Llanto en las colinas - Johan Sánchez Covis

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Llanto en las colinas Johan Sánchez Covis

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Llanto en las colinas

Johan Sánchez Covis

El Sistema Nacional de Impren-tas es un proyecto editorial impulsado por el Ministerio del Poder Popular para la Cultura, a través de la Fundación Editorial El Perro y la Rana, con el apoyo y la participación de la Red Nacio-nal de Escritores de Venezuela. Tiene como objetivo funda-mental brindar una herramienta esencial en la construcción de las ideas: el libro. El sistema de imprentas funciona en todo el país con el objetivo de editar y publicar textos de autores fundamentalmente inéditos. Cada módulo está compuesto por una serie de equipos que facilitan la elaboración rápida y eficaz de libros. Además, cuenta con un Consejo Editorial conformado por representantes de la Red Nacional de Escritores de Venezuela capítulo estadal y del Gabinete de Cultura.

Llanto en las colinas

Llanto en las colinas

© Johan Sánchez Covis, 2013

© Fundación Editorial El Perro y La Rana, 2013.Ministerio del Poder Popular para la CulturaRed Nacional de Escritores y Escritoras Socialistas de Venezuela

Consejo Editorial: Antonio Robles, Ennio Tucci, José Millet, Josmirth Gutiérrez y Benito Mieses.

Edición al cuidado de: Ennio Tucci

Impresión y acabado: Jeison Lugo

HECHO EL DEPÓSITO DE LEY Depósito legal: lf–40220138003479 ISBN: 978–980–14–2661–5

Fundación Editorial El Perro y La RanaRed Nacional de Escritores y Escritoras Socialistas de Venezuela

Sistema Nacional de ImprentasImprenta de Falcón 2013

Johan Sánchez Covis

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Llanto en las colinas

Sus ojos miraron aterrados al infame soldado que lo apunta-ba con un potente fusil, sus labios temblorosos no se atrevieron a suplicar por su vida, el miedo a morir suprimió todo movimien-to de su enflaquecido cuerpo, su mente se tornó en una total os-curidad, todos esos sentimientos convergieron dentro de aquel humilde hombre haciéndole olvidar que estaba en el interior de su vivienda, arrodillado con sus manos sobre la cabeza junto a su esposa e hijo menor.

María, su esposa, como toda madre angustiada por salvar a su querido hijo dejó a un lado aquel nefasto miedo a morir y se atrevió a suplicar por la vida de su inocente hijo, el soldado la miró fijamente y sin pensarlo extinguió todo ese foco de espe-ranza que guardaba la pobre mujer, el infame soldado, le exigió con suma agresividad que callara su boca o de lo contrario ma-taría a su hijo. Invadida nuevamente por la angustia la tímida mujer selló sus labios para no pronunciar palabra alguna y dejo que su mirada descansara en el piso.

Marcos, su hijo menor, por más que intentaba buscar una simple razón que explicara los violentos acontecimientos que se estaban suscitando en su humilde entorno no la encontraba, él no comprendía por qué su familia estaba de rodillas y a punto de ser ejecutados.

Un Comandante del ejército nacional irrumpió en el interior de la humilde vivienda. Un tipo alto robusto poco atlético y con cara de ser muy despiadado. El soldado se plantó firme al verlo, pero sin dejar de apuntar a los humildes campesinos.

–¿Asi que estos son?– preguntó el Comandante con voz su-mamente aguda.

–Si señor– afirmó el soldado. La mujer hincada de rodillas miró al Comandante, pues su es-

poso e hijo no se atrevían a cerrar siquiera sus ojos, el Comandan-te le regresó la mirada, pero ella descansó su rostro nuevamente en el piso.

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–Tal vez se pregunten por qué están hincados de rodillas –dijo el Comandante– y porque el cabo González los ha tratado como a perros, cierto señora.

María observó al arrogante oficial y afirmó con la cabeza. El Comandante dirigiéndose al soldado le ordenó.

–Cabo, comuníquele al resto del grupo que nos veremos en 30 minutos en la colina del sur.

–Sí señor –afirmó el soldado.El centinela bajó su intimidante fusil, tomó un casco de acero

que estaba sobre una mesa hecha con varillas de cañas bravas y salió a toda prisa del interior de la vivienda.

–Por favor señor no nos haga daño –suplicó María.–Bueno todo va a depender de su esposo –dijo el Coman-

dante.María sorprendida por las intrigantes palabras del oficial, lle-

vó su rostro hacia su esposo en busca de una respuesta, él la miró vagamente pero aun así no se atrevió abril la boca.

El Comandante extrajo de su cintura una pistola 45mm, color plateado, Miró al hombre que estaba de rodillas y sin pensarlo, apuntó a su hijo y le advirtió:

–Tienes cinco segundos para que digas todo lo que sabes, si no, tu hijo se muere.

La voz aguda del Comandante se hizo sentir en todo el inte-rior de la humilde vivienda, la señora al escuchar las devastadoras palabras cayó sobre los pies del despiadado Comandante, suplicán-dole por la vida de su hijo.

El joven estremecido por el miedo a morir, miró a su padre a la vez que le suplicó por su vida. Aquel hombre sintió como la intimidante voz del Comandante hizo mella en él, esta recorrió todo su cuerpo agitó su cargado corazón, subió su nivel sanguíneo y lo que era peor presionó su conciencia, acorralado y sin escapa-toria el campesino decidió romper el funesto silencio.

–¡Basta, basta! –expresó a gritos– No mates a mi hijo, se dón-de están las armas.

–Valla, creí que no salvarías a tu hijo –confesó el Coman-dante.

El oficial entonces retiró de la frente del joven el frío cañón de la pistola 45mm, el muchacho como pudo buscó refugio en los

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brazos de su madre, que a su vez estaba a punto de perder el co-nocimientos, el Comandante se dirigió al campesino y aumentó su miedo al apuntarlo con la pistola.

–Levántese, lentamente y no haga nada estúpido –ordenó el Comandante.

El campesino observó como su hijo abrasando fuertemente a su madre, condicionado por las palabras del Comandante, se levantó mientras era esposado.

En el momento de ser esposado, el campesino tomó la de-terminación de resistirse por unos segundos, solo para mirar por última vez su familia.

–Cuídate y cuida a tu madre hijo mío – dijo el campesino – María no te preocupes por mí.

María se puso en pie, miró fijamente a su esposo y lo abrazó fuertemente como nunca lo había hecho, quizás sea la última vez que lo haga, el Comandante llevó su rostro al piso conmovido por aquella situación, pero él sabía que no podía dejarse llevar por ese débil sentimiento y tenía que mantener su imagen de hom-bre rudo, por eso no dudó en acabar con el amargo momento de despedida.

–Muévete campesino –ordenó el Comandante, mientras sa-caba a empujones al pobre hombre.

María pensando en lo peor dijo en voz alta.–José, que Dios te bendiga.Aquella mañana, el Comandante salió junto con el humilde

campesino del interior de la vivienda en busca de unas supuestas armas, que estarían ocultas en el centro de la montaña, María secó las amargas lágrimas con sus manos temblorosas, luego le sostuvo el rubicundo rostro a su hijo que aún estaba en shock y le dijo

–Marcos escúchame –debemos ir por tu padre él no puede morir.

El joven campesino afirmó con la cabeza intentando demos-trar un valor inexistente dentro de sí. María tomó entre sus manos una escopeta de pitón que estaba guardada en un rincón, Marcos por su parte le echó mano a un filoso machete recién amolado que reposaba en su vaina

Ambos salieron esa fría mañana a enfrentarse con el rigor de la inclemente montaña, solo con la firme intención de salvar a ese

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ser que tanto amaban.Una densa niebla se apoderó de la fascinante luz que ilumi-

naba todo el espléndido verdor del campo. María y su hijo corta-ban paso por toda esa oscura niebla derribando maleza para abrir senderos que los condujeran a la colina del sur. Mientras más se adentraban a los bordes de la montaña la oscura niebla se tornaba más voluminosa, pero ellos en sus corazones no sentían miedo, debido a que nadie en toda esa zona conocía mejor la encumbra-da montaña como ellos, aun así sus cuerpos no eran inmunes al cansancio físico que producía introducirse a la montaña sin parar a tomar un tanto de aire en los pulmones.

María esa mañana sintió dentro de sí como su pecho se agitaba hasta el punto de quedar sin aire, situación que la llevó a recordar la desagradable asma crónica que padeció cuando niña.

Marcos intentó quitarse la camisa negra que traía consigo, el rigor de la montaña estaba haciendo estragos en todo su cuerpo, sus piernas ya temblorosas se estrellaron contra la enorme raíz de un frondoso árbol, desprendiéndose del filoso machete que soste-nían sus manos, María al verlo caer acudió a su ayuda sin dudar un solo instante.

Marcos ya en el humedecido suelo, y sin una pisca de aliento no pensó en otra salida que rogarle a Dios con mucho fervor por la vida de su padre. María como pudo ayudó al muchacho a re-cuperar el aliento.

Un silencio aterrador se apoderó de toda la montaña, Marcos al levantarse observó detenidamente como las aves de tuvieron su alegre cantar, unos siervos que merodeaban la zona, estaban firmes, con su mirada fija en el encapotado cielo.

Unas treinta ráfagas entre carabinas y fusil F.N.30 irrumpie-ron la mañana y derrumbaron el voraz silencio, dándole un soni-do desconocido y aterrador a toda la inmaculada montaña. Cien-tos de aves se dieron al vuelo despavoridas en busca de refugio, María en su desesperación llevó sus manos a la cabeza mientras pronunciaba el nombre de su esposo.

Marcos como pudo tomó la escopeta de pitón y pronunció el nombre de Dios con mucha fuerza.

El ambiente se tornó claro y sereno en toda la montaña luego que una fuerte brisa se llevara entre sus entrañas la densa niebla

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que oscureció gran parte de la montaña. Miles de hojas fueron arrastradas por los aires hasta descender paulatinamente al pie de la colina del sur, la cual yacía teñida de rojo.

Aquellas ráfagas asesinas que llenaron de un eco espantoso a toda la montaña, se llevaron consigo la vida del arrogante Co-mandante y todos los integrantes de su comando.

Marcos cayó de rodillas al ver toda esa atrocidad, nunca en su joven vida había presenciado una situación tan atroz como esa. Tomando la firme determinación de apartar a un lado el temor, el joven se armó de valor, se aferró a la escopeta de pitón que sostenían sus manos y recorrió el pasto en busca de su padre. Sus ojos se detuvieron un instante a mirar el cuerpo sin vida del cabo Rodríguez y cinco soldados más. Él sintió en su corazón una in-mensa tristeza por el lamentable final de aquellos soldados.

Una suave brisa penetró los asustados oídos de Marcos, tra-yendo consigo el gemir de un hombre mortalmente herido, supli-cando por ayuda. Marcos empuñó con todas sus fuerzas la esco-peta y volvió su rostro a esa angustiante voz. Su mente se colmó de rabia y angustia al mirar al malévolo Comandante perforado por varios impactos de bala, segado por la amarga cólera, el joven montó el gato de la escopeta y no dudó un solo instante en apun-tar al moribundo oficial.

Lágrimas inesperadas corrieron por el malogrado rostro del Comandante, sus labios asintiendo el dolor se abrieron para pro-nunciar sus últimas palabras.

–Lo siento, traté de proteger a tu padre pero no pude.–Cállese –replicó Marcos– o lo mato.–No te preocupes en matarme, que ya estoy muerto – reafir-

mó el Comandante.–Marcos detente – dijo María con voz fatigada.Marcos bajó la escopeta al escuchar las cansadas palabras de su

madre y corrió a su encuentro al verla muy descompuesta.–No mires todo esto mamá –dijo Marcos.María cayó de rodillas sobre el pasto, desecha por todo lo que

veían sus ojos. Marcos intentó levantarla para sacarla de ese horri-ble lugar, ella por su parte le sostuvo las tiernas mejillas a su hijo y le preguntó con voz quebrantada:

–¿Dónde está tu padre? –dime que no está muerto por favor.

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–No está aquí –dijo Marcos– tal vez haya escapado en la ba-lacera.

Al corazón de la humilde mujer se coló un rayito de esperan-za, al escuchar las alentadoras palabras de su hijo. El Comandante en su lecho de muerte profetizo con su voz aguda.

–¡Señora! Por favor escúcheme, por lo que pasó hoy muchas personas inocentes van a morir, no dejen que eso ocurra, vienen días difíciles para este pueblo.

Varias voces de soldados que se aproximaron al lugar de la tragedia se dejaron escuchar fuertemente.

–¿Crees que estén vivos?Marcos y su madre, al escuchar las misteriosas voces que se

aproximaban a toda prisa decidieron huir por la densa maleza. Un soldado miró el reflejo de algo que se alejaba por los encumbrados matorrales, sus manos accionaron el gatillo de su potente fusil, al menos cinco proyectiles salieron expedidos estrellándose con las frondosas ramas de los árboles.

–¿Teniente quiere que lo siga? –preguntó el soldado.–No, tal vez sea una trampa –dijo el Teniente.Aquel oficial no daba crédito a lo que veían sus ojos, todos sus

compañeros estaban tirados muertos en el suelo, aquella mañana, el Teniente tomó la decisión de quitarse el pesado casco, en res-peto a los soldados caídos. Mientras los cuatro soldados vigilaban atentamente, la nefasta zona en espera de refuerzos para iniciar así una inevitable invasión militar al pueblo de las dos colinas.

