancia a aquel que ya tiene.

As como los nios apartan la tierra y la arena para que una vena de aguadesemboque en la otra y que lo claro llegue a lo claro, as honraban los reyespersas a un hermoso rbol viejo adornndolo con una guirnalda dorada; y aunhoy, el monarca viajero dona una estatua para un precioso jardn o adorna unabella colina con una capilla, y el caminante solitario enaltece la belleza de unapradera silenciosa con una oracin o un pensamiento sublime; y yo conoc a unhombre que no posea bien alguno, pero que compr un pequeo cementerioabandonado, y de esta manera obtuvo el derecho documentado de custodiar lapaz de esas cruces cadas, sobre las que alternativamente reposaban la nieve o lasmariposas, y de esas flores que crecan en el camino, como si donara algo de sualma al mudo tej ido de aquel lugar de paz.

Slo a travs de la observacin se puede poner de manifiesto dnde resida laespecial belleza que impresion mi nimo para hacer precisamente de ellas mispreferidas y llevarme a compilar, en una, obras procedentes de tan diversasalmas de tres generaciones consecutivas. Todos aquellos cuyas narraciones estnaqu reunidas se han visto impulsados por un amor puro y creativo a expresaralguna faceta de la existencia; algo del mundo, alguna conexin entre el serhumano y el mundo se haba manifestado en ellos de forma especial. As se hacevaler en todas estas creaciones una singularidad superior; no aqulla escasa del

entendimiento o de la habilidad, sino la profunda e incorruptible del nimo, y yaque ellas deban percibir y decir algo que slo para sus autores era tan vivo yespecial, por esa misma razn su lenguaje era limpio y selecto desde su interior.Pero al mismo tiempo sucedi que toda la esencia del alma alemana, quesolamente puede revelarse a travs de muchas individualidades, mostr con vigorespecial una parte de s misma en cada uno de estos narradores: en Goethe, unacontemplacin grandiosa y piadosa de la existencia humana, como si desde unalto monte se contemplase el mundo bajo nuestros pies, de tal manera que secreera que no hay en l nada bajo ni adverso. En Eichendorff, de nuevo loiluminado, lo onrico, lo fantasioso, esa inmadurez gozosa del alma alemana en laque hay algo encantador pero que ha de guardar su justa medida, pues de locontrario se convierte en algo vaco y repulsivo. En Brentano y Hauff, la esenciapopular pura e ntegra con sus fuerzas espirituales y anmicas que llegan hasta lasupersticin, con sus conceptos de derecho y honestidad, a los cuales estfuertemente vinculada. O debo decir estaba? Pues la poca moderna harelajado todo esto, y slo ac y all se mantiene en pie lo fundamentado entiempos antiguos. En Tieck y Hoffmann, lo misterioso del alma, el abismointerior, la soledad y el camino a otro mundo. Despus, el solitario nio Hebbel yel adolescente perturbado Lenz en el yermo valle de la montaa, el solternaislado de los hombres en su isla y el pobre msico, solitario con su msica enmedio de los hombres; nada ms que pobres y ricos, y qu figuras tan alemanasen su pobreza y en su riqueza! Luego, en Gotthelf, urdida en un paisaje, una vidasencilla, una felicidad sencilla; en la Droste, una suerte trgica y tambin urdidaen el tej ido de un paisaje; si se ponen frente a frente estos dos autores, se siente logrande que es Alemania. Es como si, navegando por el Weser hacia Bremen, seoy era resonar en el aire salino del mar del Norte el tintinear de los cencerros delas vacas que bajan al Tirol desde los Alpes: pero interiormente es un pas anms extenso. Arnim y Kleist son verdaderos escritores de relatos; lo grande ynico, lo irrepetible de lo que cuentan, es su tema, y es extrao y significativoque ambos siten la trama en un pas extranjero y romnico: pero sea cual sea eltranscurrir de la narracin, el corazn de los protagonistas, trtese de una mujerpaciente o de un joven valeroso, siempre es un corazn alemn el que ha sidocolocado en el pecho de los personajes. En El visionario se representangrandes relaciones, intrigas estatales de gran importancia, multitud de personasunidas por un gran destino; para; ello posea Schiller un especial talento y con ellose encuentra casi solo entre los alemanes, pues esta faceta no es, por lo dems, sufuerte. En su ms grande poeta centellea naturalmente tambin, aqu y all, lopoltico, como metal nativo en medio de la existencia mundana: as, por ejemplo,la conversacin de la Regente con Maquiavelo en Egmont . En Sealsfield seprefigura algo y no de menor valor: el americano alemn. El alma es alemana,pero ha pasado por una extraa y gran escuela. Est agrupado con los dems

autores y, sin embargo, constituye algo especial. Si all lo han olvidado, esverdaderamente triste, pero aqu no podra faltar, pues narra de una manera queno olvidar nadie que lo haya escuchado alguna vez. Veo ante m a alguien dequien, sin embargo, nada se incluye aqu: Immermann. Las narraciones msbreves se cuentan entre lo ms flojo de su trabajo; sus novelas estn bienconstruidas y muestran una rara riqueza espiritual, fuerza, ternura, unapenetrante comprensin del mundo, visin y pureza; intentaba crear unatransicin: los comienzos de aquello que puso el sello a nuestra incipiente poca;reflej el mundo de la fbrica, de la preponderancia del dinero y mostr laespiritualidad alemana en lucha con todo ello. En una gran novela estintercalada la historia de un alcalde de pueblo westfaliano; sacarla de la novelame pareca ultrajante; algunos lo han hecho, pero quien los imita demuestra queno conoce el respeto, y dnde debe guardarse el respeto si no es frente a unalma pura y elevada como la de Immermann? Tampoco quera echar en falta aChamisso, que no naci alemn, pero que con sus obras se ha ganado un puestoen la poesa alemana. Su Schlehmil comienza, sin duda, de formamaravillosa, y la invencin es de primer orden; sin embargo, la narracin decae,pierde el lustre y languidece. Si formalmente fuera tambin un fragmento, tal ycomo por dentro est fragmentada, me hubiera atrevido a agruparla con lasdems.

Son por tanto los escritores alemanes ms antiguos los que he reunido aqu,aunque nuestro tiempo no quiere saber nada ms que de s mismo y practica unavana idolatra con el concepto de lo contemporneo. En los individuos no hayabsolutamente nada contemporneo, el desarrollo lo es todo, lo uno fluye en lootro; si hablo con un amigo nonagenario que tengo y le pregunto sobre una pocade su vida, los aos cuarenta o sesenta del siglo pasado, me doy cuenta de cmopara l lo uno fluye en lo otro, el espacio de tiempo desaparecido vive en elsiguiente y todo constituye uno y el mismo ente: as es para el individuo y as espara todo el pueblo. El presente es amplio, el pasado, profundo; la amplitudconfunde, la profundidad deleita; por qu tenemos que tender siempre hacia laamplitud? De un amigo fiel o de una encantadora amiga quiero investigar suinfancia, escuchar cmo eran antes de que y o los encontrara y conociera, y nopreguntar por los miles de personas indiferentes a los que se han encontrado hoy.

En estas narraciones aparece una Alemania que y a no existe totalmente: elbosque ya no es tan vetusto y espeso, en la carretera hay otra vida y adems esmenor, en los pueblos no son solamente los tejados los que han cambiado; todoest ah y nada est, es la misma patria y, sin embargo, una distinta. As tambinsucede con todo aquello que no se puede ver con los ojos ni asir con las manos.Formas de vida, formas espirituales de nuestro misterioso y apenas reconociblepueblo se han cristalizado aqu, una atmsfera alemana ms antigua nos rodea;acojmosla en nuestro interior y as desaparecer o al menos se purificar la

atmsfera reinante. El pas estaba habitado por muchas menos personas y, sinembargo, las relaciones entre ellas eran ms intensas; los estamentos estabanms claramente diferenciados y, sin embargo, las relaciones entre ellos eran msfuertes que hoy en da. Refranes y giros populares asoman con frecuencia a loslabios de los personajes, los antiguos usos y la vieja fe estn grabados en loshombres, en las casas y en los utensilios; a veces es la supersticin, pero todoparte de un nimo sincero e ntegro. Nuestra atmsfera, por el contrario, estllena de prejuicios, pero de prejuicios que no son honestos como los de losantiguos y que esperan en vano su desaparicin a travs de las fuerzas del alma;todo precisa una clarificacin, en todas partes reinan la discrepancia, la escisin,la reserva mental; las enfermedades nerviosas son sus ltimos vstagos. Elperspicaz Lichtenberg rescat de su Addison una frase: The whole man mustmove at once (el hombre total debe reaccionar de una vez). l dijo: Estodebera escribrselo cada alemn en las uas ; fue hace ciento cincuenta aos,pero hoy tiene ms validez que nunca.

En estas historias hay una riqueza inconmensurable de relaciones espiritualesy afectivas en la descripcin de cmo los personajes se vinculan entre s; el amorest presente en todas partes, pero no slo el que siente el hombre por la mujer,el doncel por la doncella, sino tambin el que siente el amigo por el amigo, el delos nios por sus padres, el del hombre por Dios, tambin el del solitario por unaflor, por una planta, por un animal, por su violn, por el paisaje: es un amorrepartido, esto es el amor alemn. En ningn lugar de estas historias se encuentrala obsesin salvaje y exclusiva del hombre por la mujer, nunca las aspiracionesabsolutamente oscuras y terrenales que aparecen en las historias de las novelastan poderosa e inquietantemente. Si se hiciera una compilacin de narradoresfranceses, se apreciara claramente como resultado que se trata de un pueblointeriormente ms antiguo, todo est delimitado de forma precisa y es terrenal;aqu, en los narradores alemanes, por encima de todo lo real se aprecia un hlitocontinuo del ms all, de lo oculto. El carcter maravilloso de los cuentos no hasido eliminado en ninguna parte, es como si continuamente hubiera gemaspreciosas escondidas bajo los carbones y las cenizas del hogar. Un joven espritudel pueblo se revela, lleno de presagios, y un deseo innombrable se dirige alldonde todas las nubecillas se difuminan en las manos del Creador. La hermosaAnnerl y el bravo Kasper mueren, desde luego, de forma repentina, pero hay unresplandor alrededor de su muerte que vence a la propia muerte. As en el Relato de Goethe se vence gloriosamente al len, en Mozart ladificultad de la vida, en El invlido al diablo y a la locura, en Barthli alas tinieblas y los rigores de la pobreza, en El soltern a la misantropa. APeter Carbonero le colocan de nuevo en el pecho, en lugar del rgano fro, supropio corazn, clido y sensible; en el nio Hebbel, un alma fuerte y brillante seeleva desde la oscuridad hacia la luz, e incluso tambin en El pobre msico la

trama se resuelve con la transfiguracin. La desdichada historia de Lenz seinterrumpe de forma oscura, pero tras esas tinieblas alborea algo superior, y sualma, as lo sentimos, solamente roza la desesperacin, no cae en ella. As sontodas estas historias, como rostros desde los que nos contempla una miradaexenta de frialdad y de escepticismo. Son rostros amables que pertenecen anuestra gran amistad : con estas palabras designa el pueblo al conjunto de losparientes que se renen para una ocasin festiva, nacimiento o muerte, en unacasa. En los rostros ms maduros y ms significativos sobresale el rasgo familiarcon may or intensidad, y si se recorre con la mirada a estos alemanes eminentes,se ve que son parientes los que estn sentados unos frente a otros. As llegan ellosa las casas de los alemanes de hoy, una amable comitiva de hombres, una mujertambin entre ellos vestida de blanco y con unos profundos ojos oscuros: estostiempos son severos y angustiosos para los alemanes, quizs se avecinan aosdifciles. Hace cien aos tambin los tiempos eran oscuros y, sin embargo, losalemanes no fueron nunca tan ricos interiormente como en la primera dcadadel siglo XIX, y quizs para este pueblo misterioso los aos de la tribulacin seanaos bienaventurados.

