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Las motivaciones sociales básicas según Susan Fiske Esta idea según la cual tenemos necesidad del otro para nuestra supervivencia implica que a lo largo del tiempo, hemos desarrollado motivaciones sociales básicas que interactúan con la situación social misma, de tal manera que nos permite efectivamente sobrevivir en grupo. Todos nosotros estamos motivados a estar vinculados a otras personas por la sencilla razón de que es adaptativo. De una manera general, las motivaciones constituyen el motor de los comportamientos. Lo que nosotros llamamos “motivaciones sociales básicas” se refiere precisamente a procesos psicológicos fundamentales, subyacentes, que incitan a los individuos a pensar, a sentir las cosas y a comportarse en situaciones que implican a otras personas. En las líneas que siguen, describimos estas motivaciones… para pertenecer, para comprender, para controlar, para ser valorado y para confiar. 3.1. Los cincos campos complementarios de la psicología social Estas motivaciones sociales básicas tienen como origen el efecto combinado de la persona y de la situación. No son disposiciones generales que dependen de la personalidad, lo que predeciría el comportamiento independientemente de la situación, y de manera monocorde en definitiva. Estas motivaciones sociales básicas son representativas del análisis psicosocial en el sentido en que resultan de la interacción de la persona y de la situación, cada combinación es evidentemente única. Según Lewin, una motivación crea una fuerza psicológica para el individuo que se encuentra en una situación determinada – lo que él llama espacio vital. Frente a la persona, ciertas características del entorno facilitan o, al contrario, complican el cumplimiento de los objetivos que busca. Son pues fuente de motivación. Estas características adquieren lo que Lewin llama una valencia, es decir una connotación positiva o negativa. Así, si ustedes desean enviar una

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Las motivaciones sociales básicas según Susan Fiske

Esta idea según la cual tenemos necesidad del otro para nuestra supervivencia implica que a lo largo del tiempo, hemos desarrollado motivaciones sociales básicas que interactúan con la situación social misma, de tal manera que nos permite efectivamente sobrevivir en grupo. Todos nosotros estamos motivados a estar vinculados a otras personas por la sencilla razón de que es adaptativo. De una manera general, las motivaciones constituyen el motor de los comportamientos. Lo que nosotros llamamos “motivaciones sociales básicas” se refiere precisamente a procesos psicológicos fundamentales, subyacentes, que incitan a los individuos a pensar, a sentir las cosas y a comportarse en situaciones que implican a otras personas. En las líneas que siguen, describimos estas motivaciones… para pertenecer, para comprender, para controlar, para ser valorado y para confiar.

3.1. Los cincos campos complementarios de la psicología social

Estas motivaciones sociales básicas tienen como origen el efecto combinado de la persona y de la situación. No son disposiciones generales que dependen de la personalidad, lo que predeciría el comportamiento independientemente de la situación, y de manera monocorde en definitiva. Estas motivaciones sociales básicas son representativas del análisis psicosocial en el sentido en que resultan de la interacción de la persona y de la situación, cada combinación es evidentemente única. Según Lewin, una motivación crea una fuerza psicológica para el individuo que se encuentra en una situación determinada – lo que él llama espacio vital. Frente a la persona, ciertas características del entorno facilitan o, al contrario, complican el cumplimiento de los objetivos que busca. Son pues fuente de motivación. Estas características adquieren lo que Lewin llama una valencia, es decir una connotación positiva o negativa. Así, si ustedes desean enviar una carta, todo buzón adquiere una valencia positiva. Pero si este buzón es sospechoso de haber contenido ántrax, estará asociado a una valencia negativa. De la misma manera, si esperan encontrar el hombre o la mujer de vuestra vida, alguien que es a la vez atractivo, libre y de sexo apropiado (para usted) estará dotado de una valencia positiva. Estos objetivos modelan verdaderamente su experiencia de la situación. Es por lo tanto este entorno psicológico –es decir la situación tal como usted la experimenta – tan importante. Las motivaciones operan pues como principios de “persona en situación”.

Las motivaciones sociales básicas están vinculadas a esta contribución capital de la psicología social que es el situacionismo. Dan sus títulos de nobleza al poder de la situación, que es interpretada por el individuo mismo. Las motivaciones de la persona determinan en efecto la situación psicológica para la persona susodicha y únicamente para ella. La idea de “persona-en-situación” implica que lo que pasa realmente está combinado por ciertas motivaciones propias de la persona. Esto supone que las motivaciones sociales determinan verdaderamente la naturaleza de la situación, en el sentido especialmente en que esta última es objeto de filtraciones para el individuo. Los psicólogos sociales coinciden ampliamente sobre las nociones de situacionismo y de

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conocimiento, que definen como las interpretaciones de la situación hechas por los individuos. Las motivaciones sociales encuadran pues perfectamente con el situacionismo, al que los psicólogos sociales conceden toda su atención.

Por consiguiente, estas motivaciones sociales básicas describen, concentran, y explican líneas de investigación aparentemente sin vínculos entre ellas. Aquellas en las que nos detendremos específicamente aquí nos permitirán comprender mejor las teorías y las investigaciones contenidas al mismo tiempo en los capítulos siguientes. Desde hace años, este quinteto de motivaciones es identificado a intervalos regulares tanto por los psicólogos de la personalidad como por los psicólogos sociales. Dicho de otro modo, no se trata de uno de mis hallazgos. En efecto, describirlos de esta manera apunta a una elección personal sobre el vínculo que hay que hacer entre las diversas contribuciones psicosociales en este ámbito. Es verdad también que la disciplina no les ha proporcionado finalmente –explícitamente al menos – una estructura coherente. Sin embargo, el trabajo de los autores así como de los correctores de textos científicos consiste en detectar temas susceptibles de ofrecer una cierta coherencia, una lógica manifiesta. Está claro que, en la presente obra, las motivaciones sociales básicas están consideradas como una serie de principios integradores y directores.