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Una puerta fue abierta por las temblorosas manos de María, Marcos entró desesperado al interior de la vivienda en busca de refugio, un sonido atronador se apoderó de la mente de aquel joven, una bala había pasado muy cerca de su oído izquierdo.

María observó como su hijo sujetaba su oído con tanta ve-hemencia y le preguntó:

–¿Hijo estás bien?Marcos dejó de sujetar su oído y miró como sus manos esta-

ban manchadas de sangre.–Hijo qué te sucedió, estás herido – confirmó María.–Creo que me pasó una bala muy cerca, siento un ruido

muy extraño dentro de mi cabeza.María cogió un trapo de algodón que estaba sobre unas de

las ventanas de la sala, extrajo agua de una vieja tinaja, humede-ció el trapo y limpió la ensangrentada oreja de su hijo.

–¿De verdad estás bien?–Estoy bien –confirmó Marcos– solo me duele un poco el

oído pero ya pasará.–Tengo que salir a buscar a tu padre –dijo María.–Mamá, papá está bien –dijo Marcos– no se preocupe ya

verá como entrará por esa puerta.–Ojalá y Dios quiera que así sea – asintió María - porque no

quiero pensar que tu padre esté tirado por allí.–No mamá, no piense eso, papá está bien ya lo verá.A pesar que Marcos intentó avivarle la esperanza a su madre,

muy dentro de sí, su angustia y desesperación eran enormes, por ello su agitado pensamiento no dejaba de preguntarse ¿Dónde estaba su padre? ¿Quién hizo toda aquella atrocidad? ¿Y qué sucedería ahora?

Cientos de pasos agitados y enfurecidos se hicieron sentir esa inesperada mañana del tres de octubre.

Marcos al ver todo un batallón marchando en frente de su humilde casa, a punto de invadir toda la montaña, sintió cómo su tercera pregunta fue contestada al instante.

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Un inquietante escalofrío se apoderó del joven al mirar todo ese movimiento militar.

–Que Dios nos proteja –expresó. María al escuchar a su hijo denotó que algo estaba sucedien-

do afuera, por eso no dudó en preguntarle un tanto angustiada:–¿Qué sucede? En aquel momento el joven no dijo palabra alguna, estas se

habían fugado de sus labios por el incesante temor.Afuera un helicóptero del ejército nacional irrumpió con el

rugir de sus motores agudizando el temor en toda la montaña. Aquella máquina voladora sobrevoló raso por el techo de la hu-milde vivienda causando daños leves en todo su interior, María y Marcos al ver todos los objetos volar por los aires sucumbieron al suelo en busca de protección.

Ahora bien, seis largas horas transcurrieron luego de la in-fortunada tragedia, el sol por fin había alcanzado su más impre-sionante esplendor, regalándole su luz a toda la inestable monta-ña. El temor y la angustia también aumentaron con cada rayito de luz que penetraba, los humildes habitantes de aquel pueblo sentían con el pasar de las horas su inminente extinción.

Luego de peinar toda la inmaculada montaña en busca de los rebeldes a quienes se les propiciarían la autoría de los lamen-tables hechos de sangre ocurridos aquel tres de octubre. El heli-cóptero del ejército hizo todo lo posible por aterrizar en la zona de la tragedia. De su interior descendieron tres soldados fuer-temente armados con rifles de alta potencia, un cuarto hombre descendió luego de colocarse un casco de acero en su encanecida cabeza, todos los soldados allí presentes se plantaron firmes con solo mirar al Coronel Iván Estrada, jefe inmediato de los asuntos militares para la zona occidental, él quiso verificar por sí mismo la magnitud de la tragedia. «Esto fue una emboscada» pensó el Coronel al ver los cuerpos tirados.

El Teniente Gutiérrez que fue el primero en apoyar al Co-mandante caído lo saludó militarmente.

–¡Santos cielos Teniente! ¿Qué pasó aquí?–Al parecer fue una emboscada –respondió el Teniente–.

Esos malditos se llevaron las armas de los soldados caídos y el equipo de comunicación.

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–¿Y el prisionero dónde está?–Hemos peinado toda la zona buscándolo, pero no lo encon-

tramos por ningún lado señor –dijo el Teniente.–Su familia –dijo el Coronel– busquen la familia del prisio-

nero y tráiganla a mí.El Teniente descansó su rostro en el piso en señal de vergüen-

za, y a su vez comentó.–Eso es imposible señor.–Cómo dijo, hay un grupo de soldados muertos y usted me

dice que eso es imposible–asintió el Coronel.–El Comandante nunca informó quién era el prisionero, ni de

donde era su procedencia.–Esto es increíble –expresó el Coronel– eso quiere decir que

no tenemos nada, hubo una maldita tragedia y no hay nada, Te-niente, quiero prisioneros, quiero a los culpables de todo esto.

–Señor – interrumpió un sargento – tiene una llamada del ministro.

–Genial el ministro – dijo el Coronel mientras se dirigió a atender la llamada.

Cuatro soldados irrumpieron desde el interior de la montaña, trayendo consigo dos campesinos brutalmente golpeados.

–Teniente encontramos estos dos sospechosos – dijo uno de los soldados.

–¿Dónde los consiguieron? – preguntó el Teniente.–Estaban dentro de un conuco – dijo el otro soldado.–¿Por qué golpearon a estos hombres?–Quisieron salir huyendo – mintió el soldado.El Teniente miró la condición deplorable en la que se encon-

traban los humildes campesinos. Aun así osó en preguntarles:–¿Dónde están sus compañeros? ¿Quién hizo todo esto?El Teniente al ver nada más que el silencio en los labios de los

campesinos optó por repetirles la pregunta esta vez con toda la furia de su carácter.

– ¿Dónde están sus compañeros? – hablen maldita seaEl Teniente entonces desistió del incesante interrogatorio al

ser consciente que los pobres campesinos estaban brutalmente golpeados, apenas podían estar en pie. Se dirigió a los cuatro sol-dados que capturaron a los campesinos y les ordenó firmemente:

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–Ustedes golpearon a estos hombres, ustedes los llevarán al primer ambulatorio que encuentren y cuidarán de ellos.

–Señor, pero ellos son nuestros enemigos –asintió uno de los soldados.

–Está cuestionando mis órdenes soldado –replicó el Tenien-te.

–No señor.Los cuatro soldados salieron de la montaña acompañados de

los maltratados campesinos.El Coronel se aproximó al Teniente con las nuevas instruccio-

nes recibidas del ministro. –Encárguese de levantar un campamento–ordenó el Coro-

nel firmemente –invadiremos toda esta montaña y sacaremos esos malditos de sus cuevas.

El Teniente dejó ver una frívola sonrisa al escuchar las sen-tidas órdenes del Coronel, pues eso era lo que su alma anhelaba con tanta vehemencia, introducirse a la montaña para vengar la muerte del Comandante y los soldados caídos.

Preparó su inconfundible voz para hacer cumplir las órdenes del Coronel. Todos los soldados al escuchar las nuevas órdenes, corrían como locos por todo aquel lugar, de esa forma intentarían armar todo ese campamento.

Una enorme nube negra se apoderó inesperadamente del perfecto azul que poseía el cielo, oscureciendo gran parte de la montaña. Cientos de gotas de agua se desprendieron de la enorme nube negra, estrellándose contra el rostro de un hombre que esta-ba tirado en medio de un camino muy mal herido, su cuerpo era el albergue de pequeños y ardientes rasguños.

De sus labios se desprendió un gigantesco susurro intentan-do pedir auxilio, pero este solo fue escuchado por las heladas gotas de agua que golpeaban sin parar el sufrido rostro del cam-pesino previendo que nadie podrá atender susurro de auxilio, aquel hombre apeló a las pocas energías que guardaba en todo su cuerpo, levantándose lentamente intentó dar unos cuantos pasos, pero sus maltratadas piernas lo hicieron caer nuevamente, aferrándose por segunda vez a su inestable fuerza este valiente hombre volvió a levantarse, todo su cuerpo empezó a temblar debido a las heladas gotas de agua que caían en casi toda la

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montaña.Unas extrañas voces invadieron el humedecido camino, ima-

ginando que serían soldados del ejército, él campesino obligó a su maltratado cuerpo a esconderse en un encumbrado matorral, que estaba a la orilla del camino.

Dos asnos dejaron sus cascos estampados en el ya humedecido camino, cargando sobre sus lomos a los mal heridos campesinos, a ellos los escoltaban los cuatro soldados armados con sus fusiles y un pesado casco de acero sobre su cabeza.

–Yo no voy a cuidar a estos desgraciados – dijo un soldado.–Ni yo –dijo otro.–Yo mucho menos –dijo un tercero.–Lo que yo quiero –dijo el primer soldado – es ir a esa estúpi-

da montaña y probar este nené con esos malditos.–Tú solo, eso es lo que todos queremos – dijo el tercer solda-

do.–¿Qué le sucede a Mendoza? – se preguntó el segundo sol-

dado–está muy callado, qué acaso quieres cuidar a estos campe-sinos.

Los tres soldados dejaron escuchar sus odiosas risas a todo pul-món. Mendoza les pidió silencio a todos y empuñó su fusil y entre susurros les dijo.

–Ven esas huellas, están recientes, hay alguien cerca.Los tres soldados se miraron unos a otros y de sus labios no

salió palabra alguna. El primer soldado tomó la iniciativa de arriar a los asnos para llegar lo más pronto posible al pueblo. Los tres sol-dados muertos de miedo decidieron seguir al primero y salieron a toda prisa.

El campesino al ver que a los soldados los invadió el miedo y huyeron despavoridos, decidió salir del matorral, su cuerpo estaba un poco más repuesto la lluvia ya había cesado. Armándose de valor resolvió llegar hasta la primera casa que encontrara en su camino para pedir auxilio e informar los trágicos acontecimientos que se estaban suscitando y para los que no estaban preparados.

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Media hora fue el tiempo transcurrido para que la inmensa nube negra dejara brillar nuevamente la luz del sol, ya la tarde había empezado a caer paulatinamente.

El lastimado oído de Marcos sangraba por segunda vez en lo que iba del día, María salió del interior de un cuarto y observó como el oído de su hijo, estaba sangrando nuevamente, invadida por la inquietud, se aproximó y le dijo.

–Hijo tu oído está sangrando nuevamente, eso no es normal.–No se preocupe estoy bien – dijo Marcos.María tomó nuevamente el trapito de algodón que reposaba

en el dintel de la ventana y limpió por segunda vez el sufrido oído de Marcos.

Ahora bien, a esa hora de la tarde la puerta principal de aque-lla humilde vivienda fue bruscamente golpeada por unas manos desesperadas, invadida por el incesante miedo María avistó a su hijo y le dijo:

–Son ellos están aquí, vienen por nosotros.Marcos por su parte al escuchar los incesantes golpes, sonrió y

con gran alegría en sus palabras animó a su madre diciéndole:–Es papá, está aquí –yo sabía que iba a regresar.Marcos ansioso por ver a su querido padre se dirigió a toda

prisa a la puerta, María a su vez intentó detenerlo, temiendo que fuera el ejército.

–Hijo, espera, tal vez sea el ejército.Marcos cegado por la alegría pasó por alto las tímidas palabras

de su madre, sus manos no dudaron un solo instante en retirar el seguro de la puerta, esta se abrió de par en par, fue entonces cuan-do el humilde campesino que huía desesperadamente del ejército cayó en los brazos del joven pidiendo auxilio.

–Mamá –gritó Marcos– es el señor Luis está herido.María atendió urgentemente los gritos de Marcos a la vez que

sus manos descansaron sobre su cabeza, al ver las sangrantes heri-das del campesino.

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–Oh, santo Dios, quién le hizo eso –preguntó María muy sorprendida.

–¿Mamá todavía tiene el trapito con agua? –preguntó Marcos.–Sí.–Creo que el señor Luis también lo necesitara. –Creo si –dijo María– levántalo y llévalo al cuarto para cu-

rarle las heridas.A pesar que Marcos era un joven alto y fuerte se vio obligado

a utilizar gran parte de su fuerza al tratar de levantar al señor Luis que era un hombre de contextura mediana. Marcos lo condujo hasta el cuarto y lo acomodó sutilmente en la cama para no lasti-mar sus heridas y le comentó:

–Vaya, usted sí que pesa señor Luis.El sufrido campesino observó al joven con gran alegría, de sus

labios se escapó una grata sonrisa y con voz quebrantada dijo.–Nunca he estado tan feliz de verte hijo mío.–Si, lo sé – asintió Marcos.María entró al cuarto con el trapito de algodón introducido

en una totuma con agua, así trataría de curar al malogrado cam-pesino. Inició limpiándole el maltratado rostro, luego le ordenó que se desprendiera de la arañada camisa. Ella aquella tarde quedó impactada al ver los grandes hematomas que acompañaban al se-ñor Luis, Marcos al ver todo le preguntó al señor:

–¿Santos cielo quien le hizo todo esto?–Fui yo –dijo en voz baja.–Usted, no lo entiendo –dijo María confundida.–Fue al intentar huir –prosiguió.–¿Huir de quién? –preguntó Marcos.–De unos hombres vestidos de verde que nos persiguieron

–dijo Luis.María, miró a su hijo y le comentó.–El ejército, ¿cuántos eran? – le preguntó al señor Luis. –Eran cuatro – estaban bien armados y protegidos.–¿Cómo fue que no lo atraparon, señor Luis? –insistió Mar-

cos.–Porque me les lancé para una bajada – dijo – las ramas y las

piedras fueron las que me hirieron.–¿Pero usted estaba solo? –preguntó María.

