Lida, Clara E. - Del Reparto Agrario a La Huelga Anarquista de 1883

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    DISEÑO DE PORTADA Y MAQUETA: JULIO

    MALO

    DE

    MOLINA

    C

    JOSE LV REZ JUNCO • JOSE NDRES G LLEGO • GER LD BREY • S NTI GO CASTILLO

    DEMETRIO CASTRO • MARCOS J.

    CORRE •

    GLORIA ESPIGADO

    •CL R

    E. LIDA • JOSE MANUEL

    MACARRO - JACQUES MAURICE • JOSE LUIS MILLAN-CHIVITE • MANUEL

    PEREZ

    LEDESMA

    FERNANDO SIGLER • FRANCISCO TRINIDAD

    EDITA: DIPlfTACION PROYINO L DE CADIZ.-IMPRIME cGRAFIBERICA•-C/. MARQUES DE C DIZ  ~ J E R E Z

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    LIBROS

    Dl

    L

    D I

    Uf

    CIOf\ DE _ C DIZ

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    DEL REPARTO AGRARIO A

    IA

    HUELGA

    ANARQUISfA

    E

    883

    CL R E

    LID

    Pocas regiones de

    Europa

    han sido afectadas

    más continuame

    nt

    e

    por

    el males tar rural endémico

    que Andalucía , sobre

    todo

    a partir de las transfor

    maciones que sufrió el régimen de la

    propie

    dad

    agraria en Es

    paña

    po r las desamortizaciones y des

    vinculaciones que se sucedieron desde el reinado

    de Carlos IV . La disolución de l régimen señorial

    trajo consigo la consolidación

    de

    la olig

    arq

    uía y,

    paulatinam

    ente

    la de la burguesía terratenientes,

    y

    la creciente conciencia del campesino de su propia

    enajenación de la tierra. E ste proceso marcó un

    cambio en las relaciones de clase entre los propie

    tarios

    y

    grandes arrendatarios rurales y l

    os

    jo rnale

    ros y pequeños colonos agrícol

      s

    en el campo anda

    lu

    z; con él come nzó una lucha nueva

    entre

    patro

    nos capita

    li

    stas

    y

    pro letarios asalariados en las

    ti

    e

    rr

      s

    del Sur.

    Este desa rrollo

    -c

    uy

    os

    cimientos

    y

    meca

    ni

    s

    mo

    s conocemos cada vez mejor gracias a inves

    ti

    ga-

    CADIZ 988

    ciones más o menos recientes 1) -se inició en las

    postrimerías del Antiguo Régimen , a la muerte de

    Fernando VII , con los esperanzados combates del

    campesinado por una desamortización que trans

    formara decididamente el r

    ég

    imen social de la tie

    rra , y concluyó cincuenta años después en los al

    bor

    es de la Restauración. Al cabo de m

    ed

    io siglo ,

    los campesinos -ya proletarios agrícola

    s-

    habían

    recorrido un largo camino que los llevó de la lucha

    ju

    rídica y política por la tierra , a

    intentar tr

    ansfor

    mar las relaciones sociales de la propiedad en el

    campo español 2).

    A lo largo

    de

    estos años, aunque las manifesta

    ciones de la tensión variaron, la lucha por la tierra

    fue constan te. En su histo

    ri

    a descubrimos las raíces

    revolucionarias de los conflictos sociales de una Es

    paña a

    caball

    o e

    nt r

    e una economía agrícola tradi

    cional

    y

    la modernización capitalista de la Europa

    mediterránea. Antes de 1855, el mot

    or

    esencial fue

    la esperanza en el

    rep rto leg l

    de

    las tierras desvin

    culadas,

    pero

    con la desam

    or t

    ización c

    ivi

    l de Ma

    doz esta es

    peran

    za se desvaneció al producirse ta

    m-

    bién la enajenación de las

    ti

    erras de los pueblos.

    ancestral fuen te de subsistencia del campesino.

    El

    27

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    EL MOVIMIENTO OBRERO EN L HISTORI DE C DIZ

    hambre

    de tierra impulsó las ocupaciones forzadas

    -e l reparto de

    f

    cto  ; sin

    embargo

    todavía hasta

    1868 hubo una esperanza de cambio jurídico aso

    ciada cada vez más al cambio político pro movido

    por grupos republ icanos.

    Después de la Revolución de 1868, durante e l

    Sexe

    nio

    variaron

    la si tua

    ció n y los

    objetiv

    os

    de

    la

    lucha. Por un lado para el campesino cada vez más

    proletarizado, los

    partido

    s burgueses,

    por

    progre

    sistas

    que

    fueran , no ofrecían alternativa real al st 

    tu

    quo de la propiedad;

    por

    otro gracias al crecien

    te impulso del anarquismo, se modificó la finalidad

    misma

    de

    las reivindicaciones agrarias. Los

    jornale

    ros andaluces

    dejaron

    de aspirar a un reparto ya

    imposible, que los convirtiera en pequeños propie

    t

    ario

    s.

    Ante

    la

    co

    nciencia

    de que

    el cambio

    de

    régi

    men social de la tierra no

    se

    reali

    za

    ría a través

    de

    la transformación jurídica de la propiedad y de que

    el reparto forzado

    era

    una efímera ilusión, se con

    solidó la conciencia de la clase de

    que

    el único cam

    bio significativo para ella era la transformación de

    las es tructuras mismas de la sociedad y del

    Estado

    .

    E n el último c

    uarto

    del siglo

    XIX

    en

    España

    el eje central de esta conciencia surgió del anar

    quismo. A la lucha por la tie

    rr

    a de un campesinado

    esperanzado por e l

    reparto

    siguió la respuesta

    ideológica y militante de una clase atrapada en la

    crisis y la miseria del

    campo

    en choq

    ue exp

    lícito

    co ntra otra clase dueña de la propiedad , del capital

    y del pod

    er.

    En dicha respuesta las claves teóricas

    formuladas

    por

    el

    anarq

    uismo

    -c

    olectivist

    a

    prime

    ro, y comunista , luego- marcaron los objetivos mis

    mos de la lucha

    qu e

    en líneas generales , se resu

    mían en la propiedad colectiva de la tier

    ra

    , el con

    trol del trabajo la distribución eq uitativa de las ga

    nancias y del producto . Las complejas implicacio-

    ne

    s de estas metas económicas

    eran

    un amplio reto

    al

    orden

    social y político de

    España

    especialmente

    al de las zonas agrarias del Sur.

    La

    lucha social

    entre

    1873 y 1883 tuvo manifes

    taciones diversas según se diera en períodos de re

    presión y clandestinidad, o en momentos de liber

    tad de asociación. En es tos años, aquellos trabaja

    dores agrícolas que

    se

    habían organizado en asocia

    ciones anarquistas, se lanzaron a la acción revolu

    cionaria con

    una

    vehemencia que llegó a

    ame

    nazar

    ser

    ia

    mente

    el orden social de la burguesía agraria

    andaluza. El impacto fue tal , que ésta en 1883, re

    currió a la represión más

    se

    vera y amplia hasta en

    tonces conocida , para frenar el avance del movi

    miento anarquista y de la militancia si ndical huel

    guística,

    y

    recuperar

    el

    co

    ntrol

    absoluto

    de

    un es

    pacio político que

    se

    le iba de las

    mano

    s, especial

    mente en la provincia de Cádiz.

    En

    estas páginas, recapitularemos brevemente

    la

    hi

    storia de la lucha de clases surgida de la lucha

    por la tierra en la Andalucía occidental , sobre todo

    la gaditana,

    que

    empieza con el resquebrajamiento

    del absolutismo culmina con el sexenio de la Re

    volución de 1868. En la Restauración , nos deten

    dremos con mayor atención en a década que trans

    cur re desde la Primera R

    epúb

    lica

    ha

    sta la represión

    de la Mano Negra la huelga agrícola de junio de

    1883,

    que nunca

    an tes se

    había

    estudiado.

    Este

    pe

    ríodo , a pesar

    de estar

    dominado

    por

    el signo de la

    clandestinidad anarquista, marca el nuevo rumbo

    sindicalista

    que

    guió l

    as

    luchas agrarias del proleta

    riado del Sur.

    l

    La lucha por la tierra:

    el

    «repartoi

    Antes de

    promediar el

    .siglo, desde el final de

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    CLARA E LIDA

    la prim

    era

    guerra civil ent re carlistas y anti-ab

    so

    lu

    tistas, la crisis en los

    pre

    cios agrícolas, la contrac

    ción del

    mer

    cado , el a

    um

    ento

    de

    las contribuciones

    y la

    lu

    cha p

    or

    la tierra sacudieron diversos puntos

    de

    la

    Península. Sin embargo, la crisis se presentó

    más constante en el Sur, y fue allí

    donde

    la violen

    cia

    social

    ap

    areció más explosiva. A lo largo

    de

    la

    década del 40, el proletariado agrícola en el campo

    andaluz ocupó violentamente tierras privadas y mu

    ni

    cipales. Pu

    eb

    los

    de

    mayor o menor importancia,

    especialmente en Sevilla y

    Cádi

    z,

    pr

    esentaron Ja te-

    nacidad del campesino

    por

    hacerse

    de

    una parcela.

    En 1854, el campe sino llegó a la Revolución

    en un estado

    de

    malestar profun

    do

    . La tendencia

    alcista del trigo español en e l

    mer

    cado europeo

    des

    de

    el estallido

    de

    la

    Guer

    ra

    de

    Crimea en 1853,

    significó un aumento de los precios en el mercado

    interno y un

    período

    de fáciles ganancias para l

    os

    cultivadores . Este auge en cambio, se tradujo en

    un

    rudo golpe p

    ara

    los sectores sociales

    s po

    bres, y cuya escasez endémi ca de subsistencias se

    agudizaba dol

    orosa

    mente gracias a la especulación

    de

    productores y exp

    or

    ta

    dor

    es.

    i

    a

    esto

    agregamos

    qu

    e las sequías y pérdidas

    de

    cosechas se extendie

    ron a la primavera

    de

    1854, no

    no

    s es difícil adver

    tir un clima propicio para estallidos campesinos.