Nuestro pueblo tiene, a pesar de todo, una memoria dbil y un almasoadora; lo que posee, lo pierde siempre de nuevo, pero evoca durante la nochelo que ha perdido durante el da. La riqueza que le es propia no la cuenta, y escapaz de olvidar los bienes de su corona, pero de vez en cuando siente nostalgiade s mismo, y nunca es ms puro y fuerte que en tales pocas.

1912

Johann Wolfgang von Goethe

RELATO

UNA espesa niebla otoal cubra an, en la madrugada, los amplios espaciosdel patio del palacio principesco, cuando y a se poda ver ms o menos, a travsde ese velo que se iba despejando, toda la montera, a pie y a caballo, enmovimiento. Podan distinguirse todas las actividades presurosas de los msprximos: alargaban o acortaban los estribos, se daban unos a otros las cabinas ylas cartucheras y ponan derechas las alforjas, mientras que los perros, atados alas correas e impacientes, amenazaban con arrastrar a los que se quedaban atrs.Tambin aqu y all, un caballo se comportaba con mayor audacia, animado poruna naturaleza fogosa o estimulado por la espuela del j inete, el cual no podaocultar una cierta presuncin al lucirse en medio de esa luz incierta. Sin embargo,todos esperaban al prncipe, el cual, despidindose de su joven esposa, sedemoraba y a en demasa.

Casados desde haca poco tiempo, experimentaban y a la dicha de las almasafines; ambos eran de carcter enrgico y vivaz, y el uno tomaba gustosamenteparte en las inclinaciones y aspiraciones del otro. El padre del prncipe todavahaba vivido y aprovechado la poca en la que se puso de manifiesto que todoslos miembros del Estado deban pasar sus das con la misma laboriosidad,actuando y trabajando, cada uno a su manera, primero para, ganar y despuspara disfrutar.

Hasta qu punto se haba logrado esto se haca patente en estos das, cuandoprecisamente se reuna el mercado mayor, que bien poda ser llamado una feria.El prncipe haba conducido el da anterior a caballo a su esposa a travs delhervidero de mercancas amontonadas, y le haba hecho notar cmo aqu lamontaa llevaba a cabo un feliz trueque con la llanura; supo llamar su atencin,all mismo, sobre la laboriosidad de su regin.

Si bien en aquellos das el prncipe conversaba con los suyos casiexclusivamente sobre esos asuntos molestos, especialmente trabajando de formacontinuada con el ministro de Hacienda, sin embargo, el montero may or hizovaler sus derechos, segn los cuales era imposible resistir la tentacin deemprender, en aquellos propicios das otoales, una cacera ya aplazada, para

ofrecer a los muchos huspedes llegados y a s mismo una fiesta caracterstica ysingular.

La princesa se qued en casa a disgusto; se haban propuesto adentrarse en lamontaa para intranquilizar a los pacficos moradores de aquellos bosquesmediante una inesperada campaa.

Al despedirse, el esposo no olvid proponer un paseo a caballo que elladebera emprender en compaa de Federico, el to del prncipe.

Tambin te dejo dijo l a nuestro Honorio, como doncel de corte y deestablo, que cuidar de todo.

Y a continuacin de estas palabras, mientras bajaba las escaleras, dio a unjoven bien parecido las rdenes pertinentes, desapareciendo despusprontamente con los huspedes y el squito.

La princesa, que desde arriba todava deca adis a su esposo con el pauelo,se dirigi a las habitaciones del fondo, las cuales tenan una amplia vista hacia lasmontaas, tanto ms hermosa cuanto que el palacio mismo se ergua a ciertaaltura por encima del ro y, de esta manera, permita magnficas vistas pordelante y por detrs. Encontr el excelente telescopio todava en la posicin en laque lo haban dejado la noche anterior, cuando conversaban observando, porencima de los matorrales, el monte y la cima del bosque, las altas ruinas delcastillo solariego, que resaltaban singularmente en la luz crepuscular, cuando lasenormes masas de luz y de sombras podan dar una idea ms clara de unmonumento tan considerable de pocas pasadas. Tambin se resaltaballamativamente hoy temprano, gracias a las lentes de acercamiento, lacoloracin otoal de aquellas mltiples especies de rboles que crecan, libre ytranquilamente, a lo largo de los aos. La hermosa dama, sin embargo, dirigi eltelescopio ms abajo, hacia una llanura yerma y pedregosa por la que lacomitiva de caza deba pasar; esper el momento con paciencia y no se enga,pues con la claridad y la capacidad de aumento del instrumento, sus brillantesojos reconocieron de forma clara al prncipe y al caballerizo mayor; incluso nose abstuvo de decir adis de nuevo con el pauelo cuando adivin, ms quepercibi, una parada momentnea y una mirada hacia atrs.

El prncipe to, de nombre Federico, entr al momento, anunciado con sudibujante, el cual llevaba un gran cartapacio bajo el brazo.

Querida sobrina dijo el anciano y recio seor, aqu tienes las vistas delcastillo solariego, dibujadas para mostrar desde diferentes lados cmo lapoderosa construccin defensiva y ofensiva de pocas pasadas se enfrent a losaos y a los rigores del clima y cmo, sin embargo, en algunas partes sus murosceden, y aqu y all cayeron en ruinas. No obstante, hemos hecho algo parahacer ms accesible esta selva, pues no se precisa ms para asombrar ymaravillar a cualquier caminante o visitante.

Mientras el prncipe mostraba las diferentes lminas, segua hablando.

Aqu, en el lugar donde subiendo por la hondonada a travs de los muroscirculares externos se llega ante el verdadero castillo, se alza frente a nosotrosuna roca de las ms slidas de toda la montaa; en seguida aparece, amurallada,una torre; sin embargo, nadie sabra decir dnde termina la naturaleza y dndeempiezan el arte y la artesana. Despus se ven muros adosados a los lados yrondas alargndose en forma de terrazas hacia abajo. Pero no lo estoy contandocorrectamente, pues en realidad es un bosque el que rodea esta cima antiqusima;desde hace ciento cincuenta aos no ha resonado aqu un hacha, y por todaspartes han crecido los ms poderosos troncos; all donde os apoy is en los muros,os salen al encuentro el liso arce, la spera encina, el delgado abeto con tronco yraces; tenemos que pasar serpenteando alrededor de ellos y seguir nuestra sendade forma razonable. Contemplad solamente de qu forma tan acertada haexpresado nuestro maestro sobre el papel lo caracterstico, qu fcilmente sereconocen las distintas clases de troncos y de races entre la mampostera ycmo las poderosas ramas se introducen por los huecos. Es una selva comoninguna otra, un lugar casualmente nico, donde se pueden distinguir enencarnizada lucha las viejas huellas de una fuerza humana desaparecida hacelargo tiempo y la naturaleza eternamente viva y activa.

Pero colocando otra lmina, continu diciendo:Y qu me decs ahora del patio del castillo, el cual, inaccesible a causa del

derrumbamiento de la vieja torre del portal, no ha sido pisado por nadie desdeinimaginable nmero de aos? Intentando alcanzarlo lateralmente, hemosatravesado muros, hecho saltar bvedas y de esta manera preparado un caminocmodo, aunque secreto. Por dentro no necesita ningn desescombro, pues all seencuentra una cima de la roca allanada por la naturaleza; sin embargo, aqu yall poderosos rboles han encontrado la fortuna y la ocasin de echar races;han crecido despacio, pero con decisin, y ahora extienden sus ramas hastadentro de las galeras por las que el caballero se paseaba en otros tiempos de unlado a otro; incluso a travs de las puertas y las ventanas han alcanzado las salasabovedadas, de las que no hemos querido hacerlas desaparecer; han tomadoposesin de ellas y as deben permanecer. Quitando profundas capas de follajehemos hallado el sitio ms curiosamente nivelado, sin parangn en ningn otrolugar del mundo.

Adems de todo esto, es digno de atencin y para ser observado sobre elterreno que en los escalones que conducen a la torre principal ha echado racesun arce y se ha convertido en un rbol tan poderoso que difcilmente se puedepasar por ah si se quiere subir a las almenas para disfrutar de un panoramailimitado. Pero tambin aqu se est cmodamente a la sombra, pues es esterbol el que se yergue alto en el aire por encima del conjunto de formamaravillosa.

Agradezcamos, pues, al valiente artista que nos hace ver todo, de forma tan

encomiable, con diferentes cuadros, como si estuviramos presentes; ha utilizadopara ello las ms hermosas horas del da y de la estacin, y durante semanas seha desplazado en torno a estos objetos. En esta esquina se ha instalado unapequea y confortable vivienda para l y para el vigilante que le hemosadjudicado. Vos no podis creer, querida ma, qu hermosa vista interior yexterior del paisaje, del patio y de los muros ha dispuesto all el artista. Ahora quetodo est esbozado de forma tan clara y caracterstica, lo concluir aqu abajo,con toda comodidad. Adornaremos con estos cuadros nuestro pabelln, y nohabr nadie que viendo nuestros parterres regulares, nuestros cenadores y paseossombros, no desee entregarse all arriba a la observacin real de lo viejo y lonuevo, de lo petrificado, inflexible, indestructible y de lo fresco, dctil eirresistible.

Honorio entr y anunci que los caballos estaban preparados; en esemomento, la princesa, dirigindose al to, dijo:

Cabalguemos all arriba y permitidme ver en la realidad lo que aqu mehabis mostrado en imgenes. Desde que estoy aqu, no oigo ms que hablar deesta empresa, y estoy verdaderamente ansiosa por ver con mis propios ojos loque me pareca imposible en la narracin e improbable en la reproduccin.

An no, querida ma replic el prncipe. Lo que aqu habis visto es loque puede ser y ser; ahora algunas cosas estn paradas en sus comienzos; el artetiene que estar concluido si no quiere avergonzarse ante la naturaleza.

Al menos cabalguemos hacia arriba, aunque slo sea hasta el pie; hoytengo muchas ganas de contemplar el ancho mundo.

