Lida, Clara E. - Del Reparto Agrario a La Huelga Anarquista de 1883
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8/18/2019 Lida, Clara E. - Del Reparto Agrario a La Huelga Anarquista de 1883
1/37
DISEÑO DE PORTADA Y MAQUETA: JULIO
MALO
DE
MOLINA
C
JOSE LV REZ JUNCO • JOSE NDRES G LLEGO • GER LD BREY • S NTI GO CASTILLO
DEMETRIO CASTRO • MARCOS J.
CORRE •
GLORIA ESPIGADO
•CL R
E. LIDA • JOSE MANUEL
MACARRO - JACQUES MAURICE • JOSE LUIS MILLAN-CHIVITE • MANUEL
PEREZ
LEDESMA
FERNANDO SIGLER • FRANCISCO TRINIDAD
EDITA: DIPlfTACION PROYINO L DE CADIZ.-IMPRIME cGRAFIBERICA•-C/. MARQUES DE C DIZ ~ J E R E Z
-
8/18/2019 Lida, Clara E. - Del Reparto Agrario a La Huelga Anarquista de 1883
2/37
LIBROS
Dl
L
D I
Uf
CIOf\ DE _ C DIZ
-
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3/37
DEL REPARTO AGRARIO A
IA
HUELGA
ANARQUISfA
E
883
CL R E
LID
Pocas regiones de
Europa
han sido afectadas
más continuame
nt
e
por
el males tar rural endémico
que Andalucía , sobre
todo
a partir de las transfor
maciones que sufrió el régimen de la
propie
dad
agraria en Es
paña
po r las desamortizaciones y des
vinculaciones que se sucedieron desde el reinado
de Carlos IV . La disolución de l régimen señorial
trajo consigo la consolidación
de
la olig
arq
uía y,
paulatinam
ente
la de la burguesía terratenientes,
y
la creciente conciencia del campesino de su propia
enajenación de la tierra. E ste proceso marcó un
cambio en las relaciones de clase entre los propie
tarios
y
grandes arrendatarios rurales y l
os
jo rnale
ros y pequeños colonos agrícol
s
en el campo anda
lu
z; con él come nzó una lucha nueva
entre
patro
nos capita
li
stas
y
pro letarios asalariados en las
ti
e
rr
s
del Sur.
Este desa rrollo
-c
uy
os
cimientos
y
meca
ni
s
mo
s conocemos cada vez mejor gracias a inves
ti
ga-
CADIZ 988
ciones más o menos recientes 1) -se inició en las
postrimerías del Antiguo Régimen , a la muerte de
Fernando VII , con los esperanzados combates del
campesinado por una desamortización que trans
formara decididamente el r
ég
imen social de la tie
rra , y concluyó cincuenta años después en los al
bor
es de la Restauración. Al cabo de m
ed
io siglo ,
los campesinos -ya proletarios agrícola
s-
habían
recorrido un largo camino que los llevó de la lucha
ju
rídica y política por la tierra , a
intentar tr
ansfor
mar las relaciones sociales de la propiedad en el
campo español 2).
A lo largo
de
estos años, aunque las manifesta
ciones de la tensión variaron, la lucha por la tierra
fue constan te. En su histo
ri
a descubrimos las raíces
revolucionarias de los conflictos sociales de una Es
paña a
caball
o e
nt r
e una economía agrícola tradi
cional
y
la modernización capitalista de la Europa
mediterránea. Antes de 1855, el mot
or
esencial fue
la esperanza en el
rep rto leg l
de
las tierras desvin
culadas,
pero
con la desam
or t
ización c
ivi
l de Ma
doz esta es
peran
za se desvaneció al producirse ta
m-
bién la enajenación de las
ti
erras de los pueblos.
ancestral fuen te de subsistencia del campesino.
El
27
-
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28
EL MOVIMIENTO OBRERO EN L HISTORI DE C DIZ
hambre
de tierra impulsó las ocupaciones forzadas
-e l reparto de
f
cto ; sin
embargo
todavía hasta
1868 hubo una esperanza de cambio jurídico aso
ciada cada vez más al cambio político pro movido
por grupos republ icanos.
Después de la Revolución de 1868, durante e l
Sexe
nio
variaron
la si tua
ció n y los
objetiv
os
de
la
lucha. Por un lado para el campesino cada vez más
proletarizado, los
partido
s burgueses,
por
progre
sistas
que
fueran , no ofrecían alternativa real al st
tu
quo de la propiedad;
por
otro gracias al crecien
te impulso del anarquismo, se modificó la finalidad
misma
de
las reivindicaciones agrarias. Los
jornale
ros andaluces
dejaron
de aspirar a un reparto ya
imposible, que los convirtiera en pequeños propie
t
ario
s.
Ante
la
co
nciencia
de que
el cambio
de
régi
men social de la tierra no
se
reali
za
ría a través
de
la transformación jurídica de la propiedad y de que
el reparto forzado
era
una efímera ilusión, se con
solidó la conciencia de la clase de
que
el único cam
bio significativo para ella era la transformación de
las es tructuras mismas de la sociedad y del
Estado
.
E n el último c
uarto
del siglo
XIX
en
España
el eje central de esta conciencia surgió del anar
quismo. A la lucha por la tie
rr
a de un campesinado
esperanzado por e l
reparto
siguió la respuesta
ideológica y militante de una clase atrapada en la
crisis y la miseria del
campo
en choq
ue exp
lícito
co ntra otra clase dueña de la propiedad , del capital
y del pod
er.
En dicha respuesta las claves teóricas
formuladas
por
el
anarq
uismo
-c
olectivist
a
prime
ro, y comunista , luego- marcaron los objetivos mis
mos de la lucha
qu e
en líneas generales , se resu
mían en la propiedad colectiva de la tier
ra
, el con
trol del trabajo la distribución eq uitativa de las ga
nancias y del producto . Las complejas implicacio-
ne
s de estas metas económicas
eran
un amplio reto
al
orden
social y político de
España
especialmente
al de las zonas agrarias del Sur.
La
lucha social
entre
1873 y 1883 tuvo manifes
taciones diversas según se diera en períodos de re
presión y clandestinidad, o en momentos de liber
tad de asociación. En es tos años, aquellos trabaja
dores agrícolas que
se
habían organizado en asocia
ciones anarquistas, se lanzaron a la acción revolu
cionaria con
una
vehemencia que llegó a
ame
nazar
ser
ia
mente
el orden social de la burguesía agraria
andaluza. El impacto fue tal , que ésta en 1883, re
currió a la represión más
se
vera y amplia hasta en
tonces conocida , para frenar el avance del movi
miento anarquista y de la militancia si ndical huel
guística,
y
recuperar
el
co
ntrol
absoluto
de
un es
pacio político que
se
le iba de las
mano
s, especial
mente en la provincia de Cádiz.
En
estas páginas, recapitularemos brevemente
la
hi
storia de la lucha de clases surgida de la lucha
por la tierra en la Andalucía occidental , sobre todo
la gaditana,
que
empieza con el resquebrajamiento
del absolutismo culmina con el sexenio de la Re
volución de 1868. En la Restauración , nos deten
dremos con mayor atención en a década que trans
cur re desde la Primera R
epúb
lica
ha
sta la represión
de la Mano Negra la huelga agrícola de junio de
1883,
que nunca
an tes se
había
estudiado.
Este
pe
ríodo , a pesar
de estar
dominado
por
el signo de la
clandestinidad anarquista, marca el nuevo rumbo
sindicalista
que
guió l
as
luchas agrarias del proleta
riado del Sur.
l
La lucha por la tierra:
el
«repartoi
Antes de
promediar el
.siglo, desde el final de
-
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CLARA E LIDA
la prim
era
guerra civil ent re carlistas y anti-ab
so
lu
tistas, la crisis en los
pre
cios agrícolas, la contrac
ción del
mer
cado , el a
um
ento
de
las contribuciones
y la
lu
cha p
or
la tierra sacudieron diversos puntos
de
la
Península. Sin embargo, la crisis se presentó
más constante en el Sur, y fue allí
donde
la violen
cia
social
ap
areció más explosiva. A lo largo
de
la
década del 40, el proletariado agrícola en el campo
andaluz ocupó violentamente tierras privadas y mu
ni
cipales. Pu
eb
los
de
mayor o menor importancia,
especialmente en Sevilla y
Cádi
z,
pr
esentaron Ja te-
nacidad del campesino
por
hacerse
de
una parcela.
En 1854, el campe sino llegó a la Revolución
en un estado
de
malestar profun
do
. La tendencia
alcista del trigo español en e l
mer
cado europeo
des
de
el estallido
de
la
Guer
ra
de
Crimea en 1853,
significó un aumento de los precios en el mercado
interno y un
período
de fáciles ganancias para l
os
cultivadores . Este auge en cambio, se tradujo en
un
rudo golpe p
ara
los sectores sociales
má
s po
bres, y cuya escasez endémi ca de subsistencias se
agudizaba dol
orosa
mente gracias a la especulación
de
productores y exp
or
ta
dor
es.
i
a
esto
agregamos
qu
e las sequías y pérdidas
de
cosechas se extendie
ron a la primavera
de
1854, no
no
s es difícil adver
tir un clima propicio para estallidos campesinos.