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–Estaba en el conuco con Juan y Cheo.–¿Y dónde están?Una larga pausa selló los labios del campesino. Marcos insistió

con la pregunta.–¿Dónde están? Una triste lágrima se desprendió de los ojos del sufrido hombre,

producto del dolor que le causaba la pérdida de sus hermanos.–Se los llevaron al pueblo, los golpearon con todo, creo que

no se salven.Marcos en ese momento sufrió un ataque de desesperación

que lo llevó a perder la razón por un largo momento.–Milagros –dijo Marcos en su desesperación– tengo que ir

por ella.Milagros era la hija de Juan unos de los campesinos, que el

ejército tomó como prisioneros, a su vez Milagros era la mucha-cha a quien Marcos más amaba en silencio. Por esa razón aquel joven sintió gran desesperanza en su corazón y moría por estar al lado de la chica. Dentro de su impotencia Marcos cogió un enorme cuchillo que su padre guardaba en un antiguo cajón de madera. María intentó detenerlo con duras palabras.

–Marcos, a dónde vas con ese estúpido cuchillo.–Hijo no sea tonto –dijo Luis– no ve que si va lo matarán.–Además que harás con ese cuchillo, lanzárselos –comple-

mento María de forma tajante– acaso no vistes esas tremendas armas que carga esa gente y que por poco te matan.

El corazón de Marcos a veces era impetuoso y no entendía de razón como en aquel momento.

–Sabes que lo que me digas no me va a detener – dijo Marcos mientras respiraba hondamente.

–Está bien, no te detendré, es solo que creo que perdí a tu padre, y no quiero perderte a ti.

Marcos no dijo absolutamente nada, ante las sentidas palabras de su madre, su corazón estaba cerrado a los buenos consejos de ella, aquella tarde los pies del impulsivo joven se adelantaron en abandonar su casa. María intentó seguirle pero se detuvo y volvió a curar al señor Luis, a quien le dijo un tanto molesta:

–Acomódese para curarlo.Luis notó las enojadas palabras de María y le comentó.

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–Así son los hijos, son tercos como una mula, pero al final terminan por regresar.

María aspiro un poco de aire para refrescar sus angustiados pulmones miró al señor Luis y le sonrió.

–¿Cómo es que se llevaron a José? – preguntó Luis.–Vinieron unos soldados y lo sacaron de la casa y no aparece

por ningún lado.–Y tu hijo mayor Pablo, lo sabe–comentó Luis.Con todas las tragedias que habían acontecido la cargada

mente de María olvidó que era madre de otro hijo, Pablo, el cual era mayor que Marcos. Él estaba cursando estudio de ingeniería en la capital del país.

–¡Cielos! –exclamó– Pablo, cómo se me pudo olvidar, él tiene que saber lo que pasa aquí.

María salió de la habitación hacia la cocina para cambiarse de ropa. Luis al notar su desolada situación exclamó.

–¡Oh cielos ahora quién me va curar!Aquella tarde un ave estremeció toda la encumbrada montaña

con su inquietante cantar, anunciando que la fría noche estaba cerca. Una tenaz brisa ondeaba gran parte de los árboles, peligran-do así la vida de un hombre que estaba montado en el tope de un gigantesco árbol, espiando el campamento del ejército nacional. Él espía al ver que el viento estaba en su contra decidió asegurar su vida bajando del árbol.

Ya en el campamento militar, un soldado notó cómo ese gi-gantesco árbol estaba ondeando demás y le dijo a un compañero.

–Mira parece que hay algo en ese árbol.Su compañero observó detenidamente como el viento soplaba

con gran fuerza y le comentó.–Quizás sea el viento, mira, está soplando fuertemente.El Coronel salió de una de las carpas, todos los soldados se

plantaron firmes al verlo, respetando su jerarquía. El Teniente que fumaba un cigarrillo para relajar la tensión que le produjo el diri-gir el comando, notó que el Coronel se aproximaba éste al verlo apagó el cigarro y se plantó firme.

–Descanse Teniente –dijo el Coronel–. Ya los cuerpos de los soldados caídos llegaron a la capital.

–¿Cuándo invaden? –preguntó el Teniente.

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–Cambiaron los planes –dijo el Coronel– el Comandante te-nía como misión recuperar un gran arsenal de armas ilegales que entraron en el país, los informes que tenemos es que están ocultas en esta montaña.

–¿Quiénes las ocultaron, rebeldes? –preguntó el Teniente.–Si, al parecer se están armando grupos guerrilleros –dijo– al-

guien los está armando y muy bien.El Teniente quedó impresionado por lo que había escuchado

del Coronel y comentó.–Guerrillas en este país, eso es imposible. ¿Quién los co-

manda?–No sabemos, pero debemos neutralizarlos a como dé lugar.El Coronel desprotegió su cabeza al quitarse el casco de acero,

miró al Teniente y le dijo–Teniente, quiero que usted continúe la misión del Coman-

dante, contara con doce hombres, los de su confianza si quiere.El Teniente al escuchar las órdenes quedó sin palabras, en

sus planes no estaba comandar una misión en esa encumbrada montaña.

–Señor pero sería un suicidio introducirse con doce hombres en esa montaña no sabemos cuántos grupos armados hay acam-pando.

–No se preocupe, no estará solo –dijo el Coronel– su única responsabilidad será recuperar esas armas, lo demás déjelo en mis manos.

El Teniente al saber que no tenía más opción, terminó por aceptar la desafortunada responsabilidad, aunque fuera en contra de su voluntad

–Está bien, pero quiero un guía que conozca hasta el más mínimo rincón de esta montaña, quiero que mis hombres estén bien armados.

–Tendrá lo que quiera Teniente – dijo el Coronel – no se pre-ocupe, conozco su experiencia, por eso confió en usted, descanse Teniente mañana será un día muy duro.

–Sí señor –asintió el Teniente.–Ah, Teniente, di la orden de decretar toque de queda en

todos los pueblos de esta zona – comentó el Coronel – todo ciuda-dano que deambule a partir de las seis de la tarde será detenido.

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La noche empezó a caer fría y misteriosa, las aves e insectos nocturnos le regalaron su inquietante cantar. Muchas luces de lámparas alumbraban los caminos que conducían al pueblo y a la montaña, todo el lugar estaba tomado por los soldados del ejército, estos se apostaron en cada camino y vereda para hacer cumplir la orden del Coronel.

Eran casi las nueve de la noche, el silencio se hacía más grande con cada segundo que pasaba. Todos los habitantes del humilde pueblo estaban encarcelados en sus propias casas, pro-ducto del terror que los acechaba.

Solo un joven fue el que se atrevió a desafiar la noche y su toque de queda, sorteando caminos y veredas, evadió a los soldados para llegar hasta una humilde vivienda de bahareque, que estaba situada junto con nueve casas al pie de la monta-ña.

Marcos llegó sigilosamente hasta la puerta, la tocó con mu-cha premura por varios segundos, una joven morena de ojos y cabellos muy hermosos abrió la puerta, Marcos la miró deteni-damente por varios segundos y notó que había estado llorando «quizás este sufriendo por lo de su padre» pensó.

–¿Marcos que haces aquí? –preguntó ella.–¿Milagros estás bien? –preguntó Marcos.Milagros evadió la pregunta, no quería recordar lo sucedido

con su padre.–Pasa adelante –dijo– ¿qué haces aquí a estas horas?–Solo quería saber cómo estabas. ¿Somos amigos no?–Estoy destrozada –comentó ella– mi padre está mal herido y

ni siquiera puedo verlo, no es justo. El corazón de Marcos se tornó pequeño al ver a la mujer que

tanto amaba sucumbir ante las lágrimas, sus brazos estaban an-siosos por consolarla, sus labios deseosos de contarle cuanto su corazón la amaba.

–Milagros yo... Yo... Yo quiero que sepas que puedes contar conmigo, no estás sola.

–Lo sé – dijo Milagros.Ella se aproximó a él y lo abrasó fuertemente, sin sospechar

ese gran amor que él sentía por ella, a su vez el joven lamentó su falta de valor para decirle que la amaba.

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Johan Sánchez Covis

Un joven de piel morena como de 23 años de edad salió del interior de uno de los cuartos miró la situación de la sala y pre-guntó.

–¿Mi amor, que sucede? –Es Marcos, que vino de visita.–Marcos el niño de la montaña, valla sí que está enorme.–No lo llames así – dijo Milagros – su nombre es Marcos.El joven se aproximó a Marcos y estrecharon sus manos, al mis-

mo tiempo le robó un beso a Milagros. A ella la invadió la incomo-didad así que apelóo a la cortesía y le presentó de manera oficial.

–Marcos, ya conoces a Víctor, mi novio.Esa noche, Marcos sintió como las palabras de Milagros cor-

taron sus sentimientos en mil pedazos, con todo y eso él tuvo que dárselas de valiente para no sucumbir ante el dolor enfrente de ella.

–Tengo que irme – dijo Marcos.–No puedes irte así – insistió Milagros.–Déjalo que se marche – replicó Víctor.Milagros tomó una de las tres lámparas que alumbraba la sala

y en un gesto de preocupación le dijo.–Toma para que te alumbres el camino a casa.–No puedo aceptarla – dijo Marcos – hay soldados por todos

los caminos, con esa lámpara me atraparían.–Ojalá y no te atrapen porque si no – comentó Víctor.Milagros sostenía un bello abrigo que estaba sobre una silla y

preocupada por Marcos le dijo:–La noche esta fría y no cargas abrigo, por favor llévate este

abrigo de Víctor, así te protegerás del frío Víctor miró a Milagros y le sonrió por pura hipocresía, pues

ese abrigo era su favorito, por su parte Marcos lo aceptó para no seguir causando molestias a la bella joven. Ella se aproximó a él y lo besó tiernamente en la mejilla.

–No hagas eso – comento Marcos mientras dejó el interior de la humilde vivienda.

Milagros intentó correr tras su querido amigo, pero Víctor la detuvo.

La noche perduró fría y misteriosa, los animales nocturnos que animaban aquella oscuridad, al sentirse intimidados cayaron

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Llanto en las colinas

su inquietante cantar y se ocultaron de la tenebrosa noche, Solo el llanto agónico de un joven herido en el corazón, fue el que acompañó la oscura noche.

Marcos, detuvo un instante su paso, limpió sus lágrimas y se desprendió del abrigo lanzándolo lejos de sus ojos y continuó su sigiloso andar.

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Johan Sánchez Covis

A lo lejos en el horizonte se pudo divisar la majestuosa luz del alba sentenciando el fin de la tenebrosa noche.

El cañón de un potente fusil F.N.30 reposó en la mejilla dere-cha de Marcos, quien estaba dormido a la orilla de un camino.

–¡Levántate! –dijo un soldado enfurecido al pasar toda la no-che en vela.

Los nacientes rayos del sol se colaron por las aberturas de los árboles alumbrando así el sorprendido rostro de Marcos, quien a su vez se levantó muy lentamente mientras sus manos descansaban sobre su cabeza.

Una fresca brisa mañanera ondeó el azabache cabello de Ma-ría, quien estuvo toda la noche en espera de su impetuoso hijo, ella estaba plantada en frente de su casa, acompañada por la in-terminable angustia de pensar que no volvería a ver a su esposo e hijo.

–Teniente, Teniente – gritó un soldado.El Teniente al escuchar los incesantes gritos salió de la tienda

colocándose su camisa militar y preguntó con mucho ímpetu.–¿Qué sucede soldado?Todos los soldados presentes en el campamento miraron a

Marcos con mucho desdén al creer que era un rebelde. El soldado saludó al Teniente enérgicamente antes de informarle lo sucedido.

–Señor encontré a este muchacho dormido a las orillas del camino, venía de la montaña.

–Bien hecho soldado, yo me encargo del muchacho... soldado descanse unas dos horas, usted será parte de mi comando.

El soldado saludó nuevamente al Teniente, luego se despren-dió del pesado casco que presionaba su cabeza.

El Teniente miró al joven prisionero y lo invitó a pasar a la tienda para ser interrogado, siendo cortes aquel oficial acondicio-nó un cajón de madera y sentó al joven, postrándose al frente de él le comentó.

–Estás metido en problemas muchacho – puedes ir a la cárcel, ¿lo sabías?

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Llanto en las colinas

El joven intimidado por la presencia del Teniente no pronun-cio palabra alguna, el oficial no tuvo otra opción que apelar a su abundante astucia.

–Oye, tranquilízate, no te haré daño – dijo mientras tomó una taza y la llenó de café recién colado – ¿quieres café?

Marcos miró al Teniente con un poco de confianza luego de ver la amabilidad de este, mientras el Teniente le pasó la taza con el café. Marcos, aunque moría por sorber ese oloroso tinto, no quiso aceptarlo, el Teniente volvió a insistir.

–Oye, yo no soy tu enemigo – dijo el Teniente.Marcos al ver la insistencia del Teniente tomó la taza con el

café y probó un sorbo.–¿Cómo te llamas? – preguntó el Teniente.–Marcos.–¿Eres de esta zona?–Sí – dijo.El Teniente continuó interrogando al joven mientras camina-

ba a su alrededor, Marcos llevó su mano izquierda a su oído al sen-tir que sangraba por tercera vez, el Teniente observó atentamente cómo el oído del joven sangraba. «Es un desertor» pensó

–¿Estás herido muchacho, que te sucedió? – preguntó el Te-niente a la vez que salió a buscar al enfermero del comando.