    Para el

    ca

    mpesino del

    Sur

    no cabía la men

    or

    duda que gran parte

    de

    la crisis resultaba de la baja

    producti

    vi

    dad agrícola debido a su falta

    de

    acceso a

    la tierra y a su enajenación en manos de una oligar

    quía agraria

    que

    ,

    ni

    la disolución del régimen seño

    rial ni las desamortizaciones habían alterado, sino

    al

    contrario, reforzado. La especulación con la pro

    piedad rural durante las dos décadas que siguieron

    a la desamortización

    de

    1837 no sólo favoreció a los

    terrateni

    en

    tes en co

    ntr

    a del pequeño propietario y

    CADIZ 988

    arrendatario rurales, sino que , pa

    ul

    atinament

    e

    in

    numer

    ab

    les pueblos y aldeas

    quedaron

    privados de

    sus tie

    rr

    as

    co

    munales b

    ajo

    mil pretextos, Ja más

    de

    las veces fraudulentos. Estos iban desde la proban

    za

    de

    títulos

    de

    propied

    ad

    que pocos pueblos co

    n-

    servaban intactos, has

    ta

    la incautación para tender

    vías férreas en

    un

    a época en

    que

    la

    fiebre

    del ferro

    carril infect

    aba

    al gobierno a la burguesía españo

    la.

    Es cierto que la desamortización civil no se

    promulgó hasta 1855, que la existencia de propios

    baldíos aún permitía concebir esp

    era

    nzas

    de

    re

    partos más equitativos. Pero también es cier to que

    al comenzar el Bienio lib

    era

    l, la r

    ea

    lidad

    ll

    egaba en

    muchos casos a los límites soportables y

    que

    la úni

    ca acción concertada

    que

    el campesino veía a su a

    l-

    cance

    era

    la acción directa, es decir , el reparto de

    cto por

    m

    ed

    io

    de

    la oc

    up

    ación

    de

    la

    ti

    erra . Así

    también lo percibí

    an

    los periódicos más o menos

    oficiales al denunciar

    qu

    e en varios

    pueb

    l

    os de

    An

    dalucía y de Extremad ura se procedía a r

    epa

    rtir las

    tierras por la fuerza ,

    que en

    otros, los co lonos se

    negaban abiertame

    nte

    a pagar los arriendos. En re

    sumid  s cuentas, concluía alarmado el periódico

    m

    adril

    eño

    a Epoca

    el 26

    de

    agosto

    de

    1854, «la

    cuestión social asoma» en el Sur de España.

    La

    multiplicación

    de

    las protestas co

    ntr

    a el mon

    opo

    li

    o

    de

    la propiedad agraria

    ll

    evó a gran parte

    de

    la

    prensa a

    so

    nar la voz de alerta con tra lo q

    ue

    cons

    i-

    deraba tende ncias disolventes, y a señalar

    co

    mo

    principal responsable al socia

    li

    smo

    y

    no

    a la injusta

    distribución

    de

    la tierra.

    Lo

    que

    en ningún caso señalaban los medios

    de

    difusión temerosos del malest

    ar

    popul ar,

    era

    que en los tres

    lu

    stros

    que

    transcurrieron entre la

    desamortización

    de

    Mendizábal y la Revolución

    de

    129

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    13

    EL MOVIMIENTO OBRERO EN L HISTORI DE C DIZ

    1854, el campesino español había sufrido un cre

    ciente descenso

    de

    su nivel económico . Este se en

    contraba cada vez más enajenado

    de

    la tierra y,

    para subsistir, en el mejor de los casos, se veía

    ob li-

    gado a e ntrar en el merca

    do

    de trabajo co

    mo

    asala

    riad

    o

    pero, más frecuentemente, como jornal

    ero

    a

    destajo, solamente durante los meses en

    que

    las

    faenas agrícolas lo permitían .

    La ley

    de

    desamortización civil

    de

    mayo de

    855 trajo consigo ciertos cambios jurídicos

    que

    re

    novaron la

    co

    nfianza del campesinado en un

    rep r-

    to leg l de tierras. Pero la espe ranza fue breve. Si

    bien las tierras de los pueblos quedaban exceptua

    das, sabemos

    que

    por medio de fraudes municipa

    les y provinciales las oligarquías locales y regiones

    lograron que las tierras

    que

    hasta entonces se ha

    bían conservado en mayor o

    menor

    cuantía,

    entr

    a

    ran en el proceso desamortizador, llegando muy

    rara vez a manos

    de

    compradores

    de

    las clases po

    pulares (3). A pesar

    de

    las renovadas protestas

    contra estas ventas , y los intentos de defender las

    tierras que durante siglos habían sido del común ,

    esta vez el campesino vería definitivamente burla

    das sus esperanzas en el reparto legal. Un caso no

    table es el de Jerez

    de

    la Frontera,

    donde

    en

    1886

    ya no existían tierras comunales ni más montes pú

    blicos

    que

    .cuatro dehesas arboledas , arrendadas

    por

    el Municipio a particulares (4) . Para el campe

    sinado la desamortización civil fue la última opor

    tunidad

    par

    a

    ob

    tener una parcela

    en

    una

    España

    ya

    sin más tierras desamortizables. Con esta última es-·

    peranza desaparecerían , en muchos casos, los ma

    gros recursos de

    subsistencia

    para

    los despose ídos

    de los pueblos hasta entonces amparados por el ac

    ceso a sus ancestrales tierras comunales .

    Al traspasar el umbral del medio siglo, el cam-

    po andaluz nos sacude con su vasta masa de jorna

    leros

    en

    lucha constante con el hambre y

    la

    mi seria,

    cada día más

    enajenada

    de su única fuente

    de

    vida:

    la tierra . Estos años, como los anteriores, como l

    os

    por

    venir, estuvieron además minados por una agri

    cultura frágil ante los embates

    de

    una n

    at

    uraleza

    poco predecible y poco generosa . Estación

    tr

    as es-

    tación se sucedían las sequías y las inundaciones,

    las heladas y las plagas.

    Raro

    era

    el

    año en

    que An

    dalucía no atravesara

    por

    una profunda crisis regio

    nal , provincial o comarcal que revelaba

    una

    agri

    cultura mantenida con fórmulas tradicionales de

    explotación extensiva - una de las más tradiciona

    les dentro del conjunto nacional- en una región

    donde sobraba la mano de obra el

    paro

    obrero era

    endémico, y donde la gran acumulación de tierras

    en manos

    de

    muy pocos

    era

    el

    epítome

    mismo del

    latifundismo oligárquico.

    El Bienio concluyó como

    había

    empezado,

    sólo que peor. A la desesperación por

    la tierra y

    por la carestía hay que agregar los azotes de una

    naturaleza terriblemente cruel. Así, el trigo que

    en

    Cádiz y Sevilla en 1852 se pagaba a 5 pesetas el

    hectolitro, alcanzó

    en

    1856 y 57 las

    45

    pesetas en

    Sevilla y casi las 43

    en

    Cádiz: las cifras más altas

    que conocemos en la historia de ese siglo. Natural

    mente, otros artículos

    de

    la dieta básica, como el

    aceite y el vino, tampoco escaparon los niveles crí

    ticos (5).

    Con

    razón, dos semanas antes

    de

    ·que

    O Donnell pusiera fin

    por

    la fuerza al liberal Bie

    nio, so pretexto de

    que

    el socialismo

    era

    la mano

    oculta

    que

    atizaba el malestar general , los obreros

    afirmaban

    que

    la verdadera culpable del desconten

    to

    social

    era

    en efecto, «Una mano oculta», pero

    que esa «mano oculta que maneja la clase obrera,

    que

    le abre los ojos y la excita, la que la tiene en

  • 8/18/2019 Lida, Clara E. - Del Reparto Agrario a La Huelga Anarquista de 1883

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    CLARA E LIDA

    continuo movimiento y no le

    deja

    un

    moment

    o

    de

    descanso ,

    es

    la miseria» 6).

    El fracaso del Bienio sumó la crisis política a

    la

    económica.

    Desde

    comienzos

    de

    la

    época

    isabelina,

    pequeños pero activos grupos progresistas reforma-

    dores, imbuidos

    de idea

    s societarias y republicanas,

    habían comenzado a articular una ideología políti-

    y social que incorporaba algunas de las reivindi-

    caciones esenciales de las clases marginadas a los

    anhelos

    de

    la burguesía más democrática.

    Hasta -

    nes

    de

    la década del 60, el republicanismo demo-

    crático español fue el único movimiento político

    peninsular

    que

    formuló un

    programa

    revoluciona-

    rio basado,

    entre

    otros principios,

    en

    el derecho

    de

    ásociación,

    en

    una legislación

    obrera

    y

    en

    la solu-

    ción jurídica al problema

    de

    la tierra. A lo largo

    del segundo tercio del siglo

    se

    produjo

    el lento pero

    ¡:reciente acercamiento

    entre

    el campesinado y es-

    tos pequeños grupos progresistas

    que

    culminaría

    en

    la

    explosión antiborbónica de la Revolución

    de

    1868

    Los motines, las protestas y los levantamientos

    ·eran la manifestación

    de

    sesperada

    de esperan

    zas

    ~ g c e s

    y miseria constante,

    pero

    también una ex-

    presión

    de

    la confianza campesina

    en que

    la alianza

    con

    la

    burguesía,

    tarde

    o

    temprano

    llevara a ésta

    al poder y resultara en el anhelado reparto para los

    que trabajaban

    la

    tierra. Esto condujo a los levan-

    tamientos más importantes ant

    es de

    la Septembri-

    na

    : la insurrección

    de

    varios cientos

    de

    hombr

    es

    en

    1857, en la provincia

    de

    Sevilla, y la

    de

    varios miles

    en 1861,

    en

    la región de

    Loja en Granada. Ambos

    fueron apoyados

    por una

    amplia población rural y

    agrourbana, formada por campesinos, pequeños

    comerciantes y artesanos; ambos fueron brutal-

    ·mente reprimidos

    por

    el ejército nacional ; ambos

    CADIZ

    988

    representaban el conglomerado

    de

    clases caracte-

    rístico del republicanismo

    de

    esos años.

    Por

    su

    parte

    , el programa político republicano

    democrático

    de

    1858 incluía «la

    enajenac

    ión a cen-

    so ent re los proletarios,

    de

    todos los t

    erre

    nos bal-

    díos, comunes y patrimonio

    de

    la corona» 7) . E l

    objetivo

    pr

    eciso del

    reparto

    enfitéutico

    para

    benefi-

    cio de «los proletarios andaluces», lo explicaba una

    de

    las grandes cabezas del republicanismo, Fernan-

    do Garrido

    después de ahogado el alzamiento

    de

    Loja de

    1861: «la idea

    de

    repartirse la propiedad no

    se refiere como maliciosamente suponen los perió-

    dicos

    re

    accio narios, a la

    propiedad

    privada,

    si

    no a

    las propiedades del

    Estado

    consider

    ab

    les en las

    provincias

    po

    co pobladas como Andalucía y Extre-

    madura

    » 8).