En tanto que (posible) neófito, es importante que usted tome conciencia de los trabajos pioneros en este campo. Pero hacer una lista y analizar las motivaciones me parece una empresa arriesgada. Desde los comienzos del siglo XX, psicólogos sociales y psicólogos de la personalidad han enumerado - con repetición- estas motivaciones básicas, formulando muchas hipótesis en su nombre, su necesidad y su clasificación. Una de las primeras obras de este tipo es la de McDougall (1908), que utilizaba el término instintos (Para una revisión de la cuestión, ver Boring, 1950). Desgraciadamente, un extraño instinto capaz de explicar todos los comportamientos aparece en los autores, e instintos han surgido así de todas partes – y no por ello ser útiles o incluso defendibles a nivel científico.

Puesto que usted es probablemente principiante, me permito invitarle a estar vigilante: el quinteto propuesto no es ciertamente la única interpretación ni la única organización posible de las célebres motivaciones sociales básicas. Reconozco que tiendo a llamarlas las “más o menos cinco” motivaciones sociales. Sin embargo, sé por experiencia que esta estructura propuesta no fue sino un número comprensible de temas en torno a los cuales gravitan los temas de estudios en psicología social. Según el capítulo del libro, un enfoque será ofrecido para una u otra motivación, en función de la importancia acordada por las teorías y las investigaciones mencionadas. Las cinco motivaciones volverán regularmente en la obra, lo que nos ayudará a dar sentido a lo que podría aparecer como un batiburrillo de teorías y descubrimientos. En efecto, en la práctica, la psicología social es una disciplina un poco dispersa: investigadores de horizontes diferentes mencionan, por aquí y por allá, a través de sus comunicaciones, los problemas que encuentran interesantes; se centran en sub-disciplinas que no están forzosamente vinculadas entre ellas. Lo que es más, por mis experiencias en tanto que profesora, autora y sobre todo, gran consumidora de psicología social, sé en qué punto la gente tiene dificultades

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para dar un sentido a un material que le es proporcionado sin estructura. Puesto que algunas nociones fundamentales son transversales, prefiero actuar de modo que cada idea esté vinculada a temas con los cuales usted ya habrá tenido la ocasión de estar familiarizado.

Varias personalidades importantes de la psicología social así como de la psicología de la personalidad han desarrollado y desarrollan aún en la actualidad ideas concernientes a las motivaciones sociales básicas de los individuos. Esto no viene de ayer: las teorías y las investigaciones en las cuales pienso abarcan decenas de años. Pero, más allá de los lugares que difieren y del tiempo que pasa, encontramos siempre cinco motivaciones básicas (Fiske, 2002 a; Stevens & Fiske, 1995): pertenecer, comprender, controlar, valorarse y tener confianza en el otro. Todas estas motivaciones tienen un hilo conductor en común. Permiten a los individuos adaptarse al grupo y, por consiguiente, aumentar sus posibilidades de supervivencia. La idea según la cual un pequeño número de motivaciones esenciales aumenta la capacidad de la gente para sobrevivir en grupo nos proporciona un soporte claro que permite comprender el conjunto del campo de la psicología social.

La primera de estas motivaciones – pertenecer – sirve ella como base o fundamento de las otras (ver cuadro 1.4). Entre las cuatro restantes, dos – comprender y controlar – son más bien cognitivas, en el sentido en que conciernen a los procesos de pensamiento. Dicho esto, la primera (comprender) es más reflexiva, mientras que la segunda implica más una acción sobre el mundo (controlar). Por último, las dos últimas motivaciones básicas – valorarse y tener confianza – pertenecen más al lado afectivo, incluso si una está más dirigida sobre sí mismo (valorarse) y la otra está más dirigida hacia el otro (tener confianza). Pasemos ahora a la descripción detallada de cada una de estas motivaciones por lo menos esenciales.

3.2 Pertenecer

Cuando usted pone por primera vez los pies en la universidad o en tal sociedad que acaba de comprometerle, uno de sus primeros objetivos es ciertamente encontrar gente (si no conocen aún a nadie). De manera general, ¿por qué piensa haber hecho todo para encontrar amigos, grupos de personas que se le parecen en dimensiones importantes? ¿Era este punto necesario para permitirle sentirse a gusto, para poder hablar con gente, para explicar cosas, para ayudar, para procurar estar menos solo? Sabemos que los estudiantes son más felices, y también que tienen más posibilidades de acabar sus estudios universitarios a partir del momento en que pertenecen a grupos que reúne a gente que tienen las mismas afinidades (lugar de vida, deporte, lengua, identidad cultural, intereses, política). Esto ilustra la motivación de que se puede conocer un sentimiento bastante estable de pertenencia. Más allá de eso, los individuos están verdaderamente adaptados para pertenecer a grupos. Están incluso motivados para lograrlo.

Pasemos ahora al examen de las primeras pruebas de esta motivación de pertenencia, que consiste en esta necesidad eminentemente humana de tener relaciones estables y fuertes con el otro. Parece que la gente busca relaciones

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ininterrumpidas y sólidas (ver el enfoque sociométrico de Baumeister & Leary, 1995, al cual volveremos en el capítulo 7). A este propósito, algunas experiencias ya clásicas en psicología social han mostrado que los individuos forman vínculos sociales con una facilidad desconcertante. Por ejemplo, unos investigadores han constituido dos grupos de chicos jóvenes que no se conocían del todo entre ellos, pero que se habían inscrito todos en un mismo campamento de vacaciones (Sherif, Harvey, White, Hood & Sherif, 1961). Los jóvenes dieron prueba rápidamente de una gran lealtad respecto a su equipo, constituido sin embargo arbitrariamente. En otro estudio también conocido (Festinger, Schachter & Back, 1950), algunas familias de veteranos de la Segunda Guerra mundial a quienes se había ofrecido viviendas sociales trabaron amistad con personas a las que se percibió luego que se trataba de sus vecinos más próximos.