Hgase vuestra voluntad respondi el prncipe.Pero cabalguemos a travs de la ciudad prosigui la dama, por la gran

plaza del mercado, donde una innumerable cantidad de tenderetes semejan unapequea ciudad, un campamento. Es como si estuvieran all representadas todaslas necesidades y ocupaciones de todas las familias del pas, mostrndose haciafuera, reunidas en este punto central, saliendo a la luz del da; pues aqu elobservador atento ve todo lo que el hombre produce y necesita; por un momento,uno se imagina que no es necesario el dinero, que cada negocio se podra hacermediante el trueque; y as es en el fondo. Desde que ayer el prncipe me brindla ocasin de alcanzar estas visiones de conjunto, me es muy agradable pensarcmo aqu, donde la montaa y la tierra llana son colindantes, ambas expresantan claramente lo que necesitan y lo que desean. As como el montas sabetrabajar la madera de sus bosques en mil formas y diversificar el hierro paraadaptarlo a cada uso, as le salen al paso los otros con mltiples mercancas, delas cuales apenas se puede reconocer el material y a menudo tampoco lafinalidad.

S replic el to que mi sobrino dedica a este asunto la may oratencin; pues precisamente en esta poca del ao interesa ante todo ms recibir

que dar; conseguir esto es, en definitiva, la suma de todo el presupuesto nacional,as como la de la ms pequea economa domstica. Pero excusadme, queridama, pues me disgusta cabalgar por el mercado y por la feria; a cada paso se veuno impedido y detenido, y luego me viene otra vez a la mente aquella terribledesgracia, como si se me hubiera grabado a fuego en los ojos, de cuando vi arderen una ocasin una enorme cantidad de mercancas y bienes. Apenas mehaba

Por favor, no perdamos estas hermosas horas le interrumpi la princesa,y a que el honorable seor ya la haba atemorizado en repetidas ocasiones con laexhaustiva descripcin de aquella desgracia, cuando l, durante un largo viaje, sehaba alojado de noche en la mejor posada del mercado, que bulla a causa deuna feria importante, y ya en la cama, enormemente cansado, haba sidodespertado de forma terrible por los gritos y las llamas que rodeaban la casa.

La princesa se apresur a montar su caballo favorito, y en vez de dirigirse porla puerta trasera montaa arriba, condujo a su contrariado acompaantemontaa abajo por la puerta delantera; pues quin no hubiera cabalgadogustosamente a su lado, quin no la hubiera seguido con agrado? Y as tambinHonorio se haba quedado dcilmente sin asistir a la ansiada cacera para hacerleun servicio.

Como era previsible, no pudieron cabalgar a travs del mercado sino paso apaso; pero la bella y gentil dama alegraba cada parada con una observaciningeniosa.

Repito deca mi leccin de ayer, y a que la necesidad quiere poner aprueba nuestra paciencia.

Y en realidad, la gran masa humana se aproximaba a los j inetes de talmanera que slo lentamente podan continuar su camino. El pueblo observaba ala dama con gozo, y en muchos rostros sonrientes se mostraba el agrado decididode ver que la primera mujer del pas era tambin la ms bella y la ms graciosa.Entremezclados estaban los montaeses que tienen sus tranquilas viviendas entrerocas, abetos y pinos silvestres, las gentes de las llanuras provenientes de colinas,vegas y praderas, los artesanos de las pequeas ciudades y todos los que all sehaban reunido. Tras echar una tranquila ojeada, la princesa hizo notar a suacompaante cmo todos ellos, fuesen de donde fuesen, haban utilizado mstej ido del necesario para sus vestiduras, ms pao y lienzo, ms cintas para elribete. Era como si mujeres y hombres no se gustaran ms que vestidosostentosamente.

Concedmoslo replic el to. De las cosas en las que el hombrederrocha su riqueza, la que ms placer le proporciona es el adornarse yengalanarse.

La hermosa dama se mostr de acuerdo.As, poco a poco, haban llegado a un lugar despejado que conduca a los

arrabales, donde al final de pequeos tenderetes y tiendecillas se alzaba, deforma llamativa, una gran construccin de leo, cuando lleg a sus odos unestridente bramido. Pareca haber llegado la hora de la comida para los animalessalvajes all expuestos; el len dejaba or intensamente la voz de la selva y deldesierto, los caballos temblaban y no se poda dejar de observar cmo, en el sery actuar pacficos del mundo civilizado, el rey de la selva se anunciaba de formatan terrible. Ms cerca ya del tenderete, no pudieron pasar por alto unas pinturascolosales y polcromas que representaban con recios colores y poderosasimgenes aquellos animales extraos, a cuya observacin no poda sustraerse elpacfico ciudadano, arrastrado por un deseo irresistible. El furioso y monstruosotigre saltaba sobre un negro a punto de destrozarlo, un len se ergua severamentemay esttico, como si no divisara ninguna presa digna de l; otras criaturasfantsticas y multicolores pasaban desapercibidas al lado de las anteriores.

A la vuelta dijo la princesa nos apearemos y observaremos a estosextraos huspedes ms de cerca.

Es maravilloso replic el to que el hombre siempre busque el estmulode lo terrible. Ah dentro est el tigre echado tranquilamente en su prisin y aqutiene que saltar furiosamente sobre un negro para que las personas crean que vana contemplar lo mismo en el interior; no se harta uno lo suficiente de asesinatos ymuertes, de incendios y destruccin; los copleros tienen que repetirlo en cadaesquina. Los hombres buenos quieren estar atemorizados para sentir despuscun hermoso y loable es poder respirar libremente.

Todo lo que de temor pudiera haber quedado en ellos ante tales imgenes dehorror desapareci en cuanto llegaron a la puerta de la ciudad y se adentraron enla ms apacible regin. El camino conduca primero hacia arriba, junto a un rode caudal escaso por el que solamente navegaban canoas ligeras, pero que luego,paulatinamente, deba convertirse en una gran corriente del mismo nombre y darvida a pases extraos. Ascendieron lentamente a travs de huertos y jardinesbien cuidados, contemplando esa regin bien poblada hasta que, primero unmatorral y luego un bosquecillo acogieron a la comitiva y los pueblecillos msgraciosos limitaron y animaron sus miradas. Un valle cubierto de prados queascenda y que haba sido segado haca poco tiempo por segunda vez, semejandouna pieza de terciopelo y baado por un caudaloso manantial que flua con fuerzadesde arriba, los recibi amistosamente, y as se trasladaron hacia un punto mselevado y despejado que pudieron alcanzar al salir del bosque y tras unatrabajosa subida; y entonces, pero todava a una considerable distancia, vierondestacar, por encima de nuevos grupos de rboles, el viejo castillo, la meta de superegrinacin, dominando la roca y el bosque. Hacia atrs pues nunca sellegaba hasta aqu sin tornar la cabeza pudieron contemplar, a travs de huecosocasionales entre los grandes rboles, l castillo del prncipe, a la izquierda,iluminado por el sol matutino; despus, la armoniosa parte alta de la ciudad,

cubierta por ligeras nubes de humo y, hacia la derecha, la parte baja de la ciudady el ro en algunos recodos, con sus praderas y molinos; enfrente se divisaba unazona amplia y frtil.

Despus de haber saciado sus ojos, o ms bien, tal y como suele pasarcuando miramos a nuestro alrededor desde un sitio elevado, deseosos de hallaruna vista ms amplia y menos limitada, cabalgaron por una amplia y pedregosallanura, en la que la poderosa ruina se alzaba ante ellos como una cima coronadapor la vegetacin y con algunos rboles viejos a sus pies; atravesaron esa llanuray, de esta manera, llegaron a la cara ms abrupta e inaccesible. Poderosas rocasse alzaban all desde tiempos remotos, ajenas a cualquier cambio, firmes, bienfundamentadas y desafiando las alturas; lo que se haba desmoronado entre tantoyaca, de forma irregular, en grandes lminas y escombros, unos sobre otros, ypareca prohibir al ms osado cualquier ataque. Pero lo escarpado y abruptoparece atraer a la juventud; emprender esto, asaltar y dominar es un placer paralos miembros jvenes. La princesa mostr deseos de hacer un intento, Honorioestaba pronto y el to, aunque ms cmodo, lo acept porque no quera mostrarsedbil; los caballos deban permanecer al pie, bajo los rboles, y ellos queranllegar hasta un cierto punto en el que una roca prominente ofreca una superficielisa desde donde tendran un panorama que, si bien y a abarcaba el espacio quecontemplan los pjaros, se presentaba lo suficientemente pintoresco.

El sol, casi en su cnit, prestaba al momento la iluminacin ms clara: elpalacio del prncipe con todas sus partes, construcciones principales, alas, cpulasy torres, se apareca a sus ojos con toda majestuosidad; la ciudad alta en toda suextensin; tambin se poda divisar la parte baja cmodamente, y con el catalejopodan distinguirse incluso los diversos tenderetes del mercado. Honorioacostumbraba a llevar atado al caballo este utensilio tan til; contemplaron el ro,corriente arriba y abajo; de esta orilla, las tierras montaosas en terrazasinterrumpidas; de aquella orilla, la tierra feraz en la que se alternaban las llanurasy las suaves colinas; y por fin, innumerables poblaciones, pues era costumbre, desiempre, discutir sobre cuntas se podan divisar desde ah arriba.

Sobre la gran llanura reinaba una serena calma, como suele suceder amedioda, cundo, como decan los antiguos, Pan duerme y toda la naturalezacontiene el aliento para no despertarlo.

No es la primera vez dijo la princesa que desde un lugar tan elevado ytan extenso contemplo cmo la naturaleza tiene una apariencia tan pura ypacfica y cmo da la impresin de que en el mundo no pudiera suceder nadadesagradable; y cuando se regresa de nuevo a la morada humana, ya seaelevada o baja, amplia o angosta, siempre hay algo por lo que pelear, discutir,algo que solventar o arreglar.

Honorio, que mientras tanto haba contemplado la ciudad a travs delcatalejo, grit:

Mirad, mirad, el mercado comienza a arder!Miraron hacia all y vieron poco humo, pues el da atenuaba la llama.El fuego se propaga! grit, siempre mirando a travs del catalejo;

tambin la desgracia fue divisada por la buena y desarmada vista de la princesa;de tiempo en tiempo se vea una llama roja, el humo ascenda y el to dijo:

Regresemos, esto no es bueno; siempre tem vivir esta desgracia porsegunda vez.

Cuando haban descendido y se dirigan de nuevo hacia los caballos, laprincesa dijo al anciano seor:

Adelantaos, seor, pero no sin el palafrenero; dejadme a Honorio, osseguiremos inmediatamente.

El to apreci lo razonable e incluso lo necesario de estas palabras, ydescendi todo lo rpido que el terreno permita por la ladera pedregosa y seca.Cuando la princesa se haba montado en el caballo, Honorio dijo:

Vuestra Excelencia, le ruego que cabalgue despacio! Tanto en la ciudadcomo en el palacio los cuarteles de bomberos estn en completo orden y no vana perder el tino por un suceso tan inesperado e inusual. Aqu, sin embargo, elterreno es malo, hay piedras pequeas y hierba corta, y el cabalgar rpidoresulta inseguro; de todos modos, cuando lleguemos all, el fuego y a habr sidodominado.

La princesa no crey esto, pues vea extenderse el humo y crea haber vistoun rayo llameante y haber odo una descarga, y ahora se agitaban en su fantasatodas las terribles escenas que, debido a la repetida narracin del exquisito tosobre el incendio del mercado, haban dejado una huella demasiado profunda enella.

