LIBRO SIMMEL Georg - Sociología, Estudios Sobre Las Formas de Socialización Vol. I (1908) [3]

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BH3U0T1 Ciencias Sociales Georg SimmeJ Sociología, 1 Estudios sobre las formas de socialización  A l ianza Uni v ersidad

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Ciencias Sociales

Georg SimmeJSociología, 1

Estudios sobre las formasde socialización  A lian za Universidad

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J l ras un período de rCafivo Je

;mtc?éd hacia <& obra, los desarrollos más recientes de la sociolo¿;a

han de/u elto a G E O R G SIM M E l. (í 858-! 918) 1 piemiiiente lugn.

que le corresponde en el ámbito de la disciplina. Publicada en 1908 ;

traducida en 1977 al castellano por Revista tic Occidente, su

SOCIOLOGIA apunta hacia el ambicioso objetivo de coricrir a

(concepto vacilante» de esc área <k   conocim ientos «un con tenido

iiiequivoco, regido po r un pensam iento seguro y »metódico» Sirnrje

enía píen i conciencia de que el carácter de ciencia nuevi de i

soeiologtü exigía esa fundamentacíon básica que hiciera ¡rdisejtiHe

.a legitimidad de* sus problemas: {jorque si la lincá que .raza c

investigador entre los fenómenos «no encuentra fórmula propia cu

r nguna provincia, de reconocidas disciplinas cien! i ticas», entonce

ocurrirá que «su lugar en el sistema de las ciencia?. !a dis us'ón de

sus métodos y dt sus posibles frutos constituye un problema iude

pend-.«uc». Pura lograr ese proposito, esiO¿ ESTUDIOS SOPRL

LAS FOR M *í> DE SOCIALIZAC ION -subtitulo de  H   cb-a

publicada en lo? volúmenes p<'r ra /o ies editon ale?— rc-Tz-an m

amplio y minucioso análisis sobre las cuestiones, tanto abstráete.

co m o p. i oculares, que se plantean a lo largo de diez c p íl a lo s : c

problema de la sociología; la cantidad en ios grupos spepíesy la

subordinación: ia lucha: ci secreto y ’a sociedad secreta; el c mee de

los círculos sociales; el pobre; la aut-acondenacior. de 'tos grupo

sociales, c> espacio y la sociedad: la. ampliación de los grupos v la

formación de la indiv-dualidad.

A lian za Editorial

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ULÜftîE II ClùUCliS SOClftlS E ElWfôb i b l i o t e c a

UNLCSH FaculijWe te Ciëncfas Sortais ?Hunanas A• •*« Sarna ?â-L

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S o c i o l o g i a I

Kstudios sobre las formas

de social izac ión

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t h & °1 /  á 

G eo rg Si mm elO

Sociología 1

Estudios sobre las formasde socialización

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•lit«-!.. . . . y . il l: ,'ví»í'ixí<ii¡ií l , ’ i i : c n W ’ v r.-¿t / ¡ u ! n ' l úe f - o r m v»i h -’    V< . - ; s, , ¡ /9Cijí

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INDICE

P r ó l o g o ..................................................................................................................................................   9

Capí tu lo i . E l prob lema de U so c io log ía .........................................................................   1 1

Capitulo 2. La cantidad en lo s gru pos sociales...........................................................

  57

Ca pítulo 3. La sub ordin ación ............................................  • 147

Ca pítulo 4. La lucha ...................................................................................................................   265

Capitulo 5. El  secreto y la socied ad secreta .......................................................................  357

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PROLOGO

Cuando una investigación se produce en consonancia con 

los fines y métodos reconocidos de una ciencia ya existente,  

encuentra por si misma el lugar que le corresponde, sin nece-

sidad de que el investigador fundamente su propósito, bastán-

dole, desde luego, con pa rtir de lo ya adm itido. Pe ro si la inves-

tigación carece de ese nexo, qu e haría ind iscu tible la legitimidad  

de sus problemas; si la línea que traza por entre los fenóm enos  

no encuentra fórmula propia en ninguna provincia de recono-

cidas disciplinas científicas, entonces, evidentemente, su lugar 

en el sistema de las ciencias, la discusión de sus métodos y de sus posibles frutos constituye un problema nuevo e indepen -

diente, cuya solución no cabe en un prólogo y ocupa la primera  

 parte de la investigación misma.

 En esta situación se halla e l ensayo presente que quiere 

dar al concepto vacilante de la Sociología un contenido ineq uí-

voco, regido por «unr> pen sam iento seguro y metódico. L o único 

que, por tanto, rogamos al lector, en el proemio de este libro, 

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Capitulo 1

EL PROBLEMA DE LA SOCIOLOGIA

SI es cierto que el conocimiento humano se ha desarrolladopartiendo de necesidades prácticas, porque el conocer la

 verdad es un arm a en la lu cha por la exis tencia , tan to frentea la naturaleza extrahumana, como en la concurrencia de loshombres entre sí, hace ya mucho tiempo que dicho conocimiento no está ligado a tal procedencia y ha dejado de ser unsimple medio para los fines de la acción, trocándose en fin último. Esto no obstante, el conocimiento no ha roto todas lasrelaciones con los intereses de la práctica, ni aun en la formaautónoma de la ciencia, aunque ahora estos intereses no apa

recen ya como meros resultados de la práctica, sino comoacciones mutuas de dos esferas independientes. Pues no sóloen la técnica se ofrece el conocimiento científico para la realización de los fines exteriores de la voluntad, sino que tambiénen las situaciones prácticas, tanto internas como externas, su rge la necesidad de una c om pren sión teórica. A veces aparecennuevas direcciones del pensamiento, cuyo carácter abstractono hace más que reflejar en los problemas y formas intelec

tuales los intereses de nuevo s sentim ientos y volicion es. A s ílas exigencias que suele formular la ciencia de la Sociología no

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12 Sociología

Kan dado la sensación de m ayo r im portan cia y despertado m a y o r atenció n en las clases superiores; y si este KecKo se Lasa justam ente sobre el concepto de «sociedad», es porque la dis

tancia social entre unos y otros Kace que los interiores aparezcan a los superiores no como individuos, sino como una masauniforme, y que no se vea otra conexión esencial entre ambosque la de formar juntos «una sociedad». Desde el momentoen que — a consecuencia de las relaciones prácticas de po de rlas clases, cuya eficacia consiste, no en la importancia visiblede los individuos, sino en su naturaleza «social», atrajeron

sobre sí la consciencia intelectual, el pensamiento ecKó de verque, en ¿enera!, toda existencia individual está determinadapor innum erables influencias del am biente bum ano. Y estepen sam iento adquirió, por decirlo así, fuerza retroactiva. A llado de la sociedad presente, la sociedad pasada se ofreciócomo la sustancia que engendra las existencias individuales,no de otra suerte que el mar engendra las olas. Pareció, pues,

descubierto, el suelo nutricio, por cuyas energías resultabanexplicables las formas particulares de los individuos. Estadirección del pensamiento se veía apoyada por el relativismo moderno, por la tendencia a descomponer en accionesrecíprocas lo individual y sustancial. E »1 individuo era sóloel lugar en que se anudaban hilos sociales y la personalidad no era más que la forma particular en que esto aconte

cía. Adquirida la consciencia de que toda actividad humanatranscurre dentro de la sociedad, sin que nadie pueda sustraerse a su influjo, todo lo que no fuera ciencia de la naturaleza exterior tenía que ser ciencia de la sociedad. Surgió ésta,pues, como el amplio campo en que concurrieron la Etica y laHistoria de la cultura, la Economía y la Ciencia de la religión, la Estética y la Demografía, la Polít ica y la Etnología, ya que los objetos de estas ciencias se realizaban en el marcode la sociedad. La ciencia del hombre había de ser la ciencia de

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F.l problema de la sociología 13

todos los sin patria, para todos los desarraigados, pues la indeterminación e indefensión de las fronteras, inevitable en iosprimeros tiempos, autoriza a todo el mundo a establecerse

allí. Pero bien mirado, el hecho de mezclar problemas antiguos no es descubrir un nuevo territorio del saber. Lo queocurrió fue, simplemente, que se echaron en un gran pucherotodas las ciencias históricas, psicológicas, normativas, y se lepuso al recipiente una etiqueta que decía: Sociología. En realidad, sólo se había ganado un nombre   nuevo; pero lo designado por este nombre o estaba ya determinado en su conteni

do y relaciones o se produjo dentro de las provincias conocí- ^das de la investigación. Si el hecho de que el pensamiento yla acción humanos se realizan en la sociedad y son determinados por ella, ha de convertir la Sociología en una cienciaque los abrace íntegros; <por qué no considerar asimismo laQuímica, la Botánica y la Astronomía como capítulos de laPsicología, ya que sus objetos, en último término, sólo ad

quieren realidad en la conciencia humana y están sometidosa sus condiciones?E l error se fun da en un hecho mal interpretado, sin duda ,

pero m uy impo rtante. E l reconocimiento de que el hombreestá determinado, en tocio su ser y en todas sus manifestaciones por la circunstancia de vivir en acción recíproca con otroshombres, ha de traer desde luego una nueva manera de considerar el problema en las llam ad as ciencias del espíritu. H o y yano es posible explicar por medio dei individuo, de su entendimiento y de sus intereses, los hechos históricos (en el sentidomás amplio de la palabra), los contenidos de la cultura, lasformas de la ciencia, las normas de la moralidad; y si esta explicación no basta, recurrir en seguida a causas metafísicas omágicas. Por lo que toca al lenguaje, verbigracia, ya no estamos ante la alternativa o de creer que ba sido inventado por

individuos geniales, o de creer que ba sido dado por Dios al

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Kl problema Je Id Sociología 13

comparada surgió al descubrirse el concepto merced al cualaquellos fenómenos, antes separados, se reunieron en unidad y aparecieron regulados por le yes particulares.

D e l m ism o m odo, la S o ciología p̂ pdría constituir un aciencia particular, b ailand o su objeto un a nueva línea trazadaa través de kecbos que, como tales, son perfectamente conocidos; sólo que, sin haberles sido basta entonces aplicado el concepto que descubre el aspecto de estos becbos correspondientea aquella línea, haciéndole constituir una unidad metódica ycientífica común a todos. Frente a los becbos de la sociedad

histórica, tan complicados y que no se reúnen bajo un solopunto de vista científico, los conceptos de política, economía,cultura, etc., producen series de conocimientos de este género, bien ligando en cursos his tó ricos sin gulares u n a parte deaquellos becbos y apartando los otros o no dejándoles másque una colaboración accidental, bien dando a conocer agrupaciones de elementos que, independientemente del aquí y del

ahora individuales, encierran una conexión necesaria, no su jeta a l tiempo. S i pues ha de existir u n a Socio logía como ciencia particular, será necesario que el concepto de sociedad  comotal, por encima de la agrupación exterior de esos fenómenos,someta los becbos sociales históricos a una nueva abstracción y ordenam iento , de m anera que se reconozcan como connexas y form ando por consig uiente parte de una ciencia, ciertas n otas que basta entonces sólo han sido observadas en otras y varias relaciones.

E ste pu nto de vista surge m ediante un an álisis del concepto de sociedad, que se caracteriza por la distinción entreformá y contenido de la sociedad — teniendo presente que estoen realidad no es m ás que un a metáfora p ara designar ap rox imadamente la oposición de los elementos que se desea separar;esta oposición habrá de entenderse en su sentido peculiar, sin

dejarse llevar por la significación que tienen en otros aspectost l d i i i i l P ll t bj ti

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Ib Sociologia

eróticos, religiosos o simplemente sociales, fines de defensa ode ataque, de juego o adquisición, de ayuda o enseñanza, e in

finitos otros, Kacen que el hom bre se po ng a en co nviven cia,en acción conjunta, en correlación de circunstancias con otroshombres; es decir, que ejerza influencias sobre ellos y a su vezlas reciba de ellos. La existencia de estas acciones recíprocassignifica que los portadores ind i vidu ales d e aqu élIoT m stintos\Tfmes, que los movieron a unirse, se kan convertido en unaunidad, en una «sociedad». Pues unidad en sentido empíricono es más que acción recíproca de elementos: un cuerpo orgánico es una unidad, porque sus órganos se encuentran en uncambio mutuo de energías, mucko más íntimo que con ning ú n ser exterior; un lista d o es u na un idad porque entre susciudadanos existe la correspondiente relación de acciones mutuas; más aún. no podríamos -llamar uno  al mundo, si cadaparte no influyese de algún modo sobre las demás, si en algún punto se interrumpiese (a reciprocidad de las influencias.

 A q u e lla unidad o socialización puede tener diversos grados, según la clase e intimidad que tenga la acción recíproca;desde la unión efímera para dar un paseo, basta la familia;desde las relaciones «a plazo», basta la pertenencia a un Estado; desde la convivencia fu gitiv a en u n hotel, basta la un iónestrecha que significaban los gremios medievales. Ahora bien: yo llam o contenid o m ateria de la socialización, a cuanto

exista en los individuos (portadores concretos e inmediatos detoda realidad histórica), capaz de originar la acción sobreotros o la recepción de sus influencias; llámese instinto, interés, fin, inclinación, estado o movimiento psíquico. En sím ism as estas m aterias con que se llena la vid a, estas m oti vaciones no son todavía un alg o socia l. N i el ham bre ni elamor, ni el trabajo ni la religiosidad, ni la técnica ni las fun

ciones y obras de la inteligencia constituyen todavía socialización cuando se dan inmediatamente y en su pureza. La so

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ti problema de la sociología 17

raderos, conscientes o inconscientes, que impulsan causalmente o inducen teleológicamente, constituyen una unidad dentrode la cual se realizan aquellos intereses.

En todo fenómeno social, el contenido y la forma sociales constituyen un a realidad un itaria. L a forma social no puede alcanzar una existencia si se la desliga de todo contenido;del mismo modo que la forma espacial no puede subsistir sinuna materia de la que sea forma. Tales son justamente ioselementos (inseparables en la realidad) de todo ser y acontecer sociales: un interés, un fin, un motivo y una forma o ma-

nera de acción recíproca entre los individuo s, por la cua l o encuya figura alcanza aquel contenido realidad social.

 A h o ra bien; lo que hace que la «sociedad», en cualq uie rade los sentidos de la palabra, sea sociedad, son evidentementelas diversas clases de acción recíproca a que hemos aludido.U n grupo de hom bres no form a sociedad porque exista encada uno de ellos por separado un contenido vita l ob jetiva

mente determinado o que le mueva individualmente. Sólocuando la vida de estos contenidos adquiere la foxmft del influjo mutuo, sólo cuantío se produce una acción de tinos bre otros — inm ediatam ente o p or medio de u n tercero — , escuando la nueva coexistencia espacial, o también la sucesiónen el tiempo, de los hombres, se ha convertido en una sociedad. Si, pues, ha deTtaber una ciencia cuyo objeto sea la so

ciedad y sólo ella, únicamente podrá proponerse como finde su investigación estas acciones recíprocas, estas maneras yformas de socialización. Todo lo demás que se encuentra enel seno de la «sociedad», todo lo que se realiza por ella y ensu marco, no es sociedad, sino simplemente un contenido quese adapta a esta forma de coexistencia o al que ésta se adapta, y que sólo junto con ella ofrece la figura real, la «sociedad»,«n el sentido amplio y usual. Separár por la abstracción estosdos elementos, unidos inseparablemente en la realidad; siste

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IX  Sociología

los hechos que designamos con el nombre de realidad social-

histórica. A u n q u e semeja ntes abstracciones — las únicas que per

miten extraer ciencia de la complejidad y aun de la unidad deJo real — hayan surgido de las necesidades interiores del conocimiento, ha de haber para ellas alguna legitimación en lapropia estructura del objeto. Pues sólo en la existencia de alguna relación funcional con los hechos puede hallarse garantía contra un problematismo estéril, contra el carácter accidental de la conceptuación científica. Si yerra el naturalismo

ingenuo, creyendo que lo dado en la realidad contiene losprincipios de ordenación, analíticos y sintéticos, merced a ioscuales puede esa realidad dada ser contenido de ciencia, escierto, sin embargo, que las notas efectivas de la realidad sonmás o menos flexibles y se acomodan más o menos a aquellasordenaciones; como, por ejemplo, un retrato transforma fundam entalm ente la figura n atural hum ana, y, sin embargo, hay

figuras que se acomodan mejor que otras a esta transformación radical. Con arreglo a este criterio puede, pues, definirse elmejor o peor derecho a la existencia, que ostentan los problemas y métodos científicos. El derecho a someter a un análisisde formas y contenidos (llevando las primeras a una síntesis)los fenómenos histórico-sociales, descansa en dos condicionesque sólo en los hechos pueden ser comprobadas. Por una parte

es preciso que una misma forma de socialización se presentecon contenidos totalmente distintos, para fines completamentediversos: y p or otra parte, es necesario que los m ismos interesesaparezcan realizados en diversas formas de socialización; delmismo modo que unas mismas formas geométricas se encuentran en las más diversas materias, y unas mismas materias enlas más distintas formas espaciales (lo que también sucede

con las formas lógicas respecto a los contenidos materiales delconocimiento).

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F.l problema de la sociología IV 

la exclusión hacía afuera, e infinitas formas semejantes seencuentran, así en una sociedad política, como en una comunidad religiosa; en una banda de conspiradores, como en una

cooperativa económica; en una escuela de arte, como en unafamilia. Por variados que sean los intereses que llevan a esassocializaciones, las formas en que se presentan pueden ser lasmismas. Por otra parte, un mismo interés puede mostrarse ensocializacione s de form as diversas, E l interés económ ico, porejemplo, lo mismo se realiza por la concurrencia que por laorganización de los productores con arreglo a un plan; unas

 veces por separación de grupos económicos, otras, por anexió na ellos. Los contenidos religiosos, permaneciendo idénticos,adoptan unas veces una forma liberal, otras, una forma centralizada. Los intereses basados en las relaciones sexuales sesatisfacen en la pluralidad casi incalculable de las formas fam iliares. E l interés pedagógico ta n p ronto da lug ar a un arelación liberal del maestro con el discípulo, como a una for

ma despótica; unas veces produce acciones recíprocas individualistas entre el maestro y los distintos discípulos, y otrasestablece relaciones más colectivas entre el maestro y la totalidad de los d iscípu los. A s í, pues, de la misma manera quepuede ser única la forma en que se realizan los más divergentes contenidos, puede permanecer única la materia, mientrasla convivencia de loiTindividuos en que se presenta se ofrece

en una gran diversidad de formas. De donde resulta que si bien en la realidad la m ateria y form a de los hechos constitu yen una inseparable unidad de la vida social, puede extraersede ellos esa legitimación del problema sociológico que reclama la determinación, ordenación sistemática, fundamentaciónpsicológica y evolución histórica de las puras formas de socialización.

Este problema es opuesto totalmente al procedimiento

por el cual se han creado las diversas ciencias sociales exis

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20 Sociologia

los fenómenos sociales, que tina Sociología que pretendieseabarcarlos en su totalidad no sería más que una suma deaquellas ciencias. Mientras las líneas que trazamos a través

de la realidad histórica, para distribuirla en campos de investigación distintos, unan tan sólo aquellos puntos en que aparecen los mismos intereses, no habrá lugar en esa realidadpara u n a S oc iolog ía independiente. Lo que se .necesita es unalínea que, cruzando todas las anteriormente trazadas, aisléel hecho puro de la socialización, que se presenta con di

 versas fig uras en relación con los más divergentes contenidos

 y form e con él un campo especial. D e este m odo la S ociología se hará una ciencia independiente, en el mismo sentido— sa lva n d o las diferencias patentes de métodos y resu ltad o s— en que lo ha logrado la teoría del conocimiento, abstra

 yendo de la plu ralidad de los conocim ientos singula res lascategorías o funciones del conocimiento como tal. La Sociología pertenece a aquel tipo de ciencias cuya independencia

no dimana de que su objeto esté comprendido junto con otros bajo un concepto más am plio (como F ilo logía clásica y germánica, como Optica y Acústica), sino de considerar desde unpunto de vista especial el campo total de los objetos. Lo quela diferencia de~las demás ciencias histórico-sociales no es,pues, su objeto, sino el modo de considerarlo, la abstracciónparticular que en ella se lleva a cabo.

Ed concepto de sociedad tiene dos significaciones, quedeben mantenerse estrictamente sej>aradas ante la consideración científica. Por un lado, sociedad es el complejo de indi

 viduos socializad o s, el m aterial hum ano socia lm ente conformado, que constituye toda la realidad histórica. Pero de otraparte, «sociedad» es también la suma de aquellas formas derelación por medio de las cuales surge de los individuos íasociedad en su primer sentido. Análogamente se designa conel nombre de «esfera», de un lado una materia conformada de

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Ei problem a ele la sociolog ía 21

mas, por medio de las cuales los hombres se socializan y quepor tanto constituyen la «sociedad» sensu strictissim o ; lo cualno se desvirtúa por la circunstancia de que el contenido de la

socialización, las modificaciones especiales de su fin e interésmaterial, decidan a menudo, o siempre, sobre su conformación.Sería totalmente errónea la objeción que afirmase que todasestas formas (jerarquías y corporaciones, concurrencias y formas m atrimo niales, am istades y usos sociales, gob ierno de

uno o de muchos), no son sino acontecimientos producidosen sociedades ya existentes, porque si no existiese de ante

mano una sociedad, faltaría el supuesto y la ocasión para quesurgiesen esas formas. ILsta creencia dimana de que, en todaslas sociedades que conocemos, actúan un gran número de talesformas de relación, esto es, de socialización. Aunque sólo quedase una de ellas, tendríamos aún «sociedad», de manera quetodas ellas puede parecer agregadas a una sociedad ya terminada, o nacidas en su seno. Pero si imaginamos desapareci

das todas  estas formas singulares, ya no queda sociedad ninguna. Sólo cuando actúan esas relaciones mutuas, producidaspor ciertos m otivos e intereses, surge la sociedad. P o r consiguiente, aunque la h istoria y leyes d éla s organizaciones totales, así surgidas, son cosa de la ciencia social en sentidoamplio, sin embargo, teniendo en cuenta que ésta se ha escindido ya en las ciencias sociales particulares, cabe una Sociología en sentido estricto, con un problema especial, el problema de las formas abstraídas, que más que determinar lasocialización, la constituyen propiamente.

Por tanto, la sociedad, en el sentido en que puede tomarlala Sociología, es o el concepto general abstracto que abarca/todas estas formas, el género del que son especies, o la sumade formas que actúa en cada caso. Resulta, además, de esteconcepto que un nú m ero dado de ind ividuo s puede ser socie

dad, en m ayor o m eno r grado. A cada nuevo aum ento de for

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22 Soc io loga

puesto para que surjan los diversos fenómenos de enlace; puest ío   hay acción recíproca absoluta, sino diversas clases de ella,cuya ap arición d etermina la existencia de la sociedad, y que no

son ni causa ni consecuencia de ésta, sino la propia sociedad.Sólo la inabordable pluralidad y variedad en que estas formasde acción recíproca actúan a cada momento ha prestado unaaparente realidad histórica autónoma al concepto general desociedad. Acaso esta liipósíasis de una simple abstracción seala causa de la curiosa indeterminación e inseguridad que hatenido este concepto en las investigaciones de Sociología gene

ral, hechas hasta ahora. Análogamente, el concepto de la vidano progresó de veras mientras la ciencia lo consideró como \mfenómeno unitario, de realidad inmediata. Sólo cuando se in

 vestigaron los procesos singulares que se verifican en los organismos y cuya suma y trama constituye la vida; sólo cuandose hubo reconocido que la vida no consiste más que en losfenómenos particulares que se dan en los órganos y células y

éntre ellos, sólo entonces adquirió una base firme la cienciade la vida.Unicamente así podrá determinarse lo que en la sociedad

es realmente «sociedad.»; como la Geometría determina qué eslo que constituye la especialidad de las cosas espaciales. LaSociología, como teoría del ser social en la humanidad, quepuede ser objeto de ciencia en otros sentidos incontables, está,pues, con las demás ciencias especíales en la relación en queestá la Geometría con las ciencias fisicoquímicas de la materia. La Geometría considera la forma merced a la cual la materia se hace cuerpo empírico, forma que en sí misma sóloexiste en la abstracción. Lo mismo sucede en las formas de lasocialización. Tanto la Geometría, como la Sociología, abandonan a otras ciencias la investigación de los contenidos quese manifiestan en sus formas o de las manifestaciones totales

cuya mèra forma la Sociología y la Geometría exponen.

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ti problema de la sociología 2?

les relativamente escasas que abarcan todo el círculo de lasformas posibles. Por lo que se refiere a las formas de la sociali

zación, no es de esperar en tiempo previsible su reducción, nisiquiera aproximada, a elementos simples. La consecuencia deesto es que las formas sociológicas, sí bemos de definirlas conalguna precisión, sólo tienen validez para un círculo reducidode fenómenos. Así, por ejemplo, poco se ka logrado, sentandola afirmación general de que la forma de la subordinación seencuentra en casi toda sociedad humana. Lo que se necesitaes más bien entrar en las diversas clases de subordinación, enlas form as especiales de su realización ; y , naturalm ente, cua nto más determinadas sean, menos extenso será elcirculode.su

 vigencia.H o y suele colocarse tod a ciencia ante esta alternativa:

o se encamina a descubrir leyes que rijan sin sujeción altiempo, o_se aplica a ex plicar v com prender, pracesos sin gu la-res históricos y reales, lo que por lo demás no excluye la exis

tencia de incontables formas intermedias en el comercio de lasciencias. Pues bien: el concepto del problema que aquí se determina, para nada requiere la previa decisión de dicha alterna tiva. E l objeto que hem os abstraíd o de la realidad puedeser considerado, por una parte, desde el punto de vista de lajleyes, que dimanando de la pura estructura objetiva de loselementos, se comportan indiferentemente respecto a su reali

zación en el espacio y el tiempo; rigen lo mismo si las realidades históricas las hacen aparecer una o mil veces. Pero, porotra parte, aquellas formas de socialización pueden ser consideradas también desde el punto de vista de su aparición en tallugar o tal tiempo, de su evolución histórica dentro de gruposdeterminados. De la competencia, verbigracia, oímos hablaren los más- diversos campos; en la Po lítica, como en la E co

nomía, en la Historia de las religiones como en la del arte, set i t bl d ll P ti d d t h

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24 Sociología

grupos; en una palabra, que es la competencia como forma derelación de los hombres entre sí, forma que puede aceptar toda

suerte de contenidos, pero que, por la identidad con que sepresenta, siempre, por grande que se a la diferencia de aq uéllos,prueba que pertenece a un campo reculado según leyes propias y susceptibles de abstracción. En los fenómenos realescomplejos, lo uniforme queda destacado como por un cortelateral, y lo heterogéneo, es decir, los intereses que con stituyenel contenido, queda, en cambio, paralizado.

De un modo análogo debe precederse con todas las grandes relaciones y acciones recíprocas que forman sociedades:con los partidos, con la imitación, con la formación de clases,círculos, divisiones secundarias, con la encarnación de lasacciones recíprocas sociales en organizaciones particulares denaturaleza objetiva, ideal o personal; con la aparición y el papel que desempeñan las jerarquías, con la «representación»de com unidades por individuo s, con la im po rtancia de un ene

migo común para la trabaz ón interior de los grupos. A talesproblemas fundamentales se agregan otros que contienen, pordecirlo así, la form a determinante de los grupos, y que son , orahechos más especiales, ora hechos más complicados; entreaquellos citaremos, verbigracia, la importancia de los «imparciales», de los que no forman partido, y la de los «pobres»,como miembros orgánicos de las sociedades, la de la determi

nación numérica de los elementos de los grupos, la del  prim us  inier   pares y del tercius gaudens.  Entre los hechos más complicados cabe citar: el cruce de varios círculos en personalidades individuales, la función especial del «secreto» en la formación de círculos, la modificación de los caracteres de grupo,según abracen individuos que se encuentren en la m isma localidad o elementos separados; y otros innumerables.

Como queda indicado, prescindo aquí de la cuestión de sii t b l t i ld d d f di id d d

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El problema de ¡a sociología 25

irreductibles a plena racionalidad, y la capacidad de la Geometría para extraer con plena pureza de su realización en lamateria las formas sometidas a su concepto. Téngase tambiénen cuenta que esta igu ald ad en la form a de la acción recíproca, .sea cualquiera la diversidad del material bumano y real, y vi- ¡ceversa, no es, por lo pronto, más que un medio auxiliar pararealizar y justificar la distinci ón científica entre forma y con»!tenido,-en las diversas manifestaciones de conjunto. Metódicamente, ésta sería necesaria, aun cuando las constelacionesefectivas de los Hechos hicieran imposible el procedimiento

inductivo, que de lo diverso saca lo igual; de la misma maneraque la abstracción geométrica de la forma espacial de un cuerpo estaría justificada, aunque este cuerpo así conformado sóloexistiera u na vez en el m undo. H a y que reconocer, sin embargo, que ello representa una dificultad de procedimiento. Así,por ejemplo, bacía fines de la Edad Media, ciertos maestrosde gremio se vieron llevados, por la extensión de las relacio

nes comerciales, a un a ad qu isición de materiales, a \ m empleode oficiales, a una utilización de nuevos medios para atraer ala clientela, que no se avenían ya con los antiguos principiosgremiales, segxín los cuales cada maestro debía tener la misma«congrua» que los otros; por eso, estos maestros trataron decolocarse fuera de la estrecha corporación gremial. Desde elpunto de vista s o ciológico puro, desde el pu nto de vista de la

forma, que hace abstracción de todo contenido especial, estosignifica que la ampliación del círculo a que está ligado elindividuo produce una afirmación más fuerte de las individualidades, una mayor libertad y diferenciación de los individuos. Pero que yo sepa no existe ningún método seguro paraextraer de aquel  factum   complejo, realizado en su contenido, ,este sentido sociológico. ¿Qué forma puramente sociológica,qué relaciones mutuas entre los individuos (abstracción hecha

de sus intereses e instintos y de las condiciones puramente

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2h Sociología

terial y el sociológico formal. Ocurre aquí como con la demostración de un teorema geométrico trente a la inevitable conti-gen cía e imperfección de un a figura dibujada. Pero el matemá

tico puede contar con que el concepto de ía figura geométricaideal es conocido y considerado como el único sentido esencial de los trazos de tin ta o tiza. E n cam bio, en nuestro cam po, no puede partirse de un supuesto análogo, no puede distinguirse entre la pura socialización y el total fenómeno real,con su complejidad.

Es preciso decidirse (a pesar de las posibles objeciones) a

hablar de un procedimiento intuitivo — por lejos que esté estaintuición de toda intuición especulativa y m eta física— . N osreferimos a una particular disposición de la mirada, gracias ala cual se rea liza la escisión entre la forma y el contenido. Aesa intuición, por de pronto, sólo podemos irnos acostum brando, por medio de ejem plo s, hasta que más tarde se encajeen un método expresable en conceptos y que lleve a términoseguro. Y esta dificultad se acrece, no sólo porque carecemosde una base indudable para el manejo de! concepto sociológicofundamental, sino porque, aun en caso de operar con él de unmodo eficaz, hay muchos aspectos de los acontecimientos enque la subordinación bajo ese concepto o bajo el concepto del

contenido , sigue siendo arbitraria. Cabrán, por ejemplo, opiniones contradictorias al decidir hasta qué punto el fenómenode la «pobreza» es de naturaleza sociológica, esto es, un resul

tado de las relaciones formales existentes dentro de un grupo,un fenómeno condicionado por las corrientes y mutacionesgenerales, que necesariamente se engendran en la coexistencia de los hombres, o bien, simplemente, una determinaciónmaterial de ciertas existencias particulares, exclusivamentedesde el punto de vista del interés económico. Los fenómenoshistóricos, en gen era l, pueden ser con tem plados desde Jr es

puntos de vista fundamentales: 1.° Considerando las existencias individuales que son los sujetos reales de las circunstan

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El problema de la sociolo gía 27

-conceptos, délas situaciones o los acontecimientos, en los cuales se tienen en cuenta, ahora, no sus sujetos o las relaciones

que éstos mantienen entre sí, sino su sentido puramente objetivo expresado en la economía y la técnica, el arte y la ciencia,las form as jurídicas y los productos de la vida sentim ental.

Estos tres puntos de vista se mezclan continuamente; la,necesidad metódica de m antenerlos separados tropieza siempre ¡con la dificultad de ordenar cada uno de ellos en una serie in- idependiente de los otros, y con el ansia de obtener una imagenún ica de la realidad, que com prenda todos sus aspectos. Y nopodrá d eterminarse en todos los casos cuán pro fun da m en te louno penetra en lo otro; de suerte que. por grande que sea íaclaridad y rigor metódicos en el planteamiento de la cuestión,dificilísimo será evitar la ambigüedad. El estudio de los pro

 blemas particulares semejará pertenecer tan pronto a u n a comoa otra categoría, y aun dentro ya de una de ellas será imposi

 ble m antenerse con segurid ad en el procedim iento conveniente,

evitando el método propio de las demás. Espero, sin embargo, que la metodología sociológica, que aquí se ofrece, resultemás segura y aun más ciara en las exposiciones de los problemas particulares, que en esta fund a m entación abstracta. E nlas empresas esp irituales no es raro — y hasta es corrientetratándose de pro blem as gen erales y ho nd os — que eso quecon una imagen inevitable tenemos que llamar fundamento,

no sea tan firme como el edificio sobre él levantado. La prác-tica científica, especialmente en los campos hasta ahora nocultivado~s, no puede prescindir de cierta dosis de instinto, cu- yos m otiv os y norm as sólo después llegan á cla ra co nscien cia! y elaboració n sistem ática! E s cierto que el trabajo científicono puede en ninguna esfera fiarse plenamente a aquellos procedimientos poco claros aún, instintivos, que sólo actúan in

mediatamente en la investigación particular; pero sería condenarlo a esterilidad si ante problemas nuevos se pidiera ya

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28 Sociologia

Dentro del campo de los problemas que se plantean alseparar de una parte las formas de acción recíproca, sociali-zadora, y de otra, el fenómeno total de la sociedad, hay partede las investigaciones que aquí se ofrecen, que están ya, pordecirlo así, cuantitativamente fuera de los problemas generalmente reconocidos como pertenecientes a la sociología. Si seplantea la cuestión de las acciones que van y vienen entre losindividuos, y de cuya suma resulta la cohesión de la sociedad,aparece en seguida una serie y hasta un mundo de semejantesformas de relación, que hasta ahora, o no eran incluidas en la

ciencia social, o cuando ío eran permanecían incógnitas en susignificado fundamental y vital. En general, !a sociología seha limitado a estudiar aquellos fenómenos sociales en dondelas energías recíprocas de los individuos Kan cristalizado yaen unidades, ideales al menos. Estados y sindicatos, sacerdocios y formas de familia, constituciones económicas y organizaciones militares, gremios y municipios, formación de clases

 y división industrial del trabajo, estos y otros grandes órganos y sistem as análo gos parecían constituir exclu sivam ente lasociedad, llenando el círculo de su ciencia. Es evidente quecuanto mayor, cuanto más importante y dominante sea unapr ov inc ia social de intereses o u n a dirección de la acción, tantomás fácilmente tendrá lugar la transformación de la vida in-

teamoo con decisión el problema, mientras que. declarando esta ciencia perfecta, se

baria cu estiona ble inclus o el sentido de tales intentos. A jí . pues, los capítulos de este

libro só lo deben considerarse com o ejemplos, en cuanto al m étodo, y, en cuanto al con

tenido. cómo fragmentos deTo que yo entiendo por ciencia de la sociedad. En ambos

sentidos parecí«,indicado elegir temas lo más Heterogéneos posible, mezclando lo gene

ral y lo especial. C ua nto m eaos redondeado en u na cone xión sistemática aparezca lo

que aq uí se ofrece? cua nto m ás desviadas estén rus partes, ton to m ás a m plio Ha de

aparecer el círculo dentro del cual una perfección futura de la sociología unirá los

pun tos que y a a bora pueden fijarse aisladamente. Y si y o m ismo destaco de esta mal á f l k l b d d

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J-! problema áe la sociología 29

mediata, interíndividual, en organizaciones objetivas, surgiendo así una existencia abstracta, situada más allá de losprocesos individuales y primarios.

Pero esto requiere un complemento importante en dossentidos. Aparte de los organismos visibles que se imponenpor su extensión y su importancia externa, existe un númeroinmenso d e fo r m as de relación y de acción entre los bom-"bres, qué, en los casos particulares, parecen de mínima monta,pero que se ofrece^ en "cantidad inca lculable y so n las que !producen la sociedad, tal como la conocemos, intercalándose

entre las formaciones más amplias, oficíales, por decirlo así.Limitarse a estas últimas sería imitar la antigua medicinainterna, que se dedicaba exclusivamente a los grandes órganos

 bien determ inados: corazón, Lig ado, pulm ón, estóm ago, etc.,desdeñando los incontables tejidos que carecían de nombrepopular o que eran desconocidos, pero sin los cuales jamásproducirían un cuerpo vivo aquellos órganos mejor determi

nados. La vida real de la sociedad, tal como se presenta en laexperiencia, no podría reconstruirse con solo los organismosdel género indicado, que constituyen los objetos tradicionalesde la ciencia social. Sin la intercalación de incontables síntesis poco extensas, a las cuales se consagran la mayor parte dela.s presentes investigaciones, quedaría escindida en una pluralidad de sistemas discontinuos. Lo que dificulta la fijacióncientífica de semejantes formas sociales, de escasa apariencia,

es al propio tiempo lo que las hace infinitamente importantespara la comprensión más profunda de la sociedad: es el bechode queTgeneralmente, no estén asentadas tod av ía en o rga niza ciones firmes, supraindivíduales, sino que en ellas la sociedadse manifieste, por decirlo así, en status nascens,  claro es queno en su origen primero, históricamente inasequible, sino enaquél que trae consigo cada día y cada Lora. Constantemente

se anuda, se desata y torna a anudarse la socialización entrel h b i i ti d l

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Sociología

cópicos. Los hombres se miran unos a otros, tienen celosmutuos, se escriben cartas, comen juntos, se son simpáticos oantipáticos, a parte de todo interés apreciable; el agradecimiento producido por la prestación altruista posee el poder de unlazo irrom pible, un hombre le pregunta a l otro el camino, loshombres se visten y arreglan unos para otros, y todas estas y

 j m il otras relacio nes m om entáneas o duraderas, conscientes oinconscientes, efímeras o fecundas, que se dan entre persona ypersono, y de las cuales se entresacan arbitrariamente estosejemplos, nos ligan incesantemente unos con otros. En cada

momento se Hilan hilos de este género, se abandonan, se vuel ven a recoger, se sustituyen por otros, se entrete je n con otros.Estas son las acciones recíprocas que se producen entre losátom os de la sociedad. Só lo son asequ ibles ai m icroscopio psi-C 0 lógico; pero engendran toda l a resistencia y elasticidad, elahigarira miento y u n ida d de esta vidaTsocial, tan_clara y tanenigmática.

Se trata de aplicar ala coexistencia social el principio delas acciones infinitas e infinitamente pequeñas, que ha resultado tan eficaz en las ciencias de la sucesión: la G eo log ía, laTeoría biológica de la evolución, la Historia. Los pasos infinitamente pequeños crean la conexión de la unidadHistórica;

Ilas acciones recíprocas de persona a persona, igualmente poco¡ apreciables, establecen la conexión de la un idad social. C u a n

to sucede en el campo de los continuos contactos físicos yespirituales, las excitaciones mutuas al placer o al dolor, lasconversaciones y los silencios, los intereses comunes y an tagónicos, es lo que determina que la sociedad sea irrompible; deello dependen las fluctuaciones de su vida, en virtud de lascuales sus elementos ganan, pierden, se transforman incesantemente. Acaso, partiendo de este punto de vista, se logre parala ciencia social lo que se logró con el microscopio para laciencia de la vida orgánica. En ésta, las investigaciones se

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FJ problema de la sociología 31

unas a otras, cómo se asimilan o se influencian químicamente, vemos poco a poco de qué modo el cuerpo crea su forma,la conserva o modifica. Los grandes órganos en que se han

reunido, formando existencias y actividades separadas, estossujetos fundamentales de la vida y sus acciones reciprocas, nohubieran nunca hecho comprensible la conexión de la vida, sino se hubiera descubierto que la vida fun dam ental, pro piam ente dicha, la constituyen aquellos procesos incontables, que tienen lugar entre los elementos más pequeños, y que se   combis. \ nan luego para form ar los m acroscópicos. N o se trata aqu í de

analogía sociológica o metafísica entre las realidades de la sociedad y el organismo. Trátase únicamente de la analogía conla consideración metódica y su desarrollo; trátase de descubririos Kilos delicados de las relaciones mínimas entre los hom

 bres, en cuya repetic ión continua se fundan aquellos grandesorganismos que se Kan hecho objetivos y que ofrecen una historia propiamente dich a.listos procesos prim arios,que form an -

la sociedad con un material inmediato individual, han de sersometidos a estudio formal, junto a los procesos y organizaciones más elevados y complicados; hay que examinar las acciones recíprocas particulares, que se ofrecen en masas, a lasque no está h abituad a la m irada teórica, con siderán dolas comoformas constitutivas de la sociedad, como partes de la socialización. Y precisamente porque la sociología suele pa sarlas poralto, es por lo que será conveniente consagrar un estudio detenido a estas clases de relación, en apariencia insignificantes.

Mas justamente porque toman esta dirección, las investigaciones aquí planteadas parecen no ser otra cosa que capítulos de la p sicología, o, a lo sum o, de la p sicología social. N ocabe duda que todos los acontecimientos e instintos socialestienen su lugar en el alma; que la socialización es un knonie-no psíquico y que su hecho fundameñtaTTeThecho de que una

pluralidad de elementos se convierta en una unidad, no tienel í l d d l ó d á

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32 Sociología

.que los sujetos de aquellas exterioridades, lo más esencial deellas, lo único interesante para nosotros, son motivaciones,sentimientos, pensamientos, necesidades del alma. Por consiguiente, Habríamos llegado a la inteligencia causal de cualquier acontecer social, cuando partiendo de ciertos datos psicológicos desarro llados conform e a «leyes psicológicas» — porproblemático que sea su concepto — , pudiéramos deducir plenam ente esos acontecim ientos. N o cabe tam poco duda de quelo que nosotros comprendemos de la existencia Histórico-so-cial no son más que encadenamientos espirituales que, por

medio de una psicología, instintiva unas veces y metódicaotras, reproducimos y reducimos a la convicción interior deque es plausible, y aun necesaria, la evolución de que se trata.En este sentido, toda Historia, toda descripción de un estadosocial, es ejercicio de ̂ psicología. Pe: o H ay u n a consideraciónque tiene extraordinaria importancia metódica y es decisivapara las ciencias del espíritu en general; a saber: que el trata

miento científico de los Hechos del alma no es necesariamentepsicologíarAun eiTlos casos en que Hacemos uso ininterrumpido de reglas y conocimientos psicológicos, aun en los casosen que la explicación de cada Hecho aislado sólo es posiblepor vía psicológica, como ocurre en la Sociología, no es preciso que se refiera a la Psicología en el sentido e intención deeste método; es decir, que no se dirige a la ley del proceso espi

ritu al (que sin d uda necesita todo co ntenido determ inado), sinoa su contenido mismo y a las configuraciones de éste. Sólohay aquí una diferencia de grado respecto a las ciencias de lana tura leza exterior — que en último término, y como hechosde la vida espiritual, también se producen dentro del alm a —E l descubrim iento de cualqu ier verdad astronóm ica o química,así como la reflexión sobre ellas, es un acontecer de la consciencia que una psicología perfecta pudiera deducir puramen

te de las condiciones y movimientos del alma. Pero aquellas

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El problem a de la soc iología 33

La realidad es siempre imposible de abarcar científica-TTtpnte en su in teg rid ad inm ediata; hem os de ap rehender la des

de varios puntos de vista separados, creando así una pluralidad de objetos científicos independientes unos de otros. Estopuede decirse tam bién de aq uellos acontecimientos esp iritualesque no se reúnen en un mundo espacial independiente, y quen.o se contraponen intuitivamente  a su realidad anímica. Lasformas y leyes, verbigracia, de una lengua que se ba formadopor energías del alma y para fines del alma, son objeto, sinembargo, de una ciencia del lenguaje que prescinde completamente de aqu ella rea lización de su objeto, y lo expone, an aliza o construye por su con tenido objetivo y por las form as quese dan en este mismo contenido. Análogamente se presentanlos becbos de la socialización. El Hecho de que los hombres se !influyan reciprocamente' de que uno baga o padezca, sea o se |transforme porque otros existen, se manifiestan, obran o sienten, es, naturalmente, un fenómeno del alma, y la producciónHistórica de cada caso individual sólo puede comprendersemerced a form acion es psicológicas, merced a series psicológicasacertadas, merced a la interpretación de lo exteríormente cons-tatable por medio de categorías psicológicas. Pero un propósitocientífico puede prescindir de este acontecer psíquico, atendiendo sólo a los contenidos del mismo, que se ordenan bajo elconcepto de socialización, para perseguirlos, distinguirlos, po-_;

nerlos en relación. A s í, por eje mplo , se descubre que la relació n de u n po

deroso con otros más débiles, cuando tiene la forma del prí-mus inter pares,  gravita típicamente en el sentido de acentuarel poder del primero, suprimiendo gradualmente los elementosde igualdad. Aunque en la realidad histórica sea éste un pro-ceso psíquico, lo que desde el punto de vista sociológico nos

interesa es cómo se suceden en estos casos los diversos estadiosd i id d b di ió b é l i

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.54 Sociologí

comunidad que se siente aún de algún modo, análogamente como se ha dicho que el odio mayor era el que se daba entr

parientes. Este resultado no podrá concebirse, ni aun descri birse, como no sea en form as psic ológicas. A lro ra bien; comformación sociológica, lo que tiene interés no es la serie espiritual que se desarrolla en cada uno de los individuos, sino lsinopsis de ambas bajo las categorías de acuerdo o desavenencia. ¿Hasta qué punto la relación entre dos individuos o partidos puede contener hostilidad y solidaridad, para conservaal todo la coloración de solidaridad o darle la de hostilidad¿Q u é clases de com unidad han de haber existido rara queobrando como recuerdo o por instinto imborrable, proporcionen los medios más adecuados para producir al enemigo undaño más cruel y más profundo que sí se tratara di personaantes extrañas? En una palabra: ¿de qué manera puede aquella observación exponerse como realización de formas de relación entre los hombres? ¿Qué particular combinación de cate

gorías sociológicas expresa? Esto es lo que aquí importa, aunque la descripción singular o típica del acontecimiento haya dser forzosamente psicológica.

Recogiendo una indicación, anterior, y prescindiendo dtodas las diferencias, puede compararse esto con la deducción geométrica en un encerado, en el que hay figuras dibu jadas. "Ni o se nos ofrecen aquí, ni pueden verse, m ás qu

trazos físicos de tiza; pero cuando hablamos de geometríano nos referimos  a ellos, sino a la significación que les presta el concepto geométrico, que es completamente heterogéneode la figura física, formada por trazos de tiza; aun cuandopor otra parte, puede ser tam bién esta figura física sub sumida bajo otras categorías científicas y considerada comoobjeto de otras investigaciones particulares, verbigracia, la

producción fisiológica, la com pos ición química, la impresiónóptica. Así, pues, los datos de la Sociología son procesos psí

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t i problema de la sociología 35

no contiene, desde el principio hasta el fin, sino procesos psicológicos; sólo psicológicamente puede ser entendido; y, sinembargo, su intención no está en los conocimientos psicológi

cos, sino en las síntesis formadas por los procesos psíquicos,desde los puntos de vista de lo trágico, de la forma artística,de los símbolos vitales (l).

 A l sostener que la teoría de la socialización como tal— prescindiendo de todas las ciencias sociales determ inadaspor un contenido p articula r de la vida so cia l- es la únicaque tiene derecho a ser llamada ciencia social en general, hay

que tener en cuenta que lo importante no es, naturalmente, lacuestión de nombre, sino el_nuevo complejo de problemaspartfculaces—La polémica acerca de ia significación propia dela sociología no me parece interesante si se trata tan sólo de laatribución de este título a problemas ya existentes y estudiados. Pero si se elige para esta colección de problemas el títulode sociología, con la pretensión de cubrir plenamente, con él

solo, el concepto de la Sociología, entonces será preciso justificarlo frente a otro grupo de problemas que, indudablemente,por encima de las ciencias sociales, intentan establecer ciertasafirmaciones sobre la sociedad como tal y como un todo.

Como todas las ciencias exactas, encaminadas a comprender inmediatamente lo dado, la ciencia social está tambiénflanqueada por dos disciplinas filosóficas. Una de ellas se

ocupa de las condiciones, conceptos fundamentales y supuestos de toda investigación parcial; estos problemas no puedenser tratados en cada ciencia en particular, siendo más biensus antecedentes necesarios. Un la otra disciplina filosófica lainvestigación parcial es perfeccionada y puesta en relacióncon. conceptos que no ocupan lugar en la experiencia y en elsaber objetivo inmediato. Aquélla es la teoría del conocj-

niiento;.ésta, la m etafísica. L a últim a encierra propiam ente

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36 Sociolog

dos problemas que, sin embarco, suelen ir confundidos, corazón, en el ejercicio real del pensamiento. EJ sentimiento dinsatisfacción que nos produce el carácter fragmentario de lo

conocimientos parciales, el prematuro fin de las afirmacioneobjetivas y de las series demostrativas, conduce a completaestas imperfecciones por los medios de la especulación, y justamente estos mismos medios sirven también al deseo paraIelo de com pletar la i n c o n exió n de aq ue llos fragm entos, r̂uniéndolos en la unidad de un todo. Pero junto a esta función metafísica, que atiende al ¿rado  del conocimiento, ha

otra que se orienta hacia otra dimensión de la existencia, ela que reside la interpretación metafísica de sus contenidosesta función la expresamos como el sentido o fin, como lsustancia absoluta bajo los fenómenos relativos y lambiéncomo el valor o el significado religioso. Esta actitud espirituaproduce frente a la sociedad cuestiones como éstas: ¿es la sociedad el fin de la existencia humana o__umnedio -para el in

dividuCL? Lejos de ser un medio ¿no será incluso un obstáculo¿Reside su valor en su vida funcional o en la producción dun espíritu objetivo, o en las cualidades éticas que producen los individuos? ¿Manifiéstase en los estadios típicos de levolución social una analogía cósmica, de suerte que las relaciones sociales de los hombres habrían de ordenarse en unforma o ritmo general que, sin manifestarse en ios fenómenos, sería el fundamento de todos los fenómenos, y que diri

giría también las fuerzas de los hechos m ateriales? ¿Pued entener, en general, las colectividades un sentido metafísica-religioso o queda éste reservado a las almas individuales?

Pero todas estas y otras incontables cuestiones de parecida naturaleza, no me parecen poseer la independencia sustantiva, la relación peculiar entre objeto y método, que las justificaría como bases para considerar la Sociología como una

nueva ciencia al lado de las ya existentes. Todas ellas soncuestiones puramente filosóficas y el que hayan escogido por

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El prob lema de la sociología 37

 jas o desventaja s que le da su carácter filo sófico, con stituyén dose como una ciencia particular de la Sociología.

Lo propio ocurre con el tipo de problemas filosóficos queno tienen, como los anteriores, la sociedad por supuesto, sinoque, al co ntrario, inquieren los supuestos de la sociedad. N ose entienda esto en sentido histórico, como si se tratase dedescribir la aparición de una sociedad determinada, o de lascondiciones físicas y antropológicas necesarias para que seproduzca la sociedad. Tampoco se trata de los diversos instintos que mueven a sus sujetos a realizar, en contacto con otrossujetos, aquellas acciones recíprocas cuyas clases describe laSociología. Lo que se trata de determinar es lo siguiente:cuando tal su jeto aparece ¿cuáles so n los sup uestos que im plica su con sciencia de ser~tm ser social? E n las partes tom adas aisladamente no hay aún sociedad; en las acciones recíprocas ésta existe ya realmente: ¿cuáles son, pues, las condi-ciones interiores y fun dam enta les que hacen que los ind ivi

duos provistos de semejantes instintos produzcan sociedad?¿Cuál es el a  pTiori   que posibilita y forma la estructura j

empírica del individuo como ser social? ¿Cómo son posibles,;no ya sólo las formaciones particulares empíricamente producidas, que caen bajo el concepto general de sociedad, sino lasociedad en gener al, como form a objetiva de alm as subjetivas?

 D ig resión sobre e l problema: ¿Cómo es posible la sociedad? 

Si Kant pudo formular la pregunta fundamental de sufiloso fía: ¿cómo es posible la natura leza?, y respon der a ella,fué porque, para él, la naturaleza no era otra cosa que la repre

sentación de la naturaleza. Y   esto, no solamente en el sentidod l d i ió d ól d

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38 Sociolo

atraviesan nuestra conciencia en la sucesión casual del acotecer subjetivo, no son todavía «naturaleza», sino que se hcen tal, med iante la actividad del esp íritu, que las com bincon virtiénd olas en objetos y series de objetos, en su stanciaspropiedades, en relaciones causales. Tal como se nos dan mediatamente los elementos del mundo, no existe entre ello

según Kant, aquel vínculo  merced al cual se produce la udad rac ion al y norm ada de la natu raleza, o, m ejor dicho,  v ín cu lo es justam ente lo que tienen de naturaleza aquellfragmentos, por sí mismos incoherentes, y que se presentsin sujeción a reglas. £1 mundo kantiano surge de este sigular contraste: nuestras impresiones sensoriales son, segKant, puramente subjetivas, pues dependen de nuestra orgnización físico-psíquica, que podría ser distinta en otros ser y del acaso de las excitacio nes que las producen. Pero se co vierten en «objetos» al ser recogidas por las fo rmas de nuestentendim iento, y gracias a elias, transformad as en regularid

des firmes desfonde resulta u na imagen coherente de la «n atraleza-». Mas, por otra parte, aquellas sensaciones son lo darealmente, el contenido invariable del mundo, tal como nos presenta, y la garantía de la existencia dé un ser, indepediente de nosotros. Por lo cual, justamente, aquellas formciones intelectuales de objetos, conexiones, leyes, nos parecsubjetivas, nos parecen ser lo puesto por nosotros frente a

que recibimos de la realidad, las funciones del intelecto mmo que, siendo invariables, hubieran formado, con otro mterial sensible, xtna naturaleza distinta. Para Kant, la natraleza es una manera determinada de conocimiento, una imgen del mundo producida por nuestras categorías cognosci vas y en éstas nacid as. P o r consiguie nte, la pregunta: ¿cómes posible la naturaleza?, esto CS, ¿qué condiciones son men

ter para que exista una naturaleza?, se resuelve según él m

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F! problema de la sociología

como las sensaciones., y sólo lleg an a la síntesis de la sociedadmerced a un proceso de conciencia que pone en relación el ser

individual de cada elemento con el del otro, en formas determinadas y siguiendo determinadas reglas. Pero la diferenciaesencial entre la unidad de una sociedad y la de la naturaleza, es que esta última — en el supuesto kantiano aquí aceptado — sólo se produce en el suje to que contem pla, sólo seengend ra por obra de este sujeto que la produce con los elementos sen soriales incon exo s; al paso que la un idad social,estando compu esta de elementos conscientes que pra ctican un aactividad sintética, se rea liza s in m ás n i más y no necesitade ningún contemplador. Aquella afirmación de Kant, segúnla cual la relación no puede residir en las cosas, es producidapor el sujeto, no tiene aplicación a las relaciones sociales, quese realizan inm ediatam ente, de hecho, en las «cosas», que son,en este caso, las almas individuales. Claro está que esta relación, como síntesis que es, sigue siendo algo espiritual, sin pa

ralelismo alguno con las figuras espaciales y sus influenciasrecíprocras. Pero la unificación no ha menester aquí de nin gú nfactor que esté fuera de sus elementos, pues cada uno de éstosejerce las funciones que la energía espiritual del contempladorrealiza trente al exterior. La conciencia de constituir una unidad con los dem ás es aquí, de hecho, la un idad m ism a cuya Jexplicación se busca. Esto, por una parte, no supone, natural

mente, la conciencia abstracta del concepto de unidad, sinolas incontables relaciones individuales, el sentir y saber queuno determina a otros y es. a su vez, determinado por ellos; y,por otra parte, tampoco excluye que un tercero, en posición deobservador, realice además entre las personas una síntesis quesólo en él esté fundada, como la que realizaría entre elementos espaciales. <¿Qué provincias de la realidad externa e intuí- ble han de reunirse en unid ad? E llo no depende del contenid o

inmediato y objetivo, sino que se determina según las catego

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4C Sociolog

o en la obra común, no tiene analogías en el mundo espaciadonde cada ser ocupa un punto del espacio, que no pued

compartir con ningún otro. Pero por otra parte, en la conciencia del contemplador los elementos de la realidad espaciase funden en una unidad a que no llega la unidad de los indi viduos. P ues en este caso los o'bjetos de la síntesis son sereindependientes, centros espirituales, unidades personales, y s

 jreslsten a la fusión absoluta en el alm a de otro sujeto, fusióa que en cambio tienen que someterse las cosa s  inanimadaspor su carencia de personalidad. Por esta razón, un grupo dHombres constituye una unidad que realiter  es mucho máalta, pero idealiter  más baja que la que forma el mobiliaride una habitación (mesa, sillas, sofá, alfombra y espejo), o upaisaje (río, prado, árboles, casa), o un cuadro sobre el lienzoSi digo que la sociedad es «mi representación», es decir, qudimana de la actividad de mi conciencia, he de tomar el dichoen muy otro sentido que cuando digo que el mundo exterio

es mi representación. El alma ajena tiene para mí ia mismarealidad que yo mismo; un a realidad que se diferencia muchde la de una cosa material. Por mucho que Kant asegure qula existencia de los objetos exteriores tiene exactamente lamisma seguridad que la mía propia, ello sólo es cierto al referirnos a los contenidos  particulares de mi vida subjetiva. Pueel fundamento de la representación en general, el sentimiento

del Y o goz a de un a incond iciona lidad e inconm ovilidad aque no llega ninguna representación particular de algo material exterior.

Pero justamente esa seguridad, susceptible o no de fundamentaron, ia tiene para nosotros el hecho del Tú; y comocausa o, si se quiere, efecto de esa seguridad, sentimos eí Tú

, como algo independiente de la representación que de él nos

formamos, como algo que existe tan por sí mismo como nuestra propia existencia. El hecho de que este «ser por sí» del

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fund am ental — sup uesto de todas las representaciones, baseprimaria que no participa en el problematismo, nunca completamente anulable, de sus contenidos — y estos contenidos

mismos, los cuales, yendo y viniendo, siendo accesibles a laduda y a la corrección, se nos aparecen como meros productosde aquella absoluta y riltima fuerza y existencia de nuestroser espiritual. En cambio, al alma, ajena,  aunque en últimotérmino sea también por nosotros representada.  hemos detrasladarle esas mismas condiciones o, mejor dicho, incondi-cionalidades del propio Y o . E l alm a ajena tiene para nosotros

aquel sum o grado de realida d que posee nuestro T o frente asus contenidos.

Teniendo en cuenta todo esto, la cuestión: ¿cómo esposible la sociedad? adquiere un sentido metódico distintoque la de ¿cómo es posible la naturaleza? Pues a la últimaresponden las formas de conocimiento, por medio de lascuales el sujeto realiza la síntesis de los elementos dados,

convirtiéndolos en «naturaleza»; mientras que a,la primeraresponden las condiciones, sitas a  priori   en los elementosmismos, gra cias a las cuales se u ne n éstos realme nte paraformar la síntesis «sociedad». En cierto sentido, todo estelibro, tal como se desenvuelve sobre el principio ya establecido, constituye la base para responder a aquella pregunta.Pues pretende descubrir los procesos que, realizándose en de

finitiva en los individuos, condicionan la «sociaiidad». nocomo causas antecedentes en eí tiempo, sino como procesosinherentes a la síntesis que, resumiendo, llamamos sociedad. !¡

Pero la cuestión ha~de entenderse en un sentido más fundamental aún. He dicho que la función de realizar la unidadsintética, cuando se refiere a la naturaleza, descansa en el su

 jeto contem plador, y cuando se refiere a la sociedad, se trasla

da a los ciernen tos de ésta. C ie rto que el ind ivid u o no tienepresente, en abstracto, la conciencia de formar sociedachjpero, f

£1 problema de la soc iología 41

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denando un contenido concreto a otro, sin que tengamos deella una consciencia aparte, salvo en raras y posteriores abstracciones. La cuestión se nos presenta ahora de este modo

«¿Qué elementos generales y a priori   han de servir de fundamento. qué supuestos han de actuar para que los procesossingulares, concretos, de la consciencia del individuo sean verdaderos procesos de socialización? «¿Qué condiciones contenidas en ellos hacen posible que su resultado sea. dichoen términos abstractos, ja p roduc ción de un a un idad soc iacon elementos individuales? Los fundamerttos a priori   socio

lógicos tendrán la misma doble significación que aquellosque «bacen posible» la naturaleza. Por una parte determinarán. m ás O menos perfecta o deficientem ente, los procesos reales de socialización, como funciones o energías del aconteceresp iritual. M as por otra parte serán -o - sup ue sios ideales lóg icos de la sociedad perfecta, aunque quizá nunca realizada conestá perfección an álogam ente a como la ley de la causalidadpor un lado vive y actúa en los procesos efectivos del conocimiento, y por otro constituye la forma de la verdad, como sistema ideal de conocimientos perfectos, independientementede que esa forma sea realizada o no por el dinamismo, relati

 vam ente accid ental, del espír itu, e in dependientem ente de lam ayo r o m enor apro xim ación que revele la verdad realm enteconseguida, a la verdad idealmente pensada.

La investigación de estas condiciones del proceso de so

cializac ión ¿debe llam arse epistemología? Es ésta u na m eracuestión de nombre, pues los productos resultantes de esascon diciones y determinados por ellas no son conocimientossin o procesos prá cticos y realidades, ^ o obstante, esto a queme refiero, y que hemos de estudiar como concepto general dela socialización, es algo análogo al conocimiento: es la conciencia de soc ializarse o estar so cializa do . E l sujeto no se en

cuentra aquí trente a un objeto del que va ad quiriendo gra du alt id t ó i i l i i d l i lí

Sociología

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FJ prob lem a de la sociolo gía 43

gorías específicas debe poseer el kombre para que surja estaconciencia y, por consiguiente, cuáles son las formas quedebe tener esta consciencia una vez formada, la sociedad cons

tituida como hecbo sabido? Todo esto puede constituir unaepistemología de la sociedad. En lo que sigue intentaré esbozar, como ejemplo de tal investigación, algunas de estas con-diciones o formas de socializació n, que actúan a priori. aunaueño puedan ser designadas, como las categorías kantianas, conuna sola  palabra.

I. La idea que una persona se forma de otra, mediante

contacto personal, está condicionada por ciertas modificaciones que no son sencillos errores de experiencia incompleta, ofalta de agud eza en la visión por prejuicios de sim patía o a n tipatía, sino cambios radicales en la estructura del objeto real.E stas m odificaciones cam inan en dos sentidos. V em os a losdemás generalizados en cierta medida, acaso porque no noses dado representarnos plenamente una individualidad dife

rente de la nuestra. Teda imagen que un alma se forma deotra está determ inada por la sem ejanza con ella; y si bienno es ésta, en modo alguno, la condición única del conocimiento esp iritual — ya que, por u na parte, parece necesariauna desigualdad simultánea para que baya distancia y objetividad, y, por otra parte, una capacidad intelectual que semantiene más a llá de la igu alda d o no igu ald ad del ser - ,

un conocimiento  perfecto   presupondría, sin embargo, unaigualdad perfecta. Parece como si cada hombre tuviese en siun punto profundo de individualidad que no pudiera ser imaginado interiormente por ningún otro, cuyo centro individuales cualitativame nte diverso. Y sí esta exigencia no es co m patible lógicamente con la distancia y enjuiciamiento objetivosen que descansa nuestra representación del otro, ello prueba

solamente que nos está vedado el conocimiento perfecto de hi,ind ividua lidad ajena D e las variaciones de esta deficiencia

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44 Sociolog

a que su ind ividu alidad pertenece. A pesar de'su singularidale pensamos colocado bajo una categoría que ciertamente n

coincide co n él por entero — circun stan cia esta últim a qdiferencia esta relación de aquella que existe entre el concepgen eral y los casos ind ividuales b ajo él com prendidos — . P aconocer al bombre no le vemos en su individualidad pursino sostenido, elevado o, a veces también, rebajado por tipo general, en el que le ponemos. A u n cuando esta tran sfomación sea tan imperceptible que ya no podamos reconocerinmediatamente; aun en el caso de que nos fallen los habtuales conceptos característicos, como moral o inmoral, libo siervo, señor o esclavo, etc., designamos interiormente hombre, según cierto tipo, inexpresable en palabras, con el quno coincide su ser individual.

 Y esto nos conduce m ás lejo s todavía . Sobre la total singu larida d de una' persona, nos form am os de ella un a imageque no es idéntica a su ser real, pero que tampoco represent

un tipo general, sino más bien la imagen que presentaría espersona si, por decirlo asi, fuera ella misma plenamente, realizase, por el lado bueno o por el malo, la posibilidad ideque existe en cada hombre. Todos somos fragmentos, no sóldel hombre en general, sino de nosotros mismos. Somos inciaciones, no sólo del tipo humano absoluto, no sólo del tipde lo bueno y de lo malo, etc., sino también de la individual

dad única de nuestro propio yo, que, como dibujado polínea s ideales, rodea nuestra realidad perceptible. P ero la mrada del otro completa este carácter fragmentario y nos con

 vierte en lo que no somos n u n ca pu ra y enteramente. Npodemos reducirnos a no ver en los demás sino los fragmentos reales yuxtapuestos, sino que, de la misma manera, comen nuestro campo visual, completamos la mancha ciega d

modo que no nos damos cuenta de ella, así también con esod t f t i t i í t l j i d i id l

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Este método fundamental, que en la realidad raras veceses llevado a la perfección, obra dentro de la sociedad existente, como el a j jr io r i   de las acciones recíprocas que posr

teriormente se entretejen entre los ind ividuos . D en tro de u n iTírculo ligado por la comunidad de profesión o de interés« |cada miembro ve al otro, no de un modo puramente empírico»siñcTsobie el fundamento de un a  prioti  que ese círculo im pone a todos los que en él participan- En los círculos de losoficiales, délos creyentes, de los funcionarios, de los intelectuales, de la familia, cada cual ve a los demás sobre el supues

to de que es un miembro del círculo. De la base vital comúnparten ciertas suposiciones, a través de las cuales los individuos se ven unos a otros como a través de un velo. Este velono se limita a encubrir la peculiaridad personal, sino que leconfiere nueva forma, fundiendo su consistencia individualcon la del círculo. >lo vemos a los demás puramente comojjindividuos, sino como colegas, o compañeros, o corrcligiona-jños; en una palabra, como habitantes del mismo mundo par-j  j

ticular. Y este supuesto ine vitab le, qu'e actúa de un m o d o.jautomático, es uno de los medios que tiene el Kombre^paraldar a su personalidad y realidad, en la representación dellotro, la cualidad y forma requeridas por su sociabilidad.

E s evidente que esto puede aplicarse también a las reía- ciones que los miem bros de distintos círculos m antienen entre Isí. El paisano que traba conocimiento con un oficial no puede

prescindir de que este ind ividu o es oficial. Y aun que el seroficial sea nota efectiva de su individualidad, no lo es, sin em

 bargo, del m odo esquem ático como el otro se lo representa. Ylo propio ocurre al protestante respecto del católico, al comerciante respecto del fun cion ario , al laico respecto del clérigo, etcétera. Por doquiera encontramos que la realidad queda vela-)da por ía generalización social, con velos que excluyen en

principio su descubrim iento, dentro de un a sociedad so cial-men te muy "difere nc iada D e este modo el hom bre encuentra

t i problema de la sociología 4 V 

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Sociologí

soc ial a que pertenece. Y sobre todo esto flota com o principieurístico la idea de su definición real, absolutamente indi

 vid u a l. Pero si bien parece que únicam ente cuando hayam oconseguido ésta podremos establecer nuestra relación justacon el otro, sin embargo, esas modificaciones y transformaciones que impiden su conocimiento ideal son, justamente, lacondiciones merced a las cuales resultan posibles las relaciones; que conocem os como sociale s — poco m ás o menos demismo modo que, en Kant. las categorías del entendimientoal convertir las intuiciones dadas en objetos completament

nuevos, hacen que el mundo dado resulte cognoscible. I   II . H a y otra categoría desde !a cual los sujetos se ven a s I  mism os, y u no s a otros, y se tran sform an de suerte que pueden( produ cir la sociedad em pírica. Esta categoría puede form ularse

en la afirm ación aparentem ente triv ial de que cada elementof/de un grupo no es sólo una parte de la, sociedad, sino ademá

algo fuera~de ella. E ste hecho actúa como u n a  prio r i   social

porque la paríé~3 el individuo que no se orienta hacia la sociedad o que no se agota en la sociedad, no debe concebirse comoalgo que se halla junto a la parte social, sin relación con éstacomo algo que está fuera de la sociedad, como algo a que lasociedad debe dejar espacio, quiéralo o no. El hecho de que el

íjn d iv iduo en ciertos aspectos no sea clen\£nlO-d.e la sociedad> con stitu ye la condición positiva p ara que lo sea en otros aspec

tos, y la índole de su «socialidad» está determinada, al menos|en parte, por la índole de su «insocialulad». En las invesliga-‘ ciones que siguen veremos algunos tipos cuyo sentido sociológico queda fijado en su esencia y fundamento, justamente porel hecho de estar excluidos en cierto modo de la sociedad, parala cual, sin embargo, es importante su existencia; así ocurre conel extranjero, el enemigo, el delincuente y aun el pobre. Peroesto puede aplicarse, no sólo a estos tipos generales, sino, con

incontables variantes, a toda existencia individual. El hecho

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oficial no es sólo oficial; y ese su ser extrasocial, su temperamento y los reflejos de su destino, sus intereses y el valor desu personalidad, aunque no alteren en lo fundamental las

actividades burocráticas, comerciales, militares, prestan alhombre un m atiz p articular y m odifican, con imp onderablesextrasociales, su imagen social.

El trato de los hombres, dentro de las categorías sociales,sería distinto si cada cual sólo apareciese ante el otro comocomprendido en la categoría correspondiente, como sujeto dela función social que le está asignada. Los individuos, como

las profesiones v posiciones sociales, se~chstingucn según e[gradcTen que admiten junto con su contenidcTsocial aquel otroelem ento« extra río a lo social». E n la serie de esos grados, unodé los polos puede estar constituido por la relación de amor ode amistad. E n estas relaciones, lo que el ind ividuo reservapara sí mismo, allende la actividad dedicada al otro, puedeacercarse cuantitativam ente al valor-lím ite cero. N o existe

en ellas más que un a vida ún ica, que puede ser contem pladao vivida, por decirlo así, desde dos puntos de vista: en elaspecto interior, terminus a quo  del sujeto, y también, perosin modificación alguna, en la dirección de la persona amada, bajo la categoría de su terminus adquein,  que la personaamada asume totalmente. En otro sentido distinto, ofrece elsacerdote católico un fenómen o de for m a igual, por a ian to su

función eclesiástica cubre y agota por completo su realidad individual. En el primero de estos casos extremos, si desapareceel elemento «ajeno» a la actividad sociológica, es porque sucontenido se ha agotado totalmente en la dirección del otrotermino* ch"él caso secundo. es_norque ios contenidos c!e acti vidad no social han desaparecido en prin cipio. E l polo contrario pueden ofrecerlo, por ejemplo, las manifestaciones de lacivilización moderna, determinadas por la economía monetaria, en la cual el Hombre, considerado como productor, como

£| prob lema de la soc iolo gía -»7

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48 Sociolo

pertenezca a esta pura objetividad, desaparece de ellas. £1 elmento «no social» recoge por completo la personalidad, con color especial, con su irracionalidad y su vida interior; só

cfuedan para acuellas actividades sociales las energías especficas necesarias.

Las individualidades sociales se mueven entre estos eItremes, de tal manera, que las energías y determinaciones qu

convergen La cia el centro íntim o, tienen im portan cia y sentidpara las actividades y sentimientos dedicados a los demáPues, en el caso límite, la conciencia de que esta actividad

sentimiento social constituye algo distinto del resto no sociaalgo que no admite en la relación sociológica ningún elemen«no social», ejerce un influjo positivo sobre la actitud que sujeto adopta frente a los dem ás y los dem ás fren te a él. _

I a  priori   de la vida social empírica afirma que la vida no com pletam ente so cia L N o sólo constituimos n uestras relacines mutuas con la reserva negativa de que una parte de nue

tra personalidad no entra en ellas; la parte no social de nuetra persona no actúa sólo por conexiones psicológicas generles sobre los procesos sociales en el alma, sino que justamenel hecbo formal de estar esa parte fuera de lo social, determinla naturaleza de su influencia.

 A sim ism o, el Lecho de que las sociedades están contituidas por seres que al mismo tiempo se hallan dentro

fuera de ellas, forma la base para uno de los más importantes fenómenos sociológicos, a saber: que cnlrc una soejedadlos individuos que la forman puede existir una relación comla que existe entre dos partidos, e incluso que esta relacióndecía rada o latente, existe siempre. C o n esto la sociedad cracaso la figura más consciente y, desde luego, la más generde una forma fundamental de la vida; que el alma individuno puede estar en un nexo, sin estar al mismo tiempo fuera dél, ni puede estar inclusa en ningún orden sin hallarse

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absoluta. N o obstante, para que esta fusión tenga sentido, hade conservar el hombre en alguna manera un ser propio, unacontraposición personal, un y  o separado, para quien la dis o

lución en el todo divino sea un infinito problema, un procesoque metafísicamente sería imposible de realizar y religiosamente imposible de sentir, sí no arrancase de un sujeto conpropia realidad. E l ser un o con D ios no tiene sentido, si no setes Otro que Dios.

Si prescindimos de esta cumbre trascendente, la relaciónque ha mantenido el espíritu humano, a ío largo de su histo

ria, con la naturaleza como un todo, ofrece la misma forma.Nos sabemos por una parte incorporados en la naturaleza,como uno de sus productos, que, con los demás, es un igualentre iguales; nos percatamos de no ser más que un punto porel que cruzan las materias y energías naturales, como cruzanpor las aguas corrientes y las p lantas en flor. Y no obstante,el alma tiene el sentimiento de una existencia propia, independiente de todos esos nexos y relaciones, independencia que sedesigna con el concepto, tan inseguro lógicamente, de libertad, y que lan za a todo ese tráfago (de que nosotros m ism os som osun elemento) un meivtís que culmina en la afirmación radicalde que la naturaleza no es sino una representación del alma bu m ana¿

Pe ro asi como la na tura leza, con sus innegables leyes propias, con su sólida realidad, se encierra dentro del Y o , así por

otra parte este Yo, con toda su libertad y sustantividad, contoda su oposición a la naturaleza, no es sino un miembro deésta. Justamente el carácter trascendente del nexo naturalconsiste en eso: en que comprende dentro de sí ese ser independiente y con frecuencia enemigo. Y au n lo cu e por hondo sentimiento vital se sitúa fuer a de la na tura leza , ha de ser, noobstante, un elemento de la naturaleza. Esta fórmula no es

toenos aplicable a la relación entre los individuos y los círculos particulares de sus vínculos sociales o — si se funden éstos

El problema de la sociolog ía 49

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30 Sociolo

¡espíritu del pretérito, cristalizado en formas objetivas, detemina las disposiciones y contenidos de nuestra vida, basta punto de que ba podido plantearse la cuestión de si el indiv

duo es algo más que una vasija en que se mezclan, en candades variables, elementos anteriormente existentes; pues

 bien, en definitiva, estos elementos son producid os p o rin d ivduos, la co ntribu ción de cada cual con stituy e une. cantidin ap rccmble, y~sólo po r su con fluencia genérica y social engedran los factores, en cuya síntesis, a su vez, consiste luego lindividualidad. Pero por otra parte sabem os que somos miem

bros  de ’a sociedad. Nosotros, con nuestro proceso vital y sentido y fin de éste, nos sentimos tan entrelazados en la cexistencia como en la sucesión social. E n calidad de seres natrales no constituimos una realidad separada; el ciclo de loelementos naturales pasa por nosotros, como seres totalmenimpersonales, y la igualdad ante las leyes naturales reducnue stra vida a un mero ejemplo de su necesidad. D e la m ismmanera, en calidad de seres sociales, no vivimos en derredode un centro autónomo, sino que en cada momento estamo

Íformados por relaciones recíprocas con otros, siendo así comparables a là sustancia corpòrea, que para nosotros sólo exiscomo sum a de va rias im presiones sensoriales, pero no comexistencia en sí y por sí.

IN o obstante, sentim os que esta difusión social no disue ve enteram ente nuestra personalidad. Y no se trata só

las ya mencionadas reservas, de esos contenidos indivles cuyo sentido y evolución se basan, desde luego, en el

individual y no tienen lugar alguno dentro de la conexiósocial: no se traía únicamente tampoco de la  formación  de locontenidos sociales, cuya unidad, al modo del alma indi vidual, no es, a su vez, íntegram ente socia l, del'm ism o modque no puede deducirse de la naturaleza química de los co

lores la forma artística que toman en el lienzo las manchacromáticas De lo que se trata es ante todo de esto: que e

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ti problema de la sociología

diversas categorías bajo las cuales se  considera uno y el mis

mo contenido; a la manera como una misma planta puede ser

considerada desde el punto de vista de sus condiciones biológicas o atendiendo a su utilidad práctica o a su valor estático.El punto de vista desde el cual la existencia del individuo esordenada y comprendida, puede tomarse dentro o fugra delindividuoLLa totalidad de la vida, con todos sus contenidossociales, puede considerarse como el destino central de quienla vive; pero puede considerarse tambián, con todas las partesreservadas para el individuo, como producto y elemento de la

 vida social. A s í. pues, el hecho de la socialización coloca a l in divid uos

en la doble situación de que  hem os partido: la de estar en e lla lcomp rendido y ah propio"tiem po encontrarse enfrente de ella; |Ta^de ser m iemb ro de u n organ ism o y a i propio tiem po untodo orgánico cerrado, un ser pa ra la sociedad y u n ser para sí 1m ismo. Pe ro lo esencial v i o due presta sentido al a oriori  so

ciológico, que en esto se fund am en ta, es que la reía ció n_dcinterioridad y de exterioridad entre el individuo y la sociedad, no son dos determinaciones que subsistan una junto a laotra — aunque en ocasiones así sea y puedan llegar hasta unahostilidad recíproca — , sino que am bas caracterizan la po sición unitaria del hombre que vive en sociedad. La existenciadel hombre no es, en parte, social y, en parte, individual, con

escisión de sus contenidos, sino que se halla hajo la categoríafundamental, irreductible, de una unidad que sólo podemosexpresar m ediante la síntes is o sim ultan eida d de las dos determinaciones opuestas: el ser a la vez parte y todo, productodeja sociedad y elemento de la sociedad; el vivir por el propiocentro y el vivir”para el propio centro. La sociedad no constasola~meñte, como antes se vio, deberes en parte no socializa-

^0s»sinp^gue consta de seres que por un lado se sienten cualgx istencias plen am en te sociales y por otro cual existenc ias}

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52 Socio

que encierra los dos elementos, totalmente distintos encontenido, de lo causante y de lo causado. Un_a  priori   dsociedad empírica, una de las condiciones que Hacen pos

f su forma, tal como la conocemos, es, pues, esa facultad poseemos de construir en ciertos seres, capaces de sentirse minos, y sujetos de sus propias evoluciones y destinos, el ccepto de sociedad, que tiene en cuenta a estos individuos y  es conocida, a su vez, como sujeto y término de aquellas vi y determ in aciones.

III. La sociedad es un producto 'de

Pues aun en los casos en que ciertasticas o socialistas planeen, o en parte consigan, una «igudad», esta igualdad es siempre equivalencia de las personlas obras y las posiciones, nunca igualdad de los Hombressu estructura, sus vid as y sus destinos. Y , por Otra pacuando una sociedad esclavizada no constituye más que umasa, como en las m onarquías orienta les, esta igualdad

todos con todos no se  refiere más que a ciertos aspectos deexistencia, los políticos o económicos, por ejemplo, pero nsu totalidad: pues las cualidades nativas, las relaciones psonales, los destinos vividos, tienen inevitablemente atínico e inconfundible, no sólo por el lado interior de

 vida, sino tam bién por lo que toca a las relaciones con otexistencias. Si consideramos la sociedad como un esquepuramente objetivo, aparécesenos cual ordenación de contedos y actividades, relacionados unos con otros por el espacel tiempo, los conceptos, los valores, y en donde puede prcindirse de la personalidad que sustenta su dinamismo.

 A H ora bien; si aquella desig uald ad de lo s elementos Hque toda obra o cualidad aparezca dentro de esta ordenaccomo algo individualmente caracterizado, claramente determnado en su sitio, la sociedad se nos presentará como un cosm

de diversidad incalculable en cuanto a ser y movimiento; pe

elementos desigua

tendencias "demóc

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¿e la sociedad, considerada como un tejido de fenómenosdeterminados. Esta imagen de la sociedad encuentra una analogía en m iniatura, infinitam ente simplificada, y por decirloasí, estilizada, en la burocracia, que consiste en un ordendeterminado de «puestos», de funciones, que independientemente de quien en cada caso las desempeñe, producen unaconexión ideal; y dentro de ésta, cada recién llegado halla unsitio claramente demarcado, que, por decirlo así, le estabaesperando, y con el cual tienen que armonizar sus aptitudes.Lo que en este caso es una determinación consciente y siste

mática de trabajos, constituye en la totalidad social, naturalmente, una inextricable confusión de funciones. Aquí lospuestos no son el producto de una voluntad constructiva;sólo por la obra y la vida de los individuos pueden ser conce bidos. Y pese a esta enorm e diferencia; pese a cuanto de irracional, imperfecto y condenable, desde un punto de vista

 valorativ o, se encuentra en la sociedad his tórica, su estructu ra

fenom enològica — la sum a y relación de las existencias yóbraFquc cada elemento ofrece desde un punto de vista objetivo social — es una ordenación de elementos, cada uno de loscuales ocupa un puesto determinado; es una coordinación defunciones y centros funcionales, colmados de objetividad, desentido social, aunque no siempre de valor.  A  q u í   lo puramen te personal, lo ín timam ente productivo, los imp ulsos y refle

 jo s del yo propiam ente dicho, perm anecen fuera de la consi- j j racxón. OT~dicho de otro modo: la vida de la sociedadtranscurre no psicológica, sino fenom eno lògicam ente, desdeel punto de vista exclusivo de sus contenidos sociales — comosi cada elemento estuviese predeterminado para su puesto en

 ju nto" A pesar de la dcsarm onía que existe con respectoa las exigencias ideales, la vida social discurre como s i   todossus miembros estuviesen en una relación uniforme, de mane-

ra que cada uno de ellos, precisamente por ser éste y no otro,

El prúblcuiíi de la socio logia 53

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54 Socio

u n lug ar determ inado dentro de su m edio social, y de que lugar, Que idealmente le corresponde, existe realmente e

todo social — este es el supuesto sobre e l cual vive el in v id u o su vid a socia l. P odríam os llam arle «el va lo r genedel individuo. Este supuesto es independíente de su o meno s clara y consciente' concepción, como tam bién derealización en el curso efectivo de la vida; del mismo mcjue el apriorismo de la ley causal, como supuesto formal conocimiento, es independiente de que la conciencia la

mule en conceptos claros y de que la realidad psicológica pceda o no con arreglo a ella. N u es tra v ida cognoscitiva cansa en el supuesto de una armonía preestable.cida ennuestras energías espirituales (por individuales que sean) existencia exterior, objetiva. Pues ésta es siempre la expresdel fenóm eno inm ediato, aunqu e después quede este fenómreferido metafísica o psicológicamente a la producciónla existencia por el propio intelecto. Del mismo modo, la vsocial está atenida al supuesto de u n a arm onía fundam eentre el ind ividu o y el todo social, sin que estoTmpícfiTestridentes disonancias de la vida ética y la eudemonísticala realidad social se conformase a este supuesto fundamensin dificultades ni quiebras, tendríamos la sociedad perfectno en el sentido de la perfección ética o eudemonística, sde la perfección conceptual. Sería, por decirlo así, nosociedad  perfe cta , sino la sociedad   perfecta. Mientras el i

 viduo no realice o no encuentre realizado este a priori   dexistencia social — la plena correlación de su ser ind ividcon los círculos que'íénrü'dyañ; la necesidad de su vida pe

f n a l interior para la vid a del todo — no póHra~3 ecirse que  jsocializado ni será la sociedad ese conjunto continuo dec

ciones recíprocas, que enuncia su concepto.

Esta relación se muestra particularmente acentuada e

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también de los antiguos. Sólo que esta relación se verificabapara los antiguos en un contenido uniforme. Su principio que j a declarado en el dicho aristotélico de que u nos por n atu ra

leza están destinados a ser esclavos y otros a ser amos. Cuan-Jo el concepto obtiene más fina elaboración, muéstrase en éluna estructura particular. De una parte, la sociedad crea yofrece un «puesto», que, aunque diferente de los demás en contenido y límites, puede ser en principio ocupado por muchos,siendo por lo tanto algo, por decirlo así, anónimo. Pero deotra parte, pese a éste su carácter de generalidad, el puesto es

ocupado por el individuo, en virtud de una «vocaci^n»_fnl¿rÍQx,de~uña cuaíificación que el individuo percibe como enteramentepersonal. Para que existan profesiones en general debe existirun a especie de a rm on ía entre la estructura^ y proceso v ital deía sociedad, de u n lado, y las cualidades e im pulsos ind ividu a-les,_de otro. Finalmente, sobre ella, como supuesto general,descansa ía representación de que la sociedad ofrece a cadapersona una posición y labor, para la que esta persona ha sidodestinada, y rige el imperativo de buscarla hasta encontrarla.

La sociedad empírica sólo resulta «posible» gracias a estea  priori.  que culmina en el concepto ¿e profesión; aunque tala priori,  análogamente a los ya tratados, no pueae designarsecon un sencillo calificativo, como sucede con las categoríaska n tian as . Lo s procesos de conc iencia en que se rea liza lasocialización — la unidad de muchos, la mutua determinación

de los individuos, la importancia mutua de los individuospara el todo y del todo para los individuos — se verifican so bre un presupuesto fundam ental, que, cñ abstracto»no es consciente. pero que se expresa en la realidad de la práctica; y esque el elemento individual halla un puesto en la estructurageneral, e incluso que esta E stru ctu ra es, en cierto m odo, ade cuada, desde luego a la in div idu alida d y a la labor del in div i

duo, pese a lo incalculable que es este último. La concatenaió l t t j d l t i l l l

m problema de la socio logía >5

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56 Sociol

que existe por sí y se determina por sí. Esa totalidad fenomnica se atemp era, pues, al fin del indiv idu o, que, por decirlo ase acerca desde fueras ofrece al proceso vital del individuo, dterminado en su interior, el puesto en donde su peculiar psona se convierte en miembro necesario de la vida del todo. esta una categoría fundamental, que presta a la conciencia dividual la forma necesaria para tornarse elemento social.

* * * 

Es cuestión-bastante baladí la de si las investigacion

sobre la epistemología social — de las que esta digresión ha servir de ejemplo — pertenecen a la filosofía social o a la sciología. Acaso sean un territorio fronterizo entre ambos mtodos. Pero, como antes be indicado, el planteamiento del p

 blem a socio lógico y su delim itación con respecto al filo sófino sufren en nada por ello, como tampoco sufre n los concepde día y noebe porque exista el crepúsculo, ni los de hombr

animal porque acaso lleguen a encontrarse grados intermdios que liguen las características de ambos de un modo qzá inseparable en conceptos. El problema sociológico se prpone ta n sólo ab straer lo que en el fenóm eno complejo“ q

I llam am os vida s ocial es  realmente sociedad, es cíecir, sociazación. La sociología toma este concepto en su máxima puza, alejando de él iodo aquello que, si bien sólo en la socied

puede obtener realización histórica, no constituye empero sociedad como tal, como forma de existencia tínica y autónma. Nos encontramos, pues, con un núcleo de problemas iconfundibles. Puede suceder que la periferia de este círculo problemas entre en contacto, efímero o permanente, con otrcírculos. A cas o las determinaciones fronterizas resulten dudsas. N o por eso el centro permanece m enos fijo en su lug

Paso ahora a demostrar la fecundidad de este conceptoproblema central en estudios pardales. Sin pretender ni

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Capítulo 2

LA CANTIDAD EN LOS GRUPOS SOCIALES

V

 A M O S a exam inar u n a serie de fo rm as de conviv encia ,de unificación y de acción recíproca enere los indivi

duos, atendiendo sólo al sentido que tiene el número  de lindividuos socializados en dichas formas. De antemano, y partiendo de las experiencias diarias, habrá de concederse queun grupo, .cuando posee cierta extensión, toma resolu ciones,crea formas y órganos para su conservación y fomento, de lasque antes no necesitaba; y que, por otra parte, los círculos máslimitados tienen cualidades y realizan acciones mutuas, que

desaparecen inevitablem ente al sobrevenir un a am pliación n u mérica. Una doble importancia debe concederse, pues, a lacantidad. Primero la negativa: que ciertas formas, necesariaso posibles en virtud de las condiciones vitales, sólo puedenrealizarse más acá o más allá de cierto límite numérico de elementos. Y después la positiva: que ciertas form as resu ltan directamente de las modificaciones cuantitativas que sufren los

grupos. Como es natural, éstas no se presentan siempre eniodos los casos, sino que dependen de otras determinaciones;

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trica de objetos de hierro, fundada en 1880 por un discípulo deFourier, sobre los principios de asistencia p lena a cada traba jador y su familia, aseguramiento de un mínimo de existencia,

crianza y educación gratuita de los hijos, adquisición colecti va de las subsistencias. H acia el año 90, la comunidad ocupa ba, aproxim adam ente, a 2.000 personas, y parecía tener condiciones de vida. Pero esto se debe indudablemente al hecho deestar rodeada por una sociedad que vive en condiciones completamente diferentes y por medio de la cual puede llenarpara la satisfacción de sus necesidades, los vacíos que necesa

riamente han de quedar en su propia producción. Las necesidades hum anas no pueden raciona lizarse, como la producción;más bien parecen sujetas a un acaso incalculable, que sólopermite satisfacerlas a condición de que al propio tiempo seproduzcan innúmeras cosas irracionales e inaprovechables.Por consiguiente, un círculo que evite esto y se proponga laplena sistematización y finalidad de sus actividades, sólo po

drá ser un círculo pequeño; únicamente a'sí podrá recibir deuno grande que le circunde lo que necesita para vivir, pose

 yendo cierto grado de cultura.

