Literatura de Hijas

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Artículo sobre la generación de escritores

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RICARDO DE QUEROL 13 JUL 2015 - 19:40 CEST 5

LIBROS / REPORTAJE

Los niños de la represión chilena llenan los silenciosLos jóvenes criados durante la dictadura de Pinochet ya son una destacada generación literaria. Comparten una

reconstrucción de la memoria entre lo í ntimo y lo político

Archivado en:   Rafael Gumucio   Alejandro Zambra   Dictadura Pinochet   Alia Trabucco   Literatura hispanoamericana   Chile   Literatura   Sudamérica  

Latinoamérica   Libros   América   Historia contemporánea   Cultura

Dos niñas fuman sus primeros cigarrillos y toman

restos de bebidas alcohólicas a escondidas

aprovechando la escasa atención de los adultos

durante la fiesta en casa de una de ellas. No

entienden la excitación con que se festeja el

triunfo del ‘no’ en el plebiscito que acabó con la

dictadura de Pinochet en 1988. Entre los mayores

saltan, en medio del júbilo, viejos rencores

-“hocicóndemierda, cagón, tú no brindas por

nadie, hijodeputa”-, así que las niñas prefieren

concentrarse en su iniciación en los vicios.

Es el punto de partida de La resta, de Alia

Trabucco (Santiago, 1983), una de las sorpresas

de la temporada literaria en Chile. Los nacidos en

los años setenta y ochenta, que eran niños

durante la represión, a los que sus padres

protegían callando antes que compartiendo, son

hoy una destacada generación de narradores. Su

mirada tiene puntos en común: el primero es un

intento de rellenar los huecos que dejaron esos

silencios. Lo autobiográfico tiene así un fuerte

peso en sus obras, en las que la memoria pasa de lo íntimo a lo político. Tienen una visión crítica de la transición a la

democracia en su país. Coinciden en el gusto por el cuento o la novela breve. Y abundan algunos rasgos estilísticos:

muchos ejercen una prosa directa, casi cinematográfica, de frases cortas. Pero también se ven influencias de la poesía y 

del vanguardismo, formatos arriesgados. En algún caso, el minimalismo se lleva al extremo.

Sergio Parra, veterano y muy respetado librero y editor que dirige Metales Pesados,

sostiene que desde el boom no aparecía en América Latina una generación de narradores

tan reconocible como esta. "Comparten lo mismo: escuchan igual música, ven películas, hacen guiones, programas de

humor. Tienen influencia de lo multimedia, de la performance. No tienen miedo a escribir. Y no necesitan ser autores de

una gran novela". Su obra, repartida a menudo en libros de pocas páginas, se lee cómo un puzle. Están lejos de la

grandilocuencia.

Las referencias más claras son Roberto Bolaño, el autor maldito que alcanzó la gloria después de muerto con su novela

De izquierda a derecha: Nona Fernández, Diego Zúñiga, Alejandra Costamagna y Rafael Gumucio, en Santiago de

Chile. / NICOLÁS ABALO

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2666, y el poeta Nicanor Parra. Alberto Fuguet, uno de los que se rebeló contra el realismo mágico en  McOndo

(Mondadori, 1996), o el argentino César Aira son otras de las influencias destacadas.  Babelia dialogó con diez de estos

autores en Santiago de Chile, Valparaíso, Londres y (vía electrónica) Nueva York. Estas son sus reflexiones.

Literatura de hijos

La expresión Literatura de hijos la utilizó Alejandro Zambra (Santiago, 1975) para titular un capítulo de Formas de

volver a casa (Anagrama, 2011), una exploración de su propio pasado. “Los de mi generación vivimos la democracia y la

adolescencia al mismo tiempo. Nos dimos cuenta de que solo la segunda era totalmente cierta”, explica este autor entre

clase y clase de las que imparte en la Universidad Diego Portales. “En los 90 tuvimos una sensación de orfandad muy 

grande. Se daban los problemas por archivados, pero advertimos que no lo estaban”. Y añade: “Para explicar cualquier

cosa en Chile tienes que ir a la dictadura. Es muy difícil no hablar de ella”.