    Así

    , los jefes

    de

    la insurrección pedían la des-

    vinculación de todos los bienes del

    Estado

    y su dis-

    tribución por enfiteusis e

    nt r

    e quienes carecían

    de

    tierra ,

    pero mant

    enían el respeto

    por

    la

    propiedad

    privada, incluyendo el latifundio. Estas reformas,

    que

    lo

    pueden ser

    calificadas

    de

    limitada

    s

    ani-

    maban

    sin

    embargo

    a aquellos

    que tenían

    la espe-

    ranza de un cambio en la estructura de la propie-

    dad. El espejismo del

    reparto

    agrari

    o

    por modera-

    do que

    fu

    ese

    , y e l

    de una

    mayor

    ju

    st icia

    económi

    ca

    y social , explica un

    tanto

    la extensa participación

    en estos movimientos

    de

    jornaleros y labrador

    es

    pobres, frustrados

    por

    un a proletarización progre-

    siva que creaba situaciones cada vez más explosi-

    vas. Sin

    duda

    gracias a la capacidad

    de

    articul

    ar

    las

    reivindicaciones

    de

    estos sect

    ores

    a su propio pro-

    grama

    el republicanismo

    creó

    un a coh

    es

    ión ideoló-

    gica y estim

    ul

    ó una militancia que al combinar teo-

    ría y práctica dio un

    espa

    ldarazo d

    ec

    isivo al desa-

    rrollo

    de

    la conciencia

    de

    clase del proletariado

    131

  • 8/18/2019 Lida, Clara E. - Del Reparto Agrario a La Huelga Anarquista de 1883

    8/37

      32

    EL

    MOVIMIENTO OBRERO EN L HISTORIA DE CADIZ

    agrícola. Pero a la larga, la reticencia de los demó

    cratas a pronunciarse

    por

    un reforma

    am

    plia de la

    propiedad , así como su énfasis en la revolución po

    lítica y no en Ja social, distanció a los seguidores ru

    rales de esos líderes urbanos, y convirtió al campe

    s

    in

    ado en semillero propicio para otros proyectos

    ideológicos que representaran más ampliamente

    sus aspiraciones de clase.

    En la década que antecede a la Gloriosa, An-

    da

    lu

    cía vio también el desarrollo de otras estrate

    gias de lucha impuestas por las circunstancias re

    presivas. A la vigilancia continua de la Guardia Ci

    v

    il

    y la Rural , a la prohibición explícita del derecho

    de reunión, a la delación ob ligada de cualquiera

    considerado sedicioso, al rechazo a contratar jorna

    leros con antec

    edentes

    levantiscos o descontentos,

    se contraponían las

    repr

    esalias campesinas

    por

    me

    dio

    de

    incendios

    de mi

    eses y

    fin

    cas en los pueblos y

    comarcas agrícolas de

    Cád

    iz y de Sevilla.

    Una

    es

    trategia concertada y

    ll

    evada a

    cabo

    con tácticas se

    mejantes a las de una guerrilla,

    por

    hombres y mu

    jeres que con frecuencia escapaban a las pesquisas

    de propie tarios y autoridades pues, como recuerda

    un cont

    emporá

    neo,

    ni

    guardias, ni pastores, ni jor

    naleros ni «nadie había visto nunca nada, y nada

    pudo averiguarse jamá

    9).

    E n septiembre de 1868, cuando triunfó la Re

    volución política, los campesinos andaluces - sevi

    llanos y gaditanos en especial- , habían recorrido

    ya

    un largo camino de esperanzas, prot

    es

    tas , repre

    siones y desengaños.

    La

    burguesía triunfante, que

    e n úl tima

    in

    stancia estaba volcada a la revolución

    política, no a la tra nsformació n social, olvidó pron

    to a sus antiguos a

    li

    ados del campo y consolidó el

    siste ma agra

    fi

    a existente, sin mayor atención a sus

    vi

    ejas promesas. No debe sorprendernos, pues, que

    al penetrar en España la democracia septembrina

    - y con e

    ll

    a nuevas corrientes revoluci

    onar

    ias- , el

    proletariado español se volcara , sobre todo, hacia

    el socia

    li

    smo anarquista 10)

    de

    la Federación Re

    gional Española FRE).

    Lo importante para n

    osot

    ros aq

    uí es

    señalar el

    éxito con que, en los años posteriores a la Gloriosa,

    el anarquismo se expandió por las ciud ades y los

    campos

    de

    España, especialmente los de Andal

    u-

    cía.

    En

    una España donde la tierra había quedado

    definitivamente en manos

    de

    las oligarquías, el

    anarquismo rompió para siempre con la idea jurídi

    ca

    de

    l reparto. La nueva doctrina rechazaba las pa

    naceas políticas e institucionales de la burguesía,

    por progresista que fuera , e insistía

    en

    que las

    transformaciones debían ser obra de los trabajado

    res mismos.

    Por

    ello, había que comenzar

    por

    la

    destrucción misma del Estado cent ra lista y bu rgués

    y sustituirlo

    por

    comunidades a

    ut

    ónomas , por la

    apropiación social de los instrumentos

    de

    trabajo

    privados - tierra, minas, fábricas-

    por

    la sociedad

    entera y por el reintegro total del producto del tra

    bajo al trabajador.

    En

    el sexenio que se inició

    co

    n la ca ída de Isa

    bel 11 el campesino español pasó de su lucha por

    poseer la tierra a la lucha de clases, expl icada sus

    cintamente por los anarquistas de 1872 como «la

    guerra social, la guerra ent

    re

    pobreu ricos, la gue

    rra entre señores y esclavos, entre oprimidos

    opresores» 11 ) . Los internacionalistas percibieron

    la proclamación

    de

    la Primera Repúb

    li

    ca, en 1873,

    como el esperado preámbulo político radical que

    abría e l camino a la revolución social. Así, en mu

    chas ciudades

    y

    pueblos del Sur, los anarquistas,

    todavía a

    li

    ados a los republicanos más exaltados

    12), se lanzaron a la formación de cantones o co-

  • 8/18/2019 Lida, Clara E. - Del Reparto Agrario a La Huelga Anarquista de 1883

    9/37

    CLARA E LIDA

    munas autónomas, reflejo de la influencia de la Co

    muna parisina de 1871, y a la toma revolucionaria

    del poder. Poco duró la euforia, y poco también la

    República Federal. Los movimientos comunalistas

    fueron reprimidos duramente por las fuerzas de ese

    mi

    smo Estado que confiaban destruir. El 3

    de

    ene

    ro de 1874 el General Pavía puso

    fin

    al sistema re

    presentativo y una semana más tarde declarba a la

    Internacional fuera

    de

    la ley.

    En

    los siete años s

    i-

    guientes el anarquismo español yacería en el secre

    to de la clandestinidad, sin duda abatido y diezma

    do pero no destruido .

    De

    sde allí buscaría nuevos

    modos de rehacer sus fuerzas y recuperarse de las

    pérdidas sufridas, elaborando nuevos mecanismos

    y alt

    ernativas

    de

    lucha para el proletariado español

    (13), especialm ente en las tierras del Sur.

    II Hacia la Mano Negra: clandestinidad y

    violencia social

    En esta segunda etapa

    de

    l anarq

    ui

    smo espa

    ñol,

    es

    de especial interés el peculiar desarrollo que

    , éste

    pr

    esentó

    en

    Andalucía durante los años de la

    clandestinidad y, a partir de 1881, cuando el dere

    cho

    de

    asociación fue

    de

    nuevo reconocido po r -e l

    gobierno fusionista

    de

    Sagasta .

    En

    el primer re

    cuento sistemático que la Federación de Trabaja

    dores de la Región Española FTRE) realizó en

    1882, al cabo

    de

    sólo un año

    de

    vida pública, sor

    pr

    ende su renova

    da

    v

    it

    alidad y fuerza, con casi

    r 6 .000 afiliados, de los cuales dos terceras partes

    ahora corresponderían a Andalucía y sólo un cuar

    to a Cataluña - invirtiendo

    así

    las proporciones de

    la primera etapa, cuando Ca taluña poseía más

    de

    l

    6

    de los federados. Sin duda , e l gr

    an

    desafío ha

    CÁDIZ 988

    sido cómo exp

    li

    car este aparatoso crecimiento y esa

    supervivencia pese a la re

    pr

    esi

    ón,

    re

    to

    que hasta

    ahora no han aceptado los hist

    or

    iadores, más incli

    nados a la historia pública que a la difícil de la vida

    subterránea.

    Ya en enero de 1874, al prohibirse la Interna

    cional, la Comi sión Federal de la FRE instaba a sus

    afiliados a que se organizaran en núcleos locales se

    cretos y continuaran difundiendo los principios

    doctrinales desde la clandestinidad . Para as

    egurar

    la unidad y la comunicación entre las diversas re

    giones, se sustituyeron los congresos generales por

    conferencias comarcales. La Federación Regional

    Española se dividió en diez comarcas,

    de

    las cuales

    dos representaban a Andalucía: la de l Este, que

    comprendía las provincias de Málaga, Granada ,

    Jaén y Córdoba ; y la del

    Oe

    ste, para las provincias

    de Sevilla y Cádiz ue contaban con el mayor nú

    mero de fe

    de

    ra

    ci

    ones loca les- y, con menos afilia

    dos, la de Huelva. A partir de 1876, las conferen

    cias comarcales de Andalucía adoptaron por unani

    midad va

    ri

    as resoluciones para alent

    ar

    la propagan

    da y la acción revolucionaria , y ejercer represa

    lias

    con tra traidores y enemigos.

    Ad

    emás se reafirmó el

    principio básico de la colectivización de la tierra y

    de todos los instrumentos de trabaj o (14) .

    Esta actitud radical

    de

    las secciones del Sur

    marca una diferencia clave entre el anarquismo ru

    ral y e l de las ciudades y áreas industriales de Ma

    drid , Barcelona y otros centros urbanos desarrolla

    dos, más inclinados a la organización y a la lucha

    sindical y a utilizar la hue lga como arma de nego

    ciación económi ca y laboral. En el campo, donde el

    tipo de labores agrícolas poco especia

    li

    zadas, para

    las cuales el número de jornaleros desocupados y

    necesitados excedía la demanda , e l éxito

    de

    las ac-

    133

  • 8/18/2019 Lida, Clara E. - Del Reparto Agrario a La Huelga Anarquista de 1883

    10/37

    134

    EL MOVIMIENTO OBRERO EN LA HISTORIA DE CAD 

    ciones sindicales de este tipo era menos probable.