La cantidad on los grup os sociales 59

de préster, habría que hab erío selec ciona do en tantos y tan h eterogéneos cam pos de la

vida Listórico-social, que ct trabajo de una sola persona no podría bastar a rceoger lo

esencial, como no fuera acudiendo a fuente? secundarias, y éstas sólo pocas veces po

drían ser comp robadas por una investigación personal de los hechos. P or otro parte, el

trabajo se extendería sobre una larga serie de años;  y se  comprende, p or tan to, que n otodos los hechos han podido ser confrontados con el estado momentáneo de la inves

tigación, inmediatamente antC6 de lo publicación del libro. Si lu exposición de Lechos

sociales efectivos fuera el obje to — bien que secun dario — Je este libro , n o sería ad

misible ese margen que aquí qu eda' para a firmaciones n o p roba da» o erróneas. P ero

este libro intenta mostrar la posibilida d-de una nu eva abstracción científica de la exis

tencia social. Por lo tanto, lo esencial consiste en llevar a cabo esta abstracción sobre

algunos ejemplos, mostrando que liO carece de sentido. Si se rae permite expresarme

con alguna exageración, en bien de la claridad metódica, diré que lo que importa es que

***03 ejemplos sean  p osibles,  y no que se«n recles .  Pues su verdad no está destinada a

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6 0 Sívcio

Existen además grupos ¿e índole religiosa, que, en vir

de su estructura sociológica, no permiten su aplicación a

número crecido de miembros: tales las sectas de los valdenmenonitas, husitas. En las sectas cuyo dogma prohíbe, ejemp lo, el juram ento , el servicio m ilitar, la aceptación de gos públicos; en aquellas en que la producción, la distribucdel día y hasta el matrimonio están sujetos a regla comúnaquellas en que los fieles tienen una vestimenta especial, dtinada a distinguirles de los demás hombres y a designacomo pertenecientes a la com unión ; en aqu ellas en queexperiencia subjetiva de una relación inmediata con Jeconstituye el nexo propiamente dicho de la comunidad, indablemente la extensión a círculos más amplios romperí

 v íncu lo, porque éste descansa en gran parte justam ente eactitud excepcional y de oposición adoptada por el conjuE n este aspecto sociológico, al menos, no deja de estar juficada la pretensión de estas sectas de representar el crisnism o p rim itivo. P ues éste, que expresab a un a unidad inferenciada aún do dogma y vida, sólo fué posible en pequecom unidad es, rodeadas por otras m ayores, que les servían tto para completar los medios de vida necesarios como de traste para adquirir conciencia de su verdadero ser. Por razón, la extensión del cristianismo a todo el Estado hubom odificar totalm ente su carácter sociológico, no menos qu

espíritu y contenido. A sim ism o , de su concepto se desprende ya que una

poración aristocrática sólo puede tener una extensión redda. Pero por encima de esta evidencia, que resulta de su pción dominante frente a las masas, parece existir aquí limitación df número, que, aunque oscile dentro de límmuy variables, es absoluta a su manera. Quiero decir que

sólo existe una proporción determinada que permitiría qued l l úbdi i bié

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debe ser abarcable para todos sus indiviud os. Es to s tienen queconocerse unos a otros personalmente, de manera que los parentescos y cruzamientos se ramifiquen por toda la corpora

ción y puedan perseguirse fácilmente. Por eso, el hecho de quelas aristocracias históricas, desde Esparta hasta Venecia, manifiesten la tendencia a la mayor limitación numérica posi ble, no es debido sólo a la repugnancia egoísta a com partir eldominio, sino al conocimiento instintivo de que las condiciones vitales de una aristocracia no pueden cumplirse sinodentro de un número escaso de elementos, número limitado,

no sólo relativa, sino abso lutamen te. E l derecho de prim oge-nitura, cuya naturaleza es aristocrática, constituye el mediopara impedir las expan siones. Sólo sobre su supuesto fu e posi ble la antig ua le y tebana que prohibía aum entar el númerode posesiones rurales, y la ley corintia, que disponía queel número de familias fuese siempre el mismo. Es característico, en este sentido, el hecho de que en una ocasión hablando

Platón de los oligo i   dominantes, los llame los «-no numerosos?. Cuando una corporación aristocrática deja campo abierto a las tendencias democrático-centiífugas, que suelen aparecer al verificarse el tránsito a comunidades mayores, se pierdeen contradicciones mortales con su propio principio vital,como le ocurrió a la nobleza de Polonia. En los casos másfelices, esta contradicción se resuelve sencillamente por transformación en la form a social democrática. A s í, por ejemplo, la

antigua comunidad libre de los campesinos, en Germania— en la que reinaba la completa iguald ad personal de susmiembros — era aristocrática; sin embargo, al continuarse enlas ciudades, se convirtió en la fuente de la democracia. Paraevitar esto, no cabe sino fijar un límite rigoroso de aumento,

 y oponer la cerrazón cuantitativa del grupo a todos los ele mentos que pretendan entrar y que acaso tengan derecho

a hacerlo. Por cierto que a menudo es en estos momentoscuando aparece clara la naturaleza aristocrática de una corpo

La cantidad en los gru po s sociales 61

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62 Socio

 vado para poder ser adm itida gradualm ente en las agrupanes de parentesco. Frente a esta ampliación del grupo, asociaciones gentilicias, esencialmente limitadas, sólo pu

ron sostenerse en form a aristocrática. A nálog am en te, la gda de Colonia,  R icherzeche,  estaba formada originariamepor la totalidad de los ciudadanos libres; pero, al aumentarpoblación, se convirtió en un cuerpo aristocrático, cerradtodos los intrusos.

Es cierto que esta tendencia de las aristocracias polítia «no ser numerosas» conduce ordinariamente, no a la c

servación, sino a su disminución y extinción. \   esto, no spor motivos fisiológicos, sino porque los grupos pequeñocerrados se distinguen, en general, de los grandes, en que mismos destinos que fortalecen y renuevan los primedestruyen los segundos. Una guerra infortunada que arrua un pequeño Estado-ciudad puede regenerar a un Estagrande. Y esto, no sólo por las razones externas,'que se co

prenden a simple vista, sino porque la relación entre las fuzas de reserva y las energías actuantes es, en ambos casmuy diferente. Los grupos pequeños y de organización centpeta emplean todas las fuerzas de que disponen, y las gastEn cambio, los grandes grupos tienen muchas fuerzas estado latente, no sólo en sentido relativo, sino absoluto.todo, con sus exigencias, no acapara a todos los miembconstante y totalmente, sin o que puede permitirse conserenerg ías sin hacer de ellas uso social. Y estas energías, en canecesario, son evocadas y actualizadas. Por eso, cuando circunstancias excluyen los peligros que ponen en actividciertas energías sociales intactas, pueden ser perfectamenadecuadas medidas de limitación numérica, que incluso refieran a la procreación. En las montañas del Tibet reinapoliandria, con ventaja para la colectividad, como reconoc

incluso algun os m isioneros. E l sue lo es tan infecundo en eli i á id d l bl ió d i í l

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1.a camidád cn lo* grupos sociales

nubilidades de subsistencia, precisamente en interés de la unidad y del valor social, que se basa en la unidad. El peligro de

la limitación cuantitativa queda prevenido cn estos casos porlas condiciones exteriores de la vida del grupo y por sus consecuencias para la estructura interior del mismo.

Cuando un círculo pequeño somete las personas a su unidad, en proporciones considerables, especialmente en grupospolíticos, tiende a ad optar una actitud m ás decidida 1 ron te alas personas, frente a los problemas reales y trente a otroscírculos. El círculo grande, en cambio, dada la pluralidad ydiversidad de sus elementos, fomenta o soporta pruebo menostal actitud. La historia de las ciudades griegas e italianas y lade los cantones suizos muestra que las comunidades pequeñas, próximas unas a otras, si no llegan a constituirse enfederación, suelen viv ir en hostilidad abierta o latente. L a g ue rra y el derecho bélico son allí más duros y. sobre todo, másradicales que entre los grandes Estados. Esto se explica por la

falta de reservas, de elementos indeterminados y de transición, que dificultan toda modificación y adecuación; por locual, como también por sus condiciones exteriores y por suconfiguración sociológica fundamental, encuéntranse estospequeños círculos más veces ante cuestiones de ser o no ser.

Frente a estos rasg os típicos de los círculos pequeño s, haréresaltar— con selección necesariamente arbitraria — los si

guientes rasgos, entre muchos, que caracterizan sociológicamente los grandes círculos. Parto del hecho de que los grandes círculos, comparados con los pequeños, parecen mostrarun menor grado de radicalismo y decisión en la actitud. Peroesto requiere una limitación. Justamente cuando entran enm ovimiento grandes m asas — en asuntos políticos, sociales,religiosos — , m an ifiestasen en e llas u n rad icalism o ciego: esla victoria de los partidos extremos sobre ios moderados. Esto

depende, en primer lugar, de que las grandes masas sólo pue

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64 Soci

carácter general humano. Ahora bien; las realidades en han de verificarse prácticamente las ideas de la masa

siempre complicadas y están compuestas de un gran númde elementos muy divergentes. Así. pues, sólo las ideas ples podrán actuar, y actuarán siempre, de un modo parinconsiderado, radical. Este carácter se acentuará todavía cuando se trate de la conducta de una masa que se encuenactualmente reunida. En tales casos, las incontables sutiones, que van y vienen, determinan una extraordinagitación nerviosa, que con frecuencia arrastra al indivisin darse cuenta, engrosando los impulsos, como olas, y c virtiendo a la masa en botín de la personalidad m ás ap anada. Por esa razón se ha considerado como un medio escial de moderar la democracia la regla de que las votacioen el pueblo rom ano, se verificasen po r grup os fijos —butim et centuriatim descriptis ordinibus, classibus, ¿ctatib

etcétera — , al paso que las democracias griegas votaban

tariamente bajo la impresión inmediata del orador. Efusión de las masas en un sentimiento que suspende tpeculiaridad y reserva de la persona, es, en su contenido,un radicalismo tan absoluto, tan ajeno a toda mediacióponderación, que conduciría a resultados irrealizables y dtructores, si la mayor parte de las veces la consecuenciaaquella exageración no estuviese ya compensada por

caimientos y reacciones interiores. Agregúese a esto que masas — en el sentido de que aquí se trara — tienen poco perder, mientras que creen poder ganarlo todo. En esta sitción, suelen ser derribados todos los obstáculos que se onen al radicalismo. Además, los grupos olvidan con más cuencia que los individuos que su poder tiene límites; yolvidan tan to m ás fácilm ente cuanto m ás desconocidos so n

miembros entre sí, como sucede en una masa grande, reuncasualmente

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u cantidad en los grupos sociales 65

decir, el que se funda en la entrega sin reservas del individuo a la tendencia del grupo, el que consiste en la rigorosadeterminación del grupo, frente a formaciones vecinas, por la

necesidad de conservación, el que se basa en la imposibilidadde incluir, dentro del marco estrecho de una pluralidad, ciertas aspiraciones y pensam ientos am plios. E l radicalismo,como teoría,  es bastante independiente de esto. Se ha notado que en la A lem a n ia actua l (antes de l 9l 4) los elementosconservadores-reaccionarios se ven obligados a moderar elradicalismo de sus pretensiones, justamente por causa de su

fuerza numérica. Están formados por tantas y tan diversascapas sociales, que no pueden perseguir en línea recta, hastael final, ninguna de sus direcciones, sin causar recelos en algunos de los elementos de que se componen. Igualmente el partido socialdemócrata se ha visto obligado, por su extensióncuantitativa, a disminuir su radicalismo cualitativo, a conceder cierto margen a las herejías, a consentir, si no expresamente, de hecho al menos, algún ablandamiento de su irre-ductibilídad.

La absoluta cohesión de los elementos, base sociológica que hace posible el radicalismo, es tanto más difícil demantener cuanto más variados son los elementos individuales que trae consigo el crecimiento numérico. Por eso, lascoaliciones de trabajadores, cuyo fin es la mejora de lascondiciones de trabajo, saben muy bien que, al aumentar en

extensión, pierden en cohesión interna. Pero en estos casos laextensión numérica tiene, por otra parte, la enorme importancia de que cada nuevo miembro libra a la coalición de uncompetidor, que pod ría ser p eligroso para su existencia. Y esQue, indudablemente, surgen condiciones de vida completamente especiales para aquellos grupos que se forman dentro

otro grupo may or, y cuyo propósito ideal consiste en re

unir en su seno todos los elementos que caen bajo los mismossupuestos E n sem ejantes casos sue le regir el prin cipio de:

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i_a cantidad en los grupos sociales 67

c o m o algo existente por sí, como algo que no necesita del individuo, e incluso muchas veces como algo antagónico al individuo; análogamente a como el concepto, que reúne lo quehay de común en fenómenos singulares y diversos, está tantomás alto sobre cada uno de ellos cuanto mayor número comprende; de manera que precisamente los conceptos más generales, los que dominan mayor círculo de individualidades— las abstracciones de la m etafísica — adquieren u n a vidaseparada, cuyas norm as y desarrollos son a m enudo extraños o enem igos de los del individuo tan gible. P o r con si

guiente, el grupo grande, para conseguir la unidad que seexpresa en sus órganos y en su derecho, en sus conceptospolíticos y en sus ideales, ha de pagarla al precio de una grandistancia entre todas estas organizaciones y el individuo, consus ideas y necesidades; mientras que, en la vida social de uncírculo p equeño, obra n los ind ividu os inm ediatam ente, y soninmediatamente tenidos en cuenta. A s í se exp lican las fre

cuentes dificultades con que tropiezan aquellos organismosque encierran en su seno una serie de asociaciones más pequeñas, abarcadas por la grande; las situaciones reales sonmejor conocidas y con más cuidado tratadas desde cerca quedesde lejos, mientras que las relaciones justas y regulares entre todas las unidades se determinan mejor desde la lejaníadel órgano central. Este dualismo se presenta constantemen

te, por ejemplo, en la política de beneficencia, en los sindicatos, en la administración de la enseñanza. Las relaciones depersona a persona, que constituyen el principio vital de loscírculos pequeños, no se compaginan con la distancia y irial-dod de las norm as objetivas y abstractas, sin las cuales encambio los círculos grandes no pueden subsistir (l).

( l ) Surg e aqu i un a dificultad típica de las relaciones humana.«. En nuestras a c

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L.a cantidad en los grupos-sociales 69

aunque permanezca idéntica su proporción numérica, determinan diversamente las relaciones  dentro del grupo. Todos

estos  ejemplos, c[ue pueden aumentarse indefinidamente,muestran que las relaciones entre los elementos sociológicosdependen, no sólo de las cantidades numéricas relativas, sinotambién absolutas. Si designamos los elementos de este género, llam án d olo s partido dentro del grupo , entonces diremosque la proporción del partido frente a la totalidad se modifica,no   sólo cuando, permaneciendo igual la última, sube o bajael partido numéricamente, sino también cuando esta modificación afecta en la misma medida al todo y a la parte. Conesto queda seña lada la im portan cia sociológica de la m agnitudo pequenez del círculo total , frente a las relaciones  numéricasde los elementos, a la que parece a primera vista referirse úni-roente el sentido de los números para las relaciones interioresde los grupos.

L a diferencia fo rm al que en la conducta social de los ind i

 vid uos introduce la cantid ad o m agnitud del grupo, no sólo semanifiesta en la mera efectividad, sino que también cae bajola categoría de la norm a, del deber. Y donde m ás claram entese aprecia esto es quizá en la diferencia entre la costumbre yel derecko. Dijérase que en los pueblos arios, los primeros

 vín culo s que liga n el individ uo a un orden de vid a transin di- vidual, nacieron de un instinto o concepto prim ario que sig

nificaba precepto, obligación, deber en general. Esta «norma-ción» indiferenciada, se declara, por ejemplo, en el dharma  delos indios, en la temis  de los griegos, en el  fas  de los latinos.Las regulaciones particulares, en las esferas de la religión, lamoral, la convención, el derecko, son ramificaciones de aquelinstinto normativo, que es la unidad primordial de todas esasformas diferenciadas.

En contra de la opinión, según la cual la moral, la cosb l d k k d ll d b l

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7C Sociol

otros individuos o frente a las comunidades; es decir, en cuto tiene el mismo contenido que la costumbre y el derecLa diferencia está únicamente en que ese otro sujeto, merca cuya contraposición se desarrolla en el individuo la forde la conducta m oral, reside., en el ind ivid uo mismo. A s í coel individuo se escinde al decir: yo soy — contraponiéndossí mismo como 'sujeto que sabe y como objeto sabido — , cíndese también al decir: yo debo. La relación de dos sujetrelación que aparece como imperativo, se repite en el alindividual, merced a la capacidad fundamental de nuesespíritu de contraponerse a sí mismo, viéndose y tratándcomo si fuera otro. (No trataré aquí el problema de si en ehay una transposición de anteriores relaciones empíricas terindividuales, que se pasan al terreno del alma individualsí ese imperativo brota de la pura espontaneidad.) Por oparte, u na vez que las form as de norm ación se han apoderade determinados contenidos, emancípanse éstos de sus pri

tivos sustentáculos sociológicos y se exaltan basta adquiuna necesidad propia que llamamos necesidad ideal. Escontenidos — maneras de conducirse o estados internos de sujetos — son entonces valiosos por sí mismos, son debidos

el hecho de que tengan natu raleza social o algun a impo rtansocial, no decide ya exclusivamente sobre su acento impera

 vo, el cual m ás bien brota de su sentido y valor obje tiv o-id e

Pero ni aquella figura personal de la moralidad, ni eevolución de las tres normas en el sentido de la importanobjetiva y suprasocial, impiden que sus contenidos sean cosiderados aquí como finalidades sociales, y aquellas tres fmas, como seguridades de su realización por el individuo. Srealmente  formas  de la relación interna y externa del indiduo con un grupo social; pues el idéntico contenido de e

relación ha adoptado, históricamente, ora upa, ora otra de tas formas o motivaciones. Lo que en una época o en un lu

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La cantidad en los grupos sociales 71

serie son   el derecho y la moral, ocupando en cierto modo elcentro, la costumbre, de la que Kan nacido aquéllos. £1   dere

cho tiene, en la ley y en los poderes ejecutivos, los órganos diferenciados que le sirven para circunscribir exactamente sus

contenidos y para exigir coactivamente su cumplimiento; poreso se limita con razón a los supuestos indispensables   de la

 vida socia l: lo que la generalidad  puede  exigir incondicional-mente al individuo, eso es lo que debe  exigirle. En cambio, lamoral libre del ind ivid uo no posee otra ley que la que és :e sedicta automáticamente, desde su propia intimidad, ni otro poder ejecutivo que la propia conciencia. Por eso su demarcaciónabarca en principio la totalidad de la conducta; pero es claroque, en la práctica, tiene en cada caso límites accidentales yoscilantes (l).

Por medio de la costumbre, cada círculo se asegura la

( l ) E l derecho y 1« m oral surgen,  p&rt passtt ,  en un. recodo de la evolución

social. Ello se refleja en el sentido ideológico de ambos, que, más de lo que parece a

primera vista, se refieren el un o al otro . C uan do la con duc ta estricta del individuo,

que comprende toda una vida reculada por 1« costumbre, ccdc a normas generales de

derecho, que se alejan m uch o d e to do lo individual, es de interés soc ial el no dejar

abandonado a sí misma la libertad así lograda. Los imperativos morales completan lo*

 ju ríd icos, ll enando lo s vacío s p rodu cid os p or la desa paric ió n de la costum bre, regula

dora general de la -rida. Fíente o la costumbre, las otras dos formas de normación

trasladan el orden por encima del individuo y, al mismo tiempo, dentro del individuo.

Pues cualesquiera que sean los valores personales >- m etafiricos qu e representen

la conciencia y la moralidad autónoma, su valor social, único de que aquí se trata,

wtó en su enorme utilidad profiláctica. El derecho y la costumbre afectan a la activi

dad de la voluntad en su aspecto exterior y en su realización; actúan preventivamente

 V por el m iedo. P ara hacer superflu o es te m otivo neces itan la m ayoría de las veces

no siempre — ser acogidas a posterior/ en la moralidad personal. Pero ésta se halla en

1“ * raíces de la acc ión; mo difica lo más interio r del sa jeto . hasta que  éste   llega a xeoli-

por sí mismo la actividad justa, sin recurrir al apoyo de aquellos poderes relativos,

c*tcriorea. A ho ra bien, la sociedad n o tiene ning ún interés en la perfección puramente

Woral del sujeto ; sólo le importa dicha perfección — y la fom ento — p or cuanto reprc-*«ua la mayor garantía imaginable para las acciones sociales útiles de este sujeto. En

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72 Sociol

conducta adecuada de sus m iembros a llí donde la coacción derecho no tiene cabida, ni la moral individual ¿aramia btante. A s í, la costumbre, que era la única re culación de la ven el tiempo en que las otras formas de normación diferencda no e xistían a ún o existían sólo en germen, actúa ho y cocomplemento de las otras dos. Con esto queda indicadolugar que sociólogamente ocupa. La costumbre se sitúa enel círculo grande, en el que los miembros están sometidosderecho, y la individualidad absoluta, sujeto de la moralidlibre. Pertenece, pues, a los círculos más estrechos, a las f

maciones intermedias entre los grupos amplios y el individCasi todas las costumbres son costumbres de clase o profesiSus manifestaciones: conducta exterior, moda, honor, donan tan sólo en cada una de las subdivisiones del gran gruen que impera el derecho; y en cada uno de esos subgruptienen ya otro contenido (l). Frente a una violación de

 buenas costumbres sólo reacciona el círculo estrecho de aq

llos a quienes ha afectado o que han sido testigos de ella;paso que una violación del orden jurídico provoca la reaccde toda la comunidad. Como la costumbre no tiene más poejecutivo que la opinión pública y ciertas reacciones indduales que se añaden inmediatamente a ésta, es imposible qla administre un círculo grande. Es un hecho de experiencque no necesita mayor explicación, el de que las costumb

de los comerciantes permiten u ordenan cosas distintas que de la aristocracia; y las de un círculo religioso, que las de uliterario, etc. Esto revela que el contenido de la costumbconsiste en las condiciones particulares de que ba menestodo círculo reducido, que no d ispone p ara ga ran tizarla sdel poder coactivo del derecho político, ni de impulsos moles autónomos dignos de completa confianza.

Lo único que estos círculos tienen de común con los pmitivos (con los cuales comienza para nosotros la histo

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1 j cantidad en ios grup os sociales

sión, se kan trasladado a sus subdivisiones a medida que elcírculo total ka ido creciendo. En estas subdivisiones están,en efecto, contenidas aquella posibilidades de relación perso

nal, aquella igualdad aproximada de los miembros, aquellacomunidad de intereses e ideales que son necesarios para quepueda dejarse la regulación social a cargo de normas tan precarias y elásticas como las de la costumbre. Cuando los elementos crecen en cantidad kácense más independientes, y entonces desaparecen esas condiciones para el círculo total, kafuerza obligatoria de la costumbre resulta demasiado pequeña

para el Estado y demasiado grande para los individuos; mientras que su contenido,'por el contrario, es demasiado grandepara el Estado y demasiado pequeño para los individuos. A q u él pide m ayores garantías, éstos m ayor lib ertad; y poreso, cada elemento sólo se encuentra sometido a la costumbreen aquellos aspectos en que pertenece a círculos medios.

 S i   el círculo gran de fom en ta y permite mejo^ que el me

diano o pequeño la severa y objetiva norma del derecho, esporque sus elementos g oza n de un a m ayor libertad, m ovilidade individualización. Merced al derecho, las constricciones socialmente necesarias quedan determinadas exactamente y kande ser observadas escrupulosam ente. Po r otra parte, esta org anización resulta más soportable para el individuo, porque fue ra de esas obligaciones imprescindibles, le concede mayor espacio libre para desenvolverse. Esto se ve tanto más clarocuanto más tiene el derecho — o la norm a que asp ira a serlo —un carácter de impedimento o prohibición. Entre los aborígenes del Brasil está prohibido en general casarse con la propiahermana o con la hija del hermano. Este precepto se observatanto más severamente cuanto mayor es la tribu; al paso quecu hordas pequeñas, que viven en el aislamiento, es frecuentela unión de hermanos y hermanas.

E l carácter pro hibitivo de la norm a — más propio deld h d l b d j l í

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74 Socio

se Kan llevado a cabo muchas veces con el propósito de factar la administración de justicia» y su unidad se baila bajosigno exclusivo de un derecho uniform e. A s í la county  deEstad os de N u e v a In glaterra no era originariam ente m ás una agregación de towns  para  ju dicial purposes.

H a y aparen tes excepcion es a este nexo., que un e la drencia entre la forma social de la costumbre y del derecho diversa magnitud de los círculos. Las primitivas unidades pulares de las tribus germánicas, sobre las que fueron edifdos los grandes reinos franco, inglés, sueco, supieron re

 varse durante la rgo tiem po la adm in istración de justicia, relativamente tarde pasó a ser atribución del Estado. Por oparte, en las relaciones internacionales modernas dominmuchas costumbres que no han sido elevadas todavía al rade derecho; hay algunas formas de conducta que dentro de Estados particulares están fijadas por el derecho, y que en relaciones exteriores, o sea en el círculo más amplio, qued

abandonadas a la forma más suelta de ía costumbre. Resolesta contradicción no es difícil. La magnitud del círculo sfavorece la forma jurídica, en la medida en que la pluralidde sus elementos se reúne en unidad.  Si lo que permite a

 b uir a l círculo u n a unid ad es sim ple m ente un núm ero contactos sueltos y no una centralización fija, entonces la signación de «uno» tiene un carácter netamente relativo.

unidad social es un concepto que admite grados; y si cieforma de regulación viene exigida por cierta cantidad o mnitud del círculo, puede suceder que a diferente cantidad miembros corresponda, sin embargo, la misma forma, yigual cantidad, distinta forma, si es distinto el grado de udad que la sostiene y por la que está sostenida. P o r conguiente, no se menoscaba la importancia de las relacion

numéricas por el hecho de que un círculo grande, a concuencia de su especial condición tenga que renunciar a la f

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I 3 cantidad en los grupos sociales   7h

uvas como individuales, de los Estados modernos, porquefalta la unidad sobre las partes, que es sosten del orden jurídico, y que en los círculos pequeños o de poca coh esión queda

sustituida por una acción inmediata recíproca entre sus elementos. Pero a esto es a lo que responde justamente la costumbre como forma de regulación. De este modo se ve cómo justam ente las excepcio nes aparentes confirm an la conexiónque existe entre la costumbre y el derecho, por un lado, y la

cantidad de los círculos, por otro.Claro está que los conceptos de círculo grande y pequeño

son de una extraordinaria basteza científica, absolutamenteindeterminados y sólo utilizab les para m ostrar la dependenciaen que, por lo general, la forma sociológica está con respectoa la cantidad num érica del grupo. N o sirven de nin gú n m odopara mostrar la proporción efectiva que ha de existir entre laforma y la cantidad. Y sin embargo, quizá no sea imp osi

 ble en todos los casos determ in ar con m ayor exactitud esa

proporción. Desde luego sería una empresa fantástica paranuestro saber actual, y en mucho tiempo, reducir a valoresnumerales exactos las formaciones y relaciones hasta aquíconsideradas; pero dentro de más modestos límites ya puedenindicarse hoy algunos rasgos de las socializaciones que tienenlugar entre un número limitado de personas y que se caracterizan por esa limitación. Enumeraré algunos casos que sirvande ejemplo de la región intermedia entre la completa indeter

minación numérica y la determinación numérica perfecta, casos en los que la cantidad tiene ya alguna importancia sociológica, sin que pueda llegarse todavía a su fijación exacta enconcreto.

1. E l núm ero actúa como principio de división del grupes decir, que las partes de éste, a que se llega por división, sonconsideradas como unidades relativas. Más tarde insistiré en

la importancia especial! de algunos números; aquí nos bastai di l i i i E l h h d t t l

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Sociolog

sión no puede hacerse más que: o según las ascendencias dcada uno, o por asociaciones voluntarias, o por analogía docup aciones, o por clasificación en distritos locales. A esto

principios se agrega el numérico, que divide por un númerdeterminado la suma de hombres o familias existentes, fomando así subdivisiones iguales en cantidad; frente a caduna de estas subdivisiones, el todo se comporta, poco más menos, como ellas frente a sus individuos.

 A h o ra bie n; este principio es tan esquemático que parllegar a realizarse tiene que completarse con otro más concr

to, y las subdivisiones, numéricamente iguales, se componede gentes en cierto modo próximas (parientes, amigos, vecnos), o de elementos iguales, o de elementos desiguales, percomplementarios. Lo esencial es que la unidad numérica suministra el principio formal de división. Pero no decide nuncpor sí sola, sino que representa un papel que oscila entre umáximo y un mínimo. Así, por ejemplo, las tribus nómadasque carecen de contenidos vitales estables, no tienen mucha

 veces otra posib ilidad de Organizarse que el prin cipio num érico. Todavía hoy la estructura de los ejércitos está determnada por la importancia del número para una multitud emarcha. Tiene también gran importancia en la distribuciónde un país conquistado o recién abierto para la colonizaciónEn estos casos, al comienzo, cuando faltan aún criterios objetivos de organización, domina el principio de la división po

grupos iguales en número. Este criterio impera, verbigraciaen la antigua constitución de Islandia. Con máxima purezrealizó la reforma de Clistenes, merced a este principio, unde las más grandes inno vacion es históricas. A l crear el C o nsejo de Ó00 miembros, 5o por cada 10  phylái,   cada demos  obtuv o un núm ero de puestos en el Co ns ejo, correspondiente su núm ero de habitantes. E l pensamiento racional de esta

 blecer u n a corporación representativa de la totalidad del grupo según el principio del número aparece aquí como una fas

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Lî    cantidad en Jos grupos sociales 77

cs de distintas subdivisiones. Pero el número puede servirtambién para caracterizar, dentro de un .grupo, un círculoúnico, directivo, de personas. Así, con frecuencia se designa

 ban las directivas de los grem ios por su núm ero. E n F ran cfo rt,los jefes de los tejedores de lana se llamaban los Seis; los delos panaderos, los O cho . E n la Barcelon a m edieval, el Sen ad ose llamaba el Consejo de Ciento, etc. Es singular que con estos nú m eros indeterm inados, ind iferentes a toda c ua lifícación ,sean designadas justamente las personalidades sobresalientes.El fundamento de ello me parece ser que con el número, con

el seis, por ejemplo, no se designan seis elementos individuales, aislados, yuxtapuestos, sino una síntesis de ellos. Seis noes uno y uno y uno, etc., sino un nuevo concepto que resultade la reunión de estos elementos y que no está realizado aprorrata en cada uno de ellos. Con frecuencia en este librodesigno la acción mutua, viva y funcional, de elementos,llam ánd ola su un idad , por encima de la mera sum a y  en

contraposición sociológica a los elementos sumados. Pero enestos casos al designar una junta directiva, una comisión, etc.,por la mera suma numérica, piénsase, en realidad, en aquelconjunto funcional, y la suma sirve de denominación justamente porque el número ya de suyo representa una unidad deunidades. Por consiguiente, en el caso indicado, los Seis noestán esparcidos en un círculo homogéneo, sino que significan

una determinada y firme articulación del círculo,  gracias a lacual se d estacan de éste seis personas que se reú ne n en u n aunidad directiva. E l carácter im perso nal y neutro de la designación numérica es en este caso justamente muy significativo;Pues mucho más claram ente que podría hacerlo cua lquier con cepto formal, indica que los individuos no son pensados comopersonas, sino como constituyendo un organismo puramente

social. La estructura del círculo exige que la dirección esté encierto número de elementos; pero en el concepto puramente

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La unidad de agrupación, que se manifiesta merced a lreunión de elementos en 'un número más alto, resulta partcularmente acentuada por un hecKo que, en apariencia, sum

nistra una prueba en contra. Aquel Senado de Barcelona quse llamaba el Consejo de Ciento llegó, en realidad, a tenemás miembros, e incluso alcanzó los dos cientos, sin cambiapo r eso de nombre. E l m ismo fenó m eno se produce cuan do número no actúa como principio que destaca, sino como principio que divide. En los pueblos donde regía la división pocenturias (de que luego se hablará), no se atendía a que

número de miembros respondiese exactamente a esta clasifcación. De las antiguas centurias germánicas se sabe expresamente. Por consiguiente, en este caso el número es sinónmo del miem bro soc ial, que primeram ente encerraba o debíencerrar un círculo de unos cien individuos. Este hecho, eapariencia indiferente, muestra la enorme importancia de ldeterminación numérica en la estructura de los grupos. Enúmero se hace independíente incluso de su contenido arimético, y dice tan sólo que la relación de los miembros con etodo es una relación numérica, o, en otras palabras: el número que se ba estabilizado representa esta relación. Sigue vgente la idea que preside a la división por ciento, aunque lacircunstancias empíricas sólo la realicen de un modo más menos exacto. Decir que las centurias germánicas sólo expresaban una pluralidad indeterminada entre los individuos ví

totalidad de los miembros, es designar jusiamcnte el tipo sociológico que aquí se postula. La vida del grupo exige un intermedio entre el individuo y el todo, un sujeto de determinadas funciones, que ni el individuo ni el todo pueden realizar

 v el organism o designado para tal m isió n lleva el nom bre dsu determinación numérica.  N o son las  /uncio nes —   hart varias 'y m udable s — las que dan el nombre; lo único perm a

nente es la reunión de una parte alícuota de la comunidad enuna unidad La magnitud que haya de tener esta parte en

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La cantidad en ios grupos sociales 79

que las distintas clases de monedas rusas se derivan de unantiguo sistema de pesos; de tal suerte, que cada tipo superiorcontiene diez veces más que el inferior. Pero de hecho cambia

 ba con frecuencia la cantidad de m etal en las monedas, no sóloabsoluta, sino relativamente, a pesar de lo cual sus relacionesde valor permanecían constantes, una vez introducidas en elorden numérico. Así, pues, mientras las relaciones reales de

 valor metálico cam bian, el servicio que han de prestar al tráfico por la constancia de su valor nominal queda señaladopor el hecho de que las primeras relaciones históricas de los

pesos son las que suministran permanentemente nombres ysímbolos para aquellas relaciones nominales. En otras ocasiones el número se convierte también en representante de lacosa contada, y en tales casos lo esencial, o sea cierta relaciónentre el todo y una parte, queda señalado por el hecho de (juee! concepto numérico de las relaciones primeras designa tam bién las m odificaciones posteriores. A s í en E sp aña, en el

siglo xvi, el impuesto sobre los metales se llamaba el quinto,porque consistía en el quinto del valor, y conservó este nom bre m ás tarde, aunque las proporciones cam biaron. A n á lo g a mente la palabra diezmo entre los antiguos israelitas, y mástarde en otras muchas ocasiones, pasó a designar el impuestoen general, como la centuria designó la subdivisión en general. La relación cuantitativa que constituye la esencia, tanto

del impuesto como de la división social, se ha sustituidopsicológicamente a la determinación de su contenido, comoclaramente se ve en el hecho de que la determinación numérica originaria se haya cristalizado y designe todas las modificaciones exteriores de la proporción.

3 . La determinación num érica, como forma de org an izción, adquiere un a p osició n típica en el desarrollo social. H is

tóricamente la división numérica aparece como sustituto deli i i d l ti P h bl l

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parecer al pronto algo singular, un esquematismo desprovistde vida. En vano buscaríamos en los principios inmanenteque dan cohesión a aquellos grupos, nada que justifique es

sustitución de la raíz orgánica por la base mecánica y formalista. Y es porque la raz ón no puede estar sino en el tod

que abarca esos grupos y Ies plantea exigencias independientes de los principios vitales que rigen sus partes. A m edda que el todo como unidad va teniendo más contenido poder, las partes (al menos al principio y en los grados devolución más altos) pierden su propia significación; tran

fieren al todo el sentido que tenían por sí mismas, y resultaahora tanto más adecuadas cuantas menos ideas propia viv en en ella s y cuanto m ás se organizan en partes m ecáncas, que sólo por su contribución al todo adquieren posicióe importancia (l). Esto no es verdad, si lo referimos a ciertotipos, muy perfeccionados, de la evolución. Hay órganosociales que, justamente por tener las mayores dimensiones la más perfecta organización, pueden dejar al elemento ind vid ual la m ayor libertad para que v iv a según norm as particulares y en formas propias. Hay, por otra parte, otros quadquieren su fuerza máxima justamente porque sus elementos viven una vida propia más potenciada y diferenciada. Etránsito de la estirpe a la centuria parece caracterizar el estadio medio, en el cual la falta de sentido y de carácter peculiade los m iembros con stituye un progreso para el todo: pues sól

así son fácilmente abarcables en determinadas circunstanciasdirigibles según normas sencillas, incapaces de desarrollacontra el poder central esa resistencia que se produce fácimente en todo subgrupo que siente fuerte su cohesión interio

Cuando la constitución o la acción de los grupos estdeterminada numéricamente — desde la centuria antigua hasta el reinado moderno de las m ay or ías — , existe un a va sa

llamiento de la individualidad. Es éste un punto en el que smanifiesta con gran pureza la profunda discrepancia entre l

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Lacanüdad en los grupos sociales $1

meros redondos», operando con ella sin consideración a lasparticularidades de los individuos que la integran: contar los

 votos en vez de pesarlos; fundar las instituciones, las disposi

ciones, las prohibiciones, las prestaciones, las concesiones enUn núm ero determinado de perso nas, será despotism o odemocracia, pero en todo caso supone la humillación de la

 verdadera personalidad ind ivid u al, que queda reducid a alhecho formal de ser una.  Cuando el individuo ocupa unpuesto en una organización, determinada tan sólo por el número, su carácter de miembro del grupo domina por com

pleto sobre su carácter individual diferenciado. La distribución en subgrupos numéricamente iguales podrá ser tan grosera y variable como en las centurias de los germanos, delos peruanos, de los chinos, o tan afinada, adecuada y exactacomo en un ejército moderno; siempre revelará de un modoclaro e implacable la ley formal del grupo, que, en los primeros casos, se manifiesta como una tendencia reciente, en lucha

 y compromiso constante con otras te ndencias divergentes, y enel último caso se muestra plenamente establecida. Nunca impera de modo tan absoluto y radical el elemento supraindi-

 vidual de la agrupación, la plena in dependencia de la fo rm arespecto a todo contenido de la existencia individual, como enla aplicación de los principios sociales puramente aritméticos.

 Y la medida — m uy variable — en que cada grupo se ap roxi

ma a esos principios aritméticos, indica hasta qué punto laidea de agrupación, en su forma más abstracta, ha absorbidola individualidad de sus factores.

4 . Fina lm en te, h ay otras imp ortantes consecuencias socilógicas que van ligada s a la determinación num érica — au n que las cantidades eficaces de los elementos pueden ser muydistintas, según las circun stan cias — . M e refiero a ciertas oca

siones en que se realiza la idea de «sociedad» en el sentido devida m undana ¿C uántas personas hay que in vitar para que

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mero; aunque su caniidad   en cada caso depende, naturalmente, de la clase e intimidad de las relaciones que existan entrlos elementos. Tres condiciones: las relaciones del dueño co

cada invitado, las de éstos entre sí y la manera cómo cadparticipante siente estas relaciones, constituyen la base sobria cual el número de elementos decide luego acerca de si reunión es una «reunión de sociedad» o un mero encuentr— am istoso o determ inado po r fines objetivos — . P or con sguiente, en todos estos casos una modificación numérica produce una transformación notable en la categoría sociológica

aun cuando no podemos fijar la medida de esta modificaciócon nuestros medios psicológicos. N o obstante, pueden descr birse hasta cierto punto las consecuencia s socio lógicas cualtativas de la causa cuantitativa.

Primeramente, la «reunión de sociedad» exige un aparatexterno determinad o. E l que teniendo un círculo de conocidoscompuesto de unas treinta personas, por ejemplo, no convidnunca más que a una o dos, no necesita «andarse con cum

plidos». Pero si convida a las treinta al mismo tiempo, inmediatamente surgen exigencias en cuanto al menú, la bebida, eatavío, las formas de urbanidad; aumentan extraordinariamente las condiciones en el sentido del deleíte sensual. Es éstun ejemplo muy puro de cómo la simple formación de unmasa hace descender el nivel de la personalidad. En una reunión de muy pocos, el acomodamiento mutuo, las coinciden

cias que constituyen el contenido de la relación social, puedenincluir tantas y tan elevadas partes de la individualidad, qula reunión tenga un marcado carácter de espiritualidad, y enella se desenvuelvan las energías más diferenciadas y desarrolladas del alma. Pero cuantas más personas se reúnan, tantomenores serán las probabilidades de que coincidan en sus más

 va liosas e íntim as esencias, y tanto m ás bajo habrá de bus

carse el punto de concordancia de los impulsos e interesecomunes (l).

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{.a cantidad en los grupos sociales S3

Cuando la cantidad de los elementos congregados no ofrece ya campo para el desarrollo de la parte individual, espiritual, la fa lta de este atractivo hab rá de ser com pensada po r un

acrecentamiento de los excitantes exteriores y sensuales. Entreel número de personas congregadas en una fiesta y el lujo yel mero goce sensual de su convivencia, ka existido siempreana estrecha cone xión. A fines de la E da d M edia, en ¡as bodasellujo creció de tal modo, sólo por el séquito que acompañabaa los novios, que en las leyes suntuarias las autoridades prescribieron a veces exactamente el número máximo de personas

del acompañamiento. Siempre Ka sido la comida y bebida elmedio más a propósito para reunir círculos amplios, en loscuales sería difícil conseguir de otra manera la unidad de ánimo e interés. Por eso las «reuniones de sociedad», sólo por elelemento cuan titativo que excluye toda comun idad y com un icación de los sentimientos más finos y espirituales, habrán deacentuar los placeres sensuales, que son los más comunes.

Otro rasgo que caracteriza la «reunión de sociedad» porsu diferencia numérica frente a la reunión de unos pocos, consiste en que no puede — n i debe — con seguirse en la primera,como se consigue en la última, una total unidad de sentimientos. A de m ás — y esta es otra distinción — , la «reunión de sociedad» facilita la formación en ella de grupos parciales. Elprincipio v ita l de una conv ivencia am istosa entre pocas perso

nas es contrario a su escisión en dos estados de ánimo diversos, e incluso en dos conversaciones particulares. Pero la «reun ión de sociedad» surge al pun to cuando, en ve z de un centroúnico, se producen dos clases de unidades: la unidad centralizada y general, que es muy elástica y que, en lo esencial, sefunda sólo en lo externo o exclusivamente en la unidad delespacio (por lo cual las reuniones de sociedad en una misma

clase social serán tanto más parecidas entre sí cuanto mayorest ll i l t ) l i

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dades parciales, pequeños centros de conversación, de estadde ánimo e intereses comunes, pero cuyos miembros cambiaincesantemen te. Surge de aquí en las grandes reunion es esa a

tern ativa constante entre verse tan pron to comprometido comlibre; alternativa que, según el temperamento del sujeto, esentida por unos como la más insoportable superficialidad, por otros como un ritmo ondulante del mayor atractivo estético.

Este tipo sociológico formal se presenta en su forma mápura en los bailes modernos: una relación momentánea d

singular intimidad para cada pareja, pero neutralizada por ecambio constante de parejas. Esa intimidad física entre personas extrañas se hace posible, de una parte, por ser todahuéspedes de un  mismo anfitrión, lo que presta a los invitados cierta garantía y seguridad, por laxa que sea su relaciócon él — y de otra parte, por el carácter impersonal y casi anónimo de las relaciones, carácter que resulta de lo dilatado dla reunión y del formalismo de la conducta. Evidentementeestos rasgos de las reuniones, que en el baile se nos ofrecensublimados y como en caricatura, se dan sólo cuando bay unnúm ero m ínim o de participantes. A veces puede hacerse linteresante observación de que un círculo íntimo de pocas personas adquiere defpronto el carácter de «reunión de sociedadal sobrevenir una persona más.

H a y u n caso — que se refiere a hom bres bastan te meno

complicados — en el que parece más fija y definida la cantidadnumérica necesaria para engendrar la figura sociológica nue va. L a fam ilia patriarcal consta de unas veinte o treinta cabezas, en las más diversas comarcas, aunque las condicioneeconóm icas sean totalm ente diferentes. N o pueden, pues, seéstas, o al menos no pueden ser exclusivamente éstas las qudeterminen tal igualdad numérica. Más bien parece verosími

que las acciones recíprocas internas, que constituyen la organ izació n de la fam ilia patriarcal crean dentro de dichos lím i

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el límite superior; este género de  conexión y de control, enel grado correspondiente de desarrollo psicológico, no parecepoder abarcar mayor número de elementos. Por otra parte, el

límite inferior queda fijado por el KecKo de que un grupo queestá atenido a sí mismo, para la satisfacción de sus necesidades y el cuidado de su conservación, engendra ciertas realidades psíquico-colectivas que no suelen producirse más que porencima de u n determ inado lím ite num érico. Ta les son las decisiones de la ofensiva y la defensiva; la confianza de cada cualde que ha de hallar a cada momento los apoyos y complemen

tos necesarios, y, sobre todo, el sentimiento religioso, que sólose eleva sobre el ind ividuo — o al individu o sobre sí m ismo —por espiritualización y sublimación, mezclando múltiplescontribuciones que mutuamente anulan su carácter individual. E l núm ero m encionado Ha señalado, qu izá po r experiencia, el margen aproximado, fuera del cual no puede elgrupo tener los rasgos característicos de la familia patriarcal.

Dijérase que, a! crecer la individttalízación y pasado este estadio cultural, las intimidades no fueron ya posibles sino encírculos cada vez más restringidos, al paso que los fenómenos fundados sobre la magnitud   de la familia patriarcal fueron exigiendo círculos cada vez mayores. Las necesidades quese satisfacían desde arriba y desde abajo justamente para esenúmero, van abora diferenciándose. Una parte de ellas re

quiere un número menor y otra uno mayor; de modo que yano se vuelve a encontrar más tarde ninguna forma social quePueda satisfacerlas a la vez, como las satisfacía a la fam iliaPatriarcal.

Prescindiendo de estos casos singulares, todas las cuestiones semejantes a la de cuál sea el número máximo necesariopara formar una «reunión de sociedad» tienen un tinte sofís-

tico. ¿Cuántos soldados forman un ejército? ¿Cuántos partidarios se necesitan para formar un partido político? ¿Qué

La cantidad en los gru po s sociales $5

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posible encontrar este límite. E.1  fundamento lógico de estdificultad estriba en que nos encontramos ante una sericuantitativa Que, a causa de las escasas dimensiones de cac

uno de sus elementos, aparece como en ascenso continuo; hde permitir, pues, desde un punto determinado, la aplicacióde un concepto nuevo, distinto rigorosamente del anterior A h o ra bien; ésta es, indudablem ente, u n a exigencia contradictoria; por su concepto mismo, lo continuo no puede justifcar por sí una súbita transformación.

Pero la d ificultad sociológica tiene además un a complica

ción Que no se da en los casos planteados por los antiguos sofistas. Ba jo la den om inación de «montón» de granos se en tiende, o bien un am onton am iento, en cu yo ceso, lógicam ente, est

 justificada ta l desig nación ta n pronto como h aya una capsuperior encima de la inferior, o bien se designa una cantdad, y entonces se pide, injustificadamente, que un conceptcomo el de montón, concepto oscilante c indeterminado, tengaplicación a realidades completamente determinadas e inequi

 vocadam ente delim itadas. Pero en los casos sociológicos, aumento de cantidad crea nuevos fenómenos totales específcos, que, en cantidades menores, no parecen existir ni aun prorrata. U n partido político tiene distinto sentido cualiratívque una pequeña tertulia. Unos cuantos curiosos reunidoofrecen rasgos completamente distintos que una manifestación, etc. La inseguridad de que adolecen estos conceptos,

consecuencia de la imposibilidad de fijar numéricamente lacantidades correspondientes, acaso desaparezca del modo sguiente: La duda se refiere, evidentemente, a las cantidademedias; ciertos números muy bajos no constituyen aún, seguramente, la colectividad en cuestión; otros más altos la constituyen ya sin la menor duda. Ahora bien; esos gruposnuméricamente insignificantes, tienen, sin embargo, alguna

cualidades s ociológicas características (la reun ión pequeñ a,quno es aún de «sociedad», el pelotón de soldados, que aún n'

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graneles, puede interpretarse como compuesto de ambas, de m anera que las formas de los dos extremos aparecen en ellas enrudimento, y tan pronto surgen como se esfuman o quedanen estado latente. Así, pues, si estas agrupaciones, situadas enla zona intermedia, participan, parcial o alternativamente, delcarácter de las situadas por encima o por debajo, se explica

 bien la inseguridad subjetiva de su determ inación. N o se traía, pues, de que en una figura desprovista de cualidad sociológica surja súbitamente una organización sociológica determinada. sin que se pueda decir el momento en que se ha hecho

esta transformación. Se trata de que dos formas diversas, cadauna de las cuales posee un cierto número de rasgos propios,cualitativamente graduables, coinciden en un grupo sociológico determinado, por virtud de ciertas condiciones cuantitativas, y se distribuyen en diversas medidas. Así, pues, le cuestión de a cuál de las dos formas pertenece el grupo, no toca, enmodo alguno, a las dificultades de las series continuas, sino,

sencillamente, es u n a cuestión m al planteada ( l ) . ‘ A qu ellas consid eracio nes se referían, pues, a fig uras

sociológicas que, si bien dependen del número de elementoscooperantes, esa su dependencia no puede formularse, a nuestro entendimiento, con la claridad suficiente para poder sacarlas consecuencias sociológicas de ciertos números determinados y concretos. N o obstante, esto últim o no es ab solutam en

te imposible, si nos encontramos frente a figuras muy simples. Si comenzamos por el límite inferior de la serie numéri-

t l) M ás exactamente, la situación es esta: a coda núm ero determinado de ele

mentos corresponde, según el fin y sentido de su combinación, una forma sociológica,

Una orga nizació n, fijeza, relación de: tod o con las partes, etc. A cada elemen to ¡(ue se

o se disgrega, esa forma sociológica sufre uno modificación, aunque sea infini

tamente pequeda e indeterminable. Pero como no tenemos una expresión especial para

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[ji   cantidad en los grupos sociales 89

por la so cialización , aunqu e esta socialización lleve signonegativo. Tanto el placer como la amargura de la soledad sonreacciones ante influ jos sociales. L a soledad es un a acciónrecíproca, de la que uno de los miembros, a la vuelta de determinados influjos,  SC   ha separado realmente; es una acciónrecíproca que sólo idealmente continúa viviendo y actuandoen el espíritu del otro sujeto. Es muy significativo en este sentido el conocido hecho psicológico de que raras veces el sentimiento de la soledad se produce con tanta violencia y tan ra

dicalmente en los casos de soledad física efectiva, como en los

casos en que nos sabemos solos y sin relaciones, pero nos hallamos entre personas que físicamente están cerca de nosotros,en una reunión, en el ferrocarril, en la confusión callejera deuna gran ciudad. P ar a la configuración de un grupo es esencialel saber si dicho grupo favorece, o hace posible al menos, lasoledad en su seno. Las comunidades estrechas c íntimas consienten rara vez en su estructura esos espacios solitarios in

tercelulares. A s í como ha blam os de cierto déficit social, que seproduce en proporción determinada con respecto a las condiciones sociales — los fenómenos antisociales de los degenerados, los delincuentes, las pro stitutas, los su icidas — , así tam

 bién ciertas cantidades y calidades de vida social crean ciertonúmero de existencias solitarias, temporales o crónicas, aunque éstas no puedan ser fijadas numéricamente por la esta

dística.La soledad adquiere otro sentido sociológico, cuando no

consiste en una relación sita en el interior de un individuo y m antenid a entre éste y un determ in ado grupo o la vida social en general, sino que se presenta como un a interrupcióno periódica diferenciación, dentro de una y la misma relación.Esto resulta importante, sobre todo en aquellas relaciones

que en idea se encaminan a la negación de la soledad, comol t i i á i E l t t d l t i i

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sus encantos, ya porque la falta de interior cofianza en el ammutuo haga terribles tales interrupciones, considerándocomo infidelidades o, lo que es peor, como  peligros  de infilidad. Por tanto, la soledad, que en apariencia es un fenómlimitado al sujeto individual, y consiste en la negación desociabilidad, tiene, no obstante, una importancia sociológpositiva, no sólo desde el punto de vista del sujeto, como stimiento consciente de cierta relación bien determinada consociedad, sino también por la rigorosa característica queaparición, como causa o como efecto, presta tanto a los gru

amplios como a las relaciones más íntimas.También la libertad, con sus varias significaciones so

lógicas, ofrece interés en este sentido. A prim era vista, parmera negación del vínculo social, ya que todo vínculo repsenta una constricción. E l hom bre libre no form a unidad oíros, sino que es un idad por sí m ismo. A h o ra bien; puhaber una libertad que consista en esta falta de relaciones,

la mera ausencia de toda limitación por parte de otro ser. ermitaño cristiano o indio, un solitario de los bosques gmánicos o americanos, puede disfrutar de la libertad ensentido de que su existencia está llena de contenidos no socles. Y lo m ismo ocurre con u n ser colectivo, fam ilia patriao Estado, que viva en pleno aislamiento insular, sin vecini relaciones con otras entidades. Pero para un ser que está

relaciones con otros, la libertad tiene un sentido mucho mpositivo. Es un determinado género de relación con el a biente , un fe nóm eno de correlación que pierde su sentcuando el sujeto no tiene kx   quien contraponerse. La liberten tal caso, tiene dos significados extraordinariamente imptantes para la estructura profunda de la sociedad.

1. P ar a el hom bre social, la libertad no es n i unprimario, dado por sí solo, ni una propiedad sustancial, pmanente, adquirida de una vez para siempre. La prim

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hombre las ve rodeadas de una esfera ideal — a veces es ingrata esa visió n — , frente a la cua l b a y que reservar expre-samente cierta provisión de fuerzas, sentimientos, intereses.

Pero no es sólo la amplitud de las exigencias sociales laque am en aza la libertad de los elementos que entran en so cialización, sino también la falta de mesura con que planteansus exigencias todas las relaciones contraídas. Cada una deéstas reclama su derecho implacablemente, con indiferenciatotal de los demás intereses y deberes, sin preocuparse de siarmonizan con ella o son con ellos incompatibles. Este carác

ter de dichas relaciones, no menos que su extensión cuantitativa, limita, pues, la libertad del individuo. Erente aesta forma de nuestras relaciones, la libertad se muestra comoun proceso continuo de liberación, como una lucha por conquistar, no sólo la independencia del yo, sino también elderecho a que, en cada momento, sea la voluntad libre   la quese mantenga en dependencia.   Es una lucha que se renueva a

cada victoria. Por consiguiente, la carencia de vínculos, comoconducta social negativa, no constituye casi nunca una posesión tranquila, sino un continuo desligarse de ataduras,que, sin cesar, limitan realmente la independencia del individuo o tratan de limitarla idealmente. La libertad no es unestado del yo aislado, sino una actividad sociológica; no es unmodo de ser limitado al número singular del sujeto, sino unarelación, bien que considerada desde el punto de vista de unsujeto.

2. Lo mism o que en su aspecto fun cio na l, es en su contenido la libertad algo más que la negación de relaciones, algomás que la intangibilidad de la esfera individual por otrasinmediatas. Se sigue esto de la muy sencilla consideración deque el hombre, no sólo quiere ser libre, sino también utilizarPara algo su libertad. Pero estf uso consiste casi siempre

en el dominio y aprovechamiento de uuaa personas. Para el

'cantidad en los grup os soc iales 91

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La cantidad en los grupos sociales 93

diaria. U n a suerte com ún, un acuerdo, un a empresa, u n secreto, cuando se limita a dos, es bien distinto de cuando seextiende a tres. Donde acaso sea esto más característico es en

el secreto; pues la experiencia general parece mostrar que,cuando el secreto se limita al mínimo de dos, es justamentecuando consigue la máxima garantía de conservación. Unasociedad secreta eclesíásticopolítica, c[ue se formó a comienzosdel siglo xix en Francia e Italia, tenía distintos grados, y lossecretos importantes de la asociación, que sólo eran conocidosde los grados superiores, no podían ser objeto de conversa

ción sino entre dos  miembros de los grados superiores. Tandecisivo parece, pues, el límite del dos, que, cuando no puedemantenerse, por lo que al conocimiento del secreto se refiere,mantiénese al menos para su manifestación hablada. Entérminos generales, la diferencia entre las asociaciones de dosmiembros y las de varios, consiste en que la relación entrela unidad de sus individuos y cada uno de los miembros,

se presenta muy de otra manera en la asociación de dosque en la de varios. Si bien la asociación de dos aparece frente a un tercero como unidad independiente, transindivídual,no ocurre esto para sus copartícipes, por regla general, sinoque cada uno de ellos se siente frente al otro, pero no frente auna colectividad superior a am bos. E l organism o social descansa inmediatamente sobre uno y otro. La desapariciónde uno de ellos destruiría el todo, lo cual es causa de que no

se llegue a aquella vida transpersonal que el individuo sientecomo independiente de sí, mientras que en una asociación,aunque sólo sea de tres miembros, si desaparece uno de ellos,puede quedar subsistente el grupo.

Los grupos de dos dependen, pues, de la pura individualidad de cada miembro, y esta dependencia Lace que la representación de su existencia vaya acompañada de la de su ter

minación más inmediatamente que en otras asociaciones, endonde cada miembro sabe que después de su separación o

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94 Soci

ser. La muerte no está ante nosotros como un destino ine ble que surgirá en un m om ento dado, pero que basta entosólo existe como idea o profecía, como temor o esperanza

penetrar en la realidad de nuestra vida. No; sino que el bde que bemos de morir constituye una cualidad que penetrla vida. En toda nuestra realidad viviente hay algo  que, pués, no hará sino bailar en la muerte su última fase o rlación; desde nuestro nacimiento somos  seres que han derir. Cla ro está que lo somos de diverso m odo. N o sólo estinta la manera como nos representamos subjetivamente

condición y su efecto final y como reaccionamos frente a sino que también el modo como este elemento de nuestrose entreteje con los otros elementos es altamente variablemismo, empero, ocurre con los grupos. Todo grupo de má

dos miembros puede, en su idea, ser inmortal; y esto prescada uno de sus miembros — sea cual fuere la relación en esté personalmente con la muerte — un sentimiento sociolco perfectamente determinado (l). Pero el hecko de que asociación de dos dependa, no en cuanto a su vida, aun quen cuanto a su muerte, de cada uno de los elementos — psi para su vida necesita del segundo, no necesita de él paramuerte — , b a de contribuir a determinar la actitud del in dduo frente a ella, aunque no siempre de un modo conscieni siempre en el mismo grado. Dará al sentimiento de easociaciones un matiz de peligro y de cosa irreemplazable,

las cualifica como asiento de tragedia sociológica, por parte, y de sentimentalismo y problematismo elegiaco, otra.

Esta emoción existirá siempre cuando el término deasociación esté de algún modo incluido en su estructura ptiva. N o bace muebo tiempo se hab ló de un a extrañ a «sodad del plato roto», fundada en una ciudad del Norte

Francia. Hace unos años habíanse reunido varios industles en un banquete Durante la comida se cayó un plato

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L;i cantidad en los grupos sociales 9S

el número de los trozos en que se había partido el plato eraexactamente igual al de las personas presentes. Este signo diolugar a que los comensales formasen una sociedad de amigospara prestarse mutua protección y amparo. Cada uno de lospresentes cogió u n trozo del plato. A l m orir un o de los m iem

 bros el trozo que le h ab ía correspondido debía ser remitido alpresidente, que estaba encargado de pegar los pedazos que ibarecibiendo. El último superviviente había de pegar el últimotrozo, y entonces el plato así reconstruido sería destrozado.Con lo cual la «sociedad del plato roto» quedaría definitiva

mente disuelta. Sin duda, el tono sentimental que reina en elseno de esta asociación y que anima a cada miembro de ellasería totalmente distinto si se admitiesen nuevos miembrosque perpetuasen indefinidam ente la vida del grupo. E l estardestinada de antemano a morir le da un tono particular, quees el que poseen las asociaciones de dos por la limitación numérica de su estructura.

Por la misma razón estructural, sólo las relaciones de dosson susceptibles de recibir el colorido — o falta de colorido —que designamos con el calificativo de trivialidad. Pues lo quedetermina el sentimiento de trivialidad es que. exigiéndosepreviamente de un fenómeno o de una obra que tenga un selloindividual, resulte luego que no lo tiene. N o creo que se hayaobservado suficientemente ba sta qué pu nto relaciones de idén

tico contenido adquieren cierto color, merced a la representación de su frecuencia o su rareza. Las relaciones eróticas noson las únicas que están influenciadas por la idea de que «semejante emoción no ba existido nunca»: no son las únicasque adquieren por ello un timbre especial y colmado de significaciones, que sobrepasan con mucho su contenido y valorPropios. Acaso no exista ningún objeto de posesión externa,

cuyo va lor — no sólo el va lor económ ico — no esté codetermí-ttado consciente o inconscientemente por la rareza o abun

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Sociolo

 v ia lid ad acom paña cierto grado de frecuencia , cierta idea derepetición de un contenido vita l, cuy o v a lo r está condiciona

 justam ente por a lgún grado de rareza. A h o ra bien; pare

como si la vida de una unidad social supraindividual, o la lación del individuo con ella, no se plantease nunca esta cutión. Dijérase que en este caso, siendo el contenido de la reción superior a la individualidad, no juega ningún papel otro sentido de la palabra individualidad, el sentido de coúnica o rara, y que por consecuencia de ello no se produce sensación de trivialidad. En las relaciones entre dos — amo

m atrim onio, am istad — , o tam bién en a lgun as relaciones más de dos, cuando no engendran un organismo superior (cmo a menudo sucede en la vida de sociedad), el tono de t

 vialidad arrastra a veces a la desesperació n y a la infelicid aEsto prueba que el carácter sociológico de las formacionduales consiste en asirse a las acciones recíprocas inmediatprivando a cada uno de los elementos de la unidad supraidivídual que está frente a ellos y en la que al propio tiemparticipan.

El hecho de que el proceso sociológico permanezca de esmodo dentro del mutuo apoyo personal, sin pasar a la formción de un todo supe rior a los elementos — como ocurre prin cipio en los grup os de dos - , con stituye, por otra parla base de la « intimidad». E l carácter «íntimo» de u n a re lción m e parece funda do en la inclinación ind ividual a consid

rar cada cual que lo que le distingue de otros, la cualidad ind vidual, es el núcle o, valor y fundam ento prin cip al de su extencia; supuesto éste que ho siempre es fundado, pues much veces lo típ ico, lo compartid o con m uchos, es lo esencial y sutancial de una personalidad. Ahora bien; el hecho se repien las asociaciones. También las asociaciones propenden considerar que lo específico de sus contenidos, lo que s

miembros comparten entre sí y no comparten con nadie dfuera de la comunidad, constituye el centro y el sentido pr

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i , ¿anudad en !o<¿ grupos sociales. 97

í5tíma como lo esencial aquel aspecto interior de la relación;fiando la estructura sentimental de la relación se basa enai¡uello que cada cual no da o enseña sino a otro, entonces es

.;uando surge ese co lorido pe culiar que llam am os intim idad .£a intimidad no descansa en el contenido de la relación. Dosrelaciones pueden ser idénticas, por ser igual la proporción enque se mezclan los contenidos individuales exclusivos con loscomunes también a otras direcciones; pero íntima será tansólo aquella en que los primeros aparezcan como la base o eleje de la relación. Cuando ciertas situaciones exteriores o es

tados de án im o nos imp ulsan a hacerle a u na person a, quenos es relativamente extraña, manifestaciones o confidenciasile las que reservamos para los íntimos, sentimos muy bienque no basta ese contenido «intimo» para dar intimidad a larelación. Nuestra relación habitual con esa persona es, en susustancia y sentido, general, no individual; por lo tanto, aquella confidencia, acaso nunca revelada a nadie, no basta para

incluir a dich a persona en nu estra intimida d, porque no constituye la base de nuestra relación con ella.

.Esa nota esencial de la intimidad la bace con frecuenciapeligrosa para las uniones duales muy estrechas, especialmente para el matrimonio. Los esposos se comunican las «intimidades» indiferentes del día, las amabilidades o rudezas de!a hora, las debilidades cuidadosamente ocultas a todos los

tic más. Y esto les lleva fácilmente a tran sportar el acento ysustancia de la relación a estas cosas plenamente individuales,Pero sin importancia objetiva; mientras aquella otra parte del^0, que es compartida con los demás y que acaso representa lomás importante de la personalidad, lo espiritual, lo magnánimo, lo orientado hacia los intereses generales, lo objetivo, esconsiderado como fuera del matrimonio y gradualmente eli

minado de él.A h bi l l i i id d i d l

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98 Soct

una comunidad, tanto más fácilmente se forma una uniobjetiva por encima de los individuos; pero entonces la

ciación se hace tanto menos íntima. Estos dos caracteres interiormente unidos. La condición de la intimidad es qurelación consista tan sólo en estar el uno frente al otro,sentir al mismo tiempo como existente y activo un organisupr ain di vidual. E sta condición se presenta raras veces. lo que caracteriza la fina estructura de los grupos de dosque s u sentido m ás inte nso q uedaría interrum pid o portercero, aunque fuera la unidad constituida por los dos ciados: y rige de tal modo este principio, que la intimidainterrumpe incluso en el matrimonio, tan pronto comonacido un hijo. Vale la pena de fundamentar esto congunas palabras, para caracterizar bien las uniones de elementos.

El dualismo, que suele constituir la forma de miescontenidos vitales, nos impulsa a conciliaciones cuyo logfracaso hace resaltar con gran claridad dicha forma. Cprimer ejemplo o modelo de lo que decimos, recordaremos lo masculino y lo femenino se sienten impulsados a una unque sólo resulta posible por la oposición de ambos, y que, cisamente por el apasionamiento con que se busca, apacomo algo, en lo más hondo, inasequible. En ningún otro cse siente mejor que el yo no puede apoderarse real y absol

mente del no yo, y esto justamente en la relación en queoposiciones parecen creadas para su complemento y fusLa pasión quiere derribar los límites del yo y fundir el con el otro; pero no consigue convertirse en unidad, y lo surge es una unidad nueva: el hijo. La condición dualistla generación - un a proxim idad que, no obstante, ha dealejamiento, sin poder alcanzar nunca la pretensión extr

del alma, y un alejamiento que, no obstante, se aproximal i fi i l ifi ió i i l l

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ICO Socio

como de una sociedad objetiva, se derivan para ellos bie y desgracias.

P o r lo que se refiere al m atr im on io, este h echo de qu

unidad se desentienda de sus cimientos — el mero yo mero tú — se encuentra facilitado por dos circunstancias. primer lugar, por su incomparable estrechez, Que dos sfundamentalmente distintos como el hombre y la mujer pdan unirse en tan estrecho vínculo; que el egoísmo individse aplique tan radicalmente, no sólo en pro del otro, sinopro de la relación total, con sus intereses familiares, su ho

familiar y, sobre todo, los hijos, es, realmente, un milagro se retrotrae a esas bases del individuo que están situadas allá del yo consciente y que resultan inexplicables por m

 vos racionales. Y lo mismo se expresa en la distinción eesta unidad y sus elementos singulares. Cada uno de ésiente la relación como algo que tiene una vida propia, fuerzas propias. Lo cual no es sino la fórmula de su in

mensurabilidad con lo que acostumbramos a representaren el yo personal y por sí mismo comprensible.

Esto, por otra parte, se ve muy favorecido por la trasi vidu alid ad de las form as m atrim oniales, en el sentid o dregularidad social y tradición histórica. Por muy distinque sean el carácter y va lor de los matrim onios — nad ie puatreverse a decidir si más o menos distintos que los ind

duos p articulares — , en últim o térm ino no es un a p areja laha inventado la forma del matrimonio, sino que ésta se h

 vigente en cada ám bito cultural, como algo rela tiv am ente no sometido al capricho; como algo cuya esencia forno em pañ a los matices y particularidades in div idu ale s.la historia del m atrimon io sorprende el gran papel sipre tradiciona l p or cierto — que juegan terceras persona

menudo ni siquiera parientes) en la petición, en el convsobre la dote en las ceremonias nupciales hasta llegar

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l .i cáOtitlad en los grupos sociales 101

elementos exteriores en la relación conyugal, contrapone elm atrim onio a la libertad in div idu al, (fue se da, po r ejemplo, enla relación amistosa. El matrimonio no tolera sino aceptación

o renuncia; pero no admite modificaciones. Todo esto fomenta, evidentemente, el sentimiento de una forma objetiva  y deuna unidad transpersonal del matrimonio. Aunque cada unode los cón yug es sólo tiene enfrente al otro, siéntese, sin em

 bargo, parcialm ente con el sentim iento de hallarse frente a unacolectividad, como mero sustentáculo de un organismo supra-individual, que en su esencia y normas es independiente de él.

Parece que la cultura moderna, al individualizar más ymás el carácter Je cada matrimonio, deja intacta, sin embargo,la supr&individualidad, que constituye el núcleo de su formasociológica. Es más, en cierto sentido parece fortalecerla. Lamúltiple diversidad de formas matrimoniales — determinadaspor la elección de los contrayentes o por su diversa posiciónsocial -- que se da en algunas semieulturas y en culturas ele

 vadas del pasado, parece al pronto constituir u n a form a -másindividual, una forma particularmente flexible y acomodadaa la diferenciación de los casos particulares. Pero, en realidad,sucede lo contrario. Cada una de estas clases de matrimonioes algo superior al individuo, algo predeterminado socialmente; su tendencia a la particularizacíón resulta más estrecha ycoactiva que una forma de matrimonio general y aplicable a

todos los casos, la cual, por su naturaleza abstracta, necesariamente Ha de conceder mayor margen a las diferencias personales. Este es un fenómeno sociológico general; existe unamayor libertad parala conducta individual, cuando la estructuración social se refiere a lo común, cuando a cualesquierarelaciones se impone una misma forma social, que, cuandolos estatutos sociales se especializan en variedad de formasParticulares, por querer, en apariencia, acomodarse mejor asituaciones y necesidades individuales. En este último caso es

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102 Socio

Por eso, la unidad de la forma matrimonial modeofrece mayor mareen para figuras particulares c[ue una pralidad de formas sociales predeterminadas; y, por otra pasu generalidad aumenta extraordinariamente el carácter obtivo, la vigencia autónoma del vínculo, frente a todas las mdificaciones individuales, de que se trata ahora para n

otros (l). A lg o análogo socio lógicam ente podría descubrirse ta

 bién en la dualidad de los asociados en un negocio . A un qla fundación y explotación del negocio esté basada en la

( l ) Es* peculiar fas ión del carácter subjetivo y objetivo, de lo personal

tratispersonal que ofrece el matrimonio, existe ya en el proceso fundamental: el e

rejamiento fisiológico, que  es   el único rasgo común a todas las formas de matrim

históricam ente conocidas. P ues quizá ning una Otra determinación se encuentre en t

ellas, sin excepción. Este proceso es sentido, de   una parte, como lo más intimo y

sonal, y de otra, como lo genera; y absoluto, que reduce la personalidad at servic

la especie, a la exigencia orgánica general de la naturaleza. En este doble carácteracto, que es plenamente personal por un lado y transpersonal por otro, reside su s

to psicológico; y esí «e comprende cómo justamente este neto ha podido ser la bas

la relación m atrim onial, lo cual reproduce ese dob le carácter en un grado socio ló

m i* sito . P ero, justamente sobre lo relación del ma trimonio co n el acto sexual , pr

cese una complicación formal muy singular. Si  bien no es posible una definición

tiva del matrimonio, dada la heterogeneidad de sus formas, en cambio puede afirm

que existe una relación entre el Lombtc y la mujer que no e* matrimonio: la rela

puram ente sexual. E l matrimon io, sea-lo que fuere, es siempre y en todas partes

más que el comercio sexual. Por muy divergentes que sean las direcciones en qu

matrimonio trasciende del comercio sexual, puede decirse que esc trascender d

sexual es lo que constituye el matrimonio. Sociológicamente, ésta es una estruc

casi única. E l único pun to que tienen de com ún tod os las forma s matrimoniales e

mismo tiempo, justamente, el que todas ban de superar para producir un matr

n io. S ólo onaloglas muy lejanas parece haber en otros cam pos. A si lo s artistas,

heterogéneas que sean sus tendeada s estilísticas o imaginativa», tienen que c

cer escrupulosamente los fenómenos naturales, no para quedarse en ellos, sino

llenar su misión artística específica, sobrep asá ndo los. A si, todas loa variedades hricas e individuales de cultura gastronómica, tienen de común el satisfacer lo» ne

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1.4cantidad en io^ grupos sociales 103

laboración de ambas personalidades, el objeto de dieba cola boración, el negocio o la «firma», es u n a realidad objetiv a, conrespecto a la cual tiene derechos y deberes cada uno de los

componentes... frecuentemente como podría ocurrirle a untercero. N o obstante, esto tiene un sentido sociológico distintoque el caso del matrimonio. £1 «negocio», a consecuencia delcarácter objetivo de la economía, es, desde luego, algo separado de la persona del propietario, tanto en el caso de que hayados propietarios, como en el de que sean uno o varios. Larelación mutua, en que están unos con otros los copartícipes,

tiene su fin fuera de sí misma, al paso que en el matrimoniotiene su fin en sí m ism a. E n el primer caso, la r elación seestablece como medio para obtener ciertos resultados objeti

 vos; en el segundo, lo objetiv o no es sino u n m edio para larelación subjetiva. Tanto más notable resulta, pues, que en elmatrimonio surja, frente a la subjetividad inmediata, la objetividad y autonomía del grupo, de que suelen carecer las demás agrupaciones duales.

Hay una característica de la mayor trascendencia sociológica, que falta en las agrupaciones duales, y que las pluralespueden tener siempre en principio; me refiero al hecho decargar los deberes y responsabilidades a cuenta del organismoimpersonal, hecho que con tanta frecuencia caracteriza la vidasocial, y no en ve n taja suy a. Y esto acontece en dos direcciones. Toda comunidad, que sea algo más que mera coexistencia

de individuos, tiene cierta indeterminación en sus límites y supoder, por lo cual fácilmente tendemos a reclamar de ellamultitud de obras, que propiamente correspondería realizar acada miembro individual. Esas obras las cargamos a cuentade la sociedad, como, en otro sentido, las cargamos a cuentadel porvenir, siguiendo una tendencia psicológica análoga;Pues el porvenir tiene nebulosas posibilidades que dejan espa

cio libre para todo, y del porvenir esperamos que, con fuerzasespontáneas res el a todo aq ello q e en el momento presen

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que el in div idu o n o desea hacer. Y esto ocurre en la creenciaque dicho traslado es perfectamente legítimo. Uno de los m

 jo res conocedores de N orteam érica atrib u ye gran parte de deficiencias y dificultades con que lu ch a allá la m áquina Ustado, a la fe en el poder de la opinión pública. Según élindividuo confía en que la colectividad ha de reconocer

 ju sto y realizarlo; y así am inora su in iciativa in divid ual rpecto a los intereses públicos. Usté sentimiento se exalta hta el punto de constituir el fenómeno positivo que describemismo autor, de 3a siguiente manera: Cuanto más tiempo gobernado la opinión pública, tanto más fácil es obtenerm á ' absoluta autoridad de la m ayoría; y cuanto más difes que se produzcan minorías enérgicas, tanto más inclinadse sienten los políticos a preocuparse, no de formar opinisino de descubrirla y obedecerla en seguida.

Pero tan peligrosa como en el aspecto de la omisiresulta para el individuo la pertenencia a una comunidad

el aspecto de la acción. N o se tra ta so lam ente en este caso aumento de impulsividad y de la anulación de los resormorales, que se producen en el individuo cuando forma pade u na m uchedu m bre, y que conducen a los delitos de masas, en los que es distícutible la responsabilidad jurídde los copartícipes; se trata de que, a veces, el interés verdaro o supuesto de una comunidad autoriza u obliga al indi

duo a realizar actos con cuya responsabilidad no quercargar si obrase particularmente. Las asociaciones económitienen exigencia«» de tan desaforado egoísmo; los colegoficiales toleran abusos tan irritantes; las corporaciones orden político o científico ejercen tan indignante tiranía soblos derechos individuales, que el individuo, si tuviese qresponder de estos actos como persona, no los realizaría, o,

menos, no sin rubor. Un cambio, como miembro de una cporación realiza todo esto con perfecta tranquilidad de co

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L» cantidad en los grup os sociales 103

Era preciso indicar esta degradación de los valores personales, que con frecuencia trae consigo la inclusión del individuo en un grupo. E,n efecto, su ausencia caracteriza los grupos de dos. Puesto cjuc cn los grupos duales cada elemento notiene a su lado más que otro individuo, y no una pluralidad,que eventualmente constituye una unidad superior, la dependencia en que está el todo con respecto del individuo y la responsabilidad de éste en todos los actos colectivos aparecen perfectamente claras. Puede, es cierto, como sucede frecuentemente, cargar la responsabilidad sobre el compañero; pero éste

sabrá rechazarla más inmediata y resueltamente que un con jun to anón im o, al que falta la energía del interés personalo la representación legitim a para tales casos. Y de la m ism aman era que nin gu no de los dos puede am pararse tras el grupopor lo que hace, tampoco puede confiar en el por lo que omite.Las fuerzas del grupo plural superan al individuo de unmodo muy indeterminado y parcial, pero muy sensible. Pero

en el grupo dual esas fuerzas no pueden, como cuando se tratade asociaciones grandes, compensar la insuficiencia individual. Pues aunque dos individuos unidos hacen más que dosseparados, lo característico aquí es que cada uno de ellos tieneque hacer algo, y si no lo hace, sólo queda el otro, no unafuerza su pra ind ividu al, como acontece en el caso de asociaciones de tres.

La importancia de esta determinación no reside tan sóloen su aspecto negativo, en lo que ella excluye. Tamhícn confiere un tono particular a las uniones de dos. Precisamenteel hecho de saber cada cual que no puede confiar nada másque en el otro, presta a estos gru pos du ales — verb igracia,«1 matrimonio, a la amistad y también a asociaciones másexternas, incluso a las asociaciones políticas de dos gruposuna consagración especial: en ellos, cada elemento se encuen

tra, por lo que toca a su destino sociológico y a las conse

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Sociol

río, <íue lo mismo liga que separa. C u an d o tres element A , B, C , form an una com unidad, la relació n inm ediata qexiste, por ejemplo, entre A y B. se complem enta po r la mdiata que estos m ism os, A y B m antienen m edíante su reción común con C. Constituye éste un enriquecimiento soclógico form al; los dos elementos A y B, además de estar lidos por la línea recta, la más corta, están también unidos una quebrada. Puntos, entre los cuales no puede darse ningcontacto inmediato, entran en relación mutua por medio tercer elemento, que vuelve bacía cada uno de los otros duno cíe sus lados, reuniéndolos al mismo tiempo en la unidde su personalidad. Escisiones que los interesados no puedresolver por sí mismos vuelven a deshacerse en el conjungracias al tercero que las abarca.

Pero la unión indirecta, si por un lado favorece la direcpor otro la estorba. En toda asociación de tres, por estrecque sea, hay ocasiones en que uno de los tres es sentido co

un intruso por los otros dos, aunque sólo sea por su partpación en estados de ánimo cuya concentración y delicadruborosa sólo perm iten el desarrollo entre dos personas. Tounión sensitiva de dos se irrita cuando tiene un espectadTambién puede observarse cuán raro es que tres personas lguen a encontrarse en la misma disposición de ánimo al vtar un museo, verbigracia, o al contemplar un paisaje; c

que entre dos se produce con re lativa facilidad. A y B puedacentuar y sentir sin obstáculos el elemento m,  que les es mún, porque el elemento n   que A no comparte con B y el emento a- que B no com parte con A , pasan a con stituir coreservas individuales, sitas en otro plano. Pero si se agreun C , que tenga de común con A el elemento n  y con B eentonces, aun en esta situación, que es la más favorable p

la unidad del todo, quedará destruido en principio el caráci i d l i i d f

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1 .3 cantidad cu los grupos sociales 107

teriza por el Hecho de que le falta, no sólo el refuerzo del tercero o de un marco social superior a ambos, sino también esaperturbación y desviación de la pura reciprocidad. Pero en

muchos casos, justamente esta deficiencia puede hacer másintensa y recia la relación. Porque el sentimiento de la purarecij>rocidad, sin esperanza de otras fuerzas unificantes que lasprocedentes de la acción recíproca inmediata, promueve a la

 vida fuerzas de com unid ad aún vírgenes, procedentes de apartadas reservas psíquicas, e incita a evitar cuidadosamente lasdificultades y los peligros que fácilmente sobrevienen cuando

el sujeto confía en un tercero o en la comunidad. Esta intimidad a que tienden las relaciones entre dos personas es lacausa de que éstas sean el asiento principal de los celos.

Este mismo fenómeno sociológico se manifiesta tambiénen la observación de que los grupos de dos, los conjuntos dedos solos copartícipes, presuponen mayor individualidad enéstos que — ceteris paribus— los de muchos elementos. Loesencial, en este sentido, es que en las aso ciacion es Üe dos nohay mayoría que pueda imponerse al individuo. Pero la posi bilidad de la m ayoría se presenta ya con la agregación de u ntercero. A b o ra bien; a qu ellas relaciones en que es posible lacoacción del individuo por la mayoría degradan la individualidad. Las individualidades muy resueltas no gustan de entraren ellas. Conviene en este punto distinguir dos conceptos, quea menudo se confunden: la individualidad marcada y la indi

 vidualidad fuerte. H a y personas y colectivid ades dotadas degran individualidad, pero que no tienen fuerza para defenderla frente a imposiciones o energías niveladoras; al paso que laperson alidad fuerte suele afirm arse justam ente en medio de lasoposiciones, en la lucha por su peculiaridad y frente a todaslas tentaciones de acomodo o mezcla. La primera, la individualidad meramente cualitativa, evitará las asociaciones en que

pueda hallarse frente a una mayoría eventual; en cambio, estád ti d l á i i i d d

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¡ j c ant id ad e n l os g ru p os s oc ia l e s

proporciones correspondientes. Así, por ejemplo, el matrimon i o con un hijo tiene un carácter totalmente distinto del mat r i m o n i o sin hijos; pero y a no se diferencia tanto del m atri

m o n i o con dos o más hijos. Sin duda, la diferencia que introduce en su ser interior el segundo hijo, es, a su vez, muchom á s considerable que la que resulta del tercero. Pero esto estáde acuerdo con la norma indicada; pues el matrimonio con unh i j o es, en cierto sentido, también una relación de dos miem bros: los padres, como unidad, por un lado, y el h ijo por otro.El segundo hijo no es sólo un cuarto miembro, sino también,

considerado sociológicamente, el tercer miembro de una relac i ó n ,  y produce los efectos propios de ta l; pues, dentro de lafamilia, cuando Ha pasado la edad infantil, ios padres formanm á s frecuentemente una unidad, que no la totalidad de los

h i j o s .

También en la esfera de las formas matrimoniales loesencial es saber si reina la monogamia o si el marido tiene

una segu nd a m ujer. E n el últim o caso, la tercera o vigésim amujer carece, relativamente, de importancia para la estructuradel matrimonio. Dentro de los límites asi trazados, el tránsitoa una segunda mujer tiene, al menos en una dirección, muchas más consecuencias que el tránsito posterior a más mujeres. Pues, justamente, la dualidad de mujeres puede dar lugaren la vida del hombre a vivos conflictos y a grandes dificulta

des, que no se producen cuando el número aumenta. En efecto, este aumento supone tan profunda degradación y desindi vidualización de las m ujeres, e im plica tan declaradam enteuna relación reducida a su aspecto sensual (ya que el espiritual es siempre de naturaleza individual) que, por lo común,no pueden sobrevenirle al hombre esos grandes trastornos queson siempre consecuencias de una relación doble.

En el mismo motivo está inspirada la afirmación de

 V oltaire sobre la utilidad política de la anarquía religiosa:

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110 Sociolog

cónsules romanos se Kan opuesto quizá más eficazmente a loapetitos monárquicos, que el sistema ateniense de los nuevfunciona rios supremos. E l dualismo, con su tensión, actúa e

sentido destructor o conservador, según las restantes circunstancias de la asociación total; lo esencial es que ésta últimtiene un carácter sociológico totalmente distinto, según que lfunción de que se trata corra a cargo de una sola persona o dun número de personas superior a dos. Con frecuencia, y en emismo sentido que los cónsules romanos, los colegios direct

 vos se com ponen de dos m iem tros, v- gr.: los dos reyes espar

tanos, cuyas constantes desavencncíavS eran consideradas declaradamente como garantía de la seguridad del Estado: lodos generalísimos iroqueses, los dos alcaldes del Augsburgmedieval, donde se castigaba severamente toda pretensión apuesto de burgomaestre único. Los roces peculiares que sproducen entre los elementos dualistas de una estructura máam plia, mantienen e lsf a íu quo en la función que desempeñanE n cambio, en los ejemp los aducidos, la fusión en un idad hu

 biera determ in ado un predom in io individ ual, y la extensió nen pluralidad hubiera producido fácilmente el predominio deuna pandilla oligárquica.

 A dem ás del tip o en que la dualidad de los elementoresulta tan decisiva que los demás aumentos numéricos no lalteran considerablemente, m encionaré dos hechos m uy singu lares, pero m uy imp ortantes como tipos sociológicos. La

»situación política de Francia en Europa sufrió una mudanza radical al l igarse en alianza con Rusia. Una vez acontecida esta modificación esencial, la adición de un tercero o cuarto aliado no hubiera producido ningún cambio fundamentalLos contenidos de la vida humana se diferencian grandemente, según que el prim er paso sea el más gra ve y decisivo — teniendo los posteriores una im portan cia secundaria — o no sig

nifique nada todavía por sí solo, siendo sus continuaciones yafianzamientos los que producen las transformaciones que e

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L j  cantidad en los grupos sociales 111

a l i a n z a es decisivo; en cambio, otras veces, determinadas vent a j a s económicas o políticas no pueden realizarse basta que seh a llegado a constituir un circulo   de inteligencias, que son

necesarias todas  para que se produzca el efecto deseado. Entree s t o s dos tipos se encuentra aquél en que el carácter y el éxitod e l a unión resultan proporcionados al número de los elem e n t o s , como suele suceder en las uniones de grandes masas.

Dentro del segundo tipo está comprendida la experienciade que las relaciones de man do o subordina ción cam bian esencialmente de carácter cuando en vez de un criado, asistente o

subordinado, se em plean dos. La s am as de casa aparte lacuestión del gasto — prefieren a veces manejárselas con unacriada sola, para evitar las dificultades que el número pluralengendra. E l criado único, m ovido por la necesidad na turalde apoyo, procurará aproximarse a la esfera personal y alcírculo de intereses del amo; pero, en cambio, ese mismo instinto le moverá a formar partido contra los señores con un

segundo, pues entonces cada uno de los dos encuentra apoyoen el otro. E l sentim iento de clase, con su oposición latente oconsciente a los señores, sólo tendrá efectividad al aparecer elsegundo criado, porque entonces se ofrecerá como lo comúna ambos. E n u n a palabra; la relación sociológica entre el supe rior y los inferiores, camb ia totalmente tan pron to como seañade el tercer elemento; en vez de la solidaridad aparece

entonces en primer término el partidismo, y en vez de acentuarse lo que une al servidor con el señor, se acentuará lo quelos separa, porque la comunidad se busca por el lado del compañero y, naturalmente, los inferiores se encontrarán en elplano que constituye su oposición frente al superior común.

También es fundamental la transformación de la diferencia numérica en cualitativa, cuando para el elemento domi

nante de la asociación ofrece la consecuencia contraria, favorable de serle más iá i il m antener a dis tancia a dos subordinados

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152 Socioluv.

 va . L a de (res se di fe re nc ia es pe cí fic am en te de la de do s, h ad aatrás, por decirlo así, pero no hacia adelante, pues ya no haydiferencia entre ella y la de cuatro o más elementos.