Para el
ca
mpesino del
Sur
no cabía la men
or
duda que gran parte
de
la crisis resultaba de la baja
producti
vi
dad agrícola debido a su falta
de
acceso a
la tierra y a su enajenación en manos de una oligar
quía agraria
que
,
ni
la disolución del régimen seño
rial ni las desamortizaciones habían alterado, sino
al
contrario, reforzado. La especulación con la pro
piedad rural durante las dos décadas que siguieron
a la desamortización
de
1837 no sólo favoreció a los
terrateni
en
tes en co
ntr
a del pequeño propietario y
CADIZ 988
arrendatario rurales, sino que , pa
ul
atinament
e
in
numer
ab
les pueblos y aldeas
quedaron
privados de
sus tie
rr
as
co
munales b
ajo
mil pretextos, Ja más
de
las veces fraudulentos. Estos iban desde la proban
za
de
títulos
de
propied
ad
que pocos pueblos co
n-
servaban intactos, has
ta
la incautación para tender
vías férreas en
un
a época en
que
la
fiebre
del ferro
carril infect
aba
al gobierno a la burguesía españo
la.
Es cierto que la desamortización civil no se
promulgó hasta 1855, que la existencia de propios
baldíos aún permitía concebir esp
era
nzas
de
re
partos más equitativos. Pero también es cier to que
al comenzar el Bienio lib
era
l, la r
ea
lidad
ll
egaba en
muchos casos a los límites soportables y
que
la úni
ca acción concertada
que
el campesino veía a su a
l-
cance
era
la acción directa, es decir , el reparto de
cto por
m
ed
io
de
la oc
up
ación
de
la
ti
erra . Así
también lo percibí
an
los periódicos más o menos
oficiales al denunciar
qu
e en varios
pueb
l
os de
An
dalucía y de Extremad ura se procedía a r
epa
rtir las
tierras por la fuerza ,
que en
otros, los co lonos se
negaban abiertame
nte
a pagar los arriendos. En re
sumid s cuentas, concluía alarmado el periódico
m
adril
eño
a Epoca
el 26
de
agosto
de
1854, «la
cuestión social asoma» en el Sur de España.
La
multiplicación
de
las protestas co
ntr
a el mon
opo
li
o
de
la propiedad agraria
ll
evó a gran parte
de
la
prensa a
so
nar la voz de alerta con tra lo q
ue
cons
i-
deraba tende ncias disolventes, y a señalar
co
mo
principal responsable al socia
li
smo
y
no
a la injusta
distribución
de
la tierra.
Lo
que
en ningún caso señalaban los medios
de
difusión temerosos del malest
ar
popul ar,
era
que en los tres
lu
stros
que
transcurrieron entre la
desamortización
de
Mendizábal y la Revolución
de
129
-
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13
EL MOVIMIENTO OBRERO EN L HISTORI DE C DIZ
1854, el campesino español había sufrido un cre
ciente descenso
de
su nivel económico . Este se en
contraba cada vez más enajenado
de
la tierra y,
para subsistir, en el mejor de los casos, se veía
ob li-
gado a e ntrar en el merca
do
de trabajo co
mo
asala
riad
o
pero, más frecuentemente, como jornal
ero
a
destajo, solamente durante los meses en
que
las
faenas agrícolas lo permitían .
La ley
de
desamortización civil
de
mayo de
855 trajo consigo ciertos cambios jurídicos
que
re
novaron la
co
nfianza del campesinado en un
rep r-
to leg l de tierras. Pero la espe ranza fue breve. Si
bien las tierras de los pueblos quedaban exceptua
das, sabemos
que
por medio de fraudes municipa
les y provinciales las oligarquías locales y regiones
lograron que las tierras
que
hasta entonces se ha
bían conservado en mayor o
menor
cuantía,
entr
a
ran en el proceso desamortizador, llegando muy
rara vez a manos
de
compradores
de
las clases po
pulares (3). A pesar
de
las renovadas protestas
contra estas ventas , y los intentos de defender las
tierras que durante siglos habían sido del común ,
esta vez el campesino vería definitivamente burla
das sus esperanzas en el reparto legal. Un caso no
table es el de Jerez
de
la Frontera,
donde
en
1886
ya no existían tierras comunales ni más montes pú
blicos
que
.cuatro dehesas arboledas , arrendadas
por
el Municipio a particulares (4) . Para el campe
sinado la desamortización civil fue la última opor
tunidad
par
a
ob
tener una parcela
en
una
España
ya
sin más tierras desamortizables. Con esta última es-·
peranza desaparecerían , en muchos casos, los ma
gros recursos de
subsistencia
para
los despose ídos
de los pueblos hasta entonces amparados por el ac
ceso a sus ancestrales tierras comunales .
Al traspasar el umbral del medio siglo, el cam-
po andaluz nos sacude con su vasta masa de jorna
leros
en
lucha constante con el hambre y
la
mi seria,
cada día más
enajenada
de su única fuente
de
vida:
la tierra . Estos años, como los anteriores, como l
os
por
venir, estuvieron además minados por una agri
cultura frágil ante los embates
de
una n
at
uraleza
poco predecible y poco generosa . Estación
tr
as es-
tación se sucedían las sequías y las inundaciones,
las heladas y las plagas.
Raro
era
el
año en
que An
dalucía no atravesara
por
una profunda crisis regio
nal , provincial o comarcal que revelaba
una
agri
cultura mantenida con fórmulas tradicionales de
explotación extensiva - una de las más tradiciona
les dentro del conjunto nacional- en una región
donde sobraba la mano de obra el
paro
obrero era
endémico, y donde la gran acumulación de tierras
en manos
de
muy pocos
era
el
epítome
mismo del
latifundismo oligárquico.
El Bienio concluyó como
había
empezado,
sólo que peor. A la desesperación por
la tierra y
por la carestía hay que agregar los azotes de una
naturaleza terriblemente cruel. Así, el trigo que
en
Cádiz y Sevilla en 1852 se pagaba a 5 pesetas el
hectolitro, alcanzó
en
1856 y 57 las
45
pesetas en
Sevilla y casi las 43
en
Cádiz: las cifras más altas
que conocemos en la historia de ese siglo. Natural
mente, otros artículos
de
la dieta básica, como el
aceite y el vino, tampoco escaparon los niveles crí
ticos (5).
Con
razón, dos semanas antes
de
·que
O Donnell pusiera fin
por
la fuerza al liberal Bie
nio, so pretexto de
que
el socialismo
era
la mano
oculta
que
atizaba el malestar general , los obreros
afirmaban
que
la verdadera culpable del desconten
to
social
era
en efecto, «Una mano oculta», pero
que esa «mano oculta que maneja la clase obrera,
que
le abre los ojos y la excita, la que la tiene en
-
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CLARA E LIDA
continuo movimiento y no le
deja
un
moment
o
de
descanso ,
es
la miseria» 6).
El fracaso del Bienio sumó la crisis política a
la
económica.
Desde
comienzos
de
la
época
isabelina,
pequeños pero activos grupos progresistas reforma-
dores, imbuidos
de idea
s societarias y republicanas,
habían comenzado a articular una ideología políti-
y social que incorporaba algunas de las reivindi-
caciones esenciales de las clases marginadas a los
anhelos
de
la burguesía más democrática.
Hasta -
nes
de
la década del 60, el republicanismo demo-
crático español fue el único movimiento político
peninsular
que
formuló un
programa
revoluciona-
rio basado,
entre
otros principios,
en
el derecho
de
ásociación,
en
una legislación
obrera
y
en
la solu-
ción jurídica al problema
de
la tierra. A lo largo
del segundo tercio del siglo
se
produjo
el lento pero
¡:reciente acercamiento
entre
el campesinado y es-
tos pequeños grupos progresistas
que
culminaría
en
la
explosión antiborbónica de la Revolución
de
1868
Los motines, las protestas y los levantamientos
·eran la manifestación
de
sesperada
de esperan
zas
~ g c e s
y miseria constante,
pero
también una ex-
presión
de
la confianza campesina
en que
la alianza
con
la
burguesía,
tarde
o
temprano
llevara a ésta
al poder y resultara en el anhelado reparto para los
que trabajaban
la
tierra. Esto condujo a los levan-
tamientos más importantes ant
es de
la Septembri-
na
: la insurrección
de
varios cientos
de
hombr
es
en
1857, en la provincia
de
Sevilla, y la
de
varios miles
en 1861,
en
la región de
Loja en Granada. Ambos
fueron apoyados
por una
amplia población rural y
agrourbana, formada por campesinos, pequeños
comerciantes y artesanos; ambos fueron brutal-
·mente reprimidos
por
el ejército nacional ; ambos
CADIZ
988
representaban el conglomerado
de
clases caracte-
rístico del republicanismo
de
esos años.
Por
su
parte
, el programa político republicano
democrático
de
1858 incluía «la
enajenac
ión a cen-
so ent re los proletarios,
de
todos los t
erre
nos bal-
díos, comunes y patrimonio
de
la corona» 7) . E l
objetivo
pr
eciso del
reparto
enfitéutico
para
benefi-
cio de «los proletarios andaluces», lo explicaba una
de
las grandes cabezas del republicanismo, Fernan-
do Garrido
después de ahogado el alzamiento
de
Loja de
1861: «la idea
de
repartirse la propiedad no
se refiere como maliciosamente suponen los perió-
dicos
re
accio narios, a la
propiedad
privada,
si
no a
las propiedades del
Estado
consider
ab
les en las
provincias
po
co pobladas como Andalucía y Extre-
madura
» 8).