    Además, allí la represión con

    tr

    a las organizaciones

    de trabajadores agrícolas estaba mucho más exten

    dida y el espacio político

    era

    escaso o nulo, todo lo

    cual limitaba la viabilidad del modelo sindicalista.

    Los trabaj adores de los pueblos y del campo

    no

    so

    lamente eran los menos capacitados sino los que

    más sufrían la dureza de las contracciones econó

    micas y

    la

    s periódicas crisis agrarias de consecuen

    cias dramáticas

    en

    poblaciones cuya economía era

    predominantemente de subsistencia . Es más, el ca

    rácter mismo de sus aspiraciones - lucha

    por la

    tie

    rra, defensa del salario y de condiciones de trabajo

    básicas , participación en

    las ganancias y

    a

    distribu

    ción del

    producto

    chocaba con

    os

    intereses eco

    nómicos de las oligarquías locales y nacionales .

    El mundo rural contrastaba con el de los obre

    ros y artesanos en zonas urbanas manufactureras,

    incluso industrializadas, cuyos espacios políticos y

    organizativos más amplios permitían que, aunque

    la represión oficial prohibiera las asociaciones de

    trabajadores , éstos pudieran continuar asociados

    mientras no

    o

    hicieran con fines explícitamente

    políticos por el juego

    mi

    smo del capital y

    el

    trabajo

    industrial. Estos obreros podían defender posicio

    nes económicas,

    en

    tanto llegaban circunstancias

    políticas menos represivas, y mantener a cohesión

    y movilización gremial o sindical colectivas

    por

    me

    dio de la huelga general.

    En Andalucía, a ausencia de una agroindus

    tria desarrollada

    fuera

    de

    a

    vitivinícola , con sus

    características tan particulares- , no facilitaba las

    condiciones para una huelga que afectara a un im

    portante sector capitalista .

    Ni

    la industria del vino,

    ni

    otras actividades calificadas

    en

    centros urbanos

    como Sevilla, Cádiz y Jerez, pesaban en términos

    numencos . Estos obreros especializados, una

    mi

    noría muy reducida de

    la

    población activa del Su ,

    eran los verdaderos aristócratas del

    trabajo

    en An

    dalucía. Sus oficios pertenecían a ramos producti•

    vos tan precisos como imprentas tipógrafos y graL

    badores), astilleros, tabaco picadores), bodegas

    toneleros, herreros, destiladores), vidrio soplado

    res), ferrocarrile s, marina mercante oficiales),.ser;

    vicios pú_blicos y domésticos conductores de tran

    vía , cocheros) . Por sus ingresos y condiciones de

    trabajo estos traba

    jador

    es calificados contrastaban

    marcadamente con sus compañeros en oficios me•

    nores y en

    el

    campo

    ellos

    sí, los verdaderos pro

    letarios andaluces.

    En

    tanto los trabajadores espe¡

    cializados llegaban a ganar un jornal medio supe

    rior a l?s 12 reales diarios

    por

    jornadas de trabajo,

    que en promedio giraban entre las ocho y las diez

    horas, los menos calificados, como cigarreros de

    ambos sexos), costureras, fundidores de

    vidrio,

    la

    vanderas, cocineros, rara vez trabajaban menos de

    doce horas por

    día

    con sueldos que no alcanzaban

    los 3 reales diarios . El cónsul de Estados Unidos en

    Cádiz, Ernest

    L

    Oppenheim, tan sistemático y mi

    nucioso en sus informes y síntesis sobre la situación

    material de

    la

    provincia, y .en particular la econo

    mía , nos ha dejado detalladas estadísticas sobre sa

    larios en distintos oficios, que hemos verificado con

    otras fuentes dispersas, tanto oficiales cuanto obre

    ras.

    Si nos remitimos al campo, sólo ciertos viñate

    ros

    podadores

    y pisadores,

    por ejemplo

    podían,

    ganar de a 8 reales

    por

    diez horas de trabajo;

    en

    el resto de las faenas agrícolas menos especializa

    das,

    en

    la vid o en las eras, los jornaleros estaban

    atados a condiciones de trabajo más severas y mu

    cho peor remuneradas, pagados, en general, por

  • 8/18/2019 Lida, Clara E. - Del Reparto Agrario a La Huelga Anarquista de 1883

    11/37

    CLARA E LIDA

    destajo no por día. Los peones y gañanes, en los

    cortijos

    podían

    ganar, según la faena, de uno a dos

    reales diarios en época de siembra , hasta cuatro o

    cuatro reales y medio diarios en la trilla y limpia

    trabajando

    de

    sol a sol. Sólo por la siega estas ci

    fras aumentaban pero también a

    umentab

    a la

    dure

    za del trabajo a pleno sol estival Por una jornada

    a destajo el segador

    podía

    aspirar a unos doce rea

    le

    s diarios, comenzando el

    tr

    abajo hacia las 3 o 4

    de la mañana , y continuándolo hasta las 9 de la no

    che , con dos o tres horas a lo largo del

    día

    para co

    mer y fumar; es decir que llegaban a trabajar más

    de dieciséis horas diarias. Hay que agregar que a

    diferencia del asalariado, el

    trabajador

    a destajo,

    además debía comprar su com ida

    en

    el

    co

    rtijo al

    precio que fijaran el patrón o el capataz. En las tie

    rr

    as de vides

    -co

    n las excepciones ya mencionad

    as

    Jos jornales podían variar, en promedio , de tres a

    seis reales por destajos de doce o más horas, en

    tanto los podadores, y a veces Jos pisadores y pren

    sadores, ganaban , en general,

    por

    encima de los

    seis reales, alcanzando Jos primeros ocho o más.

    Esta diferencia se debía a

    que

    la

    poda era

    un oficio

    agrícola altamente especializado, y

    que

    Jos

    maes

    tros en este arte eran ju

    sta

    mente considerados «ar

    istas agricu

    ltore

    s», como bien los calificara el im

    ortante órgano anarquista, la evista Social 15) .

    En

    la segunda mitad de los 70, la crisis general

    que se extendió

    por Espa

    ña dejó especial

    hu

    ella en

    :Andalucía. A partir de 1878 la quema de cortijos y

    a destrucción de olivos y vides, y el robo de gana

    do aum

    entaron

    consid

    erab

    lement

    e

    en

    la

    pr

    ovincia

    de Cádiz. A Jo largo del

    año

    , en

    Jer

    ez

    y

    otros pue

    los de la región, Jos jornaleros sin trabajo intenta-

    on una y

    otra

    vez apoderarse

    de

    l pan en

    la

    s pana

    erías, y del

    qu

    e llevaban los particulares en la ciu-

    dad o en los campos. El descon tento y la violencia

    social a

    ument

    aron

    en

    el 79 con la

    pérdida de

    la co

    secha por la sequía ,

    en

    tanto el desempleo y el

    hambre cundían entre los campesinos parados.

    Al comenzar la década siguiente , el det

    er

    ioro

    material

    co

    ntinuaba y la tensión entre los trabaja

    dores y la burguesía fue en aumento. En

    tre

    agosto

    y diciembre

    de

    1881 la situación en Jer

    ez

    se compli

    có debido a una epidemia de viruelas que dejó un

    saldo de 1227 víctimas, entre las cuales , según el

    Ayuntamiento

    «la clase proletaria [fue) la más cas

    tigada a causa de sus malas condiciones de vida»

    16). El hambre y los asaltos a las panaderías

    eran

    tan frecuentes que en enero

    de

    1882, el Goberna

    dor

    Civil pidió a los ayuntamientos que distribuye

    ran pan de acuerdo a sus padrones de pobres; en

    tanto

    incluso

    en

    las sentencias dictadas e

    ntre

    algu

    nos trabaj adores presos p

    or

    apoderarse de alimen-

    tos se consideró circunstancia atenuante

    que

    ac

    tuaran «Con

    arrebato

    y obcecación a impulsos

    de

    l

    hambr

    e

    triste calamidad que cobija

    en

    Jerez a la

    clase jornalera» 17). Testimonio directo de la des

    garradora situación son estas palabras

    de

    un traba

    jador:

    Seis meses hace que estamos en forzosa

    hu

    elga, y no te

    nemos

    o

    tro

    rec

    ur

    so

    que

    salir al

    campo, no pudiendo

    bu

    scar

    en

    él cosa alguna

    que

    nos valga

    un

    pan ,

    pue

    s

    to

    que nos prohibís

    coger hasta las bellotas con el

    pr

    etexto

    que

    las

    necesitáis para el gan

    ado.

    ¿Os proponéis acaso

    dejarnos

    morir

    de

    ha

    mbr

    e o impulsamos a ro

    bar

    para comer? 18).

    No debe sorprend emos que en

    es

    tas circuns

    tancias los asociados a la Federación Regional bus-

    carán caminos de justicia a través de la protesta

    or

    -

    135

  • 8/18/2019 Lida, Clara E. - Del Reparto Agrario a La Huelga Anarquista de 1883

    12/37

      36

    EL MOVIMIENTO OBRERO EN L HISTORI DE C D

    ganizada. En 1879, una circular clandestina insistía

    en que los trabajadores tienen derecho

    al

    producto

    de su trabajo, que

    «c

    uanto encierran los graneros

    es vuestro.

    Es

    el sudor de vuestra frente . Y como

    es vuestro, no debéis pedirlo debéis tomarlo» 19).

    Era

    lógico que en la región

    anda

    luza los tra

    bajadore

    s percibieran la Federación anarquista

    como su única aliada y que

    al volver ésta a la

    vida pública en 1881, tanto las autoridades como

    la burguesía la temieran por su militancia y por el

    éxito numérico alcanzado al promediar el 82.

    Este demostraba

    que

    a pesar

    de

    siete años

    de

    re

    presión y clandestinidad, el internacionalismo no

    sólo no había mermado , sino

    que

    en Andalucía se

    había

    multiplicado aceleradamente , especialmen

    te en la gadi tana regió n

    de

    Jerez

    de

    la

    Frontera

    que

    seguida

    de

    cerca

    por

    la

    de Ubrique contaba

    con más afiliados que la propia capital provincial .