Co m o tránsito para las forma ciones particulares de tr. selementos, estudiaremos la diversidad de caracteres colectivos,según que los elementos se escindan en dos o en tres partidosprincipales. En épocas accidentadas de la vida pública, todossuelen acogerse al lema: «el que no está conmigo, está contramí». La consecuencia de esta situación debe ser la división ¿o los elementos en dos partidos.Todos los intereses,convicciones

e impulsos que nos ponen en relación positiva o negativa co:.otros, se distinguen según la vigencia que tenga en ellos aqueiprincipio, y pueden ordenarse en una serie, que va desde laexclusión radical de todo término medio y de toda imparcialidad, has(a la tolerancia de los puntos de vista contrarios,como visiones igualmente justificadas, en una escala de actitudes que coinciden más o menos con la propia. Toda resolución que guarde relación con nuestros círculos ambientes, máso menos remotos, que nos localice en éstos, que implique paranosotros cooperación interna o externa, benevolencia o simple tolerancia, notoriedad o peligro; toda resolución de es<aclase ocupa un puesto determinado dentro de aquella escala.Cada una de ellas tra/a alrededor de nosotros una línea idealque o incluye o excluye decididamente a las demás o que tiene

huecos en los cuales no se plantea la cuestión de dentro >iuera, o si se plantea es de tal modo que hace posible un merocontacto o una inclusión parcial, completada en una exclusión, también parcial. La cuestión de si se ofrece y el rigorcon que se ofrezca el dilema de o conmigo o contra mí, no depende tan sólo de la exactitud lógica de su contenido, ni si'quiera déla pasión con que el alma se adhiera a éste, sinosobre todo de la relación que el que interroga mantiene consu círculo social. Cuanto más estrecha y solidaria sea esta relación, tanto menos puede el sujeto coexistir con otros, comocompañeros de igual opinión . Y cuanto más fuerte sea la u ní'dad que un ideal imprima a todos los miembros de un partido, tanto más radical se planteará ante cada uno la cuestióndel pro o del contra. E l radicalismo con que  Jesús  formulaeste dilema obedece al sentimiento infinitamente fuerte de la

La cantidad en los grupos sociales 113

unidad que existe entre todos los que han recibido su nuevaFrente a esta nueva, la alternativa no se limita a pedir que seaaceptada o rechazada, sino que quiere que sea aceptada o com

 bat id a. E.S esta la ex pr es ió n m ás fu er te qu e ca be pa ra de signar la unidad absoluta de los que se consideran dentro y elapartamiento absoluto de los que no lo están. La lucha, la actuación en contra es siempre una relación;  revela una unidadinterna que, aunque pervertida, es más fuerte que la coexistencia indiferente o la tolerancia délas actitudes medias. Estesentimiento sociológico fundamental impulsará, pues, a la

escisión de los elem entos tod os en do s  partidos. En cambiocuando falta esc sentimiento apasionado, que aspira a abarcael todo, forzando a cada cual a colocarse en una relación  po

sitiva —   de aceptación o de combate — con la idea o exigenciaplanteada; cuando cada grupo parcial se conforma con suexistencia parcial, sin pretender seriamente incluir en su senoa la colectividad entera, entonces el terreno está abonado parauna pluralidad de partidos, para la tolerancia de los partidosmedios, para una escala de opiniones en múltiples grados

 A q u e ll a s épocas en qu e se mue ven gr an de s m as as , so n fa vorables al dualismo de los partidos; excluyen el indiferentismo y am en gu an la in flu en ci a de lo s pa rt id os m ed io s. F.ilo scomprende bien teniendo en cuenta el radicalismo, que hemoreconocido antes como el carácter de los movimientos dmasa. La simplicidad de ideas con que las masas son dirigidas propende a plantear las cuestiones en la forma de un sí o

un no radicales (l).Este radicalismo, que caracteriza los movimientos d

masas, no impide a veces su conversión total de un extremo aotro. Incluso es fácil de comprender que esto acontezca pomotivos fútiles. Un caso  X ,   que corresponde al estado de ánimo a, se verifica ante una masa reunida. E n ésta se encuentra

(i ) A través de toda la hisTorin. loa tendencias democráticas de loe ¿runde* m

vimiento* colectivos prefieren disposiciones, leyes y principios sencillos. A la democr

cia le son antipáticas todas las piácticas complicada*, en que entran varias considera

ciones y que tienen en cuenta diversos pun to* de vista. Por el contr ario, lo aristocr

cia suele semir Lortor o la* leyes ¿ene:ale.s y obligatorias, concediendo el más ampli

margen a las particularidades de los elemento* individuales, personales, lócale », ob

 jet ivo s.

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Sociolo

queremos tratar de tres elementos tan próximos que consti yen , duradera o m om entáneam ente, u n grupo.

E,n el caso más importante de las uniones duales, enmatrimonio monogámíco, el niño o los niños ejercen frecutemente, como tercer elemento, la función de mantener unel todo. En muchos pueblos primitivos, el matrimonio noconsidera realmente perfecto o indisoluble hasta que ha nado un hijo; y u n o de los m otivos po r los cuales el aum entola cultura mantiene más profunda y estrechamente ligado

los matrimonios, es que los hijos tardan más tiempo en cerse independíenles, porque exigen más largos cuidados.fundamento del hecho primeramente mencionado está en.

 va lo r que tiene el h ijo para el hombre, y en la tendencia , scionada por la ley y la costumbre, a repudiar a la mujer esril. Pero el resultado efectivo es que el tercero es propiameel que cierra el círculo, ligando entre sí a los otros dos. E

puede acontecer de dos m aneras. O bien la existencia del tcer elemento crea, o fortalece, la u nid ad de los d os — cocuando el nacimiento de un hijo acrecienta el amor mutuolos esposos o al m enos el del m arido por la m u je r — , o bla relación de cada uno de los dos con el tercero crea

 v ín cu lo nuevo e indirecto   entre ellos, como cuando los cuidos dedicados al Hijo representan un lazo que trasciende d

hijo mismo, v a veces consiste en simpatías que no podrsurgir sin esa estación intermedia. Es1a socialización interque resulta de los tres elementos y a la que los dos elemenprimeros se oponen aisladamente, constituye la hase del cho, ya antes observado, de que muchos matrimonios, enlos que no reina armonía interior, no desean tener hijos; mnifiéstase aquí el instinto que sabe que el hijo cerrará círculo, dentro del cual los cónyuges se encontrarán ligamás estrechamente de lo que desean, y no sólo de modo ex

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r e s o l v e r lo que tengan de incompatible. Las desavenencias entre obreros y patronos Kan producido, especialmente en Inglaterra, ambas formas de solución. Así, existen Cámaras pa

ritarias, en donde las partes eliminan los motivos de disentim i e n t o , mediante negociaciones celebradas bajo la presidenciaJe una persona imparcial. Sin duda, un mediador de este gén e r o no logrará realizar la unión sino cuando ésta esté justificada, en opinión de cada una de las partes, por la relacióne x i s t e n t e entre los motivos de la contienda y las ventajas dela paz; en sum a, cuando la situación-real la aconseje por sí

m i s m a . La enorme probabilidad de que esta creencia se produzca entre las partes, por obra del mediador imparcial, sedebe a lo siguiente — prescindiendo de la natural eliminaciónde las malas inteligencias, del influjo de los buenos conse

 j o s , etc. — : a l expon er el árbitro imp arcial las pretensiones yrazones de un partido, pierden éstas el tono de pasión subjetiva que suele provocar igual apasionada réplica en el otrol a d o .

Resulta aquí saludable lo que en tantas ocasiones es lamentable; a saber: que el sentimiento concomitante o un contenido espiritual suele debilitarse considerablemente cuandopasa de su primer sujeto a un segundo. Por esta razón, lasrecomendaciones que pasan por muchas personas intermediasson con frecuencia ineficaces, aun en el caso de que su conten i d o objetivo llegue completamente ileso a la instancia deci

siva. Y es que, al trasladarse de u n sujeto a otro, se evap oranl o s imponderables sentimentales, que no sólo sirven paracompletar las razones objetivas insuficientes, sino que inclusoa l a s suficientes imprimen impulso para su realización práctica. Lste hecho, altamente importante para el desarrollo deinfluencias puramente espirituales, determina, en el caso senc i l l o de un tercer elemento mediador, que los acentos sentimentales que acompañan a las demandas desaparezcan de

Pronto al ser éstas formuladas por una persona imparcial,

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— desde la con versación de un a h ora Hasta la vida de fam ilia —en que unas veces entre estos dos y otras entre aquellos dos,no se produzca un disentimiento, nimio o grave, momentáneoo duradero, teórico o práctico, y en que el tercero no actúecomo mediador. Incontables veces acontece esto de un modocompletamente rudim entario, en form a larvada. m ezclada conotras acciones e influencias mutuas, de las cuales no puedesepararse claram ente la fun ción de mediador. N i siquiera esnecesario que tales mediaciones se expresen en palabras: un¿testo, un ademán de atención, la actitud de un individuo, sonsuficientes para encaminar hacia la armonía una diferenciaentre otros dos, para hacer sentir lo esencialmente común enlas diferencias de opiniones, para dar a éstas la forma en queresulte más fácil la ave nencia. N o es preciso que se trate deuna contienda o lucha propiamente dicha. Las innumerablesdiferencias ligeras de opinión, la iniciación de un antagonismo entre dos caracteres, la aparición de oposiciones momen

táneas entre intereses o sentimientos, colorean continuamentelas formas oscilantes de toda convivencia. Pero la presenciadel tercero, que ejerce casi inevitablemente función de mediador, determ ina constan tem ente el curso de esos matices. Y lafunción medianera es ejercida alternativamente por los treselementos, ya que el flujo y reflujo de la vida comúti realizaesta forma en todas las posibles combinaciones.

La imparcialidad requerida por la mediación puede basarse en dos supuestos. El mediador es imparcial cuando esajeno a los intereses y conflictos en colisión, o cuando participa igualmente de ambos.  El primer caso es el más sencillo, elque produce menos complicaciones. En las discusiones entreobreros y patronos ingleses, por ejemplo, se ha recurrido confrecuencia a una persona imparcial, que no era ni obrero ni

Patrono. Es notable el rigor con que. en estos casos, se realizala separación antes aludida entre los elementos reales los

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pura m ente te ó rica — , ha de .sentir éste un interés subjetivpues de lo contrario no asumiría las funciones de mediadoPor consiguiente, hay aquí un mecanismo puramente objet

 vo, que entra en m ovim iento a im pulsos de u n calor subjetivE l desinterés personal respecto del sentido objetivo de la luch

 y, a l m ism o tiempo, el in terés por su aspecto subjetiv o, col boran a caracteriz ar la posic ión del árbitro im parcial, que sertanto más apropósito para su función, cuanto más desarrollados estén en su persona cada uno de estos dos aspectos, locuales, al propio tiempo, han de coexistir y actuar en unidad

Más complicada es la posición del mediador imparciacuando lo que le cualifica para tal función es el hecho de participar igualmente de los intereses opuestos, en vez de hallarsapartado de ellos. Mediaciones de este género se producen frecuentemente cuando una persona pertenece, en sentido locaa un círculo de intereses distinto de aquel a que pertenece posu profesión. Así, en épocas anteriores, los obispos intervenía

a veces entre el señor de su diócesis y el Papa; así, el funcionario administrativo, que conoce perfectamente los intereseespecíales de su distrito, será el mediador indicado cuando sproduzca una colisión entre aquéllos y los intereses generaledel Estado; del mismo modo sucede con frecuencia que la com binación de im parcialidad, y al propio tiempo de ínie rés, (fuse requiere para mediar entre dos grupos locales, se encuentr

en personas que, procediendo de uno de ellos, vive en el otroEn estos casos la posición del mediador es difícil, porque nse puede apreciar con absoluta certeza la igualdad de su interés por ambos contendientes, el equilibrio perfecto de su acttud; y así resulta que, frecuentemente, sospechan de él las do

partes. Una situación más difícil, y a veces trágica, surgcuando no son intereses concretos los que el tercero tiene dcomún con uno y otro partido, sino que es su personalida

entera la que está en ambos. Este caso asume su forma extre

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trozado  interiormente que si se pronunciara por uno de los dos bandos; tanto m ás cuanto que, en estos casos, el m ediador nopuede lograr generalmente sus propósitos de que la balanzano se incline ni a un lado ni a otro, porque no le queda el recurso de reducir el conflicto a una contraposición objetiva.Éste es el tipo de m ucho s conflictos fam iliares . E l m ediador,cuando su imparcialidad consiste en bailarse alejado igualmente de los dos contendientes, resuelve con relativa facilidadsu problema. Pero la situación del que está igualmente próximo a las dos partes es mucho más difícil y le hace caer perso

nalmente en las alternativas más dolorosas. Por eso, cuandoel mediador es elegido, se preferirá, en igua ldad de condiciones,al igu almente desinteresado, m ejor que al igualm ente interesado. Así, por ejemplo, en la Edad Medía, algunas ciudades italianas solían buscar sus jueces en otras ciudades, para estarseguras de su im pa rcialidad frente a las disensiones intestinas .

Esto nos señala el tránsito a la segunda forma de avenen

cia, mediante el tercero imparcial: el arbitraje. Mientras eltercero actúa como simple mediador, el término del conflictoestá en manos de las partes mismas. Pero al elegir un árbitro,las partes se desprenden de este poder decisivo; es como si hu

 bieran encarnado en el árbitro su volun tad de reconciliació n.Con lo cual, éste adquiere particular relieve y notoria fuerzafrente a los elementos en lucha. El nombramiento voluntario

de un árbitro, a quien nos sometemos a priori,  supone unamayor confianza subjetiva en la objetividad del juicio, queninguna otra forma de decisión. Ante el tribunal del Estado,la acción del demandante   supo ne, sí, la con fianza en la decisión justa (pues por justa entiende la que le favorece a él);mas el demandado, en cambio, tiene que entrar en el pleito,crea o no crea en la imparcialidad del juez. Pero como se ha

dicho, el arbitraje sólo se produce cuando existe esa confianzaen ambos contendientes En principio la mediación se dife

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122 Sociologí

tinta ¿el arbitraje, confiado a veces al soberano de un tercepaís. En la vida privada diaria, donde los grupos típicos de a

tres ponen constantemente a uno de los miembros en disensión expresa o latente, total o parcial, con respecto a lootros dos, se producirán muchos grados intermedios; teniendoen cuenta la inagotable variedad de las relaciones posibles, ellamamiento de las partes a un tercero, o su iniciativa voluntaria, o incluso impuesta, para procurar la avenencia, provocarán con frecuencia casos en que no se pueda separar el elemento de la mediación del arbitraje. Para comprender el tejid

real de las sociedades hum ana s y su abundan cia y movilidaindescriptibles, lo esencial será afin ar la mirada para descubriesos indicios y esas transiciones, para percibir las formas drelación que apenas indicadas desaparecen, para advertir sufiguras embrionarias y fragmentarias. Los ejemplos en que srepresentan puros cada uno de los conceptos correspondientea estas formas de relación son, sin duda, instrumentos indis

pensables de la Sociología; pero frente a la vida real de la sociedad se comportan como las formas aproximadamente exactas, que sirven de ejemplo a los teoremas geométricos, frenta la infinita complicación de las realidades materiales.

En conjunto, la existencia del tercero imparcial sirve a lconservación del grupo. Como representante en cada caso dla energía intelectual, frente a los partidos dominados momen

táneamente por la voluntad y el sentim¡enlo, complementapor decirlo así, los partidos, llevándolos a la plenitud de lunidad espiritual que alienta en la vida de los grupos. Es, pouna parte, el freno que detiene el apasionamiento de los otropor otra parte, dirige el movimiento del grupo total cuando eantagonismo de los elementos contendientes amenaza paralzar sus fuerzas. Sin embargo, este efecto puede trocarse en lcontrario. Por las razones indicadas, los elementos más intel

gentes de un grupo serán los que más se inclinen a la impa

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La cantidad en los grupos sociales 123

que, cuando los grupos se plantean el dilema entre el sí y el

no, arrojasen su peso en la balanza, que probablemente inclinarían del lado justo. C ua nd o, pues, la imparcialidad no sir va para la mediación prác tica, determinará, por su combinación con la intelectualidad, que la decisión quede abandonadaa los elementos más insensatos, o por lo menos a los más interesados del grupo. Por eso, si la conducta imparcial, comotal, es tantas veces — desde Solí n — desaprobada, débese a unsano insti nto social, y a un profu ndo sentimiento de lo queal todo le conviene, mucho más que a la sospecha de cobar

día, que con frecuencia alcanza a la imparcialidad, a veces,empero, injustamente.

Es evidente que la imparcialidad como alejamiento equidistante o como interés igual hacia los dos contendientes, puede mezclarse como las más variadas relaciones que se den en-trc^cl tercero y los otros dos, o con la totalidad de! grupo. Elhecho, por ejemplo, de que el tercero, conviviendo con los de

más en un grup o, aunque a partad o de sus conflictos, sea arr astrado a éstos, pero ostentando el sello de la independenciafrente a los partidos ya existentes, puede servir m uch o a launidad y equilibrio de los grupos. En esta forma sociológicaprodújose en Inglaterra la primera participación del tercer estado en los negocios públicos. Desde la época de Enrique IIIla política estaba irrevocablemente ligada a la colaboración

de los grandes barones, a quienes competía, junto con los prelados, consentir los impuestos; el complejo de estos dos estados era poderoso frente al rey, y a veces hasta superior. Peroen vez de una colab oración fecunda entre ellos y la corona,surgieron incesantes discusiones, abusos, alternativas de poder, choques. Llegó un momento en que ambos partidos sintieron que sólo podía poner remedio a esta situación el ingreso de un tercer elemento, constituido por los vasallos y hom bres libres de los condados v í a s ciudades que hasta entonces

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124 SOCt

situación en cierto modo objetiva; con lo cual contribuydirigir armónicamente al servicio del Estado las dos fuerque antes se desbastaban en mutuas luchas.

2.  K 1  «tertius gaudens».  — E n las combinacionaqu í enumeradas, la impa rcialidad del tercer elemento servdañaba al grupo como totalidad. Tanto el mediador comoárbitro quieren salvar la unidad del grupo, en peligro de rperse. Pero el tercero imparcial puede evidentemente utilla superioridad de su posición en pro de intereses purameegoístas. Mientras en las dos primeras figuras se comport

como medio para los fines del grupo, aquí, por el contraconvierte las relaciones mu tua s entre los partidos y entr y los partidos en u n medio para sus propios fines. N o se ta siempre, en este caso, de organizaciones anteriormente csolidadas, en cuya vida social surja este acontecimiento jua otros. Muchas veces, la relación entre las partes y el terc

•imparcial es creada ad hoc.  Ele m en tos que no form an un i

de acción recíproca pueden entrar en lucha; un tercero, relación hasta entonces con los antagonistas, puede aprochar espontáneamente las probabilidades que esta luchaofrece como elemento imparcial; y de este modo es posque se produzca una acción recíproca fugitiva, cuya vivacid

 y riqueza de formas no guardan proporción, para cada mento, con la brevedad de su existencia.

Mencionaré dos formas del tertius gaudens,  sin enten detalles, porque en ellas no se ofrece de un modo bastacaracterístico la acción recíproca dentro de los grupos de tde cuyas formaciones típicas tratamos ahora. Acaso lo mcaracterístico sea cierta pasividad, bien do los dos contendites* bien del tercer elemento. Puede ocurrir, en efecto, la ventaja obtenida por el tercero consista en que los ot

dos se neutralizan mutuamente, permitiéndole así embolsau n a ga na nc ia que de otro mo do le hub ieran disputado.

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12   cantidad en los grupos sociales

cómo esta situación se produce intencionadamente. Puedeocurrir, en segundo lugar, (fue el tercero obtenga ventaja, poríjue la acción de uno de los contendientes, aunque dirigida al

logro de sus propios fines, se la produzca, sin que el favorecido necesite tomar por su parte iniciativa alguna. El ejemplotípico de este caso son los beneficios que hace un partido a untercero, sólo por mo lestar al p artid o contrario. A s í las leyesinglesas de protección obrera surgieron al principio, en parte,por el rencor de los tories contra los fabricantes liberales.También se explican de este modo muchas empresas de bene

ficencia, debidas a una pugna de popularidad. El Hacer bien aun tercero para molestar a un segundo supone una intenciónparticularmente mezquina y perversa. Nada como esta explotación del altruismo subraya tan claramente la indiferenciafrente al carácter m ora l del beneficio a otros. Y es dobl em ente significativo que la finalidad de molestar al adversario pueda lograrse lo mismo favoreciendo a sus amigos que a sus

enemigos.Las formaciones esenciales en este terreno se producencuando el tercero, por su parte, se dirige hacia uno de los partidos para prestarle ayuda práctica (es decir, no en una actitudpuramente intelectual y objetiva como el árbitro), y obtener asíganancia mediata o inmediata. Dentro de esta forma se encuentran dos figuras fundamentales: unas veces dos partidosson enemigos entre sí, y por serlo, buscan en competencia elfavor del tercero; o bien dos partidos buscan el favor del tercero, y por esta razón son enemigos. Esta diferencia vale especialmente en el desarrollo ulterior de esta figura. Cuandouna Hostilidad previa impulsa a ambos partidos a buscar elfavor del tercero, la decisión de esta competencia, la resolucióndel tercero en pro de uno de los partidos, significa el comienzode la lucha. Por el contrario, cuando dos elementos se esfuer

zan por obtener el favor de un tercero y ello constituye el fund t d t i l d ió d fi iti d t

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126 Sociol

condiciones   de su resolución. Si por cualquier motivo no pde imponer estas condiciones, entonces no saca completo p

 vecho de la situación. A s i ocurre en uno de los casos más fcuentes del segundo tipo: la competencia entre dos person

del mismo sexo por obtener el iavor de una persona del secontrario. En este caso, la decisión de la última no depenen general, de su voluntad, en el mismo sentido que la de comprador ante varías ofertas o la de un príncipe entre varsolicitantes, sino que viene determinada por sentimienque no están a merced de la voluntad, y que de antemainhiben toda elección. Por eso, aunque sólo en casos exccionales me dian aquí ofertas enc am ina das a determinarelección, sin embargo, la situación es la del tertius gaude

 bien que esta situación no pueda ser aprovechada por compto. El ejemplo más amplio del tertius gaudens  es el públcomprador en una economía de competencia libre. La lucde los productores por conquistar al comprador coloca a éde una independencia casi completa de los proveedores indidu ale s— aunqu e depende de la total comun idad de dichos p veedores, que pueden coaligarse invirtiendo al punto la rec ió n — y le permite ajustar su compra según sus exigencrespecto a calidad y precio de la mercancía. Su situación tieadem ás la sin gu lar vent aja de poner a los productores entrance de adelantarse inclusive a esas exigencias, procuran

adivinar los deseos inexpresados o inconscientes del consumdor, sugiriéndole otros que no tiene o habituándole a ellDe sde el primero de los casos men cion ados — el de la mu jer locada entre dos pretendientes, caso en el cual, por dependla decisión, no de la conducta, sino de la personalidad mismde los rivales, la mujer que elige no suele poner condicion y, por consiguiente, no explota la situación - , h ay una se

continua de formas que llegan hasta el tráfico de mercanc

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I t1 c a n t i d a d e n ío.ñ g m p o s s o c i a le s 127

lia en la cual una hostilidad, que originariamente no se refierea1 tercero, impulsa a los contendientes a buscar en competencia el aux ilio de este tercero. E l senc illo proceso de esta for m a

adquiere un particular interés sociológico, con la siguientemodificación: Para obtener fa situación ventajosa, la fuerzaque ba de manejar el tercero no necesita ser cuantiosa, en relación con la de los dos partidos hostiles. La cuantía de esafuerza está determinada exclusivamente por la relación en queestén un as con otras las fue rzas de Jos dos partidos  hostiles.Lo que importa es, evidentemente, que la intervención del

tercero, al lado de uno de los dos, dé a éste el predominio. Así,pues, cuando los dos poderes hostiles son casi iguales, bastaun mínimo de incremento para decidir definitivamente lacuestión por un lado. Así, sucede con frecuencia que pequeñospartidos parlamentarios adquieren una gran influencia, no porsu propia importancia, sino porque las fuerzas de los grandespartidos están aproximadamente equilibradas. Donde quieraque decidan las mayorías y donde, por tanto, todo depende, a veces, de un. solo voto, existe la posibilidad de que partidoscompletamente insignificantes impongan las condiciones mástiránicas a cambio de su apoyo. Lo propio puede acontecer enla relación de los Estados pequeños con los grandes que seencuentran en lucha. Lo que importa es que las fuerzas antagónicas se paralicen mutuamente, con lo cual la posición deltercero, por débil que éste sea, adquiere un valor ilimitado.

Elementos por sí mismos fuertes no se aprovecharán menos,como es natural, de esta situación.

Sin embargo, en algunas colectividades, como, por ejemplo, en los partidos que viven una vida muy desarrollada, esello difícil, justamente porque los grandes partidos suelen mo verse dentro de módulos fijos objetivos, y suelen, tener regladassus relaciones, lo que les impide disfrutar de la plena libertad

de decisión necesaria para obtener todas las ventajas que implica la postura del tertius ¿aadens Gracias a circunstancias

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I ’ X  Sorioiogú

libertad, tan pronto en un sentido como en otro; puede reso verse en pro o en contra de las aduanas protectoras, en pro en contra de las leyes obreras, en pro o en contra de los gastomilitares, sin faltar por ello a su programa. En todos estos casos le es posible hacer de tcrtius gaudens  entre los demás partidos. N o se le ocurrirá a n in gú n agrario pedir el apoy o de losocial-deniócratas para imponer un arancel aduanero al trigopues sabe que el partido social-demócrata es contrario a estoaranceles. Ningún liberal pedirá ni pagará el apoyo de losocialistas para combatir unos aranceles, porque sabe que eprograma del partido socialista coincide ya con este propósitoEn cambio, los agratios y los liberales pueden acudir al centro, que está en condiciones de poner precio a su decisiónprecisamente por no tener programa fijo en estos asuntos.

P o r otra parte, para un factoi de suyo fuerte, la sit uación del tertias éaudcns  resulta a veces provechosa, porqule aho rra el despliegue efectivo de sus tuerzas. La s ventaja

del tertius gaudens  resultan entonces, no sólo de una luchreal, sino simplemente de una relación tirante o antagonismo latente entre los otros dos partidos. El tertius gaudcn

produce sus efectos por la simple  posibilidad   de decidirse epro de uno o de otro, aunque no se llegue a un choque srio. En el paso de la Edad Media a la Moderna, la políticinglesa se caracteriza por el hecho de no buscar en el Con

tinente territorios y señoríos, sino procurar disponer de unfuerza que, potencialmente, decidiese entre las de los renos continentales. Ya en el siglo xvi se decía que Francia España eran los platillos de la balanza europea, e Inglaterrtbe tongue or tbc holder oí tbe balance.  Los obispos de Romelaboraron cuidadosamente este principio form al, en su evo lución hasta León el Grande,  obligando a los partidos de '

Iglesia a reconocerles la jerarquía de poder decisivo. Desde loprimeros tiempos los obispos que tenían desavenencias dog

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¡ a cantidad en los grupos sociales 129

de últim a instancia. C o n particular pureza e intensida d sedesarrolla en el aspecto del tertius ¿audens  eso que pudierallamarse la lógica sociológica de la situación de tres, cuando

dos de ellos sostienen una lucha.Pero la ventaja que nace para el tercero de encontrarse

con otros dos en una relación de igual independencia y, portanto, determinante, no depende necesariamente de que entreaquellos dos reine hostilidad. Basta conque exista entre elloscierta diversidad, cierta diferencia, cierto dualismo cualitati vo. T a l es propiamente la torma general del tipo, siendo la

hostilidad de los elementos un caso, aunque quizá el másfrecuente. Es muy característica la siguiente ventaja quepara un tercero resulta de la mera dualidad: Si B está obligado a hacerle a A un a prestación determ inada y esta o blig ación se traslada de B a C y a D, entre los cuales ha de repartirse, es fácil que A sien ta la tent ación de imp one r a cada un ode ellos un poco más de la mitad, para disfrutar de algo másque antes cuando la obligación radicaba en una persona sola.En l 75l, el G obi ern o de B ohem ia tuvo que prohibir que aldividirse las suertes de los campesinos, el señor impu siese acada una de las partes más de lo que según las prestacionesfeudales totales le correspondiese por su tam año. A l dividirseentre dos la obligación, surge la idea de que de todas manerascada uno tiene que prestar menos que aquél sobre quien pesa

 ba toda la carga; el cálculo exacto de la cuota se deja a u n lado

 y fácilmente es superado.Si aquí la ventaja del tercero resulta, por decirlo así, del

mero hecho numérico de la dualidad, de la no unidad de laspartes, en el caso que sigue se produce en virtud de una dualidad determinada por diferencias cualitativas. E l poder ju dicial del rey de Inglaterra después de la conquista normandatuvo una extensión inaudita para la Edad Media germánica.

Esto se explica porque Guillermo el Conquistador  encontróestablecidos los derechos de la población anglosajona que en

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130 Sociolog

da. En el antagonismo de las dos naciones — no sólo porquluchaban constantemente entre sí, sino porque su diversidadificultaba u na afirmación común del derecho — ha lló u

punto de apoyo el absolutismo, cuyo poder comenzó a decrecer tan pronto como las dos nacionalidades se fundieron reamente en una sola.

La situación favorable del tercero desaparece, pues, en emomento en que los otros dos se unen, es decir, cuando Jagrupac ión pasa de nuev o de tres a dos. E s i nstr uct ivo, 'nsólo para este problema particular , sino para la vida de lo

grupos en general, el observar que este resultado puede conseguirse también sin unión personal o fusión de intereses, encuan to que el objeto del an tag on ism o queda su straí do a lapretensiones subjetivas, merced a una fijación objetiva demotivo de desavenencia. Esto aparece claro en el caso siguiente: La industria moderna conduce a una constante confusiónde los límites entre los diversos oficios, y crea labores nuevaque no pertenecen a ninguno de los oficios existentes, lo cuaproduce, especialmente en Inglaterra, frecuentes conflictos dcompetencia entre las diversas categorías de obreros. En lagrandes explotaciones hay constantes disputas acerca de quién corresponde un trabajo determinado, sí a los carpinteros o a los ebanistas, a los hojalateros o a los herreros, a localdereros o a los ajustadores, a los albañiles o a los tejadoresCada oficio abandona el trabajo tan pronto como cree que

otro se encarga de faenas que le corresponden. La contradicción insoíuble consiste en que se quieren determinar derechossubjetivos en objetos que, por su naturaleza, están sometidosa flujo continuo. Semejantes conflictos entre los trabajadoreshan comprometido a menudo gravemente su posición frenteal patrono. Éste saca una ventaja moral de que la huelga desus trabajadores sea a consecuencia de sus disensiones inte

riores, produciendo con ello daños incalculables; y por otraparte, está en situación de oprimir a su arbitrio a cualquiera

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puesto como único remedio posible que los Sindicatos, deacuerdo con los patronos unidos, fijen el salario tipo para

cada trabajo determinado, dejando luego al arbitrio de los últimos el determinar qué clase de trabajadores Kan de emplearen cada faena; así el excluido no teme ya que se le produzcadaño en su interés económico. La objetivación del motivo dela lucha priva al patrono de la ventaja que tenía; ya no puedeel patrono deprimir el salario oponiendo uno a otro ambospartidos, au nq ue le queda la elección entre los d istintos oficios. Per o ésta y a de nad a le sirve. La anterior indis tinciónentre ei elemento personal y el objetivo Ka quedado suprimida, y aunque el patrono continúa estando en la situación formal del tertius gaudens,  la fijación objetiva del salario le impide explotar las posibilidades de esa situación.

Muchas de las luchas mencionadas aquí y en la figuraanterior han debido contribuir a crear o fortalecer la posiciónpreeminente de la Iglesia entre ios poderes profanos de la

Edad Media. En el estado de inquietud y lueba constante queexistía entre las grandes y pequeñas organizaciones políticas,el único poder estable, venerado o temido por iodos los partidos. tenía que conseguir un predominio incomparable. Incontables veces sólo la estabilidad del tercero en medio de los estadios cambiantes de ía lucha, sólo la independencia del tercero respecto a la materia de la discusión, en torno de la cual

oscila el alza y baja de los partidos, le proporciona el predominio y las posibilidades de adquirir ventajas. Cuanto másviolenta sea y, sobre todo, cuanto más tiempo dure la lucha delos partidos, haciendo vacilar sus posiciones, tanto más alto,respetado y afianzado vivirá, ceteris paribus,  el tercero, por el  hecho meramente formal   de su robustez y permanencia. Deesta constelación, que puede observarse donde quiera, no hay

sin duda ejemplo tan gigantesco como el de la Iglesia católiA ú l t i ió l d l t ti

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132 S o í i r t l o £

tanto, cuando quiere ex plotar egoístamente su situación, encuentra en posición dominante, a una altura ideal, por dcirlo así, y obtiene las ventajas exteriores que surgen en caccomplicación para el que no toma parte en ella de un modsentim ental. Y au n cuando el tercero desprecie la explotaciópráctica de su imparcialidad y de sus fuer/as no empeñadaen la contienda, sino siempre disponibles, la situación le prducirá al menos el sentimiento de una leve superioridad irnica sob re los p artidos que por tan indiferente premio expnen tanto en el juego.

3 .  D ivide et im pera.  — En todas estas combinacioa tres tratábase de una escisión ya existente entre dos elementos, y de la cual el tercero se aprovecha. Queda por consideraahora un caso particular, que se distingue de los anterioresólo por un matiz, que, en realidad, no siempre puede apreciase. Es el caso en que el tercero produce voluntariamente desavenencia para obtener así una situación dominante. Ha

que tener en cuenta también aquí que el número de tres no emás que el número mínimo de elementos necesarios paque se produzca esta formación, por lo cual puede servirnode esquema sencillo. Se trata, pues, de que dos elementoestán unidos originariamente frente a un tercero, el cual sabmover unas contra otras las fuerzas aliadas contra él. Eresultado será o que los dos elementos se mantengan en equ

librio, de manera que el tercero pueda perseguir su provechsin que le estorbe ninguno de los otros dos, o que los dos elmentos se debiliten mutuamente de tal manera que ningunpueda resistir al predominio del tercero. Voy a caracterizalgunos de los grados de la escala en que pueden ordenarestas combinaciones.

El más sencillo se da cuando un poder superior impide lunión de elementos que todavía no aspiran positivamente sefuertes, pero que acaso pudieran hacerlo. Figuran, sobre tod

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1.a cantidad en los grupos sociales 133

]a asociación, que puede llegar a adquirir un contenido peligroso. Expresamente dice Plínio, en su correspondencia conTr&jano, que los cristianos eran peligrosos por constituir unaasociación, siendo, por lo demás, totalmente inofensivos. Elhecho empírico de que las tendencias revolucionarias, o en general encaminadas a la transformación de lo existente, adopten la forma de asociación del mayor número posible de interesados, ha sido la causa de que se invierta la proposición,cometiendo un error lógico, bien que explicable psicológicamente, y se díga: Todas las asociaciones tienen una tenden

cia hostil a los poderes dominantes. La prohibición se funda,pues, por decirlo así, en una posibilidad de segundo grado.No sólo las asociaciones prohibidas se encuentran en elgrado de mera posibilidad, puesto que no existen, ni aunsiquiera a veces en la mente de los individuos, sino que tam bién los peligros, en cuya previsión se dicta la prohibición,permanecerían en el terreno de lo posible, aun después de

realizada la asociación. Por consiguiente, en la forma de prohibición de asociaciones, el divide et impero se  presenta comola profilaxis más sublimada que cabe imaginar por parte deuno de los elementos contra las posibilidades que puedansurgir de la unión de los otros. Esta forma preventiva puederepetirse formalmente cuando la mayoría, que se presentafrente al uno, consta de los diversos elementos de poder de

una y la misma personalidad. La monarquía anglonormandacuidaba de que, en la época feudal, los señoríos estuviesen lomás diseminados posible; algunos de los más poderosos vasallos estaban distribuidos entre l 7  a  21  condados. Graciasa este principio de partición local, los señoríos de los vasallosde la Corona no pudieron consolidarse y llegar a ser grandescortes soberanas, como en el Continente. Así, cuando en los

primeros tiempos se repartían territorios entre los hijos delsoberano los trozos que se atribuían a cada uno eran reparti

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de aquellas pluralidades consiste en dictar leyes y orientaciones generales, declararon que lo que Hacía falta era men, not  measures.  De esta manera, el sentido práctico de le. individua

lidad fue utilizado frente a las acciones de las mayorías, y conlo identificación un tanto desdeñosa de la pluralidad socialcon la generalidad abstracta, se quiso deshacer aquélla en susátomos, como lo único real y eficaz.

La escisión de los elementos toma la forma activa en vezde la prohibitiva, cuando un tercero siembra celos entre ellos.No me refiero todavía a los casos en que el tercero produce

choques entre los otros dos para crear, a costa de ellos, unnuevo orden de cosas. Trátase ahora de las frecuentes tendencias conservadoras que se manifiestan cuando el terceroquiere ¿naniencr una prerrogativa ya existente, evitando, pormedio de los celos que siembra entre los otros, una coalicióntemible, o al menos el progreso de esta coalición, sí ya estáiniciada. Con particular finura parece Haberse hecho uso de

esta técnica en un caso que se refiere del antiguo Perú. Eracostumbre general de los incas dividir las tribus conquistadasen dos mitades aproximadamente iguales, poniendo al frentede cada una un jefe, con una leve diferencia de rango entre  los dos.  Era éste, en efecto, el medio más adecuado para pro

 vocar una rivalidad entre estos cabecillas, impidiendo todaacción conjunta del territorio sometido. La igualdad o una

gran diferencia de rango se hubieran prestado mejor para unaacción común; aquélla, porque Hubiera sido más fácil establecer una partición efectiva de la jefatura, y porque, cuandoes necesaria la subordinación, son justamente ios pares losque con más facilidad se someten a esta necesidad técnica;ésta, porque la jefatura de uno solo no hubiera tropezado conla oposición del otro. Ln cambio, una leve diferencia de ran

go es la más favorable para impedir una relación orgánica ysatisfactoria en la unión temida; pues el uno, basándose en su

 j j can tid ad en los g rupo s so cia les 135

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otra parte, ofrecen protección igualmente fundamental cíenoestados sociológicos. Se ha intentado azuzar unos contra otroa los indígenas australianos, repartiéndoles dones desiguales

para luego dominarlos má s fácilmente. Pero el intento hfracasado siempre, a causa del comunismo que practican lahordas. Estas repartían por igual entre todos los miembrolos dones, sin fijarse en quién los recibía. Además de los celos, la desconfianza se utiliza también como medio psicológico para contener la formación de asociaciones y conjuras engrandes masas. El que utilizó con más eficacia este medio fu

el Gobierno veneciano, invitando en gran escala a los ciudadanos a denunciar a cualquier sospechoso. N ad ie estaba seguro de que su amigo más íntimo no estuviese al servicio de 1?inquisición de Estado, con lo cual se cortaban de raíz los planes revolucionarios, que presuponen siempre la confianzmutua de un número considerable de personas, hasta el puntde que en la historia de los últimos tiempos de Venecia ape

ñas se registran rebeliones francas.La forma más radical del divide et impera,  el desencadenamiento de un estado positivo de lucha entre dos elementospuede tener su intención, tanto en la relación del tercero conambos, como en la relación del tercero con objetos situadofuera. Lo último sucede, por ejemplo, cuando uno de tres pretendientes a un cargo consigue enconar de tal modo a lootros dos, uno contra otro, que, gracias a las murmuracione

 y calumnias que ponen en circulación mutuamente, se inhabilitan el uno al otro. En todos los casos de este tipo el arte detercero se revela en la distancia a que sabe situarse de iacción por él desencadenada. Cuanta más habilidad tengpara dirigir la lucha, moviendo hilos invisibles; cuanto mejosepa encender el fuego de modo que arda sin necesidad cíatizarlo, tanto más probable será que la lucha de los otro

dos prosiga violenta y resueltamente hasta su mutuo aniqui

1*6 Sociolog

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|.a cantidad en los grupos sociales

esto produjo entre los nobles antiguos y más distinguidos dioconstante ocasión a pendencias y luchas entre ambos partidos, lo que permitía al Gobierno veneciano confiscar los bienes de los culpables con todas las de la ley. Precisamente encasos de estos, en que la unión de los elementos desavenidoscontra el opresor común sería de la más clara utilidad, se vemuy bien que una condición general del divide et impera consiste en que las enemistades no tienen su única razónsuficiente en l a oposició n de intereses reales. Cu an d o existe enel alma un deseo de hostilidad en general, un antagonismo

que busca pasto, es fácil sustituir por otro completamente distinto el adversario contra el cual la enemistad tendría sentido

 y finalidad. E l divide et impera  exige de sus artistas que,azuzando, calumniando, adulando, despertando esperanzas, etc., produzcan ese estado general de excitación y esedeseo de lucha, dado el cual, es posible insinuar otro adversario que propiamente no estaba indicado. El tercero, contra

quien, realmente, debería ir la hostilidad de los otros dos,puede hacerse como invisible entre ellos, de modo que el choque no sea contra él, sino entre los dos.

Cuando el fin que el tercero se propone no es un objeto,sino el dominio inmediato sobre los otros dos elementos, sonesenciales dos puntos de vista sociológicos: 1.° Ciertos elementos están constitu idos de tal manera que sólo pueden

ser combatidos eficazmente por otros del mismo género. La voluntad de someterlos no baila inmediatamente ningúnpunto de apoyo a propósito, y no queda más recurso que dividirlos, por decirlo así, en sí mismos y mantener entre las partes una lucha que sólo puede tener lugar con armas homogéneas. hasta que estén debilitadas lo bastante para caer en lasmanos del tercero. De Inglaterra se ha dicho que sólo por la

India pudo conquistar la India, y ya Jerjcs bahía reconocido<íue la mejor manera de combatir a Grecia era por medio de

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S ú a o l o i ,

diferenciación cualitativa, porque de ese modo se produce ecomplemento, la cooperación, la vida orgánicamente diferenciada. En cambio, la destrucción mutua parece que puedelograrse mejor cuando reina una igualdad cualitativa, exceptuando. naturalmente, el caso en que el predominio cuantitativo de un partido sea tan grande que resulte indiferente larelación de las estructuras. Esa categoría'de enemistades, queculmina en la lucha fraticida, toma su carácter destructivoradical del hecho de que, tanto la experiencia y el conocimiento, como los instintos derivados del mismo origen Común

proporcionan a cada parte las armas más mortíferas paraherir al adversario. El conocimiento mutuo de la situaciónexterior y la comprensión simpática de la interior es, evidentemente. el medio de inferir las más profundas heridas, sinperdonar ninguna posibilidad de ataque, y por ser, en esenciarecíproco tal conocimiento, conduce al más completo aniquilamiento. Por eso, combatir lo igual por lo igual, escindir a

adversario en dos partidos cualitativamente homogéneos, esuno de los logros más completos del divide et impera.

 2 .n  Cuando no es posible para el opresor dejar sus asuntos ol exclusivo cuidado de sus víctimas, y tiene que intervenirél mismo en la lucha, el esquema que resulta es muy sencilloap oya r a uno de los partidos hasta que el otro esté vencido y después, aquél es presa fácil. L o mejor es prestar ese apoyoal más fuerte, y esta táctica puede tomar una forma más biennegativa, como cuando de un complejo de elementos que sepretende dominar, se exceptúan los más potentes. Así, Romaal someter a Grecia, guardó frente a Ate nas y Espar ta unaevidente reserva. Este procedimiento tiene que engendrarencono y celos en una de las partes, orgullo y confianza en ;aotra. Y esta divis ión facilita la tarea del opresor. L a técnicadel dominador consiste, pues, en proteger al más fuerte de los

dos elementos que están interesados contra éí, hasta aniquilar

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La lanlidnd en los grupos sociales

muy poderoso y otros dos insignificantes, pero incómodos parael primero y desigua les entre sí. E n este caso, el poderoso,para impedir una coalición de los otros dos, concluirá con el

más fuerte un acuerdo de precios o de producción que le asegure a éste ventajas considerables y sirva para aniquilar almás débil. C on seg uid o esto, el poderoso puede y a presc indirde su aliado, y, hallándole sin defensa, arruinarle, ataratandolos precios o por otro método.

Pasemos a otro tipo, completamente distinto, de formaciones sociológicas condicionadas por el número de sus ele

mentos. En las agrupaciones de dos y de tres tratábase de la vida interior del grupo, con todas las diferenciaciones, contodas las síntesis y antítesis que se desarrollan en este nú-mero mínimo o máximo de miembros. La cuestión no se refería al grupo como totalidad, en su relación con otros o conuno mayor del que formare parte, sino a la relación mutuainmanente de sus elementos. Pero si nos preguntamos ahora

cuál es el sentido que tiene bacía fuera la cantidad numérica,habremos de contestar que su función esencial es hacer posible la clasificación de un grupo en subgrupos. El sentidoideo lóg ico de ésta es, como ya se ha indicad o antes, que el gr u po total resulta más fácilmente abarcable y dirigible. A vecesconstituye la primera organización o, mejor dicho, mecanización del grupo. En un sentido puramente formal, se obtienela posibilidad de conservar la forma, el carácter e institucionesde los subgrupos, con independencia del desarrollo cuantitati

 vo del grupo total. Los elementos con que cuenta la adm inistración del grupo siguen siendo los mismos, en cuanto a lacualidad sociológica; el aumento del todo no hace más quemodificar su multiplicador. Esta es, por ejemplo, la enormeutilidad que tiene la clasificación numérica en los ejércitos.Gracias a ella, su aumento se hace con una relativa lacdidad

técnica, pues se produce como repetición constante del cuadro

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Sociologí

pal de esta reunión de diez miembros en obras y responsabilidades solidarias; el motivo principal de estos grupos decenales Que aparecen en muchas civilizaciones antiguas, Kan sido

indudablemente, los dedos de la mano. Cuando aún los hom bres no tenían soltura bastante en el cálculo aritmético, encontraron en los dedos un primer principio de orientaciónpara determinar una pluralidad de unidades y hacer percepti

 bles sus divisiones y composiciones. E ste sentido general, ya baslantes veces subrayado, del cinco y el diez, halla u n complemento especial, para su aplica ción social, en el hecho de qu

los dedos tienen una relativa independencia mutua y un mo vim iento autónomo, y , s in embargo, están reunidos de unmodo inseparable (en Francia se dice de dos amigos: estánunidos como dos dedos de la mano), y únicamente en su cola

 boración adquieren su sentido propio, por lo cual son unaimagen m uy exacta de las unio nes sociales. N o puede simb olizarse de un modo más claro la unidad y pecu liar cooperación

de los subgrupos en las grandes colectividades. Todavía hacepoco, la sociedad secreta checa «Omladina» se constituyó conarreglo al principio del número cinco; la dirección correspondía a varías «manos», formadas cada una de ellas por un pulgar (el jefe) y cuatro dedos (l). La unidad que el número diezforma dentro de un grupo mayor ha sido siempre sentida máso menos claramente, como demuestra la costumbre, que datade los tiempos más remotos, de diezmar ejércitos, en revoluciones, deserciones, etc.  Se  escogían diez hombres, considerándolos como una unidad que podía ser castigada por el casti

(i) Considerada desde otro aspecto más general, la división por el número d

de do » v a incluida en la tendencia típica a utilizar, p or lo m eaos, com o no m bre

símbolo, figuras de   un ritmo dado, perceptible >- natural, con este fin sociológico. CTn

sociedad política aecreta que se con stituy ó b ajo el reinado de Lni* Felipe llevaba enombre de «Las Cuatro Estaciones». Seis miembros, bajo la dirección de un séptimo

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cantidad en los grupos sociales 141

go de u n solo ind ividu o. O interviene en esto quizó tambiénla experiencia de que entre diez suele bailarse, por términomedio, un director o cabecilla.

La división de un grupo en diez partes numéricamenteiguales, aunque conduce a distinto resultado y no tiene prácticamente ninguna relación con la división en diez individuos,arranca p sicológicamente de ésta, a mi parecer. C u an d o los judíos regresaron del segundo destierro (42.360  con sus escla vos), fueron distribuidos de manera que u n a décima parte fijósu residencia en Je rus alén y la s otras nueve en el campo.

Para la capital eran demasiado pocos, y pronto hubo que procurar el aumento de los habitantes de Jerusalén. Aquí pareceque la fue rza ciega del princip io decenal, como base de div isiónsocial, cegó a los judíos para las exigencias de la práctica.

L a centenada - o centuria — derivada del principio decenal, es, por de pronto, esencialmente un método de división;el más importante en la historia. Y a he dicho que llegó aidentificarse con el concepto mismo de división, hasta el puntode darse el nombre de ceiituria a todo subgrupo, aunque contenga bastante más o bastante menos miembros. La centenada llega a ser como la idea del subgrupo en general; no sealtera su sentido, cualquiera que sea el número efectivo demiembros que contenga. Donde mejor se ve esto es en el papelimportantísimo que ia centenada representaba en la Inglaterra anglosajona. E.s también característico en este sentido el

hecho de que las centenadas del antiguo Perú pagasen toda vía a los incas su tributo, voluntariamente, empeñando enello todas sus fuerzas, aun cuando ya habían quedado reducidas a una cuarta parte de su total. Ll hecho sociológico fundamental es aqu í qtte estas asociaciones fronterizas se sentían,como unidades, independientes de sus miembros. Pe ro comoel impuesto no gravitaba, al parecer, sobre la asociación como-

tal, sino sobre los cien miembros, el hecho de que los veintii t t i t d ! bli ió t l

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142 Soc io lo

nico, un principio teleológico, no producido por instintos nturales. En ocasiones la división decenal se combina con otrde un carácter más orgánico. Así, el ejercito medieval del Im

perio alemán estaba dividido en pueblos; no obstante, sabmos tamb ién de un a divisi ón en millares, la cual ten ía qucruzar y superar aquel otro orden más natural, más determnado por el terminus a quo.  Sin embargo, la marcada centrpetalidad de la centenada induce a buscar su sentido en otraspecto que no en el solo fin de la división, siempre algo eterior y a! servicio del grupo mayor que la abarca. Prescin

diendo por ahora de esto, se baila que, en íecto, la centende miembros presta al grupo una significación y dignidad epecíales. La nobleza, en la ciudad epicefírica Locros, areía decender de nobles mujeres pertenecientes a las «cien casas» quhab ían participado en la fundación de la colonia. An álo gmente los primeros establecimientos con los que se fundR o m a estaban, según se dice, compuestos de cien genres lat

nas, cien sabelias y otras cien de diversas procedencias. Evdentemente, el centenar de miembros presta al grupo ciertestilo, un contorno exactamente delimitado, frente al cuotro número menor o mayor pareciera algo vago, algo menocerrado en sí mismo. E l número ciento tiene una un ida d sistem a interior que le hacen part icularm ente adecuado para lformación de mitos genealógicos; posee una combinación paticular de simetría mística y sentido racional, de que carecelos demás números, siempre algo accidentales y desprovistotodos de principio interno, siempre variables en su estructureLa relación particularmente adecuada con las categorías dnuestro entendimiento, la facilidad con que se percibe, hacedel número ciento un principio apropiado de división, y lpresentan como reflejo de una peculiaridad objetiva   del grupoque procede justamente de esta determinación numérica.

Esta cualificación que acabamos de mencionar se distin

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La cantidad en ios grupos sociales 143

acción recíproca con otro o con otros dos. De muy diversamanera acontecen las cosas en los derivados del número diez.

 A q u í el fundamento de la síntesis se halla en la m ayor facilidad de vigilancia, organización, dirección; es deíir, no en elgrupo mismo, sino en el sujeto que tiene que habérselas conel grupo, teórica o prácticamente.

Por último, una tercera significación del número consisteen que el grupo, obje tivam ente y en su totalid ad — esto es,sin distinguir disposiciones ind ivid uale s de los elementos — ,no muestra ciertas cualidades sino cuando está por encima o

por debajo de cierto número. De un modo general, hemos tratado de esto, al fijarla distinción entre los grupos grandes ylos pequeños. Pero ahora preguntamos si determinado   número de miembros no producirá ciertos rasgos de carácter en elgrupo total. Na tura lm en te, el fenóm eno real y decisivo siguensiendo las acciones recíprocas entre los individ uos; pero a borael objeto de nuestro problema no son éstas en su individuali

dad, sino su reunión en un todo. Los hechos que abonan estesentido de la cantidad colectiva pertenecen todos a un tipoúnico: los preceptos legales sobre el número mínimo o máximo de asociaciones que, como tales, solicitan ciertas funcioneso derechos y han de cumplir ciertos deberes. Kl fundamentode esto es patente. L as cualidade s especiales que las asociaciones desarrollan, en virtud del ntimero de sus miembros yque justifican los preceptos legales sobre éstas, serían siempre

las mismas, estarían siempre ligadas al mismo número, si nohubiese diferencias psicológicas entre los hombres y si la acción de un grupo dependiera tan exactamente de su cantidadcomo la acción energética de una masa homogénea en movimiento. Pero las diferencias individuales entre los miembroshacen completamente ilusorias toda determinación exactaprevia. Pueden ser causa de que la misma energía o impru

dencia, la misma centralización o descentralización, la mismaauton omía o dependencia apa rezc an como cualidades de un

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144Sociología

que deben exigir cierto número definido de miembros, al que van un id os en to nc es lo s dere ch os y deb eres. E l fu nd am en tode todas estas determinaciones está en ei supuesto de que entre personas asociadas no se produce cierto espíritu común,cierto ambiente y fuerza y tendencia más que cuando este número ha alcanzado determinado nivel. Según que este resui-tado sea deseado o temido se exigirá un número mínimo o sepermitirá un número máximo.

Citaré primero algunos ejemplos del último caso. En laGrecia antigua había prescripciones legales que disponían

que la tripulación de los barcos no podría exceder de cinco,para impedir de ese modo ¡a piratería. Por temor a las asociaciones de oficiales de gremios, dispusieron en 1436  las ciudades del Rin que no pudieran ir vestidos del mismo modomás de tres oficíales. Las más frecuentes prohibiciones deeste género son las políticas. Felipe el Hermoso   prohibióen l 505  todas las reuniones de más de cinco personas, a cualquier estado a que perteneciesen y en cualquier forma que lohicieran. En el anden régime  no podían reunirse veinte no

 bl es sin qu e el re y lo pe rm it ie ra espe cialme nt e. N apol eón í l iprohibió todas las asociaciones de más de veinte personas no

autorizadas especialmente. E n Inglaterra, el conveaiicle act, en la época de Carlos II, castigaba todas las asambleas religiosas celebradas en una casa entre más de cinco personas, y

la reacción inglesa de principios del siglo xix prohibió todaslas reuniones de más de cincuenta personas no anunciadasmucho tiempo antes. En estados Je sitio, con frecuencia, nopueden detenerse en. la calle más de tres o cinco personas; yhace unos años , la Au die nc ia de Berlín decidió que existíauna «reunión» en el sentido de la ley (reunión que, por tanto,necesitaba anunciarse previamente a la policía) con sólo quéestuvieran presentes ocho personas. En el campo económicose manifiesta esto, por ejemplo, en la ley ingles a de l7o8 — quefué votada por la influen cia del Banco de Inglatera —, la cua:dispuso que las asociaciones legales para el tráfico de dinerono podrían abrazar más de seis copartícipes. Esto indica queexistía entre los gobernantes la convicción de que sólo en grupos de la cantidad enunciada se encuentra el valor o la impre'

 vi sió n, la au da ci a o la li ge re za su fi cien te s pa ra cometer ciertos

actos que el Gobierno no quiere que se cometan. Donde est

Se ve más claro es en las leyes moralizadoras. A l limi tar número de las personas que pueden tomar parte en un banquete o el de los acompañantes de una comitiva, etc., se partde la convicción empírica de que, en una masa grande, fácimente ganan predominio los impulsos sensuales, progresa rápidamente el mal ejemplo y se paraliza el sentido de la res

ponsabilidad individual.Con e! mismo fundamente, oriéntanse. en dirección opue

ta. las prescripciones que exigen un mínimo de copartícipe

para que se produzca un determinado electo jurídico. Así, eInglaterra, toda asociación económica puede conseguir los drechos de corporación, si está compuesta al menos de sietmíembos. El derecho exige en todas partes un número mínmo de jueces — número extraordinariamente fluctuante en sdeterminación - para dictar una se ntencia válida, hasta punto de que. en algunos lugares, ciertos tribunales colegiadose llaman, sencillamente, «los siete». Con respecto a ia primforma, se supone que únicamente con ese número de miem bros es tá n dada s ias ga ra nt ía s sufici entes de so li da rid ad ac t va , si n la s cu ales los derech os de co rp or ac ió n se rí an un pegro para la economía pública. En ei segundo ejemplo, número mínimo prescrito parece surtir el efecto de que loerrores y opiniones extremas de ios individuos se equilibr

unos con otros, con lo cual, la opinión colectiva podrá acertcon lo objetivamente jus.ro. Esta exigencia de un número mnimo aparece, particularmente clara en manifestaciones regiosas. Las reuniones regulares de los frailes budistas de dterminado territorio, para hacer ejercicios religiosos y unespecie de confesión, requerían la asistencia de cuatro monjcomo mínimo. Este número constituía, por decirlo asi, el síndo, y cada uno de ellos, como miembro del mismo, tenía unSignificación distinta de laque le correspondía como fraile idividual. Igualmente, los judíos habían de reunirse por menos en número de diez para orar. En la constitución quhizo Locke para la Carolina del Norte, cualquier iglesia o cmunidad religiosa podía establecerse con tal de constar, menos, de siete miembros. En estas disposiciones se suponpues, que la fuerza, concentración y estabilidad de la creenc

J j can tida d en los gr up os soc iale s 14

IO

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148 Sociología

ración de mero instrumento para fines que están fuera de élsólo entonces desaparece toda sombra de colaboración sociali-zadora. E l principio, formulad o por los juristas romano s posteriores, de que la societas leonina  no puede considerarse comoun contrato de sociedad, muestra de un modo relativo que, aprivar de toda significación propia a una de las partes, quedasup rim ido el concepto de' sociedad. E n el mismo sentido, yrefiriéndose a los trabajadores de las grandes empresas mo-de rn as — que exclu yen toda con currencia de empresas rivaleen el reclutamiento de brazos--, se ha dicho que la diferencia

entre la posición estratégica del obrero y la de sus patronos estan grande, que el contrato de trabajo deja de ser un «contrato» en el sentido corriente de la palabra; pues los obrerostienen que entregarse incondicionalmente al patrono. Teniendo esto a la vista, la m áx im a moral: no emplees nunc a ahombre como simple medio, se revela en efecto como fórmulade toda socialización. Cuando la significación de una de las

partes desciende hasta tal punto que su personalidad y a noentra para nada en la relación, no puede ya hablarse de sociedad, como no puede decirse que exista sociedad entre el carpintero y su banco.

Pero, ei, realidad, esa ausencia de toda espontaneidad en larelación de subordinación, es más rara de lo que parece deducirse de los giros populares que h ab lan abu nda ntem ente de

«coacción», de «110 tener opción», de «necesidad absoluta» A u n en las relaciones de sumisión más opresoras y cruelessubsiste siempre una cantidad considerable de libertad personal. Lo que sucede es que no nos damos cuenta de ella; porqueafirmarla en tales casos costaría sacrificios que no estamosdispuestos a realizar generalmente. La coacción «absoluta»que ejerce sobre nosotros el más cruel tirano está siempre, en

realidad, condicionada; está condicionada por nuestra voluntad de eludir las penas u otras consecuencias de nuestra insu

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 j j subord inac ión 14 9

no llega nunca a aniquilarla totalmente, salvo en el citadocaso de viole ncia física. N o nos interesa aquí el aspecto moralde estas consideraciones. Sólo nos importa el sociológico: que

la acción recíproca, es decir, la acción mutuamente determinada, que parte de am bos centros personales, subsiste aú n enlos citados casos de su bordin ació n completa, y bace de estasubordinación una forma «social», aún en los casos en que laopinión corriente considera que la «coacción» de una de laspartes priva a la otra de toda acción espontánea y anula portanto uno de los lados de la acción recíproca.

Teniendo en cuenta el enorme papel que en la vida socialrepresentan las relaciones do subordinación, es sumamenteimportante, para el análisis de la existencia social, percatarseclaramente de esa espontaneidad y actividad que conserva elsujeto subordinado, y que con frecuencia se oculta a las ideascorrientes. E so que lla m am os «autoridad» supone, en muchomayor grado del que suele creerse, la libertad del sometido; ni

aún en el caso de que la autoridad parezca «oprimir» al sometido redúcese a un a coacción y simple sojuzgamiento. L a formapropiamente dieba de la «autoridad», que tan importante espara la vida social, en sus grados más varios, desde el mero in dicio basta su exageración, desde el estado agudo basta el permanente, parece producirse de dos maneras. Una personalidadsuperior por su valer y su energía, inspira fe y co nfianz a a lasgentes que la rodean de cerca o de lejos; sus opiniones adquie

ren un peso que les presta el carácter de instancia objetivo; lapersonalidad consigue para sus decisiones una prerrogativa yuna confianza axiomática, que supera el valor de la personalidad subjetiva, valor siempre variable, relativo y sujeto a crítica. C ua nd o un hombre actúa «autoritariamente», la cantidadde su importancia se transforma en una nueva cualidad y adquiere, para su medio ambiente, el carácter de algo objetivo.

 A l mismo resultado puede llegarse por el camino inverso. U n apotencia supra individ ual E stado Iglesia escuela org an iza

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150 Sociologia

mente sólo debiera corresponder a los axio ma s y deduccionestran sperso nale s y reales— , ha venido a posarse, en este caso,como desde arriba, sobre un a persona. E n cambio, en el pri

mer caso, la autor idad bro ta de las cualid ades personales comopor generatio aequívoca.  En el punto de esta transformación yconversión, es donde evidentemente ha de insertarse la creencia más o menos voluntaria del sumiso a la autoridad; puesacuella transformación del valor transpersonal y del valorpersonal, aquel cambio que agrega al valor personal un  plvs, aunque sea mínimo, sobre el que racionalmente le correspon

de, es realizado por el que cree en la autoridad y constituye unacontecimiento sociológico, que exige la cooperación espontánea del elemento subo rdin ado . E s más; el hecho de sentircomo «opresora» una autoridad, supone la independencia delotro, independencia que no se puede n un ca anu lar por completo.

Debemos distinguir de la autoridad ese matiz de superioridad, que se llama prestigio. Falta en éste por completo elelemento de la significación transubjetiva, la identificaciónentre la persona y una fuerza o norma objetivas. Lo que dáen este caso al jefe su condición de jefe, es exclusivamente uenergía individual; y esta energía permanece consciente de simism a. Y frente al tipo medio del jefe, en el que se da siempreuna cierta mezcla de elementos personales y elementos objeti vos, el prestigio arranca de la pura personalidad, como la a u

toridad nace de la objetividad de normas y poderes. A ú n cua ndo la esencia de esta clase de superioridad consiste justamenteen «arrastrar», en llevar iras de sí un séquito incondicional deindividu os y ma sas— más que la autoridad, cuy o elevado, perofrío carácter de norma, deja lugar a críticas por parte del somet ido— , el prestigio aparece como un a especie de hom enaje voluntario al superior. Q u iz á s de hecho sea más libre el suje

to cuando acata la autoridad, que cuando se deja arrastrar porel prestigio de un príncipe o un sacerdote de un jefe militar o

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La subordinación 151

lidad, parece brotar del fondo de la personalidad, de su libertadimprescrip tible. Ciertamente, yer ra el Hombre inco ntables veces

al estimar el grado de libertad con que realiza u na acción; au nque sólo sea por la poca segurid ad y claridad con Que no s clamoscuenta de aquel he cho interno . Pero c ualquiera que sea el modode interpretar la libertad, puede afirmarse que alg una libe rtad—aunqu e no en la medida que sup onem os— poseemos siemprecuando tenemos el sentimiento y la convicción de poseerla (l).

Todavía más positiva es la actividad desplegada por loselementos en apariencia pasivos, cuando se dan relacionescomo la del orador con el auditorio o el maestro con su clase.El orador, el maestro, parece ser el único director, el superiormomentáneo. "No obstante, todo el que se encuentra en seme jante situación, experimenta pronto la reacción determinante y orientadora de esa masa, que en apariencia es puramente receptiva y pasiva. Y esto no ocurre sólo en el caso de presenciainmediata. Todos los jefes son a su vez mandados, y, en in

contables casos, el señor es el esclavo de sus esclavos. «Soy su jefe; por tanto, tengo que seguirlos», dijo uno de los más g ran des políticos alemanes refiriéndose a sus secuaces. Esto resultaclarísimo en el caso del periodista, que presta contenido y dirección a las opiniones de una masa rauda, pero que al propiotiempo Ha de escuchar, combinar, adivinar, cuáles son las tendencias de esa masa, qué es lo que desea oír, lo que quiere ver

confirmado, adonde desea ser dirigida. Dijécase que el públicoestá ba jo la sugestión del periodista; pero, en realidad, el periodista sufre igualmente la sugestión del público. Así, pues,tras la aparenté superioridad total de uno de los elementos yla obediencia pasiva del otro, escóndese una acción recíprocamuy complicada, cuyas dos fuerzas espontáneas adoptan diversas formas. E n relaciones personales, cuyo sentido y contenido

( l )  A q u í — y tasa   análoga sucede en mu chos otro s COSOS — , n o es lo importanted fi i l O/SCC d l ti i i ó l l i d i t l ti J

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ponen una de las partes al servicio exclusivo de la otra, estaentrega plena va unida muchas veces a la entrega correspondiente que la otra parte hace de sí misma a la primera, aunqueen otra capa de la realidad. A sí dice Bisma rck a propósito desus relaciones con Guillermo I: «Las leyes determinan ciertogrado de adhesión y las convicciones políticas determinan ungrado mayor. Pero si se pasa de aquí, se requiere ya un ciertosentimiento personal de reciprocidad. M i adhesión estaba fundada, en principio, sobre mi convic ción monárqu ica; pero el carácter especial de esa mi adhesión sólo era posible bajo la forma de cierta reciprocidad, la que puede haber entre el señor y elservidor.» Quizás el caso mas característico de este tipo loofrezca la sugestión hipnótica. U n distinguido hipnotizador hadeclarado que en toda hipnosis ha y cierta acción, no fácil dedeterminar, del hipnotizado sobre el hipnotizador, sin la cuaino se conseguiría el efecto. La apariencia de las cosas no nosofrece aquí más que un absoluto «influir» por un lado, y unabsoluto «ser influido» por otro; y, sin embargo, cierta acciónrecíproca se esconde también bajo esa apariencia y hay unareciprocidad de influencias que convierte en forma sociológica  la pura parcialidad de la subordinación.

 V o y a men ci on ar al gu no s ca so s más de su bo rd in ac ió n, to mados de la esfera jurídica, en los cuales se descubre sin dificultad la existencia de una acción recíproca real, tras la apa

riencia del influjo único de una sola de las partes. Cuando enun régimen de ilimitado despotismo, el soberano une a suspreceptos la amen aza de una pena o la promesa de una recompensa, esto quiere decir que él mismo se liga al decreto queha dictado; que concede al subord inado el derecho a exigir algode él, puesto que al fijar la pena, por horrenda que sea, se compromete el déspota a no imponer otra mayor. Que luego, dehecho, conceda la recompensa prometida o limite la pena a lasproporciones por él fijadas, eso es ya otra cuestión. Pero elsentido   de la relación es el de que, si bien el superior determina por completo la suerte del subordinado, asegúrale, empero,un derecho que éste puede hacer valer o al que puede renunciar; de manera que incluso esta forma extrema de la relaciónpermite todavía cierto grado de espontaneidad en el subordi

nado.

152 Sociolog;j

En singular transposición manifiéstase el elemento dacción recíproca (dentro de una subordinación, en apariencompletamente pasiva) en una doctrina medieval del Estsegún la cual el origen del Estado consiste en que los h bres se ob li gar on mutuamente  a someterse a un jefe com y el s o b e ra n o - in c lu so el abso luto — ob ti ene su po de r en tud de un contrato entre los súbditos. En esta teoría la de la reciprocidad ya no reside en la relación de soberanía —es donde la ponen las doctrinas contemporáneas del contentre el soberano y el pueblo—, sino que pasa al fundame

mismo de esa relación; la obligación para con el príncipconsiderada como mera forma, expresión y técnica de unalación de reciprocidad entre los individuos del pueblo. para Hobbes el soberano no puede nu nca, sea cual fuerconducta, faltar para con sus súbdito s, puesto que no ha

 br ad o nin gú n co nt ra to con ello s, en ca mb io , ta mpo co el sdito infringe ningún contrato, aunque se rebele contra el srano; el contrato que infringe en tal caso es el que ha celebrcon los demás miembros de la sociedad y que ha consistidodejarse gobernar por aquel soberano.

La desa parición de este elemen to de reciprocidad es la explica que la tiranía de una comunidad sobre un miembrla misma pueda ser mucho peor que la de un príncipe. Elcho de que la comunidad (y no me refiero sólo a la polít

considere a sus miembros, n o como seres que están frente a sino como partes de ella misma, da luga r mucha s veces a desconsideración, harto distinta de la crueldad personal dedéspota. El hecho de sentirse dos, uno enfrente de otro, aunel segundo aparezca como subordinado, implica una accióncíproca que, en principio, supone una limitación de ambos mentos. Sólo excepciones particulares infringen esta reCuando la relación con el subordinado ostenta ese caráctedesconsideración, que se manifiesta en el caso de una comudad avasalladora, es que no existe esa contraposición en cacción recíproca se realiza la espontaneidad de ambos elemtos y, por tanto, su limitación mutua.

Esto se expresa con gran belleza en el primitivo conceromano de la ley. En su sentido puro, la ley exige una susión, en la cual no cabe espontaneidad o reacción alguna

L.a subordinación

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elemento y, por lo tanto, en el conjunto. Sin duda, esa capa superior está formad a po r m uchas personas individ uales; peroesto no tiene ninguna importancia para el caso, ya que la forma sociológica de su actuación es exactamente la misma quesi fuera una persona sola; lo decisivo es la relación con el«braman». Así, pues, la nota formal que caracteriza la subordinación a una sola persona, puede producirse también aunque las personas superiores sean varias. El sentido sociológico específico   de esta plu ral idad nos aparecerá claro en otros

fenómenos.

La consecuencia unificativa de la subordinación a un solopoder domin ante, aparece tam bién y con no menor intensidad,cuando el grupo se ha lla en oposic ión a dicha fuer za do m inante. Tanto en el grupo político, como en la fábrica o en laclase, o en la comunidad religiosa, puede observarse que elhecho de que la organización culmine en una sola cabeza,ayuda a realizar la unidad del conjunto, no sólo en caso de

armonía, sino también en el de oposición. Y acaso la opo sición obligue todavía más al grupo a concentrarse. El teneradversarios comunes es, en general, uno de los medios más poderosos para oblig ar a los ind ividuos O a los gru pos a reunirse; y este efecto se intensifica todavía más cuando el enemigocomún es al propio tiempo el señor común. Sin duda, estacombinación, no en forma clara y eficaz, pero sí en una forma

latente, se encuentra en todas partes; en cierta me dida o encierta relación, el señor es casi siempre u n adversario. Interiormente el'hom bre mantiene una relación doble con el principiode la subordinación. Por una parte, quiere ser dominado. Lamayoría de los hombres no pueden vivir sin acatar una dirección, y sintiéndolo así, buscan el poder superior que les librede la pro pia responsabilidad, buscan una severidad lim itat iva yreguladora que les proteja, no sólo contra el exterior, sino contra ellos mismos. Pero no necesitan menos la oposición frente

^subordinac ión 157

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Souoiovi

munidad, por muchos y adversos que sean los partidos que laintegran, tiene el interés com ún de lim itar la competencia dela corona, a pesar de qúe prácticamente la considere indispen

sable e incluso sienta una adhesión sentimental por ella. E,nInglaterra, muchos siglos después de la Carta Magna, estuvo

 v iv a la convicción de que ciertos derechos fundamentales ha b ían de ser mantenidos y aumentados para «todas» las clases;de que la nobleza no podía afirmar sus libertades, sinafirmaTal m ism o tiempo la libertad de las clases más débiles; y deque un derecho común para los nobles, los burgueses y los

cam pesinos, era el correlato necesario de las lim itaciones aigobierno personal. Y se ha hecho resaltar con frecuencia que.siempre que se puso en cuestión este objetivo final de la lucha,la nobleza tuvo a su lado al pueblo y al clero. Pero aún en loscasos en que no se llega a este  género de unificación, mercedal gobierno de uno solo, surge, al menos para los sometidos,un campo de lucha común, y los sometidos se dividen en los

que están al lado del sobera no y ios que están contra éste. A p en a s hay esfera alguna sociológica, sumisa a una cabezasuprema, en la que este pro y contra no inyecte en los elementos una vivacidad de acciones recíprocas y de relaciones queprestan al conjunto, pese a (odas las repulsas, rozamientos ygastos de guerra, una fuerza unificadora superior a muchas

convivencias pacificas, pero indiferentes.Mas no se trata aquí de construir series dogmáticas uni

formes, sino de señalar procesos típicos- cuyas masas y cuyascombinaciones, infinitamente varias, hacen que con frecuenciaresulten opuestas unas a otras sus manifestaciones superficiales. Debemos, pues, decir, que la sumisión común a un poderdominante no siempre conduce a la unificación, sino que a veces tropieza con disposiciones determinadas y resultados completamente opuestos. La legislación inglesa estableció contra

los no-conformistas (esto es, contra los presbiterianos, los ca

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subordinación 159

füé superado por el que los presbiterianos profesaban a ios católicos y viceversa. Parece darse aquí una curiosa manifestación de «umbral» psicológico. Hay un grado de enemistad

entre elementos sociales, que desaparece ante una opresióncomún y se trueca en un a unid ad externa e inclu so interna.Pero si esa hostilidad primaria excede de cierto límite, la opresión com ún produce el efecto contrarió. Y la caus a de ello es,primero, que cuando se experimen ta una viva irritación encierto sentido, toda excitación, aunque proceda de otra fuente,aumenta aquella irritación primera y, contra toda razón, aflu

 ye al primitivo lecho profundo, ensanchándolo. A de m ás, sí bien es cierto que el sufrir en común acerca a los que sufren,también es verdad que, justamente, esta proximidad forzadales hace ver con mayor vivacidad su alejamiento interior y loirreconciliable de su encono. Si la unificación no es bastantea vencer u n antag onism o, tenderá, no a conservar el status (Juo ante,  sino a intensificarlo, pues es sabido que el contraste en

todas las esferas se torna más agudo y consciente cuanto másse  acercan los objetos contrastados.

Otra clase de repulsión más visible crean los celos cuando varios individuos son dominados en común por uno. E-sta forma constituye el correlato negativo de la que acaba de mencionarse. En efecto, si el odio común es un medio muy intenso deunión, cuando lo odiado en común es al mismo tiempo el co

mún señor, también el a m or común , por vir tud de los celos, lia-ce enemigos a sus sujetos, y ta nto m ás cuanto que el amad o c omún es al mismo tiempo el señor común. U n buen conocedordéla vid a turca refiere que los hijos de un harem , cuand o tienendistintas madres, son siempre enemigos unos de otros. E! fundamento de esta enemist ad son los celos con que las madres v igi lan las manifes tacion es de afecto del padre ha cia los hijos

que no son suyos. El matiz particular que presentan los celosd fi l d á b di d l d

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160 Sociologi

 V olvam os ahora, de las consecuencias disociadoras que lsubordin ación a un poder in divid ual trac consigo, a las consecuencias unificadoras. Haré resaltar, ante todo, que las disen

siones entre los partidos se arreglan más fácilmente Cuandéstos están sometidos a un mismo poder superior, que cuandson completamente independientes. ¡Cuántos conflictos qucondujeron a la ruina, v. gr., a los ciudades griegas e italianasno hubieran tenido ton desastrosas consecuencias, si esas ciudades-Estados hubieran estado dominadas por un poder central y sometidas a una instancia superior! Cuando ésta falta

el conflicto entre varios elementos tiende fatalmente a resol verse por choque inmediato de las fuerzas. Desde un punto c vista general, el concepto de «instancia superior» posee uneficacia que se extiende en formas diversas sobre casi iodos lo-modos de convivencia humana. Cor stituye una característicsociológica de primer orden el hecho de que exista o no, en unsociedad o para una sociedad, una «instancia superior». N o e

preciso que esta instancia sea un soberano en el sentido ordinario o extremo de la palabra. Así, por ejemplo, sobre relaciones y controversias que se fundan en intereses, instintos, sentimientos, constituye siempre una instancia superior el reinde lo «intelectual», con sus particulares contenidos, o sus representantes, en cada caso. Podrá la intelectualidad resolvede un modo parcial e insuficiente; podrán sus decisiones en

contrar o no acatamiento; pero siempre en un grupo de variomiembros el más inteligente será la instancia superior— an álogamente a  como la lógica es la instancia superior sobre locontenidos contradictorios de nuestras representaciones, incluso cuan do pensamos ilógicamente. Lo cual no impide queen casos concretos, sea la voluntad enérgica o el sentimientcálido de una personalidad el que pacifique la hostilidad d

los miembros del grupo. Lo específico de la «instancia superior» a que apelamos para conse guir la avenencia, o a cuy

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|.a subordinación 161

encuentran en lucha o conviven indiferentes y extraños y noparece posible establecer una unión entre ellos sobre la basede sus cualidades efectivas, consíguese a veces tal finalidad

colocándolos en una situación nueva, que posibilita la unión,o fomentando en ellos nuevas cualidades, en virtud de lascuales la unión puede verificarse. Lógrase con frecuencia

 borrar el descontento, la excitación producida por interesesantagónicos y crear comunidades profundas— lo mismo en los

 juegos de los n iños que en los partidos religiosos o políticos—añadiendo a los motivos y propósitos divergentes o indiferen

tes, uno nuevo en el que pueden todos coincidir y merced alcual resulta unido lo que antes estaba separado. Tambiénmuchas veces puede llegarse a la conciliación indirecta de cualidades directamente inconciliables, exaltándolas a un gradode evolución superior, o añadiéndoles un nuevo elemento quemodifica el fundamento en que se basan. Así, por ejemplo, lahomogeneidad de las provincias galas fue considerablementefomentada por su latinización. Es evidente que para esta manera de unificación, la «instanci a superior» es m u y beneficiosa,porque un poder que esté por encima de los partidos y losdomine de algún modo inyectará fácilmente en ellos intereses y determinaciones que Ies sitúen en un campo común y a losque acaso no hubieran llegado nunca abandonados a sí mismos, por impedírselo la obstina ción, el orgu llo, la obsesión dela hostilidad. Suele encomiarse la religión cristiana porque

dispone los ánimos a la paz. El fundamento sociológico deeste hecho es seguramente el sentimiento de la subordinacióncomún de todos los seres al principio divino. El creyente cristiano está convencido de que, por encima de él y de su adversario— sea o no creyente— , está aquella instancia suprema; yesta convicción debilita en él la tentación de medir violentamente sus fuerzas con las del enemigo. Si el D io s cristiano

puede ser un lazo de unión para círculos tan amplios, comdid d t l i ti j t t

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Sociolog

número de hombres está sometido uniformemente a unsolo, son iguales. De antiguo se ha echado de verla córreloción existente entre el despotismo y el igualita rismo. N o solse produce en el sentido de que el déspota intenta nivelar a susúbditos — de lo que se hablará en se guida— , sino también ela dirección contraria: un a nive lac ión radical Jleva a su vefácilmente a la implantación de formas despóticas. Sin embargo, esto no rige para toda clase de «nivelaciones». Cuantí A lc ibíades dice de las ciudades sicilianas, que están form adapor abigarradas masas populares, quiere indicar con ello qu

son presa fácil para el conquistador. De hecho, una ciudadanía uniforme ofrece mayor resistencia al tirano que una po blación compuesta de elementos m uy divergentes, y, por tantoinconexos . Y es que la nive lación que más favorece a l despotismo es la que elimina las diferencias de rango, no las de naturaleza. Una sociedad homogénea en cuanto a su caráctertendencias, p e r o ordenada en divers as- jerar quías , resistir

enérgicamente al despotismo: en cambio será menor la resistencia-si coexisten elementos de población esencialmente diversos, pero en igualdad y sin jerarquía orgánica. Ahora bien, emotivo fundam ental que impulsa al monarca a suprimir las dferencias de clase, es que la existencia de relaciones de subordinación muy acentuadas entre los súbditos, hace la competencia a su propia superioridad, tanto en un sentido real, come

en un sentido psicológico. Por otra parte, prescindiendo de esteel hecho de que unas clases sean demasiado oprimidas pootras, puede ser tan peligroso para el despotismo como el excesivo poder de aquellas; pues un alzamiento de las clases so

 juzgadas contra los poderes intermedios llegará fácilm entepor la fuerza de velocidad adquirida , a derrocar el poder supremo, si éste no se coloca a la cabeza del movim iento, o amenos le presta su apoyo. Por esta razón los monarcas orien

tales han solido combatir la aristocracia: tal era la táctica de

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nivelación de los súbditos. Esta tendencia se manifiesta en elhecho ele que los déspotas no quieran otros servidores que losde medianas capacidades, como se ha hecho resaltar a propósito de Napoleón I. Cuéntase que habiéndose solicitado de unpríncipe alemán permiso para que uno de sus empleados pasase al servicio de otro Estado, el príncipe preguntó a su ministro: ««iNos es indispe nsab le ese hombre?— Co mp letam en te,alteza.— En ton ces le dejaremos que se vaya. N o me gustanlos servidores indispensables.» La correlación íntima entre eldespotismo y la nivelación resalta en esto particularmente,

porque, en realida d, el déspota no busca tampoco servidores deínfimo valor. Dice Tácito sobre la tendencia de Tiberio a utilizar medianías para su servicio: ex optimis periculum sibi, a 

 pessim ís dedecus pablicum nie íuebat.  Obsérvese, además, quecuando la monarquía pierde el carácter de despótica, esta tendencia se debilita en seguida, e incluso se trueca en la contraria; así dice Bismarck de Guillermo I, que no sólo soportaba

tener un servidor prest igioso y poderoso, sino que se sentíarealzado por ello.

Cuando él soberano no impide, como el sultán, la formación de poderes intermedios, trata a menudo de producir unanivelación relativa, favoreciendo las aspiraciones de las clasesinferiores a conseguir la unidad jurídica con aquellas clasessuperiores. La historia medieval y moderna están llenas de

ejemplos de esto. En Inglaterra, el poder real llevó a cabo conenérgica decisión, desde la época de los normandos, la correlación entre su propia omnip otencia y la iguald ad jurídic a delos súbditos. G uille rm o el Con quista dor rompió el lazo que

 basta entonces existía— como en el Continen te— entre la aristocracia inmediatamente vasalla de la corona y ios subva-sallos, obligando a éstos a prestar el juramento de fidelidad

al mismo rey. De esta manera evitó, por una parte, que losgrandes feudos de la corona fuesen aumentando en poder

~£a subo rd in ac ión I6>

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16* SociÓloJjl H

romano. La República no pudo subsistir porque ya no eraposible mantener la supremacía jurídica o efectiva de la ciudad de R o m a sobre Italia y las provincias. E l Imperio logrórestablecer el equilibrio, porque privando a los romanos de

sús derechos, los equiparó a los pueblos sometidos; de estamanera fue posible una legislación imparcíal para todos losciudadanos, una nivelación jurídica, cuyo correlato fué la absoluta eminencia y unidad del soberano.

 A p en a s necesitamos advertir que, en este sentido, la «nivelación» ha de entenderse como una tendencia, muy relativa y

limitada en su ejecución. Una ciencia fundamental de las formas sociales ha de fo rm ula r los conceptos y las conexionesentre los conceptos, con un a p urez a y a bstracción tal, que no seencuentra nunca en su realización histórica. La intelecciónsocioló gica, que quiere aprehender el concepto fund am en tal dcsocialización en sus sentidos y formas singulares, y analizarlos complejos en que se presentan los fenómenos hasta descu

 brir en ellos regularidades inductivas, sólo puede lograrlo valiéndose de líneas y figuras por decirlo así absolutas, que en elacontecer real de la sociedad se encu en tran sólo en forma <■iniciaciones, fragmentos y realizaciones parciales, interrump'-das y m odifi cada s de continuo. E n cada configu ración de lasque se presentan en la historia social, actúa una cantidad d elementos probablemente incalculable, y no podemos descom

poner su forma en todos sus factores parciales y recomponerlaluego reuniendo estos factores; del mismo modo que la figurade un trozo de materia no puede nunca descomponerse y recomponerse exactamente en las figuras ideales ele nuestrageometría, aunque ambas operaciones deben ser en principiaposibles, por diferenciación y combinación de las formas científicas. Para que sea conocida sociológicamente una manifes

tación histórica, ha de ser de tal modo transformada, que suunidad se escínda en una serie de conceptosy síntesis que van

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La subo rdinación 163

cincuenta años después de la muerte de G uill er m o el Co nq ui stador se levanta valerosamente contra el rey Juan; el del emperador romano, que propiamente no es sino el presidente delas comunidades, más o menos autónomas, que constituían elImperio; todas estas formas monárquicas son extraordinariamente diversas, como diversa es igualmente la «nivelación»correspondiente de los súbditos. N o obstante, el hecho de lacorrelación vive en todas ellas, y la diversidad ilimitada de losfenómenos inmediatos, materiales, ofrece espacio a la líneapor decirlo así ideal, en que se dibuja aquella correlación

(que en su p ureza y unifo rmid ad es, sin duda, un a figura científica abstracta).

L a mis m a tendencia a la dom inación por medio de la nivelación existe en fenóm enos que, aparentemente, son opu estos. Es típica la conducta observada por Felipe el Bueno deBorgoña, cuando trata de sojuzgar la libertad de las ciudadesholandesas, concediendo privilegios muy amplios a algunas

corporaciones. Pues estas diferencias jurídicas, que se originanen el puro arbitrio del soberano, marcan más ostensiblementela uniformidad de sumisión en que se encuentran a  priori   lossúbditos. En el ejemplo mencionado, esto se caracteriza muy bien por el hecho de que lo s privilegios, m u y amplios,eran de duración breve; de esta manera el privilegio jurídicono se separaba y desligaba de su fuente y origen. A s í, el privi

legio, que es aparentemente lo contrario de la nivelación, semanifiesta en algunos casos como una potenciación de la misma, en correlación con el dominio absoluto.

Se ha reprochado incontables veces a la monarquía el contrasentido que representa la desproporción cuantitativa entreel soberano individual y la pluralidad de los dominados. Se laha censurado por lo que hay de indigno y de injusto en la re

lación que una y otra parte aceptan. Y, en efecto, la soluciónde esta contradicción ofrece una constelación sociológica

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Ií>6 Sociolo^M

dominados no entran en la relación con la misma cantidad depersonalidad. L a «masa» se constitu ye po r el hecho de quemuchos individuos reúnen fracciones de su personalidad, do-terminados instintos, intereses y fuerzas. Lo que cada personalidad es, como tal, queda fuera de este plano de nivelación y noentra en la «masa», esto es, en aquello que el mo nar ca do m ina. 2ÑTo hace fa lta subr ayar que si esta nueva proporción, enque la personalidad entera del soberano es c ontrap esada porlos múltiple s fragmen tos parciales de las person alidades domin adas, se expresa en form a cuant itativa, es tan sólo por falta

de otro símb olo mejor. La person alidad, como tal, escapa atoda expresión aritmética tan totalmente, que cuando hablamo s de la personalidad «entera», de su «unid ad», o de una«parte» de ella, nos referimos a algo interiormente cualitativo,a algo que sólo puede ser vivido como intuició n del alma. Perono tenemos para designar esto ninguna expresión directa;hem os de acudir, pues, a expresiones procedentes del orden

cua nti tativo, que son tan insuficientes como indispensables.Toda relación de dominio entre uno y muchos (evidentemente. no sólo la relación política), descansa en esa escisión de 1»personalidad. Su aplicación a las relaciones de subordinaciónno es más que un caso especial de su sentido en todas lasacciones recíprocas, en general. Incluso en una asociación tan.estrecha como la del matrimonio, puede decirse que no se esta

nunca enteramente casado, sino que, en el mejor caso, sóloentra en el matrimonio una parte de la personalidad, porgrande que ésta sea. Análogamente no se es nunca por enterociudadano, ni miembro de una unidad económica, ni miembrode una Iglesia. ILsa escisión de la persona humana, que vaimplícita en principio en el dominio de uno sobre muchos, fuéreconocida ya por Groc io. A l responder éste a la objeción deque la soberanía no puede adquirirse por compra, ya que srrefiere a hombres libres, distinguió entre sumisión (subjectio) 

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de do m ina ció n— consiste en reconocer y por decirlo así preparar aquellos aspectos en que los hombres forman una «masa»,más o menos nivelada, frente al soberano, distinguiéndolosde aquellos otros que deben dejarse a la libertad individual, yque reunido s con los primero s constituye n la personalidadtotal del subordinado.

Les agrupaciones se distinguen unas de otras, de un modomuy característico, según la relación que la personalidad totalde sus miembros mantenga con la parte de personalidad queentra en la «masa». De esta relación depende que sean más o

menos gobernables; en el sentido de que un grupo puede serregido tanto más fácil y radicalmente por u no s olo, cuantomenor sea la parte de personalidad total que el individuoentregue a la masa, objeto de la subjectio.  Cuando la unidadsocial encierra dentro de sí una parte muy considerable de lapersonalidad de sus miembros; cuando éstos están íntimamente ligados a aquélla, como sucedía en las ciudades griegas o

medievales, el gobierno de uno solo es contradictorio e irrealizable. Esta relación fundamental, en sí muy sencilla, se complica por la acción de dos factores: la mayor o menor extensión del círculo subordinado y la medida en que las personalidades están diferenciadas dentro de él. Cuanto mayor sea uncírculo, tanto menor será ceteris paribus  la extensión de lospensamientos e intereses, de los sentimientos y cualidades

contenidos en la «masa». Y puesto que la soberanía se extien de a lo común a todos los subordinados, éstos la soportarántanto más fácilmente cuanto mayor sea la magnitud del círculo. Teniendo esto a la vista, se comprende el sentido fundamental de la monarquía, que puede formularse así: cuantomás numerosos sean los dominados, tanto menor será la parteen que cada individuo es dominado.

