Lincoln Biografia

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Pertenece a la Historia

Por PAUL M. ANGLE

Paul M. Angle, director de la Sociedad Histórica de Chicago, es una de las más grandes autoridades en la vida y la carrera política de Abraham Lincoln. Es autor de “Nuevas Cartas y Papeles de Lincoln” ; de “Lincoln; 1854-1861”, “Un Anaquel de los Libros de Lincoln” y otras obras. Entre sus antecedentes en la materia figura también la edición y dirección de la po­pular revista “Lincoln Reader”.

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"Tengam os f e en que el derecho hace fuerza y en que la f e nos perm ite

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Europa tenía al mundo en un puño y Napoleón tenía en un puño a Europa. El “Em perador” había obligado al Rey de Prusia y al Zar de todas las Rusias a firmar humillantes alianzas con Francia y sus vastos ejércitospululaban en España y Portugal, aplastando los últimos focos de oposición asu hegemonía sobre el continente. Sólo Inglaterra seguía desafiándolo, pero aunque la gian nación insular conservaba aún el dominio de los mares, sus posibilidades de una victoria realmente decisiva eran muy remotas.

Estamos en febrero de 1809. La guerra europea había ejercido desastrosos efectos sobre el tráfico marítimo de los Estados Unidos, a pesar de lo cual la joven nación se había rehusado a comprometerse en la lucha. El tercer presidente norteamericano, Thomas Jefferson, estaba a la sazón en las postrimerías de su segundo período de cuatro años y no tardaría en delegar el mando en James Madison.

Los trece estados originales de la Unión se habían hecho diecisiete. Lagran mayoría de los siete millones de habitantes del país aún residían a lo largo de la costa atlántica, aunque cada año miles de ellos emprendían la marcha hacia el oeste para instalarse en las fértiles tierras que se extendían más allá de las Montañas Allegheny. En esa región ya se habían formado tres nuevos estados, que no tardarían en ser seguidos por otros.

El más antiguo de los nuevos estados era Kentucky, que se alzaba al sur del río Ohio y se extendía hasta el Mississippi. Era una tierra feraz, muy apreciada por los indios por la abundancia de venados en las boscosas laderas de sus colinas y en sus fértiles valles. Para los pioneros norteamericanos, la región era un paraíso terrenal. En 1809, cuatrocientas mil personas, entre hombres, mujeres y niños, vivían en su suelo, no obstante lo cual podía decirse que su población era muy escasa. Pocas eran sus ciudades, de cualquier tamaño, y la mayoría de sus pobladores habitaban cabañas que no eran sino simples chozas de troncos levantadas por sus propias manos. En pequeños predios cultivaban cereales (sobre todo maíz) para su alimentación y la del paupérrimo ganado que poseían, que por lo general se componía escasamente de un caballo, una vaca y algunos cerdos. Se vestían con las pieles de los animales que ellos mismos cazaban y que abundaban en los bosques de la región, y con las prendas confeccionadas por sus mujeres con la lana que hilaban y tejían con sus propias manos. El dinero era escaso, pero la verdad es que casi no lo necesitaban. Sus viviendas eran confortables y les sobraban alimentos. Eran dueños de sus tierras, regían sus propias vidas y estaban orgullosos de su independencia.

En una de estas granjas, en la región nordcentral del estado, el 12 de febrero de 1809, nacía Abraham Lincoln. Su padre, Thomas, había llegado a Kentucky cuando sólo contaba cuatro años de edad y allí se había criado y había desposado a una joven llamada Nancy Hanks. Cuando Abraham vino al mundo, el matrimonio tenía ya una hija, Sarah, y la prole no tardaría en completarse con un segundo varón, que habría de morir en la infancia.

T anto’ Nancy Hanks como Thomas Lincoln carecían de instrucción (Thomas sólo sabía firmar) y decidieron por ello que sus hijos debían gozar de la oportunidad de aprender que a ellos les había sido negada. De ahí que cada vez que las escuelas ambulantes llegaban a la vecindad, Abraham y

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Sarah concurrían, pero rara vez esas escuelas se demoraban mucho tiempo en el mismo lugar y la asistencia costaba dinero, cosa de que los Lincoln, como sus vecinos, no solían disponer en cantidad.

Cuando Abraham cumplió los siete años de edad, la familia se trasladó a la región sudoccidental de Indiana, en la margen opuesta del rió Ohio. Thom as Lincoln se había visto envuelto en litigios con el título de su granja y por otra parte, habían decidido que preferían vivir en tierra libre, donde la esclavitud era ilegal. En Kentucky no abundaban los negros, pero la esclavitud estaba permitida, cosa que no ocurría en Indiana.

El nuevo hogar de los Lincoln estaba situado en una región aun más salvaje e inexplorada que la que habían abandonado. Ardillas, coatíes y liasta osos, abundaban en los bosques que habían elegido para vivir. Para construir la cabaña que les serviría de hogar fue necesario talar árboles y abrir un claro en la espesura donde sembrar cereales, y como los vecinos eran escasos los niños tuvieron que trabajar al par de los mayores. La vida se les hizo así en general mucho más difícil de lo que había sido en Kentucky.

El pesar no tardó en sumarse a las penurias. Una epidemia azotó la zona y muchos colonos murieron, entre ellos Nancy Lincoln. Sin su presencia la cabaña se llenó de tristeza y los niños estaban a menudo mal v^estidos y peor alimentados. Pero pudieron a pesar de todo arreglárselas hasta que su padre contrajo nuevo matrimonio. La esposa elegida por Thomas fué esta vez Sarah Bush Johnston, una viuda con hijos de su anterior matrimonio y suficientes muebles en su haber como para mejorar la cabaña y hacerla confortable.La nueva madre fué bondadosa y servicial con los hijos de Thomas y ellos supieron recompensarle con respeto y cariño.

Ninguno de los niños disponía de mucho tiempo para dedicarlo a sus juegos. Abraham tenía que descascarar el grano apenas madurado, alimentar

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y ordeñar la única vaca, acarrear leña para el fuego y agua desde una fuente cercana. Cuando creció lo suficiente tuvo que trabajar con el hacha, talando árboles para el cultivo, cortando troncos para las cercas y leña para el fuego. De ahi su gran vigor físico, su extraordinaria fuerza. Y a adulto, podía sostener el hacha por un extremo del mango y mantenerla a un brazo de distancia de su cuerpo, proeza de que sólo es capaz un hombre de gran fuerza.

En Indiana, Abraham fue a la escuela como en Kentucky, aunque no tan a menudo y por breves períodos. Si tomamos en conjunto toda su instrucción escolar, sumando los distintos períodos, hallaremos que ésta no alcanzó al año. Sin embargo, en ese lapso aprendió a sumar, a restar, multiplicar, dividir y leer. Hizo grandes progresos sobre todo en la lectura, pasando rápidamente de las Fábulas de Esopo y “Robinson Crusoe” a una biografía de George

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Washington, una historia de los Estados Unidos, la Biblia y las leyes de Indiana, y en general todos los libros que podía hallar en las casas de los pioneros. Estudiando de esta manera, librado a sus propios medios, adquirió gran parte de la educación formal de que había hasta entonces carecido.

Hasta los diecinueve años de edad, Lincoln no conoció nada del mundo, salvo la región en que había vivido. Pero en la primavera de 1828 fue contratado en su primer empleo como auxiliar de otro joven para conducir una chalana hasta la distante ciudad de Nueva Orleans, donde los productos agrícolas podían ser vendidos a mejor precio. Día tras día y mientras la embarcación descendía por las aguas del anchuroso Ohio y del aún más ancho Mississippi, los dos jóvenes tuvieron oportunidad de ver cosas que jamás habían visto hasta entonces: lujosos buques de vapor, pueblos y ciudades más grandes e imponentes de cuanto habían podido soñar. Y en Nueva Orleans, ia alegre y sofisticada metrópoli sureña, Lincoln vió por primera vez en su vida grandes masas de esclavos.