Cuadro 1.4Relaciones entre las motivaciones sociales básicas

Pertenecer Necesidad de relaciones fuertes y estables

Motivaciones más bien cognitivas Motivaciones más bien afectivas

Comprender Controlar Valorarse Tener confianza

Necesidad de comprensión compartida

y de predicción

Necesidad de percibir un vínculo claro entre comportamientos y

resultados

Necesidad de verse a sí mismo como

profundamente honesto o perfectible

Necesidad de ver a los otros como no dañinos

El hecho de establecer vínculos sociales íntimos parece el único factor objetivo descubierto que esté correlacionado con un sentimiento subjetivo de bienestar (Baumeister, 1991 b, p. 213). A la inversa, el aislamiento de una persona amenaza muy evidentemente el deseo de pertenencia de ésta, pero tiene asimismo un impacto negativo en su humor (Williams, Cheung & Choi, 2000). Algunas preocupaciones en el plano de las relaciones íntimas predicen una mala salud (Stansfeld, Bosma, Hemingway & Marmot, 1998). En las regiones donde poca gente voluntariamente se reúne con grupos, se encuentran más crímenes con armas de fuego (Kennedy, Kawachi, Prothrow-Stith, Lochner & Gupta, 1998). Como lo sugería el sociólogo Émile Durkheim (1951), las personas cuya red social es tenue tienen más riesgo de suicidarse (Berkman, Glass, Brissette & Seeman, 2000). Dicho esto, muchos de estos estudios son correlativos (la preocupación de pertenencia y la salud están vinculados), lo que no garantiza una causalidad cualquiera (¿la pertenencia es una garantía de buena salud? esto no está dicho). Sea lo que sea, está claro que pertenecer a uno o a algunos grupos no puede perjudicar su salud. ¡Al contrario!

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La motivación a formar parte de un grupo beneficia asimismo al grupo mismo. Si los miembros tienen tendencia a cooperar con el otro y ellos desean ser aceptados, eso ayuda evidentemente al grupo a coordinar sus acciones y a actuar más eficazmente (Levine & Moreland, 1998). Los más viejos ejemplos en el campo son la caza y la cosecha. Los de hoy son muy diferentes: se trata del trabajo en red, de las fiestas, de los estudios, etc. Sabemos que una sociedad con una cultura empresarial fuerte anima a sus empleados a aprender “cómo procurar que esto cambie”. Idealmente, una gran empresa de venta al por menor programará cotidianamente un pequeño discurso de ánimo en atención y permitirá paralelamente a sus jefes de equipo animar ellos también a los representantes cada mañana. De esta manera, los empleados percibirán a la empresa como una gran familia, en la cual cada uno está listo en todo para los otros. La fuerza de la necesidad de pertenencia de los empleados explica esta fidelidad que se construirá día tras día a través de los recordatorios cotidianos mencionados más arriba. La empresa contará con que, a partir del momento en que sus representantes sientan que ellos “son juntos”, se motiven los unos a los otros y se arreglen entre ellos de la manera más eficaz posible. Existen otros ejemplos similares. Incluso son muy numerosos. Así, en Burkina Faso, los individuos cultivan juntos sus tierras, a veces al son de los tambores. Eso les permite hacer el trabajo a la vez más eficaz y más agradable que si lo tuvieran que efectuar solos. En el pasado, los campesinos americanos trabajaban de manera bastante idéntica. Había también una actividad colectiva, una misma presencia de música, y un esfuerzo recíproco. De manera general, muchísimas actividades de grupos se desarrollan mejor cuando los miembros desean cooperar, ponerse de acuerdo entre ellos y ser aceptados.

En efecto, la motivación de pertenencia de los individuos permite a veces al grupo sobrevivir, pero no es ésa, diríamos, nuestra preocupación principal. Lo que nos interesa sobre todo, es el hecho de que pertenencia a un grupo ayuda a los individuos a sobrevivir psicológicamente y físicamente, y que eso pasa por un campus universitario, en la sabana burkinabé, o en una u otra pradera de Kansas. Por supuesto, la pertenencia grupal en general puede estar más valorada en algunas culturas que en otras – es lo que veremos más adelante -, pero en todos los casos se trata sin lugar a dudas de una motivación central. Algunos argumentos en este sentido serán propuestos en los capítulos dedicados a temas específicamente vinculados a la cuestión de la pertenencia. Veremos así que la necesidad de pertenencia de los individuos se encuentra en algunas de sus actitudes y de sus prejuicios así como en todo lo que se refiera a la influencia social. Por otro lado, y de una manera general, la necesidad de pertenencia explica muy claramente las relaciones afectivas, los comportamientos de ayuda, y la existencia misma de los grupos.

Como se indicó más arriba, el hecho de pertenecer a un grupo constituye una motivación central, que está en la base de las otras cuatro motivaciones ya mencionadas: comprender, controlar, valorarse y tener confianza.

3.3 Comprender

La más fundamental de las motivaciones cognitivas incita a los individuos a comprender su entorno, se trate de un campus, de la sabana o de

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la pradera. El objetivo es poder a la vez predecir algunas incertidumbres que podrían surgir y permitir dar sentido a lo que se produce. Observamos que la gente prefiere muy claramente desarrollar significados sobre lo que pasa y que sean compartidos por otras personas. Por ejemplo, si por un año determinado, un mayor número de estudiantes que el esperado desea alquilar una habitación en la universidad, la respuesta es favorable en un primer momento, pero, en un segundo momento, el servicio responsable no puede alquilar finalmente una habitación a todo el mundo, se debe esperar a que un número ínfimo de candidatos cambie de idea y alquilen una habitación en una residencia o en el campus, o incluso que instalen habitaciones de estudiantes en la pieza común (por el mismo precio). Comprendemos fácilmente por qué el hecho de vivir por ejemplo en un salón común es problemático (paso a w.c., etc.). Pero ¿en qué sería un problema una habitación en la residencia universitaria? Después de todo, los estudiantes que eligieran esta fórmula podrían beneficiarse de un baño privado, de su propia televisión, y en general de una habitación más espaciosa. Pero en realidad, el hecho de vivir en una residencia es problemático porque los estudiantes allí no están inscritos en un grupo estable compuesto por vecinos que estarán fijos a lo largo del año. Dicho de otro modo, deberán esperar lustros antes de encontrar verdaderamente su “nicho social”. Es esta incertidumbre como tal la que plantea el problema. A los alumnos que vivieran en la residencia les faltaría en efecto una “comprensión socialmente compartida del mundo”, que emerge normalmente de la pertenencia a un grupo estable.

Las personas que viven en una vivienda provisional o que conocen otras situaciones igualmente inciertas se cuestionan automáticamente por qué y por qué ellos. Frecuentemente, estas personas desarrollan todo tipo de teorías que les permite explicar lo que pasa: “El conserje ha tomado su jubilación olvidando un centenar de reservas que se habían acumulado en su despacho, por lo que los responsables no han tenido una idea exacta del número de habitaciones restantes”. O bien “Es una escuela venal, lista para los alquileres simplemente para hacerse con dinero”. O aún, “¿Han observado a todos los estudiantes africanos (o procedentes de provincias, u otro) que no han obtenido habitación? Quizás la situación sea deseada para evitar tenérselas que ver con esta gente.”

