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  • Liderazgo y producción de Cuerpos Académicos

  • NUMERALIA ACADÉMICA CUCEA 2014-2019

    AñoProfesores

    S.N.I.Profesores Perfil

    PRODEPCuerpos Académicos Total de Cuerpos

    AcadémicaEn Formación En consolidación Consolidados2014 71 296 29 7 9 452015 72 307 32 10 10 522016 80 310 32 10 10 522017 86 320 37 11 11 592018 97 303 38 12 12 622019 107 309 38 12 12 63

  • Liderazgo y producción de Cuerpos Académicos

    Ma Teresa PrieTo Quezada

    José Claudio Carrillo Navarro

    luCila PaTriCia Cruz Covarrubias

    Pedro aguilar Pérez

    Claudia g. Herrera

    Universidad de Guadalajara

  • Primera edición, 2019

    D.R. © 2019 UNIvERSIDAD DE GUADALAjARA

    Centro Universitario de Ciencas Económico Administrativas

    Perférico Norte 799

    Núcleo Los Belenes

    45100, Zapopan, jalisco, Méisco

    D.R. © 2019 Fondo Editorial Universitario

    Carrer La Murta 9-18

    07820 San Antonio de Portmany

    Ibiza, España

    ISBN: 978-84-18080-62-3

    Impreso en México

    Printed in Mexico

  • CoNTeNido

    Prólogo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .9Ricardo Pérez Mora

    La función de la cultura local en la conformación del discurso de la identidad nacional . . . . . . . . . . . . . . . . 11María Elizabeth Hernández Sánchez, Efraín Franco Frías

    Estado del arte de la producción científica femenina bajo el paradigma cualitativo en las áreas económico administrativas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 24Susana Berenice Vidrio Barón, Alma Ruth Rebolledo Mendoza, Juan Flores Preciado

    Notas de campo al espacio espiritual wixárika . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 37José Alberto Becerra Santiago, Gabriel Pacheco Salvador, Tania Bethel López Ruiz,María Imelda Murillo Sánchez, Juan Carlos López Díaz, Zarina Estela Aguirre Lozano, Rosalío Salvador Moreno, Angélica Ortiz López y Alberto Guillermo López Ruiz

    Tendencias en el desarrollo cognitivo en educación superior . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .46

    Patricia Rosas Chávez, Juana Eugenia Silva Guerrero, Luis Alberto Gutiérrez Díaz de León, Carlos Alberto Franco Reboreda

    El uso de la plataforma Moodle como una herramienta educativa en el cucea . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 57Adauto Alejandro Casas Flores, José de Jesús Jiménez Arévalo

    El aprendizaje centrado en el alumno con el apoyo del empleo de una plataforma educativa en línea . . . . . 67Rodolfo Rangel Alcántar, Jonás Larios Déniz

    Remando en la arena . El posicionamiento de la enseñanza de la economía ecológica en el Centro Universitario de Ciencias Económico Administrativas de la Universidad de Guadalajara . . . . . . . 75

    Salvador Peniche Camps, Héctor Cortés Fregoso

    Aplicación de la teoría de respuesta al item para calibrar un examen de opción múltiple de estadística . . . .80Pedro Celso-Arellano, Semei Coronado, Salvador Sandoval-Bravo, Ana Torres Mata

    Explorando gráficamente los máximos y mínimos de una función por medio de su derivada . . . . . . . . . . . .93Sara L. Marín Maldonado, Laura Plazola Zamora, Irma Xóchitl Fuentes Uribe, Ana Torres Mata, Ricardo Solórzano Gutiérrez

    Sistematización del conocimiento desde una asignatura en línea de la nivelación a licenciatura en Trabajo Social de la Universidad de Guadalajara . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .98

    Juan Carlos Sustay Delgado, Teresa de Jesús Tovar Peña, Félix Barrios Medina, Cecilia Soraya Schibya Soto, Mirna Cázarez Vázquez,Sonia Gutiérrez Luna, Cynthia Cortázar Rodríguez

  • La importancia del desarrollo sustentable en la formación de un profesional: caso licenciatura en turismo del cucea . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 108

    Paula Lourdes Guerrero Rodríguez, Roberto Jiménez Vargas, Rogelio Rivera Fernández

    Cultura cívica y política en la educación superior . Hacia un modelo formativo de valores democráticos en el Centro Universitario de Ciencias Económico Administrativas de la Universidad de Guadalajara . . . . 126

    Carmen Leticia Borrayo Rodríguez, Andrés Valdez Zepeda, Filadelfo León Cazares

    Factores del rendimiento académico de los estudiantes del Centro Universitario de Tonalá . . . . . . . . . . . . 135Rosita Fierros Huerta, Antonio de Jesús Mendoza Mejía,Ricardo Rodríguez Morales, Adolfo Márquez Olivares

    La formación continua, factor primordial en el desarrollo de la práctica docente en el área de álgebra nivel medio superior . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 145

    Walter Emmanuel Ortega Muñan, Martha Daniela Concepción García Moreno, Humberto Bautista Contreras, Roldan González Basulto

    Propuesta de modificación del currículum para exaltar la formación humanista en los alumnos del Programa Académico de Medicina de la Universidad Autónoma de Nayarit . . . . . . . . .151

    María Isabel Valencia Amaral, Katiuska Rea Rodríguez, Irene Gutiérrez Dueñas, Mónica Elizabeth Sandoval Vallejo

    Los retos de la interdisciplina en las artes . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 157Carlos Manuel Vázquez Lomelí, Everardo Camacho Íñiguez

    La interdisciplinariedad de las relaciones públicas en la educación superior para el desarrollo sustentable . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 164

    Marco-Tulio Flores Mayorga, Antonio Castillo-Esparcia

    De la planeación nacional a la gestión y el análisis de las políticas públicas . Surgimiento, desarrollo y retos de un posgrado de calidad . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 174

    Rosa Rojas Paredes, Maritza Alvarado Nando, Lidia Cisneros Hernández, Elia Marum Espinosa, María Lucila Robles Ramos, Carmen Rodríguez Armenta, Víctor Manuel Rosario Muñoz

    La gestión de proyectos ante la vinculación con instancias de gobierno: la vinculación académica para la aplicación del conocimiento . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 194

    María Estela Guevara Zárraga, Blanca Esther García Ramírez, María Dolores del Río López, Tenoch Huemantzin Bravo Padilla

    Investigación, intervención y desarrollo comunitario de Tala vinculado a la Universidad de Guadalajara . .203María del Sol Orozco Aguirre, Sandra Elizabeth Hidalgo Pérez, Marco Tulio Daza Ramírez, Benjamín Ramírez Moreno

    Percepción de estudiantes del cucea de la Universidad de Guadalajara y de empleadores sobre la práctica profesional y su valor en el futuro desempeño profesional y/o laboral . . . . . . . . . . . . . . . 216

    María del Sol Orozco Aguirre, Sandra Elizabeth Hidalgo Pérez, Martha Patricia Martínez Vargas, Maira Angélica Rojas Contreras, Rafael Velázquez Patiño, Rachel García Reynaga

    Tipología de trayectorias escolares a un año de su ingreso a la licenciatura . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 227José Alfredo Flores Grimaldo, María Hortensia Zúñiga Sánchez, Eduardo González Álvarez, María Isabel Enciso Ávila

  • Teletrabajo; mediación educativa del área económico-administrativa de la UniversidadAutónoma de Nayarit y las empresas en la ciudad de Tepic, Nayarit . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 234

    Mónica Elizabeth Sandoval Vallejo, Nancy Katia Solís Castañeda, Víctor Manuel Varela Rodríguez, José Ricardo Chávez González, María Isabel Valencia Amaral

    Una revisión a la literatura sobre la colaboración inter institucional en los últimos setenta años, con énfasis en las instituciones de educación superior . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 243

    Aida Teresa Segovia Peñúñuri

    Conformación Red Internacional de Colaboración de ca (México-Brasil) para desarrollo e innovación de nanomateriales y nanocompósitos obtenidos a partir de residuos agro-industriales . . . . 254

    Rosa María Jiménez Amezcua, María Guadalupe Lomelí Ramírez, Salvador García Enríquez, Thais H. Sydenstricker Flores-Shagun, Graciela I. Bolzon de Muniz, Talita Sylapak Franco,Gonzalo Canche Escamilla, Maite Renteria Urquiza, Jorge Flores Mejía y Jorge Alberto Cortés Ortega

    Medición de la resiliencia del personal del Instituto Tecnológico de Lázaro Cárdenas, Michoacán, México . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 260

    Ofelia Barrios Vargas, José G. Vargas-Hernández, Sergio Mercado Torres, Berta Ermila Madrigal Torres

    Historia de vida en retirada: una vida de docencia por delante . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 276T.E. Méndez-Luévano, O. Reynoso-Orozco, Francisco Quiñonez Tapia

    Resultados de la implementación de una propuesta de intervención educativa para disminuir el índice de reprobación de la asignatura de matemáticas i. El caso de alumnos vulnerables a deserción escolar . . 285

    Martha Eva Esparza Osuna, Lourdes Nayeli Quevedo Huerta, César Eleazar Muñoz Aceves

    Victimización de pareja y comunicación familiar entre adolescentes: diferencias en función del sexo . . . .296Esperanza Vargas Jiménez, Remberto Castro Castañeda, Raquel Domínguez Mora, Raúl Medina Centeno

    Variables individuales, familiares y de interacción en redes sociales que discriminan a los adolescentes no ciberacosadores y severos ciberacosadores . . . . . . . . . . . . . . . . . . .307

    Adriana Igsabel Mora Santos

    Imaginarios de adolescentes y de la autoridad escolar en torno a los reglamentos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 317Ana Cecilia Valencia Aguirre, José María Nava Preciado

    El consumo de noticias de jóvenes estudiantes en la era digital . Caso educación media superior de la Universidad de Guadalajara . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 325