Marcos al verse solitario se levantó con la simple intención de escapar de aquella inesperada situación, el Teniente regresó a la tienda con el enfermero del comando, Marcos tomó asiento nuevamente, el oído le dolía seriamente.

El enfermero colocó su botica de medicina en el suelo y de su interior extrajo algodón y alcohol que era lo único que llevaba dentro de ella, al levantarse miró fijamente al joven y comentó.

–Hey, yo te conozco, claro, tu eres el hijo de María, a ti te decían el niño de la montaña.

–Oye, deja de hablar y cura al muchacho – ordenó el Tenien-te.

El enfermero entonces revisó el oído del joven, empapó el algodón en el alcohol e hizo un fuerte curetaje, el Teniente que observaba cuidadosamente, estaba muy ansioso por saber qué le había sucedido al muchacho, pero también sentía gran curiosidad por el comentario del enfermero.

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Johan Sánchez Covis

–¿Por qué te decían el niño de la montaña? –preguntó el Te-niente.– Digo, no es un seudónimo muy normal.

–Es porque no hay nadie que conozca mejor cada rincón de esta montaña como el hijo de María –dijo el enfermero entrome-tiéndose en la conversa.

El Teniente sonrío dulcemente al no creer su suerte.–Hoy definitivamente es nuestro día de suerte.–No entiendo a lo que llama suerte señor, estar en esta mon-

taña –comentó el enfermero.–Necesito un guía – dijo el Teniente – quiero que seas tú,

¿Cuántos años tienes? –Diecisiete – dijo el joven.–¿Te gustaría ser colaborador del ejército nacional?Aquella pregunta tomó al joven por sorpresa, en toda en su

corta vida nunca había pensado ser parte del ejército, y además no quería dejar sola a su madre en compañía de la angustia y la desesperación, no soportaría tanta soledad.

El Teniente, en vista del silencio del joven le recordó fría-mente la situación en la que estaba metido.

–Te recuerdo que estás detenido por violar una orden militar, creo que no tienes opción.

–Quiero ver a mi madre – exigió Marcos – o de lo contrario no iré a ningún lado.

El Teniente miró al joven un tanto molesto al saber que él era el único que podía conducirlo por toda la montaña y no terminar perdido dentro de ella.

–Esta bien –dijo el Teniente después de pensarlo– radiaré para que traigan a tu madre, a cambio me guiarás por toda la montaña.

El joven al no tener más salida, terminó por aceptar la injusta condición del Teniente.

El alegre cantar de un gallo anunciaba que el día estaba firme-mente establecido, el sol brillaba en todo su esplendor esa mañana. María que tenía como costumbre todos los días alimentar a sus gallinas, patos y algunos pavos, se sentía extrañada, ya hacían tres días que no alimentaba al perro, porque estaba extraviado dentro de la montaña.

–¡Bobi! –dijo María a todo pulmón con la firme intención de que el perro escuchara su voz.

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Llanto en las colinas

Bobi era el nombre del perro el cual su hijo mayor le dejó a su cuidado. Dos soldados del ejército nacional sorprendieron a María, que al mirarlos con sus potentes fusiles, tuvo una primera intención de salir huyendo.

–Señora María –dijo un soldado.Esa mañana María se vio obligada a presionar sus cuerdas vo-

cales para poder pronunciar palabras, el miedo había paralizado todo su cuerpo.

–Si –apenas pudo responder.–Tiene que acompañarnos–le ordenó el soldado.–¿Adónde? – preguntó María en un susurro.El soldado la miró y le respondió en un tono grosero:–No pregunte y síganos.María fue invadida por esa perenne angustia que la ha acecha-

do segundo a segundo, derribando el pequeño foco de esperanza, que se había formado con la salida del sol. «José mi amor, Marcos hijo mío donde están» pensaba.

El Teniente abotonó su suéter militar, mientras observó que en su reloj eran las siete y media de la mañana, suspiró hondamen-te al saber que había llegado la hora, tomó su arma de reglamento la colocó en su cintura y salió al patio, donde estaban casi cin-cuenta soldados en perfecta formación esperando órdenes.

–¡Atención! –dijo el Teniente con mucha fuerza.– Quiero que doce hombres valientes den un paso hacia el frente.

–Prefiero desmantelar el campamento que subir esa estúpida montaña –se escuchó un murmuro dentro de la formación.

–Yo no tengo mi madre en esa montaña – se escuchó un se-gundo murmuro.

Un sargento técnico en comunicación dio un paso adelante con su equipo, un P.R.C.10, luego le siguieron los cuatro soldados que detuvieron a los humildes campesinos, el Teniente les miró fijamente al sentir que habían desobedecido sus órdenes.

–¿Qué hacen ustedes aquí? – preguntó.–No podemos dejarlo solo señor – dijo un soldado.El Teniente luego miró al soldado que atrapó a Marcos, este

le miró y dio un paso adelante. El enfermero que también se contaba entre la formación descansaba su mirada en el suelo, él no quería subir ni un solo instante a la montaña «que no me mire,

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Johan Sánchez Covis

que no me mire» pensaba el enfermero. El Teniente lanzó su mirada nuevamente sobre la formación y

esta se encontró con la del enfermero.–¡Cielos! – exclamó el enfermero mientras dio un paso al

frente.Un cabo primero, moreno de baja estatura con una enorme

cicatriz en el rostro dio un paso al frente. Luego de transcurrir unos cuantos minutos cuatro cabos segundos decidieron unirse al grupo y correr el riesgo de enfrentarse a la inestable montaña. Faltando solo dos hombres el Teniente observó a un soldado rubio muy alto y con cara de pocos amigos, el centinela empuñó su fusil y marcho al frente.

Diez minutos tuvieron que suceder para que un cabo segun-do tomase la decisión de unirse al grupo, el Teniente al mirar su comando conformado dirigió su rostro al resto de la formación y les ordenó de manera firme y tajante:

–Tienen media hora para desmantelar todo este campamento, vamos, muévanse que no tienen todo el día. El Teniente se volvió a su nuevo comando y les dijo.

–Preparen las armas, municiones y víveres, partiremos en una hora.

Todos los soldados miraron sus rostros unos a otros, ansiosos por adentrarse en toda aquella peligrosa aventura.

Un escalofrío invadió todo el cuerpo de María al volver por segunda vez a la zona de la tragedia. Ella caminaba casi con los ojos cerrados para no recordar toda la horrenda escena.

Todo el campamento estaba casi desmantelado en su totali-dad. María quedó asombrada al ver todo aquel movimiento mili-tar. El Teniente se aproximó a los dos soldados, ellos lo saludaron militarmente y dirigiéndose a la señora preguntó:

–¿Es usted María? Ella confirmó con la cabeza, pero sintió temor de preguntar

adónde la llevaban, así que solo siguió al Teniente, quien a su vez le permitió la entrada a la única tienda que estaba en pie.

María miró a su hijo con el cabello rapado y vestido de militar corrió para abrazarlo.

–Hijo creí que… cielos no vuelvas hacerme esto –dijo.–No sabes cuánto me arrepiento de no haberle escuchado–

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Llanto en las colinas

dijo Marcos muy triste.–¿Pero qué te han hecho? – preguntó María muy angustia-

da–mira cómo te han quitado tu cabello.–Su hijo ahora será colaborador del ejército nacional–dijo el

Teniente.–Pero mi hijo es menor de edad – replicó María.–Señora su hijo ya es un hombre, además fue encontrado a las

seis de la mañana a las orillas de un camino violando un toque de queda, su hijo puede ir a la cárcel.

–No tengo opción – comentó el joven muy confundido.María se entristeció en gran manera, al pensar cuál sería su

destino si el Teniente llegara a saber su gran secreto, por eso ella le rogó encarecidamente al oficial que le permitiera hablar a solas con su hijo. El Teniente aceptó la desesperada petición de María, pero a su vez condicionó el tiempo.

–Tienen diez minutos.El Teniente miró su reloj mientras salía del interior de la tien-

da. María abrazó tiernamente a su hijo por segunda vez.–¿Cómo fue que pasó todo esto? – preguntó María – no quie-

ro que intervengas en toda esta locura.–Yo tampoco quiero – dijo – solo los guiaré por la montaña.–Pienso que debemos escapar –comentó– no quiero imaginar

cuando se enteren que tu padre…Marcos observó atentamente la entrada previendo que nadie

los escuchara y dijo en voz baja.–No lo diga, escapar eso es imposible, hay soldados por donde

quiera, no tenemos salida.–Si la hay –dijo María luego de un prolongado silencio.–¿Cuál? Porque no se me ocurre nada –dijo Marcos.–Aquel camino, el que conduce a la ciudad, ellos no lo cono-

cen, nosotros sí.–Es muy arriesgado y usted lo sabe –dijo Marcos.–También lo es quedarnos aquí –reafirmó María– condúcelos

por toda la montaña pero por favor cuando tengas la oportunidad de escapar no lo dudes.

–Bien –dijo Marcos.– Oye mamá, ¿y papá, no ha sabido nada de él?

–No –dijo.

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Johan Sánchez Covis

–Pablo, él tiene que saber lo que pasa –propuso Marcos.–También pensé en avisarle, pero creo que es mejor no decirle

nada –comentó María.–Creo que es lo mejor, ¿y el perro ya apareció?El Teniente irrumpió la conversación trayendo entre sus ma-

nos un revolver calibre 38 de su propiedad y lo paso a Marcos, este le miró mientras sus manos temblaban.

–Yo no sé utilizar esta cosa –dijo Marcos.–Si lo sé, pero solo es un revolver, no te mentiré, quizás las

cosas estén difíciles dentro de la montaña –dijo el Teniente– tú no te preocupes, solo jala el gatillo que a mí nunca me ha fallado.

María contempló a su hijo muy indignada pero no se atrevió a pronunciar palabra alguna, el Teniente le lanzó un casco de acero al joven y le dijo:

–Es muy importante para la protección, pase lo que pase no te lo quites, llegó la hora de irnos.

Esas palabras afligieron nuevamente el corazón de María pero aun así salió al patio a despedir a su hijo.

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Llanto en las colinas

Era el día 04 de octubre de 1957, 24 horas habían transcurrido luego de aquellas ráfagas asesinas que marchitaron la esperanza de todo un humilde pueblo.

Una fuerte brisa estremeció toda la majestuosa montaña. Cientos de aves aprovecharon la fuerza del viento y se dieron al vuelo, la montaña estaba serena como cualquier otro día que hu-biese transcurrido sobre ella.

–¿Este camino conduce a dónde? – preguntó el Teniente.–Hacia un río –respondió Marcos.–Valla sí que hemos caminado –dijo un soldado– ya no tengo

agua en mi cantimplora. –¡Cielos! –exclamó el enfermero– eso es un árbol, es enorme

¿Cómo cuantos años de prisión me darían por cortar ese árbol?–Yo te daría veinte años –dijo Caracortada.–Sargento, ¿todavía no hay comunicación? – preguntó el Te-

niente.–No señor –asintió el sargento– deben ser los árboles que im-

piden la comunicación.–Bien, esto es lo que haremos – dijo el Teniente – bajaremos

hasta el río, nos abasteceremos de agua y seguiremos nuestro ca-mino.

El soldado rubio a quienes todos sus cursos los conocían con el seudónimo de Catire, observaba cuidadosamente todo el lugar, a la vez que sus compañeros se introducían en el camino que conducía al río.

–Daté prisa Catire – dijo el enfermero – no quiero curar tu estúpido cuerpo.

–Cállate enfermero – dijo el Catire un tanto resentido – si no haré que utilices tu estúpido algodón y tu calembe de alcohol en tu entrometida boca.

Todos los soldados rieron a carcajadas del enfermero, ellos sabían que él se enfurecía cuando le nombraban el algodón y al-cohol, que era lo único que llevaba en su botica de primeros auxi-lios.

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Johan Sánchez Covis

El sonido del agua estrellándose contra las rocas invadieron los oídos de todos los soldados, el cuerpo del Teniente se refrescó en gran manera al tomar un sorbo de agua. Este se desprendió del casco de acero y mojo su cabeza con abundante agua para mitigar la presión y el estrés que lo acompañaba.

–Que refrescante es esta agua–expresó un cabo primero – lle-naré mi cantimplora.

Todos los soldados acudieron a refrescarse a las orillas del río, en ese día el cuerpo de Marcos fue invadido por el cansancio que le produjo el insoportable suéter militar al que él no estaba acos-tumbrado, el pesado morral que llevaba en su espalda y el insoste-nible casco de acero que estaba a punto de estallar su cabeza.

–Señor, no soporto todo este peso en mi cuerpo – asintió Marcos.

El Teniente se levantó, secó su rostro y observó fijamente al joven.

–¿Ves todos esos hombres? –le preguntó– Te aseguro que ellos están sintiendo el mismo peso que tú. Pero en la guerra ese peso es necesario, puede salvarte la vida, toma ánimo hijo, todos nosotros estamos contigo.

Marcos llevó su rostro al piso al escuchar las sentidas palabras del oficial, el Teniente animó al muchacho con unas palmaditas en su hombro, luego observó a su alrededor varios caminos.

–¿Oye, a dónde conduce ese camino? – preguntó.–A otro, río – dijo Marcos.El Catire que estaba próximo a la conversación preguntó por

la extensa hidrografía de la zona.–¿Cuántos ríos hay en esta montaña?–Siete –dijo Marcos.–¿Siete? –preguntó el Teniente un tanto sorprendido – ¿el ca-

mino que está sobre mi espalda adónde va?–No le recomiendo ese camino, conduce a una enorme ba-

rranca.–¿Y el camino de mi derecha? – continuó el Teniente.–A un pueblo –dijo Marcos.–A un pueblo –comentó el Teniente.– Alerta todos, iremos

hasta un pueblo que está muy cerca de aquí, quizás allí el sargento pueda comunicarse.