Nuestra motivación para comprender el entorno no está limitada a los acontecimientos inesperados (crisis de la vivienda, matanza en una escuela, tornados, etc.). Explica igualmente los acontecimientos que nos afectan sin que sean inesperados. Eso depende del programa de evaluación que nos convenga para los últimos ataques terroristas pasando por los frecuentes baches en un trayecto efectuado en coche o de este resfriado que persiste. Cualquiera que sea el fenómeno, si es percibido como que es importante, los individuos elaboran teorías de este tema. Harold Kelley (1967) describió cómo una pérdida demasiado grande de información podía literalmente poner en movimiento un proceso de explicación y de atribución de causalidad. El tercer capítulo volverá a esto ampliamente.

Mientras que los individuos hacen todo lo que pueden por comprender el mundo que les rodea y darle sentido, comparten sus teorías con los otros y hacen el esfuerzo por lograr un consenso. Serge Moscovici (1988) llama a

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estas comprensiones compartidas “representaciones sociales” (para una revisión de la literatura, ver Augoustinos & Innes, 1990; Bonardi & Roussiau, 1999; Jodelet, 2003; Seca 2001). Robert Zajonc utiliza más bien el término de “significaciones grupales” (Zajonc & Adelmann, 1987).

Esta idea de significaciones socialmente compartidas es perceptible cuando algunos grupos diferentes se ponen en torno a una mesa para tomar una decisión. La mayoría de las veces, discuten una información ya compartida en vez de entretenerse en una nueva información. En el marco de una investigación que data de una decena de años, algunos internos y algunos estudiantes de medicina han sido invitados a mirar individualmente un vídeo, en el cual podíamos ver a un paciente que describe toda una serie de síntomas (Larson, Christensen, Franz & Abbot, 1998). Una parte de la información era recogida en cada una de las versiones del film (información compartida), pero otras partes no eran recogidas sino en una sola versión (información no compartida) – un poco como estas diferencias que podrían surgir si varios médicos diferentes preguntaban a un mismo paciente. Aunque el conjunto de la información era necesaria claramente para poder emitir un diagnóstico (el paciente padecía de mononucleosis), cuando los equipos se han reencontrado para este tema, han mencionado la información común (compartida) en primer lugar y la más frecuente. Así como lo indica el cuadro 1.5, la información compartida ha estado en efecto en el centro de la discusión con respecto a la información no compartida, pero ha surgido asimismo más rápidamente. En realidad, el hecho de que los participantes sepan o no qué información es compartida por todo el mundo no cambia nada: esta tiene una mayor posibilidad de ser mencionada por el simple hecho de ser compartida (todos los participantes la poseen). Ahora bien, este tipo de fenómeno aumenta el riesgo de que alguno de los individuos presentes aprenda alguna cosa nueva. En todo caso, esta experiencia ilustra de manera interesante el poder de las comprensiones compartidas en el seno de los grupos, y lo mismo en situaciones reales.

Cuadro 1.5Información compartida por los equipos médicos

Tipo de informaciónVariable Compartida No compartida

Información obtenida anteriormente mencionada al menos una vez en el grupo

78% 54%

Tiempo tomado para la primera mención (si elevado = tarde)

5,55 7,09

Fuente: Larson et al., 1998.

La comprensión compartida tiene una función adaptativa: permite la supervivencia del individuo en tanto que miembro del grupo. Ser capaz de comprender y dar sentido a las situaciones que surjan, y en particular compartir representaciones sociales, significados grupales u otros tipos de conocimientos con el otro, permite a los individuos funcionar en grupos. Incluso si el significado que un grupo da a tal acontecimiento no es totalmente pertinente

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por una razón u otra, sirve sin embargo a los intereses del grupo en el sentido en que permite a los individuos concordar con los otros miembros del grupo. Un célebre estudio relativo a un grupo de oración dedicado todo entero al Juicio Final (Festinger, Rieken & Schachter, 1956) ha mostrado que algunos adeptos habían acabado por seguir las instrucciones de guardianes extraterrestres, transmitidas vía “consejeros” (nosotros diríamos gurús). Persuadidos de la inminencia de una inundación, los adeptos del culto se pusieron a hacer proselitismo y a organizar muy concretamente su salvamento que, pensaban, iba a poder hacerse con la ayuda de un platillo volante. Para comenzar, los adeptos se han desembarazado físicamente de todos los objetos metálicos susceptibles, según ellos, de entorpecer de una manera u otra su salvamento: cremalleras, relojes, joyas, monedas, etc. Los sentimientos de los miembros del grupo les parecerán quizás excesivos: “Tengo que ir lejos”. Me he desembarazado de todo. He cortado todo vínculo. He terminado con todos. He vuelto la espalda al mundo…” (p. 168). En realidad, esta situación no habría podido producirse sin la creencia profunda de cada miembro en la profecía del grupo ni sin el compromiso de cada uno frente a la actividad del grupo. Esta última consistía precisamente en la organización del salvamento para escapar del cataclismo inminente.

Incluso si uno observa situaciones menos extravagantes, vemos que esta comprensión compartida explica por qué los individuos tienden a resolver los acontecimientos aleatorios y los misterios (Tú y yo hemos hecho nuestra solicitud para una habitación exactamente el mismo día; ¿cómo es que tú lo has logrado y yo no?”). Esto explica igualmente por qué los individuos comparten su comprensión de la situación con otras personas que juzgan congruentes. Por ejemplo, si algunos estudiantes tienen el sentimiento de que los procedimientos del servicio vivienda son injustas, pueden estar envidiosos con respecto a los que parecen haber sido protegidos. De seguro, la moral de los estudiantes se resentirá con ello. Ahora bien los administradores de la universidad saben pertinentemente que no pueden permitirse tener estudiantes ni deprimidos ni que se detesten unos a otros. Por tanto, velan por que le sean proporcionadas las informaciones necesarias en tiempo y hora.