    Lucila Patricia Cruz Covarrubias, Pedro Aguilar Pérez, Alfonso Cortes Díaz, Rosalinda Garza Estrada, Pedro Daniel Aguilar Cruz

    Violencia por Whats App en nivel superior . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 335José Claudio Carrillo Navarro, Luis Antonio Lucio López, Ma. Teresa Prieto Quezada, Tonantzin Del S. Carrillo Prieto, Nicté Soledad Castañeda Camey

    it Security Perceptions and Practice in X,Y and Z Generarions . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 343Percepciones y prácticas sobre seguridad informática en las generaciones X,Y,Z

    Ramón Ventura Roque Hernández, Adán López Mendoza

    Implicaciones socioculturales del turismo lgbt en Puerto Vallarta . Una revisión desde la percepción de los residentes locales . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 354

    Patricia Eugenia Medina Covarrubias, Roberto Luciano Rodríguez Carranza, Héctor Jesús Gómez Agüero

  • Barrios lgbt . Caracterización de unidades económicas en la Zona Romántica de Puerto Vallarta, Jalisco, México . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .364

    Andrés Enrique Reyes González, Jimena Odetti, Alberto Reyes González

    Impacto multidisciplinario de la globalización en la región Norte de Jalisco, México . . . . . . . . . . . . . . . . . . 370José Manuel Núñez Olivera, Rodolfo Cabral Parra, Miguel Ángel Noriega García, Josefina Elizabeth Godínez Chavoya, Armando Antonio Domech González, Sandra Eva Lomelí Rodríguez

    Sector automotor, maquiladoras y articulación productiva en Cd-Juárez, Chihuahua, México - El Paso, Texas, eua; intervención empresarial, consecuencias y desafíos . . . . . . . . . . 379

    Juan José Huerta Mata, Ruth María Zubillaga Alva, Adriana Cordero Martín, César Omar Mora Pérez

    Observatorio de Educación Fiscal: La importancia del monitoreo en la opinión fiscal . . . . . . . . . . . . . . . . .394Patricia Gutiérrez Moreno, Sandra Berenice Cabrera Reynoso, Alfonso Eduardo Dávalos Abad

    ¿Es ética la evasión fiscal? Réplica a estudio empírico de opinión . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .405Marco Antonio Daza Mercado, Javier Ramírez Chávez, Cristian Omar Alcantar López, Antonio Sánchez Sierra, Livier Padilla Barbosa, Francisco de Jesús Mata Gómez

    El entorno fiscal del derecho al agua como derecho humano . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .428Laura Margarita Medina Celis, Rigoberto Reyes Altamirano, Ramiro Torres Torres

    Las organizaciones sociales como alternativa para disminuir la pobreza en México . . . . . . . . . . . . . . . . . . .444Joaquín Sánchez Flores, Sergio Porras Zarate, José Enrique López Amezcua

    El actuar del primer respondiente en el nuevo sistema de justicia penal y su impacto en el proceso judicial . . . . 453Marisol Luna García

    Circuito de regulación inteligente para detección de faltas en sistemas de eventos discretos: definición, funcionamiento y aplicación . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 460

    Karen Hernández-Rueda, María Elena Meda-Campaña, Bernardo Haro-Martínez

    Diseño de nanomateriales multifuncionales con aplicaciones tecnológicas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .470María Luisa Ojeda M., Irinea Yáñez S., Víctor Rentería T., Javier Gálvez G., Miguel Ojeda M., Celso Velásquez O.

    Towards Verifying Product Architectures in a Software Product Line . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 476Hector A. Duran-Limon, Karina Aguilar, Perla Velasco-Elizondo, Leonardo Soto Sumuano

    Viabilidad estructural en la reutilización de contenedores marítimos para construcción urbana . . . . . . . .483Iván Porras Zárate, José Manuel Salas Tafoya, Leticia Galindo González, Elizabeth Valenzuela González

    ¿Qué deben conocer la población y los tomadores de decisiones sobre los pronósticos extendidos de lluvia y huracanes, el cambio climático, la contaminación atmosférica y las energías alternativas? . . . 490

    Héctor Ulloa Godínez, Mario E. García Guadalupe, Omar García Concepción, Ángel Meulenert Peña, Ulises Ramírez Sánchez, Jaime Alcalá Gutiérrez

    Planes de mejora y calificaciones del Área de Comunicación: Proyectos de Fomento Lector . . . . . . . . . . .496MLH. Miguel Ángel Galindo Núñez

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    Prólogo

    riCardo Pérez Mora

    La realidad actual se caracteriza por su cada vez mayor complejidad. Las relaciones sociales, politicas y culturales se transforman de manera vertiginosa. El avance tecnológico, el desarrollo industrial, el creci-miento de los medios de información, la relaciones globales que conforman el actual orden mundial, han sufrido profundos cambios en un contexto en el que prevalecen la incertidumbre y la crisis. Diversos discursos oficiales hacen evidentes ciertos avances que se traducen en indicadores de desarrollo y cre-cimiento económico, sin embargo, estos logros no impactan de la misma manera en los diversos sectores de la población. Se han generado importantes bre-chas económicas, sociales y culturales entre un gran sector que sufre en mayor o menor medida de ciertas carencias sociales y una élite que concentra los pode-res económicos y políticos. Los ricos parecen ser cada vez más ricos y los pobres cada vez más pobres. Los problemas de desigualdad se suman a otros diversos y complejos problemas como son: la seguridad publica, la seguridad alimentaria, la seguridad informática y la privacidad, el deterioro del medio ambiente, la violencia, la corrupción, entre otros. Es necesario encontrar mecanismos y estrategias de solución o mitigación de dichos problemas y, en este contexto, el rol de los actores responsables de la producción de conocimiento es sin duda importante. Diversos autores concuerdan en que el conocimiento tiene un rol central en el desarrollo economico y social. En la llamada sociedad del conocimiento los académicos,

    concentran una gran carga de las expectativas sociales para generar estrategias e iniciativas de desarrollo y solución de problemas basadas en el conocimiento. Sin embargo, no pueden ni deben hacerlo de manera asilada, los problemas son tan complejos que los actores implicados se ven en la necesidad de sumar esfuerzos y lograr sinergias a través de la conforma-ción de colectivos y nuevas y heterogéneas formas de organización (Gibbons et al., 1997) intersectoria-les y multidisicplinares. Cada vez es más difícil que un actor en lo individual logre impactar de manera importante en la solución de problemátias reales. El llamado a la colectividad, a la suma de esfuerzos, es cada vez mayor. Sin embargo no es algo nuevo. Los científicos o intelectuales a lo largo de la historia, de una u otra manera, han conformado formas de pro-ducción de conocimiento colectivas para hacer frente a las tareas y problemáticas que enfrentan. Llamese campo científico (Bourdieu, 1976) comunidades cien-tíficas (Kuhn, 1971) o tribus académicas (Becher, 2001), la importancia de la coletividad en la producción, uso y legitimación del conocimiento se ha hecho evidente en la historia y la sociología de la ciencia y los cientí-ficos. Más alla de su naturaleza epistémica, la ciencia se constiuye como un fenómeno social que tiene un rol construido paulatinamente en el seno del campo o comunidad científica en interacción con otros cam-pos sociales. En este sentido, las formas de produc-ción de conocimiento colectivo parecen ser un área de oportunidad para potenciar el alcance del trabajo

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    de los académicos. En nuestro contexto nacional, de alguna manera, la Secretaría de Educación Pública, a través del Programa para el Desarrollo Profesional Docente PRODEP, ha hecho evidente el interés por promover, regular y fortalecer ese trabajo colectivo de los académicos al interior de las Universidades. La estrategia ha sido la conformación de grupos de investigadores llamados “cuerpos académicos” como mecanismo dirigido en gran medida a la producción, movilización y aplicación del conocimiento pero tam-bién al fortalecimiento de otras funciones sustanti-vas como son la docencia y la vinculación. Si bien ha habido posturas que analizan críticamente sun fun-ción y su pertinencia (Acosta Silva, 2006; Pérez Mora, 2011; Pérez Mora, Sánchez Rodríguez, & García Ponce de León, 2017), los cuerpos académicos son actual-mente la figura que la política pública ha impulsado y las universidades han implementado para tal fin. La presente publicación integra diversos textos rea-lizados en su gran mayoría por académicos de la Universidad de Guadalajara que pertenecen a cuer-pos académicos en el área de las ciencias eonómico administrativas y aborda, desde diversas perspectivas teóricas y metodológicas, una serie de problemáticas de interés actual. Es un esfuerzo de una comunidad académica por aportar elementos problematizadores, análisis y reflexiones que nos lleven a nuevas hipóte-sis, modelos y posibles soluciones que abonan a la discusión en sus campos respectivos. Como ejercicio colectivo que aglutina trabajos, en general también colectivos, esperemos que el ejercicio haya logrado aportar un grano de arena para ir generando una cul-

    tura de colaboración y de sinergias en la producción de conocimiento colectivo pertinente y útil al interior de nuestra universidad.

    Referencias

    Acosta Silva, A. (2006). Señales cruzadas: una interpreta-

    ción sobre las políticas de formación de cuerpos aca-

    démicos en México. Revista de La Educación Superior,

    XXXV, 81–92.

    Becher, T. (2001). Tribus y Territorios Académicos. La indaga-

    ción intelectual y las culturas de las disciplinas. España:

    Gedisa Editorial.

    Bourdieu, P. (1976). El campo científico. In Los usos sociales de

    la ciencia. Buenos Aires: Ediciones Nueva visión.

    Gibbons, M., Limoges, C., Nowotny, H., Schwartman, S.,

    Scott, P., & Trow, M. (1997). La nueva producción del

    Conocimiento. La dinámica de la ciencia y la investigación

    en las sociedades contemporáneas. Barcelona: Pomares.

    Kuhn, T. S. (1971). La Estructura de las Revoluciones Científicas.

    México: Breviarios FCE.