    En Andalucía occidental esta tendencia había

    sido

    superada

    sólo por Marchena y por la e n

    orme

    militancia

    de

    Sevilla.

    Los obreros agrícolas de la zona no sólo se ha

    bían organizado dentro de una de las agrupaciones

    más numerosas de la Federación - la Unión de Tra

    bajadores del Campo UTC), con casi dos quintas

    partes del total de afi

    li

    ados andaluces--,

    si

    no que , a

    través de la activa propaganda anarquista, empeza

    ban a incorporar muchas reivindicaciones

    si

    ndicales

    básicas 20). Estas incluían la defensa del trabajo

    asalariado en oposición al destajo; la reducción de

    las horas

    de

    trabajo a un máximo de diez por día ,

    contra la jornada a destajo

    de

    sol a sol, que a veces

    podía significar dieciséis horas en el campo; condi

    ciones de trabajo di.gnas , seguras e higiénicas en

    contraste con la insalubridad y el maltrato reinan

    tes;

    la

    supresión de los abusos de capataces y pa-

    tronos que

    de f cto

    gozaban de derechos laborales

    absolutos sobre sus trabajadores. Este tipo de

    exi

    gencias, que comenzaban a ser moneda corriente

    en otras partes de España y en el resto de Europa

    1

    podían parecer ominosas a los terrate

    ni

    entes y caci

    ques andaluces, como lo demuestra un acalorado

    debate en las Cortes el 28 de febrero

    de

    1883, en

    el

    que diputados del Sur

    se

    oponían a la idea del sala

    rio frente al

    de

    stajo y consideraban injustificada la

    postura de los braceros andaluces contra sus pa

    trones. Cómo sería la realidad para que el propio

    Ministro de Gobern ación, Pío Gullón, los refutara

    severamente, recordándoles que el estado social de

    aquellas provincias provenía de males muy anti

    guos: de

    la

    desigual d i s t r i u c i ó ~ de la propiedad ,

    de la escasez

    de

    las cosechas y del paro obrero 21).

    En

    el invierno de

    882

    a 1883, dada la certeza

    de que gracias a mejores condiciones climáticas la

    cosecha del 83 sería excelente, el conflicto social

    cambió

    de

    giro. Después de un lustro de paro, mi

    seria, enfermedad y hambre, en el que

    la

    crisis

    hi

    zo

    que el precio medio del trigo subiera

    de

    26 pesetas

    el hectolitro, a 32 y 34 pesetas en 1882 -cifras inusi

    tadas desde aquellas de la terrible crisis

    de

    856

    -

    57

    - la conciencia de un buen año por venir creó

    una situación especialmente volátil. Fue entonces

    cuando los jornaleros gaditanos comenzaron a or

    ganizar su protesta de modo sindical, recurriendo a

    la huelga agrícola para presionar así a lo labradores

    a que mejoraran salarios y condiciones de trabajo.

    Este camino había sido elegido ya antes, en 1873,

    con un éxito relativo que permitió sentar las bases

    para negociar jornales. Diez años después, esta tác

    tica volvía a surgir con nuevos bríos. Como antaño,

    ahora el momento ideal para la huelga parecía ser

    la primavera, con las últimas faenas en la era y con

  • 8/18/2019 Lida, Clara E. - Del Reparto Agrario a La Huelga Anarquista de 1883

    13/37

    CLARA E LIDA

    la

    siega, cuando el trabajo resultaba inaplazable

    si

     

    se querían evitar daños a la cosecha.

    Contrario a lo planeado, la tensión social, se

    agudizó antes de ta primavera. Al aumento inver-

    nal de robos de granos y animales, y a la creciente

    p-

    militancia reivindicativa, con su retórica inflamato

    ria contra la propiedad y en favor del paro sindical,

    se sumaron cuatro asesinatos los de un matrimo

    nio

    de

    venteros, el del guardían de un rancho y

    el

    de un

    aperador

    cometidos, posiblemente, a fines

    ; . de 1882, en puntos dispersos de las comarcas de Je-

    rez y Arcos por aparentes delincuentes comunes.

    Estos crímenes fueron la chispa y el pretexto que

    poco después desató, a su vez, la violencia represi-

      va más amplia y organizada por parte de la burgue

    sía agraria andaluza contra

    el

    anarquismo, hasta la

    Guerra Civil.

    Las autoridades pretendieron que las muertes

    se cometieron por motivos políticos y que los asesi

    nos eran miembros de una sociedad secreta llama

    da la Mano Negra que pertenecía a la Internacio

    nal, a la Federación de los Trabajadores de la Re

    gión Española y a su Unión de Trabajadores del

    Campo. Además, aducían que gran parte de los

    crímenes y

    de

    la violencia social ocurridos en la re

    gión durante años anteriores habían sido instigados

    por esa sociedad secreta, que la prensa pronto con

    virtió en un aterrador prototipo de la organización

    anarquista, criminal y nihilista. Las clases dominan

    tes crearon pronto un clima de opinión sensaciona

    lista que fue exacerbado por el cuarto estado, con

    vertido, posiblemente por primera vez en España,

    desde los años de la Comuna y el Cantonalismo, en

    manipulador efectivo de la opinión pública y en

    ~ v i e n t e

    instrumento de los intereses represivos en

    el poder. Apoyadas por el gobierno de Sagasta, el

    CADIZ

    988

    ejército y

    la

    Guardia Civil y la Rural, las oligar

    quías españolas no sólo se propusieron aplastar

    toda protesta campesina, sino que convirtieron a

    los asociados de la legal Federación de los Trabaja

    dores y de

    la

    UTC, en sospechosos de actividades

    clandestinas y terroristas . Así, en poco menos de

    un mes, entre febrero y marzo de

    1883

    lo que co

    menzó como un castigo contra los autores de cua

    tro asesinatos que, a todas luces, parecían crímenes

    comunes, se convirtió en una desembozada perse

    cución política contra

    el

    movimiento anarquista an

    daluz, transformado por arte de birlibirloque en

    una gigantesca sociedad secreta denominada

    la

    Mano Negra 22).

    No corresponde aquí penetrar el enigma de

    esta misteriosa sociedad secreta, cuya existencia

    real nos ha eludido hasta ahora, aunque sabemos

    con certeza, de la multiplicación de organizaciones

    secretas de este tipo durante los años de la clandes

    tinidad.

    En

    cambio, sí queremos hacer hincapié en

    la coincidencia cronológica podríamos decir, en la

    sincronización- entre la gestación de la huelga agrí

    cola de los jornaleros de las comarcas de Jerez, Ar

    cos y alrededores, y la represión de los supuestos

    crímenes de

    la

    llamada Mano Negra. No menos cu

    rioso es que la iniciación del juicio oral y público

    contra varios federados por uno de los supuestos

    crímenes anarquistas, el asesinato en la Parrilla de

    Bartolomé Gago, conocido como el Blanco de Be

    naocaz, coincidiera el 5 de junio con la huelga mis

    ma

    23).

    Es difícil creer que éstas fueron inocentes ca

    sualidades, y no una nueva estrategia represiva en

    circunstancias muy particulares, ya que la existen

    cia de sociedades anarquistas secretas se conocía

    desde hacía algunos años. Recordemos, en primer

    37

    EL MOVIMIENTO OBRERO EN L HISTORI DE C DI

  • 8/18/2019 Lida, Clara E. - Del Reparto Agrario a La Huelga Anarquista de 1883

    14/37

      38

    lugar, que el dinámico desarrollo numérico de Ja

    ITRE desde 1881-1882 y la creciente militancia de

    sus afil iados, especialmente e n el Sur,

    era

    un moti

    vo de continua aprehensión entre los terratenientes

    andaluces y sus amigos poi íticos en el poder, desde

    el renacimiento militante

    de

    la

    ITRE

    en 1881. A

    esto hay

    que

    sumar la renuncia de labradores y ha

    cendados en el invierno y primavera del 83,

    anego

    ciar con sus jornaleros mejores condiciones de tra

    bajo y

    de

    salarios

    -demandas que

    se volvían cada

    vez más apremiantes a medida que se acercaba el

    tiempo de la cosecha y surgían las posibilidades de

    una huelga como instrumento extremo de negocia

    ción laboral colectiva.

    No es aventurado, pues, imaginar que la re

    presión contra a FfRE llevada a cabo en este

    contexto

    de

    creciente tensión so pretexto

    de

    la

    Mano Negra, formara parte

    de

    una meditada ma

    niobra precautoria. Era lógico

    que

    al cabo

    de una

    larga crisis agraria, tanto las autoridades como los

    terratenientes andaluces se lanzaran a refrenar la

    amenazante huelga de los jornaleros gaditanos, y

    que ambos calcularan sus

    ti

    empos para neutralizar

    con eficacia la creciente militancia y movilización

    laborales.

    m La huelga agrícola e 883

    A pesar del temor que la persecución y repre

    sión

    de

    la Mano 'legra logró infundir en el proleta

    ri

    ado de la región

    -e

    incluso, en el

    de

    toda Espa

    ña- y no obstante las escisiones_que provocó dentro

    de

    la FfRE al finalizar mayo, con la siega, la huel

    ga estaba ya en marcha, aunque a mediados de mes

    las lluvias hubieran dañado la cosecha de garbanzo

    y amenazado, pasajeramente, la del trigo (24). Los

    segadores de la comarca jerezana y aledañas, im-

    pulsados por el deseo de mejorar las condiciones ,

    de

    trabajo y aumentar sus jornales, se lanzaron a

    negociar por medio de la huelga mejores términos

    con sus empleadores. Es importante recalcar que

    entonces como en 1873, fueron, sobre t

    odo

    los tra-· •

    bajadores

    de

    los campos sin acceso a la tierra, y no '

    los viticultores, los que más se movilizaron

    en

    esta

    lucha agraria anarquista.

    A estajo

    vs

    salario

    Sin lugar a dudas, una de l

    as

    causas inmediatas

    del descontento,

    en

    especial

    entre

    quienes se ocu

    paban de las faenas de la siega, era la utilización de

    mano de obra más barata de braceros portugueses

    -trabajadores «golondrina» organizados

    en

    cuadri

    llas, que migraban

    de

    zona en zona según las cose

    chas. Los despachos de Cádiz atestiguan la larga

    presencia de los segadores portugueses

    en

    la re

    gión, y su característico patrón migratorio de

    acuerdo al ciclo agrícola meridional (25). Contra

    esta importación de otras comarcas de braceros

    peor pagados, hubo protestas frecuentes por parte

    de los trabajadores agrícolas gaditanos; ·sin embar

    go, ésta no fue la reivindicación primordial para

    convocar a huelga. La verdadera manzana de la

    discordia era el sistema de contratación a destajo, y

    la meta colectiva era

    obte

    ner la implantación de un

    sistema moderno de salarios pagados

    por

    jornadas

    con horas fijas

    de

    trabajo (26).