La comprensión compartida permite saber rápidamente lo que pasa, pero también prever bastante cómo funcionar en la vida todos los días. La motivación de los individuos por comprender los acontecimientos le permite adaptarse a la vida en el grupo y, de manera concomitante, adaptarse a la visión de la realidad del grupo. Varios capítulos de la presente obra tratarán más específicamente por la cuestión de saber por qué la gente se preocupa por darle sentido a los otros, a ellos mismos y, de una manera general, a un montón de actitudes. La necesidad de tener una comprensión facilitada de los acontecimientos y de poder predecirlos al máximo explica asimismo la atracción que podemos tener respecto a las personas que nos son similares. Inversamente, eso explica los prejuicios para con las personas diferentes. Por último, esta necesaria comprensión compartida explica igualmente algunas influencias sociales. Lo veremos más adelante.

3.4 Controlar

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¿Qué es lo que pudo causar esos desacuerdos que usted tuvo con sus padres durante su adolescencia? ¿Una hora de llegada que habrían impuesto? ¿Alguna cosa en relación al coche que quería pedir prestado? ¿Vestidos no de su gusto? ¿Sus pelos, quizás? ¿Sus amigos? Cualesquiera que sean los destalles de su experiencia, de lo que ha podido pasar en ese momento, la cuestión del control ha constituido ciertamente el telón de fondo de las discusiones. Se trataba ciertamente de saber quién iba a decidir y quién, por lo tanto, iba a salirse con la suya. Esta motivación está vinculada a la motivación de comprensión. Está también impregnada de cognitivo. Esta tendencia de querer controlar las cosas permite a los individuos sentirse competentes y eficaces en relación a su entorno social, pero también con respecto a ellos mismos (Dubois, 1987). El control necesita un vínculo entre lo que la gente hace y lo que obtiene. En términos más técnicos, diremos que debe haber una contingencia entre el comportamiento y los resultados. Los individuos desean ser eficaces, tener un sentimiento de control y de competencia. Cuando no es el caso o no lo suficiente en su opinión, se ponen a buscar la información necesaria, en un esfuerzo constante para restablecer su (relativo) control de la situación (Gleicher & Weary, 1995; Pittman, 1998).

Así, algunos investigadores han disminuido la impresión de control de algunos participantes y han observado los esfuerzos desarrollados por estos para encontrar este control (Pittman & Pittman, 1980). Los datos indican que eso pasa ante todo por una mayor sensibilidad a las informaciones sociales. En el estudio, los participantes experimentan una pérdida de control durante un ejercicio de aprendizaje sin respuesta correcta (el feed-back que reciben es totalmente aleatorio). El ejercicio propuesto consiste en encontrar los pares de letras “correctas” entre las que aparecen bajo varias formas (de color negro o rojo, en la parte inferior o superior de la pantalla, subrayadas completamente o en línea de puntos, etc.). Ahora bien, los participantes luchan verdaderamente para lograrlo… Son sometidos a seis ejercicios. A lo largo de estos ejercicios, el experimentador les da feed-backs predeterminados, sin relación con las respuestas proporcionadas por los participantes. Según la condición experimental, este feed-back aleatorio se reproduce en cada ejercicio (es decir seis veces sobre seis: entonces el participante es colocado en una situación de alta impotencia), solamente dos veces (débil impotencia), o no está propuesto del todo (condición control).

En la segunda parte de la experiencia – presentada como que no tiene ningún vínculo con la primera - , los participantes están invitados a leer un texto escrito por un experto en centrales nucleares, que se refiere al enorme riesgo que hay en colocar tales centrales cerca de regiones habitadas. El experto es presentado como que ha escrito su ensayo por remuneración (motivación externa) o por iniciativa personal (motivación interna). Luego, se les pregunta a los participantes sobre la motivación del experto para escribir el texto que acaban de leer. Se observa que con respecto a los individuos puestos en condición de control, los de las condiciones denominadas de impotencia (tanto alta como débil) se han mostrado más sensibles a las circunstancias de escritura del experto (ver cuadro 1.6). Por lo tanto, los participantes privados de control se meten más en la piel del otro. Dicho de otro modo, la ausencia de control motiva a los individuos a utilizar la mínima información presente en su

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entorno social, con la esperanza así de retomar la situación en mano propia tanto como sea posible.

A la partir del momento en que la gente tiene la impresión de poder controlar la situación de manera constante, tienen mejor salud, se sienten más felices y viven más tiempo (Taylor & Brown, 1988). Investigaciones recientes sugieren precisamente que la buena salud y la longevidad son características de individuos que viven en entornos sociales (por ejemplo, grupo étnico, clase social) que les ofrecen un cierto control de la situación (Taylor, Repetti & Seeman, 1997).

Por otro lado, el control que nos ofrecen nuestras propias experiencias mejora nuestro estado de salud. Un estudio efectuado con más de 10.000 funcionarios británicos ha permitido precisamente identificar el vínculo entre el esfuerzo en el trabajo y la recompensa, es decir, la percepción de una contingencia entre lo que se hace y lo que se obtiene es por tanto, un sentimiento de control. La presencia de un desequilibrio entre el esfuerzo proporcionado y la recompensa obtenida (dicho de otro modo, una falta de control) predice una salud física y psicológica frágil (Stansfeld, Bosma, Hemingway & Marmot, 1998). Otras medidas de control correlacionan igualmente con la salud. Hay particularmente una responsabilidad que se nos da en nuestro lugar de trabajo, así como el apoyo profesional que nos es otorgado.

Esta necesidad de control, este deseo de ser eficaz es una motivación completamente básica, que la encontramos en los más jóvenes de nosotros, aparece especialmente en los niños pequeños cuando descubren que ellos pueden tener un impacto sobre su familia a través de sus lloros, sonrisas y otras chácharas. Cuando los niños de poca edad hacen muecas y/o ruidos, la familia reacciona de una manera o de otra. Esta etapa corresponde al principio del control social y del sentimiento de eficacia. Robert White (1959) define la eficacia como esa necesidad de competencia – bastante próxima a la motivación de control, finalmente – que cada uno de nosotros puede observar en un niño que aprende a coger objetos, a caminar o a hablar.