Dos años después Thomas Lincoln decidió nuevamente mudarse, esta vez al estado de Illinois, al oeste de Indiana. Flabía oído decir que allí la tierra era profunda, negra y sin árboles, y que podía rendir fabulosas cosechas con un mínimo de esfuerzo. En los comienzos de la primavera de 1830 y con Abraham guiando la lenta yunta de bueyes, la familia emigró hacia su nuevo hogar. Dos semanas más tarde la caravana se detenía en el banco del río Sangamon, en la parte central del estado, diez millas al oeste de la actual ciudad de Decatur. Allí, una vez más, los hombres construyeron una cabaña, cortaron troncos para ias cercas y sembraron cereales.

En esa época Abraham tenía ya veintiún años. Era todo un hombre, libre de hacer lo que quisiera. Permaneció al lado de sus padres un año más, les ayudó a instalar el nuevo hogar y se lonzó a hacer su propia vida. Después de un nuevo viaje en una chalana hasta Nueva Orleans resolvió radicarse en Nueva Salem, un pueblo de Illinois que se alzaba sobre las márgenes de! Sangamon y donde habitaban unas quince o veinte familias en cabañas de troncos. Se empleó en un almacén de ramos generales y en un molino de propiedad del dueño del almacén.

La gente de Nueva Salem no tardó en mirar con buenos ojos al recién llegado. Era amable, franco y honesto, y había algo muy atrayente en su sencillez y en su asombrosa estatura (medía 1,93). Era ingenioso y sabía narrar las más divertidas historias en forma realmente inimitable. Los colonos de la región, ál igual que todos los hombres de frontera norteamericanos, asignaban una gran importancia a la fuerza física, y cuando Lincoln venció al campeón de la vecindad en un torneo, aceptaron definitivamente al “nuevo” como al primer hombre de la comunidad. Pocos meses después, cuando estalló la guerra con el jefe indio Black Hawk (Halcón Negro) en la región septentrional del estado, la milicia local eligió a Lincoln como jefe. Concluida la campaña, Lincoln presentó su candidatura en la elección para la legislatura del estado, pero su primera tentativa por ocupar un cargo público fracasó, aunque tuvo la satisfacción de ver que el pueblo de Nueva Salem había votado casi unánimemente por él, prescindiendo de sus vínculos políticos.

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No tardó sin embargo en enfrentarse con la amarga verdad de que la popularidad no puede procurarnos por sí sola ropas y alimentos.Antes de estallar la guerra con los indios, el almacén en el cual trabajaba había quebrado. Decidió entonces instalar por su cuenta un almacén, consiguió un socio y compró un buen “stock” de mercaderías a crédito.Esta aventura también fracasó, dejando a Lincoln con una deuda cjue tardó años en saldar. Entonces, su buena estrella y la reputación a que se había hecho acreedor, vinieron en su ayuda y fue nombrado administrador de correos con un sueldo nada suculento pero que, sumado a algunos trabajos extra, le permitía vivir.

Poco más o menos en la misma época le ofrecieron el cargo de comisionado agrimensor del condado. Muchos de los pobladores estaban comprando tierras para sus granjas y terrenos urbanos y se necesitaban buenos agrimensores para fijar los límites de las nuevas propiedades.

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Lincoln carecía de conocimientos en la materia, pero como los honorarios representaban una buena inyección para sus limitados ingresos, decidió que podría aprender. Se procuró un libro sobre el tema y con la ayuda del maestro de escuela del pueblo, se hizo rápidamente ducho en él.

H acía ya algún tiempo que Lincoln había comprendido que a menos que se decidiera a mejorar su imperfecta educación, podría pasarse la vida cambiando de empleo. Se autosometió a un examen y llegó a la conclusión de que debía antes que nada aprender a hablar y escribir con claridad. Esto significaba que debía estudiar a fondo la gramática, la estructura del lenguaje; y asi lo hizo. Encontró un libro de texto y se puso a estudiar por su cuenta, ayudado por el maestro de escuela, hasta que consiguió lo que quería.

Los resultados positivos que obtuvo con este sistema en el dominio de la gram ática y la agrimensura, le alentaron a seguir estudiando.Cuando se estableció en Nueva Salem había pensado en escoger como profesión la jurisprudencia, pero luego llegó a la conclusión de que su preparación era muy pobre. Estimulado por John T . Stuart, un abogado que había sido su compañero de armas durante la guerra contra Black Hawk, se decidió a iniciar sus estudios y a menudo caminaba más de treinta kilómetros, hasta Springfield, donde vivía Stuart, en busca de libros.En esa época las escuelas que había eran muy pocas y la mayoríade los abogados se preparaban para su profesión lo mismo que Lincoln,por su cuenta y aprendiendo directamente en los textos básicos.Veinte años más tarde Lincoln aconsejaba a un joven: “Si está realmente decidido a ser abogado, tiene ya más de la mitad del camino hecho.No tiene ninguna importancia el hecho de que estudie o no con alguien.Yo estudié solo. Consiga los libros y léalos; estúdielos hasta que los haya comprendido en sus puntos básicos. . . Y tenga siempre presente que su propia determinación de triunfar es más importante que nada”.

En 1834, dos años después de su primer intento, Lincoln volvió a presentar su candidatura para la legislatura del estado, pero esta vez con resultado positivo. En el otoño hizo a un lado sus textos de jurisprudencia y tomó la diligencia para Vandalia, capital por aquel entonces del estado.En las diez semanas siguientes se codeó con las principales figuras políticas de Illinois y se empapó en la dialéctica de los debates, familiarizándose con los procedimientos legislativos. Al finalizar la sesión volvió a Nueva Salem con un bagaje mucho más amplio de conocimientos sobre las costumbres mundanas que el que había llevado consigo al iniciar su viaje.

En 1836 fue reelegido. Su popularidad y capacidad lo convirtieron en líder del partido “W hig” en la legislatura. Su partido estaba en minoría en la Cámara, no obstante lo cual Lincoln supo ganar para él una gran victoria legislativa: el traslado a Springfield de la capital del estado.La sesión le ofreció al mismo tiempo la oportunidad de conquistar otra victoria, esta vez sobre la esclavitud. Cuando la legislatura aprobó un dictamen según el cual “el derecho sobre la propiedad de los esclavos” era “sagrado para los estados esclavistas, según la Constitución Federal y ellos” no podían “ser privados de ese derecho sin su consentimiento”, Lincoln y otro miembro del cuerpo se manifestaron

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en franca oposición. Aunque la mayoría estaba de acuercio con la resolución, ambos insistieron en dejar constancia de su convicción de que la esclavitud estaba “fundada en la injusticia y la mala política”.

Apenas cerrada la sesión, Lincoln, miembro ya del foro, se trasladó de Nueva Salem a Springfield. Nueva Salem estaba perdiendo su ya pequeña población, pero Springfield, la nueva capital, progresaría y ofrecería grandes oportunidades para el ejercicio de la abogacía. Por aquel entonces su amigo Stuart se asoció con él y trabajaron juntos en el bufete de Stuart.

De esta manera, a los escasos veintiocho años de edad, Lincoln hacía sus primeras armas en una profesión nueva para él y en una ciudad nueva.Al mismo tiempo debía abocarse a una importante decisión en el plano de su vida privada. ¿Le propondría matrimonio a Mary Owens, una joven de Kentucky, de quien había creído estar enamorado durante más o menos un año? Resolvió al fin hacerlo y fue rechazado. Puso entonces sus ojos en Mary Todd, también de Kentucky, que estaba pasando una iarga temporada en Springfield y se comprometió matrimonialmente con ella en 1840. Pero apenas pasados unos meses rompieron el compromiso (las razones de la ruptura permanecen aún en la más completa oscuridad). En 1842 hicieron las paces, después de dos años de separación y se casaron ese mismo año, el 4 de noviembre, en casa de un clérigo episcopal.Una semana más tarde Lincoln escribió a un amigo: “Nada de nuevo aquí, salvo mi casamiento, que para mí es motivo de profunda maravilla” .

La inquietud por el curso irregular de su noviazgo puso al descubierto una faceta del carácter de Lincoln que sus amigos tendrían oportunidad de volver a observar durante el resto de su vida. En una carta a Stuart, a la sazón miembro del Congreso en Washington, escribió: “Soy actualmente el hombre más desdichado de la tierra. Si lo que siento en estos momentos estuviera proporcionalmente distribuido entre toda la familia humana, no habría en todo el mundo una sola cara alegre”.Estados de ánimo como el que pinta en esa carta solían pasar y ser reemplazados por un excelente humor, durante el cual Lincoln, consumado narrador, era capaz de hacer reír durante horas a sus amigos.Sin embargo, esos períodos de depresión se apoderaban de él suficientemente a menudo como para que alguien, que lo conocía bastante, pudiera escribir: "La melancolía emanaba de él al cam inar”.