Para la crítica Lorena Amaro, la de los hijos es "una literatura cargada de culpas: la dictadura fue tan larga que dio tiempo

a que los niños crecieran y entendieran lo que estaba ocurriendo, pero no duró tanto como para que pudieran combatirla

realmente". Así que, lejos de la épica, estos escritores denuncian "el mutismo de la clase media, su servilismo ante las

élites y su complicidad con los atavismos del poder en Chile".

Lina Meruane (Santiago, 1970) manifiesta su "espanto" ante la expresión "hijos de la dictadura". "Qué castigo, pienso, que

ese sea el nombre que se dio a esa generación como si hubiéramos sido parte". Esta autora identifica la literatura de

"posmemoria" como "relatos de segunda mano donde los narradores se hacen cargo como pueden de lo que vieron a

medias o intuyeron", explica por correo electrónico desde Nueva York. En el 2000, Meruane publicó Cercada (reeditadapor Cuneta), sobre la relación entre hijos de un torturador y de sus víctimas. "Mi generación abordó este tema muy 

pronto", dice. Pero ahora están surgiendo distintos puntos de vista, entre los que destaca el de Trabucco, porque en su

libro "la memoria es una cosa cenicienta: irrespirable y difícil de sacudirse".

Alia Trabucco. / CLAUDIO ÁLVAREZ

En un pub de Londres, donde reside, Alia Trabucco analiza la marca de los de su edad: "La diferencia de la literatura de

hijos tiene que ver con rescatar otros afectos: esta generación no aborda el pasado solo desde el homenaje, sino también

cuestionando, interpelando. Surge algo más afilado. Una aproximación más incómoda que en otras narrativas". En La

resta (Demipage, 2015), tres de aquellos niños se reencontrarán como jóvenes para un viaje (casi una fuga) en el que les

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A estos autores les

persiguen

fantasmas de su

infancia. La

memoria es

“irrespirable, difícil

de sacudirse”

perseguirán los fantasmas de sus infancias. Un pasado no tan inocente según su relato. "Hay algo terrible en la infancia,

que siempre es narrada a posteriori para construir una identidad".

Infancias siniestras

Es una seña de identidad de esta generación: entienden la memoria de la infancia como algo reconstruido, por uno mismo

 y por la familia, a lo largo de la vida. Poco fiable. Space Invaders (Alquimia, 2013), de Nona Fernández (Santiago, 1971),

es una novela breve entre nostálgica y terrorífica en que los recuerdos de alumnos de los colegios de los ochenta se

enredan con los sueños de los adultos que los reviven. La misma autora escribió Fuenzalida (Random House Mondadori,

2012), el intento de una mujer de reconstruir la vida de un padre ausente, un maestro de artes marciales implicado sin

quererlo en el horror. En ambas la frontera entre lo autobiográfico y la ficción es muy difusa.

"La conducción de la memoria es muy subjetiva", admite Nona Fernández. "De los

escolares de un mismo curso, nadie recuerda lo mismo. No creo en la memoria

oficializada. Había muchos agujeros negros, cosas que se inventaron. Fuimos una

generación rara que tuvo lucidez y conciencia de lo que ocurría pero no llegaba a

entenderlo. Nos quedamos sin respuestas: algunas siguen sin llegar. En unos casos

porque el dolor fue demasiado grande; en otros porque eran de los que no querían

saber". En estos libros abundan los saltos en el tiempo, las tramas paralelas en el

presente y en un pasado de miedo, sangre y plomo. Y se indaga, con esa perspectiva, en el

destino de tantos desaparecidos: los miles que liquidó el régimen y también los que se

escondieron tras identidades falsas.