Pero, en segundo lugar, es también de importancia decisivael saber si los individuos tienen una estructura espiritual bas

t.a subordinación

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éste, se resolverá aproximadamente la contradicción entre lasum isión y la libertad, la desproporcionada preponderancia deuno sobre mucho s. E n ta l caso, podrá desenvolverse libremente la individualida d, incluso en un ¿ra po regido despóticamente. La formación de la individualidad moderna comenzó bajolos despotismos del Renac im iento italiano . A q u í como en otro;,casos, por ejemplo bajo Napoleón I, el soberano tiene interésen conceder la mayor libertad posible a todos los aspectos déla personalidad que no pertenecen a la «masa», es decir, aquellos que están fuera del radio de la soberanía. Se comprende

 bien que en círculos m u y pequeños, donde la íntim a fusiónen que se encuentran sus elementos y la estrecha solidaridadque los une, confunde y enturbia aquella distinción, sea mu>difícil mantener separados los dos aspectos y las relaciones dedominio de¿eneren fácilmente en insoportable tiranía. Estaparticularidad de los círculos pequeños se une con frecuenciaa la torpeza de las personas preponderantes; por lo cual suce

de que muchas veces las relaciones no se organizan bien, comoocurre por ejemplo entre padres e hijos. A men udo los padrescometen el ¿rave error de imponer autoritariamente a sus hijosuna norma de vida inexorable, aún en aquellas cosas en quelos hijos tienen una individualidad irreductible. Lo mismosucede cuando el sacerdote, saliéndose de la esfera en quepuede mantener unida la comunidad, pretende dominar la

 vida privada de los fieles, vida en la cual éstos aparecen diferenciados ante la comunidad religiosa. En ninguno de estoscasos se ha realizado la ju sta selección de las partes aptaspara formar «masa» y que, por tanto, pueden ser dominadasfácilmente, sin que se sientan heridos los dominados.

La nivelación de la masa, que se produce gracias a la selección y reunión de los elementos dominab les, tiene la m ayo r im

portan cia para la sociología del dominio. A s í se explica que amenudo sea más fácil regir un grupo grande que uno pequeño;

168 Sociología

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la subordinación i 69

una observación. hecha por Hamilton en el  Federalista:  quesería el m ay or de los errores popula res el creer que aum enta ndoel número de los miembros del Parlamento, se aumentaba la

garantía contra el gobierno de unos pocos: más allá de ciertonúmero* la representación popular parecerá, sin duda, másdemocrática, pero, en realidad, será más oligárquica; podrá serampliada la máquina, pero serán pocos los resortes que rijansus mo vim iento s. Y en el mis mo sentido bacía observar cienaños más tarde uno de los mejores conocedores de la vidapolítica anglo-americona, que cuanto más aumenta el poder y

la influencia de un jete de partido, tan to más ba de darsecuenta de que «el mundo está gobernado por muy pocas personas». Esta es la raíz sociológica profunda de la estrecha relación que existe entre el derecho  de un conjunto político y

su soberano. El derecho para todos vigente surge de aquellospuntos de coincidencia, que están más allá de los contenidoso formas puramente individuales de la vida, o, dicho de otro

modo, que no abarcan la totalidad de la persona individual.El derecho da una forma objetiva concordante a todos estos intereses y cualidades transindividuales, que encuentransu forma subjetiva o su correlato en el soberano de esteconjunto. Pero siendo este análisis y síntesis particular delos individuos el fundamento del régimen unipersonal, engeneral, se comprende fácilmente que en ocasiones baste alsoberano una cantidad asombrosamente mínima de cualidades sobresalientes para asegurarse el dominio sobre una colectividad: ésta se somete con un a facilida d, que, lógicamente, sería incomprensible si comparásemos cualitativam ente ai soberano con sus súbditos, considerados como personas completas.Pero cuando ralla esa diferenciación de los individuos, indispensable para el do minio de las masa s, las cualidade s que seexigen al soberano rebasan ya aquel modesto límite. Aristóte

les dice que, en su época, no podían producirle ya monarquías,b bí d E d lid d i l

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170 Sociología

tos políticos de su personalidad, reservándose como propiedadprivada otra parte considerable de ésta. En situaciones de estegénero, el gobierno unipersonal, si lia de estar interiormente

 justificado, presupone que el soberano sea superior a cada unode sus subditos, en cuanto a su personalidad total. Esta exigencia no se presenta, en cambio, cuando el objeto de la soberanía es la simple suma de aquellas partes de los individuos,que, reunidas, forman una «masa».

Junto al tipo de gobierno unipersonal, cuyo correlato es lanivelación radical de los sometidos, está el segundo tipo, en

que el grupo toma la forma de una pirámide. Los subordinados aparecen, frente al soberano, en sucesivas gradaciones depoder; capas cada vez meno s extensas y más importantes vandesde la masa interior basta el ápice. Esta forma colectivapuede prod ucirse de dos maneras. E n primer lugar, puedeemanar del poder autocràtico de uno solo. Este pierde el contenido de su poder -con serva ndo la forma y el título — y lo

deja resbalar hacia abajo. Como es natural, las capas máspróximas al soberano se apropian mayor cantidad de poder,que las má s lejanas. A l irse desmenuzand o de esta manerapoco a poco el poder, si no se añaden al proceso para deformarlo otros acontecimientos y condiciones, ha de crearse unacontinuidad y gradación de subordinaciones. De este modo seproducen con frecuencia las formas sociales en los Estados

orientales; el poder del grado supremo se va desmembrando, bien por no poder sostenerse interiormente y porque no m antiene la proporcionalidad antes indicada entre sumisión y li

 bertad individual, bien porque las personalidades regentes sondemasiado indolentes e ignorantes de la técnica del gobiernopara conservar su poderío.

La forma piramidal de la sociedad, ofrece un carácter com

pletamente distinto cuando emana de la intención  del soberano. Entonces no significa una debilitación de su poder, sino

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La subordinación 17 1

quien.es pesa. AI mismo tiempo se produce en lo externo unaaproximación de los súbditos al soberano, según su rango relativo. De aquí puede resultar una mayor solidez del edificio

total; sus fuerzas afluyen hacia la cabeza con mayor seguridad y concentración, que si estuviesen niveladas frente a ella. DIRccKo de que la superior importancia del príncipe, o de la persona que en cada círculo ocupa la posición dirigente, irradie yrecaiga sobre otros, según la prox imidad a que se bail en delprimero, no significa disminución, sino aumento de su propiaimportancia. A l principio de la monarquía norm anda inglesa,

el rey no tenía ningún consejo permanente y obligatorio; pero justamente la m ayor dignidad e importancia que iba adquiriendo, fué causa de que, en casos graves, solicitase el consejode un consilium baronum.  Dsta dignidad que aparentementese eleva al grado supremo, por concentrarse en la personalidaddel rey, necesita, sin embargo, irradiación y extensión, como sino cupiera en una sola persona. DI rey llama a varios súbdi

tos para que colaboren con él, los cuales, al conllevar el podere importancia del soberano, y, por consiguiente, en cierta manera al compartir lo, lo conc entran y Racen refluir de nuevo,con m ay or eficacia, sobre él. Y aú n más; el RecRo de que losservidores del rey anglosajón paguen más rescate y de que su juramento tenga un valor particular; el RecRo de que sus criados y el Rombre en cuya casa ba bebido sean elevados sobrela masa por protección jurídica especial, no se debe simple

mente a las prerrogativas regias, sino que este corrimientogradu al de la prerrogativa es al mismo tiempo un apoyo . A ldar a otros participación en su superioridad, esta superioridadno dism inuye , sino que aumenta. Ade má s, cuando existen tanminuciosas gradaciones, el soberano dispone de distinciones yrecompensas, en fo rm a de ascensos jerárquicos, que na da lecuestan, pero que ligan más estrechamente a su persona a los

que así quedan colocados más cerca de ella. DI gran númerod d i l d l d d

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172 Sociología

tos en m uch os grados. A sí . v. gr., en Gin ebr a, existían todavíaa mediados del siglo xvm variadas gradaciones de derechosentre los ciudadanos, según que esios se llamasen citoyens. 

bour¿eois, habitants, ntiiífs. sujeta.  Cuando hay muchos quetienen todavía debajo de sí a otros, todos aquellos están interesados en conservar el orden existente. Con frecuencia, ensemejantes casos, más que de una gradación de  poder efectivo,se trata de una jerarquía de títulos y posiciones, con supremacía puramente ideal. Pero estas distinciones pueden ser pródigas en consecuencias, como se ve, acaso con máxima claridad,

en las finas gradaciones de clases que existeit en el sistema delas castas indias. Ahora bien, estas pirámides construidas a base de honores y privilegios sociales, y que hallan en el soberano su vértice, no siempre coinciden con la estructura de poderes graduales, que acaso subsiste al mismo tiempo.

La estructura del poder en forma de pirámide tropezarásiempre con la dificultad fund am enta l de que las disposicionesirracionales y fluctúan tes de las personas, no coinciden nun ca

exactamente con los contornos de las diversas posiciones, trazados con lógico rigor. Este es un defecto formal que aquejaa todas las jerarquías construidas sobre un esquema previo;defecto que no se da solamente en las jerarquías con ápice monárquico personal, sino también en los proyectos socialistasque confían a una determinada institución la misión de llevara la posición suprema directiva a la persona que merezca efec

tivamente ocuparla. Se llega, en ambos casos, a esa inconmensurabilidad fundamental entre el esquema de las posiciones yla naturaleza del hombre, que es interiormente mudable y nose acomoda exactamente a form as conceptuales. A esto seañade la dificultad de conocer  la personalidad adecuada paracada posición, sobre todo por la raz ón de que muchas vecesno se sabe si una persona merece o no ocupar una posicióndeterminada, hasta que la ha ocupado. Por motivos arraigados en lo más hondo y valioso de la naturaleza humana, pue

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1.2subordinación 173

do y con la vid a nos oblig a a resolver siempre de antemano;  esdecir, a produc ir por nuestra resolució n aquellos hecKos quedeberían ser y a producidos y conocidos, para poder tom ar la

resolución racionalmente y con seguridad. Esta dificultad ge-neral, apriorísíiea, de toda ac tuación hu m an a se manifiesta conparticular claridad al construir escalas de poder social, cuandoestas escalas no surgen orgánicamente de las propias fuerzasindividuales y de las relaciones naturales de la sociedad, sinoque son construidas espontáneamente por una personalidadgobernante. Claro está que este caso casi nunca se producirá

históricamente con absoluta pureza— a lo sumo puede hallá rsele paralelismo en las utopías socialistas a que hemos aludido—; pero sus particularidades y complicaciones pueden obser

 varse en la realidad, en sus formas más rudimentarias y mezcladas con otros fenómenos.

En dirección opuesta va otro modo de construir esa escalade poder que llega a un vértice supremo. Partiendo de una re

lativa igualdad originaria de los elementos sociales, adquierenalgunos de estos mayor importancia que los demás. Del complejo de estos se destacan a su ve z individ ualid ades especialmente poderosas, hasta que la evolución culmina en uno o varios vértices. E li este caso, la pirámide de la subordinación jerárquica se construye de abajo a arriba. N o hace falta acumular ejemplos de este proceso, que se verifica en todas partes,aun que con ritmos m uy diversos. Do nd e acaso se presente conmás pureza es en el campo económico y político; pero se percibetambién, perfectamente en la educación intelectual, en las escuelas, en la evolución de la vida, en la relación estética, en eldesarrollo primitivo de la organización militar.

El ejemplo clásico en donde coinciden los dos caminos porlos cuales puede producirse una organización jerárquica délosgrupos, es el Estado feudal de la Edad Media. Cuando el ciu

dada no— griego, romano, germ ano — no conocía subordinación

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174 Sociologji

una serie gradual de estados. El servitiam   un ía a todos lo•>miembros del reino entre sí y con el rey. Este daba a sus grandes súbditos tierras en feudo; éstos, a su vez, a los vasallos que

les estaban subordinados; y así se producía una gradación deposiciones, patrimonios y obligaciones. Pero al mismo resultado llegaba el proceso social, caminando en la dirección contraria. Las capas intermedias nacían, no sólo por desprendimientos de arriba, sino también por acumulación de abajo.Pequeños propietarios, originariamente libres, entregaban sustierras a señores poderosos para recibirlas de nuevo en calidad

de feudo; y los señores, gracias a esta constante ampliación desu poder—que la realeza, debilitada, no podía evitar—, alcanzaban un poder rival del de los reyes. Esta forma de pirámidepresta a cada uno de sus elementos una doble posición entrelos más bajos y los más altos. Ca d a uno de ellos es señor y su

 bordinado, depende de arriba y, al propio tiempo, es independiente en cua nto que otros dependen de él. Q u iz á s sea esta dua

lidad sociológica del feudalismo—acentuada particularmente por su doble génesis: desprendimientos de arriba y acumulaciones de ab aj o— la que ha determinado la contradictoriedadde sus consecuencias. Seg ún que la práctica y la concienciaKan hecho dominar, en los elementos intermedios, el matiz dela independencia o el de la dependencia, así el feudalismo haconducido a unos u otros resultados: en Alemania, al socava-miento del poder supremo; en Inglaterra, a la atribución a lacorona de la forma propia para un poder muy amplio.

La jerarquía es una de esas formas de ordenación y de vidacolectiva que parten de un pu nte de vista cua ntitativo y que,por consiguiente, son más o menos mecánicas y preceden históricamente a las agrupaciones orgánicas propiamente dichas, basadas en diferencias individuales cualitativas. S in embargo,no son completamente anuladas por éstas, sino que subsisten

en unión de ellas. Entre las manifestaciones de la primera fór

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La subordinación

se observa, sobre todo, en el feuda lism o o en las jerarquías burocráticas o mil itares. Y a el primer ejemplo mencionado delas formaciones de esta clase indica su objetividad, su sujeción

a un principio. Precisamente, merced a ello, el feudalismo, talcomo comentó a formarse al principio de la Edad Medía germana, quebrantó los antiguos órdenes de libres y siervos, depatricios y plebeyos, que descansaban en la diversidad de lerelación en que estaba el individuo con la comunidad. Por encima de esto, elevó akora, como principio de absoluta validez,d eservicio», la necesidad objetiva de que cada cua l sirviese a

alg ún superior. Y en este principio no cabía más diferenciaque la de a quién y bajo qué condiciones se sirviera. La gradación de posiciones que así resultó, y que en lo esencial fuécuan titativa , era independiente de la importancia que antestuvieron las posiciones corporativas de los individuos.

N o es necesario, naturalmente, que esta gradac ión va yaascendiendo basta llegar a un miembro absolutamente supremo; su característica formal se muestra en todo grupo, sea

cualquiera el modo en que éste aparezca caracterizado comoun todo. Así, la «familia» servil romana ofrecía ya las másfinas gradaciones, desde el villícus   y  procuraior, que dirigíacon total independencia ramas enteras de la producción, en lagran explotación de esclavos, pasando por todas las clasificaciones posibles, basta los capataces que mandaban diez hom

 bres. Semejantes formas de organización son m uy claras de

percibir, y cada uno de sus miembros, al encontrarse determinado por arriba y por abajo, como superior y como subordinado, adquiere, por decirlo así, una más segura definición desu sentimiento sociológico de la vida; y esto Ha de reñejarseen el grupo contribuyendo a afirmarlo. Por eso, los regímenesdespóticos o reaccionarios, en su temor a todas las asociaciones entre los súbditos, persiguen con especial encono aquellas agrupaciones que se han organizado  jerárquicamente. 

Con singular detallismo, explicable tan sólo por la sensación

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17 6 Soc¡olü£,

 jetos al control y dirección general de un consejo supremo»Por lo demás, esta forma debe distinguirse de aquella otra en

que se dan al mismo tiempo la jefatura y la subordinaciónque un individuo sea jefe en una serie   o sentido y subordinado en otra serie o sentido. Esta organización tiene más bienun carácter indiv idual y cualitativo; suele ser un a com binación oriunda de las disposiciones y condiciones particularesdel individuo. E n cambio, cuando la coincidencia de la jefatura

 y la subordinación se da en u n a y la misma serie, esta organiz ació n está más predeterminada objetivamente, y, justame nte por eso, queda definida de un modo más inconfundiblecomo posición sociológica. Y el becho de que, como be indicado ya, tenga gran valor de cohesión para la serie social, pro

 viene de que el ascenso en esta constituye eo ipso  una aspiración deseable. Dentro de la masonería, v. gr,, se ba utilizadoeste motivo, como puramente formal, para abogar por la conservación de los «grados». Ya al «aprendiz» se le ba comunicado lo esencial del saber o bjet ivo— ritual en este caso— quposeen los iniciados en el grado de oficial y maestro; pero seafirma que la existencia de estos grados presta a la hermandad cierta tensión y anima, con el encanto de la novedad, ecelo de los novicios.

Es tas estructuras sociológ icas que se producen con igualdadformal en los grupos de más diverso contenido, merced a ln

subordinación a una sola persona, pueden darse tambiéncomo queda ya indicado, en la subordinación a una pluralidad. Pero la plur alid ad de los jefes— si éstos están coordenados uno s a otro s— no es lo característico de ellas, y, por consiguiente, sociológicamente carece de importancia el hecho dque la jefatura individual   sea casualmente desempeñada pouna pluralidad. H a y que notar, sin embargo, que el gobierno

de uno solo constituye el tipo y forma primordial de la relad b d f d l l

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La subordinación 177

ilegítimo, cuando aquellas otras formas no monárquicas sonlas más amplias y dominantes. La jefatura de uno solo tienetal poder intuitivo, que continúa influyendo incluso en consti

tuciones originadas en reacción contra ella y para suprimirla.Del presidente norteamericano se ha dicho—como del arcontegriego y del cón sul ro m an o— que con ciertas limitaciones vienea ser el heredero del poder real, que los monarcas perdieron traslas respectivas revoluciones. He oído decir a much os norteamericanos que su libertad consiste en que los dos grandes partidosalternan en el poder, pero que cada uno de ellos ejerce una

tiranía enteramente monárquica. También se ha intentado demostrar que la democracia de la Revolución francesa no essino una inversión de la monarquía, con las mismas cualidades que aquella. La volonté générale  de Rousseau, que es,para él, sumisi ón sin resistencia, tiene la propia naturalezadel monarca absoluto. Y Pro ud ho n afirma que un parlamento nacido del sufragio universal no se diferencia en nada delmonarca absoluto. El representante del pueblo es infalible,

inviolable, irresponsable. No es más, en lo esencial, el monarca. E l principio monárquico se dice— está tan vivo y tan íntegro en un parlamento como en un rey legítimo; y de hechono falta, frente al parlamento, ni siquiera el fenómeno típicode la adulación, que parece específicamente reservado a la persona individual.

Es típico el fenómeno de que existan entre elementos co

lectivos relaciones formales, que continúan subsistiendo auncuando el cambio de la tendencia sociológica total parece hacer imposible tal subsistencia. La fuerza sing ular de la mon arquía, que, por decirlo así, sobrevive a su muerte, transmitiendo su matiz y sus instituciones a otras figuras, cuyo sentidoparece consist ir justamente en su negación, es un o de los casos más salientes de esta vida propia que tiene la forma sociológica, gracias a la cual no s ólo recoge contenidos mater ial

mente muy distintos do ella, sino que infunde su espírituf l í d ll

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ner ninguno; y, sin embarco., fué conservado cuidadosamentpara evitar de ese modo evoluciones que acaso hubieran llevdo al trono a un rey de veras. En este caso, la oposición, en vcde suprim ir la mo narq uía, para acabar consolidá ndose en forma monárquica, la conserva justamente para impedir sconsolidación efectiva. Ambos casos opuestos atestiguanfuerza formal de esta forma de gobierno.

Esta fuerza es de tal naturaleza, que muchas veces se fuden en ella los elementos más opuestos. L a mo na rqu ía tieninterés en que se mantengan las instituciones monárquicaaun en sitios que están completamente fuera de su esfera dacción. Las realizaciones varías de una forma social determnada, por alejadas que estén, se apoyan mutuamente y se grantizan, por decirlo así, unas a otras. Este hecbo se manifiesten las formas de dominio más diversas, pero particularmenten la aristocracia y en la monarquía. Por eso, las monarquíapagan a veces cara la política que consiste en debilitar el pricipio monárquico en otros países. La resistencia, casi rebeldque ofrecían al gobierno de Mazarino tanto el pueblo como parl amento, se ha atribu ido a que la política francesa habfavorecido en países vecinos levantamientos contra los g

 biernos respectivos; de'esta manera el principio monárquicodebilitó en u n grado tal, que reflu yó sobre el autor mis mo aquella política, que creía favorecer sus intereses fomentandlas rebeliones. Por el contrario, cuando Cromwcll rekusótítulo de rey, entristeciéronse mucho los realistas. Pues aunquhubiera sido muy duro para ellos ver en el trono al matadodel rey, el hecho de que volviese a haber un rey, les habría precido plausible como preparación de la restauración. Peroaparte de estas razones utilitarias que pueden abonar la epansión de la monarquía, el sentimiento monárquico actúa

 veces frente a determinados fenómenos en manera y sentid

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ka subordinación 179

nigsen y la actividad que éste había desplegado en Hannover. A pesar de lo que Bennigsen y su partido habían trabajadopor la prusincación de H ann ove r. esta actitud de un súbdito

contra s u primitiva dinastía, hería los sentimientos mon árqu icos de Guillermo I. La fuerza íntima de la monarquía es bastante para incluir aún al propio enemigo en una simpatía de

principios, y para considerar, en las capas pro fund as del se n timiento, como adversario, al amigo que ss encuentra en oposición a algún monarca.

Finalmente surgen otros rasgos, todavía no mencionados,

cuando de un modo o de otro se torna problemática laigualdad o desigualdad, la proximidad o distancia que existenentre el superior y el subordinado. Es esencial en la figura sociológica de un grupo el hecho de que prefiera subordinarse aun extranjero que a un miembro del propio grupo, o lo contrario, y de que considere lo uno o lo otro como lo más adecuado y digno. Los señores medievales alemanes tenían originariamente derecho a nombrar para la comunidad cortesana

 jueces y regidores de donde quisieran, hasta que finalmente lacomunidad logró que los funcionarios fuesen nombrados deentre los miembros de la comunidad misma. En. cambio, considérase como concesión muy importante la que hizo el condede Flandes en 1228 a sus «queridos escabinos y burgueses» deGante: que los jueces y funcionarios ejecutivos, así como sussubordinados, no   serían nombrados de entre los vecinos de

G an te ni de entre los que estuviesen casados con un a gan te-sal Esta diferencia tiene sin duda sus razones: el forastero esmás imparcial, el indígena más comprensivo. Indudablementela primera de estas razones fué la que determinó el deseo delos ciudadanos de Gante, y atendiendo a ella, elegían las ciudades i talian as con frecuencia s us jueces en otras ciudades,para que la adm inistr ación de justicia no fuese influ ida porconsideraciones de familia o de partido. Por el mismo motivo,gobernantes tan avisados como Luis XI y Matías Corvino

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te. La preferencia por los allegados o semejantes, parece desdeluego menos paradójica, aunque, si es exagerada, puede conducir a una mecanización del simília similibus , análoga a la

que se refiere de una antigua tribu líbica y modernamente delos aschantis:  que en estos países el rey reina sobre los hom

 bres, y la reina— que es su herm ana— sobre las mujeres. Latendencia del poder central a eliminar la jurisdicción inmanente de los subgrupos, confirma mi tesis de que la subordinación a iguales favorece la cohesión de los grupos. Todavíaen el siglo xiv estaba muy extendida en Inglaterra la creencia

de que el juez competente para cada individuo era su propiacomunidad nativa; pero Ricardo II dispuso terminantementeque nadie podría ser juez de los Asisos  o del G oa l delivery  ensu propio condado. En este caso la cohesión del grupo encontraba su correlato en la libertad del individuo. Todavía en laépoca de decadencia do la monarquía anglosajona, el derechoa ser juzgado por los compañeros, por los pares, era tenido engran estima, como salvaguardia y garantía contra la arbitra

riedad de los jueces reales o señoriales. El campesino de realengo, sobre el que pesaban tantas cargas, velaba celosamentesobre este derecho, que era el tínico que daba contenido y valor al concepto jurídico de la libertad en el sentido del derechoprivado.

Son, pues, seguramente razones de educación o utilidad,las que hacen preferir unas veces la subordinación al compañero y otras al extranjero. Sin embargo, no son estos los únicos motivos que determinan la elección; a ellos se añaden otrosmotivos más instintivos y sentimentales y también más abstractos y mediatos. Tanto más cuanto que aquellas primerasrazones de utilidad se encuentran con frecuencia equilibradasen la balanza; la mayor comprensión de los de dentro y lamayor imparcialidad de los de afuera, se compensan muchas

 veces y entonces h ay necesidad de recurrir a otra instancia

para decidir entre ellas. Apare ce aquí u na antinomia infinitamente importante en toda formación sociológica: de una parte

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giado por ella. A s í los emperadores romano s al principio fa vo recieron la nobleza senatorial y le garantizaron el derechohereditario; pero después de Diocleciano la nobleza senatorial

fué convirtiéndose cada vez más en una mera sombra, siendosustituida por la nobleza burocrática, en la que cada miembrollegaba a los altos cargos por ascensos personales. El hechode que en tales casos predomine la atracción o la repulsión delo homogéneo, depende, evidentemente, no sólo de motivosutilitarios, sino de aquellas disposiciones profundas del almaque determinan la distinta valoración de lo igual y lo desigual.

U n caso particular de este problema general sociológico Osel de que estamos tratando. El hecho de sentirnos más humillados por la subordinación a un allegado que a un extraño,o viceversa, depende muchísimas veces de sentimientos que nopueden racionalizarse. Así, todos los instintos sociales y lossentimientos vitales de la Edad Medía fueron la causa de queen el siglo xm, cuando se concedió jurisdicción pública a losgremios, se decretase, al propio tiempo, que quedarían subor

dinados a ellos todos los obreros del mismo oficio, pues hubiera sido absurdo que un tribunal gremial juzgase a quien nopertenecía a la comunidad del oficio. Pero un sentimientoopuesto, c igualmente ajeno a todo sentido de utilidad, es e'que mueve a algunas hordas australianas a no elegir por simismas sus cabecillas, reservando dicha elección a los jefes delas tribu s vecinas; como también, en alg un os pueblos salvajes,

el dinero corriente entre ellos, no es fabricado por ellos mismos, sino traído de fuera, hasta el punto de que en algunossitios florece la industria de fabricar signos monetarios (conchas, etc.) para exportarlos a lugares apartados en donde sir ven de moneda. E n genera!, y a reserva de a lgunas modificaciones, cuanto más bajo sea el nivel de un grupo, cuanto máshabituados estén a la subordinación sus miembros, tanto más

repugnancia sentirán en dejarse dominar por uno de sus iguales. Por el contrario, cuanto más alto sea su nivel, tanto más

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La subordinación

sólo era reconocida por sus miembros como tínico tribunal dejusticia, sino que, en el año l 330, rechazó la insinuación dejuzgar a otras ¿entes además de los pares. L a tendencia, pues,a no dejarse juzgar más que por sus iguales, es a veces tan radical que actúa, incluso, de modo retroactivo. Los lores pensa ban de un modo poco lógico; pero, psicológicamente, profundo y comprensible: «puesto que nuestros iguales sólo pueden serjuzgados por nosotros mismos, todo el que sea juzgado pornosotros se convierte, en cierto modo, en nuestro igual».

 Y así, como en este caso, una relación patente de subordina ción (la que medía entre e'i acusado y el juez) es sentidacomo una cierta coordinación, así también, viceversa, la coordinación es a veces sentida como subordinación. Y conceptual-inente repítese aquí el du ali sm o en la separación como en elenlace— entre los mo tivos de razón y los instintos oscuros. E lburgués medieval que, por razón de sus derechos, está debajode la nobleza, pero encima de los campesinos,rechaza en ocasiones la idea de una igualdad general de derechas; teme queesa nivelación le haga perder, en beneficio del campesino, másde lo que gana en daño del noble. Algunas veces tropezamoscon el tipo sociológico que consiste en que una capa social intermedia no puede elevarse hasta la capa superior, sino equiparando a sí la capa más baja; pero siente esta equiparacióncomo una humillación tal, que prefiere renunciar al encum

bramiento que podría conseguir. A s í en la A m érica española,los criollos sentían gran envidia de los españoles procedentesde Europa; pero era aún mayor el desprecio que les inspirabanlos mulatos y mestizos, los negros y los indios. P ar a equipararse a los españoles, hubieran tenido que coordinar consigo aaquellos inferiores; mas esto significaba tal degradación parasus sentimientos de raza, que prefirieron renunciar a la igual

dad con los españoles. Pero esta combinación formal se expre

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184 Sociologi H

se le quiera dar la m ism a con stitución que a éste, aún en elcaso de que aquella constitución no signifique, por su contenido, retajam iento ni subordinación.

Finalmente, la subordinación a una personalidad extrañatiene una significación muy importante: la de ser tanto másadecuada cuanto más elementos heterogéneos, ajenos u opuestos unos a otros, entren en la composición del círculo de lossubordinados. Los elementos de una pluralidad, subordinadosa una p ersona lidad superior, guard an con ésta una relaciónanáloga a la que mantienen las representaciones particularescon el concepto general que las comprende. Este ba de ser tanto más elevado y abstracto (esto es, tanto más distante de lasrepresentaciones singulares), cuanto más diversas sean entresí estas representaciones en él contenidas. El caso más típico,que se presenta con la misma forma en las más diversas esferas, es el ya mencionado de las partes en pugna que nombrar,un árbitro. Cuanto más apartado se baile éste de los interesesde unos y otr os— teniendo presente que, como el concepto supe

rior ha de participar, sin embargo, de alguna manera en lo com ún a am bas partes, en lo que fun da me nta la contienda y laposible avenencia—, tanto más voluntariamente se someteránlas partes a su decisión. Hay empero un ¡imito  en las dive rgencias, más allá del cual ya no es posible el acuerdo de las partesen ningún punto común, por muy alto y lejano que se suponga. Con relación a la historia de los tribunales industriales ar bitrales en Inglaterra, se ha hecho notar que prestan excelente«

servicios en 1» interpretación de los contratos y leyes de tra bajo; pero éstos son rara vez causa de grandes huelgas oíocauts, los cuales se producen m ás bien porque patronos uobreros intentan modificar las condicio nes del trabajo, y, entales casos, tratándose de establecer nuevas bases para deíer~minar las relaciones entre las partes, no está indicado ya e!tribunal arbitral, porque ía tensión entre los intereses es tal.

que el árbitro habría de estar colocado a inconmensurablealtura por encima de ellos para abarcarlos y avenirlos De ^

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La subordinación

tro, es de la ma yo r impor tancia que aquéllas estén en un a relación de igua ldad. S i existe entre ellas a lg un a re lación de

subordinación, fácilmente se produce en el  juey, una actitud determinada respecto a alguna de ellas, actitud que perjudica a suimparcialidad. Aunque el  ju ez   sea completamente ajeno a losintereses de ambas partes, con frecuencia tendrá un prejuiciofavorable para el superior y otras veces para el subordinado.A q u í es donde actúan las simpatías de clase, muchas veces inconscientes, porque están ligadas inexorablemente al pensar y

sentir total del sujeto, y constituyen, por decirlo así, la basea priori   de que parte su estudio de la cuestión, en aparienciapuramente objetivo. Hasta tal punto están unidas dichas simpatías coit la esencia m ism a de l a persona, que el pretenderevitar su influencia, lejos de conducir a una objetividad y equ ilibrio reales, llevan a menudo al extremo opuesto. Cuando las-partes tienen muy diverso nivel y poderío, basta a veces la

mera sospecha de parcialidad en el árbitro — aunq ue en realidad no exist a— para hacer iluso rio todo el procedimiento. Enlas desavenencias entre patronos y obreros, las Cámaras arbitrales inglesas acuden con frecuencia a un fabricante extranjero para que sirva de árbitro. Pero, regularmente, si su decisiónes contraria a los obreros, éstos acusan al árbitro (por intachable que sea) de haber favorecido a su clase. P or el contrario,

cuando el nombramiento recae en. un parlamentario, los fabricantes le presum en inc linado a favorecer a la clase numerosade sus electores. Por consiguiente, el arbitraje sólo caerá enterreno favorable cuando haya una perfecta igualdad de situación entre las partes, aunque no sea más que porque la parteque está más alta suele aprovechar las ventajas de su posiciónpara conseguir que el n om bra mien to del árbitro recaiga sobre

persona grata. K, incluso puede hacerse la deducción inversa y

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1SÍ. SOCIOJO.':

ción del conflicto, y confiar en una persona ajena a ambos.Finalmente, otro ejemplo tomado de una esfera completa

mente diversa, nos enseña que la relación común entre varioselementos subordinados a un superior, supone o produce cierta coordinac ión o igu aldad entre estos elementos— aparte delas diferencias, diversidades, oposiciones que existan entreello s— y que esa coordinación es tanto may or cuanto que I?,potencia superior es más alta y lejana. Para que la religiónejerza una influencia socializadora sobre amplios círculos, esmuy importante que Dios esté situado a una distancia determinada de los creyentes. La proximidad inmediata, local, pordecirlo así, en que se encuentran con los creyentes los princi-cios divinos de todas las religiones totemistas y fetichistas, ytambién el viejo Dios judaico, es la causa de que esas religiones no convengan para dominar círculos amplios. Sólo la enorme altur a a que está sobre el mund o el Dio s cristiano Lizoposible la igualdad de los desiguales ante él. La distancia aque los creyentes están de Dios es tan inmensa que se borrar,ante ella todas las diferencias entre los hombres. Esto no haimpedido la proximidad en la relación cordial con Dios; porque esta relación pone en juego aquellas partes del hombre enlas que se bo rran tod as la s diferencias individuales, partes quepor decirlo así cristalizan y se actua lizan con entero purezacuando actúa aquel principio supremo y entra el hombre en

relación con él. Pero acaso la Iglesia católica haya conseguidocrear una religión universal, justamenle porque interrumpiótambién esta relación inmediata entre Dios y el hombre, interponiéndose entre ambos y haciendo que, aún en este aspecto, fuese Dios inaccesible para el individuo por sí solo.

Por lo que se refiere a aquellas estructuras sociales que secaracterizan por la subordinación de algunos individuos o comunidades a una  plu ra lida d   o a una comunidad social, lopriir ero que salta a la vista es que el efecto es muy desigualpar« los subordinados. El supremo deseo de los esclavos espartanos y tes-alios era ser esclavos del Estado, en vez de serlode un individuo. En Prusia, antes de la emancipación, lossiervos de realengo estaban en mejor situación que los de señores particulares. En las grandes explotaciones y almacenesmodernos, que no están regidos por un individuo, sino que o

La subordinación 18

constituyen sociedades anónimas o están administradas comosi lo fuesen, los empleados se encuentran en mejor situacióque los que trabajan en pequeños comercios explotados personalmente por ei dueño. La misma relación se produce cuanden lugar de la diferencia entre individuos y colectividades, splantea la diferencia entre colectividades mayores y menoresLa situación de la India bajo el Gobierno inglés es bastantmás favorab le que ba jo la C om pa ñía de las Indias orientalesComo es natural, nada importa que esa colectividad mayo

 vi va ba jo un ré gi me n mon ár qui co , siempre que la té cn ic a dla soberanía, ejercida por ella, tenga carácter superindividuaen el sentido más amplio de la palabra; el régimen aristocrático de la República romana oprimió mucho más duramentlas provincias que el imperio, que fue mucho más justo y ob je ti vo . Pa ra los qu e se en cu en tr an en la po si ci ón de se rv id ores, suele ser lo más favorable el pertenecer a un círculo amplio. Las grandes propiedades señoriales que se produjeron enel I mperio franco, duran te ei siglo vu, colocaron con frecuencia las clases inferiores en una nueva y ventajosa situación. Lgran propiedad permitió que se organizase y diferenciase epersonal trabajador; ce donde nació un trabajo cualificado ypor consiguiente, más estimado, que permitía a los siervos encumbrarse socialmente. Po r la misma razón, ocurre con frecuencia, que las leyes penales del E stad o son más benigna

que las de los círculos exentos.N o obstante, como queda ya indicado, hay una porción l

fenómenos que siguen un curso enteramente opuesto. Loaliados de Atenas y Roma, los territorios que antiguamentestaban sometidos a algunos cantones suizos, fueron oprimidos y explotados con una dureza que difícilmente hubiera sidoposible en un régimen unipersonal. La misma sociedad anónima que, por la técnica de su funcionamiento, explota menoa sus empleados que un patrono particular, puede en muchocasos, tratándose de indemnizaciones y socorros, no procedetan liberalments como el particular, que no tiene que dar cuenta a nadie de sus dispendios. Y por lo que toca a los impulsoindi*iduales, las crueldades que se ejecutaban para entretenimiento de los concurrentes al circo romano y que a menudoeran llevadas al extremo, a petición de los espectadores mis

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183 Sociolou.1

mos, difícilmente hubieran sido ejecutadas por muchos de es-tos, de haberse bailado a solas cara a cara con el delincuente.

La razón fundamental de esta diversidad de efectos que

produce el dominio de una pluralidad sobre los que le estánsometidos, ha de buscarse en primer término en el carácter deobjetividad   que le es propio, en la eliminación de ciertos sentimientos, actitudes, impulsos, que sólo actúan en la conductaindividual de los sujetos, pero no cuando estos obran colecti vamente. R esu ltarán aquellas diferencias según que la posición del subordinado en cada caso sea más o menos favorecida

por la objetividad o por la subjetividad individual. Si el su bordinado, por su situació n necesita la com pasión, el a ltruismo, la benignidad del superior, le irá mal bajo el dominio ob

 je tiv o de una pluralidad. E n cam bio en relaciones que exijanúnicamente legalidad, imparcialidad, objetividad, será más deseable la dominación de un grupo que la de un individuo. E;significativo en este sentido el hecbo de que mientras el Esta

do condena legalmente al delincuente, no puede en cambioindultarle, y hasta en las Repúblicas suele atribuirse el derecho de gracia a personas singulares. Donde más claramente sem anifiesta esto, es en ios intereses materiales de las com un idades que se rigen por el principio absolutamente objetivo deobtener las mayores ventajas con los menores sacrificios posi

 bles. La dureza y desconsid eración que m anifiestan en su conducta no tiene nada de esa crueldad por la crueldad m isma,

que a veces practican los ind ividu os; no es m ás que la objeti vidad lle vada al m áxim o rigor lógico. A s í mismo la brutalidad del Hombre de negocios, que procede con igual criterio, nose le aparece a él mismo como culpa moral, porque sólo tieneconciencia de haber seguido una conducta estrictamente lógica, sacando las consecuencias objetivas de la situación.

Pero esta objetividad de la conducta colectiva, no es mu

chas veces sino puram ente neg ativa , y consiste simplemente enla eliminación de ciertas normas a las q e s ele someterse la

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l .i subordinación 189

que sólo perseguían el provecko de la comunidad. E l axiom ade que el poder— el adquirido rápida m ente y el que dura desde

kace mucko tiempo—induce al abuso, sólo es aplicable a losindividuos, con muckas y luminosas excepciones. E-n cambiokan sido siempre circunstancias particularmente favorableslas que kan impedido que rija para corporaciones y clases. Esmuy de notar que la desaparición del sujeto individual tras lacomunidad acentúa eí abuso del poder, aunque la parte sometida sea una colectividad. La reproducción psicológica del dolor ajeno, que es el ve hícu lo principal de la com pasión y labenignidad, quiebra fácilm ente cuando su suje to no es u n in dividuo determinado sino una totalidad, que, como tal, carece,por decirlo así, de estados de ánim o subjetivos. A s í se ha he cho notar que la comunidad inglesa se caracteriza, en el cursode toda su historia, por una extraordinaria justicia para laspersonas y una injusticia análoga para las colectividades. Sóloteniendo presente este fundamento psicológico se comprendeque un país, con un sentimiento tan acentuado del derecho delas individualidades, haya tratado con tanta dureza a disidentes, jud íos, irlandeses, y en períodos anteriores, a los escoceses. La submersíón de las formas y normas personales en laobjetividad de la existencia colectiva, determina no sólo el hacer, sino también el padecer de las comunidades. La objetividad actúa en la forma de la ley; pero si esta no rige obligato

riamente y ha de ser sustituida por la conciencia personal,muéstrase a menudo que esta conciencia no constituye un rasgo de psicología colectiva; y tanto más cuanto que, por tenercarácter colectivo, el objeto de la conducta no induce siquiera adesarrollar aquel rasgo personal. Los abusos de poder, que sedan, v. gr., en las administraciones de los Estados norteamericanos, difícilmente hubieran alcanzado tales proporcio

nes si los dom inantes no fuera n corporaciones y los dom i

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conducta de una muchedumbre, de la que pongo como ejemplo la multitud romana reunida en el circo. Existe, en efecto,una diferencia fundamental entre la acción de una colectivi

dad, encarnada en un organismo y que puede considerarsecomo un a abstracción— asociación económica, Estado , Iglesia,

 y en general todas las asociacio nes que pueden ser designadascomo personas jurídicas en realidad o metafóricamente—y lado una pluralidad representada por una muchedumbre concreto, que actualmente se encuentra reunida. La .supresión delas diferencias individuales, personales, que en los dos casos

acontece, conduce, en el prim ero, a destacar los rasgos queestán, por decirlo así, por encima del carácter individual, y enel segun do los que están por debajo. U n a masa de personas encontacto material sufre la influencia de incontables sugestiones y acciones nerviosas, que van y vienen en todos los sentidos y que arrebatan al individuo la serenidad e independenciade la reflexión y de la acción; de manera que, con frecuencia, enun a m uchedum bre, las más fug itivas incitaciones crecen enproporciones descompasadas, se dilatan y anulan las funciones de orden elevado, más diferenciadas y más críticas. Poreso, en los teatros y en las reuniones reímos de chistes que nosdejarían fríos en nuestras casas; por eso las manifestacionesespiritistas tienen éxito sobre todo en «círculos»; por eso los

 juegos de sociedad son, por regía general, tanto más divertidoscuanto más bajo es su nivel. A s í se  explican igualmente los

cambios bruscos de opinión en las masas, cambios que, objeti vam ente, sería n in explicables; y asim ism o las incontables observacion es sobre la «estupidez» de las colectividades (l). Y oatribuyo, como queda dicho, esta paralización de las cualidades superiores , este dejarse arra strar sin resistencia; al númeroincalculable de influjos e impresiones que en una muchedumbre se entrecruzan, se fortalecen, se quiebran, se desvían, se

reproducen. Esta confusión de excitaciones mínimas, por debajo de la conciencia, produce a costa de la razón clara y con

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L.u subordinación 191

itud obedezca hasta el extremo a todo impulso sugestivo. Asto ha de agregarse la embriaguez del poder y la falta de res

ponsabilidad individual en la muchedumbre, lo cual rompe losrenos morales que se oponen a ÍOs instintos más bajos y bruales. Es to basta para explicar la crueldad de las m asas— especadores del circo romano, perseguidores medievales de los ju

díos o linch ado res am ericanos de neg ros— . S in ‘duda tam bién,n esta relación sociológica de subordinación se ofrece laípica dualidad de efectos; la impulsividad y sugestíonabiiidad

e la m uchedum bre puede, en ocasiones, hacerla sensible a su estiones de generosidad y entusiasmo de que serían incapacescaso los individuo s. L a ú ltim a razón de las antinom ias que sefrecen dentro de esta configuración, puede formularse dicieno que entre el individuo, con sus situaciones y necesidades,e una parte, y todos los organ ism os sup ra o inl ra-ind ividu a-es, todas las estructuras internas y externas que produce la

eunión colectiva, no existe u na relación fundam ental y consante, sino, por el contrario, va riable y accidental. P o r lo tanto,l hecho de que las unidades sociales abstractas procedan den modo más objetivo, frío y consecuente que el individuo, y,l contrario, que las masas concretas obren de un modo más

m pu lsivo, irreflexivo y extremo, lo m ismo puede ser, segúnos casos, favorable que desfavorable para los sometidos a

llas. Esta casualidad no es, por decirlo así, nada casual, sinoa expresión lógica de la inconmensurabilidad que existe entreas situaciones individuales de que se trata y las estructuras yentimientos que se dan en la coexistencia de una pluralidad.

En todas estas especies de subordinación a una pluralidad,os elementos de esta pluralidad eran iguales y coordinadosnos a otros, o, al menos, actuaban como si lo fuesen. Peroay otros casos en que la pluralidad dominante no se presentaomo una unidad de elementos homogéneos; los que dominan

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1V2 SocíoJoui

do, por tanto, en co mpleta dependencia de todos y cada uno delos superiores, sufrirá gravemente cuando haya oposición entre éstos. Pues cada uno de los jefes pretenderá utilizar íntegramente sus fuerzas y servicios, y, por otra parte, 1c hará responsable de toda acción u om isión hecha por obediencia a otro

 jef e, co ns id er án do la como es po nt án ea . Est a es la si tu aci ón tí pica del «servidor de dos señores». Se presenta, por ejemplo,para los hijos cuando los padres están en conflicto. Es tam

 bié n la si tu ac ió n de u n E st ad o pe qu eñ o que de pend e po r igua lde dos Estados vecinos poderosos; en caso de conflicto entre

ellos, cada cual le hará responsable de aquello a que le obligue hacer por el otro su situación de dependencia.

S i este conflicto es interior; si los dos círculos antin óm icos actúan como potencias ideales, morales, que presentan susexigencias en el interior del hombre, la situación se ofreceen forma de «conflicto entre deberes». Aquella pugna exteriorno surge, por decirlo así, del sujeto mismo, sino que cae sobreél; en cambio, la interior se produce por cuanto, en el alma, laconciencia moral tiende bacía dos direcciones a la vez, queriendo obedecer a dos potencias que se excluyen. La primeraanu la, pues, en principio toda espo ntaneidad del sujeto, yaque el conflicto se resolvería pronto y fácilmente si esta espontaneidad se produjese. E l conflicto entre deberes, en cambio,supone justamente la mayor libertad del sujeto, a cuyo cargo

corre, exclusivamente, el reconocim iento de las dos pretensiones como moralmente obligatorias. Sin embargo, esta dualidadno impide que la pugna de dos potencias, que exigen nuestraobediencia, adopte ambas formas al mismo tiempo. Cuando elconflicto es puramente exterior, resulta tanto más grave cuantoque la personalidad es más débil; pero siendo interior, serátanto más destructor cuanto más fuerte sea la personalidad.N os adecuamos de tal modo a las form as rudim entarias deesos conflictos, que p enetran nuestra vida en lo grande comoen lo pequeño; nos avenimos instintivamente a ellos de taimanera, en componendas y divisiones de nuestra actividad,que en la mayoría de los casos ni tenemos conciencia siquierade ellos como tales conflictos. Pero si el conflicto se hace consciente, la situación aparece insoluble, en su forma sociológicapura, aunque sus contenidos casuales admitan acomodo y ave-

I i subordinación 1

nencía. Pues mientras dura la lucha entre elementos que prtenden todos dominar por entero a uno y al mismo sujeto, ncabe para éste una división de fuerza s que pueda satisfacaquellas pretensiones: en la mayoría de los casos, semejandivisión no podrá siquiera proporcionar una solución parci y re la ti va , po rque cada ac ci ón se en cu en tra an te un in fle xi bpro o contra. Entre la pretensión del grupo familiar que, cocarácter religioso, reclama el entierro de Polinicio, y la ley dEstado que lo prohíbe, no hay composición posible para A ntífona: después de muerta ella, las pretensiones contrapuesta

se encuentran frente a frente, tan acusadas e irreductibles comal comienzo de la tragedia, mostrando «si que no h ay conducto destino del sometido a ellas, que pueda resolver el conflictque en el su bord inad o proyectan.- Y aún en el caso de que colisión no se presente entre las dos potencias sino en el interior del sujeto sometido a ambas, y, por tanto, parezca más fácil de resolver repartiendo entre ambas la actividad del sujetsometido, sólo un acaso feliz que resulte de la situación mismhará posible la solución. El caso típico es el que plantea la sentencia: «Dad al César lo que es del César y a Dios lo que ede Dios». Pero ¿y   si justamente la moneda que reclama Césaes necesaria para una obra grata a Dios?

El mero hecho de que las instancias, de que un indivduo depende al mismo tiempo, sean extrañas una a otra, bas

ta para que la situación sea en principio contradictoria. ello en tanto ma yor grado cuanto más interiorizado esté conflicto en el sujeto, surgiendo de las exigencias idealeque plantea la conciencia del deber. En los dos ejemplos arr ba men cio na do s, rec ae el acen to m or al su bje tivo es pe cia lm enen uno de los dos lados, ya que el sujeto depende del otro má

 bi en po r in ev ita ble s cir cu ns tar cias ex te rn as . P er o cu an do am bas pr et en sio ne s tiene n el mism o pes o interio r, de poco nosirve decidirnos por una de ellas, con arreglo a nuestra mejoconvicción, o divid ir entre ambas nuestra actividad. P ues pretensión insatisfecha—-total o parcialmente -seguiré atuando con todo su peso sobre nosotros; nos sentiremos reponsables de ella, aunque exteriormente sea imposible satisfcerla en todo o en parte, y aunque la solución haya sido la má

 ju st a m or almen te, da da s la s circun st an cias . T o d a ex igen ci

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194 Socio)ogí.>

 verdaderam ente m oral tiene alg o de absoluto; no se conform acon una satisfacción relativa, determinada por la presencia dela otra. Incluso en el caso de no necesitar inclina rn os ante otra

instancia que la conciencia personaría dificultad es la mismaque en el caso de dos exigencias exteriores contradictorias, ninguna de las cuales nos permite reservarnos nada en pro de laotia; ni interiormente alcanzamos sosiego mientras una necesidad m oral quede sin cum plim iento, aunqu e nu estra conciencia nos disculpe de no haber podido hacer más de lo que hemos hecho, por consideración a otra que a su vez nos impera,independientemente de la posibilidad mayor o menor de rea

lizarla.En la subordinación a potencias exteriores, opuestas o ex

trañas entre sí, la posición del subordinado cambia totalmente, si posee alguna espontaneidad, si puede intervenir en larelación con algún poder propio. En este caso, la relación puede adquirir los aspectos diversos que han sido dilucidados enel estudio anterior: duobus lítig&ntibus tertius gaudet.  Sólo

mencionaremos aquí algunas de sus aplicaciones para el casode la subordinación  del tertius,  así como para la eventualidadde que no exista lucha, sino pura dualidad, entre las instanciassuperiores.

La sumisión a dos instancias suele iniciar para el subordinado un aumento de libertad, que en ocasiones llega hastamanumitirle por completo. Una diferencia esencial entre e:siervo medieval y el vasallo consistía en que aquél no tenía n¿podía tener más que un  señor, mientras que éste podía recibirtierras de diversos señores, prestándoles juramento de fidelidad. Gracias a esta posibilidad de entrar en distintas relaciones de va sa llaje, el va sallo obten ía frente a cada u no de susseñores una fuerte capacidad de resistencia, y así se encontra

 ba consid erablem ente com pensada su situación fundam entalde vasallo. Una posición formal análoga crea para e! sujeto

religioso el politeísmo. Aunque se sabe dominado por unal lid d d t i di i d t d l Di

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La subordinación 195

ompensado debidamente su devoción especial, para consararse a otro, aunque no puede negar en principio que aquél

iga teniendo poder. Desde el momento en <Jue el sujeto puedelegir (al menos, basta cierto punto) entre las potencias coloadas por encima de él, adquiere frente a cada una de ellas y,ara su sentimiento, acaso frente a todas ellas, cierta indepen

dencia que no se produce cuando la misma cantidad de subordinación religiosa está, por decirlo así, concentrada inexora

lem ente en u n a ú n ica representación de D io s. Y esta es tam

bién la form a en que el hom bre moderno adquiere ciertandependencia en la esfera económ ica. E l ho m bre moderno,obre todo, el habitante de las grandes ciudades, depende muhísimo m ás de la sum a de sus proveedores que ios que vivenn países de economía natural. Pero como, por otra parte, tie

ne posibilidades ilimitadas de elegir entre los diversos proveedores, o de cam biarlo s, disfruta frente a cada uno de ellos

de una libertad incom parab lemen te m ayo r que la de los queviven en el cam po o en las ciu dades pequeñas.La misma forma de relación se presenta cuando la diver

gencia de los poderes superiores se desarrolla en sucesión envez de m anifestarse en coexistencia. Entonces, y según las circunstancias históricas particulares, se ofrecen las más diversasvariantes, en todas las cuale s alienta el mism o caso form al.

Formalmente, el Senado romano estaba muy subordinado aos altos magistrados; pero como éstos ocupaban por breveiempo su cargo, mientras que el Senado conservaba indefini

damente los mismos miembros, el poder de esta institución eraen realidad mucho mayor de lo que parecería deducirse de laelación legal en que se hallaba con aquellos supremos depoitarios del poder. Por el mismo motivo, fué acrecentándose el

poder de los Commons   frente a la corona inglesa, desde el silo xiv Los partidos dinásticos tenían aún poder bastante

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I9f> Socioloj;

orientaciones del gobierno supremo. Análogamente, el crecimiento de la conciencia democrática en Francia La sido explicado por el hecho de que, desde la caída de Napoleón I, losgobiernos se han sucedido rápidamente en el poder, y todosincapaces, vacilantes, buscando el favor de las masas; con locual cada ciudadano fue adquiriendo conciencia de su importancia social, y aunque, subordinado a cada uno de estos go biernos en sí, sin tió se fuerte, por constituir el elemento perm anente en todos estos cambios y oposiciones de gobiernos.

 A s í, pues, en toda rela ció n el elemento perm anente adquie

re poder frente a los elementos variables. Este poder constitu ye una consecuencia form al tan general, que su explo ta ció npor el elemento subordinado en una relación, no puede serconsiderada sino como un caso especial. Esta consecuenciapuede aplicarse igualmente al elemento dominante. En este-sentido pueden citarse las enormes prerrogativas que «el Estado» y «la Iglesia», en virtud de su estabilidad, adquieren por

la escasa duración de los elementos dominados. Puede citarsetambién el becho singular de que la frecuencia de la fiebrepuerperal en la Edad Media contribuyó a fortalecer extraordinariam ente la autoridad del varón en la casa. R esu ltaba, enefecto, que la m ay oría de los hom bres fuertes tenían variasmujeres sucesivamente; con lo cual se concentraba, por decirloasí, el poder paterno en una sola persona, al paso que el materno se distribuía entre varias que se iban sucediendo unas a

otras.Hemos visto cómo los fenómenos de la subordinación pa

recen, a primera vista, presentar las más opuestas consecuencias para los subordinados; pero donde quiera Hemos vistotambién que la especialización más detallada nos da a conocerlas razones de esta oposición, en el terreno del mismo tipo general, sin perder el carácter de forma dispuesta para recibir

cualquier contenido. Lo propio sucede con la segunda de lascombinaciones que estudiamos: el caso de que las varias ins

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I.a subordinación

ridacl suprema, le separa en absoluto de ésta, asumiendo frente a él la total representación del elemento suprem o. C as o sdel primer género se encuentran en el feudalismo, en el cual elsúbdito de los grandes vasallos, era al mismo tiempo tambiénsúbd ito de la casa reinante. U n a imagen m uy p ura de estonos ofrece el feudalismo inglés de la época de Guillermo elConquistador, descrito por Strubb de esta manera: «Todos loshombres seguían siendo primordialmente hombres del rey, yla paz pú blica seguía siendo su paz. S us señores podían reclamar sus servicios para cumplir sus propias obligaciones;pero el rey podía llam ar les para la gu erra, som eterlos a sustribunales y tasas, sin intervención de los señores, y al rey podía n acudir en dem and a de protección contra todos sus enemigos.» Así, pues, la posición del inferior frente al superior esfavora ble, cuando éste, a su vez, se encuentra sub ord inad o aun superior, en el que el primero puede encontrar ayuda.

También es esta la consecuencia natural de la configu

ración sociológica aquí estudiada. Prodúcese de ordinario cierto antagonismo o competencia entre los elementos inmediatosen la escala de la subordinación, por lo cual el elemento intermedio se encuentra a menudo en conflicto, tanto con el dearriba como con el de abajo. La hostilidad común liga a elementos que por lo demás son divergentes y no pueden unirsepor ningún otro medio. Esta es una de las reglas formales tí

picas que se confirma en todas las esferas de la vida social.H a y un m atiz pa rticular de esta regla, que ofrece esp ecialimportancia para el problema de que aquí se trata. Ya en elantiguo Oriente era glorioso para un soberano amparar lacausa del débil, oprimido por el fuerte, aunque sólo fueseporque de ese modo aparecía como el más fuerte entre losfuertes. En Grecia acontece que una oligarquía, hasta enton

ces dom inan te, califica de tirano a la misma p erso na lidad ai l i f i lib d d l i í

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198 Sociologi.

inferior se encuentran igualmente oprimidos por el supremo, y a e l sim ple hecho de que tam bién dicha clase inte rm edia sea víctim a de. ig u al opresión, produce un alivio , al m enos psico

lógico, sentimental, en la situación de la clase inferior. Enmuchos pueblos africanos y asiáticos, la poligamia adoptauna forma tal que sólo una de las mujeres es la esposa propiamente dicha, la primera o la legítima, y las otras ocupanfrente a ella una posición subordinada o de servidumbre; peroal propio tiempo, frente al marido, la primera no se encuentroen m ejor pos ición que las demás, sino que es tan esclava del

hombre como las otras. Toda situación en la cual la relaciónde subordinación se constituya de modo que el de en medioesté en la m ism a dependencia, respecto del sup erior, que el d<-abajo, determ ina— tal como están constituidos en general loshombres—que al subordinado inferior le parezca más soportable su dependencia. El hombre obtiene cierta satisfacción de ver que su opresor se encuentra a su vez oprim id o, y acostum  bra a id entificarse en ánim o, no sin cierto sentim ie nto de superioridad, con el señor de su Señor, aun cuando esta constelación sociológica no sign ifique alivio real alg un o de su opresión.

Cuando el contenido o la forma de la estructura sociológica impiden el contacto entre el elemento supremo y el ínfimo y su a lian za en hostil idad com ún contra el elemento ínterme-d o y establecen una continu idad abso luta de a rriba a abajo,queda entonces campo líbre para un suceso típico sociológico

que puede llamarse «descarga de la presión». Frente al casosencillo de que el poderoso utilice las ventajas de su posiciónpara explotar al débil, la descarga de la presión consiste enque el poderoso, cuando ve su posición empeorada por circunstancias que no puede evitar, traslada este empeoramientoa otro elemento indefenso, procurando mantenerse así en elstatus   quo ante.  El detallista descarga en el almacenista la*

dificultades que le originan las exigencias y caprichos del público; el alm acenis ta las traslada al fabricante y el fabricante

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[.a subordinación 199

 vacio nes, fatigas y preteric iones, cu ya sum a caracteriza su p o sición, sino que, además, cuantas nuevas presiones afectan acualqu iera de las capas superiores, son trasladadas h acía ab ajosiempre que ello es técnicamente posible, y van a parar a laclase inferior. Iba situac ión ag raria de Irlanda nos ofrece unejemplo particularmente típico de este hecho. El lord inglés,que poseía en Irlanda fincas que no visitaba nunca, las arrendaba a un arrendatario general, que, a su vez, las arrendaba aarren datarios m enores, y así sucesivamente; de modo q ue elpobre campesino era, con frecuencia, el quinto o sexto sub

arrendatario de su reducida parcela. El resultado era, en primer término, que tenía que pagar seis libras esterlinas por unterreno que al propietario sólo le rentaba diez chelines; pero,además, cada subida de un chelín que el propietario imponíaal arrendatario general, era, para el colono, no de un chelín,sino de doce. Pues es fácil comprender que el primitivo aumento de presión no se transfiere en su magnitud absoluta, sino

en la relativa, que corresponde a la medida del poder del s u perior sobre el inferior. Así, la amonestación que un funcionario superior inflige al inferior, puede mantenerse en los términos moderados de una exquisita cortesía; pero, probablemente, este funcionario expresará su disgusto groseramente asu subalterno, el cual, irritado, acaso pegue a sus hijos por unmotivo fútil.

 A s í, pues, la situación del elemento inierior es particularmente desfavorable en una serie jerárquica de varios miembros, cuya estructu ra permita que la presión se deslice de unmodo continuo de arriba a abajo. Pero hay otra estructura,formalmente muy diversa, que conduce ai mismo resultadopara el inferior, porque im po sibilita tam bién el contacto deéste con el elemento supremo, contacto que constituiría su

apoyo frente al jefe intermedio. Cuando el elemento intermedio se intercala entre los otros dos con tanca amplitud y tanto

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Socioloj.

Estado; ejercía, frente a sus súbditos, funciones judiciales,económicas, fiscales, sin las que no hubiera podido conservar

se el Estado de entonces. De este modo se mantenían, sinduda, las masas sometidas al interés general y al poder supremo; pero como, además, la nobleza tenía intereses privados,en cuya esfera quería explotar al campesino en su provecho,utilizaba con esta finalidad su posición de órgano administrativo intermedio entre el gob ierno y los campesinos y dehecho anulaba muchas veces las leyes y medidas con que elgob ierno preten día favorecer directamen te a los cam pesinos,siendo asi que sólo a través de los nobles podía conseguirlo.Se ve en seguida que esta estructura aisladora no sólo perjudica al miembro inferior de la serie, sino también al superior,pues éste se ve privado de usar las fuerzas que nacen de lascapas inferiores. Así, los reyes alemanes de la Edad Mediaperdieron m ucho poder, porque la pequeña nob leza que comenzaba a formarse, estaba obligada sólo para con la alta

nobleza, de la que recibía el feudo. Finalmente, la capa intermedia de la alta nobleza acabó por impedir toda comunicación entre la pequeña y la corona.

Por lo demás, el efecto de esta estructura, con sus separaciones y asociaciones, depende para la capa inferior, naturalmente, de la tendencia que el miembro superior de la seriemanifieste frente a ella. Merced a modificaciones varias de esta

tenden cia, puede ocu rrir—-en co ntradicción a los fenóm enosobservad os— que esa separación total causada por el miembrointermedio sea favorable al ínfimo y, en cambio, le sea desfa

 vorab le la relació n directa con el suprem o. E l prim er caso seprodujo en Inglaterra, desde Eduardo I, cuando el ejercicio delas fun cion es jud iciales, fiscales y po licíacas, fué pasando, pocoa poco, por m inisterio de la ley, a las clases prop ietarias, org a

n izad as corporativamente en los co ndados y ciudades. É stasi l t ió d l i di id t l d b

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I j Nubordinación 201

 ba y cuyos intereses representaba frente a l gobie rno central.E n esta relación entre nobles y campesinos se interpuso el E s tado, que, poco a poco, fué privando a aquéllos de su jurisdic

ción, de la administración de justicia, de la beneficencia, de lapolicía, de la construcción de cam inos. L a no bleza no quisotener nada que ver con este régimen centralista, que sólo pretendía obtener dinero; se apartó, pues, de sus funciones sociales y abandonó al campesino a los intendentes y delegadosreales, que sólo pensaban en la caja del erario o en la su yapropia; así, quedaron los campesinos completamente privados

del apoyo que antes tenían en los nobles.Lina forma especial de subordinación bajo una pluralidad

es  el principio de la sumisón de las minorías a las mayorías.Pero este principio A t r a i g a  y se ram ifica— allende su sentidopara la sociología de la subordinación—en tantas formas c intereses sociales, que creemos oportuno consagrarle una digresión especial.

D I G R E S I Ó N S O B R E L A S U M I S I Ó N D E L A S M I N O R Í A S

 A L A S M A Y O R Í A S

El carácter esencial de las formaciones sociales, la raíz Jedonde provienen no sólo el m atiz incom parable de sus resultados, sino la insolubilidad de sus problemas internos, es queen ellas surge una nueva unidad, formada de unidades cerradas en sí mismas, como lo son en mayor o menor grado laspersonalidades kum an as. N o se puede Lacer un cuadro de cuadros, ni un árbol de árboles. Lo total, lo independiente, no seforma de totalidades, sino de partes dependientes. La sociedad

es la ún ica form ación que convierte lo total, lo centrado, en

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La subordinación 205

impuestas a la comunidad por la minoría, gracias al principiode la necesaria unanimidad. Prescindiendo de esta mayoriza-ción de la minoría, con la cual e! principio de la unanimidad

niega en el fondo la libertad individual, que quiere garantizar,encuéntranse en la historia casos en que se ve prácticamentee¡ mismo resultado. Nada fue más favorable para !a opresiónde las cortes ara gon esas por los reyes españoles, que ju stamente esa «libertad». H asta l 59s las cortes no podían tomaracuerdo válid o, si d isentía uno sólo de los miem bros de loscuatro brazos. Esto empero significaba una parálisis de la ac

ción, cuc abonaba la idea de substituir las cortes por otro poder menos embarazado de obstáculos. A h o ra bien, cuando el abandono de una proposición, la

renu ncia a un resultado práctico n o es posible, sino que hade resolverse en todo caso, como sucede con el veredicto de un

 jurado, la exigencia de unanim idad (v. gr., en Inglaterra yNo rteam érica), obedece m ás O menos conscientemente al supuesto de que la verdad objetiva arrastra siempre la convic

ción subjetiva, y de que inversamente la igualdad de las con viccio nes subjetivas es sig no de verdad objetiva. Se supone,pues, que probablem ente la simple decisión por m ayo ría nocontiene toda la verdad, ya que, de lo contrario, hubiera conseguido reunir la totalidad de los votos. Por consiguiente, lacreencia (mística en   el fondo, a pesar de su claridad aparente)en el poder de la verdad; la creencia de que al fin ha de coin

cidir lo lógicamente verdadero con lo psicológicamente real,sirve aquí para resolver el conflicto radica) que existe entre lasconvicciones individuales y la necesidad de sacar de ellas unresultado total unitario. Sólo que en la práctica esta creencia,como la fundación individualista de la unanimidad, desvía supropia tendencia fundam ental. C ua nd o el jurado ba de permanecer recluso basta llegar a un veredicto unánime, es casi

irresistible para la minoría la tentación de votar en contra desu convicción propia— que no espera bacer triun far— , agre

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204 Socioloañ

La opresión de la minoría puede derivarse, en primer lugar,del kec ho de que los m uc kos son más fuertes que lo s pocos. A un que, o m ás bien, porque en una votació n lo s individuos

 valen igual, la m ayo ría— lo m ism o si se trata de votació n propia que de votación por representantes— tend ría fuer za físicasuficiente para forzar a la minoría. La votación entonces tienepor finalid ad eL ev itar que se llegue a una efectiva medición -rulas fuerzas, anticipando en el escrutinio su resultado eventual,para que la minoría pueda convencerse de la ineficacia de une-resistencia efectiva. En el grupo total encuéntranse, por tanto,frente a frente, dos partidos, o. por decirlo así, dos sub-grupos.entre los cuales decide la fuerza, medida en este caso por ios

 votos. L a votación presta ento nces el mismo servic io m etódicoque las negociaciones diplomáticas, o de otro orden, entre lospartidos que quieren evitar la última ratio  de la lucha. En último término, el individuo, en este caso, no cede (salvando algunas excepciones), sino cuando el adversario le demuestra claramente que sí se llegara a una lucka perdería, por lo

menos, tanto como quiere ganar. La votación, como las negociaciones, proyecta las fuerzas reales y su cómputo en un planoespiritual; es la anticipación simbólico del resultad o que h a

 bría n de tener la lucha y pugna concretas.Desde luego, lo que representa este símbolo son relaciones

reales de poder y la subordinación forzosa impuesta a ia minoría. Pe ro, a veces, esta violen cia se sub lim a y de la formafísica pasa a la ética. C uan do al final de la E da d M edia se for

mula frecuentemente el principio de que la minoría debe seguir a la mayoría, no se quiere significar tan sólo que.  prácti-

camente,  la minoría ka de colaborar en ¡o que la mayoríadecida, sino que debe aceptar tam bién la volu nta d de la m a

 y o ría y adm itir que ésta ka querid o lo ju sto. E n este casó,la unanimidad no reina como kecko, sino como exigencia moral; la acción realizad a contra la vo lun tad de la m ino ría debí-

ser legitimad a por la creación ulter ior de u na volu ntad un itaria De esta manera la exigencia de unanimidad real corno

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Lasubordiuación 2C5

que el número simb oliza. L a m ayo ría aparece entonces comoa representante natural de la comunidad y participa de aquelentido que posee la unidad del todo por encima de la mera

uma de individuos, sentido que no carece de cierto tono su-praempírico y místico. Grocio fija este derecho interno de lam ayo ría sobre la m inoría, cuando afirma que la m ayo ría tienenaiuraUter jus integri;  pues ur: derecho no sólo tiene que  ser

econocido, sino que debe  ser reconocido.Pero la afirmación de que la mayoría posee el derecho «por

naturaleza», esto es, por necesidad interior racional, nos con

duce al secundo motivo fundamental en que puede asentarsel predominio de las m ayorías. E l voto de la m ayo ría y a noignifica simplemente el voto del mayor poder dentro del gru

po; aho ra significa que la vo lun tad un itaria del gru po se hadecidido en este sentido. Los fundamentos para exigir unanimidad en las votaciones descansaban, como hem os visto, sobrebases individualistas; el sentim iento socio ló gico prim ario de

os germanos era que la unidad del procomún no vive allendeos individuos, sino en ellos mismos y, por tanto, mientras unolo miembro disienta, no solamente no está determinada la

voluntad del grupo, sino que ni siquiera existe. P o r otra pare, también el derecho de la mayoría se funda en base indivi

dualista, cuando su sentido es el de que los muchos tienenmás poder que los pocos y que la votación no es sino una an

icipación del resultado, que produciría la lucha efectiva. Enambio, el principio se altera totalmente cuando se presupone

que el grupo con stituye u na un idad objetiva con una volun tadpropia, suposición que puede ser consciente o estar implícitaen la práctica, como si, efectivam ente, existiese tal vo lun tadoriginaria del grupo. Desde este mom ento, la v olun tad del E s ado, del municipio, de la Iglesia, de la asociación, existe por

encima de los antagonismos entre las voluntades individuales,

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206 Socio log ía

tido muy distinto; pues, en. principio, no queda fuera, sinodentro, y la mayoría no obra en nombre de su mayor poder,sino en el de la unida d y totalidad ideales. A esta un idad y to

talidad, que habla por boca de la mayoría, es a la que sesomete la minoría, porque, desde luego, pertenece a ella. Estees el principio en que se basan las votacion es parlam entarias,en las cuales cada diputado se considera como mandatario detodo el pueblo, en contraposición a las representaciones de intereses que, en último término, sólo atienden al principio individualista de la medición de las fuerzas y, también, en con

traposición a las representaciones locales, que descansan en laidea equivocada de que la totalidad de los intereses locales esigual al interés general.

E n ía evo lución seguida por la C ám ara de los C om unesinglesa, puede observarse el tránsito a este principio sociológico fundamental. Desde un principio, sus miembros se consideraban no como representantes de un número determinado

de ciudadanos, ni tampoco de la totalidad del pueblo, sinocomo diputados de determinadas corporaciones políticas locales, ayuntamientos y condados, que tenían derecho a colaborar en la constitución del Parlamento. Este principio localista—tan severo que durante mucho tiempo los miembros delos C om un es ha bía n de tener su dom icilio en su distrito— ,poseía ya cierta na turaleza ideal, puesto que se elevaba porencima de la mera sum a de los electores individuales. A h o ra bien, bastó que predominase y se hiciese consciente el interés común a todas estas corporaciones para que, poco a poco,apareciese como sujeto propio de su representación la comunidad superior a que todos pertenecían: el Estado. Los distritos representados, al reconocer su solidaridad esencial con latotalidad del Estado, fundiéronse de tal modo, que cada distrito acabó por no tener otra función que la de elegir los dipu

tados para la representación del todo. Cuando se supone se

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La subordinación 207

absoluta unanimidad. Pero contiene, por su parte, el preceptode que todos deben considerar la voluntad de la mayoría comola suya propia. Cuando el individuo celebra el contrato social,es aún completamente libre, y, por tanto, no puede ser sometido al voto de ninguna mayoría. Pero una vez que lo ha cerrado, ya no es un individuo libre, sino un ser social y, comotal, una simple parte de una unidad, cuya voluntad halla suexpresión decisiva en la voluntad de la mayoría. Rousseau nohace más que formular esto de un modo más decidido, cuandodice que no hay violencia de la mayoría sobre la minoría, por

que la disensión sólo puede ser provocada por un error de losque disienten: que estos hay an tom ado por volonté ¿énérale  algo que no lo es. Lo cual presupone la convicción de que unelemento del grupo no puede querer otra cosa que la voluntaddel grupo, acerca de la cual cabe que el individuo se engañe,pero no la m ayoría. Por eso R ousse au distingue m uy sutilmente entre el hecho formal de la votación y el contenido que

esta tiene en cada caso; y declara que quien participa en la votación participa ya en la formación de la vo lun tad común. A lemitir el voto—asi podía explicitarse el pensamiento de Rousseau— , nos obligamos a no eludir la unidad de esa volun tad,a no destruirla poniendo nuestra voluntad individual frente ala mayoría. Así, la subordinación a la mayoría no es más quela consecuencia lógica de pertenecer a la unidad social, perte

nencia que queda declarada por el hecho de emitir el voto.L a práctica no está m u y lejos de esta teoría abstracta. Sob rela federación de los sindicatos ingleses, dice su más autorizado comentarista que en ellos las decisiones de mayoría sólose justifica n y son posibles prácticamente cuand o los intereses de los individuos confederados son homogéneos; pero que,cuando entre la mayoría y la mmoría se producen diferenciasde op inión que proceden de difere ncias reales de intereses, la

 viole ncia de la m ayoría conduce irremediablemente a una Se

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208 Soci ologi a

H a y en todo esto un a contradicción aparente, que ilum inaperfectamente la na tura leza de la relación; y es que justamentecuando existe o se supone una unidad supraindividual, es posible la decisión por mayorías; pero cuando falta, es necesariala unanimidad, que reemplaza aquella unidad prácticamentepor la unidad efectiva en cada caso. En este sentido están inspiradas las ordenanzas de la ciudad de Leiden, de 1266, quedeterminan que para la admisión de forasteros en la ciudades necesaria la autorización unánime de los ocho escabinos,mientras-que para las sentencias judiciales no se   exige dicha

unanimidad, sino simplemente una mayoría. La ley por !acual juzgan los jueces, está determinada de una vez parasiempre, de un modo unitario; sólo se trata de hallar su relación con el caso singular, cosa que probablemente conseguirá mejor la mayoría que la minoría. En cambio, la admisiónde un nuevo ciudadano toca a todos los variados y divergentes intereses que existen en el seno del vecindario, por lo cual

no puede concederla la unidad abstracta de los mismos, sinoúnicamente la suma de todos los intereses singulares, es decir,la unanimidad.

Pero esta fundamentación más profunda de la resoluciónm ayoritaria, que consiste en considerarla como m anifestaciónde la voluntad unitaria, ya preexistente por decirlo así de unmodo ideal, no resuelve, sin embargo, la dificultad inherente a

la m ayo ría com o mero poder superior coactivo. Pu es el conflicto acerca de cu ál sea el contenido de esa volu n tad un itaria a bstracta, no es más fá cil de resolver, a veces, que el conflicto delos intereses reales inmediatos. La violencia que sufre la minoría no es menor porque, gracias a un rodeo, aparezca bajootro nombre. A l menos debiera añad irse al concepto de m a

 y o ría una nueva dig nid ad. E n efecto, puede ser pla usib le , pero

no seguro de antemano, que el mejor conocimiento esté departe de la m ayoría. Particularm ente será esto dudoso cuando

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I  j  subordinación 209

lumbre Je celebrar asambleas para tratar Je asuntos religiosos y   exteriores, se declaró expresamente que las resolucionesJe la asamb lea no obligab an a la m inoría disidente. Pe ro la

aspiración de la Iglesia a la unidad se encontraba en insoluole conflicto con este individualism o. E l Estad o romano noquería reconocer más que una Iglesia unitaria, y la propiaIglesia trataba de afirmarse, imitando la unidad del Estado;de suerte que las comunidades cristianas, originariamente independientes, hubieron de fundirse en un organismo total,cuyos concilios decidían por mayoría sobre el contenido de la

fe. Fuá esto una inaudita violencia ejercida sobre los individuos o a! menos sobre las comu nidades, cu ya unidad bastaentonces sólo h ab ía con sistido en la igu aldad de los ideales y delas esperanzas que cada cual atesoraba autonómicamente. Porrazones interiores o personales podía haber sumisión en cosasde fe; pero que la mayoría, sólo por serlo, exigiese esta sumisión y declarase que no eran cristiano s los que disintieran , es

algo que sólo podía justificarse dando al voto de la mayoríaun sentido totalmente nuevo, suponiendo que Dios estabasiempre con la mayoría. Esta concepción, en forma de sentimiento inconsciente fundamental o formulado de algún modo,penetra toda la evolución posterior que siguen los varios modos de voto. Que cierta opinión, sólo porque quienes la profesan suman mayor número que los que profesan la contraria, b aya de expresar el sentido de la unidad supraindividual, es,sin duda, un dogma indemostrable; tiene tan mezquino fundamento que, a menos de recurrir a una relación más o menosmística entre aquella unidad y la mayoría, queda propiamenteflotando en el aire o apoyado en la muy endeble base de quede alguna manera bay que proceder y que si no puede asegurarse que la mayoría esté en lo cierto, tampoco bay razónninguna para suponer que lo esté la minoría.

I odas estas dificu ltades con que tropieza p o r distintos

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210 Sociología

mentos blancos y negros un producto que en conjunto sea exclusivamen te negro o blanco. A u n en el caso m ás favorablede una hipotética unidad del grupo allende los individuos(un idad cuy as tendencias se revelan por m edio de la votación),no está demostrado, ni muebo menos, que la decisión objeti

 vam ente necesaria coin cid a con el resultado de la votació n. A u n aceptando que lo s componentes de la m in oría sólo dis ientan como individuos y no como elementos de la unidad colectiva, siempre resultará que existen   como individuos y pertenecen al grupo en un sentido amplio y que su existencia no

puede ser anulada frente al todo. De un modo u otro penetrancomo individuos disidentes en la totalidad del grupo. La distinción del hombre como ser social y el hombre como individuo, es, sin duda, una ficción necesaria y útil; pero que noagota en modo alguno la realidad y sus exigencias. La insuficiencia de los sistemas de votación y el sentimiento de interiorcontradicción que todos producen, queda bien caracterizad»

por el hecho de que en algunos sitios (últimamente en 1»Dieta húngara, hasta el tercer decenio del siglo xix) los votosno eran contados, sino estimados, de modo que el presidentepodía anunciar, como resultado de la votación, la opinión dela m inoría. P arece absurdo que. un hom bre se someta a unaopinión que considera falsa, simplemente porque otros la consideren verd ad era— otros que, según la esencia m ism a de la

 votació n, tie nen indiv id ualm ente los m ismos derechos y elmismo valor que él.Pero la fórmula de la unanimidad con que se pretende

evitar este contrasentido se ha manifestado, según hemos visto,como no menos contradictoria y violenta. Y no es este un dilem a casual o u na d ificultad puramente lógica , sino que representa uno de los síntomas de ese profundo y trágico dualismo que escinde toda sociedad, toda form ación de una un idadcompuesta de unidades. El individuo que vive sobre una base

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La subord inación 211

com unidad que tiene su eje fuera de él. N o se trata aq uí dearmonías o colisiones accidentales entre ambas exigencias,sino de que nos encon tramos som etidos interiorm ente a dos

normas heterogéneas; el movimiento en torno al centro personal, que no tiene nada que ver con el egoísmo, es algo tan definitivo como el movimiento en torno al centro social, y, comoéste, tiene la pretensión de ser el verdadero sentido de la vida. A h o ra bie n, en las votaciones acerca de lo que debe hacer elgrupo, no actúa el individuo como tal, sino en esa función demiembro, en ese sentido supra individuai- Pero el disen timien

to del voto traslada a ese terreno, plenamente social, un refle jo , una form a secundaria de la in dividualidad y de la peculia ridad individual. Y aun aquella otra individualidad m ism a,que no pide sino conocer y expresar la voluntad de la unidadtransíndívidual del grupo, queda negada por el hecho de someterse a la mayoría. La minoría, a la que nadie está libre depertenecer, ha de someterse; y no sólo en el sentido en que ordinariamente son obstaculizadas las convicciones y aspiraciones por oíros  podares  adversos que apagan su eficacia, sino enun sentido, por decirlo así, más refinado: que la minoría derrotada, estando comprendida dentro de la unidad del grupo,tiene que colaborar po sitivam ente a la resolución tom ada contra su voluntad y convicción, y aun aparecer como copartícipede ella, puesto que la un idad de la re solución d efinitiva nocontiene huella alguna de disentimiento. De este modo, la de

cisión por mayoría trasciende de la simple violencia hecha auno por muchos y se convierte en expresión potenciada deldualismo radical que existe entre la vida del individuo y la deltodo social, dualismo que en la práctica se armoniza con frecuencia, pero que en principio tiene un carácter trágico e irreconciliable.

*  * »

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214 Sociologi^

considera Que el defecto de la ley estriba en su rigidez, que lahace inflexible e insuficiente ante las demandas mudables eim prev isibles de la v ida . A este defecto escapa, empero, e"

criterio de un soberano personal, que no está ligado gor pre juicio alg uno. L a rigidez de la ley no aparece como u na ventaja relativa, sino en el caso de que falte ese soberano prudente.Es, pues, siempre el contenido   de la ley el que determina que!a ley valga más o menos que la subordinación a una persona.La relación de obediencia es, sin duda, distinta, en su principio intern o y en el sentim iento del que obedece, según que

proceda de una ley o de una persona; pero de esta diferenciano podemos ocuparnos aquí. La relación general o formal queexiste entre el gobierno de la ley y el de las personas, puedeexpresarse desde luego en un sentido práctico diciendo quecuand o la ley no es bastante fuerte o a m plía, Lace falta lapersona, y cuando la persona no es suficiente, hay que recurrira la ley. Pero las decisiones ulteriores dependerán siempre de

los últimos sentimientos valoratívos que, sociológicamente,son indiscu tibles. E so s sentim ientos son los que h an de decidirsi el gobierno personal ha de considerarse como algo provisional, con respecto al gobierno legal, o si, por el contrario., elgobierno de la ley ha de ser u n m al m enor respecto al gobiernode una persona que reúna las cualidades plenas de soberano.

La instancia objetiva puede determinar también de otro

modo las relaciones entre superiores y subordinados, si la relación de soberanía no está definida por una ley o normaideal, sino por un ob jeto concreto. A s í ocurre cuand o dominael principio patrimonial, según el cual los súbditos pertenecenal territorio. Es la servidumbre de la gleba, radicalmente representada por La servidumbre agraria rusa. La terrible durezade esta situación excluye, al menos, aquella esclavitud person al que permitía la venta del esclavo; liga la relación de dependencia de tal modo a la tierra, que el siervo sólo puede ser

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l.a subordinación 215

institutos benéficos, etc., perdiendo todas estas ventajas alabandonar la fábrica. De esta manera y por meros objetos, seencuentra el obrero de tal modo vinculado, que se baila indefenso en un sentido m u y particular frente al patrono.

En último término, esta misma forma de dominio ora tam bién la que, en las relacio nes patriarcales m ás rudim entarias, venía determ in ada por un objeto, bien que no puramente m aterial, sino vivo. Los hijos pertenecían al padre, no porque éstelos hubiera engendrado, sino porque era el dueño de la madre;del mismo modo que el propietario de! árbol dispone también

de sus frutos. Y en consecuencia, el dueño de la m ujer disponía igualmente de los hijos engendrados por oíros padres.E ste tipo de dom inio suele l leva r consigo un a dureza y unaincondicionalidad hum illante en la sumisión. Pues hallánd ose el hom bre some tido por el hecho de pertenecer a u na cosa,desciende, psicológicamente, también a la categoría de simplecosa.  G ua nd o la soberan ía es ejercida por la ley, puede de

cirse— con las necesarias reservas— que el supe rior asciende alplano de la objetividad; en cambio, cuando el medio de la so

 beranía es una cosa, el subordinado es el que se convierte enobjeto. La situación del subordinado suele ser, por tal causa,más favorable en el primer caso, y más desfavorable, en el segundo, que en muchos casos de sumisión personal.

La subordinación a un principio objetivo, sólo tiene inte

rés sociológico inmediato en dos casos fundamentales. En primer lugar, cuando aquel principio ideal superior puede considerarse como condensación psicológica de un poder real social; y en segundo lugar, cuando crea relaciones específicas y características entre aquellos que le están subordinados en común£1 primer caso se refiere, sobre todo, a los imperativos morales. En la conciencia moral nos sentimos subordinados a un

precepto, que no parece dim an ar de n ingú n poder hu m ano ,personal. Sólo en nosotros percibimos la voz de la conciencia;

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218 Sodologi

agotan las form as de s ub ord inación del individuo al grupo —En esta enumeración, las tres potencias que llenan la vidahistórica: la sociedad, el individuo, la objetividad, aparecen

una tras otra, como normativas; pero de manera que cada unde ellas recoge en sí el contenido social, la cuantía de superioridad que !a sociedad tiene sobre los individuos, y cada unde ellas forma y manifiesta de manera particular el poder, la voluntad, las necesidades de la sociedad.

En relación con las otras dos, la objetividad no sólo representa la ley absolutamente válida, asentada en un reino idea

superior, sino que puede también ser determinada, por decirloasí, en otra dimensión. La sociedad es con frecuencia el tercero que resuelve los conflictos entre el individuo y la objetividad, y tiende puentes sobre sus desacuerdos. En la esfera deconocimiento genético, el concepto de sociedad nos ha libradode la alternativa que, en épocas anteriores, obligaba a considerar los valores culturales, o como productos de un individuo

o como mercedes de un poder objetivo, según vimos con algunos ejemplos en el capítu lo I. E n la esfera de la práctica, etrabajo social es el que permite que los individuos puedan satisfacer sus pretensiones en el orden objetivo. El hecho de que1a cooperación, el esfuerzo de la sociedad como unidad, en lacoexistencia y en la sucesión, extraiga de la natu ra leza parasatisfacer las necesidades humanas, no sólo mayores cantida

des, sino nuevas cualidades y tipos que no podrían obtenersepor medio del trabajo individual, constituye un símbolo parael becbo profundo y esencial de que la sociedad se halla colocada entre el hombre individual y las leyes generales de la naturaleza. La sociedad, siendo algo psíquico, concreto, se relaciona con el individuo; mas, siendo también algo general, tocaen cierto modo a las leyes naturales. La sociedad es  lo general, pero sin abstracción. Sin duda, todo grupo histórico escomo el hom bre histórico, un indiv iduo . P ero lo es en relación

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La subordinación 219

 y a l espejo. E sta generalidad particular coin cid e con la objeti vidad peculia r que la sociedad posee frente a sus m iembrosconsiderados como sujetos. E l ind ividuo no se sitúa an te la so

ciedad como ante la naturaleza, cuya objetividad significa laindiferencia respecto al becbo de que un sujeto tenga o no parte espiritual en ella, la piense con verdad o error, o no la piense en absoluto; el ser y las leyes de la naturaleza rigen independientemente del sentido que puedan tener para un sujeto.También la sociedad excede del individuo, vive su propia vidaregular, está frente al individuo con solidez Histórica e impe

rativa. Pero ese estar enfrente es, al propio tiempo, un estar enél; la fría indiferencia de la sociedad para con el individuo esa l propio tiemp o interés por éste; y la objetividad soc ial necesita de alguna subjetividad individual, aunque no sea precisamente de tal o cuál subjetividad determinada. De esta manera, la sociedad se convierte en un intermedio entre el sujeto yla generalidad y objetividad absoluta e impersonal.

En este mismo sentido va la siguiente observación. Cuando la economía no 1ra llegado aún a la fijación de precios propiamente objetivos; cuando el conocimiento y regulación de lademanda, la oferta, los gastos de producción, las primas deriesgo, las ganancias, etc., no Han conducido aún a la conclusión de que esta mercancía vale tanto y debe ser vendida a talprecio, las intervenciones inmediatas de la sociedad, sus órganos y sus leyes, son frecuentes y rigorosas en lo relativo alprecio y solidez en las transacciones comerciales. Tasas, vigilancia de la cantidad y calidad de la producción y, en un sentido amplio, leyes suntuarias y consumos obligatorios, aparecen con frecuencia en los estadios económicos en que la libertad subjetiva de las transacciones comerciales empieza a buscar una especie de objetividad que no llega aún, sin embargo, ala pura y abstracta determinación objetiva de los precios. En

este estadio, la generalidad concreta, la objetividad viva de la

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12 O Sociologi.;

lectual esta mism a evolución form al, que de la subordinacióna la sociedad pasa a la subordinación a la objetividad. L a h istoria entera de la cultura muestra basta qué punto la inteli

gencia del individuo, antes de enfrontarse inmediatamentecon el objeto, para recibir de él el contenido de sus conceptos,llena estos exclusivamente con representaciones tradicionales,auto ritarias, «aceptadas por todos». E l ap oy o y no rm a del espíritu, que quiere saber, no es p ;imeram eníe el objeto, cu ya ob servación e interpretación inmediatas excede a sus fuerzas,sino la op inión general acerca del objeto. E sta opinión pro

porciona al sujeto sus conceptos teóricos, desde la supersticiónm ás grosera ba sta los m ás finos prejuicios, que velan y casi bacen im perceptible la dependencia del que los recoge y la fa lta de objetividad de su contenido. Dijérase que no le es fácilal kombre afrontar la visión del objeto cara a cara; que no escapaz el hombre de soportar ni la dureza de las leyes objeti vas, ni la libertad que la obje tivid ad otorga a la persona, poroposición a la coacción procedente de los otros hombres. La

sumisión a la autoridad de los muebos o sus representantes,la sujeción a la opinión tradicional, al criterio socíalmenteaceptado, es un término medio, o por lo menos, resulta másfác il de m odificar que la ley de la cosa y m anifiesta m ejor laintervención de lo espiritual; transmite, por decirlo así, un producto ya digerido espirítualmentc. Por otra parte, nos suministra un apoyo, nos permite descargarnos de la responsabili

dad, y es como una compensación a la falta de independencia— de esa indep end encia que la pura relación entre el yo yla cosa nos otorga.