Así
, los jefes
de
la insurrección pedían la des-
vinculación de todos los bienes del
Estado
y su dis-
tribución por enfiteusis e
nt r
e quienes carecían
de
tierra ,
pero mant
enían el respeto
por
la
propiedad
privada, incluyendo el latifundio. Estas reformas,
que
só
lo
pueden ser
calificadas
de
limitada
s
ani-
maban
sin
embargo
a aquellos
que tenían
la espe-
ranza de un cambio en la estructura de la propie-
dad. El espejismo del
reparto
agrari
o
por modera-
do que
fu
ese
, y e l
de una
mayor
ju
st icia
económi
ca
y social , explica un
tanto
la extensa participación
en estos movimientos
de
jornaleros y labrador
es
pobres, frustrados
por
un a proletarización progre-
siva que creaba situaciones cada vez más explosi-
vas. Sin
duda
gracias a la capacidad
de
articul
ar
las
reivindicaciones
de
estos sect
ores
a su propio pro-
grama
el republicanismo
creó
un a coh
es
ión ideoló-
gica y estim
ul
ó una militancia que al combinar teo-
ría y práctica dio un
espa
ldarazo d
ec
isivo al desa-
rrollo
de
la conciencia
de
clase del proletariado
131
-
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8/37
32
EL
MOVIMIENTO OBRERO EN L HISTORIA DE CADIZ
agrícola. Pero a la larga, la reticencia de los demó
cratas a pronunciarse
por
un reforma
am
plia de la
propiedad , así como su énfasis en la revolución po
lítica y no en Ja social, distanció a los seguidores ru
rales de esos líderes urbanos, y convirtió al campe
s
in
ado en semillero propicio para otros proyectos
ideológicos que representaran más ampliamente
sus aspiraciones de clase.
En la década que antecede a la Gloriosa, An-
da
lu
cía vio también el desarrollo de otras estrate
gias de lucha impuestas por las circunstancias re
presivas. A la vigilancia continua de la Guardia Ci
v
il
y la Rural , a la prohibición explícita del derecho
de reunión, a la delación ob ligada de cualquiera
considerado sedicioso, al rechazo a contratar jorna
leros con antec
edentes
levantiscos o descontentos,
se contraponían las
repr
esalias campesinas
por
me
dio
de
incendios
de mi
eses y
fin
cas en los pueblos y
comarcas agrícolas de
Cád
iz y de Sevilla.
Una
es
trategia concertada y
ll
evada a
cabo
con tácticas se
mejantes a las de una guerrilla,
por
hombres y mu
jeres que con frecuencia escapaban a las pesquisas
de propie tarios y autoridades pues, como recuerda
un cont
emporá
neo,
ni
guardias, ni pastores, ni jor
naleros ni «nadie había visto nunca nada, y nada
pudo averiguarse jamá
s»
9).
E n septiembre de 1868, cuando triunfó la Re
volución política, los campesinos andaluces - sevi
llanos y gaditanos en especial- , habían recorrido
ya
un largo camino de esperanzas, prot
es
tas , repre
siones y desengaños.
La
burguesía triunfante, que
e n úl tima
in
stancia estaba volcada a la revolución
política, no a la tra nsformació n social, olvidó pron
to a sus antiguos a
li
ados del campo y consolidó el
siste ma agra
fi
a existente, sin mayor atención a sus
vi
ejas promesas. No debe sorprendernos, pues, que
al penetrar en España la democracia septembrina
- y con e
ll
a nuevas corrientes revoluci
onar
ias- , el
proletariado español se volcara , sobre todo, hacia
el socia
li
smo anarquista 10)
de
la Federación Re
gional Española FRE).
Lo importante para n
osot
ros aq
uí es
señalar el
éxito con que, en los años posteriores a la Gloriosa,
el anarquismo se expandió por las ciud ades y los
campos
de
España, especialmente los de Andal
u-
cía.
En
una España donde la tierra había quedado
definitivamente en manos
de
las oligarquías, el
anarquismo rompió para siempre con la idea jurídi
ca
de
l reparto. La nueva doctrina rechazaba las pa
naceas políticas e institucionales de la burguesía,
por progresista que fuera , e insistía
en
que las
transformaciones debían ser obra de los trabajado
res mismos.
Por
ello, había que comenzar
por
la
destrucción misma del Estado cent ra lista y bu rgués
y sustituirlo
por
comunidades a
ut
ónomas , por la
apropiación social de los instrumentos
de
trabajo
privados - tierra, minas, fábricas-
por
la sociedad
entera y por el reintegro total del producto del tra
bajo al trabajador.
En
el sexenio que se inició
co
n la ca ída de Isa
bel 11 el campesino español pasó de su lucha por
poseer la tierra a la lucha de clases, expl icada sus
cintamente por los anarquistas de 1872 como «la
guerra social, la guerra ent
re
pobreu ricos, la gue
rra entre señores y esclavos, entre oprimidos
opresores» 11 ) . Los internacionalistas percibieron
la proclamación
de
la Primera Repúb
li
ca, en 1873,
como el esperado preámbulo político radical que
abría e l camino a la revolución social. Así, en mu
chas ciudades
y
pueblos del Sur, los anarquistas,
todavía a
li
ados a los republicanos más exaltados
12), se lanzaron a la formación de cantones o co-
-
8/18/2019 Lida, Clara E. - Del Reparto Agrario a La Huelga Anarquista de 1883
9/37
CLARA E LIDA
munas autónomas, reflejo de la influencia de la Co
muna parisina de 1871, y a la toma revolucionaria
del poder. Poco duró la euforia, y poco también la
República Federal. Los movimientos comunalistas
fueron reprimidos duramente por las fuerzas de ese
mi
smo Estado que confiaban destruir. El 3
de
ene
ro de 1874 el General Pavía puso
fin
al sistema re
presentativo y una semana más tarde declarba a la
Internacional fuera
de
la ley.
En
los siete años s
i-
guientes el anarquismo español yacería en el secre
to de la clandestinidad, sin duda abatido y diezma
do pero no destruido .
De
sde allí buscaría nuevos
modos de rehacer sus fuerzas y recuperarse de las
pérdidas sufridas, elaborando nuevos mecanismos
y alt
ernativas
de
lucha para el proletariado español
(13), especialm ente en las tierras del Sur.
II Hacia la Mano Negra: clandestinidad y
violencia social
En esta segunda etapa
de
l anarq
ui
smo espa
ñol,
es
de especial interés el peculiar desarrollo que
, éste
pr
esentó
en
Andalucía durante los años de la
clandestinidad y, a partir de 1881, cuando el dere
cho
de
asociación fue
de
nuevo reconocido po r -e l
gobierno fusionista
de
Sagasta .
En
el primer re
cuento sistemático que la Federación de Trabaja
dores de la Región Española FTRE) realizó en
1882, al cabo
de
sólo un año
de
vida pública, sor
pr
ende su renova
da
v
it
alidad y fuerza, con casi
r 6 .000 afiliados, de los cuales dos terceras partes
ahora corresponderían a Andalucía y sólo un cuar
to a Cataluña - invirtiendo
así
las proporciones de
la primera etapa, cuando Ca taluña poseía más
de
l
6
de los federados. Sin duda , e l gr
an
desafío ha
CÁDIZ 988
sido cómo exp
li
car este aparatoso crecimiento y esa
supervivencia pese a la re
pr
esi
ón,
re
to
que hasta
ahora no han aceptado los hist
or
iadores, más incli
nados a la historia pública que a la difícil de la vida
subterránea.
Ya en enero de 1874, al prohibirse la Interna
cional, la Comi sión Federal de la FRE instaba a sus
afiliados a que se organizaran en núcleos locales se
cretos y continuaran difundiendo los principios
doctrinales desde la clandestinidad . Para as
egurar
la unidad y la comunicación entre las diversas re
giones, se sustituyeron los congresos generales por
conferencias comarcales. La Federación Regional
Española se dividió en diez comarcas,
de
las cuales
dos representaban a Andalucía: la de l Este, que
comprendía las provincias de Málaga, Granada ,
Jaén y Córdoba ; y la del
Oe
ste, para las provincias
de Sevilla y Cádiz ue contaban con el mayor nú
mero de fe
de
ra
ci
ones loca les- y, con menos afilia
dos, la de Huelva. A partir de 1876, las conferen
cias comarcales de Andalucía adoptaron por unani
midad va
ri
as resoluciones para alent
ar
la propagan
da y la acción revolucionaria , y ejercer represa
lias
con tra traidores y enemigos.
Ad
emás se reafirmó el
principio básico de la colectivización de la tierra y
de todos los instrumentos de trabaj o (14) .
Esta actitud radical
de
las secciones del Sur
marca una diferencia clave entre el anarquismo ru
ral y e l de las ciudades y áreas industriales de Ma
drid , Barcelona y otros centros urbanos desarrolla
dos, más inclinados a la organización y a la lucha
sindical y a utilizar la hue lga como arma de nego
ciación económi ca y laboral. En el campo, donde el
tipo de labores agrícolas poco especia
li
zadas, para
las cuales el número de jornaleros desocupados y
necesitados excedía la demanda , e l éxito
de
las ac-
133
-
8/18/2019 Lida, Clara E. - Del Reparto Agrario a La Huelga Anarquista de 1883
10/37
134
EL MOVIMIENTO OBRERO EN LA HISTORIA DE CAD
ciones sindicales de este tipo era menos probable.