También son frecuentes las miradas al espacio íntimo, a lo doméstico y familiar, que

señalan debilidades de la condición humana. Un ejemplo es Alejandra Costamagna (Santiago, 1970), quien escribe

cuentos tan inquietantes como los reunidos en  Animales domésticos (Mondadori, 2011), donde utiliza como pretexto la

presencia de las mascotas para presentarnos a una galería de personas presas de la incomunicación. Costamagna pone el

foco en el detalle, en "las mierditas del día a día, los conflictos que están tapados por una superficie de aparente calma".

Minimalismo

De la tendencia a la concisión es un ejemplo la propia Costamagna. La autora ha reescrito su primera novela, En voz baja

(LOM, 1996), comprimiéndola tanto que la ha convertido en un cuento de 35 páginas, incluido en Había una vez un

 pájaro (Cuneta, 2013). En voz baja fue una obra emblemática de la literatura de hijos porque se publicó a mediados delos 90, "cuando la dictadura había dejado de ser tema (ah, eso querían)". Pero, al revisar aquella obra de una veinteañera

(una "mocosa" en lo literario, admite), Costamagna entendió que había "ruido, sobreexplicaciones, personajes-maquetas

 y un lenguaje altisonante", se justifica en el epílogo. Ahora ha reducido la historia enfocándola al conflicto entre una hija y 

su padre en los años setenta "y punto".

 Alejandro Zambra ha escrito novelas cortas como Bonsái  (Anagrama, 2006), el relato sobre una pareja que comparte el

erotismo y las lecturas, y que empieza contando el final. Sus obras no suelen alcanzar el centenar de páginas. Tampoco su

último libro, Facsímil  (Sexto Piso, 2015), que da un nuevo salto formal: el texto se estructura como un examen de acceso a

la universidad (la Prueba de Aptitud Verbal), en el cual el alumno se sitúa ante fragmentos de textos que debe ordenar, o

descartar en parte. Con ese esquema se presentan pequeñas historias o reflexiones del autor sobre los temas que le

importan, algunos muy cotidianos (¿por qué ya no se saluda en los ascensores?) y que adquieren nuevos sentidos, o más a

menudo mantienen el mismo, según decida el lector. Con este formato "se volvió muy relevante la posibilidad dedesordenar todo, de eliminar los detalles y las redundancias. Empezó como una parodia y acabó en autoparodia. Una

parodia amarga", explica su autor.

Lo íntimo, lo personal

Muchos escritores chilenos participan de la tendencia (global) de que el escritor se ponga a sí mismo como personaje.

 Aunque, subrayan, la autoficción también tiene algo de mentirosa. "La honestidad de un escritor es con su tiempo, no con

su vida", opina Zambra. "Y la ficción no es lo opuesto a la verdad, ¡como si la vida no incluyera los sueños!". Nona

Fernández lo explica de otra manera: "Estamos en un momento en que la gente se disfraza menos. Y por tanto puede

ponerse a sí mismo como personaje".

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Alejandro Zambra / RICARDO DE QUEROL

La poeta Gloria Dünkler. / R. DE Q.

Rafael Gumucio (Santiago, 1970) se ha puesto de personaje una y otra vez. Es el autor de

 Memorias prematuras (Debate, 2000), un libro rompedor por dos motivos: el primero,

que escribir unas memorias antes de cumplir los 30 no es lo más habitual; el segundo,

que aportaba el punto de vista del exiliado. El autor -también periodista y humorista,

presentador de espacios en radio y televisión- pasó su infancia en Francia, donde se

había refugiado su familia, y regresó a Chile a los 14 años. "Fue un shock. Ese país al que

 volvía no era mi país, porque no tenía ningún recuerdo de él. Así que era un

descubrimiento que tenía que hacer en voz baja". Gumudio reflexionaba sobre el

sentimiento del desarraigo en una obra que vincula lo personal, y por tanto emocional, y 

lo político. "Era una confesión de fragilidad, escrita más desde la duda que de la certeza".

Gumucio no solo ha sido personaje él mismo, sino que hizo protagonista a su abuela, una

gran influencia en su vida, en Mi abuela, Marta Rivas González  (Ediciones UDP, 2013).