    Pérez Mora, R. (2011). Nuevas formas de organización aca-

    démica, nuevas condiciones de producción intelectual:

    Los cuerpos académicos en la Universidad de Guada-

    lajara. In Profesión académica: mecanismos de regulación,

    formas de organización y nuevas condiciones de producción

    intelectual. Guadalajara: Universidad de Guadalajara.

    Pérez Mora, R., Sánchez Rodríguez, L. I., & García Ponce

    de León, O. (Eds.). (2017). Modos y rasgos de producción

    colectiva de conocimiento de los académicos universitarios

    en México (1st ed.). Guadalajara, México: Universidad

    de Guadalajara.

  • 11

    la fuNCióN de la CulTura loCal eN la CoNforMaCióN del disCurso de la ideNTidad NaCioNal

    María elizabeTH HerNáNdez sáNCHez, efraíN fraNCo frías

    En el imaginario nacional; es decir, en el con-junto de imágenes visuales, sonoras, sensoriales, emocionales e intelectuales con las que nos definimos e identificamos, pero también con las que nos dife-renciamos y somos reconocidos por los otros, el que utilizamos fundamentalmente en el ámbito cultural, las producciones jaliscienses han tenido, desde fina-les del siglo xIx y hasta nuestros días del siglo xxI una presencia fundamental y fundacional en la codifica-ción de la moderna mexicanidad, constructo donde las cosmovisiones criollistas, mestizas y, en menor medida, indígenas están imbricadas.

    En la confección de la identidad nacional el Estado ha tenido un peso determinante, ya que a tra-vés de su enorme aparato propicia los lineamientos y establece los dictámenes de lo que es y lo que debe ser, legaliza y, no pocas, la legitima empleando los más diversos mecanismos, métodos, planes, progra-mas, estrategias y acciones de animación sociocultu-ral. En este contexto las producciones artísticas y cul-turales que realizan los grupos sociales se enmarcan o engloban en las directrices que diseña el Estado, o mejor dicho, se alinean de una u otra manera ante el discurso del Estado.

    El nacionalismo exacerbado que vivimos en buena parte del siglo xx respondió a necesidades históricas, a un proyecto educativo, político, econó-mico, social y cultural del Estado mexicano; empero, el proyecto, concebido como algo orgánico, al paso del tiempo y por la propia dinámica del país se fue

    L o mexicano, lo jalisciense, lo tapatío, son con-ceptos que entrañan una dosis de elementos materiales e inmateriales, históricos, sociológi-cos, ontológicos, en sí, valóricos, que, al desentrañar-los con cortes sincrónicos y diacrónicos, revelan cómo se concebían por los diversos grupos sociales desde adentro y desde afuera, cómo fueron evolucionando, qué elementos se empoderan y cuáles se diluyen o desaparecen, ya que a través del tiempo los conceptos han tenido variaciones por lo demás significativas.

    La conformación del concepto identitario, tanto en el plano local como en el nacional, es resultado de un proceso de amalgamamiento de discursos, media-ciones ideológicas, religiosas, culturales, políticas, éticas y filosóficas que propician la generación de los imaginarios locales, los que de diversas maneras se integran en la urdimbre de los regionales, y estos a su vez forman el macrodiscurso del estado nacional, conformación que no es mecánica ni por decreto, sino compleja y, a veces, arbitraria.

    Algunas prácticas deportivas, musicales, gastro-nómicas, lingüísticas y de otra índole, por múltiples razones, alcanzan un predominio sociocultural que va más allá de los grupos sociales que los originaron y se extienden temporal y espacialmente a otras lati-tudes y épocas, hasta convertirse en estereotipos, pro-totipos, arquetipos o paradigmas de la cultura oficial.

    UdeG-CA-9 Investigaciones estéticas [email protected].

  • 12

    anquilosando, amén de los cambios que se gestaron en el mundo exterior, los que también contribuyeron de manera cierta a la creación de nuevas realidades culturales, las que no siempre se correspondían con los discursos oficiales. Los constantes cambios de los contextos obligan a adecuar, modificar o generar nue-vos constructos, políticas culturales, marcos jurídicos y reglamentos que direccionen o soporten las nuevas dinámicas; sin embargo, esto no siempre ocurre, la legislación normalmente va a la saga de la práctica cultural, y en un país de tantos contrastes como el nuestro conviven en una misma región diversas polí-ticas culturales.

    Paradójicamente, en la era de la aldea global, cuando las fronteras físicas, jurídicas, políticas, cul-turales y conceptuales se han diluido para dar pie a nuevos esquemas de ser y estar, están resurgiendo con fuerza las culturas locales, y las regionales se pro-yectan como unidades de producción de sentido; es decir, lo local convive con sus matices y acentos en todo el mundo. Algunos de los constitutivos surgidos en Jalisco o en la región occidente del país los vamos a analizar en su contexto local y zonal, y en su inserción en el concierto de la cultura nacional.

    En el presente ensayo vamos a bosquejar algu-nas líneas de trabajo en las que se esbozan los ejes de la identidad local, regional y nacional de buena parte del siglo xx, en el entendido de que algunos de los constitutivos siguen teniendo una función importante en el imaginario social y cultural y en los discursos oficiales de identidad nacional.

    Las sendas de la cultura nacional

    Crear un discurso de cultura nacional es asunto de política pública; esto lo entendieron desde sus oríge-nes de nuestro Estado nacional los diferentes gobier-nos. La preocupación ha estado latente desde 1821 y se mantiene en los gobiernos actuales. En todos los momentos de nuestra historia se ha buscado generar marcos jurídicos y políticas públicas para propiciar la salvaguarda del patrimonio cultural, así como su generación, enseñanza, circulación y consumo. El

    énfasis ha sido diferente por razones políticas, reli-giosas, ideológicas, económicas y filosóficas.

    En su sentido más amplio, la cultura nacional surge del

    proceso histórico colectivo de un pueblo e incluye la tota-

    lidad de costumbres y creencias presentes en el patrimo-

    nio de cada una de las culturas —en sentido antropoló-

    gico— existentes en el país… En otras palabras, es posi-

    ble afirmar que la matriz de las expresiones culturales

    en México, es variada y múltiple, tanto como lo son los

    grupos humanos que coexisten conflictiva o armoniosa-

    mente en el territorio nacional (Rosales Ayala, 1991: 10).

    Indudablemente, la cultura tiene un sentido histó-rico, puesto que los discursos culturales que se crean e imponen, sea por el Estado, sea por los grupos domi-nantes, en sus modalidades de patrimonio tangible e intangible, adquieren el sentido de temporalidad.

    De hecho, parte de la función del Estado/gobierno, a veces aliado a los grupos hegemónicos, es generar una visión del mundo con ciertos niveles de coherencia, que propicie un sentido de pertenencia a los diferentes grupos sociales y étnicos que confor-man la población nacional.

    Como bien afirma el investigador Héctor Rosales:

    La cultura nacional, tomando en cuenta la estructura

    social mexicana, no es homogénea, entre otros factores,

    por la desigualdad social y las diferencias que se convier-

    ten en desniveles culturales. Paradójicamente, la especi-

    ficidad del fenómeno nacional consiste en la creación de

    identidades, proyectos y formas de organización social

    comunes a diversos grupos y clases; esto se logra por

    medio de un conjunto de dispositivos de reelaboración,

    consagración y transmisión de la herencia cultural, que

    se encuentran en gran medida, controlados central y ver-

    ticalmente. De esta manera se decide la fisonomía oficial

    de la nación, al establecer e imponer las necesidades y

    concepciones de un sector minoritario de la población,

    como la cultura legítima para el conjunto de la sociedad

    (Rosales Ayala, 1991: 11).

    Desde esta perspectiva, el Estado moderno asume la responsabilidad de cultivar, preservar y defender la identidad nacional, así como los elementos materia-les y espirituales que dan contenido a los objetivos nacionales.

  • 13

    Esta postura engloba las diferentes formas cul-turales (cultura de masas, de élite, popular, etcétera) ya que, la cultura nacional, se vuelve una asunto de Estado y, por ende, amalgamadora de las diversas for-mas discursivas.

    La lucha por la cultura nacional se plantea al mismo

    tiempo que la lucha por la unidad política y la indepen-

    dencia política y económica. La cultura (sobre todo la

    lengua, tal vez su expresión más importante) se afirma

    en todos los casos como un elemento fundamental en

    la definición misma de una nación. La política cultural

    llega a ser factor de primera importancia para lograr la

    necesaria integración nacional y para el fortalecimiento

    de los nuevos estados (Stavenhagen, 1987: 23).

    Aunque en la integración de la cultura nacional par-ticipan productos y productores de todos los grupos sociales, en nuestro contexto ha habido una tenden-cia hacia la cultura popular:

    … enfocándonos en el tema de la cultura nacional, es

    común ver a esta identificada con la cultura popular y la

    folclórica, componentes sin duda de la identidad nacio-

    nal. Resulta obvio que esta ambigüedad en la clasifica-

    ción de los factores de la nacionalidad, ilustra cómo se

    han prejuiciado los conceptos con la estratificación de

    clases vigentes que, existe en todas las sociedades con

    marcados o sutiles altibajos. Debido a las barreras entre

    clases, los sectores sociales más cultos no se identifican

    con la cultura del pueblo, considerada por muchos nacio-

    nal, porque en ella participa el folclore y ellos, los prepa-

    rados, no son folcloristas ni se interesan en él (Ramírez

    Godoy, 2003: 61).

    En la conformación de la cultura nacional, la iden-tidad nacional y el nacionalismo, el estado tiene un papel rector, ya que de una u otra manera, a través de mecanismos de selección y ponderación va confeccio-nando lo que se considera más pertinente, de acuerdo con su concepción identitaria cultural.

    En un país múltiple en lo racial como es México, resulta obvia la pluralidad de manifestaciones artís-tico culturales que participan en la confección del imaginario oficial y popular; es decir, el conjunto de discursos valóricos verbales y no verbales que le dan sentido de pertenencia a una comunidad, por-

    que conforman los vasos comunicantes conscientes e inconscientes donde fluyen sus códigos.