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Llanto en las colinas

El enfermero se sintió un tanto preocupado con la orden del Teniente comentó:

–¿No será muy arriesgado Teniente?–Si es un pueblo despejado de árboles, la comunicación po-

dría ser perfecta – comentó el sargento.Quince disparos entre carabinas y 9mm le robaron la sereni-

dad por segundo día a la inmaculada montaña.–¡Cubran al guía, cubran al guía! – ordenó el Teniente mien-

tras tomaba posición de ataque con su fusil – vamos, vamos al pueblo.

Dos cabos primeros se hicieron cargo de Marcos a la vez que se adentraron desesperados al pueblo, luego de una asombrosa ga-lopada, el Teniente y Catire fueron los primeros en llegar al lugar de los hechos, Caracortada sintió dentro de sí cómo la adrenalina recorrió hasta el último rincón de su cuerpo, su mente solo de-seaba encontrar a los rebeldes para acabarlos y vengar la muerte de sus compañeros.

Marcos se angustió en gran manera al ver la casa de Milagros totalmente destruida, invadido por la desesperación el joven se desprendió del pesado moral y el tedioso casco de acero y corrió como loco hacia el interior de la vivienda, los dos cabos que le brindaban protección corrieron de igual manera tras de él, Catire miró como el joven corría desesperado e intento detenerlo pero sin ningún resultado positivo.

Marcos entró a la destruida casa de bahareque con las lágrimas a punto de desprenderse de sus ojos.

El Catire y los cabos se introdujeron desesperados a la vivienda para intentar cubrir al impetuoso joven. El Teniente se dirigió a pesquisar el patio de la casa. Aquel oficial notó como en el interior de la vivienda se escuchaban unos inquietantes ruidos, sin pensarlo dos veces decidió derrumbar la única puerta que estaba en pie, para adentrarse a la vivienda con dos cabos cubriéndole la espalda.

Aquella tarde los ojos de Marcos se mostraron desesperados al no ver por ninguno de los rincones a Milagros.

–Teniente, Teniente –gritó uno de los cabos– hay un hom-bre caído.

El Teniente atendió rápidamente el llamado del cabo, todos los presentes en el interior de la vivienda dirigieron su atención al

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cadáver. Marcos se impactó altamente al ver el cuerpo de Víctor tirado indefenso, este joven agobiado cogió un viejo sillón de ma-dera que estaba tirado en el piso y descanso sobre él, mientras que lloraba amargamente.

El Catire levantó lo que fue una mesa de madera la cual fue destruida por los impactos de las balas. El gigantesco hombre se alegró al ver una pistola 9mm color plateada qué estaba oculta entre los restos de la mesa.

–Teniente mire –dijo– una nueve milímetros, este hombre se defendió.

–Dejemos que la policía se encargue de todo esto – dijo el Teniente mientras revisaba la documentación al hombre caído.

–Teniente –dijo el enfermero desde una de las ventanas– el sargento dijo que el Coronel quiere hablar con usted.

El oficial salió desesperado a atender la llamada del Coronel para dar y recibir información.

Marcos continuó llorando tristemente, la frustración lo hizo sentirse impotente ante los acontecimientos suscitados, el joven sentado en la amargura de su llanto rogó a Dios desde lo más profundo de su corazón, para que protegiera todos los suyos y adelantara el fin a toda aquella locura.

Los soldados que aguardaban en el interior de la vivienda se conmovieron al ver el triste llanto del joven, «pobre muchacho» pensó uno de los cabos. El Catire se desprendió del pesado casco de acero y se aproximó a él con la firme intención de consolarlo, pero de su boca no salió palabra alguna. Él como todo militar fue preparado para reprimir todos sus sentimientos, aunque por den-tro deseara consolar al muchacho, el soldado en vista de su falta de valor optó solo por darle unas palmaditas en el hombro y salió despedido de la vivienda. Marcos secó sus lágrimas y buscó por segunda vez a Milagros.

El Teniente luego de recibir las nuevas instrucciones del Co-ronel, llegó hasta el interior de la casa un tanto sorprendido, miró a Marcos que aún estaba desconsolado, tomó un poco de ánimo y le dijo.

–Vamos muchacho, cobra fuerza – sé que esto es una locura, pero pronto va acabar te lo aseguro.

Marcos notó al Teniente un tanto preocupado y le pregunto:

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–¿Qué le sucede señor? Lo notó muy preocupado.El Teniente sacó una cajetilla de cigarros tomó uno y lo llevó

a su boca, luego de encenderlo con un precioso yesquero platea-do.

–¿Tú conoces a este hombre que está tirado allí? –le preguntó el Teniente mientras fumaba el cigarrillo.

–Si –dijo Marcos sin dudarlo.–Él era el soplón –comentó el Teniente.–¿Víctor? –dijo sorprendido.–Tal vez se enteraron de que los traicionó, vinieron y lo ma-

taron –agregó el Teniente.El Teniente observó la actitud del joven y pudo deducir que

había algo más que ocultaba, pero optó por no presionarle.–¿En esta montaña hay una cueva que lleva el nombre del

tigre? – preguntó.–Sí, esta como a tres horas de aquí.–¿Luego está otra cueva?–Sí, pero esa cueva es parte de la colina del norte – dijo Mar-

cos.–La orden es llegar hasta esas cuevas, pase lo que pase – agregó

el Teniente. Un cabo primero que escuchaba atentamente la conversación

de su superior sintió curiosidad por saber que había dentro de esas cuevas.

–¿Qué hay en esas cuevas Teniente?–Eso es lo que vamos averiguar – dijo.El Teniente miró a Marcos un tanto calmado, por eso volvió

animarlo y a su vez le preguntó:–¿Crees poder guiarnos hasta esas cuevas?–Sí, claro –asintió Marcos.La mano derecha del Teniente se desprendió de la colilla de

cigarro que aromatizó a tabaco todo el interior de la humilde vivienda, Marcos por su parte sintió pesar por el cuerpo ya sin vida de Víctor, entonces su mirada reposó en el ataviado rostro del Teniente.

–¿Señor que va hacer del cuerpo?–No te preocupes, la policía se hará cargo. Vamos, será mejor

que partamos cuanto antes.

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Johan Sánchez Covis

–¡Atención! –dijo el Teniente al salir del interior de la vivien-da.

Todos los soldados se plantaron firmes al escuchar la voz de mando del Teniente.

–Seguiremos adelante –ordenó– Marcos, ¿cómo nos desvia-mos de este pueblo?

–Por ese camino señor–respondió señalando un encumbrado camino.

–Bien, ve por tus cosas muchacho –le ordenó.–Cielos por esos martirios –dijo a media voz.El Teniente aproximándose a los cabos y les asignó una dan-

tesca responsabilidad.–Cabos, el muchacho queda bajo su cuidado, si él vive o mue-

re eso dependerá de ustedes.Los cabos miraron al joven y uno de ellos le advirtió en voz

baja.–Ya sabes muchacho, que no se te ocurra hacer más estupi-

deces.Marcos echó sobre sus lomos el pesado morral y sobre su ca-

beza hizo descansar el tedioso casco de acero. El Teniente miró atentamente su reloj que marcaba la una de la tarde, luego observó a sus soldados, empuñó su fusil

–Soldados, estén atentos quizás las cosas estén un poco hosti-les allá adelante – les advirtió.

Varios soldados sintieron aquella tarde como sus corazones les palpitaban fuertemente al escuchar el comentario del Teniente.

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Eran casi las cinco de la tarde, los tenues rayos del sol carecían de su potente luz. Esa situación le otorgó poder a una impulsiva oscuridad que se apoderó de las partes más recónditas de la mon-taña, oscuridad que se mostró árida y ausente del fuerte viento que mecía los dantescos árboles.

Una manada de monos araguatos que intentaban pernoctar en las enormes ramas de un gran árbol, se mostraron enfurecidos al mirar como el Teniente y sus soldados invadían su territorio, su gran descontento se hizo sentir con su tormentoso cantar. Cientos de aves volaron despavoridas acelerando los ansiosos corazones de los soldados, Caracortada empuñó fuertemente su potente fusil mientras sus ojos buscaban desesperados a los rebeldes.

–¿Qué animal es ese? – preguntó un soldado en voz baja.–Son araguatos – dijo el sargento en un susurro.–Rayos está muy oscuro no veo nada Teniente – dijo un cabo

mientras su pie daba contra una piedra.–¿Marcos, donde carajo estamos? – preguntó el Teniente en

voz baja.–Estamos al frente de la cueva –respondió Marcos sofocados

por los cabos.–¿Cómo lo sabes? –preguntó el enfermero perdido en la densa

oscuridad.–Ya lo vamos averiguar –comentó el Teniente– atención vigi-

len su posición, cabo Estrada encienda una bengala.–Señor no es muy arriesgado –dijo el enfermero en un susu-

rro.–Está cuestionando mis órdenes soldado, cabo encienda la

maldita luz.El cabo muerto del miedo como pudo sacó la pistola, sus ojos

miraron al cielo encapotado que los cubría, sus manos tembloro-sas presionaron el inestable gatillo de la pistola, accionando así la tan cuestionada bengala.

Un dantesco árbol detuvo inesperadamente el ascenso de aquella bengala, que quedó atrapada entre sus ramas activándose al instante e iluminando perfectamente todo el perímetro.

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Johan Sánchez Covis

Marcos maravillado al ver todo el lugar con tanta luz expresó muy emocionado:

–Vaya.Todos los impetuosos soldados guardaron tenazmente su po-

sición, a la vez que sus ansiosas miradas divagaron en la densa maleza en busca de sus tan anhelados enemigos. El Teniente al notar que no existía nada más que los obstinados monos ara-guatos tratando de huir despavoridos del lugar, les dijo a sus soldados.

–Tenemos tres minutos de luz –revisen cada rincón de la zona, vamos, vamos, muévanse soldados.

El enfermero al notar la ausencia de sus enemigos, respiró hondamente para mitigar el miedo que llevaba dentro de sí.

–¿Marcos, dónde está la cueva? – preguntó el Teniente.–Está a su alrededor señor – dijo.El Teniente se volvió a su derecha y miró una impresionante

cueva, impregnado de valor tomó la firme decisión de adentrarse en ella. Marcos corroído por la curiosidad de saber qué buscaban esos soldados, decidió acompañar al Teniente hasta la cueva escol-tado por los dos cabos.

Una falsa esperanza invadió todo el interior del decidido ofi-cial, pues su inmensurable deseo era encontrar todo el arsenal de armas y así darle fin a toda esa loca misión. La perspicaz luz de la bengala se coló perfectamente por toda la cueva iluminando de esa manera hasta el último de sus rincones, aquella luz fue aprovechada por el Teniente y los cabos quienes revisaron todo el lugar minuciosamente, sin ningún resultado positivo, resultó que la cueva solo fungía como residencia de murciélagos y telarañas, todos los presentes dentro ella se miraron unos a otros mientras que dejaron descansar sus armas contra el piso.

La decepción invadió todo el emblanquecido rostro del Te-niente, disipando toda su esperanza al igual que la anhelada luz de la bengala que empezó a titilar.

–Salgamos de aquí, acamparemos esta noche en esta zona –ordenó el Teniente profundamente decepcionado.

Marcos junto con los cabos sintió gran alegría dentro de sí al escuchar la orden del Teniente, al fin darían descanso a sus fati-gados cuerpos.

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Llanto en las colinas

Todos ellos salieron de la decepcionante cueva. La titilante luz de la bengala término por extinguirse en su totalidad, el Teniente al ver la dantesca oscuridad sacó una lámpara de kerosén que tomó de la humilde casa de Milagros previendo que tal vez le sería útil, luego de encenderla la ubicó donde pudiera alumbrarlos a todos.

–Descansen soldados – ordenó el Teniente – este lugar está despejado.

Todos los soldados se aproximaron a la tenue luz que emanaba la pobre lámpara, apenas si podían verse las caras.

–Cielos estoy fatigado –comentó un cabo mientras bajaba su morral para extraer alimento.

El sargento intentó buscar enlace con su equipo de comuni-cación, aún sabiendo que sus esfuerzos eran vanos.

Caracortada y el Catire asediados por el cansancio optaron por desprenderse de todos sus implementos militares excepto de sus armas.

El Teniente se percató del gran esfuerzo que estaba haciendo el sargento al intentar comunicarse y le ordenó desistir de su inútil esfuerzo.

–Sargento descanse, mañana será otro día –soldados coman algo mientras yo vigilo.

Eran casi las nueve de la noche y todos los soldados estaban sentados alrededor de la lámpara para consumir su primera comi-da en lo que iba del día.

–Rayos tengo tanta hambre –comentó uno de los cabos mien-tras abría una lata de sardinas.

–Oye, Catire me prestas tu navaja – dijo el enfermero.–¿Que el ejército no te da una? –comentó el Catire.–El ejército para el enfermero solo tiene algodón y alcohol

– dijo el Caracortada mientras degustaba su comida.Todos rieron junto con el enfermero. El Catire condoliéndose

de él, le prestó la navaja, así el enfermero pudo destapar la anhela-da lata con sardinas, a su vez comentó:

–Saben nunca entendí qué hacia una navaja en una guerra, hoy sé que es para algo útil, destapar las latas de sardinas.