Además, allí la represión con
tr
a las organizaciones
de trabajadores agrícolas estaba mucho más exten
dida y el espacio político
era
escaso o nulo, todo lo
cual limitaba la viabilidad del modelo sindicalista.
Los trabaj adores de los pueblos y del campo
no
so
lamente eran los menos capacitados sino los que
más sufrían la dureza de las contracciones econó
micas y
la
s periódicas crisis agrarias de consecuen
cias dramáticas
en
poblaciones cuya economía era
predominantemente de subsistencia . Es más, el ca
rácter mismo de sus aspiraciones - lucha
por la
tie
rra, defensa del salario y de condiciones de trabajo
básicas , participación en
las ganancias y
a
distribu
ción del
producto
chocaba con
os
intereses eco
nómicos de las oligarquías locales y nacionales .
El mundo rural contrastaba con el de los obre
ros y artesanos en zonas urbanas manufactureras,
incluso industrializadas, cuyos espacios políticos y
organizativos más amplios permitían que, aunque
la represión oficial prohibiera las asociaciones de
trabajadores , éstos pudieran continuar asociados
mientras no
o
hicieran con fines explícitamente
políticos por el juego
mi
smo del capital y
el
trabajo
industrial. Estos obreros podían defender posicio
nes económicas,
en
tanto llegaban circunstancias
políticas menos represivas, y mantener a cohesión
y movilización gremial o sindical colectivas
por
me
dio de la huelga general.
En Andalucía, a ausencia de una agroindus
tria desarrollada
fuera
de
a
vitivinícola , con sus
características tan particulares- , no facilitaba las
condiciones para una huelga que afectara a un im
portante sector capitalista .
Ni
la industria del vino,
ni
otras actividades calificadas
en
centros urbanos
como Sevilla, Cádiz y Jerez, pesaban en términos
numencos . Estos obreros especializados, una
mi
noría muy reducida de
la
población activa del Su ,
eran los verdaderos aristócratas del
trabajo
en An
dalucía. Sus oficios pertenecían a ramos producti•
vos tan precisos como imprentas tipógrafos y graL
badores), astilleros, tabaco picadores), bodegas
toneleros, herreros, destiladores), vidrio soplado
res), ferrocarrile s, marina mercante oficiales),.ser;
vicios pú_blicos y domésticos conductores de tran
vía , cocheros) . Por sus ingresos y condiciones de
trabajo estos traba
jador
es calificados contrastaban
marcadamente con sus compañeros en oficios me•
nores y en
el
campo
ellos
sí, los verdaderos pro
letarios andaluces.
En
tanto los trabajadores espe¡
cializados llegaban a ganar un jornal medio supe
rior a l?s 12 reales diarios
por
jornadas de trabajo,
que en promedio giraban entre las ocho y las diez
horas, los menos calificados, como cigarreros de
ambos sexos), costureras, fundidores de
vidrio,
la
•
vanderas, cocineros, rara vez trabajaban menos de
doce horas por
día
con sueldos que no alcanzaban
los 3 reales diarios . El cónsul de Estados Unidos en
Cádiz, Ernest
L
Oppenheim, tan sistemático y mi
nucioso en sus informes y síntesis sobre la situación
material de
la
provincia, y .en particular la econo
mía , nos ha dejado detalladas estadísticas sobre sa
larios en distintos oficios, que hemos verificado con
otras fuentes dispersas, tanto oficiales cuanto obre
ras.
Si nos remitimos al campo, sólo ciertos viñate
ros
podadores
y pisadores,
por ejemplo
podían,
ganar de a 8 reales
por
diez horas de trabajo;
en
el resto de las faenas agrícolas menos especializa
das,
en
la vid o en las eras, los jornaleros estaban
atados a condiciones de trabajo más severas y mu
cho peor remuneradas, pagados, en general, por
-
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11/37
CLARA E LIDA
destajo no por día. Los peones y gañanes, en los
cortijos
podían
ganar, según la faena, de uno a dos
reales diarios en época de siembra , hasta cuatro o
cuatro reales y medio diarios en la trilla y limpia
trabajando
de
sol a sol. Sólo por la siega estas ci
fras aumentaban pero también a
umentab
a la
dure
za del trabajo a pleno sol estival Por una jornada
a destajo el segador
podía
aspirar a unos doce rea
le
s diarios, comenzando el
tr
abajo hacia las 3 o 4
de la mañana , y continuándolo hasta las 9 de la no
che , con dos o tres horas a lo largo del
día
para co
mer y fumar; es decir que llegaban a trabajar más
de dieciséis horas diarias. Hay que agregar que a
diferencia del asalariado, el
trabajador
a destajo,
además debía comprar su com ida
en
el
co
rtijo al
precio que fijaran el patrón o el capataz. En las tie
rr
as de vides
-co
n las excepciones ya mencionad
as
Jos jornales podían variar, en promedio , de tres a
seis reales por destajos de doce o más horas, en
tanto los podadores, y a veces Jos pisadores y pren
sadores, ganaban , en general,
por
encima de los
seis reales, alcanzando Jos primeros ocho o más.
Esta diferencia se debía a
que
la
poda era
un oficio
agrícola altamente especializado, y
que
Jos
maes
tros en este arte eran ju
sta
mente considerados «ar
istas agricu
ltore
s», como bien los calificara el im
ortante órgano anarquista, la evista Social 15) .
En
la segunda mitad de los 70, la crisis general
que se extendió
por Espa
ña dejó especial
hu
ella en
:Andalucía. A partir de 1878 la quema de cortijos y
a destrucción de olivos y vides, y el robo de gana
do aum
entaron
consid
erab
lement
e
en
la
pr
ovincia
de Cádiz. A Jo largo del
año
, en
Jer
ez
y
otros pue
los de la región, Jos jornaleros sin trabajo intenta-
on una y
otra
vez apoderarse
de
l pan en
la
s pana
erías, y del
qu
e llevaban los particulares en la ciu-
dad o en los campos. El descon tento y la violencia
social a
ument
aron
en
el 79 con la
pérdida de
la co
secha por la sequía ,
en
tanto el desempleo y el
hambre cundían entre los campesinos parados.
Al comenzar la década siguiente , el det
er
ioro
material
co
ntinuaba y la tensión entre los trabaja
dores y la burguesía fue en aumento. En
tre
agosto
y diciembre
de
1881 la situación en Jer
ez
se compli
có debido a una epidemia de viruelas que dejó un
saldo de 1227 víctimas, entre las cuales , según el
Ayuntamiento
«la clase proletaria [fue) la más cas
tigada a causa de sus malas condiciones de vida»
16). El hambre y los asaltos a las panaderías
eran
tan frecuentes que en enero
de
1882, el Goberna
dor
Civil pidió a los ayuntamientos que distribuye
ran pan de acuerdo a sus padrones de pobres; en
tanto
incluso
en
las sentencias dictadas e
ntre
algu
nos trabaj adores presos p
or
apoderarse de alimen-
tos se consideró circunstancia atenuante
que
ac
tuaran «Con
arrebato
y obcecación a impulsos
de
l
hambr
e
triste calamidad que cobija
en
Jerez a la
clase jornalera» 17). Testimonio directo de la des
garradora situación son estas palabras
de
un traba
jador:
Seis meses hace que estamos en forzosa
hu
elga, y no te
nemos
o
tro
rec
ur
so
que
salir al
campo, no pudiendo
bu
scar
en
él cosa alguna
que
nos valga
un
pan ,
pue
s
to
que nos prohibís
coger hasta las bellotas con el
pr
etexto
que
las
necesitáis para el gan
ado.
¿Os proponéis acaso
dejarnos
morir
de
ha
mbr
e o impulsamos a ro
bar
para comer? 18).
No debe sorprend emos que en
es
tas circuns
tancias los asociados a la Federación Regional bus-
carán caminos de justicia a través de la protesta
or
-
135
-
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12/37
36
EL MOVIMIENTO OBRERO EN L HISTORI DE C D
ganizada. En 1879, una circular clandestina insistía
en que los trabajadores tienen derecho
al
producto
de su trabajo, que
«c
uanto encierran los graneros
es vuestro.
Es
el sudor de vuestra frente . Y como
es vuestro, no debéis pedirlo debéis tomarlo» 19).
Era
lógico que en la región
anda
luza los tra
bajadore
s percibieran la Federación anarquista
como su única aliada y que
al volver ésta a la
vida pública en 1881, tanto las autoridades como
la burguesía la temieran por su militancia y por el
éxito numérico alcanzado al promediar el 82.
Este demostraba
que
a pesar
de
siete años
de
re
presión y clandestinidad, el internacionalismo no
sólo no había mermado , sino
que
en Andalucía se
había
multiplicado aceleradamente , especialmen
te en la gadi tana regió n
de
Jerez
de
la
Frontera
que
seguida
de
cerca
por
la
de Ubrique contaba
con más afiliados que la propia capital provincial .
En Andalucía occidental esta tendencia había
sido
superada
sólo por Marchena y por la e n
orme
militancia
de
Sevilla.