A pesar de sus problemas personales. Lincoln hizo grandes y constantes progresos en su profesión. En la legislatura del Estado sirvió otros

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dos perícxlos, cuatro en total, hasta que se impuso una meta más elevada: una banca en el Congreso de los Estados Unidos. En 1843 y 1844 no tuvo suerte, pero en 1846 el Partido “W hig” presentó su candidatura.Fue elegido y asumió su cargo a fines del siguiente año.

Durante su único período de actuación parlamentaria, Lincoln no consiguió destacarse. Atacó al Presidente Polk y a los Demócratas en general por haber declarado la guerra a México (guerra que estaba tocando a su fin), pero hizo todo cuanto estaba a su alcance para activar el aprovisionamiento de las tropas que luchaban en el campo de batalla.T al era la plataforma oficial de su partido, pero su posición le hizo impopular entre sus miembros, que en su gran mayoría estaban a favor de la guerra. Lincoln comunicó que presentaría un proyecto de ley para poner fin al régimen esclavista en el Distrito de Columbia (hoy asiento de la capital de la nación) a condición de que sus residentes estuvieran de acuerdo, pero nunca llevó a cabo sus propósitos. T al vez sus colegas de la Cámara de Representantes lo hayan recordado más bien por un gracioso discurso que pronunció contra el General Lewis Cass, a quien los Demócratas habían propuesto como rival de Zachary Taylor, un “whig”, en las elecciones presidenciales de 1848. Aunque Lincoln se había incorporado al Congreso con la sana intención de no cumplir más de un período, le habría hecho muy feliz que el pueblo de su distrito lo hubiera incitado a presentarse en las nuevas elecciones. Pero su posición sobre la guerra mexicana anuló todas sus posibilidades. La vida en Washington le había gustado y trató de conseguir un puesto que le permitiera radicarse allí, pero amargado por el hecho de que el puesto que ambicionaba fuera concedido a otro, volvió a Springfieid resuelto a retirarse de la política y a dedicarse de llena a la jurisprudencia.

L a sociedad formada por Lincoln y Stuart duró cuatro años.Lincoln se volvió a asociar, esta vez con Stephen T . Logan, un viejo abogado de gran capacidad y experiencia. Bajo su dirección Lincoln fue progresando rápidamente y en 1845 decidió establecerse por su cuenta (hasta entonces había sido siempre un socio menor) uniéndose

para ello al brillante W illiam H. Herndon; sociedad que duró hasta que Lincoln fue elegido para la oresidenda de la nación.

Después de 1849, cuando Lincoln volvió al Congreso, la práctica de la abogacía en el estado de Illinois se fue haciendo cada vez más ardua.Las corporaciones, especialmente las ferroviarias, crecían rápidamente y necesitaban buenos abogados, inteligentes e instruidos. La cantidad de jóvenes que concurrían a los colegios era cada vez más grande. Lincoln comprendió que tendría que darse de lleno al estudio y hacerlo intensamente o quedaría rezagado en la dura competencia. Por otra parte, sus responsabilidades familiares habían aumentado desde que era padre de dos hijos (pronto nacerían otros dos: uno en 1850 y el otro en 1853).

Se entregó con tanto ímpetu y afán al estudio que en unos pocos años llegó a ser reconocido como uno de los miembros más destacados del foro de Illinois. Actuó con frecuencia en la Suprema Corte y en las Cortes federales, donde representó a importantes clientes en pleitos que

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involucraban grandes sumas de dinero. Al mismo tiempo, continuó “haciendo el radio”, esto es, entregándose a la antigua práctica inglesa de concurrir a las cortes del condado a medida que éstas se iban sucesivamente formando. En aquella época e impulsado como siempre por su ápasionado fervor por el pensamiento y la expresión lógica, se dedicó a estudiar a Euclides y lo hizo lo bastante bien como para poder decir con razón de causa que “casi había llegado a dominar” los seis libros que forman la obra del matemático griego. En su portafolios, junto con un tomo de Euclides, llevaba siempre un gastado volumen de las obras de Shakespeare, algunas de las cuales, como “Rey Lear”, “Macbeth”, “H am let” y “Ricardo 111”, leía una y otra vez.

Le encantaba hacer la recorrida de las cortes, aunque ello lo mantenía alejado de su hogar seis meses al año y le reportaba escasos beneficios.Se sentía en su elemento cuando estaba rodeado por otros colegas en las posadas pueblerinas y las prolongadas cabalgatas a través de las praderas le daban el ocio necesario para entregarse a la contemplación, cosa que para él era aún más preciosa que la lectura. No puede decirse que haya elaborado jamás ningún sistema filosófico, pero llegó a conclusiones en materia de pensamiento que luego supo expresar en sus discursos, epístolas y apuntes.

Pensando en su propia vida escribió alguna vez que “la capacidad y el gusto de la lectura dan acceso a todo lo que ya ha sido descubierto por otros. Es la clave o una de las claves de los problemas ya resueltos.Y no sólo esto, sino que desarrolla el gusto y la facilidad de desentrañar con buen éxito los que quedan aún por resolver . . . El pensamiento demuestra que la educación, esto es el pensamiento cultivado, puede ser excelentemente combinada con el trabajo agrícola o con cualquier otra clase de trabajo sobre el principio del trabajo ca6n/; y que el trabajo descuidado o negligente impide tal combinación . . . No pasará mucho tiempo antes de que la más valiosa de las artes sea el arte de derivar una decorosa subsistencia del más pequeño trozo de tierra. Ninguna comunidad cuyos miembros todos hayan desarrollado este arte, puede llegar a ser víctima de la opresión en cualquiera de sus formas.Una comunidad tal será igualmente independiente de los reyes coronados, de los reyes del dinero y de los reyes de la tierra”.

Lincoln recurrió a su experiencia personal para definir la relación existente entre el capital y el trabajo. “¿Cuál es la verdadera condición del trabajador? Creo que sería mejor para todos dejar a cada hombre en libertad de adquirir bienes apenas pueda hacerlo. Habrá quienes hagan fortuna. N o creo en una ley que prohíba al hombre enriquecerse, ya que sería más perjudicial que benéfica. Así, en la medida en que no proponemos ninguna guerra contra el capital, lo que deseamos es dar al más humilde de los hombres la oportunidad de enriquecerse a la par de sus semejantes. Cuando se comienza en la pobreza, como ocurre con la mayoría de los hombres en la carrera de la vida, la sociedad libre lo es de tal modo que sabe que puede mejorar su condición y que no existe ninguna condición invariable de trabajo que pueda perpetuarse toda una vida.No me avergüenzo por mi parte de confesar que hace veinticinco años yo no

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era sino un trabajador asalariado que talaba madera y servía en una chalana, como cualquier hijo de pobre. Quiero que todos tengan su oportunidad — y pienso que también un negro tiene derecho a ella — de p o d e r mejorar su condición, mirar hacia adelante y esperar ser un trabajador asalariado este año y el que viene y de trabajar luego por su cuenta y finalmente asalariar a otros para que trabajen para él!”.

Desde su infancia, Lincoln había pensado repetidamente en la independencia norteamericana. “He reflexionado sobre las fatigas de los oficiales y soldados del ejército”, dijo; “y me he preguntado qué gran principio, qué gran idea pudo así mantener hasta hoy unida a la confederación. No fue el mero hecho de la separación de las colonias de la madre patria; sino algo en esa Declaración (de la Independencia) que ofrecía la libertad no sólo al pueblo de nuestro país sino también esperanzas al mundo para el futuro. Ese algo que implicaba al mismo tiempo la promesa de que a su debido tiempo habría de liberarse a todos los hombres de la carga que pesaba sobre sus espaldas, dando a todos y cada uno iguales oportunidades en igualdad de condiciones”.

