LITTLE HAVANA MEMORIAL PARK DE LEANDRO EDUARDO CAMPA

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Gracias a Néstor Díaz de Villegas y a Juan Carlos Castillón. Fogonero Emergente distribuye sin ánimo de lucro.

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LEANDRO EDUARDO CAMPA

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LITTLE HAVANA MEMORIALPARK

LITTLE HAVANA MEMORIAL PARK

A mi hermana

LEANDRO EDUARDO CAMPA

All, all are sleeping on the hill.

Edgar Lee Masters

LITTLE HAVANA MEMORIAL PARK

La luna donde Reina era Reina, las gaviotas, el Parque Mart�, el almendro, la incierta ma�ana, el quicio de los atardeceres y la desesperante noche, son hoy voces que animan estas p�ginas.

LEANDRO EDUARDO CAMPA

ICuanto queda de Little Havanaes un quicio: el atardecer lo cubre;todos los atardeceres se unen para cubrirlo.

En ese quicio dejamos sentadanuestra sentencia.Vidas que fueron un n�meromenos inequ�voco que el del Seguro Socialedificaron este pante�n:

Wichinchi; Quintana; Orlando, elecuatoriano; Frank, el jugador; Ordo�ez, el Puro; Miranda, el escurridizo; Sherman, elmisterioso; Rosario, la puta; Reina; Maritza, la loca; Mr. Douglas, el Capit�n de nav�o;Dant�n, el polic�a de los ojos claros; Oti, la mujerde Mr. Dinero; Papiro, el usurero; Mr.Dinero; Pedro Marihuana; Jorge Avila, el at�mico; Maldonado, el alcalde; Mirtha B.Moraflores; Eddy Campa el poeta y otros, otros.

Todos, todos estamos en Memorial Park.

ÁC�mo nos vemos obligados a reviviren este cementerio las alegr�asy las tristezas de Little Havana!

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ÀQui�n puede olvidar a Papiro, el usureroy su guerra a muerte con Mr. Dineropor el amor de Rosario, la puta? (Aqu�,en la eterna discordia reunidos).

Donde nace el resplandor de esta columna,refulg�a el almendro al que Papiro serecostabaen su silla de tijera que abr�acomo piernas de mujer y se dorm�a;se dorm�a bajo el clamor de los almendrosen las ma�anas de bajo income. Y la gente deseando que jam�s despertara;pero esto nunca ocurr�a,y cuando despertabahasta el indigente olvidaba su miseria. ÒAl veinte por ciento, se�oresÓ Ð aclaraba �l.

Y ven�an perseguidoras, ambulancias ybomberosy Maritza, la loca, detr�s de las gaviotasy Wichinchi Prenda Fu cantando guaguanc�y Pedro Marihuana pregonando su mercanc�ay Eddy Campa, el poeta, recitando suspoemas, mientras el viejo halc�n de la usura,

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pensaba en la negra que lo recogi�de ni�o, cuando �l mendigaba por LaHabana.

ÒTodo lo que tengo, madrecita, es para ti cuando mueraÓ.

Eso le dijo.

Pero,Àqu� se habr� hechode la camioneta de Papiro, el usurero?La camioneta roja de doble cabina, marcaFord.

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ÀD�nde est�n las palomas de la IglesiaMisionera de Dios?

ÁAh, Maldonadoqu� tiempos aquellos de tus arengasen el billar de Ramoncito, el babalao!

ÒNECESITO TU VOTO,CIUDADANOÓ.

Y tus palabras se escuchaban con m�satenci�nque las del Presidente sobre el Estado de laUni�n;y ÒKing KongÓ, el coin-man, te levantaba ensus brazosy Maritza, la loca, te ofrec�a su cervezay Tom�s, el pordiosero, te regalaba suscentavos.

Pero t� no olvidabas tuspalomas; t� no olvidabasque no hay amor que supere el odiosuperado,que no hay sapiencia que aventajela sonrisa de un hombre realmente feliz.

Tenme contigo en el aliento de los bosquesv�rgenesy en el simple saludo; en las palomas que anidan sobre tutumba y en las luces que jam�s claudican.