    Desde el punto de vista teórico existen diferen-cias entre identidad nacional y carácter nacional; empero, en la práctica discursiva, y sobre todo en determinados momentos en que las políticas cultu-rales han sido operantes, estas vertientes se fusionan y convergen; en este sentido los investigadores Raúl Béjar y Héctor Manuel Cappello, en sus trabajos sobre estos dos campos conceptuales, asumen las siguientes posturas:

    La definición que acuñamos de identidad era en el sen-

    tido de pertenencia o la pertenencia a las instituciones

    del estado-nación. Es decir, no se podía plantear otro tipo

    de identidad nacional, para ser congruente con nuestra

    proposición, que no estuviera relacionada con las insti-

    tuciones del estado-nación. Entonces planteamos que

    íbamos a entender por identidad nacional el sentido de

    pertenencia a las instituciones del Estado-nación.

    Por otra parte, planteamos que el carácter nacional

    es una forma diferente, es un fenómeno diferente al de

    la identidad. Porque no implica el sentido de pertenen-

    cia, o sea el sentido de solidaridad con los valores, las

    tradiciones, la historia, los arquetipos ideológicos que

    se generan, sino que tenía que ver directamente con lo

    que se establece como un comportamiento conspicuo

    de un grupo social, aquellas pautas de comportamiento

    más consistentes de acción del ciudadano con sus insti-

    tuciones. Y entonces nos planteamos como definición de

    carácter nacional el sentido de participación en las insti-

    tuciones sociales; de esta manera teníamos dos avenidas

    para estudiar, por una parte, la identidad y por otra el

    carácter nacional (Béjar y Cappello, 1989: 76-77).

    El rompecabezas que el Estado arma para conformar las políticas culturales, apuntalar la identidad nacio-nal y perfilar el carácter nacional de la cultura implica incorporar los componentes de las diferentes regio-nes culturales, las que de una u otra manera han con-solidado sus rasgos identitarios en un macrodiscurso globalizante, que justifique y garantice la unidad y la pervivencia político cultural como Estado-nación.

    En este sentido, culturalmente, la Región Occi-dente de México, donde se encuentra enclavados el estado de Jalisco, ha sido incorporada oficialmente al

  • 14

    conjunto de códigos que ha generado el Estado Mexi-cano a través de sus diferentes gobiernos.

    Por supuesto que la inclusión de los elementos culturales de esta región ha sido de manera selec-tiva, como de hecho ocurrió en las demás regiones. Sin embargo, la Occidental destaca en el concierto nacional por la cantidad de factores y constitutivos que aportó para la configuración de la identidad nacional y el carácter nacional.

    En este espacio físico a lo largo de los años, se han desa-

    rrollado una serie de instituciones sociales y fenómenos

    culturales que, aunque similares a otros, guardan sus

    particularidades que les hacen distinguirse de otros. Por

    ejemplo, algunas características culturales propias de

    la región que se pueden mencionar son: el manejo del

    ganado en su versión charra; una música tradicional par-

    ticular: el mariachi; una comida muy local como la birria

    y el pozole; una bebida alcohólica particular: el tequila; y

    una actitud de reserva e intrigas sociales sobresalientes,

    entre otras muchas más (Ávila Palafox, 1991: 12).

    Estos elementos culturales regionales, y más preci-samente jaliscienses, sobre todo a partir del proyecto nacional de cultura impulsado por Vasconcelos a par-tir de 1921, se empezarán a incorporar al discurso ofi-cial de cultura nacional y, a través de diversos meca-nismos, irán formando parte importantísima de la urdimbre del imaginario nacional posrevolucionario.

    De los estados que conforman la Región Occi-dente (Jalisco, Colima, Nayarit, Michoacán, Guana-juato), Jalisco, dentro del imaginario nacional ha ocu-pado un lugar preponderante. En las artes populares, la cinematografía, los deportes, bebidas y gastrono-mía, es un referente obligado.

    Las artes escénicas en sus expresiones teatro, pantomima (la excepción es la danza), aunque inser-tas en el concierto cultural, no han tenido un desa-rrollo paralelo a las otras manifestaciones artísticas y culturales.

    La pantomima, por ejemplo, no ha generado nin-gún mimo que haya construido un discurso artístico coherente que se concatene con la realidad sociocul-tural. El teatro, sobre todo en el llamado género chico o de revista, sí alcanzó a finales del siglo xIx, y en los primeros 40 años del xx cierto impacto sociocultu-

    ral, en gran medida porque se presentaba en lugares accesibles a todo tipo de público, aunque, a decir ver-dad, no pocos trabajos tuvieron como escenario los teatros Principal y Degollado, máximos foros para las artes escénicas en la localidad (el Teatro Principal se fundó a finales del virreinato y principios de la época independiente, y se clausuró en 1939; el Degollado, inaugurado en 1866, sigue activo hasta la fecha).

    El teatro como espectáculo, como fenómeno escénico, está destinado a ser visual, aunque la fun-ción verbal ha tenido una importancia fundamental en la cultura occidental, el criterio de verdad se ha dado en los entarimados. Por ende, en el teatro se conjugan una multiplicidad de variables y formas discursivas: actuación, dirección, maquillaje, ilumi-nación, escenografía, vestuario, musicalización, cada una al servicio de la otra, en una constante y orgánica interdependencia.

    En Jalisco, de hecho, esto lo podemos hacer extensivo a un plano nacional: el teatro contemporá-neo no ha generado íconos que nos permitan, como en la danza y la música popular, vernos, aunque sea oficialistamente identificados.

    Sin embargo, sería injusto decir que no han sur-gido teatristas que han pretendido crear personajes que se identifiquen con el pueblo y que el pueblo los sienta como una extensión de sí mismo, ya que acto-res como Jesús Martínez “Palillo” lo intentaron en las carpas, con teatro de revista. Infortunadamente, ese género teatral itinerante y profundamente político sufrió un colapso con la modernización, el entrona-miento del cine y la coronación de la televisión. Ade-más de que el soporte literario era mínimo, pues la improvisación a partir de los temas importantes del día era lo que marcaba las pautas. Ahora, con esto de las redes sociales, sin que realmente se pueda hablar de un nuevo despertar de la carpa, se han recuperado y socializado algunos de los sketchs importantes.

    Habrá que decir que en siglos pasados la litera-tura dramática se ocupó poco por enclavarse en la realidad social de Jalisco; apenas unas obras desarro-llaron sus historias en estas tierras. Carlos Federico Kegel, en su obra de 1907, En la hacienda, aborda la pro-blemática de los campesinos de los Altos de Jalisco. Esta obra, a la postre, va servir más como modelo a

  • 15

    la novelística de la revolución y al cine nacionalista que al propio teatro.

    La preocupación real por escribir un teatro que proyectara dramáticamente nuestra idiosincrasia se inicia en 1950 con la aparición de Diego Figueroa Macías, dramaturgo, maestro, sindicalista, actor y director de escena, cofundador de la carrera de teatro en la Escuela de Artes Plásticas en 1953. El, desde su primera obra, Un cuarto independiente, premio Jalisco 1950, se preocupa por aprehender las formas de ser, de sentir, de pensar de los jóvenes de aquellos tiem-pos. En esta obra capta a sus compañeros de andanzas culturales, Adalberto Navarro Sánchez, Arturo Rivas Sainz, Juan Rulfo, Juan José Arreola, Alí Chumacero, José Luis Martínez, Antonio Alatorre y Alicia Tack-man. En obras posteriores, como Los poseídos, El pasa-jero olvidó algo, Hidalgo, el primer caudillo y La dama era federal, se preocupa por captar el conflicto existencial que caracteriza a los de la zona occidente de México: su conservadurismo y sus pretensiones cosmopolitas.

    El teatro de Diego Figueroa quizá no logra esos objetivos; sin embargo, provee a la escena local de una actitud frente al hecho teatral. Posteriormente, en los sesenta y setenta, Félix Vargas Molina toma como elementos de su dramaturgia el humor y el lenguaje popular; en este sentido la escena jalisciense empieza a reflejar constitutivos de nuestra idiosincrasia, ya que en el estilo de Félix lo que domina es el doble sentido, el albur, la ironía y el sarcasmo, amén de una simbología convencional como el charro, la muerte, el machismo, la música festiva popular, mariachi, sones, jarabes, chachachá y cumbias. En su teatro, lleno de colorido, aunque con algunas fallas de construcción dramática, se perfila lo mexicano, a veces caricaturizado.

    Los dramaturgos vivos han empezado a utili-zar a Jalisco, su historia, sus costumbres y lenguajes como espacio dramatúrgico. Hugo Salcedo Larios, el más destacado teatrista de los últimos 25 años, en obras como San Juan de Dios, Cumbia, hasta las tres de la mañana, la Llorona, Dos a uno, Vapor, proyecta la vida oscura de la ciudad de Guadalajara, un lado que todos conocemos, que disfrutamos, pero que, por una moralidad hipócrita, negamos. Actualmente el teatro de Hugo Salcedo maneja otras variables, una de las más importantes es la de la migración, así como los

    problemas de la frontera y el narcotráfico. El viaje de los cantores, Música de balas, La bufadora, La ley del ran-chero, Confesiones de una telefonista erótica, Nosotras que los queremos tanto, son algunos títulos de los muchos que ha producido en su pródiga vida escénica.