El incremento de la intolerancia racial y religiosa, ruyo portavoz era el partido xenófobo y anticatólico de los Know-Nothing, en la década 1850-1860, preocupaba a Lincoln. “ ¡Cómo es posible, se decía, que quien detesta la opresión de los negros pueda aprobar la degradación de clases de los blancos!”.

De no haber sido por el súbito vuelco hacia el esclavismo que se produjo en la política nacional de la época, Lincoln habría sin duda seguido fielmente el resto de su vida este patrón de juiisprudencia, educación y reflexión.

La esclavitud imperaba en las colonias inglesas desde 1619.La Constitución Norteamericana promidgada en 1789 la reconocía y sometíaen su calidad de institución a la exclusiva jurisdicción de los estados,más que del gobierno federal. En aquellos tiempos existía esclavitud endoce de los trece estados, aunque el número de esclavos en el norte de lanación era más que reducido. Los estadistas norteños v sureños lamentabanla existencia de la esclavitud humana y ésta como institución podríahaber muerto de muerte natural en poco tiempo de no haber mediado lainvención de la desmotadora de algodón. Esta máquina, por mediode la cual las semillas eran rápidamente separadas de la fibra, estimuló consu eficiencia el cultivo de dicha planta. Se produjo una gran demandade mano de obra negra y los cultivadores de algodón de los estados, todos ellossureños, se convirtieron interesadamente en ardientes defensores de laesclavitud, aunque no en sus apologistas. Paralelamente^ en los estadosnorteños, donde la esclavitud no tenia un fundamento económico,ésta fue abolida y se adquirió una conciencia cada vez más profunda de lainiquidad de la institución, creándose así una honda división nacional,sustentada no sólo por los intereses económicos en juego, sinotambién por sentimientos morales fuertemente arraigados.

En dos ocasiones — 1820 y 1850 — graves disensiones sobre el problema de la esclavitud llevaron a los Estados Unidos al borde de la gueiTa civil; pero una y otra \ ez se pudo capear el temporal llegándose a acuerdos

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provisorios. L a característica fundamental de tales acuerdos se refería a la posibilidad de proscribirla de los territorios nacionales — tierras de propiedad federal de la cual se forman eventualmente los estados — en una gran parte del territorio que hoy forma la zona occidental del país.

Pero en 1854, un político ambicioso, Stephen A. Douglas, senador por el estado de Illinois, presentó al Congreso un proyecto de ley — la Ley Kansas-Nebraska — por el cual se anulaba este acuerdo. Según estipulaba el mencionado proyecto (que habría de convertirse luego en ley ), los pueblos de los territorios podían, antes de adquirir la categoría de estados, decidir si aprobaban o no la esclavitud.De esta manera un vasto sector del país, que estuviera hasta entonces cerrado a ella, tuvo al menos la posibilidad de adoptarla.

Lincoln, como otros muchos hombres del Norte, fue sacudido por lo que consideraba una desviación peligrosa e inmoral de una antigua política. Aunque se oponía enérgicamente a la esclavitud, no era sin embargo un extremista y por ello mismo, a diferencia de los abolicionistas, no pretendía aboliría a cualquier precio. Se resignaba a que se mantuviera intacta en los estados donde ya existía y ponía todas sus esperanzas de una futura absoluta extinción del esclavismo, en el desarrollo económico y en la conciencia de sus habitantes.Pero de ninguna manera apoyaría una medida que, como laLey Kansas-Nebraska, auspiciaba su extensión a un suelo hasta entonces libre.

Excitado como nunca lo había estado hasta entonces — según sus propias palabras — Lincoln se lanzó de lleno a la política. En 1854 estaba en su apogeo una campaña electoral para el Congreso. Inició la suya con discursos a favor del candidato local del Partido “W hig”, que desde su banca del Congreso se había opuesto firmemente a la sanción de la Ley Kansas-Nebraska. Sus discursos pusieron súbitamente de manifiesto una 'hondura conceptual, un vigor y un fervor moral, de que habían carecido hasta entonces.

“Nuestra vestidura republicana está manchada, ha sido arrastrada por el fango”, dijo poco antes de clausurarse la campaña. “Purifiquémosla. Volvámonos y purifiquémosla en el espíritu, si no en la sangre de la Revolución. Desvinculemos la esclavitud de sus pretensiones de supuesto ‘derecho m oral’, respaldadas por las leyes vigentes y los argumentos de supuesta ‘necesidad’. Reintegrémosla a la posición que nuestros padres le asignaron y dejemos que allí descanse en paz. Reasumamos la Declaración de la Independencia y con ella las prácticas y políticas que la sustentan. Que Norte y Sur, o sea los norteamericanos todos, que todos los amantes de la libertad de todos los rincones del orbe, se unan en esta magna y noble obra. Si así lo hacemos, no sólo habremos salvado la Unión sino que la habremos salvado de manera tal que pueda ser y hacerse siempre digna de su salvación. La habremos salvado de tal manera que los millones de hombres libres y dichosos de todo el mundo en el futuro habrán de levantarse y bendecirnos hasta la última generación”.

Cuando Lincoln hablaba de este modo, conmovía a millares de personas.

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Conquistó así una posición predominante en un partido de reciente formación, el Republicano, que había estado gestándose en la oposición a la política de la Ley Kansas-Nebraska. En 1855 Lincoln ya estuvo a punto de presentarse como candidato a senador ante el Congreso de los Estados Unidos. Al año siguiente, el primero en que el flamante partido intervenía en las elecciones, Lincoln hizo infatigablemente su campaña. Asistió a la derrota de los candidatos republicanos a la presidencia y vicepresidencia de la nación, pero se sintió estimulado por el triunfo de los candidatos a las Cámaras por el estado de Illinois.

Dos años más tarde, en 1858, se le presentó la primera gran oportunidad de su carrera. El senador Douglas había resuelto presentarse para su reelección y Lincoln era el candidato casi unánime de los republicanos de Illinois para enfrentar en la campaña política al dirigente demócTata.

Los dos hombres habían sido rivales políticos desde su juventud,Mientras Lincoln adquiría experiencia en la legislatura de Illinois, Douglas ascendía posiciones en la escala política de su partido, el Demócrata, hasta llegar de su primitiva función de apoderado de un estado a una banca en la Cámara de Representantes de la nación. En 1847, cuando Lincoln se incorporó a su vez a esa rama del poder legislativo,Douglas hacía ya sus primeras armas en el Senado y en 1858, año de expiración de su segundo período, se había convertido en un alto dirigente de su partido y en un serio candidato a la primera magistratura del país.

La campaña electoral duró aproximadamente cuatro meses. Su aspecto más notable fue un ciclo de siete debates mixtos en los cuales los candidatos de ambos partidos ocupaban el mismo estrado para dirigirse al público y se dividían un lapso de tres horas. Pero cada orador hablaba a su vez casi todos los días ante auditorios propios. Tanto Douglas como Lincoln recorrieron en esa campaña miles de millas, unas veces en buques fluviales de vapor, otras en primitivos ferrocarriles y las más de las veces en diligencias, a caballo o en carros. Estas jiras exigían una gran resistencia física, pero ninguno de los candidatos faltó a un solo mitin.

Durante la campaña Lincoln acusó a Douglas de haber reabierto innecesariamente la cuestión de la esclavitud y de haber allanado el camino a su expansión. Sostuvo que el principio de Douglas de la “soberanía popular” — esto es el derecho de los pobladores de los territorios de admitir o proscribir la esclavitud — no resultaría en la práctica.Douglas por su parte declaró que Lincoln estaba azuzando una guerra entre el Norte y el Sur y abogando por la igualdad de los negros.

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Lincoln no creía en veidad que los negros estuvieran preparados para gozar de la plenitud de los derechos civiles, políticos y sociales, pero esperaba que la esclavitud sería abolida y que los negros podrían así tener acceso a todas las oportunidades para instruirse y mejorar. Douglas hacía caso omiso de tales derechos y repetía una y otra vez en sus discursos que confiaba en que la supremacía de los blancos habría de continuar indefinidamente.

Aunque Douglas ganó las elecdones y volvió a su banca en el Senado, la verdad es que a la larga la victoria fue de Lincoln.Los siete debates formales, reproducidos en los periódicos de todo el país, lo convirtieron en una figura nacional. De no haber sido por la reputación que supo ganar en esta contienda, no habría sido considerado para la presidencia dos años más tarde.