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El billar de Ramoncito cierra sus puertas a lasonce de la

[noche,las sillas se colocan patas arriba sobre elverde tapete,y nos dormimos.

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ÀPor qu� se nos fue Rosario, la puta?En la foto de la prensa no parec�a la misma.

Y dijeron que tus pechos sab�an los secretos del Pent�gono.

Tus pechos icinerados un d�a de FiestaNacional,Àtuvieron que ver con el declinar de lascenizas de los fuegos artificiales?

Dant�n, el polic�a de los ojos claros,llora junto a Papiro, el usurero,y a su rival, Mr. Dinero.

Otros, menosprominentes, tambi�n lloran porRosario,y en las l�grimas he halladoel candor de un sentimiento innegociable;

pero las tumbas son como pa�ses mal gobernados,

y Rosario no llega.

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Yo, Mirtha B. Moraflores,que enloquec� a Eddy Campaporque nunca le dije que lo amaba.

Aqu�, yo, ahora, en este inmundo ata�d,Àc�mo sobreponerme al remordimiento?

Recuerdo cuando le hac�a aquellos desairesde los cuales yo disfrutaba;

entonces �l, Eddy Campa, escrib�a los poemas m�s bellos;

los escrib�a en cualquier sitio; el borde de una acera, el techo de un auto, el tronco de un �rbol, el mostrador de una tienda.

Despu�s, tarde en la noche, tronara o relampaguearalos pon�a en el parabrisas de mi autoenvueltos en celof�n para que la nochecon su relente no los enfriara.

Luego,al bajar de mi apartamento a las ocho de lama�ana,los romp�a delante de sus ojosque no hab�an dormido;

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con esa arroganciaque siempre le mostr�.

Orgullosa fui, y miserablesoy: que le entregu� mi cuerpo a quienes no lo merecieron: que me mofaba de �l, a quien sin embargo amaba.

ÁQue la tierra me anegue con tus versos!

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Yo, Eddy Campa,que am� a Mirtha B. Morafloreshasta el delirio.

Yo, que la esperabaen el quicio de los atardeceresdesde las cinco de la ma�anapara, tres horas despu�s, verlasalir de su apartamento

Ð y ella siempre detr�s del maridopara hacerme pensar que �l no le interesabamucho Ð

heme aqu�, ahora, revolvi�ndome en este sarc�fagode despecho (si al menos estuvieraacolchonado), recordando las noches en que ella, Mirtha, se parabaen la ventana de su dormitorio para vermeescribir sobre mis rodillas,sumido en el m�s sublime de lossufrimientos; entonces,todo era motivo para la l�ricay hasta la inmundicia se tornaba poes�a.

D�jame decirte, oh Mirtha m�a, que nunca te dije que te amabapara salvar este poema.

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haz que conserven el calorde los que te dejaba en el cristaldelantero de tu Chevy Camaro.

Las tumbas en Memorial Parkno tienen limpiaparabrisas.

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Mirtha, estos versos escritos para ti, no pretendenla fama que mata la pasi�n.

Si han de quedar en los fr�oslaminados de las computadoras, es porque en ellos se habla de quien tu indiferencia sufri� y de quien tus atencionesdisfrutara.

Pero si acaso hay alguien a quien estos versos no

comuevan, desde mi sepultura sabr�que todo cuanto la Humanidad lograreen vano ser�.

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Yo fui (yo soy) Mr. Dinero:la constancia, el esfuerzo, el trabajo.

Yo, que dej� en mi patriauna casa con su terrenodonde pastaban mis vaquitas,y llegu� a esta tierra sin un centavo,Àpor qu� compartir mi dinero?

Todos los d�as part�a de madrugadahacia mi finca donde cortaba la ca�aque transportaba a mi cafeter�a.

Luego atend�a mis casa rentadasy mi lavander�a, y a mi familia;

y me dorm�a a las doce de la nochepensando en aumentar mi dinerodel que tambi�n viv�an mis empleados.

S� que dec�anque hice mi dinero en la ÒbolitaÓ,comprando ÒroboÓ, vendiendo droga;pero esos que hablaban de m�,y que todav�a hablan,ven�an a pedirme favores, a llorarme.