El autor considera a esa mujer de vida intensa, exiliada dos veces, "el hombre de la

familia", un modelo de virilidad. "Vengo de un mundo donde no somos del todo chilenos,

franceses ni españoles", dice Gumucio, quien también ha residido en España y en

Estados Unidos. Y sigue explorando su pasado de nómada. Su nueva novela,  Milagro en

 Haití  (Literatura Random House, 2015), se basa en otra experiencia familiar. En ese país

caribeño residió su madre, un tiempo en que vivió un golpe de Estado y una severa

infección tras una operación estética, los puntos de partida de la novela. Pero él asegura

que las coincidencias acaban ahí y todo lo demás es ficción.

Lina Meruane también sale de su país pero no de sus raíces familiares en Volverse

 palestina (Literatura Random House, 2015), la crónica de su viaje al pueblo de sus abuelos, en Cisjordania. Una estancia

que despertó en ella una "conciencia más política de lo palestino", y que le hizo fijarse más en el violento presente que en

la nostalgia del origen.

Otros episodios negros

 Y es que no solo de la dictadura y de la transición escriben los jóvenes autores chilenos. A sus 28 años, Diego Zúñiga

(Iquique, 1987) ha tenido éxito con su segunda novela, Racimo (Literatura Random House, 2015), un relato en torno a la

desaparición de más de una decena de chicas adolescentes que estudiaban en un colegio en Alto Hospicio, en el desértico

norte de Chile. Aquel episodio aún duele: los familiares de las víctimas se toparon con la incomprensión, desidia e

incompetencia de las autoridades (un miembro del Gobierno llegó a sugerir que las chicas se habían fugado y lo relacionócon su "promiscuidad") hasta que se descubrió que era un psicópata el que estaba detrás de 14 muertes en la zona. Sin

pretenderlo, a Zúñiga le salió una novela negra -él dice que no es autor de género-, ambientada en un lugar desolador e

inquietante, donde además se ubicaba una fábrica de armas de racimo, hoy prohibidas. "El cementerio perfecto", explica

Zúñiga. "No me interesaba el asesino en serie, hablo de la herida del país, que está lleno de casos así".

Si Zúñiga nos lleva al lejano norte de Chile, donde nació, la poeta Gloria Dünkler (Pucón,

1977) es del extremo sur. Y sus historias se sitúan en esa tierra fría y remota pero se

remontan un siglo atrás. Tras la independencia, miles de colonos alemanes fueron

asentados en el sur para garantizar la consolidación de ese territorio; los indígenas

mapuches, a su vez, fueron desplazados a los cerros, porque no se les consideraba aptos

para el trabajo agrario. En ese contexto se sitúan sus dos poemarios: Füsche von

 Llafenko (Ediciones Tácitas, 2009) y Spandau (2012). El primero se centra en eldesencuentro entre alemanes y mapuches. En el segundo, se habla de los criminales de

guerra nazis refugiados allí, como Walter Rauff , reclamado por Alemania y a quien

 Allende no fue capaz de extraditar. La tercera entrega, que se llamará Yatagan, aborda

un asunto polémico: la matanza, el 5 de septiembre de 1938, de unos 60 jóvenes nacistas

(con c, variante autóctona de la ideología hitleriana) al aplastarse un conato de

revolución pretendidamente nacional-socialista.

"Es un tema tabú, incómodo", confiesa la autora. "Fue una masacre pero, como las

 víctimas eran de tendencia nazi, no fue recordada. No está en el canon de lo

políticamente correcto". La poeta, descendiente de alemanes y españoles, quiere

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combatir ese olvido. Pero asegura que inició esta serie sin otro objetivo que "una búsqueda personal, una indagación en la

sombra del yo".