En ese estado de cosas Lincoln no era un competidor prominente cuando la Convención Nacional Republicana se reunió en la primavera de 1860 para elegir sus candidatos. Pero a medida que avanzaba la convención, fue haciéndose cada vez más obvio que los dirigentes del partido, como el senador William H. Seward, de Nueva York, y el gobernador Salmón P. Chase, de Ohio, se habían ganado demasiados enemigos durante sus largas carreras políticas como para que su candidatura resultara propicia. De ahí que los delegados se volvieran hacia Lincoln, candidato “disponible”, cuya elección fue decidida en tercera votación.

Los acontecimientos del verano de 1860 aseguraron su elección.El Partido Demócrata se dividió en dos tendencias, una que apoyaba la candidatura de Douglas y otra la de im extremista prosureño. El cuarto partido en danza, la Unión Constitucional, no hizo sino dividir aún m.ás la opinión del electorado. Lincoln no realizó ninguna campaña personal, pero conquistó más votos que ninguno de sus tres adversarios y subió a la presidencia.

Los estados de! Sur habían amenazado con abandonar la Unión si un republicano era elegido presidente. No eran pocos los dirigentes sureños convencidos de que el Sur resultaría inevitablemente perjudicado por un gobierno de antiesclavistas. Los teóricos del sur habían afirmado que cualquier- estado tenía derecho a retirarse pacíficamente de la Unión en cuakjuier momento en que sus intereses así lo demandaran. Procedieron pues a llevar esa teoría a la práctica y el 20 de diciembre de 1860, Carolina del Sur, mediante una ley de secesión, se declaró estado independiente. El 4 de marzo de I86I, cuando Lincoln prestó juramento para asumir la presidencia, otros seis estados sureños habían seguido el ejemplo de Carolina del Sur, Y lo cjue es más, habían organizado un gobierno propio: los Estados Confederados de América.

Hasta ese momento no se había hecho uso de la fuerza contra los estados separatistas, cuyas autoridades se habían apoderado de casi todos los tuertes, arsenales, oficinas de correos y aduanas federales situados dentro de sus límites y esperaban celebrar un convenio amistoso sobre los derechos de propiedad que estaban en juego. Pero ni Lincoln ni el Norte en general admitirían de ningún modo el derecho a la secesión y el juramento presidencial exigía entre otras obligaciones del primer mandatario que “preservara, protegiera y defendiera” a la Unión.

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Lincoln se abstuvo sin embargo de una acción precipitada, confiando en que el tiempo, la sensatez y la persuasión acabarían por inducir a los estados sureños a retornar a su antigua alianza. En su primer discurso inaugural, que figura entre sus grandes piezas de oratoria, trató de convencer al pueblo del sur de que nada tenía que temer de un gobierno republicano, afirmando que la secesión los llevaría a la anarquía y pidiendo se diera una tregua para volver sobre la escisión.

“¿Por qué no puede haber una paciente confianza en la justicia última del pueblo?”, preguntaba. “¿Existe acaso en el mundo alguna esperanza mejor o comparable a ésta? En nuestras actuales disensiones, ¿les falta acaso a uno y otro partido en pugna la seguridad de hallarse en lo cierto?Si el Todopoderoso, Supremo Gobernante de Todas las Naciones de la T ierra, con Su verdad y justicia eternas, está del lado del Norte o del Sur, esa verdad y esa justicia habrán ciertamente de prevalecer por el fallo de este gran tribunal, el pueblo norteamericano . .

“Compatriotas; pensad en calma y a f o n d o sobre todo esto. Nada valioso puede perderse por el mero hecho de tomarse el tiemjx) necesario.Si existe un motivo que os conduzca a dar precipitadamente unpaso que jamás daríais d e l ib e r a d a m en te , la razón de ese motivo habrá defracasar si os demoráis; pero ningún motivo digno se perderá por ello.Aquellos entre vosotros que se sienten hoy insatisfechos, aún puedencontar con la incolumidad de la Constitución, y en el punto más sensible,las leyes de vuestra propia estructura bajo su imperio; mientras queel nuevo régimen de gobierno no tendrá poder inmediato, si lotiene alguna vez, de modificar ninguna de ellas. Aún admitiendo quevosotros los insatisfechos tengáis de vuestra parte la razón en la disputa,no habría tampoclo motivos para una acción precipitada. La inteligencia, elpatriotismo, el cristianismo y la firme fe en El, que nunca hastahoy ha abandonado a su tierra predilecta, resultan aún válidos para resolver,de la mejor manera posible, nuestros problemas actuales”.

El Presidente cambió luego de tema y concluyó con una exhortación dirigida a un pueblo que había compartido la experiencia nacional por muchos años.

“No somos enemigos, sino amigos. No debemos convertirnos en adversarios. Aunque la pasión pueda habernos distanciado, no debe romper nuestros vínculos de afecto. Las cuerdas místicas de la memoria, que transcurren desde cada campo de batalla y cada tumba de patriota, hasta cada corazón viviente y cada hogar de este vasto territorio, entonarán no obstante el coro de la Unión cuando éste sea nuevamente cantado, como lo será sin duda, por los más altos ángeles de nuestra naturaleza”.

Durante un mes la situación se mantuvo sin variantes, salvo que los senadores y diputados sureños resignaron sus cargos y los oficiales del Ejército y la M arina abandonaron sus puestos para incorporarse a las fuerzas armadas de sus respectivos estados o de la Confederación.Se hizo pues inminente la necesidad de adoptar una determinación.El Fuerte Sumter, emplazado en el puerto de Charleston, Carolina del Sur, era una de las pocas fortalezas meridionales del país que aún se hallaban en poder de las tropas norteñas. Poco a poco había ido quedándose

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sin provisiones y Lincoln no estaba en modo alguno dispuesto a cederlo al sur, pero tampoco a provocar una guerra enviando refuerzos. Se decidió por lo tanto por el término medio y envió solamente víveres, notificando simultáneamente al gobierno de Carolina del Sur que no se haría ningún intento de usar la fuerza a menos que se obstaculizara el abastecimiento del fuerte. Las autoridades confederadas replicaron abriendo el fuego contra la fortaleza, sitiándola el 13 de abril de 1861, veinticuatro horas después de haber comenzado el bombardeo. Dos días más tarde el Presidente anunciaba el estado de insurrección en el país y convocaba a las fuerzas armadas de la Unión. La Guerra Civil había comenzado.

Difícilmente pueda pensarse que el Lincoln de 52 años de edad de aquella época, puesto frente a la crisis más grave de la historia de la nación, estuviera en condiciones de asumir tamaña responsabilidad.Su experiencia legislativa había sido limitada; carecía de preparación para el duro oficio de estadista y no tenía ningún antecedente en la conducción política de gobierno. Para complicar aún más las cosas, tenía que efectuar miles de nombramientos y sólo contaba con la ayuda de un reducido núcleo de gente inexperta. El gobierno mismo carecía de la organización necesaria para encarar el problema que significaba reunir, organizar y pertrechar un ejército y una armada de la magnitud requerida.

Sin embargo Lincoln tenía una gran ventaja a su favor. Creía con el fervor inquebrantable de una convicción religiosa que la causa de la Unión no sólo era justa sino también de una importancia suprema para la humanidad toda. En toda ocasión ponía de manifiesto esta convicción, plenamente seguro de que si el pueblo del Norte podía llegar a compartirla, haría los esfuerzos necesarios para alcanzar la victoria.En su primer mensaje al Congreso, del 4 de julio de 1861, dijo:

“Este problema no sólo afecta al destino de los Estados Unidos.Plantea a toda la familia humana el interrogante de si una república constitucional o una democracia — un gobierno en fin del pueblo en manos del pueblo rhismo — puede o no mantener su integridad territorial frente a sus enemigos internos. Plantea el problema de si individuos disconformes, demasiado escasos en número para alcanzar el poder de acuerdo con la ley orgánica y bajo cualquier circunstancia, pueden en cualquier caso y bajo los pretextos esgrimidos en esta ocasión o cualesquiera otros, o arbitrariamente, es decir sin pretexto alguno, dividir su gobierno y poner así prácticamente término al gobierno libre sobre la tierra.Esto nos íuerza a preguntarnos: ¿Todas las repúblicas sufren esta debilidad inherente y fatal? ¿Debe, necesariamente, un gobierno ser demasiado fu er t e para las libertades de su propio pueblo o demasiado d é b i l para mantener su propia existencia?”.