    En

    el contrato a destajo, el patrón fijaba el

    precio a pagar después

    de

    realizada la siega, y des

    pués

    de

    que

    un

    agrimensor contratado

    por

    él calcu

    lara el número de fanegas o de aranzadas segadas

    (27). Esta costumbre hacía que dicho cálculo con

    frecuencia suscitara amargas críticas en la prensa

  • 8/18/2019 Lida, Clara E. - Del Reparto Agrario a La Huelga Anarquista de 1883

    15/37

    CLARA E UDA

    obrera ; ésta explícitamente acusaba a los agrimen

    sores a sueldo, de amañar los cálc

    ul

    os en favor del

    patrón, con lo cual llegaban a mermar el total sega

    do hasta en un tercio 28). Por lo general , a esta

    cantidad se

    le

    restaba

    el

    precio del pan y, a veces,

    también

    el

    del aceite que se utilizaba para las co

    mi

    das de los segadores - a menos que éstos se prove

    yeran de alimentos por cuenta propia. En caso de

    que el segador discrepara con el agr

    im

    ensor, podía

    recurrir a

    otro

    bajo

    la

    condición de que

    la

    parte

    perdedora pagara los honorarios de todos Jos agri

    mensores contratados. «Un ag

    ri

    cultor» de Jerez,

    que firma una extensa y detallada carta sobre los

    abusos a los que se prestaban estas condiciones, ex

    plicaba cuán oneroso e impracticable resultaba este

    recurso

    para

    un jornalero exento de medios y sin

    conexiones sociales: como el agrimensor «por lo re

    gular [era) de la casa», o de otros cortijos de ami

    gos , este empleado, de acuerdo con el amo o el ad

    minist rador, «consigna las aranzadas que se les an

    tojan» 29).

    Las condiciones de trabajo a destajo además

    eran consideradas inhumanas. Esta clase de faenas

    exigía del segador un esfuerzo

    sico excepcional ,

    ya que para poder ganar lo suficiente, éste debía

    trabajar con una intensidad y velocidad agotadoras.

    Como en estas faenas o más importante era reco

    ger la cosecha con rapidez, a siega

    r e s ~ t a b a

    una

    labor intensa penosa que se realizaba a ritmos

    forzados , con los segadores destajistas compitiendo

    entre

    por

    segar más y concluir lo más

    pront

    o po

    sible cada destajo, para poder pasar a otros cortijos

    en busca de más trabajo antes

    que

    otros compañe

    ros. Las crónicas que tenemos de la siega en el tó

    rrido e insalubre clima de las planicies gaditanas se

    ñalan situaciones penosísimas. Los segadores, con-

    CADIZ 988

    tratados en diversos pueblos por manigeros encar-

    gados de formar las cuadrillas para los cortijos, tra

    bajaban sucesivamente en cosechas distintas, desde

    la de l

    as

    habas, dentro de los cortijos, hasta las de

    la cebaba y el trigo, en los campos. Mientras el tra

    bajo e

    ra

    en el cortijo los segadores se alojaban en

    cuadras, que a menudo compartían con los anima

    les. Una vez en las eras, dormían a campo abierto ,

    cobijados p

    or

    una manta , provistos de una muda

    de ropa que un ropero llevaba a lavar a las respec

    tivas casas cada semana o dos, junto con el dinero

    ganado, y que al cabo de va rios

    día

    s devolvía lim

    pia, acompañada de noticias de la familia .

    Durante la siega, el

    tr

    abajo se realizaba bajo

    Ja vigilancia del capataz, desde antes del amanecer

    hasta mucho después de Ja caída del sol. Un agri

    cultor de Campillos Málaga), población aledaña a

    la zona cerealera a la que nos

    ref

    erimos, precisaba

    que allí la jornada empezaba a las 3 de Ja mañana,

    y se prolongaba hasta las 9 de la noche; es decir,

    durante unas dieciocho horas de

    vi

    gilia activa. Cla

    ro está que había algunos descansos de 10 minutos,

    en los que se podía fumar, y otros para las cuatro

    comidas diarias

    -d

    os ca

    li

    entes, al mediodía y a la

    noche, y dos frías , en el desayuno y en la tarde- ,

    todas insuficientes de escaso

    va

    lor nutritivo. El

    almuerzo y la cena eran una especie de sopa o gaz

    pacho caliente, de pan cocido con agua y sal, un

    poco de aceite y un ajo . Las otras dos, de 7 a 8 de

    la mañana y de 3 a 3:30 de a tarde,

    era

    n gazpachos

    fríos de vinagre y pan o sopas,

    pr

    eparados con muy

    poco aceite, ya que cuando el patrón lo ponía era,

    en total, apenas una panilla -es decir, un cuarto de

    libra- por aranzada segada. Naturalmente, estas

    condiciones excluían todo auxilio médico, a pesar

    de las constantes enfermedades est ivales, del palu-

      39

    EL MOVIMIENTO OBRERO EN L HISTORIA DE CADIZ

  • 8/18/2019 Lida, Clara E. - Del Reparto Agrario a La Huelga Anarquista de 1883

    16/37

    14

    dismo y el tifus endémico

    de

    la zona y de los fre

    cuentes accidentes de trabajo 30).

    La propaganda anarquista contra el destajo y

    en favor del salario por jornada fija, había aumen

    tado a partir de 1881, con la reaparición de la Fede

    ración española y su Unión de Trajadores del Cam

    po. En la Andalucía Oriental, el tema había estado

    presente a través de la prensa obrera y de las discu

    siones comarcales. Este fue el caso en Bornos

    -donde

    la UTC

    era

    predomina

    nt

    e-;

    ahí, la Comi

    sión de federación local emitió dos circulares que la

    vis

    t

    Social publicó a mediados

    de

    junio. En és

    tas informaba sobre los acuerdos de una reciente

    asamblea en la que se

    fij

    aron los jornales de Ja sie

    ga y las condiciones

    de

    trabajo y se instaba a los

    jornaleros que no fueran «a segar por menos

    de

    lo

    impuesto» 31). Los

    pr

    ecios que pedían

    er

    an

    de

    «10 reales, las habas; la cebada , 12 , y los trigos, 16:

    las cuatro libras de pan por cuenta, y aceite aparte,

    y los cigarros con su uso y costumbre, y un guiso de

    carne todas

    la

    s semanas. .. .) Para segar a seco, 14

    reales

    la

    s habas, 16 la cebada, y 20 el trigo».

    En todos los casos, los argumentos de los jor

    naleros eran claros: los agricultores fijaban el pago

    después de comenzar la siega, o al concluirse, pero

    no al comenzar, lo cual eliminaba toda posible ne

    gociación por parte del trabajador y favorecía ex

    clusivamente al patrón . El destajo reducía

    Ja

    mano

    de obra empleada, ya que un segador sólo hacía

    largas e intensísimas jornadas que en otras circuns-

    tancias, menos extremas y con horarios más cortos,

    realizarían varios. El sistema establecido limitaba

    los ingresos de los jornaleros, contribuía al

    de

    sem-

    pleo y a la emigración, fomentaba pésimas condi

    ciones de trabajo basadas en situaciones extenuan

    tes e insalubres y perpetuaba la alimentación insufi-

    ciente y costosa. Además ,

    Jos

    anarquistas introdu

    cían un argumento moral contra las rivalidades y Ja

    competencia que el destajo fomentaba

    entre

    los

    trabajadores, y contra la falta de solidaridad que

    todo esto generaba.

    Tales condiciones desventajosas las resumía

    el

    ya citado corresponsal de Campillos, en a

    Auto-

    nomía 

    Allí explicaba que en la siega a destajo una

    fanega sembrada de trigo era pagada, en el mejor

    de Jos casos, a cincuenta reales es decir,

    12

    .50 pe

    setas), pero que era raro el segador calificado, sufi

    cientemente robusto, que en una jornada de dieci

    ocho horas pudiera llegar a segar un cuarto de

    fa

    nega, o «Cuartilla» equivalente a 160 m

    2

      , y ganar

    doce reales y medio 3 pesetas con 12 céntimos y

    medio) 32). En otras palabras, únicamente en cir

    cunstancias excepcionales podría un hombre solo

    trabajar una haza de diez fanegas, es decir, de cua

    renta cuartillas, en los cuarenta días que, hasta San

    Juan 24

    de

    Junio), solía durar la siega, y aspirar a

    cobrar unos quinientos reales brutos o 125 pesetas,

    antes de descontar los gastos de sustento mínimo y

    de aperos. El autor de la carta calculaba que, en

    cambio, en un sistema de salarios fijos se necesita

    rían, al menos, cuatro peones para realizar con efi

    cacia ese mismo trabajo . Esto generaría mayor se

    guridad en los ingresos, más empleo y una situa

    ción laboral mejor - incluyendo jornadas más cortas

    y menos agotadoras-. Aunque, inicialmente , el

    costo recayera sobre el agricultor, a la larga, esta

    contratación salarial demostraría ventajas también

    para los terratenientes, quienes se beneficiarían

    de

    relaciones sociales menos conflictivas y

    de

    rendi

    mientos más altos, dadas unas condiciones de tra

    bajo más productivas 33).

    Naturalmente que Ja solución, propuesta con

    CLARA E LIDA

  • 8/18/2019 Lida, Clara E. - Del Reparto Agrario a La Huelga Anarquista de 1883

    17/37

    ingenua seriedad, no podía ser de interés para los

    propietarios, quienes así lo manifestaban

    tanto en

    sus actos cuanto de palabra.

    En

    primer lugar, los

    terratenientes gaditanos que tradicionalmente de

    pendían, para las diversas faenas del campo, de la

    abundante barata mano de

    obra

    que

    siempre ha

    bían contratado a destajo, poco interés podían te

    ner

    en

    acortar las jornadas contratar más brace

    ros. Al contrario,

    en

    la época de la siega su priori

    dad

    era levantar la cosecha lo más rápida econó

    micame

    nte

    posible, aunque

    para

    esto tuvieran

    que

    recurrir a segadores provenientes de pueblos agrí

    colas gaditanos

    de

    términos diversos, como Jerez,

    Arcos, Olvera, Grazalema, Medinasidonia,

    de

    la

    sierra de Ronda. Alguna vez

    entre

    estos trabajado

    res .eventuales labora

    ban

    otros de comarcas más

    alejadas, como San R

    oq

    ue , o

    de

    comarcas costeras

    menos dedicadas al cereal, como las de Sanlúcar,

    San Fernando , Puerto

    de

    Santa María Chiclana.