    Víctor Castillo, por su parte, está trabajando con personajes históricos, que contextualiza y ficciona. Nuño de Guzmán, Beatriz Hernández y otros perso-najes fundacionales del Jalisco hispánico dan pie a su literatura dramática. Algo semejante ha realizado Vivian Blumenthal en algunas de sus obras: Fray Antonio Alcalde, el hombre de la calavera, La malinchiada, Hoy juegan las Chivas, Fe de erratas, solohilaridad, textos donde personajes, sucesos y tragedias nos muestran parte de la Guadalajara de antaño y del presente, todo a través de una mirilla crítica. También en textos de José Ruiz Mercado, Gabriel Bárcenas, Dante Medina, Efraín Franco, Jorge Fábregas, Teófilo Guerrero, José Lira, Azucena Godínez, Jalisco, fundamentalmente, Guadalajara se ha ido convirtiendo en el espacio escé-nico más relevante del occidente de México, que per-mite que se muestren diferentes aspectos de nuestra cultura. En este sentido, la dramaturgia joven emplea cada vez más la música, el lenguaje verbal, los usos, costumbres y conflictos históricos, sociales y huma-nos de esta parte de nuestra América ignota, aunque habrá que mencionar que el último decenio el micro-teatro, la performática y las instalaciones empiezan a volverse el discurso preferido por los jóvenes tea-tristas recién egresados de las licenciaturas en artes escénicas y áreas afines.

    La danza, en sus vertientes moderna y contempo-ránea, aunque ha tenido importantes representantes (Onésimo González, Dévora Velázquez y actualmente Isaac Hernández, entre otros), estos no han penetrado en la sociedad, apenas si han tenido algún impacto en pequeños círculos de receptores, a diferencia de la danza folclórica, la que ha tenido un peso signifi-cativo en la conformación de la imagen de México.

    Aunque El jarabe y el son no son privativos de Jalisco, ha sido en esta entidad donde se han unido y conjugado los elementos que la industria del cine, la televisión y el sistema educativo nacional han explo-tado, hasta convertirlos en elementos de identidad

  • 16

    musical y dancística, no solo del territorio jalisciense, sino también del país entero.

    Al ver en conjunto ese mundo rural occidental nos dare-

    mos cuenta de que, si bien muy similar a los demás mun-

    dos rurales mexicanos, tiene expresiones propias. Tan las

    tiene que el charro, los “machos de Jalisco”, el mariachi,

    el tequila y otras cosas más, son emblemas regionales de

    aquellas tierras que han sido convertidas en símbolos

    nacionales por la clase política dominante. Por ello a un

    mexicano en el extranjero no se le identifica por el pulque

    o el bacanora, sino por el tequila; como tampoco se le

    identifica por el son huasteco o la jarana yucateca, sino

    con el jarabe tapatío (Ávila Palafox, 1991: 13).

    Aunque el jarabe y el son tienen un largo y acciden-tado proceso, sería después de la Revolución, en su momento armado, cuando las autoridades políti-cas y culturales de la nación empezaron a preocu-parse seriamente en generar discursos nacionalistas homologantes que permitieran crear una identidad nacional sólida; en este contexto, el jarabe y el son se vuelven piezas importantes, porque en amplias regiones del territorio nacional formaban parte del gusto musical de las mayorías; además, estas dos formas, desde sus primeras expresiones en estas lati-tudes, estuvieron asociadas a un conjunto musical denominado mariachi. El mariachi, en sus orígenes, integrado por trabajadores del campo que participa-ban en las celebraciones civiles y religiosas (las que comprendían bailes de diversos tipos, entre los cuales los sones y los jarabes), empezaron a ocupar un lugar privilegiado en el gusto del pueblo.

    Al iniciarse la guerra de Independencia, los jarabes, lo

    mismo que la imagen de la Virgen Guadalupe, se con-

    virtieron en verdaderos símbolos del espíritu nacional

    (Moreno Rivas, 1989: 11).

    Con el triunfo simbólico de la Revolución las culturas populares, entre ellas la danza y la música, reciben un fuerte impulso, ya que las manifestaciones crio-llas, mestizas e indígenas se amalgamaron dentro del proyecto nacional de cultura del Estado mexicano. Dentro de la educación formal implementada por la Secretaría de Educación Pública las formas dan-

    císticas y musicales regionales se vieron apoyadas con la intención de ponderar de manera exacerbada los esbozados valores nacionales. Paralelamente, en nuestra región el jarabe y el son se practicaban en los festivales escolares, pues formaban parte de los programas educativos, y, en la sociedad, tanto en las festividades de carácter religioso como en las conme-moraciones civiles o familiares, los jaliscienses baila-ban con singular alegría y vida, algo que sentían les era propio: el jarabe y el son.

    En el proceso de hacer de la danza folclórica un baluarte, surgieron en varios puntos del país perso-najes que se dedicaron con ahínco a sembrar en el imaginario las bases coreográficas del folclor.

    Y mientras el proyecto Vasconcelista arrancaba allá en

    la capital de la Republica, tuvo sus repercusiones acá en

    Jalisco, en donde también se había conformado ya un

    grupo de maestros, que enarbolando la misma bandera

    se entregaron con pasión al rescate de nuestras costum-

    bres y tradiciones de las danzas de esta región, y de la

    música y de los sones y jarabes de nuestro estado, así que

    por fin estábamos con los protagonistas que representa-

    ban para nosotros la punta de ese hilo conductor que no

    solo nos ayudaría a esclarecer las dudas sino que final-

    mente unificaría nuestros criterios, así que por principio

    de cuentas tendríamos que citar de manera ineludible al

    Dr. Francisco Sánchez Flores, a la Maestra Elisa Jacobo de

    Palafox y a la Maestra María del Refugio García Bambilla,

    para muchos de nosotros la inolvidable “Miss Cuca”, tres

    personajes que son reconocidos sin lugar a dudas cómo

    los pioneros de la danza folclórica en nuestro estado.

    Dr. Francisco Sánchez Flores (1910 – 1989) originario de

    Tlajomulco de Zúñiga, fue médico, pintor, bailador de

    sones y jarabes, conformó un Mariachi Tradicional (sin

    trompetas) y fue además autor de varios libros: Fulgor de

    Andanzas, Danzas Fundamentales de Jalisco y Los palomos

    Torreros (Mejía, 2007: 22).

    En este proceso de oficialización de los códigos popu-lares del jarabe y del son, la vestimenta de charro también se va a incorporar al discurso, pero con una fuerte carga festiva. El traje, normalmente utilizado en la vida práctica de las haciendas, por amos y capo-rales, durante el siglo xIx y principios del xx, sufre un proceso de estilización, de simbolización con el proyecto nacional de cultura. La vida del campo se

  • 17

    urbaniza, y los elementos funcionales y prácticos se subliman. De lo que se trata en los actos educativos formales es de representar; así, el traje de charro se convierte en un símbolo de mexicanidad, de hombría, de triunfo de la revolución cultural, de fusión de códi-gos populares con los criollos.

    La charreada puede tomarse como un conjunto com-

    plejo de elementos que operan como signos de un dis-

    curso general. En este el vestuario es uno de los elemen-

    tos centrales, como definitorio no solamente del género,

    sino también de una nacionalidad y un estatus… El traje

    formal saca a quien lo utiliza de su contexto cotidiano y

    lo sitúa como objeto de exhibición, para contemplación

    pública. Por otra parte, el traje charro uniforma de algún

    modo a los concursantes y sienta un terreno de cierta equi-

    valencia para los competidores (Palomar Verea, 2010: 69).

    La importancia simbólica del traje charro queda manifiesta en el decreto presidencial de don Pascual Ortiz Rubio, 1931, quien lo eleva a traje nacional, lo que le permite consagrarse como símbolo de la mexi-canidad; vestirse de charro era vestirse de México. En la misma época, y en el mismo sentido de exaltar la charrería, se decretó el 14 de septiembre (a partir de 1931) como día del charro. Esta postura oficial permi-tió que en todos los lienzos del país y en los espacios públicos donde la charrería es más que una práctica de hombría y exhibición, los charros hicieran desfi-les o cabalgatas donde se encuentran los principales elementos de los charros: el estandarte de la virgen de Guadalupe y la bandera nacional, los caballos, la pistola y las mujeres ataviadas de chinas poblanas o vestidas de charras.

    En este contexto, el traje de charro se dimen-siona, se formaliza su uso, se genera una normativi-dad escrita y otra sobreentendida.

    La doctora Cristina Palomar profundiza en la pro-ducción imaginaria del charro y la charrería en el ima-ginario nacional en la obra citada. Ella considera que:

    …la charrería es un elemento sociológico y cultural sig-

    nificativo por la proyección nacional e internacional que

    se le ha dado, siendo el charro en sí mismo un estereotipo

    que pretende ser representativo de lo mexicano en un

    sentido amplio; aunque es al mismo tiempo, y paradójica-

    mente, una figura asociada a regiones y sectores sociales

    específicos. Para algunos los charros y la charrería es una

    forma de vida, una manera de entender el mundo, una

    tradición enraizada en los antiguos orígenes cuyo sentido

    está vivo todavía y es lo que produce una serie de emo-

    ciones intensas entre las que destaca la pasión con la que

    viven la fiesta charra (Palomar Verea, 2010: 88).

    En el periodo de la Revolución, en gran medida la cha-rrería deja de ser una práctica productiva rural para transformarse en una actividad lúdica. De hecho, en 1921 se creó la primera asociación nacional deportiva de charros, justo en la conmemoración del primer centenario de la consumación de la independencia de México, con el beneplácito y apoyo del general Álvaro Obregón, presidente constitucional en esos momentos. Charrería que va a alcanzar, con el apoyo presidencial en 1931, el rango de deporte nacional.

    A partir de 1930 el Estado mexicano implementó una serie

    de mecanismos de negociación política frente a distintos

    actores sociales, tendientes a producir un consenso nacio-

    nal que garantizara las condiciones que le permitiera legi-

    timarse y gobernar. En este contexto, entendemos que

    la figura del charro como representante de lo mexicano,

    forma parte de un imaginario social nacionalista nece-

    sario para garantizar la unidad, soberanía y definición

    de fronteras de la nación, y que permitiera legitimar al

    estado mexicano moderno (Palomar Verea, 2010: 102).

    De hecho, a partir de la metamorfosis rural-urbana que viven el charro y la charrería se gesta una estili-zación y sofisticación normativa desde la forma de portar el traje, los elementos que este debe contener, así como las suertes que debe dominar y demostrar en los lienzos y espacios públicos donde participe. La institucionalización fue un proceso que va de 1921 a 1933, periodo en que los gobernantes mexicanos coad-yuvan a su oficialización; posteriormente, y sobre todo a partir de 1936, el cine va a consagrar y proyectar a planos nacionales e internacionales al charro, a la charrería y a toda la carga simbólica triunfalista del nacionalismo cultural.