Lincoln no tardó en verse obligado a recurrir a toda su fe, ya que la guerra se estaba haciendo adversa para el Norte. En la primera gran, batalla, librada en Bull Run, Virginia, el 21 de julio de 1861, el ejército de la Unión, pecando por exceso de confianza, sufrió una desastrosa derrota y debió retirarse a ^\■ashington en medio de una gran confusión. Los nuevos jefes no tuvieron mejor suerte y este

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primer revés fue rápidamente seguido por otros. No obstante, la guerra no favorecía en realidad de una manera decidida a ninguno de los dos bandos en pugna. En el Oeste, en Tennessee, las fuerzas de la Unión salieron victoriosas aunque a un precio demasiado alto.

En el valle del Mississippi la Armada Federal logró dominar los alrededores de Nueva Orleans y se apoderó de la ciudad, que quedaría luego, hasta el fin de la guerra, en poder de las fuerzas del Norte.

Pero la guerra no podía ser ganada únicamente en el Oeste.En el Este, el Ejército Confederado de Virginia Septentrional, al mando de uno de los genios militares de la época, Robert E. Lee, debía ser destruido. De mala gana el Presidente, aun no muy seguro de sí mismo en la esfera militar, hizo su elección: volvería a poner al General George B. McClellan al mando del Ejército de la Unión de Potomac, aun cuando el general, en una frustrada campaña contra Richmond, había estado peligrosamente al borde de la insurrección. McClellan respondió a la confianza de Lincoln frenando la invasión de Lee en el Norte de Antietam, Maryland.

La batalla de Antietam tuvo una significación no sólo militar. Simbolizó un cambio radical en la política de Lincoln, que al principio había apuntado a una sola meta, restaurar la Unión, pero a medida que se sucedían los acontecimientos y la guerra seguía su curso, los norteños exigieron cada vez más explícitamente que la causa básica del conflicto, la esclavitud, fuera convertida en el principal objetivo. Lincoln sabía muy bien que en épocas normales este asunto hubiera excedido las posibilidades de un presidente, pero entendió que en tiempo de guerra la Constitución le otorgaba facultades extraordinarias. Ya en julio de 1862 pensó en dictar una proclamación de emancipación que liberaría a los esclavos de los estados segregados de la Unión; ley que evitaría toda posibilidad de que Europa ayudase a la Confederación (especialmente los pueblos británico y francés no permitirían que sus gobiernos lucharan en favor de la esclavitud) e induciría a los esclavos a abandonar a sus amos confederados y a plegarse a las fuerzas del Norte.Pero cuando presentó su proyecto al gabinete, lo disuadieron de su idea. Después de una sucesión de derrotas militares norteñas, tal medida radical podría ser interpretada como un acto ele desesperación, "el último grito de agonía en la retirada”, según la gráfica expresión usada por el Secretario de Estado.

Lincoln esperó entonces un cambio en la suerte de sus ejércitos.La Batalla de Antietam, si bien no pudo llamarse una victoria decisiva, fue justo lo que él necesitaba para actuar. El 22 de setiembre de 1862, cinco días después de la batalla, convocó a una reunión de gabinete. Desde los días de su juventud Lincoln había hallado en el sentido del humor un alivio para las preocupaciones del mundo y de ahí que iniciara esa reunión, tal vez la más trascendental de su gobierno, leyendo una página de uno de los

fi lósofos satíricos de la éfX)ca. Luego, p o n ié n d o se serio, recordó

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a sus ministros la proclamación a la cual se habían opuesto decididamente dos meses antes. “Desde entonces”, les dijo, “he tenido la mente ocupada en este asunto y he pensado que el momento de actuar en ese sentido puede estar muy próximo.Y creo que ese momento ha llegado. . . Cuando el ejército rebeldeestaba en Frederick, resolví que, tan pronto £uera arrojado deMaryland, dictaría una Proclamación de Emancipación concebida enlos términos más adecuados posible. No dije a nadie una palabra;me lo prometí a mí mismo” — y aquí Lincoln vaciló — “ante mi Hacedor.Ahora el ejército rebelde acaba de ser arrojado y voy a cumplir mi promesa”.

El Presidente habló con calma, pero su voz irradiaba autoridad.“Los he reunido para leerles lo que he escrito. No busco consejo

sobre el fondo de la cuestión; eso lo he ya decidido por mí m ism o. . .Pero si hay algo £uera de lugar en las expresiones que empleo o en cualquier otro aspecto secundario, me alegrará que me lo hagan notar”.

No obstante, habló con arrogancia. “Sé muy bien que muchos otros podrían, en éste como en otros asuntos, desempeñarse mejor que yo; y si me convenciera de que cualquiera de ellos goza más plenamente que yo de la confianza pública y supiera de alguna forma constitucional de ponerlo en mi lugar, así lo haría. De buena gana le cedería mi cargo. Pero aunque creo que no cuento ya con la misma suma de confianza popular de que gozara algún tiempo atrás, no sé, considerando las cosas en su conjunto, de ningún otro que goce de ella más que yo; y aunque así fuere, no hay forma de ponerlo en mi lugar.Soy yo quien está aquí. Debo pues hacer las cosas lo mejor que pueda y asumir la responsabilidad de seguir el camino que en mi opinión es el que debo tom ar”.

Al día siguiente se comunicó al mundo la Proclamación de la Emancipación, cuyo texto advertía que si los estados en rebeldía no se reincorporaban a la Unión ante? del I*? de enero de 1863, los esclavos que se hallaren dentro de sus límites serían declarados “libres para siempre”. Los estados confederados ignoraron la advertencia — nadie esperaba que la acataran — dictándose en consecuencia la segunda y definitiva proclamación. En cuanto a la liberación de los esclavos, su efecto inmediato fue muy limitado, ya que regía solamente en las zonas del país donde el gobierno federal no ejercía autoridad. No obstante, hizo que la abolición de la esclavitud se convirtiera en el segundo objetivo principal de la guerra y condujo directamente a la Décimotercera Reforma de la Constitución, por la cual, en 1865, la esclavitud fue abolida en todo el territorio de los Estados Unidos.

En el curso inmediato de la guerra la Proclamación pareció no ejercer ningún efecto. En diciembre de 1862, un nuevo jefe del Ejército del Potomac, el General Ambrose E. Burnside, sufrió una tremenda derrota. Lincoln, que buscaba desesperadamente generales que supieran ganar batallas, reemplazó a Burnside por Joseph Hooker, pero sólo para ver cómo éste, a principios de mayo de 1863, caía derrotado en la batalla de Chancellorsville. En el Oeste, el General

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Ulysses S. Grant parecía haberse empantanado en su campaña para apoderarse del Fuerte de Vicksburg y de esa manera, abriendo el río Mississippi a las fuerzas de la Unión, dividir la sección occidental de la Confederación de su sección oriental.

De pronto la fortuna comenzó a favorecer a la Unión. A fines de junio el General Lee inició la invasión del Norte, operación que de consumarse no sólo abastecería de provisiones a su necesitado ejército, sino que restituiría al Sur las simpatías europeas. El I? de julio su ejército chocó con el del Potomac en Gettysburg, Pennsylvania, que estaba al mando de otro nuevo jefe, el general George Gordon Meade. Durante dos largos días lucharon bravamente y sufrieron fuertes bajas, sin que ninguno de los dos bandos pudiera imponerse. Al tercer día el general confederado intentó un recurso militar desesperado, un ataque frontal. En un magnífico despliegue de valor militar, 15.000 soldados con el uniforme gris de la Confederación se lanzaron contra el centro de las fuerzas de la Unión, pero sólo para retirarse poco después reducidos a la mitad.