S�lo los triunfadores no pensaronas� de m�,y esos son mis amigos.

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los que se autodestruyeron,no me importa.

Soy un creador de riquezas.

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Como cuenta de ahorro en sus finales resisto.

Que cada tumba sea ascensi�n de alba, y nola neblina de mi avaricia.

Me entrego a esos ideales, pero, Àqui�n garantiza el bienestar de lossepulcros?

Aguas nacidas en albercassus muros defender�n. Y ahora, Àqu� har� sin mi tarjeta decr�dito?

Un poco de salud, ning�n dinero, ymucha poes�a.

(La tumba de un poeta es un lugar decuidado).

Monta�as a Mr.Dinero.

porque los locos no saben que envejecen.

Los jardines de Gainesville, me han dicho,florecen al anochecer;

los jardines del hospital para dementes.

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ESCUCHA: no hay hora fija para el silencio.

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A Maritza, la loca, le gustaban las gaviotasque, precedidas de un viento familiar, sol�anposarse en el terreno de pelota del ParqueMart�,cuando todav�a ning�n ni�o jugaba.

Ella viv�a pendiente de ese vientoque le prove�a, en un instante de dicha,sosiego a su raz�n perdida donde abismosdebieron unirse en la piedad.

Hija m�a, ni�a que corr�astras los p�jaros del parque sin cerca,dada en adopci�n a los ricos de Coral.

Madre de vuelo profundo, hazme sentircuando mi hija me llame desde el jard�ndonde juega rodeada de rejas y sue�osfabricados.

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Y cuando nos acerc�bamos a Key West,la ex reclusa Maritza, alias Òla Ni�aÓ,mir� con vehemencia a Mr. Douglasque masticaba tabaco con las manos firmesen el tim�n.

Despu�s ni el Capit�n de la embarcaci�nni Maritza los volvimos a ver.

La tarde naufragaba. Y herv�ala piel de la costa, que se agrandabaa medida que nuestro desasosiego disminu�a.

Pero desde estos hechos, sin dudasmemorables,ha transcurrido medio siglo, y s�lo dostestigos quedanpara narrarlos: la hija de Mr. Douglas conMaritzay esta historia de amor.

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No fue la brisa del m�stil,fueron tus caricias.

La barca en el regazo de las aguas y tu cuerpo entre mis brazos.

En el lenguaje de los peces nos amamos y salimos a la cubierta, y yo deseoso que la tierra sealejase.

Siento celos del mar, me dijiste.

Es el atractivo de las ocultaciones, te dije.

Y las aguas meci�ndose en tus ojosy mis brazos alrededor de tu cintura:

el viejo tim�n de mi barcaza donde sue�o con el otro Mr.Douglas:

padre de familia con una casita en laarboleda;y mi hija saltando con la alegr�a que nutre miatarraya,cuando me ve llegar con los caracoles que legustan; y mi mujer inclinada ante m� para ayudarme con los gruesoscalzados y el mar martill�ndome las sienes.

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ÁQue no despierte, que no despierte, ohMaritza!

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Las llamas del velajepueden ya comenzar mi funeral.

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Feliz quien tiene en un poco de cielo elUniverso.ÀFue la visi�n de una velao el paso de un cangrejosobre mis senos?

ÁLucecitas en la l�nea deflotaci�n!, y la maleficencia en mipasado.

ÀQu� sextante podr�a medir el �nguloen el que nuestras miradas se cruzaron?,el v�rtice donde convergen la libertad y elamor.

Las naves se queman alamanecer,

Mr.Douglas.

He o�do gaviotas pronunciar tu nombre,y quisiera retener el cielo cuandoincesantemente se me aleja.

Te ama, Maritza.

ÁQu� triste se ve la Ocho Avenida y la TresCalle!Nadie habla, nadie se mueve.ÀA qu� se debe

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que las luces de lasperseguidoras, las sirenas de lasambulancias y los lamentos de losEvangelistasno despierten el entusiasmo de otras veces?

ÀHacia d�nde apuntar� el crep�sculo hoy?ÀAcaso nadie va hoy a drogarse o a componerodas?