Cuadro 1.6La sensibilidad a la información social, función de pérdida de control

Nivel de pérdida de controlImpotencia elevada Impotencia débil No impotencia

Sensibilidad a las circunstancias de los otros

3,55 4,88 1,41

Fuente: Pittman & Pittman, 1980

De manera similar, la competencia y el control son parte integrante de las interacciones sociales de los adultos. Piense en esos estudiantes que intentan persuadir a sus amigos para vivir con ellos, para comer en el restaurante de su elección, o de inscribirse en el mismo curso que ellos. Si consiguen negociar la cosa y salirse con la suya, es que han logrado controlar el comportamiento del

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otro. ¿No es finalmente esto algo natural? El control mutuo permite de alguna manera a los individuos ajustarse a los grupos sociales, y de diferentes maneras. Esto fomenta los comportamientos de cooperación en el seno del grupo y, de una manera más general, permite ser más eficaz en un entorno social en sentido amplio. Si los individuos tienen la impresión de un vínculo entre lo que hacen en un grupo y lo que les sucede, no hay duda que su sentimiento de control contribuirá a su supervivencia a la vez psicológica, social y física. Si saben cómo pedir ayuda y cómo recibirla (por ejemplo, procurar que el grupo les permita alcanzar sus propios objetivos), se podrá decir que hay control social y eficacia.

Por supuesto, existen algunas alternativas al control personal. Así, un individuo puede muy bien confiarle este control al grupo del que es miembro. Si sabe que su grupo puede tener un cierto control en sus resultados personales, puede muy bien aceptar un control indirecto de su parte, lo que le dará un mayor sentimiento de seguridad (Fiske & Dépret, 1996). El control puede por tanto operar a un nivel individual (frecuentemente es el caso en Occidente), pero igualmente a un nivel más grupal (en todas partes, los casos son numerosos). Sabemos por ejemplo que en muchas sociedades de Asia, de África y de América Latina, la familia tiene mucho impacto en la elección de los estudios que efectúan los jóvenes. Es mucho menos el caso de nuestros parajes europeos y norteamericanos. En los primeros, se concede posiblemente más confianza a la familia en lo que concierne a nuestros propios asuntos; al mismo tiempo, se esperará a que cada miembro de la familia ceda en cierto modo una parte de su control personal. Encontramos el mismo tipo de situación en algunas pequeñas empresas tradicionales, tanto en Europa como en Estados Unido y en Canadá, e incluso en Japón. En todos los casos, cuando los individuos tienen la impresión de que alguien (ellos incluidos), o bien un grupo con el que tienen confianza, controla un poquito la situación, sienten más seguridad.

En resumen, la motivación de control permite a la gente sentirse competentes y eficaces en su confrontación con su entono social, así como con ellos mismos. Otros capítulos además de éste se dedicarán a describir cómo los individuos dan sentido especialmente a lo que piensan y hacen otras personas, cómo las relaciones pueden dar lugar a emociones de todo tipo, por qué las agresiones aparecen a veces, y cómo funcionan los prejuicios.

El control es la tercera de las principales motivaciones humanas. Recordemos que la pertenencia, que es la primera de ellas, es LA motivación fundamental que trasciende a todas las otras (ver cuadro 1.4). En este punto, recuerde la motivación de control. Describiendo el rol de las relaciones sociales en la promoción de la salud, Berkman (1995) observa que “la promoción de la salud debe proporcionar a los individuos a la vez un sentimiento de pertenencia y una impresión de intimidad; debe ayudar a la gente a dar simultáneamente prueba demostrada de su competencia y autoeficacia” (p. 245). Es simplemente eso, el control.

Sabemos ya que la comprensión y el control, que son respectivamente la segunda y tercera motivaciones básicas, conciernen ante todo a la toma de

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información, a los pensamientos, a las creencias, así como a la resolución de problemas. Dicho de otro modo, su naturaleza es eminentemente cognitiva. Las dos últimas motivaciones humanas – o sea la valoración de sí mismo y la confianza en el otro – son más bien afectivas; esto significa que están prioritariamente vinculadas a los sentimientos y a las emociones. Por supuesto, sucede a veces que la frontera entre las dimensiones respectivamente cognitiva y afectiva de las motivaciones son bastante imprecisas. En todo caso, es con frecuencia más una cuestión de grado que de principio del tipo “todo o nada”.

3.5 Valorarse

La cuarta motivación básica, es decir la valoración de sí mismo, supone o un mantenimiento de la estima personal, o la posibilidad de lograr un perfeccionamiento de sí mismo, lo uno o lo otro. Usted sabe sin duda que absolutamente todos los seres humanos aprecian particularmente sentirse “bien con ellos mismos” (Taylor & Brown, 1988). Es importante en efecto para nosotros sentirnos a la vez buenos y amables. Por otro lado, la gente se siente instantáneamente mejor cuando reciben un feed-back positivo a propósito de ellos mismos. Muy concretamente, dos experimentadores han puesto a algunos estudiantes en una situación de sobrecarga cognitiva (Swann, Hixon, Stein-Seroussi & Gilbert, 1990). Para hacer esto, bastó con pedirles acordarse de un número de teléfono con un prefijo largo o bien, ponerles en una situación con un tiempo extremadamente apretado. La idea era que, en comparación con los estudiantes a quienes se les había dejado tiempo para reflexionar, los que habían sido puestos en una situación de sobrecarga mental tendrían tendencia a ser más espontáneos. Ahora bien, la reacción de estos estudiantes en sobrecarga ha sido de elegir interactuar con alguien que les había ya evaluado positivamente (ver la columna de la izquierda del cuadro 1.7). En cambio, los estudiantes para los que el espacio mental estaba aún disponible han elegido mayoritariamente interactuar con alguien que les había evaluado de manera congruente con la imagen que ellos tenían de sí mismos, haya sido positiva o negativa esta evaluación. Volveremos más adelante con todo lo que se relaciona con estos resultados. Aquí, nuestro objetivo es ante todo atraer su atención sobre el hecho de que, de una manera general, los individuos prefieren tener intercambios con alguien que les perciba favorablemente.