Al día siguiente Lee, con un ejército vencido y desalentado, se encaminó hacia el Sur. Mientras sus tropas se desplazaban hacia el río Potomac, los cables telegráficos lanzaban a los cuatro puntos cardinales la nueva de que en Vicksburg las fuerzas confederadas se habían rendido a Grant. Nunca, desde el 4 de julio de 1776, fecha en que el Congreso Continental adoptara la Declaración de la Independencia, se había realizado una celebración tan jubilosa de la independencia norteamericana.

Aunque Lincoln se sentía profundamente desilusionado por el fracaso de Meade en su empeño de perseguir a Lee después de Gettysburg y aplastar definitivamente a las fuerzas confederadas, no tardó en comprender que las fuerzas norteñas habían conquistado victorias que aseguraban eventualmente la feliz culminación de la guerra. Su confianza se manifiesta en una carta que escribió a sus antiguos vecinos de Springfield seis semanas después de las dos grandes victorias. “Hay mejores augurios. El Padre de las Aguas transcurre nuevamente en paz hacia el m ar”, decía.

“L a paz no parece tan lejana como antes”, continuaba. El fin de la guerra, con la causa de la Unión triunfante, probaría que “no se puede ganar votos con balas y que quien así lo hiciere, perdería inevitablemente su causa y debería pagar las costas” . Para quienes habían criticado la Proclamación de la Emancipación, pronunció serenas y elocuentes palabras: “H abrá hombres de color que puedan recordar en silencio, cómo, con los dientes apretados y el ojo firme y la bayoneta calada, colaboraron con la humanidad en esta gran cruzada; mientras me temo haya algunos blancos incapaces de olvidar que con la malignidad en el corazón y el engaño en las palabras, hicieron todo lo posible por impedirla”.

Lincoln, el neófito de la guerra, había hecho bien su trabajo y lo sabia, como lo sabían sus colaboradores. Por aquella época, uno

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de sus jóvenes secretarios, dotado de una gran agudeza de observación y francamente impresionado por su autoridad, escribió:"El Viejo se sienta aquí y maneja como un Júpiter agrestelos rayos de la guerra y la maquinaria del Estado con manoigualmente firme e igualmente constante”.

La guerra sin embargo proseguiría casi dos años más; y la Unión sufriría nuevos y severos reveses, que no pudieron debilitar la fe del Presidente en la victoria final ni le hicieron dudar un instante de la causa por la cual luchaba. Por el contrario, la continua pérdida de vidas, el sufrimiento y las penurias representaban un reto aún más decisivo para quienes hasta entonces habían escapado al horror y la destrucción de la guerra. Al dedicar el cementerio militar de Gettysburg, cuatro meses después de la batalla, Lincoln dijo a su auditorio que los bravos que allí habían caído habían levantado con su sacrificio su propio monumento imperecedero y que su sangre había santificado ese suelo más allá del poder de los vivos de enaltecer o disminuir. Pero los vivos tenían una obligación; “consagrarse a la obra inconclusa que quienes aquí lucharon supieron noblemente anticipar. Es más bien a nosotros a quienes corresponde consagrarse a la magna tarea que queda aún por realizar.Que estos muertos venerados nos inspiren una devoción cada vez mayor por la causa en aras de la cual ellos nos dieron la máxima prueba de devoción; que aquí solemnemente decidamos que estos muertos no lo han sido en vano; que esta nación, por la providencia de Dios, nacerá de nuevo a la libertad y que el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo, no desaparecerá de la faz de la tierra”.

Esta era la esencia, el espíritu de la empresa; no la restauración de la Unión por la Unión misma, sino demostrar a los pueblos del orbe que la democracia, nueva forma de gobierno, podía defenderse por sí sola del más formidable de los ataques.

En 1864 el período presidencial de Lincoln, de cuatro años de duración, tocaba a su fin. Aun en el seno de su propio partido contaba con irreductibles opositores. Se decía de él que era demasiado indeciso o demasiado dictatorial, demasiado indulgente con los enemigos, demasiado a menudo un humorista mundano. Pero la disciplina del Partido dió cuenta de los descontentos y Lincoln volvió a ser elegido candidato. Esto no aseguraba sin embargo la reelección.En el Partido Demócrata eran muchos los que desesperaban de la victoria final de la Unión y deseaban pactar con el Sur bajo cualquier condición que no fuera la rendición incondicional. El curso de los acontecimientos bélicos apoyaba esta posición. En la primavera de 1864, Grant, por aquel entonces al mando de todos los ejércitos de la Unión, había lanzado a las fuerzas del Potomac hacia Richmond, Virginia, mientras Sherman avanzaba hacia Atlanta, Georgia. Al promediar el verano ninguno de los jefes había alcanzado su objetivo y una nube de pesimismo se había extendido por todo el país. En las fuerzas del General Grant se habían registrado tantas bajas que los periódicos

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dieron en llamarle “El Carnicero”, mientras que con Richmond sitiada, la capital confederada no daba señales de rendirse. Sherman, aunque avanzaba sin pausa, estaba aún muy lejos de su meta.

Para Lincoln el futuro no era nada brillante. Cierta mañana de agosto pidió a los miembros de su gabinete que refrendaran un documento sin previo conocimiento de su contenido. El docvimento decía:

“Esta mañana, como en días pasados, parece más que probable que este gobierno no sea reelegido. Será pues mi deber cooperar con el nuevo presidente de manera de salvar la Unión entre la fecha de las elecciones y la transmisión del mando; porque el nuevo mandatario se habrá asegurado su elección sobre tales bases que no le será posible salvarla después”.

Ocho días más tarde se rendía Atlanta y su consecuencia inmediata fue levantar el decaído espíritu norteño y un renacer de las posibilidades electorales republicanas. A principios de noviembre Lincoln fue reelegido, esta vez por una mayoría absoluta de más de 400.000 votos, pero con su característica humildad rehusó aceptar el resultado como un triunfo personal. El resultado de las elecciones, dijo, dirigiéndose a un grupo de senadores, demuestra que una democracia puede elegir sus gobernantes aun en medio de una gran crisis nacional. Sin embargo ellas no habían puesto término a la rebelión. “¿Es que no podemos todos, unidos por un interés común”, preguntó,“reunimos en un esfuerzo común para salvar a nuestro país? En lo que a mí respecta puedo decir que me he esforzado y seguiré esforzándome para no interponer ningún obstáculo. Mientras estuve aquí, jamás clavé voluntariamente una espina en el corazón de ningún hombre”.

El 4 de marzo de 1865, fecha en que Lincoln prestaba por segunda vez juramento antes de asumir el mando, fue obvio ya que el fin de la guerra estaba próximo. Sherman había abierto una enorme brecha de desolación entre Atlanta y Savannah a lo largo de la costa del Atlántico y estaba ya dirigiéndose hacia el Norte para unirse a las fuerzas de Grant, quien a su vez estaba sofocando lentamente a Richmond y al ejército de Lee. En el Oeste, el último ejército confederado de alguna importancia había sido diezmado por las tropas federales.

En estas circunstancias la mayoría de los hombres habríanse sentido felices y contentos. No Lincoln. En el curso de la guerra había meditado sobre la intervención de Dios en el terrible conflicto.No había podido discernir ningún propósito visible, pero su fe en la Providencia omnipotente y omniescente se había mantenido inconmovible. Reverentemente se expresó así:

“El Todopoderoso tiene sus propios designios. (¡Ay del mundo sometido a las ofensas, pues es inevitable que esas ofensas existan, pero desdichado del hombre de quien p rocedan!). Si suponemos que la esclavitud es una de esas ofensas que bajo la providencia divina deben necesariamente existir, pero que, habiendo ya pasado el tiempo fijado por El, El desea ahora eliminar y embarca al Norte y al Sur en esta terrible guerra para castigar a aquéllos de quienes la'

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ofensa procede, ¿discerniremos en ello una desviación de los divinos atributos que los creyentes en un Dios vivo le atribuyen?Ardientemente, fervientemente esperamos que este gran azote de la guerra acabe rápidamente. Empero, si Dios desea que prosiga hasta que desaparezcan todas las riquezas acumuladas en doscientos cincuenta años de trabajo sin recompensa de los esclavos y cada gota de sangre arrancada por el látigo sea pagada con otra vertida por la espada, como se dijo tres mil años atrás, aún así debemos convenir en que los designios del Señor son justos y debidos”.