Terrible, sin duda alguna, fue aquel suceso, lo suficientemente sorprendente eimpresionante como para dejar durante toda la vida una idea y representacintemerosas de una desgracia que podra volver a suceder, cuando de noche, en elgran espacio del mercado lleno de tenderetes, un incendio repentino se propagtienda por tienda, antes de que los que dorman en ellas o al lado pudierandespertar de su profundo sueo; el prncipe mismo, forastero cansado queacababa de quedarse dormido, salt hacia la ventana y vio todo terriblementeiluminado y cmo las llamas, saltando a derecha e izquierda, se aproximaban al. Las casas del mercado, enrojecidas por el reflejo del fuego, parecan arderya, amenazando con inflamarse a cada momento y estallar; abajo, el elementohaca estragos sin descanso, los tablones crepitaban, los listones restallaban, laslonas volaban y sus tristes j irones dentados y encendidos en los extremos sedirigan hacia las alturas dando vueltas como si los espritus, transformados en suelemento, se devoraran danzando maliciosamente y quisieran renacer, aqu yall, de las llamas. Pero despus, cada uno salvaba, con sollozos y gritos, lo quetena a mano; los sirvientes y los criados, junto con sus seores, se esforzaban por

llevarse de all los fardos prendidos por las llamas, por arrancar todava algo albastidor ardiendo para empaquetarlo en una caja que, finalmente, tenan quedejar a merced de las veloces llamas. Algunos deseaban solamente que el fuegoles concediera una tregua, y miraban a su alrededor para tener la posibilidad dereflexionar, cuando ya todas sus posesiones haban sido pasto del fuego; en unaparte se quemaba, arda ya lo que en otra todava se encontraba rodeado por laoscura noche. Caracteres tenaces, hombres voluntariosos, se enfrentabanrabiosamente al enconado enemigo y salvaban algo con prdida de cejas ycabellos. Desgraciadamente, se renovaba en este momento, ante el hermosoespritu de la princesa, la cruel confusin, y su alegre horizonte matutino parecaensombrecido, sus ojos estaban entristecidos y el bosque y la pradera tenan unaapariencia fantstica que le inspiraban temor.

Cabalgando hacia el tranquilo valle, sin reparar en su delicioso frescor,apenas a algunos pasos del alegre manantial del arroyo que flua por ah cerca, laprincesa descubri en los matorrales del verde valle algo extrao, querpidamente reconoci como el tigre; se acercaba a saltos, tal y como lo habavisto pintado haca poco; y esta imagen, unida a las horribles visiones que hacapoco ocupaban su mente, le caus la ms extraa impresin.

Huid, distinguida seora! Grit Honorio. Huid!Ella dio la vuelta al caballo en direccin al escarpado monte del que haban

descendido. El joven, sin embargo, saliendo al encuentro de la fiera, sac supistola y dispar cuando se crey lo suficientemente cerca; desgraciadamente,err el tiro, y el tigre salt a un lado mientras el caballo qued desconcertado; sinembargo, el temido animal sigui su camino hacia arriba, en direccin hacia laprincesa. sta suba, con la velocidad con que se lo permita el caballo, el tramoescarpado y pedregoso, sin temer que una criatura delicada, no acostumbrada atales esfuerzos, no lo resistira. El caballo agot sus fuerzas, espoleado por laacosada amazona, tropez una y otra vez con los pequeos guijarros de lapendiente y, finalmente, tras un violento esfuerzo, se derrumb inerte en el suelo.La hermosa dama, decidida y ligera, se puso inmediatamente en pie, y el caballotambin se enderez; pero el tigre se aproximaba ya, aunque no a una granvelocidad, puesto que el desigual terreno y las puntiagudas piedras parecanfrenar su impulso, y el hecho de que Honorio siguiera detrs de l,aproximndose con prudencia, pareca espolear sus fuerzas de nuevo e irritarlo.Ambos corredores alcanzaron al mismo tiempo el lugar donde la princesa estabaal lado del caballo; el caballero se inclin hacia delante, dispar y acert con lasegunda pistola a la fiera en la cabeza, de tal manera que sta se desplomrpidamente y, estirada en toda su longitud, dej a la vista el poder y el horror delos que slo quedaba un rastro fsico. Honorio haba saltado del caballo y, dehinojos ante el animal, apagaba sus ltimos movimientos y mantena eldesenvainado cuchillo de monte en la mano derecha. El joven era hermoso y

haba saltado de la misma manera que la princesa le haba visto hacerlo amenudo en el juego de las lanzas y las argollas. De la misma manera, mientrascorra a galope en el picadero, su bala alcanzaba la cabeza del turco, sujeta conuna estaca, directamente en la frente, bajo el turbante; de la misma manera,saltando fugazmente, levantaba del suelo la cabeza del moro con su sablereluciente. En todas estas artes era hbil y afortunado; en l se unan ambascosas.

Rematadlo dijo la princesa. Temo que os haga dao todava con lasgarras.

Perdonad respondi el joven. Est lo suficientemente muerto, y noquiero estropear la piel que deber lucirse en vuestro trineo el prximo invierno.

No seis impo! dijo la princesa. Todo lo que de piadoso habita en elcorazn se manifiesta en momentos como ste.

Nunca he sido ms piadoso que ahora grit Honorio, y por esoprecisamente pienso en lo ms alegre, miro esta piel solamente pensando encmo puede acompaaros en momentos de solaz.

Me recordara siempre este espantoso momento replic ella.Y el joven contest con las mejillas arreboladas:No es sino un signo de triunfo ms inocente que el de las armas de los

enemigos vencidos que se exponen ante el vencedor.Recordar vuestra valenta y destreza cuando la contemple, y no necesito

aadir que podis contar con mi agradecimiento y la gracia del prncipe durantetoda vuestra vida. Pero levantaos; el animal ya no tiene vida, as que pensemosen lo que hemos de hacer y, ante todo, alzaos.

Ya que estoy de hinojos replic el joven, ya que me encuentro en unaposicin que me sera prohibida de otra manera, permitidme que os pida laseguridad de la gracia y el favor que me concedis. He pedido frecuentemente avuestro esposo el permiso para un largo viaje. Quien tiene la dicha de sentarse avuestra mesa, a quien vos concedis el honor de poder disfrutar de vuestracompaa, ste tiene que haber visto el mundo. Viajeros llegan de todas partes, ycuando se habla de una ciudad, de algn punto importante de alguna parte delmundo, siempre os surge la pregunta de si l mismo ha estado all. En nadie seconfa tanto como en aquel que lo ha visto todo; es como si uno no tuviera msremedio que dejarse ensear el mundo por otros.

Levantaos! repiti la princesa. No me gustara desear y pedir algocontra la voluntad de mi esposo; si no me equivoco, la causa por la que l os haretenido hasta ahora habr desaparecido en breve. Su intencin era verosmadurar hasta que os convirtierais en un noble independiente, que se honrara y lehonrara a l fuera tanto como lo hacis ahora dentro de la corte, y creo quevuestra accin es el pasaporte ms recomendable que un hombre joven podrallevar por el mundo.

No tuvo tiempo la princesa de apreciar que, en vez de una alegra juvenil, unacierta tristeza cubri su rostro, ni tampoco l de dar rienda suelta a su emocin,pues apresuradamente, monte arriba, con un nio de la mano, llegaba una mujerdirigindose hacia el grupo que conocemos. Apenas Honorio, volviendo en s, sehubo levantado, ella se arroj, entre sollozos y gritos, sobre el cadver delanimal, y por esta forma de actuar y por su vestidura, si bien decente y limpia,pero extraa y multicolor, se poda adivinar que era la duea y cuidadora de lacriatura all tendida. El nio de negros ojos y negros rizos, con una flauta en lamano, rompi en llanto como la madre, con menor intensidad peroprofundamente emocionado, y se arrodill junto a ella.

A los arrebatos poderosos de la pasin de esa desgraciada mujer sigui,aunque interrumpido peridicamente, un torrente de palabras semejante a unarroyo que se precipita a intervalos de roca en roca. Su lenguaje, natural, seco yentrecortado, resultaba penetrante y conmovedor; en vano se podra traducir anuestros dialectos; pero no vamos a ocultar su contenido aproximado:

Te han matado, pobre animal! Te han matado sin necesidad! Eras mansoy te hubieras echado tranquilamente y nos hubieras esperado, pues tus pezuas tedolan y tus garras ya no tenan fuerza alguna! Te faltaba el sol ardiente que lashiciera fuertes. Eras el ms hermoso entre tus iguales. Quin ha visto nunca unregio tigre tan seorialmente estirado en su sueo, tal y como t ests ahora,muerto para no incorporarte jams? Cuando te despertabas por las maanas conlas primeras luces del da y abras las fauces, estirando tu bermeja lengua,pareca que nos sonrieras y, aunque rugiendo, tomabas juguetonamente tucomida de las manos de una mujer, de los dedos de un nio. Cunto tiempo tehemos acompaado en tus viajes! Por cunto tiempo tu compaa nos fueimportante y productiva! A nosotros! A nosotros, en realidad, el alimento nosvena de los devoradores y el dulce consuelo nos llegaba de los fuertes! Ya nuncams ser as. Ay de m, ay de m!

An no haba terminado de lamentarse, cuando vieron bajar al galope, amedia altura de la montaa cercana al castillo, a unos j inetes que rpidamentereconocieron como el squito del prncipe, con l mismo a la cabeza. Mientrascazaban en las montaas de atrs, haban visto subir el humo y, a travs de vallesy quebradas, haban tomado el camino hacia esa triste seal como en unaacosadora cacera. Galopando sobre la llanura pedregosa, se haban detenido,sorprendidos, al descubrir al inesperado grupo que destacaba de forma notable enla despoblada superficie. Tras este primer reconocimiento, se hizo el silencio, ydespus de que se repusieran, fue aclarado brevemente lo que no se deduca aprimera vista. All se encontraba el prncipe, ante este raro e imprevisible suceso,rodeado de un crculo de j inetes y de curiosos. No hubo indecisin en lo quehaba que hacer; el prncipe estaba ocupado en dar rdenes y hacerlas llevar acabo, cuando un hombre de gran estatura, con curiosas vestiduras multicolores

similares a las de la mujer y el nio, irrumpi en el crculo. Y entonces la familiatoda manifest conjuntamente su dolor y su sorpresa. Pero el hombre,conservando la serenidad, se mantuvo a una distancia respetuosa del prncipe ydijo:

No es el momento de seguir con las lamentaciones; ay, mi seor ypoderoso cazador!, tambin el len se ha escapado y se ha dirigido hacia estamontaa; pero respetadlo, tened compasin; que no perezca como este buenanimal.

El len? dijo el prncipe. Tienes su rastro?S, seor. Un campesino de all abajo, que sin necesidad se haba subido a

un rbol, me seal el camino hacia aqu arriba a la izquierda, pero vi la grantropa de caballos y hombres ante m y, curioso y desamparado, me apresurhacia aqu.