Todos los soldados se dieron a las risas debido a las ocurrencias del enfermero, un soldado comentó mientras tomaba un sorbo de agua:

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Johan Sánchez Covis

–Oye tengo una idea, por qué no nos tomamos el alcohol del enfermero, digo para entrar en calor.

El Teniente que estaba atento vigilando también cedió a la risa al escuchar el comentario del soldado, el enfermero al sentirse burlado dijo un tanto enojado:

–Oye distinguido, quieres darle quinientas vueltas a toda esta montaña, tienes que respetar a tus superiores.

Marcos miró al Teniente un poco solitario, se levantó y le regaló una galleta rellena.

–Señor es para usted, tome.–Come tú muchacho, yo no tengo hambre.–Pero no ha comido nada – insistió Marcos.El Teniente le agradeció el buen gesto al joven dándole una

palmadita en la espalda.–Yo estoy acostumbrado a pasar hambre, no te preocupes–

asintió el Teniente.– Bien, llegó la hora de descansar, Catire, Ca-racortada se quedarán vigilando, luego los relevarán el cabo Estra-da, y el distinguido Mendoza, por favor estén atentos.

Un frío inesperado empezó a sentirse en toda la encumbrada zona. Los soldados agotados por el cansancio se protegieron del frío y sucumbieron ante el voraz sueño que los acechaba.

Esa noche el Catire empezó una cruenta lucha, no con sus enemigos los rebeldes si no con el incesante sueño, sus ojos titila-ban por instantes, su mente recordaba la gran responsabilidad que cargaba en sus hombros, esto le concedió un tanto de fuerza para mantenerse firme ante el sueño. Caracortada que era su compa-ñero de guardia no tuvo la misma determinación y el sueño le venció fácilmente, el Catire respiró profundamente y por fin fue derrotado por su nuevo enemigo.

La noche estéril y silenciosa, solo un frío abrasador era el que osó hacerle compañía. La pequeña lámpara que alumbraba los sueños de los exhaustos soldados, estaba en su mejor momento, quemaba el combustible aceleradamente, aumentando su luz en toda la zona.

Marcos que en complicidad con el silencio de la noche pudo atreverse a ganarle la batalla a ese inclemente sueño, el meditar tanto en la suerte que les correspondió a su padre, la angustia de su madre y sobre todo pensar en donde estaba la mujer a quien más

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Llanto en las colinas

amaba en silencio le ayudó a vencer la cruenta lucha. Marcos en vista de su falta de sueño se levantó y observó a todos los soldados rendidos ante el cansancio. El joven al ver el tan profundo silencio recordó las sentidas palabras de su madre.

«Condúcelos por toda la montaña y cuando tengas la oportu-nidad de escapar por favor no lo dudes.»

Esa noche Marcos se afligió en gran manera al saber que tenía en sus manos la oportunidad para huir de toda esa pesadilla, pero su conciencia le reclamaba que no podía dejar solos a todos esos hombres en la inestable montaña.

Los ojos de Marcos se mostraron asustados al mirar una som-bra que se deslizaba entre la maleza, intentó llamar al Teniente pero desistió al ver que era su madre, su mente sintió cómo la angustia invadía todo su cuerpo de solo pensar qué sería si uno de los soldados despertara.

María utilizó sus manos para comunicarse con su hijo a través de señas, el muchacho dirigió sus pasos sigilosamente hacia ella, y ambos se perdieron por la densa maleza.

Luego de caminar unos veinte minutos con respecto a la cue-va, ellos llegaron a una zona despejada, allí había cinco lámparas que quemaban combustibles aceleradamente, dando luz en abun-dancia a toda la zona. Marcos al mirar a toda su gente escapando del espantoso enfrentamiento sintió gran pesar por los suyos.

–Hijo, creí que nunca te volvería a ver – exclamó María mientras lo abrasaba.– Gracias a Diós, estás bien.

Marcos impregnado de dolor notó a toda su gente dolida y cabizbaja como si les arrancaran algo importante en ellos.

–¿Mamá qué hace toda mi gente aquí? –preguntó Marcos. –La situación en el pueblo empeoró –dijo María– el ejército

está como loco.–¿Qué dices mamá? –Sí, se llevaron a muchos campesinos, pero antes los golpea-

ron como animales, fue horrible –comentó.–¿Todos ellos lograron escapar? –preguntó Marcos.–Sí, yo los encontré huyendo despavoridos por toda la monta-

ña, entonces les conté lo del viejo camino y me siguieron. Marcos quiso olvidar la desgraciada situación de su gente y

preguntó:

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Johan Sánchez Covis

–¿Y papá, qué has sabido de él?–Nada, a tu padre como que se lo tragó la montaña – dijo

María en un tono irónicoMilagros que estaba acostada entre los desplazados escucha-

ba atentamente aquella voz que nublaba su espantoso miedo, ella como pudo se levantó y corrió a su encuentro y al mirarlo lo abrazó fuertemente como nunca lo había hecho, Marcos no lo podía creer, la mujer que tanto amaba estaba una vez más en sus brazos, él creía que los rebeldes la habían capturado, pero igual sintió como su corazón estaba a punto de reventar su pe-cho.

–Oh Dios estás bien, creí que estabas... – dijo Marcos – ¡Cie-los! Volverte a ver es lo mejor que me ha pasado en toda esta locura.

Milagros luego de refugiarse en los brazos de Marcos lo deta-lló detenidamente su nuevo cambio era muy evidente:

–¿Qué paso con tu cabello y por qué vistes de militar?–Es una larga historia, la verdad es que estoy colaborando con

el ejército nacional –dijo– por cierto vi lo que le sucedió a Víctor, lo ciento, sé que lo querías.

–Eso fue horrible no sé ni cómo escapé, gracias a Dios tu ma-dre me encontró corriendo desesperada – dijo muy confundida.

–Hijo salimos a las cuatro de la mañana, duerme un poco, mañana será un día muy duro –profetizó María.

Marcos sintió que su conciencia no le permitía dejar al Te-niente y su comando en la grandiosa montaña, se extraviaría con solo dar un paso, por esa razón el joven tomo aire en sus pulmones y le dijo firmemente a su madre:

–No puedo ir con ustedes mamá, no puedo dejar a esa gente en esta montaña, morirían.

–¿Qué es lo que acabas de decir? –preguntó María muy cons-ternada.– Estás loco, que va a pasarte cuando esa gente se entere que tu papá fue…

–No lo sé mamá – respondió Marcos presionado por su con-ciencia – usted siga y dirija a toda esa gente a la capital y le juro que nos veremos después del maizal, lo juro.

Marcos nunca estuvo enterado de la gran angustia que le cau-saba a su madre con su inesperada actitud.

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Llanto en las colinas

–No quiero que te pase nada malo y si te marchas nuevamen-te presiento que no te volveré a ver –asintió María.

–Estaré bien mamá no se angustie –dijo mientras la abra-saba– nos veremos en la ciudad, no sé cómo lo haré pero lo haré.

María miró a su hijo un tanto resignada y acariciándole la mejilla le dijo.

–No me iré sin ti, te esperaré en el camino que conduce a la capital.

–Está bien –dijo Marcos.María ya resignada a que su hijo se marchara nuevamente,

dejó el lugar y fue a cobijar a unos niñitos que los acompañaban en su huida.

–Tu mamá tiene razón, no puedes dejarnos solas –expresó Milagros.

–No están solas –asintió Marcos– mira, muchos hombres fuertes las acompañan.

–Por favor no te marches–suplicó Milagros a la vez que lo abrazo fuertemente.

Aquella mañana Marcos no pudo soportar más el injusto sen-timiento que torturaba su entristecida alma, así de esa manera despreció el consolador abrazo, de la bella joven.

–No hagas eso– dijo muy entristecido.Milagros no podía entender la actitud del hombre a quien

ella siempre ha visto como un hermano, por eso se atrevió a preguntarle.

–¿Qué te pasa Marcos?Marcos se disculpó con ella, luego la miró tiernamente de-

jando en evidencia su gran amor. Presionado por el inmenso sen-timiento decidió aprovechar la ocasión y confesar todo lo que llevaba consigo.

–Milagros yo –expresó con voz desgarrada a la vez que sus manos no paraban de temblar– yo siempre te he amado.

Milagros quedó casi aturdida con la inesperada confesión de Marcos.

–Pero eso es imposible –expresó la joven muy confundida. –Sí, siempre supe que era un imposible, tú siempre me has

visto como a un hermano y eso me ha lastimado día con día.

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–Pero yo nunca te di motivos para que te enamoraras de mí–comentó Milagros.

– Sí, lo sé, pero quizás fue una sonrisa, o una mirada que ger-minó todo esto que ciento por ti –dijo Marcos.– Cielos creo que no debí decirte nada, mírate como estás.

Marcos, luego de pedir perdón por confesar sus sentimientos, llegó donde su madre y la abrazó fuertemente.

–Tal vez esta parte de la montaña la invada el ejército, será mejor que partan cuanto antes –informó Marcos mientras se ale-jaba por la densa maleza.

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Un enjambre de mosquitos invadió sin previo aviso todos los alrededores de la cueva, la luz que emanaba la pobre lámpara había disminuido su intensidad considerablemente, el frío supo colarse por la más mínima de sus hendiduras debilitando su gran intensidad. Decenas de mosquitos atacaron sin piedad el rostro del agobiado Teniente, que ni el frío, ni la humedad de la montaña pudieron con ese inclemente sueño del valiente oficial y sus fieles soldados, solo un enjambre de furiosos mosquitos fueron capaces de neutralizar el incesante sueño.

El Teniente abrió sus ojos intentando reaccionar ante las pin-chadas de los mosquitos, confundido por el recóndito sueño miró un tanto difusa la pobre luz que emana la lámpara, el peso de la gran responsabilidad que posaba en sus hombros invadió toda su mente reaccionando al instante, tomó su fusil, se levantó des-pavorido y miró a Catire y al Caracortada dormidos de lo más cómodos.

–¡Atención! –dijo el Teniente altamente molesto.Todos los soldados al escuchar la voz del Teniente se levan-

taron atemorizados empuñando sus armas, el Teniente miró al Catire y a Caracortada nuevamente, ellos al sentir que habían fallado llevaron sus rostros a tierra, pero su superior no les hizo ningún reclamo.

El Teniente luego de notar la espantosa ausencia del joven les preguntó a todos.

–¿Dónde está Marcos?, no puede ser que se haya escapado en nuestras propias narices.

Todos los soldados cruzaron miradas al sentir que habían fa-llado en gran manera.

–Busquen a ese muchacho y tráiganlo así sea amarrado –orde-nó el Teniente un tanto enojado.

–Sabía que no debíamos confiar en ese muchacho–expresó Caracortada.

–Teniente, ahora cómo saldremos de está estúpida montaña–dijo el enfermero sumamente preocupado.

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–Solo dejen que le ponga mis manos encima a ese niñito – dijo uno de los cabos.

Aquella mañana la desesperación por encontrar al único bole-to de salida de la encumbrada montaña fue la compañera del pa-ralizante miedo de saberse atrapados en toda esa selva, los soldados tenían una nueva e inesperada misión, encontrar a ese impetuoso joven.

Una misteriosa sombra proveniente del interior de la cueva se mostró tan visible ante los cansados ojos del Catire. El soldado al notar el sospechoso movimiento empuñó fuertemente su fusil, mientras daba la voz de alerta a todos sus compañeros.

–Atentos, hay movimientos en la cueva.Todos los presentes atendieron de inmediato el llamado de

alerta volviéndose a la cueva en posición de ataque.Marcos que estaba parado en la entrada de la cueva, miró con

mucha inquietud, estaban a punto de matarlo, por eso expresó con gran temor:

–No disparen, soy yo Marcos.–¿Qué haces allí? –preguntó el Teniente.–Sentí frío señor y busqué calor en la cueva –dijo Marcos.–Bien… bajen sus armas –ordenó el Teniente.Al ver su boleto de salida de la implacable montaña todos los

centinelas olvidaron lo sucedido y se colmaron de alegría al sentir que ya no permanecerían prisioneros allí. El Teniente luego de verificar que su comando estaba completo, observó su hermoso reloj militar que marcaba las 5:00am, ansioso por terminar toda esa loca misión ordenó un tanto disgustado a su comando prepa-rarse para partir a la siguiente cueva.

La mañana para aquellos soldados dio inició de esa manera. Estar sobre aviso para otro día en la montaña, la zozobra, el miedo y la angustia serían parte nuevamente de la pesada indumentaria militar.

Una dantesca explosión seguida de incontables ráfagas de disparos le dieron una inesperada bienvenida a esa mañana, los cuerpos de los valientes centinelas temblaban sin parar, producto de los intimidantes disparos, el potente rugir de carabinas, fusil F.N: 30, metralletas, ZK, M1, M2, prosiguieron con la belicosa bienvenida.

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Una segunda explosión estremeció nuevamente gran parte de la montaña, Caracortada al escuchar los disparos expresó total-mente excitado.

–Cielos, sí que se están dando con todo.–Señor, ese es el ejército –dijo el Catire– están cerca de aquí,

debemos ayudarles.–No, regresaremos –ordenó el Teniente– nos fue encomen-

dada una misión, soldados, y nuestro deber es cumplirla.Caracortada al ver la mansa actitud del Teniente replicó fir-

memente–Pero Señor.–¿Está cuestionando mis órdenes, soldado? – preguntó el Te-

niente muy alterado. –No señor – dijo Caracortada.El Teniente de manera muy alterada les comentó a sus solda-

dos.–Atención, seguiremos adelante a la siguiente cueva y no

quiero quejas.Marcos colocó el pesado casco sobre su aturdida cabeza, co-

gió la lámpara que estaba a punto de extinguirse mientras una tercera explosión acompañada de varias detonaciones iluminó el ensombrecido camino, Caracortada miró con mucha impotencia al Catire, ambos morían esa mañana por estar en medio de las líneas de fuego.