N o menos que el concepto de la verdad, ba ila el de la ju sticia en las actitudes de la sociedad el criterio intermedio, aque se acoge el individuo antes de llegar al estadio de lo puramente objetivo. E n la esfera del derecho penal, como en la*

de las demás regulaciones de la vida, la correlación que se establece entre delito y pena, mérito y recompensa, servicio y

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La su b o rd in ac ió n 221

un estado o situación modelo, para que, según él, pueda construirse sintéticamente la correspondencia de aquellos términos. Este tercer término está originariamente constituido por

los intereses y form as de la vida social, que rodea a los ind i viduos, a los suje tos en que ha de cum plirse la justicia . E sta vida total crea e im pone los criterios en que se m anifiesta la justicia o in justicia de la relación entre aquellos individ uos.E sa justicia o injusticia n o podría descubrirse si los in div iduos estuvieran aislados. Por medio de esa vida total surge,como estadio objetivo e históricamente posterior, la necesidad

interna de que haya una correspondencia justa entre aquelloselementos. La norma superior, que acaso continúe determinando peso y contrapeso según sus proporciones, se ha sumergido plenamente en los elementos, se ha convertido en un valor que obra desde el interior de éstos. La justicia apareceahora como una proporción objetiva, que nace de la significación íntima del pecado y el dolor, de la buena acción y la

dicha, de la oferta y la compensación; ha de ser realizada porella misma: üat jusiitia, pereat mundus.  E n cambio, en elpunto de vista anterior, la conservación del mundo era el fundam ento de la jus ticia. Se a cual fuere el sentido ideal— queaquí no se discute—de la justicia, histórica y psicológicamente, la ley objetiva en que encama y que pide ser cumplida porsí misma, constituye un estadio posterior en la evolución, al

que precede, sirviéndole de transición, aquel otro en que laexigencia de la justicia se formula en nombre de la objetividadsocial.

Finalmente, la misma evolución se verifica dentro de lom oral, en sentido estricto. E l primer contenido de la m oralidad tiene una n atu ralez a altruista y social. Y no en el sentidode que lo moral posea una esencia independiente, capaz luegode acoger tal contenido. L a entrega del yo a un tú (en sing ularo plural) aparece como el concepto mismo de lo moral, como

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222 Sociología

evolución que mom entáneam ente ha alcanzado. Y si estasnormas pueden coincidir, en ocasiones, con las entregas deunos individuos a otros, no es esto, en principio, lo que interesa, sino la realización de una ley objetiva, que no sólo prescinde de la sub jetividad del que obra, sino tam bién de la delser a quien eventualmente se refiere la acción. Pues, miradadesde este punto de vista, la relación con el complejo social delos sujetos no es sino el cumplimiento casual de una norma ydeber mucho más general, que si bien pueden legitimar las acciones sociales y altruistas, también pueden condenarlas. La

obediencia ética a las exigencias del tú y de la sociedad es, enla evolución del individuo como en la de la especie, la primeramanera de superar el estado premoral, el egoísmo ingenuo.Incontables personas permanecen en este estado. Pero, enprincipio, este estado es prepa ración y trán sito p ara la subo rdinación a una ley ética objetiva, que está tan lejos del yo comodel tú, y partiendo de la cual, se atribuye calidad moral a los

contenidos de uno u otro.La segunda cuestión sociológica que plantea la subordina

ción a un principio ideal, impersonal, consiste en determinarla acción de este principio sobre las mutuas relaciones entrelos subordinados. £n este sentido debe tenerse ante todo encuenta que a la subordinación ideal, antecede con frecuenciauna subordinación real. Frecuentemente vemos que una per

sonalidad o una clase social ejercen su mando en nombre deun principio ideal, al que ellos mismos se reconocen subordinados. Parec e, pues, que lógicamen te esta sub ordina ción ideales la primera, y que la org aniza ción de dom inio sobre los otroshombres es sólo una consecuencia de dicha organización ideal.Pero históricamente el camino suele ser el inverso. Relacionespersonales de poder, muy materiales y efectivas, dan lugar a

subordinaciones, sobre las cuales lentamente se encumbra und id l bj ti i it li ió d l d d i

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224 S o r i o l o g !

gío. Y un soberano tan absoluto como el G ra n Elector, h a biendo im puesto, sin. previa axtto rización de los Estados, unacontribución personal, no sólo hace que la pague toda su corte,sino que la satisface él mismo.

La época moderna nos ofrece un ejemplo de forma seme jante a l que hemos vis to en la h istoria de la fam ilia : aparic iónde un poder objetivo al cual ha de subordinarse el poder primero juntamente con sus subordinados. Me refiero a la organización de la producción, en cuanto que en ésta dominan loselementos objetivos y técnicos sobre los personales. M uch asrelaciones de subordinación, que antes tenían un carácter personal, siendo uno de los miembros absolutamente superior yel otro absolutamente subordinado, se han modificado de ta'.modo, que ambos miembros están sometidos ahora igualmente a un fin objetivo, y sólo dentro de esta relación comúncon el prin cipio superior, c on tinú a, como una necesidad técnica, la subordinación del uno al otro. Cuando el trabajo asa

lariado es considerado como un contrato de arrendamiento depersona— se arrienda el trabajad or— , existe un elemento, almenos, de subordinación del obrero al patrono. Pero este elemento desaparece desde el momento en que el contrato de tra

 bajo n o es consid erado como locación de la persona, sino comocompra de la mercancía trabajo. Entonces, la subordinaciónque el pa tron o exige del obrero no es m ás — así se ha dícho-

*que la subordinación al proceso cooperativo, subordinacióntan necesaria para el patrono (en cuanto ejerce una actividad)como para el obrero». Este ya no se encuentra, pues, sometidocomo persona, sino como cooperador en un proceso económico objetivo, dentro del Cual el elemento Superior, que funcionacomo patrono o director, no actúa en virtud de un poder personal, sino de exigencias reales, objetivas.

E l sentim iento de la propia dignidad que an im a a l obreromoderno debe estar en relación con este fundamento cuyo

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I .i subordinación 225

 bre de la relació n de subordinación, a la cual y a sólo estásujeto por cuanto, como factor de la producción, necesita coordinar su actividad a las disposiciones del director de la producción. Esta objetividad técnica tiene su símbolo en la objetividad jurídica de !a relación contractual. Una vez que el contrato está concluido, álzase como norma objetiva por encimade ambas  partes. Este contrato señala, en la Edad Media, 1atransformación de los oficiales de los gremios, que originariamente están en una completa dependencia personal respectodel maestro: el oficial se llamaba, generalmente, criado. La re

un ión de los oficiales en una clase especial, cu lm ina en el in tento de transformar la servidumbre personal en una relacióncontractual. Es significativo que, una vez lograda la organización de los criados, este nombre se cambia por el de oficiales.La forma contractual, sea el que fuere su contenido material,tiene como correlato la coordinación relativa, en vez de la su bordinación absoluta. La obje tiv id ad se fortalece más todavía

cuan do el contrato, en vez de hacerse entre ind ividu os, se hacepor acuerdos colectivos entre un grupo de obreros de una parte y   un grupo de patronos de la otra, como sucede, sobre todo,en los sindicatos ingleses. Los sindicatos obreros y las asociaciones patronales celebran, en ciertas industrias adelantadas,contratos sobre salarios, jomada de trabajo, horas extraordinarias, festividades, etc., a cuyas condiciones no puede sus

traerse ningún contrato particular que se concluya entre indi viduos de estas categorías. C o n esto se acrecienta extraordinariamente la impersonalidad de la relación de trabajo, y suobjetividad encu entra adecuada expresión en la colectividadtransindividual. Finalmente, este carácter aparece especialmente garantizado cuando los contratos de trabajo se celebranpor el tiempo más breve posible. Los sindicatos ingleses haninsistido siempre en este requisito, a pesar de la inseguridad

resultante. Y exp lican esta insistencia diciendo que el obrero

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226 S o c i o l o g i ;

contrato es larga, esta longitud sustituye a la amplitud de sumisión con que antes Quedaba encadenada la personalidadentera. Lo que gar an tiza la objetividad, en los contratos de escasa duración, no es nada positivo, sino simplemente el Kechode impedir que las relaciones objetivamente fijadas degenerenen otras, determinadas por el arbitrio individual. Contra esteriesgo, los contratos a largo plazo no ofrecen bastante pro

tección.Lo que principalmente hace insoportable la relación de ser

 vic io doméstico es que, tal como está constituida actualm ente,

por lo menos en la Europa central, hace que, por decirlo así,la persona entera resulte subordinada, no habiéndose llegadoaún a determinar el trabajo de un modo objetivo. De hecho, larelación doméstica va acercándose a una forma más perfecta,quedando reducida a los servicios prestados por personas quesólo tienen que rea lizar en la casa determinadas funcion es ob

 jetiv as, y,  por lo tanto, están coordenadas al «ama de la casa».

En cambio, en la relación anterior—y, en parte, aún actual—el servidor entra en la casa con toda su personalidad, estandoobligado a prestar servicios ilimitados (como se manifiestaclaramente en la frase «criada para todo»), y justamente poresta indeterm inación es por lo que se encuentra sometido comopersona al ama de la casa. En épocas decididamente patriarcales, la «casa» era un fin y va lo r ob jetivo, a l que co labora

 ban el ama de casa y la servid umbre. D e este modo, aunquela sub ord inación era plenamente p ersonal, prod ucíase ciertacoordinación, determinada por el interés que suele inspirar íacasa al servidor, ligado a ella perdurablemente. El tuteo de loscriados significaba de un a parte su sub ord inación como personas, pero de otra parte los asimilaba a los hijos de la casa ylos liga ba más estrechamente a su organ ización. A s í se da e»

caso curioso de que esa relación de obediencia sirva de algúnmodo a una idea objetiva, justamente en los dos polos opues

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L a s u b o r d i n a c i ó n 227

do esa adhesión personal, que es el complemento de la subordinación ilimitada. La situación actual de la servidumbre, sobretodo en las grandes ciudades, ha perdido la primera de las ob

 jetiv idades sin haber adquir id o aún la segunda. Y a no está lapersonalidad entera del sirviente consagrada a la idea objetivade la «casa»; pero tam poco puede por completo sustraerse aella, como correspondería a la índole de la prestación.

Finalmente, otro ejemplo de esta clase de formas se encuentra en las relaciones que se   dan entre los oficiales y lossoldados. Aqyí la disparidad entre la subordinación, dentro

del organismo colectivo, y la coordinación, determinada por elservicio común a la defensa de la patria, es lo más amplia quecabe pensar; y esta amplitud se manifiesta particularmente encampaña, donde por una parte la disciplina es despiadada, ypor otra parte, al propio tiempo, la relación am istosa entreoficiales y soldados se ve favorecida p or situaciones ind ividu ales y por el tono general del sentimiento. En tiempos de paz,

el organismo militar se encuentra en la situación de un medioque no llega a cumplir su fin; la estructura técnica del ejércitose convierte entonces irremediablemente en fin último, de manera que las relaciones de subordinación, que son las bases enque se sustenta la técnica,  de la organización, pasan a ocuparel primer término de la conciencia, y aquel característico cruzam iento sociológico con la coo rdina ción, merced al servicio

común a una idea objetiva, no se produce hasta que un cambiode situación hace aparecer en la conciencia esa idea como elfin propio de la milicia.

Encontramos, pues, frecuentemente al individuo desempeñando un doble papel: en la organización de su contenido vital especial, ocupa una posici.ón de mando o de subordinación,mientras que esta organización, como tal, está sometida a una

idea dominante que confiere a cada uno de sus miembros unaposición análoga, o casi análoga, frente a todos los que están

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228 Soció logo

•<casa» como un todo, adoptará una actitud servicial y amable.U n proceso con trario se desenvuelve en el orgu llo, tan (recuente, de los subalternos, de los criados de casas distinguidas, de los que pertenecen a círculos espirituales o sociales pri vilegiados. E sos subordinados, precisamente porque pertenecen tan sólo o la periferia de dichos círculos, representan contanta mayor energía la dignidad y la idea del círculo frente alos de afuera; tratan, en efecto, de conseguir, por el camino negativo, por diferenciación de los demás, esa posición firme queno tienen en su efectiva relación positiva con el círculo refe

rido. La m ay or comp lejidad form al de este tipo se encuentraqu izá en la jerarq uía católica. C om o iodos sus miembros sehallan ligados a una obediencia ciega y absoluta, el último deellos está, sobre todos los laicos, a la infinita altura en que secierne la idea de la eternidad; pero, al propio tiempo, el máselevado de sus miem bros se reconoce como «el siervo de lossiervos». E l fraile que puede ser, dentro de su O rde n, u n sobe

rano absoluto , envuélvese, frente a cualquier mendigo, en lahumildad y sumisión más profundas. Pero el último hermanoen la O rd en es su perior a los príncipes temporales, con el ca rácter absoluto que le presta la autoridad de ía Iglesia.

* ■>•>

Hemos agrupado los fenómenos de la subordinación partiendo del problema: ¿Quién ejerce la soberanía? ¿Uno o muchos? ¿Personas u organismos objetivos? Pero también puedenconsiderarse esos fenómenos, sociológicamente, desde el puntode vista de la cantidad   de soberanía, sobre todo en relacióncon la libertad y sus condiciones. En este sentido van a dirigirse las consideraciones siguientes:

Cuando en un grupo existen variadas y enérgicas relacio

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l .a s u b o r d i n a c i ó n 229

sión; por consiguiente, cuando las relaciones de subo rdinac iónestán en el prim er plan o de la concienc ia sociológica, el eleme nto de esta relación que predomina cuantitativamente, el de los

subordinados, es el que presta su color al conjunto del ctiadro.S in embargo, algun as m uy p articulares comb inaciones puedenproducir también en un grupo la impresión y el sentimientode u na superioridad general. E l orgu llo característico de losespañoles y sú desdén por el trabajo, procedía de que, durantelargo tiempo, emplearon como trabajadores a los moros sometidos; cuando fueron aniquilados o expulsados éstos y los ju

díos, no les quedó a los españoles más que el gesto de la superioridad, no habiendo ya nin gú n sub ordinado que con stitu yera el necesario com plem ento. U n la época de su m áxim agrandeza, los españoles declaraban sin rebozo que querían,como nación, ocupar en el mundo el puesto que en el Estadoocupaban los nobles, los militares y los funcionarios. Algosemejante ha bía ocurrido y a — aunque sobre bases más só li

das — en la democracia m ilitar espartana. L os espartanos so metieron a los pueblos vecinos, pero no los hicieron esclavos,sino que les dejaron sus tierras, tratándoles sólo como a sier vos; estos siervos acabaron por form ar una capa inferior, fren te a la cual la totalidad de los ciudadanos constituyó comoun a clase seño rial, aun que entre sí se condujesen en sentidodemocrático. N o fué ésta un a simp le aristocracia que form araun grupo unitario con los otros elementos inferiores en derecho; fué en realidad el Estado primitivo todo el que, permaneciendo en su statu   quo, gracias a aquella capa inferior, pudohacer, por decirlo así, nobles a todos sus elementos. Este principio de la superioridad general se manifestaba también en algunas instituciones especiales de los espartanos; así su ejércitoestaba jerarquizado de tal modo que, en realidad, constabaprincipalmente de jefes.

 A q u í surge una sin gular form a socio lógica. C iertas deteri i d l ól d d i l

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23C S o c i o l o g i a

pu nto esta necesidad lógica. U n o de los m otivos internos deeste becbo se encuentra ya explicado en Platón. Según Platón,

entre las diversas esferas de soberanía, que son infinitamentedistintas en cuanto a su extensión y contenido, no existe diferencia alguna por lo que se refiere a la soberanía como tal,como función. Una y la misma facultad de mando es la quedebe poseer tanto el político como el rey, tanto el déspota comoel adm inistrador. P o r eso para P lató n , el verdadero políticono es necesariamente el depositario del poder supremo del Estado, sino el que posee la «ciencia del mando», siendo indife

rente que tenga o no algo sobre que mandar. Volvemos, pues,aqu í al fundam ento sub jetivo del dom inio, fundam ento que nonace en la co rrelación de un do m inio efectivo, sino que existecon ind epen den cia de ésta. E l «rey nato» no necesita, por decirlo así, tener un reino; es  rey, no se hace  rey. Si los espartanos, a pesar de no baber creado entre ellos nobleza alguna, sesintieron nobles; sí los españoles tenían la conciencia de ser

señores, aún cuando ya no poseían servidores a quienes mandar, el becbo tiene el sentido profundo siguiente: que la acciónrecíproca de la relación de do m inio n o es sino la expresiónsociológica o actualización de ciertas cualidades internas delsujeto, y que quien posea estas cua lidad es es señor en  potencia. De la relación bilateral ba desaparecido, por decirlo así, unode los lados, que sólo subsiste ya en una forma ideal; pero no

por eso pierde el otro lado el sentido que en la plena relaciónle correspondería. Cuando este becbo se verifica en todos losmiembros de un grupo considerable, desígnanse entre sí todoscomo «iguales», sin especificar en esta designación a qué se refiera dieba igualdad. Los ciudadanos de Esparta, con derechode sufragio, se llamaban los «iguales», sin más. El aristocra-tismo de su p osición política y económ ica frente a las otrasclases es algo evidente, basta el punto de que para su designa

ción sólo emplean la relación formal que mantienen entre sí,

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] .a sub ord inació n 231

nominación colectiva su superioridad sobre ellos, a pesar deque sólo por esta superioridad tiene propiamente sentido taldenominación (l).

La otra manera de realizar el concepto de dominio sin elcomplemento lógico de la subo rdinación correspondiente, con siste en transportar ciertas formas, que se habían constituidodentro de un grupo grande, a un grupo pequeño, en el cual nose encuentran justificadas. Un los círculos amplios, determinadas posiciones implican un poder, una superioridad, quepierden si se repiten en otro círculo menor, sin alterar su forma. N o obstante, en este círculo m enor conservan el tono desuperioridad y mando que poseían en el mayor, tono que seha convertido, p or decirlo así, en cualidad su stan cial de la posición misma, independientemente de que se produzca o no larelación en que esc tono se hallaba justificado. Con frecuencia, en estos casos, sirve de intermediario un «título», que en

( l ) Éste es sólo un ejemplo de un fenóm eno sociológico general. U n dexto nú

mero de elementos t ienen la m b a i relación coa una determinad» condición, que presta

a los intereses de! grupo contenido y significado. Pero sucede que este punto decisivo,

en el qu e convergen los elem entos, desaparece de ¡a deno m inación colectiva y acaso

hasta de la conciencia de sus miembros, ¿estacándose tan sólo el hecho de la igualdad

de los elementos, aun que esta igualdad se pro du zca exclusivamente p or relación con

aque! punto. Así, con el mismo nombre de Pares con que se designaban los nobles,

designa ron cu los siglos XII >* XJti m uch as ciudades f r a n c o «« a sus Jurados y cscab inos.

 A l fu ndarse en Berl ín la Socie dad de C ult u ra É ti ca, publi cóse acerca de ella un folle tocon este título: Com unicaciones preparatorias de un circulo Je h om bres y  mu/eres

que tienen iguales ideas.  N o se decía ni una palabra que indicase en qu é consistí*

C6ta igualdad de ideas. En la Cám ara española se fun dó, aproximadam ente hocia l9o 5 .

un p artido que se llamaba Solidaridad, sin más. U n gru po de artistas m uniqueses, hacia

el año 90, se l lamó  E l ¿ tu p o d e io s   coleg as, sin añadir a este titulo oficial nada que ex

plícase en qu é con sistía semejante colegiolidad y qué diferencia había entre esta asocia

ción y una asociación de maestros de escuela, o de actores, o de agentes, o de redacto

res. Estos casos, sin relieve opnrcníc. contienen un hecbo de gran im portan cia so cio

lógica: que la relación formal entre ciertos individuos puede dominar sobre el contenido

f l d d d l d d ll d

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232 S oc io l og ia

las nu evas circunstancias apenas conserva hu ellas de poder,pero sí el aplom o y la prestancia que tenía en el grupo m ás

amplio. Los rederykers  ho landese s (especie de m aestros can tores del siglo xv) tenían, en cada uno de sus muchos grupos,reyes, príncipes, archidiáconos, etc. Recuérdense los «oficiales»del ejército de salvació n, los «grados» de la m asonería. U n ca bildo de m asones celebrado en Francia en l 756, declaró a susmiembros «soberanos y príncipes natos de toda la orden», yotro, celebrado poco después, se llamó Conseil des empereurs d’Orient et d'Occident .

Naturalmenfe, no son los meros cambios cuantitativos, deextensión y número, los que determinan que una posición primariamente dominante descienda y se vea privada de lasnecesarias s ubo rdinaciones correspondientes, manteniend o, sinem bargo, el tono externo de la supe rioridad. E ste efecto puedenproducirlo igualm ente las contracciones de la vida colectiva, enel sentido de la intensidad. Lo que destrozó toda la existencia

helénica en la época del Imperio, fué la limitación en que sem ovía, la falta de todo conten ido am plío o profun do, habiendoconse rvado, en cam bio, el sen tim iento de que pod ía o debíamantener alguna superioridad; quedó superviviente una ambición que se alimentaba en el recuerdo de las grandes épocaspretéritas. A s í surgió aquella vanidad que sugería un sentim iento de im po rtanc ia y prerrog ativa, sin real supe rioridad,

al vencedor en los Juegos O lím picos, al funcio na rio de un m unicipio insignificante, al poseedor de un asiento honorífico, alorador que a falta de influencia po lítica veía sus frases br illan tes aplaudidas por un público de ociosos. La altura sobre elnivel medio, a que Se elevaban los privilegios de esta clase depersonas, no podía ser alcanzada por ia estructura real de lasociedad griega de entonces. Esas situaciones privilegiadas que

habían nacido en épocas pasadas, cuando la colectividad griega tenía mayor importancia, aplicábanse ahora, sin disminuir

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L a s u b o r d i n a c i ó n

los hombres, y en que se revela con gran pu reza el «em brujam iento simpático» de los p rimitivos; se cree poder pro vocar fenóm enos que están fuera del poder hu m an o, produciéndolos

en m enor escala. A sí, en m uchos pueblos, el riego con ag ua seconsidera como gran lluvia. £1 poder del concepto general estan grande que realizándolo en proporciones mínimas o parciales, cree el ho m bre hab er consegu ido su re alizac ión en gradosuperior de extensión e intensidad. Ciertas manifestaciones dela «autoridad» nos presentan un a modificación pa rticular deeste tipo de conducta. £1 valor interno que alguien ha conse

guido. en virtud de un trabajo o de una cualidad especial, lesirve con frecuencia para conseguir «autoridad» en cuestiones y temas que, en realid ad, nada tienen que ver con la esfera deactividad en que se manifestó realmente aquella excelencia.También en este caso la superioridad que existe y se justificaen una esfera particular es trasladada a una relación total,donde ya le falta el complemento de un objeto realmente «do

minado». Aquí aparece, aunque en otra dimensión, por decirloasí, la misma paradoja que antes vimos: un elemento que sesiente superior, pero al que le falta la subordinación correlativa

del otro elemento.Nuestro punto de partida fué que un grupo podía o!recer.

en conjunto, el carácter de la subordinación, sin que existieseen él práctica y palpablemente la cantidad correspondiente desuperioridad o dominio. El caso opuesto es el que acabamosde tratar: hemos visto que piiede ex istir la sup erioridad comocualidad absoluta, no basada en ningu na subordinación correspondiente. Pero esta form a raras veces se produce. M ás

 bien aparece, como lo opuesto al prim er caso, la libertad  detodos. Pero si examinamos detenidamente esta situación, encontraremos que casi siempre el libertarse de una subordinación significa al mismo tiem po adq uirir un do m inio, ya sea

sobre los que hasta entonces habían sido superiores, ya sobre

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cia a las clases hasta entonces dominadoras, y, por otra parte,su emancipación sólo fué fructífera, por cuanto existía uncuarto estado (o se constituyó mediante aquel proceso) al que

la burguesía pudo explotar y sobre el que pudo elevarse.Por eso en modo alguno es legítimo concluir por analogía

que el cuarto estado quiere hacer hoy lo que hizo entonces eltercero. Es este un punto en el que la libertad muestra su relación con la igualdad; pero también la ruptura necesaria deesta relación. Cuando reina una libertad general, existe alpropio tiempo una igualdad general, pues aquélla expresa tan

sólo la nota negativa de que no existe ningún dominio, notaque, justamente por su carácter negativo, puede ser común alos elemen tos más diferenciados. Pe ro esta igualda d, que sepresenta como primera consecuencia o accidente de la libertad,no es, en realidad, sino la estación de tránsito por donde lapleonexia (afán dominador) de los hombres tiene que pasar,tan pronto como se apodera de las masas oprimidas. Nadie se

acomoda con la posición que ocupa frente a sus compañeros,sino que todo el mundo quiere conseguir otra posición que, enalgún sentido, le sea más favorable. Ahora bien, cuando lamayoría está insatisfecha y siente el deseo de elevar su nivelde vida, la primera expresión de tal deseo consistirá en quererser lo que son los privilegiados y poseer lo que éstos poseen.La igualdad con el más alto es el primer contenido con que sellena el instinto de la propia elevación, como puede verse encualqu ier círculo reducido, ya sea entre los alum n os de unaclase, ya entre los comerciantes, o en una jerarquía de funcionarios. Éste es uno de los fundamentos por los cuales el encono de los proletarios no suele dirigirse contra las clases supremas, sino contra el burgu és, que es quien está en la capainmediata superior; el burgués es para el proletario el primerescalón de la escala de la dicha, en el cual, por tan to, se con

centra de m omen to su deseo de ascensión. E l inferior quiere,

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236 SocioloRW 

conseguir la igualdad, hase manifestado en todas las formasel deseo del ind ividu o de sob repujar a los demás, partiendodel nuevo terreno conq uistado. L a iguald ad , que la libertadlleva lógicamente consigo (mientras rige en su aspecto puramente negativo, en el sentido de no haber dominio), no es enmodo alguno el propósito definitivo, a pesar de que con frecuencia la inclinación del hombre a considerar como definiti

 va la etapa más próxim a de su deseo, le hace creer que la li bertad es su ú ltim o afán. E s más: lo. falta de clarid ad que existeen el pensamiento ingenuo, incluye ya en la igualdad misma

esa superioridad a que el afán de libertad tiende.  A s í, por ejemplo, es t íp ico — h ay a sucedido o no-- el dicho de una car

 bonera a una dam a elegante de l 848: «Sí, señora , aho ra v a mos a ser todas iguales; yo vestiré de seda y usted llevará elcarbón.»

Esta es la consecuencia inevitable, de lo que ya se ha expuesto; que nadie se conforma con poseer la libertad, sino que

la quiere u tiliza r pata algo más. A s í la «libertad de la Iglesia»no suele limitarse a su liberación de los poderes temporales,sin o que consiste en do m ina r estos poderes; la libertad de enseñanza para la Iglesia, v. gr., significa que el Estado recibaciudadanos impregnados y sugestionados por ella, merced a locual, con frecuencia, la Iglesia consigue dominar al Estado.

 A cerca de los priv ilegio s de clase, en Ja Edad M edía, se ha

dicho que fueron muchas veces el medio de ayudar a conseguirla libertad de iodos, incluso de los no privilegiados, bajo unaopresión tiránica que a rodos se extendía. Pero una vez logrado esto, el privilegio sigue actuando, de modo que a su vez seuueca en enemigo de la libertad de todos. La libertad de losprivilegiados engendra una situación, cuya estructura llevaconsigo, como consecuencia o condición, la libertad de todos;

pero esta libertad implica latente la preferencia de aquellos elementos de quienes ha partido preferencia que en e! curso del

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I a subordinación 237

sobre todo, dentro de la comunidad Estado. Esa libertad semanifiesta, frecuentemente, en la historia, como una jurisdicción especial, más o menos extensa y propia del grupo parcial.

La libertad significa, pues, en tal caso, que el grupo, como tal,como unidad supraindividual, se ha convertido en señor de susmiembros individuales. Lo decisivo es, sin embargo, que elgrupo parcial no tiene derecho a la arbitrariedad—esto no sería bastante a subo rdina rle, en principio, a sus m iem bros — ,sino derecho a poseer un derecho propio: que es lo que lecoordina al círculo más amplio circundante, el cual adminis

tra, por lo demás, el derecho y somete incondicionalmente acuantos están en él comprendidos. E n estos casos, el grupoparticular suele exigir con la mayor energía que sus miembrosse sometan a su jurisdicción, porque sabe que en ello estribasu libertad. En Dinamarca, durante la Edad Media, el miem bro de una guilda o corporación sólo podía reclamar su derecho al tribunal de la gutlda. Exteriormentc, nada le impedía

reclamarlo también ante el tribunal público, del rey o del obispo; pero esto— salvo que la guilda lo hubiese expresamenteautorizado—pasaba por un atentado ilegítimo, tanto contra laguilda como contra el miembro demandado, y era castigado,por tanto. La ciudad de Francfort había obtenido del emperador el privilegio de que nunca podría apelarse contra sus ciudadanos a un tribunal forastero; en 1396  fué encarcelado unciudadano de Francfort, porque había reclamado una deuda aun convecino ante un tribunal forastero.

La libertad puede siempre tener dos aspectos; puede ser, deun a parte, una estimación, u n derecho, un poder; y de otra,una exclusión, una indiferencia despectiva por parte del podersuperior. N o es, pues, de extraña r que la jurisdicción exentaque, en asuntos propios, disfrutaban los judíos medievales,parezca hab er ido un ida más bien a cierto desdén. M u y otra

cosa sucedía, en cam bio, con los judío s del oriente rom ano,d l i l l j d i fi bó

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S o c i o lo g i a

se refiere de la ciudad medieval de Colonia: durante brevetiempo, los judíos habían disfrutado el privilegio de que suspleitos con cristianos fuesen resueltos por un juez judío. En

sem ejantes casos, es probable que los m iembros del grupo, considerados individualmente, no fueran más libres que si se hu biera n som etido al derecho común; pero, como to talid ad, comogrupo, go zab an de una libertad que los demás ciudadan os consideraban como exención ostentosa. Pues el privilegio de uncírculo, que go za de jurisd icción propia, no se fun da en modoalguno en la peculiaridad material del derecho administrado

por él; es el hecho mismo de que sus miembros sólo estén sometidos al grupo el que, por su forma, constituye una libertad.Los maestros de los gremios combatieron la jurisdicción especial de las asociaciones de oficiales, aunque la competencia deéstas fuese mínima y sólo se extendiese, por ejemplo, a velarpor el decoro y las buenas costumbres de los asociados. Losmaestros sabían perfectamente que la policía de las costum

 bres. codificada y ejercitada por estas asociacio nes, daba a los

oficiales una conciencia de su solidaridad, de su honor colectivo, de su independencia organizada, que les servía de apoyo y nexo firm e frente a los maestros. Y sabía n que esta form asociológica era lo esencial y que, una vez otorgada, la mayorextens ión de su contenido dependía tan sólo de las relacionesde poder y de las c oyu ntu ras económicas, propias de cadamomento.

El contenido general de esta libertad del grupo es la sumisión del ind ividu o; con lo cual y a qued a corroborado lo quese indicó antes: que en modo alguno significa esa libertaddel grupo una mayor libertad material del individuo. La teoría de la soberanía popular, frente a la de los príncipes, teoríaformulada en la Edad Media, no significaba en modo algunola libertad del individuo, sino la de la Iglesia, que quería dominar en vez del Estado; y cuando en el siglo xvx los enemi

gos de la monarquía recogen la idea del pueblo soberano y

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I i nulx>fdinación 239

¿tupo pardal en dominar a sus individuos y la situación religiosa en que viven estos círculos limitados y privilegiados, dalugar a que las jurisdicciones especiales sean más rigurosas delo que seria el círculo más amplio que consiente dichas excepciones. Las guiidas danesas, de que ya hemos hablado, teníanordenado que cuando el miembro de una guilda violase uncontrato de com praven ta celebrado con otro, el vend edor hab íade pagar al comprador doble indemnización de la que hubieratenido que pagar a los funcionarios reales, si no fuese miem bro de la guild a. E l círculo más am plio puede, por su estruc

tura, otorgar a sus miembros mayor libertad que el círculomenos am plio, c uy a existencia depende m ás inm ediatam entedel comportamiento que sigan con él sus miembros. Además,por la severidad de su justicia, tiene que probar que ejercefirme y dignamente sobre sus miembros la jurisdicción que leha sido confiada, no dando ocasión ninguna al poder públicopara intervenir a pretexto de corrección.

Pero este poder sobre sus miembros, en que consiste la li bertad del grupo, puede conducir a alg o peor que a la dureza jurídica. L a gran independencia de que gozaban las ciudadesalemanas, fomentó, sin duda, hasta bien entrado el siglo xvi,su desarrollo de un modo extraordinario; pero produjo luegoun régimen oligárquico de compadres, que oprimió cruelmentea cuantos no tenían participación en el poder. Sólo al cabo de

una lucha, que duró cerca de doscientos an os, cons igu ieron lospoderes del Estado contener esta explotación tiránica de la li

 bertad del individuo. L a autonom ía local, cuyas excelencia sestán, en principio, demostradas, lleva en sí el peligro de losParlamentos particulares, en que dominan los intereses egoístas de clase. En esta exageración, por decirlo así, patológica,degenera la correlación en que se encuentra la adquisición de

la libertad y la adquisición del poder (o su amplificación en

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240 Socio log ía

una capa social profunda al ascender a condiciones más libres,o simplemente mejores, de vida. Con frecuencia, el resultadode este movimiento es que, en efecto, ascienden y prosperan

ciertas partes de ac{uel grupo que unánimemente aspiraba aascender; pero es porque se convierten en partes de las capassuperiores y a existentes, m ieñtras las otras continú an en lasubo rdinación . C om o es n atural, esto se produce con m ayorfacilidad cuando entre las capas animadas de tendencia ascensional existe ya un a distinción entre superiores e inferiores.En tales casos, una vez que termina la rebelión contra la capa

social que las do m ina a am bas, la diferencia interna entre losrebeldes (que durante la lucha había quedado oscurecida) vuelve a m anifesta rse, y, a consecuencia de ello , los que antesestaban más altos, se asimilan a la capa superior combatida,mientras que sus antiguos compañeros de lucha quedan aúnmás humillados. De este tipo fué vina parte de la revoluciónobrera de Inglaterra en l 830. Para conseguir el derecho de

elección al Parlamento, los obreros se unieron al partido reformista y a las clases medias; el resultado fué la promulgación de una ley que concedía el derecho de sufragio a todas lasclases... salvo a la obrera. Con arreglo a la misma fórmula, sedesarrolló, hacia el siglo iv ames de Jesucristo, la lucha declases en Roma. Los ricos plebeyos, que en interés de su capasocial deseaban el connubium   y una provisión más democrá

tica de los empleos públicos, celebraron una alianza con laclase media y con las clases bajas. El resultado de este movimiento combinado fué que se lograron aquellos puntos de!programa que interesaban especialmente a los grandes burgueses, mientras que las reformas que iban a favorecer a laclase media y a los pequeños labradores, se deshicieron enhumo. Análogamente se desarrolló la revolución bohemia

de 1848, en la cual los campesinos acabaron con los últimosrestos de servidumbre feudal. Una vez logrado esto, surgieron

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I i su bo rdin ació n 24!

proletariado rural (a cuyo lado acababan de vencer a los señores), de la misma manera que éstos se habían opuesto a lassuyas. A con tece con típica frecuencia que el m ás fuerte, que

por otra parte es acaso el que Ha contribuido más  a la victoria, quiere cosechar luego todos  los frutos; su participación,relativamente mayor en la victoria, se convierte en el deseo deuna participación absolutamente mayor en el botín. Esta fórmula encuentra notable auxilio para Su realización en el fenómeno que ya hemos hecho notar: que cuando existe una división en capas sociales y la capa pro fund a asciende en conjun to,

destácanse los elementos más fuertes de ésta, consiguiendo asiadherirse a la capa más elevada y basta entonces por todoscombatida.

De esta manera la diferencia puramente relativa que bastaentonces existía dentro de esa clase inferior entre los elementos mejor situados y los elementos peor situados, se convierte,por decirlo así, en absoluta; la cuantía de las ventajas obtenidas por los primeros ha traspasado el límite en el cual se tras

muta ya en una nueva cualidad. En un sentido formalmentean álog o procedíase en la A m éric a española, cuand o entre lapoblación de color aparecía un individuo de grandes dotes, queo inauguraba ü bacía temer una mejora en la situación y li bertad de su raza. E n tales casos se le concedía una patentepara que valiera como un blanco. Asimilándole a la clase dominante, su superioridad sobre sus compañeros de raza venía

a sustituir a la igualdad con los blancos, que hubiera podidoconquistar eventualmente para los suyos y para sí. En virtudde un sentimiento que corresponde a este mismo tipo sociológico, banse elevado protestas en Austria, justamente por políticos amigos de ios trabajadores, contra las comisiones deobreros, con las cuales se pretendía, sin embargo, aliviar la situación de los trabajadores. Temían, efectivamente, que estascomisiones pudieran constituirse en una especie de aristocracia de la clase trab ajad ora y que fácilmen te fueran llevada s a

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242 Socmlop. i

mostrar el progreso de la dase trabajadora como tal. Pero enrealidad no le es favorab le en m odo a lgun o, pues gracias aese fenómeno, se encuentra piivada de sus mejores elementos

directivos. El ascenso absoluto de algunos miembros es alpropio tiempo una elevación relativa de estos por encima desu clase, y, por tanto, una separación, una sangría constanteque roba a la clase obrera su sangre mejor. Por eso la autoridad contra quien se alza u na masa, tiene interés en conseguirque ésta elija representantes encargados de las negociaciones.

 Se  quiebra así, por de pronto, el ímpetu arrollador de la masa;

sus propios directores la tienen con tenida— cosa que ya no lograban los superiores—y desempeñan frente a la masa la función normal de la autoridad, preparando de este modo la

 vuelta al redil.Todas estas manifestaciones, que descargan en las más di

 versas direcciones, tienen un com ún denom inador sociológico: que'la aspiración a la libertad y la conquista de la liber

tad, en sus significaciones más variadas, tanto negativas comopositivas, arrastra como correlato o consecuencia necesaria laasp iración al poder, la conquista del poder. E l soc ialism o y elanarquism o niega n la necesidad de esta conexión . M ientrasel equilibrio dinámico de los individuos, que puede designarsecon el calificativo de libertad social, aparece aquí tan sólocomo un punto de tran sición— real o meramente ideal— más

allá del cual la balanza torna a inclinarse de un lado, los socialistas y los anarqu istas consideran posible su estabilidad ,tan pronto como la organización social en general no esté estructurada en relaciones de subordinación, sino como unacoordinación de todos los elementos. Las razones que suelenaducirse contra esta posibilidad, y cuya discusión no interesaen este lugar, pueden resumirse en razones del  ferm inus aquo  

 y razones del terminus  «</ qaem.  La desigualdad natural delos hom bres, que no puede ser abo lida por n ing u na ley, no

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L a s u b o r d i n a c ió n 2 »3

de la obra objetiva por otra, es decir, el ejecutor del trabajo yla perfección de su finalidad, coinciden en la necesidad de unaorganización de superiores y subordinados; la causalidad yla teleología se orientan por igual hacia esta forma. Ello dem uestra, sin duda algun a, que Se trata de u na form a justa eindispensable.

Sin embargo, es cierto que en la evolución histórica aparecen indicios esporádicos de una forma social cuya realizaciónpodría hacer compatible la existencia de la subordinación conlos valores de la libertad, que son las causas por las cuales el

socialism o y el ana rquism o desean la supr esión de toda su bordinación. E l m otiv o que anim a las aspiraciones socia listasreside exclu sivam ente en los s entim iento s del sujeto, en laconciencia de la indignidad y la opresión, en la humillacióndel yo entero, rebajad o a los escalones sociales inferiores; y, porotra parte, en el orgullo personal que produce la posicióndirectiva externa. Si hubiese alguna organización de la socie

dad capaz de evitar estas consecuencias psicológicas déla desigualdad social, podría esta desigualdad continuar subsistiendo sin inconveniente. Con frecuencia se olvida el carácterpuramente técnico del socialismo, que es un medio  para producir ciertas reacciones subjetivas y cuya última instanciareside en el hombre y en su sentimiento vital. Es cierto que,dado el modo de ser de nuestra alma, con frecuencia el mediose trueca en fin y, por consiguiente, la organización racional dela sociedad y la supresión del man do y la sum isión aparecencomo valores que se  justifican por sí m ismos, que ex igen serrealizados, sin consideración alguna a aquellos fines eudemo-nistas personales. Y , sin em bargo, en éstos reside la verdaderafuerza psicológica que el socialismo injerta en el movimientoHistórico. Sólo que, como simple medio, está sujeto al destinode todo medio: no ser en p rincipio el ún ico. C om o dive rsas

causas pueden producir el mismo efecto, nunca puede asegu

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244 S o c i o l o g i a

presión, que parece solidario de ella. Pero no hay ningúnmotivo lógico para que el sentimiento decisivo de dignidad y

 vida autónom a vay a lig ado exclusivam ente al socia lism o, sí esposible deshacer la asociación estrecha en que se nos presentala subordinación a un superior con el sentimiento de humillación personal y de opresión. Acaso pueda lograrse esta disociación acrecentando la independencia psicológica entre elsentim iento ind ivid ua l de la vida y la a ctividad externa engeneral, o la posición que cada cua l ocupa en la vida activa.

Cabe pensar que a lo largo de la cultura, la actividad productora se haga cada vez más técnica, pierda cada vez más completamente su influe ncia sobre la intim idad y personalidaddel hombre.

De hecho ha llam os que cierta aprox im ación a esta inde pendencia constituye el tipo sociológico de muchas evoluciones. A l principio la personalidad y la obra estaban íntim amente unidas. Pero la división del trabajo y la producciónpara el mercado, esto es, para consumidores completamentedescono cidos c indiferentes, determ ina que la perso na lidad vay a separándose cada vez más de la obra y refugiándose ensí misma. Podrá ser todo lo íncondicionada que se quiera laobediencia exigida en el nuevo estadio; por lo menos no penetra en la esfera profunda, decisiva para el sentimiento vital ypara el valor de la personalidad, porque no es más que unanecesidad técnica, una forma de organización, que permanecerecluida en el campo limitado de lo externo, como el trabajomanual mismo. Esta diferenciación entre los elementos subjetivos y o bjetivo s de la vida, esta diferenciac ión merced a la cualla subordinación se mantiene en lo referente a sus valorestécnicos y de organización, pero pierde las consecuencias personales de depresión íntima, no es, naturalmente, una panaceacontra todas las dificultades y dolores que trae consigo la

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L>3 su b o rd in ac ió n 243

oficial y soportar un trato que, si realmente alcanzase á su yo y a su sentim iento del Konor, ie llevaría a la s m ás desesperadas reacciones. Pero la conciencia de tener que inclinarse anteuna disciplina, e x i g i d a por la técnica objetiva, y no como personalidad individual, sino como miembro impersonal delorganismo m ilitar, hace que no se pro lu zc a — en muebos casosal m enos— ese sentimiento de hu m illación y opresión. E n laeconomía, el paso de! trabajo personal al trabajo mecánico, ydel salario en especie al salario en metálico es el que particularmente ha favorecido la objetividad de la subordinación; en

cambio, la relación medieval era de la! modo, que la vigilancia y dom inio del m aestro alc anzaba a toda la vid a del ofic ial yexcedía con mucho a la prerrogativa exigida por la relaciónde trabajo.

 A la misma finalidad podría servir otro tipo im portante deestructura sociológica. Como es sabido, Proudhon quiere suprimir toda relación de subordinación, disolviendo las institu-

ciones directoras, que h an ido diferenciándose como susten táculos de las energías sociales y han nacido en el seno de laacción recíproca entre los individuos; y funda de nuevo todoorden y toda coop eración en la acción m utu a inmed iata en tre individuos libremente coordinados. Pero acaso sea posibleconseguir esa coordinación conservando la relación entre superiores y subordinados, con tal de que ésta sea recíproca;  sería una constitución ideal, en la cual  A   fuera el superior de  B  

en cierto sentido o en cierto tiempo, y, en cambio, su subordinado en otro sentido o en otro tiempo. De esta manera se conservaría el valor organizador de las relaciones de subordinación. desapareciendo lo que hay en ellas de opresión, parcialidad e injusticia. De hecho existen muchísimas manifestaciones de vida social, en que se realiza esta forma típica, aunquesólo de un modo embrionario, mutilado y disimulado. Ejem

plo de ella, en un círculo restringido, es la asociación de producción realizada entre los obreros de un establecimiento

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246 Sociologi ; ;

por ejem plo, los presidentes de sociedades— , traspon en estacombinación de superioridad y subordinación, conviertiéndolade sim ultáne a en altern ativa y consiguiendo así las ventajas

técnicas de la subordinación sin sus inconvenientes personales. Todas las democracias radicales ban tratado de conseguiresto, estableciendo cortas duraciones para los cargos de magistrado. De este modo se realiza, en lo posible, el ideal de auecada cual llegue a su turno al poder. De aquí proviene tam bién la frecuente prohib ic ió n de la reelección. L a coexistenciade la superioridad con la subordinación es una de las formas

más enérgicas de acción recíproca, y cuando está distribuidaequitativamente en las diversas esferas, puede significar unlazo muy fuerte entre los individuos, aunque sólo sea por laintimidad de sus relaciones mutuas.

Stirn er ve lo esencial del co nstitucion alism o en que: «losministros dominan a su señor, el príncipe, y los diputados, asu señor, el pueblo». Pero el parlamentarismo adquiere estaforma de correlación en un sentido más profundo todavía. La

 jurisprudencia m oderna clasifica las relaciones juríd ic as en relaciones de igualdad y relaciones de subordinación; pero confrecuencia las primeras pueden ser también relaciones de superioridad y subordinación, sólo que ejercidas alternativamente. La igualdad de dos ciudadanos puede consistir en quenin gu no de ellos tenga una prerrogativa sobre el otro. Perodesde el momento en que cada uno de ellos elige un diputado

que interviene Cn la votación de las leyes aplicables tambiéna l otro, surge una relación de superioridad y subordinaciónrecíprocas, en la cual se expresa la coordinación de todos.Esta forma es de una importancia decisiva, en general, paralas cuestiones constitucionales, como lo reconoce y a A ristó teles, cuando distingue entre la participación de derecho en elpoder del Estado y la participación de hecho en el mismo.Que el ciudadano, cn contraposición al no ciudadano, partici

pe* en el poder del Estado, no quiere decir que dentro de la or

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L a s u b o r d i n a c i ó n 247

lo dispuesto es que sólo sean elegibles para los cargos públicosgentes con cierto patrimo nio, y que los que posean u n pa trim o

nio menor sólo estén capacitados para pertenecer a la ckklesia  (comunidad). Así, puede suceder que un E,stado que en el primer sentido pudiera ser calificado de oligarquía, sea en el segundo una democracia. Aquí el funcionario está sometido aipoder general del Estado, cuyos miembros, a su vez, en la organización práctica, están sometidos al funcionario. Se ha refinado, y expresado al propio tiempo, de un modo más gene

ral, esta relación , con trap on iend o el pueblo, com o objeto delimperio, al individuo como miembro coordinado a todos losdemás; en aquel sentido, el individuo sería objeto de deberes,y en éste, suje to de derechos.

 Y esta diferenciación, junto con la unidad de la vida delgrupo, determ inada por la reciprocidad entre el m and o y lasubordinación, se acentúa aún más si se atiende a ciertos con

tenidos a que esta forma se refiere.  Se  ha considerado que lafuerza de las democracias—dándose cuenta perfecta de la paradoja que ello significa—consiste en que todos son servidores justamente en aquellas cosas en que poseen mayores conocim ientos, en las profesionales, y a que han de obedecer alos deseos de los consum idores o a las instruccion es del p atrono o director de empresa, mientras que todos son cosobera-

nos en lo que se refiere a los intereses generales o políticos dela comunidad, acerca de los cuales no poseen ningún conocimiento especial, sino sólo el que poseen también los demás. Seha dicho, en este sentido, que cuando el que manda en últimainstancia, es al mismo tiempo el más entendido, resulta inevitable la opresión absoluta de los inferiores; y que si en la democracia la mayoría numérica poseyese esta compenetración

de saber y poder, no sería su despotismo menos nocivo que elde la autocracia; pero que para evitar esta escisión entre los de

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S o c i o l o g í a

de Inglate rra, la con stitución pa rlam en taria y la eclesiástica.Los eclesiásticos sentían una invencible xepugnancia frente alrégimen parlamentario y especialmente frente a la preeminen

cia que éste reclamaba sobre ellos. La paz entre ambos poderes se hizo esencialmente conservando la iglesia una jurisdicción particular, en materia de matrimonios y testamentos, as:como su penalidad sobre católicos y no practicantes. A cam bio de esta concesión, retiró su doctrina de la «obediencia» in mutable y reconoció que el orden divino del mundo dejaba lugar a una constitución parlamentaria, a cuyas prescripciones-

estaban también sujetos los sacerdotes. Pero a su vez la Iglesia dominaba sobre el Parlamento, por cuanto para ingresaren éste era preciso prestar juramentos que sólo los fieles de laiglesia ortodoxa podían prestar sinceramente, teniendo quehacerlo de soslayo los disidentes y sin poder hacerlo los de lasdemás confesiones. La clase eclesiástica, dominante y secular,se articuló de tal modo, que en la Cámara de los Lores los arzobispos tenían su puesto antes de los duques, y los obisposantes de los lores, mientras todos los párrocos se subordina ban al patronato de la clase secula r gobernante. JLn cambio,obtuvieron nuevamente los párrocos rurales la dirección de laasamblea comunal. E-sla fué la forma, alternat•v «j    y recíproca,que hub iero n de ado ptar los poderes opu estos para establecerla iglesia de Lstado en el siglo xvin y formar una organización unitaria de la vida inglesa.

También la relación conyugal debe, en parte al menos, susolidez interna y externa al hecho de que abraza un gran número de esferas, en unas de las cuales impera uno de los cón yuges y en las demás el otro. Surge así un encadenam iento,una unidad, que, sin embargo, .10 impide exista en la relaciónuna vivacidad que difícilmente pueden alcanzar otras formassociológicas. Lo que se llama «igualdad de derechos» del ma

rido y la m ujer en el m atrim on io— ya sea u n hecho efectivo od i d l t d l

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250 Sociología

muchas democracias; es cierto que así se consigue que el ma yor núm ero posib le de ciudadanos ocupe posic iones directivasalguna vez; pero, por otro lado, esto impide- con frecuencia,que se realicen planes de amplía previsión, acciones continuadas, medidas consecuentemente impuestas, perfeccionamientostécnicos. E n las R ep úb licas antiguas, estos rápidos cambios noeran tan peligrosos, porque su adm inistración era sencilla ytransparente y la mayoría de los ciudadanos poseía los conocimientos y el entrenam iento necesarios para ocupar los cargospúblicos. La misma forma sociológica que ios sucesos referidos

en el ejército español, presentan, en circunstancias muy diversas, las grandes dificultades que surgieron a comienzos del siglo xvin en la iglesia episcopal am ericana. L as com unidadesfueron acometidas de una fiebre inquisidora que los llevaba aejercer estrecha vigilancia sobre sus pastores, las cuales, precisamen te, estaban colocados en sus puestos p ara velar por lamoralidad de las comunidades. Como consecuencia de este de

sasosiego de las comunidades, fueron en Virginia los sacerdotes durante mucho tiempo nombrados por sólo un año.

Este mismo fenómeno sociológico, aunque un poco modificado, se produce también, con los mismos caracteres formales generales, en aquellas jerarquías burocráticas en que el superior depende técnicamente del inferior. A l alto func iona riole falta con frecuencia el conocimiento de los detalles técnicoso de la situación actual de los asuntos. En cambio, el empleado in ferior suele moverse du rante tod a su vida en el m ismocírculo de problemas, con lo cual adquiere un conocimientoespecializado, dentro de su estrecho campo, conocimiento deque carece el que pasa rápidamente por diversos grados. Mas,por otra parte, es lo cierto que las decisiones de este jefe nopueden carecer del necesario conocimiento de los pormenores.

 A s í , por ejem plo , los caballeros y los senadores gozaban en el

Imp erio roman o el privilegio de servir al Estado; n o adqui

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l .a sub ordinación

de los asuntos. En Rusia es este un fenómeno constante quese halla favorecido especialmente por la manera de proveerloscargos. Los ascensos se hacen por jerarquías, pero no limitadas a un a rama de la ad m inistración. E l que h a alcanzadouna categoría determinada puede set trasladado, a peticiónsuya o del superior, a otra rama completamente distinta. Asíno era nada extraño, p or lo menos hasta hace poco tiempo,que el estudiante graduado se encontrase convertido en oficiala los seis meses de servicio; en cambio un oficial podía obteneren el servicio civil u n a categoría equivalente a su grado. In ev i

tablemente esto tiene que producir un desconocimiento técnico en los func iona rios superiores, ignoran cia que inevitab lemente les hará depender de sus subordinados más peritos. Lareciprocidad del mando y la subordinación hace que aparezcacomo subordinado el que de hecho es jefe y como jefe el quede hecho es simple ejecutor, cosa que daña a la firmeza de laorganización, tanto como puede favorecerla una alternativa

adecuada de superioridad y subordinación. A llende estas form aciones especiales, el hecho de la sobe

ranía plantea el siguiente problema sociológico, de carácter general: La subordinación con stituye, por un a parte, una form ade la organización objetiva de la sociedad; por otra parte, empero, expresa las diferencias personales cualitativas que existen entre los hombres. <Qué relación hay entre osas dos deter

minaciones? «¡Qué influjo ejercen sobre la forma de socialización las diferencias en esta relación? A l comienzo de la evolución socia l, la suprem acía de una

personalidad sobre otras debió de ser la expresión adecuada yla consecuencia, de una superioridad personal. En un estadosocial, sin organización firme que señale a prioti   al individuosu puesto, no hay motivo alguno para que se subordine nadiea otro, a no ser que a ello le determine la violencia, la piedad,la superioridad física o espiritual, la robustez de la voluntad,

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252 Sociologi , !

las deducciones cosmológicas. Pu esto que no conocemos el pu n to inicial del proceso cósmico hubo que partir de lo más simpleposible, de la homogeneidad y equilibrio en los elementos del

mundo, para deducir el comienzo de las variedades y diferenciaciones. Por otra parte, no cabe duda de que si aquellos supuestos se tomasen en el sentido absoluto, no podría iniciarseningún proceso cósmico, por no haber en ellos causa algunade movimiento y diferenciación. Es, pues, necesario colocar enel estadio inicial una actividad diferencial de los elementos,por mínima que sea, para hacer posibles, a partir de ella, las

ulteriores diferenciaciones. Así, en la evolución de las variedades sociales, nos vemos obligados a partir también de un estado simple, ficticio; y el mínimo de variedad que se requierepara que sirva de base a todas las diferenciaciones ulteriores,habrá de buscarse en la diversidad puramente personal de lasdisposiciones individuales. Por tanto, las diferencias exteriores de los hombres, en las posiciones en que se refieren unos a

otros, habrán de ser deducidas de esas cualidades individualesdiferentes.

 A s í, en los tiempos prim itiv os, se exigen o se suponen a lospríncipes tales perfecciones que, en ese grado y combinación,son ex traord inarias. E l rey griego de la época heroica no sólodebe de ser valiente, sabio y elocuente, sino también ha de so bresalir en los ejercic ios atléticos, y , si es posib le, ser además

un excelente carpintero, marinero y labrador. La situacióndel rey David depende, en gran parte, como se ha hecho notar,de que era al mismo tiempo cantor y guerrero, lego y profeta, y poseía capacid ad bastante para fundir el poder tem poral delEstado con la teocracia espiritual. Partiendo de este origen,de estas superioridades naturales (que, naturalmente, siguenactuando en todo momento en el seno de la sociedad y estánconstantem ente creando nu evas relaciones) d esarróllense or

ganizaciones permanentes de supremacía y subordinación.

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1.3subordinación

píamente opuestos tienen importancia para determinar estarelación (que puede observarse en todas las esferas) entre elaumento de la cantidad de elementos y la mayor objetividad

de las norm as por que se rigen. E l aum ento de elementos sup one un aumento de las peculiaridades cualitativas que en ellosconcurren. Por lo tanto, aumenta también la dificultad de queun individuo mantenga una relación igual o suficiente concada uno de ellos. A medida que crecen las diferen cias en elcampo de los gobernados o normados, ha de perder el señor ola norma su carácter individual, para adoptar un carácter ge

neral, que se cierna por encima de las fluctuaciones subjetivas.Por otra parte, esta ampliación del círculo conduce a la división del trabajo y diferenciación entre sus elementos directi vos. E l señor de un grupo grande ya no puede ser, como el reygriego, la medida y el jefe en todos los intereses esenciales. Esprecisa una espcdalización variada y una distribución profesional del gobierno. Pero la división del trabajo está siempre

en acción recíproca con la objetivación de la conducta y de lasrelaciones; refiere la obra del individuo a un nexo situadomás allá de su esfera; la personalidad interior y conjunta sitúase más allá de su labor parcial, cuyos resultados objetivamente circunscritos sólo forman un todo cuando están unidosa los de otras personalidades. El conjunto de estas causas ha brá hecho que las relacio nes de dom inio, nacidas al acaso ysegún las personas, se acomoden en la forma objetiva, en la

cual, por decirlo así, no es el hombre, sino la posición, quienpredomina y manda. El a  priori   de la relación no es ya elelemento individual con sus cualidades, de las cuales surge laposición social respectiva, sino estas relaciones mismas comoformas objetivas, como «posiciones» o «cargos» que son comoespacios o contornos vacíos que llenan luego los individuos.

Cuanto más firme y más elaborada técnicamente sea la or

gan ización del grupo, tanto más objetivos y form ales seránl d l b di ió ll l l

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La subordinación 235

 A pesar de la energía con que el socia lism o censura esta relación casu al y ciega entre la serie objetiva y gra du al de las

posiciones y el mérito personal, la organización por él preconizada va a parar a una forma sociológica análoga- Exige unaconstitución y administración absolutamente centralizadas y,por tanto, estrictamente graduadas y jerarquizadas, suponiendo que todos los individuos están a  priori   igualmente capacitados para ocupar cualquier puesto de esta jerarquía. Con locual eleva a la categoría de principio—por lo menos, en un aspecto— eso mismo que aparece sin sentido en la o rgan ización

actual. Pues el becho de que, según la estricta consecuenciademocrática, los dirigidos elijan al director, no ofrece garantíaalguna contra la accidentalidad de la relación entre la persona y el cargo; no sólo porque para elégir al m ejor especialista h a yque ser especialista tam bién , sino porque el pr inc ipio de laelección desde abajo suministra en todos los círculos ampliosresultados absolutamente casuales. Una excepción de esto

constituyen las puras elecciones de partido. Pero en ellas queda eliminado el elemento, por el cual, justamente, planteamosaquí la cuestión de si las elecciones dan resultados racionaleso casuales: la elección de partido, como tal, no recae, en efecto,sobre la persona, porque posea determinadas cualidades, sinopo rqu e—extremando las cosas — es el representante anó nim ode un determinado principio objetivo. Para ser consecuente, el

socialismo tendría que recurrir al sorteo para adjudicar lospuestos y designar los directores. M ás aún que el turno (queen grupos grandes no puede realizarse mutuamente), el sorteoexpresa el derecho ideal de cada uno. Por eso no es en sí democrático; no sólo porque puede también aplicarse en unaaristocracia dominante y porque, como principio formal, estámás allá de estas diferencias, sino, sobre todo, porque la de mocracia significa la colaboración efectiva de todos, mientrasque la adjudicación de los puestos directivos por sorteo la

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256 Sociología

E,n el problem a de la relación entre el predo m inio personal y el predominio fundado exclusivamente en la posición,

sepáranse dos pensamientos form ales sociológicos m uy im portantes. Teniendo en cuenta la desigualdad efectiva que existeentre las capacidades de los hombres—y de la cual sólo unauto pía puede prescindir- . el «gobierno de los mejores» es laconstitución que mejor expresa exteriormente la relación interna e ideal entre los hombres. Este es, acaso, el motivo profundopor el cual los artistas tienen con tanta frecuencia sentimientos aristocráticos; todo arte descansa en el supuesto do que elsentido íntimo de las cosas se revela adecuadamente en su manifestación externa, siempre que sepamos verla de un modoexacto y completo. Lo más contrario al sentir artístico es laseparación entre el mundo y sus valores, entre la manifestación externa y su sentido; lo cual no estorba para que el artista tenga que tran sform ar lo dado inm ediatamente para extraersu forma verdadera, allende la pura accidentalidad, forma quees  al propio tiempo la palabra que expresa su sentido espiritual o metafísico. Por consiguiente, la conexión psicológica ehistórica que existe entre la concepción aristocrática y la concepción artística de la vida, debe atribuirse, en parte al menos,a la idea de que sólo un orden aristocrático confiere a las interiores relaciones de valor entre los hombres vina forma visible,su símbolo, por decirlo así, estético.

P ero esta aristocracia pura, en tendida en el sen tido p latónico, como gobierno de los mejores, no puede realizarse empíricamente. Prim eram ente, porque, hasta aho ra, no se ha descubierto ningún procedimiento que permita distinguir conseguridad a «los mejores» y adjudicarles el puesto que lescorresponde; tanto el método a priori,  la crianza de une castadom inan te, como el m étodo a  posteriori,   la selección natural en

lucha libre por el puesto mejor, lo mismo que la forma, por dei l í i t di d l l ió d l d d b j

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La subordin ación 257

lizax, si no siempre al individuo, casi siempre a las corporaciones y clases. A s í resulta comprensible la opinión de A ris tó te les cuando sostiene que, desde un punto de vista abstracto,

corresponde el dominio absoluto sobre los demás al individuoo casta que les aventajen en arete  (virtud), pero que, aten dien do a las conveniencias prácticas, es recomendable una mezcladel poder de aquéllos con el de la masa, y de esta manera elpredominio numérico de la masa colaborará con el cualitativode aquéllos. Pe ro saltando por encim a de estos pensam ientosacomodaticios, las dificultades indicadas, inherentes al «go

 bierno de los mejores», pueden inducir a consid erar la iguald adgeneral como la regla práctica que representa el mal menor, frente a las desventajas del régimen aristocrático, único lógicamente justificado.  Se  aduce en favor de esta igualdad, que,puesto que es imposible expresar en relaciones de dominio lasdiferencias subjetivas, con seguridad y de un modo perm anen te, es preferible eliminarlas de la determinación de la estructu

ro social y regular ésta como si las diferencias no existiesen.Pe ro, dado que la cuestión del m al ma yor o m enor no puederesolverse, por regla g eneral, sino en virtud de estimacionespersonales, ese mismo pesimismo puede conducir a la conclusión absolutam ente opuesta: la de que tanto en los círculosgrandes como en los pequeños la cuestión es que gobiernealguien, siendo preferible que lo hagan personas inadecuadas,a que n o lo haga nadie. Se adm ite entonces que el grup o social,

en virtud de una necesidad interna y objetiva, tiene que adoptar la forma de superiores y subordinados, no siendo luego,por decirlo así, más que un accidente deseable el que un puesto,determinado por una necesidad objetiva, sea ocupado por unindividuo verdaderamente apto.

Parte esta tendencia formal de experiencias y necesidadescompletamente primitivas. En primer lugar, cree que la forma

de dominio significa o crea un nexo. Epocas rudimentarias,que no disponen de múltiples formas de acción recíproca no

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238 Sociologia

monial dentro de la comunidad, el hombre que no disponía detierra, carecía igualmente de derecho efectivo a la libertad; si

no quería cortar todos los lazos que le unían a la comunidad,tenía que vincularse a un señor, para entrar así, como cliente,en las corporaciones públicas- La comunidad tenía un interésen que lo hiciese así; pues no podía tolerar que hubiera en suterritorio nin gú n hom bre que no estuviera vincu lado, y por esoel.derecho anglosajón obligaba expresamente al que no poseíatierras a buscar un señor. Asimismo en la Inglaterra medieval,el interés de la comunidad exigía que el forastero se sometiesea un patrono. Se pertenecía al grup o cuan do se era propietariode un trozo de su territorio; el que carecía de tierra y, sin em

 bargo, quería unirse al grupo, tenía que pertenecer a alg uienque perteneciera al grupo por la relación primaria de la propiedad territorial.

La im por tancia general que tienen las personalidades directivas, siendo relativamente indiferentes sus cualidades ingéni

tas, es un rasgo que aparece co n sem ejan za form al en variasm an ifestaciones tem prana s del principio electoral. A s í, porejemplo, las elecciones para el Parlamento medieval inglés parecen haberse llevado con descuido o indiferencia asombrosos;lo único que al parecer importaba era que el distrito tuviese unrepresentante en el Parlamento. Quién fuese este representante, era cosa de menor importancia. Esto se manifiesto tam

 bién en la in diferencia respecto a la cualificación de los electores, que nos admira frecuentemente en la Edad Media. Votaaquel que está presente en el momento; y parece que ni la legitim ación del elector ni la existencia de u n cierto núm ero de votacio nes tiene entonces gran valor. Evidentem ente, estaindiferencia respecto al cuerpo electoral es síntoma de la indiferencia que inspira el resultado de la elección, en cuanto a las

cualidades personales de los elegidos.Fi l t tú d d l l i ti

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La subordinación 259

ción, como forma, no puede triunfar del contrasen tido de sucontenido, el hecho de que la ley sea mejor o peor no tienemás que un interés secundario; lo mismo que sucedía con las

cualidades de la personalidad gobernante. En este sentido podrían aducirse las excelencias del despotismo h ere ditario — quees independiente hasta cierto punto de las cualidades de laperson a— , particularm ente cuand o se trata de la un idad po lítica y cultural de grandes territorios, donde tiene, sobre lalibre federación, ventajas análogas a las que tiene el matrimonio sobre el amor libre. Nadie puede negar que la coacción del

derecho y de la costumbre mantiene unidos a incontables matrim onios que. m oralmente, debieran separarse: las personasaquí se someten a una ley que no se acomoda a su caso. Peroen otros casos, la misma coacción, por dura que resulte demomento y  subjetivam ente, tiene valor irreem plazable, porquem antiene unidos a los que m oralmente debían estarlo, peroque, a causa de un disgusto, de una excitación o arrebato momentáneos, se Hubieran separado si hubieran podido, destro

zando así, irreparablemente, su vida. Sea la ley del matrimonio buena o mala, en cuanto a su contenido; acomódese o noal caso de que se trate, la mera coacción que de ella dimana,obligando a la convivencia, desarrolla valores individualeseudem onistas y éticos prescindiendo de la con ven ienc ia socia l— que, según el criterio pesimista, que aqu í se exp one y queacaso sea parcial, no podrían producirse en modo alguno si

desapareciera aquella coacción. En algunos casos, es cierto, lamera conciencia de hallarse unido al otro coactivamente, puede hacer insoportable la convivencia: pero, en otros, se producirá un a condescendencia, un dom inio de sí m ism os, un afin amiento del alma, a que nadie se sentiría movido si pudieradisolver el lazo, y que sólo proceden del deseo de hacer lo mássoportable posible una comunidad inevitable.

La conciencia de encontrarse sometido a una coacción, atina instanc ia superior -ya sea una ley ideal o soc ial, y a una

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260 Sociología

pleando las expresiones inevitablemente simbólicas de todapsicolo gía— parece viv ir en dos capas. U n a de ellas es la capa

profunda» que n o se m ueve o se m ueve difícilmente, y en laque reside el verdadero sentido o substancia de nuestra existencia; la otra, empero, está form ada por los impulsos y excitaciones aisladas, que dominan en cada momento. Esta segunda capa alcanzaría, más veces de lo que de becho sucede,la victoria sobre la primera, sin dejar a ésta bxteco para asomar a la superficie, por la aglomeración y rápida sucesión de

los elemen tos, si el sentim iento de u n a coacción, procedente dealguna parte, no encalmase su corriente, poniendo coto a sus

 vacila cio nes y caprichos y dejando ¿'.sí espacio para que predomine la constante base subterránea. Frente a este sentido funcion al de la coacción, su contenido particular no tiene sinouna importancia secundaria. El contenido absurdo puede sustituirse por otro justificado; pero aun éste sólo deberá su sen

tido a lo que tiene de común con aquél. Más ario, no sólo eltolerar la coacción, sino también el oponerse a ella; la luchacontra la coacción inju sta , como contra la justificada, ejercesobre el T'tmo de nuestra vida superficial la función de obstáculo e interrupción, gracias a la cual las corrientes profundas de la vida más propia y substancial, que no pueden serinterrumpidas desde afuera, llegan a la conciencia y actúan enella. Ahora bien, en cuanto que la coacción es idéntica a cualquier dom inio, vemos en éste tamb ién un elemento indiferente a la cu alid ad del que dom ina, al derecho que tenga o notenga su individualidad al dominio. De este modo se manifiesta el sentido profundo que encierra toda afirmación deautoridad.

Es, cr. principio, imposible que las cualidades personales yla posición social se correspondan totalmente en la serie de

las subordinaciones, cualquiera que sea la organización que

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La subordinación 261

príncipes como él, o m ejores. E l reinado «por la gracia de D ios»expresa justamente el pensamiento de que no son las cualidades subjetivas las que deben decidir, sino otra instancia que se

alza por encima de las medidas humanas.Pero el contraste entre los que Kan llegado a ocupar una

posición directiva y los que están capacitados para ocuparla,no Ka de llevarse al extremo de creer que, por el contrario, bayamuchas personas en los puestos superiores sin tener condiciones para ello. Pues esta desproporción entre persona y posición nos parece, por varias razones, bastante mayor de lo que

es en realidad. En primer lugar, la incapacidad para desempeñar un puesto directivo se echa de ver con particular facilidad, y, por razones obvia s, es m ás difíc il de disim ula r que otras in suficiencias; esto sucede particularmente porque hay muchoscapacitados p ara desempeñar ese puesto que ocu pan puestossubordinados. Por otra parte, esta inadecuación se debe frecuentemente, no a deficiencias personales, sino a las exigenciascontradictorias del cargo, cuyo resultado inevitable se achaca

fácilmente al titular, imputándoselo como culpa personal. Elmoderno «gobierno del Estado» posee, por definición, una infalibilidad que es expresión de su objetividad absoluta, fundamental. Co m parad os con esta infalibilidad ideal, los fun ciona rios efectivos aparecen, como es natu ral, insuficientes frecuentemente.

Pero, en realidad, las incapacidades puramente subjetivas

de las personalidades directoras son relativamente raras. Si setienen presentes los azares arbitrarios y absurdos, gracias alos cuales, en todas las esferas, llegan los hom bres a ocuparsus posiciones, seria un milagro incomprensible que no apareciesen más incapacidades en su desempeño, si no existiesenen gran cantidad las condiciones latentes para los puestos. Enesta idea se basa el hedió de que algunas constituciones repu b lican as no exijan a sus funcionarios m ás que condic io nes ne

gativas; por ejemplo, que el candidato no se ha hecho indigno

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La>ubordmac¡ón

les, que dan a la personalidad la capacidad de dirigir y gobernar, prescindiendo de su condición anterior, como por una im

posición autorit&tiva o mística. E n los Estad os tutelares de lossiglos xvii y xviii, el súbdito no tenia capacidad para participaren los asuntos públicos; en lo político necesitaba constante dirección. Pero en el momento en que ingresaba al servicio delEstad o, adquiría de golpe la alta inteligencia > el sentido pú

 blico que le capacitaban para la dirección de la com unid ad,como si por el ingreso en la b urocracia, el menor se tornase,por  fteneratio acquivoca,  no sólo en mayor, sino en jefe, contodas las necesarias condiciones de intelecto y carácter. Laoposición entre el estado de incapacidad absoluta para la menor superioridad y el estado de la absoluta capacidad, posteriormente adquirido mediante la acción de una instancia superior, alcanza el máximum de su tensión dentro del sacerdocio católico. N o Hay aqu í n i tradición fam iliar, n i educacióndesde la niñez, que colabore al encumbramiento. Es más; las

cualidades personales del cand idato son, en principio, de menor importancia comparadas con el espíritu objetivo, místico,que le confiere la ordenación sacerdotal. La función directivano le es confiada porque sólo él, por su naturalez a, sea adecuado a ella (aun cuando, naturalmente, esta consideracióncolabora también determinando cierta selección entre los aspirantes); ni tampoco porque se piense que el candidato puede

ser, por suerte, desde luego, un elegido, sino que la consagración crea  al sacerdote, porque 1c confiere el espíritu;  la consagración produce las cualidades especiales necesarias para eldesempeño de la función de que se inviste al individuo. Aquíse realiza con el mayor radicalismo el principio de que Diosda «entendimiento» a aquel a quien da el cargo. Y este prin cipio se aplica aquí en sus dos aspectos, en el de la anterior incapacidad y en e l de la posterior capacidad, creada precisamen

te por la accesión al cargo.

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Capítulo 4

L A L U C H A  

Q

u e   la lucha tiene importancia sociológica, por cuantocausa o modifica comunidades de intereses, unificacio

nes, organ izacion es, es cosa que en principio nadie h a puestoduda. E,n cambio, ha de parecer paradójico a la opinión comúnel tema de si la luch a, como tal, aparte sus consecuencias, es yauna form a de socialización. A l pronto parece ésta u na meracuestión de palabras. Si toda acción recíproca entre hombreses una socialización, la lucha, que constituye una de las más

 vivas acciones recíprocas y que es lógicam ente im posib le delimitar a un individuo, ha de constituir necesariamente una

socialización. De hecho, los elementos propiamente disociado-res son las causas de la lucha: el odio y la envidia, la necesidad y la apetencia. Pero cuando, producida por ellas, ha estallado la lucha, ésta es un remedio contra el dualismo disociad o s una vía para llegar de algú n modo a la unidad, aunq uesea por el aniq uilam iento de uno de los partidos. A s í ocurrecon frecuencia que las manifestaciones más vivas de la enfermedad significan los esfuerzos del organismo para vencer las

perturbaciones pe rjudiciales. N o se refiere esto a la trivialid ad

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Sociología

que la locha es u n a síntesis de elementos, u na contraposición,que juntam ente con la comp osición, está contenida bajo unconcepto Superior. Este concepto se caracteriza por la comúncontrariedad de ambas formas de relación; tanto la contraposición como ía composición, niegan, en efecto, la relación deindiferencia. Rechazar o disolver la socialización son tambiénnegaciones: pero la lucha significa el elemento positivo que,con su carácter unificador, forma una unidad imposible deromper de hecho, aunque sí pueda escindirse en la idea.

Miradas desde el punto de vista de la positividad socioló

gica de la lucha, todas las formas sociales adquieren un ordenparticular. vSe ecba de ver en seguida que si las relaciones delos hom bres entre s í —en contraposición a lo que es cada cualen sí m ismo y <' ' dación con los o b jeto s- constituyen la materia de una cons. .teración particular, los tem as tradicionalesde la Sociología no son sino una parte de esta ciencia amplia,determinada realmente por ur. principio.  Dijérase que no hay-

mas que dos objetos de la ciencia del hombre: ía unidad de)individ uo y la un idad form ada por los individ uo s, o sea lasociedad, y que lógica m ente no cabe p osib ilidad de un tercertérmino. Y entonces la lueba, como tal, prescindiendo de la.scontribuciones que aporta a las formas inmediatas de unidadsocial, no tendría un lugar propio para ser investigada. Es lalucirá un bocho sai generis,  y su inclusión en el concepto de

la unidad sería tan violenta como infecunda, ya que la luchasignifica la negación de ía unidad.

Pero en un sentido más amplio, la teoría de las relacionesentre los hombres parece distinguirse en dos: las que constitu yen una unidad, esto es, las socia les en sentido estricto, yaquellas otras que actúan en contra de la unidad. Mas es menester tener en cuenta que, en toda relación histórica real, sac

ien darse ambas  categorías. E l individu o no lieg a a la unidadd lid d ú i t t id

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La lucha 267

lulamente centrípeto y armónico, una pura «unión», no sóloes empíricamente irreal, sino que en él no se daría n i n g ú n  

proceso vital propiamente dicho. La sociedad de los santos,

que Dante contempla en la rosa del Paraíso, podrá ser tal; yes incapaz de toda m udan za o evolución. E n cambio, la asam  blea de los padres de la Iglesia, en la D isp uta de R a fa e l, aunno siendo verdadera lucha, ostenta ya una considerable diversidad de sen tim iento s e ideas, de la cua l b rota toda la vida ycoordinación orgán ica que h a y en su convivencia. A s í comoel cosmos necesita «am or y odio», tuerzas de atracc ión y derepulsión, para tener una forma, así la sociedad necesita unarelación cuantitativa de armonía y desarmonía, de asociación y competencia , de favor y disfavor, para llegar a una form adeterminada. Y estas divisiones intestinas no son meras energías pasivas sociológicas; no son instancias negativas; no puede decirse que la sociedad real, definitiva, se produzca sólo porobra de las otras fuerzas sociales, positivas, y dependa negativam ente de que aquellas fuerz as d ísociadoras lo permitan.

Esta manera de ver, corriente, es completamente superficial; lasociedad, tal como se presenta en la realidad, es el resultadode ambas categorías de acción recíproca, las cuales, por tanto,tienen ambas un valor positivo (l).

E l error de creer que la una des truye lo edificado p or laotra , y de cons iderar lo que al fin qued a como el resultad o desu substracción (siendo así que en realidad más bien es el pro-

( l ) Este es el «as o so cioló gic o de una opo sición en la rnañera de con cebir la vida

en fccner&L Para la opinión común, dlatingucnse por doquiera dos partidos de la vida,

uno de loa cuales representa lo positivo, «1 contenida propio, y aun la substancia de la

■ vida. mientras que el otr o es, en su sentido m ismo. !o n o existente, aqu ello que Jebe

ser eliminado parn que las positividades antedichas construyan la verdadera vida. Así

*e com portan , por ejemplo, la felicidad y el dolor, la virtud y d vicio, la fuerza y la

debilidad, el éxito y el fracaso, los contenidos efectivos y las pausas del curso vítaL Pa

réenme, en cambio, que la concepción superior, sobre estas oposiciones, es ln contraria,

a saber: la que concibe todas esns diferencias diametrales como un« ,  y la misma vida,

la que rastrea el pulso de una vitalidad central incluso en las cosas que, vistas desde

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26« Sociología

ducto de su adición), proviene, sin duda, del doble sentido delconcepto de unidad. Consideramos como unidad la coincidencia y coordinación de los elementos sociales, en contraposición

a sus escisiones, aislamientos, desarmonías. Pero también esunidad la síntesis ¿enera! de las personas, energías y formasque constituyen un grupo, la totalidad final en que están comprendidas, tanto las relaciones de unidad en sentido estricto,como las de dualida d. L o que ocurre es que los grup os quesentim os como «unidos», los explicam os por aqu ellos de suselementos funcionales que actúan como específicamente uni

tarios, excluyendo, por tanto, la otra significación más ampliade la palabra. A esta inexa ctitud contribuye también, por suparte, el doble sentido correspondiente del término escisión uoposición. Viendo cómo despliega entre los elementos singulares su virtud negativa o destructora, suponemos que debeactuar del mismo modo sobre la relación total. Pero, ¿n realidad, no es preciso que lo que considerado entre individuos,

caminando en determinada dirección y aisladamente, es oigonegativo y   substractor, actúe de la misma manera en cuantoal conjunto de la relación. Pues en esta—como revela claramente la competencia de individuos en una unidad económica el elemento aislador, com binado con otras acciones recíprocas no afectadas por el conflicto, nos ofrece un nuevo cuadro, en el cual lo negativo, el dualismo, representa un papelabsolutamente positivo, allende los destrozos que haya podidoocasionar en la esfera de las relaciones individuales.

servar; harto propensos mmds a rendar y sentir nuestro esencial yo. nuestra propia y

profunda substancia como idéntica a ur.o cc esos partidos, y según que nuestro senti

miento de la vid.-, sea optimista o pesimista ha <ic aparecemos el otro partido cono

superficial, accid-n t. ' !. rom o n '-o que es j>r«i"o eliminar o reprimir, para que salsa a

flote k verdadera v;dr>- V ivim os comp lienJos por doquiera en este du alismo —q ue en

ti texto de recibir ulterior ¿ e s a n o llo -d e s d e las más reducidas a las más extensas

provincias de ia vida, en io personal, en lo objetivo, en lo social. Tesemos o somos unatotalidad o unidad qu e se esconde en do s partidos opuestos lógica y realmente; con uno

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I a lucha 269

Los casos más complicados presentan dos tipos opuestos.Primero tenemos las comunidades exteriormente estrechas,que abrazan muchas relaciones de la vida, como el matrimo

nio. !No sólo en matrimonios irremediablemente desavenidos,sino en otros que Kan encontrado un modvs vivendi   soporta ble , o al m enos soportado, K ay necesaria e inseparablem enteu n ida a la forma sociológica, una cierta sum a de disgustos,disentimientos y polémicas. Estos matrimonios no pierden sucond ición de m atrimon ios porque exista lucha en ellos, sinoque se han producido como totalidades características, gracias

a l a sum a de m últiples elementos, entre ios que figura esa cantidad inevitable de lucha. Por otra parte, la función absolutamente positiva e integrativa del antagonismo, se manifiesta encasos en que la estructura social se caracteriza por la precisión y pureza cuidadosam ente conservadas d élas divisiones y gradaciones sociales. A s í el sistem a social ind io no descansa sóloen la jerarquía de las castas, sino también en su m utu a repu lsión. Las hostilidades no sólo impiden que v a y a n poco a poco borrándose las diferencia s dentro del grupo— por lo cual pueden ser provocadas deliberadamente, como garantía de lasconstituciones existentes— , sino que, además, son sociológicamente productivas: gracias a ellas con frecuencia encuentranlas clases o ¡as personalidades sus posiciones propias, que nohu bieran hallad o o que h ubieran hallad o de otro modo, si,existiendo las causas objetivas de la hostilidad, hubiesen estas

causas actuado sin el sentimiento y las manifestaciones Je laenemistad.

En manera alguna la desaparición de las energías repulsi vas y (consideradas ais ladam ente) destructoras de un grupo,producirá siempre una vida más rica y plena de la comunidad— al modo como un patrimonio aum enta cuando desaparece su pa sivo— . L o que resultará será otro cuadro, tan dis

tinto y con frecuencia tan irrealizable como si lo desaparecidoiuesen las energías de cooperación y afecto de ayuda mutua y

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 viduale s. A sí, v. gr., la oposic ió n de un elemento frente a otroen una misma sociedad, no es un factor social meramente negativo, aunque sólo sea porque muchas veces es el único medioque hace posible la convivencia con personalidades propiamente intolerables. Si no tuviéramos fuerza y derecho queoponer a la tiran ía y a i egoísmo, al capricho y a la falta detacto, no soportaríamos relaciones tan dolorosas, sino que nos veríam os im pulsados a recursos de desesperación, que ciertamente destru irían la relación , pero precisamente por eso noserían «lucha». Y esto no sólo por el h ech o— que no es esencial aquí—de que la opresión suele aumentar cuando es tolerada tranquilamente y sin protesta, sino porque la oposiciónnos proporciona interiores satisfacciones , distracción y alivio,exactamente como, en otras circunstancias psicológicas, la humildad y la paciencia. Nuestra oposición provoca en nosotrosel sentimiento de no estar completamente oprimidos; nos permite adquirir conciencia de nuestra fuerza y proporciona así

 vivacidad a ciertas rela cio nes que, sin esta compensación, enmodo alguno soportaríamos.

 Y la oposic ión produce este efecto no sólo aunque no llegue a resultados perceptibles, sino incluso sí no se manifiestaexter¡crínente y se queda en lo puramente interior. Aun cuando apenas se exteriorice prácticamente, la oposición puedeproducir un equ ilibrio interior— a veces hasta para  Jos dos 

elementos— un sosiego y un sentim iento ideal de poder, quesalvan relaciones, cuya continuación resulta con frecuenciaincomprensible para los de fuera. Entonces la oposición seconvierte en miembro de la relación misma y adquiere losm ismos derechos que los demás m otivos de la relación. N osólo es un medio   para conservar la relación total, sino una delas funciones concretas en que ésta se realiza. Cuando las re

laciones son puram ente exteriores y no tienen actualizacióná ti t t i i l f l t t d l l h l

270 Sociología

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I .a lucha 271

ción extraordinariamente variada de simpatías, indiferencias y aversiones, más o m enos breves y duraderas. S in em bargo,la esfera de la indiferencia es relativamente pequeña. La acti

 vidad de nuestra alm a responde a casi to das las im presio nesque proceden de otros hombres, con un sentimiento determinado, que si aparece como indiferente es por su caráctersubconsciente, breve y cambiante. En realidad, la indiferenciaes tan poco natural, como insoportable sería la confusión delas mutuas sugestiones. De estos dos peligros típicos de lagran ciudad nos salva la antipatía, preludio del antagonismo

activo. L a an tipatía produce las distancias y apartam ientos,sin las cuales no sería posible este género Je vida. Los grados y mezclas de la antipatía , el ritmo de su aparición y desaparición, las formas en que se satisface; todo esto, con los elementos uníficadores en sentido estricto, forma un todo inseparable en la vida de las grandes ciudades. Lo que en esta vida aparece inm edia tam ente como disocia ción, es, en realidad,una de las formas elementales de socialización.

Por consiguiente, si las relaciones de lucha no pueden producir una concreción por sí solas, pero colaboran con las otrasenergías unificadoras para constituir entre todas la unidad vital del grupo, resulta que las prim eras apenas se diferenciande las restantes form as de relación que la sociolo gía toma delas variadas existencias reales. N i el am or, n i la división deltrabajo, ni la actitud común frente a un tercero, ni la amistad,

ni la pertenencia a un partido, ni la subordinación, puedenconstituir por sí solas tina unidad histórica y m anten erla demodo duradero; y cuando esto, sin embargo, sucede, el procesoasí designado contiene ya una pluralidad de formas de relación diterencíables. La esencia del alma humana no consienteen dejarse ligar por un hilo sólo, aunque el análisis científicohaya de detenerse en las unidades elementales y su potencia

específica de unión. E s más; acaso todo este a nálisis no sea —en un sentido superior y en ap ariencia contrario— sino un a

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riados—y no quedándonos otro recurso que representarlascomo la cooperación de una plurelidad de energías asociado-

ras. E stas se van lim itando y modificando m utuamente hasta que surge el cuadro que la realidad objetiva Ira conseguidocrear por un procedimiento más sencillo y unitario, pero impracticable para el entendimiento observador.

 A s í sucede ta m bién en los procesos del alm a individ ual.Son estos en cada momento tan complicados, esconden talcantidad de vibraciones diversas u opuestas, que su designación por uno de nuestros conceptos psicológicos es siempreimperfecta y, propiamente, falsa. Tampoco entre los momentos vitales del alma individual se anuda nunca un hilo sólo.Pero esta también es un a mera imag en que el pensam ientoanalítico se forma de la unidad del alma, impenetrable paraél. Seg ura m en te m ucho de lo que tenemos que representarnos como sentimiento mezclado, como reunión de instintos varios, como competencia de sensacio nes contraria s, es en sí

una perfecta unidad. Pero el entendimiento observador carece del esquema necesario para percibir esa unidad v se veobligado a construirla, como una resultante de múltiples elementos. Cuando ante algunas cosas nos sentimos al mismotiempo atraídos y repelidos; cuando en una misma acción parecen mezclarse rasgos de carácter nobles y mezquinos; cuando el sentimiento que uno persona nos inspira se compone de

respeto y amistad, de impulsos paternales o maternales y eróticos, o de valoraciones éticas y estéticas, todos estos fenómenos del alma son con frecuencia completamente unitarios;pero no podemos designarlos directamente y por eso los con vertim os en u n concierto de variados elem entos aním icos,empleando toda suerte de analogías, valiéndonos de motivosprecedentes o de consecuencias exteriores.

Si esto es exacto, también las relaciones, aparentemented i l h d

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duce—creemos—la distancia observada. Mas esto puede sercompletamente equivocado. La relación está dispuesta por símisma según esta distancia; tiene por decirlo así inicialmente

cierta temperatura, que no se produce por la compensaciónentre cierto calor y cierta frialdad. Fd grado de superioridad

 y de sugestión que se produce entre dos personas, lo consid eram os a men udo como engendrado por la fuerza de una delas partes, que se cruza con cierta debilidad en otro sentido.Puede que existan esta fuerza y esta debilidad; pero con frecuencia su dualismo no se manifiesta en la relación real, quese determina por el conjunto de los elementos y sólo a  pos-

teriori   podemos escincir su unidad inmediata en aquellosfactores.