As pues orden el prncipe, la caza tiene que trasladarse hacia estelugar; cargad vuestras escopetas y poned manos a la obra con cuidado; no estarmal si lo encaminis hacia la espesura del bosque. Pero al final, buen hombre, nopodremos respetar a vuestra criatura. Cmo fuisteis tan imprudente para dejarloescapar?

El fuego se declar replic aqul y nos mantuvimos tranquilos y a laexpectativa. Se extenda rpidamente, pero lejos de nosotros; tenamos aguasuficiente para defendernos, mas una explosin de plvora trajo el incendio hastanosotros, ms all de nuestro tenderete; nos precipitamos y ahora somos gentedesgraciada.

An estaba el prncipe ocupado en dar rdenes, cuando en un momento todopareci detenerse, pues se vio venir apresuradamente, procedente del viejocastillo, a un hombre que result ser el vigilante contratado que cuidaba el tallerdel pintor, donde haba instalado su vivienda para vigilar a los trabajadores. Venasaltando, jadeante, pero con pocas palabras cont que all arriba, tras el alto murocircular, se haba echado un len al sol, a los pies de un haya centenaria, y secomportaba de forma tranquila. Pero el hombre concluy iracundo:

Por qu llevara y o ayer mi escopeta a la ciudad para que me lalimpiaran? Si la hubiera tenido a mano, no se habra vuelto a levantar; la piel serama y yo hubiera presumido de ella, justamente, durante toda la vida.

El prncipe, a quien en este caso beneficiaban sus experiencias militares, puesse haba encontrado en casos en los que desde varias partes amenazaba un malinevitable, dijo:

Qu garanta me dais, si respetamos a vuestro len, de que no ocasionarperjuicio en la regin entre los mos?

Esta mujer y este nio contest el padre presuroso se ofrecen paraamansarlo y mantenerlo tranquilo hasta que yo consiga un cajn con clavos en elque podamos transportarlo sin daos e ileso.

El nio pareci querer tocar su flauta, un instrumento que se suele llamarflauta dulce o tierna; tena una boquilla corta y curvada, como la de las pipas; elque la dominaba saba sacar las notas ms graciosas. Entre tanto el prncipe habapreguntado al vigilante cmo haba subido el len hasta all. ste replic:

A travs de la hondonada que, amurallada por ambos lados, ha sido desdesiempre y deber seguir siendo el nico acceso; dos senderos que conducantambin hacia arriba, los hemos alterado de tal manera que nadie, si no es atravs del lugar antes mencionado, puede alcanzar el castillo mgico en quequieren convertirlo el gusto y el espritu del prncipe Federico.

Tras una breve reflexin, durante la cual el prncipe no dej de contemplar alchiquillo, que haba seguido preludiando dulcemente, se volvi hacia Honorio y ledijo:

Hoy habis llevado a cabo muchas hazaas; as pues, terminad vuestralabor. Cubrid el angosto camino, tened preparada la escopeta, pero no disparis amenos que no podis espantar al animal; en cualquier caso, haced un fuego paraque se asuste si quiere bajar. Que el hombre y la mujer se ocupen del resto.

Honorio se dispuso diligentemente a cumplir las rdenes.El nio segua con su meloda, que no era ninguna en particular, sino una serie

de tonos sin orden, y quizs precisamente por eso resultaba tan conmovedora; losque estaban a su alrededor parecan como embrujados por el movimiento deesas notas a modo de cancin, cuando el padre comenz a hablar con respetuosoentusiasmo:

Dios ha concedido al prncipe sabidura y, al mismo tiempo, elentendimiento de que todas las obras del Creador son sabias, cada una a sumanera. Contemplad la roca, cmo se yergue firme y no se mueve, a pesar delas inclemencias del tiempo y de los rayos del sol; antiqusimos rboles adornansu cima, y as coronada contempla un amplio panorama; pero si se derrumbauna parte, no sigue siendo lo que era, y cae deshecha en muchos trozos cubriendola ladera. Pero los trozos tampoco quieren permanecer all, as que caen hacia lasprofundidades, el arroyo los acoge y los lleva hasta el ro. Sin oponerse, sinrebelarse, no angulosas, sino lisas y redondeadas, alcanzan ms rpidamente sucamino y van de ro en ro, y finalmente llegan al ocano, donde los gigantesflotan en tropel y los enanos pululan en las profundidades. Mas quin honra lagloria del Seor al que las estrellas alaban de eternidad en eternidad! Por qudirigs vuestras miradas hacia la lejana? Observad aqu a la abeja! An afinales del otoo recolecta laboriosamente y se construye una casa rectangular yhorizontal, como maestro y aprendiz. Observad all a la hormiga! Conoce sucamino y no lo yerra; se construye una casa de tallos de hierba, migajas detierra y agujas de pino, la construye en la altura y la aboveda; pero ha trabajadoen vano, pues el caballo patea y destruye todo; mirad!, pisotea sus vigas ydispersa sus tabiques, impaciente resopla y no puede permanecer tranquilo; pues

el Seor ha hecho al corcel compaero del viento y camarada de la tormenta,para que conduzca al hombre all donde desee y a la mujer all donde ella anse.Pero en la selva de palmeras apareci l, el len, con paso severo atraves eldesierto y all domina sobre todos los animales y nada se le opone. Mas elhombre sabe domarlo y la ms cruel de las criaturas tiene respeto por la vivaimagen de Dios, de la que tambin estn hechos los ngeles que sirven al Seor ya sus siervos. Pues en la cueva de los leones no tuvo miedo Daniel; permaneciseguro y confortado, y los rugidos salvajes no interrumpan su piadoso canto.

Este discurso, pronunciado con un natural entusiasmo, fue acompaado por elinfante con notas graciosas; mas cuando el padre hubo concluido, comenz aentonar con garganta limpia, voz clara y habilidosas escalas, con lo que el padrecogi la flauta y le acompa armoniosamente mientras el nio cantaba:

Desde la cueva, aqu en el foso,oigo el cntico del profeta.Vuelan ngeles para deleitarlo.Cmo podra temer, pues, el piadoso?Len y leona, de cuando en cuando,se acercan a su lado.S, los cantos dulces y piadososlos han encantado.

El padre sigui acompaando la estrofa con la flauta y la madre intervena devez en cuando haciendo la segunda voz. Impresionaba especialmente escucharcmo el nio desordenaba los versos de la estrofa, de lo que no resultaba unnuevo sentido, sino que consegua elevar el sentimiento en s y por s:

Los ngeles vuelan, arriba y abajo,para deleitarnos con sus tonos.Qu canto celestial!En la cueva, en los fosos,Cmo podra de miedo el nio temblar?Esos cnticos piadosos y dulcesno permiten acercarse al mal.Vuelan ngeles arriba y abajoy con eso todo est hecho ya.

Tras lo cual, los tres comenzaron con fuerza y entusiasmo:

Pues el Eterno domina la tierra,

sobre el mar reina su mirada;los leones deben convertirse en corderos,y la ola retroceder.Una espada reluciente se detiene en el golpe,la fe y la esperanza se han cumplido;milagroso es el amor,que se encierra en la oracin.

Todos callaban, todos oan y escuchaban, y solamente cuando las notas seapagaron, se pudo apreciar y observar la impresin causada. Todo estabasosegado, cada uno conmovido a su manera. El prncipe, como si ahoraalcanzara a comprender la desgracia que le haba amenazado haca poco, baj lamirada hacia su esposa, la cual, apoyada en l, no se recataba de sacar elpauelito bordado y de cubrirse los ojos con l. Le complaci sentir aligerado eljuvenil pecho de la opresin que los anteriores minutos le haban producido. Unacalma total reinaba en la multitud, y todos parecan haber olvidado los peligros:abajo, el incendio, y arriba la amenaza de un len que momentneamentepareca tranquilo.

Tras dar la orden de traer los caballos, el prncipe puso de nuevo al grupo enmovimiento, y despus se volvi a la mujer y le pregunt:

Creis, as pues, que podis amansar al len, all donde lo encontris,mediante vuestro canto y mediante el canto de este nio, con la ayuda de estossonidos de flauta, y luego conducirlo, ileso, a su jaula?

Ellos lo afirmaron, asegurndolo solemnemente, y el castellano les fueasignado como gua. Entonces el prncipe se alej con unos j inetes, mientras laprincesa le segua ms despacio con el resto del squito; la madre y el hijo, sinembargo, suban por la ladera de la montaa acompaados por el guardin, quese haba hecho con un arma.

Antes de entrar en la hondonada que abra el acceso al castillo, encontraron alos cazadores ocupados en reunir lea menuda y seca, a fin de poder encender, sifuera necesario, un fuego grande.

No es necesario dijo la mujer. Todo suceder sin ningn contratiempo.Ms all, sentado sobre un fragmento de la muralla, divisaron a Honorio, con

su escopeta de dos caones en el regazo, de guardia y preparado para cualquiereventualidad. Pero pareca no ver a los que se acercaban, pues estaba sumido enprofundos pensamientos y miraba a su alrededor como distrado. La mujer sedirigi a l con el ruego de que no se encendiera el fuego; sin embargo, lpareca prestar poca atencin a sus palabras; ella continu hablandoenrgicamente y grit:

Hermoso doncel, t has matado a mi tigre, no te maldigo; protege a milen, buen joven, yo te bendigo.

Honorio miraba hacia el frente, all donde el sol comenzaba a ponerse.Miras el crepsculo dijo la mujer. Haces bien, all hay mucho que

hacer; pero apresrate; no te descuides, vencers. Mas antes tienes que vencertea ti mismo.

El joven pareci sonrer al escuchar estas palabras, y la mujer continusubiendo, pero no pudo contenerse y mir de nuevo al joven; un sol roj izoiluminaba su cara, y ella pens que nunca haba contemplado a un joven mshermoso.

Si vuestro hijo dijo entonces el vigilante puede atraer y amansar allen con su flauta y sus cnticos, tal y como estis convencida, entonces nospodremos hacer con l ms fcilmente, ya que el poderoso animal se haacomodado muy cerca de la bveda partida a travs de la que hemos creado unaentrada al patio del palacio, dado que la puerta principal est derruida. Si el niolo atrae hacia dentro, podr cerrar la abertura sin gran esfuerzo, y el muchacho,si a l le parece bien, podr escapar por una de las pequeas escaleras de caracolque hay en las esquinas. Nosotros nos esconderemos, pero yo me colocar de talmanera que mi bala pueda acudir en auxilio del nio en cualquier momento.

Todos estos detalles no son necesarios: Dios y el arte, la piedad y la suertedeben jugar su mejor baza.

Que as sea contest el vigilante, pero conozco mis obligaciones.Primero os conducir a travs de una escalera dificultosa hasta arriba del muro,precisamente enfrente de la entrada que he mencionado; el muchacho puededescender, como si se dirigiera al escenario del espectculo y atraer hasta all alamansado animal.

Y as sucedi: el vigilante y la madre observaron desde arriba, escondidos,cmo el muchacho, al bajar por las escaleras de caracol, apareca en el claroespacio del patio y desapareca por la abertura de enfrente; pero rpidamentehizo sonar su flauta, cuyo sonido se fue perdiendo poco a poco hasta quefinalmente enmudeci. El silencio se llen de presentimientos; al viejo cazador,conocedor del peligro, le estremeca esta situacin extraa. Se deca que congusto hubiera salido personalmente al paso del peligroso animal; la madre, sinembargo, con expresin serena y en actitud de atenta escucha, no dejabatraslucir la ms mnima intranquilidad.