Los obreros agrícolas de la zona no sólo se ha
bían organizado dentro de una de las agrupaciones
más numerosas de la Federación - la Unión de Tra
bajadores del Campo UTC), con casi dos quintas
partes del total de afi
li
ados andaluces--,
si
no que , a
través de la activa propaganda anarquista, empeza
ban a incorporar muchas reivindicaciones
si
ndicales
básicas 20). Estas incluían la defensa del trabajo
asalariado en oposición al destajo; la reducción de
las horas
de
trabajo a un máximo de diez por día ,
contra la jornada a destajo
de
sol a sol, que a veces
podía significar dieciséis horas en el campo; condi
ciones de trabajo di.gnas , seguras e higiénicas en
contraste con la insalubridad y el maltrato reinan
tes;
la
supresión de los abusos de capataces y pa-
tronos que
de f cto
gozaban de derechos laborales
absolutos sobre sus trabajadores. Este tipo de
exi
gencias, que comenzaban a ser moneda corriente
en otras partes de España y en el resto de Europa
1
podían parecer ominosas a los terrate
ni
entes y caci
ques andaluces, como lo demuestra un acalorado
debate en las Cortes el 28 de febrero
de
1883, en
el
que diputados del Sur
se
oponían a la idea del sala
rio frente al
de
stajo y consideraban injustificada la
postura de los braceros andaluces contra sus pa
trones. Cómo sería la realidad para que el propio
Ministro de Gobern ación, Pío Gullón, los refutara
severamente, recordándoles que el estado social de
aquellas provincias provenía de males muy anti
guos: de
la
desigual d i s t r i u c i ó ~ de la propiedad ,
de la escasez
de
las cosechas y del paro obrero 21).
En
el invierno de
882
a 1883, dada la certeza
de que gracias a mejores condiciones climáticas la
cosecha del 83 sería excelente, el conflicto social
cambió
de
giro. Después de un lustro de paro, mi
seria, enfermedad y hambre, en el que
la
crisis
hi
zo
que el precio medio del trigo subiera
de
26 pesetas
el hectolitro, a 32 y 34 pesetas en 1882 -cifras inusi
tadas desde aquellas de la terrible crisis
de
856
-
57
- la conciencia de un buen año por venir creó
una situación especialmente volátil. Fue entonces
cuando los jornaleros gaditanos comenzaron a or
ganizar su protesta de modo sindical, recurriendo a
la huelga agrícola para presionar así a lo labradores
a que mejoraran salarios y condiciones de trabajo.
Este camino había sido elegido ya antes, en 1873,
con un éxito relativo que permitió sentar las bases
para negociar jornales. Diez años después, esta tác
tica volvía a surgir con nuevos bríos. Como antaño,
ahora el momento ideal para la huelga parecía ser
la primavera, con las últimas faenas en la era y con
-
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13/37
CLARA E LIDA
la
siega, cuando el trabajo resultaba inaplazable
si
se querían evitar daños a la cosecha.
Contrario a lo planeado, la tensión social, se
agudizó antes de ta primavera. Al aumento inver-
nal de robos de granos y animales, y a la creciente
p-
militancia reivindicativa, con su retórica inflamato
ria contra la propiedad y en favor del paro sindical,
se sumaron cuatro asesinatos los de un matrimo
nio
de
venteros, el del guardían de un rancho y
el
de un
aperador
cometidos, posiblemente, a fines
; . de 1882, en puntos dispersos de las comarcas de Je-
rez y Arcos por aparentes delincuentes comunes.
Estos crímenes fueron la chispa y el pretexto que
poco después desató, a su vez, la violencia represi-
va más amplia y organizada por parte de la burgue
sía agraria andaluza contra
el
anarquismo, hasta la
Guerra Civil.
Las autoridades pretendieron que las muertes
se cometieron por motivos políticos y que los asesi
nos eran miembros de una sociedad secreta llama
da la Mano Negra que pertenecía a la Internacio
nal, a la Federación de los Trabajadores de la Re
gión Española y a su Unión de Trabajadores del
Campo. Además, aducían que gran parte de los
crímenes y
de
la violencia social ocurridos en la re
gión durante años anteriores habían sido instigados
por esa sociedad secreta, que la prensa pronto con
virtió en un aterrador prototipo de la organización
anarquista, criminal y nihilista. Las clases dominan
tes crearon pronto un clima de opinión sensaciona
lista que fue exacerbado por el cuarto estado, con
vertido, posiblemente por primera vez en España,
desde los años de la Comuna y el Cantonalismo, en
manipulador efectivo de la opinión pública y en
~ v i e n t e
instrumento de los intereses represivos en
el poder. Apoyadas por el gobierno de Sagasta, el
CADIZ
988
ejército y
la
Guardia Civil y la Rural, las oligar
quías españolas no sólo se propusieron aplastar
toda protesta campesina, sino que convirtieron a
los asociados de la legal Federación de los Trabaja
dores y de
la
UTC, en sospechosos de actividades
clandestinas y terroristas . Así, en poco menos de
un mes, entre febrero y marzo de
1883
lo que co
menzó como un castigo contra los autores de cua
tro asesinatos que, a todas luces, parecían crímenes
comunes, se convirtió en una desembozada perse
cución política contra
el
movimiento anarquista an
daluz, transformado por arte de birlibirloque en
una gigantesca sociedad secreta denominada
la
Mano Negra 22).
No corresponde aquí penetrar el enigma de
esta misteriosa sociedad secreta, cuya existencia
real nos ha eludido hasta ahora, aunque sabemos
con certeza, de la multiplicación de organizaciones
secretas de este tipo durante los años de la clandes
tinidad.
En
cambio, sí queremos hacer hincapié en
la coincidencia cronológica podríamos decir, en la
sincronización- entre la gestación de la huelga agrí
cola de los jornaleros de las comarcas de Jerez, Ar
cos y alrededores, y la represión de los supuestos
crímenes de
la
llamada Mano Negra. No menos cu
rioso es que la iniciación del juicio oral y público
contra varios federados por uno de los supuestos
crímenes anarquistas, el asesinato en la Parrilla de
Bartolomé Gago, conocido como el Blanco de Be
naocaz, coincidiera el 5 de junio con la huelga mis
ma
23).
Es difícil creer que éstas fueron inocentes ca
sualidades, y no una nueva estrategia represiva en
circunstancias muy particulares, ya que la existen
cia de sociedades anarquistas secretas se conocía
desde hacía algunos años. Recordemos, en primer
37
EL MOVIMIENTO OBRERO EN L HISTORI DE C DI
-
8/18/2019 Lida, Clara E. - Del Reparto Agrario a La Huelga Anarquista de 1883
14/37
38
lugar, que el dinámico desarrollo numérico de Ja
ITRE desde 1881-1882 y la creciente militancia de
sus afil iados, especialmente e n el Sur,
era
un moti
vo de continua aprehensión entre los terratenientes
andaluces y sus amigos poi íticos en el poder, desde
el renacimiento militante
de
la
ITRE
en 1881. A
esto hay
que
sumar la renuncia de labradores y ha
cendados en el invierno y primavera del 83,
anego
ciar con sus jornaleros mejores condiciones de tra
bajo y
de
salarios
-demandas que
se volvían cada
vez más apremiantes a medida que se acercaba el
tiempo de la cosecha y surgían las posibilidades de
una huelga como instrumento extremo de negocia
ción laboral colectiva.
No es aventurado, pues, imaginar que la re
presión contra a FfRE llevada a cabo en este
contexto
de
creciente tensión so pretexto
de
la
Mano Negra, formara parte
de
una meditada ma
niobra precautoria. Era lógico
que
al cabo
de una
larga crisis agraria, tanto las autoridades como los
terratenientes andaluces se lanzaran a refrenar la
amenazante huelga de los jornaleros gaditanos, y
que ambos calcularan sus
ti
empos para neutralizar
con eficacia la creciente militancia y movilización
laborales.
m La huelga agrícola e 883
A pesar del temor que la persecución y repre
sión
de
la Mano 'legra logró infundir en el proleta
ri
ado de la región
-e
incluso, en el
de
toda Espa
ña- y no obstante las escisiones_que provocó dentro
de
la FfRE al finalizar mayo, con la siega, la huel
ga estaba ya en marcha, aunque a mediados de mes
las lluvias hubieran dañado la cosecha de garbanzo
y amenazado, pasajeramente, la del trigo (24). Los
segadores de la comarca jerezana y aledañas, im-
pulsados por el deseo de mejorar las condiciones ,
de
trabajo y aumentar sus jornales, se lanzaron a
negociar por medio de la huelga mejores términos
con sus empleadores. Es importante recalcar que
entonces como en 1873, fueron, sobre t
odo
los tra-· •
bajadores
de
los campos sin acceso a la tierra, y no '
los viticultores, los que más se movilizaron
en
esta
lucha agraria anarquista.
A estajo
vs
salario
Sin lugar a dudas, una de l
as
causas inmediatas
del descontento,
en
especial
entre
quienes se ocu
paban de las faenas de la siega, era la utilización de
mano de obra más barata de braceros portugueses
-trabajadores «golondrina» organizados
en
cuadri
llas, que migraban
de
zona en zona según las cose
chas. Los despachos de Cádiz atestiguan la larga
presencia de los segadores portugueses
en
la re
gión, y su característico patrón migratorio de
acuerdo al ciclo agrícola meridional (25). Contra
esta importación de otras comarcas de braceros
peor pagados, hubo protestas frecuentes por parte
de los trabajadores agrícolas gaditanos; ·sin embar
go, ésta no fue la reivindicación primordial para
convocar a huelga. La verdadera manzana de la
discordia era el sistema de contratación a destajo, y
la meta colectiva era
obte
ner la implantación de un
sistema moderno de salarios pagados
por
jornadas
con horas fijas
de
trabajo (26).