Si bien los designios de la Providencia eran inescrutables, la senda del deber en cambio aparecía clara, inconfundible;

“Con malicia hacia nadie, con caridad hacia todos, con firmeza en la justicia, ya que Dios nos permite entreverla, esforcémonos por concluir la obra que hemos emprendido, por restañar las heridas de la nación, por cuidar de quien se batió en el campo de batalla y de

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su viuda y de sus huérfanos; por hacer todo cuanto pueda conquistar y salvaguardar una paz justa y duradera entre nosotros y con todas las naciones”.

Menos de un mes después que Lincoln pronunciara estas palabras, Lee daba su último desesperado paso, abandonaba Richmond y trataba de retirarse hacia el Oeste. Una semana más tarde las arrolladoras fuerzas de la Unión rodeaban a su diezmado ejército y el 9 de abril de 1865 Lee rendía las armas. La guerra había acabado.

Dos días después de la rendición, el Presidente, magro y exhausto, con el rostro surcado por las huellas de cuatro años de preocupaciones y tristezas, dirigía un saludo a un grupo reunido en los jaidines de la Casa Blanca:“Nos hemos reunido aquí esta tarde”, les dijo, “no en un clima de dolor sino con nuestros corazones rebosantes de júbilo. L a evacuación de Petersburg y Richmond y la rendición del ejército principal de los insurgentes, prometen una paz rápida y justa cuya jubilosa expresión es imposible de reprimir. Aún así no debemos sin embargo olvidarnos de El, de quien provienen todas las bendiciones. Estamos preparando un llamado a una acción nacional de gracias, que será debidamente promulgada” .

Pero este llamado nunca habría de ser promulgado en nombre de Lincoln ni quedaría ningún otro documento oficial con su firma que anunciara el fin de la guerra. En la noche del 14 de abril, asistió acompañado de su esposa a una función teatral. Al promediar la obra, un actor medio loco, John Wilkes Booth, que ansiaba vengar al derrotado Sur, disparó sobre él a pocos metros de distancia. El Presidente cayó y sin recuperar el conocimiento, murió a la mañana siguiente. Al exhalar su último suspiro, uno de los miembros de su gabinete murmuró: “Ahora pertenece a la historia” .

La súbita y trágica muerte de Lincoln lo convirtió en héroe de la noche a la mañana. Hasta sus críticos más encarnizados hicieron luego su apología. Es un error sin embargo presumir, como lo hacen muchos norteamericanos, que nadie supo reconocer en vida la grandeza de Lincoln. Cuando pronunció su oración de Gettysburg, el primero en exaltar los méritos del discurso fué Edward Everett, principal orador en el acto y uno de los hombres más cultos de la época. Antes de haber transcurrido veinticuatro horas, escribió a Lincoln en los siguientes términos: “Me sentiría muy feliz si pudiera vanagloriarme de haberme aproximado tanto a la idea central del tema en dos horas, como usted fue capaz de hacerlo en dos minutos”. Tres días después de haber pronunciado Lincoln su segvindo mensaje al asumir el mando, Charles Francis Adams, Jr., miembro de una familia renombrada por su intelectualidad, escribía a su padre, el Embajador de los. Estados Unidos en Gran Bretaña: “Este discurso me ha impresionado por su extraordinaria calidad y sencillez

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tomo un imperecedero mojón histórico de esta guerra; por su boca parecía expresarse todo un pueblo en el lenguaje sublimemente simple de tiempos más rústicos” .

Muchos europeos comprendieron la grandeza de Lincoln tan pronto como sus propios compatriotas supieron reconocerla.La revista inglesa “Punch”, C}ue lo había satirizado sin piedad, se retractó de sus burlas y habló del presidente norteamericano como de un “Verdadero Rey de los Hombres”. Disraeii dijo del Gran Emancipador que había cumplido su deber “con simplicidad y vigor en una de las situaciones más graves que hayan puesto jamás a prueba las cualidades morales de un hombre”. Los liberales franceses, encabezados por Víctor Hugo, Lois Blanc y Eugéne Pelatan, mandaron acuñar una medalla en la que hicieron grabar estas palabras:“Dedicada por la Democracia Francesa a Lincoln, Presidente dosveces electo de los Estados Unidos — Lincoln, hombre honesto,que abolió la esclavitud, restauró la Unión y salvó la República sin velarcon ello el rostro de la Libertad”, Un observador contemporáneodijo que ciiatido la mala nueva de la muerte de Lincoln llegó a Suecia“nuestros hombres apretaron sus puños en vana furia ynuestras mujeres de ojos azules vertieron innumerables lágrimasen memoria de ese hombre extraordinario”.

Pero el reconocimiento general de la verdadera estatura moral y política de Lincoln sólo advino en los años siguientes. Fue necesario que se conociera la historia completa de la guerra civil y el papel que Lincoln desempeñara en ella. Su famosa carta de consuelo, dirigida a Mrs. Bixby por la pérdida de sus hijos (“Ruego a nuestro Padre Celestial que mitigue la angustia de vuestro duelo y deje en vos sólo la preciada memoria de los amados y perdidos y el solemne orgullo que debéis ahora sentir por haber ofrecido un sacrificio tan costoso en el altar de la libertad”) fue publicada en 1864, año en que Lincoln la escribió, pero no fue sino después de su muerte que se reveló al mundo la giandeza de su benevolente compasión. Luego, soldado a soldado, fue recibiéndose testimonio de cómo el Presidente había personalmente revocado una severa sentencia militar y muchas madres narraron cómo sus esposos o hijos pudieron abandonar las filas del ejército gracias a Lincoln, que en medio de sus abrumadoras preocupaciones, supo escuchar las súplicas de quienes veíanse enfrentados a serios problemas. Ni siquiera hacia aquellos que habían arrastrado al Sur a la secesión y lo habían guiado en la guerra civil, pudo Lincoln guardar

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resentimiento. “No juzguéis para que no seáis juzgados” era su invariable respuesta a los hombres de su propio partido que reclamaban severos castigos.

Además, el mundo mismo debió hallar el sendero de la democracia antes de que su gran paladín fuera estimado en todo su valor.Desde entonces un número cada vez más grande de gente pudo comprender que Lincoln había hablado de algo más que un sistema abstracto de gobierno: que había luchado por una manera de vivir en la cual cada individuo tendría para sí todas las oportunidades posibles de aprovechar al máximo sus capacidades. "N o es solamente para el presente”, dijo ante un grupo de soldados cuando el fin de la g-uerra era inminente, ‘sino para todo el futuro, que debemos perpetuar, para los hijos

de nuestros hijos, este gobierno libre y grande que hemos podido disfrutar en vida. Os ruego que recordéis esto, no sólo por consideración a mí, sino a vosotros mismos. Yo estoy ocupando temporariamente esta Casa Blanca. Soy un testigo viviente de que cualquiera de vuestros hijos puede llegar a ella como lo pudo hacer el hijo de mi padre” .

El mundo comprendería a la vez que Lincoln había sido fiel a su ideal. Considerándose autorizado a ello por la Constitución, había ejercido más poderes arbitrarios que ningún otro presidente norteamericano y sus críticos habían sido numerosos y sinceros. En la perspectiva que ofrece el devenir del tiempo, se vió claramente que no había dado ningún paso hacia la dictadura. Algunos hombres fueron encarcelados por deslealtad y liberados luego después de un breve lapso de tiempo; y cuando funcionarios demasiado vehementes clausuraron periódicos que lo habían criticado acerbamente, el mismo Lincoln revocó sus órdenes. Las elecciones nacionales se habían celebrado por dos veces en plena guerra y ni sus enemigos más acérrimos habían ni siquiera sospechado en él la más mínima intención de desoír la voluntad p op u lar.=

Existe en la actualidad una excelente biografía de Lincoln, escrita por Benjamín P. Thomas y editada en 1952 en los Estados Unidos en sus versiones alemana, francesa, española, eslovena, griega, árabe, coreana y en lengua china y japonesa, lo cual constituye un testimonio más elocuente que los monumentos y los honores de que el hijo de oscuros padres, nacido en una humilde cabaña, "imper­fectamente” educado por su propio esfuerzo, se ha convertido en una figura de significación mundial.