Así inició la mañana, fría y distante de esa recordada paz que embargaba los rincones del humilde pueblo que fue llamado Las Dos Colinas, donde el sol no se afanó a salir y regalar su impo-nente luz , el único calor que se pudo sentir fue el de las ardientes balas estrellándose contra las ramas de los árboles.

Un grupo de campesinos corría desesperado de aquella vio-lenta mañana, un extenso sembradío de maíz le sirvió como ca-muflaje a sus cansados pies embostados de lodo que habían sortea-do a lo largo de todo el camino.

–Los niños están cansados –dijo una mujer casi exhausta del agotamiento.

–No siento mis pies –dijo un niñito cansado y muy asustado.–Debemos parar, por Dios, los niños y los ancianos no van a

poder con este largo viaje –comentó Milagros altamente fatigada.

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–No debemos parar hay que seguir adelante –ordenó María mientras iba cortando cañas de maíz para abrir paso.

Milagros miró al sufrido niño y decidió tomarlo entre sus brazos y de esa manera mitigar su cansancio. María miró hacia adelante y dijo cabalmente emocionada.

–Miren, el camino hacia la ciudad, ahí está.Los 30 desplazados que huían de su injusta realidad, sonreían

amargamente tras haber alcanzado el camino que los conduciría a esa envidiada paz que tanto extrañaban. Todos ellos mostraron gran afán al irse adentrando al anhelado camino. Excepto María, que detuvo su ansioso andar y volvió su mirada atrás, no era fácil para ella irse y dejar a un lado a lo que más quería, su familia, su vida, sus sueños. El señor Luis que también acompañaba a los des-plazados observó a María muy contristada, aproximándose a ella le tomó las manos y la animó a seguir.

–Vamos, debemos darnos prisa, la ciudad nos espera.María plenamente convencida a no seguir dijo desde el fondo

de su corazón:–Sigan ustedes, ya conocen el camino, no me iré sin mi fa-

milia.Milagros se acercó a ella y le dijo en forma sincera:–Déjeme acompañarla, no quiero que Marcos esté solo en

todo esto.–Hija, sé cuánto quieres a mi hijo, pero debes ayudar al señor

Luis con toda esta gente –dijo María firmemente– le diré a mi hijo que lo estarás esperando en la ciudad, yo estaré bien, señor Luis no se detengan pase lo que pase, confío en ustedes.

María luego de tomar esa decisión empuño fuertemente su machete y regresó al enorme sembradío de maíz con la firme esperanza de encontrarse con su familia.

Un Capitán del ejército nacional que merodeaba las afueras de aquel sembradío de maíz, observó con mucha malicia como algunas cañas de este cereal eran agitadas fuertemente. «Son re-beldes» pensó el Capitán, mientras que sus manos sostenían una potente granada.

El oficial al notar que aún proseguían los inquietantes movi-mientos dentro del maizal, tomó la firme decisión de retirarle el seguro a la granada y arrojarla hacia el origen de ese sospechoso

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Llanto en las colinas

movimiento. A su vez corrió y advirtió a los más de treinta hom-bres que conformaban su comando.

–Cúbranse, cúbranse.Todos los soldados sucumbieron al piso para protegerse del

inminente estallido.Una espantosa explosión hizo que cientos de cañas de maíz

volaran por los aires, decenas de aves que calmaban su hambre alimentándose de maíz tierno emprendieron vuelo al verse sor-prendidas ante el enorme estallido.

–Vamos, vamos–ordenó el Capitán mientras se adentraba en el maizal empuñando una carabina–revisen todo el lugar.

Más de diez soldados armados con carabinas y fusiles le brin-daron apoyo al temerario Capitán.

Todos ellos revisaron el maizal con sumo cuidado, el Capitán llegó hasta el sitio de la explosión ansioso por encontrar rebeldes para acabar con ellos como lo había estado haciendo. Los ojos de aquel oficial miraron con gran asombro a un jabalí echo trizas como consecuencia de la fuerte explosión.

–¡Cielos! – exclamó el Capitán.– ¡Atención! Este lugar está limpio salgamos de aquí.

Todos los soldados miraron asombrados al pobre jabalí, quien fuera el blanco de esa enorme explosión.

–Señor tiene una llamada urgente del Coronel–dijo un solda-do acercándose al Capitán.

El Capitán acudió casi trotando a recibir las nuevas instruc-ciones del Coronel. Invadido por el hambre un soldado tomó en-tre sus manos una mazorca de maíz tierno la desojo y estampo sus dispareja dentadura en ella.

Uno de sus compañeros al verlo comer la mazorca con tantas ganas le preguntó:

–¿Eso se puede comer? El Capitán luego de recibir las instrucciones del Coronel or-

denó a su batallón:–¡Atención! Cambiaron los planes, debo ir por el Teniente

Gutiérrez y detener a su guía. Salgamos de aquí, vamos.Ahora bien, mientras el malévolo Capitán se disponía a cum-

plir las nuevas y fatídicas órdenes del Coronel, el Teniente Ro-dríguez y sus soldados batallaban contra un camino altamente

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fangoso.El cabo Mendoza cansado de luchar contra el pesado fango

exclamó desde lo más profundo de su ser:–¡Cielos! Estoy muy cansado y no siento mis pies. –¿Marcos de verdad no hay otro camino? –preguntó el en-

fermero.–Lo siento, pero este es el mejor camino – dijo.–Si este es el mejor camino no quiero saber de los otros–co-

mentó el sargento.–Cállense y guarden fuerzas para seguir adelante – sugirió el

Teniente.Un fuerte gañido de un perro invadió gran parte de la monta-

ña, mientras que María yacía tirada dentro del maizal aturdida por la onda expansiva de la granada, aquel perro ingresó tenazmente al lugar en donde ella estaba tirada, al mirarla indefensa, el audaz animal ladró fuertemente para pedir auxilio. María al escuchar los ladridos a medias abrió los ojos y miró al perro.

–Bobby me encontraste –dijo mientras perdía el conocimien-to.

Eran casi las once de la mañana, el sol por fin parecía haberle ganado la batalla a las enfurecidas nubes negras, una suave brisa refrescó los cansados y enlodados cuerpos de los valiente solda-dos.

–Teniente, no sé qué me pesa más si el fusil o el barro que tengo en mis pies –dijo un cabo.

–Señor, bienvenido a la colina del norte –dijo Marcos mien-tras señalaba la cueva.

El Teniente quedó absorto al mirar la magistral cueva, pero él esa mañana no quiso crear dentro de sí esperanza alguna para más tarde no sucumbir ante la desilusión. Lleno de lodo en todo su cuerpo ordenó a sus soldados revisar toda la zona, estos se dis-persaron para asegurar que todo el lugar este libre de los guerri-lleros.

El Teniente caminó muy ansioso hacia la cueva, tras él siguió Marcos quien le echó mano al revolver que le prestó el Teniente, cuatro soldados siguieron y respaldaron con sus fusiles a Marcos. El Teniente observó atentamente que no había huellas en el ca-mino más que las dejadas por sus enlodadas botas militares. La

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Llanto en las colinas

decepción apareció una vez más en la cargada mente del Teniente «¿Qué está pasando?» Se preguntó al ver que en el lugar no hay presencia de personas durante un largo tiempo. Marcos notó la gran decepción que era visible en el rostro del Teniente, los solda-dos detuvieron su sigiloso andar extrañados por la inusual actitud del mismo, uno de ellos le preguntó firmemente:

–¿Señor, qué sucede, no va a revisar la maldita cueva?–Revísenla ustedes, igual no encontrarán nada – dijo el Te-

niente. Esos soldados tomaron muy en serio las órdenes del Teniente,

así que ellos revisaron la tan buscada cueva. El Teniente miró a Marcos que estaba todo cubierto de lodo pero no le dijo palabra alguna.

–Sargento, quiero comunicarme con el Coronel –dijo el Te-niente–quiero que me explique qué es lo que pasa aquí.

–Señor tengo conexión con él pero no responde –dijo el sar-gento.

Luego de revisar cuidadosamente la cueva los soldados se aproximaron al Teniente y le informaron:

–Efectivamente señor, no hay nada allá dentro, solo hay ex-cremento de murciélagos y mucha telaraña.

El Teniente fue invadido por la más inmensa de la inquie-tudes, al no saber en qué situación estaba metido. Por esa razón aquel oficial comenzó a preguntarse «¿Qué coño está pasando?».

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Los ojos de María se abrieron lentamente, su visión estaba un tanto difusa, su cuerpo malherido descansaba en una incómoda colchoneta.

–¿Dónde estoy?– se preguntó un tanto desvariada.Sus manos palparon varias veces su cabeza mientas recuperaba

por completo la cordura, al mirar a su alrededor pudo notar que estaba en una especie de tienda de campaña, un rebelde hizo acto de presencia en el interior de la tienda con un equipo médico en sus manos, este al mirarla un tanto repuesta le dijo:

–Señora, ha despertado.María al mirar al muchacho vestido de militar por un instante

pensó que estaba en manos del ejército nacional.–¿Dónde estoy?– preguntó.–No se preocupe, está en un lugar seguro, el Comandante

estará muy feliz de verla–dijo el rebelde mientras dejo el interior de la tienda en busca del Comandante.

–Comandante, Comandante – se escuchó el grito del entu-siasta rebelde.

Un joven rubio alto de ojos verdes con una imagen un tanto descuidada y ataviado con muchas prendas militares irrumpió en la tienda. La debilitada mirada de María divagó un instante sobre el descuidado rostro de aquel joven, pues ella cree conocerlo.

–Mamá está bien – dijo el joven sumamente preocupado.María lo observó fijamente y trató de ignorar esa voz que

tanto conocía.–Mamá soy yo, Pablo, tu hijo – confirmó el joven.María se levantó como pudo le cogió las abundantes barbas

amarillas y exclamó desde lo más profundo de su alma.–¡Dios mío, esto no es imposible!El joven sintió gran pesar por las profundas palabras de su

madre, aun así la estrechó fuertemente en su pecho, ignorando la rabia y la decepción de aquella humilde mujer.

–Esos malditos los mataré a todos por lo que te han hecho–dijo Pablo.

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Llanto en las colinas

–Tú no matarás a nadie – dijo muy resentida – nadie más tiene que morir en toda esta locura.

–Locura, por Dios mamá – expresó Pablo contrariado.–No metas a Dios en toda esta matanza – agregó María.–Nunca entendería toda esta lucha de cambio y de reivin-

dicación social, por la que estamos dispuestos a dar la vida si es necesario – comentó Pablo.

–Sí, tal vez, pero también nunca entenderé ni en un millón de años que tú, mi hijo, estuvieras detrás de todo esto. ¿Dónde está tu padre? Imagino que él es tu cómplice.

Pablo llevó su mirada a la tierra ante la esperada pregunta de su madre. Él sabía que ella quizás albergaba una pequeña esperan-za de ver a su esposo con vida. María al notar el funesto silencio en el rostro de su hijo, insistió nuevamente con la pregunta pre-sintiendo muy dentro de sí la lamentable respuesta:

–Esos malditos lo mataron – dijo Pablo con lágrimas en sus ojos.

María esa tarde solo dejó que unas cuantas lágrimas recorrie-ran sus surcadas mejillas, ella ya presentía de antemano el lamen-table final del hombre a quien más amaba. Pablo por su parte, estaba muy desconsolado por la muerte de su amado padre, jamás pensó que él sería una de las primeras víctimas fatales de esos mortales enfrentamientos, su madre observó como el desconsuelo y la culpa hacían mellas en su insurrecto hijo. Aproximándose a él lo abrazó con todas sus fuerzas.

–Quiero ver el cuerpo de tu padre, por favor – suplicó con voz desgarrada.

Pablo al escuchar la súplica de su madre, limpió su rostro de sus sufridas lágrimas, la tomó de la mano y la condujo hasta una sepultura que estaba a los bordes de un frondoso árbol. María al ver a su esposo reducido al silencio sucumbió sobre la sepultura y lloró amargamente. Más de 30 rebeldes en su mayoría campesinos adiestrados en el arte militar, se aproximaron a la sepultura por-tando armas de alta potencia.

–La muerte de mi compadre no quedará sin castigo – dijo un rebelde altamente resentido.

–Esto es una lucha que se extenderá por todo el país –pro-fetizó Pablo.– Ya lo más difícil está hecho, esperemos que los

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compatriotas de las zonas urbanas triunfen con su cometido, y de esa forma alcanzaremos la igualdad social que tanto hemos anhelado.

Todos los rebeldes alzaron sus armas y gritaron con mucha euforia por las sentidas palabras de su Comandante. Bobby el pe-rro, se acercó a María agitando su cola, ella lo miró y acarició con sus endebles manos.

–¿Tú también estas triste? – le preguntó.Un helicóptero del ejército nacional invadió inesperadamente

el tan buscado campamento de los rebeldes. Aquella máquina voló raso sobre los dantescos árboles que le servían como camuflaje a el campamento, todos los rebeldes buscaron resguardar sus vidas ocultándose en la abundante maleza. De esa forma ellos creyeron evadir esa intimidante máquina voladora, que Luego de examinar minuciosamente la zona, salió a toda prisa.

–Nos descubrieron –asintió Pablo– vendrán comandos del ejército, esto se pondrá feo.