En
el contrato a destajo, el patrón fijaba el
precio a pagar después
de
realizada la siega, y des
pués
de
que
un
agrimensor contratado
por
él calcu
lara el número de fanegas o de aranzadas segadas
(27). Esta costumbre hacía que dicho cálculo con
frecuencia suscitara amargas críticas en la prensa
-
8/18/2019 Lida, Clara E. - Del Reparto Agrario a La Huelga Anarquista de 1883
15/37
CLARA E UDA
obrera ; ésta explícitamente acusaba a los agrimen
sores a sueldo, de amañar los cálc
ul
os en favor del
patrón, con lo cual llegaban a mermar el total sega
do hasta en un tercio 28). Por lo general , a esta
cantidad se
le
restaba
el
precio del pan y, a veces,
también
el
del aceite que se utilizaba para las co
mi
das de los segadores - a menos que éstos se prove
yeran de alimentos por cuenta propia. En caso de
que el segador discrepara con el agr
im
ensor, podía
recurrir a
otro
bajo
la
condición de que
la
parte
perdedora pagara los honorarios de todos Jos agri
mensores contratados. «Un ag
ri
cultor» de Jerez,
que firma una extensa y detallada carta sobre los
abusos a los que se prestaban estas condiciones, ex
plicaba cuán oneroso e impracticable resultaba este
recurso
para
un jornalero exento de medios y sin
conexiones sociales: como el agrimensor «por lo re
gular [era) de la casa», o de otros cortijos de ami
gos , este empleado, de acuerdo con el amo o el ad
minist rador, «consigna las aranzadas que se les an
tojan» 29).
Las condiciones de trabajo a destajo además
eran consideradas inhumanas. Esta clase de faenas
exigía del segador un esfuerzo
fí
sico excepcional ,
ya que para poder ganar lo suficiente, éste debía
trabajar con una intensidad y velocidad agotadoras.
Como en estas faenas o más importante era reco
ger la cosecha con rapidez, a siega
r e s ~ t a b a
una
labor intensa penosa que se realizaba a ritmos
forzados , con los segadores destajistas compitiendo
entre
sí
por
segar más y concluir lo más
pront
o po
sible cada destajo, para poder pasar a otros cortijos
en busca de más trabajo antes
que
otros compañe
ros. Las crónicas que tenemos de la siega en el tó
rrido e insalubre clima de las planicies gaditanas se
ñalan situaciones penosísimas. Los segadores, con-
CADIZ 988
tratados en diversos pueblos por manigeros encar-
gados de formar las cuadrillas para los cortijos, tra
bajaban sucesivamente en cosechas distintas, desde
la de l
as
habas, dentro de los cortijos, hasta las de
la cebaba y el trigo, en los campos. Mientras el tra
bajo e
ra
en el cortijo los segadores se alojaban en
cuadras, que a menudo compartían con los anima
les. Una vez en las eras, dormían a campo abierto ,
cobijados p
or
una manta , provistos de una muda
de ropa que un ropero llevaba a lavar a las respec
tivas casas cada semana o dos, junto con el dinero
ganado, y que al cabo de va rios
día
s devolvía lim
pia, acompañada de noticias de la familia .
Durante la siega, el
tr
abajo se realizaba bajo
Ja vigilancia del capataz, desde antes del amanecer
hasta mucho después de Ja caída del sol. Un agri
cultor de Campillos Málaga), población aledaña a
la zona cerealera a la que nos
ref
erimos, precisaba
que allí la jornada empezaba a las 3 de Ja mañana,
y se prolongaba hasta las 9 de la noche; es decir,
durante unas dieciocho horas de
vi
gilia activa. Cla
ro está que había algunos descansos de 10 minutos,
en los que se podía fumar, y otros para las cuatro
comidas diarias
-d
os ca
li
entes, al mediodía y a la
noche, y dos frías , en el desayuno y en la tarde- ,
todas insuficientes de escaso
va
lor nutritivo. El
almuerzo y la cena eran una especie de sopa o gaz
pacho caliente, de pan cocido con agua y sal, un
poco de aceite y un ajo . Las otras dos, de 7 a 8 de
la mañana y de 3 a 3:30 de a tarde,
era
n gazpachos
fríos de vinagre y pan o sopas,
pr
eparados con muy
poco aceite, ya que cuando el patrón lo ponía era,
en total, apenas una panilla -es decir, un cuarto de
libra- por aranzada segada. Naturalmente, estas
condiciones excluían todo auxilio médico, a pesar
de las constantes enfermedades est ivales, del palu-
39
EL MOVIMIENTO OBRERO EN L HISTORIA DE CADIZ
-
8/18/2019 Lida, Clara E. - Del Reparto Agrario a La Huelga Anarquista de 1883
16/37
14
dismo y el tifus endémico
de
la zona y de los fre
cuentes accidentes de trabajo 30).
La propaganda anarquista contra el destajo y
en favor del salario por jornada fija, había aumen
tado a partir de 1881, con la reaparición de la Fede
ración española y su Unión de Trajadores del Cam
po. En la Andalucía Oriental, el tema había estado
presente a través de la prensa obrera y de las discu
siones comarcales. Este fue el caso en Bornos
-donde
la UTC
era
predomina
nt
e-;
ahí, la Comi
sión de federación local emitió dos circulares que la
vis
t
Social publicó a mediados
de
junio. En és
tas informaba sobre los acuerdos de una reciente
asamblea en la que se
fij
aron los jornales de Ja sie
ga y las condiciones
de
trabajo y se instaba a los
jornaleros que no fueran «a segar por menos
de
lo
impuesto» 31). Los
pr
ecios que pedían
er
an
de
«10 reales, las habas; la cebada , 12 , y los trigos, 16:
las cuatro libras de pan por cuenta, y aceite aparte,
y los cigarros con su uso y costumbre, y un guiso de
carne todas
la
s semanas. .. .) Para segar a seco, 14
reales
la
s habas, 16 la cebada, y 20 el trigo».
En todos los casos, los argumentos de los jor
naleros eran claros: los agricultores fijaban el pago
después de comenzar la siega, o al concluirse, pero
no al comenzar, lo cual eliminaba toda posible ne
gociación por parte del trabajador y favorecía ex
clusivamente al patrón . El destajo reducía
Ja
mano
de obra empleada, ya que un segador sólo hacía
largas e intensísimas jornadas que en otras circuns-
tancias, menos extremas y con horarios más cortos,
realizarían varios. El sistema establecido limitaba
los ingresos de los jornaleros, contribuía al
de
sem-
pleo y a la emigración, fomentaba pésimas condi
ciones de trabajo basadas en situaciones extenuan
tes e insalubres y perpetuaba la alimentación insufi-
ciente y costosa. Además ,
Jos
anarquistas introdu
cían un argumento moral contra las rivalidades y Ja
competencia que el destajo fomentaba
entre
los
trabajadores, y contra la falta de solidaridad que
todo esto generaba.
Tales condiciones desventajosas las resumía
el
ya citado corresponsal de Campillos, en a
Auto-
nomía
Allí explicaba que en la siega a destajo una
fanega sembrada de trigo era pagada, en el mejor
de Jos casos, a cincuenta reales es decir,
12
.50 pe
setas), pero que era raro el segador calificado, sufi
cientemente robusto, que en una jornada de dieci
ocho horas pudiera llegar a segar un cuarto de
fa
nega, o «Cuartilla» equivalente a 160 m
2
, y ganar
doce reales y medio 3 pesetas con 12 céntimos y
medio) 32). En otras palabras, únicamente en cir
cunstancias excepcionales podría un hombre solo
trabajar una haza de diez fanegas, es decir, de cua
renta cuartillas, en los cuarenta días que, hasta San
Juan 24
de
Junio), solía durar la siega, y aspirar a
cobrar unos quinientos reales brutos o 125 pesetas,
antes de descontar los gastos de sustento mínimo y
de aperos. El autor de la carta calculaba que, en
cambio, en un sistema de salarios fijos se necesita
rían, al menos, cuatro peones para realizar con efi
cacia ese mismo trabajo . Esto generaría mayor se
guridad en los ingresos, más empleo y una situa
ción laboral mejor - incluyendo jornadas más cortas
y menos agotadoras-. Aunque, inicialmente , el
costo recayera sobre el agricultor, a la larga, esta
contratación salarial demostraría ventajas también
para los terratenientes, quienes se beneficiarían
de
relaciones sociales menos conflictivas y
de
rendi
mientos más altos, dadas unas condiciones de tra
bajo más productivas 33).
Naturalmente que Ja solución, propuesta con
CLARA E LIDA
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8/18/2019 Lida, Clara E. - Del Reparto Agrario a La Huelga Anarquista de 1883
17/37
ingenua seriedad, no podía ser de interés para los
propietarios, quienes así lo manifestaban
tanto en
sus actos cuanto de palabra.
En
primer lugar, los
terratenientes gaditanos que tradicionalmente de
pendían, para las diversas faenas del campo, de la
abundante barata mano de
obra
que
siempre ha
bían contratado a destajo, poco interés podían te
ner
en
acortar las jornadas contratar más brace
ros. Al contrario,
en
la época de la siega su priori
dad
era levantar la cosecha lo más rápida econó
micame
nte
posible, aunque
para
esto tuvieran
que
recurrir a segadores provenientes de pueblos agrí
colas gaditanos
de
términos diversos, como Jerez,
Arcos, Olvera, Grazalema, Medinasidonia,
de
la
sierra de Ronda. Alguna vez
entre
estos trabajado
res .eventuales labora
ban
otros de comarcas más
alejadas, como San R
oq
ue , o
de
comarcas costeras
menos dedicadas al cereal, como las de Sanlúcar,
San Fernando , Puerto
de
Santa María Chiclana.