Finalmente se oy de nuevo la flauta, y el nio sali de la cueva con ojossatisfechos y relucientes, el len detrs de l caminando lentamente y, segnpareca, con algunos achaques. De vez en cuando mostraba voluntad detumbarse, pero el muchacho lo condujo en medio crculo a travs de los rbolesan tupidos y de ramaje colorido, hasta que finalmente, baado por los ltimosrayos del sol, como transfigurado, se sent y comenz de nuevo a entonar susosegante cancin, la cual no podemos dejar de repetir:

Desde la cueva, aqu en el foso,oigo el cntico del profeta.Vuelan ngeles para deleitarlo.Cmo podra temer, pues, el piadoso?Len y leona, de cuando en cuando,se acercan a su lado.S, los cantos dulces y piadososlos han encantado.

Entre tanto, el len se haba echado cerca del muchacho y le haba colocadola pesada garra derecha en el regazo; ste se la acariciaba graciosamentemientras continuaba con su cntico, hasta que se dio cuenta de que unapuntiaguda espina se le haba clavado en la planta. Cuidadosamente extrajo lahiriente espina, se desat sonriente su pauelo de seda multicolor y vend latremenda garra del monstruo, de manera que la madre se incorpor con losbrazos estirados, presa de una gran alegra, y quizs hubiera gritado y aplaudidode la forma acostumbrada si el brusco movimiento del puo del vigilante no lehubiera recordado que el peligro an no haba pasado.

El muchacho segua cantando gloriosamente, despus de haberlo preludiadocon algunos tonos:

Pues el Eterno domina la tierra,sobre el mar reina su mirada;los leones deben convertirse en corderos,y la ola retroceder.Una espada reluciente se detiene en el golpe,la fe y la esperanza se han cumplido;milagroso es el amor,que se encierra en la oracin.

Si fuera posible pensar que en los rasgos de una criatura tan terrible, del tiranode los bosques, del dspota del reino animal, se puede apreciar una expresin deamistad, de agradecida felicidad, as sucedi aqu, y en verdad, el nio pareca,en su transfiguracin, un poderoso y glorioso vencedor; el animal, sin embargo,no pareca el vencido, pues su fuerza permaneca oculta en su interior, sino elamansado, como aquel que se haba entregado pacficamente y por voluntadpropia. El nio sigui tocando la flauta y cant, ensamblando a su manera losversos y aadiendo otros nuevos:

Y as, gustosamente

el ngel bienaventuradoayuda a los nios buenosa evitar un mal deseo,a favorecer una hermosa accin.As cautivan, la piadosa letra y la meloda,al gran tirano del bosque,para sujetarlo a la tierna rodilladel querido hijo.

Heinrich von Kleist

EL TERREMOTO DE CHILE

EN Santiago, la capital del reino de Chile, en el instante mismo del granterremoto del ao 1647 que caus la muerte a muchos miles de personas, unjoven espaol llamado Jernimo Rugera, encausado por grave delito, se hallabajunto a un pilar del calabozo en que le haban encerrado y quera ahorcarse. DonEnrique Astern, uno de los ms ricos gentilhombres de la ciudad, en cuya casaestuviera empleado como preceptor, haca aproximadamente un ao que lehaba arrojado de ella, por hallarse en tierna connivencia con doa Josefa, sunica hija. Una cita secreta delatada al viejo caballero, despus que stepreviniera severamente a la hija, por el malicioso celo de su orgulloso hijo, loencoleriz de tal suerte que la intern en el convento carmelita de Nuestra Seoradel Monte, en aquella misma localidad.

Por un venturoso azar, Jernimo haba logrado reanudar all la relacin yhacer del jardn del convento, en una callada noche, el escenario de su plenadicha. Era la festividad del Corpus Christi y acababa de empezar la solemneprocesin de las monjas, a quienes seguan las novicias, cuando, al primerrepique de campanas, la infeliz Josefa se desplom con dolores de parto sobre lasgradas de la catedral.

El suceso produjo extraordinario revuelo; al punto se puso en prisin a lajoven pecadora, sin tener cuenta de su estado, y, concluido apenas el sobreparto,le fue incoado riguroso proceso por orden del arzobispo. Hablbase en la ciudadcon tal encono de aquel escndalo y las lenguas se ensaaban tandespiadadamente con todo el convento en que ello ocurriese, que ni la intercesinde la familia Astern ni aun el deseo de la propia abadesa, quien haba tomadoaficin a la joven por su, en todo lo dems, intachable comportamiento, pudosuavizar la dureza con que recaa sobre ella el peso de la ley conventual. Lo msque pudo conseguirse, con gran escndalo de las matronas y doncellas deSantiago, fue que el fallo inapelable del virrey mudase en decapitacin la muerteen la hoguera a que haba sido condenada.

Alquilbanse ventanas en las calles por donde iba a pasar la comitiva caminodel cadalso, se desmontaban los tejados de las casas, y las piadosas hijas de la

ciudad invitaban a sus amigas a asistir hermanablemente con ellas al espectculoque se ofreca a la venganza divina.

Jernimo, quien para entonces tambin haba sido encarcelado, estuvoprximo a perder el sentido cuando supo el espantoso giro de los acontecimientos.En vano busc forma de escapar: por doquiera que le transportaban en vuelo susms osados pensamientos, topaba con muros y cerrojos, y el intento de limar lasrejas de la ventana le acarre, al ser descubierto, una an ms severa reclusin.Cay ante la imagen de la santa Madre de Dios y con fervor infinito or a lanica de quien an caba esperar la salvacin.

Mas lleg el temido da y con l la conviccin, en lo ntimo de su pecho, deque ya no quedaba esperanza alguna. Sonaron las campanas que acompaaban aJosefa al patbulo y la desesperacin se adue de su alma. Juzg aborrecible lavida y, con una soga que le deparase la casualidad, determin darse muerte.Hallbase, como ya se dijo, junto a una pilastra y sujetaba en un garfio dehierro, incrustado en el remate superior de la misma, la soga que haba desacarlo de este mundo de afliccin, cuando de sbito, en medio de un estruendocomo si se hundiese el firmamento, se derrumb la may or parte de la ciudad,enterrando bajo sus escombros todo lo que respiraba vida.

Jernimo Rugera estaba paralizado por el terror; y como si su concienciahubiese quedado toda ella aniquilada, se agarr al pilar en que haba queridomorir, para no caer. El suelo vacil bajo sus pies, se resquebrajaron todos losmuros de la prisin, el edificio entero se inclin hacia la calle, prximo aderrumbarse, y slo el hundimiento de la casa frontera, adelantndose a la propiay ms lenta cada, impidi, con una flexin fortuita, el total hundimiento de laedificacin. Tembloroso, con los cabellos erizados y las rodillas que parecanquerrsele quebrar, Jernimo resbal por el suelo, hundido e inclinado, hacia elorificio que el choque de ambos edificios haba abierto en la pared delantera dela prisin.

Apenas hubo salido al exterior cuando toda la calle, ya muy agrietada, seacab de hundir ante un segundo temblor de tierra. Sin conciencia de cmoescapar de aquel estrago, con la muerte acosndole por doquier, corri entrevigas y escombros hacia una de las ms cercanas puertas de la ciudad. All sederrumbaba otra casa, y los escombros que salan despedidos a toda la redondalanzbanle hacia una calle lateral; all las llamas, fulgurando entre masas dehumo, asomaban pavorosas por todas las fachadas y le hacan huir hacia otracalle; all el ro Mapucho, salido de madre, avanzaba rugiente hacia l, lanzndolehacia una tercera. All y aca por tierra un montn de vctimas, all gema una vozbajo los escombros, all gritaban las gentes desde los tejados en llamas, allluchaban hombres y animales contra las olas, all un valeroso salvador seesforzaba en prestar ayuda; all haba otro, plido como la muerte, que alzabasilencioso al cielo unas manos temblorosas. Cuando Jernimo hubo alcanzado la

puerta y remontado una colina, y a fuera del recinto de la ciudad, caydesmayado.

Habra yacido en tierra un cuarto de hora en la ms profunda inconscienciacuando despert y, de espaldas a la ciudad, se incorpor a medias en el suelo.Tocse la frente y el pecho sin saber qu pensar de su estado, y le asalt unaindecible sensacin de placer cuando el viento oeste sopl desde el mar sobre lavida que retornaba a l y sus ojos recorrieron de un extremo a otro la florecientecomarca de Santiago. Slo las conturbadas muchedumbres que se vean pordoquier le opriman el corazn; no comprenda qu razn las haba hecho llegarhasta all, igual que a l mismo, y slo cuando se dio la vuelta y vio tras l laciudad en ruinas, record el terrible instante que haba vivido. Hizo una profundainclinacin hasta tocar el suelo con la frente y dio gracias a Dios por su milagrosasalvacin; y como si aquella terrible impresin, grabndose en su espritu,hubiese hecho desaparecer todas las dems, llor lgrimas de placer, por seguirdisfrutando una vida tan dulce, tan plena y variada.

Luego, al notar en su mano un anillo, bruscamente se acord de Josefa; y conella, de la prisin, de las campanas que desde all haba odo, y del instante queprecediera al derrumbamiento del edificio. Honda melancola invadi otra vez supecho; empez a pesarle de su oracin, y terrible le pareca el ser que reinabaallende las nubes. Mezclse entre el pueblo que sala en tropel por todas laspuertas de la ciudad, ocupado en salvar sus pertenencias, y tmidamente seatrevi a preguntar por la hija de Asieron y si se haba llevado a cabo laejecucin; pero nadie pudo informarle con exactitud. Una mujer que, dobladacasi hasta el suelo la cerviz, llevaba a la espalda una inmensa carga de utensiliosy dos nios colgados del pecho, dijo al pasar, como si lo hubiese visto con suspropios ojos, que haba sido decapitada. Jernimo se dio media vuelta; y como, sicalculaba el tiempo, tampoco l poda dudar de la consumacin de la joven,sentse en un bosque solitario y se abandon a su pleno dolor. Dese que lasfuerzas devastadoras de la naturaleza tornaran a caer violentamente sobre l. Nocomprenda por qu haba escapado a la muerte que anhelaba su infortunadoespritu, justamente en los momentos en que esa muerte se le apareca por todaspartes, voluntariamente, para liberarle. Resolvi firmemente no tener msvacilaciones aunque ahora los robles saltaran de raz y sus copas se derrumbaransobre l. Al cabo, aliviado por el llanto, recobrada la esperanza en medio de lasms ardientes lgrimas, se levant y recorri el campo en todas las direcciones.Subi a las cimas de todos los montes en que haba grupos de gente; les sala alencuentro por los caminos donde an haba movimiento de fugitivos; dondequieraque una tnica femenina ondeaba al viento, all le llevaban sus temblorosos pasos;mas ninguna recubra a la bienamada hija de Astern. Inclinbase el sol hacia elocaso, y con l otra vez sus esperanzas, cuando lleg al borde de un peasco yante sus ojos se abri el panorama de un dilatado y poco concurrido valle.