    En los años cuarenta, el cine mexicano tuvo su época de

    oro, y fue entonces que la imagen del charro llegó a los

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    escenarios internacionales constituyéndose así probable-

    mente en el principal mecanismo para su difusión y con-

    sagración como figura nacional mexicana. Sin embargo,

    según los mismos charros, la imagen que se construyó y

    exportó el cine fue una imagen distorsionadora y trasto-

    cada (Palomar Verea, 2010: 121).

    Indudablemente, la consolidación de los estereoti-pos y su consecuente estilización van a estar provis-tas de una marcada teatralidad; así, figuras como las de Tito Guízar, Jorge Negrete, Pedro Infante, Javier Solís, Luis Aguilar, Antonio Aguilar, Miguel Aceves Mejía, son charros del celuloide que responden a acti-tudes estudiadas y exacerbadas: el charro es guapo; es decir tiene porte, lo primero para ser un charro es parecerlo, disponer de un lenguaje corporal preciso y viril: las formas de caminar, de sentarse, de expresarse gestual y mímicamente, deben implicar decisión y hombría; los enormes bigotes, la voz golpeada, amén de su maestría en el dominio de las suertes charras, su comprobada lealtad al Estado, a la justicia, a la reli-gión, en sí a los valores dominantes, son parte integra-dora de la imagen general, aunque los charros líderes naturales debían además ser triunfadores en la vida y el amor, ser luchadores incansables dispuestos hasta el sacrificio por el orden y la justicia y cantantes con-sumados, que lo mismo hacían vibrar a una damisela que a una guitarra.

    En el mismo periodo de la entronización del cha-rro y la charrería como símbolos de la mexicanidad posrevolucionaria, otras formas culturales empeza-ron a calar hondo en gusto y en el discurso oficiales: el jarabe tapatío, el jarabe largo ranchero, el son de la negra, comenzaron a bailarse con la vestimenta cha-rreril y acompañamiento de mariachi, lo que amalga-maba elementos de corte popular, indígena y criollos.

    Con la reciente declaratoria por parte de la UNESCO a la charrería como patrimonio inmaterial de la humanidad (2016), por ser una expresión repre-sentativa de México y que coadyuva a mantener y trasmitir valores a las nuevas generaciones, la cha-rrería como deporte y como ícono tiene relativamente garantizada su pervivencia, ya que el gobierno mexi-cano se vuelve garante de su salvaguardia.

    El mariachi, al mismo tiempo que la danza y la vestimenta de charro, vivió un periodo de reacomodo y aclimatación. De ser un conjunto dominantemente rural, a partir de su aceptación en la capital de la República por 1925 (la plaza Garibaldi dio cabida de manera más o menos permanente a mariachis jalis-cienses, con lo que se empezó a consolidar en el cen-tro del país el gusto por este tipo de conjuntos musi-cales) y su posterior modernización instrumental e incorporación como elemento base en la filmografía nacional. (Para Carlos Monsiváis la modernización se gestó como un acto voluntario de Emilio Azcárraga en 1928, cuando a petición suya se incorporaron las trompetas al conjunto musical, para con esto darle mayor sonoridad y significado al triunfo de la Revolu-ción. A través de la xEw, fundada en 1930, el mariachi va a tener un lugar importante en la programación de la estación radiofónica, la ya en aquel entonces tenía cobertura en todo el territorio nacional y llegaba a no pocos países, por lo que se jactaba de llamarse “La voz de América Latina desde México”). En este periodo el mariachi se volvió portador del traje de charro y de una carga simbólica sin precedentes que se ve reforzada por la cinematografía nacional y la industria discográfica.

    Investigaciones recientes han demostrado que el empleo de las trompetas en los mariachis se registra desde finales del siglo xIx (1895), aunque no era lo dominante, sino la excepción; el llamado mariachi tradicional se caracteriza por el empleo de instru-mentos de cuerda y se contrasta con el moderno o sinfónico, que utiliza trompetas; empero, esta cla-sificación responde a concepciones actuales. Estu-diosos del mariachi como los son Jesús Jáuregui, Efraín de la Cruz, Ernesto Cano, Arturo Chamorro y una gran cantidad de investigadores nacionales y extranjeros, han dado cuenta en el último decenio del origen multirregional del mariachi, sus procesos, variaciones, transformaciones, internacionalización y consolidación como símbolo, así como de los otros constitutivos (danzas, jarabes y cantos), que forman parte del complejo cultural denominado mariachi. Los aportes cada año en el coloquio que se organiza en Guadalajara desde 2010, como parte del Encuentro Nacional del Mariachi Tradicional.

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    A partir de que la UNESCO (2011) incorporó el mariachi a la Lista Representativa del Patrimonio Inmaterial de la Humanidad, una activa comunidad de mexicanos integrada por músicos mariacheros, compositores, académicos, promotores, organis-mos civiles, profesores de música de mariachi y el gobierno en sus tres niveles, realizan gestiones, elabo-ran proyectos, operan programas y concretan accio-nes para contribuir a la salvaguardia del patrimonio cultural inmaterial que se ha denominado, El Maria-chi, música de cuerdas, canto y trompeta (Villicaña Torres, y Cervantes Tinoco, 2015: 9).

    De gran importancia en la urdimbre que fue tejiendo la identidad nacional es el corrido, forma poética musical que en México ha alcanzado una multiplicidad temática y una diversidad de funcio-nes (informativas, ideologizantes, moralizantes, de exaltación de personajes y animales, de registro de acontecimientos que calan hondo en la sociedad, etcétera). Quizá esta sea la más antigua de las expre-siones artístico-culturales que sirvieron para apun-talar la identidad mexicana durante la revolución y después de ella.

    A decir de historiadores de la música, y del corrido mexicano en particular, nuestro corrido, por un lado, hunde sus raíces en el romance español de la Baja Edad Media y de los siglos xv y xvI y, por otro, se ha conformado con otras formas tanto musicales como literarias, como la llamada bola suriana.

    A decir de Celedonio Serrano Martínez:

    El corrido mexicano es el género poético de más auténtica

    cepa popular que ha creado nuestro pueblo, para cantar

    sus sentimientos, celebrar a sus caudillos, aplaudir sus

    triunfos, lamentar sus derrotas, y en general, para con-

    servar vivas sus tradiciones, las hazañas de sus héroes, los

    grandes sacudimientos históricos y cuantos acontecimien-

    tos sociales, políticos y económicos han impresionado

    hondamente su conciencia, haciéndonos vivir el pasado

    en el presente, a la vez que enlazándolo con el porvenir.

    Lo ha creado para expresar su saber, su forma de sentir

    y de pensar, pero tan como él sabe las cosas, las siente y

    las piensa, es decir, es decir, tal como el reacciona ante la

    realidad que el medio le impone, puesto que el valor de

    la auténtica poesía popular estriba en la manera cómo

    ella se ajusta a dicha realidad (Serrano Martínez, 1963: 13).

    A mediados del siglo xx, en los campos mexicanos el corrido de corte informativo seguía teniendo pro-funda postura patriotera y nacionalista, se vuelve un medio para defender ideologías y para atacar a los adversarios políticos, y sobre todo para hacer un juicio popular de la historia; don Félix Cruz, origina-rio de La Campana, municipio de Ixcapuzalco, Gro., como muchos trovadores y compositores de corridos, lanza su visión sobre la época de Juárez en momentos de la invasión napoleónica. He aquí una estrofa de uno de sus corridos, donde los elementos enunciados aparecen, amén de una postura crítica y viril:

    La miserable y ambiciosa jauría clerical

    Vil vendedora de la paz de la Nación,

    Quiso famélica por oro a nuestra patria subyugar

    Bajo el dominio de un intruso emperador (Serrano Mar-

    tínez, 1963: 28).

    El corrido alcanza su nivel épico más elevado en el periodo de la Revolución caliente (1910-1923) y la con-trarrevolución o Guerra Cristera (1926-29), periodos estos en que los líderes disponían de compositores profesionales de corridos para que exaltaran sus hazañas, pero, sobre todo, para que hicieran propa-ganda, para que sirvieran de puente con el pueblo, dominantemente analfabeto. Villa, Zapata, Carranza, Valentín de la Sierra, Eraclio Bernal, se vuelven prota-gonistas del imaginario revolucionario y cristero, en ellos se volcó la lírica a través del corrido y posterior-mente de la cinematografía.

    La Adelita, La Valentina, El corrido del Agrarista y Valentín de la Sierra, representan varios de los gru-pos o facciones que se participaron en el movimiento social llamado Revolución y Cristiada. La Adelita y La Cucaracha se identifican con el grupo villista, son formas poético-musicales que exaltan la figura e ideo-logía del Centauro del Norte.

    Con las barbas de Carranza

    Voy a hacer una toquilla,

    pa ponérsela al sombrero

    de su padre Pancho Villa.

    En Jalisco las figuras protagónicas, musicalmente hablando, fueron las contrarrevolucionarias; en este

  • 20

    contexto, Valentín de la Sierra se volvió como un himno para los católicos y cristeros.

    Antes de llegar al cerro

    Valentín quiso llorar,

    Madre mía de Guadalupe

    Por tu religión me van a matar.

    La penetración del corrido en el gusto popular lo llevó a convertirse en la primera voz musical identitaria de los mexicanos; posteriormente surgirán compositores que enarbolaron y captaron sensiblemente los aires de los nuevos tiempos y los plasmaron en el paisaje vernáculo y romántico (Agustín Lara, Guty Cárdenas y José Alfredo Jiménez, entre los más representati-vos; sobre todo este último aprovechó las formas y la penetración social del corrido para crear composicio-nes de gran impacto social “El Perro Negro, El Jinete, El Caballo Blanco…). Con justa razón los propios poe-tas populares rendían constantemente homenaje al corrido como forma cultural, como la voz auténtica del pueblo.