L as relaciones eróticas nos ofrecen los ejemp los m ás frecuentes de esto. Muchas veces nos parecen entretejidas deam or y de estimación o desprecio; o de amo r y sentimien tode la armonía entre las dos naturalezas, con la conciencia decomplementarse mutuamente en virtud del contraste; o de

amor y afán de dominio o necesidad de apoyo. Lo que deeste modo el o bserv ado r— o el sujeto m ismo — escinde endos corrientes mezcladas, es, en realidad, muchas veces unasola. En la relación, tal como queda finalmente constituida, la personalidad total del uno actúa sobre la del otro, y surealid ad es independíente de la consideración de que, si no sediese esta relación, las dos personas se inspirarían estimación

o simpatía o lo contrario. Incontables veces designamos estasrelaciones como relaciones o sentimientos mezclados, porqueconstruimos los efectos que las cualidades de una de las partes producirían en la otra, si actuasen aisladas,  cosa que justamente no hacen; prescindiendo de que hablar de mezcla desentimientos y de relaciones es siempre una expresión problem ática, aun en los casos en que se emplea m ás justifica damente; porque traslada con incauto simbolismo un acontecer

espacial e intuitivo a relaciones anímicas totalmente heteé

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m ente, para poder describirla y clasificarla, la suponem os compuesta de dos corrientes, una positiva y otra antagónica; o

 bien estas dos corrientes existían de antem ano, pero, por de

cirlo así, antes de Que se produjese la relación, llegando en éstaa constituir una unidad orgánica en la que dejan de percibirselos com ponentes con su .energía específica. N o deben olvidarse,por lo dem ás, el enorme número de tratos inte rindividu alesen que las relaciones parciales opuestas subsisten con independencia y corren paralelas unas a otras, pudiondo reconocerse en cada momento.

H a y un m atiz pa rticular en ía evolución histórica de ciertasrelaciones; y es el caso de que algunos estadios primitivos presenten una unidad indiferenciada de tendencias convergentes ydivergentes, que más adelante se separan para distinguirse yadel todo. Todavía en el siglo xm existen en las cortes de la Europa central asam bleas perm anentes de nobles, que constituyenuna especie de Consejo de los príncipes, viven como huéspedes

del rey y al mismo tiempo forman una representación de lanobleza, defendiendo los intereses de ésta, incluso frente alpríncipe. La comunidad de intereses con el rey, a cuya administración sirven en ocasiones, y la defensa de sus derechos declase frente al rey, no sólo coexistían, sino que estaban fundadas en estos organismos. La posición era seguramente sentidacomo unitaria, a pesar de lo inconciliables que a nosotros nosparecen sus elementos. En Inglaterra, por esta época, el Parlamento de los barones apenas se distingue de un Consejo realalgo amplio. La adhesión al rey y la oposición crítica, partidista, se encuentran todavía en unidad germinal.

Mientras se trate de elaborar instituciones que hayan deresolver el problema complicado del equilibrio interior delgrupo, será difícil decidir si esta colaboración en beneficiocolectivo ha de verificarse en la forma de la oposición, compe

tencia y critica, o en la forma de unidad y armonía inmediatas.

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276 Sociología

nos encontramos ya con un aspecto socializados aunque sólosea de contención. Kant afirmaba que toda guerra en que laspartes no se imponen ciertas reservas, en cuanto al uso de los

medios posibles, tenía que convertirse por motivos psicológicos en una guerra de exterminio. Pues el partido que no seabstiene, a l m enos, de rem atar Heridos, de incum plir la palabradada y de la traición, destruye aquella confianza que hace posible concertar una paz. Casi imperceptiblemente se desliza enla hostilidad un elemento de comunidad, cuando el estadio dela vio len cia franca cede el paso a otra relación en la cual la

suma total de enemistad, existente entre las partes, puede nohaber disminuido en nada. Cuando los longobardos conquistaron a Ita lia en el siglo vi, imp usieron a los sometidos un impuesto de un tercio del producto del suelo, distribuyéndolo dem anera que a cada u no de los vencedores le eran asignados

 varios vencidos, que h abían de satis facerle personalm ente elimpuesto. Quizás el odio del vencido al vencedor fuese tan

grande y aún m ayor en esta situación que durante la guerra; y acaso el vencedor respondiese a l vencid o con el mismo sentimiento, bien porque el odio al que nos odia constituye unamedida de prevención instintiva, bien porque, como es sabido,solemos odiar a aquellos a quienes hemos causado algtín daño.Sin embargo, en esta relación había cierta comunidad; la situación producida por la hostilidad, la participación forzosa

de los longobardos en las tierras de los naturales, era al mismo tiempo origen de un innegable paralelismo de intereses.

 A l fundirse de este modo in disolublem ente la divergencia yla armonía, quedaba creado el germen de una comunidad

futura.Este tipo de forma se ha realizado principalmente en la es

clavizació n— en vez de la muerte— del enemigo prisionero. E n

esta esclavitud se presenta muchas veces, sin duda, el caso extremo de la enem istad absolu ta interior; pero con motivo de

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como a veces sucede que en algunas monarquías se le dan a laoposición príncipes por jefes, como h izo, v. gr., G us tav o W as a.Con esto se fortalece, sin duda, la oposición, a la que afluyenelementos que de otro modo hubieran permanecido apartados;pero al mismo tiempo se la mantiene en determinados límites. E l G ob iern o, aparentem ente, fortalece la oposición; pero,en realidad, le rompe la punta.

Otro caso extremo parece darse cuando la lucha se originaexclusivamente en el placer de combatir. Sí la lucha se desencadena por algún objeto, el afán de posesión o de dominio, la

cólera o la ve n gan za, entonces no sólo dim anan del objeto Qsituación que se desea alcanzar condiciones que someten lalucha a normas comunes o restricciones recíprocas, sino que,por perseguirse una finalidad exterior a la lucha, ésta adquiere un color peculiar, merced al hecho de que todos los finespueden, en principio, conseguirse por varios medios. El afánde posesión o de dominio, e incluso el deseo de aniquilar al

enemigo pueden satisfacerse por medio de otras combinaciones y acontecimientos que no sean la lucha. Cuando la luchaes un simple medio, determinado por el terminus ad quem,  nohay motivo alguno para no limitarla o suspenderla, si puedeser sustituid a por otro med io con el mism o resultado . Perocuando la lucha viene determinada exclusivamente por elterminus a cjuo  subjetivo; cuando existen energías interioresque sólo pueden ser satisfechas por la lucha misma, entonceses imp osible sus tituirla por otro m edio, pues que cons tituyesu propio fin y contenido y, por tanto, no admite la colaboración de otras formas. Estas luchas, por el placer de luchar,parecen determinadas formalmente por un cierto instinto deho stilidad , que se ofrece a la observación psicológica y de cu yas diversas form as vam os a h ablar ahora.

D e una enemistad natu ral entre los hombres ha blan los

moralistas escépticos, que creen que el homo est homini lupus, h l l d i d j i

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Sociología

hombre es, empíricamente, para el entendimiento, un seregoísta, y las m odificaciones de este hecho na tura l no acontecen por obra de la n atu ralez a m isma , sino po r el deus ex  machina   de una realidad metafísica. Parece, pues, que junto ala simpatía entre los hombres debemos colocar, como forma o

 base de las rela cio nes hum anas, una hostilidad natural. E linterés extrañamente fuerte q¡ue, por ejemplo, inspiran alhombre los  padecimientos  de los demás, sólo puede explicarsecomo resultado de una mezcla de ambas motivaciones.

También es resultado de esa antipatía natural el fenóme

no no raro del «espíritu de contradicción». Este espíritu no seencuentra tan sólo en el conocido tipo que por principio diceQue no a todo, ese tipo que vemos en los círculos de amigos yde fam ilia, en los comités y en los p úb licos de teatro y queconstituye la desesperación de los que le rodean. Tampocoencuentra sus ejemplares más característicos en la esfera política, en esos hombres de oposición cuyo tipo clásico describe

M ac au lav cuando dice de R ob erto Fergu son: «Su Hostilidadno se dirigía al Papado o ai Protestantismo, al Gobierno monárquico o al republicano, a la casa de Estuardo o a la deN a ss a u , sino a todo cuanto en su época estaba establecido.» N osiempre son tipos de «oposición pura.» los que como tales seconsideran; pues generalmente éstos se presentan como delen-sores de derechos m enoscaba dos, como cam peones de lo ob jeti

 vam ente justo, como caballerescos am paradores de la m in oría.H a y síntom as menos destacados que, a mi parecer, delatan,sin embargo, más claramente el afán abstracto ce oposición.Tales son, por ejemplo, la tentación, a menudo inconsciente oapenas apu ntad a, de opon er la negación a u na afirm ación osolicitud cualqu iera, sobre todo si es form ulad a de un modocategórico. Hasra en momentos de armonía e incluso en natu

ralezas absolutamente condescendientes, surge este instintode oposición con la necesidad de un movimiento reflejo y se

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la oposición. Esto significaría, en efecto, que la personalidad,aun que no sea realm ente atacada, aunqu e sólo se encuentreante manifestaciones puramente objetivas de otros, necesita

oponerse para afirmarse, siendo el primer instinto de propiaafirmación al mismo tiempo la negación del otro.

Pero, sobre todo parece inevitable el reconocer un instintode lucha a  priori,   si se tiene en cuenta los motivos increíblemente nimios y basta ridículos, que originan las luchas másserias. U n historiador inglés refiere que no hace much o tiem po dos partidos irlandeses habían ensangrentado al país, a

consecuencia de una enemistad que surgió por una disputasobre el color de una vaca. E n la Ind ia, hace algu no s decenios,ocurrieron peligrosas revueltas, a consecuencia de la rivalidadde dos partidos que no sabían uno de otro sino que el uno erael de la mano derecha y ei otro el de la mano izquierda. Estapequenez de los motivos se ofrece, por decirlo así, en el otroextremo, cuando se considera las señales ridiculas en que semanifiesta a veces la hostilidad. En la India, mahometanos eindios, viven en enemistad latente, que se manifiesta en quelos mahometanos abrochan sus vestidos a la derecha y los indios a la izquierda, en que en las comidas en común aquéllosse sien tan en círculo y estos en h ilera, en que los m ah om etanos. pobres usa n como plato un lado cíe cierta h oja y losindios el otro. En las enemistades entre hombres es frecuenteque la causa y el efecto sean tan incoherentes y desproporcio

nadas, que no puede saberse bien si el aparente objeto de laIucba es, en efecto, la causa de ésta, o sólo la manifestación deuna hostilidad ya existente. En algunos episodios de la luchaentre los partidos griegos y romanos del circo; en las disputaspor el orooiísios y el omoiúsios;  en la guerra de la rosa roja yla rosa blanca; en las luchas de los güelfos y los gibelínos, laimposibil idad de hallar un motivo razonable de lucha nos

sum e en la citada incertidum hre. E n general, se recibe la im presión de que los hombres no se han amado nunca por mo

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cero indiferente, que infundirle desconfianza y repulsión. Eneste sentido, parece particularmente significativo el hecko deque dicha diferencia sea mayor, tratándose de los grados inferiores de aquellos sentimientos, por ejemplo, la m era in iciación del prejuicio en pro o en contra de alguien. En los grados más elevados que conducen a la práctica, no decide ya estainclinación fugitiva sino estimaciones conscientes; pero aquélla delata la existencia de un instinto fund am ental. E l mismohecho esencial se revela cuando consideramos que esos le ves preju ic io s que veían como con una som bra nuestra im a

gen de otro, pueden sernos sugeridos por personas completamente indiferentes, al paso que un prejuicio  favorable   sólopuede sernos sugerido por alguien que tenga autoridad sobrenosotros o que pertenezca al círculo de nuestros amigos. Acaso no alcanzara su trágica verdad el aliquid haerei,  sin estafacilidad o ligereza con que el hombre medio reacciona a sugestiones desfavorables.

L a observación de determinadas antipatías y pugnas, in trigas y luchas francas, podría llevar, sin duda, a la creencia deque la enemistad figura entre aquellas energías humanas primarias, que no se desencadenan por la realidad exterior desus objetos, sino que se crean a sí m ismas dichos objetos. A s íse ha afirmado que el hombre tiene religión, no por que creaen D ios, sino que cree en D io s porque tiene en su a lm a el

sentimiento religioso. Con respecto al amor reconoce todo elmundo que, particularmente en la juventud, no es una merareacción de nuestra alma, una reacción producida por el objeto, como se producen las sensaciones de color en nuestro aparato óptico, sino que el alm a siente la necesidad de am ar yaprehende un objeto cualquiera que la satisfaga, vistiéndole a

 veces con aquellas cualidades que, ai parecer, determ inan el

amor. N a d a se opone a que— con las lim itaciones que ahoradi é bié l l ió d l f E l

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La lucha

taneidad, su determinación por el terminvs  a quo.  Por excepción tan sólo tiene el instinto del odio estadios de esta violencia, en los que se patentiza su carácter subjetivo y espontáneo (l).

 S i   realmente existe en el hombre un instinto formal dehostilidad, simétrico a la necesidad de simpatía, me pareceque históricam ente ha de proceder de un o de esos procesos dedestilación, que hacen que los movimientos internos dejen enel alma su forma común, como instinto autónomo. Interesesde todo ¿enero obligan frecuentemente a luchar por determi

nados hienes, a la oposición contra determinadas personas; yes m uy fácil que el residuo de esas luch as y oposiciones, en laprovisión hereditaria de nuestra especie, sea un estado de excitación que impele a manifestaciones de antagonismo. Lasrelaciones entre los grupos primitivos son, como es sahido, totalmen te de hostilidad , y por razones m uchas veces dichas. E lejemp lo más extremo no s lo dan los indios, entre los cuales

cada tribu se consideraba en estado de guerra con todas lasdemás, a no ser que hubiera concertado un tratado de paz expreso. Pero no hay que olvidar que en las culturas primitivas,la guerra constituye casi la única forma de contacto con grupos extraños. Mientras el comercio interterritorial estuvo pocodesarrollado, mientras eran desconocidos los viajes individuales y las comunidades espirituales no transponían las fronteras del grupo, no había entre los diversos grupos otra posible

relación sociológica que la guerra. La relación que mantienenentre sí los elementos de u n grupo y las que m antienen losgrupos unos con otros es, en las épocas primitivas, completa-

(t ) Tod as las relaciones de un hom bre con los demás se dividen, en su tnás ho n

da rafe, según la respuesta que se dé a la* presu ntos siguientes, aun que co n innum e

rables transiciones entre los polo* de ln afirmativo  y  ncaa tiva: ¿es su base espiritual un

instinto que, como tal, Se desenvuelve atSn sin estimulo externo y busca por su parte

un obje to adecua do O un obje to que lo fantasía y la necesidad con vierten en adecuad ? i t l b i it l l ió d t l i t

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282 Sociología

m ente opuesta. D en tro del grupo, Ja enemistad significa porregla gen eral la rup tura de relaciones, el apartam iento y la

evitación de contactos; hasta la violenta acción recíproca de lalucha franca se encuentra acompañada de estas manifestaciones negativas. En cambio, los grupos viven en total indiferencia, unos frente a otros, mientras reina la paz, y sólo con laguerra adquieren una significación recíproca activa. Por esouno y el mismo impulso de expansión y actividad, que en elinterior fomenta la paz como base de la combinación de inte

reses y de la buena marcha de las acciones recíprocas, se manifiesta hacía afuera como una tendencia belicosa.Pero esta autonomía que se puede conceder en el alma al

instin to de h ostilidad, no es suficiente para fun dam entar todaslas manifestaciones de la enemistad. Por de pronto, el instintomás espontáneo ve limitada su soberanía, por cuanto no puede verterse sobre cualquier objeto, sino sólo sobre los que dealguna manera le convienen. El hambre surge, sin duda, en el

sujeto sin necesidad de objeto que la actualice; sin embargo,no se precipita sobre la piedra o la madera, sino sobre objetosque sean, en cierta m anera, comestibles. A s i tamb ién el amor

 y el odio , aunque sus im pulsos no procedan de excitacio nesexternas, necesitan que en la estructura de sus objetos hayaalgo adecuado a ellos, con cuya colaboración se produzca !a relación total. Por otra parte, me parece probable que el instinto

de hostilidad, Jado su carácter formal, no se presente, en general, sino para fortalecer controversias originadas en motivosm ateriales, para actuar como pedal, por decirlo así. Y cuandola lucha se produce puramente por el placer formal de la contienda y es, por tanto, indiferente en principio tatuó al objetocomo al adversario, surge en el transcurso de ella, inevitablemente, odio c irritación contra el enemigo como persona, y

acaso también interés por el precio de la lucha; porque estaspasiones alimentan y aumentan la energía anímica de la

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se explica muchas veces por una adaptación interior que vaencendiendo en nosotros los sentimientos más adecuados a lasituación dada, para explotarla o combatirla, para soportarla

o abreviarla; esos sentimientos nos suministran las fuerzasnecesarias a la ejecución de la tarea y a la paralización de ios

movimientos contrarios.Ninguna lucha seria puede durar mucho sin el auxilio de

un complejo de impulsos anímicos, que se van produciendolentamente. Tiene esto una gran importancia sociológica. Lapureza de la lucha, por el placer de la lucha, sufre contamina

ciones de intereses objetivos, de impulsos que pueden ser satisfechos de otro modo que por la lucha y que en la práctica constituyen el puente entre la contienda y las otras formas de acción recíproca. Pro piam ente no conozco más que u n caso enque el atractivo de la lucha y la victoria por sí mismas sea elmotivo único; en los demás casos, ese amor a la lucha es unelemento más que se suma al antagonismo provocado porotros motivos. Me refiero a los juegos de lucha y,  especial

mente, a aquellos en que no hay ningún premio de la victoria,fuera del mismo juego. Aquí la atracción puramente sociológica del predominio y de la superioridad se combina con distintos factores: en las luchas de habilidad, con el placer puramente individual del movimiento adecuado y logrado; en los

 juegos de azar, con el fav o r de la suerte, que nos otorga unam ística relación de arm on ía con las potencias residentes alle n

de el ind ividu o y los acontecimientos sociales. En todo caso,los juegos de lucha no contienen, en su motivación socioió¿i ca, nada más que la lucha misma. La ficha sin valor, por lacual a menudo se combate con la misma pasión que si se tratase de monedas de oro. simboliza el formalismo de este instinto, que. a veces, aun en las luchas del dinero, sobrepasa conmucho al interés material.

Pero debemos advertir que justamente este dualismo perfecto supone, para su realización, formas sociológicas en el

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L.» lucha 285

todo cuanto no sea la luch a misma, puede convertir la con tienda jurídica en una lucha permanente formal, independiente desu contenido. Esto acontece de una parte en la casuística jurí

dica, en la cual y a no se p esan com parativam ente elementosreales, sino (fue los conceptos luchan una contienda completamente abstracta. Por otra parte, la lucha se traslada a vecesa elementos que no tienen la menor relación con lo que ha deser decidido en la contienda. En las civilizaciones elevadas lascontiendas jurídicas corren a cargo de abogados profesionales,lo cual lim pia la luch a de todas las asociaciones personales

que nada tienen que ver con ella. Pero cuando Otón el Grande dispuso que las cuestiones jurídicas se resolvieran en juiciode Dios, por un combate a cargo de luchadores profesionales,

 y a no queda de todo el conflicto de in tereses sino la pura fo rm a del luch ar y el vencer; esto es lo único que h ay de com únentre la contienda que ha de ser decidida y la luch a que ladecide. Este caso expresa con exageración caricaturesca la reducción y limitación de la contienda jurídica a la mera lucha.

Pero justamente por su pura objetividad, este tipo delu c h a — el más despiadado de todos, precisamente por estarmás allá de la oposición subjetiva entrc^compasión y crueldad— supone en conjunto la unidad y comu nidad de las partes,en tan alto grado, que apenas se encontrará en ninguna otrarelación. La sumisión común a la ley; el reconocimientomutuo de que la decisión sólo ha de recaer según el valor

objetivo de las razones aducidas; el mantenimiento de formasinviolables para ambas partes; la conciencia de encontrarseenvueltos durante todo el procedimiento en un poder y orden.sociales, que le prestan sentido y seguridad, todo esto haceque la contiend a jurídica descanse sobre un a am plia base deunanim idades y coincidencias entre los enemigos. A n á lo g a mente, aunque en menor grado, las partes que contratan, los

que intervienen en un negocio comercial, constituyen unaunidad por cuanto aunque sean opuestos sus intereses acatan

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28 6 Sociología

menos que los juegos de lucha, esa alternativa entre el dualism o y la un idad de la relación sociológica; la extrema incondi-cionalidad de la luch a se produce justam ente merced a la un idad severa, determinada por las normas y condiciones comunes.

Finalmente, esto mismo sucede siempre que las partes están penetradas de un interés objetivo, es decir, cuando lo queconstituye el interés de la lucha, y con ello la lucha misma,está diferenciado de la personalidad. En estos casos puedeocurrir: o bien que la lucha gire en torno a cuestiones pu

ramente objetivas, quedando fuera de ella y en paz todolo personal, o bien que haga presa en las personas y en suaspecto subjetivo, sin que por ello sufran alteraciones o disidencias los intereses objetivos comu nes a la s partes. E l ú ltimo tipo está caracterizado en la expresión de Leibn itz: quecorrería tras de su enemigo mortal, si pudiera aprender algode él. Es tan evidente que esto puede calmar y atenuar la

enem istad, que sólo el resultado opuesto qued a en cuestión.La enemistad que corre paralela a cierta comunidad c inteligencia en lo objetivo, tiene, por decirlo así, una gran pureza y segurid ad de derecho; la conciencia de la separació n verificada nos asevera que no llevamos la repulsión personaladonde no debe entrar, y la tranquilidad de conciencia que asíadquirimos, puede, en ocasiones, conducir a que la enemistad

se encone. Pues al limitarla a su verdadero foco, que es alpropio tiempo lo más subjetivo de la personalidad, nos abandonamos a veces a ella de un modo másS amplío, más apasiona do , más concentrado, que si hub iéramo s de arrastrar además el lastre de animosidades secundarias, producidas porcontagio de aquella central.

En cambio, cuando la diferenciación de la lucha no deja

en la contiend a sino intereses im personales, desaparecen port l l i it ió i útil l

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muy idealistas y que, no teniendo consideración alguna de símismos, tampoco las tienen de los demás, y se creen autorizados para sacrificar a los demás a la idea, por la cual se sacrifican ellos mismos. Este género de lucha, en la que actúantodas las fuerzas de la persona, pero cuyo triunfo redunda en

 beneficio de la causa, tiene un carácter distinguido, pues elhombre distinguido es el que, siendo completamente personal,sabe, sin embargo, reservar su personalidad; por eso la objeti vid ad produce la im presió n de ía nobleza. Pero una vez realizada de esta diferenc iación y o bjetivada la luch a, esta ya no

se somete a más reservas, pues ello constituiría un pecado contra el interés objetivo en que la lucha se ha concentrado. So bre la base de la com unid ad que las partes con stituyen, a l l i mitarse cada cual a la defensa de la causa ob jetiva y ren un ciar a todo elemento p ersonal y egoísta, presentará la lu ch atoda la violencia posible, sin las ag ravacione s, pero tambiénsin las atenuaciones que trae consigo la intervención de ele

mentos personales; no obedecerá más que a su propia lógicainmanente.Este contraste entre la unidad y el antagonismo, se mani

fiesta del modo más acusado, cuando ambas partes persiguenrealmente uno y el mismo fin, la investigación, v. gr., de una

 verdad científica. E n este caso, toda condescendencia , toda cortés renu ncia a la victoria sobre el adversa rio, toda p az firmad aantes de conseguir el triunfo definitivo, sería una traición a

la objetividad, en cuyas aras se ha excluido de la lucha elpersonalismo. En la misma forma se desenvuelven las luchassociales desde Marx, siendo enormes las diferencias en otrossentidos. De sde el m om ento en que se ha reconocido que lasituación de los trabajadores está determinada por las condiciones objetivas de la producción, indepeiidientemente de la voluntad de los individuos, ha decrecido visiblem ente el en

cono personal de las luchas, tanto generales como locales. Elpatrono ya no es por ser patrono u n vam piro y u n egoísta

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por el desarrollo del tradeunionismo. En Alemania lo person al e ind ividu al del antagon ism o h a sido superado por la generalidad abstracta del movimiento histórico y de clases; en

Inglaterra, gracias al carácter supraindividual y unitario quetomó la acción de los sindicatos obreros y de las asociacionespatronales. Pero no por ello ka disminuido la violencia de lalucha; antes, al contrario, se ka kecho más consciente, másconcentrada y al propio tiempo más amplia, al adquirir el indiv idu o la con ciencia de que luch ab a, no só lo para sí,* sinopara un gran objetivo impersonal.

U n síntom a interesante de esta correlación puede encontrarse, v. gr., en el boycot acordado por los obreros en 1894contra las fábricas de cerveza de Berlín. Fué esta una de lasluchas locales más violentas de los últimos decenios. Porambas partes fué llevada con la mayor energía; pero sin quehubiese nin gú n encono personal— lo que h ubiera sido fác il—de los obreros contra los directores de las fábricas o al contra

rio. Fué posible incluso que dos de los jefes expusieran, enplena Iucba, sus opiniones acerca de ella en una misma revista, coincidiendo ambos en la exposición objetiva de los Hechos, y separándose tan sólo en las consecuencias prácticasdedu cidas por cada, partido. L a luch a prescind ió de todo lo noobjetivo y puramente personal, limitando así cuantitativamente el antagonismo; y haciendo posible la inteligencia en

todo lo personal, produjo un respeto mutuo, y engendró laconvicción de que iban arrastrados ambos en común por necesidades históricas. Y esta base de u n ida d no d ism inu yó ,sino que potenció la intensidad, la decisión y la obstinadaconsecuencia de la lucha.

El hecho de que los adversarios tengan algo de común,sobre lo que se alza la lucha, puede, es cierto, manifestarse enformas mucho menos nobles. Sucede esto cuando ese elemento común no es una norma objetiva, un interés superior al

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La lucha 2S9

tidos que se habían, distribuido el campo de la lucha política,no se combatían radicalmente... porgue habían concertado unpacto tácito contra algo que no era partido político. Esta sin

gular limitación de la lucha se ha relacionado con la corrupción parlamentaria, imperante en aquel período; no parecíacrimen grave vender las propias convicciones en favor del partido contrario, porque el programa de éste tenía con el propiouna amplia, bien que secreta base común, más allá de la cualcomenzaba la lucha. La facilidad de la corrupción muestraque la limitación del antagonism o por una com unidad entre

las partes, no íué causa de que aquel antagonismo se tornasemás objetivo y fundamental, sino que, por el contrarío, loablandó, impurificando su sentido necesario.

En otros casos más puros, la síntesis del monismo y el antagonismo de las relaciones, puede producir el resultadoopuesto, cuando la unidad es el punto de partida y el fundamento de la relación, alzándose por encima de ella la lucha.Esta entonces suele ser más apasionada y radical que cuando

no existe ninguna comunidad de los partidos, que sea anterioro coetánea. La antigua ley judaica, aunque permitía la bigamia, prohibía el matrimonio con dos hermanas (aunque,m uerta una de ellas, po día el viud o casarse con la otra), puesesto hubiera fomentado los celos. Se supone aquí, sin más nimás, que sobre la base del parentesco surge mayor antagonismo que entre personas extrañas. E l odio mu tuo que se profe

san los pequeños Estados vecinos, cuya concepcxóíi del mundo, cuyas relaciones e intereses locales son inevitablementemuy semejantes, e incluso coinciden en muchas cosas, es másenconado e irreconciliable que el que existe entre grandes naciones, completamente extrañas en el espacio como en la manera de ser. Esta fue !a desgracia de Grecia y de la Italia postroman a; e Inglaterra se víó conm ovida por un caso sem ejanteantes de que, tras la conquista normanda, se fundiesen las dosrazas. Estas dos razas vivían mezcladas en los mismos terri

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La lucha 291

menor antagonismo adquiere una importancia mucho mayorque entre extraños, los cuales, ya de antemano, están apercibi

dos a todas las diferencias posibles.De aquí los conflictos familiares, producidos por las másasombrosas menudencias; de aquí lo trágico de la minucia,que bace que se separen personas que vivían en completoacuerdo. Lsta ruptura no prueba en modo alguno que lasfuerzas de conciliación estén en decadencia; puede suceder quela gran igualdad de cualidades, inclinaciones y convicciones, baga que la escis ió n en un punto cualq uiera, por in sign ifican

te que sea, se sienta como abso lutam ente intolerab le, por la viveza del contraste. A gregúese a esto que al extraño, conquien no compartimos ni cualidades ni intereses, le consideramos objetivamente, reservando nuestra personalidad; por locual no es fácil que esa diferencia se apodere de todo nuestroser. C on los m uy diferentes nos encontramos tan sólo en elpunto de un trato o en u n a coincidencia de intereses; y , por

eso, el conflicto se limita a estas cosas concretas. Pero cuantomás comunidad tenga nuestra persona completa con la persona de otro, tanto más fácilmente asociaremos nuestro yo totala cualquier relación con ese otro. De aquí la violencia desproporcionada a que, a veces, se dejan arrastrar frente a sus íntimos personas que ordinariamente se dominan.

L a felicidad y profun didad en las relaciones con una perso

na, con la cual nos sentimos, por decirlo así, idénticos—uniónque consiste en que nin gu na relación, ning un a palabra, nin gu na acción o sufrimiento particulares es verdaderamente particular, sino como una envoltura con que se viste el alma entera—, es justamente la que bace que las disensiones sean tanexpansivas y ap asionadas y que el conflicto envu elva la personalidad entera del otro. Las personas ligadas de este modo están demasiado hab ituada s a inclu ir todo su ser y su sentim ien

to en las relaciones que mantienen, para no adornar la lucha

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L j   lucha 291

parece abonar el principio evidente de que la intimidad y elpoder de las relaciones entre personas se ecka de ver en la fal

ta de diferencias entre ellas. P ero este p rincipio evidente norige sin excepciones. Es imposible que, en comunidades muyíntimas que, como el matrimonio, dominan o tocan al menosla vida entera de los individuos, no surjan ocasiones de conflicto. N o ceder nu nca a ellas, p reviniénd olas ya de antem ano y, por la mutua condescendencia, cortándolas antes de quesurjan, no es cosa que proceda siempre del más genuino y pro

fundo afecto; antes al contrario, donde esto se da con más frecuencia es en ánimos que, siendo amorosos, morales, fieles, nollegan, sin embargo, a la última y absoluta entrega sentimental. E l ind ividu o se da cuenta de que no puede verter en la relación esta comp leta y abso luta entrega, y por eso procuramantenerla libre de toda sombra, se esfuerza por indemnizaral otro, tratándole con una amabilidad, una consideración y

un dominio de sí mismo extremos; y, sobre todo, procura tranquilizar su propia conciencia, por la mayor o menor insinceridad de su conducta, que no puede ser transformada, en verdad, ni por la más decidida y aun apasionada voluntad, porque se trata de sen tim ientos que no dependen de la vo lun tad ,sino que van y vienen como fuerzas del destino.

L a insegu ridad que sentimos en estas relaciones, jun tam en te con el deseo de mantenerlas a cualquier precio, nos muevea menudo a realizar actos de un extremado conformismo, nosincita a tomar cautelas mecánicas, evitando por principio todapos ibilidad de conflicto. E l que está bien seguro de que su sentimiento es irrevocable y absoluto, no necesita practicar talescondescendencias, porque sabe que nad a puede co nm ov er la

 base de la relació n. C u an to m ás fuerte es el am or, m ejor puede sop ortar los choques; este am or no teme las consecuencias

incalculables del conflicto, y, por tanto, no piensa en evitarlo.

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U n m atiz particular de la sensibilidad sociológica p ara lasdiferencias y de la acentuación del conflicto, sobre la base de

la igualdad, se produce cuando la separación de los elementosoriginariamente homogéneos es el fln propuesto, es decir,cuando propiamente no resulta el conflicto de la escisión, sinola escisión del conflicto. £1 tipo de este caso es el odio del renegado y el que el renegado inspira. El recuerdo de la unanimidad anterior actúa con tal fuerza, que la oposición actualresulta infinitam ente más agud a y enconada que si no hub ie

se habido antes ninguna relación entre las partes. Agregúesea esto que ambas partes, para llegar a diferenciarse, por contraste con la igualdad que aún sigue actuando en ellos, necesitan extender esa diferencia allende su foco propiamente dicho y am pliarla a todos los p untos comparables; con el fin defijar y asegurar las posiciones, la apostasía teórica o religiosaincita a ambas partes a declararse mutuamente herejes entodos los sentidos: ético, personal, interior y exterior, cosa queno aparece necesaria cuando la diferencia se manifiesta entrequienes siempre fueron extraños. Es más, cuando han existido previamente igualdades esenciales entre las partes, es cuando más generalmente degenera en lucha y odio una diferenciade opiniones. El fenómeno sociológicamente muy importantedel «respeto al enemigo» suele no existir cuando la enemistadse produce entre personas que antes habían pertenecido a una

misma unidad. Y cuando queda aún suficiente igua ldad paraque sean posibles confusiones y mezclas de fronteras, es preciso que los puntos de diferencia sean destacados con tal radicalismo, que muchas veces no se encuentra justificado por lacosa misma, sino por el deseo de evitar aquel peligro. Esto sucedió, v. gr.. en el caso antes mencionado de los «viejos católicos» de Berna. El catolicismo romano no se sentía amenazado

en su pecu liaridad por un contacto fu ga z con u na iglesia tancompletamente heterogénea como la reformada pero sí con

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L.i lucha 295

separadamente es que, en él, en vez de la sensibilidad para lasdiferencias, surge otro motivo fundamental, completamentedistinto, el fenómeno singular del odio social, esto es, del odio

contra un miembro del grupo, no por motivos personales, sinoporque significa un peligro para la existencia del grupo. C u a n do, pues, la d isensión dentro de] grup o s ignifica u n peligropara el grupo, cada uno de los partidos odia al otro, no sólopor la razó n m aterial que ha producido la disensión, sino, además, por la razón sociológica de que solemos odiar al enemigo del grupo como tal. Y como este odio es recíproco, y cada

uno considera que el que pone en peligro al grupo es el otro,agrávas e el an tagon ism o justame nte porque las partes pertenecen ambas a la misma un idad colectiva.

Los casos más característicos son aquéllos en que no se llega a la escisión propiamente dicha del grupo; pues cuandoésta se verifica, significa ya en cierto sentido una solución delconflicto, la diferencia perso nal descarga sociológicam ente ydesaparece el acicate de constantes y renovadas excitaciones.Para que el antagonismo se agudíce hasta el máximum, espreciso que actúe la tensión entre la hostilidad y la pertenencia a un mism o grupo. A s í como es terrible hallarse en disensión con una persona, a la que, a pesar de todo, estamos liga

dos— exteriormen te, pero en lo s casos m ás trágicos interio rmente tam bién— y de la que no  podemos  separarnos aunquequeramos, asimismo el encono crece cuando no Queremos  se

pararnos de la comunidad, porque no podemos sacrificar los valo res que se derivan de la pertenencia a dicha un id ad superior, o porque sentimos esa unidad como un valor objetivo, yestimamos que quienes la amenazan merecen odio y lucha.C oy un tura s de este género son las que causan la violencia conque se lucha, por ejemplo, en los conflictos que se producen enel seno de una fracción política o de un sindicato o de una

familia.£1 alma ind ividua l n os ofrece con esto u na an alog ía £1

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totales del alma, ese sentimiento hace que en muchos casos seresuelva el conflicto antes de estallar: pero, si esto no sucede,da a la lucha un acento particularmente enconado y desespe

rado, como sí en realidad luchásem os por algo más esen cialque el objeto inmediato de la lucha. La energía con que cadaun a de las tendencias se afan a por so juzg ar a la otra no sealimenta sólo de sus intereses, por decirlo así, egoístas, sino delinterés superior en la unidad del yo, para quien la lucha significa escisión y desconcierto, si no termina con el triunfo deuna de las partes. Análogamente, las luchas que tienen lugar

dentro de los grupos estrechamente unidos, van con frecuencia más allá de lo que exigiría el ohjeto y el interés inmediatode las partes; porque interviene el sentimiento de que la luchano es solamente por interés de las partes, sino también delgru po en su totalidad, y cada partido luch a, por decirlo así,en nombre del grupo, y en el adversario no odia solamente aladversario, sino también al enemigo de la más alta unidad so

ciológica a que pertenece.Finalmente, hay un hecho en apariencia completamenteindividual, pero en realidad de una gran importancia sociológica, u n hecho que relacion a la extrema violencia del an tagonismo con ¡a intimidad del trato. Este hecho lo constituyenlos celos. El lenguaje corriente no precisa bastante este concepto y con frecuencia lo confu nd e con el de la envid ia. A m  bas pasiones tienen, sin duda, la m ayor im portancia para laestructura de las relaciones humanas. En ambas se trata deun valor cuya consecución o conservación nos es impedida realo  simbólicamente por un tercero. Cuando se trata de conseguir,hablaremos más bien de envidia; cuando de conservar, de celos, advirtiendo que, como es natural, lo que importa no es ladistinción de las palabras, sino la de los procesos psicológicosque las palabras designan. Es característico de lo que designa

mos con el nombre de celos, que el sujeto cree tener derecho a

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precisamente por el hecho de que si se nos niega la posesióndel objeto, es porque se encuentra en manos del otro, y vendría

a nosotros caso de que aquél lo renunciase. La sensación delenvidioso se orienta más bien hacia lo poseído; la del celosomás bien hacia el poseedor. Puede envidiarse la gloria de alguien, aunque sin tener un o mismo el menor derecho a la glo ria. Pero tendrá celos de ese glorificado quien crea merecer lagloria tanto y aú n más que él. L o que am arga y corroe elalm a del celoso es cierta ficción del sentim iento— por inju stificada y hasta insen sata que sea — , en v irtud de la cua l el otro leha robado, por decirlo así, la gloría que le corresponde. Loscelos son un sentimiento de tan específica índole e intensidad,que, una vez engendrados por cualquier combinación en elalma, completan interiormente su típica situación.

H a y un tercer sentimiento que puede considerarse com ocolocado, en cierto modo, entre estos dos de la envidia y loscelos; encuéntrase en la misma escala y pudiera calificarse de

envidia malévola. Es la apetencia envidiosa de un objeto, noporque éste sea particularm ente deseable para el sujeto , sinosólo porque lo posee otro. E ste sentimiento se desarrolla endos extremos que se convierten en la negación de la prop iaposesión. De una parte hay la forma apasionada, que prefiererenunciar al objeto y aun destruirlo, antes que consentir quelo posea otro; y de otra parce la forma que consiste en sentir

indiferencia o aversión hac ia el objeto, y no obstante b aila rintolerable el pensam iento de que lo posea el otro. E sta s formas de envidia malévola penetran en mil grados y combinaciones en la conducta recíproca de los hombres. El gran con

 junto de problemas en que se m anif iestan las rela cio nes de loshom bres con las cosas, como causas o consecu encias de sustratos mutuos, está ocupado en parte no pequeña por este tipode pasiones. N o se trata tan sólo de apetecer cí dinero o el po der, el amor o la posición social, en el sentido de que la com

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contra el mero derecho lega l del cónyuge. D e la m ism a m anera<jue la simple posesión vale como un derecho, así también elestadio previo de la posesión, la apetencia, se convierte tam

 bién en un derecho, y el doble sentido de la palabra dem anda(simple pretensión o pretensión jurídica) indica que el querer tiende a añ ad ir al derecho de su fuerza la fu erza de underecho.

Sin duda, la aparición de esta pretensión jurídica es la queda a los celos, frecuentemente, un aspecto lamentable: deducirpretensiones jurídicas de sentimientos como el amor y laam istad, es proceder con medios totalm ente inadecua dos. DIplano en que está situa do el derecho sub jetivo, tan to el interno como el externo, no tiene contacto alguno con aquel otroen que se encuentran los sentimientos de amor y amistad.Querer forzar estos afectos con un simple derecho, por hondo y bien fundado que pueda estar, es tan in sensato como quererpersuadir con palabras al pájaro para que se reintegre en la jaula. La vanidad del derecho al am or da origen a u n fenó

meno muy característico de los celos; y es que estos acabanpor asirse a las manifestaciones externos   del sentimiento, quepueden obtenerse haciendo un llamamiento al deber, conser vando, merced a esta m ísera satis facción y engaño, el cuerpode la relación, como si en él quedase prendido algo de sualma.

Dse derecho,  qtic co ns tituye un elemento esencial de los

celos, es acatado con frecuencia por la otra parte; sign ifica ofunda, como todo derecho entre personas, una especie de u nidad; es el contenido ideal o legal de una unión, de una relación positiva de determinado género, o, por lo menos, su anticipación subjetiva. Pero sobre esta unidad, que continúaactuando , se alz a al mismo tiem po su negación, que es la quecrea la coyuntura provocadora de los celos. Dn este caso nosucede lo que en otras muchas coincidencias de unidad y antagonismo; no sucede que ambas cosas estén distribuidas en

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l a lucha 301

del público, o lograr el favor de una mujer, o conseguir mayornombre poi sus hechos o palabras.

En otras muchas ciases de lucha, el vencimiento del ad

 versario no sólo im plic a inm ediatam ente e! prem io de la victoria, sino que lo es ya. En la competencia, en cambio, surgenotras dos combinaciones. Cuando el vencimiento del competidor es el primer requ isito temp oral, con seguirlo no significaaun nada; el objetivo se logrará tan sólo cuando se haya obtenido cierto valor que, en sí mismo, es independiente de aquella lucha. El comerciante que ha conseguido hacer a su com

petidor sospechoso ante el pú blico, nada ha log rad o todav íacon ello si, por ejemplo, los gustos de! público se apartan sú bitam ente de las m ercancías que le ofrece. E l pretendienteamoroso que ha eliminado a su rival o lo ha hecho imposible,no por eso ha adelantado un paso, si la dama le niega tam

 bién a él su afecto . U n a confesión que lucha por conquistarun prosélito, no puede considerar que ya ha conseguido supropósito cuando ha expulsado del campo a las competidoras,dem ostrando su insuficienc ia; es preciso adem ás que el alm a deaquel prosélito sienta justamente las necesidades que ella puede satisfacer. En este tipo, lo característico de la competenciaes que la terminación de la lucha no significa por sí   misma laconsecución del objetivo, como en los casos en que la luchaestá motivada por la cólera, la venganza, el castigo o el valorideal de la victoria.

Todavía se diferencia más de otras luchas el segundo tipode competencia. E n éste la lu ch a só lo consiste en que cadauno de los que en ella participan va hacia el objetivo, sin emplear su fuerz a contra el adversa rio. El corredor que sólo actúa con su rápida carrera; el comerciante que sólo actúa con el

 bajo precio de sus m ercancías; el propagandista que sólo actúacon la fuerza persuasiva de su doctrina, son ejemplos de esta

forma singular de lucha, que iguala a todas las demás en violencia y en derroche apasionado de todas las fuerzas y va im

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adhe rírselo estrechamente. C ua nd o se hab la de la competencisue len hacerse resaltar sus efectos destructores, disociadoreenvenenadores, no concediéndole más ventaja c[ue la de aqullos valores concretos que se consiguen &to.cias  a ella. Per ju n to con esto , h ay que tener en cuenta su enorme poder socilizador; obliga al competidor a salir al encuentro del tercero,satisfacer sus gustos, a ligarse a él, a estudiar sus puntos fuetes y débiles para adaptarse a ellos, a buscar o construir todolos puentes que pueden vincular su propio ser y obra con otro. £s verdad que con frecuencia este beneficio cuesta la dignidad personal y el valor objetivo de la producción. Sobrtodo la competencia entre los que crean los máximos rendmientos espirituales, es causa de que los destinados a dirigla masa se sometan a ésta; para ejercer con éxito la función dmaestro o jefe de partido, de artista o periodista, hace faltobedecer a los instin tos y capricho s de la m asa, y a que éstescoge entre los competidores.

Sin duda, de este modo se verifica una inversión de lacategorías y de los valores sociales de la vida; pero ello no disminuye la importancia formal de la competencia, para la síntesis de la sociedad. La competencia logra incontables veces lque sólo el am or puede conseguir: ad ivina r los m ás íntim o

sociales ese es el sentido de lo que se llama armonía de intereses entre la sociedad y

individuo. L a actividad Je! individuo se recula pe ía que sustente y desarrolle lo co ntituc ión jurídico y m nro!, política y cultura l del Hombre: pero esto só lo SO consigu e r

cuan to los propios intereses ru dom onistas y mornte.*, materiolc* y abstractos del i

divid uo . se apo dera n de a que llos valores ttanSin dividuales, utilizán dolo* com o medio

así. la ciencia, v. £x.. es un conten ido de la cultura objet iva, y com o (al un fin últim

autónomo de la evolución social, que ce realiza utilizando el medio del instinto ind

vidual de con ocim iento ; mientra* para el indiv iduo la ciencia existente, jun to con

elaborada por fi , no es más que un medio paro la satisfacción de su ansia personal d

conocimiento. Es cierto que estas relaciones no ofrecen siempre ton armónica simetrí

por el contrario, con bastante frecuencia, esconden la contradicción, según ¡a cual tan

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deseos de otro, aun antes de que éste se haya dado cuenta deellos. L a tensión antagó nica en que el competidor se ha lla,frente a los demás competidores, afina en el comerciante la

sensibilidad para percibir las inclinaciones del público y llegaa dotarle de una especie de instinto adivinatorio paralas mutaciones inm inentes de Sus gustos, sus m odas, sus intereses. Yesto no le sucede únicamente al comerciante, sino también aJos periodistas, a los artistas, a los editores, a los parlamentarios. La competencia moderna que se ha caracterizado diciendo que es la lucha de todos contra todos, es al propio tiempo

la lucha de todos para todos. N ad ie negará que resu lta trágicoque los elementos de la sociedad trabajen unos contra oíros en

 vez de colaborar; que en la lucha con los competidores se derroche n ene rgías incon tables que pudieran haberse utilizadoen un trabajo positivo; y que, finalmente, una obra positiva y valiosa resulte in ú til y se pierda, sin recompensa, en la nada,cuand o compite con ella otra m ás valios a o solame nte m ás

atractiva. P ero todo este pasivo de la com petencia, en el bala n ce social, está contrapesado por la enorme fuerza sintética delhecho de que la competencia en la sociedad es competencia poreí hombre, una pugna por el aplauso y el gasto, por concesiones y sacrificios de todo género, u na lucha de los pocos para laconquista de los muchos, como de los muchos para la conquista de los pocos; en un a pa lab ra, un tejido de m iles de h ilossociológicos mediante la concentración de la inteligencia en el

querer, sen tir y pensar del prójimo; mediante la adaptacióndel que ofrece a los que demandan; mediante las posibilidadesmultiplicadas, del modo más refinado, para lograr enlaces yfavores. Desde que la estrecha c ingenua solidaridad de lasconstituciones sociales primitivas ha cedido el puesto a la descentralización, que había de ser el efecto inmediato de la ampliación del círculo, los esfuerzos del hombre por conquistar

al hombre, la adaptac ión del un o al otro, no parecen posiblesi d l i d l t i d i d l l h

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piritualmente. La lucha contra el hombre, que era una luchapara conquistarlo y esclavizarlo, se trueca en el fenómenocomplicado cíe la competencia, en el cual el hombre lucha

también contra otro hombre, pero para la conquista de un tercero. Y la conquista de este tercero, conq uista que sólo puedeconseguirse por ios medios sociológicos de la persuasión oconvicción, de la oferta en más o menos, de la sugestión o laamenaza., en suma, por medio de nexos espirituales, trae porúnica consecuencia a menudo el establecimiento de uno de

esos nexo s, desde el m omentáneo que se verifica com prand oen una tienda, hasta el m atrim onio. A medida que aum enta la

intensidad cultural y condensación de la vida, la lucha por elmás condensado de todos los bienes, el alma humana, habráde abarcar cada vez mayor espacio, aumentando y profundizando por tanto las acciones recíprocas, sintéticas, que constituyen su medio y su objetivo.

Queda ya con esto indicado que el carácter sociológico delos círculos sociales se   diferencia mucho, según la cantidad ylas clases de competencia que en su seno permitan. Claramente se ve que este es un fragmento del problema de la correlación, ai cual han suministrado una contribución las aseveraciones hechas hasta aquí: existe un a relación entre la estructurade un círculo social y la can tidad de enem istades que puedetolerar entre sus elementos. En lo político, es la ley penal laque con frecuencia fija el límite hasta donde la lucha y la venganza, la violencia y el engaño, son compatibles con la exis

tencia del todo. Pero no es completamente exacto lo que se hadicho de que la ley penal pod ía con siderarse como el m ínimum ético. Pues un Estado se disolvería si, aun evitando todolo prohibido por la ley penal, se realizasen en él los atentados,daños y hostilidades que son aún compatibles con dicha ley.La ley penal tiene ya en cuenta el hecho de que la gran ma

 yoría de estas energías destructoras quedan im pedid as de desarrollarse, merced a coacciones en las que la ley no inter

 viene.

La lucha 307

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1 j lu c ha 309

mente el activo y el pasivo, dentro de la vida total, y transportar las energías dispo nibles a aque llos sitios en donde sehaya producido alguna debilidad por discordias entre los elementos, o por otra causa cualquiera.

El mismo efecto general produce, empero, la estructura in versa; de modo semejante a la com posición de los barcos, queestán hechos de muchos compartimientos estanco’«, de suerteque al ocurrir una avería el agua no penetra en todas partes.El principio social, en este sentido, es cierto aislamiento de laspartes en lucha, las cuales tienen que arreglar entre sí sus

conflictos y sop ortar ellas m ism as los daños producidos, sinque sufra el todo. La jus ta elección o la c om binación de losdos métodos, el de la solidaridad orgánica, en que el todo responde de los daños producidos por los conflictos parciales, yel del aislamiento, en que el todo se reserva frente a estos daños, es naturalmente una cuestión fundamental para la vidade toda asociación, desde la familia hasta el Estado, desde las

que se mantienen por lazos económicos hasta las que sólo sesostienen por lazos espirituales. Los extremos están concretados de una parte en el Estado moderno, que no sólo soporta lalucha de los partidos políticos, por muchas fuerzas que seconsuman en ellos, sino que incluso las u tiliza para favorecer su equilibrio y su evolución; y, de otra parte, en los Estados-ciudades antiguos y medievales, que se debilitaban, hasta

perecer, en ocasiones, por las luchas intestinas de los partidos.En general, cuanto mayor sea el grupo, en tanto mejores condiciones se encontrará para emplear ambos métodos; el procedimiento consistirá en dejar que los partidos remedien por sílos daños primarios p roducidos por la lucha, acudiendo, encambio, el todo con sus reservas a paliar las consecuencias secundarias que puedan tener importancia para la vida conjunta. Claramente se ve que esta combinación es difícil de realizaren los grupos pequeños, cuyos elementos se encuentran muy

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tremarse a ella por virtud de su especial formación histórica ypor causa de principios generales que están más allá de los intereses en cuestión. Lo primero es posible bajo dos supuestos

Es claro que la competencia se produce cuando un bien— queno basta para todos los aspirantes, o no es accesible a todosellos— queda reservado al vencedor. Pero entonces no puedehab er com petencia si los eleme ntos del círculo no asp iran aposeer un bien que todos desearían igualmente, o si aspirando a obtenerlo, ese bien es suficiente para satisfacerlos a todospor igual. Puede presumirse que se dé el primer caso, siempre

que la socialización sea causada, no por un terminus ad quemcomún, sino por un mismo terminus a quo,  una raíz unitaria A s í acontece, ante todo en la fam ilia. C ie rtam ente puedensurgir en ella competencias ocasionales; pueden competir loshijos por el am or o la herencia de los padres, o éstos por eamor de sus hijos. Pero estas competencias están determinadas por contingencias person ales— no de otro modo que cuando dos hermanos son competidores comerciales—y sin relación con el  principio   de la familia. Este principio es, en efectoel de una vida orgánica; pero el organismo tiene en sí mismosu fin y no se refiere, allende sí mismo, a un objetivo exteriorpara cuya conquista hayan de competir sus elementos. Sinduda, la enemistad puramente personal que brota de la antipatía de las naturalezas es bastante contraria al principio depaz, sin el cual la familia no puede subsistir a la larga; pero

 ju stam ente la intim id ad de la conviv encia, la conexión socia y económ ica, la presunció n, en cierto m odo coactiva, de u n idad, dan lugar muy fácilmente a rozamientos, tensiones, oposiciones. E l conflicto fam iliar con stituye una forma de luchasu i generis.  Sus causas, su agudizamiento, su extensión a loque no tenían parte en él, las características de la lucha y dla reconciliación, son completamente peculiares, porque s

realizan sobre la base de una unidad orgánica, formada poil l i t t d i

>1 0 S oc io l og ía

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L j  lucha

Ha em ulación religiosa. E n esta, la actividad del ind ividu oproduce su fruto inmediatamente. Fu era indign o de la justiciaabsoluta el Hacer que la recompensa de la actividad indivi

du al dependiese de que los méritos de otro ind ividu o fuesenmayores o menores. Cada cual es recompensado según susobras, medidas por norm as transcendentales. E n cam bio, enla competencia, cada t:ual es tratado según las obras del competidor, según la relación entre un as y otras. P or cua nto elfin a que asp iran los m iemb ros de un círculo, es la po sib ilidad religio sa— es decir, ilim itad a e indepen diente de tod a re

lación com para tiva— de la gracia, ei círculo no podrá desarrollar nin gu n a competencia. Este es tam bién el caso en todasacuellas asociaciones que, siendo de pura receptividad, no de

 ja n espacio a activ id ades in divid ualm ente diversas: asociaciones científicas o literarias, que se limitan a organizar conferencias, sociedades de viajes, asociaciones para fines puramente epicúreos.

En todos estos casos, los fines particulares del grupo danlugar a form aciones so ciológicas que excluy en la competencia.Pero puede Haber otras razones que, aparte los intereses y elcarácter del grupo, im po ng an la renu ncia, bien a la competencia misma, bien a algunos de sus medios. Ocurre lo primerocuando predominan el principio socialista de la organizaciónuniforme del trabajo y el más o menos comunista de la igual

dad en los productos del trabajo. Considerada según su forma,la competencia descansa en el principio del individualismo.Pero cuand o es practicada dentro de un grup o, no resulta c lara,sin más, su relación con el principio social: la subordinaciónde lo individual al interés unitario de la comunidad. Induda

 blemente el competidor in divid u al es el fin para sí m ism o, emplea sus fuerzas pa ra con seguir el triun fo de sus   intereses. Perocomo la lucHa de la competencia se'verifica por medio de prestaciones objetivas y suele producir resultados de algún modo

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314 Sociologi

su dicha, su obra, su perfección, constituyen el sentido y finalidad absolutos de toda vida histórica. En relación con el finúltimo, la competencia es una simple técnica y, por tanto, más

 bie n indiferente. P o r consig uie nte, la oposic ión y negación dla competencia no van unidas al principio del interés socialconsiderado como único dominante, sino a la idea de otratécnica, que se designa con el nombre de socialismo, en sentidoestricto.

En general, la valoración del todo como superior a los destinos individuales, la tendencia de las instituciones o al menos

de las ideas hacía lo común, hacia lo que a todos comprende y sobre todos m anda, determ in ará 3a propensión a la organiza

ción   de todos los trabajos individuales; es decir, que se intentará dirigir estos trabajos en virtu d de un plan rac ion al dconjunto, que evite todo rozamiento entre los elementos, tododerroche de fuerzas por competencia, todo azar de iniciativapuramente personales. El resultado para el conjunto no se

conseguirá por el choque antagónico de las fuerzas en luchaespontánea, sino por una dirección centralizada que de antem ano o rganice todos los elem entos, para que cooperen y scomplementen, como vemos en la burocracia de un Estado oen el personal de una fábrica. Esta forma de producción socialista no es más que una técnica para alcanzar los bienes materiales de la dicha y la cu ltura, de la justicia y el perfeccionamiento; debe, por tanto, ceder el terreno a la líbre concurrencia, allí donde ésta parezca ser el medio prácticamente másadecuado. N o es esta un a cuestión que atañ a tan sólo a lospartidos políticos. El problema de si !a satisfacción de unanecesidad, la creación de un valor, ha de confiarse a la competencia de fuerzas individuales o a su organización racional, ala oposición o a la colaboración, es un problema que se plantea en m il form as parciales o rudimentarias: en la adm inistra

ción por el Estado y en los carteles, en las competencias (le

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1.a lucha 315

Jas por la técnica teatral, cuando h a y que decidir sí p a ta el efecto total es preferible dejar que cada actor desarrolle plenam en

te su individualidad y que gracias a esta emulación se anime y vivifique el conjunto, o si de antem ano ha de tenerse presente un a visión con jun ta, a la que Hayan de acomodarse las ind i

 vid ualidades. Se refleja asim ism o en el interior del in divid uo, ya que en alg un as ocasiones sentim os que el conflicto entre iosimpulsos éticos y estéticos, entre las decisiones intelectuales einstintivas, es condición esencial de las Hondas resoluciones enque se expresa y vive más verdaderam ente nu estro ser, m ientras que en otras ocasiones no concedemos la palabra a estasfuerzas individuales, sino en cuanto se coordinan dentro de unsistema unitario, dirigido por una tendencia.

N o se puede comprender bien el socialismo, en su sentidocorriente, como aspiración económ ica y po lítica, si n o se le considera al propio tiempo como la forma perfecta y más pura deuna técnica vital que, lo mismo que la opuesta, se extiende so

 bre to dos los problem as pla nteados por el m anejo de una p lu-ralídad de elementos. Conocido el carácter puramente técnicode estas ordenaciones, la organización socialista tiene que renu nciar a la pretensión de ser u n fin que se jus tifica en símismo y una última instancia de valor, y debe entrar en unacomparación estimativa con la competencia individualista, encuanto esta es también un medio para la consecución de fines

súprat »di viduales. Pero no cabe negar, por otra parte, que dicha comparación estimativa es a menudo insoluble para nuestros recursos intelectuales, dependiendo entonces la preferencia por una u otra técnica, de los instintos fundamentales queactúan en las diversas natu ralezas. Ciertam ente, sis e consideran las cosas en abstracto, los instintos habrían de limitarsea fijar el fin último, debiendo los medios ser determinados por

el conocimiento teórico. Pero, en la práctica, el conocimientoes tan imperfecto que los im pu lsos sub jetivos tienen que Ha

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3 1 6 Soc¡olo£l.

 blim ado actualm ente en el socia lism o, alcanzara la vic toriasobre la forma rapsódica, fragmentaria, sobre la dilapidación

de fuerzas, la escisión y el azar que lleva consigo la competencia en la producción. Y a m edida que esta disposición va yaapoderándose de los individuos, irán desalojando a la competencia de todos aquellos campos cuya índole no la excluye.

 A lg o análogo sucede cuando se trata, no de la unid ad orgánica, sino de la igualdad mecánica de las partes. El casomás puro de este tipo lo constituye la organización gremial,en cuanto descansa sobre el principio de que cada maestro hade tener «la m ism a congrua sustentación». La esencia de lacompetencia implica que la igualdad de cada elemento conlos demás, se esté modificando continuamente hacia arriba ohacia abajo. Cuando existe competencia entre dos productores, cada uno de ellos, prefiere, sin duda, a la mitad de la ganancia, que tendría segura si estuviese establecido el repartoexacto de la oferta, la inseguridad de la diferenciación; ofre

ciendo otras cosas, o de otra m anera, pueden corresponderle, escierto, menos de la mitad de los consumidores, pero tambiénmuchos más. El principio del riesgo, que se realiza en la competencia, contradice de tal manera al principio de la igualdadque los gremios hicieron todo lo posible para evitar que surgiese la com petencia, pro hibien do al maestro tener más deun despacho y más de cierto número de oficiales muy limi

tado, vender productos que n o fueran los fabricados por élofrecer cantidades, calidades y precios distintos de los que elgremio bahía determinado. El hecho de que estas limitacionescayeran bien pronto en desuso, demuestra que no estaban deacuerdo con la naturaleza de las cosas. El principio, abstractopor un lado y personal por otro, de la igualdad en la ganancia, fué el que motivó que se prohibiese la forma de la compe

tencia en ¿a producción. N o hace falta citar más ejemplos. L aalternati a (que se da en incontables pro incias casos de la

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318 Sociología

desigualdad— , sino justamen te a aqu ellos extremos en que noes posible la competencia, porque en ellos sobreviene en segui

da la igualdad de todos los competidores.Este tipo, aunque hasta akora pocas veces se ka realizado

con pureza* es de la mayor importancia; demuestra la posibilidad de una inteligencia de los competidores sobre el terrenomismo de la competencia, sin que ésta sea disminuida. Descu

 bierto un punto en que coin cid en los intereses, el antagonism ose concentra con mayor intensidad en aquellos otros puntos

en que puede desarrollarse. Así, la limitación interindividualde los medios puede prolongarse indefinidamente, descargando la competencia de todo aquello que no es verdadera competencia, porque no produce efectos al neutralizarse recíprocamente. Como los medios de la competencia consisten ma

 yorm ente en ventaja s concedid as a un tercero, este terceroque en lo económico es el consumidor, será el que sufra lasconsecuencias de esos acuerdos consistentes en renunciar a

dick os medios. E n realidad, estas inteligen cias inician el camino que lleva a la constitución de carteles industriales. Una vez que se ha comprendido que pueden ahorrarse m uchos delos daños consecutivos a las prácticas de la competencia, siempre que el competidor haga lo mismo, estos convenios puedentener no sólo la consecuencia indicada: intensificación y pureza de la competencia, sino también la contraria: exaltar e

acuerdo hasta la supresión de la competencia misma y el establecimiento de una organización, que en vez de luchar pola conquista del mercado, se encargue de abastecerlo según unplan común. Esta anulación de la competencia tiene un sentido sociológico completamente distinto de la que practicaba laorganización gremial. Siendo en ésta los individuos independientes, su igualdad forzada determinaba que los más capaces

descendiesen al nivel en. que los más ineptos podían.competicon ellos Tal es la forma en que irremediablemente caen los

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La lucha 319

aún restan del carácter de competencia, porgue el dominiocompleto del mercado y la dependencia a que queda reducidoel consumidor, hacen completamente superflua la competencia

como tal.Finalmente, la limitación de los medios de competencia,

dejando subsistente la competencia misma, acontece a vecespor obra de instancias situadas más allá de loa competidores

 y de su esfera de intereses: el derecho y la m oral. E n general,el derecho no prohíbe a la competencia sino aquellos actos quese castigan igualm ente en las demás relaciones h um an as: la

 viole ncia, el daño, el engaño, la calum nia, la am enaza, la fa lsedad... Por lo demás, la competencia es el género de antagonismo cuy as formas y consecuencias se encuentran menos in tervenidas por prohibiciones jurídicas.  S i   por ataques inmediatos se destrozase la existencia económica, social, familiar eincluso física de alguien, en el grado en que ello acontece enla competencia—como cuando se levanta una fábrica al lado

de otra o so pretende el mismo empleo que otro, o se presentaal premio u na obra para vencer a otra — intervendría inm ediatamente la ley penal. ¿Por qué, pues, la ley no protege los bienes expuestos a la ruina por la competencia? Parece claro, enprimer término, que los competidores no obran con dolo. N in guno de ellos pretende otra cosa sino conseguir el premio desu prestación; y si ello arruina el otro, es esta una consecuencia secund aria, que nad a le interesa al vencedor, quien inc lu

so puede lam entarla. P ero adem ás fa lta a la com petencia elelemento de la violencia propiamente dicha, no siendo la derrota y la victoria más que la expresión exacta, justa , de lasfuerzas respectivas. E l vencedor se ha expuesto exactam ente alos mismos riesgos que el vencido, y éste, en último término,ha de atribuir su ruina a su propia insuficiencia.

Pero, por lo que a lo primero se refiere, el dolo contra la

persona perjudicada falta igualmente en una porción de delit ti l Códi i t t d ll

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>20 Soci olog

la calle alborotando, es castigado por perturbar la tranquilidapública, aun cuando sólo se propone dar expansión a su contento y no se le ocurre el pensa m iento de que con ello pertu

 ba el sueño de los demás. P o r ta nto, según esto, el que arruna a otros con su trabajo normal debiera merecer al menoun a pena: por imprudencia. Y en cuan to a la excu lpación quresulta de la igualdad de condiciones, de lo voluntario de lacción y de la justicia con que el éxito premia las propiafuerzas, pudiera aplicarse también al duelo, en todas sus fomas. Cuando en una lucha, aceptada voluntariamente po

ambas partes y celebrada en las mismas condiciones, uno dlos luchadores resulta gravemente herido, castigar al otro nparece lógicamente más consecuente que castigar a un comeciante, que por medios leales ha arruinado a un compañeroSi no se hace así. es debido, en parte, a razones de técnica jurdica; pero principalmente a una de carácter social utilitarioLa sociedad no puede renunciar a las ventajas que le report

la competencia de los individuos, ventajas que exceden comucho a las pérdidas causadas por el aniquilamiento ocasional de algún individuo en la competencia. Esta es la razóevidente en que se funda el principio del Código civil francésobre el cu al se constru ye todo el tratam iento jurídico de concurrencia desleal: «todo hecho cualquiera del hombre qucausa a otro un daño, obliga a repararlo a aquel por cuya cupa Ha ocurrido». La sociedad n o toleraría que u n individuperjudícase a otro en la forma indicada inmediatamente sólo para su propio provecho; pero lo tolera cuando este pe

 juicio acontece, por el rodeo de una prestació n objetiva, qutiene valor para un número indeterminado de individuo

 A n álogam en te el E stado no toleraría el duelo entre oficialesi se tratase simp lemente del interés p ersonal de un indivduo, que exige el aniquilamiento de otro, y si la cohesión in

terna del cuerpo de oficiales no sacase de este concepto del ho

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-de proteger a los comerciantes e industriales contra ciertas ventaja s que sus competidores podría n adquirir por m edio smoralmente reprobables. Así, por ejemplo, se prohíben todos

los reclamos que, por indicaciones falsas, pudieran inducir alcomprador a la creencia errónea de que tal comerciante lesofrece con diciones más ven tajosas que otro; y esto inclusocuando la consecuencia no es un encarecimiento de la mercancía para el público. Se prohíbe asimismo producir en elcomprador la ilusió n de que adquiere una can tidad de m ercancía, que no puede adquirirse en otras partes por el mismo

precio, aunque la cantidad efectivamente vendida resulte dehecho la corriente y el precio el adecuado. Un tercer tipo es elde una casa muy conocida, con gran número de clientes, queimpide que otro, con el mismo nombre, lleve al mercado unproducto análogo, despertando en los clientes la creencia deque se trata del mismo producto; en lo cual es indiferente quela mercancía que se ofrece sea mejor o peor que la primitivaque lleva el nombre conocido.

Lo que nos interesa en estas medidas es el punto de vista,completamente nuevo en apariencia, que consiste en protegeral competidor de buena fe contra ios que emplean mediosdesleales para procurarse clientela. Las demás limitaciones delas prácticas comerciales tratan de impedir el engaño del pú

 blico; pero este m otiv o y propósito no existe en las leyes deque acabamos de hablar, y su defecto no impide, en modo al

guno, su aplicación. Mas si se mira la cosa con más detención,se verá que estas prohibiciones no son más que desarrollos delos viejos artículos referentes a la estafa; y estos desarrollosno tienen sólo interés jurídico, sino también sociológico yformal. El Código penal alemán considera como estafa el hecho de que alguien, para obtener una ventaja en su patrimonio, «perjudique al patrimonio de otro, provocando errores

P o r medio de hechos falsos». P ero entendíase, sin inco nv ei i l d j l i

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322 Sociolo

competencia desleal. Pues dichos casos consisten en producun error en el público—sin que este sufra un daño patrimn ia l — , resultando por ello perjudicado el patrim on io d

competidor honrado, que no es a quien han sido expuestos lohechos falsos. E ,1  comerciante que le dice al comprador falsmente que liquida sus existencias por defunción, acaso no dañe en nada, si pide los mismos honrados precios que scompetidor; pero causa perjuicio a este competidor, quitándole acaso parroquianos que, sin aquella falsa declaración, hubieran permanecido fieles. Por consiguiente, la ley no con

tiene ninguna limitación de los medios de competencia, comtales; n i es protección específica de los competidores. E l comportamiento de la sociedad frente a la competencia, no se caracteriza porque ahora haya dispuesto la limitación de estomedios, sino, al contrarío, por haberlo dejado de hacer durante tanto tiempo, no siendo sino una aplicación lógica de laprescripciones penales vigentes.

 A esto h a y que agregar lo siguiente: L a s m otivaciones destas leyes insisten, en todas partes, en que no quieren imponer limitación alguna a la competencia leal, y que sólo se propon en impedir la que va co ntra ia buen a fe. E l sentido de estaobservaciones puede traducirse muy exactamente diciendo queliminan de la competencia todo aquello que no es competencia, en el sentido social. La competencia es una lucha en quse combate con prestaciones objetivas, destinadas a favorecer terceras personas. Pero estos justos motivos de decisión sociase encuentran entorpecidos y trastocados por el empleo de reclamos, atracciones, sugestiones, a las que no responde ningúrendimiento objetivo, sino sólo una especie de lucha inmedia

ta,  puramente egoísta, no encauzada por los cauces de la utlidad social. Lo que la jurisprudencia designa con el calificat vo de com petencia «leal», es propiam ente aquella que respon

de al concepto puro de la competencia. Un comentario de l

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competidores no es otra que la que se establece entre el ladrónfuerte y su víctim a débil. Pero desde el pun to de vista social

es una competencia leal, es decir, limitada al objeto y al tercero. Pues el reclamo, si no contiene más que verdad, sirve tam bién al público. Pero si contiene in dicaciones falsas, o perju dica aí público, o por lo menos no le favorece, desde estepunto de vista puede ya intervenir la protección del competidor contra la violencia, e incluso debe hacerlo, para mantenerlas fuerzas competidoras dentro de la forma pura, esto es,social-utilitaria de la competencia. Por lo tanto, aun las mis

mas limitaciones específicas puestas por el derecho a la competencia, se revelan como limitación de las limitaciones que lacompetencia sufre por el empleo de prácticas puramente sub jetiv as e individualistas.

H a y , pues, m otivo en esto para creer que el derecho debieraser com pletado, en esta esfera, com o en tantas otras, por lamoral; la cual no se encuentra atada a las conveniencias so

ciales, sino que in con tables veces regu la la cond ucta de loshombres según norm as ajenas a los intereses sociales, sigu ien do los impulsos de un sentimiento inmediato que pide la pazconsigo m ism o y la h alla a menud o justamen te en la oposición a las exigencias de la sociedad, o siguiendo ideas metafísicas y religiosas que, si a veces contienen dichas exigencias sociales, otras las rechazan totalmente, considerándolas comocontingencias limitadas e históricas. De ambas fuentes brotan imperativos que rigen la conducta de hombre a hombre yque no son sociales—aunque sean sociológicos—, en el sentido tradicional; por m edio de estos im pera tivos, la n atu rale zahum ana se acomoda en la forma ideal del deber. N o h ay quedecir que las morales ascéticas, altruistas, fatalistas, reducen en lo posible la competencia y los medios empleados porella. Pero la moral típica europea muestra más tolerancia

frente a la competencia que frente a otras clases de antagonisE t d d d bi ió ti l d l

? La lucha 323

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324 Sociologí

más inclinados a tener consideraciones y reservas, cuando luchan fu erza s personales inm ediatas; en este caso no podemo

substraem os al l lam am iento de la compasión. E incluso cuando se trata de antago nism os personales e inm ediatos, u na especie de pudor nos impide desplegar sin reservas toda nuestrenergía, descubrir todo nuestro juego, emplear toda nuestrfuerza en una lucha en que se enfrenta personalidad con personalidad. Pero en las contiendas que se desarrollan en prestaciones objetivas, desaparecen estos motivos éticos y estét

cos de contención. Por eso podemos competir con personacon las cuales evitaríamos en absoluto una controversia per

sonal.La orientación hacia el objeto da a la competencia l

crueldad de todo lo objetivo, que no es el placer en el doloajeno, sino la eliminación de los factores subjetivos. Esta indiferencia frente a lo subjetivo, caracteriza la lógica, el derecho y la economía monetaria, y hace que personalidades, quno son crueles en modo a lgun o, cometen en la lucha* de competencia muchas crueldades, sin por ello querer nada malo. Erecogimiento de la personalidad tras la objetividad, descargla conc iencia m oral. E ste mismo objeto se consigue empertambién por el elemento opuesto de la competencia: la proporcionalidad exacta con que el resultado corresponde a lafuerzas empleadas por el sujeto. Prescindiendo de desviacio

nes que nada tienen que ver con la esencia de la competencia y proceden tan sólo de su m ezcla con otros destinos y relaciones, el resultado de la competencia es el índice insobornablde la capacidad personal objetivada en la prestación. Lo quadquirimos por el favor de personas o coyunturas, por el acaso o por un destino, a modo de predestinación, a costa dotros hombres, no es por nosotros usado con la misma tran

quilidad de conciencia que el producto de nuestra propia actiid d j l lid d i á l

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L j   lucha 525

que siente no sólo el vencedor, sino a veces el propio vencido (l).

En lo hasta aquí expuesto hemos visto diversas clases deunificaciones entre las partes en lucha: mezclas de antítesis ysíntesis, construcción de unas sohre otras, limitaciones y potenciaciones mutuas. Pero además de esto hay que tener encuenta otra significación sociológica de la lucha: la importancia de la lucha, no por lo que se refiere a la relación de las partes entre sí, sino a la estructura interior de cada parte. La ex

periencia diaria enseña cuán fácilmente la lucha entre dosindividuos modifica no sólo la relación de cada uno con elotro, sino al individuo en sí mismo; y ello prescindiendo delefecto de mutilación o purificación, debilitación o fortalecimiento, que pueda tener para el individuo. La lucha, en efecto, plantea condiciones previas y produce modificaciones yadaptaciones necesarias para el mejor desarrollo del conflicto.El lenguaje nos ofrece una fórmula extraordinariamente acertada p ara indicar lo esencial de estas mo dificaciones inm an en tes: el que lucha ha de «recogerse en sí mismo», esto es, ha decondensar todas sus energías en un punto, a fin de poder encada momento emplearlas en la dirección conveniente. En lapa z, el ind ividuo «puede dejarse ir», esto es, puede d ejar enlibertad las energías e intereses diverso s de su ser, para quepor todas partes se desarrollen con independencia. Pero en

( l ) Este  e»,  sin duda, uno de los puntos en que se manifiesta Ja relación de la

competencia con lo* rasgos más decisivos de la ■ vida moderna. E l hom bre y su m isión

en lo vida, la individualidad y valor objetivo de su actividad, aparecen antes de lo edad

moderna como más solidarios, fundidos y adecuados entre sí. Los último* siglos han

desarrollado de una parte con un pod er inusitado lo* intereses objetivos, la civilización

te*L y. por otra parte, han profu nd izado de un m odo inu sitado también el yo. la per

tenencia del alma individaal a  si   misma frente a los p rejuicios reales y sociales. En el

hom bre mo dern o aparecen perfectamente diferenciadas la concien cia de la* coso s y la

de su prop io yo . y esto le hace a pro pó sito paro la form a de lucha que la com petencia

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Sociologí

épocas de ataque y de defensa, esto significaría un derroche dfuerzas (por las aspiraciones contrarías de las partes esencia

les) y una pérdida de tiempo, porgue a cada momento habríaque estar reconcentrándolas y o rganizán tlolas de n uevo. P oeso, en tal coyuntura, el hombre entero ha de adoptar la forma de la concentración, como posición interior de lucha y única posibilidad de victoria.

L a m ism a conducta form al h a de seguir el grupo en unsituación igual. Esta necesidad de centralización, de sever

concentración de todos los elementos— que es lo único qupuede garantizar su empleo en cada momento, sin pérdida denergía n i de tiem po— , se sobreentiende en los casos de luchhasta tal punto, que incontables ejemplos históricos nos lmuestran realizada en las más perfectas democracias. Mencionaremos, v. gr., las diferencias de organización tan conocidade los indios norteamericanos, según que se hallen en paz en guerra, y el caso de los oficiales de sastrería londinenseque en el primer cuarto del siglo xix poseían organizacionecompletamente diversas para la paz y para la guerra con lopatronos. E n tiempos tran quilos la organ ización es taha constituida por pequeñas asambleas autónomas, en treinta albergues. En épocas de guerra, cada albergue tenía un representante; éstos formaban un comité que, a su vez, elegía un comitmenos numeroso, de quien emanaban todas las órdenes y a

que se obedecía incondicionalmente. En general, las asociaciones de obreros profesaban entonces el principio de que acercde los intereses de todos debían decidir lodos tam bién. P erla necesidad había creado un órgano de la más estricta eficacia, que actuaba de un modo completamente autocrático y cu

 y a s ventaja s reconocían de buen grado los obreros.La conocida influencia recíproca que se observa entre la

constituciones despóticas y las tendencias guerreras descanst ó f l L i l t li ió d

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La ludía 327

mente organizados son los esquimales de Groenlandia. Noexiste entre ellos jefatura alguna. En la pesca, se obedece de buen grado a l hom bre m ás experto; pero éste no posee género

alg un o de autoridad. N o h ay recursos coactivos para el que seaparta de la empresa común. Pues bien, de estas gentes se refiere que el único modo de combatir que practican, cuando seproducen entre ellos antagonismos, es un certamen lírico. Elque se cree perjudicado por otro, inventa versos denostándole y los recita en una asam blea popular, convocada al efecto, enla cual el adversario responde de la m ism a m anera. A la falta

absoluta de instinto guerrero corresponde en este caso la falta absoluta de centralización.

Por eso entre las diversas organizaciones que se dan dentro del grupo total, la más centralizada es la del ejército-salvo acaso la de los bomberos, que está sujeta a las mismasnecesidades formales—, es decir, aquella organización en la queestá excluido todo m ovim iento propio de los elementos, g ra

cias a la a utorida d a bso luta de la in stancia central. A s í losimpulsos que parten de esta se realizan, en el movimiento deltodo, sin pérdida de fuerzas. Por otra parte, lo que caracterizauna federación de E stado s es su un idad como p otencia g uerrera. En todos los demás puntos puede conservar cada Estado su independencia; en este no puede Hacerlo, si ha de existirun lazo federal. Por eso se ha dicho que la perfecta federación

de Estados sería aquella que constituyese una unidad absoluta en su relación con otros E sta d os — abiertam ente guerrera oen form a laten te— , poseyendo , en cambio, sus miem bros plena independencia en su mutua relación.

Te niend o en cuenta la incomparable utilidad que para ialucha representa una organización unitaria, pudiera creerseque cada parte ha de tener el mayor interés en que la partecontraria carezca de esa unidad (l). Y, sin embargo, hay casosde lo contrario. La forma centralizada en que la situación de

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32$ Sociologi

Comisión de Trabajadores de Inglaterra, declaraba en 189que la organización sólida de los obreros era favorable a lopatronos del oficio, e igualm ente la de los patronos favora ble

a los trabajadores. Pues sí bien las huelgas en este caso sonmás extensas y duraderas, en cambio la organización es paraambas partes más favorable y menos cara que los muchos rozamientos locales, abandonos de trabajo y pequeños conflictos, inevitables cuando no hay una organización sólida enambas partes. De la misma manera, una guerra entre Estadomodernos, por destructora y cara que resulte, ofrece un balan

ce final más favorable que las incontables pequeñas luchas yrozamientos en los períodos en que los Gobiernos estabanmenos centralizados.

También en Alemania reconocieron los obreros que laexistencia de una organización estrecha y eficaz de los patronos, era favorable para el obrero en los conflictos de interesesPues sólo una organización de este género puede nombrar re

présentâmes con quienes tratar con completa seguridad; sólofrente a ella pueden los obreros de un ram o estar ciertos dque las ventajas concedidas no resultarán en seguida negadapor patronos disidentes. La desventaja que significa para unaparte la organización unitaria de la otra—en cuanto que paraesta es una ventaja—resulta compensada con creces, en estocasos, porque gracias a la orga nización un itaria, la lucha epara amhas partes más concentrada y abarcable; y es también

más segura una paz efectiva y general. En cambio, contra unamasa difusa de enemigos, se consiguen, sin duda, con frecuencia, victorias parciales; pero difícilmente se llega a acciones decisivas, en las que realmente se compruebe la prop orción delas fuerzas. Si este caso nos da una visión tan profunda de laconexión fundam ental que existe entre la form a unitaria y la

 buena disposición de los grupos para la lucha, es porque nos

muestra cómo la conveniencia de esta conexión triunfa ¡inclub l d t j i di t di lt L f

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L.í lucha 329

mente contradictorio de convertir en ventaja para ios dos la ventaja del otro.

Para caracterizar el sentido sociológico de esta formación,es esencial distinguir si el grupo en conjunto se encuentra enuna relación antagónica frente a un poder situado fuera de él(con lo cual se verifica en la conciencia y la acción aq uel estrechamiento de lazos y acrecentamiento de la unidad), o si cadaelemento de una pluralidad tiene por si   un enemigo, y lacooperación se produce tan sólo por el hecho de ser este enemigo el mismo para todos. En esce caso puede suceder: o bienque esos elementos nada tuvieran que ver anteriormente unoscon otros, o que esta común hostilidad haya hecho surgir entre ellos nuevas formaciones. En el primer caso hay que esta

 blecer u n a dis tin ción. L a lu ch a o guerra de u n grupo puede,de una parte, unirlo por encima de las discrepancias y alejamientos individuales de sus miembros; pero, por otra, hace queesas discrepancias intestinas ad quieran un a claridad y deci

sión que antes no poseían. Esto se podrá observar mejor enagrupaciones menores que no han llegado aun al grado deobjetivación de un Estado moderno. Cuando un partido político, en el que se reúnen varios intereses, se encuentra lanzado a una luch a resuelta y radical, surge un a buen a ocasiónpara que se produzcan escisiones; en esos momentos sólo cabe,u olvidar las disensiones internas, o por el contrario acentuar

las, eliminando a ciertos miembros. Cuando una familia contiene individualidades en discrepancia fuerte o latente, el momento en que un peligro o un ataque impulsa a la mayorconcentración posible, será justamente aquel que asegure suunidad por largo tiempo o la destruya definitivamente, resol

 viendo si es, y hasta qué punto es,  posible uxm cooperación dedichas personalidades. Cuando ios alumnos de una clase pla

nean una burla al profesor, o una pelea con los de otra clase,ió t t l ll i t d

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330 Sociol

una situación indecisa, porque cada cual puede seguir su mino y evitar los choques. Pero el estado de lucha aproxi

tan íntimamente a los elementos y los coloca hajo un impso tan unitario, que han de soportarse perfectamente o relerse radicalmente. Por !a misma razón, en los Estados llede disensiones intestinas, una guerra exterior es a veces eltimo medio para superarlas. Pero otras veces es causa de se deshaga totalmente la unidad.

Por eso los grupos que se encuentran de algún modo

estado de guerra, rio son tolerantes. En ellos las desviacioindividuales de la unidad fundamental cohesiva no puepasar de cierto lím ite m uy estrecho. A veces la técnica quesigue en estos casos consiste en cierta tolerancia que se ejepara poder eliminar con tanta mayor decisión a los que dnitivam ente n o pueden ser incorporados. La Ig lesia C ató licha encontrado propiamente desde sus comienzos en un do

estado de guerra; contra el complejo de las diversas opiniodo ctrinales que, reunidas, constituyen la herejía, y contra demás intereses y poderes de la vida, que pretenden tener esfera de acción independiente de la suya. La unidad cerrque hubo de adoptar en esta situación, consistió en seguir ttando como miembros a los disidentes, mientras ello fuese sible, expulsándolos en cambio do su seno con incompara

energía cuando se hacían intolerables.Para semejantes organizaciones es de la mayor import

cia cierta elasticidad (l) de forma; no para establecer transciones y conciliaciones con los poderes antagónicos, sino, pcisamente, para oponerse a éstos con la mayor energía, prescindir de ningún elemento aprovechable. La elasticidno consiste en rebasar los límites. Los cuerpos elásticos nen limites no menos claros que los rígidos. Esa elasticid

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La lucha >31

rica, mayor en ocasiones, esos impulsos condujeron a menudo a separaciones y escisiones de la unidad. A l mismo m oti

 vo parecen poder referirse ciertas form as de conducta específicas del sexo femenino. Entre los elementos variadísimos deque está form ada la relación tota l entre hom bres y m ujeres,encuéntrase una hostilidad típica que brota de dos fuentes: deque las mujeres, físicamente más débiles, están siempre en peligro de ser explotadas económica y personalmente y privadasde derechos (l), y de que, por ser las mujeres el objeto de laapetencia sensual del hombre, tienen que situarse frente a éstea la defensiva. Es muy raro que este lucha, que se extiende a

través de la bístoria interna y personal del género humano,lleve a una coalición inmediata de las mujeres contra los hom bres: pero h a y una form a transpersona! que sirve de defensaa las m ujeres con tra aqu ellos dos peligros, y en la cual, portanto, está interesado, por decirlo así, ir» corpore>  el sexo femenino. Esta forma es la costumbre, sobre cuya esencia sociológica ya caracterizada más arriba, nemos de volver ahora,atendiendo a las consecuencias que en esta esfera produce.

La personalidad fuerte sabe defenderse individualmente delos ataques de que puede ser objeto, o al menos le basta conla protección jurídica. E n cambio, la débil se vería perdida, apesar de esta protección, si de alguna manera no les estuvieseprohibido a los individuos superiores en fuerza abusar de susuperioridad. E st a pro hibición es en porte obra de la moral.Pero como la moral no tiene más poder ejecutivo que la conciencia del propio individuo, no ofrece bastante seguridad ynecesita ser completada por la costumbre. Ésta no tiene laprecisión de la no rm a jurídica, ni ofrece tanta seguridad; noobstante, se encuentra garantizada por un temor instintivo ypor las consecuencias desagradables de su violación. La costumbre es la verdadera fuerza del débil, que no sabría defenderse en una lucha donde las fuerzas pudieran desplegarse li

 bremente. P o r eso su característica es esencialm ente la prohi

 bic ió n, la lim itación. Produce una cierta ig uald ad entre los

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332 S oc i o

fuertes y los débiles; y en su fu nció n de poner obstáculolas desproporciones puramente naturales, llega incluso a ferir al débil, como lo demuestra, v. gr., la andante caballe

En la lucha latente entre los hombres y las mujeres, aquellos los fuertes y los agresores. Las mujeres se ven ogadas a buscar el amparo de la costumbre y a convertirseguardia ñas de ésta. P o r eso ellas se encu entran com promdas a cumplir severamente la rica variedad de preceptos forman el código de ía costumbre, incluso en los casos en no se trata de abusos de los hombres. Todas las normacio

de la costumbre están en conexión recíproca; la violaciónuna de ellas debilita el principio y, por tanto, las demás. eso las m ujeres sue len encontrarse de acuerdo en este punConstituyen en esto una unidad real, que corresponde a la udad ideal en que las reúnen los hombres cuando hablan de«mujeres» en general, unidad que tiene el sentido de una osición de partidos. La solidaridad que tienen las mujeres, p

los hombres, y que se expresa eir el viejo dicho alemán: «chombre responde sólo de su vergüenza, pero si cae una muse censura a todas», esa solidaridad sexual da una base ral ínteres que sienten las mujeres por la costumbre, consirada como un medio de lucha.

P or eso frente a otra m ujer, las m ujeres no conocen regla general más que la inclusión completa o la total exc

sión. del campo de la costumbre. Se da en ellas la tendencino confesar, m ientras es posible, que u na m ujer ha faltaa las normas de la costumbre, a dar a sus actos una interptación benévola, inofensiva, salvo que obren en contra el seo de escándalo u otros motivos de orden personal, Pcuando la disculpa ya no es posible, la pecadora es sentencda implacable e irrevocablemente a la expulsión de ía «bue

sociedad». Si no hay otro remedio que confesar la falta con

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La lucha 333

existencia de grados diversos. La posición defensiva de lasmujeres no permite que el muro de la costumbre sea rebajadoen un centímetro. El partido de las mujeres no acepta en principio nin gú n término medio, sino la inclusión resuelta en lacomunidad ideal de las «mujeres decentes» o la exclusiónigualmente resuelta de la misma. Esta alternativa no está enmodo alguno justificada en pura moral, y sólo resulta comprensible teniendo presente aquella exigencia de inquebranta

 b le unid ad, que ha de tener para con sus miem bro s u n partido,en lucha abierta con el adversario.

Por la misma razón puede ser ventajosa para los partidos

políticos, u na dism inuc ión del núm ero de sus adeptos, siempre que sirva para limpiarle de elementos inclinados a aceptartransacciones y apaños. Para que esto sea conveniente, es preciso de ordinario que coincidan dos condiciones. E n primerlugar, un estado de lucha agudo, y en segundo lugar, que elgrup o comb atiente sea relativam ente reducido. E l tipo de estecaso, lo encontramos en los partidos de minoría, especialmente cuando no se limitan a la defensiva. La historia parlamen

taría inglesa lo ha demostrado varias veces. A s í, por ejemplo, en 1793  el partido whi¿,  que se hallaba ya muy mermado,se encontró fortalecido justamente a consecuencia de otra defección, que se llevó los elementos tibios y prontos a las transacciones. Entonces las pocas personas que quedaron en elpartido, entusiastas y resueltas, pudieron practicar una política unitaria y radical. En cambio, los grupos mayoritarios, no

nece sitan ins istir tanto en esta decisión del p ro O del contra.Para ellos no son peligrosos esos adeptos vacilantes y condicionales. Pueden soportar gran número de estos elementos, enla periferia, sin que el centro resulte afectado por ello. Perocuando por ser el grupo poco extenso la periferia está muypróxima al centro, la inseguridad de cualquier elemento amenaza en seguida al centro mismo, y con ello pone en peligro lacoke sión del conjunto. L a escasa distancia que h ay entre los

elementos, quita al grupo la elasticidad, que es condición pre

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I.a lucha 335

esto no se puso de manifiesto hasta c[ue faltó el enemigo común, merced al cua l los a liados no parab an mientes en sus

interiores contradicciones. Incluso puede afirmarse que en algunos grupos puede ser cordura política el buscar enemigos, afin de que la unidad de los elementos siga actuando como uninterés vital.