Indeciso sobre lo que deba hacer, recorri los diversos grupos y ya queraalejarse de nuevo cuando de pronto, junto a un riachuelo que regaba aquellavaguada, ech de ver a una mujer joven, ocupada en limpiar a un nio en susaguas. Y el corazn le dio un brinco ante esa escena. Lleno de presentimientossalt por entre las piedras y exclam: Madre de Dios, Santa Mara!, y reconocia Josefa cuando sta, al or el ruido, mir tmidamente en derredor. Cul nofuera el jbilo con que se abrazaron aquellos desventurados, salvados por unmilagro del cielo! En su camino hacia la muerte, y a se hallaba Josefa muy cercadel patbulo, cuando de sbito el derrumbamiento de los edificios, en medio de unruido ensordecedor, dispers a toda la comitiva. Sus primeros y espantados pasosla llevaron hacia la ms cercana puerta de la ciudad; mas recobrndose muypronto, diose la vuelta para correr al convento donde su hij ito haba quedadodesamparado. Hall el convento ya presa de las llamas, y la abadesa, que en losmomentos que para Josefa haban de ser los ltimos le haba prometido cuidarsedel pequeo, estaba en pie ante el portal y gritaba pidiendo ayuda para salvarle.Josefa atraves esforzadamente la espesa humareda que sala del edificio,penetr en l, cuando y a se hunda por todos lados, y, como si la protegierantodos los ngeles del cielo, volvi a aparecer por la puerta, con el nio, sana ysalva. Ya quera arrojarse en los brazos de la abadesa, que se haba llevado,admirada, las manos a la cabeza, cuando sta, con casi todas las demsreligiosas, hall terrible muerte aplastada por un frontn del edificio. Ante tansiniestra escena, Josefa retrocedi temblorosa; cerr apresuradamente los ojos ala abadesa y sali huyendo horrorizada, dispuesta a arrancar de la perdicin alquerido nio que el cielo le haba regalado una segunda vez. Apenas hubo dadounos pasos cuando fue a tropezar con el cadver del arzobispo, que acababan desacar, destrozado, de entre los escombros de la catedral. El palacio del virreyestaba hundido en tierra, el tribunal de justicia, donde le fue dictada la sentencia,era pasto de las llamas, y en el lugar donde otrora se hallara su casa paternahaba surgido un lago, cuyas hirvientes aguas despedan crdenos vapores. Josefahizo acopio de todas sus fuerzas para mantenerse en pie. Desterrando de sucorazn la pesadumbre, avanz intrpida, con su botn, de calle en calle, y ya sehallaba cerca de la puerta cuando vio tambin, convertida en ruinas, la prisindonde haba suspirado Jernimo. Vacil ante su vista y ya iba a caer sin sentidoen un rincn; mas en el mismo instante un edificio que tena a sus espaldas, yatotalmente destrozado por las sacudidas, se derrumb y, fortalecida por el terror,volvi bruscamente en s. Bes a la criatura, enjugse enrgicamente laslgrimas, y sin prestar atencin al atroz espectculo que la rodeaba, lleg a lapuerta de salida. Cuando se vio fuera del recinto, pronto concluy que no todoaquel que haba habitado un edificio destruido tena por fuerza que haber sidoaniquilado bajo sus escombros. En la siguiente encrucijada se detuvo y allpermaneci por si tal vez apareca quien; despus del pequeo Felipe, le era ms

caro en el mundo. Como no llegaba nadie y la oleada humana iba en aumento,continu caminando, y otra vez se daba la vuelta y otra vez esperaba; yderramando copiosas lgrimas se arrastr penosamente hasta un umbroso vallepoblado de pinos para orar por aquella alma que ella pensaba que y a habaescapado; y all encontr al amado, en el valle, y tambin la felicidad, como sifuese aqul el valle del Edn.

Todo eso contaba ella emocionada a Jernimo y, cuando hubo concluido, lepresent al nio para que lo besara. Jernimo lo tom en sus brazos y lo acaricicon indescriptible alegra de padre y, como el nio lloraba ante aquel rostroextrao, le cerr la boca con caricias sin fin. Entre tanto haba cado la mshermosa noche, llena de suavsimos perfumes, de tan plateado brillo, tansilenciosa, como slo puede soar un poeta. A todo lo largo del riachuelo queregaba el valle, se haban asentado las gentes preparndose, al claro de luna, unblando lecho de musgo y follaje para descansar de un da tan doloroso. Y comoaquellos desventurados seguan lamentndose de haber perdido, ste, su casa;aqul, mujer e hijo; un tercero, todo lo que posea, Jernimo y Josefa se retiraronsigilosamente hasta un espeso bosquecillo para no entristecer a nadie con elsecreto jbilo de sus almas. Hallaron un esplndido granado, que abra lasamplias ramas, llenas de olorosos frutos, y en su cima el ruiseor dejaba or susdeleitosos cantos. Recostse Jernimo en el tronco, y, Josefa sentada en suregazo, Felipe en el de Josefa, all descansaron todos, cubiertos con su abrigo.Alejbase de ellos, con sus inciertas luces, la sombra del rbol, y la luna yaempalideca de nuevo ante la aurora, mas an no dorman; pues era infinito loque tenan que contarse sobre el jardn del convento y sobre las prisiones y sobrecunto haban sufrido el uno por el otro; y se llenaban de emocin al pensarcunta desgracia hubo de sobrevenir al mundo para que ellos fueran dichosos.Acordaron dirigirse, tan pronto como cesaran las sacudidas, a La Concepcin,donde Josefa tena una amiga de confianza, embarcarse all para Espaa, dondeviva la familia materna de Jernimo, y concluir en aquel pas una vida feliz. Alcabo, con muchos besos, se durmieron.

Cuando despertaron, ya estaba el sol muy alto en el firmamento, y echaronde ver cerca de ellos varias familias ocupadas en prepararse al fuego un parcodesayuno. Jernimo estaba tambin pensando cmo conseguir alimento para lossuy os, cuando un joven bien vestido se acerc a Josefa con un nio en los brazos,y le pregunt tmidamente si no podra dar el pecho por breve tiempo a aquellapobre criatura, cuy a madre y aca, malherida, entre los rboles. Josefa estaba unpoco confusa al darse cuenta de que lo conoca; mas cuando l, interpretandomal su confusin, continu: Es slo por unos momentos, doa Josefa, y estenio no ha tomado alimento alguno desde la hora misma que nos trajo a todos ladesgracia , dijo entonces: He callado por otra razn, don Fernando; en estashorribles circunstancias nadie se niega a compartir lo que por ventura pueda

poseer , y tomando al nio ajeno, en tanto que entregaba al padre el suyopropio, se lo puso al pecho. Don Fernando estaba muy agradecido por aquelbeneficio y pregunt si no querran acercarse con l a su grupo, que en esosmomentos estaba preparando una pequea colacin. Josefa respondi queaceptaba con placer el ofrecimiento y, como Jernimo tampoco pusieraobjecin, le sigui a donde estaba su familia; all, las dos cuadas de donFernando, dos jvenes cuya honra y decoro le eran bien conocidos, la recibieroncon las ms entraables muestras de afecto.

La esposa de don Fernando, doa Elvira, que y aca en tierra con gravesheridas en los pies, al ver a su enflaquecido hij ito colgado del pecho de Josefa, laatrajo hacia s efusivamente. Tambin don Pedro, su suegro, que estaba herido enel hombro, le hizo una amigable inclinacin de cabeza.

En el pecho de Jernimo y Josefa surgan pensamientos de extraa ndole. Alverse tratados tan bondadosa y cordialmente, no saban qu pensar del tiempoanterior, del patbulo, de la prisin y de la campana; lo haban soado, tal vez?Era como si, tras el terrible cataclismo, todos los nimos se hubiesenreconciliado. Sus recuerdos slo lograban remontarse hasta l. Slo doa Isabel,que haba sido invitada por una amiga al espectculo matinal de la vspera, perono haba aceptado la invitacin, descansaba de vez en cuando en Josefa unamirada soadora: mas la relacin de una nueva y espantosa desgracia hizo que sualma, escapada apenas unos instantes a la realidad presente, volvierabruscamente a ella. Contaban que la ciudad, tan pronto hubo pasado la primera yms fuerte sacudida, estaba llena de mujeres que paran ante la vista de todos loshombres; que los frailes iban all de un lado a otro con el crucifijo, en la manogritando: Ha llegado el fin del mundo!; que un cuerpo de guardia, que por ordendel virrey exiga limpiar una iglesia de escombros, haba recibido, comorespuesta: Ya no hay virrey en Chile! Que el virrey, en los ms horriblesmomentos, tuvo que dar orden de erigir patbulos para poner trmino al pillaje; yque un inocente, que se salv saliendo por la puerta trasera de una casa enllamas, haba sido apresado precipitadamente por el propietario y colgado alpunto. Doa Elvira, con cuy as heridas estaba muy atareada Josefa, se habavalido de la oportunidad, en un instante en que todos conversaban vivamente a untiempo, para preguntarle cmo le haba ido, a ella en aquel da terrible. Ycuando. Josefa, con el corazn oprimido, le expuso a grandes rasgos lo sucedido,tuvo el placer de ver cmodos ojos de aquella seora se llenaban de lgrimas;doa Elvira le tom, la, mano y la oprimi y le hizo gesto, de guardar silencio.Josefa crea hallarse entre los bienaventurados. Un sentimiento que no podareprimir, quera ver en el da anterior, por mucha afliccin que hubiera trado almundo, una bendicin como, hasta entonces jams le procurase el cielo. Y enefecto, en, medio de esos terribles instantes en que fueron destruidos todos losbienes terrenales de los hombres y la naturaleza entera amenazaba quedar

enterrada, el espritu humano pareca, abrirse como una hermosa flor. En todo loque alcanzaba la vista, se vean por los campos, mezcladas unas con otras, gentesde todo estado y condicin, prncipes y mendigos, matronas y campesinas, altosfuncionarios y jornaleros, monjes y monjas: todos compadecindosemutuamente, ofrecindose recproca ayuda, compartiendo gozosamente lo quehaban podido salvar de lo necesario para vivir, como, si el estrago generalhubiese convertido en una familia a todos los que escaparon a l.