    El alma del pueblo canta

    a sus héroes en corridos

    y jamás entona nada

    para los héroes fingidos

    que con mentiras se elevan

    para hundirse en los olvidos;

    para saber quién es quién

    hay que escuchar los corridos.

    Villa y Zapata se convierten en figuras imprescindi-bles en el imaginario popular. El pueblo les canta, durante la revolución y mucho tiempo después de que fueran asesinados; es decir, de su sublimación. Muy a contrapelo del discurso oficialista, los íconos populares de Villa y Zapata perviven en la conciencia de los desprotegidos. No en balde el levantamiento armado que se suscitó hace diez años, tomando como epicentro a Chiapas, lleva el nombre de Zapata y uti-liza las estrategias militares de Villa (Ejército Zapa-tista de Liberación Nacional).

    A decir de Carlos Monsiváis, el periodo épico del corrido culmina en los cincuenta cuando la Revolu-

    ción se petrifica y los antihéroes y otros elementos empiezan a dominar los escenarios.

    En los últimos 25 años se ha propiciado un nuevo enfoque del corrido. A finales de los setenta, con com-posiciones como La Banda del Carro Rojo, se testimonia la lacerante realidad nacional: la existencia de ban-das de traficantes de narcóticos. Las nuevas adelitas y hombres bravíos se funden en discursos amatorios de traición, las cananas y retrocargas son sustituidas por cuernos de chivo, los caballos y ferrocarriles por camionetas y carros blindados, los narcos sustituyen a los guerrilleros y héroes populares. Narcocorridos como La Huida del Chapo Guzmán, Masacre en Guada-lajara, Lamberto Quintero, se han vuelto los espacios de reconocimiento del nuevo imaginario social.

    En la medida en que el Estado mexicano institu-cionalizó un discurso identitario, fruto de los linea-mientos de la Revolución, la misma dinámica interna de la sociedad mexicana fue asimilando y modifi-cando las propuestas originales (creándose una inte-rrelación dialéctica entre las propuestas del Estado y la utilización o consumo social); en muchos casos se fueron estilizando, academizando, las expresiones-artístico culturales, hasta adquirir cierta estabilidad conceptual. Ante la nueva realidad, había espacios emocional y cultural para exaltar desde la perspectiva vernácula los valores regionales y nacionales. Cancio-nes como: “Yo soy mexicano/ mi tierra es bravía/ pala-bra de macho/ que no hay otra tierra/ más linda y más brava/ que la tierra mía”, “México lindo y querido/ si muero lejos de ti/ que digan que estoy dormido/ y que me traigan aquí”, “Voz de la guitarra mía/ al despertar la mañana/ quiero cantar mi alegría/ a mi tierra mexicana”, “Ser charro es ser mexicano/ noble, valiente y leal”, “Allá en el Rancho Grande/ allá donde vivía/ había una rancherita que alegre me decía…”, “Guadalajara en un llano/ México en una laguna/ me he de comer esa tuna/ aunque me espine la mano”, “¡Ay, Jalisco, no te rajes!”, “Guadalajara, Guadalajara/ tienes el alma de provinciana/ hueles a limpia rosa temprana. Guadalajara, Guadalajara/ tienes el alma más mexicana”, “Ay Jalisco, Jalisco, Jalisco/ tú tienes tu novia que es Guadalajara/ muchacha bonita/ la perla más rara/ de todo Jalisco es mi Guadalajara”, “Esos Altos de Jalisco, qué bonitos”, y un etcétera larguí-

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    simo que vino a matizar la nueva realidad, a ponderar los valores y a dar un profundo sentido de pertenen-cia, de arraigo, de orgullo nacional y regional.

    Entre las bebidas espirituosas el tequila asume el papel protagónico en este proceso de legitimación nacionalista. Las aguas frescas, el chocolate, el atole y el pulque tenían más prosapia, más penetración en el gusto popular, sobre todo en el altiplano; empero, esta bebida destilada que se obtenía de un agave azul es la zona de Jalisco fue la que pervivió.

    Esta bebida tuvo todo un proceso de aclimatación entre los nuevos grupos sociales que conformaron la Nueva España y posteriormente México. Del siglo xvI a principios del xIx:

    La bebida se vendía en expendios llamados tabernas y su

    procesamiento era manual. A mediados del siglo xIx apa-

    rece el concepto de empresa industrial en Jalisco, hasta la

    sexta década del siglo xx, marcada por dos hechos tras-

    cendentes, la incursión de capital extranjero en la indus-

    tria del tequila y el cambio de formulación original de la

    bebida (Gutiérrez González, 2001: 96).

    De hecho, la abundancia de este producto y su comercialización alcanzaron cifras extraordinarias en la época porfirista, periodo en que llegaron a pro-ducirse más de diez millones de litros al año. En la era posrevolucionaria la productividad bajó signi-ficativamente, entre otras razones por la afectación de los grandes latifundios por la Reforma Agraria; empero, en la década de los cuarenta se reactiva la industria del tequila estimulada por las exportacio-nes, el consumo interno, y su entronización como la bebida nacional, promovida por los medios sociales de comunicación, el Estado mexicano y la industria cinematográfica.

    En 1964 se modifica la norma del tequila y se per-mite la utilización de otras materias primas que no sean agave para la elaboración del producto llamado oficialmente tequila.

    El gobierno mexicano establece como territorio de origen

    de esta denominación a todo el estado de Jalisco y muni-

    cipios de Nayarit, Michoacán y Guanajuato. Mediante

    esta declaración, el estado mexicano se constituye en el

    úNICO titular de la denominación de origen “tequila”,

    se decreta propiedad de la nación, por lo que, el uso de

    la palabra “tequila” para designar bebidas alcohólicas

    deberá contar con la autorización respectiva (Gutiérrez

    González, 2001: 132).

    Del plano jurídico el Estado mexicano pasaba al sim-bólico, por eso promovió ante la UNESCO esta bebida y el paisaje agavero; es decir, todo el proceso produc-tivo y su entorno geográfica, arquitectónico y cultural, para que pasara a formar parte de la lista del patri-monio de la humanidad, lo que se logró en 2006. Las implicaciones económicas y el impacto sociocultural han sido manifiestos, pues el tequila se ha promo-vido como nunca, y la producción de esta bebida se ha multiplicado; las inversiones extranjeras se han hecho presentes y la imagen del tequila con México se ha fortalecido a escala internacional.

    José Alfredo Jiménez, uno de los pilares verná-culos de la mexicanidad, le va a cantar desgarradora-mente a la mujer; en su música, el charro tequilero va a tener una función vital: es un macho sensible, jugador, pendenciero, sentimental, enamorado y muy tequilero. “Quise echarla al olvido/ al estilo Jalisco/ pero aquellos mariachis/ y aquel tequila me hicieron llorar”.

    Lucha Reyes, “la reina de la música bravía” había creado en 1939 su himno, la canción que la proyectó e identificó, hasta su muerte, ocurrida en 1944: “La tequilera”. Canción donde el tequila alcanza dimen-siones bautismales, ritualísticas, sagradas: “Me lla-man la tequilera/como si fuera de pila/ porque a mí me bautizaron/ con un trago de tequila”.

    Los símbolos que tejían la urdimbre nacionalista estaban servidos en el banquete oficialista: charros, charrería, sones, jarabes, corridos, música vernácula, cinematografía, tequila|. Faltaba, sin embargo, un ingrediente más: el futbolero. El equipo Guadalajara, aunque fundado por franceses a principios del siglo xx (de hecho, lleva colores que no son muy mexicanis-tas), por el hecho de estar integrado solo por jugadores mexicanos de nacimiento o por ius sanguinis, le dio el toque mágico en la década de los cincuenta para con-vertirse poco a poco en el símbolo del futbol mexicano. Unido esto al cúmulo de campeonatos que obtuvo en un lapso menor de veinte años. El campeonísimo, El rebaño sagrado, Las chivas rayadas del Guadalajara, y en

  • 22

    más de un momento Las súper chivas, son epítetos que el pueblo o los mercadólogos han impuesto a través del tiempo al equipo más popular de México.

    Otra característica que hace al Guadalajara ampliamente

    popular es su función como símbolo de identidad, lo que

    está ligado con el hecho de que solo contrate jugadores

    mexicanos. El equipo integra a su alrededor a una iden-

    tificación social. En otras palabras, para el aficionado, el

    equipo Guadalajara es un símbolo tangible de herman-

    dad nacional, de fraternidad surgida del hecho de com-

    partir el país de nacimiento. Al mismo tiempo el conjunto

    chiva es factor de integración para aquello que identifica

    “lo mexicano” con lo que aquel representa, incluyendo,

    por cierto, las raíces culturales (Fábregas Puig, 2001: 69).

    Cuando el equipo Guadalajara es exaltado y bea-tificado, los demás elementos estereotipados de la mexicanidad y del nacionalismo se encontraban bien delimitados. Con la sacralización de las Chivas se pro-mueve simbólicamente una rivalidad entre el centro y la provincia, confrontación en la que El rebaño sagrado representa a los desposeídos, a la provincia; el centro, el poder, lo extranjero son representados por el América.

    Lo sagrado del Rebaño estriba en que simboliza las raíces

    profundas de México, la alianza del pueblo de pueblos

    que es la nación, la capacidad de construir la herman-

    dad humana en medio de la diversidad (Fábregas Puig,

    2001: 70).

    Todos estos elementos, amén de los lenguajes corpo-rales, permitieron la creación de un macrodiscurso donde al mexicano le dijeron estaba representado. El constante reforzamiento, a través de cientos de pelícu-las, de programas de televisión, de festivales, hicieron que la mayoría de los mexicanos nos apropiáramos de esas formas espectaculares y nos sintiéramos refleja-dos e identificados con ellas.