    Mucho

    s raro

    era

    encontrar jornaleros de otras

    provincias, regiones

    de

    España: fuera

    de

    mala

    gueños de la serranía rondeña

    y,

    excepcionalmen

    te,

    de

    más al este , como

    Guaro

    de algún sevilla

    no de Lebrija o

    de

    Montellano, apenas si hemos to

    pa

    do

    en 1883 con algún castellano unos pocos ga

    llego

    s

    En cambio, era notable la presencia

    de

    abundantes cuadrillas de segadores portugueses

    contratados a destajo ,

    en

    condiciones más desven

    tajosas que las de los propios españoles.

    En

    este

    se

    ntid

    o

    es elocuente que a mediados

    de

    juni

    o

    cuando la huelga comenzaba a most

    rar

    señales de

    fracaso, encontremos que

    en

    un solo cortijo, el de

    Plata, propiedad de Francisco Romero Gil, traba

    jaban ochenta siete segadores portugueses a la

    par de treintaiún elementos del ejército,

    que en

    esos momentos ocupaban el lugar de los huelguis-

    CADIZ 988

    tas n

    at

    ivos 34).

    Originalmente , estos portugueses - provenien

    tes sobre todo de las provincias

    de

    Alentejo, con su

    predominio de latifundismo cerealero muy seme

    jante al andaluz, del Algarve , ambas con un alto

    índice dem

    og

    ráfico en relación con el resto del

    país-

     35), carecían de una vinculación conocida

    con el anarquismo, todavía poco difundido en

    la

    s

    provincias lusitanas al sur del Tajo. El contacto pa

    rece haber surgido, más bien,

    en

    And

    alucía des

    pu

    és de creada la

    FTRE

    y de reaparecer con más

    fuerza la

    UTC

    . A partir de entonces, los anarquis

    tas andaluces intentar

    on

    reclutar no sólo a Jos jor

    naleros españoles

    sino

    también, a los portugueses

    que

    volvían cada verano a

    la

    r

    eg

    ión. trataba .de

    integrarlos

    en

    un movimiento común contra el des

    tajo

    en

    favor de mejores condiciones

    de

    trabajo

    del establecimiento de

    sa

    larios fijos, según las fae

    nas . Así

    en

    1883,

    al

    comenzar la siega, parecía

    que

    la movilización

    co

    ntra el destajo

    por

    fin había lo

    grado convencer a un número amplio

    de

    jornaleros

    gaditanos y a algunos de otras regiones, agrupar

    los alrededor de una reivindicación común, a pesar

    de la oposición de los

    pr

    opietarios locales.

    Estos últimos no defendían el destajo sola

    mente por interés material. Su mundo de valores

    sociales

    y

    tradicionales pesaba también de modo

    decisivo. Las oligarquías andaluzas creían firme

    mente que el

    st tu o

    contribuía a una real armo

    nía socia

    l

    El patemalis

    mo

    implícito de esta socie

    dad

    j e r a r q u i z a d ~

    rígida se manifestaba abierta

    mente

    en

    el lengu

    aje de

    sus

    mi

    embros representati

    vos.

    Uno

    de los más fervientes extremosos espo

    si

    tores de estos valores, el diputado conservador

    sevillano, Francisco de Paula Candau, los revela en

    un extenso alegato

    en

    la

    s

    Corte

    s.

    4

    EL MOVIMIENTO OBRERO EN LA HISTORIA

    E

    CADIZ

  • 8/18/2019 Lida, Clara E. - Del Reparto Agrario a La Huelga Anarquista de 1883

    18/37

      42

    Allí, con elaboradas exp

    li

    caciones, Candau se-

    11ala

    que

    a dif

    ere

    ncia del destajo, el t rabajo asala

    ri

    ado

    era

    históricamente retrógrado, contrario a los

    intereses materiales de los propios trabajadores y

    socialmente explosivo. E n su peculiar visión histó

    ri

    ca, considera el trabajo asala

    ri

    ado como una for

    ma

    de

    tr

    aba

    jo apenas superior a la

    de

    la esclavitud ,

    como un «empeño por horas» en el que el obrero

    compromete un cierto tiempo a cambio de un pre

    cio determinado, trabaje bien o mal, produzca mu

    cho o poco. Esta relación laboral desemboca, se

    gún Candau, en «Un antagonismo terrible entre el

    obrero y el capitalista», ya que el obrero queda

    comprometido a un número de

    horas fijas durante

    las cuales el patrón «tiene la pretensión egoísta y

    dura de hace

    rl

    e trabajar todo lo más posible y gas

    tar toda la mayor fuerza» Qué contraste, continúa

    Candau, de todo esto con el trabajo a destajo o

    «contratado»

    De

    vigilante exigente y egoísta, el

    «capitalista cultivador» se convierte en un simple

    inspector de la calidad de la obra terminada, en

    tanto el trabajador goza

    de ma

    yo r libertad , ya que

    puede producir más o menos, y de mayor dignidad ,

    como

    ob

    r

    ero

    independiente y responsable.

    En

    con

    clusión, para el diputado conservador, esta forma

    de trabajo es superior, pues es la única que fomen

    ta de la manera más eficaz la armonía social: en

    cambio las doctrinas anarquistas, que propugnan

    el salario, significan un retroceso frent

    e al «camino

    del progreso» implícito en el destajo.

    En su alegato, Candau, con pa terna

    li

    smo

    im

    plícito, se señala a sí m

    is

    mo como ejemplo de culti

    vador capitalista que ha mantenido relaciones ar

    mónicas con sus

    ob

    reros,

    por

    quienes siente «grati

    tud por el cari   o y la consideración con que

    de

    mu

    chos años vienen tratándome». Esta armonía ha

    hecho que no existieran entre e

    ll

    os conflictos ni

    huelgas y

    que

    a su vez, los ob reros se sintieran

    protegidos por él hasta

    en

    las peores c

    ri

    sis, y «no

    hayan tenido que emigrar en busca

    de

    tr

    aba

    jo

    ni

    _

    aceptar el que el Gobierno les ha ofrecido» 36) .

    Francisco Romero Robledo, representante por

    Antequera ex-Ministro de Gobernación

    de

    Cáno

    vas, expresa

    -co

    mo Candau- la misma visión tradi

    cional y paternalista de un

    as «clases conservado

    ras» que él mismo caracteriza no como ricas,

    «Sino

    por tener intereses que defender a la sombra de la

    ley y del orden» Es to es, clases que son conserva

    doras no tanto por sus intereses materiales cuanto

    por su

    respe to al

    orden

    a la estabilid

    ad

    y a la ar

    monía sociales.

    Si bien es cierto que no todos los representan

    tes conservadores

    que

    intervie

    nen

    en

    el debate con

    cordaban con la interpretación tan particular de

    Candau sobre la superioridad absoluta del destajo

    - y alguno, como Antonio María Fabié refutó la

    idea de que el salario fuera una forma

    de

    trabajo

    cercana a la esclavitud, puesto que «libre es sin

    duda el trabajo a destajo, pero libre es también el

    salario del obrero

    »-

    en general todos coincidieron

    con esa visión social paternalista y jerárquica. No

    debe sorprender que fueran excepción los escasos

    diputados republicanos que, como Moreno Rodrí

    guez y Villalba Hervás, se manifestaban conscien

    tes del antagonismo «entre los afortunados los

    desheredados, entre los hartos los hambrientos»,

    es decir, de la lucha de clases. En cambi

    o

    impre

    siona la voz equilibrada del r

    epre

    sentante liberal

    por Jerez, Duque de Almodóvar del Río, quien

    si

    n

    ambages denunció «una clase proletaria enferma»

    pero a la vez a «la clase alta» que estaba «enferma

    también» De manera rotunda , concluyó este dipu-

    CLARA E  LIDA

  • 8/18/2019 Lida, Clara E. - Del Reparto Agrario a La Huelga Anarquista de 1883

    19/37

    tado «que las clases conservadoras de Andalucía no

    han estado a la altura

    de

    su misión». Misión que, a

    fin

    de cuentas,

    él

    mismo también definía con claro

    sentimiento paternalista: la de «levantar el sentido

    moral de sus sirvientes jornaleros

    »

    B  Los soldados jornaleros

    Es evidente que el ideal de cambio de los jor

    naleros se oponía esencialmente a la visión estática

    del mundo patronal andaluz. Estos dos universos

    encontrados entraron en coflicto al terminar la pri-

    1 mavera, e iniciar los primeros un movimiento para

    r

    transformar las condiciones de trabajo. Si bien , al

    ¡ comienzo, la esperanza de los obreros era llegar a

    un acuerdo pacífico, las circunstancias resultaron

    contrarias al diálogo. Los terratenientes, con el áni

    mo exacerbado por el sensacionalismo sobre la

    Mano Negra y seducidos

    por

    el atractivo de una co

      secha que , al fin,

    pr

    ometía terminar lucrativamente

    con las vacas flacas de los años pasados, se resistie-

    ron tanjantemente a los pedidos de sus trabajado

    res. En estas condiciones de tensión, al llegar la úl

    . tima semana de mayo, la huelga se presentó a ojos

    de los trabajadores del campo, como la última al

    ternativa posible para lograr la negociación laboral.

    Los primeros indicios del conflicto se habían

    manifestado ya desde

    el

    otoño, cuando braceros en

    huelga de la serranía de Ronda , .según el Capitán

    General de Granada, recorrían la región «ahuyen

    tando trabajadores de pueblos inmediatos para que

    no se haga la siembra si no se abona el doble jornal

    que reclaman» 37). El conflicto se renovó al finali

    zar mayo, en términos cercanos a Jerez, como Gra-

    . zalema , donde los periódicos informaron sobre

    amenazas de algunos federados contra los peones

    que trabajaban . Casi en seguida el malestar pasó a

    CADIZ 988

    la comarca de Jerez, donde fueron los propios tra

    bajadores portugueses los que pidieron aumento de

    .jornales. Esta situación llevó a rumores de que so

    ciedades secretas, como

    la

    Mano Negra, seguían

    provocando conflictos sociales y amenazando a

    quienes no se plegaran a sus planes.