Fenómeno independiente

Dünkler, quien se expresa sorprendida por la repercusión de su obra, es un ejemplo de la pujanza de las editoriales

independientes, una de las claves del momento literario chileno. Otro caso llamativo es el de Natalia Berbelagua. La joven

escritora de Valparaíso (nacida en Santiago en 1985) alcanzó notoriedad con Valporno (Emergencia Narrativa, 2012), una

colección de cuentos de sexo descarnado, que aborda lo más oscuro y sucio que ocurre puertas adentro en contraste con

una sociedad en apariencia muy formal. Para su redacción se sirvió de ideas que dejaban internautas anónimos en su blog

sobre erotismo. Valporno fue un grito punk, una provocación que salió del circuito de lo underground  tras ser elogiada

por Nicanor Parra (cuentos tan pornográficos como buenos, dijo el poeta). La autora creó allí a dos personajes llamativos,

Elías y Alicia, una pareja que se trata sin ternura alguna y que revela que "la felicidad es una mentira".

Si Valporno trataba de la perversión hasta lo repulsivo, La bella muerte (2013) continuaba esa línea fijándose en la

crueldad extrema. Sin embargo, su tercer libro, Domingo (2015), da un giro y aborda sus recuerdos de infancia,

adolescencia y juventud en forma de diario íntimo y en un tono de gran melancolía. Berbelagua explica en una terraza de

 Valparaíso, ciudad portuaria y por tanto canalla, que lo suyo ha sido el "humor negro", inhabitual en la literatura chilena.

"En Valporno quise golpear; era más joven y tiene la rebeldía de aquellos años.  Domingo está hecha de microficciones

que forman una historia completa". Y ahí destaca, de nuevo, una mirada nada inocente sobre la niñez: "Yo trato el horror

cotidiano", dice. "La infancia como terreno feliz no es tal".

Natalia Berbelagua, en Valparaíso. / DANIEL GUZMÁN

Como no todo lo alternativo se entiende bien, a Natalia Berbelagua le preguntan a menudo si es sadomasoquista, como a

Gloria Dünkler algunos la miran mal por si es nazi. No todo el mundo supo leer sus obras.

Una mirada escéptica

Carlos Franz (Ginebra, 1959) no pertenece a esa oleada de veinte, treinta y cuarentañeros, sino a la generación que era

madura durante la transición. Al pedirle opinión sobre los que van detrás, discute el concepto: "Hay gente muy diversa".

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Sí observa un cierto gusto por tendencias minimalistas, por una estructura muy tenue y delgada, pero eso, señala, ya se

hacía en EE UU en los años sesenta. "No hay tendencias dominantes sino una ausencia de líderes. Como en la política",

señala. Con esa reserva, elogia a Zambra por su "oído poético". Y lo enmarca en una tradición chilena de autores apegados

al realismo y al intimismo. Porque el realismo mágico, remarca, "nunca prendió en Chile", con la única excepción de

Isabel Allende, a quien considera casi caribeña "aunque ella no lo sepa".

Franz, que ha residido en Berlín (y en Madrid), sostiene que en Chile nunca se ha hecho una revisión del pasado como en

 Alemania, donde se interrogaron sobre su pasado "de forma compleja y no simplista". En Almuerzo de vampiros

(Alfaguara, 2007), el autor sitúa a un estudiante en un submundo nocturno de pícaros que se ocultaba del toque de

queda, donde topará con el fantasma de uno de sus mejores profesores, transformado en un buscavidas que habla unagrosera jerga. El lenguaje como disfraz. Pero Franz nunca pretendió hacer una historia de la dictadura, sino que busca

 valores universales. En este caso: "Las bellas palabras e ideas no valen nada ante la mierda que es este mundo".

 Y Franz advierte contra las lecturas críticas de la transición iniciada en 1988 que abundan hoy. "La transición chilena fue

algo extraordinario. Sin un tiro, sin una gota de sangre. Fue inclusiva y con éxito económico", sostiene. Pero admite que

"la fórmula se ha vuelto insuficiente". Y observa, en un país agitado socialmente, "peligrosas tendencias populistas".

Carlos Franz, en la terraza de 'Le Flaubert', uno de los escenarios de su novela 'Almuerzo de vampiros' / R. DE Q.