El ejemplo últimamente indicado nos lleva a consideraruna posible exaltación de este sentido uníficador que tiene lalucha. Merced a la lucha acontece, a veces, que no sólo unaunidad y a existente se condensa con m ás energía y excluye

radicalm ente todos los elementos que pud ieran con tribuir a borrar los lím ites que la separan del enem igo, sino que lalueba obliga a concen trarse a person as y grupo s que, sin ella ,nada tendrían de común. La energía con que la lucha actúa eneste sentido, aparece con particular claridad en el hecho de quela conexión entre la situación de lucha y la unificación es bastante fuerte para actuar también en la dirección contraria. Las

asociaciones psicológicas, en general, muestran su energía porel hecho de obrar, incluso, retrospectivamente; si, por ejemplo,nos representamos a una persona bajo el concepto de héroe, elenlace entre amb as representaciones alcan zará su intim idadmáxima, cuando no podamos representarnos el concepto dehéroe en general, sin que surja inmediatamente en nosotros laimagen de aquella personalidad. A s í, la un ión para fines de

lucha es un acontecim iento tan corriente y ha bitu al que, enocasiones, la mera asociación de elementos, aunque no se bayahecho con fines agresivos ni de lucha, aparece a los que quedan fuera de ella, como amenaza y hostilidad. El despotismodel Estado moderno se dirigió, sobre todo, contra el principiode la agremiación medieval; y sucedió que los Gobiernos aca

 baron por consid erar to da asociaciózt de ciudades y clases so ciales (caballeros u otro elemento cualqu iera del Estad o), como

rebelión y lucha, en forma latente. Carlomagno prohibió a las

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La lucha 337

con los príncipes, quienes, en esta lucha, hubieran tenido querecurrir a su vez a la burguesía de las ciudades. Sin duda alguna, en semejante situación de lucha, les hubiera interesado

a los príncipes que se desarrollase una clase burguesa unitaria. Pero los elementos burgu eses no fueron nu nca incitadosa unirse en una clase, porque no existía conflicto ente la no

 ble za y el poder central, merced al cual pudie ran haber sacado partido de la lucha, inclinándose.a un lado o a otro.

Es característico, en iodos los casos positivos de este tipo,el que 1« unidad, aunque nacida de la lucha y para los finesde ésta, continúa después de terminada la lucha y hace florecer otros intereses y energías so cializan tes, que ya nada tienen que ver con el fin guerrero. Lo que propiamente hace enestos casos la lucha, es poner en movimiento las relaciones deunidad que existen en estado latente. Es m ás b ien la causaocasional de unificaciones interiormente deseadas, que su fin.S in duda, dentro del interés co lectivo de la luch a, h ay diferencia, según que la unificac ión pa ra fines de luc ha se refiera

al ataque y a la defensa o solamente a la defensa. Esto últimoes probablemente el caso en la mayor parte de las coalicionesde grupos ya existentes, sobre todo cuand o se trata de m uchos grupos o de grupos muy diversos. El fin defensivo es elmínimum colectivo, porque para cada grupo y para cada individuo, es exigencia indispensable del instinto de conservación. Cuanto más y más variados sean los elementos ligados,tanto menor será, evidentemente, el número de intereses en

que coinciden. En los casos extremos, esta coincidencia se reducirá al instinto más primitivo, que es el de la defensa de laexistencia. Así, por ejemplo, respondiendo a los temores delos patronos de que un día pudieran hacer causa común todos los sindicatos ingleses, uno de sus más incondicionalesadeptos ba declarado: aunq ue llegase esa u nió n, sólo podríaser para fines defensivos.

De los casos en que los efectos unificantes de la lucha vanmás allá del fin inmediato (lo que puede también ocurrir con

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338 Socio

píamen te dichas, puede poner a contribución todas las egías de los elementos. En este caso se forma una unidad to

Pero una vez conseguido el fin o fracasado el intento, las ptes tornan a su existencia separada. A s i ocurrió, v. gr., elos griegos, un a vez que hu bo desaparecido el peligro peE n el otro tipo, la unida d es m enos completa, pero tam bmenos pasajera. La agrupación se hace en torno a un finlucha, que es singular, no tanto en razón del tiempo como contenido, y permite así que las demás actividades de los

mentos coaligados no entren en contacto. Así, en Inglateexiste desde 1873  una  Fcderatio n o f A ssociated E m p lo y er

 Labour,  fundada para combatir la influencia de las Tr

Umons.  Y algun os años después se constituyó en los EstaUnidos una federación de patronos, que sin tener en cuelas diversas ramas industriales, sirve para defender en conjto al elemento patronal contra las huelgas de los trabajado

Como es natural, apareee más acentuado el carácter ambos tipos, cuando los elementos de la unidad combatieson entre sí, no sólo indiferentes, sino hostiles en otros perdos o.en otros respectos. El poder unificador de la lucha, salta particularmente cuando produce una asociación temral o real en circunstancias de competencia o animosidad. oposición entre el antagonismo anterior y la momentánalianza para la lucha, puede acentuarse en determinadas ccunstancias hasta el punto de que, para las partes, justamesu enemistad absoluta sea la causa de su coalición. En el plamento inglés, la oposición ha surgido algunas veces, porqlos ultra-radicales del partido ministerial, no sintiéndose tisfechos por la actuación del Gobierno, se unían con los

 versarios declarados del partido gobernante, en com ún animsidad contra el ministerio. A s í contra R ob erto W alp ole

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^1¿ a Jucha 339

cómo el adversario común une a bandos enemigos, que coinciden en creer que aquel está demasiado del otro lado. Por lodemás, no es más que el ejemplo más puro de aquella experiencia vulgar, según la cual, n i las más enconadas en em istades impiden la unión, siempre que ésta vaya contra un adversario común. Esto acontece especialmente cuando las dos partes coa ligadas, o u n a de ellas al m enos, persigue finalida desmuy concretas e inmediatas, para cuya consecución no necesita más que eliminar a un determinado adversario. En la historia de los hugonotes franceses hasta Richelíeu, puede obser varse que basta que un partid o se declare h ostil a E spaña, o a

Inglaterra, o a Saboya, o a Holanda, para que el otro se adhiera inmediatamente a esta potencia extranjera, sin preocuparse de si está o no en armonía con sus tendencias positivas.Pero estos partidos franceses tenían ante sí finalidades perfectamente determinadas y asequibles; no necesitaban para obtene rlas más que espacio, esto es, verse libres de l, adversario.Por eso estaban dispuestas a aliarse con cualquier enemigo desu adversario, bastándoles que éste tuviera el propósito de

mantenerse indiferente respecto al resto de su relación con él.C ua n to m ás ne gativa o destructora es u na enem istad, tantomás fácilmente lleg a u na (le las partes a un a alia n za con otroselementos, con los cuales no existe ningún otro motivo decomunidad.

Finalmente, el grado inferior de esta escala, la forma menos aguda, está constituida por las asociaciones basadas enuna igualdad de sentimientos. Los aliados saben que existeentre ellos cierta comunidad, porque tienen todos una mismaaversión o un interés semejante frente a un tercero, sin queesta comunidad lleve necesariamente a una acción conjuntade lucha. También aquí hay que distinguir dos tipos. La granindustria, al colocar masas de trabajadores frente a pocos patronos, no sólo ha producido asociaciones eficaces de obrerosen lucha por obtener mejoras en las condiciones del trabajo,

sino que ha fomentado también el sentimiento general de queentre todos los asalariados existe cierta comunidad porque

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to, no puede convertirse en realidad práctica: es y seguirásiendo el sentimiento de una comunidad abstracta, producidapor la hostilidad común frente a un enemigo abstracto.

Mientras en este caso el sentimiento de unidad es abstracto pero duradero, en el segundo es concreto pero pasajeroOcurre esto, v. gr., cuando personas que, siéndose por jo demás extrañas, pertenecen a la misma esfera elevada de educación y sensibilidad, se encuentran en algún círculo social (enun ferrocarril, por ejemplo) junto a otras personas de maneras groseras y vulgares. Sin que llegue a producirse acto concreto alguno, sin que sea necesario cambiar una palabra ouna mirada, aquellos se sienten, como un partido, reunidospor la aversión común a la plebeyez agresiva— para su sentia l meno s— de los otros. C o n su carácter extremadamente sensitivo y delicado, que no exc luye la claridad del fenóm eno , estespecie de unificación representa el ríltimo grado, en que elementos enteramente extraños se sienten unidos por comunidad de antagonismo.

S i la fue rza sintética de la Hostilidad com ún se mide nopor el núm ero de intereses coincidentes, sino por la duracióne intensidad de la asociación, será particularmente favorableel caso de que, en vez de una lueba actual, sea causa de launión la amenaza persistente de un enemigo. Se ba hechonotar con respecto a la Liga aquea, en su primera época, hacia270, que Acaya se encontraba rodeada de enemigos, los cuale

de momento estaban muy ocupados para pensar en atacarlaeste período de peligro que de continuo amagaba sin descargarfué altamente favorable para fortalecer el sentimiento de asociación. E s este un caso partic ula r de un tipo m uy curioso: cierta distancia  entre los elementos que ban de asociarse, de unaparte, y el punto e interés que les asocia de otra parte, es unasituación particularmente favorable para la coalición, espe

cialmente si se trata de círculos extensos. Esto se aplica a lasrelaciones religiosas. Comparado con las divinidades de tribu

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En el mismo sencido puede interpretarse el hecho ele queel vestido señale siempre la comunidad de determinadas capassociales. Y con frecuencia parece cum plir mejor esta fu nc ión

social cuando viene de fuera. Ve stirse a la moda de P ar ís en gendra en otros países estrecha y exc lusiva com unida d, de cierta capa social. Y a el profeta habla de los elegantes que usan

 vestidos extranjeros. Los m uy diversos significados que encierra ei símbolo del «alejamiento», tienen varias afinidades psicológicas. Así, por ejemplo, una representación cuyo objetoaparece como de algú n modo «alejado», parece obrar más im

personalmente. La reacción individual que sigue ala proximidad y contacto inmediatos, es entonces menos acentuada; tieneun carácter menos inm ediatamente su bjetivo, y por lo tantopuede ser la m isma para u n gran núm ero de personas. A s ícomo el concepto gen eral, al abarcar una pluralidad de seresindividuales, es tanto más abstracto, es decir, más alejado decada uno de ellos cuanto más numerosos y diferentes son, así

también un elemento de unión social, que esté muy distanciado en el espacio, como en sentido translaticio, de los elementosque han de asociarse, parece ejercer acciones específicamenteunificadoras y comprensivas. La unificación debida a un peligro más bien crónico que agudo, a una lucha latente, pero norealizada, será muy eficaz, tratándose de unir duraderamentea elementos de algú n modo disociados. A s í ocurría con la Liga

aquea de que ya he hecho mención. A s í dice Mo ntesquieu ,que mientras la gloria y seguridad de la monarquía están enel sosiego y la confian za, una república necesita temer a a lguien. Evidentemente, lo que quiere decir es que la monarquía, como tal, cuida de mantener unidos a los elementos quepueden ser antagónicos; pero si estos no tienen sobre sí a nadie que pueda obligarles a formar unidad, sino que poseenuna relativa soberanía, se disociarán fácilmente, a no ser queun peligro por todos compartido, les mantenga unidos; y un

La lucha 341

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342 Sociologí

ración el mayor número posible de elementos, que se mantienen apartados y que por sí mismos no hubieran intervenidoen la empresa. En las acciones pacíficas, el reclutamiento sue

le limitarse a los próximos; pero los «aliados»— palabra delenguaje corriente que, siendo en si misma indiferente, ha adquirido ya un m atiz guerrero— se reclutan a m enudo entre elementos que casi no tienen afinidad. Esto es debido, en primerlugar, a que la guerra, y no sólo la política, es a menudo unestado de inminente urgencia, en el cual no se puede ser muyexigente para el reclutamiento de auxiliares; en segundo lugar

a que el objetivo de la acción, estando fuera o en la periferiade los intereses aliados, éstos, una vez terminada la luchapueden reponerse a la misma distancia que antes; en tercer lugar, a que la ganancia obtenida por la guerra, si es más peligrosa, es, en cambio, en caso favorable, particularmente rápida y pro du ctiva, por lo cual ejerce sobre ciertos temperam entoun a atracción fo rm al, que las acciones pacíficas sólo ejercen

merced a su contenido particular; en cuarto lugar, a que laluch a relega a segundo término lo propiamente personal d élo scombatientes, permitiendo así que entren en la coalición elem entos m uy heterogéneos. Finalm ente, se añade a los an teriores motivos el de que las enemistades se provocan fácilmenteC u a n d o u n grup o parte en guerra con tra otro, resurgen todolos posibles motivos de enemistades latentes o ya semiolvidadas, de sus individuos contra los del otro grupo. De la mismamanera, la guerra entre dos grupos suele despertar en un tercero, contra uno tic ellos, viejas malquerencias y resentimientos que, sin eso, no hubieran estallado; ahora que el otro Haabierto el camino, esos rencores, reavivados, incitan a adherirse a él. En este mismo sentido, particularmente en épocas primitivas, las relaciones entre pueblos, como totalidades, eranpuramente guerreras; los demás tratos, los derivados del co

mercio, la hospitalidad, el connubium,  eran meras relacione

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La ludia 343

Cuando una evolución histórica se realiza en constante alterna tiva rítm ica de dos períodos, que tienen ig u al imp ortan cia

uno que otro y que sólo por su relación y oposición adquieren su propio sentido, la imagen unitaria que de este procesonos formamos reproduce raras veces el equilibrio objetivo y el constante nivel sobre el cual se suceden uno a otro loselementos. Casi inevitablemente prestamos a esta alternativauna especie de acento tcleológico, de manera que uno de loselementos nos aparece como el punto de partida, como lo ob jetiv am ente prim ario , del que surge el otro, m ientras que elretorno de este al anterior se nos antoja un retroceso. Supongamos que el proceso cósmico consista en un eterno sucedersede dos estados, la homogeneidad cualitativa de materias unidas y la diferenciación de estas materias. Pues bien, aunqueestuviéramos seguros de que siempre lo uno sale de lo otro yluego a su vez lo otro de lo uno, sin embargo, dado el funcionam iento de nuestras categorías conceptuales, consideraríamos

como el primero el estado de indiferenciación, es decir, quenuestra necesidad de explicación tiende más bien a deducir lapluralidad de la unidad que nó la unidad de la pluralidad,aunque objetivamente acaso fuera lo más exacto no considerar ninguna de ellas como la primera, aceptando un ritmo infinito, que no nos permite hacer alto en ninguno de los estados alcanzados, sino que nos exige deducirlo de otro preceden

te y opuesto.E sto mismo sucede con los principios de la quietud y el

movimiento. Aunque tanto en conjunto como en las seríesparticulares se suceden indefinidamente uno a otro, solemosconsiderar el estado de quietud como el originario o definiti vo, que, por decirlo así, no requiere deducción alg una. C u a n do consideramos una pareja de períodos, siempre nos parece

que uno de ellos es el que explica al otro, y únicamente cuando los hemos colocado en esta relación, creemos comprender el

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344 Sociolo»;:

gún las formas del dominio y la servidumbre, de la preparación y el cum plim iento, del medio y el fin.

esto acontece con la lucha y la paz. Así en la sucesióncomo en la co existencia de la vida so cial, am bos estados sofrecen tan confundidos que, en toda paz se están elaborandolas condiciones para la guerra futura y en toda guerra las dela paz siguiente. S i perseguim os bacía atrás la s series de levolución social, vemos que no cabe hacer alto en nin gú n pu nto, pues en la realidad histórica amhos estados se refierensiempre uno a otro. Y , sin em bargo, dentro de esa serie, sentimos una diferencia entre sus eslabones; la guerra se nos aparece como lo prov isiona l, cuyo fin reside en la paz y sus contenidos. Mientras el ritmo de estos elementos, consideradoobjetivamente, sigue un mismo nivel, con un mismo valornuestro sentimiento vaiorativo los convierte, en cambio, enperíodos jámbicos, en los cuales la guerra es tesis y la paz arsis. A s í en la m ás antigua constitución de R om a, el rey tenía

que solicitar el consentimiento de los ciudadanos para emprender una guerra, y no lo necesitaba en cambio—se suponíadado desde luego -para concertar la paz.

 Y a esto indica que el paso de la guerra a la paz plantea unproblema más esencial que el paso inverso. Propiamente esteúltim o no necesita meditación especial, pues las situacion es enel seno  de la paz, de donde sale la guerra abierta, son ya gue

rra en forma difusa, imperceptible y latente. Si, por ejemplola prosperidad económica de los Estados del Sur, comparadacon los del Norte, antes de la guerra de secesión norteamerica n a— prosperidad que aqu ellos deb ían a la esclavitud -fue efundamento de esta guerra, esta situación, mientras no produ jo antagon ism o, se ha llaba allende la guerra y la paz; setrataba de puras situaciones inmanentes de cada territorio

Pero en el momento de surgir el matiz guerrero, éste aparececomo la acumulación de antagonismos varios animosidades

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L.» lucha 345

más clara o intensa. E n el caso inverso, las cosas sucedenmuy <le otra manera. La paz no surge tan. inmediatamente dela guerra. L a term inación de la lucha es un acto especial que

no pertenece ni a una ni a otra categoría; de la misma maneraque un puente es distinto de las dos orillas que une. Por esola sociología de la lucha exige., al menos como apéndice, unan álisis de las form as en que termin a la lucha. E sta s formasnos ofrecen algunos tipos de acción recíproca, que no se obser van en ninguna o ira circunstancia .

N o hay , sin duda, alm a nin gu na que no sienta tanto el

encanto formal de la lucha como el de la paz. Y   justamenteporque los dos se dan siempre en cierta medida, surge por encima de ellos el nuevo encanto del paso de uno a otro. Cadaindividualidad se distingue según que su temperamento favorezca uno u otro ritmo de esta sucesión, según el elementoque sienta como primario o como secundario, según que loprovoque por propia iniciativa o aguarde la decisión del des

tino. E l primer m otivo de la terminación de la lu ch a— el deseo de paz—, es, pues, más rico en contenido que el mero cansancio; es aquel ritmo que nos hace desear la paz como unestado concreto, que no significa meramente la cesación de lalucha. Pero este ritmo no ha de ser entendido de un modo puramen te mecánico. Se ha dicho que muchas relacion es ín timas, como el am or y la am istad, necesitan disgustos ocasionales, para darse cuenta de toda su dicha por contraste con la

escisión sufrida, 0 para interrumpir con un alejamiento loestrecho de la relación, que tiene indudablemente para el individuo algo de forzado y oprimeníe. Pero no son, sin duda,las relaciones más hondas las que necesitan de semejante turno. M ás bien es éste necesario a la s na turaleza s toscas, queapetecen los encantos groseros de la diferencia, y cuya vida*Consagrada al momento, favorece el salto en el contraste. Es

éste el tipo descrito en el dicho alemán: «la chusma se golpeaili l ti b l di di t

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346 Sociologia

 A h o ra bien, entre lo s m otiv os indirectos que form an eldeseo de paz (que deben distinguirse de aquél), figuran de unaparte el agotamiento de las fuerzas, que, por sí solo, puede en

gendrar el deseo de paz junto al placer de la lucha, y de otraparte la desviación del interés de la lucha hacia un objeto superior. Esto último engendra diversidad de hipocresías morales y de propios engaños; sedjee o se cree haber enterrado elarm a guerrera por el interés ideal de la p a z,cu a n d o , en realidad, lo único ocurrido es que el objeto de la pugna ha perdido su interés y se desea conservar las energías para aplicarlas

en otra dirección.En las relaciones hondamente arraigadas, el término de lalucha sobreviene porque la corriente fund am ental sale de nu e

 vo a la superficie y elim ina las contrarías. E n cambio, surgenmatices nuevos cuando es la desaparición del objeto de la luchala que pone fin a la hostilidad. Todo conflicto que no sea dena tur alez a absolutam ente imp ersonal, tiene a su servicio todaslas fuerzas disponibles del individuo y obra como un centro decrista lizació n, en derredor del cu al se ordenan aqu ellas a m a yor o m enor d istancia— repitiendo in terio rm ente la relaciónentre las fuerzas de choque y las auxiliares—; y merced a ello,la personalidad entera, cuando lucha, adquiere una estructurapeculiar. Cuando el conflicto termina de una de las manerascorrientes— por victoria y derrota, por reconciliación, por avenencia-—, esta estructura se transforma en la propia del esta

do de paz; el punto central comunica a las demás energías latransformación ocurrida en él, al pasar de la excitación a lacaima. Pero en vez de este proceso orgánico, infinitamente variable, que apaga interiormente el movimiento de la lucha,prodúcese a menudo, cuando el objeto de la lucha desaparecede pronto, otro proceso completamente irracional y turbulento, por virtud del cual el movimiento del combate continúa,

por decirlo así, en el vacío. Acontece esto, particularmente,porque el sentimiento es más conservador que la inteligencia,

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desenvolviéndose y desahogándose naturalmente, y sin saberadonde dirigirse. Tienen que buscar entonces alimento en sí

mismos o asirse a un substitutivo absurdo. Por consiguiente,si mientras se está desarrollando la lucha, la casualidad o unpoder superior la privan de su ob jetivo— una r ivalidad en queel objeto discutido se decide por un tercero, una contienda porcierto botín del que entre tanto se apodera otro', o una contro versia teórica que de pronto es resuelta por u n a in teligenciasuperior de modo que las dos afirm aciones con trarias resu l

tan equivocadas — , sucede con frecuencia que con tinú a uncombate en el aire, una estéril inculpación mutua, una reno vació n de diferencias antiguas, enterradas desde hacía tiempo.Esta es la estela que aún queda de los movimientos hostiles yque, antes de aquietarse, necesita desahogarse de un modo, entales circunstancias, por fuerza insensato y tumultuoso. Elcaso más característico se da qu izá cu ando am bos par tidos reconocen que el objeto de la pugna era ilu sorio o no va lía lapena. E ntonces, la vergü enza del error lleva a m enudo a prolongar por bastante tiempo la lucha, haciendo un gasto deenergías infundado y trabajoso, pero con tanta mayor irritación contra el adversaxio que nos obliga a este quijotismo.

E l modo m ás sencillo y radical de pasar de la luch a a lapaz es la v ictoria-- m an ifestación peculiarísima de la vid a— ,que se presenta, sin duda, en incontables formas y medidas,

pero que no tiene semejanza alguna coh los demás fenómenos,que, con otros nombres, pueden ofrecerse en la vida humana.De entre las muchas ciases de victoria, que prestan un colorido particular a la paz subsiguiente, sólo mencionaré aquellaque no se consigue exclusivamente por el predominio de unade las partes, sino, al menos parcialmente, por renuncia de laotra. Esta resignación, este declararse vencido, este inclinarse

ante la victoria del otro, sin haber agotado todas las fuerzas yibilid d d i i f ó i l P d

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S o c i o l o g í a

lución impulsa también el sentimiento de que es más distinguido entregarse que aferrarse hasta el último extremo a la

inverosímil posibilidad de una mudanza del destino. Desdeñar esta p osibilidad y evitar a este precio que el adversarionos demuestre nuestra derrota inevitable, tiene algo del estilonoble y grande de los hombres conscientes no sólo de su fuerza, sino tam bién de su deb ilidad, sin n ecesidad de p alparla.Finalmente, el declararse vencido es como una última demostración de poder. A l m enos el ven cido ha podido hacer esteúltimo acto positivo, y ha otorgado algo al vencedor. Por esoen los conflictos personales, puede observarse a veces que larenuncia de un a de las partes, antes de que la otra h ay a triun fado plenamente, es sentida por el vencedor como una especiede ofensa. O vencedor experim enta u n desasosiego, como si élfuera propiamente el más débil, habiendo el otro cedido porCualquier razón, sin ser ello realmente necesario (l).

 A la term in ación de la lu ch a por victoria, oponese su aca

 bam iento por avenencia . U n o de los criterio s característicospara la clasificación de las luchas, es si, por su naturaleza, sono no susceptibles de avenencia. Esto no se decide exclusivamente planteando la cuestión de si el premio de la lucha estáconstituido por una unidad indivisible o puede ser divididoentre las partes. Frente a ciertos objetos, no puede hablarsede avenencia por repartición: entre rivales, que se disputan los

favores de una mujer, entre los que pretenden uno y el m ism oobjeto indivisible y puesto a la venta, en las luchas originadas por el odio o la ven gan za. Sin embargo, son susceptiblesde avenencia las luchas por objetos indivisibles, cuando estos

( 0 Pertenece esto a aquella esfera Je relaciones, en don de aproxim orse es im por

tuno. ll a v cortesíaa que con stituyen ofens a. regalos que hu m illan, com pasiones que

enojan o so n én ta n los sufrimientos de lo víctima, beneficios que determinan una gra

titud forrada o rrcon un trato más intolerable que la privación que suprimen. Seme

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La lucha 349

son susceptibles de represen tación; entonces, aunq ue el premio propiamente dicho es atribuido a uno solo, éste indemni

za al otro por su condescendencia, con algún valor. Como esnatural, el que los bienes sean fungióles, en este sentido, nodepende de que haya entre ellos ninguna igualdad objetiva de valor, sino de que las partes estén dispuestas a term inar lalucha por cesión e indemnización. Esta posibilidad se mueveentre dos casos extremos: el de la tozu dez m áxim a que rechaza la indemnización más abundante y racional, sólo por proceder de la otra parte, y el caso en que un a parte va pr im era

mente atraída tan sólo por la individualidad del premio, perolo aba nd on a volu nta riam en te por un objeto, cuya capacidad,para sus tituir al prim ero, resulta a m enudo incom prensible.

La avenencia, particularmente la producida por la íungi- bilidad, aunque es para nosotros una técnica de vida cotidiana y natura l, con stituye uno de los m ayores inven tos de lahumanidad. El impulso del hombre primitivo como del niño,

es pretender, sin más, todo objeto que le agrada, aunque seencuentre ya en posesión ajena. E l robo— junto con el regalo — es la form a m ás sencilla del cambio de posesión. P o r eso,en organizaciones primitivas, la enajenación de la propiedadraras veces se verifica sin lucha. Darse cuenta de que esto pite-de evitarse , ofreciendo al poseedor del objeto co diciado otro quenos pertenece, haciendo así menor el gasto y esfuerzo totales

en la lucha, es el principio de toda economía cultivada, detodo superior comercio. Todo trueque de cosas es una avenencia; y, justamente lo que constituye la pobreza de las cosas frente a lo puramente espiritual, es que el cambio de cosasrepresenta siempre alguna pérdida y renuncia, mientras que elamor y todos los dones del espíritu pueden cambiarse sin queel enriqu ecim iento de un lado signifique el em pobrecimiento de otro. D e ciertos estados sociales se refiere que el robo

 y la lucha por el botín era estim ada como cosa de caballeros,

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350 Soc

a la que sólo la lucha corresponde, sino el va lor del obpor ambos interesados reconocido, valor que, merced

transmutación subjetiva, puede representarse por diveotros objetos. La renuncia al objeto valorado, por recibiOtra forma la cantidad de valor encerrada en él, es, pese sencillez, \tn medio realm ente m ara villoso para resolverlucha la oposición de intereses; y, seguramente, ba necesiuna larga evolución histórica, porque, el hecho de distinpsicológicamente entre el sentimiento general del valor

objeto individual, que primeramente se hallaba fundidoél, presupone la facultad de elevarse sobre la apetencia indiata. La avenencia, merced a la substitución (el cambio ecaso particular), representa en principio la posibilidad, que sólo parcialmente realizada, de evitar la lucha o pontérmino antes de decidirla por la simple tuerza.

Frente a l carácter ob jetivo, que tiene la term inación de lcha por avenencia, la reconciliación constituye un modo pmente subjetivo. N o me refiero a la reco nciliación que se duce a consecuencia de la av enencia o de cualquier otra m inació n de la lucha, sino a la causa de ésta última. E l dde reconciliación es un sentimiento primario que, prescinddo de toda razón objetiva, quiere terminar la contienda; d

m ism a m anera que el placer de lucha r la sostiene, tambiénmotivo objetivo. En. los incontables casos en que la luchamina de otro modo que por la consecuencia inexorable dproporción de poder entre los contendientes, interviene deguro esta tendencia elemental e irracional a la reconciliacLa cual es algo completamente distinto de la debilidad o bdad, de la moral social o am or al prójimo. N i siquiera c

cide en el espíritu de paz. Pues éste evita de antemano lah b t l l i i

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de irracional, algo que parece desmentir lo que hace poco seera todavía.

Este misterioso ritmo del alma, por virtud del cual los sentimientos de este tipo están condicionados justamente por losque Ies contradicen, aparece acaso con máxima claridad en e!perdón. E l perdón es sin du da el único m ovim iento sentim ental que suponemos sometido absolutamente a la voluntad, yaque, si no, no tend ría sentido pedir perdón. U n a solicitudsólo puede movemos a algo de que la voluntad disponga. Eltratar bien al enemigo vencido, el renunciar a tomar venganza del ofensor, son cosas que visiblemente dependen de la vo

luntad y, por tanto, pueden ser objeto de una petición A h o ra bien, el  perdonar,  esto es, que el «sentimiento» del antagonismo, del odio, de la escisión, sea sustituido por otro «sentimiento», parece no depender de la mera resolución, pues queen general no puede nadie disponer de sus sentimientos. Peroen realidad, las cosas ocurren de otro modo, y sólo hay muypocos casos en que no podamos perdonar, a pesar de desearlode todas veras. Hállase en el perdón, cuando se le analiza

hasta su raíz, algo que racionalmente no se comprende bien; y de este carácter partic ip a tam bién en cierta medida la reconciliación, por lo cual am bos fenóm enos sociológicos juegan unpapel importante en la mística religiosa, cosa que pueden hacer, porque, considerados sociológicamente, contienen un elemento místico religioso.

La relación «reconciliada», en su diferencia con la que noha sufrido nunca ruptura, ofrece u n problema particular. N onos referimos aquí a las relaciones antes mencionadas, cuyoritmo interior oscila entre la escisión y la reconciliación, sinoa las que han sufrido un a verdadera ruptura y han vuelto después a restablecerse como sobre nueva base. Pocos rasgos caracterizarán tan bien u na relación como el h echo de que eneste caso haya acrecido o disminuido su intensidad. Por lomenos, esta es la altern ativa que se plantea a las na tura lezas

hondas y sensibles. Cuando una relación, que ha sufrido unaruptura radical se restablece como si no hubiera pasado nada

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Socio!,:.

escisión no pueda remediarse más, por ¿rancie que sea la voluntad de las partes: para ello no es necesario que haya quedado resto alguno del objeto de la contienda, ni írreconcilía

 bilidad alg una; basta el mero hecho de que h aya hahid o ruptura. En relaciones íntimas, que han llegado una vez a laruptura exterior, contribuye frecuentemente a este resultado e

 ver que las partes pueden pasarse una sin otra y que, a pesade todo, la vida continúa, aunque acaso no sea muy risueñaEsto no sólo disminuye el valor de la relación, sino que, una

 vez restablecid a la unid ad, el individ uo se lo echa en cara fá

cilmente como una especie de traición o infidelidad, que ya nopuede remediarse, o intercala en la relación renovada un desánimo y desconfianza hacia sus propios sentimientos.

En esto nos engañamos sin duda con frecuencia. La íaci-idad sorprendente con que a veces se soporta la ruptura de unrelación íntima, proviene de la larga excitación producida p0~la catástrofe. Esta ha despertado en nosotros todas las ener

gías posibles, y su vibración nos ayuda y sostiene durante algún tiempo. Pero así como la muerte de una persona queridno despliega todo su horror en las primeras horas, porque únicamente el tiem po va haciendo desfilar todas las situac iones eque figuraba como elemento, dejándonos en todas esas situaciones como privados de un m iemb ro— cosa que en los prim eros momentos no podíam os sen tir— , así también un a relaciónque nos es cara, no se deshace, por decirlo así, en los primeromomentos de la separación, estando nuestra imaginación ocupada con los motivos de la ruptura, sino que la pérdida experimentada va horadando nuestra alma caso iras caso, y poeso, a menudo nuestro sentimiento no se percata de ella completamente hasta después Je bastante tiempo, habiéndola suportado en los primeros momentos con cierta ecuanimidadTambién por ese motivo la reconciliación de algunas relacio

nes es tanto m ás profund a y ap asionad a cuan do la ruptur

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iletrado por la tendencia a la reconciliación, sino en sus estados declarados o al m enos conscientes. A s í como n o debeaprenderse demasiado aprisa, si lo aprendido ha de quedar ennosotros, tampoco debe olvidarse demasiado aprisa, para queel olvido adquiera toda su importancia sociológica.

P o r el contrario, el k cck o de que la relación reconciliadasupere en intensidad a la que no ka sido nunca rota, tiene varias causas. L o princ ipal es que, gracias a la reconciliación,surge un fondo en el cual destacan más conscientes y con ma yor cla ridad todos los valores de la unión y todos los elemen

tos que contribuyen a mantenerla. A esto se agrega la discreción que elude m encionar lo pa

sado e introduce en la relación cierta delicadeza y au n un anu eva com unidad inexpresada. Pu es evita re n común el toquede ciertos puntos demasiado sensibles, puede engendrar tantaintimidad y mutua inteligencia, como el desembarazo con queconvertimos en materia de positiva comunidad todo objeto de

la vida interior individual. Finalmente, la intensidad del deseo de mantener a salvo de toda sombra la relación renovada,no procede tan sólo del dolor experimentado durante la ruptura, sino de la convicción de que la segunda ruptura no podría curarse como la primera. Pues esta curación, en casos incontables, al menos entre personas sensibles, transformaría larelación en una caricatura. Sin duda, en la relación más hondamente arraigada puede llegarse a una ruptura trágica y auna reconciliación. Pero este es uno <lc aquellos acontecimientos que sólo una vez pueden suceder y cuya repetición les quita todo decoro y seriedad. Pues una vez que ka sobrevenido laprimera repetición, nada se opone a la segunda y tercera, conlo cual la conmoción experimentada se trueca en banal y degenera en juego frívolo. Acaso el sentimiento de que otra ruptura sería definitiva—sentimiento para el cual antes de la pri

mera apenas si hay analogía—sea para naturalezas delicadas

La lucha 353

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354 S o c i o lo g í

tremo negativo, la irreconciliabilídad. Como la reconciliaciónpuede ser ésta también un estado formal del alma, que, aun

que necesite para actualizarse una situación exterior, se produce de un modo espontáneo, y no como consecuencia de otrasemociones intermedias. Ambas tendencias figuran entre loselem entos fundam entales opuestos, cuya m ezcla determina todas las relaciones que tienen lugar entre los hombres. Se oyea veces decir que el que no pu dier a olvidar, tampoco podríaperdonar, y, por tanto, reconciliarse plenamente. Esto, empero, traería como consecuencia la más terrible irreconcilia-

 bilidad, pues baria depender la reconcil iación de que todo loque daba motivo a la actitud contraría desapareciese de laconciencia. A de m ás, como todos los fenóm eno s en que inter viene el olvido, se encontraría en peligro constante de reavi- vación. S i este dicho ha de tener un sentido, debe, pues, entenderse a la inversa: cuando existe la tendencia a la reconciliación. como hecho primario, será la causa de que la escisión

 y el dolo r que uno ha producido al otro, no vuelv an a presentarse a la conciencia. D e acuerdo con esto, la irreconc iliaciónpropiamente dicha, no consiste en que la conciencia pase poralto el conflicto pretérito, lo que es m ás bien un a consecuencia-La irreconciliación significa que el alma ba suirido en laluch a un a m odificación que ya no puede remediarse. N o escomparable a una herida cicatrizada, sino a la pérdida de unmiembro.

É sta es la más trágica irreconciliación. N o hace falta quequede en el alma rencor, ni reserva o callada obstinación, ponien do un a barr era entre un o y otro. 1.0 ocurrido es que elconflicto ha matado en el alma algo que no puede revivir aunque quiera. En este punto resalta claramente la impotencia dela voluntad contra la naturaleza efectiva del hombre, constituyendo un contraste psicológico radical con el tipo antes

mencionado del perdón. Mientras ésta es la forma de irreconciliación en temperamen tos m uy un itarios y no conm oví bles

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La lucha 335

recuerdos y resignaciones no actúan en form a de resta, sinoque están inclusos, como elementos orgánicos, en la im agentotal del otro, al que amamos con todo ese pasivo en el balan

ce de nuestra relación total, del mismo modo que amamos auna persona, a pesar de todos sus defectos, que desearíamosdesapareciesen, pero que acompañan a nuestra idea de esapersona. L a am argura de la Jucha, los puntos en que la personalidad del otro ba fallado, los aspectos que traen a la relación una renuncia permanente o una irritación de continuorenovada, todo eso queda inolvidado y propiamente irrecon-

ciliado. Pero está, por decirlo así, localizado, recogido comou n factor en la relación total, cu ya intensidad central puedeno sufrir por ello.

Es evidente que estas dos manifestaciones de irreconcilia-ción, claramente distintas de las que ordinariamente se designan con tal nombre, encierran también toda la escala de éstas. La una deja que el resultado del conflicto, desprendido de

todos sus contenidos, ocupe el centro del alm a y transform een su raíz la personalidad entera por lo que al otro se refiere. En la otra, por el contrario, e! legado psicológico de la lucha resulta como aislado; no es sino un elemento singular quepuede ser recogido en la imagen del otro, para ser comprendido dentro de la relación total que se mantiene con él. Entreaquel caso más grave y éste más leve de irreconciliación, seencuentran, indudablemente, todos los grados en que la irreconciliación pone la paz a la sombra de la guerra.

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Capítulo 5

£ L S E C R E T O Y L A S O C I E D A D S E C R E T A  

T

o d a s   las relaciones de los hombres entre sí, descansan,naturalm ente, en que saben algo unos de otros. E l co

merciante sabe  que su proveedor quiere comprar barato y vender caro; el maestro sabe  que puede suponer en el discípulocierta cantidad y calidad de conocimientos; dentro de cadacapa social el individuo sabe  que cantidad de cultura aproximada cabe suponer en los demás. Indudablemente, de no existir tal saber, no podrían verificarse las relaciones de hombre ahombre aquí referidas. La intensidad y matiz de las relaciones personales d iferenciad as— con reservas que fác ilm en te se

comprenden— , es proporcional al grado en que cada parte serevela a la otra por palabras y actos. N o impo rta la cantidadde error y mero prejuicio que p ueda hab er en estos m uchosconocimientos. De la misma manera que nuestro conocimiento de la natu raleza, comp arado con los errores e insu ficiencias, contiene la p orción de verdad necesaria para l a vid a yprogreso de nuestra especie, así cada cual sabe de aquellos conquienes tiene que habérselas, lo necesario para que sean posi

 bles relación y trato . E l saber con quien se trata es la prim era

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358 Sociologi

to de aquel conocimiento mutuo, que constituye la condicióna  priori   de toda relación.

 A la conciencia se le oculta esto a m enudo, porque en m u

ellísimas relaciones sólo Lace falta que se den recíprocamentelas tendencias y cualidades típicas, las que, por su necesidadsólo suelen notarse cuando faltan. Valdría la pena de emprender una investigación especial, para averiguar qué clase ygrado de conocimiento mutuo requieren las distintas relaciones que tienen lugar entre los hombres; cómo se entretejen lossupuestos psicológicos generales, con los cuales nos abo rda

mos unos a otros, con las experiencias particulares Lechas so bre el in d iv id u o frente a l cual nos encontram os; cómo en a lgunas esferas el conocimiento mutuo no necesita ser igual porambas partes; cómo ciertas relaciones, ya establecidas, se determinan en su evolución por el creciente conocimiento deuno por otro o de los dos por los dos; y, finalmente, al contrario, cómo nuestra imagen objetiva del otro es influenciada

por las relaciones de la práctica y de la sensibilidad. Esto último no La de entenderse sólo en el sentido de la falsificaciónsino que, de un modo perfectamente legítimo, la representación teórica de un individuo determinado es distinta según epunto de vista desde el cual es considerado, punto de vista quedepende de la relación total en que se halla el que conoce conel conocido. Nunca se  puede conocer a otro en ab solu to— lo

que supondría el conocimiento de cada uno de sus pensamientos y sen tim ientos— ; no obstante lo cual, con los fragmentosque observamos, formamos una unidad personal, que, por lotanto, depende de la parte que nuestro particular punto de

 vísta nos perm ita ver.Pero estas diferencias no dimanan solamente de las dife

rencias de cantidad en el conocimiento. Ningún conocimientopsicológico es una reproducción de su objeto. Como el de lanaturaleza exterior, el conocimiento psicológico depende de

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3í»0 Sociología

singulares lim itaciones y desviaciones. N o puede, natu ralm ente, aceptarse en principio que «sólo el error sea vida, y el sa

 ber, muerte»; pues un ser sum ido constantem ente en errores,obraría siempre de un modo inadecuado y, por consiguiente,perecería. Pero teniendo en cuenta lo casual y deficiente denuestra adaptación a nuestras condiciones de vida, no hayduda de que no sólo adquirimos la verdad necesaria paranuestra conducta práctica, sino que también conservamos lanecesaria igno rancia y em bolsamos el error necesario. Y estoacontece, desde las grandes ideas que transforman la vida de

la humanidad y que no se presentan o permanecen desatendidas hasta que los progresos de la cultura las hacen posibles yútiles, basta la «mentira vital» del individuo, que tan a menudo necesita ilusionarse acerca de su poder y aun de su sentir, con la superstición respecto de los hombres y de los dioses, para mantenerse en su ser y en sus posibilidades de rendimiento. E,n este sentido psicológico, el error se halla coordi

nado a la verdad. E-l fmalismo de la vida, tanto externa comointerna, cuida de que poseamos tanto de uno como de otra, loque justamente constituye la base de la actividad que podemosdesarrollar. Claro está que esta es sólo una proporción agrandes rasgos, con una amplia latitud para desviaciones ypara adaptaciones deficientes.

Pero dentro de la esfera de la verdad y de la ilusión, hayun sector determinado en que ambas pueden adquirir un ca

rácter que no se presenta en otros campos. El hombre, que tenemos enfrente, puede abrirnos voluntariamente su interior oengañarnos respecto de el con mentiras u ocultaciones. Nohay otro objeto más que el hombre, que posea esta capacidadde manifestarse o de esconderse; pues ningún otro modifica suactitud , pensando en ei conocim iento que otro ba de form arde él. Como OS natural, este carácter no se presenta siempre.

Frecuentemente, el otro hombre es para nosotros como un objeto de la naturaleza, que se ofrece in m óvil a nuestro conoci

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F.l secreto y la sociedad secreta

ambiente. Se ha considerado como un problema—y en ocasiones se han deducido de ello las más amplias consecuencias—el hecho de que nuestro proceso anímico, que transcurre con

forme a la naturaleza, sea en su contenido casi siempre conforme con las norm as lógicas. Y , en efecto, es asom broso que unproceso producido por causas puramente naturales, transcurracomo si estuviese regido por las leyes ideales de la lógica. N ode otro m odo que sí un a rama de árb ol estuviese en com un icación con un aparato telegráfico, de tal manera que los movimientos producidos por el viento pusieran dicho aparato en

actividad y trazasen signos que tuviesen para nosotros unsentido razonable. Ante este singular problema, que no hemos de discutir en este lugar, haremos notar, sin embargo, quenuestros procesos psicológ icos se regu lan de hecho m uch omenos lógicamente de lo que parece por sus manifestacionesexternas. Si examinamos atentamente las representacionesque en el tiempo Yan desfilando por nuestra conciencia, vere

mos que sus alternativas, sus movimientos en zig-zag, la confusió n en que nos presentan imágenes e ideas incoh erentes,sus asociaciones lógicamente injustificables y que aparecena m anera— por decirlo así— de ensayo, veremos— digo — quetodo esto dista mucho de estar regido por normas de razón. Loque sucede es que no nos damos cuenta de ello con frecuencia,porque sólo ponemos nuestra atención en la parte «utiiizahle»

de nuestra vida interior, y pasamos por alto, o desatendemos,sus sal l o s , lo que en ella hay de irracional y caótico, a pesar desu realidad psicológica, para n o fijarnos m ás que en lo que tienealguna lógica o algún valor. Por eso, todo cuanto comunicamos a los demás, incluso lo más subjetivo, espontáneo y confidencial, es ya un a selección de aqu el todo an ím ico real; sicualquiera de nosotros lo expresase exactamente en su conte

nido y sucesión, ir ía — permítasenos la pa radoja- al m an ico

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362 Sociologí

la interjección o d el m ínim um de comu nicación, e xpresa, dun modo inmediato y fiel, lo que pasa en nosotros durante untiempo determinado, sino que es una transformación de larealidad, en un sentido ideo lógico , abreviado y sintético. D irigidos por un instinto que excluye automáticamente el proceder contrario, no mostramos a nadie el proceso puramentecausal y real de nuestros estados de alma, proceso que desdel punto de vista de la lógica, de la objetividad, del sentido, sería totalmente incoherente c irracional. Só lo exhibimo s u n extracto estilizado por selección y ordenam iento. Y no cabe im a

gin ar otro comercio ni otra sociedad, que los que descansan so bre esta ign orancia id eo ló gica en que nos h allam os unos conrespecto a los otros. Dentro de este postulado evidente, apriorístico, absoluto, por decirlo así, se comprenden las diferenciarelativas a que nos referimos cuando hablamos de manifestación sincera o de disimulación mendaz.

Toda mentira, sea cual fuere su naturaleza objetiva, pro

duce por su esencia un error acerca del sujeto   que mientepues consiste en que el mentiroso esconde a su interlocutor l

 verdadera representación que posee. L a esencia específica de lm entira no queda agotada con el becho de que el en gañadadquiera una falsa representación de la coso; esto sucede tam bién con el sencillo error. L o característico es que se le engaña sobre la idea interior del que miente. La veracidad y l

mentira tienen, empero, la mayor importancia para las relaciones de los hombres entre sí.   Las estructuras sociológicas s

distinguen de un modo característico, según el grado de mentira que alienta en ellas. E,n primer término, la mentira emucho más inocua para el grupo en las relaciones sencillasque en las relaciones complicadas^. E l hom bre p rim itivo qu viv e en un círculo de escasa extensión, que satis face sus nece

sidades por pro ducción propia o cooperación inm ediata, qulimita sus intereses espirituales a la propia experiencia o

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Ti secrcra y la sociedad secreta 363

porque la práctica de su vida se limita en lo esencial a pocoshechos y circunstancias, sobre los cuales puede adquirir una

 visión justa, gracias a lo reducido de su horizonte.En cambio, en civilizaciones más ricas y amplias, la vida

descansa sobre mil postulados que el individuo no puede perseguir hasta el fond o, ni comprobar, sino que ha de a dm itirde buena fe. Mucho más ampliamente de lo que suele pensarse descansa nue stra existencia m oderna sobre la creencia enla honradez de los demás, desde la economía que es cada vezm ás eco no m ía de crédito, hasta el cu ltivo de la ciencia, en la

cual los investigadores, en su mayoría, tienen que aplicar resultados hallados por otros y que ellos no pueden comprobar.C on struim os nu estras m ás transcendentales resoluciones sobreun complicado sistema de representaciones, la mayoría de lascuales suponen la confianza en que no somos engañados. Poresta razón, la mentira en la vida moderna es algo más nocivoque antes, y pone más en peligro los fundamentos de la vida.Si la mentira fuese considerada entre nosotros como un pecado venial, como la consideraban los dioses griegos, los patriarcas judío s o los insu lares del Pac ífico; si no nos intim idase toda la severidad del precepto moral, la estructura de la vid a m oderna— «economía de crédito» en un sentid o muchomás am plio que el puram ente económ ico— sería imposible.Esta relación entre las épocas, se repite en las distancias deotras dimensiones. C u an to más lejos se b aile n del centro de

nuestra personalidad terceras personas, tanto más fácilmentepodremos avenirnos práctica e interiormente con su mendacidad. Pero sí las pocas personas que están más cerca de nosotros, nos engañan, la vida se bace imposible. Debemos subrayar sociológicamente esta vulgaridad, porque demuestra quela proporción entre la veracidad y la mentira, compatible conla existencia de relaciones humanas, forma una escala en la

cual puede leerse el grado de intensidad de estas relaciones.E n los estados p rimitivos, la men tira es, pues, relativame n

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Sociolog

meclio de realizar cierta superioridad espiritual, aplicándolala dirección y sumisión de los menos avisados. Es un derech

de fuerza espiritual, tan brutal, pero en ocasiones tan adecudo como el de fuerza física, ya sea para selección y entrenmiento de la inteligenciado para proporcionar a unos pocoque no trabajar* con sus manos, el ocio necesario a la produción de los bienes superiores de la cultura, o bien para detem ina r quién ha de ser el director del grupo. A medida que etos fines puedan conseguirse por medios que no tengan cons

cuencias tan indeseables, irá siendo menos necesaria la metira y quedará más espacio para la conciencia de su pecamnosidad moral. Este proceso no está aun terminado, ni muchmenos. El comercio al por menor cree, aún boy, no podprescindir de ciertas mendaces ponderaciones de sus mercancías, y por ello las utiliza con perfecta tranquilidad de conciencia. El comercio al por mayor y los detallistas montado

en grande, han pasado ya de este esladio y pueden ofrecer suproductos con completa sinceridad. Cuando el mediano y pqueño comerciante empleen métodos de la misma perfecciónsus exagera ciones o falsedades en reclam os y recomendaciones, que ahora no se les tom an a m al en la práctica, sufrirála misma condena moral que ya hoy merecen en las esferas eque no son prácticamente necesarias. Dentro de un grupo, etrato fundado en la veracidad será tanto más adecuado cuanto más tenga por norma cí bien de ios muchos y no el de lopocos. Pues los engañados, esto es. aquellos a quienes perjudica la mentira, formarán siempre mayoría frente al mentiroso. que saca provecho del engaño. Por eso la «ilustración»encam inad a a sup rim ir las falsedades que actúan en la vidsocial, tiene un carácter marcadamente democrático.

El trato de los hombres descansa normalmente en que sumundos mentales tienen ciertos elementos comunes, y en qu

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Fl secreto y la sociedad secreta 365

integrada por lo que sabe el uno , pero no el otro. Y además,esta limitación tiene aun más importancia positiva que aquella otra ya citada, que resulta de la oposición entre la realidad

ilógica y casual de! proceso de las representaciones y la parteque seleccionamos por motivos lógicos y teleológicos, paracomunicársela a los demás. La dualidad del ser humano, en virtud de la cual toda expresión exterior del hom bre brota de varias fuentes y hace que toda medida parezca grande o pequeña, según se compare con otras menores o mayores, da porresultado que las circunstancias sociológicas también se ha

llen condicionadas de ese modo dualista. Para que resulte la verdadera config uració n de la sociedad, es preciso que la concordia, la armonía, la cooperación (que pasan por serlas fuerzas socializadoras por excelencia), sean contrapesadas por ladistancia, la competencia, la repulsión. Las formas fijas organizadoras que parecen dar a la sociedad el carácter de tal, hande verse constantemente estorbadas, desequilibradas, impedidas por fuerzas individualistas irregulares, para adquirir vida y evolu ción, gracias a estos procesos de condescendencia y resistencia. Las relaciones de carácter íntimo, cuyo soporte formal es la proximidad corporal y espiritual, pierden su encanto c incluso el contenido de su intimidad, si la proximidad noincluye, al propio tiempo y en alternaliva, distancias y pausas. Finalm en te— y esto es lo que aquí im porta principalm ente— , el saber mutuo, que determina positivamen te las relacio

nes, no lo hace por sí sólo, sino que estas relaciones presuponenigualmente una cierta ignorancia, una canfídad de mutuo disimulo, que naturalmente varía en sus proporciones hasta loinfinito. La menlira no es más que una forma grosera, y, enúltimo término, contradictoria frecuentemente, en que se manifiesta esta necesidad. vSi es cierto que a menudo destroza larelación, también lo es que cuando la relación existe, la men

tira es un elemento integrante, de su estructura. E l va lor ne gativo que, en lo ético, tiene la mentira, no debe engañarnos

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366 Sociologia

lificarse de positiva, y, por decirlo así, agresiva» siendo así queel fin puede conseguirse, y en general se consigue, por el secreto y la ocultación. Las consideraciones siguientes tratan deestas formas más generales y negativas.

 A n tes de tratar del secreto, como ocultació n deliberada, espreciso in d ica rlo s distintos grados en que diversas circunstancias dejan fuera de sus límites el conocimiento m utuo de lapersonalidad total. Entre las asociaciones, que comprendenen su seno cierta acción recíproca directa, f igu ra en este respecto, en primer término, las asociaciones para determinados

fines, pero principalmente aquellas en que se trata de prestaciones de los miembros, definidas de antemano por la pertenenciaa la asociación , y , por tanto, más m arcadam ente las que ofrecenla forma de contribuciones en dinero. En éstas, la acción recíproca, la cone xión, la com unidad de fin, no descansa en quelos unos conozcan psicológicamente a los otros. Como miem

 bro del grupo, el indiv iduo es exclu sivam ente el sujeto de una

prestación determinada,!y son completamente indiferentes losmotivos individuales que le muevan a ello o la personalidad total que determine su conducta. La asociación para ciertos fineses la forma sociológica absolutamente discreta; sus copartícipesson psicológicamente anónimos y, para constituir la asociación, lo único que necesitan saber unos de otros, es que, efectivamente, la constituyen. La creciente objetivación de nuestracultura, Cuyas creaciones brotan cada vez más de energías im

personales y acogen cada vez menos en su seno la totaliddasub jetiva del ind ividu o— como se ve claramente comparandoel trabajo del artesano con el del obrero de fáb rica — , esta ob

 jetivación se extiende tam bién a las form as socio ló gic as. M erced a ello, asociaciones que antes asumían al individuó entero y exigían el conocimiento mutuo, además del contenidoinmediato de la relación, se basan ahorg., exclusivamente, en

esta relación claramente demarcada y precisada.A s í esa form a previa (o posterior) del saber acerca de un

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para fund ar en ella u n a a ctividad práctica. C om o hipótesis,constituye un grado intermedio entre el saber acerca de otroshombres y la ignorancia respecto de ellos. £1 que sabe, no ne

cesita «confiar»; el que ignora, no puede siquiera confiar (l).¿£n qué grado han de mezclarse el saber y la ignorancia parahacer posible la decisión práctica, basada en la confianza? De-cídenlo la época, la esfera de intereses, los individuos. La ob jetivación de la cultura h a diferenciado resueltam ente los grados de saber e ignorancia necesarios para que se produzca laconfianza. £ 1 comerciante moderno que trata un negocio c o d  

otro, el sabio que emprende con otro una investigación, el jefede un partido político que suscribe con otro un acuerdo sobreasuntos electorales o sobre la actitud frente a un proyecto deley, todos, prescindiend o de excepciones y deficiencias, sabende la parte con quien se entienden exactamente lo que hacefalta para la relación que se establece. Las tradiciones e instituciones, el poder de la opinión pública y el rigor de la situa

ción de cada cual, que determinan inexorablemente la conducta del individuo, se ban hecho tan firmes y seguros, que basta conocer ciertas exterioridades referentes al otro, para poseerla confianza necesaria a la acción común. La base de cualidades personales, de donde pod ía salir en principio un a m odifi-

( l ) H ay otro t ipo dg confianza ca e, po r no referirse al saber o a la ignorancia,

só lo de un mo do mediato encaja en las presentes con sideraciones; m e refiero a aquel

que  se   designa con la calificación de fe Je un hombre en otro y que entra en l a cate

goría de l a creencia religiosa. A sí co m o nadie cree en D ios p or los «pruebas de SU

existencia*, sino q ue estas pruebas son la justificación p ost erio r o el reflejo intelectual

de una actitud inmediata del alma, as( se «crcc* en un bombre sin que esta fe  esté  jus

tificada por pruebas que demu estren que es dign o de ella, sino, a m enu do, a pesor de las

pruebas de su indignidad- Es ta con fian za , este entregarse sin reparos a  uno persona,

no se funda en experiencias ni en hipótesis, sino que es una actitud primaria del alma,

frente al otro. Este estado de fe n o aparece probablem ente en form a completamente

pura y libre de toda consideración empírica, sino dentro de la religión: cuando se refiere a personas req erirá siempre n a incitación o confirma ción p or el saber o la s

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m Sociologí

cación de la conducta, dentro de la relación, no tiene ya imponencia; la motivación y regulación de esta conducta se haobjetivado de tal modo, que, ya no es necesario, para la con

fianza, el conocimiento verdaderamente personal. E,n circunstancias más primitivas y menos diferenciadas, se sabía muchomás del asociado en lo personal, y, en cambio, mucho menosen lo relativo a la con fianza objetiva que pudiera tenerse. A m bas cosas están en íntim a rela ció n. P ara engendrar la confianza, a pesar de la deficiencia de conocimiento en el últimosentido, se requería mayor conocimiento en el primero. Aque

conocimiento, puramente general, que sólo se refiere a lo ob jetivo de la persona y que se detiene ante el secreto de su individualidad, ha de completarse considerablemente con el conocimiento de lo personal, cuando la asociación de fines tieneun a impo rtancia esencial para la existencia total   de los copartícipes. E l com erciante que vende a otro trigo o petróleosólo necesita saber si este tiene solvencia para responder de

importe; pero si toma a otro como socio, ha de conocer, no sólosu situación patrimonial y otras cualidades generales, sino todasu personalidad, su honradez, el grado de confianza que merece el temperamento que tiene, si es resuelto o vacilante, C1C Y , sobre este conocim iento m utuo, descansa no sólo el esta blecim iento de la rela ció n, sino su prosecución, las accionecomunes diarias, la distribución de funciones entre los com

pañeros. El secreto de la personalidad, en este caso, es más limitado sociológicamente. Dada la amplitud con que las cualidades personales influyen en los intereses comunes, no se lepermite conservar para sí una extensión tan grande.

Mas allá de las asociaciones de fines, e igualmente másallá de las relaciones arraigadas en la personalidad total, hállase una relación que tiene un carácter sociológico muy pe

culiar. Me refiero a aquella que, en las capas elevadas, se designa con el nombre general de trabar «conocimiento» En ta

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no ta de que existe— pero no de cómo es— la otra personalidad.Cuando se dice que se conoce, y aún que se conoce bástanle auna persona, se indica la falta de relaciones íntimas con ella.

E,n este sentido conocemos de los otros sólo lo externo, bien.sea el trato puramente social, o bien lo que el otro buenamente quiere mo strarnos. E l grado de conocimiento que supone elser «conocidos», no se refiere a lo que el otro es «en sí», no alo que es en su interior, sino en aquella parte que manifiesta alos demás, al mundo. Por eso el «conocimiento» en este sentido del trato social es el lugar adecuado de la «discreción».E sta no consiste tan só lo en respetar el secreto del o tro, su

 voluntad directa de ocultam os tal o cual cosa, sino en evitarconocer del otro lo que él positivam ente no nos revele. N o setrata, pues, en principio, de que no debamos saber algo deter-

minado,  sino de la reserva general que nos imponemos frentea la personalidad total. E s un a forma especial del colorastetípico que se señala en el imperativo: «lo que no está prohibido está permitido», frente a la fórmula: «lo que no está permi

tido está prohibido».D e esta m anera se distinguen las relaciones de los ho m

 bres, en cuanto a l saber recíproco que posean unos de otros: loque no se oculta, puede saberse, y lo que no se revela, no debesaberse. La última decisión corresponde al sentimiento de queen derredor de cada hombre hay como una esfera ideal, de dimensiones variables según las diversas direcciones y las distintas personas, esfera en la cual no puede penetrarse sin destrozar el valor de personalidad que reside en todo individuo.E l ho no r traza una de estas fronteras en derredor del hombre

 y , con m ucha fin ura, caracteriza el idio m a la s ofensas al h o nor con la frase: «acercarse demasiado». El radío de esa esferaideal indica, por decirlo así, la distancia, que no puede traspasar u na persona extraña, sin ofensa para el ho nor. A oiráesfera análoga alude lo que se llama «importancia» de una

personalidad. Frente al hombre «importante», una coaccióninterior nos ordena guardar la distancia Esa coacción aun en

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hombre». Pero esto es culpa del ayuda de cámara, no del gde hombre. Por eso toda importunidad va unida a una cacia de sentido para las diferencias de importancia entrehombres; el que es importuno para con una personalidadportante, revela, no que la estima mucho o demasiado—csuperficialmente pudiera Creerse— , sino que, por el con trano le profesa estimación propiamente dicha. Así comopintor, en los cuadros de muchas figuras, destaca con frecucia la importancia de una, ordenando en derredor de ella a

otras a considerable d istancia, a sí la señal sociológ ica dimportancia es esa distancia, que mantiene a los demás fude cierta esfera, llena por la personalidad con su poder, suluntad y su grandeza.

Otro círculo análogo, aunque de otro valor, circundahombre. Penetrar en esta esfera, henchida de las preocupanes y cualidades personalísimas, tomar conocimiento de e

supone como un a violación de la personalidad. A s í compropiedad material es una a modo de amplificación del ylo poseído es justamente lo que obedece a la voluntad poseedor, como el cuerpo que, con una diferencia sólo de gdo, es nuestra primera «propiedad»—y por ello todo atendo contra el patrimonio es sentido como una violación depersonalidad, así también h ay una propiedad espiritual

 vada, cuya violación afecta a l yo en su centro m ás íntim o.discreción no es más que el sentimiento del derecho, aplicadlos contenidos inmediatos de la vida. También ella tiene naralmente diversa extensión, según las diversas personas a se refiere; del mismo modo que el honor y la propiedad tienun radio muy distinto frente a las personas de nuestra imidad que frente a los extraños c indiferentes. En las relac

nes de que antes hemos hablado, las sociales, en sentido i l d id á

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matse, en absoluto, el derecho de esa propiedad espiritual pri vada, como tam poco puede sostenerse en absoluto el de lapropiedad material. Sabemos que la última, en sus tres aspec

tos esenciales de adquisición, seguridad y fructificación, en lascivilizaciones de orden elevado, no se basa nunca en las meras fuerzas del individuo, sino que requiere también la ayudadel medio social; por lo cual el todo tiene de antemano derecho a limitarla, ya por prohibiciones que se refieran a la adquisición, ya por impuestos. Pero este derecho tiene un fundamento más hondo que el de la proporción entre las prestaciones y contraprestaciones de la sociedad y el individuo; se basa en el prin cip io m ucho más elemental de que la parte hade soportar, en su ser y haber, todas las limitaciones que seannecesarias para la cons ervación y los fines del todo. Y estorige también en la esfera interior del hombre. En interés deltrato y de la coordinación social, uno tiene que saber ciertascosas del otro, y cuando la discreción dañaría a los interesessociales, este otro no tiene derecho a protestar, desde el pu nto

de vista moral, apelando al deber de discreción del otro, esdecir, a la propiedad ab solu ta de su propio ser y conciencia.E l hom bre de negocios que contrae con otro obligaciones alargo plazo; el dueño de casa que toma un sirviente, así comoeste sirviente mismo; el superior que asciende a su subordinado; la due ña de casa que admite a una nu eva person a en elcírculo de sus invitados, todos estos han de estar facultadospara saber, respecto del pasado y presente de la persona de

quien se trate, de su temperamento y condición moral, todo lonecesario para fundamentar racionalmente su acción u omisión. Estos son casos muy de bulto, en que el deber impuestopor la discreción, de no tratar de conocer lo que el otro no nosmuestre voluntariamente, ba de retroceder ante las exigenciasde la práctica. Pero en otras formas más finas y menos claras,en indicaciones fragm entarias y m atices inexpresables, todo eltrato de los hombres descansa en que cada cual sabe del otro

algo más de lo que éste le revela voluntariamente, y con frecuencia cosas que a éste le desagradaría saber que el otro las

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cKo y vivo. Peto es extraordinariamente difícil trazar el límite jurídico de estas incursiones en la propiedad privada espiritual. E n ¿ene ral, el hom bre se atribuy e derecho a saber lodo

cuanto pueda averiguar, sin recurrir a medios externos ilegales, por observaciones y reflexiones psicológicas. Pero, en realidad, la indiscreción ejercida de esta m anera, puede ser tan vio le nta y tan condenable m ora lm ente , como el escuchar detrás de las puertas o leer a ocultas cartas ajenas . A quien tenga un.fino oído psicológico, los hombres le delatarán inconta

 bles veces sus pensam iento s y cualidades m ás secretos, no sólo

a pesar de esforzarse en ocultarlos, sino justamente por ello.E l espiar codiciosam ente toda palabra imp ensada, el cavilarsobre la significación de tal acento, o sobre cómo puedan com binarse tales expresiones, o sobre lo que quiera decir el ruborproducido por la mención de tal o cual nombre, ninguna deestas cosas traspasa los límites de ia discreción externa; sonlabor del propio intelecto y, por tanto, derecho indiscutibledel sujeto, con tanto mayor fundamento, cuanto que tales abu

sos de sup erioridad psicológica se producen a menudo involun tariam en te, sin que podamos contener esa nuestra interpretación del otro, esa nuestra construcción de su interioridad.Si bien todo hombre honrado se abstiene de cavilar sobre lascosas que el otro oculta, y no se aprovecha de sus ligerezas ymomentos de desamparo, el proceso de conocimiento en estaesfera se verifica con frecuencia de un modo tan automático, y

su resultad o surge tan inopina dam ente, que nada puede contraello la buena voluntad. Y si lo qué, indudablemente, no esiá permitido, resulta a veces inevitable, la delimitación entre loperm itido y lo no perm itido es, sin dud a, difícil. ¿H asta quépunto la discreción ha de abstenerse de esas palpaciones espirituales? ¿E n qué medida queda restring ido este deber de discreción, por la s necesidades del trato, de las relaciones m utuas, entre los miembros de un mismo grupo? Es esta una

cuestión, para cuya so lución no basta n ni el tacto m oral, ni

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personal que el que se plantea respecto a la propiedad privada,

en sentido material.

Frente a esta forma previa o, sí se quiere, complemento delecreto, en que no se tra ta del com portam iento del qu e ¿suar

da el secreto, sino del otro, y en que !a combinación o mezclade saber y de ignorancia mutuas es acentuada más bien sobre el prim er extremo, pasam os ahora a nuevos térm in os: aaquellas relaciones que no se concentran en torno de inteeses bien delim itados y, aun qu e sólo por el hecho de su «su

perficialidad», ob jetivam ente establecidos, como las estudiadasasta ahora, sino que, al menos en idea, abrazan el contenidontero de la personalidad. Las principales manifestaciones deste tipo son la amistad y el m atrimon io. E l ideal de la am isad, tal como ha sido recogido de la antigüedad y desenvuelton sentido romántico, pide una absoluta intimidad espiritual,onsecuencia de que también la propiedad material ha de ser

omú n entre los am igos. E se ingreso total del yo en la relación,uede ser en la amistad más plausible que en el amor; porquen aquella falta esa coíicentración en un elemento, como leucede al amor, por la sensualidad. Sin duda, el hecho de quen el conjunto de los posibles motivos de enlace haya uno questé, por decirlo así, a la cabeza de los demás, determina ciera orga nización , semejante a la que se produce en u n grupo

ue sigue a un jefe. U n elemento m uy tuerte de enlace abreon frecuencia la marcha, siguiéndole luego los demás que,in él, hubieran permanecido latentes. Y   es indudable que, ena mayoría de las personas, el amor sexual es el que abre máse par en par las puertas de la personalidad. Incluso para m uhas personas es el amor la única forma de entregar suyo enero, de la misma manera que para el artista la forma de su

rte es la única posibilidad que se le ofrece pa ra m an ifestard i i id d l j b á

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dad, el predo m inio de los enlaces eróticos puede ser un obs táculo para los demás contactos, tanto morales y prácticos

como espirituales, y para que se abran las reservas de la personalidad allende lo erótico. La amistad, en la cual la entregano es tan apasionada, pero tampoco tan desigual, puede servirmejor para ligar por entero a las personas; puede abrir lascom puertas del alma de un modo m enos impetuoso, pero enmayor extensión y más prolongada continuidad.

Pero esta intimidad completa se hace más difícil, a medidaque aumenta la diferenciación de los hombres. Acaso el hom

 bre m oderno tenga dem asiado que ocultar, para contraer am istades a la manera antigua. Acaso las personalidades, salvo ensu juventud, estén demasiado individualizadas, para que seaposible la plena reciprocidad de la comprensión, que requieregran poder de adivinación y fantasía productiva, enfocadoshacia el otro. Parece, por tanto, que la sensibilidad modernase inclina más hacia las amistades diferenciadas, amistades

que se lim itan a un o de los aspectos de la person alidad y de jan los oíros fuera del juego. D e esta m anera se produce untipo muy particular de amistad, que tiene la mayor importancia para nue stro p roblema de la determ inación del grado de com un icación o reserva que debe de hab er en las relaciones a m istosas. E.stas amistades diferenciadas que nos ligan a una persona por el lado del sentimiento, a otra por el de la comunidadespiritual, a una tercera en virtud de impulsos religiosos, a

una cuarta por recuerdos comunes, ofrecen una síntesis peculiar , por lo que toca a la discreción, al grad o de exp an sivi-dad o de reserva; piden que los amigos se abstengan de penetrar en las esferas de interés y sentimiento que no están comprendidas en su relación, y cuyo respeto es necesario para queno se haga sentir dolorosamente el límite de la mutua inteligencia. Pero la relación, así delimitada y arropada en discre

ciones, puede proceder del centro m ism o de la personalidad,alimentarse de sus jugos radicales aunque sólo rieguen luego

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La proporción entre la comunicación y la reserva, con suscomplementos, la intromisión y la discreción, es mucho másdifícil de determinar en el m atrimon io. N o s hallam os aqu í en

un campo de problemas completamente generales y muy importantes para la sociología de la relación íntima. ¿Qbtiéne-se el máximum de valores de comunidad entregándose porentero un a a otra las dos personalidades o, al con trario, reservándose? ¿N o se pertenecerán acaso m ás cua litativam en te, cuanto menos se pertenezcan cuantitativamente? Este temade la proporción tiene que ser resuelto, naturalmente, al mismo tiempo que este otro: ¿dónde ha de trazarse dentro de lacomunicación entre los hombres el límite en que eventualmente com ienza la reserva y el respeto del otro? L a ven tajadel matrimonio moderno—en el cual sólo pueden resolversede caso a caso am bas cuestiones— , es que este límite no estáfijado de antemano como acontece en otras culturas anteriores. En estas últimas, el matrimonio no es en principio unainstitución erótica, sino económica y social; la satisfacción delos deseos amoroso s sólo tiene un a relación acciden tal con él, ylos m atrimonios se con traen— aun que con excepciones, como esn atu ral— , no por m otivos de atracción individu al, sino por razones de familia, por consideraciones de trabajo y descendencia. Los griegos habían llegado al máximum de diferenciaciónen este punto, pues, según Demóstenes: «Tenemos hetairaspara el placer, concubinas para las necesidades diarias y esposas para darnos hijos legítimos y cuidar del interior de lacasa.» Evidentemente, en una relación tan mecánica, que excluye la intervención de los centros espirituales—-cosa que porlo demás enseña a cada paso, con ciertas modificaciones, lahistoria y la observación del matrimonio—, no existirá ni necesidad ni posibilidad de confiarse íntimamente uno a otro.Pero, por otra parte, desaparecerán varias reservas de ternura

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 y entes . E sa s va ri as fo rm as difer en ci an de di ve rs os mod os pa rael matrimonio los intereses económicos, religiosos y el derecho de fam ilia. A sí acontece en muchos pueblos primitivos,entre los indios, entre los romanos. Pero habrá de concederseque también en la vida moderna el matrimonio es contraídode preferencia por motivos convencionales o materiales. Pero,realizada con mucha o poca frecuencia, la idea sociológica delmatrimo nio moderno es la comunida d de todos los contenidos vitales, por cuanto su influencia determina inmediatamente el valor y destino de la p ersonalidad. Y la eficacia de

esta exigencia ideal no es nu la, sino que, con frecuencia, h asuministrado espacio e impulso para desarrollar una comunidad muy imperfecta, haciéndola cada vez más amplia. Perosi justamen te lo intermina ble de este proceso produce la d icha y la vida interior de la relación, el invertirlo suele sercausa de profundas desilusiones, cuan do la unidad absolutase anticipa, cuando no hay en el pedir ni en el ofrecer reservaalguna, ni siquiera aquella que, en todas las naturalezas finas

 y pro fu nda s, qu ed a en el fo nd o os cu ro de l al m a, au nq ue éstacrea volcarse entera ante el otro.

E n el matrimonio, como en las relaciones libres ma trimoniales, es fácil ceder en los primeros tiempos a la tentación desumirse completamente uno en otro, de vaciar las últimas reservas dci. alm a tras de las del cuerpo, de perderse totalm ente

uno en otro. Pero esta conducta amenaza seriameitte, en lamayoría de los casos, el porvenir de' la relación. Sólo pueden,sin peligro, «darse» por entero, aquellas personas que no «pueden» darse por entero, porque la riqueza de su alma consisteen una renovación constante, de suerte que después de cadaentrega Ies nacen nuevos tesoros, porque tienen un patrimonio espiritual latente inagotab le y no pueden revelarlo o regalarlo de una vez. del mismo modo que el árbol, con dar entera la cosecha del ano, no compromete la del año siguiente.Otro es empero el destino de aquellos que no ahorran los ímpetus del sentimiento, la entrega incondicional, la revelaciónde su vida espiritual, y gastan, por decirlo así, del capital, faltándoles aquella fuente de renovadas adquisiciones espirituales, que no puede enajenarse y que es inseparable del yo. Entales casos, hay el peligro de encontrarse un día con las ma

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nos vacías, el peligro de que el goce dionisiaco de la donacideje tras de sí una penuria, que desmienta, aun retrospectivmente, las dedicaciones y entregas gozadas y la dicha que hproporcionado, lo que no por ser injusto , es menos amarg

Estam os hechos de tal m anera, que no sólo necesitamcomo se indicó antes, una determinada proporción de verd

 y err or como base de nues tr a vida , si no tam bi én u na m ezde claridad y oscuridad, en la percepción de nuestros elemetos vitales. Penetrar claramente hasta el fondo último de alges destru ir su encanto y detener la fan tasía en su tejido posibilidades; de cuya pérdida no puede indemnizarnos readad alguna, porque aquella es una actividad propia que alarga no puede ser sustituida por donación ni goce algunEl otro no sólo ha de hacernos merced de un don que podmos tornar, sino también de la posibilidad de engalanarle acon esperanzas e idealizacion es, con bellezas recón ditas y ecantos que él mismo desconoce. Mas el lugar en que deposimos todo esto, que ha sido producido por nosotros, pero paél, es el horizonte confuso de su personalidad, el reino intmedio en que la fe sustituy e al saher. H ay que hacer consque no se trata aquí meramente de ilusiones y engaños, frutdel optimismo o el enamoramiento, sino sencillamente de quna parte, incluso de las personas más intimas, ha de ofcérsenos en forma oscura e inintuíhle, para no perder su e

canto. E l simple hecho de tener de otro u n conocimienpsicológico absoluto, exhaustivo, nos enfría, aun sin que p

 viam en te hay am os pu esto en él nu es tro en tu sias m o, p ara lla vitalidad de las relaciones y hace que su continuación aprezca como algo que no tiene objeto. Este es el peligro de lentregas absolutas y — en más de un sentido— impúdicasque nos inducen las posibilidades ilimitadas de las relacioníntimas, entrega que puede incluso aparecem os como un d

 ber , sobre tod o cu an do no ex ist e se gu rida d abso lu ta en el ppio sentimiento y sobreviene la preocupación, el temor de dar bastante al otro, inducién dono s a darle dem asiado. Mchos matrimonios perecen por esta falta de discreción muten d sentido del tomar como del dar; caen en un hábito ban

 y si n en ca nto, en una co m o ev id en ci a que ya no de ja lu gpara sorpresas. La profundidad fecunda en las relaciones, a

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 v in a y respeta siempre una ú ltim a recám ara que queda a lde la ú ltim a revelación, e induce a recon quistar diariam

lo que con seguridad se posee. Tal es la recompensa de lalicadeza y dominio de sí mismo, que aun en las relaciomás íntimas, en las que abarcan la persona entera, resesa propiedad interior que limita el derecho a preguntar poderecho a guardar secreto.

To da s estas com binaciones se caracterizan sociológicam

te por el hecho de que el secreto del uno es en cierto macatado por el otro, y lo ocultado involuntaria o voluntam ente, es respetado invo lun taria o volun tariam ente. Pe rintención de ocultar adquiere una intensidad muy disticuando frente a ella actúa la intención de descubrir. Prodse entonces esa disimulación y enmascaramiento tendenciesa, por decirlo así, defensa agresiva frente al tercero, qu

lo que propiamente suele llamarse el secreto. El secreto en sentido, el disimulo de ciertas realidades, conseguido por dios negativos o positivos, constituye una de las más granconquistas de la humanidad. Comparado con el estado intil, en que toda representación es comunicada en seguidaque toda empresa es visible para todas las miradas, el secsignifica una enorme ampliación de la vida, porque en c

pleta publicidad muchas manifestaciones de esta no podrproducirse. El secreto ofrece, por decirlo así, la posibilidadque surja un segundo mundo, junto al mundo patente, y sufre con fuerza la influencia de aquel. U n a de las caracteticas de toda relación entre dos personas o entre dos grupoel haber o no haber en ella secreto y la medida en que lo hpues aun en el caso de que el otro no note la existencia secreto, este modifica la actitud del que lo guarda y, por co

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chas partes por el hecho de que muchas cosas que antes eranpúb licas, entran en la esfera protectora del secreto; e in ve rsa mente, m uchas cosas que eran antes secretas, lleg an a poderprescindir de esta protección y se hacen manifiestas. E,s unaevolución semejante a aquella otra del espíritu, en virtud dela cual, actos qué prim ero se ejecutan conscientem ente, descienden luego a l rango de inconscientes y mecánicos, m ientras,por el contrario, lo que antes era inconsciente e instintivo,asciende a la claridad de la conciencia. «¡Cómo se distribuyeesta evolución en las diversas iormaciones de la vida privada

 y de la pública? «¡Cómo conduce a esta dos cada vez más ade

cuados, por cuanto de una parte el secreto, torpe c indiferencia-do, empieza por extenderse demasiado, y, por otra parte, sólomás tarde revela sus ventajas para muchas cosas? «¡Hasta quépunto la cuantía del secreto es modificada en sus consecuencias por la importancia o indiferencia de su contenido? Todasestas preguntas, aunque sólo sea como problemas, indican yala importancia que tiene el secreto en la estructura de las acciones recíprocas hu m an as. N o debe inducirnos a error, en

este punto, el sentido negativo que moralmente suele tener elsecreto. £1 secreto es una forma sociológica general, que semantiene neutral por encima del valor de sus contenidos.

 A su m e de una parte el valo r más alto, el pudor delicado delalma distinguida, que oculta justamente lo mejor de ella parano recibir el pago de alabanzas y recompensas, que si bienotorgan el premio justo, quitan empero el valor propiamentediebo. M as, por otra parte, si el secreto no está en con exió n conel mal, el mal está en conexión con el secreto. Por razones fáciles Je comprender, lo inmoral se oculta, aun en los casos enque no h ay temor de nin gú n castigo social, como sucede enalgunos extravíos sexuales. La acción interna aisladora de lainmoralidad, prescindiendo de toda repulsión social primaria,es real e importante, junto a los supuestos encadenamientosentre las series ética y social. ¡E,í secreto es, entre otras cosas,

la expresión sociológica de la maldad moral, aunque la sentencia clásica: «nadie es tan malo que quiera además parecer-

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otros, para acentuar la personalidad, hasta el punto de jactarse, en ocasiones, de inmoralidades que no existen.

El empleo del secreto como una técnica sociológica, como

un a form a de acción, sin la cual, en aten ción al ambiente social, no podrían conseguirse ciertos fines, aparece bien claraN o tan claros son los atractivos y valores que, prescindiendode este sentido mediato, posee por su mera forma la conductasecreta, aun sin tener en cuenta el contenido. Por de prontola exclusión enérgica de todos los demás, produce un sentimiento de propiedad exclusiva, provisto de la energía corres

pondiente. Para muchos temperamentos, la posesión no obtiene la importancia debida si se limita a poseer; necesita, además, la conciencia de que otros echan de menos esa cosa poseída. Lo que fundam enta esta actitud, es, evidentem ente, nue strasensibilidad para la diferencia . Por otra parte, como la exclusión de los otros se produce especialmente cuando se trata decosas de gran valor, es fácil llegar psicológicamente a la con

clusión inversa de que lo que se niega a muchos ha de serparticularmente valioso. Gracias a esto, las mas varias especies de propiedad interior, adq uieren, merced a la forma desecreto, un valor característico; el contenido de lo callado cedeen importancia al mero hecho de permanecer oculto para losdemás. Los niños se vanaglorian frecuentemente de poder decir a otros: «sé  algo , que tú no sabes». Y esto llega a adq uirir

un valor tan peculiar, que lo dicen en tono de jactancia y hum illación para el otro, aun cuan do todo sea inventado y noexista tal secreto.

En todas las relaciones, desde las más reducidas a las másamplias, aparecen estos celos por conocer un hecho escondidoa los demás. Las deliberaciones del Parlamento inglés fueronduran te m ucho tiempo secretas, y tod av ía, en el reinado deJorge III, se perseguía la publicación en la prensa de noticiasacerca de ellas, porque se estimaba expresamente como un

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clonada. Toda personalidad y obra eminentes tienen para elcomún de los hombres un carácter misterioso. Sin duda, todoser y hacer humanos brotan de potencias indescifrables. Pero

dentro del nivel cualitativo general, no por ello se convierteel uno en problema para el otro; sobre todo, porque en estaigualdad de nivel se produce cierta comprensión inmediata,que no procede del intelecto. En cambio, cuando nos hallamos ante una desigualdad esencial, esta comprensión no seproduce. Si sobreviene la forma de la diferencia singular, actúa en seguida lo indescifrable. Del mismo modo, cuando vi

 vim os siempre en el mismo paisaje , no se nos presenta el pro blem a de la influencia que pueda ejercer sobre nosotros el medio; y , en cam bio, este problem a se nos plan tea, tan prontocomo cambiamos de am biente y la diferencia de sentimiento

 vital llam a nuestra atención sobre el poder efectivo de ese elemento. Del misterio y secreto que rodea a todo lo profundo eimportante, surge el típico error de creer que todo lo secreto es

a l propio tiempo algo profundo e importante. E l instinto n atural de idealización y el temor natural del hombre actúanconjuntos frente a lo desconocido, para aumentar su importancia por la fantasía y consagrarle una atención que no hu bié ram os prestado a la realidad cla ra.

Con estas atracciones del secreto, se combinan de modosingular las de su opuesto lógico, la traición, que tienen, evidentemente, no menos que las otras, un carácter sociológico.

E l secreto contiene un a tensión , que se resuelve en el m om ento de la revelación. Este momento constituye la peripecia enla evoluc ión del secreto; en él se concentran y culm inan un a vez m ás todos sus atractiv os, de análoga m anera a como el

Í

momento del gasto es aquel en que más gozamos el valor delobjeto. E l sentimiento de poder que da la posesión del dinero,concéntrase más intenso y gozoso para el alm a del dilapilador

en el momento en que se desprende de él. También al secretoid l ti i t d d t i i l

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descubrirlo, que se asemeja a la atracción del abismo. Elsecreto pone un a barrera entre los Hombres; pero, al propiotiempo, la tentación de romper esa barrera, por indiscreción o

confesión, acompaña a la vida psíquica del secreto, como losarmónicos al sonido fundamental. Por eso la significación sociológica del secreto Halla el modo de su realización, su medida práctica, en la capacidad o inclinación del sujeto para guardarlo o,  si se quiere, en su resistencia o debilidad lrente a latentación de traicionarlo. Del contraste entre ambos intereses,el de esconder y el de descubrir, brota el matiz y el destino delas relaciones mutuas entre los Hombres. Si según hemos dicho anteriormente, las relaciones entre los Hombres tienen unade sus características en la cantidad de secreto que b ay a enellas o en torno de ellas, su desarrollo dependerá de la pro porción en que se den las energías que tienden a guardar elsecreto y las que propenden a revelarlo. Aquellas proceden delinterés práctico y del encanto formal que, como tal, tiene el secreto; estas se apoyan en la incapacidad de resistir más tiem

po la tensión del secreto y, en esa superioridad, que, bailándose, por decirlo así, en estado la lente en el secreto, no se actu aliz a p lenam ente para el sen tim iento Hasta el m om ento dedescub rirlo. Po r otra parte, interv iene tam bién el placer de iaconfesión, que puede albergar aquel sentimiento de poder enforma perversa y negativa, como una humillación de sí propio.

Todos estos elementos que determinan la función socioló

gica del secreto, son de naturaleza individual; pero la medidaen que las disposiciones y complicaciones de las personalidades forman secretos, depende, al propio tiempo, de la estructura social en que la vida se  desenvuelve. Lo decisivo en estepunto, es que el secreto constituye un elemento individuali-zador de primer orden, en un doble sentido típico. Las relaciones sociales de acentuada diferenciación personal, lo permiten y fomentan en gran escala; por otra parte, el secreto

crea y aumenta esta diferenciación. En un círculo reducido,d l h l f ó d

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secreto aquí, porque semejantes formaciones sociales suelenvelar sus elementos, y aquellas peculiaridades del ser, hacer

poseer, cu ya conservación dem anda la form a del secreto,ontradicen su esencia.

Es claro que al agrandarse considerablemente el círculo,do esto se trueca en lo contrario. En esto, como en muchasras cosas, donde pueden observarse mejor los rasgos caracrísticos de los gla n de s círculos es en ls econom ía m on etaa. D esd e que el tráfico de valores económ icos se r ea liza por

edio del dinero, se ha hecho posible un secreto que en otrasrmas económicas no podía conseguirse. Tres cualidades

e la forma monetaria tienen importancia para estos efecs: 1.°, el ser comprimible, que permite enriquecer a una perna con un cheque que se desliza imperceptiblemente en suan o; 2.°, el ser de con dición abstracta y sin cualidades pecuares, gracias a la cual pueden llevarse en secreto transaccio

es, adquisiciones y cambios de propiedad, que eran imposie cuando los valores estaban form ados por objetos extensostangibles; finalm ente, 3.°, su acción a distancia, merced a la

ual puede invertirse en valores más alejados y sujetos a connuo cambio, escondiéndolos así a la mirada de los másróximos.

Estas posibilidades de disimulación, que aumentan a me

da que se amplía la esfera de acción de la economía moneria y cuyos riesgos se ponen particularmente de manifiesto

uando se maneja dinero ajeno, han sido causa de que se preptúe la publicidad, como medida protectora, para las operaones financieras de los Estados y de las sociedades por acones. Esto nos induce a precisar más la fórmula de evoluón antes indicada, según la cual, los contenidos del secreto

tán variando constantemente en el sentido de que lo quei i i t úbli t t l i i

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D ijérase que, a m edida que progresa la a dap tación cu ltural van Haciéndose más públicos lo s asuntos de la generalidad y

más secretos los de los individuos. Como queda ya indicado,en circunstancias primitivas las relaciones entre los individuosno pueden protegerse contra la indiscreción, como en el estilomoderno de la vida, especialmente en las grandes ciudades,que Ha producido una medida completamente nueva de discreción y reserva. En cambio, en los Estados de las épocas anteriores, los representantes de los intereses públicos solían rodearse de una autoridad mística, al paso que en civilizaciones

más maduras y amplias Kan adquirido, merced a la extensióndel territorio de su soberanía, a la objetividad de su técnica, ala distancia que se mantienen de todas las personas singulares, una seguridad y dignidad, que les permite obrar públicamente. A q u e l secreto, en que se resolvían los asun tos pú b licos, revelaba su interior contradicción, produciendo los movimientos opuestos de la traición por una parte y del espionaje

por otra. Todavía en los siglos xvii y xvm los Gobiernos mantenían en el más escrupuloso secreto el importe de las deudasdel Estado, la situación de los impuestos, el número de soldados; a consecuencia de lo cual, los embajadores no tenían otracosa mejor que hacer que espiar, coger cartas y sacarles revelaciones a las personas que «sabían» algo, descendiendo bastael personal de la servidumbre (l). Pero en el siglo xix la pu

 b licidad se im pone en los asuntos del E stad o, b asta ta l puntoque los Gobiernos mismos publican oficialmente los datosque b as ta entonces todo régimen debía m antener secretos siquería sostenerse. A s í la política, la adm inistración, la jus ticia, ban perdido su secreto en la medida en que el individuopuede reservarse más, y que la vida moderna ba elaborado

( 1 ) Este mo vim iento se realiza tam bién s lo inversa. Refiriéndose a la historia del t i l k di h l d d áb l l i fl i l

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una técnica que permite guardar el secreto de los asuntos pri vados, en medio del hacinam ie nto de las grandes ciudades,hasta un grado a que antes sólo se  podía llegar recurriendo ala soledad en el espacio.