Mucho
má
s raro
era
encontrar jornaleros de otras
provincias, regiones
de
España: fuera
de
mala
gueños de la serranía rondeña
y,
excepcionalmen
te,
de
más al este , como
Guaro
de algún sevilla
no de Lebrija o
de
Montellano, apenas si hemos to
pa
do
en 1883 con algún castellano unos pocos ga
llego
s
En cambio, era notable la presencia
de
abundantes cuadrillas de segadores portugueses
contratados a destajo ,
en
condiciones más desven
tajosas que las de los propios españoles.
En
este
se
ntid
o
es elocuente que a mediados
de
juni
o
cuando la huelga comenzaba a most
rar
señales de
fracaso, encontremos que
en
un solo cortijo, el de
Plata, propiedad de Francisco Romero Gil, traba
jaban ochenta siete segadores portugueses a la
par de treintaiún elementos del ejército,
que en
esos momentos ocupaban el lugar de los huelguis-
CADIZ 988
tas n
at
ivos 34).
Originalmente , estos portugueses - provenien
tes sobre todo de las provincias
de
Alentejo, con su
predominio de latifundismo cerealero muy seme
jante al andaluz, del Algarve , ambas con un alto
índice dem
og
ráfico en relación con el resto del
país-
35), carecían de una vinculación conocida
con el anarquismo, todavía poco difundido en
la
s
provincias lusitanas al sur del Tajo. El contacto pa
rece haber surgido, más bien,
en
And
alucía des
pu
és de creada la
FTRE
y de reaparecer con más
fuerza la
UTC
. A partir de entonces, los anarquis
tas andaluces intentar
on
reclutar no sólo a Jos jor
naleros españoles
sino
también, a los portugueses
que
volvían cada verano a
la
r
eg
ión. trataba .de
integrarlos
en
un movimiento común contra el des
tajo
en
favor de mejores condiciones
de
trabajo
del establecimiento de
sa
larios fijos, según las fae
nas . Así
en
1883,
al
comenzar la siega, parecía
que
la movilización
co
ntra el destajo
por
fin había lo
grado convencer a un número amplio
de
jornaleros
gaditanos y a algunos de otras regiones, agrupar
los alrededor de una reivindicación común, a pesar
de la oposición de los
pr
opietarios locales.
Estos últimos no defendían el destajo sola
mente por interés material. Su mundo de valores
sociales
y
tradicionales pesaba también de modo
decisivo. Las oligarquías andaluzas creían firme
mente que el
st tu o
contribuía a una real armo
nía socia
l
El patemalis
mo
implícito de esta socie
dad
j e r a r q u i z a d ~
rígida se manifestaba abierta
mente
en
el lengu
aje de
sus
mi
embros representati
vos.
Uno
de los más fervientes extremosos espo
si
tores de estos valores, el diputado conservador
sevillano, Francisco de Paula Candau, los revela en
un extenso alegato
en
la
s
Corte
s.
4
EL MOVIMIENTO OBRERO EN LA HISTORIA
E
CADIZ
-
8/18/2019 Lida, Clara E. - Del Reparto Agrario a La Huelga Anarquista de 1883
18/37
42
Allí, con elaboradas exp
li
caciones, Candau se-
11ala
que
a dif
ere
ncia del destajo, el t rabajo asala
ri
ado
era
históricamente retrógrado, contrario a los
intereses materiales de los propios trabajadores y
socialmente explosivo. E n su peculiar visión histó
ri
ca, considera el trabajo asala
ri
ado como una for
ma
de
tr
aba
jo apenas superior a la
de
la esclavitud ,
como un «empeño por horas» en el que el obrero
compromete un cierto tiempo a cambio de un pre
cio determinado, trabaje bien o mal, produzca mu
cho o poco. Esta relación laboral desemboca, se
gún Candau, en «Un antagonismo terrible entre el
obrero y el capitalista», ya que el obrero queda
comprometido a un número de
horas fijas durante
las cuales el patrón «tiene la pretensión egoísta y
dura de hace
rl
e trabajar todo lo más posible y gas
tar toda la mayor fuerza» Qué contraste, continúa
Candau, de todo esto con el trabajo a destajo o
«contratado»
De
vigilante exigente y egoísta, el
«capitalista cultivador» se convierte en un simple
inspector de la calidad de la obra terminada, en
tanto el trabajador goza
de ma
yo r libertad , ya que
puede producir más o menos, y de mayor dignidad ,
como
ob
r
ero
independiente y responsable.
En
con
clusión, para el diputado conservador, esta forma
de trabajo es superior, pues es la única que fomen
ta de la manera más eficaz la armonía social: en
cambio las doctrinas anarquistas, que propugnan
el salario, significan un retroceso frent
e al «camino
del progreso» implícito en el destajo.
En su alegato, Candau, con pa terna
li
smo
im
plícito, se señala a sí m
is
mo como ejemplo de culti
vador capitalista que ha mantenido relaciones ar
mónicas con sus
ob
reros,
por
quienes siente «grati
tud por el cari o y la consideración con que
de
mu
chos años vienen tratándome». Esta armonía ha
hecho que no existieran entre e
ll
os conflictos ni
huelgas y
que
a su vez, los ob reros se sintieran
protegidos por él hasta
en
las peores c
ri
sis, y «no
hayan tenido que emigrar en busca
de
tr
aba
jo
ni
_
aceptar el que el Gobierno les ha ofrecido» 36) .
Francisco Romero Robledo, representante por
Antequera ex-Ministro de Gobernación
de
Cáno
vas, expresa
-co
mo Candau- la misma visión tradi
cional y paternalista de un
as «clases conservado
ras» que él mismo caracteriza no como ricas,
«Sino
por tener intereses que defender a la sombra de la
ley y del orden» Es to es, clases que son conserva
doras no tanto por sus intereses materiales cuanto
por su
respe to al
orden
a la estabilid
ad
y a la ar
monía sociales.
Si bien es cierto que no todos los representan
tes conservadores
que
intervie
nen
en
el debate con
cordaban con la interpretación tan particular de
Candau sobre la superioridad absoluta del destajo
- y alguno, como Antonio María Fabié refutó la
idea de que el salario fuera una forma
de
trabajo
cercana a la esclavitud, puesto que «libre es sin
duda el trabajo a destajo, pero libre es también el
salario del obrero
»-
en general todos coincidieron
con esa visión social paternalista y jerárquica. No
debe sorprender que fueran excepción los escasos
diputados republicanos que, como Moreno Rodrí
guez y Villalba Hervás, se manifestaban conscien
tes del antagonismo «entre los afortunados los
desheredados, entre los hartos los hambrientos»,
es decir, de la lucha de clases. En cambi
o
impre
siona la voz equilibrada del r
epre
sentante liberal
por Jerez, Duque de Almodóvar del Río, quien
si
n
ambages denunció «una clase proletaria enferma»
pero a la vez a «la clase alta» que estaba «enferma
también» De manera rotunda , concluyó este dipu-
CLARA E LIDA
-
8/18/2019 Lida, Clara E. - Del Reparto Agrario a La Huelga Anarquista de 1883
19/37
tado «que las clases conservadoras de Andalucía no
han estado a la altura
de
su misión». Misión que, a
fin
de cuentas,
él
mismo también definía con claro
sentimiento paternalista: la de «levantar el sentido
moral de sus sirvientes jornaleros
»
B Los soldados jornaleros
Es evidente que el ideal de cambio de los jor
naleros se oponía esencialmente a la visión estática
del mundo patronal andaluz. Estos dos universos
encontrados entraron en coflicto al terminar la pri-
1 mavera, e iniciar los primeros un movimiento para
r
transformar las condiciones de trabajo. Si bien , al
¡ comienzo, la esperanza de los obreros era llegar a
un acuerdo pacífico, las circunstancias resultaron
contrarias al diálogo. Los terratenientes, con el áni
mo exacerbado por el sensacionalismo sobre la
Mano Negra y seducidos
por
el atractivo de una co
secha que , al fin,
pr
ometía terminar lucrativamente
con las vacas flacas de los años pasados, se resistie-
ron tanjantemente a los pedidos de sus trabajado
res. En estas condiciones de tensión, al llegar la úl
. tima semana de mayo, la huelga se presentó a ojos
de los trabajadores del campo, como la última al
ternativa posible para lograr la negociación laboral.
Los primeros indicios del conflicto se habían
manifestado ya desde
el
otoño, cuando braceros en
huelga de la serranía de Ronda , .según el Capitán
General de Granada, recorrían la región «ahuyen
tando trabajadores de pueblos inmediatos para que
no se haga la siembra si no se abona el doble jornal
que reclaman» 37). El conflicto se renovó al finali
zar mayo, en términos cercanos a Jerez, como Gra-
. zalema , donde los periódicos informaron sobre
amenazas de algunos federados contra los peones
que trabajaban . Casi en seguida el malestar pasó a
.
CADIZ 988
la comarca de Jerez, donde fueron los propios tra
bajadores portugueses los que pidieron aumento de
.jornales. Esta situación llevó a rumores de que so
ciedades secretas, como
la
Mano Negra, seguían
provocando conflictos sociales y amenazando a
quienes no se plegaran a sus planes.