La tristeza de esos hombres yo la conozco:Reina no est� entre nosotros.

Reina,

la dependiente de la cafeter�a de Mr. Dinero,que manten�a en vela a un mostrador repleto de ojos, por esa transparencia de tela que siempre us�,y que a tanto follaje luz le diera.

ÁAy, Reina! ynuevamenteReina, la de los besos sin tax,y por los que Cheo Mu�anga se bati�a pedradas con el difunto Maldad.

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en la oquedad de unapremuraque a mi resignaci�n sentido da,y a la que ella, Reina, mirabacon lasciva fijeza.

ÀC�mo prescindir de esavocaci�n al est�mulo?

ÀO es que vamos a permitir que rapten a nuestras mujeres?

Un consejal de la ciudad se cas� con Reina.Ahora s�, ahora s� entiendopor qu� la tristeza de estos hombresse convertir� en violencia antes que el d�aacabe.

ÀPueden decirmeen qu� direcci�n queda el mar?

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ÁQu� norteamericana la luna sobre el mar!

Cascadas de luz en la orilla redondacomparten su intimidad con las aguas:el m�s puro de mis sentimientos subastado.

Ha vuelto a elevarse el fulgorde la fuente del parque que pronto apagar�n;la fuente con quien sent� las cosasprimordiales.

Si el nombre Reina no remitiera a la belleza,desistir�a de mi Fe en la Humanidad.

Pero, Àd�nde est� el cochero que cantay le dice palabras dulces a los caballos?

Me gustar�a ver a mi amigo Eddy Campa, elpoeta:no conozco otro m�s sabio en materia denudos.

En la rivera de mi memoria,el mar que me consuela adormece las olas.Tambi�n en los camposantos florecen losalmendros.

Cuando el Sr. Pastor Emenegildo Sarmientode la

[Concepci�npuso en venta la Iglesia Misionera de Dios

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por cuarenta mil d�lares, tuvo tres ofertas:

Mr. Dinero: treinta mil d�lares para construir un supermercado.

Sr. Valdivia (due�o de La Cadena Supermarket): treinta y cinco mil d�lares para impedir la competencia.

La Ciudad: cincuenta mil d�lares para hacer una estaci�n de polic�a.

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Yo, Emenegildo Sarmiento de laConcepci�n, muerto a manos de un asaltante cuando me dirig�a al Barnett Bank para un dep�sito de cincuenta mild�lares,

te pido, Se�or, que me perdonespor haber vendido tu Iglesia,y perdona tambi�n a los que se alegraronque la demolieran,

porque ellos no saben que un d�a lesaplicar�n la Ley Marcial,

y pedir�n (nunca es tarde) tu manoprotectoracuando el palo de la polic�a ronde suscabezas.

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La tarde que a Mr. Dinero y a m� nostramitaban para el

[otro mundo,todos acudieron a despedirnos:

postrada junto al cad�ver de Mr. Dinero,se hallaba Oti, con los ojos asistidos porl�grimasy las rodillas regordetas;

Ordo�ez, el Puro, nos miraba como si nocreyeraque estuvi�ramos muertos;

Frank, el jugador, maldici�ndosepor pagarme el pr�stamo unas horas antes;

Miranda, en su estilo escurridizo, conversabacon Sherman, el misterioso, acerca del futurode la [viuda;

Eddy Campa, el poeta, aprovech�para leerle a Mirtha su poema: LOCURA;

Ramoncito, el babalao, le tiraba los caracolesa Dant�n, el polic�a de los ojos claros,quien parec�a m�s interesado en controlar aOti;

Wichinchi Prenda Fu, movi�ndosesigilosamente hasta mi cadenita de oro;

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ÒKing KongÓ, el con-man; Quintana;Orlando, el [ecuatoriano;Cheo Mu�anga y Maldonado, el alcalde,llegabana un acuerdo sobre quien de nosotros muri�primero,

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tras sus gaviotasy Rosario, la puta (por la que nos matamos),le�a una

[revistabajo el almendro repentinamente florido.