En lugar de conversaciones triviales sobre temas del mundo, ante una mesade t, se narraban ahora extraordinarias hazaas; personas que apenas llamaranla atencin, en sociedad haban mostrado grandeza de romanos; casos sin cuentode intrepidez, de alegre menosprecio del peligro, de abnegacin y de sacrificiodivino, de desprecio inmediato de la vida, como si sta, comparable al msdesdeable bien, se pudiese encontrar de nuevo a los pocos pasos. No habiendonadie a quien no hubiese sucedido aquel da algn hecho conmovedor, o que nohubiese realizado l mismo algn acto generoso, el dolor, se mezclaba en loscorazones con tan suave placer que, a juicio de Josefa, no caba decir si la sumadel bienestar general habra crecido por un lado cuanto haba decrecido por elotro. Jernimo tom a Josefa del brazo, una vez que ambos hubieron reflexionadopara s largamente, y con gozo inenarrable camin con ella una y otra vez bajoel umbro follaje de los granados. Djole entonces que, estando as los nimos yhabiendo cambiado tan enteramente la situacin, renunciaba a su propsito deembarcarse para Europa; que, si segua con vida el virrey, quien siempre semostr favorablemente inclinado a su causa, l se atrevera a arrojarse a suspies; y que tena la esperanza (y al decir esto la bes con fuerza) de permaneceren Chile con ella. Josefa respondi que en ella haban surgido pensamientossemejantes; que, con tal de que su padre siguiera con vida, ella no dudaba ahoraque lograra aplacarle; pero que, en lugar de postrarse ante el virrey, aconsejabair a La Concepcin, y negociar desde all por escrito la reconciliacin con l; allestaran, para todo lo que pudiese ocurrir, cerca del puerto y, si en el mejor de loscasos el negocio tomaba el giro deseado, tambin podran regresar fcilmente aSantiago. Tras breve reflexin, Jernimo dio su aprobacin a la prudencia deaquella medida, camin un poco ms a su lado por aquellos sombreadossenderos, representndose las apacibles horas futuras, y regres al grupo conella.

En esto haba llegado la tarde y apenas se haban serenado un poco, aldisminuir las sacudidas, los nimos de los fugitivos dispersos ac y all, cuandoya se difunda la noticia de que en la iglesia de los dominicos, la nica querespetara el terremoto, iba a celebrarse, oficiada por el propio prelado delconvento, una misa solemne para rogar al cielo que no permitiera msdesgracias.

El pueblo ya se haba puesto en camino y aflua, desde todas las comarcas, a

la ciudad. En el grupo de don Femando se suscit la cuestin de si no deberantomar tambin ellos parte en tal solemnidad y sumarse a la marcha general.Doa Isabel aludi acongojada a la calamidad acaecida en la iglesia la vspera,aadiendo que de seguro se repetiran tales fiestas de accin de gracias y queentonces, al estar ya ms alejado el peligro, cabra abandonarse con mayor pazy alegra a ese sentimiento. Josefa, levantndose al momento con entusiasmo,declar que nunca sintiera tan vivamente como ahora la necesidad de hundir surostro en el polvo ante el Creador, que as haca gala de su augusto e inescrutablepoder. Doa Elvira se adhiri vivamente a la opinin de Josefa e insistiendo enque deban or la misa invit a don Fernando a ponerse a la cabeza del grupo, traslo cual todos, incluida doa Isabel, se pusieron en pie. Pero como vean que sta,con el pecho violentamente agitado, demoraba los preparativos de marcha, y alpreguntarle qu le ocurra respondi que no saba qu especie de aciagopresentimiento haba en ella, doa Elvira la tranquiliz y le pidi al mismo tiempoque permaneciera all con ella y con el padre enfermo. Josefa dijo: Entonces,doa Isabel, se llevar vuestra merced a este niito, que, como ve, y a est denuevo en mis brazos . Con mucho gusto , respondi doa Isabel, e hizo gestode cogerle; pero como el pequeo lloraba lastimeramente por la injusticia que sele haca y de ningn modo consenta en ello, dijo sonriendo doa Josefa que leagradaba sobremanera quedarse con l e hzole callar a besos. Acto continuo,don Fernando, a quien mucho haba complacido la dignidad y gentileza de sucomportamiento, le ofreci el brazo; Jernimo, quien llevaba al pequeo Felipe,formaba pareja con doa Constanza; seguan los dems miembros quecomponan el grupo, y por ese orden se dirigieron a la ciudad. Habran caminadoapenas cincuenta pasos cuando oyeron que doa Isabel, quien haba tenido entretanto una secreta e intensa conversacin con doa Elvira, gritaba: DonFernando! , al tiempo que corra con agitado paso para alcanzar al grupo.Detvose don Fernando y mir hacia atrs; qued esperando a doa Isabel sinsoltar el brazo de Josefa, y, como aqulla se hubiese parado a una ciertadistancia, cual si esperase a que l viniese a su encuentro, le pregunt qu era loque deseaba. Acercse a l entonces doa Isabel, si bien, al parecer, de malagana, y haciendo de manera que Josefa no pudiera orlo le susurr unas palabrasal odo. Y qu? , pregunt don Fernando, qu desgracia puede venir deeso? . Doa Isabel continu hablndole al odo con rostro demudado. DonFernando enrojeci de indignacin y respondi: Bueno sera! Que se calmedoa Elvira! . Y sigui caminando con su pareja.

Cuando llegaron a la iglesia de los dominicos, ya se perciban los esplndidossones del rgano y una inmensa muchedumbre bulla en su interior. La multitudse extenda, ms all de las puertas, hasta la explanada de la iglesia, y en lo altode las paredes, agarrados a los marcos de los cuadros, haba muchachuelos que,con ojos esperanzados, sostenan las gorras en la mano. Lucan todas las

lmparas; los pilares, al declinar la tarde, arrojaban misteriosas sombras; en elextremo ms alejado de la iglesia, el gran rosetn de policromado vidrioresplandeca como el sol crepuscular que lo iluminaba, y ahora que callaba elrgano, la concurrencia tambin haba quedado en silencio, como si nadie tuvieraun sonido en el pecho. Jams subiera a los cielos, desde ningn templo cristiano,tal llamarada de fervor como subi del templo de los dominicos de Santiago en elda de hoy ; y ningn pecho humano alimentara ese fuego con tanto ardor comolos de Jernimo y Josefa. La solemnidad comenz con un sermn que uno de loscannigos de ms edad, revestido con los ornamentos sagrados, pronunci desdeel plpito. Empez alabando y glorificando a Dios y dndole gracias, mientraselevaba al cielo las temblorosas manos envueltas en los amplios pliegues delroquete, por haber todava hombres, en aquella parte del mundo reducida aescombros, capaces de elevar a Dios sus balbucientes plegarias. Describiexpresivamente lo que haba sucedido por voluntad del Omnipotente; el fin delmundo no puede ser ms pavoroso; y cuando sealando una fisura que se habaproducido en la iglesia calific el terremoto de la vspera de mero precursor deese ltimo da, un estremecimiento sacudi a la muchedumbre. A continuacin,en alas de su sagrada elocuencia, pas a hablar de la depravacin moral de laciudad. Conden en ella atrocidades como no conocieran Sodoma y Gomorra; yslo a la indulgencia divina atribuy el hecho de que esa ciudad an no hubiesesido borrada enteramente de la faz de la tierra.

Y los corazones de nuestros dos desventurados, y a totalmente desgarrados poruna tal prdica, se estremecieron como traspasados por un pual, cuando elcannigo, llegado a ese punto, aludi detalladamente al sacrilegio cometido en eljardn del convento de las carmelitas, calific de impa la benevolencia que habahallado en el mundo, y, en un ex abrupto cargado de imprecaciones, entreg lasalmas de los delincuentes, a quienes mencion por sus nombres, a todas laspotencias del infierno. Doa Constanza, del brazo de Jernimo, tuvo unestremecimiento y exclam: Don Fernando! . Mas ste respondi tanenrgica y disimuladamente como cabe hacer a un mismo tiempo: Vuestramerced guarda silencio, no mueve ni la nia de los ojos, y hace como si cay eradesmay ada; acto seguido abandonamos la iglesia . Pero antes de que doaConstanza pudiese llevar a cabo esa sabia y salvadora disposicin, ya exclamabauna voz, interrumpiendo estentreamente la prdica del cannigo: Alejaostodos, ciudadanos de Santiago, esos impos estn aqu presentes! . Y cuando otravoz, mientras se formaba en torno a ellos un amplio corro de espantados rostros,pregunt asustada: Dnde? , un tercero respondi: Aqu! , y, lleno dereligiosa perfidia, agarr a Josefa por los cabellos y tir de ella de suerte quehabra cado al suelo con el hijo de don Fernando, si ste no la hubiese sujetado. Habis perdido el juicio? , grit el joven rodeando a Josefa con el brazo: Yosoy don Fernando Ormez, hijo del comandante de la ciudad, a quien todos

conocis . Don Fernando Ormez? , grit plantndose delante de l unzapatero remendn que haba trabajado para Josefa y que conoca a sta por lomenos tan exactamente como sus pequeos pies. Quin es el padre de estenio? , interpel con insolente osada a la hija de Astern. Don Fernandoempalideci al or tal pregunta. Ora miraba vacilante a Jernimo, ora pasaba lavista por la concurrencia, por si tal vez hubiese all alguien que lo conociera.Josefa, apremiada por tan atroz situacin, exclam: Este nio no es hijo mo,como t crees, maese Pedrillo! ; y mirando a don Fernando con angustia infinitaen el alma: Este joven caballero es don Fernando Ormez, hijo del comandantede la ciudad, a quien todos conocis . El zapatero pregunt: Quin de vosotros,ciudadanos, conoce a este joven? . Y varios de los circunstantes repitieron: Quin conoce a Jernimo Rugera? Que se presente! . Ocurri entonces queen aquel preciso momento el pequeo Juan, asustado por el tumulto, se apart delpecho de Josefa y tendi los brazos a don Fernando. A lo cual: se es elpadre! , grit una voz; y : Es Jernimo Rugera! , grit otra; y : sos son lossacrlegos! , una tercera; Apedreadlos! Apedreadlos, la cristiandad enterareunida en el templo de Jess! . A lo que entonces Jernimo exclam: Alto!Desalmados! Si buscis a Jernimo Rugera: Heme aqu! Dejad libre a esehombre, que es inocente! .

La enfurecida turba, desconcertada por las palabras de Jernimo, quedsuspensa; varias manos soltaron a don Fernando; y como en ese instante acudipresuroso un oficial de marina, de alta graduacin, y abrindose camino porentre el tumulto pregunt: Don Fernando Ormez! Qu os ha ocurrido? , ste,ahora completamente liberado, respondi con presencia de espritu digna de unhroe: Ya ve, don Alonso, esta jaura de asesinos! Yo ya sera hombre muertosi este honorable caballero, para aplacar a la enfurecida multitud, no se hubiesehecho pasar por Jernimo Rugera. Llveselo detenido, tenga vuesa merced labondad, y asimismo a esta joven, para seguridad de ambos. Y tambin a esteinfame , agarrando a maese Pedrillo, qu es el autor de todo l alboroto! . Elzapatero grit: Don Alonso Onoreja, por vuestro honor os pregunto, es estamuchacha Josefa Astern? . Como don Alonso, quien conoca muy bien aJosefa, se demoraba en dar respuesta, y varias voces, nuevamente encolerizadaspor tal motivo, gritaban: Ella, es! Ella es! ; y : Dadle muerte! , Josefapuso al pequeo Felipe, a quien hasta ahora llevaba Jernimo, y asimismo alpequeo Juan, en brazos de don Fernando, y habl: Mrchese, don Fernando,ponga a salvo a sus dos hijos, y abandnenos a nuestra, suerte! . Don Fernandocogi a los dos nios y dijo que antes prefera