Al finalizar el mes, las autoridades locales, de
acuerdo con las de la provincia, con la Capitanía
General de Andalucía, en Sevilla, y las autoridades
de
Madrid, respondieron al temor de Jos terrate
nientes a la huelga movilizando l
as
fuerzas arma
das. No sólo se reforzaron la Guardia Civil, la Ru
ral y
la
Municipal , s ino que, tras una sesión en las
Cortes, se concedió licencia a soldados de guarni
ciones locales para trabajar como segadores.
Esta acción abrió una nueva dimensión en el
conflicto laboral,
al
convertir a las fuerzas armadas
no sólo
en
agentes de la represión y del orden sino,
también, en obreros
rompehuelgas
o
esquiroles
El frenesí aumentó la primera semana de ju
nio. nte la negativa de los huelguistas de volver a
los campos, la creciente solidaridad de los segado
res con la huelga y Ja amenaza de perder la cose
cha, los propietarios andaluces recurrieron con ma
yor insistencia a sus amigos polí ticos
en
el gobier
no. El Consejo de Ministros aprobó
que
el Capitán
General de Andalucía, Camilo Polavieja , y
el
ge
neral Arsenio Martínez Campos, Ministro de Gue
rra, en consulta con Gobernación, se ocuparan di
rectamente de las negociaciones por parte del go
bierno hasta resolver el conflicto.
Los terratenientes jerezanos entablaron las
primeras negociaciones con las autoridades milita
res, para
que
les ayudaran a contratar cerca
de
dos
mil soldados segadores
y
de otros oficios imprescin
dibles. A éstos se sumaron, poco después, los de
143
EL MOVIMIENTO OBRERO EN
L
HISTORI DE C DIZ
-
8/18/2019 Lida, Clara E. - Del Reparto Agrario a La Huelga Anarquista de 1883
20/37
44
Arcos, con un pedido por medio millar 38). Hacia
el 6 de junio existían ya en los cortijos situados
dentro del término de Jerez, a no más de 72 leguas
de esa ciudad, 496 soldados provenientes de los
Regimientos de Infantería de Alava, Córdoba, Ex
tremadura, de Cazadores de Cataluña y de la Rei
na. Es decir, que de los 1.719 soldados requeridos
inicialmente por treintaidós «labradores» para sus
treinta y cuatro cortijos jerezanos, sólo fue posible
proveer una cuarta parte del total 39), en tanto
que
el
pedido de 500 hombres para Arcos no se
pudo conceder en onces 40).
El primer problema de terratenientes y autori
dades era, pues, cómo resolver la escasez de mano
de obra. Inicialmente, parecía que la esperanza de
las autoridades militares en Jerez er que la presen
cia de la tropa en los cortijos provocara un cambio
de actitud entre los huelguistas y éstos volvieran al
trabajo. Así se lo manifiesta al Comandante del
Cantón Militar de Jerez de la Frontera
al
Capitán
General de Andalucía, Camilo Polavieja:
No he pedido V.E. toda la fuerza disponi
ble hasta ver si con la salida de algunos indivi
duos del ejército cambiaban de opinión los tra
bajadores, y transigiendo con los dueños de los
cortijos empezaban las faenas del campo, evi
tando así quedarse sin recursos, dos o tres mil
hombres, que podrían entregarse a excesos
de
otro gremio sic.) 41).
A su vez, el General Polavieja le transmite al
Ministro Martínez Campos noticias de la falta de
hombres para diversas actividades agrícolas, inclu
yendo segadores, moreros sic.), carreteros y pana
deros. Al mismo tiempo le explica que , si bien se
espera la llegada de segadores de Málaga y de Por
tugal ·para llenar el vacío de los huelguistas, no se
sabe si los que vengan «huelguen como los anterio
res» 42), en cuyo caso, se necesitaría más tropa.
La carencia de brazos es tal, añade, que
por
ahora
será imposible darle
al
Alcalde de Arcos los hom
bres que allí sesolicitan, «aun cuando el alistamien
to
voluntario alcance el cincuenta por ciento» 43).
Ante esta escasez de hombres, el Ministerio de
Guerra pareció poco dispuesto a esperar la reac
ción de los huelguistas y actuó con celeridad. Ese
mismo dí 6 pidió la Capitán General
de
Castilla la
Nueva que licenciara tropa de los cuerpos nomon-
tados que voluntariamente quisiera trabajar en An
dalucía, «para ocuparse en las faenas del campo,
con el jornal que allí se gana» Sin embargo, adver
tía que estos soldados debían ir
por
ferrocarril has
ta Jerez, sin armas, sin oficiales ni clases y en gru- ·
pos. El gobierno pagaría el pasaje de ida. Esta or
den no se dio sin antes provocar la reflexión del
Ministro respecto a los perjuicios que estas medi
das excepcionales entrañaban para el ejército,
«principalmente en lo que se relaciona con la ins
trucción, espíritu y servicio de los cuerpos» A pe
sar de esto, y en vista de las dificultades que «ame
nazan hoy seriamente a una parte
de
la provincia
de Cádiz», Martínez Campos concluía que el sacri
ficio de los intereses militares era necesario «en fa-
vor del orden y de la propiedad» 44).
Esta preocupación por el orden social inquietaba
a las autoridades militares en todos los niveles. El
propio Comandante de Jerez es quien en su deta
llado informe del 6 de junio a Polavieja señala las
condiciones especiales de seguridad bajo las cuales
trabajarán los soldados, vigilados de cerca por pa
rejas de la Guardia Civil o de la Rural, para evitar
el contacto con los huelguistas e impedir «la aproxi
mación de individuos inconvenientes en las presen-
CL R
E
LID
-
8/18/2019 Lida, Clara E. - Del Reparto Agrario a La Huelga Anarquista de 1883
21/37
tes circunstancias», a la vez que
poder
«Conocer el
Espíritu que anima a los soldados» 45). Este te
mor
de
las autorid_des a que su tropa --de eviden
te origen campesino-- pudiera caer bajo la influen
cia
de
los anarquistas en huelga, queda ratificado
en las óndiciones de trabajo que finalmente se ne
gocian
entre
los labradores y el ejército.
En
ellas se
reconfirma esta preocupación
por
evitar «por todos
los
medios posibles» las reuniones
de
los soldados
con «paisanos ajenos
al
Cortijo que puedan indu-
cirlos a seguir una idea contraria a la que realmente
les
ha llevado al campo» 46). Al mismo tiempo se
· agrega
que
si
en
los cortijos «hubiese alguna
de
ta
les
ideas, [los sargentos] lo pondrán en conocimien
to del
dueño
o encargado
para
su determinación».
Una vez decidido el envío de más soldados es
quiroles,
era
necesario precisar las condiciones de
trabajo
de
los mismos. Inicialmente la propuesta de
los labradores fue aprobada
por
el Jefe del Cantón
de Jerez, quien a su vez la transmitió, con un inten
so informe, al Capitán General de Andalucía, el
día 6. Estas condiciones señalaban
que
en el traba
jo
en Ja
era
los jornales serían de 3 reales hasta
San Juan el
24 de
junio) , y 4 reales después, con
comidas incluidas. Estas consistirían en potaje ,
gazpacho y pan; pero si el soldado prefería trabajar
«a seco», es decir, sin comidas, se l abonaría 3
reales más.
La jornada
en ningún caso excedería
las ocho horas . Por su parte los segadores recibi
rían 45, 40 ó
35
reales
por
aranzada, según conse
charan habas, trigo o cebada, respectivamente .
Es
decir,
en
el caso
de
la siega del trigo recibirían unos
0.089 reales
por
metro cuadrado, lo cual implicaba
un
leve aumento sobre el jornal promedio pagado a
los jornaleros antes de la huelga 47) . Por su parte
los
soldados comparían sus propias herramientas y
CADIZ
988
costearían su viaje
de
regre
so
, además
de
reempla
zar su «primera puesta
»
es decir, su vestimenta mi
litar que, sin
duda
«iba a
quedar
destrozada»
en
los
campos 48) .
En
cambio
no
quedaba claro si serían
los labradores los
que
comprarían las mantas nece
sarias para protegerse del fuerte frío
que
todavía se
sentía, o si serían los propios soldados.
Lo que
sí
resulta claro es
que en
la localidad no había sufi
cientes mantas y que las pocas
que
allí se vendían
resultaban «
de
un valor excesivo» 49).
Al recibir este
parte
el General Polavieja
de
inmediato telegrafió desde Sevilla al Ministro, co
mentando
Jos
puntos del informe
y dando
su opi
nión al respecto. Resulta claro
que
su primera
preocupación
era Ja de
velar
por
los intereses
de
los
soldados , lo cual también comunica al Comandante
de
Jerez, advirtiéndole
que
procurara
-
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22/37
46
obtuviera un aumento en el jornal
y si
éste no ex
cedía de 2 pesetas es decir, 8 reales), siguiera «ha
ciendo la reclamación del haber y pan para abonár
selo al soldad
o»
.
En todos los casos quedaba claro que si bien
el
gobierno estaba decidido a frenar al desarrollo del
anarquismo militante y evitar
la
explosión social en
el Sur, en cambio no estaba dispuesto a sacrificar el
bienestar del ejército
ni
de s
us
soldados por los in
tereses particulares de los labradores. En estas cir
cunstancias, las
Condiciones
definitivas 53) que las
autoridades negociaron m nu militari con los labra
dores ras ame