La crisis chilena actual

Muchos de los autores jóvenes chilenos expresan cierta sintonía con el movimiento de protesta, encabezado por los

estudiantes, que sacude el país desde 2011, el año en que el activismo se destapó a escala global. A las demandas sociales

se ha sumado la denuncia de la corrupción tras un escándalo que ha implicado al hijo de la presidenta Bachelet,  cuya

 valoración popular ha caído en picado.

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Lina Meruane / CRISTIAN MATTA

Es rotunda en su visión Alia Trabucco: "La crisis en Chile ha sido una bendición. Se ha destapado cómo se ha hecho

política. Chile es una gran fractura social, en la que todos compiten con todos". La autora cree que la sociedad se ha

levantado contra el "ultracapitalismo", herencia de la dictadura nunca cuestionada. Desde las aulas, Zambra pone el foco

en el drama de los estudiantes obligados a endeudarse de por vida para pagarse la universidad, lo que ve "aberrante". Las

protestas, afirma, "tienen algo que ver con un cambio generacional y cierta autonomía de pensamiento". Pese a todo, dice

mantener esperanzas en la reforma de la Constitución -aún rige la que dejó Pinochet, aunque enmendada- que prometió

Bachelet.

Gumucio admite que vio con esperanza el inicio de las movilizaciones, pero teme "su deriva y la reacción de la derecha

sociológica, que es temible". En un pulso cada vez más crispado, "todo el mundo está siendo desenmascarado, y al que nole importe ser un monstruo ganará". Zúñiga sostiene la idea de que en 2011 se despertó dormido. "La transición pareció

muy ordenada y que dejaba un país próspero, pero no estábamos tan bien". Aunque se muestra humilde: "Es cómodo

hablar mal de la transición cuando uno no la vivió realmente".

El librero Sergio Parra analiza a estos autores en función de su momento político: "Es una generación muy honesta. Han

hecho la transición a la adultez en una sociedad sin transparencia y sin autoridad. Es curioso: sus padres venían de lo

autoritario, ahora no hay autoridad".

¿Reproche a los padres?

En la construcción de un nuevo discurso sobre la dictadura por parte de los que eran

niños está implícito un cierto reproche a la versión anterior, la de sus padres. Pero losautores que han pasado los cuarenta años, muchos padres a su vez, quieren evitar ese

choque. "Me siento en paz con ellos. Logro entenderlos", afirma Nona Fernández. Para

 Alejandra Costamagna, en los libros de los autores de su edad se escucha "la voz del hijo

como la de un detective. Pero no ya haciendo un ajuste de cuentas con sus padres, sino

poniéndonos en su lugar".

Gumucio es más directo: "Yo ya pasé la etapa de reproche y ahora estoy en la etapa de ser

padre y culpable yo". Este autor cree que en vez de mirar a otros, lo nuevo es una

literatura de "qué hicimos nosotros", en la que cada uno se responsabilice por haber sido

parte "de un falso paraíso, de ese país en crecimiento pero muy desigual".

Para Lina Meruane, los autores de su generación "portan cierta culpa de sobrevivencia o

incluso de privilegio cuando los padres y madres estuvieron a favor del régimen. Por

mucho tiempo parecía que todos las novelas o los testimonios eran escritos por los

mártires, o por los hijos de esos héroes de la izquierda, pero esa escena empieza a

trizarse, se ha vuelto más compleja y en cierta medida, no siempre, más interesante". Como Alejandro Zambra, que no ha

dudado en narrar sus desencuentros con sus padres derechistas.

En Formas de volver a casa Zambra lo explica con belleza: "No quiero hablar de inocencia ni de culpa; quiero nada más

que iluminar algunos rincones, los rincones donde estábamos. Pero no estoy seguro de poder hacerlo bien. Me siento

demasiado cerca de lo que cuento. He abusado de algunos recuerdos, he saqueado la memoria y, también, en cierto modo,

he inventado demasiado".

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