Más allá del hecho de que la valoración de sí mismo permita a la persona sentirse bien, ¿qué puede aportar la autoestima a un grupo? En realidad, los individuos que se sienten mal con ellos mismos no están motivados a emprender ni una mínima iniciativa, como por ejemplo salir de la cama por la mañana, atreverse a un nuevo reto, o cumplir con tal o cual obligación social. En cambio, si la gente está bien con ellos mismos, se sentirán suficientemente optimistas como para hacer un esfuerzo por ser miembro a la vez útil y agradable del grupo.

Cuadro 1.7Impacto de la carga cognitiva y del concepto de sí mismo en el deseo de estar confrontados a evaluadores favorables versus desfavorables

Carga cognitiva

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Concepto de sí mismo Elevada (respuesta espontánea) Débil (respuesta reflexionada)

Negativo 5,00 0,50Positivo 4,56 4,00Las cifras elevadas indican un importante deseo de interactuar con un evaluador positivo (versus negativo)

Fuente: Swann et al., 1990.

Una débil autoestima en alguien puede ser percibida como las premisas de un rechazo social (Leary, Schereindorfer & Haupt, 1995). En efecto, las personas que se sienten excluidas socialmente se sienten mal frecuentemente en su piel y a menudo tienden a comportamientos autodestructores en un plano a la vez personal y social: dependencias diversas (alcohol, drogas, etc.), sexualidad irresponsable, agresión, y trastornos alimentarios. Todos estos comportamientos son evidentemente susceptibles de minar la aclimatación del individuo al grupo social – cualquiera que sea. En cambio, si la gente se siente bien consigo misma y con los otros en el seno del grupo, no hay duda que desearán colaborar y entablar vínculos, lo que no hará sino consolidar al grupo. Por consiguiente, no es exagerado decir que la valoración de sí mismo participa en la continuidad del grupo.

Observemos que los individuos pueden valorarse y ganar en autoestima de manera muy diferente. Así, tal individuo estará orgulloso de él y se sentirá único – es comúnmente lo que se llama “el amor propio”. Pero tal otro podrá experimentar el orgullo por el hecho de ser un buen miembro de su grupo (equipo, familia, vecindad), o porque aprecia muy especialmente el rol que se le confiere en el seno del grupo. La autoestima permite a los individuos gestionar lo que ellos emprenden en el plano social, en tanto que miembros de grupos (Baumeister & Leary, 1995; ver también Leary et al., 1995). La autoestima tiene su origen en la necesidad de pertenencia. En esta fase, esperamos que el lector deduzca que el concepto de valoración de sí mismo incluye la posibilidad de un perfeccionamiento personal, mientras que la noción de autoestima supone que los otros pueden ser mejores, lo que tiene en ciertos casos un pequeño lado desagradable. En general, la forma más equilibrada de esta motivación (la valoración de sí mismo) se muestra más adaptativa que su otra forma (la autoestima).

En resumen, la gente tiene necesidad de sentirse bien en relación a ellos mismos. Y, mientras que algunas personas tienen tendencia a hacerse valer o a presentarse bajo un punto de vista positivo, otros son especialmente más modestos, y hacen todo por ayudar a los otros a mejorarse haciendo que ellos se valoren. El concepto de valoración de sí mismo tiene un doble sentido – que hemos explicitado. Responde a numerosos aspectos del sí mismo social. La valoración de sí mismo permite igualmente explicar algunos aspectos de la atribución, de la atracción, de la ayuda, de la agresión y de los prejuicios. Todo esto se estudiará en los capítulos siguientes.

3.6 Tener confianza

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Tener confianza, es percibir el mundo que nos rodea como que es positivo. De la misma manera que los individuos valoran a su propia persona, ellos valoran asimismo a las personas que les rodean – en una cierta medida en todo caso. La confianza supone que “la fe o el crédito concedido a alguien no ocasionará consecuencias negativas para nosotros, y lo que depende o no de esta persona” (Bonn, 1995, p. 656). Tender a confiar en el otro, en determinadas circunstancias, facilita en amplia medida los comportamientos humanos, sea cuestión de una negociación o de amor. Por supuesto, la confianza nos hace vulnerable, y por cierto puede suceder que la gente no tenga confianza en los otros, pero es en general bastante excepcional. En conjunto, los individuos cuentan con situaciones favorables (Parducci, 1964), especialmente por parte del otro. Paralelamente, cuando la gente debe explicar actitudes o comportamientos de otras personas, han intentado ver lo mejor de ellas (Matlin & Stang, 1978; Sears, 1983; ver asimismo el capítulo 3). Aunque los individuos difieren los unos de los otros, de manera general, tienen confianza en el otro y cuentan, finalmente, con que no sea malo para ellos.

Dicho de otro modo, la confianza facilita la vida de todos los días. Hace a los individuos a la vez amables y amados. Y lo que es aún más, por buenas razones, de hecho, los individuos que confían merecen confianza. Hay pocas posibilidades de que sean tramposos o ladrones. Al contrario, por el mismo hecho de que son menos suspicaces, vengativos, rencorosos, e incluso solitarios que la gente desconfiada, tienen en general más éxito socialmente hablando (Gurtman, 1992; Murray & Holmes, 1993; Rotenberg, 1994; Rotter, 1980; Morling & Fiske, 1999). En contraste con la paranoia o con la depresión, la tendencia a tener confianza facilita las interacciones con el otro. Ustedes saben hasta qué punto los individuos pueden ser ineficaces socialmente hablando cuando cuentan siempre con lo peor…

Las investigaciones lo confirman. En un estudio, algunos individuos han sido invitados a participar en un juego en dúo que simule bastante bien las opciones que pueden surgir en la vida real entre, por una parte una confianza centrada en la cooperación y, por otra parte, una tendencia a privilegiar su propio interés y, por tanto, la explotación del otro (Orbell & Daves, 1991, 1993). El estudio presenta dos condiciones. En algunos juegos, los individuos tienen la posibilidad de jugar o de no jugar cada una de las partes. Son los mismos participantes los que deciden, simplemente en función de la forma en que se sienten en el juego. En otros juegos, los individuos están obligados a participar en todos los casos. En la primera condición (juego que deja la elección a los participantes) se observa que los individuos tienen la intención de cooperar. Eso implica que presentan un nivel elevado de confianza. En efecto, en general, aceptan jugar (el 81% del tiempo). En todo caso, lo hacen especialmente más que las personas que tienen la intención de sacar provecho de la situación de su compañero (el 54%). Dicho de otro modo, las personas confiadas cooperan y cuentan con que los otros hagan lo mismo. Aún más, cuando se les deja la opción de participar o no – como en la vida real, de hecho - , se observa que los pares de jugadores confiados ganan más que pierden (16 de los 18 grupos han ganado más en el marco del juego).