–Preparémonos para pelear Comandante –dijo un rebelde– les daremos con todo.

–Sí –dijeron a una sola voz todos los entusiastas rebeldes.Pablo miró a su madre y tomándola de las manos le dejó ver

su preocupación por su seguridad. –Mamá, tiene que salir de aquí.–No me pidas eso, no voy a dejarte morir aquí solo–dijo a la

vez que miraba la tumba de su esposo–ya tu padre está muerto, no quiero otro sufrimiento para mi vida.

Pablo tratando de persuadir a su madre le comentó:–No voy a morir te lo juro – además tienes que ir por Marcos,

él te necesita.–No me hagas esto, sé que no vas…Pablo selló los desesperados labios de su madre, y no le permi-

tió pronunciar su lamentable realidad.–Voy a sobrevivir y nos veremos en la capital lo juro – dijo

Pablo mientras la abrasaba fuertemente.–Señor, vienen dos pelotones, por el norte y el este – dijo un

rebelde a gritos.Pablo observó a un joven que estaba cargando muy ansioso su

carabina para el inevitable enfrentamiento, pensando que él era

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el indicado para sacar a su madre de toda aquella locura, lo llamó enérgicamente.

–¡Carlitos!El joven al escuchar la voz del Comandante se plantó firme y

respondió con voz fuerte.–¡Señor!–Tengo una misión especial para ti –dijo– ¿Crees poder cum-

plirla soldado?–Ordene señor, estoy preparado para todo –respondió el jo-

ven.–Debes sacar a mi madre de aquí – ordenó – y escóltala hasta

la ciudad.El joven llevó su rostro al piso, porque en verdad quería pelear

al lado de su Comandante.–Sácala de aquí soldado – ordenó Pablo.El joven empuñó su carabina miró a una contrariada María

y le dijo.–Sígame señora.María no quiso desprenderse de los brazos de su hijo, ella que-

ría estar allí en ese lugar y morir junto a su hijo si era necesario. Pablo con mucho dolor en sus palabras le dijo:

–Vamos mamá tienes que irte de aquí.–No, no me pidas que te deje – asintió María.–Debe ir por Marcos y dile que estoy muy orgulloso de él

– comentó.María ya resignada miró al joven rebelde y decidió seguirle

mientras miraba a su hijo por última vezEran casi las tres de la tarde así lo confirmaba el enlodado reloj

militar del Teniente, los ardientes rayos del sol que iluminaban el día descendieron considerablemente permitiéndole a un frío con-gelante apoderarse de esa parte de la montaña.

–Cielos tengo mucho frío – dijo un cabo mientras le temblaba la boca.– ¿Qué haremos Teniente?

–¿Sargento, el Coronel no responde?–Negativo señor, aún sigue sin responder – dijo el sargen-

to.–Regresaremos al pueblo antes de que nos congelemos – or-

denó el Teniente.

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Johan Sánchez Covis

Caracortada que siempre estuvo acompañado de la malicia observó detenidamente cómo unos matorrales estaban en cons-tante movimiento.

–Teniente hay movimientos en la parte sur – advirtió.Al escuchar las sentidas advertencias del cabo, todos acudie-

ron sin vacilar a sus fusiles a la vez que dirigieron sus enlodados cuerpos a la abundante maleza, el Capitán que era el responsable del inquietante movimiento al percatarse que era el Teniente Ro-dríguez y su comando, decidió salir de la maleza para evitar que les disparen. El Teniente al ver al Capitán bajó su fusil en el acto y se plantó firme.

–Señor, bajen sus armas es el Capitán –ordenó.Los soldados bajaron sus armas y saludaron al oficial. Cuatro

centinelas que respaldaban al Capitán salieron de la maleza arma-dos con carabinas y fusiles.

–Rayos cargo barro hasta en los ojos –expresó el Capitán.Aquel día el Teniente notó bien raro que el Capitán Fierro es-

tuviera por esa zona, no era muy común ver al hombre que tenía fama de ser muy despiadado.

–¿Está perdido señor, y su comando?–No se preocupe Teniente, mi comando en estos instantes

está a punto de acabar con el campamento de los rebeldes.–Con todo respeto señor, pero creí que usted no comandaría

un pelotón, al menos esa fue la orden de la corte –comentó el Teniente.

–Teniente no sea ingenuo, para detener a estos movimientos rebeldes hace falta hombres de verdad, el Coronel sabía que me necesitaba y la corte reconsideró su decisión y aquí estoy.

–Hay algo que no entiendo señor –dijo el Teniente.– Si su comando está a punto de acabar con los rebeldes qué hace usted aquí.

El Capitán se aproximó al Teniente y le dijo sin mucho ro-deo

–Vengo por su guía.Todos los soldados esa tarde se sorprendieron en gran manera,

en especial Marcos, jamás esperaban escuchar esas palabras del Capitán.

–Sigo sin entender señor– dijo el Teniente.

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Llanto en las colinas

–Teniente ¿sabía que el guía de su comando, es nada más y nada menos que el hermano del Comandante que dirige a los rebeldes? –dijo el Capitán.

–Eso es imposible –expresó el Teniente mientras que su mira-da reposaba en el sorprendido rostro del joven.

–También es hijo del campesino al quien el Comandante Con-treras arrestó por el caso las armas –agregó el Capitán. El Teniente intentó buscar una respuesta en los propios labios del joven.

–¿Eso es cierto, marditacea? –preguntó muy alterado.Marcos, al igual que todos sus compañeros estaba muy sor-

prendido por las afirmaciones del oficial, su rostro descansó en el piso, a su vez notó cómo el miedo que tanto lo ha acechado estaba a punto de invadir todo su cuerpo, esa tarde selló sus labios una vez más y no pronunció palabra alguna.

–Tengo órdenes del Coronel de fusilar a este muchacho–agre-gó el despiadado Capitán.

Todo el comando del Teniente se mostró atónito, ante las des-garradoras palabras del malévolo Capitán, Marcos cayó de rodillas al piso, rogándole a Diós por su joven vida, dos de los soldados que acompañaban al Capitán levantaron al desgraciado joven, que a distancia dejaba ver como su cuerpo temblaba ante el miedo a morir, los cuatro soldados se formaron esa tarde enfrente del joven en espera de la orden del Capitán. El joven al presentir que ese momento sería su final cerró sus ojos y acudió una vez más a Dios.

Todos los soldados colmados de la más amarga de las indigna-ciones, miraron al Teniente solo en espera de una simple orden y así acabar con esa terrible situación.

–Preparen –ordenó el Capitán a sus soldados.– Apunten...El Teniente al escuchar las devastadoras palabras no soportó

más esa siniestra injusticia, así que le echó mano a su fusil y apuntó al Capitán.

–¡Bajen sus armas! Capitán, dígale a sus soldados que bajen sus armas – ordenó el Teniente.

Todos los soldados apoyaron incondicionalmente a su supe-rior, no querían ver morir a un joven inocente. Así que tomaron la firme determinación de rodear al malévolo Capitán y sus sol-dados. El Capitán por primera vez en su carrera lo tomaban des-

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Johan Sánchez Covis

prevenido y se mostró muy sorprendido con la inesperada actitud del Teniente.

–¿Esta es una broma Teniente? –preguntó el Capitán.–No lo creo señor – respondió firmemente el Teniente –el

muchacho no tiene por qué morir.Marcos abrió los ojos y miró al Teniente y sus soldados dis-

puesto a dar su vida por salvar la de él, el Capitán al verse acorrala-do no tuvo más opción que desistir de su anhelado fusilamiento.

–Bajen sus armas soldados – ordenó el Capitán a sus solda-dos.

Estos al verse amenazados por el Teniente y su comando ba-jaron sus armas y las arrojaron al suelo quedando así totalmente desarmados y a merced del Teniente.

–Marcos, vete de aquí – le dijo el Teniente al joven.Prisionero del miedo el muchacho no entendía las liberadoras

palabras del Teniente.–¡Que te largues de aquí muchacho!Marcos como pudo dio algunos pasos adelante y miró fija-

mente al Teniente y a sus soldados, esa era la última vez que los vería junto a todos, luego de grabarse los rostros de sus inolvida-bles amigos corrió como nunca lo había hecho por toda la mon-taña.

–Pagarán muy caro su osadía Teniente, lo juro – dijo el Capi-tán altamente resentido.

Eran las cuatro de la tarde cuando empezaron los sanguina-rios enfrentamientos, decenas de explosiones iluminaron repeti-das veces el cielo de la encumbrada montaña, ráfagas de disparos siguieron condenando al humilde pueblo campesino a las ruinas y el olvido.

María estaba postrada junto al joven rebelde en el camino que conducía hacia la ciudad en espera de sus amados hijos. Un inmenso estallido seguido de un disparo de fusil F.N.30, cul-minaron los devastadores enfrentamientos. Esos dos aterradores sonidos serían lo último que se escucharía, en toda la montaña.

Marcos llegó casi moribundo al camino que significaba liber-tad y esperanza a todo un pueblo, que sintió los embates de una inútil guerra, aterrorizado por todo lo vivido, irrumpió en llanto al ver a una entristecida María, el joven buscó refugio en los bra-

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zos de su amada madre como cuando era un niño, nunca su joven corazón había sentido tanta tristeza.

María lo cobijó fuertemente entre su pecho, mientras le infor-maba lo sucedido con su padre. Marcos se aferró con más fuerzas al pecho de su madre, para soportar el desconsolador sufrimiento que agobiaba su alma. María sintió gran alegría dentro de su do-lor al mirar al fiel compañero de su hijo Pablo, «Bobby» salió del interior del maizal, pero sus cansados ojos esperaban con ansias la llegada de su hijo, luego de esperar por un tiempo prolongado el joven rebelde que la acompañaba trató de consolarla.

–No va a venir –dijo el joven con lágrimas en sus ojos– lo siento, creo que es mejor marcharnos.

–Claro –dijo María muy contristada.Marcos carcomido por la duda se aproximó al joven rebelde

y le preguntó.–¿Nunca existieron ningunas armas, verdad?–No, te equivocas, si existieron – dijo el joven – siempre es

tuvieron en su casa señora por eso fue que José dio su vida.–Eso es imposible – comentó Marcos muy confundido – pero

las armas estaban escondidas en las cuevas. –No, te equivocas nuevamente, el Comandante Pablo se en-

teró que Víctor era el soplón, así que inventó lo de las cuevas y Víctor no tardó en informarlo, eso solo fue una trampa del Co-mandante para poder sacar las armas hasta la capital.

–Mi pobre hijo – dijo María.–Su hijo será un héroe señora – dijo el joven muy emocio-

nado.–No quiero a un héroe, quiero a mi hijo – confirmó María.–Hoy muchos campesinos murieron, muchas casas están des-

truidas, las personas de mi pueblo presiento que no pisaran jamás sus calles – comentó Marcos.

–Este pueblo no volverá a ser el mismo… sé que solo queda-rán las ruinas – profetizó el joven.– Todos tenemos que empezar una nueva vida, lejos de todo esto.

–¿Cómo empezar de nuevo una vida, cuando ya tenías una?–dijo María desde lo más profundo de su corazón.

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Una fuerte brisa ondeó el hermoso cabello de Milagros, quien miraba a Marcos fijamente.

–¿En qué piensas amor? – preguntó Milagros.–Jamás pensé que 30 años después de toda aquella tragedia

volvería a pisar los caminos de las dos colinas – dijo Marcos – re-cuerdo que solía jugar todo el día con Pablo en este camino.

–Ha pasado tanto tiempo –dijo Milagros.– Nos hemos hecho viejos, nunca creí que vería tu cabello teñido de canas.

–El tiempo no pasa en vano amor – dijo Marcos – mira toda esta zona, parece que no hubiese existido un pueblo.

–Veo que en todo este tiempo, la montaña se ha encargado de borrar todo lo que aquí sucedió, ya ni las dos colinas son visibles desde este lugar.

–Papá todo está listo – dijo un joven acercándose a Marcos – las osamentas de mi abuelo y mi tío están embarcadas en el camión.

–Está bien – dijo Marcos – creo que Pablo y mi papá estarán muy felices de estar en terrados junto a la vieja.

Marcos se mostró muy entristecido aquella, mañana los re-cuerdos y la nostalgia del lugar invadió toda su mente, Milagros miró su amargo dolor, lo estrechó entre su pecho y lo abrazó como nunca lo había hecho.

–Llegó la hora de despedirnos de este lugar –dijo Milagros.Marcos observó detenidamente por última vez toda la en-

cumbrada montaña, le tomó la mano a Milagros y salieron sin mirar atrás.

Llanto en las colinas se imprimió enoctubre de 2013 en la Imprenta de Falcón - Sistema Nacional de Imprentas de la Fundación Editorial El Perro y La Rana con el apoyo de la Red Nacional de Escritores y Escritoras Socialistas de Venezuela. Coro – Venezuela.

Johan Sánchez CovisNace el 27 de octubre de 1983. Joven es-

critor oriundo de Pueblo Nuevo de la Sierra de Falcón. Actualmente realiza estudios de Comunicación Social y trabaja en la alcal-día del municipio Petit. Parte de las expe-riencias vividas por su padre para la escritura de Llanto en las colinas, su primera obra.

Una familia queda atrapada en medio de la guerra de guerrillas du-rante los años 60’s, cuyos capítulos más memorables sucedieran en la Sierra Falconiana. Sus miembros pa-decen el desarraigo y el quiebre de la unidad familiar en busca de la liber-tad perdida por la guerra.