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Madre,tu coraz�n y el m�o viajan juntos.No hay eco, en la lejan�a del Universo,que no responda al agradecimiento.

Estar� contigo en esta nueva estrella.Ni la envidia de las tumbas podr� separarnos.

TuPapiro.

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Desde el ramal de tus pupilasmi congoja acecha.

ÀQu� sepulturasoportar�a este pesar?

ÀAcaso le�as bajo el almendroel infortunio de nuestras vidas?

No hay amor verdadero sin la amenaza de una tragedia.

(La raz�n agoniza donde la pasi�n pervive).

A ti te entrego este apaciguamiento:no lo destapes.

Un cinerario respirapor tu candidez.

ÀRegresar� Rosario?

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En el quicio de los atardeceres la vidaterminacada domingo a las seis de la tarde; y no hay otro color en el cielo que elde tus ojos, cuando nos miras desde la cafeterabrillantey nos dices:

ÒBuenas nochesÓ, y nosotros terespondemos hasta el lunes, Reinita.

Luego cada sombra es una memoriaque estremece.

Todo se desvanece tanapresuradamente en el caf�con que partimos.

S�lo las luces delParque Mart� permanecen intactas.

Contra la humedad de la noche, nos protegela Primera Enmienda.

En el billar de Ramoncito, el babalao, (lugar de l�mpidas estocadas) leo y a veces escribo.

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Esp�ritus id�neos para complicad�simascerradurasson mis amigos. Ojos que no se ocultanpara llorar vierten l�grimas sinceras.

ÀEs la amistad de los sepulcrosun entendimiento mayor de la existencia?

Mi puesto es el que est�en el podio de esta incertidumbre.

Meaferro a esos temores quebusco.

El extinguidor para el fuego pende de unclavo en la [pared.

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Necesit� valor para hablarle:cre� que me iba a tomar por locopero, como dije, me llen� de valory fui hacia �l, y le dije:

Sr. Presidente Reagan haga algo por mi hijo preso en Cuba

y yo miraba mis manos mojadas por el aguadel fregadero, y a mi delantal con rastros decomidapensando, como dije antes, que me tomasepor loco

pero �l, el Sr. Presidente, sevolvi� hacia m�con una sonrisay me pregunt� el nombre de mi hijoy el motivo por el cual se hallaba presoy me dio su tel�fono para que lo llamase a laCasa [Blancay estrech� mi mano sin importarle lo mojadaque estabay yo recog� su plato, y �l me dijo thak you.

Por la ma�ana pasan los �mnibus escolareshacia la Doce Avenida Middle School

y pienso en lo que Am�rica fue sin �mnibus escolares,

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y en el joven Lincolncon un libro en las manos en medio de unbosque y un hacha a suladosin Doce Aveniday sin �mnibus escolares,

Where is yesterday«s snow?

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ÀRecuerdan al Sr. Pastor EmenegildoSarmiento de la [Concepci�n?,el buen gusto con que escog�a a losmuchachonespara que enderezaran el cuarticodel Sant�simo.

Y esto suced�a una vez cadaquince d�as y no se tocaba m�s el tema

hasta el Domingo de Misaque lo llam�bamos Emi (cari�osamente),y �l nos gui�aba un ojoy nosotros hac�amos la se�al de la cruz.

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Ahora todo es diferente en la Ocho Aveniday la Tres Calle de la Peque�a Habana,

pero, bajo esta carretera debajo de estos rascacielos,

permanece la Tienda del D�lar de Paco,el traficante que se quit� en el primer viajee ingres� en la Fundaci�n CubanoAmericana,alcanzando el grado de Tesorero, hasta quelo [expulsaron;

y la cafeter�a-lavander�a de Oti, la mujer deMr. Dinero,quien no esper� a que enterraran a su maridopara casarse con Dant�n, el polic�a de losojos claros,con el que vivi� por el resto de sus d�as;

y La Fritanga de Samuel, oriundo de Le�n,donde se vend�a la mejor carne asada delSouth Westy tambi�n la mejor marihuana;

y la farmacia del ÒDoctoÓ, tan atento,hasta la tarde que se esfum�reapareciendo al tercer d�a en el noticieropor lavado de dinero;