¿H asta qué pun to esta evolu ción debe considerarse como-favorable? Ello depende de los axiomas sociales acerca del valor. La democracia considerará la publicidad como un estadodeseable en sí mismo, partiendo de la idea fundamental deque todos deben conocer los sucesos y circunstancias que lesinteresan, pues esta es la condición previa para intervenir en

su resolución. El saber implica ya una incitación psicológicapara intervenir. Cabe discutir, sin embargo, si esta conclusiónes completamente necesaria. Cuando por encima de los intereses individualistas surge una institución dominante que abarca ciertos aspectos de ellos, puede aquélla estar facultada parafuncionar secretamente, gracias a una autonomía formal, sindesmentir por eso su «publicidad» en el sentido del cuidado

material de los intereses de todos. Por consiguiente, no existeun a con exión lógica de la que se siga el m ayor va lo r del estado de publicidad. Pe ro de todos modos, rige la fórm ula gen eral de la diferenciación cultural: lo público se hace cada vezmás público; lo privado, más privado cada vez. Y esta ev olu ción histórica expresa la significación más pr ofu nd a y o bjeti va, según la cual, lo que por su esencia es público y por su

contenido interesa a todos, se hace también más público externamente, en su forma sociológica, y lo que por su sentidointerior tiene una existencia autónoma, los asuntos centrípetos del individuo, adquieren también en su forma sociológicaun carácter cada vez más privado, cada vez más apto parapermanecer secreto.

 A n tes hice observar que el secreto actúa también com o unpatrimonio y un valor que enaltece la personalidad. Pero estolleva en su seno una como contradicción; lo que se reserva y

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tas de dicha superioridad. Lo hacen con una mezcla de voluntad y repulsión; pero ello suministra en la práctica el acatam iento deseado. P or eso resulta o portun o h allar en el poloopue sto del secreto, en el ado rno, un a estructura de análogasignificación social. L a esencia del adorno consiste en atraerlas miradas de los demás hacia el que lo ostenta. En tal sentido es el adorno el antagonista del secreto. Pero ya hemos visto que el secreto tam bién acentúa la personalidad. E l adorno realiza esta fun ción m ezclando la supe rioridad sobre losdemás con un a dependencia respecto de ellos. P o r otro lado

 ju n ta asim ism o en lo s dem ás la buena voluntad con la envidia. M as el adorno exige u n estudio especial, como form a sociológica típica.

D I G R E S I Ó N S O B R E E l . A D O R N O

E l deseo que siente el hom bre de agrad ar a los que le rodean, muestra entrelazadas las dos tendencias opuestas, encuya alternativa .se realiza en general la relación entre los individuos. De una parte hay el deseo bondadoso de proporcionar a los demás una alegría. De otra hay también el deseo de

que esta alegría, este agrado , redunde en acatam iento y estimación nuestra y se compute como un valor de nuestra personalidad. Este deseo último se acentúa de tal modo, que llegaa contradecir completamente aquel primer altruismo del agradar. Merced al agrado que producimos, pretendemos distinguirnos de los demás, queremos ser objeto de una atención nootorgada a los demás, hasta llega r a producir la envidia. E lagrado se trueca así en un medio, al servicio de la voluntad depoder, y muestra en algunas almas una curiosa contradicción

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Fl sccr«0  y la sociedad secreta 387

terno de sus formas. Este sentido consiste en hacer resaltar lapersonalidad, en acentuarla como algo sobresaliente, pero nopor una inmediata manifestación de poder, no por algo que,exteriormente, fuerce al otro, sino merced al agrado que en elotro se despierta y que, por tan to, contiene alg ú n elemento volun tario. E s esta una d é la s com binacio nes sociológic as másmaravillosas: un acto que sirve exclusivamente a acentuar lapersonalidad del que lo hace y a aum entar su imp ortancia,consigue su fin por medio del placer que proporciona al otro,por una suerte de gratitud que despierta en los demás. Pues

incluso la envidia que el adorno produce, no significa otracosa sino el deseo del envidioso de conseguir para sí el mismoacatamiento y admiración, y prueba justamente basta quépunto considera estos valores ligados al adorno. El adorno esmáximo egoísmo, por cuanto que destaca a su portador y lecom unica u n sen timiento de satisfacción a costa de los demás(ya que el mismo adorno usado por todos no adornaría a nin

guno individualmente). Pero, al mismo tiempo, es tambiénmáximo altruismo, pues el agrado que produce es experimentado por Los demás, no disfrutándolo el propietario sino comoun reflejo, que es el que da al adorno su valor. En la creaciónestética en geireral, resultan íntimamente emparentadas lasmanifestaciones vitales que en la realidad se presentan comoindiferentes o como enemigas; así también en la lueba entre

el egoísmo y el altruismo del bombre, el elemento estético deladorno representa el punto en que ambas corrientes opuestasse refieren una a otra, sirviéndose alternativamente de fin yde medio.

E l adorno acentúa o am plía la impresión que produce lapersonalidad: obra como una irrad iación de la p erson alidad.Por eso ban sido siempre su substancia los metales brillantes

 y las piedras preciosas, que son «adorno» en sentido m ás es

tricto que el vestido y el peinado, los cuales, no obstante,

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ambiente. Esos influjos son, en cierto modo, los portadoresde un resplandor espiritual y actúan como símbolo del indi

 viduo, aun cuando son m eram ente exteriores y no fluye deellos ningún poder de sugestión o importancia personal. Lasemanaciones del adorno, la atención sensible que el adornodespierta, amplían o intensifican la aureola que rodea a lapersonalidad. La persona es, por decirlo así, más, cuando se

 b a ila adornada. A ñ ádase a esto que el adorno suele ser al propio tiempo un objeto de valor considerable. Constituye, pues,una síntesis del haber y del ser del sujetOt Gracias a él, la

mera posesión se convierte en una intensa manifestación sensible del hombre. N o sucede lo m ismo con el vestido ordina rio; porque este no se nos aparece como concreción individua!,ni en el aspecto del haber ni en el del ser. Sólo el vestidoadornado y sobre todo los adornos preciosos, que condensansu valor como en un punto mínimo, convierten el haber de lapersona en una cu alida d visib le de su ser. Y esto acontece, no

a pesar de que el ad orn o sea algo «superfluo», sino precisamente por serlo. Lo inmediatamente necesario va estrechamente unido al hombre, circunda su ser con una aureola mínim a. Pero lo supe rfluo, como indica la palabra, « fluye conexceso», esto es, se derrama allende su punto de partida. Mas,como al propio tiempo queda adherido al sujeto, traza en derredor de lo estrictamente necesario otro círculo más amplio

 y , en prin cipio, in definid o. E l concepto de lo superfluo no encierra en sí lim itación a lgun a. A medida que aum enta lo su perfluo, au m en ta la libertad e independ encia de nuestro ser.Lo superfluo no impone a nuestro ser ninguna ley de limitación. ninguna estructura, como hace lo necesario.

Pero esta acentuación de la personalidad se verifica justamente merced a un rasgo de impersonalidad. Las distintas cosas que pueden «adornar» al hombre, se orden an en u n a es

cala, según que la personalidad física esté ligada más o menos

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tan imperson al y separable como los «adornos» propiam entedichos. Pero justamente en esta impersonalidad estriba su elegancia. £1 más fino encanto del adorno consiste en que lacon dición del m etal y la piedra, que no hace relación a n in guna individualidad, que es dura y poco maleable, se ve forzada a servir a la personalidad. Lo propiamente elegante evita el exceso de individualización, pone en derredor del hom

 bre u n a esfera de cosas generale s, estilizadas, abstractas, pordecirlo así, lo que naturalmente no es obstáculo al refinamiento con que estas cosas generales se ligan a la personali

dad. Si los trajes nuevos producen una impresión de elegancia, es porque son aú n «rígidos», esto es, porq ue no se Kanadecuado a las modificaciones del cuerpo individual, de unmodo tan incondicional como los trajes muy usados, los cuales, habiendo recibido ya una forma peculiar por virtud de losmovimientos de su portador, delatan en seguida la individualidad. Este «ser nuevos», esta imposibilidad de ser modifica

dos según los individuos, es propia en alto grado de los adornos de m etal. E l m etal no se hace viejo, permanece siemprefrío e inasequible, sobre la singularidad y modo de ser de suportador, cosa que no ocurre con el vestido. U n vestido que se ba usado durante a lgú n tiempo, está de tal m odo hecho alcuerpo, tiene tal intimidad con el cuerpo, que contradice laesencia de la elegancia. Pues la elegancia es algo para los

otros, es un concepto social que toma su valor del acatamiento general.

Si pues el adorno ba de ampliar la esfera del individuocon algo transindividual, con algo que se refiera a los otros ysea recogido y acatado por ellos, aparte de su estructura material, deberá poseer estilo.  El estilo es siempre algo general,algo que encaja los contenidos de la vida y creación persona

les en formas compartidas por muchos y asequibles a muchos En la obra de arte propiamente dicha el estilo nos in

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dad de personas, pedimos una forma más general y típica; enellas no ha de expresarse solamente un alma única, sino unamanera de sentir amplia, social e histórica, que haga posible

el ordenarlas en el sistema de vida de muchos individuos. Esun gran error suponer que porque los adornados son siempreindividuos, el adorno haya de ser una obra de arte individual.

 A l contrario, porque h a de servir a l individ uo no puede teneruna naturaleza individual; así como no pueden ser obras dearte individuales los muebles en que nos sentamos, o losutensilios con que comemos. Todo cuanto llena el vasto círcu

lo de la vida h um an a— al contrario de la obra de arte que nose encuentra encajada en la general vida, sino que forma unm undo por sí m ism a— ha de rodear al individuo de esferasconcéntricas, cada vez más anch as, esferas que va ya n a él oque de él partan. La esencia de la estilización consiste en ladisolución del acento individual en una generalización que

 va m ás a llá de la peculiarid ad personal, pero que tiene como

 base o círculo de irradia ció n lo ind iv id u al, o bú?n lo recogecomo una anchurosa corriente. Gracias al instinto que hacecom prender esto, el adorn o ha sido siempre estilizad o de unmodo relativamente severo.

Mas allá de su estilización  fo rm al,  el adorno emplea unmedio material   para con segu ir su finalidad social; este medioconsiste en ese «resplandor» del adorno, por virtud del cual,

su portador se convierte en el centro de un circulo de irradiación, que inc luye a todo el que se encuentre pró xim o, a todoojo que mire. El rayo de la piedra preciosa parece ir hacia elotro, como el brillo de la mirada. En esa radiación está contenido el significado social del adorno, el ser para los demás, ladedicación a los demás, que amplía la importancia del sujeto,

 y así cargada torna a éste. L os radios de este círculo señalan

de una parte la distancia que pone el adorno entre los hombres, puesto que uno de ello s dice: «tengo alg o que tú no tie

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FI secreto y la sociedad secreta

rencia que existe entre la vanidad y el orgullo. Éste, cuya satisfacción descansa exclusivamente en sí, suele desdeñar el«adorno» en todos los sentidos. H a y que agregar en el mismo

sentido la importancia del material «auténtico». El encanto delo «auténtico» consiste en ser algo más que su apariencia inmediata, apariencia que comparte con las falsificaciones. Eladorn o de m aterial autentico no es, como el falsificado, sim ple apariencia; tiene raíces en un suelo más profundo que elde la mera apariencia. La imitación, en cambio, no es más queaquello que de momento parece. Así, el hombre «auténtico» es

aquel en quien se puede fiar, aun cuando no le tengamos anteios ojos. En ser más que apariencia consiste pues el valor  deladorno; y este ser no se ve, es algo que se agrega a la apariencia, contrariam ente a lo que sucede con la imitación háb il. Ycomo este valor es siempre realizable, como es acatado por todos y posee una relativa independencia respecto del tiempo, eladorno resulta algo que está por encima de la contingencia yla persona. El adorno de bisutería sólo vale por el servicio quede momento presta a su portador. El valor del adorno auténtico va más allá; arraiga en las ideas que del valor tiene todoel círculo social, y se ramifica en ellas. Por eso, el encanto yla acentuación que presta a su portador individual, se nutreen este suelo supraindividual. Su valor estético, que es un«valor para los demás», se convierte por la autenticidad, cr\símbolo de estimación general, y encaja dentro del sistema

general de valores sociales.Durante la Edad Media, se dictó en Francia una ordenan

za, prohibiendo a todas las personas que estuviesen por deba jo de un rango determ in ado, llevar alhajas de oro. C laram ente se echa de ver en este ejemplo la combinación característicadel adorno. En el adorno se reúnen la acentuación sociológica y estética de la personalidad, el «ser para sí» y el «ser para

otros» resultan causas y efectos alternativamente. Según estaordenanza la distinción estética el derecho a cautivar y agra

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-mismo resplandor que, partiendo del individuo, determina laampliación de su propia esfera, se añade el sentido de la clasesocial, sim bo lizada en el adorno. E l adorno aparece aqu í comoel m edio de transform ar la fuerza o dignidad social en un aacentuación personal intuíble.

Finalmente, las tendencias centrípeta y centrífuga, que sedan en el adorno, se reúnen en un a forma particular. E s s a

 bid o que en los pueblos prim itiv os, la propiedad priv ada de lamujer aparece, en general, después de la del hombre y, alprincipio, se refiere sobre todo y a veces exclusivamente al

adorno. La propiedad individual del hombre suele comenzarcon las armas; ello constituye una muestra de la condiciónpredominantemente activa y agresiva del varón, que amplíala esfera de su personalidad sin aguardar a la voluntad ajena.En cambio, en la mujer, esta ampliación de la personalidadformalmente igual, pese a las diferencias exteriores—, dada lamayor pasividad de la naturaleza femenina, depende más

 bien de la buena voluntad ajena. A h ora bien, to d a ‘ propiedadsign ifica un a extensión de la personalidad; mi propiedad esaquello que obedece a mi voluntad, es decir, aquello en que mi

 yo se expresa y realiza exterio rícenle. Y esto se verifica antes y m ás completamente que en parte alguna, en nuestro cuerpo,que, por tal motivo, constituye nuestra primera e indiscuti

 ble propiedad. Pero, cuando el cuerpo está adornado, posee

mos más. Somos, por decirlo así, señores de cosas más extensas, y distinguidas cuando disponemos de un cuerpo adorna-

do.  A s í, pues, hay un profund o sentido en el hecho de quesea el adorno el que primero se haga objeto de propiedad pri vada; porque el adorno determ ina aquella am pliación del yo,traza en derredor de nosotros aquella esfera más extensa, quellenamos con nuestra personalidad y que está constituida por

el agrado y la atención del medio que no s rodea -m ed io quepasa sin fijarse por delante de nuestra figura cuando ésta no

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sociedad, que se compenetran e influencian recíprocamente—elevación del yo por el hecho de existir para los demás, y ele

 vación de la existencia para lo s dem ás por el hecho de acen

tuarse y am pliarse uno a sí mism o— , ha creado el ado rno unasíntesis propia en la forma de lo estético, lista forma está ensí misma por encima de las diversas aspiraciones hu m anas,que encuentran en ella no sólo un campo de tranquila convi vencia, sino aquel m utuo apoyo que sobre la contienda de susmanifestaciones emerge como intuición y garantía de su profunda unidad metafísica.

* « «

El secreto, como hemos visto, es una determinación sociológica que caracteriza las relaciones recíprocas entre los elementos de un grupo, o más bien, que, junto con otras formasde referencia, constituye esta relación total. En cambio, al na

cer las «sociedades secretas», el secreto puede extenderse a ungrupo entero. C ua nd o el ser, hacer y haber de u n individu oes secreto, la significación sociológica de dicho individuo tieneestas tres características: aislamiento, oposición, individualización egoísta. El sentido del secreto es aquí puramente exterior; está constituido por la relación existente entre el que posee el secreto y el que no lo posee. Pero cuando un grupo,como tal, toma el secreto como forma de existencia, el sentidosociológico del secreto se convierte en interno y determina lasrelaciones de los que lo poseen en común. Pero como subsiste al propio tiempo la exclusión de los no iniciados, con susparticulares matices, la sociología de la sociedad secreta plantea el complicado prob lem a de fijar las form as inm anen tes que

 vienen determ in adas por la conducta de un grupo que se conduce en secreto frente a otros elementos. N o preludiaré estas

consideraciones con una clasificación sistemática de las socied d d í á i é hi ó i

F.l secreto y la soc iedad secreta 393

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394 S o c i o l o g í a

pueden tomarse, es indudablemente la más radical el hacerseinvisible. E n esto se distingue esencialm ente la sociedad secreta del individuo que busca la protección del .secreto. E,1  in

dividuo sólo puede apelar a tan radical recurso, para accioneso situaciones particulares. Sin duda, puede esconderse totalmente por algún tiempo, o ausentarse en el espacio; pero suexistencia misma no puede con stituir secreto, salvo algu nacombinación fantástica. En cambio, una unidad social puedeocultar su propia existencia. Sus elementos pueden mantenerel más frecuente trato; pero el hecho de que con stitu ya n una

sociedad, una conjuración o una banda de criminales, un con ventículo religioso o una asocia ción para la práctica de extra vagan cias sexuale s, puede, en prin cipio, mantenerse secreto deun m odo permanente. D e este tipo, en el cua l n o están ocultos los individuos, sino el hecho de. constituir una asociación,diferénciánse aquellas sociedades que, siendo conocidas cornotales, mantienen secretos, o sus miembros, o su finalidad, o

sus particulares decisiones, como sucede con m uchas sociedades secretas de los pueblos primitivos y con la masonería. Esevidente que en el último tipo, la forma del secreto no concede tan absoluta protección como el primero, pues lo que sesabe de (ales asociaciones, constituye ya una base para posteriores averiguacione s. E n cam bio, estas sociedades, rela tivamente secretas, tienen a menudo la ventaja de cierta flexibili

dad; contando de antemano con una cierta publicidad, puedenavenirse a descubrimientos posteriores mejor que aquellascuya existencia misma es un secreto; con frecuencia, éste queda destruido al primer descubrimiento, porque suele hallarseante la radical alternativa del todo o nada.

La debilidad de las sociedades secretas está en que los secretos no se guardan mucho tiempo, hasta el punto de quecon razón se dice que un secreto entre dos, ya no es secreto.Por eso la protección que dispensan, aunque es absoluta, re

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F.i secreto y la suciedad secreta 395

en que la fue rza es cap az tle vencer esos obstáculos, y ya elrodeo es innecesario. Por eso la sociedad secreta es la formasocial adecuada para objetivos que se encuentran, por decirlo

así, en la infancia, en estado de debilidad, en el primer períodode desarrollo. Los conoc imientos, las religiones, las m orales,los partidos nuevos, son con frecuencia débiles y necesitadosde protección; por eso se esconden. Por esta razón, las épocasen que surgen nuevas ideas contra los poderes existentes, parecen como predestinadas para el florecimiento de las sociedades secretas, como ocurre, v. gr., en el siglo xvm. Así, para no

citar más que un ejemplo, ya entonces existían en Alemanialos elementos de un partido liberal; pero su concreción en unaorg an izac ión política perm anen te era impedida por los poderes del Estado. La sociedad secreta era, pues, la única formaen que podían mantenerse y desarrollarse los gérmenes deuna nueva organización. Tal hizo sobre todo la orden de losIluminados.

Igual protección que al desarrollo ascendente, presto al descendente la sociedad secreta. Las aspiraciones y poderes sociales que va n siendo expulsad os por oíros nuevos, se refugia nen el secreto, que co nstitu ye , po r decirlo así. un estadio inter medio entre el ser y el no ser. Cuando a fines de la Edad Media comenzó en Alemania la opresión de las corporacionesmunicipales por los poderes centrales fortalecidos, desarrollóse en aquellas una amplia vida secreta. Reluciéronse en

asambleas y asociaciones ocultas, en el ejercicio secreto delderecho y el poder, del mismo modo que los animales buscanel amparo de sus cuevas Cuando están próximos a morir. Estadoble función protectora de las sociedades secretas, como estación intermedia, tanto para poderes ascendentes, como parafuerzas decadentes, se percibe acaso con máxima claridad enlo religioso. Mientras las comunidades cristianas eran perse

guidas por el Estado, tenían que esconder sus reuniones, susoficios su existencia toda En cambio cuando el cristianismo

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como ofensiva frente a la opresión violenta de los poderescentrales. Y esto no só lo en la po lítica, sino también en elseno de la Iglesia, de los establecimientos de enseñanza y de

las familias. A este carácter de protección— cualidad externa— corres

ponde, como cualidad interna, en las sociedades secretas, laconfianza mutua de los copartícipes. Trátase de una confianzam u y especial. la confianza en la capacidad de callarse. L as aso ciaciones diversas pueden basarse en diversos supuestos deconfianza: confianza en la capacidad para los negocios, en la

convicción religiosa, en el valor, en el amor, en la honradezo— como sucede en las sociedades de m alhechores— en la ru p tura radical con todas las veleidades morales. Pero cuando lasociedad es secreta, añádese a todas estas formas de confianza,determinadas por el fin de la asociación, la confianza formalen la discreción, en la capacidad de guardar el secreto. En último térm ino, esta confianza viene a ser la fe en la p ers on ali

dad; pero una re que tiene un carácter más sociológico y abstracto que ninguna otra, pues bajo su concepto pueden colocarse todos los contenidos de vida com ún que se quiera. A estose añade que, salvo excepciones, no hay otra clase de confianza que necesite, como ésta, tan con stante ren ov ación su bjetiva;pue s cuan do se trata de creer en la inc linac ión o en la energía,en la m oral o en la inteligencia, en la ho nrad ez o en el tacto

de una persona, es más fácil que se produzca n hechos en quepueda fundarse, de una vez para siempre, una cierta cantidadde con fianza , y se reducen al m ínim um las p osibilidad es dedesengaño. Pero la indiscreción depende de una imprevisiónmomentánea, de una debilidad o excitación ocasional, de unmatiz con acento acaso inconsciente. Guardar el secreto es tandifícil, son tan múltiples las tentaciones de revelarlo, hay, enmuchos casos, un camino tan continuo y llano desde el silencio hasta la indiscreción, que en esta clase de confianza ha de

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E! secreto  y   la sociedad secreta 397

 bre en otro posee un valor m oral tan alto como la debid a correspondencia a dicha confianza; y acaso más meritorio aún,porque la confianza que se nos otorga, contiene un prejuicio

casi constrictivo, y para defraudarla es preciso ser positivamente malo. E n cam bio, la con fianza se «regala»; no puedesolicitarse en la misma medida en que puede exigirse que secorresponda a ella, una vez otorgada.

Las sociedades secretas buscan, como es natural, mediospara favorecer psicológicamente la discreción, que no puedeimponerse directamente. En primer lugar, figuran entre ellos

el juramento y la amenaza de castigo. Estos medios no requieren explicación alguna. Más interesante es la técnica frecuente que consiste en someter al novicio a un aprendizaje del silencio. Te nien do en cuen ta la dificultad, y a m encion ada, decallar; teniend o en cuenta, sobre todo , la estrecha asoc iaciónque en los estadios primitivos existe entre el pensamiento y suexpresión verbal—para los niños y para muchos pueblos pri

mitivos pensar y hablar es casi lo mismo—, se necesita, antetodo, haber aprendido a callar para poder aspirar a que los demás confíen en que mantendremos ocultas determinadas cosas (l ). A s í se refiere de un a sociedad secreta, en la isla deCeram, del archipiélago de las.-Moíucas, que el muchacho quesolicita el ingreso en ella, no sólo ha de calla r todo cu antopresencia al entrar, sino que, durante algunas semanas, no

puede hablar una palabra con nadie, ni siquiera con su familia. Aquí no influye, de seguro, solamente el valor pedagógicodel silencio absoluto; a la indiíerenciación espiritual, propia de

( l ) Ln sociedad humana está condicionada po r ia capacidad de hablar; pero recibe

su form a— lo que, naturalmente, só lo se manifiesta aquí y a llá— por la capacidad de

collar. Cuando todas las representaciones, sentimientos, impulsos, brotan libremente

en el discurso, surge una confusión caótica, en ver de un concierto orgánico. Pocas ve

ces SC advierte clnTomentc la necesidad del silencio para el trnto regularizado, porgueello r.os parece cosa sobreentendida, aunque tiene, sin duda, su evolución histórica, que

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este estadio, corresponde además la ab solu ta prohibición dela pa lab ra en un período en t{ue Kan de callarse cosas m uyconcretas. E s este un radicalism o an álogo a l ’ que lleva a lospueblos poco desarrollados a recurrir a la pena de muerte, encasos en que más tarde un delito parcial recibe una pena parcial. o a entregar una parte completamente desproporcionadadel patrimonio por algo que, de momento, atrae. Lo que seexpresa- en todo esto es la «torpeza» específica, cu ya esenciaconsiste, sin duda, en la incapacidad de provocar una ine r

 vación exactamente adecuada al fin determ in ado y concreto.

El torpe mueve el brazo entero, cuando para su fin le bastabacon mover dos dedos; mueve el cuerpo entero, cuando lo indicado era mover solamente el brazo. Por eso, en el caso a quenos referimos, la asociación psicológica exagera enormementeel peligro de la indiscreción y, por eso, no lim ita la proh ibición a su objetivo concreto, sino que la extiende a toda la función de hablar. En cambio, cuando la asociación secreta de los

pitagóricos prescribía a los novicios un silencio de varios años,probablemente, pretendía algo m ás que un fin de entrenam iento para que aprendiesen a guardarlos secretos de la asociación;pero la causa no era sólo aquella torpeza, sino la ampliacióndel fin diferenciado. N o se con form aba n, en efecto, con que eladepto aprendiese a callar algo determinado, sino que queríanque aprendiese a dominarse, en general. La asociación impo

nía una severa disciplina y una pureza estilizada de la vida; yel que conseguía estar unos años sin hablar, se encontraba endisposición de resistir a otras tentaciones, además de la indiscreción.

Otro medio de asentar sobre una base objetiva la discreción fue empleado por la asociación secreta de los druidas delas Galias. Sus secretos consistían principalmente en cantos

íeligioso s, que todo d ruida ten ía que aprender de m emoria.Pero las cosas estaban dispuestas de tal manera especial

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El secreto y la sociedad secreta 399

sobre el espíritu indisciplinado, el cual, gracias a esto, puedeacostumbrarse lentamente a resistirla.

Pero la prohibición de escribir los cantos., penetra en esfe

ra de mayor importancia sociológica- Es algo más que unaprecaución contra el descubrimiento Je los secretos. El hechode que la en señ an za ha-ya de basarse en el trato personal, deque la fuente del aprendizaje consista exclusivam ente en laasociación, y no en u n escrito objetivo, liga a los m iembrosde un modo incomparable con la comunidad y les bace sentirperdurablemente que, desprendidos de la substancia colectiva,

perderían también, irrevocablemente, la suya propia. Acasono se baya hecho resaltar debidamente hasta qué punto en lascivilizaciones maduras la objetivación del espíritu favorece laindependencia del individuo. Mientras la vida espiritual delindividuo viene determinada por la tradición inmediata, polla enseñanza individual, y, sobre todo, por normas trazadaspor autoridades personales, el individuo está encajado solida

riam ente en el gru po v ivo que le rodea; sólo tcl gru po le presta la posibilidad de calmar su existencia espiritual; los canales por donde se alim en ta esa su vida espitual fluye n todosentre el medio y él. Pero cuando el trabajo de la especie ha capitalizado sus productos en forma escrita, en obras visibles yejemplos perdurables, interrúmpese aquella corriente orgánicaentre el grupo actual y sus miembros individuales; el procesode la vida no liga al individuo continuamente y de un modo

exclusivo al grupo, sino que aquél puede nutrirse de fuentesobjetivas, que no requieren presencia person al. E l hecbo deque esta pro visión acu m ulad a h a ya surgido de los procesosdel espíritu social, es cosa re lativa m en te ind iferente; no sóloporque lo que ha cristalizado en dicha provisión es la obra degeneraciones a veces muy remotas, sin relación ya con lossentimientos presentes del individuo, sino sobre todo porque

lo importante es la forma objetiva de esta provisión, el hallarse desligada de la personalidad subjetiva con lo cual el indi

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lan te— laxos que encuentran su categoría específica sentim ental en la «con fianza» — , son cau sa de que, cuando su principalobjeto es la com un icación de conten idos espirituales, se pro hiba fijarlos por escrito.

400 Sociología

D I G R E S I Ó N A C E R C A D E L A C O M U N I C A C I Ó N

E S C R I T A

Encajan aquí algunas consideraciones sobre la sociologíade la carta, porque, evidentemente, la carta ofrece un carácterpeculiar dentro de la categoría de! secreto. En primer término,el escrito es por esencia opuesto a todo secreto. Antes de quese empleara generalmente la escritura, toda transacción jurídica, por sencilla que fuese, debía celebrarse ante testigos. La

forma escrita hace inútil este requisito, porque implica una«publicidad» que, si bien es  potencial, en cambio es ilimitada;significa que no sólo los testigos, sino cualesquiera personas,pueden saber que se ha celebrado el contrato. N ue stra con ciencia tiene a su disposición una forma singular, que puedellamarse «espíritu objetivo» y que consiste en que las leyesna tura les y los imp erativos m orales, los conceptos y las formas artísticas, están a la disposición de quien quiera y puedaap reh end erlos, pero son independientes, en cuan to a su v a lidez eterna, de que sean o no aprehendidos y de cuando a contezca esto. La verdad, que como producto es por esencia muydistin ta de .su objeto real efím ero, sigue siend o verdad sea sa  bida y reconocid a o no: la ley m oral y juríd ica rige, .sea o nocum plida. E sta categoría, de incalcu lable transcendencia, bailaen la escritura su sím bolo y sostén sensible. U n a vez  fijado por

escrito, el contenido espiritual ha adquirido forma objetiva,

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Pero, precisamente, su indefensión contra todo el que quieraconocerla es la que hace que la indiscreción para con la cartaaparezca como particularmente innoble. Para personas de

fino s sentim ientos, esta ind efens ión de la carta es el mejoramparo de su secreto.

 A sí, pues, la carta debe justam ente a la supresió n objeti va de lodo seguro contra la indiscreción, el aum ento subjetivode esta seguridad. De aquí brotan singulares oposiciones quecaracterizan la carta como fenómeno sociológico. La forma dela expresión epistolar significa una objetivación de su conte

nido, que co nstituye una sin gu lar síntesis, cuyo s términos sonde un a parte el hecho de estar destinada a un in div idu o concreto, y de otra parte la person alidad y su bjetivid ad que el corresp onsal po ne en su carta, a d iferencia del escritor. Y , precisamente, en este último sentido, ofrece la carta caracteres especíales, como forma de trato entre personas. Cuando losinterlocutores se bailan en presencia, cada uno de eilos da alotro algo m ás que el mero contenido de las palabras. A la vi sta de la otra perso na, p enetram os en la esfera de sus se ntimientos, no expresable en palabras, pero manifiesta por milmatices de acentuación y ritmo; el contenido lógico o queridode nuestras palabras experimenta un enriquecimiento y complemento de que la corta sólo ofrece analogías mínimas, yaun estas son en su mayoría recuerdos del trato personal. La ventaja y el inconveniente de la carta consiste, en prin cip io ,

en no dar más que la pura substancia de nuestras representaciones momentáneas y en callar lo que no podemos o no queremos decir. Y , sin embargo, la carta— cuand o se diferenciadel en say o por a lgo m ás que por no estar im presa— es algocompletamente subjetivo, mom entáneo, puramen te personal,no sólo tratándose de explosiones líricas, sino de com unicaciones absolutamente concretas. Lsta objetivación de lo sub

 jetivo, este desnudar lo subjetivo de todo aquello que en elt i l d l d i

P.l secreto y la sociedad secreta 401

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402 Sociología

Cuando un producto interno tiene el carácter de «obra», estaforma duradera es absolutamente adecuada. Pero en la cartah a y u na contradicción entre el carácter de su conten ido y el

de su form a; para producir, tolerar y u tiliz ar esta contradicción, hacen falta una objetividad y diferenciación dominantes.

E sta síntesis h alla otra a na logía en esa m ezcla de precisión y vaguedad, que es propia de la expresión escrita y sobretodo de la carta. Aplicados a la comunicación de persona apersona, son estos caracteres categorías sociológicas de primerorden, en cuya esfera se encuen tran evidentem ente todas las

consideraciones de este capítulo. Pero no se trata aquí sencillamente del más o menos que uno dé a conocer al otro acercade sí mismo, sino de que lo comunicado es más o menos claropara el que lo recibe, y de que, a modo de com pen sación, lafalta de claridad va unida a una pluralidad proporcional deposibles interpretaciones. Seguramente en toda relación duradera entre los hombres, la proporción variable de claridad y

de interpretación en las manifestaciones, juega, al menos ensus resultados prácticos, un papel cada vez más consciente. Laexpresión escrita aparece primeramente como la más segura,como la única a la que no puede quitarse ni ponerse unacoma. Pero esta prerrogativa de lo escrito es simple consecuencia de un defecto; proviene de que le falta el acompañamientode la voz y del acento, del gesto y de la mímica, que en la palabra hablada son fuente, tanto de mayor confusión, como dem ay or claridad. E n realidad, el que recibe la carta no sueleconformarse con el sentido puramente lógico de las palabras,que la carta transmite sin duda con más precisión que la con versación; más aún, en incontable s casos no puede hacerseesto, porque sólo para entender el sentido lógico hace ya faltaalgo más. Por eso la carta, a pesar de su claridad, o más exactamente, gracias a ella, es más que la conversación el lugar de

las «interpretaciones», y portante de las malas inteligencias.

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I íl s e c r e t o v l a s o c i e d a d s e c r e ta 403

interpretaciones varías, resulta también en la carta más confuso que en la conversac ión. S i exp resam os esto en las cate

gorías de la libertad o de la su jeció n en que el que recibe lacom un icación se ba ila frente al otro, diremos que por lo quese refiere a la sub stanc ia lógica, la co m prensión está m ás constreñida en la carta que en la conversación, pero en cambio esmás libre en lo que se refiere a l sentido perso na l y profun do.Puede decirse que la conversación revela el secreto, merced alo que el interlocutor deja ver sin dejar oír, merced a los múltiples imponderables del trato; en cambio, nada de esto existeen la carta. P o r eso la carta es más clara en lo que no toca alsecreto del otro, y en cambio es más oscura y multívoca en loque a ese secreto se refiere. Entiendo por secreto del otro,aquellos sentimientos y cualidades que no pueden expresarselógicamente, pero a los cuales recurrimos incontables vecespara comprender manifestaciones plenamente concretas. Em laconv ersación , estos elementos au xiliare s de la interpretación

están de tal modo fundidos con el contenido conceptual, queforman una unidad de intelección. Quizás sea este el casomás acusado de un hecho más general: que el hombre no puede separar lo que rea lm ente ve, oye, a ver igua, do aque llo enque se transforman estos datos merced a sus interpretaciones,adiciones, deducciones, transformaciones. Uno de los resultados espirituales de la correspondencia por escrito, consiste en

separar de esta unida d ingenua un o de sus elementos, po nien do as i de relieve la plu ralid ad de factores que, en p rincip io,constituyen el fenómeno en apariencia tan sencilla de la «mutu a comprensión».

* * *

 A l estudiar la técnica del secreto, no debe olvid arse queeste no es m eramente un m edio a cuyo am paro pueden fo

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404 Sociología

trata de conocimientos que no deben penetrar en la multitud;los iniciados forman comunidad, para garantizarse mutua

mente el secreto. Si los iniciados fueran una simple suma depersonalidades inconexas, pronto se perdería el secreto; perola socialización ofrece a cada uno de estos individuos un apo

 y o psicológico, para lib rarle de la tentación de ser indiscreto. A l paso que, como be hecho resaltar, el secreto produce unefecto aislador e individualizador, la socialización del secretoproduce un efecto inverso. E n todas las clases de asociacio

nes, alternan la necesidad de individualización y la de socialización dentro de sus formas, e incluso de sus contenidos; dí- jérasc que así se satisface la exigencia de una proporción permanente en la mezcla, empleando cantidades sujetas a constante cambio cu alitativo. A s í la sociedad secreta compensa elaislamiento propio de todo lo secreto con el hecho de ser so-

ciedad.

El secreto y el aislamiento individual son de tal modo correlativos, que la socialización puede representar frente al primero dos funciones completamente opuestas. En primer lugar, puede ser directamente buscada, como se ha dicho, paracompensar el efecto aislador del secreto, para satisfacer, dentrodel secreto, el instinto de sociabilidad que el secreto cohíbe.Pero por otra parte, el secreto pierde importancia cuando porrazones de contenido se repugna al aislamiento, en principio. La masonería declara que quiere ser la sociedad más general, la «asociación de las asociaciones», la única efue rechaza lodo fin y toda tendencia particularista y quiere utilizarcomo contenido exclusivo lo conuín a todos los hombres buenos. Y paralelamen te a esta tendencia, es cada vez más indiferente el carácter del secreto para las logias, quedando reducidoa exterioridades meramente formales. Por consiguiente, no

hay contradicción en que el secreto sea unas veces favorecido

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t l secreto  v l.i socie dad secreta

La iniciación gradual de los miembros pertenece a un grupo muy amplio de formas sociológicas, dentro del cual las so

ciedades secretas se señ alan de un modo especial. N o s referimos al principio de la jerarquía, de la ordenación gradual enlos elementos de una sociedad. Esa finura y sistematizacióncon que precisamente las sociedades secretas organizan su di visión del trabajo y la jerarquía de sus miembros, depende deuno de sus rasgos, de que Hablaremos más adelante con mayordetenimiento: de la marcada conciencia que tienen de su vida, y que las em puja a sup lir con u n a constante voluntad regula dora las fuerzas organ izado ras instin tivas y a sustituir el crecimiento de dentro a fuera con una previsión constructiva. Esteracionalismo de su forma se expresa de un modo perceptibleen su clara arquitectura. Tal era, v. gr., la estructura de la sociedad secreta checa Omladina, antes mencionada, que copia

 ba uno de los grupos de carbonarios y cuya organizació n sehizo pública en el año 1893, a consecuencia de una indaga

ción judicial. Lo s directores de la O m lad in a se divid ían en«pulgares» y «dedos». En sesión secreta los presentes eligen el«pulgar»; éste elige cuatro «dedos»; los dedos eligen a su vezun pulgar, y este segundo pulgar se presenta al primero. Elsegundo pulgar elige otros cuatro dedos, y éstos a su vez unpulgar, y de esta m anera va con tinuan do la organ ización . E lprim er pulgar conoce a todos los pulgares; pero éstos no se

conocen entre sí. L os dedos sólo conocen a los otros cuatroque están sub ordinados al m ismo pulgar. Todo la actividadde la Omladina está dirigida por el primer pulgar, «el dictador». Este pone en conocimiento de los demás pulgares todaslas empresas planeadas; los pulgares transmiten las órdenes alos dedos que Ies están subordinados, y los dedos a los miem bros de la O m lad in a que tienen a su cargo.

E l Kecho de que la sociedad secreto b ay a de ser or ga n iza

da, desde su base, reflexivame nte y por v olu nta d consciente,

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•tOG Sociología

ciptos, con mayor motivo podré decirse de la sociedad secreta,que no va creciendo, sino que se construye, y tiene que contar

con m enos elementos pa rciales y a ‘¡orinados que n in g u n a otrasistem atización despótica o socia lista. A l placer de planea r ycon struir, que ya en sí es expresión de la volun da d de poder,agrégase en este caso una incitación particular: !a de disponerde un amplio círculo, idealmente sometido, de seres humanos,pera construir un esquema de posiciones y jerarquías. Es característico que este placer, en ocasiones, se desprenda de todautilidad y se explaye en la construcción de edificios jerárquicos totalm ente lantásticos . A s í ocurre, v. gr., en Los gradoselevados de la masonería degenerada. Como caso típico indicaré algun as particularidades de la orga nizac ión de la «Ordende los constructores african os» , que nació en A lem an ia yFrancia a mediados del siglo x v j i i ,  y que edificada con arregloa principios masónicos, pretendía aniquilar la masonería- Laadministración de esta sociedad, muy reducida, estaba a cargo

de quince funcionarios: sutnmus maghter, samnii mogistri  locara tenes, prior, subprior, magister,  etc. Los grados de laasociación eran siete: el aprendiz escocés, el hermano escocés,el maestro escocés, el caballero escocés, el eq'ues regii,  el cejues de secta consueto,  el eques sileniii   regí?, etc.

En análogas condiciones que la jerarquía, evoluciona dentro de las sociedades secretas el ritual. También en este punto

la falta de prejuicios históricos, el estar construida la sociedadsobre una base arbitraria, determinan una gran libertad y riqueza de formas. Acaso no haya rasgo alguno que distingatan típicamente la sociedad secreta de la pública, como el valorque en aquélla adquieren los usos, fórmulas, ritos, y su prepon deran cia y au n oposición frente a los fines de la asociación.En ocasiones, preocupan estos fines menos que los secretosdel ritual. La masonería declara expresamente que no es una

asociación secreta, que no ha y nin gú n mo tivo pora o cultarl i ll i i

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ti secreto y la sociedad secreta

sobre cosas que atañen al bien de la Orden. Entre ellas figuran los signos de la O rden y de reconocimiento y los no m bres de los herm anos, las sole m nid ades, etc.» L o curio soes que más adelante, en el mismo estatuto, se explica sindisimulo y con detalle el fin y la naiuralcza de la Orden.En un libro de escasas dimensiones, en que se describen laconstitución y naturaleza de los carbonarios, la enumeraciónde las fórmulas y usos empleados para la recepción de nuevosmiembros y para las reuniones, ocupa 75  páginas. iNo Hacenfalta más ejemplos. El papel que desempeña el ritual en las

sociedades secretas, es suficientemente conocido, desde las asociaciones religiosas y místicas de la antigüedad hasta los «ro-sacruz» del siglo xvm y, por otra parte, las más famosas bandas de crimínales. La motivación sociológica de ello es lasiguiente:

Lo que llama la atención en el ritual de las sociedades secretas es no sólo la severidad con que se observa, sino, sobre

todo, el cuidado con que se guarda su secreto, como sí su descubrimiento fuese tan peligroso como el de los fines y actividades de la asociación o el de su propia existencia. La utilidadde esto es, probablemente, que la sociedad secreta sólo se convierte en unidad cerrada, cuando in troduce un com plejo deform as exteriores en el secreto de su actividad e intereses. Lasociedad secreta trata de constituir, bajo las categorías que le

son propias, una totalidad de vida; por eso, en derredor de sufin, que acentúa enérgicamente, construye un sistema de fórmulas, que lo rodean, como el cuerpo al alma, y lo pone todoello bajo la protección del secreto, porque solamente así setransforma todo en un conjunto armónico, cuyas partes seap oy an mutuamente. E s necesario acentuar particularm enteel secreto de lo externo, porque éste no está tan claram ente

ustificado por el interés inm ediato, como los fines reales d é lai ió E t f ó j t l d

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Sociología

cerrada una pluralidad de energías e intereses, desde un puntode vista especial. Pero a esto mismo suele aspirar también lasociedad secreta. Uno de sus rasgos esenciales es que, auncuando reúna a los individuos únicamente para fines parciales, aun cuando por su contenido sea una pura asociación defines, requiere la asistencia del ho m bre entero, liga y obligamutuamente a las personalidades, en medida mucho másamplio que lo haría, con la misma finalidad, una asociaciónque fuera pública.

 A b o ra bien, el sim bolism o del rito evoca u n a gran canti

dad de sentim ientos, cuyo s lím ites son inseguros y van m ucho más alió del alcance que pudieran tener los interesesindividuales razonables. Así la sociedad secreta abraza la totalidad del individuo. Gracias a la forma ritual, amplía sufin particular y adquiere una unidad y totalidad cerradas,tanto su bjetiva como sociológicam ente. A esto se añade que,por obra de tal formalismo y también merced a la jerarquía,

la sociedad secreta se convierte en una especie de reflejo de-mundo oficial, frente al que se pone en contradicción. Es norma sociológica realizada en todas partes, que los organismosque surgen en oposición de otros mayores, repiten en su senolas form as de estos. Só lo un organ ism o, que de algú n modoconstituya un todo, tiene poder bastante para mantener el li-gamen de sus elementos. Esa conexión orgánica, por medio dela cual sus miembros se compenetran en una corriente de vida

unitaria, la tomará el organismo menor y secreto de aquelotro m ayo r y público, a cuy as formas están y a los hombresacostumbrados, por lo cual dichas formas resultan siemprelos mejores modelos.

Finalmente, al mismo resultado conduce otro motivo en lasociología del ritual de la sociedad secreta. Es el siguiente.Toda sociedad secreta implica una libertad,  que propiamente

no está prevista en la estructura del grupo mayor que la rod Bi l i d d t l t d l d fi i t

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Ei sccroro y la sociedad secreta

pre un tono de libertad, supone siempre un terreno donde nose aplican las normas del público ambiente. La esencia de la

sociedad secreta, como tal es autonomía. Pero una autonomíaque se aproxima a la anarquía. El apartamiento de las realasacatadas por la generalidad, fácilmente tiene por consecuencia para la sociedad secreta, el desarraigarla, hacerle perder laseguridad en el sentimiento de la vida y los apoyos que suministra la norm a. A remed iar esta deficiencia viene, empero, ladeterminación y detalle circunstanciado del ritual. Se ve tam bién en este caso que el hom bre necesita una cierta proporción entre la libertad y la ley, y que, cuando la proporción requerida entre ambas no brota de una sola fuente, busca otrafuente que le suministre la cantidad de una de ellas que bacefalta para equilibrar a la otra, hasta conseguir la deseada proporción. P o r m edio del ritua l, la sociedad secreta se im pon e

 voluntariam ente u n a coacció n form al, com ple m ento de su vida m arginal e independencia m aterial. E s caracterís tico que

entre los masones sean, precisamente, los am ericán os— esto es,los que disfrutan de m ayo r libertad política — los que exigenla más severa unidad en el trabajo, la mayor uniformidad enel ritual de todas las logias. E n cambio, en A lem an ia, dondeno es fácil que nadie sienta la necesidad de una compensación en el sentido de limitar la libercad, reina mayor arbitrioen el trabajo de las diferentes logias.

La coacción formulista de la sociedad secreta, que llega a veces a im poner rituales absurdos, no se h alla , pues, en contradicción con la libertad anárq uica que fomenta, d esvin culándose de las normas vigentes en el círculo mayor que la en

 vuelv e. P o r el contrario: si la extensión de las sociedades secretas por regla general, es un síntoma de poca libertad política y de excesivo espíritu policíaco de reglamentación, como

reacción del hombre ansioso de libertad, en cambio, la reglamentación ritual interna de estas sociedades indica en el círcu

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410 S o c i o l o g i a

sociedades representan, modificaciones cuantitativas esencialesde los rasgos típicos que se dan en la socialización en general.

E sta fun da m enta ción de la sociedad secreta nos conduce aconsiderar una vez más su posición en el conjunto de las formas sociológicas.

E l secreto en -as sociedades es un hecho sociológico prim ario, un género y colorido pa rticular de la conviven cia, un acualidad formal de referencia, que, en acción recíproca inmediata o mediata con otras, determina el aspecto del grupo o del

elemento del grupo. E n cam bio, históricam ente, la sociedad secreta es u na or ga n izac ión secu nd aría, es decir, surge en el senode un a sociedad ya perfecta. O dicho de otro modo: la sociedadsecreta está tan caracterizad a por su secreto, como otra s— oella mism a— lo están por sus relaciones de superioridad y su  bordinació n, o p o r sus fines agresivos, o por su carácter deimitación. Pero el hecho de que pueda formarse con tal carácter exige el supuesto de una sociedad ya constituida. Se colocafrente al círculo más amplio como otro círculo más reducido;

 y este enfronta m iento, cualq uie ra que sea su obje to, tienesiempre el carácter de un aislamiento; incluso la sociedad secreta que no se propone más que prestar desinteresadamentea la totalidad un servicio determinado, para disolverse una

 vez conseguido, necesita inexorable m ente recurrir al apartamiento temporal, como técnica para la realización de su fina

lidad. Por eso no hay entre los muchos grupos reducidos, queestán rodeados por oíros mayores, ninguno que necesite acentuar tanto como la sociedad secreta su autonomía. Su secretola envuelve como una valla, más allá de la- cual no hay másque cosas opuestas material o, al menos, formalmente. Esa va lla la reúne pues en u n a unidad acabada. E n las agrupaciones de otro género, el contejiido   de la vida colectiva, la acti

 vidad de los m iem bros en el ejercic io de sus derechos y debed ll d l l i i d

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t i secreto y ía sociedad secreta 411

nido, un sentido muy superior al que tienen otras asociaciones. Le falta por completo a la sociedad secreta el crecimientoorgánico, el carácter instintivo, la evidencia de la comunidad

 y la unidad. Los contenid os de la sociedad secreta podrán sertodo lo irracionales, místicos y sentimentales que se quiera;pero su formación es siempre consciente y producida por la

 volun tad . G racias a esta concie ncia de ser sociedad, concienciaque actúa en su fund ación y en s u vida de un m odo permanente: la sociedad secreta es lo contrario de todas las comunidades instin tivas, en las cu ales la asociación es en m ay or omenor grado la mera expresión de tina conjunción arraigadaen sus elementos. E sta condición d é la sociedad secreta explicaque las formas típicas de las socializaciones se acentúen en lassociedades secretas, y que sus rasgos sociológicos esencialessean el aum ento cu an titativo de otros tipos de relación m ásgenerales.

Uno de ellos ha sido ya indicado; me refiero a la caracterización y mantenimiento dei círculo por su separación del

ambiente social que ¡e rodea. En este sentido actúan los signos de reconocimiento, a veces muy circunstanciados, por medio de los cuales los miembros de la sociedad secreta legitimansu pertenencia a la sociedad. En la época ante rior a la dilu -sión de la escritura, estos signos eran mucho más necesariosque después, cuando otros medios sociológicos adquirieronm ás imp ortancia que la m era identificación. M ientras faltaron

confirmaciones de ingresa, avisos, señalamientos, una asociación cuyas secciones se encon traban en distintos lugares, notenía otro medio pitra excluir a los profanos y para que sus

 beneficios y com unicaciones llegasen a su verdadero destino,que el empleo de signos conocidos tan sólo por los iniciados.Sobre estos signos ¡había de guardarse secreto, y por medio deellos podían identificarse en cualquier sitio los m iem bros de!a asociación.

El fin del apartamiennto caracteriza muy claramente el

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4 12 Sociología

suele prohibirse a las mujeres el acercarse a ellos bajo gravespenas. N o obstante, las mujeres han conseguido algunas vecespenetrar el secreto y han descubierto que las terribles apari

ciones ño eran tales fantasmas, sino sus propios maridos.Donde ha acontecido esto, las sociedades han perdido toda suimportancia y se han transformado en inofensivas mascaradas. La mentalidad indiferenciada del hombre primitivo nopuede representarse el apartamiento más perfectamente queescondiéndose, haciéndose invisible. La forma más grosera ymás radical del secreto es aquélla en que el secreto no se refiere

a una actividad concreta del hombre, sino al hombre entero.La asociación no hace nada en secreto: es la totalidad de susmiembros la que se convierte en secreto. Esta forma de asociación secreta responde perfectamente a la m entalidad prim itiva ,para la cual el sujeto entero se emplea en toda actuación particular: la mentalidad primitiva no objetiva las actividades

 varias, no les da un carácter peculia r dis tinto del sujeto total.

 A s í se explica que tan pronto como se descubre el secreto dela máscara, fracase todo el apartamiento, y la asociación pierda, al mismo tiempo que sus medios de manifestación externa, su significado interno.

El apartamiento tiene aquí un sentido de valoración. Elque se separa, lo hace porque no quiere confundirse con losdemás, porque quiere hacer sentir su propia superioridad frente a los demás. E n todas paTtes este motivo lleva a form argrupos, que se distinguen claramente de los que se constituyenpara fines objetivos. A l reunirse aqu ellos que quieren ap artarse, prodúcese una aristocracia, que, con el peso de su sum a, fortalece y, por decirlo asi, extiende la pos ición y segu ridad delindividuo. El hecho de que el apartamiento y la asociación seenlacen con el m otivo aristocrático, les da en muchos casos,desde el primer momento, el sello de lo «particular» en el sen

tido de la va lorac ión. Y a entre escolares puede apreciarse cómo

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I-.l secreto %• la sociedad secreta

aislador, acentuando así el carácter aristocrático del grupo.Esta significación del secreto, como acentuación del apar

tamiento sociológico, se presenta con particular relieve en las

aristocracias políticas. Uno de los requisitos del régimen aristocrático ha sido siempre el secreto. E l régime n aristocráticoaprovecha el hecho psicológico de que lo desconocido, porserlo, parece terrible, potente, amenazador. En primer lugar,trata de ocultar el reducido número de la clase dominante; enE spa rta se guard aba el m ayo r secreto p osible acerca del núm ero de los guerreros, y el m ismo objeto quiso conseg uirse en Ve -

necia, disponiendo que todos los nobili    se presentasen con unsencillo traje negro, para que un traje llamativo no revelase, alas claras, el escaso número de los soberanos. Este disimulollegaba en Venecia hasta ocultar completamente el círculo delos altos dignatarios; los nombres de los tres inquisidores delE stado s c ’ o eran con ocidos por el Co nse jo de los D iez, quelos elegía. En algunas aristocracias suizas, los cargos más importantes se llamaban los secretos, y en Friburgo, las familias

aristocráticas eran denominadas «las estirpes secretas». Encontraste con esto, la publicidad va ligada al principio dem ocrático y, con el mismo espíritu, la tendencia a dictar leyes generales y fundamentales. Pues tales leyes se refieren siemprea un número indefinido de sujetos, y, por consiguiente, sonpúblicas por naturaleza. Por el contrario, el empleo del secreto en los regímenes aristocráticos no es más que la exaltación

suprem a de su situación de aparta miento y exención, por virtud de las cuales la aristocracia suele oponerse a una legislación general y fundamental.

Cuando el concepto de la aristocracia pasa de la política deun grupo a las ideas de un individuo, la relación entre apartamiento y secreto sufre una transformación en apariencia completa. La perfecta distinejón, así en lo espiritual como en lomoral, desdeña toda ocultación, porque su seguridad interiorla hace indiferente a lo que otros sepan o no sepan de ella, a

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414 Sociologia

muchedumbre, es justamente la prueba de la importancia quela masa tiene para tales hombres. La máscara del hombre verdaderamente distinguido consiste en que, aun mostrándose

sin velos, la muchedumbre no le comprende y, por decirlo así,no lo ve.

La separación de todo lo que está fuera del círculo, es, pues,una forma gen eral sociológica que se sirve del secreto, comotécnica para acentuarse. Esa separación adquiere un particular colorido, merced a los múltiples grados en que se verifica¡a iniciación en las sociedades secretas, antes de llegar a sus

últimos misterios. Esa multitud de ritos nos ha servido yapara iluminar otro rasgo sociológico de los sociedades secretas. Por regla general, se le exige al novicio la declaración solemne de guardar secreto sobre todo lo que vea, aun antes deconcederle siquiera el primer grado. D e esta m anera se con sigue la separación absoluta y formal que produce el secreto.Pero desde el momento en que el contenido o fin verdadero de

la asociación— sea este la plena purificación y santificacióndel alma por la gracia de los misterios, o la absoluta supresiónde toda barrera moral, como en los asesinos y otras sociedades de malhechores—sólo se revela gradualmente al nuevoiniciado, la separación adquiere en sentido material una forma distinta, se hace continua da y relativa. E l nuevo miembroestá todavía próximo al estado del no iniciado, y necesita ser

probado y educado, hasta poder conocer todos los fines de laasociación e incluirse en su centro. Con esto se consigue alpropio ifempo proteger a este centro último, aislarlo frente alexterior, en un grado que excede al que prod m e aquel jur a mento de ingreso, be procura -como se mostró ocasionalmente en el ejem plo de los druidas — que el miembro no probadoaún, no tenga mucho que revelar, creando por medio de estasrevelaciones graduales, una esfera de protección elástica, pordecirlo así, de lo más íntimo y esencial de la asociación, den

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F.l secreto y la sociedad secreta 413

doble: unir y separar, o mejor dicho, que aunque realmente esu n a sola, nosotros, según las categorías que em pleemos o ladirección que demos a nuestras miradas, la calificamos unas

 veces de unión y otras de separación. Pues bien, tam bién aquíse ve con claridad perfecta la unidad de dos actividades aparentemente opuestas. Precisamente porque los grados inferiores de la asociación forman un tránsito intermedio para elcentro propiamente dicho del secreto, rodean a este de una atmósfera de repulsión, que va espesándose poco a poco, y leprotegen más eficazm ente que el dua lism o radical entre los que

están completamente dentro y los que están completamentefuera.

La independencia sociológica se manifiesta prácticamenteen la forma de egoísmo del grupo. L1 grupo persigue susfines con esa falta de consideración a los fines del organismom ay or circundante, que en los individu os se llam a egoísmo.P ar a la conciencia deí individuo, suele h aber u na justifica •

ción moral en el hecho de que los fines del grupo tienen uncarácter supraindividual, objetivo, tanto que con frecuenciano puede citarse ningún individuo que obtenga beneficio inmediato de la conducta egoísta del grupo, el cual, incluso exige de sus componentes altruismo y espíritu de sacrificio. Peroaquí no se trata de la valoración ética, sino del aislamientodel grupo respecto de su ambiente, aislamiento que produce oseñala el egoísmo del grupo. E.n los grupos menores, quequieren vivir y mantenerse dentro de otro grupo mayor yse desarrollan a ojos vistas, este egoísmo deberá tener sus límites. Por radicalmente que una asociación pública combataa otra dentro del círculo mayor o ataque la constitución total de éste, habrá de afirmar .siempre que la realización de susúltimos fines va en beneficio del todo; y la neces'dad de estaafirmación exterior pondrá igualmente algún límite al egoís

mo efectivo de su conducta. Pero tratándose de sociedades seid d d d l l ibili

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Sociología

o conde scenden cia efectiva que Lace que la sociedad públicainexorablemente se acomode a la teleología de la totalidad

ambiente. A pesar de la lim itació n cuantitativa que caracteriza todacomunidad real, kay, sin embargo, una serie de grupos, cuyatendencia es la de considerar incluidos en él a todos los queno están excluidos de él. En ciercas periferias políticas, religiosas, sociales, todo aquel que satisface a determinadas condiciones externas, no voluntariamente adquiridas, sino dadas

con la existencia m isma, queda sin m ás n i más inclu ido enellas. Por ejemplo el que ha nacido en el territorio de un Estado, pertenece a éste, a no ser que relaciones especiales loexceptúen. E l m iembro de determ inada clase social es contoda evidencia incorporado a las convenciones y relaciones dedicha clase, a no ser que se declare voluntaria o involuntariam ente disidente. L a forma extrem a de esta pertenencia estárealizada en la Iglesia que pretende abarcar en su seno la totalidad de los humanos, de suerte que sólo accidentes históricos, pecaminosa obstinación o un designio particular de Dios,excluyen algunos seres del vínculo religioso para todos idealmente válido. Aquí, pues, se separan dos caminos, que significan a las claras una diferencia fundamental en el sentido sociológico de las sociedades, por m ucho que la práctica mezcleambas direcciones o rebaje el rigor de su distinción. Frente al

principio de que está incluido todo el que no esté explícitamente excluido está el otro principio de que está excluido todoel que no esté explícitamente incluido. Este último tipo estárepresentado en su máxima pureza por las sociedades secretas. Estando absolutamente separadas del resto social y manteniendo siempre clara la conciencia de sus m ovim ientos, lassociedades secretas se basan en la idea Je que quien n o ha

sido expresamente admitido en ellas, está excluido de ellas. La

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I I secreto y la sociedad secreta 4 1 7

fines que inducen al hombre a entrar en asociación secreta conotros, excluyen la mayor parte de la veces a un sector tan considerable del círculo social general, que los copartícipes i.ales

 y posib les adquieren un valor de rareza. E l individ uo no debe,pues, desperd iciarlos, pues le sería m ucho m ás dif ícil sustituirlos por otros, que, exteris paribus,  en una asociación legítim a. A esto se añade que toda disen sión en el seno de lasociedad lleva consigo el peligro de la delación; y en evitar éstaestán igualmente interesados el individuo y la comunidad.Finalmente, el apartamiento de la sociedad secreta respecto de

las síntesis sociales que la rodean, elimina toda una serie deposibles conflictos. Entre todos los vínculos que asume el individuo, el constiluído por la asociación secreta tiene siempreuna posición excepcional, frente a la cual los lazos familiares y políticos, religiosos y económicos, sociales y am istosos, por variado que sea su contenido, tienen m uy distin tos pla nos decontacto. La contraposición a las sociedades secretas hace ver

claramente que las pretensiones de aquellos vínculos, estandoen el mismo plano, son divergentes. Estos círculos luchan, pordecirlo así, en competencia para conquistar las fuerzas e intereses del individuo, y los individuos chocan dentro de cadauno de estos círculos, porque cada uno de ellos se ve solicitado por los intereses de otro círculo. Pero en las sociedades secretas estas colisiones se encuentran muy limitadas, por el

aislamiento sociológico propio de esta clase de sociedades. Susfines y su manera de actuar exigen que se dejen a la puertalos intereses contrarios de las diversas asociaciones públicas.Toda sociedad secreta- aunque sólo sea porque acostumbraa llenar por sí sola su dimensión, ya que difícilmente pertenecerá u n individu o a varias sociedades secretas— ejerce unaespecie de imperio absoluto sobre sus miembros, que hace difícil que surjan entre ellos conflictos an álogos a los que se  dan

en aquellos otros círculos públicos. La «paz interna», que pro

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Sociologia

íándo les así la concordancia. U n político inglés ha buscadoen el secreto, que rodea al Gabinete inglés, el fundamento de

su fortaleza. Todo el que ha actuado en la vida pública sabeque es tanto más fácil conseguir la unanimidad de un pequeño número de personas cuanto más secretas sean sus deli

 beracio nes. A la especial cohesión que se produce en el seno de la so

ciedad secreta, corresponde su acentuada centralización. Sedan en ella ejemplos de un a o bediencia ciega e incon dicion ala los jetes, que, aunque se encuentran también naturalmenteen otras partes, tienen aquí más relieve por el carácter anárquico de la asociación, que suele negar toda oirá ley. Cuantomás criminales sean los fines do !a sociedad secreta, tanto másilimitado será, por lo general, el poder de los jefes y tanto máscruel su ejercicio. Los «Asesinos» de Arabia, los «Chauffeurs»— sociedad de m alhechores que floreció en el siglo xvm,especialmente en F ranc ia, con u n a orga nizac ión m uy ex t en -

s®.-—, los «G arduños de Espa ña » — sociedad, de delincuen tes quee?tuvo en relaciones con la Inquisición desde el siglo xvn hasta com ienzos del xix — , todas estas Sociedades cu ya esencia eranegar la ley y afirmar la rebeldía, estaban sometidas a un jetesupremo, nombrado en parte por ellas mismas y al que se do blegaban toaos sin crít ica ni condició n alg una. C ontribu ye aesto, sin duda, la compensación que ha de existir siempre en

tre las necesidades de libertad y de norma, compensación quehemos visto manifiesta en la severidad del ritual. Aquí, enefecto, se reúnen los extremos de ambas: el exceso de libertadque semejantes asociaciones poseían frente el resto de las normas vigentes, necesitaba, para lograr el ind ispensable equ ili

 brio , estar com pensado por-un exceso análogo de sum isión yrenuncia a la propia voluntad. Pero aún es más esencial otro

motivo: la necesidad de centralización, que es condición vitalde toda sociedad secreta. Sobre todo, si ésta, como ocurre en

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El secreto y sociedad secreta 41‘J

en ella una autoridad rígida que le preste cohesión. Los wal-denses no constituían por naturaleza una sociedad secreta; sugrupo se hizo secreto en el siglo xm, obligado por las circuns

tancias exteriores. Esto les impidió reunirse regularmente, yfué causa de que su doctrina perdiese la unid ad y se prod ujeran una porción de sectas que vivían separadas y a veces enem igas. Sucu m bieron a su d ebilidad, porque les (altó el atri

 buto esencial com plem entario de la asociació n secreta: la centralización ininterrum pida. Y si el poder de la m ason ería noestá en relación con su d ifusión y sus recursos, es, sin dud a, por

la amplia autonomía de sus elementos, que no poseen ni unaorganización unitaria ni una autoridad central. Reducida lacomunidad a principios y signos de identificación, cultivan laigualdad y la relación de persona a persona, pero no la centralización que condensa las energías de los elementos y es elcomplemento del aislamiento propio de toda sociedad secreta.

E l hecho de que, frecuentemente, las sociedades secretas es

tén dirigidas por superiores desconocidos,  no es sino una exageración de este principio formal. Me refiero al hecho de quelos grados inferiores no sepan a quién obedecen. Esto se verifica, en prim er término, por razó n del secreto. Y este prop ósito puede llegar a extremos, como' el caso de la sociedad de los«Caballeros guelfos», en Italia. Esta sociedad trabajó a comienzos del siglo xix por la liberación y unidad de Italia.Tenía en las distintas ciudades en que funcionaba un conse jo supremo de seis personas, que no se conocían m utuam ente y se com unic aban por un interm ediario lla m ado «el visible ».Pero no es esta la única utilidad de los superiores secretos.Significan éstos, sobre todo, la máxima y más abstracta sublim ación de la dependencia centralista. La tens ión que existeentre el subordinado y el jefe, llega al grado máximo cuandoel jefe se encuentra más allá del horizonte visible; pues enLon-

ces sólo queda el hecho puro y, por decirlo así, implacable, de

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420 S o c io lo g ía

nocida, desaparece la sugestión individual, el poder de la personalidad, también desaparecen en el mandato todas las limitaciones, las relatividades, por decirlo así, «humanas», que

caracterizan a la persona singular y conocida. La obediencia va, pues, acom pañada del sentim iento de esta r sometido a unpoder inasequible y de límites indeterminables, poder que nose ve en ninguna parte, pero que, por lo mismo, puede presentarse donde quiera. L a cohesión soc iológica genera! que recibe un grupo por la un ida d de m ando , es, en las sociedadessecretas de superiores desconocidos, como un iocus imagina 

rivs,  adquiriendo así su forma más pura y acentuada.La nota sociológica que corresponde a esta subordinacióncentralista de los elementos individuales, en la sociedad secreta, es su desind ividua lización. Cu an do la sociedad no tienecomo finalidad inmediata los intereses de sus individuos, sinoque utiliza sus miembros como medios para fines y accionessuperiores a ellos, acentúase en la sociedad secreta el carácterde despersonalización, esa nivelación de la individualidad, quesufre todo ser socia l por el so lo Hecho de serlo. A s í es cómola sociedad secreta compensa el carácter indivíduaíizador ydíi'erenciador del secreto, de que se ha hablado más arriba.Comienza a mostrarse este carácter en las asociaciones secretas de los pueblos primitivos, donde los miembros se presentan y actúan casi exclusivamente enmascarados; basta el punto de que una persona muy competente ha podido decir que,

cuando en un pueblo primitivo se encuentran antifaces, debepresumirse por lo menos la existencia de asociaciones secretas.La esencia de la sociedad secreta exige, sin duda, que sus miem bros, com o ta les, se escondan. P ero en esto s casos el hombre

actúa inequívocamente como miembro de la sociedad, y loúnico que oculta es el rostro, los rasgos conocidos de su indi vidualidad; lo cual acentúa, subraya grandem ente la desapari

ción de la personalidad tras el papel representado en la sociedad secreta E n la conspiración irlandesa que se organizó en

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FI secreto y la sociedad secreta 421

personas que sólo figuran como números y que, probablemente. no son conocidas de los otros miembros por su nom bre personal, los je fes procederán más desconsideradamente,

con más indiferencia bacía sus deseos y capacidades in d ividuales, que si los miembros figurasen en la asociación contoda su personalidad. N o es m enor la influen cia que tiene enel mismo sentido la amplitud y severidad del ritual. Pues estesignifica siempre que lo objetivo domina sobre lo personal dela colaboración y actuación. El orden jerárquico sólo admiteal individuo como actor de un papel determinado de antema

no; tiene para cada copartícipe, por decirlo así, un traje estilizado en que desaparecen sus contornos personales.

Otro aspecto de esta eliminación de la personalidad bailamos en las sociedades secretas que cultivan una gran igualdad entre sus miem bros. N o só lo no contradice esto a su carácter despótico, sino que en todas las demás formas de despotismo, este se baila compensado por la nivelación de los

dominados. Dentro de la sociedad secreta existe a menudoentre sus miembros una igualdad fraternal, que se opone clara y tendencio sam ente a las diferencias que puedan separarles enlas demás situaciones de la vida. E st a no ta— y ello es característico— se da de una p a rte en las-sociedades secretas de n a turaleza místico-religiosa (que acentúan fuertemente la hermandad) y de otra en las asociaciones de carácter ilegal. Bis-

marclc habla en sus  M em oria s  de una sociedad de pederastas,que conoció en Berlín cuando era un joven funcionario judicial, sociedad que se hallaba muy difundida; y acentúa «elefecto igualitario que, en todas las clases sociales, produce lapráctica en común de lo prohibido».

E sta desp erson alización a que las sociedades secretas reducen una relación típica, que se da, en general, entre indivi

duo y sociedad, adopta, finalmente, la forma característica de

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forma algo torpe que emplean aquellas asociaciones parahacer que desaparezca la personalidad de sus adeptos; sin locual, sin duda, caerían sobre éstos la venganza y la pena.

Pero la responsabilidad está ligada tan inmediatatamente al y o — tam bién, filosóficam ente, el problema de la responsabilidad cae dentro del problem a del y o — que para la m entalidadprim itiva el no conocer a la persona an u la toda responsabilidad. Pero también el refinamiento político se sirve de estaconexión. En la Cámara norteamericana, las decisiones propiamente dichas se toman en las Comisiones permanentes, a

las que el pleno se adhiere casi siempre. Pero las deliberaciones de las Com ision es son secretas, con lo cual se oculta alpúblico la parte fundamenta! de la actividad legislativa. Estohace qxte la responsabilidad política de los- diputados desaparezca en gran parte; pues no puede hacerse a nadie responsa

 ble de deliberacio nes incontrolables. D esde el m omento en quela participación de los miembros individuales en las decisio

nes queda oculta, parecen éstas el producto de una instanciasupraindividual. La irresponsabilidad es también en este casoconsecuencia o símbolo de aquella acentuada despersonalización sociológica, que corresponde al secreto de los grupos. Estomismo es aplicable a todas las directivas, facultades, comités,curato rios, etc., cu yas deliberacion es sean secretas; el ind ividuo entonces desaparece como persona y os sustituido por el

miembro del grupo, por un anónimo, por decirio así. De estasuerte, desaparece tam bién la respo nsa bilidad, que no puedeatribuirse a semejante ser inaccesible en su conducta personal.

Finalmente, esta acentuación uniforme de ios rasgos sociológicos generales se confirma en el peligro que, con razón osin ella, cree ver el círculo mayor en las asociaciones. Cuando

se desea insta u rar — especialmente en lo po líiico— un a centrali ió t d l h ibi l i i d l

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ti secreto y la sociedad secreta 423

la historia del Estado, cosa muy importante en muchos sentidos para estas investigaciones y que se ha hecho ya resaltar.

U n tipo característico es, por ejemplo. La Co n ven ción su iza del 48 l , según la cual no pod ían celebrarse alian zas separadasentre los diez Estados confederados. Otro es la persecución delas asociaciones de oficiales gremiales por el despotismo délossiglos x v i i   y xvin . U n tercero es la te ndencia tan frecuente enel E stad o m oderno a desposeer de sus derechos a los M un icipios. Este peligro de las uniones particulares, para c! todo quelas rodea, aparece potenciado en la sociedad secreta. E l hom  bre tiene raras veces una actitud serena y racional frente a Jaspersonas desconocidas o poco conocidas; la ligereza, que trataa lo desconocido como no existente y la fantasía temerosa, quelo aumenta hasta ver en él peligros y espantos monstruosos,suelen ser los extremos hab ituales de su actitud. A s í la sociedad secreta aparece com o peligrosa por el sólo hech o de sersecreta. En general, no puede saberse sí   una asociación parti

cular no utilizará para fines indeseables la fuerza que ha reunido para fines legales; de aquí la suspicacia que en principio inspiran a los poderes centrales las uniones de súbditos.¡Cuánto más fácil no será entonces sospechar que las asociaciones ocultas encierran en su secreto algún peligro! Las sociedades orangistas que se organizaron en Inglaterra a comienzos del siglo  XIX para oprimir al catolicismo, evitaban

toda discusión pública y trabajaban en secreto por relaciones y correspondencias personales. Justam ente este secreto íué lacausa de que se las considerase como un peligro público. Despertóse la sospecha «de que hombres que temen apelar a laopinión pública meditan un golpe de fuerza». Por eso la sociedad secreta, sólo por ser secreta, parece próxima a la conspiración contra los jjoderes existentes. Pero esto no es másque una exageración de la sospecha que en general despiertanen la política las asociaciones, como lo muestra el hecho si

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INDICH GHNHRAL

Prólogo ........................................................................................................................   9

C a p í t u lo i . E l p r ob le m a de la s o c i o l o g í a ..............................................................................   11

C a p i t u l o 2. La cant idad en los grupos socia les.........................

  57

C a p í t u lo 3 . La s u b or d i n a c i ón . . ...............................................   147

C a p í t u l o  4   .  La l u c h a ......................................................................................................   265

C ap itulo 5. E l secreto  y   la soc iedad secreto .................................   357

C a p i t u . u 6. E l cruce de los c ircule s soc ia les . . . . . 425

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Alianza Universidad

 V o lú m e n e s p u b li c a d o s

273 Karl JáSpe rs Origen y m eta de lahistoria

274 Manuel GSrcía-Peiayo- Los mitospo l í t i c o s

275 Nicolás Ramiro Rico: El animalladino y otros estudios pol í t icos

2 76 L c sz e k Kpl á k o w sk r L a s pr i n c ipa les corr ientes del marxismo. 1 . Losfundadores

277 Benjamín Word ¿Qu é le ocurre al a t e o r í a e c o n ó m i c a ?

278 Francisco J.  A yáld - O rig en y e v o

lución del hombre279 Bernhard Rensch: Homo sap iens.

De animal a semidiós

230 J Mintikkn. a   M acinty m . P Wincli y o tro s E n sayo s so b re e x p li ca ció n y co m p ren sión

?8i An tología de la l iteratura espa ñolade mediados del s ig lo XVII a mediados del XVIII . Selecc ión y not a s d e G e r m á n Bi e i b e r g

282 T W. Mocre: Introducción a la

teor ía de la educación283 f: H. Ca rr. R. W . D av ics : H isto

r ia de la Rusia Soviét ica . Basesde una economía planif icada (1926-1929). Volumen I. 1.* parte

284 E. H. Ca rr. R. W. Da vies H istor i a d e l a R u s i a S o v i é t i c a . Ba se sde una economía planif icada (1926-1929). Volum en I. 2 parte

285 Albertu Rec orte Cuba: econo m ía y p oder (1959-1930 )

286 Kurl Góbe Ob ras com pletas

287 J. A . H obsoi’ Estudio del im perial ismo

283 Francisco Rodríguez Adrados- Elmundo de la l í r ica gr iega ant igua

289 H. J. LyC-enCk La d es igu ald ad delhombre

290 San tiago Ramón y Coja! Re cue rdos de mi vida: Historia de mi

labor c ient í f ica291 M ark Nuthan Co hén : La cr isis al i

295 P D. King. D erech o y soc ieda d enel re ino v is igodo

29lì Garrì Brami Los tex to s fundam ent a l e s d e L u d w i g W i t t g e n st e i n

297 Pre sión Clouri. El co sm o s, la Tierra y e l hom bre

298 Fnnlio lan ío :1o fs p m o ss : La teoriade la cosi f icac ión: de Marx a laEscuela de Francfort

299 Ellio: Aronso r- El anim al so cia l Introducción a la psicologia socia l

300 -c sé Fcrratcr Mora  y Priscdls

Cor.n. Etica aplicada. Del aborto ala violencia

301 M eriá Cruz Mm s Ap at . Fueros yrevolución i ibcra l en Navarra

302 Curio M Cipolla. H istoria ec on omica de la Europa preindustríal

303 J e s ú s M o s t er • La o r to g r a fi a fo n è m i c a d e l e spa ñ o l

304   J Bionde M Du ve rg er . S E F . -

ncr, S M Lip-.Gí y o tr e s . El Go bie rn o : e s tu d io s co m p a ra do s

305 C ur: Pau! Jan? Friedrich Nietzsch e 1 . Infancia y juventud

306 .Innath-.n B en n cu : La «C ritica de larazón pura« de Kant. 2. La dialéctica

307 G ilbelrt H arm an. Je ^ o id J. K.-.:z. W . V Q u in e y o tro s S o b re N oamC h o m sk y : En sa y o s c r í t i c o s

308 Henri Frankfort R ey es y D ios es

309 Hannah Arendt- Los o ríg en es del

tota l i tar ismo. 1 . Antisemit ismo310 Will iam Berkson Las teo rías de

l o s c a m po s d e f u e r za De sd e Fa raday hasta Einstein

3 ' ‘ y 312 Franco Venturi- El pop ul ismo ruso

313 Ramón Tama m es: El m ercado c o mún europeo

314 Leszek Kolakov.ski Las pr incipalescorrientes del marxismo. II. Laedad de oro

315 Gera id HoltOn En sayos so bre elpe n sa m i e n t o c i e n t í f i c o e n l a ¿ po

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3t9 A . J. Ayer: Parte de mi v ida

32 0 Cr is tób o C al o r Te x tos y d oc u m e n t o s c o m p l e t o s

32? Lluyd de MOUS« H istoria de lainfancia

322 Str M acfarlan c Burnet y DavidO W hite Historia natural de lae nf e rme d ad in f e c c ios a

323 Stua.-t Ham os-, re. Spino za

324 M arvin HarriS:El materialismocultura)

325 Ferrán Va s i Tó bem e-. F^rrá-So¡dcvi .«v Historia de Cataluña

323 T alco « PorSíms El s istem a social

227 K a lM ee - Mftvv an c La m ujer en el

mu nd o mod e rno323 Anthon y Kenn y W lttgenstein

320 Jc sC LOr. :e M en a El anim al pa ra dójico

333 Jo so;)'' D Nóvale Te oría y practic a d e l a e d u c ac ión

3 3 1. 332 E c r rj ^ d H j s S t ' I n v e s t ig a c i o ne s l óg ic as

333 Jecm Fia ge: y otro s Inv estiga cione s s ob re l as c orre s p ond e nc ias

334 Anton o Gó m ez Men doza Ferroca’ r i l e s y c a m b i o e c o n ó m i c o e n E s paña (1355-1913)

335 Hanns h Are not : l o s or íg e n e s d e !total i tarismo. 3. Total itarismo

336 Sv snri D a”. H istoria del l ibro

337 Hs’ a.d FriUscN Los gua rks. la m ateria prima de nuestro Universo

33S P3~icn TamarneS- Estructura eco nómic a inte rnac ional

339 Frede r ck J N owm eyCr: El primercuarto de s ig lo de la gramática ge-nerativo-transformatoria (1955-1980)

340 Pedro Lam Lntroigo La m edicinahipocrátlca

3 4| R . z r a r c S e m c t t : A u t or id a d

342 Julián Zu gas ti El ban dolerism o

343 Cu rt Pou> Jan¿ Frie dric h Nietz-s c h e . 2

347 Javier A ’ ce: El úl timo s ig lo de laEspaña romana (284-409)

348 G uil lerm o Araytv El pensam ientod e A m é r i c o C a s t r o

349 :mre Lakatos: La m etod ología del os p rog ramas d e I nv e s t ig ac ión

c ie nt í f ic a

350 How ard F Tay lar. El jueg o del C.I.

3 5 : B c ' n a ’ d d ' E s p a g n a t: En b u s c a d elo real

 Z l?   P-; o Lein EntralgO: T eo ris y rea lidad del otro

•53 K S S ch -j ; - Fr ftcnrttc Energíanu c l e ar y b ie ne s tar p ú b l ic o

ü : A . VI   G- . - Lo s lo s m ar.

x i s m e s

- se Lint» M irt.'.f-z Pa saj- ro s d eIndias

350 Ju ím M artas An tropología m etaf í s ic a

35" Pol ic ía y s oc ie d ad d e m oc rát ic a .C ü '»¡>¡I¡k Ío   por José Mariu Rico

358 Lu’S D éz de l Co rral. El pe ns amie nto p o l í t ic o e u rop e o y l a monarquía de España

359 C ris is en Europa 1560-1660. Co m p i l ac ión d e Trc v u ’ As ton

3-30 Ce m ar ti Cn ne n La rev olu ciónne wtoniana y l as t rans f ormac ione s d e l as ¡d e as c ie nt í f ic as

23: Le sze k Kolokowsfci Las prin cipalescorrientes del marxismo. III

362 Jo sc Mi nué- Sán che z Ron El origen y desarrollo de la relatividad

303 G ustov H eonm gser. El abo gad o delas brujas . Brujería vasca e Inquis ic ión e s p añol a

384 M ar ga re : S Man -ir Otro F Ki-ritero y otros Diez añ os de ps ico anál is is e n l os E s tad os U nid os(1973-1982). Con ip'itnaóii :e '•> ruld P Bium

3S3 E. H C drr Las ba se s oe una ec o nom ía plan ificada 1926 1929

256 A gustín A lborráCin Teutón. La teo ría celular

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370 Pedro Lain En trjlgü. La relaciónmedi co-enfer mo

371 Enrique Ba l lestero Teoría ec on ómi ca de las cooper at i vas

372 M ichacl Rusc: La revo lució n dar-

 w ln is ta372 Jul ián M arías: O rteg a. 1 . C ircun s

tancia y vocación

37-3 Julián Ma rías: O rte ga . 2. La s tra y e c to r ia s

375 P3ro e inflación. P ers pe ct iva s inst i t uc i onales y est r uct ur a les . Cnm-pilaeión de Michacl J. PiOre

375 Car. os Piercyra El su jet o d e la Historia

3 "" Hov.-yd \e v .yy v Cduardo Sev- a-Guzm án Introducción a la so ciolo gía rural

378 Maniifi: BaUbé. Ord en púb lico v m il i tar ismo cr . la España const i tucional (1812-1983)

379 An1ho,-> A lo n g La fi los o fía helení st i ca

380 Denn:s C. M uefltr Elección pu b lic a

38 M Gormen Igle sias . £1 pe ns ami ent o de Mont esqui cu

33? Tita Vi.yk Pan orám ica y crit ic ade la epi s t emologí a de P i aget . 1(1965-1980)

33 : Juan M an cha Teoría e histor iadel ensay i smo h i spáni co

334 G . VV F H ece L ec cion es sob refi losofía de fa religión. 1. Introducción y concepto de la rel igión

383 B J M cC orm ick Lossa lar i os3<Jo tn -.G ue And crsó n Imbcrt La cr i

t ica l i terar ia: sus métodos y pro b le m a s

337 Del cálculo a la teor ía de con  ju n to s, 16 30-19 10. Una in tr od u cció nhistór ica. Co m p .ación de I Gat-•an-G'unne$s

388 Eari J H.-.miiion El flo re c im ie n todel capital ismo

3oír -vir an lon e El ntno sa lva je de A veyron

394 J e s ú s M o s tu n n C o n c e p t o s y t e o r ías en la c iencia

395 Arrio J M ayor: La p er sis ten cia de! A n ti gu o R égim en

33G L Hoy W em trpub: M icrofunda-m e n t o s

397 Antonio Tovar . Vida de Só cra tes

39» Ca rtas de part iculares a Co lon yr e l a c io n e s c o e t á n e a s . R c c o p : a ció n

 y ed ic ió n do Juan G il Fern an d ez y C o n su e lo V arpla

399 Jcrcm y Ch urlos Introducción a lai ngeni er í a genét i ca

4 03 A dam Fer guson: Cuando muer e e ldinero

40i E H Ca rr H istor ia d e la Ru sias o v i é t i c a . B a s e s d e u n a e c o n o m í aplanificada 1926-1929. Volumen IIIDarte I

¡92 L II C arr H isto ria de la Ru siasovi ét i ca . Bases de una economí aplanificada 1926-1929. Volumen "parle II

4i)3 F H C arr H istoria de la Ru sias o v i é t i c a . 8 a s e s d e u n a e c o n o m í ap lan ificad a 1926-1929. Vo n-m * «II

Darte Hl■*04 Pau Ve yne Cóm o se esc r i be la

historia

1 9 5 Pau Forman- Cu ltura en Weim ar.causal idad y teoría cuántica 1918-1527

4<ü- Dam -I Bell. Las cie n cia s so cia lesdesde la Seyunda Guer r a Mundi a l

4C7 La nueva histor ia econ óm ica. Lect u r as s c i e c c i o n a d a s C o m n u j r .'u n

de P. Temm40H Bn heit '■< M erino C ien cia, tec n o

logía y sociedad en la Inglaterradel siglo XVII

40* M arc Ferro La Gran Gu erra (1914-1918)

4 1 0 G arios Ca si- a ri*i Pino Teo ría deId alucinación

411 Dou g as C North Estructura ycombi o en la h i s t or i a económi ca

452 Jo sé Ferroter M ora Fundam entosde f i losof í a

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416 Luis A ng e l Rojo: Keyn es : s u tiempo y e! nuestro

417 Jean-Paul Sa rtre: El se r y Is nada

418 Juan Pabio Fuá i: El Pais V as co .P lural i s mo y nacional idad

419 Antonio Rod r íg uez H u es ear : P ers p e c t i v a y verdad 

420 José María López Pinero: Orígen e s h i s t ó r i c o s d e l c o n c e p t o d eneuros is

421 Hermano Hallar: Esc ritos po lí t icos

422 Cam i lo J . C e la Conde: De g en es ,d ios es y t i ranos . La determinación b io ló g ic a de la m oral

423 W alter Ullman: Principios de g o  b ie rn o y p o lític a e n la Edad M edia

424 Mark Blaug: La m etod ología de la8conom¡e

425 Ca ri Sch m itt: La dictadura

426 Rita Vuyk: Panorámica y cr i t icad e l e e p i s t e m o l o g í a g e n é t i c a d ePiaget, 1965-1980, li

427 Fernando Val les p ín Oñs : Nuevest e o r í a s d e l C o n t r a t o S o c i a l

428 J. M. Jauch So bre la realidad del o s c u a n t o s

429 Raúl M orodo: Los or íg e ne s Ideológ icos d8i f ranq uis mo: AcciónEspañola

430 Eugene Linden: M ono s, hom bres yleng uaje

431 N ico lás Sánch ez -Aibornoz (Com p i

lac ión): La moderniz ación económica de España, 1830-1930

432 Luis Gi l : Censura en e l mundoantiguo

433 Ra fael Bañór. y Jo sé Anton io O lmeda (Com pilación): La Instituc ión mi l i tar en e) Es tado contemp oráneo

434 Paul Hazard: El pe nsa m iento eu ropeo en e l s ig lo XVIII

435 Rafae Lap es a: La trayector ia p oé

440 Mario Bung e: Seu do cienc ia e Ideología

441 Ernst H. Kantorov/icz: Los dosc u e r p o s d s l r e y  

442 Julién M arías: España intel ig ible

443 David R. Rin grose : M adrid y laeconomía es p añola , 1560-1850

444 Ren ate Mayntz: Socio log ía d e la A dm in istració n p úbli ca

445 Mario Bunge: Racionalidad y re al ismo

446 Jo sé F errater M ora: UnamunoBos q uejo de una f i los of ía

447 Lew rence S íone : La cr i s i s de laaristocracia, 1558-1641

44B Robcrt G ercc h: La relat iv idad g e neral : de la A a la B

449 Steven M. Shef fr in: Exp ectat ivasr a c i o n a l e s

450 Paulino Garag orrl: La f i los o fía e s p añola en e l s ig lo XX

451  M anual Tuñón de Lara: Tre s cla  v e s d e la S eg u n d a R ep ública

452 Curt Paul Janz: Friedrich Nietz-

sche. 4. Los años de hundimiento453 Franco Selleri: El debate de la

teor ía cuánt ica

454 Enrique Ba llestero : Los principiosde la economie l iberal

455 E. H. C8rr: El o ca so d e la Com ln-tern, 1930-1935

456 Pedro Laín Entralgo: Ciéñ ete, téc n i c a y m e d i c i n a

457 Des m ond M. Ciarke : La f i los o f íad e l a c i e n c i a d e D e s c a r t e s

458 Jo s é Antonio M aravall : An t ig uos ym o d e r n o s

459 MortOfl D. Davls: Introducción ala teor ía de Jueg os

460 Josó Ramón lasuen: El Estadomult lrreglonal

461 Bhlkhu Parekh: Pe ns ad ore s po lític o s c o n t e m p o r á n e o s

462 W as si ly Leontlef y Fay e Duchin:

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4 67 J a m es T obin: Acum ul a c ió n de a c t ivo s y a c t iv ida d eco nó mica

468 Bruno S- Frey: Para una políticae c o n ó m i c a d e m o c r á t i c a

4 59 Ludwlk Fteck: La gé n es is y e l d es arrol lo de un hecho cientí f ico

4 70 Ha r cl d D em setz : La co m peten c ia

471 Te resa San Román (com pilación):Entre le margin3ción y el racismo

472 Alan Baker: Br evs introducción al a teo r ía de númer o s

473 Jean-Paul Sarrre: Es cr i tos p ol í t ic o s , 1

474 Robert Ax elrod: La ev oluc ión dola cooperación

4 75 Henr y Ka men: La so c ie da d eur o pea, 1500-1700

476 O tto Póg geler: El cam ino del pens a r d e H e i d e g g e r

4 7 7 G . W . F . H ege ' : L ecc io n es so br efi losofía de la rel igión, 2

478 H. A . John Gr een : Le teo ría delco nsumido r