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La confianza es una forma de inteligencia social (Yamagishi, 2002). Facilita la cohesión del grupo porque recompensa a las personas, pero también porque les permite ser más eficaces. Piense en toda la energía gastada en un grupo en que sus miembros están siempre en guardia, convencidos de que van a ser engañados. Si los individuos pueden tener confianza, en lo más profundo de ellos, en personas que les anuncian que la lluvia es inminente o que esta seta es altamente venenosa, la vida del grupo no podrá sino ser mejor. De hecho, la gente podrá contar con el otro para compartir la información y los recursos, así como para evitar las dificultades. A la inversa, cuando las personas no se tienen confianza (creer, por ejemplo, que “todas estas personas podrían aprovecharse de usted si ellas tuvieran la oportunidad”), las infracciones violentas son frecuentemente más numerosas (Kennedy, Kawachi, Prothrow-Stith, Lochner & Gupta, 1998).

La percepción de que los individuos pueden tener del mundo como que es benévolo es más notable cuando su confianza es puesta en acción. Es particularmente el caso cuando la vida de los individuos es completamente y súbitamente destruida, y tanto si es debido a otros seres humanos. Aunque estemos informados cotidianamente de los asesinatos, violaciones y otros crímenes, estamos convencidos, la mayor parte de nosotros en todo caso, de que “las personas son cordiales e incluso… fundamentalmente buenas, amables, atentas, etc.” (Janoff-Bulman, 1992, p.6). La gente está convencida de que el mundo en el cual viven es seguro y favorable. Por ejemplo, los niños cuyo entorno se encuentra alterado por el divorcio de sus padres, tienen tendencia a adaptar su visión de la situación de modo a percibir el mundo como que es – siempre – benévolo. Más aún, sus certezas en cuanto a la bondad de las personas en general las hace optimistas en cuanto a sus propios matrimonios (Frankin, Janoff-Bulman & Roberts, 1990). De manera general, los individuos están muy dispuestos para percibir el mundo en el que viven como que es digno de confianza.

Dicho esto, los estragos que podrían ser causados por ejemplo por una traición, una explotación o una hostilidad cualquiera volverían a los individuos particularmente sensibles a todo lo que podría ser considerado como un comportamiento negativo por parte del otro. Volveremos más adelante con esta idea. Observemos que algunos psicólogos evolucionistas sugieren por otro lado la existencia, en lo más profundo de los individuos, de unidades detectoras de trampas susceptibles de reconocer todo lo que podría ser indigno de confianza (Cousmides & Tooby, 1992). Sea lo que sea, aunque la gente sea sensible a los comportamientos antisociales, cuenta con que las otras personas se comporten de manera pro-social.

Esta tendencia a tener confianza – que hemos abordado en esta sesión – se encontrará también en próximos capítulos. Como para las otras motivaciones básicas, nos ofrecerá la posibilidad de describir bien algunos fenómenos sociales. Hemos visto que el hecho de tener confianza forma parte integrante de un sesgo de positividad que tenemos con respecto al otro. Al mismo tiempo, esta tendencia hace a los individuos extremadamente sensibles a las informaciones negativas que podrían provenir del exterior, y en particular de otras personas. Tener confianza facilita la adhesión y la interdependencia, que

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están en el centro de las relaciones íntimas. Nuestra predisposición general a anticipar cosas positivas por parte del otro (al menos hasta que lo contrario no sea probado) nos permite adaptarnos a nuestros grupos sociales, fomentando la ayuda mutua, la influencia social y la lealtad al grupo.

3.7 Resumen

Las cinco motivaciones básicas - pertenecer, comprender, controlar, valorarse y tener confianza – son los hilos conductores de esta obra. Por excelencia, el deseo de pertenencia hace de nosotros seres humanos. Esta motivación contiene las otras cuatro. Ya lo hemos subrayado en repetidas ocasiones. Permite nuestra supervivencia social. La motivación por comprender las cosas de una manera general nos permite dar sentido a nuestro entorno. En cuanto a nuestra motivación de control, nos obliga a ser eficaces en nuestras acciones implicando más o menos directamente a nuestro entorno. Por otro lado, el control nos hace más adaptativos con respecto al mundo que nos rodea, tener confianza en el otro y valorar a su propia persona hacen igualmente de nosotros mejores miembros de grupos.

Juntas, las cinco motivaciones dan una unidad y una continuidad al presente libro. Verá que cada capítulo trata en particular de algunos subgrupos de motivaciones.

Para ser honesta, debería desde ahora precisar que otros autores son susceptibles de proponer algunas listas de motivaciones diferentes en todo o en parte – y en general, no se privan de ello. Algunos añadirán una motivación (la búsqueda de la justicia, por ejemplo). Otros intentarán retirar alguna (algunos rechazan la idea de esta motivación de tener confianza). Otros aún rechazarán en bloque la simple idea de motivación básica. Sepa por ejemplo que algunos psicólogos sociales evolucionistas están convencidos de que la sobrevivencia o la reproducción es la sola y única motivación original. Sin embargo, si nos atenemos a una perspectiva de sobrevivencia social, debemos observar bien que la capacidad de sobrevivir en un grupo social determina nuestra habilidad para salir adelante de una manera general, e incluso en reproducirnos. Es cierto que numerosos psicólogos sociales procurar mejorar nuestro pensamiento colectivo proponiendo sin cesar nuevas formas de ver las cosas, de estructurar nuestros conocimientos (Brickman, 1980). No pretendo que las cinco motivaciones tales como las propuestas constituyan la única forma posible de estructurar los trabajos en psicología social, e incluso la disciplina de una manera general. Sin embargo, estoy convencida de que este quinteto constituye un buen armazón de la psicología social. Por lo menos, ofrece un interesante punto de partida para la discusión. Para mí, las motivaciones propuestas no forman un modelo teórico que prediga resultados. Me parece más bien que pueden dar una buena idea de sobre qué trabajan los psicólogos sociales, cotidianamente.