    Las nuevas generaciones quizá no vivan tan intensamente como las de antaño esas formas cul-turales; sin embargo, es evidente que prácticamente todos aludimos a ellas para hablar de mexicanidad, lo que nos obliga a pensar que esas estructuras calaron hondo porque fueron creadas a partir de la fusión de

    elementos que ya formaban parte de prácticas socia-les de diversos grupos socioculturales.

    Habrá que decir que estos y otros elementos, parte sustantiva del discurso aceptado o impuesto sobre la identidad mexicana, se han visto trastoca-dos en los últimos decenios por otros imaginarios, por otros discursos que hablan de nuevas realidades socioculturales. El narcocorrido se ha incrustado en el gusto del pueblo de manera significativa, quizá porque esta forma musical responde a la vieja y asi-milada estructura del corrido o porque, como aquel, tiene tintes épicos; por ende, describe con cierta obje-tividad la realidad imperante. De hecho, ha surgido toda una cultura del narco, un estilo de vida; las tri-bus urbanas cada vez más abundantes también están generando códigos que inciden en nuestra realidad cultural, así como la globalización que propicia una homogenización con los ciudadanos del mundo.

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  • 24

    esTado del arTe de la ProduCCióN CieNTífiCa feMeNiNa baJo el ParadigMa CualiTaTivo eN las áreas eCoNóMiCo adMiNisTraTivas

    susaNa bereNiCe vidrio baróN, alMa ruTH rebolledo MeNdoza, JuaN flores PreCiado

    AbstractIn classical, modern and posmodern approaches quali-tative analysis —phenomenology, critical theory and interpretivism— considered as the feminine intellectual development realm. Those feminine voices were better suited for narrative, description and detail –masculine efforts directed toward science generation- and women being the relators. This paper presents the analysis of this phenomenon and research on the places gained by women without masculine patronage in scientific publishing. Bibliographic research throughout special-ized databases and scientific journals written in Span-ish, under qualitative approaches conducted. Results point out that the paradigm prevails and that women participation is scarce, being the masculine voices heard in a world supposedly exclusive for women. In Spanish scientific writing, the ground previously gained by Anglo writing women is becoming lost because of the prolific and active male production.

    Keywords: female voices, management-economics, qualitative, hispanic writing, bibliographic

    Resumen En la concepción clásica y moderna se considera que el ambiente del análisis cualitativo ha sido el terreno fértil para el desarrollo intelectual femenino. En este docu-mento se analiza si este fenómeno se mantiene y si la mujer ha logrado escalar lugares en la jerarquía científica al poder publicar sin contar con un patrocinio mascu-lino. Para este efecto se realizó una revisión bibliográfica dentro de las bases de datos de revistas de investigación científica en español bajo los enfoques cualitativos. Los resultados señalan que el paradigma no se prolonga, sino que la inclusión de mujeres en este dominio ha ido en declive, y los hombres son los principales expositores en un mundo que anteriormente era exclusivo de las voces femeninas. En la publicación en español, el terreno ganado anteriormente por las contrapartes femeninas angloescribientes se está perdiendo ante la participación más activa y prolífica de los varones.

    Palabras clave: voces femeninas, económico-adminis-trativas, cualitativo, hispano-escribiente, bibliográfica

    UC-CA-59 La mercadotecnia y la investigación asociada a la innovación [email protected].

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    Introducción

    L a palabra por sí misma ha sido usada desde tiempos antiguos como un arma que brinda al que la usa una fuente de poder inagotable, sobre todo si se convierte en la lingua franca dentro de determinadas sociedades, grupos étnicos o poblacio-nes. El lenguaje, en este sentido, se convierte en un artífice de colonización y en progenitor de la hibri-dación cultural que se deriva de su imposición hacia el interior de esa civilización. Esta cambia debido a que el lenguaje trae consigo permutaciones, recons-trucciones sociales, descomposiciones semiológicas y cognitivas, decodificaciones, diversidad de iconogra-fías y estructuras semánticas. Es el grupo colonizado el que debe adoptar y adaptarse a la nueva lengua que habla el conquistador.

    Esto se conoce como:

    …proceso de “desposesión lingüística” y crea lo que

    Frantz Fanon describe como sentimientos de dependen-

    cia e inadecuación en su trabajo Black Skin, White Masks.

    Aquellos individuos que han sido depuestos de sus sen-

    timientos, de sus palabras, de su lenguaje y sin lenguaje

    es doblemente difícil resistir la ocupación y reconstruir

    su identidad. Hoy en día, los movimientos del inglés

    estadounidense abogan por la total colonización de cada

    individuo que no pertenezca a su estándar y propósito

    principal de valores y recompensas (Nieto, 2007: 231).

    El lenguaje, con el tiempo, se materializa en la escri-tura. Esta también se considera como una forma de violencia y control sobre las clases dominadas (Lévi- Strauss, 1955), así como una forma de diferenciar las sociedades civilizadas de las no tanto o primitivas (Doja, 2006: 160). Evidentemente, el lenguaje y la escritura que han prevalecido en el “establishment” o el imperialismo lingüístico tienen la forma del hom-bre blanco angloparlante y escribiente.

    En una discusión más moderna del efecto que ha tenido la imposición de lenguaje sobre las regiones, se habla de que algunas fueron menos violentas y hasta “pacíficas”; es el caso de lo que se discute sobre la conquista sosegada que se da a través del cristia-nismo en México y la adopción del castellano como

    lengua oficial —aunque esta postura sigue siendo sujeta a debate.

    Desde una perspectiva clásica en el siglo xvII, se asume que existen dos tipos de formas de escritura, la literaria y la científica. La primera es objeto de estu-dio de la narrativa, la novela, la retórica y la ficción, entre otras. A mediados del siglo xvIII se introduce el término ciencia social (Condorcet, 1955), a través del conocimiento de la verdad —una postura positivista por naturaleza— pero agregando que esta tarea debe-ría ser “fácil y el error casi imposible”, a través del uso del lenguaje preciso (Richardson,1990: 14).

    Ya para el siglo xIx se entendían estos dos para-digmas como cosas distintas; la literatura relacionada con el arte, la cultura, la estética, la ética, la moralidad y la humanidad (Clifford y Marcus, 1986) y recono-ciendo las licencias poéticas tales como la metáfora y el lenguaje ambiguo. Por el contrario, el lenguaje científico considerado como objetivo, no ambiguo, preciso, sin contexto y sin cabida para la metáfora y la abstracción (Richardson y St. Pierre, 2005: 30).

    Adicionalmente, se entendía y relacionaba la lite-ratura, específicamente la novela, como una forma de expresión eminentemente femenina. Sobre todo por-que era una de las actividades permitidas y promovi-das en Inglaterra desde 1688 —dado que la mujer no era sujeto de obtener bienes materiales en propiedad; es decir, no podía heredar ni tener propiedades a su nombre—, con la aparición del escrito denominado The Royal Slave, cuya autora fue Aphra Behn, a quien se atribuye ser la primera mujer que vivió de vender sus escritos a raíz de la muerte de su esposo (Behn, 2014: 27). Otra pionera fue Fanny Burney, quien, en contraposición con su familia, publicó activamente varias novelas de forma anónima (Hemlow, 1958). El nombre de Elizabeth Carter también trascendió; sin embargo, su historia es diferente pues contaba con el apoyo de su padre, sobre todo por ser él amigo del editor de la revista Gentleman´s Magazine (Carter y Pennington, 1808).

    Sobra decir que varios nombres más han figu-rado en la historia de la literatura inglesa, la cual ha dado cabida a la participación de las mujeres, sobre todo a través del trabajo que entre 1790 y 1816 hace la escritora Jane Austen. Es un claro ejemplo la docu-

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    mentación de las costumbres, hábitos, protocolos y folklore de su tiempo, incluso recordada y analizada a la luz de la visión posmoderna, la cual contrasta las costumbres actuales con las de la época, documen-tación crítica para entender el lugar de la mujer en el ambiente escrito angloparlante (Spencer, 1986: 12)

    Sin embargo, la función del registro de las cien-cias ha sido asignada a los hombres. Excepto por un periodo que está documentado en el tiempo de la reina Victoria de Inglaterra —cabe destacar que, en la historia del poder, la religión y la política las muje-res inglesas han ocupado un lugar preponderante—, en se les dio un espacio muy específico a las jóvenes, sobre todo para promover su incursión en las ciencias médicas, a través de la emisión de revistas académi-cas dirigidas a este sector poblacional, tales como The Young Lady´s Magazine of Theology, History, Philosophy and General Knowledge, de 1938 (Lightman, 2008: 172).

    También se registra históricamente la publicación revolucionaria del libro de la escritora Mary Somervi-lle, quien ha sido llamada “La primera mujer científica en la historia inglesa”, así como la primera geógrafa. Su libro Physical Geography fue publicado en 1848 —incluso antes de que la geografía se reconociera como una disciplina universal (Sanderson y Somerville, 1974; Baker, 1948)—; posteriormente, con el libro On the Con-nexion of the Physical Sciences, logró cambiar la perspec-tiva de la visión de la filosofía natural, la historia natu-ral a entender mejor la ciencia médica, así como dado el primer paso para incluir el trabajo de otras mujeres en las áreas de la química, las matemáticas, la biología y la medicina (Creese, 1991; Tee, 1983).

    Antecedentes del trabajo

    A pesar de esto, todavía se considera —a la luz de un debate posmoderno y feminista— que la posición de esas mujeres, que incluso se habían ganado un lugar y el respeto de sus colegas hombres, se daba por diver-sas razones que no tenían nada que ver con la ciencia sino con razones de “licencias sociales” otorgadas por motivos de clase, de religión; en principio como un asunto de socialización o popularización de la ciencia (Cooter y Pumfrey, 1994; Lindee, 1991).

    La generación de la ciencia sigue siendo una función masculina; las mujeres tienen un papel de relatoras, o se les permite participar de este proceso al documentar los hallazgos, tal como se demuestra en el siguiente párrafo:

    En 1874, el eminente científico escocés, James Clerck

    Maxwel