ÁAh!, y el terreno de pelota del Parque Mart�,que tan bien cuidara el ex pitcher delAlmendares Vicente L�pez,

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pas�ndole la malla con su old Buick. (Dejaba una polvareda desue�os).

y coca�na, propiedad de Rub�n, el sandinista,quien acab� en la c�rcel;

y La Cadena Supermarket (Carnicer�aLatina),del Sr. Valdivia y su socio Arturito, quienes se

[encerrabanlargas horas en la oficina para cuadrar la caja;

y el quicio, el imperecedero quiciode los atardeceres (pared de tedioque reproduc�a la huella de mi pi�),

en el que Wichinchi; Ordo�ez, elPuro; Quintana; Orlando, elecuatoriano; Miranda, el escurridizo; PedroSoplete; Jorge Avila, el At�mico y muchosm�s,nos sent�bamos para mirar sencillamentecomo flu�an las horas.

La polic�a pasa veloz por la carreteradonde una vez estuvo La Peque�a Habana, pasa veloz y ning�n sobresalto siento.

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Perm�tanme ahora partir con mi amigoÒBisnecitoÓ:nos ha tra�do excelentes noticias de ÒLaNueva [Rep�blicaÓy debemos celebrarlas.

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Esperar� con fuerza para ver la luz delamanecer,de todos los amaneceres.

Que el olor a vida me exitecuando roce mi osamenta,y que siempre responda a su llamadomi gratitud de hombre proscrito.

Todos, todos estamos en Memorial Park.

Dic. 1996- Feb. 1998Miami, Fl.

LEANDRO EDUARDO CAMPA

Campa por CampaNac� en La Habana, un 27 de febrero de 1953. He pasado por la Universidad,las c�rceles, los manicomios, (incluyendo la Brigada Hermanos Sa�z) y por loshospitales. En 1980, asediado por la Seguridad del Estado, parto hacia losEstados Unidos, v�a Mariel-Cayo Hueso, junto a lun�ticos y ex presas de NuevoAmanecer. El barco se llamaba ÒEl PimentosoÓ.Actualmente resido en Miami y me gano la vida vendiendo fantas�a.

Parece que ha muerto Eddy Campahttp://www.elateje.com/0202/noticias%200202.htmLa �ltima vez que sus amigos recuerdan haberlo visto caminando por laPeque�a Habana de Miami, por donde se mov�a el escritor Leandro EduardoCampa, fue en diciembre de 2001. Desde entonces, a este excelente escritorcubano se le ha perdido el rastro.

A Campa, un hombre delgado, de baja estatura y de hablar pausado, se lediagnostic� un problema m�dico que lo obligaba a hacerse di�lisis. Se le coloc� elcat�ter que ese tipo de tratamiento requiere, pero despu�s de unas pocassesiones no lo continu�. Seg�n algunos amigos cercanos, Campa tuvo uninconveniente con el cat�ter que intent� quitarse �l mismo, y tras algunascomplicaciones ingres� en el hospital donde falleci�. Hasta el momento nadie havisto su cad�ver, nadie ha podido confirmar la informaci�n. Lo cierto es quedesde finales del a�o pasado desapareci�, y no se ha sabido m�s de �l. Sepresume que ha muerto.

Campa escribi� en Cuba el libro Calle Estrella y otros poemas, pero el libro fuerequisado por la polic�a represiva de la isla. En el exilio, adonde lleg� durante el�xodo del Mariel en 1980, public� el libro de poemas Little Havana MemorialPark, y tiene in�dito el volumen de relatos Curso para estafar y otras historias,

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En las entra�as del monstruoNestor D�az De Villegas. Apr. 12, 2002. El Nuevo Herald.

Boarding Home; Little Havana Memorial Park; Ciudad M�gica: poemas de Miami escritosen el manicomio. Se los considera ejemplos de literatura cubana del exilio. Podr�anser considerados, al mismo tiempo, ejemplos de literatura disidentenorteamericana. No hablan en el idioma de la metr�polis; no pueden compartirla visi�n triunfalista del inmigrante. En Cuba, aquello del norte revuelto y brutal esapenas una frase hueca: s�lo quienes lo vivieron en carne propia, comoGuillermo Rosales, Esteban Luis C�rdenas y Leandro Eduardo Campa, puedencomunicarnos lo que tiene de cierto.