    Al finalizar el mes, las autoridades locales, de

    acuerdo con las de la provincia, con la Capitanía

    General de Andalucía, en Sevilla, y las autoridades

    de

    Madrid, respondieron al temor de Jos terrate

    nientes a la huelga movilizando l

    as

    fuerzas arma

    das. No sólo se reforzaron la Guardia Civil, la Ru

    ral y

    la

    Municipal , s ino que, tras una sesión en las

    Cortes, se concedió licencia a soldados de guarni

    ciones locales para trabajar como segadores.

    Esta acción abrió una nueva dimensión en el

    conflicto laboral,

    al

    convertir a las fuerzas armadas

    no sólo

    en

    agentes de la represión y del orden sino,

    también, en obreros

    rompehuelgas

    o

    esquiroles

    El frenesí aumentó la primera semana de ju

    nio. nte la negativa de los huelguistas de volver a

    los campos, la creciente solidaridad de los segado

    res con la huelga y Ja amenaza de perder la cose

    cha, los propietarios andaluces recurrieron con ma

    yor insistencia a sus amigos polí ticos

    en

    el gobier

    no. El Consejo de Ministros aprobó

    que

    el Capitán

    General de Andalucía, Camilo Polavieja , y

    el

    ge

    neral Arsenio Martínez Campos, Ministro de Gue

    rra, en consulta con Gobernación, se ocuparan di

    rectamente de las negociaciones por parte del go

    bierno hasta resolver el conflicto.

    Los terratenientes jerezanos entablaron las

    primeras negociaciones con las autoridades milita

    res, para

    que

    les ayudaran a contratar cerca

    de

    dos

    mil soldados segadores

    y

    de otros oficios imprescin

    dibles. A éstos se sumaron, poco después, los de

    143

    EL MOVIMIENTO OBRERO EN

    L

    HISTORI DE C DIZ

  • 8/18/2019 Lida, Clara E. - Del Reparto Agrario a La Huelga Anarquista de 1883

    20/37

      44

    Arcos, con un pedido por medio millar 38). Hacia

    el 6 de junio existían ya en los cortijos situados

    dentro del término de Jerez, a no más de 72 leguas

    de esa ciudad, 496 soldados provenientes de los

    Regimientos de Infantería de Alava, Córdoba, Ex

    tremadura, de Cazadores de Cataluña y de la Rei

    na. Es decir, que de los 1.719 soldados requeridos

    inicialmente por treintaidós «labradores» para sus

    treinta y cuatro cortijos jerezanos, sólo fue posible

    proveer una cuarta parte del total 39), en tanto

    que

    el

    pedido de 500 hombres para Arcos no se

    pudo conceder en onces 40).

    El primer problema de terratenientes y autori

    dades era, pues, cómo resolver la escasez de mano

    de obra. Inicialmente, parecía que la esperanza de

    las autoridades militares en Jerez er que la presen

    cia de la tropa en los cortijos provocara un cambio

    de actitud entre los huelguistas y éstos volvieran al

    trabajo. Así se lo manifiesta al Comandante del

    Cantón Militar de Jerez de la Frontera

    al

    Capitán

    General de Andalucía, Camilo Polavieja:

    No he pedido V.E. toda la fuerza disponi

    ble hasta ver si con la salida de algunos indivi

    duos del ejército cambiaban de opinión los tra

    bajadores, y transigiendo con los dueños de los

    cortijos empezaban las faenas del campo, evi

    tando así quedarse sin recursos, dos o tres mil

    hombres, que podrían entregarse a excesos

    de

    otro gremio sic.) 41).

    A su vez, el General Polavieja le transmite al

    Ministro Martínez Campos noticias de la falta de

    hombres para diversas actividades agrícolas, inclu

    yendo segadores, moreros sic.), carreteros y pana

    deros. Al mismo tiempo le explica que , si bien se

    espera la llegada de segadores de Málaga y de Por

    tugal ·para llenar el vacío de los huelguistas, no se

    sabe si los que vengan «huelguen como los anterio

    res» 42), en cuyo caso, se necesitaría más tropa.

    La carencia de brazos es tal, añade, que

    por

    ahora

    será imposible darle

    al

    Alcalde de Arcos los hom

    bres que allí sesolicitan, «aun cuando el alistamien

    to

    voluntario alcance el cincuenta por ciento» 43).

    Ante esta escasez de hombres, el Ministerio de

    Guerra pareció poco dispuesto a esperar la reac

    ción de los huelguistas y actuó con celeridad. Ese

    mismo dí 6 pidió la Capitán General

    de

    Castilla la

    Nueva que licenciara tropa de los cuerpos nomon-

    tados que voluntariamente quisiera trabajar en An

    dalucía, «para ocuparse en las faenas del campo,

    con el jornal que allí se gana» Sin embargo, adver

    tía que estos soldados debían ir

    por

    ferrocarril has

    ta Jerez, sin armas, sin oficiales ni clases y en gru- ·

    pos. El gobierno pagaría el pasaje de ida. Esta or

    den no se dio sin antes provocar la reflexión del

    Ministro respecto a los perjuicios que estas medi

    das excepcionales entrañaban para el ejército,

    «principalmente en lo que se relaciona con la ins

    trucción, espíritu y servicio de los cuerpos» A pe

    sar de esto, y en vista de las dificultades que «ame

    nazan hoy seriamente a una parte

    de

    la provincia

    de Cádiz», Martínez Campos concluía que el sacri

    ficio de los intereses militares era necesario «en fa-

    vor del orden y de la propiedad» 44).

    Esta preocupación por el orden social inquietaba

    a las autoridades militares en todos los niveles. El

    propio Comandante de Jerez es quien en su deta

    llado informe del 6 de junio a Polavieja señala las

    condiciones especiales de seguridad bajo las cuales

    trabajarán los soldados, vigilados de cerca por pa

    rejas de la Guardia Civil o de la Rural, para evitar

    el contacto con los huelguistas e impedir «la aproxi

    mación de individuos inconvenientes en las presen-

    CL R

    E

    LID

  • 8/18/2019 Lida, Clara E. - Del Reparto Agrario a La Huelga Anarquista de 1883

    21/37

    tes circunstancias», a la vez que

    poder

    «Conocer el

    Espíritu que anima a los soldados» 45). Este te

    mor

    de

    las autorid_des a que su tropa --de eviden

    te origen campesino-- pudiera caer bajo la influen

    cia

    de

    los anarquistas en huelga, queda ratificado

    en las óndiciones de trabajo que finalmente se ne

    gocian

    entre

    los labradores y el ejército.

    En

    ellas se

    reconfirma esta preocupación

    por

    evitar «por todos

    los

    medios posibles» las reuniones

    de

    los soldados

    con «paisanos ajenos

    al

    Cortijo que puedan indu-

    cirlos a seguir una idea contraria a la que realmente

    les

    ha llevado al campo» 46). Al mismo tiempo se

    · agrega

    que

    si

    en

    los cortijos «hubiese alguna

    de

    ta

    les

    ideas, [los sargentos] lo pondrán en conocimien

    to del

    dueño

    o encargado

    para

    su determinación».

    Una vez decidido el envío de más soldados es

    quiroles,

    era

    necesario precisar las condiciones de

    trabajo

    de

    los mismos. Inicialmente la propuesta de

    los labradores fue aprobada

    por

    el Jefe del Cantón

    de Jerez, quien a su vez la transmitió, con un inten

    so informe, al Capitán General de Andalucía, el

    día 6. Estas condiciones señalaban

    que

    en el traba

    jo

    en Ja

    era

    los jornales serían de 3 reales hasta

    San Juan el

    24 de

    junio) , y 4 reales después, con

    comidas incluidas. Estas consistirían en potaje ,

    gazpacho y pan; pero si el soldado prefería trabajar

    «a seco», es decir, sin comidas, se l abonaría 3

    reales más.

    La jornada

    en ningún caso excedería

    las ocho horas . Por su parte los segadores recibi

    rían 45, 40 ó

    35

    reales

    por

    aranzada, según conse

    charan habas, trigo o cebada, respectivamente .

    Es

    decir,

    en

    el caso

    de

    la siega del trigo recibirían unos

    0.089 reales

    por

    metro cuadrado, lo cual implicaba

    un

    leve aumento sobre el jornal promedio pagado a

    los jornaleros antes de la huelga 47) . Por su parte

    los

    soldados comparían sus propias herramientas y

    CADIZ

    988

    costearían su viaje

    de

    regre

    so

    , además

    de

    reempla

    zar su «primera puesta

    »

    es decir, su vestimenta mi

    litar que, sin

    duda

    «iba a

    quedar

    destrozada»

    en

    los

    campos 48) .

    En

    cambio

    no

    quedaba claro si serían

    los labradores los

    que

    comprarían las mantas nece

    sarias para protegerse del fuerte frío

    que

    todavía se

    sentía, o si serían los propios soldados.

    Lo que

    resulta claro es

    que en

    la localidad no había sufi

    cientes mantas y que las pocas

    que

    allí se vendían

    resultaban «

    de

    un valor excesivo» 49).

    Al recibir este

    parte

    el General Polavieja

    de

    inmediato telegrafió desde Sevilla al Ministro, co

    mentando

    Jos

    puntos del informe

    y dando

    su opi

    nión al respecto. Resulta claro

    que

    su primera

    preocupación

    era Ja de

    velar

    por

    los intereses

    de

    los

    soldados , lo cual también comunica al Comandante

    de

    Jerez, advirtiéndole

    que

    procurara

  • 8/18/2019 Lida, Clara E. - Del Reparto Agrario a La Huelga Anarquista de 1883

    22/37

      46

    obtuviera un aumento en el jornal

    y si

    éste no ex

    cedía de 2 pesetas es decir, 8 reales), siguiera «ha

    ciendo la reclamación del haber y pan para abonár

    selo al soldad

    .

    En todos los casos quedaba claro que si bien

    el

    gobierno estaba decidido a frenar al desarrollo del

    anarquismo militante y evitar

    la

    explosión social en

    el Sur, en cambio no estaba dispuesto a sacrificar el

    bienestar del ejército

    ni

    de s

    us

    soldados por los in

    tereses particulares de los labradores. En estas cir

    cunstancias, las

    Condiciones

    definitivas 53) que las

    autoridades negociaron m nu militari con los labra

    dores ras ame