ÁQu� norteamericana la luna sobre el mar!, es un verso memorable del libroLittle Havana Memorial Park, del poeta Leandro Eduardo Campa, quien, alparecer, ha muerto en las calles de Miami sin dejar huella.

Vivi� de homeless en terminales de �mnibus y casetas de salvavidas de la Playa;acamp� en el parque de la 8 avenida y la Tercera calle del South West, rodeadode esos personajes callejeros que luego ver�amos desfilar por sus versos. En elc�lebre quicio de los atardeceres compart�a una colada ritual con los habituales deuna tertulia que no pasar� a la historia de la literatura.

Escribi� en el reverso de los especiales de La M�a Supermarket, con letra r�pida ytortuosa, porque siempre le faltaba donde apoyarse. Lo recuerdo buscandoasiento en el hueco de unas ra�ces, en el banco roto de una parada; enfundadoen sus eternos sacos de segunda mano, hasta en los meses de calor, con unaedici�n en r�stica de Nietzsche, o de Locke, bajo el brazo; el Maribel apestosoinjertado a una pipa de pl�stico; sosteniendo una completa de la fonda Rodolfoen una mano y sus preciosos papeles en la otra. Por las p�ginas de Memorial Parkse pasean prostitutas y polic�as; cl�rigos y apuntadores de bolita; Ronald Reagany un fregador de platos; el ingeniero enloquecido que construy� un Batm�vil conlos despojos de un Camaro viejo; Prenda Fu, el vendedor de joyas falsas; Mr.Dinero, el capitalista que levant� un imperio de lavander�as autom�ticas; y otrosque ser�a mejor no nombrar aqu�.

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Algunos de los personajes y de las situaciones son tan reales que, luego de laaparici�n del libro --gracias a la peque�a editorial que Pedro Dami�n cre�, conmil esfuerzos, para publicarlo--, el poeta tuvo miedo de volver al barrio. Al finalno pas� nada, y la turba orgullosa de fil�sofos populares, de conocedores deuna vida a la que el exilio no acceder� sino en sus libros, brind� con caf�, envasitos de styrofoam, por el �xito ''mundial'' de uno de los suyos.

En los c�rculos de literati, aparte de una invitaci�n a leer en la Feria del Libro,tampoco pas� nada. El poeta estaba convencido de que hab�a escrito una obramaestra, pero los editores no se tragaron el anzuelo. Tra�a en la alforja un librode cuentos, El Diario de un estafador sentimental o El vendedor de fantas�a, en el queabundaba sobre la vida del ghetto. El estilo era una mezcla de Vargas Vila yHemingway, imbuido de esa certeza �nica que posey� el escritor EduardoCampa para investir al lenguaje con las aspiraciones fallidas de sus sujetos, sinrebajarse jam�s a la parodia.

Reescribi� el Diario muchas veces. En la �ltima versi�n que conoc�, cuando lopas� a m�quina, aprovechando una breve estad�a en un apartamento del Plan 8,Shakespeare se le aparec�a al cuentista en un maleficio; una testigo de Jehov�trataba de convertirlo, en una brumosa estaci�n de trenes del downtown; mujery marido lo persiguen por el parqueo de Kmart, reclamando la devoluci�n de sudinero. El autor, nieto de chinos y mulatos de Centro Habana, escribi� tambi�n,en los a�os 70, Calle Estrella y otros poemas, que conservo entre otros de susmanuscritos originales.

Los esfuerzos de amigos y conocidos por averiguar el paradero de Eddy Campano han arrojado resultados hasta el momento. Desde hace seis meses nadie sabequ� ha sido de �l. Padec�a de indigestiones, fumaba mucho, y los �ltimos que lovieron por el quicio de los atardeceres dicen que cargaba un cat�ter de di�lisis yque sus ri�ones, cansados de la mala vida, se hab�an rendido.© El Nuevo Herald

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